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La orientación intercultural: Una perspectiva para favorecer la convivencia en

contextos multiculturales

Ana Victoria Garita Pulido1*

Resumen

Este artículo hace alusión al ejercicio profesional de la orientación con


perspectiva intercultural para el abordaje de contextos multiculturales.
Reflexiona sobre la convivencia como un desafío social en contextos
multiculturales, analiza la trascendencia de la cultura en la conformación de la
identidad personal y, por ende, la necesidad de que sea considerada en toda
acción orientadora. Presenta los principios, propósitos y características de la
perspectiva intercultural como modelo integrador para la atención de la
diversidad cultural, junto con algunos argumentos para delimitar la orientación
intercultural, asimismo las actitudes, conocimientos y habilidades que la persona
orientadora ha de desarrollar para ser interculturalmente competente. Además,
plantea aquellas competencias que se han de promover en las poblaciones que
atienden, para crear una interacción de convivencia positiva a partir de las
diferencias.

Palabras claves: Convivencia, identidad, diversidad cultural, orientación,


interculturalidad.

La compleja realidad social vinculada a las altas tasas de desplazamiento de


personas pertenecientes a diferentes culturas y al reconocimiento de la
multiculturalidad existente en un territorio particular pone de manifiesto que la
convivencia es un nuevo desafío social.

Este desafío surge de la consideración de que “las sociedades son cada vez más
diversas, ya que en la actualidad conviven gentes de distintas razas y diferentes
culturas. Esta situación se ve incrementada de forma progresiva debido a las
tendencias migratorias que se van produciendo en el mundo” (Gallardo, 2009, p.
125).

Esta consideración visibiliza la naturaleza multicultural existente en todo


contexto social, hecho que supone acciones conducentes a la creación de
contextos sociales caracterizados por una convivencia cada vez más armoniosa,
incluyente, participativa y equitativa.

Dichas acciones se enfocan en que las personas aprendan a convivir, sustentadas


en “el desarrollo de la comprensión de los otros en un espíritu de tolerancia,
pluralismo, respeto de las diferencias y la paz (…) de la interdependencia
creciente (ecológica, económica, social) de las personas, las comunidades y las
naciones en un mundo cada vez más pequeño, frágil e
interconectado” (Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la
Ciencia y la Cultura [UNESCO], 2003, p. 29).

Una interacción social positiva caracterizada por el respeto, la tolerancia y la


interdependencia debe partir del reconocimiento de las diferencias, de la
inclusión y participación social de todas las personas en un contexto particular.

La convivencia entendida como un desafío en una sociedad multicultural conlleva


a que desde las diversas instituciones y actores sociales se implementen
acciones tendientes a favorecer la creación de espacios de interacción social
positiva, basados en el reconocimiento y valoración real de la diferencia, de
manera que se favorezcan espacios en que se fomente la comprensión mutua,
basada en principios de respeto a la diversidad, la solidaridad e interdependencia
entre diferentes personas, grupos culturales y naciones (UNESCO, 2003).

Para la consecución de dicho propósito, y como una forma de ampliar su


quehacer, la orientación como disciplina y profesión tiene una responsabilidad
social, que en este caso consiste en implementar acciones para que las personas
aprendan a convivir en los contextos en que se desarrollan. Esta tarea supone
ampliar la práctica profesional con referentes teóricos más integradores que
permitan la comprensión de las diferencias culturales presentes en dichos
contextos, de manera que esta se ajuste a las características y necesidades
particulares de las poblaciones que se atienden.

Las culturas como foco de atención en la intervención orientadora

La cultura es un elemento determinante en la conformación de la identidad


personal, pues las características propias del grupo de pertenencia repercuten de
forma directa en su conformación. Este aspecto resulta trascendente en
cualquier acción orientadora, pues “la identidad es primero y sobre todo una
pertenencia objetiva: al ser parte de un grupo la persona adquiere el carácter
peculiar de ese grupo” (Martín-Baró, 1992, pp. 117).

Para conocer a las personas y las sociedades, se requiere reconocer y aceptar la


diversidad cultural implícita; según el grupo cultural al que se pertenece, se
aprende una cosmovisión e idiosincrasia particular, las cuales son reproducidas
en los diversos contextos en que se interactúa.

De ahí que la cultura interviene en el desarrollo y bienestar personal y colectivo


ya que “… produce en los seres humanos un modo de concebir el mundo, de
pensar, percibir, hablar, sentir y valorarse a [sí] mismo, expresarse y
comportarse, comunicarse y organizarse socialmente (Us Soc, 2002, p. 32).
Favorecer el bienestar personal y colectivo ha de ser el propósito de toda política
pública y, por ende, de las diferentes instituciones y actores sociales que ejercen
su labor en un contexto particular. Para ello, se requieren políticas que se
traduzcan en acciones que visibilicen, respeten y favorezcan a los diversos
grupos culturales y étnicos que coexisten en un determinado territorio.

En el caso de la orientación –que busca coadyuvar en ese bienestar y se ejerce


en contextos muy particulares–, entender y discernir la realidad cultural de las
personas y su trascendencia para el desarrollo integral es un requerimiento
fundamental para la intervención (Repetto, 2001). No obstante, en algunas
ocasiones –ocurre en la práctica– se atiende a la persona desenraizándola de su
contexto, por tanto, de los elementos constitutivos de su identidad, los cuales
vienen dados por su grupo cultural y lugar de pertenencia.

Esto demanda modelos teóricos con mayor influjo social que le permitan, a la
persona orientadora, conocer los elementos de tipo social, político, cultural,
económico y axiológico que permitan vislumbrar la diversidad de estilos de vida
de las poblaciones que atiende (Gavilán, 2006), según el lugar y cultura de
procedencia.

El reconocimiento de la realidad multicultural de los diversos contextos en que se


ejerce la orientación pone de manifiesto la importancia de emprender acciones
ajustadas a sus necesidades y características particulares. Esto implica que, para
trabajar desde esta perspectiva, se hace necesario contar con un marco de
referencia conforme a las diversas realidades socioculturales, para dar una
respuesta efectiva a los retos que estas generan.

La perspectiva intercultural: un referente para la acción orientadora

Reconocer que un contexto social es culturalmente diverso supone que el


abordaje por parte de los actores sociales no puede quedar sujeto a una visión
simplista y estática de la realidad. Implica no solo reconocer la complejidad de
ese contexto multicultural, sino también lo que demanda para fomentar acciones
que fortalezcan la convivencia armónica entre las personas, a partir del
significado y comprensión de las diferencias. Conlleva asumir que “la diversidad
es la norma, que todo grupo humano es diverso culturalmente y puede ser
descrito en función de sus características culturales … de sus diferentes formas
de estar, ver y construir el mundo, la realidad, sus relaciones con los demás
…” (Aguado, 2003, p. 14).

Esa conceptuación de la diversidad cultural conduce a considerar lo diverso como


un aspecto inherente a la naturaleza humana, como fuente de crecimiento y
enriquecimiento personal y colectivo, que delimita nuevos derroteros en las
acciones que se emprenden para atenderla de manera adecuada.

Desde esta perspectiva, la interculturalidad se plantea como un modelo integral


para atender la diversidad cultural que se concibe como:
[Una alternativa] socio política propositiva muy clara expresada en acciones
tendientes al reconocimiento de las posibilidades y riquezas de nuestra
diversidad, el sostenimiento de nuestras particularidades y la lucha frontal contra
las desigualdades instaladas en la sociedad en pos de aportar a la solución de
conflictos entre culturas y a la transformación del marco estructural que origina
inequidad política, socio-económica y cultural (Vásquez, 2007, p. 1).

La interculturalidad conlleva una posición epistemológica que considera lo


diverso como un aspecto positivo, como fuente de desarrollo personal y social.
Como acción propositiva supone la realización de esfuerzos vinculados a un
cambio ideológico en el sistema social, al pretender la construcción de
sociedades más equitativas y participativas, en las que la convivencia sea en
equidad e igualdad de oportunidades con principios de respeto, aceptación e
inclusión.

Por ello, la perspectiva intercultural no puede ser reducida a la atención de las


necesidades exclusivas de grupos culturales que sean objeto de exclusión social,
sino más bien constituye:

La propuesta de una sociedad que abre sus ojos a la diversidad cultural interna y
mundial y que hace de esta diferencia el tema central en su propuesta. Apunta a
una transformación social que busca el tránsito de una dinámica social movida
por la dominación y la negación de las diferencias culturales a una dinámica
social que promueva afirmación identitaria y acercamientos, préstamos y
fusiones entre culturas en equidad de condiciones. (Vásquez, 2007, p. 4)

Esta perspectiva pretende romper con el esquema de desigualdad y exclusión


imperante entre grupos culturales, apuesta al abordaje del total de la población
considerando sus particularidades y fortaleciendo identidades, con el propósito
de inducir a una convivencia social adecuada, en un marco de respeto y
valoración positiva de las diferencias. De acuerdo con Giménez (2003) y Aguado
(2003) algunas de sus características son:

• Sitúa en el foco de la reflexión la diversidad cultural, la considera un constructo


dinámico, cambiante y adaptativo. Asume las diferencias como la norma, no
como una deficiencia.

• Busca las convergencias sobre las cuales establecer vínculos y puntos en


común entre las diversas culturas. Pone énfasis en el aprendizaje mutuo, la
cooperación y el intercambio.

• Promueve la convivencia entre diferentes, trata de construir la unidad en la


diversidad. Propicia el descubrimiento, encuentro, confrontación, el
reconocimiento y aceptación de las otras personas.

• Se orienta al desarrollo de competencias en todos los ámbitos sociales, con el


fin de superar la desigualdad, el racismo y la discriminación social.

Enfatiza en la interacción y en la valoración positiva de lo diferente, su fin es


provocar en las personas un aprendizaje para la convivencia en equilibrio, lo cual
lleva a la creación de contextos cada vez más armoniosos en los que esas
personas puedan convivir en equidad e igualdad de condiciones.

El abordaje con perspectiva intercultural representa un accionar sistemático y


unificado que constituye un proceso político y social que aglutina los esfuerzos
del estado y de la sociedad civil para alcanzar tales propósitos. Supone:

La promoción sistémica y gradual, desde el Estado y desde la sociedad civil, de


espacios y procesos de interacción positiva que vayan abriendo y generalizando
relaciones de confianza, reconocimiento mutuo, comunicación efectiva, diálogo y
debate, aprendizaje e intercambio, regulación pacífica del conflicto, cooperación
y convivencia…, en el contexto de un Estado democrático, participativo y de una
Nación multicultural, multilingüe y multiétnica. (Us Soc, 2002, p. 52)

La realidad multicultural de los contextos en que se ejerce la orientación exige


incorporar, en el cuerpo de conocimientos que la sustentan, modelos
integradores que permitan comprenderla para brindar una atención oportuna y
pertinente a las poblaciones a quienes dirige su accionar, considerando la
diversidad existente.

Implementar con éxito la perspectiva intercultural constituye, para la orientación


como disciplina y profesión, una demanda de sentido, porque involucra
trascender las instituciones, los espacios y áreas disciplinares, pues resulta tarea
para todos los actores e instituciones sociales.

La orientación intercultural: La necesidad de infundir la perspectiva intercultural


en el ejercicio profesional

Asumir la perspectiva intercultural como referente en el ejercicio profesional


resulta una tarea impostergable para la persona orientadora, pues las diferencias
culturales son una realidad que no se puede ignorar (Repetto, 2001). Dicha
perspectiva le posibilita facilitar procesos vinculados con la convivencia adecuada
a partir de las diferencias y provee a la persona orientadora de un marco
referencial que reconoce las culturas y su trascendencia en el desarrollo personal
y social.

Repetto (2001) hace referencia a lo que implica asumir la perspectiva


intercultural en la labor orientadora:

a) Circunscribir los enfoques, teorías y metodologías a un contexto particular.


b) Reconocer que en la relación de ayuda dos o más de las personas
participantes pertenecen a distintas culturas.
c) Contextualizar la intervención con los elementos que caracterizan las culturas
presentes en la relación de ayuda.
d) Adecuar culturalmente los conocimientos, destrezas y actitudes en la ayuda
profesional.

La perspectiva intercultural en los servicios de orientación resulta necesaria,


pues implica “una perspectiva dinámica de la diversidad cultural… se centra en el
contacto y la interacción, la influencia mutua” (Aguado, 2003, p. 14),
propiciando contextos de sana convivencia.

Para la persona orientadora el punto de partida –como el de llegada– es


contextualizar las acciones que emprende, en términos de que estas involucren
las particularidades culturales de las personas a quienes dirige su accionar.
Obviar este presupuesto es continuar invisibilizando la relación dialéctica persona
–entorno, descontextualizando a la persona de su grupo cultural de pertenencia
y, con ello, omitiendo en la intervención los atributos culturales, sociales,
políticos, axiológicos, ambientales, entre otros, que conforman su identidad y su
estilo de vida.

Contextualizar la acción orientadora implica un proceso de reflexión acerca de la


trascendencia de la cultura en el desarrollo personal y colectivo. Das (2000),
citado por Sanz (2001), propone algunas interrogantes para la reflexión
conducentes a la contextualización de la práctica orientadora:

• ¿Cómo la cultura condiciona la conducta de todos los seres humanos?


• ¿Cómo las normas, valores y expectativas culturales pueden crear dificultades
para las cuales las personas buscan solución?
• ¿Cómo cada cultura desarrolla una serie de mecanismos para ayudar a los
individuos a enfrentarse a sus problemas?
• ¿Cómo surgen dificultades en una sociedad multicultural? ¿Cómo se pueden
atender esas dificultades?

Esta reflexión facilita que la diversidad cultural sea un eje transversal de las
múltiples acciones que la persona orientadora desarrolle en un contexto
determinado, pues la perspectiva intercultural no se reduce a la aplicación de
programas de orientación, sino a infundirla en todas las dimensiones del ejercicio
profesional (Repetto, 2001), es decir, incorporarla al desarrollo de una
orientación intercultural.

Aunado a la reflexión sobre la valoración de la cultura y su impacto en la


configuración de la identidad personal y colectiva, la persona orientadora
requiere de un análisis previo o simultáneo enfocado en sí misma, por cuanto
como persona también ha sido condicionada por el grupo cultural al que
pertenece. Malik (2003) señala una serie de competencias interculturales por
desarrollar para una adecuada atención a la diversidad cultural:

• Actitudes interculturales: referidas a la curiosidad, apertura, aceptación,


disposición, voluntad para cuestionar los propios valores, creencias y
comportamientos asumiendo que no son los únicos o correctos.

• Conocimientos: de los grupos sociales, de sus costumbres, el conocimiento de


otras personas, de cómo se ven a sí mismas, de los procesos de interacción
social, de cómo funcionan y cómo se forman los grupos sociales y sus
identidades.

• Habilidades o destrezas: relacionadas con la interpretación y comparación de


perspectivas, hechos, ideas o documentos de otras culturas y relacionarlos con la
propia cultura. A la vez con el aprendizaje e interacción que permitan aprender
de las diversas culturas y favorecer la interacción.

Como puede verse, ser interculturalmente competente implica para la persona


orientadora atender, desde un marco de respeto y valoración positiva, la
diversidad cultural existente en los contextos en que labora, asumir una actitud
de apertura ante las múltiples identidades que confluyen en estos y, a la vez,
tomar conciencia de sí misma reconociendo su propio bagaje familiar, social y
cultural, y ocuparse de que este no interfiera en la práctica profesional.

Esto permite a la persona orientadora alcanzar un nivel adecuado de


competencia intercultural, traducido en el desarrollo de acciones que favorezcan,
en las poblaciones meta, habilidades y destrezas para interactuar positivamente
en ambientes culturalmente diversos. La suma de dichas acciones converge
hacia la consecución de competencias interculturales por parte de las personas
destinatarias, que de acuerdo con Malik (2003) son:

• Eficacia intercultural: vinculada con la comprensión y conocimiento de la propia


cultura, la conciencia de la existencia y validez de otras culturas, las habilidades
para mantener relaciones interculturales eficaces, la identificación de pautas
comunicativas y de actitudes discriminatorias, el conocimiento de las
características y códigos de otras culturas.
• Comprensión de las diferencias y respeto hacia la diversidad: relacionado con
la consciencia y comprensión de la diversidad que caracteriza a personas y
grupos sociales, el análisis de los valores personales respecto al sexismo, el
racismo, prejuicio y discriminación, el reconocimiento y cuestionamiento de los
estereotipos y la comprensión de su impacto en la propia conducta y en la de
otras personas.

Estas competencias facilitan, en las personas destinatarias, posibilidades para


interactuar de manera adecuada con otras personas y en contextos diversos en
un marco de tolerancia, respeto y aceptación, lo que constituye un insumo para
la construcción de identidades y sociedades cada vez más inclusivas, equitativas,
democráticas y participativas, desde el supuesto básico de la valoración positiva
de la diferencia.

La perspectiva intercultural delimita nuevos derroteros para la orientación como


disciplina y profesión que representan, como ya se mencionó, una demanda de
sentido vinculada a la ampliación de sus referentes teóricos y metodológicos.
Para Rojas (2007, p. 250) esta ampliación se relaciona con “un mirar de la
Orientación y su acción desde la complejidad humana … teniendo así una visión
de ser humano físico, biológico, psíquico, antropológico, revestido de una
personalidad, en constante interacción con lo cultural y lo social”.

De manera que se pueda transitar de una visión psicológica de la persona, hacia


una que además aporte elementos biológicos, sociológicos-antropológicos y
culturales para la comprensión de la complejidad humana y social; que posibilite
el ejercicio de una orientación realmente intercultural.

Esto implica la revisión y reestructuración de la propuesta curricular de la carrera


de Orientación impartida por las instituciones de educación superior, de manera
que se incluya como parte de la formación, temas con mayor influjo social
relacionados con los procesos de identidad y socialización, la noción de cultura,
el conocimiento de las culturas y de los procesos sociales, la perspectiva
intercultural, la formación en competencias interculturales, entre otros.

Para las personas profesionales que ya ejercen la orientación, supone


actualizarse en dichas temáticas de manera que se les facilite una visión
centrada en la complejidad de las personas y de los contextos en los cuales se
desempeñan.

Consideraciones finales

La naturaleza multicultural de todo contexto social representa una demanda de


sentido para todas las instituciones y actores sociales vinculados con la
convivencia social positiva. Así la persona orientadora debe incorporar a su
quehacer acciones que promuevan el reconocimiento, respeto y valoración
positiva de las diferencias.

El grupo cultural de pertenencia influye en la conformación de la identidad


mediante procesos de socialización desde los cuales se modela a las personas
que lo integran, en costumbres, valores, tradiciones; en la forma de percibirse a
sí mismas, de ver el mundo, de relacionarse, de expresarse y de convivir.

Las culturas cobran relevancia para la orientación como disciplina y profesión por
su trascendencia en el desarrollo personal y colectivo. Realidad que la persona
orientadora no puede obviar, si desea que sus acciones sean oportunas y
pertinentes a las necesidades y características particulares de las personas en
general y de las que atiende en particular.

La perspectiva intercultural pretende la convivencia armónica a partir de la


diferencia; surge como una propuesta para la atención a la diversidad cultural,
basada en principios de inclusión, respeto, tolerancia, equidad y valoración
positiva de la diferencia.
Esto denota un posicionamiento epistemológico frente a la diferencia, el cual se
vinculada a su consideración como un aspecto real y positivo inherente a la
naturaleza humana. Conlleva acciones que pretenden reducir las desigualdades y
la exclusión, fortalecer identidades y crear entornos sociales de sana
convivencia. Representa una propuesta que debe ser llevada a cabo desde el
Estado y la sociedad civil, por lo que la orientación tiene una responsabilidad
social que cumplir ante la realidad multicultural de los contextos en que se
circunscribe su accionar.

Asumir la perspectiva intercultural supone, para la persona orientadora,


impregnar toda su intervención con sus fundamentos; involucra una inclusión de
la interculturalidad en los enfoques; las teorías; la conceptuación de la relación
de ayuda y de las personas destinatarias, los conocimientos, habilidades y
destrezas; todo lo cual conlleva a la contextualización de la práctica profesional.

A la vez, incluye tomar conciencia de los valores, actitudes, prejuicios,


comportamientos, entre otros, propios del acervo cultural de la persona
orientadora, pues podrían interferir en su práctica profesional. Esto conduce a un
ejercicio profesional interculturalmente competente, que implica para la persona
orientadora ser consciente de su propio bagaje sociocultural, tener apertura a la
diversidad cultural existente en un contexto particular y contextualizar su
práctica culturalmente.

Estas acciones confluyen en la adquisición de competencias interculturales por


parte de las personas destinatarias de la acción orientadora, vinculadas con la
eficacia para interactuar en contextos multiculturales y a la comprensión de las
diferencias y el respeto a la diversidad.

Para la formación profesional representa la inclusión de temas con mayor influjo


social que faciliten una visión dinámica de la persona como un todo indivisible en
continua interacción con su entorno, a partir de referentes sociológicos-
antropológicos. Para las personas que ya ejercen la orientación, la formación
continua les debe permitir una visión de la complejidad humana y de los
contextos sociales donde llevan a cabo su labor.

Los aspectos sobre los que se ha reflexionado en este artículo constituyen solo
una propuesta producto del interés personal y profesional, surgida de la realidad
social compleja y de la experiencia laboral en contextos donde interactúan
personas de diversas culturas. Como tales, pretenden abrir la discusión referente
a las implicaciones de la diversidad cultural de los contextos en que se ejerce la
orientación y el desarrollo de una orientación intercultural.

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