Movimiento Obrero y Popular

Descargar como pdf o txt
Descargar como pdf o txt
Está en la página 1de 7

Transición del movimiento obrero y popular

Nombre: Ricardo Poblete Figueroa


Curso: Chile: Sociedad Oligárquica y Movimientos Sociales.
Docente: Viviana Bravo Vargas.

Pregunta orientadora: ¿Cuándo y por qué razones las posiciones radicales y violentas del
movimiento obrero (inicialmente, “los de abajo”) se fueron extinguiendo y dando cuenta de
una suplementación por petitorios ordenados, huelgas condicionadas, organizativas de
obreros, disciplinada lucha y tendencias a la negociación?

El movimiento obrero y popular se manifesta repetidas veces a lo largo del siglo XIX y del
XX. Entre estos dos siglos se puede inferir que no es un movimiento totalmente lineal y que
tiene consignas e idearios diferentes al pasar del tiempo. En este ensayo, se pretende dar
respuesta al porqué y cuándo las posiciones radicales del movimiento obrero (los de abajo) se
fueron extinguiendo y dando cuenta de la suplementación por petitorios ordenados, huelgas
condicionadas, organizativas de obreros, disciplinadas medidas de lucha y una tendencia
ligada a la negociación.

Para comenzar es interesante poder establecer un punto no lineal del movimiento obrero y
popular chileno, puesto que éste tiene varias vertientes que lo hacen manifestarse como un
movimiento que se transforma y sigue, posteriormente, un sentido totalmente opuesto a los
iniciales. Tomando como referencia, primero, a varias manifestaciones, huelgas, motines y
asonadas por el “bajo pueblo” en los inicios del movimiento obrero, se puede evidenciar que
existe una ruptura como forma de estallido que da lugar a la consideración de la élite para
brindar un acallamiento siempre definitivo.

La huelga de 1890 tiene características particulares que la pueden considerar como una forma
de estallido multifacético del pueblo hacia las clases dominantes. Y es que esta huelga no
solo se manifestó en una región del país, sino que se protagonizaron en muchas otras, las
cuales estaban acompañadas de un desatado espontaneismo y de una nula ingenuidad. Los
mecanismos que se dieron en la lucha se referían al confronte tanto con la propiedad privada
como la pública. Un desarrollo huelguístico ligado al confronte con la autoridad misma que
daba particular bienestar a la élite dominante, la cual poseía los medios para ejercer un
control total tanto del Estado (que era el gran garante del respaldo obrero) como del sistema
económico dado.

Sergio Grez (2007) afirma que esta huelga rompe con los esquemas de protestas obreras
dadas antes de 1890. Por ejemplo, este autor señala que hasta la, entonces, columna vertebral
del movimiento obrero había estado conformada por artesanos y obreros urbanos calificados
(carpinteros, ebanistas, zapateros, tipógrafos, entre otros) que respondían a un interés por el
proteccionismo hacia la industria nacional, hacia la reforma del servicio militar en la Guardia
Nacional y por las organizaciones sociales ligadas al mutualismo, cooperativas, cajas de
ahorro y escuelas de artesanos que se venían conformando hacia mediados del siglo XIX. El
elemento central del ethos de este movimiento era el ideario de progreso, ilustración,
mejoramiento material, intelectual y moral de los trabajadores de la época que se daban por
medio de estas mismas organizaciones que practicaban el socorro mutuo, la educación, las
diversiones sanas e ilustradas. La vía de reformas que mantenía este viejo y después
pronunciado movimiento obrero, ponía al servicio la transformación del régimen liberal y la
apuesta por las libertades de los intereses de los trabajadores (dados en un supuesto sistema
democratico). Esto conllevó a que, en 1887, se conformara la representación política de este
apartado gremial, el Partido Democrático. También se destacan múltiples sociedades
(Sociedad de la Igualdad, Sociedad Unión de Artesanos, Sociedades de Resistencia) y
movimientos (mutualistas, igualitarios, entre otros) obreros que dan lugar a una permanencia
de lucha ligada al ámbito institucional. Para éste último punto, Mario Garces (2003), en su
texto “Crisis Social y Motines Populares en el 1900”, señala que en varios de estos
movimientos se incluían a los participantes liberales, los cuales necesitaban del apoyo
popular, y para hacer efectivas sus manifestaciones institucionales, era claro su
entrometimiento en el movimiento popular, el cual era por motivos externos a los
manifestados en el interior de la lucha obrera.

Dilucidada como una huelga que caracteriza un momento de transición dado por el propio
establecimiento de la economía industrial (antes precapital) y muchos otros elementos que se
refieren a la dominación del capital dieron como resultado la evolución de un movimiento
con política cooperativa (que esperaba reivindicaciones por medios institucionales) a uno de
confronte directo. Por ejemplo, en el artículo “Transición en las Formas de Lucha: Motines
Peonales y Huelgas Obreras en Chile (1891-1907), Sergio Grez comenta que el Coronel de la
provincia de Concepción vió manifestada esta sensación violenta mientras informaba al
intendente sobre los sucesos registrados en los momentos de la huelga:

"Durante la noche una poblada de 800 hombres embriagados se tomaron la


cárcel, liberaron a los presos y se apoderaron de las armas de los gendarmes.
Luego procedieron a saquear licorerías, viéndose superada la policía y
debiendo actuar el Ejército. Tras beber durante todo el día, se retiraron de la
ciudad hacia las 6 de la tarde”. (Grez, 2000).

Se divisa así que el movimiento que surge en la huelga de 1890 tiene rasgos característicos de
una posición radical frente al sistema. Ya no solo se habla de una reivindicación obrera, sino
que se acentúa una movilización de múltiples vertientes que señalan la liberación total. Esta
fractura histórica es un hito simbólico que aporta un punto de inflexión para la consecución
de un movimiento obrero mucho más radical que aclama por sus derechos frente al
explotador y voraz trabajo capital. Es la entrada de la moderna clase obrera al juego de las
explotaciones mineras, de los puertos y de la industria fabril.

Por esos años, de inicio del radical y transformador del movimiento obrero y popular, reinaba
la inseguridad y el temor por toda la República. La interrupción desmedida de la plebe de la
época fue particularmente abrupta en esos últimos días de agosto de 1890. Noticias de
pillajes, turbas, incendios y saqueos en distintas propiedades privadas (caso de Concepción)
fueron ejemplos de esta desatada violencia social que los partidarios de la guerra civil no
compartían ni tampoco esperaban. Incluso, los inspiradores congresistas, al ver el crecimiento
de la intervención de las turbas, permitieron el ingreso de represalias políticas y sociales para
acallar la manifestación de obreros y populares de la época, pero, tal cual, como se habla
sobre la transformación radical de los trabajadores, el cauce no pudo parar las acciones de
violencia social desatada. Aun así, hubo muertes dadas en el movimiento. Por ejemplo, los
mismos propietarios o sus dependientes usaban cualquier medio para frenar la turba y
defender su vida privada (que estaba acompañada, sin duda, de lujos, de privilegios y poder
tanto económico como político), y por medio de aquello llegaron a matar en múltiples
ocasiones a manifestantes del movimiento.
La concepción de los superiores de la sociedad chilena de aquella época, era eso,
considerarse, propiamente, como superiores a toda población que estuviera dada por el
trabajo capital. Los trabajadores por su parte estaban subordinados y según esa noción debían
estar siempre en espíritu de orden y respeto hacia ellos, hacia los superiores. Es por ello que
sus alegatos hacia la población insurreccional estaban relacionadas con esas mismas
concepciones de dominación y control, manifestadas siempre hacia el Intendente de la región
donde la turba era protagónica. Y es que incluso son este tipo de actitudes que enfurecían a
los trabajadores. No solamente manifestaciones ligadas al ámbito económico sino que, de
manera embrionaria, apuntaban a las formas de control obrero en las zonas productivas que
eran otorgadas por este nombramiento subalterno de esa baja clase. Siguiendo la línea de la
represión que señala Mario Garcés (2003), como experiencia histórica directa que se reitera a
lo largo del siglo XX, las acciones para acallar el levantamiento popular no es más que la
declaración de una carencia de legitimidad tanto social como política de los sectores
dominantes. Sin estas esferas ordenadas y totalmente sumisas, el intento de disciplinar no va
de la mano con el consenso y la negociación, sino que se da por medio del silenciamiento y
de su negación como interlocutor.

Todo este juego reivindicativo del movimiento popular y obrero, que consignaba entre sus
nociones, también reivindicativas, la violencia, el caos y las acciones radicales para enfrentar
a la voraz clase dominante comenzó a transitar hacia una apuesta mucho menos espontánea
(característica principal del movimiento obrero surgido en última década del siglo XIX).

Ya, posterior a los movimientos originales del periodo huelguístico de finales del SXIX pasan
a una etapa de transición como señala Sergio Grez. Los primeros años del nuevo siglo dan un
giro importante en torno a las revueltas y protestas chilenas. De 1904 a 1905 las fuentes ya no
se refieren ni a motines, ni a saqueos, ni a asonadas, ni a otras herramientas violentas que
marcaron los inicios y desarrollo a partir de 1890. Por el contrario, ahora se protagonizan
“huelgas y petitorios”. La élite ya no debía enfrentar a un movimiento que se levantaba
repentinamente, casi siempre violento, y sin expresión de demanda previa, sino que ahora se
enfrenta a los trabajadores mediante sindicatos y un sin fin de organizaciones proletarias.
Incluso hacia mediados de la primera década del siglo XX los amotinamientos ya habían
desaparecido definitivamente tanto en la región del carbón como en la del salitre. Los
segmentos obreros modernos del nuevo siglo venían acompañados de “nuevas” formas de
manifestación, que no eran tan radicales como sus antecesoras pero eran mucho más
propagadas por las organizaciones hacia todo aquel obrero desprotegido. Éste último punto lo
protagonizan los activistas obreros, que iban a las explotaciones mineras o carboníferas a
incentivar la movilización de los trabajadores.

El espontaneísmo, el “primitivismo” y los métodos pre-modernos de protestas y luchas


durarían durante algunos años más, pero, siguiendo la afirmación de Sergio Grez, el propio
desarrollo del modo de producción capitalista, las ideologías de reforma de parte de los
trabajadores y los esfuerzos conjugados (pero a la vez más fáciles de combatir a partir de esta
nueva reivindicación obrera) de la élite y del Estado, permitieron la mutación cultural de los
trabajadores, tachándolos de proletarios definitivos y, a la vez, alejándolos de su origen
peonal. Es posible entonces afirmar que el movimiento obrero se “proletarizó”. Se organizó,
de manera de acrecentar el movimiento y hacerlo más fuerte para enfrentar a la clase
dominante, pero a su vez se tornó a encajar en una estructura que, aún así, los explotaba de
manera desmedida. Los objetivos claros, las movilizaciones cada vez más estructuradas y
condicionadas, la formulación de demandas específicas, la coordinación local, regional y
nacional dieron paso a un movimiento obrero chileno cada vez más predecible y más fácil de
combatir por parte de la élite. Por ejemplo, en total, entre 1902 y 1907, se efectuaron 12
huelgas y paralizaciones del trabajo en las minas de carbón, que ahora se evidenciaban de la
mano de niveles organizativos y de distintas regiones del país son reprimidas en el dialogo
con las autoridades. La represión ya no está representada por la presencia de una desmedida
movilización antisistémica, y por ende sin objetivos específicos, sino que se da por medio de
la interpelación, por medios arbitrarios y de diálogo permanente.

El proceso de arbitraje y conciliación hacia los conflictos generados entre el trabajador y el


empresario se vinieron dando desde 1898 por un efímero partido socialista. Los intereses
manifestados por éstos últimos fueron dados por el propio programa incesante que los rige
“tratar de siempre remediar los conflictos surgidos entre patrón y trabajadores para la
vigencia de los talleres y fábricas”. La importancia de mantener intacto los medios que dan
trabajo capital al ser humano son protagónicos para el partido socialista. No se avasallan los
mecanismos de dominación que deja la labor institucional sino que se impulsan soluciones un
tanto ineficaces que, además, incluyen, en la conciliación, al propio dominador. Es decir que,
en términos de la conciliación, se da discusión a los conflictos del trabajo donde los
interesados son propiamente el trabajador (sin medios para una discusión legal) y el
empresario (el cual dispone de todos los instrumentos y términos legales para salir invicto).
Esta herramienta (la conciliación) es llamativa, puesto que sale desde intelectuales y
profesionales que se inspiraron en experiencias europeas. El capital se manifiesta de la misma
forma en diversas partes del mundo, pero la particularidad de esta suma es que se puede notar
que existe un consenso entre dichos “agentes de intelecto” que dan soluciones rentables para
la práctica de la dominación. En definitiva, seguir con el juego capital repetidamente donde
quiera que fuera.

Esta posición, a la vez reivindicativa del movimiento obrero, no está en acuerdos con el
movimiento anarquista de Chile de la misma época. Incluso éstos últimos se llegan a
conformar por la decantación de tendencias existentes al interior del movimiento obrero y
popular. Tendencias que se relacionaban principalmente con el mutualismo dominante y la
legalización de las manifestaciones y demandas que están acentuadas, como se ha dicho ya,
desde el inicio del siglo XX.

Como conclusión, se puede afirmar que el movimiento obrero y popular de Chile se fue
transformando y adquiriendo posiciones tanto radicales como pasivas a la hora de enfrentar al
mundo de la élite. No existe una vertiente única que caracterice las luchas que se acentuaron
durante el término del siglo XIX y comienzos del XX. Se deja entrever que la representación
del movimiento obrero pasa de ser un condicionante más para la élite (hasta 1890);
posteriormente se da paso a un movimiento más radical y de confronte directo hacia el
sistema mismo. No solo se manifiestan movilizaciones que necesitaban apuestas a su ámbito
económico, sino que son movimientos tanto individuales como colectivos que ocupaban los
medios violentos, espontáneos y deliberativos para la transformación radical de la estructura
capitalista; y finalmente se muestra un movimiento con mucha más identidad, que dispone de
medios organizativos para ejercerse de forma más creciente. Pero a su vez, se muestra como
esta misma identidad del movimiento se da hacia el marcaque de la proletarización definitiva
del obrero.
Bibliografía

-Sergio Grez Toso, 2007. ”1890-1907: de una huelga general a otra. Comunidades y rupturas
del movimiento popular en Chile”.
-Sergio Grez Toso, 2000. “Transición en las formas de lucha: Motines peonales y huelgas
obreras en Chile (1891-1907).
-Fernando Ortíz, 2005. “El movimiento obrero en Chile. 1891-1919”.
-Sergio Grez Toso, 2002. “¿Autonomía o escudo protector? El movimiento obrero y popular
y los mecanismos de conciliación y arbitraje (Chile, 1900-1924)”.
-Gabriel Salazar, 2012. “Movimientos sociales en Chile”.

También podría gustarte