Oda A Los Trenes Del Sur, Pablo Neruda

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ODA A LOS TRENES DEL SUR

TRENES del Sur, peque�os


entre
los volcanes,
deslizando
vagones
sobre
rieles
mojados
por la lluvia vitalicia,
entre monta�as
crespas
y pesadumbre
de palos quemados.

Oh
frontera
de bosques goteantes,
de anchos helechos, de agua,
de coronas.
Oh territorio
fresco
reci�n salido del lago,
del r�o,
del mar o de la lluvia
con el pelo mojado,
con la cintura llena
de lianas portentosas,
y entonces
en el medio
de las vegetaciones,
en la raya
de la multiplicada cabellera,
un penacho perdido,
el plumero
de una locomotora fugitiva
con un tren arrastrando
cosas vagas
en la solemnidad aplastadora
de la naturaleza,
lanzando
un grito
de ansia,
de humo,
como un escalofr�o
en el paisaje!

As�
desde sus olas
los trigales
con el tren pasajero
conversan como
si fuera
sombra, cascada o ave
de aquellas latitudes,
y el tren
su chisper�o
de carb�n abrasado
reparte
con oscura
malignidad
de diablo
y sigue,
sigue,
sigue,
trepa el alto viaducto
del r�o Malleco
como subiendo
por una guitarra
y canta
en las alturas
del equilibrio azul
de la ferreter�a,
silba el vibrante tren
del fin del mundo
como
si
se despidiera
y se fuera a caer donde
termina
el espacio terrestre,
se fuera a despe�ar entre las islas
finales del oc�ano.

Yo voy contigo,
tren, trepidante
tren
de la frontera:
voy a Renaico,
esp�rame,
tengo que comprar lana en Collipulli,
esp�rame, que tengo
que descender en Quepe,
en Loncoche, en Osorno,
buscar pi�ones, telas
reci�n tejidas, con olor
a oveja y lluvia...
Corre,
tren, oruga, susurro,
animalito longitudinal,
entre las hojas
fr�as
y la tierra fragante,
corre
con
taciturnos
hombres de negra manta,
con monturas,
con silenciosos sacos
de papas de las islas,
con la madera
del alerce rojo,
del oloroso coigue,
del roble sempiterno.

Oh tren
explorador
de soledades,
cuando vuelves
al hangar de Santiago,
a las colmenas
del hombre y su cruzado poder�o,
duermes tal vez
por una noche triste
un sue�o sin perfume,
sin nieves, sin ra�ces,
sin islas que te esperan en la lluvia.
inm�vil
entre an�nimos
vagones.

Pero
yo, entre un oc�ano
de trenes,
en el cielo
de las locomotoras,
te reconocer�a
por
cierto aire
de lejos, por tus ruedas
mojadas all� lejos,
y por tu traspasado
coraz�n que conoce
la indecible, salvaje,
lluviosa,
azul fragancia!

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