Poemas Machado y Compañía
Poemas Machado y Compañía
Poemas Machado y Compañía
CAUPOLICÁN
A Enrique Hernández Miyares.
Por casco sus cabellos, su pecho por coraza, pudiera tal guerrero, de Arauco en la región,
lancero de los bosques Nemrod que todo caza, desjarretar un toro, o estrangular un león.
Anduvo, anduvo, anduvo. Le vio la luz del día, le vio la tarde pálida, le vio la noche fría, y
siempre el tronco de árbol a cuestas del titán.
"¡El Toqui, el Toqui!", clama la conmovida casta. Anduvo, anduvo, anduvo. La aurora dijo:
"Basta", e irguióse la alta frente del gran Caupolicán.
Era un aire suave, de pausados giros; el hada Harmonía ritmaba sus vuelos, e iban
frases vagas y tenues suspiros entre los sollozos de los violoncelos.
4 Sobre la terraza, junto a los ramajes, diríase un trémolo de liras eolias cuando acariciaban los
sedosos trajes, sobre el tallo erguidas, las blancas magnolias.
2
12 Cerca, coronado con hojas de viña, reía en su máscara Término barbudo, y, como un
efebo que fuese una niña, mostraba una Diana su mármol desnudo.
16 Y bajo un boscaje del amor palestra, sobre el rico zócalo al modo de Jonia, con un candelabro
prendido en la diestra volaba el Mercurio de Juan de Bolonia.
La orquesta perlaba sus mágicas notas; un coro de sones alados se oía; galantes pavanas, fugaces
gavotas, cantaban los dulces violines de Hungría.
Al oír las quejas de sus caballeros, ríe, ríe, ríe la divina Eulalia, pues son un tesoro las flechas de Eros,
el cinto de Cipria, la rueca de Onfalia.
Tiene azules ojos, es maligna y bella; cuando mira, vierte viva luz extraña; se asoma a las húmedas
pupilas de estrella el alma del rubio cristal de Champaña.
¡Amoroso pájaro que trinos exhala bajo el ala a veces ocultando el pico; que desdenes rudos lanza
bajo el ala, bajo el ala aleve del leve abanico!
Cuando a medianoche sus notas arranque y en arpegios áureos gima Filomela, y el ebúrneo cisne,
sobre el quieto estanque,
3
la marquesa alegre llegará al boscaje, boscaje que cubre la amable glorieta donde han de estrecharla
los brazos de un paje, que siendo su paje será su poeta.
Al compás de una canto de artista de Italia que en la brisa errante la orquesta deslíe, junto a los
rivales, la divina Eulalia, la divina Eulalia ríe, ríe, ríe.
¿Fue acaso en el tiempo del rey Luis de Francia, sol con corte de astros, en campos de azur, cuando
los alcázares llenó de fragancia la regia y pomposa rosa Pompadour?
¿Fue cuando la bella su falda cogía con dedos de ninfa, bailando el minué
y de los compases el ritmo seguía sobre el tacón rojo, lindo y leve el pie?
66 ¿O cuando pastoras de floridos valles ornaban con cintas sus albos corderos, y oían,
divinas Tirsis de Versalles, las declaraciones de sus caballeros?
70 ¿Fue en ese buen tiempo de duque pastores, de amantes princesas y tiernos galanes,
cuando entre sonrisas y perlas y flores iban las casacas de los chambelanes?
SONATINA
La princesa está triste... ¿Qué tendrá la princesa?. Los suspiros se escapan de su boca de
fresa, que ha perdido la risa, que ha perdido el color.
La princesa está pálida en su silla de oro,
5 está mudo el teclado de su clave sonoro;
y en un vaso, olvidada, se desmaya una flor.
4
El jardín puebla el triunfo de los pavos reales. Parlanchina la dueña dice cosas banales y
vestido de rojo piruetea el bufón.
10 La princesa no ríe, la princesa no siente; la princesa persigue por el cielo de Oriente la
libélula vaga de una vaga ilusión.
¡Ay! la pobre princesa de la boca de rosa 20 quiere ser golondrina, quiere ser mariposa, tener
alas ligeras, bajo el cielo volar; ir al sol por la escala luminosa de un rayo, saludar a los lirios
con los versos de mayo, o perderse en el viento sobre el trueno del mar.
5
-Calla, calla, princesa -dice el hada madrina-; en caballo con alas hacia acá se encamina,
45 en el cinto la espada y en la mano el azor el feliz caballero que te adora sin
verte, y que llega de lejos, vencedor de la Muerte, a encenderte los
labios con su beso de amor.
Ínclitas razas ubérrimas, sangre de Hispania fecunda, espíritus fraternos, luminosas almas,
¡salve!.
Porque llega el momento en que habrán de cantar nuevos himnos
lenguas de gloria. Un vasto rumor llena los ámbitos;
mágicas ondas de vida van renaciendo de pronto;
retrocede el olvido, retrocede engañada la muerte;
se anuncia un reino nuevo, feliz sibila sueña
y en la caja pandórica, de que tantas desgracias surgieron,
encontramos de súbito, talismánica, pura, riente,
cual pudiera decirla en su verso Virgilio divino,
la divina reina de luz, ¡la celeste Esperanza!. [...........]
Unanse, brillen, secúndense tantos vigores dispersos; formen todos un solo haz
6
de energía ecuménica.
Sangre de Hispania fecunda, sólidas, ínclitas razas, muestren los dones pretéritos que fueron
antaño su triunfo. Vuelva el antiguo entusiasmo, vuelva el espíritu ardiente que regará lenguas
de fuego en esa epifanía.
Juntas las testas ancianas ceñidas de líricos lauros y las cabezas jóvenes que la alta Minerva
decora, así los manes heroicos de los primitivos abuelos, de los egregios padres que abrieron
el surco prístino, sientan los soplos agrarios de primaverales retornos
y el rumor de espigas que inició la labor triptolémica.
Un continente y otro renovando las viejas prosapias, en espíritu unidos, en espíritu y ansias y
lengua, ven llegar el momento en que habrán de cantar nuevos himnos.
La latina estirpe verá la gran alba futura: en un trueno de música gloriosa, millones
de labios saludarán la espléndida luz que vendrá del Oriente,
Oriente augusto, en donde todo lo cambia y renueva la eternidad de Dios, la actividad
infinita.
Y, así sea Esperanza la visión permanente en nosotros.
¡Ínclitas razas ubérrimas, sangre de Hispania fecunda!.
A ROOSEVELT
¡Es con voz de la Biblia, o verso de Walt Whitman, que habría que llegar hasta ti, Cazador!
Primitivo y moderno, sencillo y complicado, con un algo de Washington y cuatro de Nemrod.
Eres los Estados Unidos, eres el futuro invasor
de la América ingenua que tiene sangre indígena, que aún reza a Jesucristo y aún habla en
español.
7
Eres soberbio y fuerte ejemplar de tu raza; eres culto, eres hábil; te opones a
Tolstoy.
Y domando caballos, o asesinando tigres, eres un Alejandro-Nabucodonosor.
(Eres un profesor de energía, como dicen los locos de hoy.)
Los Estados Unidos son potentes y grandes. Cuando ellos se estremecen hay un
hondo temblor que pasa por las vértebras enormes de los Andes.
Si clamáis, se oye como el rugir del león. [...........]
Mas la América nuestra, que tenía poetas desde los viejos tiempos de
Netxahualcoyotl, que ha guardado las huellas de los pies del gran Baco, que el alfabeto
pánico en un tiempo aprendió; que consultó los astros, que conoció la Atlántida, cuyo
nombre nos llega resonando en Platón, que desde los remotos momentos de su vida vive de
luz, de fuego, de perfume, de amor, la América del gran Moctezuma, del Inca, la América
fragante de Cristóbal Colón,
la América católica, la América española, la América en que dijo el noble Guatemoc:
"Yo no estoy en un lecho de rosas"; esa América que tiembla de huracanes y que vive de
Amor, hombres de ojos sajones y alma bárbara, vive.
Y sueña. Y ama, y vibra; y es la hija del Sol.
Tened cuidado. ¡Vive la América española!
Hay mil cachorros sueltos del León Español.
Se necesitaría, Roosevelt, ser Dios mismo,
el Riflero terrible y el fuerte Cazador,
8
para poder tenernos en vuestras férreas garras.
LOS CISNES
¿Qué signo haces, oh Cisne, con tu encorvado cuello al paso de los tristes y errantes
soñadores?
¿Por qué tan silencioso de ser blanco y ser bello, tiránico a las aguas e impasible a las
flores?
Yo te saludo ahora como en versos latinos te saludara antaño Publio Ovidio Nasón.
Los mismos ruiseñores cantan los mismos trinos, y en diferentes lenguas es la misma
canción.
Brumas septentrionales nos llenan de tristezas, se mueren nuestras rosas, se agostan nuestras
palmas, casi no hay ilusiones para nuestras cabezas, y somos los mendigos de nuestras pobres almas.
Nos predican la guerra con águilas feroces, gerifaltes de antaño revienen a los puños, mas no
brillan las glorias de las antiguas hoces, ni hay Rodrigos ni Jaimes, ni hay Alfonsos ni Nuños. [ ]
9
La América Española como la España entera fija está en el Oriente de su fatal destino; yo
interrogo a la Esfinge que el porvenir espera con la interrogación de tu cuello divino.
NOCTURNO
Y el viaje de un vago Oriente por entrevistos barcos, y el grano de oraciones que floreció en
blasfemia, y los azoramientos del cisne entre los charcos, y el falso azul nocturno de inquerida
bohemia. [ ]
El ánfora funesta del divino veneno que ha de hacer por la vida la tortura
interior, la conciencia espantable de nuestro humano cieno y el horror de sentirse
pasajero, el horror
1
0
YO SOY AQUEL...
Yo soy aquel que ayer no más decía el verso azul y la canción profana, en cuya noche un
ruiseñor había que era alondra de luz por la mañana.
El dueño fui de mi jardín de sueño, lleno de rosas y de cisnes vagos; el dueño de las
tórtolas, el dueño de góndolas y liras en los lagos;
y muy siglo diez y ocho y muy antiguo y muy moderno; audaz, cosmopolita; con Hugo
fuerte y con Verlaine ambiguo, una sed de ilusiones infinita. [ ]
Ser, y no saber nada, y ser sin rumbo cierto, y el temor de haber sido y un futuro terror...
Y el espanto seguro de estar mañana muerto, y sufrir por la vida y por la sombra y por
lo que no conocemos y apenas sospechamos, y la carne que tienta con sus frescos
racimos, y la tumba que aguarda con sus fúnebres ramos,
¡y no saber adónde vamos, ni de dónde venimos!...
1
1
JUAN RAMÓN JIMÉNEZ
1
2
ventana entrará una brisa fresca preguntando por
mi alma.
EL VIAJE DEFINITIVO
...Y yo me iré. Y se quedarán los pájaros cantando; y se quedará mi
huerto, con su verde árbol, y con su pozo blanco.
Y yo me iré; y estaré solo, sin hogar, sin árbol verde, sin pozo
1
3
blanco, sin cielo azul y plácido...
Y se quedarán los pájaros cantando.
El poema "¿Soy yo quien anda esta noche..." pertenece a Jardines lejanos (1904) y es bella
muestra de una visión enigmática que se sitúa entre el sueño y la realidad. Esta composición es muy
característica de la poesía inicial de Juan Ramón, tanto por su contenido (la muerte, el misterio de la
identidad, la noche, la naturaleza...) Como por su tono melancólico, la sencillez de la versificación, la
adjetivación matizada, etc.
1
4
que rondaba mi jardín al caer la tarde...? Miro en
torno... Hay nubes y viento...
El jardín está sombrío...
1
5
Las antiguas arañas melodiosas, temblaban
maravillosamente sobre las mustias flores...
Sus cristales, heridos por la luna, soñaban guirnaldas
temblorosas de pálidos colores...
DE PLATERO Y YO
PAISAJE GRANA
1
6
La cumbre. Ahí está el ocaso, todo empurpurado, herido por sus propios cristales, que le hacen sangre
por doquiera. A su esplendor, el pinar verde se agria, vagamente enrojecido; y
las hierbas y las florecillas, encendidas y transparentes, embalsaman el instante sereno de una esencia
mojada, penetrante y luminosa.
Yo me quedo extasiado en el crepúsculo. Platero, granas de ocaso sus ojos negros, se va,
manso, a un charquero de aguas de carmín, de rosa, de violeta; hunde suavemente su boca en los
espejos, que parece que se hacen líquidos al tocarlos él; y hay por su enorme garganta como un pasar
profuso de umbrías aguas de sangre.
El paraje es conocido, pero el momento lo trastorna y lo hace extraño, ruinoso y monumental. Se
dijera, a cada instante, que vamos a descubrir un palacio abandonado... La tarde se prolonga más allá
de sí misma, y la hora, contagiada de eternidad, es infinita, pacífica, insondable...
-Anda, Platero...
POESÍA DESNUDA
Con Diario de un poeta recién casado (1916), entramos de lleno en una nueva etapa, la de
"poesía desnuda" o "intelectual". Poesía "pura", ciertamente, pero con una pureza muy distinta de
aquella de sus comienzos: ahora ha eliminado todos los halagos formales, ha liberado el verso de
medidas estrictas y de la rima, ha prescindido casi por completo de la adjetivación sensorial, y alcanza
así una expresión escueta, con la que pretende comunicarnos vivencias difícilmente comunicables. He
aquí dos poemillas de aquel libro fundamental. En ellos se aprecia, junto a su anhelo de un presente
inacabable, la fusión amorosa del poeta con la naturaleza (el mar).
MAR
1
7
[1]
¡Sólo un punto!
Sí, mar, ¡quién fuera, cual tú,
diverso cada instante, coronado de cielos en su olvido;
mar fuerte -¡sin caídas!-, mar sereno
-de frío corazón con alma eterna-,
¡mar, obstinada imajen del presente!
[2]
Yo no soy yo.
Soy este
que va a mi lado sin yo verlo; que, a veces, voy a ver, y que, a veces, olvido.
El que calla, sereno, cuando hablo, el que
1
8
perdona, dulce, cuando odio, el que pasea por
donde no estoy,
el que quedará en pie cuando yo muera. (De Eternidades. 1918)
El siguiente poema es un buen ejemplo de una "interiorización" de la belleza, la cual reside más
en la conciencia o la sensibilidad del poeta que en la realidad externa.
1
9
ocultos!
LA ETAPA FINAL
No podía faltar en esta selección una muestra, al menos, de "Espacio". Este admirable poema en
prosa (del libro En el otro costado) se compone de tres "fragmentos". Arranca el poeta -una vez más-
de una sensación de plenitud, tan intensa ahora que le hace sentirse dios. La misma plenitud nace del
2
0
canto de una pájaro, capaz de congregar en la visión del poeta todo el gozo y la perfección del universo,
de un universo que acaba confundiéndose con el "yo" del autor. La poesía, aquí claramente
emparentada con el pensamiento idealista, confina con la metafísica. Formalmente, es admirable el
ritmo y el encadenamiento meteórico de las frases.
"Los dioses no tuvieron más sustancia que la que tengo yo." Yo tengo, como ellos, la sustancia
de todo lo vivido y de todo lo porvenir. No soy presente sólo, sino fuga raudal de cabo a fin. Y lo que
veo, a un lado y otro, en esta fuga (rosas, restos de alas, sombra y luz) es sólo mío, recuerdo y ansia
míos, presentimiento, olvido. ¿Quién sabe más que yo, quién, qué hombre o qué dios puede, ha podido,
podrá decirme a mí qué es mi vida y mi muerte, qué no es? Si hay quien lo sabe, yo lo sé más que ése,
y si quien lo ignora, más que ése lo ignoro. Lucha entre este ignorar y este saber es mi vida, su vida, y
es la vida. Pasan vientos como pájaros, pájaros igual que flores, flores, soles y lunas, lunas soles como
yo, como almas, como cuerpos, cuerpos como la muerte y la resurrección; como dioses. Y soy un dios
sin espada, sin nada de lo que hacen los hombres con su ciencia; sólo con lo que es producto de lo vivo,
lo que se cambia todo; sí, de fuego o de luz, luz. ¿Por qué comemos y bebemos otra cosa que luz o
fuego? Como yo he nacido en el sol, y del sol he venido aquí a la sombra, ¿soy de sol, como el sol
alumbro?, y mi nostaljia, como la de la luna, es haber sido sol de un sol un día y reflejarlo sólo ahora.
Pasa el iris cantando como canto yo. Adiós, iris, iris, volveremos a vernos, que el amor es uno y solo y
vuelve cada día [...]
¡El canto, el pájaro otra vez! ¡Ya estás aquí, ya has vuelto, hermosa, hermoso, con otro nombre, con tu
pecho azul gris cargado de diamante! ¿De dónde llegas tú, tú en esta tarde ris con brisa cálida? ¿Qué
dirección de luz y amor sigues entre las nubes de oro cárdeno? Ya has vuelto a tu rincón verde,
sombrío. ¿Cómo tú, tan pequeño, di, lo llenas todo y sales por el más? Sí, sí, una nota de una caña, de
un pájaro, de un niño, de un poeta, lo llena todo y más que el trueno [... ]
VALLEINCLÁN
2
1
Feliz y caprichosa me mordía las manos mandándome estar quieto. No quería que yo la tocase.
Ella sola, lenta, muy lentamente desabrochó los botones de su corpiño y desentrenzó el cabello ante el
espejo, donde se contempló sonriendo. Parecía olvidada de mí. Cuando se halló desnuda, tornó a sonreír
y a contemplarse. Semejante a una princesa oriental, ungióse con esencias. Después, envuelta en seda
y encajes, tendióse en la hamaca y esperó: Los párpados entornados y palpitantes, la boca siempre
sonriente, con aquella sonrisa que un poeta de hoy hubiera llamado estrofa alada de nieve y rosas. Yo,
aun cuando parezca extraño, no me acerqué. Gustaba la divina voluptuosidad de verla, y con la ciencia
profunda, exquisita y sádica de un decadente, quería retardar todas las otras, gozarlas una a una en la
quietud sagrada de aquella noche. Por el balcón abierto se alcanzaba a ver el cielo de un azul profundo
apenas argentado por la luna. El céfiro nocturno traía del jardín aromas y susurros: El mensaje
romántico que le daban las rosas al deshojarse. El recogimiento era amoroso y tentador. Oscilaba la luz
de las bujías, y las sombras danzaban sobre los muros. Allá en el fondo tenebroso del corredor, el reloj
de cuco, que acordaba el tiempo de los virreyes, dio las doce. Poco después cantó un gallo. Era la hora
nupcial y augusta de la media noche. La Niña Chole murmuró a mi oído:
-¡Dime si hay nada tan dulce como esta reconciliación nuestra!
No contesté, y puse mi boca en la suya queriendo así sellarla, porque el silencio es arca santa del
placer. Pero la Niña Chole tenía la costumbre de hablar en los trances supremos, y después de un
momento suspiró:
-Tienes que perdonarme. Si hubiésemos estado siempre juntos, ahora no gozaríamos así. Tienes
que perdonarme.
¡Aun cuando el pobre corazón sangraba un poco, yo la perdoné! Mis labios buscaron nuevamente
aquellos labios crueles. Fuerza, sin embargo, es confesar que no he sido un héroe, como pudiera
creerse. Aquellas palabras tenían el encanto apasionado y perverso que tienen esas bocas rampantes de
voluptuosidad, que cuando besan muerden. Sofocada entre mis brazos, murmuró con desmayo:
-¡Nunca nos hemos querido así! ¡Nunca!
La gran llama de la pasión, envolviéndonos toda temblorosa en su lengua dorada, nos hacía
invulnerables al cansancio, y nos daba la noble resistencia que los dioses tienen para el placer. Al
2
2
contacto de la carne, florecían los besos en un mayo de amores. ¡Rosas de Alejandría, yo las deshojaba
sobre sus labios! ¡Nardos de Judea, yo los deshojaba sobre sus senos! Y la Niña Chole se estremecía en
delicioso éxtasis, y sus manos adquirían la divina torpeza de las manos de una virgen. Pobre Niña Chole,
después de haber pecado tanto, aún no sabía que el supremo deleite sólo se encuentra tras los
abandonos crueles, en las reconciliaciones cobardes. A mí me estaba reservada la gloria de enseñárselo.
Yo, que en el fondo de aquellos ojos creía ver siempre el enigma oscuro de su traición, no podía ignorar
cuánto cuesta acercarse a los altares de Venus Turbulenta. Desde entonces compadezco a los
desgraciados que, engañados por una mujer, se consumen sin volver a besarla. Para ellos será
eternamente un misterio la exaltación gloriosa de la carne.
(Sonata de estío)
MANUEL MACHADO
RETRATO
Me acuso de no amar sino muy vagamente una porción de cosas que encantan a la gente...
La agilidad, el tino, la gracia, la destreza; más que la voluntad, la fuerza y la grandeza...
2
3
Mi elegancia es buscada, rebuscada. Prefiero, a lo helénico y puro, lo chic y lo torero.
Un destello de sol y una risa oportuna amo más que las languideces de la luna.
Medio gitano y medio parisién -dice el vulgo-, con Montmartre y con la Macarena comulgo...
Y, antes que un tal poeta, mi deseo primero hubiera sido ser un buen banderillero.
Es tarde... Voy de prisa por la vida. Y mi risa es alegre, aunque no niego que llevo prisa.
CASTILLA
El ciego sol se estrella en las duras aristas de las armas, llaga de luz los petos y espaldares y flamea
en las puntas de las lanzas.
El ciego sol, la sed y la fatiga
Por la terrible estepa castellana,
al destierro, con doce de los suyos
-polvo, sudor y hierro- el Cid cabalga.
Cerrado está el mesón a piedra y a lodo.
Nadie responde... Al pomo de la espada
y al cuento de las picas el postigo
va a ceder ¡Quema el sol, el aire abrasa!
A los terribles golpes
de eco ronco, una voz pura, de plata
y de cristal, responde... Hay una niña
muy débil y muy blanca
en el umbral. Es toda
ojos azules, y en los ojos. lágrimas.
Oro pálido nimba
2
4
su carita curiosa y asustada.
"Buen Cid, pasad. El rey nos dará muerte, arruinará la casa
y sembrará de sal el pobre campo que mi padre trabaja...
Idos. El cielo os colme de venturas...
¡En nuestro mal, oh Cid, no ganáis nada! "Calla la niña y llora sin gemido...
Un sollozo infantil cruza la escuadra de feroces guerreros.
Y una voz inflexible grita: "¡En marcha!"
El ciego sol, la sed y la fatiga...
Por la terrible estepa castellana, al destierro, con doce de los suyos -polvo, sudor y
hierro-, el Cid cabalga
ANTONIO MACHADO
2
5
en el patio silencioso, buscando una ilusión cándida y vieja: alguna sombra sobre el
blanco muro, algún recuerdo, en el pretil de piedra de la fuente dormido, o, en el aire,
algún vagar de túnica ligera.
En el ambiente de la tarde flota ese aroma de ausencia, que dice al alma
luminosa: nunca, y al corazón: espera.
Ese aroma que evoca los fantasmas de las fragancias vírgenes y muertas.
Sí, te recuerdo, tarde alegre y clara, casi de primavera, tarde sin flores, cuando
me traías el buen perfume de la hierbabuena, y de la buena albahaca,
que tenía mi madre en sus macetas.
Que tú me viste hundir mis manos puras en el agua serena, para alcanzar los frutos
encantados que hoy en el fondo de la fuente sueñan...
Sí, te conozco, tarde alegre y clara, casi de primavera.
Es una tarde cenicienta y mustia, destartalada, como el alma mía; y es esta vieja
angustia que habita mi usual hipocondría.
La causa de esta angustia no consigo ni vagamente comprender siquiera; pero recuerdo
y, recordando, digo:
-Sí, yo era niño, y tú mi compañera.
Y no es verdad, dolor, yo te conozco, tú eres nostalgia de la vida buena y soledad de
corazón sombrío, de barco sin naufragio y sin estrella.
Como perro olvidado que no tiene huella ni olfato, y yerra por los caminos, sin camino,
como el niño que en la noche de una fiesta se pierde entre el gentío y el aire polvoriento y las
candelas chispeantes, atónito, y asombra su corazón de música y de pena,
así voy yo, borracho melancólico, guitarrista lunático, poeta, y pobre hombre en sueños,
2
6
siempre buscando a Dios entre la niebla.
RETRATO
Mi infancia son recuerdos de un patio de Sevilla, y un huerto claro donde madura el limonero;
mi juventud, veinte años en tierra de Castilla; mi historia algunos casos que recordar no quiero.
Ni un seductor Mañara, ni un Bradomín he sido -ya conocéis mi torpe aliño indumentario-, mas
recibí la flecha que me asignó Cupido, y amé cuanto ellas puedan tener de hospitalario.
Hay en mis venas gotas de sangre jacobina, pero mi verso brota de manantial sereno; y,
más que un hombre al uso que sabe su doctrina, soy, en el buen sentido de la palabra, bueno.
Adoro la hermosura, y en la moderna estética corté las viejas rosas del huerto de
Ronsard; mas no amo los afeites de la actual cosmética, ni soy un ave de esas del nuevo gay-
trinar.
Desdeño las romanzas de los tenores huecos y el coro de los grillos que cantan a la luna.
A distinguir me paro las voces de los ecos, y escucho solamente, entre las voces,
una.
¿Soy clásico o romántico?. No sé. Dejar quisiera mi verso, como deja el capitán su
2
7
espada: famosa por la mano viril que la blandiera, no por el docto oficio del forjador preciada.
Converso con el hombre que siempre va conmigo -quien habla solo espera hablar a Dios
un día-; mi soliloquio es plática con este buen amigo que me enseñó el secreto de la filantropía.
Y al cabo, nada os debo; debéisme cuanto he escrito. A mi trabajo acudo, con mi dinero pago
el traje que me cubre y la mansión que habito, el pan que me alimenta y el lecho en donde
yago.
Y cuando llegue el día del último viaje, y esté al partir la nave que nunca ha de
tornar, me encontraréis a bordo ligero de equipaje, casi desnudo, como los hijos de la
mar.
Un buitre de anchas alas con majestuoso vuelo cruzaba solitario el puro azul del cielo.
Yo divisaba, lejos, un monte alto y agudo,
y una redonda loma cual recamado escudo, y cárdenos alcores sobre la parda tierra -harapos
2
8
esparcidos de un viejo arnés de guerra-, las serrezuelas calvas por donde tuerce el Duero para
formar la corva ballesta de un arquero en torno a Soria. -Soria es una barbacana, hacia Aragón,
que tiene la torres castellana-.
Veía el horizonte cerrado por colinas oscuras, coronadas de robles y de encinas; desnudos
peñascales, algún humilde prado donde el merino pace y el toro, arrodillado sobre la
hierba, rumia; las márgenes del río lucir sus verdes álamos al claro sol de estío, y,
silenciosamente, lejanos pasajeros,
¡tan diminutos! -carros, jinetes y arrieros-, cruzar el largo puente, y bajo las arcadas de
piedra ensombrecerse las aguas plateadas del Duero.
Castilla miserable, ayer dominador, envuelta en sus andrajos desprecia cuanto ignora.
¿Espera, duerme o sueña? ¿La sangre derramada recuerda, cuando tuvo la fiebre de la espada?
Todo se mueve, fluye, discurre, corre o gira; cambian la mar y el monte y el ojo que los mira.
¿Pasó? Sobre sus campos aún el fantasma yerra de un pueblo que ponía a Dios sobre la guerra.
2
9
Filósofos nutridos de sopa de convento contemplan impasibles el amplio firmamento; y si les
llega en sueños, como un rumor distante, clamor de mercaderes de muelles de Levante,
no acudirán siquiera a preguntar: ¿qué pasa?
Y ya la guerra ha abierto las puertas de su casa.
Castilla miserable, ayer dominadora, envuelta en sus harapos desprecia cuanto ignora.
El sol va declinando. De la ciudad lejana me llega un armonioso tañido de campana -ya irán
a su rosario las enlutadas viejas-.
De entre las peñas salen dos lindas comadrejas; me miran y se alejan, huyendo, y aparecen de nuevo,
¡tan curiosas!... Los campos se oscurecen. Hacia el camino blanco está el mesón abierto al campo
ensombrecido y al pedregal desierto.
EL MAÑANA EFÍMERO
3
0
venerables y católicas.
El vano ayer engendrará un mañana vacío y ¡por ventura! Pasajero, la sombra de un lechuzo
tarambana, de un sayón con hechuras de bolero; el vacuo ayer dará un mañana huero.
Como la náusea de un borracho ahíto de vino malo, un rojo sol corona de heces turbias las cumbres de
granito; hay un mañana estomagante escrito en la tarde pragmática y dulzona.
Mas otra España nace, la España del cincel y de la maza,
con esa eterna juventud que se hace del pasado macizo de la raza.
Una España implacable y redentora.
España que alborea con un hacha en la mano vengadora, España de la rabia y de la idea.
A UN OLMO SECO
Al olmo viejo, hendido por el rayo y en su mitad podrido, con las lluvias de abril y
el sol de mayo, algunas hojas verdes le han salido.
¡El olmo centenario en la colina que lame el Duero! Un musgo amarillento le
mancha la corteza blanquecina al tronco carcomido y polvoriento.
No será, cual los álamos cantores que guardan el camino y la ribera, habitado
de pardos ruiseñores.
Ejército de hormigas en hilera va trepando por él, y en sus entrañas urden sus
telas grises las arañas.
Antes que te derribe, olmo del Duero, con su hacha el leñador, y el carpintero te
convierta en melena de campana, lanza de carro o yugo de carreta; antes que rojo en el
hogar, mañana, ardas de alguna mísera caseta, al borde de un camino; antes que te
descuaje un torbellino y tronche el soplo de las sierras blancas; antes que el río hasta la
mar te empuje por valles y barrancas, olmo, quiero anotar en mi cartera la gracia de tu
3
1
rama verdecida.
Mi corazón espera
también, hacia la luz y hacia la vida, otro milagro de la primavera.
A JOSÉ Ma PALACIO
3
2
¿tienen ya ruiseñores las riberas?
Con los primeros lirios y las primeras rosas de las huertas, en una tarde azul, sube al Espino, al alto
Espino donde está su tierra...
LA SAETA
¡Oh, la saeta, el cantar al Cristo de los gitanos, siempre con sangre en las manos, siempre
por desenclavar!
¡Cantar del pueblo andaluz, que todas las primaveras anda pidiendo escaleras para subir a la cruz!
¡Cantar de la tierra mía, que echa flores al Jesús de la agonía, y es la fe de mis mayores!
¡Oh, no eres tú mi cantar!
¡No puedo cantar, ni quiero a ese Jesús del madero, sino al que anduvo en el mar!
DE PROVERBIOS Y CANTARES
I
Nunca perseguí la gloria ni dejar en la memoria de los hombres mi canción; yo amo los
mundos sutiles, ingrávidos y gentiles como pompas de jabón.
Me gusta verlos pintarse de sol y grana, volar bajo el cielo azul, temblar súbitamente y quebrarse.
II
¿Para qué llamar caminos a los surcos del azar?...
3
3
Todo el que camina anda, como Jesús, sobre el mar.
XXI
Ayer soñé que veía a Dios y que a Dios hablaba; y soñé que Dios me oría... Después
soñé que soñaba.
XXIX
Caminante, son tus huellas el camino, y nada más; caminante, no hay camino, se hace camino
al andar.
Al andar se hace camino, y al volver la vista atrás se ve la senda que nunca se ha de volver
a pisar. Caminante, no hay camino, sino estelas en la mar.
XLIV
Todo pasa y todo queda, pero lo nuestro es pasar, pasar haciendo caminos, caminos sobre la
mar.
XLVI
Anoche soñé que oía a Dios, gritándome: ¡Alerta!
Luego era Dios quien dormía, y yo gritaba: ¡Despierta!
3
4
L
-Nuestro español bosteza. ¿Es hambre? ¿Sueño? ¿Hastío? Doctor, ¿tendrá el
estómago vacío? -El vacío es más bien en la cabeza.
LIII
Ya hay un español que quiere vivir y a vivir empieza, entre una España que muere y otra
España que bosteza. Españolito que vienes al mundo, te guarde Dios.
Una de las dos Españas ha de helarte el corazón.
DE POESÍAS DE LA GUERRA
El crimen
Se le vio, caminando entre fusiles, por una calle larga, salir al campo frío, aún con
estrellas, de la madrugada.
Mataron a Federico cuando la luz asomaba.
El pelotón de verdugos no osó mirarle la cara.
3
5
Todos cerraron los ojos; rezaron: ¡ni Dios te salva!
Muerto cayó Federico
-sangre en la frente y plomo en las entrañas-.
...Que fue en Granada el crimen
sabed -¡pobre Granada!-, en su Granada...
El poeta y la muerte
3
6