Null 16
Null 16
©Stephie Walls
UN CAMINO POR RECORRER
Título original: Beaten Paths
©2020 EDITORIAL GRUPO ROMANCE
©Editora: Teresa Cabañas
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Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, algunos lugares y situaciones son producto de
la imaginación de la autora, y cualquier parecido con personas, hechos o situaciones son pura
coincidencia.
Todos los derechos reservados. Bajo las sanciones establecidas en las leyes, queda
rigurosamente prohibida, sin autorización escrita del copyright, la reproducción total o parcial de esta
obra por cualquier método o procedimiento, así como su alquiler o préstamo público.
Gracias por comprar este ebook.
Índice
Prólogo
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Epílogo
No te pierdas la historia de Miranda y Austin
Prólogo
Charlie
Los hospitales hacen todo lo posible por ser lugares agradables.
Mantienen los vestíbulos limpios, colocan muebles de cuero alrededor de
falsas chimeneas y añaden pequeños jardines a sus pasillos, pero el esfuerzo
es para los visitantes. Las cafeterías a la entrada, las pequeñas tiendas de
regalos con osos de peluche y grandes corazones rojos, y las fuentes del
deseo llenas de centavos no sirven para que los pacientes se recuperen
antes. Como todo el mundo, me detuve a comer algo antes de enfrentarme a
lo que había arriba.
La gente se aferra a cualquier cosa que le permita olvidar el dolor y la
miseria de los demás. Nadie quiere pensar en lo que pasa a unos pocos pisos
por encima de sus cabezas. Los pacientes son los que tienen que vivir con
las luces fluorescentes brillantes, el olor a desinfectante y esterilizantes, y el
zumbido constante de los aparatos electrónicos. Por eso, a nadie le gustan
los hospitales. Cuando un paciente está ingresado se queda mirando una
pared blanca con el estómago hecho un nudo, pensando en lo que vendrá
después. Mientras tanto, sus familiares y amigos están en el vestíbulo
bebiendo café con leche y deseándoles lo mejor.
No estaba cien por cien seguro de si Jack estaría en el hospital o no.
No era un hombre predecible y menos en estos días. Tenía una buena razón,
así que nadie lo culpaba. Era imposible atraparlo en casa, así que era más
fácil encontrarlo en el hospital.
Acabé de comer y recorrí los pasillos del hospital arrugando la bolsa
amarilla de las patatas fritas. La metí en un cubo de basura. Odiaba estar tan
familiarizado con este lugar, pero así era en las últimas semanas. Odiaba
caminar por los largos pasillos blancos. Cada ruido que hacía parecía
amplificarse en los corredores vacíos. De vez en cuando pasaba por delante
de un médico o un paciente, pero casi todo el tiempo era un largo y vacío
corredor de puertas grises.
Caminé hacia la habitación de Sarah. No la conocía realmente, a pesar
de que habíamos crecido en el mismo pequeño pueblo y habíamos ido
juntos a la escuela. Sin embargo, no nos habíamos relacionado con las
mismas amistades. Yo estaba más cerca de su hermana menor que de ella.
Venir aquí a hablar de negocios parecía una invasión, pero su padre
necesitaba mi ayuda con su rancho de ganado mientras ella estuviera aquí, y
yo necesitaba su opinión.
No había ningún Jack Adams en la habitación. Solo estaba Sarah.
Apostaría lo que fuera a que su padre había estado allí. No podía imaginar
lo que sería dejar a mi hija sola después de todo lo que había pasado.
Seguro que lo mataba tener que marcharse cada vez que venía.
Sarah estaba sentada con una pierna apoyada en el borde del colchón
y la otra colgando. Eso era una buena señal. Verla desconectada de todas las
máquinas era positivo. Se agachó y metió sus pequeñas manos bajo su
muslo, moviendo su pierna para apoyarla junto a la otra. Admiraba su
fuerza de voluntad y su determinación para superar esto. Quería ayudar,
pero no estaba seguro de cómo. Me quedé congelado en la puerta. Ella no
me había visto y me pregunté cuánto tiempo podría esperar antes de que se
volviera demasiado incómodo hacerle notar mi presencia.
Ella se frotó la nariz. Aunque no podía verla con claridad se notaba
que las lágrimas mojaban sus mejillas, aunque no estaba sollozando. Hacía
todo lo posible por mantener sus emociones bajo control, incluso creyendo
que estaba sola. Sus hombros se elevaban con cada respiración profunda en
un esfuerzo por calmarse, pero cada inhalación la hacía temblar.
Quería decir algo, pero no estaba seguro de por dónde empezar. Por
un lado, me sentía avergonzado, ya que no debería ser testigo de este
momento extremadamente privado. Por otro lado, quería consolarla para
aliviar un poco su dolor. Debía de haber algo que pudiera hacer por ella en
lugar de acecharla desde el pasillo. Cuando, finalmente, me hice notar
dando unos golpecitos en el marco de la puerta, Sarah levantó la cabeza.
Inmediatamente, se arrastró la manga de su pijama por la cara para secarse
las lágrimas. No pude descifrar si estaba enfadada o angustiada. Lo que
fuera, le dolía. Sarah se sobrepuso a la emoción y se centró en la pizarra en
blanco que ya me había acostumbrado a ver.
—¿Puedo entrar? —le pregunté, con las manos metidas en los
bolsillos de mi chaqueta.
Ella asintió ligeramente.
—Por supuesto, por favor. —No importaba cuánto dolor tuviera, ella
mantendría la compostura sureña de un pequeño pueblo de Texas, porque
así había sido criada.
No hacía falta ser un genio para ver que este no era el mejor momento
para molestarla, pero había una razón para mi visita. Necesitaba encontrar a
Jack.
—Siento irrumpir. Estaba buscando a tu padre. —Se notaba que ella
quería estar sola.
—No está aquí. —Escondió la cara, evitando el contacto visual—. Si
te das prisa, tal vez puedas atraparlo en casa.
Asentí con la cabeza, pero no me fui. Mis pies estaban atornillados al
suelo y algo me obligó a quedarme.
—¿Eso es todo? —Sus palabras rompieron el hechizo. Cortaron la
tensión que había entre nosotros como un cuchillo, pero en vez de
empujarme me acercaron un poco más.
La única vez que había visto a un ser tan frágil y derrotado había sido
un animal en una trampa. Sarah parecía haber perdido su voluntad de
luchar, y yo tenía un deseo abrumador de abrazarla. Algo en mí quería
susurrarle al oído que todo saldría bien. Sin embargo, no era capaz de
traerle esperanza.
—Sí. —Soné como un idiota. Mi mente se apresuró en encontrar
algún tema del que hablar, algo que le levantara el ánimo, pero me quedé
mudo. No podía imaginar lo que ella estaría pensando de mí—. ¿Estás
bien? —Vaya, ese comentario fue brillante.
No respondió. Las lágrimas brotaron de nuevo. Pude ver cómo se le
atascaban en la garganta cuando intentaba tragarlas para luchar contra ellas.
Se mordió el labio inferior y bajó la cabeza, cerrando los ojos. Las lágrimas
asomaron por sus pestañas y luego se deslizaron por sus mejillas.
Me di cuenta de que no era muy bueno ofreciendo consuelo o apoyo,
pero no podía soportar ver a una mujer llorar. Moví los pies y me senté en la
cama, junto a ella. Sarah se agarró el muslo y movió la pierna para darme
espacio. Se mordió los labios y agitó la cabeza.
—No quiero montar una escena. A papá le daría mucha vergüenza
que me vieras así. —No pretendía dar lástima.
La idea de que alguien tratara de hacerla sentir mal por expresar sus
emociones me mortificaba. Este era un momento muy difícil de su vida;
demonios, tenía suerte de estar viva.
—No estás montando ninguna escena. —No era bueno con las
palabras y menos aún con la empatía, así que traté de mantener la voz
suave. Mi timbre era bastante profundo y en esta habitación austera
reverberaba con bastante fuerza. Lo último que quería era parecer
condescendiente—. Has pasado por mucho. Creo que tienes derecho a
mostrar tus emociones—. Necesitaba que me mirara, que me diera una
indicación de que me había oído, pero no conseguí nada—. Eres una mujer
increíblemente fuerte.
Sacudió la cabeza y sus desordenados rizos rubios rebotaron con el
movimiento.
—No es verdad. —Su voz se quebró y la sentí como un cuchillo en el
corazón—. No soy tan fuerte como todos creen. —Sus hombros se
movieron y se estremecieron mientras luchaba por mantenerse serena. Cada
vez que me miraba a través de sus pestañas oscuras, rápidamente, volvía a
agachar la cabeza.
Sarah quería ocultar su miedo y enmascarar su inseguridad. A pesar
de que no se sentía fuerte necesitaba que la gente siguiera creyendo que lo
era. Entonces me di cuenta de que no era solo su debilidad lo que quería
esconder, sino la desfiguración. Sus dedos pasaron por la zona afeitada de
su cabeza, por encima de los puntos negros donde le habían practicado la
cirugía. Mantenía la cabeza en el ángulo justo para esconder las cicatrices.
Antes de que me diera cuenta de lo que estaba haciendo estiré la mano para
tocar sus mejillas, pero al estremecerse la apoyé sobre su rodilla.
—Por favor, no me mires, Charlie.
Intenté no mostrarle lo sorprendido que estaba por su petición.
—No te miraré si no quieres que lo haga, pero que conste que me
gusta hacerlo.
—No estoy exactamente en mi mejor momento. —Sus palabras
vacilaban ante su inseguridad, y temblaban cada vez que inhalaba
profundamente. Se lamió los labios y luego levantó sus brillantes ojos para
encontrarse con los míos, mostrándome sus defectos—. Ya no hay nada
salvable en mi cara. —Enderezó la columna vertebral y tragó saliva.
Estaba tan fuera de mi elemento que no tenía ni idea de qué decir,
pero quería que siguiera hablando... de cualquier cosa.
—¿Por eso estás llorando? —le pregunté—. ¿Tienes miedo de que
alguien reaccione mal al ver tu cara?
Ella sacudió la cabeza.
—No es solo eso, es que… cada día es más difícil que el anterior.
Cuando pienso que estoy progresando me doy cuenta de que he avanzado
un centímetro en un interminable trecho de kilómetros. Estoy tratando de
ser positiva. Quiero estar agradecida de haber sobrevivido y tener la
oportunidad de recuperarme. Pero es difícil. Muy difícil. Las intenciones de
los fisioterapeutas son mejores que su capacidad. No son dioses y no
pueden hacer milagros. —Asentí con la cabeza y seguí escuchando—. Creo
que debo aceptar que, probablemente, no volveré a caminar. —Dejó caer la
cabeza entre sus manos, con cuidado de evitar los puntos y las abrasiones
—. Estoy agotada. Ya no tengo ganas de pelear. Sé que suena como la
mayor tontería que hayas oído, pero...
Mi corazón se derritió. Quería tranquilizarla, pero mantuve la
distancia. Mi mano permaneció en su rodilla y me encontré acariciando su
suave piel con mi pulgar. El deseo de atraerla hacia mí estuvo a punto de
superar mi fuerza de voluntad. Dios, quería protegerla, pero no la conocía lo
suficiente como para tomarme esa confianza.
—No lo entenderías —susurró—. Nadie lo entiende. Todos me dicen
que tengo suerte de estar viva. Sé que es así, nadie es más consciente de ese
hecho que yo, pero la vida continua para todos los que están fuera de estas
cuatro paredes, mientras que la mía…
Le apreté la rodilla y dejó de hablar. Me dedicó una tenue sonrisa que
me dolió más de lo que me alivió, pero no dejé de acariciar su piel. Puede
que no se diera cuenta del calor y de la vida que había dentro de ella, pero
yo podía sentirlo en las yemas de mis dedos.
—Aparte de papá, estoy yo sola. Los fisioterapeutas y los
innumerables médicos no recordarán mi nombre el día que me den el alta.
Me quedaré a solas con un ejercicio agotador que no produce resultados.
Espero que nunca sepas lo que es.
Me preguntaba si alguien más le habría dado a Sarah la oportunidad
de desahogarse, o si esperaban que fuera la misma mujer que había sido
antes del accidente. No la conocía bien, pero nuestras familias estaban
entrelazadas. Sabía lo mucho que había hecho por Jack y también cuidó de
Miranda cuando su madre se fue. Necesitaba a alguien que la cuidara para
variar, y no parecía que tuviera a alguien.
—La medicación me quita la energía y me nubla la mente, pero sin
ella no hay forma de que pueda hacer la terapia física. Duele. Todo duele
mucho. —Una lágrima se deslizó por su mejilla—. ¿Y si no vuelvo a
caminar? ¿Y si no logro evolucionar? No he conseguido dar ni un solo
paso. Ni uno solo. Estoy lista para tirar la toalla. —Finalmente, se detuvo.
Sus hombros se redondearon, las lágrimas fluyeron y pareció
completamente derrotada.
Por un momento, mi corazón se negó a latir mientras la miraba
fijamente. Su absoluta desesperanza creó una fisura en mi pecho que se
abrió. Me dolía tanto verla así que reaccioné en lugar de pensar. Mis manos
encontraron su cara y le tomé la mandíbula sin tocar ninguna herida. Mis
pulgares rozaron sus lágrimas y la miré a los ojos.
—Oye —dije—. Escúchame. —No dijo nada y tampoco apartó la
vista. Sus ojos me miraban como si pudiera ver a través de ellos, en lo más
profundo de mí—. No puedes rendirte, Sarah.
Su expresión se suavizó y apareció una pizca de euforia. No había
dicho nada que fuera tan importante. Demonios, ni siquiera había dicho
nada poético. Empecé a alejarme, pero antes de retirar la mano de su piel,
ella levantó la suya. Sus dedos vendados descansaron sobre los míos y sus
ojos sonrieron, aunque las lágrimas vinieron más rápido que cuando había
entrado por la puerta
—¿Qué? ¿Qué he hecho? —Mi corazón errático había empezado a
latir de nuevo, y ahora mi pulso acelerado era lo único que podía oír. No
tenía ni idea de lo que había dicho para molestarla, pero fuera lo que fuera
movería montañas para arreglarlo.
—Es solo que... —Sus ojos azules brillaban con el primer destello de
esperanza que veía desde que había entrado en la habitación—. No sabía
que supieras mi nombre.
Mis labios esbozaron una sonrisa que no pude resistir. A pesar de los
puntos y las costras, las cicatrices y los huesos rotos, era la mujer más
adorable que jamás había visto. Cada fibra de mi ser quería acercarla,
abrazarla, sostenerla, pero por primera vez en mi vida tenía miedo de tocar
a una mujer por temor a hacerle daño. Sostuve su cara entre mis manos y
decidí quedarme allí tanto tiempo como ella me permitiera.
Capítulo 1
Sarah
Un mes antes
Había una hermosa mariposa azul en la barandilla del porche. Quería
capturarla y ponerla en un frasco de vidrio, aunque no debía hacerlo. Papá
siempre me había dicho que frotar el polvo de las alas de una mariposa
hacía imposible que volara. No quería lastimarla, solo mirarla un poco más.
Sin embargo, tan pronto como subí al porche salió volando y ya no la vi.
Con la leve distracción desaparecida, era libre de concentrarme en
otras cosas. Tenía una misión en mente ahora que Miranda estaba en casa.
A través de la puerta mosquitera podía oírla trajinar en la cocina como un
mapache. Tenía la cabeza metida en la nevera y esperé pacientemente a que
la sacara. No tenía dudas de que alargaba el tiempo a propósito para
irritarme. Cuando, finalmente, se enderezó tenía un envase de zumo de
naranja en la mano del que bebió directamente. Odiaba eso. Era asqueroso e
insalubre. Ahora, solo ella podía volver a beber de allí. Como siempre, a mi
hermana no parecía importarle, pues eructó y volvió a beber.
Mis facciones se transformaron en una expresión de repugnancia.
—Es increíble que tengas estos modales. —Las palabras salieron de
mi boca antes de que pudiera suavizarlas.
Ella se encogió de hombros y no respondió. Randi nunca quería
iniciar una discusión. Odiaba pelear con mi hermana pequeña casi tanto
como odiaba ser la que tenía que disciplinarla. Ella suspiró y puso los codos
en la encimera que se interponía entre nosotras. Esa encimera había evitado
que nos atacáramos y que nos sacáramos los ojos en más de una ocasión, y
hoy parecía servir para el mismo propósito: una barrera entre las hermanas
Adams.
Ella apretó los brazos sobre el pecho. No tenía ni idea de dónde había
aprendido ese comportamiento tan grosero. Incluso antes de que mamá se
fuera, a Randi nunca se le había permitido actuar de otra forma que no fuera
una jovencita educada.
—He recibido la llamada de tu entrenador esta mañana. —Le solté
con firmeza. Mantuve la mandíbula apretada y la barbilla en alto.
Miranda iba a tomárselo como un desafío, me di cuenta en cuanto se
puso más recta y cuadró los hombros. Estaba a punto de desencadenarse
una pelea a gritos. Murmuró algo sobre una violación de su privacidad.
—Dijo que no te presentaste al campamento ayer, lo cual es extraño,
ya que saliste de casa con tu bolso. Recuerdo que me dijiste que ibas al
campamento. —El calor subió de mi pecho a mis mejillas.
Estaba desesperado por mantener la compostura, pero Randi se había
dado cuenta de lo irritada que estaba.
—No es para tanto, Sarah —resopló.
—Yo pienso que es un gran problema. Te comprometiste con esas
chicas. —No pude evitar que mis manos se convirtieran en puños—.
¿Tienes idea de lo irresponsable que es que la capitana del equipo no se
presente?
Ella frunció los labios.
—Capitana por poco tiempo. Y son animadoras, no el premio Nobel.
—Randi se encogió de hombros—. Además, hay un montón de personas
allí que pueden ayudar.
Odiaba lo complaciente que se mostraba, como si todo le resbalara.
Era posible que quisiera que ella estuviera enojada porque yo estaba
enojada. Notaba como mi enfado se extendía con la misma rapidez que un
incendio forestal, sobre todo cuando se comportaba como una egoísta.
—Me voy la semana que viene. Relájate. —Empezó a alejarse.
Sin pensarlo, la alcancé y le agarré del brazo. Mi ira hervía en el
centro de mi pecho. Quería tener una conversación razonable con mi
hermana de dieciocho años, pero ella se negaba a actuar razonablemente.
Era su modus operandi. Randi se había llevado todo lo que me había
concedido papá, todo por lo que habíamos trabajado. No había hecho nada
para ganar dinero en el rancho y aborrecía el trabajo manual. Mientras
tanto, iba de un lado a otro mostrando su impresionante sonrisa y se salía
con la suya.
Desde que mamá se había ido, Miranda Adams se había negado a
seguir las reglas. Quería establecer las suyas. No iba a permitir que siguiera
sucediendo. Tenía que terminar en algún momento y elegí que ese sería el
día. Quería una respuesta directa. De una forma u otra, Randi tenía que
admitir dónde había estado. Me negaba a dejar que se me escapara otra vez.
—¿Dónde estabas? —le exigí.
Incluso yo noté el frío que se apoderó del aire caliente de Texas. Mi
voz arrojó una neblina helada sobre la conversación y me pareció que
Miranda se estremecía.
Se lamió los labios tratando de ganar tiempo para formular una
mentira. Pero cuanto más buscaba una salida, menos probable era que la
encontrara. Aunque lo hizo.
—En el lago —dijo.
Tonterías. Tuve que aguantar la respiración y contar hasta diez para
no explotar.
—¿Toda la noche?
—No. —Se estaba devanando los sesos mientras hablaba. Mi
hermana era una maestra en seccionar la verdad para ir dándomela en
fragmentos sin sentido—. Hubo una fiesta campestre en Twin Creeks.
—¿Estuviste con Austin?
Austin era un buen chico que venía de buena gente. Todo el pueblo
sabía que los Burins eran como ángeles enviados a la tierra... Austin,
Charlie... bueno, todos ellos.
—Él estaba allí junto a un montón de amigos. —Miranda hablaba con
la expresión engreída y el tono desafiante, como si quisiera pelea. No se iba
a rendir fácilmente.
Yo estaba tan concentrada en mantener mi respiración bajo control
que estaba a punto de desmayarme. La cabeza empezaba a darme vueltas,
como siempre me pasaba cuando se trataba de mi hermana.
—¿Estaba Charlie allí?
No sabía por qué había hecho esa pregunta, pues, en realidad, no me
importaba. Charlie no sabía ni como me llamaba a pesar de que habíamos
ido juntos a la escuela durante doce años y nuestras familias almorzaban
juntas los domingos. No llamaría la atención de Charlie Burin ni aunque le
diera una bofetada.
—Sí. —Se desinfló un poco, y vi algo de lástima en sus ojos.
—Sabes que él y papá están trabajando en un proyecto de irrigación,
¿verdad?
—¿Y qué? —Su carácter volvió a aparecer.
Estaba presionándola demasiado y no me gustaba la expresión de su
cara.
—¿Lo mencionó? —Ella me miró con curiosidad, como
preguntándose por qué sacaba esa conversación. Ni yo misma sabía a dónde
quería llegar.
—No hablé con él —dijo.
Noté que estaba perdiendo fuelle. Esta conversación no iba a ninguna
parte. No tenía sentido. Era como si me fastidiara no haber ido también,
pero si no había ningún tema importante del que hablar era normal que no
me hubieran invitado. Puede que nunca fuera popular ni que formara parte
del mundo social de Mason Belle, pero no era tan aburrida ni tan ingenua
como Randi pensaba. Mi mundo no se reducía a la agricultura.
Miranda nunca entendería lo drásticamente que cambió mi vida el día
en que nuestra madre se fue. La oportunidad de tener una infancia normal
se desvaneció como la madre que nos abandonó. Hice lo que pude, pero no
quería convertirme en la madre suplente de Randi. Lo único que quería de
ella era que actuara con modales.
Sin embargo, parecía que prefería morir antes que hacer algo para
contribuir a la familia de forma positiva. Su asociación con los Burins era
una bendición en muchos sentidos, y siempre recé para que Austin fuera
una buena influencia en las costumbres salvajes de Randi.
Desafortunadamente, parecía inclinarse en la otra dirección. En lugar de
que sus buenas cualidades se le contagiaran, ella hacía lo posible por
contaminarle a él con los peores rasgos de su personalidad.
Yo no podía abandonar a Randi y por eso pasaba por alto muchas
cosas. Por ahora. Los chismes de un pueblo pequeño pueden arruinar a una
chica como Randi y matar cualquier esperanza de estar con un chico como
Austin.
—Tu reputación ya es cuestionable —le dije—. Tu irresponsabilidad
consolida lo que la gente del pueblo piensa de ti. —No quería hacerle daño,
pero odiaba la forma en que me miraba, como si yo fuera patética.
—A nadie en Mason Belle le importa lo que hago. —Cruzó los brazos
sobre el pecho—. Además, tú no eres mi madre.
Sus palabras me escocieron. El desprecio dolía. Dolía desde que
mamá se había ido. Ya eran ocho años de tortura, no solo para mí, sino
también para Randi.
Esto había ido más allá de la regañina que pretendía que fuera y se
había convertido en una lucha a muerte. No podía controlarme, las palabras
salían de mi boca sin poder detenerlas.
—Soy lo más cercano que tienes y me avergüenzo de la persona en la
que te estás convirtiendo.
Su mandíbula se movió y luego se pasó la lengua por los dientes. Me
pregunté si mi hermana iba a escupirme o a golpearme. No hizo ninguna de
las dos cosas.
—¿Ya hemos terminado? —preguntó con más autocontrol del
esperado.
—No del todo.
Las aletas de su nariz se ensancharon. Parecía un caballo listo para
patear el suelo. Quería que entendiera lo que había hecho mal y reconociera
sus actos, pero era demasiado terca para darme esa satisfacción.
—Estás castigada. Puedes ir al campamento de animadoras. Eso es
todo. Hay mucho que hacer por aquí.
Su boca se abrió y sentí una insatisfactoria oleada de victoria. Debería
haber experimentado más alegría por haber ganado la batalla.
—¿Por cuánto tiempo?
Me encogí de hombros mientras juntaba las manos. Randi pensaba
que disfrutaba disciplinándola, pero la verdad era que tenía que unir los
dedos para que no los viera temblar.
—Dos semanas.
—Ni hablar —murmuró, y se dispuso a largarse.
Grité justo cuando llegó al final de los escalones.
—No me pongas a prueba, Miranda. Ya he hablado con papá.
Me sentí un poco ridícula nombrando a mi padre, pues ambas éramos
mujeres adultas, aunque una era un poco más madura que la otra. Sin
embargo, Miranda me había obligado a hacerlo. Puede que a mí no me
hiciera caso, pero a papá lo respetaba.
—De acuerdo. —Hundió los hombros y subió los escalones como un
niño pequeño con un berrinche, solo que tenía dieciocho años.
Segundos después, Randi cerró de un portazo la puerta de su
habitación para asegurarse de que todos en el rancho supieran lo infeliz que
era. Y aunque no me gustó escucharla llorar y tirar cosas durante las dos
horas siguientes, al menos sabía que había hecho lo correcto. Fue una
sensación agridulce.
Me dirigí al segundo piso y entré mi habitación. Necesitaba
refrescarme antes de volver al trabajo. Hacía calor y había una humedad
increíble. Había echado las cortinas, pero no ayudaba a mantener el calor a
raya. Sin embargo, las sábanas estaban frescas. Mi cama estaba en un
rincón y nunca le daba el sol. Suspiré y me hundí en el borde del colchón, y
me masajeé las sienes. Había cosas que hacer en el rancho, pero el calor era
tan opresivo que lo único que me apetecía era acostarme. No habíamos
tenido una ola de calor como esta en años. El aire acondicionado no podía
mantener el ritmo de nuestra vieja granja.
La ropa se me pegó a la piel pegajosa cuando me tumbé en la cama, y
mis ojos se quedaron anclados en la rotación del ventilador del techo. El
giro hipnótico unido al calor hizo que mis párpados se cerraran y dejé que
el sueño me arrastrara.
Lo que pretendía que fueran unos minutos se convirtieron en un par
de horas. Me desperté con un sobresalto y miré el reloj de mi mesita de
noche. Entonces me di cuenta de lo que me había hecho tomar conciencia
tan rápidamente. Me puse en pie y abrí la puerta de mi habitación justo
cuando Miranda cerraba la suya de golpe.
—¡Miranda! —Randi no se detuvo.
Sus chanclas golpearon las maderas duras con cada paso que daba, y
cuando giró en el siguiente tramo de la escalera su pelo oscuro ondeó de tan
rápido como las bajaba. El calor me abanicó la cara, pero no sabía si era por
mi creciente ira o por las mortales temperaturas del sur de Texas. Mi
hermana dio los pasos de dos en dos, y si no conseguía atraparla antes de
que saliera por la puerta principal, ya no lo haría. Odiaba este juego del gato
y el ratón al que jugábamos las dos. Detestaba actuar como su madre. A mis
veinticuatro años debía empezar mi propia vida, no recoger los pedazos de
la que mamá había dejado atrás.
—Vuelve aquí, jovencita. —Sonaba igual que nuestra madre y eso me
hizo sentir mal. Pero no pude evitarlo.
Debería ser papá quien estuviera persiguiendo a su hija para darle
disciplina. Sin embargo, aunque Randi no lo admitiera me necesitaba en
este papel. El problema era que ella también necesitaba que fuera su
hermana, pero yo no podía asumir ambos papeles. No era posible. Las
madres disciplinaban; las hermanas conspiraban.
Si yo me comportara como su hermana la animaría a salir y a desafiar
las reglas. A estar con su novio. La ayudaría a salir a escondidas y la
llevaría a lugares que no le estaban permitidos por su edad. Compartiríamos
secretos. Pero esa relación de hermanas nos la robaron el día que mamá nos
dejó solas con un hombre que no estaba diseñado para ser un padre soltero
de dos niñas.
Randi agarró la manivela de la puerta y abrió justo cuando la
camioneta de Austin entraba en el camino circular frente a nuestra casa. Sus
amigos gritaron palabras de aliento y alguien abrió la puerta del pasajero.
Randi saltó desde el escalón superior del porche hasta el camino de grava,
dio dos pasos y estiró el brazo para coger la mano de su mejor amiga. El
camión no disminuyó la velocidad, y Randi creyó que había ganado al
asomar la cabeza por la ventanilla después de cerrar la puerta. Una sonrisa
malvada le separó los labios y su pelo se agitó alrededor de sus mejillas.
Grité su nombre por última vez, pero no tenía sentido. Desde el
porche vi a mi hermana desafiarme con alegría. Mi pecho se agitaba por la
carrera, y estaba tan enfadada que podría escupir clavos. Y en ese momento,
con sus amigos lanzando insultos infantiles y mi hermana orgullosa de lo
que había hecho, me quebré.
Miranda Adams había ido demasiado lejos esta vez. No solo me había
desobedecido, sino que había desafiado a papá. Estaba cansada de sus
travesuras inmaduras. Tenía los puños tan apretados que mis uñas
atravesaron la piel de la palma, pero no me di cuenta hasta que agarré las
llaves. Me limpié la sangre en los vaqueros y me dirigí a mi coche. Solo
había un lugar al que iban Randi y sus amigos, y si tenía que seguirla hasta
allí y montar una escena, lo haría. Ella se mortificaría, pero se lo merecía.
El volante estaba hirviendo y mi ira burbujeaba. Bajé las ventanillas
hasta que el aire acondicionado funcionó y me metí en el largo camino de
grava. El crujido de las piedrecillas bajo los neumáticos solía calmarme,
pero en este momento me sentaba como tener arena en los ojos. Además,
me impedían avanzar a la velocidad que yo quería.
El largo camino rural hacia el lago se extendía frente a mis ojos y el
calor creaba un espejismo en el asfalto. Bajé la visera para evitar que la luz
golpeara directamente mis pupilas; los brillantes rayos dorados me
impedían la visión.
Y entonces mi mundo se hizo añicos.
No estaba segura de que fue lo que pasó primero. Tal vez, todo
ocurrió a la vez. Fragmentos de vidrio llovieron sobre mis brazos, piernas y
regazo, y se clavaron en mis mejillas incrustándose bajo la piel. Escuché el
ruido de los múltiples airbags desplegándose y mi cinturón de seguridad
dio un tirón, dejándome atrapada contra el asiento.
Me dolía todo, desde la cabeza hasta los dedos de los pies. El dolor
era tan fuerte que no podía identificar dónde empezaba uno y dónde el otro.
Cualquier movimiento me causaba un dolor insoportable, mientras el olor a
gasolina me quemaba las fosas nasales. Tenía que liberarme, pero a pesar de
mis esfuerzos no había ni un solo músculo que pudiera mover con éxito.
Estaba inmovilizada o paralizada; no podía precisarlo.
La oscuridad invadió los bordes de mi visión y el pánico se apoderó
de mí. Tenía que salir, pero no podía formular un pensamiento completo y
mucho menos escapar. No sabía contra qué me había golpeado, ni siquiera
podía precisar en qué posición estaba el coche, aunque por la forma en que
mi cabeza colgaba y el peso presionaba mis hombros, tenía que estar boca
abajo. Una bocina sonó sin parar y olí el humo. No podía precisar de dónde
provenía, pues no podía ver más allá del metal arrugado. Luché como una
loca para abrir los párpados, pero la oscuridad entró en mí como un ladrón
en la noche, borrándome la visión hasta que todo lo que pude ver fueron
esferas plateadas que brillaban como burbujas. Justo cuando mis ojos se
cerraron, un grito penetrante flotó a mi alrededor. Podría haber sido un grito
de ayuda o alguien retorciéndose de dolor. Quería gritar para que alguien
me salvara de esta agonía, pero mi lengua se volvió gruesa.
Y entonces todo se volvió negro.
Capítulo 2
Charlie
El hospital era el último lugar en el que quería estar, pero tenía
preguntas que hacerle a Jack sobre mi trabajo en su rancho. Alguien tenía
que mantener su ganado y su tierra regada, o tendría problemas mucho más
serios que el estado de Sarah. Mi madre me había enviado con un plato de
comida porque sabía que Jack no habría comido. Eso es lo que hacían las
mujeres de este pueblo. Alimentaban a la gente. Una mujer tuvo un bebé y
le llevaron comida. Una pareja se casó y el pueblo se encargó del catering
de la recepción. También se ocupaban de la comida de los funerales, una
tradición sureña que había pasado de generación en generación, aunque yo
no la entendía.
No tenía ni idea de dónde podría estar. Me imaginé que lo encontraría
en la sala de espera más cercana a Sarah, pero terminé perdiéndome.
Empecé a buscarlo en la sala de emergencias, ya que ahí era donde Randi y
Austin habían visto a Jack por última vez. Según lo que mi hermano
pequeño le había dicho a mi madre, el encuentro no había sido bonito.
El olor antiséptico me chamuscó las fosas nasales en cuanto pasé por
las puertas de vidrio corredizas y entré a la sala de emergencias. Odiaba ese
lugar. El tiempo parecía detenerse dentro de esas paredes. La gente podía
esperar durante horas con un hueso roto mientras que otros eran llevados a
toda prisa en camillas. Las enfermeras y los médicos corrían de un lugar a
otro, pero la mujer que estaba detrás del mostrador de enfermería apenas
pestañeaba. Para cuando un miembro del personal, finalmente, reconocía a
un paciente, era solo para llevarlo a otra habitación en la que seguir
esperando.
Miré alrededor de la sala de emergencias y no vi a Jack ni a nadie que
conociera, así que me acerqué al mostrador para preguntarle a la enfermera
dónde podía encontrarlos. Me indicó el ascensor y el séptimo piso, donde
Sarah estaba en cirugía.
Aunque Jack no hubiera sido la única persona en la sala de espera de
la séptima planta, habría resaltado entre los demás. El hombre parecía haber
envejecido una década de la noche a la mañana. Sus ojos estaban cansados
y tenía grandes ojeras. Nunca me había llamado la atención el aspecto
curtido de su piel, pero ese día, cada arruga y cada cicatriz se marcaban de
forma prominente.
—Hola, Jack. —Me senté a su lado con el plato de comida cubierto
de papel de aluminio.
Se volvió hacia mí, me dio una palmadita en la rodilla y esbozó la
sonrisa más débil que jamás había visto. El miedo se había apoderado de él.
—Hola, hijo.
No era inusual que Jack usara términos afectuosos conmigo. Crecí
con él compartiendo en ocasiones mi mesa, el banco de al lado de la iglesia,
y había trabajado con él la mayor parte de mi vida adulta. Pero, de alguna
manera, parecía un extraño ahora que la vida de su hija pendía de un hilo.
—¿Cómo está Sarah? —No había una manera fácil de preguntar, e
ignorar las circunstancias sería una grosería.
Se pasó una mano frágil por su cabello gris.
—Está en cirugía. No se ha despertado desde el accidente. —Jack
trató de parecer optimista, pero sus ojos lo delataron.
Le entregué el plato y me encogí de hombros.
—Mamá pensó que podrías tener hambre.
—Ella tiene buenas intenciones, Charlie. Es lo que hacen las mujeres.
—Se llevó el plato a la nariz—. ¿Pollo frito? —preguntó, con la comisura
de la boca inclinada hacia arriba.
Me reí entre dientes. Mamá era famosa por su pollo.
—Sí. Lo hizo solo para ti. Había un pastel de melocotón en el horno
cuando me fui hace un rato. —Sacudí la cabeza—. Deja que te alimenten
las mujeres de este pueblo y estarás más gordo que un cerdo.
Jack se puso de pie abruptamente. Observé cómo caminaba hacia la
otra punta de la sala y luego volvía. Tenía preguntas para las que necesitaba
respuestas, pero no podía ir al grano. En su lugar, me mantuve en un
silencio incómodo. Jack regresó a su asiento y su rodilla se puso a rebotar.
Apoyó el codo en el otro muslo y se cubrió la boca. Solo podía imaginar los
pensamientos que cruzaban por su mente y la emoción que apretaba su
corazón. Había perdido a su esposa hacía ocho o nueve años. Perder a su
hija lo destruiría.
Quería preguntarle si había algo que pudiera hacer —sabía que no lo
había—, pero no parecía querer hablar. Respeté eso y esperé a su lado.
Tenía cosas que hacer, pero todo había palidecido en comparación con la
vida de la hija de Jack. No tenía muchos detalles, pero podía imaginar en
qué estado se encontraba después de que su Sedán fuera atropellado por un
tractor-remolque.
Finalmente, rompí el silencio.
—¿Puedo traerte un poco de agua? ¿Café? —La perezosa música pop
que se escuchaba en la sala de espera solo aumentaba el hedor de la muerte,
y yo necesitaba moverme.
Jack asintió con la cara todavía entre sus manos. El sudor le perlaba la
frente y se deslizaba por su escarpada mejilla. Quería ofrecerle más que una
botella de agua de una máquina expendedora, pero no sabía de qué manera
consolarlo. Deseé que mis padres hubieran venido en mi lugar para tomarle
la mano y hacer menos insoportable la espera, ya que si el viejo se ponía a
llorar yo no sabría qué hacer. Lo dejé a solas y salí al pasillo.
Al pasar junto a un grupo de enfermeras opté por volver a la última
máquina expendedora que había visto en lugar de buscar una aquí arriba.
Así me daría tiempo para recuperar la compostura. Di unas cuantas vueltas
y bajé hasta la sala de las máquinas expendedoras. Justo antes de entrar,
Miranda Adams me llamó la atención. Era una chica bajita y delgada de
músculos tonificados y bronceados, pero lo que le faltaba en tamaño lo
compensaba en personalidad. Todo el mundo la quería, especialmente, mi
familia. Sin embargo, ahora mismo, no solo parecía pequeña, sino que
también parecía perdida. Sus ojos se movían por la sala como si estuviera
buscando a alguien, y al no encontrarlo se acercó al mostrador de la entrada.
Jack siempre había hablado muy bien de ella. Estaban muy unidos,
aunque ella siempre ponía a prueba su paciencia. Era la hija de papá. Sarah
siempre se quedaba al margen, sin comprometerse, mientras que Randi era
la que cogía el toro por los cuernos. Sin embargo, en las últimas
veinticuatro horas esa conexión se había roto, ya que Randi y Austin
estaban relacionados indirectamente con la forma en que se había producido
el accidente.
Por primera vez en todos los años que conocía a Randi —toda su vida
—, su chispa había desaparecido. Su llama se había apagado. No solo
parecía preocupada, también enferma.
No pude oír lo que le dijo a la mujer del mostrador, ya que no se
molestó en mirar hacia arriba ni una sola vez mientras Randi hablaba. La
novia de mi hermano temblaba, hasta que se enderezó bruscamente con la
frustración deformando su cara. Entonces perdió la compostura.
—¿Puede ponerme al día sobre mi hermana? ¡Por favor!
Dios, sentí pena por ella.
Intenté localizar a Austin, incapaz de creer que había perdido de vista
a Randi, pero no lo vi. Incluso sin saber con detalle lo que había pasado
exactamente, sentí pena por Randi. Sus acciones no habían traído
intencionadamente a Sarah al hospital; por desgracia, los adolescentes
imprudentes causan dolorosas repercusiones. Mis condolencias no servían
de mucho, y tampoco tenía ningún consuelo que ofrecer porque no sabía
más que ella, excepto en qué piso se encontraban su hermana y su padre.
Lo único que sabíamos con certeza era que Sarah estaba grave y no se
sabía si se recuperaría. Esperaba que Randi no tuviera que soportar esa
carga. Nunca sería la misma y Jack nunca la perdonaría. El día de antes
Jack casi culpó a Randi, y Austin tuvo que interponerse entre los dos para
evitar que el viejo le hiciera daño a su novia. Era mejor que me mantuviera
al margen de ese drama.
Le di la espalda a Miranda en favor de las máquinas expendedoras.
Introduje unos cuantos dólares y esperé a que salieran las latas. Me tragué
la mitad de una como si pudiera darme algo de claridad o ligereza, pero no
hizo ninguna de las dos cosas. Los lados de la botella crujieron mientras
bebía, y me pregunté si Sarah se había dado cuenta de algo mientras se
producía el accidente.
Cuando salí de la sala Miranda cruzaba la puerta. Su frustración
hablaba por ella y las lágrimas le caían por las mejillas. No pensaba decirle
a Jack que la había visto, pero sentí una punzada de arrepentimiento por no
haber dado un paso adelante para ofrecerle apoyo. Bueno, ella tenía a
Austin, y mamá me había enviado aquí por Jack.
Me di cuenta de que en todos los años que conocía a Randi Adams
nunca la había visto llorar.
Pasé por el hospital otra vez para que Jack firmara un acuerdo de
financiación para el equipo que necesitaba para el proyecto de irrigación de
sus campos. Él apenas había estado en Cross Acres desde el accidente, y el
hospital parecía ser el único lugar donde podía localizarlo con éxito.
Lo encontré en el mismo lugar que las otras veces que había venido
por un tema u otro. Sentía que pasaba más tiempo en el camino de ida y
vuelta al Anston Medical que trabajando para Jack, pero ahora mismo no
había otra opción. O venía aquí o la irrigación se detenía. Y no era solo Jack
el que se vería afectado. Todo su personal lo estaría a consecuencia de la
sequía que estábamos sufriendo.
Apenas había comenzado a explicarle el papeleo a Jack cuando una
enfermera apareció a través de las puertas batientes.
—¿Sr. Adams? —No había nadie más en la sala de espera, así que no
sé por qué hablaba al aire. Ni una sola vez miró en nuestra dirección.
La cabeza de Jack giró rápidamente. Tenía la cara demacrada.
—¿Sí?
—Sarah se está despertando por si quiere volver a verla. —La
enfermera retrocedió y pegó la espalda contra la puerta, manteniéndola
abierta para Jack.
Jack se puso en pie de un salto, pero antes de marcharse me dijo:
—Charlie…
—Ve. Podemos hacer esto más tarde. —Me retrasaría un día, pero era
mucho más importante que su hija saliera del coma.
Sacudió la cabeza.
—Iba a preguntarte si quieres venir. —Su energía era contagiosa y
pude ver el brillo de la emoción en sus ojos.
No sabía por qué me quería con él. Tal vez solo necesitaba apoyo
moral. Que yo supiera, no había visto a Sarah desde el accidente, y si la
había visto, había sido breve, en el mejor de los casos. Los doctores la
habían mantenido en un coma inducido para darle a su cuerpo la mejor
oportunidad de sobrevivir, y dos veces tuvieron que revivirla tras entrar en
parada cardiorrespiratoria. Después de cinco días, Jack había empezado a
murmurar sobre el daño cerebral y los posibles efectos de haber estado
prácticamente muerta durante minutos. Le preocupaba que no pudiera hacer
nada por sí misma, que sus músculos se olvidaran de cómo trabajar. Y
mientras se enfrentaba a todos esos miedos, había desatendido a Randi.
No quería mi consejo o mi opinión, así que no se la ofrecí. Pero Jack
estaba cometiendo un error con Randi. Ella no tenía la culpa del accidente
de Sarah... había sido eso, un accidente. Pero la culpó y me preguntaba si
alguna vez la perdonaría. Hice lo que mejor sabía hacer: mantener la boca
cerrada y seguirlo. No obstante, debí pensármelo dos veces antes de
hacerlo. Me había enfrentado a situaciones bastante horribles en ranchos
con ganado que se había convertido en presa, animales enfermos, trampas y
todo lo demás, pero no era lo mismo un animal que había sido mutilado que
un humano.
Sarah estaba conectada a todas las máquinas imaginables. Cables,
cuerdas, intravenosas… Había tanta basura colgando de su cuerpo que era
difícil encontrarla. Entonces me di cuenta de que no podía encontrarla
porque no la reconocía. Mi estómago se retorció y amenazó con rebelarse
ante la carnicería que presenciaba. No había ni una pulgada de piel visible
que no estuviera estropeada por los moretones, la hinchazón, los cortes, los
puntos de sutura y otras lesiones que no podía definir. Parecía estar muerta.
Lo único que la mantenía con vida era el constante zumbido de las
máquinas que la obligaban a respirar. No tenía ni idea de lo que tenía
metido en la boca, pero parecía un dispositivo de tortura.
—Está empezando a salir del sedante —advirtió la enfermera
mientras pasaba una sábana por la fina bata que cubría el cuerpo inerte de
Sarah—. Puede que no diga mucho. —La enfermera me dio una palmadita
en el hombro al pasar por mi lado—. Puede oíros. No tengáis miedo de
hablar.
Jack se acercó a su hija con precaución mientras yo me quedaba a los
pies de la cama. Sacó una silla del rincón junto al colchón y se sentó. Dudó,
claramente inseguro de dónde podía tocarla sin causarle dolor. Al final, se
decidió por los dedos meñique y anular que estaban vendados. Jack sostuvo
sus dedos con ternura y acarició los nudillos con pequeños círculos,
logrando ignorar los cables que salían en espiral del dorso de su mano y el
monitor de oxígeno de su dedo índice.
—Sarah, cariño. —Su voz se quebró al intentar contener la emoción.
Apenas fue un susurro—. Soy papá. ¿Puedes oírme?
Las máquinas sonaban a un ritmo que me perseguiría el resto de mi
vida. No era la cadencia de un fuerte latido; era un sonido que parecía
marcar su camino hacia la muerte. Lo odiaba y quería salir de allí. Sin
embargo, ahí estaba con una pila de papeles enrollados en la mano, mirando
a una chica que apenas conocía. Siempre había sido muy reservada y
cerrada. No importaba que fuera guapa porque era una snob en el instituto.
Me avergoncé de ese pensamiento.
Sarah movió un poco la cabeza y sus ojos se abrieron de golpe. Lo
miró con sus grandes ojos azules, del mismo color que el cielo de una tarde
de verano. Jack luchó contra el embate de las emociones, pero le importaba
un bledo quién lo viera. Después de cinco días sin saber si viviría, le tomó
la mano y la miró como si fuera un bebé. Todo el dolor, la espera y el
sufrimiento llegaron a un punto crítico en ese momento, y me sentí fuera de
lugar al presenciar esa escena tan personal entre un padre y su hija.
Sus labios estaban agrietados, e intentó hablar por el tubo que tenía en
la boca. Cuando se dio cuenta de que no era posible sus ojos se llenaron de
lágrimas. Y luego los cerró mientras la máquina inhalaba por ella. Sarah
estaba confundida, desorientada, y cuando sus párpados se separaron de
nuevo no parecía reconocer a su padre. Mientras sus ojos buscaban
frenéticamente en la habitación, me di cuenta de que no era que no nos
reconociera, sino que no tenía ni idea de lo que estaba pasando.
Llamé la atención de Jack dando un golpecito a su silla con el pie. No
quería asustarlo, pero fue lo que conseguí.
—No creo que sepa lo que pasó —susurré.
Lo último que probablemente recordaba era un tractor-remolque
chocando contra un costado de su coche. Tal vez, ni siquiera recordaba eso.
Y ahora estaba tumbada en la cama de una habitación de hospital poco
iluminada y sin poder hablar. Seguramente, con una tonelada de dolor. No
dije nada, sin embargo. Ni siquiera me moví del lado de la cama. Sarah y yo
no estábamos unidos, a pesar de que habíamos ido juntos a la escuela desde
el jardín de infancia y su familia cenaba en casa de mis padres muy a
menudo. No nos movíamos en los mismos círculos sociales. De hecho, que
yo estuviera aquí solo aumentó su confusión y, de nuevo, quise salir de esta
habitación.
—Me alegro tanto de verte, cariño. —Jack se inclinó y le besó la
frente.
Un suave gemido se escapó de su pecho, pero no podía decir si era la
felicidad o el dolor lo que lo causó. Las enfermeras ya estaban empezando a
acercarse para que las acompañáramos a la salida. Todos los clichés que
había escuchado en las películas comenzaron a salir de sus bocas. «Ha sido
un gran día». «Está confundida». «Pueden venir a verla de nuevo por la
mañana»... Dejé de escucharlas porque sus palabras no iban dirigidas a mí.
Los ojos de Sarah seguían mis movimientos por la habitación, incluso
cuando sus párpados caían. La saludé con un gesto incómodo y ella miró
hacia otro lado. Ese gesto, mi pobre intento de ser amable, parecía haberle
causado más dolor que los pinchazos de las enfermeras. Intenté no
analizarlo demasiado. Mi presencia no había sido intencionada, y le daría su
espacio una vez que consiguiera que Jack firmara los papeles que aún tenía
en mis manos.
Sarah
El tiempo se ralentizó una vez que me transfirieron al centro de
rehabilitación. No era como el hospital, donde la gente venía a visitarme y
siempre había enfermeras o médicos por todos lados. Aquí, las tardes
pasaban calurosas y perezosas porque, al igual que en casa, los aires
acondicionados no podían soportar el calor abrasador del verano.
Tenía mi ventana abierta, aunque con ello invitaba a entrar a la cálida
brisa y a la humedad. No obstante, también traía los olores de casa: el
ganado, la tierra, la hierba fresca… todo cuanto echaba de menos. Quería
volver a estar en casa. Puede que no pudiera trabajar en el campo, pero
echaba de menos cocinar y llevar las cuentas de los negocios del rancho.
Incluso añoraba las cosas triviales como los eventos de la comunidad
mientras miraba las cuatro paredes y soportaba horas de dolorosa terapia y
aislamiento. Daría cualquier cosa porque mi vida volviera a la normalidad.
El hecho de que eso nunca fuera a cumplirse era durísimo. Mi vida
nunca volvería a ser normal. Todo lo que podía hacer era mirar por la
ventana abierta el cielo azul de Texas y desear estar debajo de él. Entonces,
me vi en una silla de ruedas con el calor golpeando mi cuerpo y la piel de la
parte posterior de mis muslos pegada al asiento. Fue una imagen horrible.
No podía soportar la idea de no volver a caminar.
Papá, los médicos, las enfermeras, todos susurraban y hablaban en
voz baja fuera de mi habitación. No se atrevían a decírmelo a la cara.
Cuando preguntaba me trataban con condescendencia y me daban una
palmadita en el brazo o en el hombro. Me decían que nadie sabía lo que mi
cuerpo era capaz de hacer.
No podía concebir una vida en una comunidad de ganaderos donde no
pudiera ser útil. No poder caminar en un pueblo de ranchos significaba no
trabajar, y eso no ayudaba a tener una perspectiva optimista. Los hombres
de Mason Belle se casaban con mujeres que eran valiosas para sus
negocios, y sus negocios eran sus tierras. Siempre me había enorgullecido
de ser un activo para papá y esperaba que algún día un hombre también lo
viera. Pero estar postrada en la cama o en una silla de ruedas solo me
convertiría en una carga para un hombre que tenía acres que dependían de
él. Y una chica sin marido en Mason Belle era tan inútil como un matadero
sin ganado.
Pensar en todo esto era abrumador, así que me esforzaba por
guardarme mis pensamientos, llorar cuando estaba sola y fingir que no me
afectaba el pronóstico que me ocultaban. Papá no necesitaba saber qué me
pasaba por la mente. Lo último que necesitaba era que me desmoronara. Le
mataría pensar que era tan infeliz. Debería estar agradecida de estar viva,
pero la verdad es que no lo estaba. Incluso a papá le costaba disimular su
decepción cuando venía de visita y se enteraba de que la fisioterapia no
había sido más productiva que el día anterior. Veía su dolor por las
cicatrices que los cirujanos plásticos no habían podido quitar y por mi
incapacidad para levantarme de mi silla de ruedas.
No podía cuidarme durante el resto de su vida. Desde que mamá se
fue mi trabajo era cuidarlo. Eso es lo que hacen las hijas cuando sus padres
son mayores y no tienen pareja. Se aseguran de que coman, que tomen café,
que paguen las facturas y de que la casa esté limpia. Estaba fallando en
todas esas tareas tan básicas. Tenía que encontrar algo que me diera fuerza.
Una solución. Esto no era sostenible.
Tampoco se me había escapado el hecho de que no había visto a mi
hermana ni una sola vez. Quería creer que era porque ella me estaba
sustituyendo en casa, pero lo dudaba seriamente, ya que papá no lo había
mencionado ni una vez. De hecho, no había mencionado su nombre en
absoluto. Una parte de mí se preguntaba por qué, pero la otra parte no
quería oír la respuesta. Cada vez que intentaba abordar el tema de mi
hermana pequeña papá lo evitaba o lo cambiaba por completo. Una o dos
veces había murmurado una respuesta amarga en la que por falta de valentía
no había indagado, pero que venía a decir que ella no estaba allí. Además,
no insinuó que vendría. Ni ahora ni después. Papá no se ofreció a traerla y,
ahora que lo pienso, normalmente, terminaba marchándose poco después de
mencionar su nombre. Me decía que no me preocupara y que descansara un
poco.
Nadie iba a arreglar mi espalda, hacerme caminar de nuevo o borrar
los recordatorios visuales de todo lo que había pasado. Y tampoco nadie
repararía mi relación con mi hermana, la cual había sido dañada
irreparablemente. Lo poco que quedaba entre nosotras había sido destruido
por el semirremolque. Si pudiera, haría cualquier cosa para remediarlo.
En primer lugar, no sabía por qué Miranda me estaba evitando. Tal
vez, sentía la misma culpa que yo, o tal vez me culpaba por cómo había
cambiado su vida. Siempre había sido la niña de papá y ahora toda su
atención la concentraba en mí. No podía saberlo, ya que Miranda no estaba
cerca y papá se negaba a hablar de ella.
—Hola, cariño. ¿Qué te hace pensar tanto? —Papá entró en la
habitación con una sonrisa fácil, llevando una bolsa de comida que olía
deliciosa.
Eso era algo bueno del centro de rehabilitación; no les importaba que
se trajera comida, mientras que el hospital insistía en que los pacientes
comieran la comida que servían, que era asquerosa.
En su otra mano sostenía una botella de cerveza con unas ramitas de
margaritas y caléndulas que sobresalían de la parte superior. Probablemente,
las habría cortado de la puerta del frente de la propiedad. Esperaba que
alguien cuidara de mis flores o estarían marchitas cuando por fin regresara a
casa.
—Gracias. —El recuerdo del hogar era perfecto—. Son hermosas.
¿Miranda está ayudando a mantenerlas?
Puso la bolsa y la botella en la bandeja de la mesa que giraba sobre mi
regazo.
—De nada —dijo, evadiendo mi pregunta.
—¿Papá?
—¿Sí? —Continuó jugando con la bandeja y luego encontró un
asiento en el rincón.
—¿Qué pasa con Randi? —Era hora de que tuviéramos esta
conversación.
Busqué en su cara cualquier signo de lo que podría estar escondiendo,
pero sus rasgos escarpados no revelaron nada. Sus ojos grises y acuosos me
miraron con suavidad.
—Sarah. —Dejó caer los codos hasta las rodillas y colocó la cabeza
en las manos—. Tenemos que hablar de tu hermana.
Mi corazón se detuvo. La última vez que había visto esa mirada
atormentada en sus ojos fue el día que me dijo que mamá no iba a volver
nunca más. Y hasta el día de hoy nunca la había vuelto a ver ni había sabido
nada de ella.
Asentí con la cabeza, aterrorizada por lo que pudiera decir.
—¿Está bien? —Casi no me atreví a formular las palabras. Se habían
pegado a mi lengua como la mantequilla de cacahuete y casi me ahogué
cuando finalmente salieron. Papá no levantó la cabeza. No me miró.
—Se ha ido, cariño.
—¿Qué quieres decir con que se ha ido? —grité tan fuerte que estaba
segura de que los pacientes de las habitaciones cercanas no solo escucharon
mi grito, sino que, probablemente, lo sintieron—. ¿Cómo ha podido irse?
Finalmente, encontró mi mirada, pero yo estaba tan lívida y llena de
incredulidad que no le dejé hablar y continué con mi diatriba.
—Así que una vez más, Randi monta una buena y se aleja sin ninguna
preocupación... ¿Es así como funcionan las cosas? —Me estremecí al
golpear mis manos contra el colchón, haciéndome daño en los dedos
todavía doloridos—. Esta chica es una irresponsable. ¿Y qué pasa con
Austin? ¿Él también se ha ido?
La tristeza se aferraba a la expresión de mi padre, pero no dijo una
palabra. Solo negó con la cabeza.
—Increíble. Solo Miranda Adams tiene las pelotas de largarse sin ni
siquiera decir adiós. Pobre Austin. Apuesto a que tiene el corazón roto.
La pierna de papá se movía sin parar y supe que estaba molesto.
Estaban unidos, siempre lo habían estado. Por muy enfadada que estuviera
con Randi no podía imaginar su preocupación. Una de las dos mujeres de su
vida se alejaba de él cuando la otra había estado a punto de morir.
Sacudí la cabeza y respiré hondo.
—Es una egoísta, papá. Pero no te preocupes, no puede subsistir sola.
Solo tiene un diploma de secundaria, y ambos sabemos que no hará trabajos
manuales. —Me reí a medias al pensar en mi hermana tratando de encontrar
un trabajo y un lugar para vivir. Era ridículo—. Seguro que regresará antes
de una semana.
Aun así, me dolía mucho. Tal vez yo era el problema. Quería pensar
que a mi hermana le había crecido la conciencia el día del accidente y
estaba tan abrumada por la culpa que tuvo que marcharse. Miranda nunca
había sido buena para enfrentar las consecuencias de sus actos, solo quería
vivir el momento. Yo también sentía culpa. Había alejado a mi hermana.
Busqué en la cara de papá para comprobar si también me culpaba a mí. No
pude ver nada más allá de la expresión malhumorada que le hacía fruncir el
ceño.
—Fue mi culpa, ¿no? —No pude evitar preguntar. Necesitaba saber si
el hecho de que yo estuviera aquí era lo que la había hecho huir.
—Oh, no. —Se pasó la mano por el pelo y no fue hasta ese momento
que me di cuenta de la edad de mi padre—. No es tu culpa, Sarah. Tu
hermana... —Se detuvo para reflexionar las palabras—. Ambos sabíamos
que tarde o temprano seguiría su propio camino.
Eso era verdad, pero jamás pensé que se iría sin Austin. Eran
inseparables desde niños. Eran más que novios en el instituto; eran los
mejores amigos, la personificación de las almas gemelas. Estaban perdidos
si no se tenían el uno al otro.
Antes de que pudiera preguntar por Austin, papá se acercó a mí. Me
apartó el pelo de la cara y se inclinó para besarme la frente.
—Voy a salir un rato. Descansa un poco, cariño.
El tema se había cerrado una vez más.
Charlie
Jack Adams se estaba volviendo cada vez más difícil de localizar y
cuando por fin lo conseguí su mente estaba en todas partes menos en la
tarea que tenía entre manos. No vivíamos en una ciudad grande, pero ese
hombre recorría más kilómetros cuadradas que todos los demás del condado
juntos.
Terminé yendo al hospital porque no podía encontrarlo en casa, en el
banco, en la ferretería ni en la casa de mis padres. Había pasado casi una
semana desde la última cirugía de Sarah, y Jack se esforzaba por mantener
las cosas en orden. Sarah estaba de vuelta en el hospital, recuperándose. No
sabía cuándo la trasladarían de nuevo al centro de terapia, ya que hacía
terapia física en el hospital.
Había hecho todo lo posible por evitar el hospital desde el día en que
se despertó, pero después de la cirugía para tratar de reparar su médula
espinal, Jack, prácticamente, estaba viviendo aquí. Recorrí los pasillos
imposibles del hospital hasta que, finalmente, encontré la habitación de
Sarah. La habían trasladado por enésima vez. Cada vez que memorizaba los
pasillos que parecían idénticos, las enfermeras la instalaban en una
habitación diferente. Empezaba a creer que se trataba de una conspiración
para esconderla de Jack y, a su vez, para torturarme a mí cuando iba a
buscarlo.
Él estaba tenso. Era su pequeña niña la que estaba en la cama del
hospital, su primogénita. Y sin Miranda, bueno, tenía aún menos ayuda que
antes. Pero ese era un tema que no me atrevía a abordar con él ni con mi
hermano. Sabía que tenía que dejarlos en paz y no entrar en ese tipo de
chismes.
Austin y yo hacíamos todo lo que podíamos para ayudar a Jack en
Cross Acres. A veces no parecía suficiente y sentía que todo lo que podía
hacer era observar desde la distancia cómo la miseria golpeaba a la familia
delante de mí. Sabía que a pesar de las mejoras de Sarah, Jack no era feliz.
Se había enfrentado a la posibilidad de perder una hija y había terminado
perdiendo a la otra. La única vez que escuché a alguien preguntarle a Jack
sobre Randi, la expresión de su cara dijo más de lo que las palabras podían
expresar. Era un conjunto de circunstancias extrañas. Respiré hondo cuando
me acerqué a la puerta de Sarah, preparándome para lo que pudiera
encontrarme al otro lado.
Estaba sola. Apostaría a que su padre había estado allí pero ya se
había ido por cualquier razón. Personalmente, no podía imaginarme lo que
sería dejar a mi hija sola después de todo lo que había pasado. Debía de ser
una tortura para él tener que poner un pie fuera de esta habitación.
Sarah estaba sentada con una pierna apoyada en el borde del colchón
y la otra colgando. Eso era una buena señal. Verla desconectada de todas las
máquinas era positivo. Se agachó y metió sus pequeñas manos bajo su
muslo, moviendo su pierna para apoyarla junto a la otra. Admiraba su
fuerza de voluntad y su determinación para superar esto. Quería ayudar,
pero no estaba seguro de cómo. Me quedé congelado en la puerta. Ella no
me había visto y me pregunté cuánto tiempo podría esperar antes de que se
volviera demasiado incómodo hacerle notar mi presencia.
Ella se frotó la nariz. Aunque no podía verla con claridad se notaba
que las lágrimas mojaban sus mejillas, aunque no estaba sollozando. Hacía
todo lo posible por mantener sus emociones bajo control, incluso creyendo
que estaba sola. Sus hombros se elevaban con cada respiración profunda en
un esfuerzo por calmarse, pero cada inhalación la hacía temblar.
Quería decir algo, pero no estaba seguro de por dónde empezar. Por
un lado, me sentía avergonzado, ya que no debería ser testigo de este
momento extremadamente privado. Por otro lado, quería consolarla para
aliviar un poco su dolor. Debía de haber algo que pudiera hacer por ella en
lugar de acecharla desde el pasillo. Cuando, finalmente, me hice notar
dando unos golpecitos en el marco de la puerta, Sarah levantó la cabeza.
Inmediatamente, se arrastró la manga de su pijama por la cara para secarse
las lágrimas. No pude descifrar si estaba enfadada o angustiada. Lo que
fuera, le dolía. Sarah se sobrepuso a la emoción y se centró en la pizarra en
blanco que ya me había acostumbrado a ver.
—¿Puedo entrar? —le pregunté, con las manos metidas en los
bolsillos de mi chaqueta.
Ella asintió ligeramente.
—Por supuesto, por favor. —No importaba cuánto dolor tuviera, ella
mantendría la compostura sureña de un pequeño pueblo de Texas, porque
así había sido criada.
No hacía falta ser un genio para ver que este no era el mejor momento
para molestarla, pero había una razón para mi visita. Necesitaba encontrar a
Jack.
—Siento irrumpir. Estaba buscando a tu padre. —Traté de parecer
apenado por mi intrusión. Se notaba que ella quería estar sola.
—No está aquí. —Escondió la cara, evitando el contacto visual—. Si
te das prisa, tal vez puedas atraparlo en casa.
Asentí con la cabeza, pero no me fui. Mis pies estaban atornillados al
suelo y algo me obligó a quedarme.
—¿Eso es todo? —Sus palabras rompieron el hechizo. Cortaron la
tensión que había entre nosotros como un cuchillo, pero en vez de
empujarme me acercaron un poco más.
La única vez que había visto a un ser tan frágil y derrotado había sido
un animal en una trampa. Sarah parecía haber perdido su voluntad de
luchar, y yo tenía un deseo abrumador de abrazarla. Algo en mí quería
susurrarle al oído que todo saldría bien. Sin embargo, no era capaz de
traerle esperanza.
—Sí. —Soné como un idiota. Mi mente se apresuró en encontrar
algún tema del que hablar, algo que le levantara el ánimo, pero me quedé
mudo. No podía imaginar lo que ella estaría pensando de mí—. ¿Estás
bien? —Vaya, ese comentario fue brillante.
No respondió. Las lágrimas brotaron de nuevo. Pude ver cómo se le
atascaban en la garganta cuando intentaba tragarlas para luchar contra ellas.
Se mordió el labio inferior y bajó la cabeza, cerrando los ojos. Las lágrimas
asomaron por sus pestañas y luego se deslizaron por sus mejillas.
Me di cuenta de que no era muy bueno ofreciendo consuelo o apoyo,
pero no podía soportar ver a una mujer llorar. Moví los pies y me senté en la
cama, junto a ella. Sarah se agarró el muslo y movió la pierna para darme
espacio. Se mordió los labios y agitó la cabeza.
—No quiero montar una escena. A papá le daría mucha vergüenza
que me vieras así. —No pretendía dar lástima.
La idea de que alguien tratara de hacerla sentir mal por expresar sus
emociones me mortificaba. Este era un momento muy difícil de su vida;
demonios, tenía suerte de estar viva.
—No estás montando ninguna escena. —No era bueno con las
palabras y menos aún con la empatía, así que traté de mantener la voz
suave. Mi timbre era bastante profundo y en esta habitación austera
reverberaba con bastante fuerza. Lo último que quería era parecer
condescendiente—. Has pasado por mucho. Creo que tienes derecho a
mostrar tus emociones—. Necesitaba que me mirara, que me diera una
indicación de que me había oído, pero no conseguí nada—. Eres una mujer
increíblemente fuerte.
Sacudió la cabeza y sus desordenados rizos rubios rebotaron con el
movimiento.
—No es verdad. —Su voz se quebró y la sentí como un cuchillo en el
corazón—. No soy tan fuerte como todos creen. —Sus hombros se
movieron y se estremecieron mientras luchaba por mantenerse serena. Cada
vez que me miraba a través de sus pestañas oscuras, rápidamente, volvía a
agachar la cabeza.
Sarah quería ocultar su miedo y enmascarar su inseguridad. A pesar
de que no se sentía fuerte necesitaba que la gente siguiera creyendo que lo
era. Entonces, me di cuenta de que no era solo su debilidad lo que quería
esconder, sino la desfiguración. Sus dedos pasaron por la zona afeitada de
su cabeza, por encima de los puntos negros donde le habían practicado la
cirugía. Mantenía la cabeza en el ángulo justo para esconder las cicatrices.
Antes de que me diera cuenta de lo que estaba haciendo estiré la mano para
tocar sus mejillas, pero al estremecerse la apoyé sobre su rodilla.
—Por favor, no me mires, Charlie.
Intenté no mostrarle lo sorprendido que estaba por su petición.
—No te miraré si no quieres que lo haga, pero que conste que me
gusta hacerlo.
—No estoy exactamente en mi mejor momento. —Sus palabras
vacilaban ante su inseguridad, y temblaban cada vez que inhalaba
profundamente. Se lamió los labios y luego levantó sus brillantes ojos para
encontrarse con los míos, mostrándome sus defectos—. Ya no hay nada
salvable en mi cara. —Enderezó la columna vertebral y tragó saliva.
Estaba tan fuera de mi elemento que no tenía ni idea de qué decir,
pero quería que siguiera hablando... de cualquier cosa.
—¿Por eso estás llorando? —le pregunté—. ¿Tienes miedo de que
alguien reaccione mal al ver tu cara?
Ella sacudió la cabeza.
—No es solo por eso, es que… cada día es más difícil que el anterior.
Cuando pienso que estoy progresando me doy cuenta de que he avanzado
un centímetro en un interminable trecho de kilómetros. Estoy tratando de
ser positiva. Quiero estar agradecida de haber sobrevivido y tener la
oportunidad de recuperarme. Pero es difícil. Muy difícil. Las intenciones de
los fisioterapeutas son mejores que su capacidad. No son dioses y no
pueden hacer milagros. —Asentí con la cabeza y seguí escuchando—. Creo
que debo aceptar que, probablemente, no volveré a caminar. —Dejó caer la
cabeza entre sus manos, con cuidado de evitar los puntos y las abrasiones
—. Estoy agotada. Ya no tengo ganas de pelear. Sé que suena como la
mayor tontería que hayas oído, pero...
Mi corazón se derritió. Quería tranquilizarla, pero mantuve la
distancia. Mi mano permaneció en su rodilla y me encontré acariciando su
suave piel con mi pulgar. El deseo de atraerla hacia mí estuvo a punto de
superar mi fuerza de voluntad. Dios, quería protegerla, pero no la conocía lo
suficiente como para tomarme esa confianza.
—No lo entenderías —susurró—. Nadie lo entiende. Todos me dicen
que tengo suerte de estar viva. Sé que es así, nadie es más consciente de ese
hecho que yo, pero la vida continua para todos los que están fuera de estas
cuatro paredes, mientras que la mía…
Le apreté la rodilla y dejó de hablar. Me dedicó una tenue sonrisa que
me dolió más de lo que me alivió. Pero no dejé de acariciar su piel. Puede
que no se diera cuenta del calor y de la vida que había dentro de ella, pero
yo podía sentirlo en las yemas de mis dedos.
—Aparte de papá, estoy yo sola. Los fisioterapeutas y los
innumerables médicos no recordarán mi nombre el día que me den el alta.
Me quedo a solas tras un ejercicio agotador que no produce resultados.
Espero que nunca sepas lo que es.
Me preguntaba si alguien más le habría dado a Sarah la oportunidad
de desahogarse, o si esperaban que fuera la misma mujer que había sido
antes del accidente. No la conocía bien, pero nuestras familias estaban
entrelazadas. Sabía lo mucho que había hecho por Jack y también cuidó de
Miranda cuando su madre se fue. Necesitaba a alguien que la cuidara para
variar, y no parecía que tuviera a alguien.
—La medicación me quita la energía y me nubla la mente, pero sin
ella no hay forma de que pueda hacer la terapia física. Duele. Todo duele
mucho. —Una lágrima se deslizó por su mejilla—. ¿Y si no vuelvo a
caminar? ¿Y si no logro evolucionar? No he conseguido dar ni un solo
paso. Ni uno solo. Estoy lista para tirar la toalla. —Finalmente, se detuvo.
Sus hombros cayeron, las lágrimas fluyeron y pareció completamente
derrotada.
Por un momento, mi corazón se negó a latir mientras la miraba
fijamente. Su absoluta desesperanza creó una fisura en mi pecho que se
abrió. Me dolía tanto verla así que reaccioné en lugar de pensar. Mis manos
encontraron su cara y le tomé la mandíbula sin tocar ninguna herida. Mis
pulgares rozaron sus lágrimas y la miré a los ojos.
—Oye —dije—. Escúchame. —No dijo nada y tampoco apartó la
vista. Sus ojos me miraban como si pudiera ver a través de ellos, en lo más
profundo de mí—. No puedes rendirte, Sarah.
Su expresión se suavizó y apareció una pizca de euforia. No había
dicho nada que fuera tan importante. Demonios, ni siquiera había dicho
nada poético. Empecé a alejarme, pero antes de retirar la mano de su piel,
ella levantó la suya. Sus dedos vendados descansaron sobre los míos y sus
ojos sonrieron, aunque las lágrimas vinieron más rápido que cuando había
entrado por la puerta.
—¿Qué? ¿Qué he hecho? —Mi corazón errático había empezado a
latir de nuevo, y ahora mi pulso acelerado era lo único que podía oír. No
tenía ni idea de lo que había dicho para molestarla, pero fuera lo que fuera
movería montañas para arreglarlo.
—Es solo que... —Sus ojos azules brillaban con el primer destello de
esperanza que veía desde que había entrado en la habitación—. No sabía
que supieras mi nombre.
Mis labios esbozaron una sonrisa que no pude resistir. A pesar de los
puntos y las costras, las cicatrices y los huesos rotos, era la mujer más
adorable que jamás había visto. Cada fibra de mi ser quería acercarla,
abrazarla, sostenerla, pero por primera vez en mi vida tenía miedo de tocar
a una mujer por temor a hacerle daño. Sostuve su cara entre mis manos y
decidí quedarme allí tanto tiempo como ella me permitiera.
En la conversación que siguió descubrí que había muchas cosas de
Sarah de las que no me había dado cuenta antes. En primer lugar, era
hermosa. Y era tan descarado y obvio que no entendía cómo no lo había
visto antes. Tenía esos grandes y hermosos ojos azules que parecían
pedazos de cielo, pero había mucho más que eso. Las cicatrices, los
moretones y los puntos de sutura se desvanecían conforme hablábamos.
Tenía la cara en forma de corazón, los pómulos altos y la barbilla preciosa,
y su cabello rubio lo atravesaban rayos de sol. Me cautivaba la forma en
que arrugaba la nariz, la forma en que movía la boca cuando intentaba no
sonreír y, sobre todo, cuando separaba los labios en una sonrisa plena. Tenía
los labios sensuales... tan rosados como las flores de verano y,
probablemente, muy suaves.
No entendía cómo me había perdido todo eso durante veinticuatro
años.
Una de las enfermeras tocó en la puerta y asomó la cabeza.
—Odio interrumpir, pero tenemos que llevarte a hacerte un escáner.
Eché un vistazo a la enfermera y luego volví a mirar a Sarah. Odiaba
irme, pero tenía trabajo que hacer y ella también.
—Me quitaré de en medio.
—Me ha alegrado verte. —Su tono sonó frágil—. Papá debería volver
pronto si quieres quedarte, aunque no sé cuánto tiempo tardaré.
Me froté la nuca y agaché la cabeza.
—Oh, sí. Bueno, lo atraparé tarde o temprano. Sé que querrá hablar
contigo más que conmigo. —Sonreí tímidamente—. Pero dile que pasé por
aquí. Os veré a los dos más tarde, ¿vale? —Salí por la puerta demasiado
rápido.
Una salida totalmente precipitada.
Capítulo 5
Sarah
Ese rato compartido con Charlie se quedó conmigo mucho después de
que él se fuera. No podía dejar de pensar en él. La forma en que había
tocado mi cara, cómo su mirada acarició mi alma, y cuando separó los
labios y mi nombre pasó a través de ellos… No sabía que supiera mi
nombre.
No tenía ninguna obligación de quedarse. No era tan ilusa como para
creer que había venido por mí. Había venido por papá, pero no se había ido.
Charlie Burin me había visto en mi momento más bajo, pero en vez de
mostrar malestar por mis heridas y las secuelas del accidente, había sido
tierno, gentil y amable. Era un lado de Charlie que yo no sabía que existía,
y me entristecí mucho más porque era el chico cuyo corazón nunca ganaría.
De cualquier manera, había sido suficiente para levantarme el ánimo
durante el resto del día, y dos días después me seguí despertando con más
esperanza de la que había sentido desde que había salido del coma.
Y entonces, él apareció de nuevo por la mañana temprano con dos
tazas de café recién salidas de la cafetería. La sonrisa que se extendió por
mi rostro era casi vergonzosa, pero había algo en Charlie Burin que siempre
me había atraído y seducido. Antes de ayer creía que era simplemente su
buena apariencia, su cuerpo increíble y su encanto sureño, pero ahora,
notaba que era mucho más.
—¿Es uno de esos para papá? —me burlé, esperando que no hubiera
venido a buscar a mi padre.
Se rio y sacudió la cabeza, su pelo castaño arenoso era del mismo
color que sus suaves ojos marrones.
—No, uno de estos es para ti. —Me lo entregó—. No sabía cómo te
gustaba, pero me arriesgué y aposté por el negro. Puedo volver a bajar si
quieres crema y azúcar.
—El negro es perfecto. —Estaba encantada de que lo hubiera
adivinado. Acepté el café, aunque casi se me cayó cuando intenté
acomodarme, pues el inmovilizador que llevaba en la espalda no me dejaba
moverme con normalidad.
Charlie extendió la mano para estabilizarme hasta que tuve la taza
bajo control. La cerámica me calentó las palmas de las manos mientras la
simplicidad de su acción calentó mi corazón. Sabía que no estaba aquí por
mí, pero el hecho de que estuviera hacía todo esto un poco más soportable.
Su madre estaría orgullosa.
No sabía qué decir cuando notaba que Charlie no se sentía cómodo.
Estábamos en un hospital. El ambiente no era el más agradable para
mantener una conversación. Lo miré a través de mis pestañas mientras
soplaba mi café.
—Papá pasó por aquí anoche y dijo que sentía no haberte visto.
Prometió que te alcanzaría. —Fruncí los labios y puse una cara que le hizo
sonreír—. Supongo que por tu presencia aquí eso no ha sucedido. —Me
sentí mal. Sabía que Charlie necesitaba la atención de mi padre para que
Cross Acres siguiera funcionando, y eso que nuestro rancho ni siquiera era
su responsabilidad.
—Todavía no, pero está ocupado. Lo entiendo. —Charlie se sentó en
una silla al lado de mi cama y sopló el vapor de la superficie de su taza—.
Coincidiré con él en algún momento, pero no he venido aquí buscando a
Jack.
Levanté las cejas con sorpresa y traté de evitar que mis ojos se
abrieran como platos. Charlie tomó un sorbo de su café y luego sostuvo la
taza en el reposabrazos de la silla.
—He venido a verte.
Charlie Burin era un seductor experimentado mientras que yo era una
novata. El calor subió a mis mejillas y una vena de mi cuello comenzó a
palpitar cuando mi ritmo cardíaco aumentó. Era increíble que Charlie Burin
hubiera conducido desde Mason Belle a Laredo para ver cómo estaba.
—Oh.
Verlo mirarme con tanta confianza me hizo sentir incómoda.
Entonces, la comisura derecha de su boca se alzó en una sonrisa sexy.
Charlie pasó su mano por su pelo crecido y respondió como si no acabara
de sacudir mi mundo.
—Sí.
¿Eso era todo? Necesitaba más de una palabra para mantener una
conversación, especialmente, cuando esa palabra me había dejado sin
palabras.
—Quería ver cómo estabas. Ayer tenías muy mala pinta.
—Oh. —Me sentí desinflada como un globo.
La sonrisa de Charlie vaciló ante mi tono vacío, y se dio cuenta de lo
que había dicho. Se inclinó hacia adelante y envolvió sus dedos alrededor
de los míos. Me estremecí y los dejó caer tan rápido como los había
acercado.
—Mierda, Sarah. —Me miró fijamente la mano como si estuviera
ardiendo y no supiera cómo apagar las llamas. Después, hizo contacto
visual conmigo—. No he querido decir eso. —Se pasó una mano por la cara
antes de que sus hombros se hundieran, y me dedicó la mirada más inocente
que nunca había visto en Charlie Burin—. Me refiero a que pensé que te
vendría bien algo de compañía. ¿Te he hecho daño en la mano?
Sacudí la cabeza y recordé sus manos en mi mandíbula, y la
temperatura de mis mejillas subió mientras bebía de mi taza e imaginaba
todas las cosas que quería que esos dedos callosos me hicieran. Quería
hablar de ello. Quería saber si lo de ayer había significado algo o si solo
había sido una visita de compasión. Ahogar mis sentimientos me causaría
mucho menos dolor que abordarlos. Charlie Burin había dejado muy claro
durante la secundaria que yo no era el tipo de chica que le interesaba.
Probablemente, no había cambiado de pensamientos ocho años después.
Decidí concentrarme en mi expresión para apaciguarla. Cuanta menos
emoción mostrara más seguro estaría mi corazón.
A diferencia de Charlie, yo no tenía experiencia con nada de esto. No
sabía si estaba coqueteando o si estaba leyendo mal sus señales. Nunca
había tenido una cita. Había pasado mis años de secundaria criando a mi
hermana después de que mamá se largara. Entre eso, la escuela, la iglesia y
mis obligaciones con la comunidad, no me había preocupado de los chicos.
Y a los veinticuatro años, sin haber tenido nunca una sola cita, era la
solterona del pueblo. Los hombres no me miraban dos veces a menos que
necesitaran algo, y nunca era mi compañía.
—¿Tienes terapia física hoy? —Mantuvo el tono ligero y neutro.
Charlie no parecía sentir mi incomodidad. O bien elegía ignorarla.
Me sentí un poco derrotada solo con pensarlo.
—Sí. Los fisioterapeutas no quieren que esté demasiado tiempo sin
hacer nada. —Me reí, pero fue una risa nerviosa—. Me trabajan los brazos,
las piernas y la espalda, aunque es difícil con la lesión de la médula espinal.
—Me pasé el pulgar por encima del hombro, como si Charlie no supiera
dónde estaba mi columna vertebral. Inmediatamente, me sentí estúpida.
—No suena muy divertido, pero estoy seguro de que cuanto antes
consigan que te muevas, antes te levantarás y caminarás. ¿Verdad?
El suspiro se escapó antes de que pudiera detenerlo y mis ojos se
llenaron con las mismas estúpidas lágrimas que había presenciado ayer. Tan
pronto como la primera se deslizó por mi mejilla, Charlie corrió a buscar un
lugar seguro para poner su taza de café y se sentó a mi lado en la cama.
Pasó el pulgar por debajo de mis pestañas con suavidad.
—¿Qué he dicho? —Me revisó los ojos, claramente confundido—.
No he querido hacerte llorar. Mierda. —Su mano fuerte se quedó en mi
mandíbula y me incliné hacia su toque, absorbiendo egoístamente su
atención—. Háblame, por favor. —Nunca había visto a Charlie tan
nervioso.
Respiré hondo y me preparé para admitir mi verdad en voz alta por
primera vez. Una vez que estas palabras pasaron por mis labios no pude
retractarme, y temí que se convirtieran en una realidad.
—A pesar de las insoportables horas de terapia, no hay garantía de
que alguna vez vuelva a caminar.
Resopló, y una sonrisa reemplazó el fruncimiento de sus labios. Los
músculos de sus antebrazos bronceados se tensaron y quise rastrear la vena
que sobresalía al moverse. Su mano se deslizó desde mi mandíbula hasta la
nuca y luego me miró fijamente durante más tiempo de lo que resultaba
cómodo. A continuación, se inclinó para besarme la frente. Cuando
retrocedió vi una emoción que nunca había visto brillando en sus ojos de
chocolate.
—Eso no quiere decir que no lo consigas.
Me preguntaba qué me habían dado las enfermeras en mi cóctel de
medicinas esta mañana. Tenía que estar alucinando porque los labios de
Charlie Burins acababan de tocar mi cuerpo. Sin embargo, cuando parpadeé
él seguía ahí y el café en su aliento me hacía cosquillas en la nariz. Estaba
tan cerca.
Esto tenía que ser un sueño. Ni siquiera papá había fingido ser
optimista. Él era realista y hacía caso a lo que decían los médicos y
enfermeras. No me había desanimado, pero tampoco me había inscrito para
correr una maratón. Charlie era la primera persona que creía en mis
posibilidades.
Me acarició cuidadosamente el pelo y sus ojos nunca dejaron de
mirarme.
—Tienes el poder de controlar lo que te ha pasado, Sarah. —Sacudió
la cabeza y levantó un hombro—. ¿Qué eliges? ¿Vas a dejar que te gane?
¿O vas a enfrentarte con uñas y dientes a la terapia?
—No es tan simple.
En el momento en que me quitó la mano del cuello y la puso en su
regazo eché de menos el calor, el estímulo de su toque, y me di cuenta de
que lo había decepcionado.
—Nada por lo que valga la pena luchar es simple o fácil. Pero creo
que Dios nos da la voluntad de mover montañas. Creo que tienes las agallas
para demostrar que todos se equivocan.
Dejé salir una risa profunda que me sacudió todo el cuerpo. Me dolió,
pero a pesar de todo no pude evitar reírme mientras hablaba.
—Yo no estoy tan segura. Miranda sí las tiene, yo… no lo creo.
—Tu hermana pequeña es una pieza de mucho cuidado, pero no te
infravalores, Sarah. Tienes agallas. Si lo quieres, tómalo. Haz que suceda.
—Era muy fácil en la mente de Charlie Burin—. Por el amor de Dios, eres
la hija de Jack Adam. Sus genes están en ti. —Me guiñó el ojo y me volví a
estremecer.
Algo dentro de mí hizo clic y quise demostrarle que tenía razón,
hacerlo sentir orgulloso. Puede que no fuera la mejor motivación, pero era
la única que tenía.
—¿Así de simple? —Sonreí.
Se encogió de hombros.
—Así es. —Charlie se inclinó hacia atrás y usó la mano para apoyarse
en el colchón. Su bíceps sobresalió y también la vena que atravesaba la
parte superior. Nunca había salivado al contemplar un brazo, pero es que
Charlie tenía el cuerpo más masculino y rudo que jamás había visto. Me
apetecía pasar los dedos por cada parte de él. Y no le afectaba lo más
mínimo mi mirada. De hecho, parecía disfrutarla. Algo pasaba entre
nosotros, pero no sabía qué era.
Justo después de darme ánimos y ofrecerme aquella sonrisa que
conseguía que te se cayeran las bragas, uno de los terapeutas llamó a mi
puerta para meterme en las cámaras de tortura.
—Me quitaré de en medio... —Charlie se levantó.
No obstante, agarré las puntas de sus dedos —era todo lo que podía
agarrar con mis movimientos limitados— y miré sus ojos que podían
tentarme a mentir, engañar y robar.
—Quédate. —No sabía lo que me estaba pasando—. Por favor...
Parpadeó. Dos veces.
—¿Quedarme?
Me lamí los labios secos y tiré del inferior entre los dientes mientras
asentía lentamente.
—Por favor. —Fue patético, ya que sentí que le rogaba al hombre que
se apiadaba de mí. Seguro que ahora se lo pensaría dos veces antes de
volver a traerle una taza de café a una inválida.
—Por supuesto —dijo sin dudar.
Ni siquiera se planteó su trabajo. Él tenía muchas cosas que hacer, ya
que no podía localizar a mi padre para terminar el proyecto de nuestro
rancho. No dijo que necesitara hacer una llamada o cambiar de planes.
Simplemente, se sentó en la silla en la que había estado antes de que yo
llorara y se puso cómodo... o tan cómodo como se puede estar en una silla
de plástico de un hospital.
Se lo había pedido sin pensar. Creí que tener a alguien aquí, incluso
alguien que apenas conocía, sería un bienvenido alivio de la monotonía del
terapeuta y los ejercicios. Además, tendría a alguien que atestiguara lo
horrible que era todo esto. Hice todo lo que Michael, el terapeuta enviado
por Satanás, me pidió que hiciera, y me avergoncé de la cantidad de
ejercicios que no pude realizar mientras Charlie presenciaba mis intentos
fallidos.
Michael bajó la cama y me ayudó a ponerme de lado. Una vez que me
tuvo en la posición que quería me agarró la pierna levantando suavemente
el peso muerto. Acunó mi rodilla en una mano y mi pantorrilla en la otra.
Su firme agarre me dio confianza, pero tan pronto como extendió mi rodilla
y luego la dobló de nuevo el dolor me recorrió todo el cuerpo. Apreté los
dientes tratando de sofocar el silbido que pasó por mis labios antes de que
pudiera sellarlos. Ese simple alargamiento hacía que los músculos de mi
espalda se engancharan y que el fuego ardiera bajo mi piel. A pesar de lo
fuerte que apretaba los dientes no podía luchar contra las lágrimas cuando
empezaban a brotar. Llorar en medio de la terapia, frente a Charlie, era más
que humillante, pero no conseguía amortiguar el dolor. Estaba a segundos
de soltar un aullido espeluznante cuando Michael me miró a los ojos.
—Concéntrate en la respiración. —Su instrucción fue firme y dejó
poco espacio para la discusión—. Respiraciones profundas y uniformes. —
No movió mi rodilla mientras hablaba, esperando a que siguiera sus
instrucciones—. Cuando doble la rodilla quiero que inspires
profundamente, y luego, al estirar la pierna, suelta la respiración y trata de
que la exhalación dure todo el movimiento. Cronometra la entrada y salida
de aire con cada repetición. Concéntrate en llenar tus pulmones. Eso llevará
oxígeno a los músculos y ayudará con el dolor.
Todo lo que pude hacer fue asentir con la cabeza. La verdad es que no
sabía si podría hacerlo. No lidiaba bien con el dolor, y menos con este dolor
tan espantoso.
—¿Lista? —Michael esperó mi vacilante confirmación—. Ahí vamos,
entonces. Inspira profundamente, llena tus pulmones con la mayor cantidad
de aire posible. —Dobló mi rodilla en un ángulo de noventa grados,
presionando mi espalda baja en el inmovilizador y mi cadera en el
asqueroso colchón del hospital.
Un dolor sordo y horrible me subió al muslo y mi pierna empezó a
temblar. Michael me sostuvo la rodilla en esa posición por un momento,
mientras mi espalda comenzaba a relajarse.
—Eso es perfecto. Ahora suelta el aire lentamente. —Extendió mi
rodilla enderezando mi pierna mientras yo liberaba el aire acumulado de
mis pulmones.
Luché contra el dolor, desesperada por mostrarles a Charlie y a
Michael que no era una desertora. Pero me sentía fatal. Charlie estaba
siendo testigo de algo personal, horrible e íntimo que me costaba soportar.
Los gruñidos. Los gemidos. Las lágrimas de frustración e incomodidad.
Pero los pequeños y agudos gritos de dolor fueron los que lo sacaron de su
asiento. Y cuando maldije a Michael, las venas de las sienes de Charlie se
abultaron. Dejé salir gritos agudos, pero a mi fisioterapeuta no le cohibía
que Charlie fuera testigo de todo eso.
Le ofrecí una sonrisa de disculpa a Charlie. Él volvió a acercarse
mientras yo me desplomaba en el colchón con un suspiro de vergüenza.
Charlie le dio un codazo a Michael.
—¿Puedo? —preguntó.
Michael soltó mi muñeca y se puso de pie para darle a Charlie su
asiento.
—Pon tus dedos entre los de ella, pero ten cuidado de no separarlos ni
apretarlos. Todavía están sanando.
Mi terapeuta le estaba enseñando a Charlie a hacer los ejercicios por
los que había estado a punto de perder la compostura hacía un momento.
—Apoya su codo y su antebrazo, y, lentamente, gira la muñeca en
círculos suaves.
El toque de Charlie era diferente. Por supuesto, me dolía, pero, de
alguna manera, el calor de los dedos de Charlie y el calor de su mirada
gentil lo hicieron un poco más tolerable.
Él siguió las instrucciones de Michael y mi mente optó por no
concentrarse en el dolor que me provocaba en la mano, la muñeca y el
brazo. En su lugar, mi atención se centró en sus atractivos rasgos. Siempre
había sido guapo, pero tenerlo sentado junto a mí ayudándome con la
terapia, lo hacía todavía más atractivo. Incluso con el horrible tono de las
luces fluorescentes. Desde siempre había creído que sus ojos eran de un
marrón intenso, pero de cerca pude ver lo verdes que eran, un tono
profundo e inusual. Deseaba que mis manos funcionaran mejor y que mis
dedos no estuvieran asegurados con tablillas para poder pasarlos por su pelo
perfectamente desgreñado. A lo largo de los años, me había centrado tanto
en esa fuerte mandíbula y en esos pómulos cincelados que había pasado por
alto el resto de sus rasgos. La barba incipiente que salpicaba sus mejillas
tenía un atractivo propio, pero eran sus grandes y anchos hombros los que
hicieron que quisiera perderme en su abrazo. Era todo un hombre, y el
bronceado que lucía de pasar tantas horas al sol aumentaba su atractivo.
Incliné la cabeza en un ángulo diferente para apreciar la diferencia en
su apariencia respecto a la última vez que lo miré de verdad. Era como si
hubiera crecido, pero era un adulto, no podía haber cambiado tanto. Era
ridículo incluso considerarlo; tal vez, mi mente me estaba jugando una mala
pasada. Los médicos habían descartado una lesión cerebral después del
accidente, pero a lo mejor se les había pasado algo por alto y esta era la
primera señal de falta de memoria. Me sacudí ese pensamiento tan rápido
como había llegado.
Charlie no había cambiado; yo sí.
No me había molestado en mirarme al espejo desde que me había
despertado. No quería ver lo que quedaba de mí. Podía sentir los lugares
donde me habían afeitado el pelo para hacerme la cirugía y también los
puntos. Podía ver las cicatrices en mis manos y brazos, donde habían
recogido fragmentos de vidrio de mi piel. Tenía más huesos rotos de los que
podía contar, moretones que se habían vuelto verdes y un horrible tono
amarillento. No me había duchado desde que había llegado aquí —los
baños no eran lo mismo—, y olía a betadine y alcohol. Probablemente,
había chicas más guapas en la morgue de abajo.
Distraídamente, levanté mi mano libre y me toqué los lugares que
sabía que siempre tendrían signos visibles del accidente. La lista de lesiones
había sido tan larga que era más rápido encontrar las partes de mí cuerpo
que no habían sido dañadas. Me pregunté en qué estaba pensando al pedirle
a Charlie que se quedara. No debería habérselo pedido. No necesitaba
verme soportar esto.
—¿Alguna vez has oído hablar de la FES?
No presté atención a Michael, pues estaba demasiado concentrada en
la cara de Charlie, en la sensación de su piel contra la mía y en la forma
suave en que me trabajaba el brazo. Una vez que conseguí quitarle la
mirada de encima a Charlie, miré a Michael y respiré con normalidad.
—No. ¿Qué es eso?
—Estimulación eléctrica funcional. Es un tipo de tratamiento que
utiliza pulsos eléctricos para mejorar los músculos débiles o paralizados. En
pocas palabras, ayuda al cerebro a aprender nuevos caminos para que los
músculos vuelvan a funcionar. —La terapia de choque no me sonaba bien y
debió de notárseme en la cara. Por primera vez desde que conocía a
Michael, una sonrisa completa apareció en sus labios. Sacudió la cabeza—.
Son pulsos suaves. No te vamos a electrocutar. La semana que viene lo
incluiremos en tu rutina de terapia para ver si te ayuda. Añade unos treinta
minutos a cada sesión.
Michael podría haber estado hablando un idioma extranjero. Nuevos
caminos, compromiso muscular, parálisis... nada de eso sonaba bien. Las
palabras no tenían mucho sentido. Estaba un poco mareada por los
ejercicios y los narcóticos. Los brazos, piernas, espalda... todo estaba en
llamas. Me costaba procesar lo que me decía.
—¿Cómo funciona? —Traté de acomodarme en el colchón, pero no
me ayudó mucho.
—Es una pequeña máquina. —Michael levantó las manos para
indicar el tamaño—. Hay varios electrodos conectados a cables que
colocaré a ambos lados de tu columna vertebral. Es solo una pegatina
acolchada, nada elegante. Empezaremos con una frecuencia baja, pero el
FES dará una descarga o impulso a tus músculos.
—Suena agradable. —Busqué a tientas los mandos de la cama para
poder sentarme, pero Charlie se me adelantó con el mando. Le dediqué una
sonrisa cansada.
—No es tan duro como suena. No queremos que esos músculos pasen
mucho tiempo sin ser estimulados. Tu equipo de médicos está de acuerdo
en que este es el curso menos invasivo y más prometedor en este momento.
Te tendrás que enfrentar a una cirugía adicional, probablemente, a más de
una, y necesitamos mantener tu cuerpo en la mejor forma posible para que
sean exitosas. —Michael me dio una palmadita en la pierna... fue
incómodo. Luego miró a Charlie—. ¿Tienes más preguntas para mí?
—No, gracias.
—Por supuesto. Charlie, ha sido un placer conocerte. Sarah, te veré
mañana.
Charlie movió la silla al lado de la cama.
—¿Hay algo que pueda hacer por ti? ¿Cómo te sientes?
—Dolorida. —Ahora que el terapeuta se había ido y el dolor se había
instalado, las lágrimas regresaron. Me llevé la mano bajo los ojos. Odiaba
que me viera tan débil e incapaz de controlar mis emociones, pero no podía
detener las lágrimas—. Si pudieras sacarme de mi miseria, lo apreciaría
mucho.
La suavidad en su expresión fue reemplazada por una mirada rígida e
implacable.
—No va a suceder. —Su tono era tan firme como su cara—.
Sobreviviste por una razón, y no vas a darte por vencida. En lugar de pensar
en el panorama general, deberías concentrarte en el día de hoy y en lo que
has logrado. Acabas de pasar por otra sesión de terapia. —Me burlé, y pude
ver que el menosprecio lo irritó. Él apretó los labios y respiró
profundamente—. Vale, ha sido duro, pero lo has conseguido. No le diré a
nadie que maldijiste a Michael. —Su expresión se relajó junto con sus
hombros, y luego su tono se suavizó—. Te centrarás en una sesión a la vez.
Ejercicio por ejercicio, y recuperarás la movilidad. Y yo estaré aquí para
ayudarte.
—¿Por qué?
—¿Por qué no?
Me encogí de hombros esperando no tener que contestar. No quería
decirle que su compromiso me sorprendía. Prefería pensar que no era más
que un discurso motivacional, pues Charlie tenía una vida y no me incluía a
mí. Lo había dejado muy claro durante la mayor parte de los veinticuatro
años que nos conocíamos. Y aunque sabía que lo decía en serio, no creía
que fuera capaz de seguir adelante. Una vez que Charlie se diera cuenta de
lo que su promesa implicaba, dejaría de venir. No me cabía duda de que
recordaría una docena de otras cosas que podría estar haciendo en lugar de
ocuparse de una inválida con cicatrices y fracturas. Podía mencionar a
varias mujeres que estarían encantadas de ocupar su tiempo si él les daba la
oportunidad, y que tenían todo el pelo y plena movilidad. Sin mencionar
que ninguna de ellas estaba fuera de los límites de la ciudad de Mason
Belle.
Aun así, le di las gracias por el estímulo y le ofrecí la sonrisa más
sincera que pude esbozar.
—Gracias por quedarte hoy. Me ha ayudado tener a alguien a mi lado.
—Lo decía en serio. Quería que supiera que lo decía en serio.
—Por supuesto. —Me apretó los dedos suavemente.
Cada día era una repetición del anterior y Charlie seguía apareciendo
sin saltarse ninguno. No se perdió ninguna sesión de terapia. No tenía ni
idea de cómo se las arreglaba para trabajar en el rancho de sus padres,
además de estar conmigo a diario. Cada mañana aparecía con dos tazas de
café y, recientemente, había añadido el desayuno. No sabía la razón y
tampoco quería conocerla. No quería saber si lo hacía por lástima, por
deferencia a papá, o porque no tenía nada mejor que hacer.
No creía que Charlie tuviera algún motivo oculto para sus atenciones.
Pero su actitud y acciones iban mucho más allá de ayudar a una amiga de la
familia, especialmente, una a la que apenas conocía. Se llevaba bien con los
terapeutas y se había hecho amigo de los médicos. Al igual que en la
escuela secundaria, hacía amigos en todos los lugares a los que iba porque
todo el mundo lo quería. Tenía esa personalidad que atraía a la gente.
Querían estar cerca de él. No me habría sorprendido que salieran de copas
cuando los chicos terminaban sus turnos.
Charlie hizo de mi comodidad su máxima prioridad y siempre estaba
al tanto de cómo iba mi proceso de curación. Absorbía la información como
una esponja, y anotaba lo que no podía recordar. Tomaba notas... sobre mi
recuperación. Yo, Sarah Adams, la chica que él no sabía que existía hasta
que un tractor-remolque me golpeó a ciento treinta y cinco kilómetros por
hora.
Cuando comenzaron con el FES, Charlie se quedó en silencio en una
esquina de la habitación y miró. Hizo preguntas antes y después del
procedimiento. Quería saber cómo conectar la máquina correctamente,
aunque a mí me parecía bastante sencillo. Tomó notas sobre cómo
guardarla, cómo mantenerla limpia y cómo asegurarse de que funcionaba.
Michael le dijo que era poco probable que me llevara una unidad a casa,
pero él prefería tener toda la información por si acaso. No tuve el valor de
decirle a Charlie que la máquina no se vendría a casa, ya que si no
funcionaba aquí no tendría sentido seguir utilizándola. Se molestaba cuando
yo era negativa, así que me guardé ese comentario.
Estaba agradecida por todo lo que hacía. Entre Charlie y papá, pasaba
muy poco tiempo sola. Deseaba que mi hermana apareciera por aquí, pero
ese era un tema que no estaba preparada para tratar. Quería expresarle a
Charlie cuánto significaba para mí todo lo que hacía, pero no estaba segura
de poder transmitirle el mensaje sin confesarle más de lo que debía. Lo
último que quería era que creyera que dependía de él. Si Charlie se enteraba
de que yo contaba los minutos para que él llegara o que me sometía a
terapia física solo para verlo, se marcharía para no volver. Estaba segura de
eso.
Incluso cuando no estaba en terapia física, Charlie seguía viniendo
para pasar el rato. Me traía café y panecillos de canela... Dios mío, los
panecillos de canela de su madre eran para morirse.
Consiguió que una enfermera le trajera una silla más cómoda que
colocó al lado de mi cama. Se inclinó hacia atrás, colocó los pies sobre mi
colchón y cruzó los brazos sobre su amplio pecho.
—A Austin lo han obligado a ayudar en el desfile de Mason Belle.
Está construyendo su carroza.
—Oh, es muy bonito de su parte. —Me encantaba que los dos
hablásemos de la vida en la ciudad—. ¿Qué están haciendo este año?
El desfile del pueblo no era realmente un desfile. Era una excusa para
que los ciudadanos se unieran en una muestra de apoyo a la comunidad. Y
para comer, porque eso es lo que les gustaba hacer a los hombres de Mason
Belle, y a las mujeres les encantaba alimentarlos.
—Una vaca.
—¿Una vaca? ¿Cómo de grande? —No pude contener la risa.
Una sonrisa ladeó sus labios y sus ojos brillaron de diversión.
—Por lo visto, Caridad no supo muy bien lo que decía cuando le
pidió a Austin que hiciera el armazón diez veces más grande que una vaca
real.
Me cubrí la boca al escapárseme un pequeño jadeo.
—¡Eso es enorme! ¿Cabrá bajo el semáforo de la calle principal? —
Solo teníamos uno.
Charlie sacudió la cabeza.
—Austin ha tenido que cortarla por las rodillas. No hace falta decir
que su vaca ahora tiene un aspecto ridículo y que no está nada contento.
—Pobre.... ¿Tiene a alguien que le ayude?
—Brock. Y también convencí a Mike para que les ayudara a
arreglarlo. A Austin no le va muy bien sin Randi, así que su temperamento
tiende a estallar. Mike me ha dicho que pierde la calma muy rápido desde
que ella se fue.
No sabía de quién estaba hablando.
—¿Mike?
Su frente se arrugó un poco al no entender mi pregunta, y luego la
confusión se aclaró.
—Mike Bell. Mi mejor amigo.
En ese momento, me di cuenta de lo poco que sabíamos el uno del
otro. No había visto a Mike Bell en años. Ambos vivían en el corazón de
Mason Belle, pero Mike trabajaba en el rancho de su familia como el resto
de nosotros. No había habido necesidad de que nuestros caminos se
cruzaran.
—Oh, no sabía que seguíais siendo amigos.
Charlie tomó el mando a distancia de la televisión mientras seguía
hablando.
—Estamos muy unidos.
Yo no quería dejar la conversación. Quería saber todo lo que había
que aprender sobre Charlie. Era mucho más interesante que cualquier cosa
que estuvieran poniendo en la televisión. Él sostuvo el mando a distancia en
su regazo y me preguntó:
—¿Conoces a alguien aquí?
No quería admitir que no era buena haciendo amigos. Era una
solitaria, aunque no por elección.
—No, realmente.
No estaba interesada en sociabilizar con otros pacientes. O eran
demasiado optimistas o eran tan deprimentes que cuando me alejaba de
ellos quería que el mundo se acabara. Así que, aunque anhelaba la
interacción humana, no me servía cualquier persona.
—Papá siempre se queda un buen rato. Así que, entre vosotros dos,
los médicos y la rehabilitación, no me queda mucho tiempo para
sociabilizar.
Afortunadamente, Charlie no era el tipo de hombre que se entrometía.
Me sorprendió su habilidad para hablar durante horas sin revelar mucho
sobre sí mismo. Los dos habíamos crecido en Mason Belle, nuestros padres
eran amigos y nuestros hermanos eran novios, pero estaba segura de que me
contaba cosas para que estuviera entretenida y no porque le importara lo
que Harriet Hillman hiciera el sábado por la noche mientras su marido
Wade estaba en el campo. Esos pequeños detalles hacían la vida soportable,
como si yo siguiera siendo parte de las cosas que pasan en Mason Belle.
Además, escucharlas desde el punto de vista de Charlie Burin las hacía
graciosas sin importar si los chismes eran verdaderos o no.
Sin embargo, de alguna manera, en todas esas conversaciones Charlie
nunca habló de sí mismo. No tuve la impresión de que estuviera ocultando
algo, solo que era un poco reservado. Sin embargo, cuanto más tiempo
pasaba con él más cuenta me daba de que mi opinión sobre el Charlie de la
escuela secundaria ya no se correspondía con el hombre que era hoy. Puede
que nunca hubiera sido esa persona. Las mujeres siempre habían acudido a
él y los chicos querían ser sus amigos, pero él nunca había buscado la
notoriedad. Tanto él como su hermano atraían a la gente sin hacer nada.
Tomé un panecillo de canela y lo observé. Él seguía sentado con los
pies en la cama y los brazos cruzados sobre el pecho, con la mirada puesta
en la pantalla del televisor.
—Eres la persona más valiente que he conocido. —Su comentario no
fue improvisado.
Detuve la cucharada de puré de manzana a medio camino de mi boca,
sin saber si me hablaba a mí o al hombre de la pantalla. Hasta que su mirada
dejó el televisor y se fijó en la mía.
—¿Qué quieres decir? —Dejé la cuchara a un lado y esperé su
respuesta.
—Has sobrevivido a esto. —Su expresión era estoica—. No solo has
sobrevivido, sino que lo estás superando.
Agradecí que no estuviéramos sentados en el porche de Cross Acres,
porque tendría la boca llena de moscas por la forma en que colgó mi
mandíbula. Se rio.
—No me mires como si tuviera dos cabezas.
Cerré la boca pero empecé a ahogarme y a toser ante lo absurdo de
todo esto.
Charlie silenció el televisor y arrojó el mando a distancia sobre la
mesa. Cuando puso los pies en el suelo y se inclinó hacia adelante, estaba
segura de que dejaría de respirar. Sus ojos eran intensos y se fijaron en los
míos.
—Veo tus mejoras cada día. En la fisioterapia... es increíble. Yo
solo... —Charlie se encogió de hombros y luego se frotó la nuca,
repentinamente inquieto—. No creo que pudiera hacerlo.
—Tú eres el que me alentó a conseguirlo.
—Es cierto, pero no creo que mi mente sea lo suficientemente fuerte
para superar este asunto. No creo que pudiera hacer lo que tú has tenido que
hacer. Y estoy seguro de que no tendría una buena actitud.
Sentí malestar, a pesar de que era un intento de cumplido. No tenía ni
idea de a dónde quería llegar con eso, pero deseaba que parara. Me había
hecho creer que si lo deseaba lo suficiente podía hacer que ocurriera. No
obstante, si él pensaba que estaba superando esto, entonces no habría razón
para que siguiera visitándome… Era una espada de doble filo. Si dejaba de
venir estaría sola la mayor parte del día. La compañía de papá era genial,
pero Charlie era mi mayor motivación.
Charlie acercó un poco más la silla a la cama. Tomó mi mano, la
levantó y besó los nudillos deformes. Mi pecho se contrajo de dolor, pero
mi pulso se elevó al sentir sus labios en mi piel y la forma en que su cálido
aliento me hacía cosquillas en los dedos. Quería detener el tiempo en ese
momento.
—Tienes mucho dolor, pero te mantienes fuerte. Cada día eliges
sobrevivir en lugar de rendirte. Y creo que eso te hace la persona más
valiente que conozco. —Y, de nuevo, me besó la parte superior de la mano,
pero esta vez me sostuvo la mirada. El contacto fue el más íntimo que jamás
había experimentado.
Me sonrojé cuando el rubor me recorrió el cuello y las mejillas. Sabía
que tenía que responder, pero no estaba segura de lo que era apropiado en
estas circunstancias.
—No creo que tenga muchas opciones. Esto… —agité la mano libre
por la habitación—, no es una gran vida. No quiero estar aquí más tiempo
del necesario. Y la única manera de salir es haciendo lo que hago. —Me
encogí de hombros y dejé de concentrarme en sus rodillas—. Haces que
suene como si hubiera logrado algo cuando, en realidad, no estoy en mejor
condición que después del accidente.
Sus dedos encontraron mi barbilla y me levantó la cara hasta que me
encontré con su mirada. Los ojos de Charlie eran de un verde cálido y sus
pupilas se ensancharon mientras hablaba, como si me absorbieran.
—Te admiro, Sarah.
Fue sincero, sentimental, y quise acurrucarme en su voz como si fuera
una manta caliente en una fría noche de invierno. Me atreví a tocarle la
mandíbula y me acobardé al ver cómo mis dedos ligeramente torcidos
aparecían contra sus perfectos rasgos; pero Charlie no se apartó.
—Eres un buen hombre, Charlie.
Se rio un poco y yo dejé caer mis dedos de su barbilla.
—No estaba buscando cumplidos.
—Lo sé, pero eso no lo hace menos cierto. —Me tragué el nudo de la
garganta y me atreví a expresar los pensamientos que habían plagado mi
mente desde que empezó a aparecer en el hospital—. Nadie más que papá
se ha sentado aquí para entretenerme o ayudarme con la terapia física.
Probablemente, sepas más del proceso que yo. Mi propia hermana no ha
mostrado la cara, pero tú has venido todos los días. ¿Tienes idea de lo
mucho que me ayuda eso cuando paso por otra sesión de fisioterapia?
Charlie no hizo comentarios, pero tampoco miró hacia otro lado.
Estaba interesado en seguir escuchándome.
—Cuando no estás aquí siento un enorme vacío, Charlie. La vida se
convierte en un vacío monótono. —Puede que estuviera yendo demasiado
lejos, pero era cierto—. Papá tiene buenas intenciones, pero es de la vieja
escuela y, honestamente, no consigue ser del todo empático. Pero tú estás
aquí y eso me hace sentir que no estoy sola contra el mundo... —Me alejé,
pero él mantuvo el contacto visual—. No sé si eso tiene algún sentido. —
Ahora estaba balbuceando, pero había hecho bien en decírselo.
No conseguí reunir el coraje para preguntar el por qué detrás de su
atención, pero él pareció intuirlo. Ese era un gran paso para una chica que
nunca había cogido de la mano a un chico.
—Lo tiene —dijo él.
Cuanto más feliz era Charlie más verde se ponían sus iris y, en ese
momento, sus ojos eran un campo de tréboles. Sus labios se elevaron en una
brillante sonrisa, y juré que tenía más luz que el sol atravesando las nubes
en un día de tormenta.
Capítulo 6
Sarah
Papá se sentó en la silla que Charlie había logrado que le dieran las
enfermeras y había levantado mi mesa oscilante para usarla como escritorio.
Había papeles esparcidos por todas partes, así como un bolígrafo y su
chequera.
—Papá, ¿por qué no me dejas ayudarte con eso? —Los libros de
Cross Acre eran mi responsabilidad desde que estaba en el instituto—.
Puedo rellenar cheques y pagar facturas.
Se pasó una mano por las canas. No creí que me acostumbraría alguna
vez a ver a papá sin sombrero. Nunca traía ninguno al hospital.
—Lo tengo todo bajo control, cariño.
—Estás siendo un tonto. —Suspiré—. Solo porque mi cuerpo no
funcione bien no significa que mi mente tampoco lo haga. —Esperé a que
levantara la barbilla para mirarme, pero al no hacerlo seguí adelante—. Me
gustaría sentirme útil. Desde que estoy aquí, todo lo que he hecho es estar
sentada.
—No es tu trabajo centrarte en las facturas, Sarah. Necesitas
concentrarte en cuidarte. —Hablaba como un sureño testarudo.
Antes de que pudiera insistir más, una mujer entró por la puerta
abierta golpeando la madera al acercarse.
—Buenos días. —Su voz parecía un arrullo y había aprendido durante
el tiempo que llevaba en estas instalaciones que eso nunca era bueno.
Habían sido entrenados para suavizar los golpes con un tono melodioso.
—Buenos días. —Papá no se molestó en mirar a la mujer trajeada.
Hice lo que pude para ofrecerle una sonrisa de bienvenida, pero como
no la conocía y parecía demasiado formal para ser una nueva terapeuta, la
saludé con un escueto «hola».
Se detuvo a los pies de la cama con una carpeta agarrada en el brazo.
—Soy Chantel Stafford.
—Es un placer conocerte. Soy Sarah Adams y este es mi padre, Jack.
Cuando cruzó su otro brazo sobre la carpeta y tomó una postura
defensiva me di cuenta de que no solo iba a dar malas noticias, sino que iba
a poner mi mundo patas arriba.
—Sarah, soy tu administradora de casos.
De alguna manera, eso llamó la atención de papá. Dejó de hacer lo
que estaba haciendo y miró fijamente a la mujer como si acabara de
introducir un virus en su ganado. Ignoré su repentino nerviosismo y traté de
entender lo que eso significaba.
—No sabía que tenía uno.
Una sonrisa practicada curvó las comisuras de su boca.
—Estoy aquí para ayudar en situaciones como la tuya. —Agarró la
carpeta con ambas manos y vi lo gruesa que era la pila de papeles que
contenía—. Con suerte encontraremos soluciones para conseguir el
tratamiento que necesitas. —Nada de eso sonaba bien.
—¿No cubre mi seguro la mayor parte? —No era la mejor póliza del
mercado, pero papá pagaba un buen precio para asegurar que tuviéramos
cobertura en casos como este.
La mujer parecía confundida pero luego sacudió la cabeza.
—Oh, sí, el conductor del otro vehículo tenía un seguro que cubría tu
estancia y tus cirugías. Desafortunadamente, cuando empezamos a hablar
de cuidados a largo plazo en centros de rehabilitación, las compañías de
seguros dejan de responder tan rápidamente como lo hicieron cuando
tratamos de salvar tu vida.
—¿Qué significa eso exactamente?
Chantel respiró profundamente y luego soltó un suspiro.
—Bueno, significa que necesitamos encontrar terapeutas para ti y
establecer un plan de tratamiento fuera de estas paredes.
—¿Significa eso que me envías a casa?
Papá se sentó más recto y el tic de su mandíbula me llamó la atención.
La ira se esparció por toda su cara, aunque hacía todo lo posible por
mantener la compostura.
Colocó la carpeta a los pies de la cama.
—La compañía de seguros no cree que estés progresando lo suficiente
como para justificar la continuación de la atención hospitalaria. Así que, a
menos que algo cambie, te darán el alta al final de la semana.
—¡Pero no puedo caminar! —No debí haber gritado, ya que acudió
una enfermera y papá se sintió más molesto todavía.
Chantel trazó círculos con su uña postiza sobre la carpeta. Yo quería
agarrarla y golpearle con ella.
—Por eso estoy aquí. He creado un régimen de paciente externo con
tus médicos a través de nuestro programa estatal. Seguirás trabajando con
los mismos terapeutas en el mismo centro, pero en lugar de quedarte aquí
todos los días, solo vendrás a las citas.
No sabía qué decir. Nada de esto tenía sentido. Me había atropellado
un camión. El tipo tenía un seguro. Esto no debería ser un problema.
—¿Papá?
—Escuchémosla, querida. —Él no estaba muy sorprendido.
¿Qué? No. No quería escucharla. No quería volver a casa en estas
condiciones. No podía imaginarme viajando de ida y vuelta a Laredo para
las citas. Este lugar estaba a cuarenta y cinco minutos de casa, y no podía
conducir. Miré a Chantel con los ojos muy abiertos mientras ella hablaba.
Papá le hizo un montón de preguntas, pero, al final, la decisión seguía en
pie. No había elección. Teníamos que aceptar lo que la compañía de seguros
estaba dispuesta a seguir pagando: tratamiento ambulatorio, conseguir un
abogado para que luchara en mi nombre —lo que no garantizaba que no
volviera a casa al final de la semana—, o pagar de mi bolsillo.
—¿Cuánto costaría por semana quedarse aquí? —Fue la primera
pregunta que hice desde que empezaron a hablar.
Su mirada se desplazó de mí a mi padre y viceversa.
—Catorce mil.
Casi me ahogo con mi propia saliva.
—¿A la semana?
Ella asintió. No tenía esa cantidad de dinero, y tampoco le pediría a
papá que la gastara, no cuando todos pensaban que no volvería a caminar.
—¿Y ahora qué? —Me resigné a ese destino.
Chantel recogió su estúpida carpeta. Aún no sabía por qué la había
traído. Ni siquiera la había abierto.
—Necesitamos una silla de ruedas, y tengo que explicarle a tu padre
lo que tiene que hacer para acondicionar la casa y que puedas moverte.
—En una silla de ruedas...
Ella me dio una palmadita en el pie, y si hubiera podido la habría
pateado. Era juvenil e inmaduro, pero no me importaba. No entendía cómo
se podía enviar a alguien a casa en el estado en que yo estaba. No tenía una
enfermera que me ayudara. Papá era... papá. Era un hombre. Ni siquiera
tenía a nadie que me ayudara a ducharme o a cambiarme de ropa. Y no
podía contar con Miranda, ya que no la había visto ni había sabido nada de
ella.
—Conseguiré la silla de ruedas y regresaré para ayudar a situarte
antes de que vuelvas a casa.
Charlie
Tras comunicar a Sarah que tenía que abandonar el centro de
rehabilitación, pasaron unos cuantos días. Yo prefería que volviera a casa.
El viaje a Laredo todos los días era un incordio. Me sentía como si hubiera
vivido en una silla incómoda en una habitación estéril durante el último par
de meses, y eso que podía volver a mi casa todos los días. No podía ni
imaginar cómo se sentía Sarah. Parecía tener emociones encontradas. Por
una parte, quería volver a Mason Belle, pero, por otra, tenía miedo de no
estar lista para irse. Además, una parte de ella creía que yo dejaría de ir a
verla, aunque no hubiera verbalizado ese miedo.
El día del alta, finalmente, había llegado. Jack y yo estacionamos bajo
el toldo frente al edificio, y justo cuando salí de la cabina de su camioneta,
las puertas de vidrio se abrieron y una enfermera acompañó a Sarah en una
silla de ruedas hacia donde estábamos. Entonces vi a otros tres miembros
del personal detrás de ellas empujando carros. No tenía ni idea de la
cantidad de cosas que Sarah había acumulado aquí desde que tuvo el
accidente. Entre la ropa, los libros y revistas que le había traído Jack, y los
regalos que había ido trayendo para alegrarle el día, no estaba seguro de
dónde íbamos a poner todo eso.
Mis labios se elevaron en una sonrisa y su cara se iluminó como un
amanecer, lento al principio y luego cálido y acogedor.
—Hola. —Me pasé la mano por el pelo, no estaba seguro de cómo
afrontar esta situación—. ¿Estás lista para salir de aquí?
Sarah se mordió el labio inferior y asintió levemente. Le besé la frente
y le di una palmadita en el hombro, porque esas dos acciones no se
contradecían en absoluto.
—Déjame ayudar a Jack a meter todo esto en la camioneta y luego te
subiré a ella.
Nunca en mi vida había tenido problemas para tratar con las mujeres.
Ni una sola me había dejado con la lengua atada. Hasta hacía poco. Decía
cosas estúpidas e incluso hacía tonterías. Sin embargo, nada de eso parecía
molestar a Sarah lo más mínimo. Jack y yo descargamos los carros en la
camioneta de Jack mientras, una por una, las mujeres se despidieron de
Sarah. Ella esperó pacientemente con las manos en el regazo —aunque
pude ver la ansiedad que se escondía bajo su expresión tranquila—, y Jack
me dio una palmada en la espalda. Me agaché junto a su silla de ruedas.
—¿Estás lista? —Era yo quien tenía que prepararse, mentalmente.
Los médicos me habían dicho repetidamente que no la lastimara al
levantarla, y el miedo estaba ahí.
Sarah puso su mano en mi antebrazo con un suave apretón, y yo quise
cerrar mi mano sobre la suya.
—No me vas a romper, Charlie.
Le rogué a Dios que tuviera razón. Nunca me perdonaría a mí mismo
si le causara más dolor del que ya soportaba diariamente. Deslicé mi
antebrazo bajo sus rodillas y el otro detrás de su espalda. Y cuando su brazo
se enroscó alrededor de mi cuello mi corazón se aceleró. Ella había perdido
peso desde el accidente, peso que no había necesitado perder, y ahora era
liviana como una pluma. Cuando la levanté de la silla emitió un leve
suspiro, pero enseguida me di cuenta de que se encontraba perfectamente en
mis brazos.
Jack mantuvo la puerta del pasajero abierta y di un par de pasos hacia
la camioneta para colocar a Sarah en el asiento. Alargué la cercanía y el
tiempo que pasé tocándola mientras le abrochaba el cinturón de seguridad.
Ella no se quejó, de hecho, se las arregló para sostener mi mano libre
mientras la ubicaba. En secreto, lo disfruté. Me gustaba ser su lugar seguro.
Quería ser su fortaleza. Mataría a cualquiera que intentara acercarse a ella.
Pero ella no necesitaba esa presión adicional ahora mismo. Lo último que
ella tenía en mente era mi libido. Sarah me apretó los dedos lo mejor que
pudo cuando me alcé.
—Gracias.
Antes de que pudiera decir nada más, la enfermera me hizo a un lado
para mostrarme cómo doblar la silla de ruedas para meterla en la camioneta.
La coloqué con el resto de las cosas de Sarah y luego sujeté la cubierta
sobre la parte trasera para mantener todo a salvo del viento. Jack se había
puesto detrás y había cerrado la puerta. No sabía por qué quería que
condujera su camioneta, pero como él había tomado la decisión y no dejaba
lugar para argumentos, rodeé el capó por el lado del conductor y me metí en
la cabina.
—¿No quieres conducir, Jack?
—Ha sido un largo día. —Me hizo señas para que nos fuéramos—.
Voy a descansar mis ojos en el viaje de regreso. Vosotros, los jóvenes,
podéis charlar. —Se inclinó hacia atrás, se colocó el sombrero para cubrir
su cara y cruzó los brazos sobre el pecho. Viejo loco.
Sarah se rio en voz baja y sus mejillas se calentaron hasta el tono de
rosa más suave que jamás había visto. Sacudió la cabeza ante el descarado
empuje de su padre para que interactuáramos, y luego se giró hacia la
ventana del pasajero. No dijo mucho durante el viaje de vuelta a Mason
Belle, pero soltó un pequeño gritito cuando vio la señal de límite de la
ciudad.
—¿Nerviosa? —le pregunté.
Se removió en su asiento. Tenía la ansiedad escrita en la cara.
—Un poco, supongo. No estoy segura de qué esperar.
Cubrí su mano con la mía e hice lo posible por pasar mis dedos por
los suyos.
—Nada ha cambiado.
—Eso es lo que me preocupa. —Respiró hondo y apoyó la cabeza en
el asiento, mirándome a través de esos hermosos ojos azules.
—¿Qué quieres decir?
Ella resopló como si pensara que mi ignorancia no era genuina.
—Sé que Mason Belle no ha cambiado, Charlie, pero yo sí.
Sus labios se apretaron. No sentía preocupación. Era miedo. Y tan
pronto como salí de la carretera rural y entré en Cross Acres, ese hermoso
tinte rosado dejó sus mejillas y todo el color desapareció. Estaba en un
punto sin retorno. Para ella nada era como antes, a pesar de estar en casa.
Cada acre de ese rancho y cada pulgada de esa granja que antes eran
reconfortantes, ahora eran enemigos. Si a eso le sumábamos la incapacidad
de su padre para ayudar en algunas cosas y la repentina desaparición de su
hermana, su miedo estaba justificado.
Era difícil de creer que la vida de Sarah hubiera cambiado en apenas
unos minutos. Una serie de decisiones desafortunadas de su hermana y de
un camionero habían cambiado irrevocablemente su vida. Jack y yo
habíamos hecho todo lo posible para facilitarle la transición, pero no
podíamos hacer que para ella fuera menos difícil. Varios de los trabajadores
del rancho y yo habíamos pasado la mayor parte del fin de semana anterior
moviendo los muebles de Sarah al dormitorio de Jack en la planta baja y
subido las cosas de Jack a la habitación de Sarah. Mi madre había venido
con un par de señoras del pueblo para hacer la habitación más femenina... A
pesar de los suaves toques de las sábanas limpias, el nuevo edredón y las
flores frescas, la habitación parecía sin vida. Para colmo, Jack no le había
dicho lo que habíamos hecho.
Al entrar en la entrada circular de grava se hizo dolorosamente obvio
que habíamos pasado por alto un detalle muy crítico. Solo había cinco pasos
hasta la puerta del porche, pero eran cinco pasos que Sarah no podía salvar
con la silla de ruedas. Mirando alrededor, se hizo más obvio que la
propiedad ya no era accesible para ella. Vi sus ojos brillando con lágrimas,
aunque escondió sus emociones. Era una profesional ocultando lo que no
quería que el mundo viera. Se negaba a permitir que alguien creyera que era
débil, que estaba necesitada o deprimida. Acaricié mi pulgar sobre la parte
superior de su mano con tranquilidad y luego la levanté para besarle los
nudillos. No tuve que decir nada. Ella me miró y absorbió mi comprensión.
A regañadientes, solté su mano para aparcar la camioneta frente a la casa.
Nunca había parecido tan enorme y desalentadora como hoy, ni siquiera
cuando era niño y mis padres me arrastraban hasta aquí.
Jack se agitó en el asiento trasero, pero no le quité los ojos de encima
a Sarah.
—Estás en casa. —Jack le dio una palmadita en el hombro—. ¿Cómo
te sientes, cariño?
—Bien —dijo ella.
Jack tenía que estar sordo, ciego y mudo para no advertir la mentira
de esa palabra. Era plana, monótona. Era tan inerte como la habitación en la
que estaba a punto de entrar. No había ni un gramo de alegría en sus ojos, y
reconocí la sonrisa mansa que esbozaba para la gente a la que no quería
agobiar. Por un breve momento, se encontró con mis ojos y la comprensión
fluyó entre nosotros. Esperaba que se diera cuenta de que estaba aquí para
animarla, no para dejarla caer.
Su padre saltó de la camioneta y cerró la puerta, pero yo me quedé.
—¿Estás bien?
Un amago de sonrisa levantó las comisuras de sus labios y asintió con
la cabeza. Sus rizos rubios rebotaron con el movimiento, y sentí la
necesidad de agarrar la parte de atrás de su cuello y tirar de ella hacia mí.
Presionar mi frente contra la suya, mirarla a los ojos y prometerle la luna.
Pero no hice nada de eso.
—No te muevas. —Abrí la puerta y puse los pies en la entrada de
grava. El crujido era tan familiar como el olor en el aire. Esta era la vida en
el campo.
Para cuando rodeé el capó, Jack ya había sacado la silla de ruedas.
Jugueteó con ella, tratando de abrirla. Antes de que se frustrara, lo detuve.
—Jack.
Sacudió las asas sin éxito y usó su pie para tratar de separar el fondo,
ignorándome.
—Jack. —Esta vez conseguí su atención y cuando levantó la vista
señalé hacia los escalones—. La silla de ruedas no va a subir muy bien las
escaleras.
Maldijo en voz baja y pateó las rocas bajo sus pies.
—Necesito una rampa.
—Podemos ocuparnos de eso más tarde. Ahora hay que meter a Sarah
dentro.
Volvió a inclinar su sombrero.
—Oh. Cierto, cierto. —Jack agarró la silla de ruedas aún cerrada y se
dirigió hacia la puerta mientras yo me volvía hacia Sarah.
Todo lo que ella sentía estaba escrito en su cara: vergüenza. Pero se
mordió el labio inferior y se negó a llorar. Observé cómo se tragaba lo que
debía de ser un enorme nudo en la garganta. Le ofrecí mi mejor sonrisa y
ella puso los ojos en blanco cuando extendí mi mano, pero no pudo ocultar
la sonrisa que se le dibujó en las comisuras de los labios. Colocó su
delicada mano en la mía y luego le pasé el brazo por la espalda. Deslicé el
otro por debajo de sus rodillas y la atraje hacia mí. Me encantaba sentirla de
ese modo, acunada contra mi cuerpo, notando el calor de su piel y su aliento
soplando en mi cuello. Jack enfrió esas sensaciones con su mirada helada
mientras me veía mover a su hija. No tenía ninguna duda de que si Sarah se
estremecía saltaría del porche y vendría a por mí. Fingí que no sentía el
placer que me producía tenerla presionada contra mí porque eso sería una
sentencia de muerte. Sin embargo, durante unos breves instantes, pude
disfrutar de la forma en que sus brazos rodeaban mi cuello. Su aliento se
aceleró, y me retiré para ver si sentía dolor. Cerró los ojos, las lágrimas se
filtraron entre sus pestañas.
—¿Sarah? —susurré para que solo ella pudiera oírme.
Apretó los labios y agitó la cabeza. Supuse que la experiencia era
abrumadora, así que me propuse llegar a la casa lo más rápido posible. Una
vez que cruzamos el umbral y entramos en la casa dejó caer sus brazos de
mi cuello. Los apoyó en su regazo, con una mano cruzada sobre la otra. La
pérdida de su toque fue como un cuchillo en el corazón, y la desilusión me
pesó en los hombros hasta que apoyó la cabeza en mi hombro. Los signos
de dolor comenzaron a aparecer en su cara y aceleré el paso.
Me dirigí a la nueva habitación de Sarah con Jack a la cabeza. Sarah
no preguntó a dónde íbamos. Debía de saber que una mudanza era
inevitable. Afortunadamente, la habitación estaba en la parte trasera de la
casa, a la sombra de los árboles, que ayudaban a bloquear el calor. Debía de
haber diez grados menos en el dormitorio principal que en el pasillo. Jack
sacó el edredón y las sábanas y luego arregló las almohadas para acomodar
la cama. La coloqué en el colchón, mullí las almohadas y presioné mis
labios contra su sien. Me sostuvo el codo con una mano y el antebrazo con
la otra. Necesitaba mi contacto.
Cuando me soltó el brazo y me retiré, su expresión decía que estaba
preparada, pero sus ojos parecían destrozados. Sarah y yo nunca habíamos
estado unidos y tampoco estaba seguro de que lo estuviéramos ahora, pero
había pasado el suficiente tiempo con ella en las últimas semanas para saber
que odiaba todo esto. Si hubiera podido echarnos y arreglárselas sola, lo
habría hecho. Jack me dio una palmada en el hombro, como pidiéndome
que retrocediera, lo cual hice.
—Ahí está —Jack estaba orgulloso de lo que habíamos hecho por ella
—. ¿Cómo te sientes? —Estaba tan perdido como yo respecto a qué decir.
Quizás esperaba una respuesta diferente o más sincera que las anteriores.
Sarah se movió un poco, intentando ponerse cómoda.
—Es bueno estar en casa. —El dolor volvió a aparecer en su cara,
aunque trató de contenerlo.
Parece que Jack no se daba cuenta, pero noté cada encogimiento,
punzada, dolor y emoción oculta. Nunca me había considerado un hombre
observador, y tampoco tan despistado como Jack parecía, pero cuando se
trataba de Sarah Adams era muy consciente de cada emoción y sensación
que pasaba por su cuerpo y su mente.
Dios, era una mujer fuerte. La admiraba más cada día. Aparte de la
vez que la encontré llorando en el hospital, tenía los ojos secos. Ella hacía
todo lo posible para no descomponerse. Y aquí estaba, en una habitación
que había pertenecido a otra persona hasta hacía unos días, sin poder
caminar. Estaba sufriendo. Aparte de mí, no conversaba con nadie más.
Según lo que Austin me había contado, Sarah nunca había estado muy
unida a su hermana. Incluso ahora, cuando Sarah más la necesitaba, Randi
estaba ilocalizable. Sarah había sacrificado sus años de adolescencia por
Miranda, solo para que Miranda actuara como Houdini cuando los tiempos
se ponían difíciles. Ahora solo tenía a Jack. Bueno... Y a mí. Nunca había
sido un secreto que Sarah había sentido algo por mí. Ahora, sin embargo,
me preguntaba si ese sentimiento no se habría esfumado. Sus problemas
eran mucho más grandes que cualquier cosa que yo pudiera ofrecerle.
No sabía qué hacer si Jack se quedaba en la habitación. En el hospital
nos turnábamos y también en el centro de rehabilitación. Sarah y yo
teníamos nuestras propias rutinas que no incluían una cita previa —aparte
de los médicos, las enfermeras y los terapeutas—, pero ahora me sentía
fuera de lugar. Esta era la casa de Jack y yo era el visitante.
—¿Puedo traerle algo antes de sacar las cosas del camión? —
Necesitaba respirar.
—¿Un poco de agua? —Me miró a través de sus pestañas oscuras
como si hubiera colgado la luna y nombrado las estrellas.
Mi corazón se hinchó y mi pecho se expandió para acomodar su
creciente tamaño. Esa mirada suya confirmaba que sus sentimientos por mí
no se habían apagado. Había pasión en sus ojos y sus labios llenos
suplicaban ser besados. Y yo necesitaba salir de la habitación rápidamente.
—Claro. —Asentí con la cabeza y salí al pasillo.
Tomar un vaso de agua no me proporcionó ni de lejos el tiempo que
necesitaba para apaciguar mi cabeza y mi corazón acelerado.
Desafortunadamente, el paseo por el pasillo tampoco me dio la paz que
buscaba. Sarah me tenía confundido. Había salido con muchas mujeres de
esta ciudad, pero ninguna me había provocado esto. Ninguna.
Sarah aceptó el vaso de agua con una sonrisa de agradecimiento, y yo
mantuve la mano bajo el vaso hasta que estuve seguro de que lo tenía bien
sujeto. Su agarre todavía era débil, por eso no lo había llenado hasta arriba,
para que no fuera tan pesado. Tomó un sorbo de agua y emitió un suspiro
tembloroso.
—Gracias. —Bebió de nuevo y se las arregló para poner el vaso en la
mesita de noche.
Me costaba mucho respirar por la tensión de la habitación, así que
pasé el pulgar por encima del hombro, en dirección a la puerta.
—Voy a descargar la camioneta.
La expresión de Sarah me suplicaba que no me fuera y Jack me
animaba a desaparecer.
—Ponlo todo en la sala de estar. Ya pensaré qué hacer con todo eso
más tarde.
Lo acepté y salí de la habitación otra vez. Jack cerró la puerta detrás
de mí. Tomé el gesto como que necesitaba tiempo con su hija, y yo lo
respetaba por ello. Cuanto más rápido descargara la camioneta menos
expuesto estaría al calor. Tan pronto como empecé a descargar las bolsas mi
hermano pequeño salió del granero.
—¿Qué estás haciendo, Charlie?
No llevaba aquí ni cinco minutos y el sudor ya corría por mi frente.
Me lo limpié con la manga de la camisa y me volví hacia Austin.
—Creo que debería preguntarte lo mismo.
Señaló el granero y se frotó las manos en los vaqueros.
—Tratando de ayudar en el granero.
Mi hermano estaba devastado por el hecho de que su novia se había
ido, y yo había sido un hermano mayor de mierda por no dedicarle más
tiempo en su lucha para lidiar con aquello. Pero Austin siempre había
manejado las cosas a su manera, y cuando estaba listo venía a mí.
—¿Por Randi? —Su nombre tenía tanto peso como mi pregunta, así
que no tuve que decir nada más.
Austin levantó la mano y tiró de la visera de su gorra de béisbol.
Desde que era pequeño hacía eso para ocultar sus emociones.
—Solo me aseguro de que todo está como ella quiere.
—Entonces, ¿cuándo regresa? —Dejé que la pregunta se elevara en el
aire.
Cruzó los brazos sobre el pecho y fue la primera vez que me di cuenta
de lo grande que se había hecho.
—Ella sabrá que yo he seguido cuidando sus cosas.
Ahí estaba el problema. Yo no estaba seguro de que Randi volviera a
casa... principalmente, porque no sabía por qué se había ido. Y Austin
tampoco, que yo supiera.
—¿Quieres ayudarme a bajar estas cosas?
Austin respondió alcanzando la camioneta para agarrar una carga.
Agarré las bolsas y lo seguí dentro. Pusimos las cosas en el sofá y en el
suelo de la sala, y cuando Austin volvió a salir me quedé mirando lo que
habíamos apilado. Había muchas cosas que Jack no iba a guardar, como esa
taza tan enorme o la bolsa repleta de calcetines horribles que las enfermeras
le ponían en los pies cuando se le quedaban helados. Y luego estaban las
plantas, los globos y las chucherías que la gente le había traído.
—Gracias por tu ayuda, Austin.
—No te preocupes. Te veré en casa más tarde. —Austin no se quedó.
La puerta se cerró de golpe detrás de él casi tan rápido como habían salido
sus palabras.
Regresé a la habitación de Sarah. Jack estaba saliendo de ella y cerró
la puerta tras él.
—No se siente como ella misma, hijo. Necesita descansar un poco.
—Sí, por supuesto. Iba a marcharme.
Los dos nos dirigimos a la puerta principal.
—Jack, si necesitas algo, no dudes en llamarme.
Me dio una palmada en el hombro.
—Eres un buen hombre, Charlie.
Capítulo 8
Charlie
Era la primera vez desde que Sarah había empezado la fisioterapia
que tenía un par de días libres. Incluso en el centro de rehabilitación tenía
citas programadas los fines de semana. No sabía cuáles eran los planes de
Jack, y tampoco había preguntado. Solo sabía que Sarah debía estar en
Laredo la mayor parte de la tarde, y yo tenía más margen de maniobra con
mi tiempo que él. En algún momento, él tenía que volver a los negocios, a
la ganadería, y no a los hospitales y a las citas con los médicos.
Él no me había llamado, aunque pareció aliviado cuando salté de la
camioneta frente al granero.
—Hola, Jack. —Cerré la puerta de la camioneta y me acerqué al
caballo que Jack sujetaba con la mano—. ¿Sarah está lista para su cita?
Le dio una palmadita en el cuello al caballo y le alisó la crin.
—Sí, lo está.
—¿Te importa si la llevo yo? —Me costó no patear la tierra como un
niño esperando a que sus padres le dieran luz verde para ir a jugar.
—No me importa en absoluto. Estoy trabajando mucho por aquí y
odiaría perder el ritmo. Lo perdería por llevar a Sarah a donde quiera que
tenga que ir, pero es bueno que te ofrezcas. Seguro que a Sarah tampoco le
importará. —Jack inclinó su sombrero como lo hacían los viejos vaqueros;
era un gesto de respeto que las generaciones más jóvenes ya no hacían.
—Iré a buscarla, entonces. —Sonreí.
Metió el pie en el estribo y montó el caballo.
—Su silla de ruedas está en la sala de estar. Ella también.
Con una inclinación de cabeza entré en la casa mientras Jack se
marchaba a los pastos. Sarah estaba allí con un libro en las manos. No me
había visto entrar, lo que me dio un minuto para mirarla sin que se diera
cuenta. Pasó las páginas con ansiedad. No había forma de que estuviera
leyendo a la velocidad con la que giraba el papel.
Me apoyé contra el marco de la puerta.
—Hola, Sarah. —Había algo en ella que siempre me hacía sonreír.
—Hola, Charlie. —Levantó la vista. Estaba contenta de verme, ya
que sus ojos se iluminaron y su sonrisa fue radiante.
Extendí la mano y me incliné sobre el sofá. Quise ofrecerle un abrazo,
pero, de nuevo, me detuve. Ella levantó una mano y la deslizó a lo largo de
mi brazo en un gesto familiar. Quería besarla en la frente o en la mejilla,
todavía más en los labios rojos y carnosos, pero me contuve. Hacía un par
de días que no la veía y no quería forzar mi suerte.
Se apartó los rizos rubios y frescos de la cara y noté que sus dedos se
movían un poco mejor que antes.
—No te esperaba.
—Pensé que podrías necesitar un empujón a Laredo.
—Eso estaría bien.
—¿Estás segura de que no te has cansado de mí todavía?
Sus bonitos labios se achicaron y sacudió la cabeza.
—No seas tonto, por supuesto que no.
—Entonces, ¿estás lista para irnos?
Dejó su libro y se dirigió a la silla de ruedas.
—¿Puedes ayudarme? —No me miró a los ojos al pedírmelo.
Me arriesgué y alcancé a levantar su barbilla con mis dedos.
—Me encantaría.
En vez de tratarla como si fuera de cristal la tomé en mis brazos como
haría con cualquier otra chica. Sus brazos volaron en el aire y luego los
pasó alrededor de mi cuello mientras reía. Tras hacer un giro en círculo y
detenerme, nuestras bocas quedaron a pocos centímetros la una de la otra.
Dios, no quería nada más que besarla y probar lo dulce que era, sentir su
lengua enredarse con la mía. Sarah lo sintió. Yo lo sentí. La tensión sexual
no habría podido cortarse con una motosierra.
Me aclaré la garganta. No quería que Sarah viera la evidencia de mi
excitación, y tampoco quería que la viera Jack. A pesar de la atracción
magnética la coloqué en la silla de ruedas.
—Sabes que hay escalones fuera, ¿verdad? —Su tono era ligero, no
había humor en él—. No puedo bajarlos.
Con las dos manos en las empuñaduras de la silla, ignoré su
comentario e incliné la silla hacia atrás para poder mirarla.
—Puedes con un poco de ayuda. —Dios, quería probar sus labios.
La luz del sol entraba por las ventanas y proyectaba un brillo
angelical alrededor de su cara. Era hermosa. No podía dejar de mirar la
suave curva de su mandíbula, la forma de sus labios rosados, y los brillantes
iris azules coronados por gruesas y oscuras pestañas. Cuando me miraba,
me perdía en sus ojos.
Me sorprendí a mí mismo pensando en cómo sería besarle el cuello, la
mandíbula y la oreja. Pasar mis dedos a través de sus suaves rizos y
abrazarla. Y cada pensamiento me llevaba por un camino más traicionero.
Su padre me ataría y después me enterraría en algún lugar de sus cientos de
acres de tierra. Nadie encontraría nunca mi cuerpo. Necesitaba controlar mi
erección para que nadie se diera cuenta. Empujé la silla hacia el porche.
—¿Cómo te sientes hoy? —Probablemente, debería haberle hecho esa
pregunta nada más aparecer.
Ella me miró por encima del hombro y se encogió de hombros.
—Algunos días son mejores que otros. Siento que todo lo que hago es
tomar medicamentos, acostarme y dormir. Odio la carga que le estoy
poniendo a papá.
—Jack no lo ve de esa manera, Sarah. Solo quiere hacer todo lo que
pueda para ayudarte a mejorar. —Incliné su silla de ruedas hacia atrás
cuando llegamos a los escalones del porche y ella me miró fijamente...
Dios, era preciosa—. ¿Lista?
Sarah sonrió y asintió con la cabeza. Uno por uno, bajamos los
escalones hasta que llegamos a la entrada. No era difícil mantener la silla
inclinada y hacerla rodar sobre las ruedas traseras. Me detuve cerca de la
camioneta, abrí la puerta y me volví hacia Sarah. Con un movimiento fluido
ella regresó a mis brazos y la coloqué en el asiento. Sus manos sobre mi
piel fueron como sacudidas de electricidad que removieron mi corazón e
hicieron que mi sangre bombeara.
En ese momento, me di cuenta de que nunca me había sentido así de
vivo. La energía, la química… El todo. Me olvidé hasta de respirar.
Cerré la puerta de la camioneta y subí a mi asiento. Arranqué. Solo
íbamos en coche a fisioterapia; sin embargo, de alguna manera, significaba
mucho más. Tenerla a mi lado me hacía sentir en la gloria.
Sarah
No podía sacármelo de la cabeza. Ese beso… Nunca me habían dado
uno y el primero había sido increíble. No solo había sido un alivio de todas
las preocupaciones y el estrés de los últimos meses, era el maldito Charlie
Burin. Su boca había tocado la mía, su lengua había separado mis labios,
sus dedos se habían clavado en mi cuello. Era solo... Podía morir feliz
después de ese beso.
Charlie se las había arreglado para abrirse paso en mi mundo sin que
yo me diera cuenta de que había entrado, y se había quedado en él. Había
sido Charlie el que me animó en la terapia física. Había sido Charlie el que
me levantó cuando estaba deprimida. Había sido él el que creyó en mí
cuando yo no creía en mí misma. En mis momentos más bajos siempre
estaba ahí para ayudarme a salir adelante. Marcó cada progreso como un
triunfo y contó todas las victorias, y aunque no fueran muchos, el progreso
estaba ahí. Le debía las victorias a él. Incluso cuando los médicos pensaban
que no volvería a caminar, Charlie creyó en mí.
Había aparecido fielmente todos los días y papá lo había apoyado, y
sus padres también. Lo miré mientras conducía y en sus labios apareció una
suave sonrisa. Charlie no era ajeno a la atención de las mujeres pero, a
veces, parecía que le avergonzaba cuando venía de mí. Podía pasar horas
memorizando los detalles de sus atractivos rasgos y días enteros
perdiéndose en sus ojos. Lo que no podía entender era lo que él veía en mí.
La duda se había convertido en un demonio desagradable en mi cabeza. Me
llevaría años que me creciera el pelo y que las cicatrices perdieran el tono.
Y, aunque volviera a caminar, siempre sería con una cojera. Mis dedos
parecían haber sufrido años de artritis y había perdido tanto peso que
parecía anoréxica. Pero cuando los ojos de Charlie se encontraban con los
míos no sentía que él viera nada de eso. Cuando volví la atención a la
carretera me di cuenta de que se había desviado de la autopista hacia Mesa,
un pequeño pueblo no muy lejos de Mason Belle.
—¿Adónde vamos?
—A Mesa. —Un hoyuelo apareció en su mejilla.
No pude evitar la sonrisa que arqueó mis labios y me removí en el
asiento para enfrentarlo mejor.
—¿Para qué vamos a Mesa?
—¿Has estado alguna vez en el Sock Hop?
Avergonzada, sacudí la cabeza.
—Nunca he estado en Mesa.
Charlie me miró y sus ojos estaban tan verdes como la hierba en un
día de verano, no quedaba ni siquiera una mota marrón.
—¿En serio? ¿Ni siquiera durante el instituto?
—He estado en Laredo con papá para las subastas de ganado, pero
aparte de eso, nunca he dejado Mason Belle.
—¿En absoluto? —Charlie no dejaba de cambiar su atención entre la
carretera y yo, pero esta vez no pude evitar reírme.
—Actúas como si fuera algo importante. Mucha gente nunca deja
Mason Belle. —Me encogí de hombros—. Resulta que me gusta nuestro
pequeño pueblo. —Me encantaba conocer a todos en el condado y haber
crecido con generaciones de gente que siempre estarían allí. Era muy
agradable ese tipo de familiaridad.
Movió la mano hacia mi muslo y lo apretó.
—Entonces, ¿serías feliz viviendo allí el resto de tu vida?
—Por supuesto. ¿Por qué iba a irme? ¿Quién se ocuparía de Cross…?
—No me molesté en terminar la frase.
No podría cuidar de mí misma y mucho menos un rancho de ganado.
Además, con veinticuatro años y soltera era poco probable que me casara
con alguien que trabajara en el rancho de otro hombre con la esperanza de
traerlo a mi finca. La ganadería no era para los débiles de corazón. También
se transmitía a través de generaciones de hombres y mi padre no tenía
ninguno a su disposición. Austin era lo más cercano que tenía papá a un
hijo, pero sin Randi, ya no era seguro que pudiera contar con él.
—Sarah, Cross Acres está en buenas manos. —Deslizó la palma de su
mano por mi muslo y me apretó la rodilla—. Pero es bueno saber que no
quieres mudarte a otra ciudad.
Sostuve su mano y me mordí el labio.
—No, soy una chica de campo. No podría sobrevivir en un lugar
como Laredo.
Charlie estacionó y me di cuenta de que el Sock Hop era un viejo
restaurante de los años cincuenta con chicas en patines y servicio exterior
para los que no querían salir del coche.
—Vaya. Qué lugar más bonito. ¿Cómo lo encontraste? —Este lugar
era tan auténtico que parecíamos estar en los años cincuenta. Habían hecho
un trabajo increíble manteniendo la decoración y el diseño original.
Él se rio a carcajadas.
—Todo el mundo venía aquí los viernes por la noche después de los
partidos de fútbol en el instituto. ¿Dónde estabas entonces?
—En casa, criando a mi hermana.
Cualquier otro hombre habría dejado que eso le bajara el ánimo, pero
no Charlie.
—Entonces celebraremos tu primera vez. Las hamburguesas son
increíbles, pero hay que dejar espacio para una malta de chocolate.
—¿También tienen patatas fritas? —¿Quién no querría esa triple
amenaza? Muerte por grasa.
La sonrisa le llegó a los ojos y se inclinó hacia adelante. Charlie
colocó la mano en la parte posterior de mi cuello y me llevó hacia él.
—Y esa es solo una de las millones de razones por las que te amo.
Por supuesto, tienen patatas fritas.
Nunca me cansaría de oírle decir que me amaba.
—¿Ah, sí? ¿Te encantaría que ganara cuarenta y cinco kilos en
hamburguesas grasientas y patatas fritas? —Me reí.
—Sabiendo que nunca has dejado Mason Belle, creo que no tengo
que preocuparme por ti y la comida rápida.
—Mason Belle podría tener un auge de población y los
conglomerados corporativos podrían tomar la calle principal. Podría haber
un McDonald's en marcha en este mismo momento. ¿Quién sabe? —Mi
discurso le hizo reír.
—Sarah, tienes una figura muy sexy, pero no es tu cuerpo lo que
busco. —No sabía cómo tomarme ese cumplido—. Me haces un hombre
mejor, y quiero serlo para ti.
Se me cayó la mandíbula. Sí, Charlie me había dicho que me amaba.
Y sí, nos habíamos besado varias veces. Y sí, Charlie Burin había sido el
amor de mi vida desde, bueno, desde siempre. Pero todavía planeaba sobre
mí la incredulidad. Antes de que tuviera la oportunidad de reunir mi ingenio
para formular una frase coherente, una linda rubia en patines golpeó la
ventanilla. Charlie bajó el cristal y ella alzó un bloc y un bolígrafo para
tomar nota de nuestro pedido.
—¿Qué puedo ofreceros?
—Dos damas gordas y una malta de chocolate.
—Claro, cariño. —Guiñó el ojo, metió su libreta y su bolígrafo en el
bolsillo, y tomó impulso para alejarse patinando, con los volantes de su
falda apenas cubriéndole el trasero.
Parte de mí tenía envidia, no solo de su perfecto culito, sino de su
agilidad y confianza. Sin embargo, Charlie apenas reparó en eso y ni
siquiera había sonreído cuando ella coqueteó. Solo había sido educado. Fue
entonces cuando noté que su mano seguía en mi muslo, sin esconderle a
nadie su afecto por mí.
—Te va a encantar este lugar. —Charlie se recostó en su asiento y
descansó la cabeza mientras me miraba—. Vas a rogarme que te traiga aquí
a por un gordinflón y una malta todos los días después de la terapia física.
—Un gordito y una malta, ¿eh? —La risa brotó de mi pecho y salió
de mi boca. Dios, era adorable.
—Espera y verás. Ya me lo agradecerás después. —La alegría no
paraba de bailar en sus iris verdes cuando hablaba—. Tienes una mirada
traviesa. ¿En qué piensas?
No quise expresar lo mucho que disfrutaba estando con él, mirándolo,
amándolo. Me sentía en el borde de la piscina y no sabía nadar.
Durante los siguientes treinta minutos todo lo que hice fue elogiar la
elección de la hamburguesa. Las finas patatas estaban perfectamente saladas
para mojarlas en la malta. Me sentía una chica feliz.
—De nada. —Charlie se limpió la boca con una servilleta sin perder
la sonrisa.
Golpeé su bíceps juguetonamente.
—Tenías razón. Es la mejor hamburguesa que me he comido en la
vida. —Además, por primera vez me sentí normal, como si esto fuera una
cita, excepto que Charlie no había tenido que ayudarme a salir de la
camioneta y ponerme en una silla de ruedas. Habíamos podido disfrutar de
una comida en la cabina, escuchando música, hablando, en nuestra propia
burbuja perfecta.
Me besó en la mejilla.
—Tengo que llevarte de vuelta antes de que Jack empiece a
preocuparse.
Ese era el problema de haber estado a punto de morir en un accidente
de coche, que cuando salía mi padre se ponía muy nervioso si llegaba cinco
minutos tarde. Empezaría a mandar mensajes y a llamar si no sabía dónde
estaba.
—Oh, Dios, necesito llamarlo.
—No te preocupes, cariño. Sabía que nos detendríamos. Estás en
buenas manos.
Una ola de calor se deslizó por mis mejillas.
—¿Le preguntaste a mi padre si podías salir conmigo? —Era el gesto
más caballeroso que un hombre había hecho en este siglo.
Charlie colocó la mano detrás de mi asiento y miró por encima de su
hombro para retroceder.
—¿Por qué te sorprende eso? —Cambió de marcha y enderezó la
camioneta.
—Austin nunca le pidió permiso a papá para salir con Randi. —Me
encogí de hombros.
—Sí, bueno, yo no soy Austin, y tú tampoco eres Miranda. —No
apartó la vista de la carretera,
Había una pizca de animosidad en su tono tras nombrar a mi hermana,
pero lo dejé pasar. Todavía no había descubierto lo que estaba pasando y
cada vez que intentaba obtener información, Austin me atacaba, papá
encontraba la manera de cambiar de tema o de salir de la habitación, y
Charlie no sabía más que yo. O eso creía.
—No tenías que responder, ¿sabes? —Rompió el silencio, pero no
estaba segura de a qué se refería.
Lo miré frunciendo la frente.
—¿Qué quieres decir? —Estaba perdida—. ¿No tenía que decir qué?
—Eso. —Sus orejas estaban rosadas y era fácil ver que estaba
nervioso, pero no tenía ni idea de porqué—. No quería que te sintieras
obligada.
—Charlie, no te estoy siguiendo.
—El otro día después de la fisioterapia...
Traté de descifrar a lo que se refería y enseguida lo entendí.
—¿Cuando me dijiste que me amabas?
Él estaba nervioso. Si le había confesado a Charlie Burin lo que sentía
por él y ahora se echaba atrás excusándose en que había sido fruto del
momento, vomitaría la hamburguesa y las patatas fritas que acababa de
comerme.
Él Asintió con la cabeza y tragó como si tuviera una piedra en la
garganta. No era una buena señal.
—¿No lo dijiste en serio? —pregunté. No quería chillar, pero había
pasado de la confusión al pánico.
La cara de Charlie formó una expresión indescriptible.
—¿Qué? No. Quiero decir, sí. —Respiró profundamente—. Sí, lo dije
en serio. Pero te lo solté como de la nada, sin avisar, y quiero que sepas que
no tenías que habérmelo dicho... si no lo decías en serio. Te puse en un
aprieto. —Hizo una pausa—. Lo siento, Sarah.
—¿Lo sientes? —Me había girado completamente en el asiento para
no perderme ni un solo tic en su expresión.
Apartó los ojos de la carretera y me miró durante unos segundos.
—Te amo. No lo dije sin pensarlo. Quiero decir, fue algo espontáneo,
pero ya hacía tiempo que tenía esos sentimientos por ti. —Se pasó la mano
por el pelo y luego por la cara. Yo sonreí—. No soy bueno en este tipo de
cosas, Sarah.
Ahora que sabía que Charlie se sentía como yo, el estómago se me
asentó. Por una vez, no era la única moviéndose en un territorio
inexplorado.
—¿En serio? Yo pensaba que sí lo eras —le dije.
Él gimió, y yo me eché a reír.
—¿Estás bromeando? Nunca he salido en serio con nadie.
—No me había dado cuenta de eso. —No era una mentira. Siempre
había tantas mujeres clamando por la atención de Charlie que siempre creí
que tenía a una detrás de la otra. Parecía que me había hecho una idea
equivocada.
Él parecía mortificado, esperando que dejara de hacerle pasar tan mal
rato y respondiera a su comentario inicial.
Me acerqué a él y le rodeé el brazo.
—No me sentí obligada al decirte que te amaba, Charlie. Yo también
te quiero. Siempre te he amado.
—Eso fue solo un encaprichamiento en el instituto, Sarah.
Me encogí de hombros.
—Tal vez para ti. Pero mis sentimientos eran reales; solo han
madurado. —Esa era la verdad—. No tengo ninguna experiencia. —Puse
los ojos en blanco—. Pero sí sé cómo amar, y a ti te amo.
Movió su brazo para tomar mi mano y luego levantó nuestros dedos
unidos para besar los míos. Adoré su forma de hacerlo, como si yo fuera
delicada, querida. Suya. Pensé que habíamos establecido un compromiso
tácito entre nosotros al tener esa conversación.
Charlie no dejó caer mi mano mientras bajaba las ventanillas de la
camioneta y dejaba entrar la brisa otoñal. El viento me azotó el pelo y, por
primera vez desde el accidente, me sentí libre. Estaba llena de esperanza y
amor, y lo mejor es que me estaba pasando con Charlie. Él me había
ayudado a encontrar a la chica que había perdido años antes del accidente y,
sin importar lo que terminara pasando entre nosotros, siempre estaría
agradecida por esta segunda oportunidad en la vida.
Cuando volvimos a Cross Acres esa sensación de libertad fue un poco
más fugaz. Papá estaba sentado en una de las mecedoras del porche
esperando. Mi burbuja estaba a punto de estallar y quería flotar en ella un
poco más. No quería volver a depender de otras personas cuando saliera de
la camioneta. No quería volver a la casa. Más que nada, no quería que
Charlie se fuera.
Miré a mi padre mientras Charlie estacionaba frente al granero.
—¿Te vas a quedar un rato? —No podía soportar la idea de que se
fuera. El día había sido demasiado bueno. De alguna manera, sentía que si
Charlie se iba también lo haría ese sentimiento.
—No me importaría ayudar con la cena.
Miré a papá por encima del hombro, todavía sentado en la silla.
—Estoy segura de que a papá también le encantaría tenerte cerca. ¿Te
parece que está molesto?
Charlie se asomó por la ventanilla trasera de la camioneta.
—Definitivamente, tiene algo en mente. —Me dio una palmadita en
la rodilla—. Vamos. Será mejor que averigüe qué está pasando. —Se
inclinó y me dio un beso en la sien antes de bajar.
Segundos después, apareció junto a mi puerta. Una vez que la abrió
me dio la espalda.
—¿Qué estás haciendo?
Se puso la mano en el hombro y se dio una palmadita en la espalda.
—Súbete.
Me reí a carcajadas.
—¿Estás bromeando? Nos mataré a los dos.
Charlie me miró, giró mis piernas en el asiento para que mis rodillas
lo apuntaran y volvió a darse la vuelta. Entonces, agarró cada una de mis
rodillas con sus manos.
—Pon tus brazos alrededor de mi cuello. —Esperó, pero yo no me
moví—. Sol, tu padre está mirando. Vamos.
Hice lo que me dijo y lo rodeé con los brazos. Tiró de mí hacia él y
me di cuenta de que era mucho mejor ir así que en la silla de ruedas. Esto
era divertido y juguetón, y no me hacía sentir como una inválida o una
anciana. Me reí cuando saltó sobre un pie para cerrar la puerta detrás con el
otro.
—¡Vaya! —exclamé.
Charlie me apretó las piernas a su alrededor e inclinó la cabeza hacia
atrás.
—Te tengo, nena. Siempre. —Me dio un beso en la mejilla y luego le
gritó a papá: —Hola, Jack. ¿Qué estás haciendo? —No tuve que ver la
sonrisa en su cara; pude oírla en su voz. Se estaba convirtiendo en mi
sonido favorito.
—Disfrutando lo que queda de la tarde. Me alegro de que estéis en
casa. Necesito hablar con vosotros. —Se puso de pie y luego nos abrió la
puerta principal—. ¿Cómo fue la fisioterapia?
—Corta la charla, papá. ¿Qué es lo que pasa?
Mi padre era un hombre de pocas palabras. Si quería hablar no era
para charlar sobre la puesta de sol o el clima. Charlie lo siguió a la cocina,
me dejó en un taburete y luego tomó el que estaba a mi lado. Lo que estaba
pasando no era bueno. Parte de mí se preguntaba si tenía que ver con Randi,
pero no me atrevía a mencionar su nombre sin arriesgarme a molestar a
papá. Si estaba relacionado con mi hermana lo averiguaría muy pronto.
Papá se ocupó de la cocina, claramente, perdiendo un poco el tiempo.
Charlie se levantó, tomó un vaso de té y me trajo uno también, pero cuando
volvió a mi lado no se sentó. Se quedó detrás de mí como si tuviera miedo
de que lo que tuviera que decir me hiciera caerme hacia atrás. Entonces, su
fuerte y sólido tono barítono flotó en la habitación.
—¿Jack? ¿Qué está pasando?
A papá le temblaron las manos cuando se enfrentó a nosotros.
Finalmente, dejó el vaso y colocó los dedos en el borde de la encimera.
—El doctor Hammond llamó hoy mientras estabais fuera. —Las
manos de Charlie aterrizaron en mis hombros, pero no dijo nada—. Quería
hablar de su próxima cirugía.
Sabía que iba a llegar. En lo más profundo de mí sabía que sería
pronto, pero no estaba lista para enfrentarlo. Hoy había tenido un rato de
absoluta libertad y otra cirugía me dejaría fuera de servicio durante un
tiempo indeterminado.
—¿Ya?
—Sí, cariño —dijo papá—. Pero no va a ser tan malo como la última
vez. El doctor dijo que la convalecencia será más corta.
Había escuchado eso desde el inicio. Los médicos decían todo lo que
tenían que decir para motivar a un paciente; pero más tarde te decían que no
había garantías y que el cuerpo de cada persona es diferente. Eso
significaba que mi cuerpo era diferente al tardar en sanar.
—¿Cuánto tiempo?
—No harás fisioterapia durante una semana. —Papá no lo endulzó,
aunque nunca había sido ese tipo de hombre.
Charlie se inclinó y me rodeó el cuello con sus brazos para
susurrarme al oído.
—Estaré aquí para ayudarte, sol.
Observé los ojos de papá para ver si reaccionaba al hombre que
estaba detrás de mí y que me tocaba sin dudarlo delante de él, pero si le
molestaba no se inmutó. De hecho, creo que vi un indicio de sonrisa en sus
mejillas curtidas. Acababa de conseguir la aceptación de papá con ese único
gesto y eso significaba el mundo.
—¿Cuándo está programada la cirugía? —Charlie hizo la pregunta
con su mejilla aún pegada a la mía, y su fuerza se filtró en mí.
Levanté las manos para apoyarlas en sus antebrazos y las apreté. No
quería pasar por una cirugía de nuevo, pero con Charlie a mi lado haría lo
que fuera necesario.
—Pasado mañana —suspiró—. Tenemos que estar en Laredo a las
seis de la mañana. Pero te tendremos en casa al anochecer.
No había mucho que pudiera hacer aparte de aceptarlo.
—Está bien.
Papá se acercó y me besó la mejilla. Luego le dio una palmada en el
hombro a Charlie antes de salir de la habitación.
—Lo tenemos, Sarah. —Charlie tenía toda la confianza del mundo.
Una fe que podía mover montañas.
Capítulo 10
Sarah
—La cirugía ha ido bien, y las estadísticas también están bien. —La
voz del doctor era clara, pero yo la escuchaba como borrosa—. Las
enfermeras te vigilarán durante un rato, pero una vez que pase el efecto de
los sedantes podrás irte a casa.
Asentí con la cabeza, pero estaba espesa y no retenía nada. Papá y
Charlie estaban aquí; seguramente, estaban tomando notas. Mis ojos se
cerraron y los abrí de golpe para encontrar a Charlie sonriéndome.
—Voy a recetarte oxicodona y antibiótico. Usa la oxicodona según
sea necesario para paliar el dolor. El antibiótico es dos veces al día durante
diez días. Es solo una medida de precaución para una posible infección.
Solo quería que dejara de hablar y me dejara dormir. Ya leería los
prospectos cuando llegara a casa. Respiré profundamente y abrí los
párpados una vez más. El médico parecía más pequeño que antes de la
cirugía, y estaba muy serio. Escribió en su portapapeles y el movimiento del
bolígrafo me pareció casi tan fascinante como la mirada de Charlie.
—Estoy agregando algunas notas adicionales que Sarah puede leer
más tarde, pero necesita tomárselo con calma el resto del día. Debería
empezar a comer mañana, pero sin exagerar. El descanso es la clave. El
sueño es la forma en que el cuerpo se cura a sí mismo.
—¿Qué hay de la fisioterapia?
Parecía la voz de papá, pero no estaba segura. Además, no pude
escuchar al doctor.
—Tampoco podrá haber actividad sexual.
Mis ojos se abrieron de golpe. No podría estar más despierta en el
caso de que me hubieran echado agua helada. Afortunadamente, ni Charlie
ni papá me prestaron atención. Ambos estaban concentrados en la
conversación con el cirujano. Sin embargo, el calor me estalló en las
mejillas. Sin actividad sexual... Era de risa, pero el cirujano no tenía por qué
saber que yo era virgen.
El doctor Hammond me prestó atención ahora que parecía estar bien
despierta.
—Te veré en mi consulta en una semana. ¿Tienes alguna pregunta?
Sacudí la cabeza temiendo hablar. Randi habría preguntado si eso
incluía toda la actividad sexual o solo la penetración para incomodar a
todos. Quería olvidar lo que había dicho el cirujano.
—Entonces, eso es todo. —El Dr. Hammond sonrió, arrancó las
recetas y se las dio a papá.
La medicación para el dolor y los sedantes me mantuvieron bastante
ida durante los dos días siguientes. Me quedé dormida durante el camino de
Laredo a Mason Belle y no recordaba cómo había entrado en la casa.
Cuando me desperté en mi cama quise saber quién me había cambiado de
ropa y me había puesto un pijama. Solo tardé unos segundos en darme
cuenta de que también me habían quitado el sujetador.
—Hola, sol. —Charlie llamó a la puerta y esperó en el pasillo.
Me estremecí al tratar de sentarme. En dos zancadas él llegó a mi lado
y colocó unas almohadas en mi espalda para que estuviera cómoda.
—No debes haber escuchado la parte de tomarlo con calma.
—Oh, lo escuché. Lo escucho todo el tiempo —me burlé.
Colocó sus manos en mis caderas. Su mirada melancólica demostraba
su preocupación.
—¿Cómo te sientes?
—Teniendo en cuenta por lo que he pasado, estoy bien. —Alisé las
sábanas sobre mis piernas—. Sin embargo, no creo que pueda pasar mucho
más tiempo en esta habitación.
No había estado despierta mucho tiempo, pero tampoco había salido
de la habitación desde la cirugía, ni siquiera para ducharme. No quería
pensar en cómo debía de estar mi pelo. En momentos como esos, quería
retorcerle el cuello a mi hermana por haber desaparecido.
—¿Qué estás haciendo aquí? —No es que no estuviera feliz de verlo,
pero me preguntaba cuándo le exigiría su familia que hiciera su trabajo en
Twin Creeks. Los ranchos no tenían manos extras y Charlie había perdido
mucho tiempo desde mi accidente.
Charlie se rio y se sentó en el borde de la cama.
—No me voy a ofender por eso. —Sus ojos brillaban y yo quería
besar sus labios perfectos—. Austin y yo estamos ayudando a tu padre con
una nueva valla junto al granero. Tu padre salió a buscar madera, así que
pensé en venir a ver cómo estabas antes de que volviera.
Podía perderme en sus ojos y había otras partes de él en las que
también quería perderme. Sacudí esos pensamientos de mi cabeza pero me
detuve a admirar su mandíbula salpicada de barba incipiente.
—Bueno, ¿qué está pasando en el mundo real? —Sonreí.
Se puso cómodo en la cama a mi lado y mulló una almohada detrás de
él. Cuando cruzó los tobillos y colocó los brazos detrás de su cabeza. Traté
de no reírme.
—Me desperté esta mañana e hice el desayuno.
—¿Ah, sí? ¿Qué has preparado? —La imagen de Charlie en la cocina
era afrodisíaca.
—Gofres y también café.
Jadeé, me puse la mano en el pecho y batí las pestañas.
—Oh, cuéntame más.
Se lamió los labios y entrecerró los ojos.
—Saqué la basura.
—Esto empieza a ponerse interesante.
—Luego he acompañado a Austin y a tu padre en la valla.
Dejé de reírme, aunque no podía dejar de mirarlo. Nunca había
conocido a un hombre que quisiera pasar tiempo conmigo, y no estaba
segura de cómo encajar la atención cuando no se centraba en las citas
médicas o en la fisioterapia. Era incómodo en el mejor de los casos, pero a
Charlie no parecía importarle. Simplemente, se inclinaba y me pasaba la
mano por la frente, apartándome el pelo revuelto de la cara.
—No estoy seguro de que a Jack le guste que pase tanto tiempo
contigo. Si estuviera planeando mi muerte en secreto me lo dirías, ¿no? —
El tono de su voz era difícil de interpretar, aunque había un indicio de brillo
en sus ojos que contrarrestaba su tono.
—No —dije—. Te dejaría con la intriga.
Se inclinó tan cerca que pude sentir el calor de su aliento en mis
labios.
—Eso duele, sol. —El débil olor de su protector solar mezclado con
el olor del ganado y la colonia creó un olor único a hombre. El calor
irradiaba de su cuerpo y tuve que contenerme para no pasar mi mano por su
brazo.
Mi mirada pasó de su boca a sus ojos. La atracción era magnética, y
el deseo de probar sus labios era demasiado para resistirse. Quería sentir sus
brazos rodeándome mientras me acercaba. La necesidad de tocar su piel, de
acariciar sus músculos... quería presionarme contra su cuerpo. Mis
pensamientos eran tan acelerados como mi pulso, pero Charlie no se movió.
Tenía que notar mi tensión. Puso su nariz contra la mía mientras me miraba
fijamente. Fue suave y dulce, pero sus ojos eran salvajes. No tenía la menor
idea de qué hacer, pero si Charlie tomaba la delantera lo seguiría sin
dudarlo ni arrepentirme.
Me lamí los labios y el de abajo se me quedó pegado en los dientes.
Cuando se soltó lo rozó con los suyos. Dios, yo quería más... más... Incliné
la cabeza para invitarlo a entrar. La electricidad fluía entre nosotros. Podía
oír el chisporroteo y sentir la chispa. Mis labios se separaron, pero no hice
ningún sonido. Cerré los ojos y coloqué las manos sobre sus pectorales. Su
camisa era suave, pero nada podía ocultar sus músculos rígidos. Deslicé las
palmas hasta sus hombros deseando que me devolviera la caricia.
Finalmente, su boca se encontró con la mía. Sus labios estaban firmes hasta
que se separaron y el calor fue sofocante. Me robó el aliento cuando su
lengua encontró la mía. El ritmo fue perfecto. Cada golpe enviaba un
hormigueo entre mis piernas, y mis pezones se erizaban. Mi corazón latía
con fuerza, y el resto del mundo se extinguía. Nada más existía que
nosotros dos. Alcé la mano hacia la parte posterior de su cuello y él hizo lo
mismo. Cuanto más profundo se volvió el beso más electricidad bailó por
mi columna vertebral. Cada toque despertaba una parte de mí que no sabía
que existía. Me sentía más vivía que nunca.
Charlie me miró y luego me besó la mandíbula, la garganta y el hueco
entre las clavículas. Tragué con fuerza cuando me pidió permiso para
continuar. Se removió en la cama y comenzó a desabrochar la parte superior
de mi pijama, colocando un beso sensual en mi piel con cada botón que
desabrochaba.
Justo cuando llegó al último botón respiré profundamente y lo detuve.
Mi cuerpo estaba lleno de cicatrices del accidente y de múltiples cirugías.
Me habían dado más puntos y puesto más grapas que a cualquier persona, y
esas heridas de batalla habían dejado marcas que parecían enojadas y
dolorosas.
Su mirada se elevó y me pregunté si se habría dado cuenta de lo que
había empezado y ahora quería echarse atrás. Sin embargo, no fue eso lo
que vi cuando mis ojos se encontraron con los suyos. Solté el aire que había
retenido y esperé que no sintiera mi pulso errático. Con cuidado y ternura
me abrió la parte superior y expuso mi piel estropeada. No miré hacia
abajo; sabía cómo era. Lo que una vez fue una superficie cremosa y lisa
ahora parecía un campo de batalla. Charlie bajó la mirada y, una por una,
besó cada marca. Respiré profundamente cada vez que sus labios se
encontraban con una herida de guerra e intenté relajarme, pero tener a
Charlie Burin tan cerca me mantenía en un constante estado de excitación.
El colchón se hundió mientras Charlie movía las mantas y se situaba
entre mis muslos. Y cuando arrastró sus dedos desde mi rodilla a mi cintura
mis pantalones cortos de algodón se enrollaron en la parte superior de mi
muslo. Me apretó el hueso de la cadera un poco y luego me rozó el costado
hasta que su pulgar descansó bajo mi pecho, y se cernió sobre mi cuerpo.
Nuestros ojos se encontraron y él empujó hacia abajo, doblando los
codos para sellar su boca con la mía. Con la misma naturalidad con que
respiraba mis manos rodearon su espalda y le acaricié la columna vertebral.
Mis piernas se separaron para acercarse a él, y sus caderas se apretaron
contra mí. Jadeé al ver el tamaño de su erección contra mí. Esa leve entrada
de aire hizo que la atención de Charlie volviera a mi cara. Sus orejas
estaban enrojecidas y sus mejillas estaban sonrojadas. Su labio superior se
torció en la sonrisa más seductora que jamás había visto. Charlie bajó la
cabeza.
Mi espalda se arqueó cuando tomó mi pecho en su boca, y vi las
estrellas mientras los ahuecaba, los besaba y los chupaba. Su lengua se
arremolinó alrededor de mi pezón, parpadeando y luego mordisqueándolo.
Mi corazón se calentó. Tiré del dobladillo de su camisa, pero pesaba
demasiado para hacerlo sin su ayuda. Quería más, lo necesitaba más cerca;
ansiaba tenerlo desnudo. Él se irguió para complacerme y se quitó la
camisa. La tiró al suelo sin perder la concentración. Me quedé mirando su
pecho desnudo y sus abdominales ondulantes. No me cansaba de admirar
sus fuertes brazos y sus anchos hombros. Y más de una vez me pregunté
por qué estaba aquí. Charlie Burin podía tener a cualquier chica, pero me
había elegido a mí.
Su nuez de Adán se movió cuando tragó. Sus fosas nasales se
ensancharon al respirar profundamente y los músculos de su pecho se
flexionaron. Enganchó los dedos en la cintura de mis pantalones cortos y
esperó a que yo asintiera. Su gesto me reconfortó. Él sabía que yo no me
resistiría pero, aun así, me pidió permiso. La tela se deslizó sobre mis
muslos con facilidad, y luego mis bragas siguieron el mismo camino. A él
se le habían dilatado las pupilas y se lamió los labios. Me separó las rodillas
dejando al descubierto mis partes más íntimas, y vi cómo su cabeza
desaparecía y se estiraba en el colchón. No estaba preparada para que su
lengua separara mis pliegues y di un respingo, pero me rodeó los muslos
con los brazos para mantenerme quieta. Un gemido pasó a través de mis
labios.
Caliente, húmedo, suave. No tenía ni idea de lo que estaba haciendo,
pero envió olas de euforia a través de mi cuerpo. Me tenía bien sujeta
mientras se tomaba su tiempo. No podía separar los párpados y mis puños
apretaban las sábanas. Lo quería todo, pero no quería que dejase de hacer
aquello. Era maravilloso. Entonces me besó y me probé a mí misma en su
boca caliente y necesitada. Sus caderas se mecían contra las mías y deslizó
una mano bajo mi trasero, apretándolo para hacer palanca. Pude sentir su
excitación a través de sus vaqueros. Eran ásperos contra mi piel sensible,
pero muy agradable.
Me separé de su beso para recuperar el aliento, y él aprovechó la
oportunidad para quitarse los pantalones. Se puso en pie junto a la cama y
giré la cabeza para mirar. Se quitó las botas, los vaqueros y los calzoncillos.
Intenté evitar que mis ojos se abrieran desmesuradamente al verlo desnudo
ante mí, pero cuando Charlie echó la cabeza hacia atrás entre risas, supe que
no lo había conseguido. Se subió de nuevo a la cama, y me abrí para él. Él
aceptó la invitación y se puso cómodo.
Temblé cuando se inclinó y respiró en mi cuello. Su erección me
hacía cosquillas en el estómago, y yo no tenía ni idea de lo que tenía que
hacer.
—Dios, eres hermosa, sol. —Sus palabras susurradas se sentían, no
solo se escuchaban.
Apoyó su frente en la mía y me sostuvo la mirada. Mi cabeza luchaba
por saber en qué concentrarse, si en la forma amorosa con que miraba mi
alma o en su cabeza caliente que palpitaba en mi entrada. Mientras
empujaba hacia adentro me preocupó que estuviera demasiado apretado. Él
estaba bien dotado y yo era virgen. A pesar de lo mucho que lo quería, o de
lo preparada que estaba, no estaba segura de que fuera capaz de conseguirlo
del todo.
Pensé en decir algo, pero mi necesidad ahogó mis palabras. Charlie
no sabía que yo era virgen, y si decía algo se detendría por miedo a hacerme
daño. Y yo lo quería. Lo quería todo. Mis dedos se clavaron en sus costados
y mis brazos temblaron. Él me miraba a los ojos con una intensidad que
nunca había visto. Abrí mis piernas para animarlo y dejó que sus caderas
hicieran el trabajo.
Dudaba que hubiera tenido que reunir tanto autocontrol con otra
mujer. Él tenía que manejarme con cuidado y, de alguna manera, sabía
exactamente cómo. Ejerció el peso suficiente para mantener la presión
constante, cada vez más profunda. Cuando se detuvo sentí la barrera física
que había alcanzado. Sabía lo que era, pero Charlie no se había dado
cuenta, lo que me confirmó que no sabía que me había quitado la
virginidad. No quería que se detuviera.
—Más. —Esa palabra tenía más significado de lo que Charlie creía y,
sin embargo, era tan suave que apenas la había oído. Había salido a toda
prisa, pero no sabía cómo expresar lo que quería de otra manera.
Aún a mitad de camino, apretó sus labios contra los míos y me
mordisqueó el labio inferior. Todo mi cuerpo estaba en tensión. Él ya había
hecho esto antes; yo era una novata. Pero no quería confesarlo y tuve que
esperar. Charlie parecía deleitarse torturándome. Volvió a depositar besos
por mi cuello, su aliento caluroso contra mi piel.
—Relájate, sol. —Las palabras murmuradas nunca habían sonado tan
seductoras como las que salían de la boca de Charlie.
Quería que mi cuerpo se relajara y que mis brazos se aflojaran.
Exhalé un largo suspiro y él se abrió paso, enterrándose dentro de mí. Mi
aliento se aceleró y mis ojos se cerraron. El dolor cegador casi me partió en
dos. Charlie no se había perdido nada de eso. Me retiró el pelo de la cara.
—Mírame, Sarah.
Sacudí la cabeza y tomé varias respiraciones profundas. Cuando,
finalmente, lo enfrenté de nuevo, el miedo grabó líneas de preocupación
alrededor de sus rasgos.
—¿Te he hecho daño? ¿Te duele la espalda?
Todo mi cuerpo temblaba, pero no estaba segura de la razón. Podía
ser por la sobrecarga emocional, la plenitud que sentía, la barrera que
acababa de atravesar o la pura electricidad. Como nunca lo había hecho no
tenía ni idea de lo que era normal, aunque tenía la impresión de que muy
normal no era.
Empezó a alejarse, a levantarse.
—No te vayas.
—Tienes que decirme qué te pasa. No quiero hacerte daño, Sarah.
Al no responderle inmediatamente, se decidió a ponerle fin. Le agarré
la espalda con ambas manos tratando de detenerlo.
—Nunca he hecho esto antes. —Y con esa confesión me dejé llevar.
Mi cuerpo se volvió blando debajo de él.
En lugar de retirarse, él se calmó.
—¿Eres virgen?
Me encogí de hombros.
—Era. —Porque, técnicamente, ya no lo era.
El miedo y la preocupación se suavizaron con el amor y el afecto.
—¿Por qué no me lo has dicho?
—No es que me sienta orgullosa. —Además, siempre había querido
entregársela a Charlie. Puede que haya sido ingenua, pero me alegraba de
haber esperado.
El alivio y el calor me invadieron cuando Charlie empezó a mover las
caderas de un lado a otro. Me miró a los ojos hasta que se cerraron, y luego
sentí su frente contra mi hombro y su aliento en mi cuello. Suspiré cerrando
mis muslos alrededor de sus caderas y rodando contra él. Cada sensación
era nueva, más sensible que la anterior. Cada glorioso centímetro me
invadió, me cambió, hizo que nuestros cuerpos se volvieran uno.
La presión comenzó a aumentar y mi clítoris se endureció. Charlie era
poderoso. Mientras empujaba su peso dentro de mí golpeaba un punto con
cada empuje que me hacía querer gritar. Era mucho más intenso de lo que
hubiera imaginado, y ni siquiera había llegado a su punto más álgido. Dios,
quería más, pero no sabía qué más podía esperar.
—Me estoy acercando. —Jadeó en mi oído y me di cuenta de que eso
era lo más. El placer de Charlie era lo que necesitaba para enviarme a
volar.
—Sí, por favor. —Nada de lo que dije tenía sentido, pero impulsó a
Charlie.
Metió las manos debajo de mí, agarrando mi cuerpo sudoroso contra
el suyo. El armazón de mi cama golpeó la pared al empujar más y más
rápido, más fuerte. No podía pensar. Todo sucedió tan rápido, y por mucho
que quisiera reducir la velocidad para disfrutar de la experiencia no pude
detener mi ascenso. Estaba tan cerca.
El placer acudió en olas, una tras otra. No quería que se detuviera ni
que disminuyera la velocidad. Quería aprovechar esa sensación tanto como
pudiera. Otro choque, más oleaje. Cuando empezó a disminuir me quejé de
la pérdida, pero Charlie me abrazó.
La habitación giraba y no podía recuperar el aliento. Charlie empujó
sus caderas hacia mí por última vez y soltó un gruñido junto a mi oreja. El
calor me rodeaba y me di cuenta de que había encontrado su liberación
dentro de mí. Me encantó la sensación de su peso sobre mi cuerpo tras lo
que acabábamos de hacer. Era el acto más íntimo que dos personas podían
compartir, y lo acababa de compartir con Charlie Burin.
Se quitó el pelo de la cara y me miró con esa gran y hermosa sonrisa.
—Ha sido increíble.
—Sí. —Sostuve su cara en mis manos y lo besé—. Lo ha sido.
—Te amo. —Esas tres palabras que salieron de su boca significaban
el mundo, sobre todo porque me las creía.
Pasé mis dedos por su pelo aún húmedo por el sudor y besé sus labios
una vez más.
—Yo también te amo.
Capítulo 11
Sarah
Era un día hermoso, aunque casi todos los días eran bonitos en Texas.
Hoy el calor no era tan sofocante y fluía una agradable brisa. Ese viento
ligero llevaba consigo el olor de Mason Belle, y una cosa que había
aprendido a apreciar después de meses de cautiverio era lo que me
recordaba a mi hogar. El heno tenía un aroma distintivo, como la hierba
recién cortada, y el ganado también era único, pero era la comida casera que
perduraba con la brisa y la madreselva lo que hacía cantar a mi corazón.
Esos eran los olores de mi infancia. Lo único que los mejoraba era
experimentarlos por la noche cuando podía ver las luciérnagas en los
campos.
El sol ya había empezado a caer y las temperaturas habían bajado
hasta ser soportables, de hecho, hacía un poco de fresco. Había cogido una
chaqueta de camino a la camioneta de Charlie, aunque dudaba que la
necesitara. Estaba tan emocionada de moverme sola que me encontré
vagando por el porche. Mi forma de andar era torpe y lenta, pero podía
moverme por mi cuenta.
Charlie me ayudó a bajar los escalones en cuanto me vio en el porche,
y la neblina de sus ojos me dijo que estaba cansado. Intentaba equilibrar el
trabajo en Twin Creeks, mis citas médicas y el tiempo que pasaba conmigo,
y su cuerpo estaba pagando el precio.
—¿Estás seguro de que no prefieres ir a un restaurante? —No quería
que se sintiera obligado a salir conmigo—. O podríamos quedarnos en casa
y ver la televisión. Pasar el rato. Has estado trabajando fuera todo el día. —
No pude ver su expresión ya que tuve que concentrarme en los escalones.
—De ninguna manera. Hace una tarde preciosa y quiero sacarte de la
casa. Además, el sol se está poniendo. —Me dejó ir al final de los escalones
para poder abrir la puerta de la camioneta—. No tengo ningún deseo de
compartirte con un restaurante lleno de gente, y mi madre ha hecho pollo
frito. —Eso era todo lo que tenía que decir; Jessica hacía el mejor pollo
frito de la ciudad.
A pesar de que tenía un poco más de movilidad de la que había tenido
en meses, todavía no me sentía muy cómoda estando cerca de la gente, lo
que Charlie también sabía. Mis movimientos eran tan lentos y rígidos que
montaba un espectáculo en todos los lugares a los que iba. Había crecido en
Mason Belle y odiaba que la gente me mirara de forma diferente a como lo
habían hecho siempre. Charlie juraba que era a él a quien la gente miraba
porque nadie en el pueblo podía creer que hubiera conseguido una cita con
una chica tan fuera de su alcance. Ponía los ojos en blanco cada vez que lo
decía, pero me encantaba que hiciera todo lo posible por quitarme esa carga.
Condujo por el camino hacia la granja de sus padres, pero pasó de
lejos y entonces supe a dónde íbamos primero. Twin Creeks había sido
llamado así por una razón. Había un arroyo que pasaba por Cross Acres y
otro opuesto que transcurría por la granja de los Burins, y en la parte trasera
de su propiedad los dos convergían. Eso había hecho que su suelo fuera rico
y su familia también. Ese era el lugar en el que Charlie y Austin hacían
fiestas en la escuela secundaria, y donde su familia celebraba reuniones.
Había un árbol enorme que crecía justo donde los ríos creaban una V que
proporcionaba un paraguas de sombra. Había estado allí varias veces en mi
vida, como el resto de los residentes de Mason Belle, pero nunca con
Charlie.
Charlie salió del camino rural de dos carriles y entró en un sendero de
tierra plagado de huellas de neumáticos que surcaba un pasto. Existían por
todo el condado, y los lugareños sabían a dónde iban y a quién pertenecían,
pero un forastero nunca los encontraría. Maniobró la camioneta con
facilidad por el camino trillado y se dirigió directamente al enorme árbol.
La hierba estaba un poco crecida, y me di cuenta de que nadie había estado
aquí desde hacía tiempo. Me vino a la mente la discusión que había tenido
con Miranda sobre dónde había estado esa noche, pero la hice a un lado. Me
negaba a ir por ese camino.
Esperé a que Charlie viniera a ayudarme a bajar. Podía salir sola, pero
era más fácil con ayuda, y me gustaba mucho tener sus manos en mis
caderas mientras me levantaba del asiento. Mis pies estaban un poco
inestables cuando tocaban el césped, pero él nunca me soltaba hasta que me
equilibraba. Charlie sabía mis necesidades y siempre las satisfacía.
—¿Estás bien? —Agarró la cesta de picnic del asiento trasero sin
soltar mi cintura.
Asentí con la cabeza y me besó los labios. Era tan natural como las
nubes que flotaban en el cielo. No le pedían permiso al sol; solo existían.
Calor y sombra. Luz y oscuridad. Yin y yang. Sin uno, el otro no
funcionaba.
Charlie usaba mi movilidad limitada para mantener sus manos sobre
mí todo el tiempo. Al principio, pensaba que era el caballero sureño que su
madre había criado para que lo fuera, pero a medida que el tiempo pasaba él
sabía que yo no necesitaba tanta ayuda. Tras la primera vez que tuvimos
sexo, su contacto con mi cuerpo era constante. Charlie siempre tenía una
mano sobre mí. Nunca de una manera inapropiada, sino protectora, incluso
territorial. A mí me encantaba. A papá se le notaba que no tanto.
Me reía cada vez que papá gruñía o le hacía una advertencia a Charlie
con una sola palabra: «hijo». Papá amaba a Charlie y a Austin como si
fueran suyos, pero no sabía qué hacer con la relación que había florecido
entre Charlie y yo. Austin y Randi siempre habían estado juntos desde
niños, por lo tanto, estaba acostumbrado a ese hecho. Sin embargo, como yo
nunca había salido con nadie me preguntaba si él daba por hecho que
siempre estaría soltera. Afortunadamente, su deseo de verme feliz superó su
deseo de estrangular a Charlie.
Charlie tomó mi mano y llevó la cesta de picnic en la otra. La vida se
movía lentamente en Mason Belle y estaba agradecida de que Charlie nunca
tuviera prisa, al menos, no cuando estaba conmigo.
—¿Quieres sentarte bajo el árbol? —me preguntó mientras abría la
tapa de la cesta. Su madre no solo había metido la comida, sino que había
incluido una manta.
Charlie desdobló la manta y la extendió sobre la hierba cerca del
tronco del enorme roble. El agua discurría a nuestro alrededor y pensé que
este lugar era el cielo en la tierra. No conocía un lugar más hermoso y
sereno en toda Mason Belle. Una vez que Charlie terminó de prepararlo
todo extendió la mano para que yo pudiera tomar asiento. Él se había
sentado en la base del árbol con la espalda apoyada en el tronco, y antes de
que pudiera parpadear, me había colocado entre sus piernas y me había
rodeado con sus brazos. Apoyada en su pecho vi los pájaros en el cielo y las
nubes que se movían con el viento. Las hojas crujían sobre nosotros y el
agua murmuraba a nuestro alrededor.
Él tenía los dedos enlazados con los míos y jugaba con ellos. Ya se
me habían enderezado, pero me dolían cuando llovía o tenía frío. Incliné la
cabeza sobre su hombro y lo miré. Me pregunté si alguna vez sería normal
verlo aparecer en mi casa, que me tomara la mano o me besara, o si siempre
tendría la sensación de que era un sueño del que me despertaría. Siempre
apreciaba cada detalle cuando estaba con él, porque sabía mejor que nadie
lo rápido que las cosas podían cambiar.
Él se movió para ver mi cara y se rio cuando se dio cuenta de que lo
había estado mirando.
—¿Tienes hambre, cariño?
—No demasiada. —Eso no era exactamente cierto. Es que quería que
Charlie se diera un festín conmigo.
Lo bajé por la nuca para que sus labios se acercaran a los míos. Tan
suave como la brisa que nos rodeaba y tan pacífico como el agua de los
riachuelos, el toque de Charlie me calentó como el sol. Con su boca en la
mía y sus manos en mi pelo, el mundo a nuestro alrededor se desvaneció.
Hicimos el amor bajo ese árbol. Él devoró mis gritos de placer y llenó mis
oídos con sus propios gemidos, y cuando me llevó al lugar más alto posible
caímos juntos sobre el acantilado del éxtasis donde los dos arroyos se
convirtieron en uno solo.
Nos quedamos tumbados sobre la manta y pensé que la vida no podría
ser mejor. Sus dedos viajaron lánguidamente por mi espalda y mi costado, y
yo dibujé patrones invisibles en su pecho. Cuando Charlie presionó sus
labios contra mi frente mi estómago gruñó fuertemente y su pecho retumbó
de risa.
—¿Todavía vas a decirme que no tienes hambre?
Me levanté y alcancé mi camisa, y Charlie se dio la vuelta para
agarrar el resto de nuestra ropa. Cuando me vestí, él se había puesto los
pantalones cortos y estaba de rodillas frente a la cesta de picnic. Con cada
movimiento que hacía sus músculos se flexionaban. El sol le besaba la piel
y yo disfrutaba contemplándolo. Sacó un tupperware de pollo frito, un
montón de galletas caseras, uvas, una botella de té y otra con limonada.
—Tu madre se ha esforzado mucho, ¿eh? —Intenté recogerme el pelo
en una cola de caballo mientras el viento me lo empujaba a la cara—. Huele
delicioso.
Charlie sacudió la cabeza, pero no levantó la mirada desde el interior
de la cesta mientras seguía hurgando.
—Falta algo.
—Parece que Jessica pensó en todo. —Abrí el contenedor de pollo y
desenvolví las galletas—. Sea lo que sea, no lo necesitamos. —Me reí
porque él seguía escarbando—. Charlie, ven a sentarte conmigo y
comamos.
Tomé un trozo de pollo mientras Charlie vaciaba la cesta. Era un
hombre con una misión, y nada lo detendría a seguir buscando. Cuando lo
encontró, en lugar de esbozar una sonrisa parecía nervioso. Se puso de pie
con las manos juntas y me observó. Yo había dejado de arrancar la carne del
hueso y masticaba con una mirada de extrañeza puesta en él. Casi me
ahogué cuando se arrodilló y apoyó su brazo en su pierna doblada. Sus
dedos se desplegaron uno por uno para revelar una caja negra abierta. No
podía decidir en qué concentrarme, si en él o en el diamante que atrapaba la
luz del sol. Opté por Charlie, que se aclaró la garganta con sudor perlándole
la frente.
—Sarah. —Su nuez de Adán se movió mientras tragaba con fuerza;
yo estaba aturdida—. Algo dentro de mí cobró vida el día que entré en tu
habitación del hospital y te encontré llorando. Una parte de mí que no sabía
que existía se abrió, y te filtraste en mi corazón. Cada día desde entonces
me he enamorado más de ti. Eres mi mejor amiga, mi amante, y quiero que
tomes mi apellido. —Jadeé y me cubrí la boca con la pata de pollo aún en la
mano—. ¿Te casarías conmigo, sol? —Su voz temblaba como si temiera
que yo dijera que no.
No habíamos hablado de matrimonio, ni siquiera de un compromiso,
pero no hubo ni una sola duda cuando dije:
—Sí.
—¿Sí? —Sus ojos se abrieron mucho.
Asentí con la cabeza y las lágrimas llenaron mis ojos.
—Sí, me casaré contigo.
Me quitó el trozo de pollo y lo arrojó al campo. Vi el hueso volar y
luego me volví hacia él. Charlie me puso el anillo en el dedo y me agarró
por la nuca. Su beso dijo todo lo que no podía decir con palabras. Estaba
lleno de pasión y amor, y no tenía dudas de que Charlie Burin nunca había
besado a otra mujer como me besaba a mí. Lo sentí desde los labios hasta
los dedos de los pies.
Me tomó la cara y me miró fijamente a los ojos.
—Sarah, no puedo esperar a que seas mi esposa. —Sus mejillas
estaban sonrojadas, o tal vez solo fue el sol, pero, de cualquier manera, era
un hombre adorable.
Extendí el brazo para admirar el anillo que me había puesto en el
dedo. Era simple pero elegante.
—Es precioso, Charlie. —Levanté la vista para ver su sonrisa—. Papá
se va a volver loco. —Sacudí la cabeza mientras pensaba en cómo
reaccionaría mi padre.
—Él ya lo sabe.
—¿Qué? —Dejé caer la mano.
—Me dio su bendición.
Era una tradición que no esperaba que ningún hombre siguiera, no en
estos tiempos, pero me parecía perfecto que él la hubiera seguido.
—Gracias.
Le rodeé el cuello con los brazos y enterré la nariz en su oreja. Mis
lágrimas mojaron su camisa. En una tarde, Charlie había logrado hacer
realidad todos los sueños de mi infancia. Siempre había fantaseado con
casarme, pero cuanto más envejecía menos creía que fuera a suceder. Y el
hombre que siempre había estado en ese altar esperándome era Charlie
Burin.
Charlie
—Sarah, tienes que ir al médico. Esto no es normal.
Estaba enferma desde que se había puesto en contacto con su
hermana. Cuando los vómitos comenzaron insistí en que viera a un médico.
Además, su cuerpo había empezado a entumecerse y le costaba mucho
caminar. Estaba muy preocupado.
—Estás exagerando, Charlie. Estoy bien. —Giró la cabeza para
enfrentarme—. ¿No tienes trabajo que hacer en casa de tus padres?
Lo tenía, pero Sarah era mi prioridad. Twin Creeks podía esperar.
Además, había otros hombres allí para ayudar. Se las habían arreglado sin
mí desde el accidente de Sarah; otro día no haría daño.
—El sarcasmo no te sienta bien, cariño. —Señalé hacia el porche—.
Vamos. Ya he llamado a la consulta del doctor. —Intentó formular un
argumento, pero no tenía ninguno—. Puedes hacer esto de la manera fácil o
de la manera difícil, pero de todas formas irás.
Puso los ojos en blanco, algo que nunca le había visto hacer, y se
levantó de la silla.
—Espero vomitar en tus zapatos, Charlie Burin.
Cuando traté de ayudarla a bajar los escalones me golpeó con una
mirada molesta que me hizo reír. Sarah era inofensiva y me quería hasta la
luna y de vuelta. No me preocupaba lo más mínimo que estuviera enojada
por esta razón.
—Me arriesgaré.
Abrí su puerta de la camioneta y me quedé detrás de ella,
—¿Vas a subir tú misma o quieres que te ayude?
Sarah entrecerró los ojos y puso un pie en el estribo. Me importaba
una mierda si quería mi ayuda o no; no iba a añadir unos cuantos huesos
rotos a su lista de dolencias. Pero no se resistió cuando le agarré las caderas
y la ayudé a entrar. Sin embargo, me empujó y cerró la puerta sin dejarme
darle un beso. Hizo pucheros a través de la ventana del pasajero y no oculté
mi humor. Maldición, amaba a esa mujer. Todo en ella era una mezcla de
dulzura y descaro, aunque nadie más que yo llegaba a ver el descaro.
Fuimos a uno de sus médicos en Laredo y estuvimos esperando casi
una hora hasta que la llamaron. Me quedé en la sala de espera mientras la
llevaban a tomar una muestra de orina y un análisis de sangre. La enfermera
apareció un rato después por la sala de espera, me llamó por mi nombre y
esbozó una sonrisa forzada, me pregunté qué demonios pasaba.
Seguí a la enfermera por un laberinto de pasillos de los que no creía
que fuera a salir nunca hasta que se detuvo frente a una sala de examen.
Golpeó la puerta y entró. Sarah estaba sentada en el borde de la mesa de
examen con lágrimas en los ojos y con los brazos rodeándose el estómago.
—¿Sarah? —Pasé por alto a la enfermera y al médico hasta llegar a
mi prometida. Coloqué las manos en sus mejillas y le incliné la cabeza—.
¿Qué pasa?
Miró a la enfermera y al médico que salieron de la habitación, y oí
que la puerta se cerraba detrás de ellos. Su cara estaba blanca como una
sábana y toda la escena me asustó muchísimo.
—Háblame.
Se lamió los labios y se tragó el nudo que tenía en la garganta.
—Vamos a ser padres. —Le temblaba la barbilla y me preguntaba si
la había oído bien.
—¿Padres? —Mi mente no podía procesar esa palabra, y mucho
menos comprender las implicaciones. Mi instinto inicial me empujaba a
tomar la noticia con alegría, pero tenía que haber una razón para que Sarah
pareciera tan miserable.
Sarah se miró el vientre.
—Estoy embarazada.
Me reí y la abracé contra mi pecho.
—Es increíble. —Le acaricié el pelo—. ¿Pero por qué estás llorando?
—Intenté secar las lágrimas de sus ojos, pero no dejaban de salir.
—¿Quieres tener hijos? —Su frente se arrugó y me di cuenta de que
nunca habíamos hablado de ello. Nunca habíamos hablado de
anticonceptivos porque di por hecho que tomaba la píldora.
—Por supuesto que sí. ¿Te preocupaba que no fuera así? —Se mordió
el labio y asintió con la cabeza—. ¿No estás emocionada? —No importaba
lo que yo sintiera, si Sarah no quería el bebé la situación iba a empeorar.
Usó el dorso de su mano para secarse las lágrimas, y sus hombros se
sacudieron cuando recuperó el control de sus emociones.
—Por supuesto que sí. Pero no vivimos juntos. Ni siquiera estamos
casados, Charlie. ¿Qué clase de ejemplo estamos dando?
Me reí y besé su frente.
—Solo a ti te preocuparía qué clase de ejemplo le das a un niño que
todavía no ha nacido—. Le puse los rizos detrás de la oreja—. Son solo
detalles, Sarah. Los resolveremos. Lo único que importa es si estás contenta
o no con la noticia.
—Estoy encantada. Bueno, lo estoy ahora que sé que te hace feliz.
—Aparte de hacerte mi esposa, no hay nada que quiera más que una
hija que se parezca a ti.
—¿Y si es un niño?
Llamaron a la puerta y, de nuevo, nadie esperó una respuesta antes de
entrar. El doctor y la enfermera que habían salido hacía un rato cerraron la
puerta y se reunieron con nosotros. La enfermera se colocó frente al
ordenador y el doctor se sentó en el taburete.
—¿Asumo que este hombre es el padre? —El doctor me sonrió
mientras dirigía su pregunta a Sarah, quien asintió con la cabeza—. Hola,
soy el Doctor Carroll. Entiendo que las noticias de hoy son un poco
impactantes, sobre todo, después de mirar su historial en el archivo del
hospital. Quería daros información sobre las opciones que hay con respecto
al embarazo.
Pareció que alguien acababa de abofetear a Sarah.
—¿Mis opciones? —Me miró y luego miró al doctor—. ¿A qué
opciones se refiere?
—Bueno, tu embarazo es de alto riesgo. —El doctor trató de ser lo
más gentil posible pero, de alguna manera, eso lo empeoró. Me miró como
si necesitara un respaldo y luego dirigió su atención a Sarah—. Tus
circunstancias son muy singulares, Sarah. El embarazo es muy duro para el
cuerpo, particularmente, para la columna vertebral. Tu espalda ya es
delicada, y el peso añadido podría ocasionar un daño irreparable. No ha
pasado ni un año desde el accidente y sigues en terapia física de forma
regular.
Sarah se ponía más pálida cuanto más hablaba el doctor. No me
gustaba cómo sonaba nada de esto.
—Y si de alguna manera sobrevives al embarazo sin complicaciones,
el parto podría ser perjudicial para el bebé y para ti. —Entregaba las
noticias con aplomo y firmeza. No dejaba espacio para ningún tipo de
discusión.
Sarah se sentó derecha y tragó con fuerza.
—¿Qué tipo de complicaciones?
El doctor le ofreció una mirada compasiva.
—Espasmos, dificultades respiratorias, hipotensión. Las mujeres con
lesiones de la médula espinal por encima de la T6 también son susceptibles
a la disreflexia autonómica. Sarah, ya tienes un alto riesgo de úlceras por
presión, anemia e infecciones del tracto urinario. El embarazo solo va a
exacerbar todos esos factores de riesgo.
La enfermera se adelantó y le entregó a Sarah un pañuelo, ya que el
labio inferior le temblaba. Yo no entendía la mayor parte de lo que se decía.
Sí, entendía las palabras, pero no la implicación real.
—En el peor de los casos, ¿a qué podríamos enfrentarnos? —pregunté
para saber el resultado final.
—Parálisis. Posiblemente, la muerte.
Sarah no me miraba, aunque no tenía que ver sus ojos para saber lo
que estaba pensando. Estaba escrito en su cara. Estaba seguro de que su
expresión coincidía con la mía. En unos pocos minutos había pasado de
recibir la mejor noticia de mi vida a sentirme hundido y querer atravesar
una pared con el puño. No arriesgaría la vida de Sarah. No me importaba lo
que estuviera en juego.
—Sarah, sé que es demasiada información para asimilar y que es una
elección que ninguna mujer quisiera tener que considerar, pero tienes que
tener en cuenta tu salud —dijo el médico—. Si hubiera pasado más tiempo
y te hubieras recuperado un poco más, tal vez ahora estaríamos teniendo
una conversación diferente. Pero entre el trauma pélvico que soportaste, la
lesión de la médula espinal y las continuas cirugías, no creo que tu cuerpo
pueda soportar el embarazo o el parto.
—¿Tenemos que tomar la decisión hoy? —La voz de Sarah era hueca.
Si no me hubiera agarrado los dedos con tanta fuerza me habría preguntado
si aún estaba consciente.
El Doctor Carroll dudó y luego sacudió la cabeza.
—No tienes que decidir nada ahora mismo. De hecho, te animo a que
vayas a casa y reflexionéis para tomar la mejor decisión. Basándome en tu
análisis de sangre, tus hormonas HTC indican que aún estás en una etapa
temprana del embarazo, así que tienes un poco de tiempo para tomar una
decisión.
—¿Lo harías aquí? —Sarah casi se atragantó con la pregunta, pero
supuse que había que hacerla.
—No. Te remitiríamos a un especialista, aunque cuanto más esperes,
menos opciones tendrás.
El Doctor Carroll estaba siendo empático y si estuviera en una
situación diferente le aplaudiría por su franqueza y su decoro. Acababa de
dar una de las peores noticias que podía recibir una pareja. Me entregó el
papeleo y luego se inclinó para apretar la mano libre de Sarah.
—Si tienes alguna pregunta, no dudes en llamar a nuestra oficina. —
El doctor miró a Sarah con comprensión y esbozó una ligera sonrisa.
La enfermera siguió al doctor y dejó que la puerta se cerrara detrás de
ellos. El ominoso clic del pestillo desató las emociones de Sarah, que se
derrumbó a mi lado. Nunca la había visto así de derrotada, ni siquiera el día
que la encontré en el hospital. Había pasado por un accidente terrible, por la
terapia física más agotadora posible y por la marcha de su hermana, y ella
había luchado y sobrevivido; así que, supe que también superaría esto.
Pero, maldición, iba a ser difícil.
Sarah
No había mucho tiempo para planear la boda antes de que se me
notara el embarazo. Afortunadamente, el pueblo se unió a ayudar para
hacerla realidad. Varias de las damas de honor echaron una mano y la
madre de Charlie también. No había nada como una boda para hacerme
amar u odiar a mi futura suegra. Afortunadamente, Jessica y yo
conectábamos, y ella llenó todos los huecos que mi madre había dejado.
Nunca había soñado con nada exagerado, pero, aun así, quería algo
elegante y sencillo. Había crecido en un pueblo pequeño y aquí hacíamos
las cosas a nuestra manera. Charlie y yo habíamos debatido entre Cross
Acres y el árbol donde los ríos se unían en Twin Creeks. Al final, nos
decidimos por el segundo. Me encantaba ese árbol.
La parte desafortunada de vivir en una ciudad más pequeña era que
teníamos que ir a Laredo para todo. Me las arreglé para visitar las empresas
de alquiler y las tiendas de ropa entre las citas con el médico y la terapia
física, pero fue agotador. Nunca había sentido un agotamiento como el que
provocaba el embarazo.
—¿Estás lista para irte, cariño? —La voz de papá venía del final del
pasillo, y escuché que se aproximaba.
Me miré en el espejo por última vez y me pregunté si despertaría de
este sueño antes o después de que Charlie me entregara su vida. La luz del
sol que entraba por la ventana se reflejaba en el entretejido del encaje del
corpiño, y lo hacía brillar cuando me movía. Me quedé mirando el vestido.
Esperaba que a Charlie le gustara tanto como a mí. Era discreto y clásico,
atemporal y elegante, y ocultaba la mayoría de mis cicatrices. La chica que
me había peinado había hecho milagros, ya no se distinguían los lugares
que me habían afeitado después del accidente.
Mis ojos brillaban con lágrimas mientras contemplaba mi reflejo.
Esto era lo más cerca que había estado de parecerme a la Sarah de antes del
accidente. Nadie podría decir que había pasado por tantas operaciones en el
último año. Estaba muy agradecida. Me encantaba la idea de no parecer una
mujer llena de parches en las fotos de mi boda.
—¿Sarah? —Papá llamó al marco de la puerta y esperó en el pasillo.
Me volví para mirarlo.
—Sí, señor. —Asentí y me mordí el labio.
Se acercó a mí y me tomó la mano. Levantándola sobre mi cabeza me
hizo girar para ver los detalles.
—Eres hermosa.
Besé su mejilla curtida y me retiré para mirarlo. Una sonrisa me
levantó las mejillas. Nunca lo había visto más orgulloso.
—Vamos a la casa de los Burins. —Sacó el codo y metí la mano por
él. Me acompañó fuera de nuestra casa por última vez y subimos a la
camioneta para llevarme con mi futuro marido.
Papá no dijo nada durante el camino a Twin Creeks, y todo lo que
pude hacer fue tratar de imaginar lo que estaba a punto de ver. Jessica y yo
habíamos hablado de ello, pero como yo no era la que supervisaba el
trabajo, no sabía realmente qué esperar.
Cuando papá entró por el camino de tierra en el que concurrían los
dos arroyos, todas las camionetas de Mason Belle me bloqueaban la vista.
No tenía idea de quién había orquestado el estacionamiento, pero habían
hecho un trabajo increíble. Filas perfectas alineadas en el campo con un
camino en el centro. Todo lo que podía ver era la copa de ese árbol, y sabía
que Charlie esperaba debajo.
Se me trabó el aliento en la garganta, y cuando papá estacionó y puso
su mano en mi hombro, no reprimí que las lágrimas cayeran. Ni en mis
mejores sueños había esperado esto. No tenía ni idea de lo que encontraría
cuando papá me llevara ante el altar, pero sabía que sería recibida con amor,
porque amor era lo que este pueblo transmitía. Sin mamá y Randi, habían
volcado todo su apoyo, y me sorprendería que hubiera un solo residente que
no estuviera aquí.
Papá salió de la camioneta y se acercó al lado del pasajero para
ayudarme a bajar. Me enderecé el vestido mientras descendía y tras cerrar la
puerta, el sonido de los pájaros y el agua que fluía, y el susurro de las hojas
de ese gran roble, fue música para mis oídos. Papá sacó su móvil e hizo una
llamada para avisar que estábamos aquí. Luego volvió a meter el móvil en
su chaqueta y me dio otra vez su codo.
Me besó en la frente y me dio una palmadita en la mano que apoyaba
en su antebrazo.
—No podría haber escogido un hombre mejor para ti, Sarah.
Asentí con la cabeza, sin poder hablar. Más lágrimas arruinarían el
maquillaje y no lo había traído conmigo para hacer algún retoque.
—Te amo, Sarah Anne.
Una guitarra acústica se unió a los sonidos de la naturaleza, y cuando
di mi primer paso por ese sendero creado por las filas de las camionetas, vi
a tres músicos tocando, y también apareció el árbol en el que Charlie se
había declarado. Y también estaba él.
—Nunca he visto a un hombre amar a una mujer como él a ti —me
dijo papá.
Y tenía razón. El amor estaba escrito en la expresión de Charlie. Se
había cortado el pelo y se había afeitado. El esmoquin le sentaba… bueno,
estaba imponente. Pero fue la sonrisa que se apoderó de sus rasgos la que
me aseguró que él era perfecto para mí. Sus ojos brillaban en un verde
brillante, y le agradecí a Dios el pasar el resto de mi vida con este hombre a
mi lado.
Charlie me separó de papá tras un intercambio de palabras susurradas
y unas palmaditas en la espalda. Después, Charlie me besó en la frente.
—Dios, eres preciosa —no lo susurró. No se contuvo.
Y yo sabía que nunca lo haría.
Todos los presentes escucharon la proclamación de Charlie seguida de
nuestros votos, y cuando sellamos nuestra promesa con un beso vitorearon
tan fuerte como cuando Mason Belle ganó el campeonato estatal de fútbol.
Mientras caminábamos por el camino como marido y mujer busqué
entre la multitud a la única persona que me habría sorprendido. Pero
Miranda no estaba allí. La había imaginado más de una vez haciendo una
gran entrada al estilo de Randi, justo antes de que papá me llevara entre las
filas de sillas. Ella aparecería y la vería por el rabillo del ojo. Me mostraría
su sonrisa sarcástica antes de sentarse en la primera fila. O, tal vez,
aparecería en medio de la ceremonia y la vería sentarse en la última fila. Y
no tendríamos que decir nada, nos abrazaríamos y todo quedaría perdonado.
Cualquier situación habría sido bienvenida, ya que solo quería que mi
hermana estuviera en mi boda. Pero cuando llegamos a la última fila de
sillas y caminamos a través de las filas de las camionetas, supe que ella no
iba a estar. Fue devastador, pero no podía hacer otra cosa que aceptar los
hechos. Había dejado Mason Belle por voluntad propia y había elegido
perderse el día más importante de mi vida. No permitiría que lo arruinara,
así que cuando llegamos a la camioneta de Charlie y abrió la puerta, me
volví hacia él, le rodeé el cuello con los brazos y lo besé delante de todo el
mundo.
Sus manos se deslizaron por mis costados y alrededor de mi espalda.
Cuando me tomó por las palmas de las manos y me empujó bruscamente
contra su cuerpo, me aparté de su boca a regañadientes.
—No creo que nadie necesite vernos consumar nuestro matrimonio.
—Sentí el rubor en las mejillas y Charlie rugió de risa.
—Probablemente, no, sol. Vamos a casa y cambiémonos para poder
disfrutar del convite.
Él dejó su esmoquin y yo dejé mi vestido de novia para ponerme un
vestido más adecuado al calor de Texas. Charlie estaba igual de comestible
en jeans y una camiseta que se le pegaba a los pectorales, y a mí me encantó
el vestido amarillo que se eligió para mí.
Cuando volvimos al campo salí de la camioneta y Charlie vino a
tomar mi mano. Entonces me echó hacia atrás y me abrazó.
—Eres la luz de mi vida —me dijo—. Gracias por casarte conmigo.
—Nos dimos un beso tierno—. Espero que este sea el mejor día de tu vida,
sol.
—Lo es. —Esas dos palabras nunca habían sido más ciertas. No había
nada más que quisiera en la vida que estar con Charlie—. Siempre quise ser
un Burin. —Sonreí contra sus labios.
—Esta es mi chica. —Me tomó en sus brazos y me llevó a estilo
nupcial hasta la fiesta que estaba en pleno apogeo.
Mesas y mesas de comida habían sido preparadas mientras nos
cambiábamos, junto con una improvisada pista de baile. El sonido de las
guitarras invitaba a que la gente se moviera y la cerveza fluía tan libremente
como el whisky. Nuestros invitados se divertían y estaba absolutamente
enamorada del hombre que acababa de invitarme a bailar.
Charlie tomó mi mano y comenzamos a bailar, aunque él no iba al
mismo ritmo que el resto de la gente que nos rodeaba, pues estaba más
concentrado en prestarme atención que en seguir el ritmo de la multitud.
Estábamos aislados en la burbuja de los recién casados. Entre los buenos
deseos, el baile y la comida, la tarde dio paso a la noche.
Me hallaba de pie bajo ese roble gigante que Charlie había propuesto
para encontrarnos. Me las arreglé para escabullirme hacia las afueras de la
multitud mientras él se mezclaba con sus amigos. Escuché el sonido del
agua y la música mientras veía a las luciérnagas bailar en los campos, y me
pregunté si la vida podía ser mejor.
Entonces los brazos de mi marido me envolvieron por detrás y me
empujaron contra su pecho. Sus labios revolotearon sobre mi cuello y me
besó la garganta.
—¿Estás lista para ir a casa, cariño?
Sonreí y pensé que sí... que la vida estaba a punto de mejorar.
Charlie y yo habíamos ido a Gulf Shores para una rápida luna de
miel. Disfrutamos de la playa durante un par de días y luego regresamos a
tiempo para acudir a mi primera cita con el especialista. Era el primer
ultrasonido, y el doctor quería hacerlo para saber lo avanzado que estaba.
Yo estimaba que estaría de unas doce semanas, pero con todos los factores
de riesgo, el Doctor Nesbit quería una fecha lo más exacta posible. Odiaba
tener que someterme a más consultas y citas médicas, pero, al menos,
tendría un premio al final.
Una enfermera nos llevó a un consultorio y me dijo que me subiera a
la camilla. No iba a dar ningún salto, pero con un poco de esfuerzo y la
ayuda de Charlie me coloqué justo antes de que llegara el técnico de
ultrasonidos, que bajó las luces y se presentó.
—Soy Amy. Encantada de conocerte.
Me hizo levantar la camisa y luego me metió un trozo de papel en la
cintura del pantalón para no mancharlo. Charlie se sentó a mi lado mientras
ahora me ponía un gel caliente sobre la barriga. Juré que ya se apreciaba un
pequeño bulto, pero Charlie dijo que estaba loca. Probablemente, tenía
razón. La hinchazón era por comer más y aumentar de peso en vez de por el
embarazo. Sin embargo, Amy puso el aparatito sobre la sustancia viscosa
mientras encendía la pantalla del monitor.
—Puedes ver la televisión en la pared, así no tienes que levantar el
cuello. —Apuntó con un mando a distancia y el televisor cobró vida.
Tan pronto como la máquina se encendió un silbido llenó la
habitación seguido de un golpe electrónico. Mi mano se apretó alrededor de
la de Charlie mientras las formas comenzaron a formarse frente a nosotros.
Miré un momento a Charlie y al ver su sonrisa deseé capturar esa imagen
mientras miraba a su hijo en la pantalla. El bebé ya no era una posibilidad;
era una realidad. Estaba delante de nosotros y era tan parte de él como de
mí.
Vi cómo Amy medía las imágenes en la pantalla y luego la escuché
teclear a mi lado. No había dicho mucho, pero las líneas de su frente y su
ceño fruncido me hicieron hacer preguntas.
—¿Qué pasa?
Charlie me apretó los dedos, pero no habló.
Amy respiró profundamente y forzó una sonrisa. Las líneas de su cara
se suavizaron y cuando se enfrentó a mí señaló la pantalla con gesto de
sorpresa. Vi cómo aparecían letras en el lado izquierdo, el bebé A. Movió el
ecógrafo hacia el otro lado y volvió a hacer clic, el bebé B.
Mi mandíbula cayó y todo el aire salió de mis pulmones.
—¿Gemelos?
Mi corazón se saltó un latido —o tal vez cinco—. Los ojos de Charlie
estaban muy abiertos, pero su boca permanecía sellada. Necesitaba las luces
encendidas para ver mejor su cara, porque no podía saber lo que estaba
pensando.
—Si miras ahí —la doctora arrastró la flecha blanca por una línea
oscura—, están en dos bolsas separadas. Por lo tanto, no son idénticos, pero
sí gemelos. —Amy señaló diferentes partes de la anatomía de cada bebé,
imprimió algunas fotos y nos hizo un cd de la ecografía. Se lo dio todo a
Charlie, que todavía no había dicho ni una palabra.
—El Doctor Nesbit vendrá pronto a hablar con vosotros. —Me limpió
el gel de la barriga y tiró el papel a la basura—. Felicidades. —Por último,
encendió la luz y cerró la puerta.
Ese ominoso chasquido no sacó a Charlie de su nebulosa; sin
embargo, la llegada del Doctor Nesbit a la habitación sí lo hizo. Charlie no
me había soltado la mano, pero su agarre se había vuelto cada vez más
firme, y ahora los músculos de su antebrazo se contraían y su mandíbula
hacía tictac. Tragué con fuerza y esperé a que el Doctor Nesbit hablara.
Se sentó en el taburete y apoyó los pies en el anillo de metal debajo
del asiento. Cuando apretó las manos entre los muslos, me preparé.
—Esto hace las cosas infinitamente más difíciles. —El Doctor Nesbit
no miró a Charlie ni una sola vez; me miró directamente a mí—. La tensión
de un bebé en tu columna vertebral iba a ser un desafío. Dos podría ser
catastrófico.
No me atrevía a mirar a mi marido y no sabía qué decirle al doctor.
Todo lo que podía hacer era ver cómo se movían los labios del Doctor
Nesbit. El problema se había duplicado y no sabía qué pensar. Era como si
nuestra decisión fuera cuestionada otra vez.
—¿Estás escuchando, Sarah? —Charlie, finalmente, decidió hablar.
—Lo siento. —Sacudí la cabeza—. Estoy un poco abrumada.
El Doctor Nesbit siguió hablando e intenté concentrarme en lo que
decía.
—La ley de Texas... —Su voz se tambaleó—. Aborto hasta las veinte
semanas. —Vi cómo la saliva se acumulaba en la comisura de su boca—.
Tenéis unas semanas más para decidir. —Se quedó mirando a Charlie y,
finalmente, consiguió mi atención—. Cuanto más esperes más difícil será.
Tu cuerpo no puede soportar tanto estrés, Sarah.
Charlie se puso en pie y lo siguiente que vi fue al Doctor Nesbit con
la mano en el pomo de la puerta. Se despidieron y seguí a Charlie hasta la
recepción. Me sentía muy perdida.
—Nena, ¿llevas tu tarjeta del seguro?
—¿Eh? —Lo miré fijamente.
—Tu tarjeta del seguro. La que tenían archivada no funciona.
Ni siquiera llevaba el bolso. Sacudí la cabeza.
—No la llevo encima, pero mi seguro no ha cambiado.
La señora me miró con una mirada compasiva.
—El portador dice que la cobertura no está activa.
—Eso no es posible. Lo uso todo el tiempo. —Iba a las citas médicas
varias veces a la semana.
—Nena, todas esas visitas han sido cubiertas por el seguro a
consecuencia del accidente. —Entonces se volvió hacia la recepcionista—.
¿Qué hay de la última visita? Estuvimos aquí hace un par de semanas.
Escribió en el teclado y miró fijamente la pantalla.
—El Doctor Nesbit no cobra por la consulta inicial.
Charlie estaba perdiendo la paciencia. No fue grosero, pero no iba a
quedarse aquí debatiendo el tema por más tiempo.
—¿Cuánto cuesta la visita de hoy? Podemos presentar una
reclamación desde casa, ¿verdad?
—Por supuesto. Una vez que lo hayáis aclarado con el seguro,
llámanos y haremos la verificación de nuevo. La visita de hoy cuesta
doscientos cincuenta dólares.
Casi me atraganté. La bilis me subió a la garganta y tuve que
agarrarme al brazo de mi marido para no caerme. Me llevó a la camioneta y
me ayudó a entrar. La vida se desarrollaba a cámara lenta mientras él
rodeaba el capó de la camioneta y luego se unía a mí en la cabina. Encendió
el motor, pero no nos pusimos en marcha. Miró fijamente al frente y más de
una vez abrí la boca para hablar. Pero si había algo que había aprendido de
Charlie desde que estábamos juntos es que presionarlo no ayudaba en nada.
Parpadeó lentamente varias veces, y luego se lamió los labios. Cuando
empezó a sacudir la cabeza me preparé para cualquier cosa que fuera a
decirme.
—No puedes seguir con esto. —No había emoción en su tono, era
hueco y sin vida.
—¿Qué quieres decir?
Sus iris estaban casi marrones cuando me miró.
—Este embarazo. No puedes arriesgar tu vida. —Tenía las manos
aferradas al volante y los nudillos se le habían vuelto blancos.
Lo miré fijamente sin saber qué decir. Todos los días me preocupaba
haber tomado la decisión equivocada, pero había mantenido la fe en que
Dios cuidaría de mí, de nosotros. Traté de bloquear la posibilidad de morir
o de quedarme paralítica y dejar a Charlie con un bebé. No había manera de
que un hombre pudiera cuidar de su esposa, de dos bebés y de una granja el
solo.
—No sé qué hacer, Charlie. —Mi voz sonó tan rota como me sentía.
Se movió en el asiento y tomó mi cara entre sus manos.
—Nena, piensa en el esfuerzo que esto va a suponer para tu cuerpo.
No quería que te arriesgaras con uno, con dos mucho menos. No vale la
pena... —Estaba perdiendo la compostura. Se pasó una mano por el pelo y
luego por la cara. Esto iba a empeorar y me preparé para lo que estaba por
venir—. Maldita sea, Sarah. Piensa en ello. Si un bebé tiene el poder de
dejarte paralizada, ¿qué daño harán dos? No creo que tus posibilidades de
salir indemne de este embarazo sean buenas, y empiezo a preguntarme
sobre las posibilidades de que salgas viva.
Empecé a protestar. Abrí la boca para defenderme. Pero no me salió
nada porque no tenía ningún argumento válido. Mantener este embarazo
ponía mi vida en riesgo, y no era solo yo la que se había metido en el fango.
Tenía que considerar a Charlie también, y a toda la gente que se vería
afectada si algo me sucedía.
Los párpados de Charlie se cerraron, y respiró profundamente.
Cuando abrió los ojos, centró su atención en mí.
—No puedo hacerlo sin ti. No quiero hacerlo. Eres lo más importante
del mundo para mí, y este es un riesgo demasiado grande. Podemos
resolverlo en el futuro cuando estés fuerte, pero, Dios, por favor, no corras
este riesgo ahora.
—Charlie... —Pronuncié su nombre como una súplica. La verdad es
que ya no sabía qué estaba bien o mal, o en qué momento mi vida se había
vuelto más valiosa que la de los demás. Pero tenía miedo de morir, y
también sabía que no quería vivir paralítica. Ya me había enfrentado a ese
destino y había luchado con uñas y dientes para superarlo.
—Quiero rogarte que lo pienses, Sarah, y que tomes una decisión
cuanto antes. —Respiró profundamente y me miró fijamente a los ojos,
manteniendo mi atención para que entendiera la seriedad de lo que iba a
decir—. Esto no va a terminar de la manera que tú quieres. Sé que es
injusto, pero no habrá una segunda oportunidad si mueres. Si lo interrumpes
sí tendremos opciones. Podemos intentar otras cosas como la adopción, una
madre de alquiler… Demonios, el mercado negro. Me importa una mierda
la opción que sea con tal de que sigas a mi lado.
Había dicho todo lo que tenía que decir y sabía que tenía razón por
mucho que odiara admitirlo. Estaba demasiado débil para seguir este
camino, física y emocionalmente. No tenía fuerza para lanzar los dados y
esperar a que las probabilidades estuvieran a mi favor. Las lágrimas cayeron
cuando parpadeé y mientras corrían por mis mejillas admití las palabras que
odiaba decir.
—Ya lo sé.
—Tienes que entender que te digo esto porque te amo. Es puramente
egoísta; lo sé. —Capturó mi mejilla en su mano y me incliné hacia el calor
y la seguridad de su toque. Finalmente, cedí.
—Sé que no puedo seguir adelante con esto. Programaré... —Me
ahogué con mis propias palabras—. Llamaré al doctor y...
Inclinó su frente sobre la mía mientras su mano se deslizaba hacia la
parte posterior de mi cuello.
—Saldremos de esta. —Tomó mi mano y se la llevó a los labios—. Te
prometo que no me iré de tu lado, nena. No estás sola. Y cuando esto
termine nos afligiremos juntos y encontraremos un camino a seguir. Pero te
necesito para que haya un nosotros.
Respiré profundamente tratando de calmar mi alma y mi corazón
acelerado. Sentí que iba a vomitar. Mis emociones eran un torbellino dentro
de mi cabeza. No tenía donde ponerlas. La electricidad ardía dentro de mí
sin posibilidad de salir, como si me quemaran viva y no pudiera escapar de
las llamas, ni siquiera para gritar. No quería hacer esto, y él tampoco quería
que yo tuviera que hacerlo, pero había situaciones en la vida que no dejaban
más opciones.
Él sintió mi dolor además del suyo propio. No era tan ingenua como
para creer que esto era más fácil para Charlie que para mí. Había visto la
forma en que miraba esa pantalla. Estaba ardiendo en su propio pozo de
llamas.
Me dejó ir y giró la llave de encendido, pero antes de poner la
camioneta en marcha y salir del aparcamiento se inclinó sobre mí para
besarme.
—Te amo, Sarah. Y te prometo que vamos a estar bien.
—Yo también te quiero.
Confié en su promesa, pero apenas podía respirar.
Capítulo 14
Sarah
Sostuve el teléfono entre ambas manos. Cada vez que la pantalla se
atenuaba, la tocaba para que volviera a la vida, pero todavía tenía que pulsar
la tecla de llamada. Llevaba con esta lucha mental desde que salimos de la
oficina del Doctor Nesbit. La muerte me aterrorizaba tanto como vivir una
vida sin movilidad. Charlie tenía razón. Sabía que tenía razón. Todo lo que
me decía era cierto, pero la verdad no impedía que las imágenes de los
bebés que había visto en la ecografía aparecieran en mi mente. Eran muy
reales y estaban muy vivos dentro de mí. Pensaba en cómo sería para ellos
no tener una madre. Conocía ese dolor y no se lo desearía a ningún niño. No
quería abandonar a mis hijos, pero no había garantía de que sobreviviera.
De hecho, había una alta probabilidad de que no lo hiciera.
Miré por la ventana de la cocina y vi a Charlie en la entrada. Me
encantaba la forma en que se movía. La visión de sus brazos bronceados
flexionándose y los músculos de su espalda rígidos me hacía la boca agua.
También me recordó cómo había terminado en esta situación. No podía
resistirme al cuerpo sin camisa de mi marido ni a sus encantos. Lo amaba
con más pasión de la que creía posible y quería pasar el resto de mi vida
con él.
Volví a centrar mi atención en el teléfono y apreté el botón verde. Me
mordí el labio al escuchar el sonido de la línea y esperé a que alguien
respondiera. La chica que nos había hablado del tema del seguro contestó la
llamada.
—Gracias por llamar a la oficina del Doctor Nesbit. Habla Megan.
¿En qué puedo ayudarle?
Respiré profundamente y esperé que la voz no me fallara.
—Hola, Megan. Soy Sarah Burin.
—Hola, ¿has solucionado la situación del seguro? —Su voz era
mucho más alegre que la mía, ella no se estaba enfrentando a la decisión
que yo tenía que tomar.
La verdad es que no le había dedicado tiempo a la situación del
seguro.
—No, todavía no. Llamaba para concertar una cita.
—¿Con el consultorio o con nuestro centro de cirugía?
El nudo que tenía en la garganta hacía que cada palabra fuera más
difícil de pronunciar que la anterior.
—Supongo que con el centro de cirugía.
—Déjame ver tu expediente... —Su voz se apagó. Ese
comportamiento alegre con el que había contestado al teléfono había
desaparecido y lo reemplazó por un tono triste—. Imagino que quieres la
cita lo más pronto posible.
—Sí. —Fue todo lo que pude decir.
Ella fijó la cita, me dio una lista de instrucciones y cuando corté la
llamada estaba mareada por el ritmo al que todo había sucedido.
En unos pocos días todo esto habría terminado. Charlie se sentiría
aliviado y mi vida estaría a salvo, al menos, del embarazo. Pero me
preguntaba qué otras repercusiones enfrentaríamos. Me preguntaba si
alguna vez me perdonaría por haber sesgado dos vidas. Me preguntaba qué
le haría esto a nuestro matrimonio. Esperaba que nos uniéramos en nuestro
dolor y que este no nos separara. Recé para no culparlo de la decisión que
acababa de tomar.
Pensé en el procedimiento en sí. Yo no estaría despierta, pero me
preocupaba el dolor que pudieran sentir los bebés. No podía dejar de pensar
en que ya conocían mi voz. Esperaba que no conocieran el miedo. Intenté
como una loca apagar mi cerebro y al no conseguirlo acudí a mi marido.
En cuanto vio mis lágrimas me rodeó con sus brazos. Charlie me
acunó en su regazo tras sentarnos en el sofá, pero no dijo nada. Ninguna
pareja debería tener que enfrentarse a esta elección, y mucho menos justo
después de casarse. Él no tenía palabras para arreglarlo, así que no lo
intentó. Solo me abrazó y me acarició el pelo. De vez en cuando, me daba
un beso en la cabeza. Charlie reconocía mi dolor y su necesidad de cargar
con él.
Cuando mis lágrimas se calmaron, Charlie no se movió para
levantarse, sino que se tumbó en el sofá y me llevó consigo. Luego nos
cubrió con una manta y me abrazó. Me quedé dormida, pero cuando me
desperté para ir al baño, él estaba despierto. Tenía los ojos hinchados e
inyectados en sangre. Sabía que le dolía tanto como a mí, aunque no
hubiera podido decírmelo.
A regañadientes me dejó levantarme, pero me sostuvo los dedos hasta
el último segundo, y cuando nos separamos algo en mí se rompió.
Charlie
Nunca en la vida había experimentado una rabia tan intensa que
tuviera que aislarme para templarla. Y así era como me sentía al regresar
del consultorio del Doctor Nesbit. Me negué a dejar que se me escapara una
palabra porque nada de lo que dijera sería agradable y mucho menos
amoroso o reconfortante. Sarah estaba siendo imprudente e irracional, pero
me condenaría si le dijera lo egoísta que consideraba sus acciones; así que,
cuando llegamos a casa la dejé en la sala de estar y me dirigí a nuestro
dormitorio.
Ella pensaba que estaba haciendo algo noble, pero no había
considerado cómo sería la vida de esos niños sin ella. No había pensado en
nosotros para tomar su decisión, solo en su culpa. Sarah no arreglaría el
desastre que podía dejar atrás, sino yo, y no quería criar hijos sin mi esposa.
No quería ser un padre soltero si podía evitarlo. Quería a mi esposa a mi
lado, y si eso significaba que nunca tendríamos hijos, que así fuera. Me
importaba una mierda.
Necesitaba atravesar la pared con el puño. Sin embargo, mirara donde
mirase solo veía momentos felices entre los dos. No quería que las fotos de
nuestra boda fueran nuestra única celebración. Quería que las vacaciones y
los cumpleaños fueran recuerdos enmarcados en nuestra casa. Pero su
elección había iniciado un reloj, una cuenta atrás para lo inevitable.
Me tiré en la cama y miré fijamente al techo. El ventilador ni siquiera
estaba encendido para mantener mi atención. Puse el antebrazo sobre mis
ojos y quise que los pensamientos dejaran de golpearme. No podía soportar
la idea de perderla, y eso era todo lo que podía ver. No había forma de
evitarlo. Incluso si sobrevivía, ¿qué clase de vida tendría en una silla de
ruedas? Los dos sabíamos lo que la parálisis le hizo, pero ella parecía
haberse olvidado.
Miré fijamente al techo durante horas, pero no encontré paz ni
resolución. Todo lo contrario, el corazón parecía querer salírseme del pecho
y la cabeza me latía con la fuerza de mil tambores. Y mientras el sol se
ocultaba tras el horizonte y la noche robaba el día, supe que no podía
esconderme más en nuestro dormitorio.
Cuando abrí la puerta la casa estaba inusualmente tranquila. No me
llevó mucho tiempo encontrar a Sarah. El sonido de los platos en la cocina
me alertó de su ubicación. No me había oído llegar, así que me apoyé en la
moldura de la puerta y la vi hacer la cena. Un grupo de rizos se obstinaban
en caerle sobre la cara, así que utilizaba el antebrazo para tratar de
mantenerlos lejos, ya que tenía las manos cubiertas de harina.
Se sorprendió cuando se dio la vuelta y me vio por el rabillo del ojo.
Su blanca palma se encontró con su pecho.
—Me has asustado. —Cuando agarró un trapo de cocina, sus cinco
dedos estaban claramente marcados en su camisa—. ¿Tienes hambre? Estoy
haciendo pollo frito—. Estaba equivocada si pensaba que la comida
resolvería este problema. Ni siquiera el pollo frito era un bálsamo para esta
herida.
—Podrías haber hablado conmigo antes de sorprenderme con tu
decisión.
Respiró profundamente y se dirigió hacia la nevera.
—No habría cambiado nada.
—¿Por qué no lo hiciste? —Necesitaba una respuesta, algo mejor que
la basura que había soltado en el centro quirúrgico. Necesitaba escuchar
algo que tuviera sentido.
Dejó la leche y se enfrentó a mí, apoyando la parte baja de su espalda
contra la encimera.
—Porque no voy a poner mis necesidades por encima de las de mis
hijos.
—Si no te cuidas no tendrás que preocuparte por las necesidades de
tus hijos porque no serás madre si mueres.
Desenrolló los puños y se agarró a la encimera. Sus nudillos se
pusieron blancos y presionó sus labios en una línea firme antes de
responder.
—¿Y qué pasa si no muero, Charlie?
—Aún peor. ¿Estás preparada para vivir paralítica? Porque no lo
estabas cuando te encontré en Anston al borde de un colapso nervioso ante
la idea de no volver a caminar. —Fue duro, pero tuve que sacar la artillería
pesada para hacerla razonar—. Vas a odiar cada segundo de estar confinada
a una silla de ruedas. ¿Has pensado en cómo será no poder tirarte al suelo
para jugar con tus hijos? ¿O ser incapaz de recogerlos? No podrás hacer
nada con ellos que haría un padre normal. ¿Es esa la vida que quieres
darles? —No reconocía mi propia voz mientras le formulaba aquellas
preguntas.
Ella se alejó de la encimera y en unos pocos pasos nuestros cuerpos
estaban a menos de un centímetro de distancia. El fuego rugía en sus ojos.
—¡No te atrevas! —Sarah me pinchó en el esternón con el dedo, sin
quitar los ojos de los míos—. No puedes predecir el futuro ni determinar mi
destino.
—Pues a ti no te importa determinar el mío.
—¿Qué se supone que significa eso? —Dio un paso atrás.
Esto se había descontrolado por completo. Yo lo sabía, ella lo sabía,
pero ninguno de los dos se detuvo.
—¡Van a destrozar tu cuerpo! —No pude luchar contra la animosidad
que se desató, ni pude bajar la voz—. Con un bebé estaba dispuesto a ceder
a pesar de que varios médicos te dijeron que no siguieras adelante. Pero vi
la cara del Doctor Nesbit al saber que tendrías dos. Te estás suicidando y no
entiendo por qué cuando tienes opciones. ¿Tienes idea de lo que los
gemelos le hacen a un cuerpo sano? ¿Has pensado en esto más allá de tu
implicación personal? —Ella cruzó los brazos sobre su pecho y me miró
como si fuera estúpido.
—Por supuesto que sí, Charlie. Es todo en lo que he pensado.
—¿Así que has pensado más allá de dejarme sin ti? ¿Has pensado en
cómo se sentirán dos niños al no haberte conocido nunca? —Asintió como
si no hubiera nada que no hubiera considerado, así que seguí presionándola
—. ¿Qué pasa con tu padre? ¿Has pensado en lo que significará para Randi?
Estás empeñada y decidida a no ser como tu madre, ¿pero no sería tu
elección hacerles exactamente lo mismo? No serías mejor que la mujer que
se alejó de ti y de tu hermana. Ella tomó una decisión, y tú estás tomando la
misma decisión egoísta, aunque por diferentes razones.
Parpadeó dos veces y su boca se abrió. Sarah la cerró rápidamente y
se mordió el labio. Había ido demasiado lejos y ahora ella luchaba contra
las lágrimas. Se dio la vuelta, pero no antes de que yo viera sus mejillas
sonrojadas y calentadas por la ira. Pero no dijo ni una palabra. Sarah volvió
a la encimera y reanudó lo que había estado haciendo.
Debería disculparme, pero no lo hice.
—Solo intento que te pongas en mi piel, Sarah. Te amo, y la idea de
perderte es más de lo que puedo soportar.
—Lo sé, Charlie. Estás tan empeñado en que vea las cosas desde tu
perspectiva que te niegas a considerar la mía. —Sus hombros se elevaron
cuando respiró profundamente, y luego cayeron cuando exhaló—. Mi
decisión está tomada. Te guste o no, no voy a interrumpir el embarazo.
Espero que en algún momento dejes de estar tan enojado, pero, si no
puedes, entonces tendrás que encontrar una forma de vivir con ello. En unos
pocos meses serás padre, Charlie, y ninguna discusión va a cambiar eso.
Me froté la cara con las dos manos, como si ese gesto fuera a resolver
el problema.
—No estás siendo razonable. Estás permitiendo que tus emociones
dicten nuestro futuro en lugar de usar el cerebro para entender lo que te
digo. Si me escucharas por un minuto...
Tiró el cuchillo sobre la encimera, se limpió las manos en el trapo y
se giró para mirarme.
—Oh, he escuchado cada palabra, fuerte y clara.
Antes de que tuviera la oportunidad de decir algo más, reconocí que
había perdido esta batalla. Debería haberme disculpado, pero no lo hice. En
vez de eso, tomé la salida del cobarde.
—Avísame cuando estés lista para tener una conversación racional no
controlada por tus hormonas.
Su labio inferior temblaba. No podía continuar con esto. No nos
estaba llevando a ninguna parte excepto a estar más distanciados. Salí
furioso de la cocina y agarré mis llaves. Golpeé la puerta delantera tan
fuerte que podría haber roto el vidrio, pero no me molesté en mirar hacia
atrás. Cuando llegué a mi camioneta tiré con fuerza de la manija y entré. No
tenía un destino; solo sabía que cuanto más tiempo pasara en casa más daño
nos haríamos el uno al otro. A pesar de lo enojado que estaba no quería
lastimar a mi esposa.
Sarah
Sabía que el embarazo tendría muchos altibajos, grandes y pequeñas
complicaciones, y eso sin mencionar los continuos problemas con el seguro
que, finalmente, delegué en papá. Él me dijo que se ocuparía de ello y que
se había retrasado en los pagos mientras yo estuve hospitalizada. La
siguiente vez que fuimos al consultorio del Doctor Nesbit se suponía que
todo estaba arreglado, y Megan me corroboró que las facturas estaban
pagadas.
Estuve a punto de contraer una mastitis. Uno de mis conductos de
leche se bloqueó y se me formó un quiste. Cuando, finalmente, drenó, me
dejó una marca profunda y dolorosa. Tal y como los médicos habían
predicho, cuanto más avanzaba el embarazo más esfuerzo suponía para mi
columna el peso adicional. Todo lo que me habían advertido me
atormentaba, pero eran los continuos problemas de presión sanguínea los
que dispararon todas las alarmas.
Ahora pasaba tanto tiempo en el consultorio del Doctor Nesbit como
con mis fisioterapeutas. Estaba harta de las visitas semanales. Todo se
complicaba por días. Charlie había llegado a cuestionar todo lo que los
médicos y enfermeras decían como si hubiera un significado oculto detrás
de cada palabra.
—Los gemelos están haciendo su sitio —comentó el Doctor Nesbit
—. Eso es bueno para ellos, pero no lo es para tu columna vertebral ni para
tus órganos. Obviamente, no queremos que los fetos estén por debajo de su
peso o desnutridos, pero en tu caso, cuanto más pequeños sean, mejor.
—Siento la presión añadida de cada kilo. Caminar se ha convertido en
una tarea difícil que me deja sin aliento.
El doctor se sentó en su taburete y me miró fijamente.
—¿Tienes dolores de cabeza? ¿Dificultad para respirar?
—Dolores de cabeza, sí. La cara se me pone roja y tengo que
acostarme. Son insoportables.
—También le falta el aliento —intervino Charlie.
—Llevo una pecera gigante delante de mí con dos enormes peces de
colores compitiendo por el mismo espacio. Por supuesto, estoy sin aliento.
El Doctor Nesbit atribuyó ambas cosas a mis continuos problemas de
presión sanguínea, especialmente, los dolores de cabeza.
—Estamos en un punto en el que debemos considerar el reposo en
cama. Podemos reevaluarlo en cada cita, pero debes ser amable con tu
cuerpo, Sarah.
Quise discutir, pero sabía que no me llevaría a ninguna parte. Había
una razón por la que Charlie insistía en venir a todas las citas, y es que no
se fiaba de que fuera a darle toda la información que me transmitían los
médicos. Así se aseguraba de que cumpliera todo lo que me dijeran.
—¿Qué significa exactamente reposo en cama? —preguntó Charlie.
El Doctor Nesbit se rio. Ya nos conocía bien por el tiempo que
pasábamos con él.
—Significa exactamente eso, que Sarah tiene que limitar su actividad
física tanto como sea posible.
Cerré los ojos para asimilar esa información y cuando los abrí ambos
me miraban fijamente.
—¿Qué implica eso? —pregunté.
—Que no puedes ir de compras, hacer recados, cocinar… —Miró su
portapapeles—. Ni trabajar en un rancho. —Me guiñó el ojo, y esta vez
puse los ojos en blanco.
—Vaya, qué lástima no poder ocuparme del heno —bromeé.
El Doctor Nesbit le dio una palmada en el hombro a Charlie y se rio.
—Tienes mucho trabajo por delante —le dijo. Luego dirigió su
atención hacia mí—. Si el dolor llega a ser demasiado fuerte, puedes tomar
paracetamol, pero eso es todo. Intenta no ponerte de pie para no ejercer
presión sobre la columna vertebral.
Asentí con la cabeza porque no había nada más que pudiera hacer. El
Tylenol no servía para evitar el dolor, además, me producía acidez
estomacal. Estos dos pequeños demonios querían asegurarse de que sintiera
el embarazo en cada momento.
Nos despedimos hasta la siguiente semana y me fui caminando hasta
la camioneta. En poco tiempo, Charlie necesitaría un montacargas para
subirme a la cabina. Una vez que me abroché el cinturón me coloqué las
manos sobre el vientre y me lo acaricié. Estaba lista para que esto
terminara. Afortunadamente, el terror no se había apoderado de mí porque
estaba demasiado ocupada lidiando con el presente como para preocuparme
por el futuro.
Tampoco quería pensar en la preocupación con la que me miraban
nuestros padres. Ya había demostrado tras el accidente que, a veces, los
médicos se equivocaban, y estaba dispuesta a demostrarlo de nuevo. Había
tomado mi decisión sabiendo las consecuencias y los riesgos, y nada me
complacería más que convertir a estos niños en adultos. La única manera de
hacerlo era respetar todo lo que el médico me decía. Mi corazón estaba en
paz con mi decisión e incluso creía que el embarazo había sido una
bendición… aunque nadie más sintiera lo mismo.
Tras las dos semanas que Charlie había pasado en casa de sus padres,
su actitud había cambiado por completo. Todavía estaba preocupado, pero si
continuaba viéndolo como una sentencia de muerte, no lo manifestaba.
Ahora le hablaba a mi vientre y me frotaba mantequilla de karité por toda la
barriga. Habíamos elegido cunas y muebles para los bebés. Así es como
tenía que ser.
—Charlie... —Traté de controlar el pánico, pero sentía la humedad
pegajosa entre mis muslos y bajo el trasero—. ¡Charlie! —exclamé.
Charlie se revolvió en la cama, pero no se despertó del todo. Yo tenía
la mano apoyada sobre el vientre y cada oleada de dolor me traía lágrimas a
los ojos. La cabeza me latía con fuerza, se me escapaba el aliento y parecía
como si alguien me hubiera abierto en canal y los bebés fueran a nacer
solos.
La tercera vez que lo llamé abrió los ojos y enseguida se puso en
alerta.
—¿Qué pasa? —Se sentó con los ojos desorbitados, buscándome la
mirada—. ¿Sarah? —Tiró de la colcha y encendió la lámpara. El pelo le
cayó sobre la frente y vi que su mejilla estaba roja y marcada por las
arrugas de la almohada. El dolor cegador me atravesó de nuevo.
—Me duele. —La voz se me quebró mientras trataba de mantener la
compostura—. Me siento como si alguien me hubiera clavado un cuchillo
en el estómago. No puedo moverme, Charlie.
Él retiró las mantas y vi la sangre por todas partes.
—Nena, tenemos que ir ahora mismo a urgencias.
Agarró el móvil y dio nuestra dirección a los servicios de emergencia.
Me retorcí de dolor y los minutos de espera me parecieron horas por ese
dolor tan insoportable. Cuando oí las sirenas a lo lejos me agarré a la mano
de Charlie y recé.
—Cariño, voy a abrirles la puerta. Volveré enseguida.
En cuanto lo dejé ir perdí la conciencia. Entré y salí de ella hasta que
las sirenas me inundaron los oídos y quise bloquear el ruido llevándome las
manos a los oídos, pero no podía ni mover los brazos. Escuchaba a Charlie
hablar, pero no podía verlo. Cerré los ojos con fuerza mientras los
paramédicos me sacaban de la casa en una camilla y me metían en la
ambulancia.
Las luces del hospital pasaron sobre mi cabeza. Sentí que iba a
vomitar
—Está aspirando.
—Quítale esa maldita máscara de la cara.
—Necesito algo de ayuda por aquí.
No reconocí ninguna de las voces, y la que necesitaba oír no estaba
cerca.
—¿Charlie? —No me oí a mí misma, así que dudaba que alguien lo
hubiera hecho.
Las luces sobre mi cabeza eran tan brillantes que cerré los ojos para
que no me taladraran. Las enfermeras hablaban a mí alrededor, sonaban
alarmadas, y la única vez que pude ver a Charlie en medio del caos fue
cuando se lo llevaron a rastras. Cuando intenté alcanzarlo, mis brazos
seguían atados y mi voz no lo encontró. No podía hacer esto sin él. Tenía
que estar a mi lado y si se quedaba atrás nunca me encontraría. Lloré y me
ahogué.
Entré en pánico. Las enfermeras trataron desesperadamente de
calmarme, pero, en algún momento, una ráfaga de frío subió por mi brazo y
entendí que me habían inyectado algo en la intravenosa. Antes de que
perdiera completamente el control, me pregunté si sería la última vez que
vería a Charlie y si me despertaría.
Antes de que pudiera pensar en que era el final, la oscuridad se
apoderó de mí.
Capítulo 17
Charlie
La enfermera me apartó a un lado mientras se llevaban a Sarah y otra
enfermera apareció con un portafolios en las manos.
—Señor Burin, los bebés no van a esperar y necesito que firme los
formularios.
Casi se me cayó el portapapeles y el bolígrafo mientras intentaba
formar una frase.
—¿Que no esperan? ¿Qué quiere decir? Sarah no está ni cerca de su
fecha de parto. Faltan once o doce semanas.
—Una cesárea de emergencia es la mejor esperanza para todos ellos
—explicó la enfermera que antes me había alejado de Sarah.
No podía tragar. La garganta se me había cerrado completamente y
me costaba incluso respirar. Lo peor que podría haber pasado estaba
sucediendo. Observé fijamente los papeles y luego miré a las mujeres que
esperaban mi respuesta. Mis ojos se llenaron de lágrimas cuando la realidad
de perderla tomó forma. La idea siempre había estado ahí, pero no había
echado raíces. Creía que ella sobreviviría. Me había convencido de que los
médicos estaban equivocados. Pero ahora había llegado el momento y
estaba aterrorizado. Respiré hondo.
—Hagan lo que tengan que hacer para salvar a mi esposa.
La enfermera asintió con la cabeza y se fue corriendo por donde
habíamos venido. No me importaba lo que pensaran de mí. No conocían a
Sarah y yo no conocía a los bebés. No podía hacer esto sin ella. No quería
hacerlo. No podía pensar en amarlos cuando estaba cegado por mi amor por
ella. Tal vez esa era la diferencia entre una madre y un padre o, tal vez, solo
era un bastardo egoísta.
Garabateé mi nombre en la parte inferior de todos los formularios sin
leer ni una maldita página. No importaba lo que dijeran. Lo único que
quería era que Sarah siguiera conmigo.
Me senté en una de las muchas sillas de plástico que había en la sala
de espera. Urgencias era como un pueblo fantasma, siniestro. El olor estéril
y la falta de color casi me volvían loco mientras me sentaba allí a escuchar
el latido de mi corazón que sentía hasta en los oídos.
—¿Señor Burin?
Levanté la cabeza de mis manos. La enfermera que me había
entregado el papeleo se acercó con una taza de café en las manos que me
ofreció tras sentarse a mi lado.
—¿Hay alguien a quien pueda llamar por usted? Le vendría bien tener
a un familiar mientras espera. —Sus ojos eran de un azul pálido, amable.
Me preguntaba si ella sabría algo más que yo y si estaba tratando de
prepararme para la caída. Dios, sabía que me caería. Con fuerza.
—¿Ha oído algo sobre su estado? —No respondía a la pregunta, pero
necesitaba intentarlo.
—No he oído nada desde que la llevaron a la sala de operaciones. —
Respiró profundamente—. Su esposa está en estado crítico, Señor Burin,
pero tenemos un excelente equipo de médicos. Está en buenas manos.
Asentí con la cabeza y bebí el café que me había traído. Ella se
levantó y se dirigió hacia el escritorio de la enfermera.
—Si necesita algo, hágamelo saber.
Lo que yo necesitaba nadie podía ofrecérmelo.
Tenía que llamar a Jack y a mis padres. Temía ambas llamadas, y
después de hacerlas no pude recordar nada de lo que habíamos dicho, solo
que vendrían. Jack llegó rápido y atravesó la puerta como un toro en un
rodeo, sin importarle si arrollaba a alguien en el camino. Tenía la cara roja
como la remolacha y el pecho se le movía como si hubiera venido corriendo
desde Cross Acres.
Me puse de pie cuando se acercó, más por costumbre que por
intención, y me preparé para lo que se me presentaba. Me sorprendió el
abrazo fiero y desesperado de Jack. Estaba aterrorizado. Cuando,
finalmente, me liberó, miré los ojos de un padre que temía el mismo
resultado que yo. Pero no lo expresó.
—¿Han dicho algo?
Crucé mis brazos y anclé mi postura.
—No mucho. Se la han llevado a cirugía y la enfermera no tiene más
información. Lo único que me han dicho es que está en las mejores manos.
Jack era un hombre de pocas palabras y esa noche no fue diferente.
Nos quedamos ahí perdidos en nuestros pensamientos hasta que la
enfermera que me había traído el café regresó y tocó el brazo de Jack.
—¿Puedo traerle algo? —preguntó ella, pero él sacudió la cabeza—.
Señor Burin, sé que no es un buen momento, pero necesito que me dé
información para meter a su esposa en el sistema.
Dejé caer los brazos y, justo cuando estaba a punto de seguirla, mis
padres aparecieron a través de la puerta. Jack me dio una palmada en el
brazo.
—Atiende a tus padres, hijo. Yo me ocuparé de lo otro.
Debería haberle dicho que era mi responsabilidad, pero me quedé ahí
como un niño pequeño y dejé que mi madre me abrazara. Mi hermano entró
por la puerta y me miró mientras mi madre lloraba en mi hombro. No
tuvimos que compartir palabras para que él entendiera por lo que estaba
pasando.
Se quedó atrás mientras mis padres hacían preguntas que no tenían
respuesta. Cuando Jack se reunió con nosotros, mi madre y mi padre le
prestaron atención, y Austin se acercó a mí. No intentó abrazarme para
hacerme sentir mejor. Durante largo rato estuvimos en silencio. Él estaba
inclinado hacia adelante como yo, con los antebrazos en los muslos y las
manos entre las rodillas. Miraba fijamente hacia el mismo vacío en el que
yo había estado perdido. Cuando finalmente habló, no me miró a los ojos.
—Es demasiado pronto, Charlie.
Moví la cabeza y dije:
—Sí.
Entonces hizo algo que me dejó alucinado. Puso su mano en mi
hombro, inclinó la cabeza y rezó. No le importó que lo escucharan rogarle a
Dios que me dejara conservar a mi esposa y a mis hijos. También le suplicó
que si esa oración no podía ser respondida, que me diera la fuerza para
superar lo que trajeran las próximas horas. Entonces fue cuando perdí la
compostura. Porque Austin sabía tan bien como yo, que la primera petición
sería un milagro, y la segunda misericordia.
Cando pude levantar la cabeza sin desmoronarme, miré el reloj y me
di cuenta de que había pasado menos de una hora. Me tiré del pelo y me
froté la cara, deseando que esa acción me trajera algún tipo de alivio. No lo
hizo.
—Jesús, ¿cuánto tiempo tarda esto? Pensé que las cesáreas eran
rápidas. —Me levanté y empecé a caminar.
—Cariño, tal vez sea una buena señal. —Mi madre me frotó la
espalda y yo encogí los hombros—. ¿Puedo ofrecerte algo?
Me di la vuelta, con los dientes descubiertos.
—Mi esposa. ¿Crees que puedes hacer que se materialice? ¿Podrías
rebobinar el tiempo unos siete meses? Tal vez alguno de vosotros podría
haberme ayudado a hacerla entrar en razón para que ahora no estuviéramos
en esta situación.
Mi padre se interpuso entre nosotros.
—Hijo, eso no es justo...
Lo empujé por los hombros.
—¡No! ¡Lo que no es justo es que ella no haya evitado esto! —Di un
paso adelante y le golpeé con las palmas de las manos en el pecho,
moviéndolo hacia atrás—. ¡Lo que no es justo es que pueda perderla! —Y
en la cuarta arremetida contra mi padre, me agarró y me empujó hacia él—.
Lo que no es justo es que yo no pueda ocupar su lugar ahora mismo, porque
dejaría este mundo para que ella pudiera quedarse. —Lloré en el hombro de
mi padre incapaz de detener la ira, el dolor y la devastación que salía de mi
boca.
Mi padre me abrazó fuerte hasta que dejé de luchar.
—Charlie, nunca ha habido un día en tu vida en el que hayas estado
solo, y esto no es diferente. No hay lugar en esta historia para un desertor,
hijo. Y aún no sabes el desenlace. —Me habló bajo para que nadie más
pudiera oírlo, pero lo suficiente contundente para que pudiera sostenerme
por mí mismo.
—¿Señor Burin?
Tres hombres Burin se volvieron hacia la voz. Tanto mi padre como
mi hermano se colocaron a mi lado preparándose para sostenerme. No
podía moverme. Me quedé paralizado al saber que lo que saliera de la boca
de ese desconocido determinaría mi destino.
Se acercó a nosotros al no responder a su llamada.
—¿Cuál de ustedes es el esposo de Sarah?
Levanté mi barbilla, pero las palabras me fallaron. No me limpié las
lágrimas de los ojos ni me sequé las mejillas. No me importaba una mierda
lo débil que parecía. Los siguientes sesenta segundos fueron los más
importantes de mi vida. Mis pulmones ardían con el aliento que contenía, y
el tiempo pareció detenerse.
—Los bebés están en cuidados intensivos neonatales. Su esposa aún
está en cirugía. —La miré fijamente. Necesitaba más datos, pero no me
atreví a pedírselos—. ¿Le gustaría ver a sus hijas?
Y esa fuerza por la que Austin había rezado me bañó. Asentí y di un
paso adelante. No miré hacia atrás, seguí a la enfermera para conocer a mis
hijas. No dijo nada durante el camino del ascensor, ni tampoco cuando
bajamos a la sala de maternidad. Me mantuve un paso detrás de ella
mientras atravesábamos puertas. Cuando llegamos se detuvo y me hizo
frotarme las manos con un gel hidroalcohólico y ponerme un traje de papel
sobre el pijama. Segundos después, me detuve junto a una incubadora.
Eran perfectas. Diminutas, pero perfectas. Sus sombreritos eran
demasiado grandes para sus cabezas, al igual que sus pañales. Odiaba ver
los tubos y no quería saber para qué eran. Todo lo que quería saber era si
estaban bien.
—¿Están bien? —le pregunté a la enfermera.
—Sus posibilidades son muy buenas. —Sonrió. Luego señaló con la
cabeza las pequeñas aberturas en el lateral de la incubadora—. Puedes
tocarlas. Háblales.
Y eso es lo que hice. Quería tomarlas en mis brazos y protegerlas del
mundo... ese instinto era tan fuerte que era difícil resistirlo. Por un
momento, pensé en lo afortunado que era de que estas dos criaturas
hubieran llegado a salvo a mi vida. En un abrir y cerrar de ojos me había
enamorado profundamente de las dos.
Mientras las contemplaba a través del plexiglás me preguntaba si así
era como se había sentido ella cuando las vio por primera vez en el monitor
de la ecografía. Ella había tenido una conexión física que yo no podía sentir.
Sin embargo, ahora, con solo tocar su delicada piel y sentir el calor que
irradian sus diminutas manos no pude imaginar mi vida sin ellas.
Eran preciosas y perfectas...
Sarah estaba en una cama, apenas consciente. Tan pronto como la vi,
el subidón de conocer a mis hijas se desinfló. No había color en su tez, tenía
el pelo enmarañado y parecía que estaba a un paso de romperse por la
mitad.
—Tiene suerte de estar viva. —La enfermera que atendía a mi esposa
me ofreció una sonrisa tentativa—. La perdimos durante la cirugía.
—¿Qué? —Entendí sus palabras, pero no el peso de lo que
significaban—. ¿La perdisteis?
La enfermera asintió con la cabeza y miró a Sarah con cariño, como si
la conociera.
—Justo después de sacar al bebé B. —Ella me miró—. Pero los
médicos la trajeron de vuelta.
La idea de que hubiera muerto en una mesa de operaciones era más de
lo que podía soportar y sentí un gran peso sobre los hombros. ¡La habían
perdido! Sí, ahora estaba viva, pero estaba conectada a tubos y a monitores,
no estaba fuera de peligro.
—No se lo digáis a mi familia. —Esperaba que mis ojos transmitieran
la severidad de lo que sentía—. Nadie necesita saber eso. Y menos aún mi
esposa o su padre.
—Por supuesto. Me aseguraré de anotarlo en su historial, aunque si
ella pide detalles, Señor Burin, tendremos que dárselos.
Sarah no preguntaría porque lo único que a ella le importaría sería
que sus hijas estuvieran bien.
Cuando la enfermera se fue llegó Jack. No tenía ni idea de dónde
estaban mis padres o Austin, imaginaba que con las niñas. Seguro que mi
madre encontraría la manera de coaccionar a las enfermeras para que dieran
a sus nietas privilegios especiales. Sacudí la cabeza y sonreí al pensarlo.
—Hola, hijo. ¿Cómo lo llevas? —Jack se veía tan mal como yo. Este
hombre había soportado más de lo que cualquier padre debería soportar en
el último año.
Me senté junto a la cama de Sarah y le tomé la mano.
—Aguantando. ¿Y tú?
Jack agarró una silla y le cogió la otra mano.
—Bueno, tengo dos hermosas nietas que no puedo esperar para
conocer. —Entonces su mirada se dirigió a su hija, y no tuvo nada más que
decir.
El silencio se mantuvo entre nosotros dos cómodamente. Ver a Sarah
respirar era lo único que podíamos hacer. Estaba exhausto, pero temía
quedarme dormido. Me invadió un miedo irracional a perderla mientras me
quedaba dormido, así que me negué a correr ese riesgo.
—Necesitas descansar, Charlie. No serás útil si no puedes mantener
los ojos abiertos.
Sacudí la cabeza y coloqué la barbilla en la cama, cerca de la mano de
Sarah.
—Tengo demasiadas cosas en la cabeza como para descansar, Jack.
Dos bebés y una esposa en la UCI. Hay mucho que procesar.
—Hmm.
Acaricié el cabello de Sarah y la desperté para poder ver esos
hermosos ojos azules. Solo un vistazo calmaría mi preocupación.
—En cuanto a la situación económica… La resolveremos. Puedo
encontrar la manera de hacer más dinero. Mientras la tenga a ella y a las
niñas, el resto son solo detalles.
—Este viaje no va a ser barato. —Tenía razón, pero las vidas de las
chicas Burin no tenían precio—. Necesitas concentrarte en tu esposa y en
tus hijas, Charlie. Que estés fuera todo el tiempo no las va a beneficiar.
Sarah no se recuperará tan rápido como lo haría otra mujer. Su cuerpo aún
no se ha curado del accidente.
—Es mi responsabilidad que no les falte de nada, Jack. Haré lo que
tenga que hacer. —No había suficientes horas al día para trabajar en Twin
Creeks, ayudar a Sarah, cuidar de las gemelas y trabajar en un segundo
empleo, pero lo resolvería.
Jack se quitó el sombrero y lo puso en el colchón a los pies de Sarah.
—Déjame ayudarte, Charlie.
—¿Qué? —No sabía qué se proponía Jack, pero los hombres del sur
tenían orgullo.
Se pasó la lengua por los dientes y respiró hondo.
—Esto es entre tú y yo. Nunca le dirás una palabra de esto a tu
esposa. Necesito que me lo prometas.
—Ni siquiera sé de qué estamos hablando, Jack. —Me reí entre
dientes y sacudí la cabeza. Juraría que el viejo estaba empezando a mostrar
signos de perder la suya. Su ceño fruncido me indicó lo serio que era, y eso
calmó mi risa.
—Solo asegúrame que lo que te diga no vas a hablarlo con tu esposa.
Esto se queda entre nosotros.
—Bien. Tienes mi palabra. —No quería mentirle a mi esposa, pero no
me podía interponer en el camino de Jack Adams ni en sus planes.
—Déjame encargarme de las facturas del hospital. —Jack levantó la
mano para no dejarme decir ni una palabra—. Cubriré lo que no cubre el
seguro.
No me parecía bien. Mis hijas eran mi responsabilidad.
—No puedo dejarte hacer eso. Ellas son mi familia.
Jack tragó y su nuez de Adán se movió antes de hablar.
—Hay muchas cosas que ni tú ni Sarah sabéis. No voy a discutir los
entresijos, pero se lo debo a ella.
No tenía ni idea de qué era eso que le hacía sentir en deuda con Sarah,
pero imaginé que tenía que ver con su madre.
—Jack... —Agité la cabeza, decidido a rechazar su oferta.
—Ya está hecho, hijo.
—¿Cómo?
Él no iba a ceder, eso era evidente en su severa expresión. Tampoco
tenía intención de compartir los detalles conmigo.
—Te estrenas como padre. —Jack no me estaba diciendo nada que no
supiera ya—. Y espero que nunca pases por lo que yo he pasado. No quiero
que alguna vez sientas mi desesperanza al pensar que cada vez que salgo de
una habitación de hospital es la última vez que voy a ver a mi hija con vida.
No es un buen lugar para estar.
No me lo podía imaginar. Esto casi la había matado, justo un año
después de haber estado a punto de perderla en un accidente de coche.
—Tus hijas siempre serán lo más sagrado que jamás tendrás y querrás
protegerlas con tu vida. Defraudé a Sarah cuando su madre se fue, con
Randi, con el accidente... Ella merecía algo mejor. Quiero hacer esto por
ella. —Había algo más que no me decía, aunque lo conocía lo suficiente
como para saber que nunca entraría en más detalles.
Me froté la nuca, dudando en si debía darle lo que quería.
—¿Por qué no quieres que ella lo sepa? Es un regalo increíble para
ella. Sabes que querrá agradecértelo.
—Porque conozco a Sarah. No necesita cargar con más culpas.
Quiero que se concentre en lo que es importante. Si alguna vez lo
menciona, dile que las cuentas están pagadas. —Era así de simple en la
mente de Jack, aunque mi esposa querría llegar al fondo del asunto—.
¿Estamos de acuerdo?
Sentado en esa habitación del Hospital Anston prometí guardar un
secreto que sería casi imposible de mantener, pero era importante para mi
suegro, así que lo hice importante para mí. Había satisfecho nuestras
necesidades y también la suya, así que podía centrarme en Sarah y las niñas.
Capítulo 18
Sarah
—Sarah.
Escuché mi nombre, pero no se dirigían a mí. Tuve que luchar contra
el aturdimiento para volver en sí. Parpadeé varias veces, tratando de
despejar los engranajes, pero cuando fui a hablar mi boca estaba seca como
la arena. Una vez que pude concentrarme, me di cuenta de la cantidad de
gente que había en la habitación.
Papá, los padres de Charlie, Austin y mi marido. Todos estaban
pendientes de mí. Charlie miró a nuestros familiares y luego a mí, y su
expresión sombría hizo que las demás también se ensombreciesen.
No. No, no, no, no.
La máquina que monitorizaba mi ritmo cardíaco empezó a sonar más
rápido cuando mi pulso se aceleró. No era posible que hubiera pasado por
todo esto y ahora fuera a perderles. Dejé que mi mano bajara hasta mi
vientre. Era suave y estaba plano.
—Charlie. —Lloré su nombre. Él estaba roto.
—Sarah.
Me arrulló mientras me acariciaba el pelo y me sostuvo la mano que
estaba cubierta de cinta adhesiva y de la que salía un tubo. Apenas tenía
fuerzas para apretársela. Necesitaba que me acercara a él, que me tragara en
un abrazo, que me protegiera de las palabras que estaban a punto de salir de
su boca. Volví a gritar su nombre, pero salió un gemido ahogado. Se inclinó
y presionó su frente contra la mía.
—¿Qué está pasando? —susurré desesperada en su oído.
Cuando él presionó sus labios contra mi frente mi corazón se paralizó
y mi aliento se aceleró. Pero él se negó a decirme lo que sabía. Algo no iba
bien.
—Charlie —repetí—. ¿Qué está pasando?
—Te practicaron una cesárea de emergencia. Tuviste un
desprendimiento de placenta. Ni siquiera sé qué significa eso.
—¿Qué pasa con las niñas? —Estaba frenética—. Solo tienen
veintiocho semanas.
—Sarah...
—¿Dónde están? ¿Las has visto? ¡Charlie, dime algo!
Él asintió con la cabeza.
—He estado con ellas. Son luchadoras, pero no están fuera de peligro.
Son tan pequeñas, Sarah...
Lo habían logrado. Yo también.
—¿Qué aspecto tienen?
Las lágrimas corrían por mis mejillas mientras hacía todo lo posible
por secarlas. Pero ya no lloraba por miedo, pues sabía que Dios me había
concedido ese milagro. Él había recompensado mi fe. Mis hijas, nuestras
hijas, estaban aquí y respiraban, y yo todavía estaba viva para verlo.
Una sonrisa llena de lágrimas levantó los labios de Charlie.
—Son preciosas. —Sacó su teléfono para mostrarme fotos de nuestras
hijas. Eran tan diferentes como la noche y el día, y el amor me desbordó.
—Aún no tienen nombres, cariño. —Casi se ahogó con su risa
respaldada de lágrimas. Nunca pensé que me encantaría ver lágrimas en los
ojos de un hombre.
No habíamos pensado en los nombres. No es que no hubiera querido
pensar en ello, es que si algo me pasaba prefería que fuera Charlie quien los
eligiera.
Ir hasta la UCI en la silla de ruedas no fue una simple hazaña, pero
estaba decidida a ver a mis hijas lo antes posible. No me importaba cuánto
dolor tuviera, ni me importaba lo que el doctor pensara al respecto.
Necesitaba verlas, hablarles, tocarlas. Pensaba que las enfermeras cederían
con tal de que me callara, y Charlie apoyó mi decisión.
Aunque había visto fotografías, estas no cambiaron la magia del
momento en que las conocí. Observando sus pequeños cuerpos, yo también
noté las diferencias que Charlie me había contado. Eran pequeños detalles
como el tono de la piel, la forma en que respiraban, la pelusilla en sus
cabezas... Eran gemelas, pero tenían su propia personalidad.
Kara era la más pequeña de las dos y también la más intuitiva y
silenciosa. Por el contrario, su hermana lloriqueaba y luchaba con uñas y
dientes contra todo lo que tenía al alcance, desde las cánulas hasta los tubos
de alimentación. Kylie era el polo opuesto a su hermana, pero ambas eran
impresionantes.
—Kylie me recuerda a Randi. —Charlie se arrepintió al instante de
haber dicho aquello.
Yo no lo había pensado, pero era cierto que era una pequeña réplica
de mi hermana. Kara era más como yo. Sabía que Kylie era la más fuerte de
las dos.
—Tienes razón —le dije.
Echaba de menos a mi hermana. Deseaba como una loca que cediera
y entrara en razón, pero no sabía si alguna vez ganaría esa batalla.
—Kara es un calco de ti —aseguró él.
Desde que habían nacido nuestras familias habían estado pendientes
de ellas, y esa protección continuaría durante el resto de sus vidas. Eso me
encantaba.
—¿Te gustaría abrazarlas?
La voz de la enfermera me asustó, pues no la había oído llegar. Se
movían como ninjas. Me agarré el pecho y mi corazón golpeó contra mi
mano.
—Me has dado un susto de muerte.
—Lo siento. No quise asustarte —se disculpó—. ¿Te gustaría
sostenerlas? El contacto piel con piel es la mejor medicina entre la madre y
su bebé.
Mi corazón ahora se aceleró por una razón completamente diferente.
No tenía ni idea de que podría sostenerlas tan pronto. Miré a Charlie con
ojos ansiosos. Cuando volví mi atención a la enfermera, tomó mi
entusiasmo como una afirmación y se dirigió hacia la incubadora.
Charlie me aflojó la parte superior de la bata del hospital y la
enfermera —su placa de identificación decía que se llamaba Trinity—,
colocó a mi dulce y dormida Kara contra mi pecho desnudo. Jamás podría
describir lo que sentí al tener a mi hija acurrucada contra mi piel. Y si eso
era alucinante, ver a Charlie Burin acurrucando a Kylie contra su pecho fue
algo superior.
No podía dejar de mirarla. No quería hacerlo. Y a él tampoco podía
dejar de observarlo. Durante años, había suspirado por un hombre que
nunca se había fijado en mí. Un hombre que creía que nunca me vería, y
mucho menos me amaría. Y ahora, no solo compartía mi apellido con él,
sino que nos amábamos como locos. Charlie Burin siempre sería el dueño
de mi corazón, al igual que estas dos niñas.
Nunca habría imaginado que una tragedia tan grande como mi
accidente podría derivar en el mayor de los milagros y en el más feliz de los
destinos.
Pero, a veces, es el viaje lo que hace que el destino valga la pena.
Epílogo
Sarah
Mi hermana se había perdido otro gran momento de mi vida y yo
había decidido que ya era suficiente. Puede que nunca recuperara su afecto,
aunque tampoco estaba segura de haberlo tenido alguna vez, pero no iba a
pasar un día más sin que Randi supiera que quería que volviera a casa. Las
gemelas me habían enseñado una cosa: el mañana nunca es una garantía.
Cada dos semanas, como un reloj, llamaba a mi hermana. Las
conversaciones durante años fueron algo tensas y yo era la que más
hablaba. Ella nunca me llamaba o me enviaba un mensaje de texto, pero, al
menos, siempre respondía cuando yo lo hacía. Terminaba cada llamada con
una invitación para que volviera a casa, no solo para que conociera a Kylie
y Kara, sino también para que conociera a Rand. Se había unido a nuestra
familia dos años después de las gemelas y sabía que si Randi lo conocía se
enamoraría de él y él de ella. Pero mi hermana siempre se negó.
No me cabía duda de que tenía una buena vida en Nueva York. Estaba
comprometida con uno de los socios del bufete para el que trabajaba, y tuve
que admitir que Eason era un gran tipo. A veces pensaba que tenía más
posibilidades de convencer a Eason de que viniera a Mason Belle que a
Miranda. No sabía por qué se negaba tan categóricamente a poner un pie en
Texas.
Quería que Randi formara parte de mi vida y de la de mis hijos.
Quería que fuera su tía, aunque solo volara desde Nueva York una vez al
año para decirles cuánto habían crecido y traerles regalos. Necesitaba que
ella estuviera en nuestras vidas y quería que sintiera que podía llamarme en
cualquier momento del día y hablarme de cualquier cosa que le pasara en su
vida. Pero no sabía apenas nada de ella. Seguía reticente y a mí me dolía su
actitud, porque la quería más de lo que ella podía imaginar. Sí, habíamos
tenido peleas y una de ellas tuvo consecuencias devastadoras, pero ojalá
Randi se diera cuenta de que también tuvo maravillosas repercusiones.
Aquella discusión, el accidente, me trajo todo lo bueno que ahora había en
mi vida. No había ni un solo día en el que no estuviera agradecida por los
acontecimientos de aquel día de junio de hacía seis años, porque gracias a
aquello ahora estaba casada con el hombre de mis sueños y tenía tres
hermosos hijos a los que quería con toda mi alma.
Pulsé el botón verde para llamar a mi hermana y me coloqué el móvil
en la oreja. Ella respondió rápido.
—Hola, Sarah. —No era sorprendente que sonara cansada,
desinteresada y forzada. Era un tono que reconocía y escuchaba con
frecuencia.
—Hola. —Intenté mantener mi excitación al mínimo para que ella no
se alterara. Aunque ya hacía años que realizaba esas llamadas, todavía me
ponía nerviosa.
—Me alegra escuchar tu voz.
Sonaba como una madre y no como una hermana. No sabía cómo
realizar esa transición. Había días en los que deseaba que Eason
respondiera. Era fácil hablar con él y, de alguna manera, notaba que
apreciaba mi presencia en la vida de su novia.
—Es bueno saber de ti también. —Siempre había un cariz en su voz
que indicaba que no lo decía en serio.
Me preguntaba si esa era la voz profesional que usaba en la oficina
para hablar con clientes y abogados, porque no era el tono cordial de Mason
Belle con el que había crecido. Además, su acento sureño casi había
desaparecido. Antes de que pudiera entablar una conversación, Randi fue
directa al grano.
—¿Necesitas algo?
Respiré hondo e hice lo que pude para mantener la serenidad en mi
tono.
—No, no necesito nada. —No estaba haciendo un buen trabajo
ocultando mi irritación, pero es que me dolía que no tuviera cinco minutos
cada dos semanas para hablar conmigo y ser agradable—. Solo quería ver
cómo te va. Se acerca el cumpleaños de Rand y me gustaría saber si has
pensado en venir a verlo a él y a las niñas. —Mis hijos eran, normalmente,
un tema de conversación seguro, pero al escucharla suspirar supe que ese
tema también la irritaba.
—Sarah, hemos hablado de esto repetidamente —dijo—. ¿Por qué
seguimos teniendo la misma conversación? No voy a volver a Texas. —Era
la primera vez que hacía una declaración tan firme. Otras veces se había
andado con rodeos o excusas que no tenían ningún peso.
—Tienes sobrinas y un sobrino que todavía no conoces. Y yo no te he
visto desde el accidente. —Escuché un gemido de dolor al otro lado de la
línea. No quería hacerla sentir culpable, aunque sí recordarle todas las cosas
a las que estaba renunciando—. ¿Por qué tengo que tener una razón para
rogarle a mi hermana que vuelva a casa? Solo quiero verte, Randi...
—Miranda.
Ignoré esa rectificación de su nombre. En Nueva York podía ser
Miranda, para mí siempre sería Randi.
—Quiero darte un abrazo y hablar contigo durante más de cinco
minutos por teléfono. No hay razón para que no podamos tener una relación
normal. Eres una mujer adulta y yo también. Ya no somos niñas. Podemos
reconstruir nuestra conexión, pero tienes que darnos una oportunidad.
—No lo sé. —La determinación de Randi estaba disminuyendo y
podía oír la necesidad en su tono. Puede que no estuviera preparada para
admitirlo, pero había una parte de ella que echaba de menos nuestro
pequeño pueblo. Si me dijera lo qué la alejó podría ayudarla a superarlo
para que volviera a casa—. Te quiero, Sarah; de verdad. Pero no creo que
reconstruir sea la palabra indicada.
—Entonces, ¿qué crees que deberíamos hacer? Tener una relación así
no está funcionando. No es así como se supone que una familia debe
comunicarse.
Ella suspiró.
—Lo sé. De verdad que sí. Desearía que entendieras lo que pasó, pero
como no es así, necesito estar lejos. —Hizo una pausa y me pregunté si
había terminado—. Me alegro de que seas feliz, Sarah. Creo que es genial
que tengas a Charlie y a los niños y que la vida te vaya tan bien. Pero esa ya
no es mi vida. Espero que algún día lo entiendas.
Me sentí frustrada, estas conversaciones eran agotadoras. Nadie
excepto ella sabía por qué se había alejado, ni por qué había decidido que
fuera un secreto que nunca compartiría.
—Puedes llamarme cuando quieras, Sarah. Siempre intentaré
contestar.
Respiré profundamente.
—Solo quiero que estemos cerca de nuevo.
Hubo una pausa embarazosa. No íbamos a estar cerca como yo quería
y creo que ambas lo sabíamos. No habíamos estado cerca desde que éramos
pequeñas, desde antes de que mamá se fuera. Pero yo creía en los milagros.
Tenía una casa llena de ellos. Y estaba segura de que Miranda también
creería en ellos en algún momento.
—Mira —dijo finalmente Randi—. Tengo una cita para almorzar a la
una...
—De acuerdo, pero volveré a llamarte muy pronto.
—Bien, Sarah. —La tensión en su voz se había ido, pero había sido
reemplazada por el agotamiento.
Utilicé el tono susurrante que solía usar cuando éramos pequeñas y
queríamos evitar que mamá y papá nos escucharan.
—Me alegra escuchar tu voz de nuevo. —Sonreí, aunque ella no
podía averiguar que yo estaba recordando una época en la que las dos
éramos solo hermanas—. Te quiero.
—Yo también te quiero.
No lo sentí como sincero, pero me lo tomé como una victoria.
—¡Sarah! —El pánico se había apoderado del tono de mi marido y
temí escuchar lo que había venido a decirme.
Mason Belle estaba en estado de emergencia mientras los incendios
arrasaban los campos, pastos y ranchos a nuestro alrededor. Esperábamos
como locos que el viento soplara en otra dirección, pero eso no sucedió.
Durante días, las llamas se dirigieron hacia nuestro condado y luego se
fueron apoderando de él.
La noche anterior habían alcanzado Cross Acres y Twin Creeks, y
cada mano disponible había hecho todo lo posible para ayudar, sobre todo,
para conducir el ganado a un lugar seguro. Eso era difícil de hacer en Cross
Acres, porque había muchas más cabezas que en cualquier otro rancho de
los alrededores. Mi condición no me impidió subirme a un caballo para
tratar de salvar el ganado. La tierra y las vacas lo eran todo por aquí.
El hecho de que ahora Charlie pareciera por casa gritando mi nombre
me asustó.
—¿Sarah?
Me sequé las manos en un trapo.
—Estoy en la cocina, ¿qué pasa?
En cuanto arrojé el trapo sobre la encimera, él apareció. El corazón
me tronó en el pecho y luché por respirar, pero no era el humo espeso y
oscuro al otro lado de las ventanas lo que amenazaba con asfixiarme, sino la
mirada de Charlie. Sus ojos eran de un marrón profundo, su frente estaba
marcada por la preocupación, y sus ojos inyectados en sangre nadaban con
lágrimas sin derramar. Me agarró de los brazos y me apretó contra su pecho.
Si no hubiera puesto su boca en mi oreja, dudo que lo hubiera escuchado
por encima de los latidos de mi corazón.
—Sol, ha habido un accidente.
Me alejé de su abrazo. Necesitaba más información.
—¿Qué tipo de accidente? —Mi voz sonó hueca.
No habría venido a decirme eso si no fuera serio. Había mucho que
hacer y demasiados ranchos que necesitaban ayuda. Charlie tragó y aunó
fuerzas. Lo que tenía en la punta de la lengua era un mensaje que no quería
entregar.
—Jack.
—¿Papá? ¿Qué ha pasado?
Se esforzó al máximo para mantener la compostura, pero pude verlo
en sus ojos. Los ojos enrojecidos eran por el humo; pero la humedad era por
la emoción.
—Austin acaba de llamar. Está en la UCI. —Le pesaba el pecho,
aunque su voz se mantenía nivelada—. Austin lo encontró en los pastos del
sur anoche, cuando llegó a Cross Acres.
—Oh, Dios mío. —Un ruido blanco sonó en mi oído acompañado por
el latido de mi corazón desbocado—. ¿Está bien? —Claramente, no lo
estaba, o no estaría en la UCI. —¿Cómo... cómo está...?
Pude ver la sombra de la duda que parpadeaba en sus ojos. Charlie no
me mentiría, pero lo endulzaría para evitar que me preocupara.
—Austin está con él ahora.
—¿Han dicho algo los médicos?
Mis manos temblaban tanto como mi corazón, y no estaba segura de
cuánto tiempo más mis inestables piernas sostendrían mi débil espalda.
Agarré la tela de la camisa de mi marido, rogándole que me dijera lo que
necesitaba oír. Él sacudió la cabeza y supe que eso no era bueno. No podía
subirme a la camioneta y correr hasta Laredo, ¿dónde iba a dejar a los
niños? Él entendió mi indecisión.
—Mi madre está en camino.
Me sumergí en su abrazo y alabé a Dios por tener un marido tan
previsor. Él me metió el pelo detrás de las orejas.
—Ve a vestirte para que podamos irnos en cuanto llegue. —Luego
presionó sus labios contra mi frente.
—Tengo que llamar a mi hermana.
Charlie dudó.
—Sarah, ¿estás segura de que quieres...?
—Sí —contesté—. Randi necesita saberlo.
Las palabras se me quedaron atascadas en la garganta. Me negaba a
considerar que su regreso a Mason Belle fuera para asistir a un funeral.
Charlie me pasó el pulgar por el pómulo. Su mano se posó en mi
mandíbula, e inclinó mi cabeza hacia atrás para ver mis ojos.
—Está bien. —El amor que irradiaba me llegó a lo más hondo—.
Llama a tu hermana. Te esperaré. Mi madre estará a punto de llegar.
—Te amo —le dije, al tiempo que agarraba mi móvil.
Randi no me cogía el teléfono. Esperaba que se diera cuenta de que si
llamaba a las siete de la mañana, seis en Nueva York, no era una llamada
para charlar de cualquier cosa. Tenía que contestar. Cerré los ojos y esperé.
Cada segundo parecía un año, y luego saltó su buzón de voz. Apenas podía
contener la frustración. Las lágrimas brotaron de mis ojos y terminé la
llamada. Lo intenté una vez más, pero tuve el mismo resultado. No tenía
tiempo para seguir intentándolo, así que dejé el móvil a un lado y me vestí
rápidamente. Justo cuando me ataba los cordones de los zapatos escuché a
mi suegra saludando a sus nietos. Respiré hondo, tomé el móvil y el bolso e
intenté apresurarme.
Jessica me besó la mejilla y la lástima transformó su expresión. Me
pregunté qué sabía ella que Charlie me ocultaba. Se quedó en casa con las
gemelas abrazando cada una de sus piernas. Charlie me tomó de la mano y
me llevó a la camioneta. Tras ponerse al volante, me miró a los ojos
mientras retrocedía.
—¿No ha respondido? —Sacudí la cabeza—. Lo siento.
Me encogí de hombros. No tenía palabras para expresar lo que
realmente sentía. No habíamos podido despedirnos de mamá. No quería que
mi hermana viviera con el arrepentimiento de no despedirse de papá. Los
cuarenta y cinco minutos de viaje se hicieron eternos. Cuando llegamos al
hospital, Charlie se acercó al lado del pasajero para ayudarme a salir,
aunque ya no necesitaba su ayuda. Entramos en el hospital sin detenernos
en la recepción, pues Austin ya le había dicho a Charlie dónde se
encontraba mi padre. Al salir del ascensor, Austin estaba allí para
recibirnos. Dejé caer la mano de mi marido y corrí a los brazos de mi
cuñado.
Austin esbozó una media sonrisa tras liberarlo de mi agarre mortal.
Tomamos asiento y yo me arropé en el abrazo de Charlie mientras hablaba
con su hermano. No escuché lo que decían. Cerré los ojos e inhalé el aroma
de mi marido. Él era lo único que podía calmarme para afrontar la noche
más dura de mi vida.