Bajo El Sombrero de Juan para Imprimir - Ema Wolf

Descargar como pdf o txt
Descargar como pdf o txt
Está en la página 1de 3

N adie en Sansemillas fabricaba

los sombreros como Juan.


Pero ahora ése era un detalle sin importancia. El
perro de Juan, que había estado durmiendo entre los
rosales, se acercó corriendo y le tironeó el pantalón con
Los más empinados, los más
la mano.
vivos, los más galantes sombreros
–Me quedo debajo de tu sombrero hasta que pase
salían de sus manos. Som- breros de
la lluvia –anunció.
copa, de medio queso, redondos,
–Bueno...–dijo Juan–. Será cuestión de esperar un
trian- gulares, de fieltro, para días
poco.
nublados, para no- ches de luna,
Casi enseguida se acercó una vecina que llevaba
amarillos, violetas y hasta sombre- ros grises para saludar
una gansa atada de un piolín.
que, sin ser ninguna rareza, también los fabricaba Juan.
–¡Qué tiempo loco! Menos mal que encontramos un
Una vez entre otras fabricó un sombrero de jardín
techo para guarecernos –comentó la gansa.
de ala muy ancha con una cinta verde alrededor de la
Y allí se quedaron las dos.
copa. Le llevó un día largo terminarlo. Era tan grande que
no cabía dentro de su casa. Lo llevó al jardín y se lo Unos cazadores que la habían escuchado se
probó. Le quedaba muy bien. Era de su medida. acercaron con interés.
–Me gusta –dijo–. Me quedo con él.
Un sombrero tan grande lo protegería del sol, del
granizo, de las hojas que caen en otoño y otros accidentes.
De pronto Juan estiró la mano y la sacó fuera del
sombrero.
–Llueve –comentó.

1
Llegaron los paisanos de a pie y de a caballo, los
—La lluvia nos apaga el fuego del campamento. Y un empleados de correo, toda la flora, toda la fauna, y también
campamento sin fuego no es un campamento los fabricantes de paraguas. Juan los recibía amablemente y
–argumentaron. Así fue como se quedaron cazadores, se disculpaba porque no tenía muchas comodidades para
vecina, gansa, fuego y perro, todos bajo el sombrero de ofrecerles.
Juan. La lluvia seguía, tranquila... Poco a poco se fueron No hubo problemas entre los parroquianos del
arrimando los hombres y las mujeres del pueblo. sombrero.
—¿Podemos quedarnos aquí? –preguntaban. –Pueden Sólo un roce se produjo. Fue cuando un granjero
–les decía Juan. Y entonces ellos, ya con confianza, reconoció en la capelina de una dama las plumas de una
amontonaban jaulas, chicos, terneros y muebles bajo el ala gallina de su propiedad. Devueltas las plumas a la legítima
del gran sombrero. gallina, se hizo la paz.
La lluvia alcanzó por fin a los pueblos cercanos y El embajador de un país vecino, sorprendido por la
pronto todo el país de Sansemillas golpeó a las puertas del lluvia, pidió asilo bajo el sombrero. Detrás de él llegó el país
sombrero buscando abrigo. mismo, y como era más bien tropical se vino cargado de
bolsas de café, loros y caimanes que rasgaban las medias
de las señoras.

2
Pronto algunos países de los alrededores imitaron al Llegaron los capitanes con sus portaaviones, los
de los loros y los caimanes. batallones de soldados y los sabios, que siempre salen sin
—¿Podemos quedarnos hasta que aclare? impermeable.
–preguntaban. Algún loco trajo también la arena de las playas y los
Y Juan hacía un lugarcito para que entraran sus acantilados, como si fuera necesario proteger todo eso de la
plazas, monumentos y museos. lluvia.
Como sin querer empezó a llegar gente de lugares Un continente grande y otro formado de islas
tan lejanos que Juan ni siquiera había oído hablar de ellos. pequeñas se acercaron ronroneando.
Traían osos blancos y animales de cuello fino, que hicieron El último en correr bajo el sombrero trajo un lío de
buenas migas con el perro primero de Juan. avenidas, vías férreas, paralelos y meridianos, todo
Gente de piel roja trajo sus canoas pensando en el confundido y hecho un ovillo.
diluvio y hombres de piel amarilla trajeron regaderas Por fin no entró nada más bajo el sombrero de Juan.
calculando que a la lluvia siempre sucede la sequía. No porque faltara espacio o buena voluntad sino porque ya
no quedaba nada ni nadie por llegar.
Juan se estiró mucho para sacar la mano fuera del
sombrero.
–Ya no llueve –dijo tranquilo–. Es hora de que cada
uno vuelva a su lugar.

También podría gustarte