Obra de Teatro - La Pared

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“Woman II”

Pinturas de Elisa Sanz

Las imágenes que componen este dossier El espacio de las mujeres


son reproducciones de pinturas de Elisa Sanz (oleos y técnica mixta)
que componen su exposición Woman II celebrada en la asociación
cultural Nuevas Tendencias de Madrid, entre el 9 de diciembre de
2004 y el 8 de enero de 2005.

Elisa Sanz (Burgos 1971) es pintora, escenógrafa y figurista de


teatro y danza. En la actualidad es Directora Técnica del Teatro de
la Abadía de Madrid, donde ha realizado entre otros trabajos,
escenografías para Ubu rey de Jarry (dirección de Alex Rigola, 2002)
Mesías de Steven Berkoff (dirección de José Luis Gomez, 2002), Rey
Leary de Shakespeare (dirección de Hansgunter Heyne, 2003) y El
Rey se muere, de tonesco (dirección de José Luis Gómez, 2004)
Desde 1993 ha creado escenografías y vestuarios para las
compañías Factoria Teatro, Atra Bahs, Mar Merino, Teatro del
Astillero, Teatro Meridional, Ur Teatro, Aracaladanza, Teresa Nieto
y 10x10 Danza, entre otros.

Su amistas y colaboración con Itziar Pascual se remontan a la


creación de la escenografía y vestuario para el primer estreno de
esta autora, Fuga, montaje dirigido por Guillermo Wormunt (1995),
y más tarde, de Las Voces de Penélope con dirección de Charo
Amador (2000)

Hemos elegido estas imágenes por decisión expresa de ambas


agradecemos a Elisa Sanz su colaboración con esta edición de

Primer Acto.

Dramatis Personae

Mujer

Ella y yo

Ella es rubia, teñida. Yo soy morena, con algunas canas.

Ella es madura. Yo todavía no. ¿No?

Ella tiene curvas, caderas y andar rumboso. Y le gusta Rocío Jurado.


Yo he engordado esta temporada. Pero quiero adelgazar. Y me
gusta Astrid Hadad.

Ella vive con su marido, dos hijos, un perro…Yo vivo sola.

Ella cuida a su nieto por las mañanas. Yo no veo casi nunca a mi


sobrino.

Ella trabaja de dependienta en El corte Ingles. Yo…

Ella tiende la ropa, va a la compra, friega, limpia, pone lavavajillas,


plancha…Yo pago a una señora búlgara que viene a la casa una vez
a la semana.

Ella y yo somos vecinas.

María Amparo

Ella y yo.

Ella, aquí, lo normal.

Una chica normal, que va a lo suyo.

No da problemas, que es lo importante.

Paga a tiempo el alquiler, no se mete en líos.

No tiene familia, familia suya, quiero decir.

A su edad yo ya había criado al mayor y esperaba al pequeño.

Paco- el perro se llama Paco-, le da miedo, con lo bueno que es.

No tengo mucho trato con ella, la verdad.

Vive aquí, al lado, pared con pared

Tiempo

Ahora, verano del 2004

Espacio

En el espacio comprendido entre un apartamento y un piso en el


bloque de viviendas.
Acto único

Espacio interior, blanco, vacío. Solo en las paredes, blancas, alguna


sombra ligera, recuerdo de pasos y tránsitos. En el suelo, puede
que una caja de cartón cerrada)

Mujer: Dentro de unos minutos, de un cuarto de hora, no más. El


final, el final de una casa, un espacio, un tiempo. La sobrina del
casero llamará al portero automático. Inspeccionará la casa,
revisará las habitaciones. Traerá las facturas pendientes del agua y
de la luz. Haremos cuentas de la devolución de la fianza. No me
gustaría tener que discutir sobre la fianza. Todo está en orden, todo
limpio, todo funciona. Sólo se nota el paso del tiempo tiñendo las
paredes. Han sido cinco años de vida en esta casa se nota. Al
principio el tabaco, luego simplemente los días. Yo también me voy
cambiada, por dentro y por fuera.

María Amparo: La chica se va, me lo dijo como siempre, mirando a


otro lado. ¿Qué dices? ¿Y eso? No sé, cosas, se va, no me ha dicho
nada. Me supongo yo, que soy muy mía, que le va bien quiere más.
Los chicos de ahora no se conforman, quieren más y mejor.
Además, en esta casa todo son averías, ruidos, cañerías, quejas.
Acuérdate cuando estalló la chimenea del restaurante chino. Toda
la ropa tendida en la terraza, llena de cenizas y grasa negra. Grasa
de miles de lolitos de plimavela, como dicen ellos, qué asco.
Acuérdate de aquella cañería rota haciendo humedades en el
porial. Más de dos meses de fontaneros, escayolas, suciedad por
todas partes. Acuérdate de la bronca con las macetas que tenía
puestas en el patio. El administrador de la finca le envió una carta
por correo certificado. Tenía que quitar las macetas del patio,
porque era de uso colectivo. Acuérdate y él me para en seco, me
dice, porque sí, porque la gente se va. No como tu hijo, que no hay
modo que se marche de una puta vez. Esto no lo dice, que medio lo
piensa y se le suelta la lengua. Y se nos hace un silencio muy
grande, siendo tan chico el pasillo.

Mujer: Aquí han pasado demasiadas cosas, cinco años, nada


menos. Desde aquel domingo de octubre, con la casa a cuestas. La
mudanza, la furgoneta, adiós a otra ciudad, de nuevo aquí. Parece
que la sobrina del casero se está retrasando un poco. Reviso los
cajones, enciendo la luz, ¿me esteré dejando algo?. Abro los
armarios, miro los huecos, las sombras, lo miro todo. En el baño
quedaban un bote de champú y un gel de ducha. Mi bolso es un
baúl de objetos pendientes de última hora.

María Amparo: No se te ocurrirá ponerte ahora con eso, me dice


pasado un rato. A ver si crees que es por gusto, le digo, y me pongo
a planchar. Con la que está cayendo podías esperar a hacerlo más
tarde. A la hora de la cena, le digo, cuando llegáis el chico, Paco y
tú. A la hora de la cena no tiene por qué ser, joder, entonces
cuando. Todo es ponerle a unas facilidades, y venga el cántaro a la
fuente. Un día de estos el cántaro se rompe, de la paciencia ni
hablamos. Enchufo la plancha, le pongo el agua y abro la puerta de
la casa. A ver si hace corriente, nada no ha manera, en este piso
interior. No hay brisa, sólo el motor de los cacharros del aire
acondicionado. Por las noches abres la ventana y entran los ruidos
que no veas. Me voy, que no hay quien aguante el calor de la
plancha, me dice. Menos mal que plancho o, que sudo la tinta
gorda y no me quejo. Qué harta esto de este piso interior, de
discutir y de to, me pienso.

Mujer: Voy a pasarle un trapo húmedo a la mancha oscura de la


pared. La pantalla del ordenador, tan pegada al tabique, ha dejado
marca. Y aquí me tienes hecha una Lady Macbeth, pero en plan
doméstico. Quitando la mancha de miles de palabras pensadas y
escritas. La cosa está siendo para peor y la mancha aumenta, es
más visible. La comparación con Lady Macbeth no ha sido muy
oportuna. A ver si por la dichosa macha vamos a discutir por la
fianza… Si lo mejor hubiera sido poner cara de inocente. ¿Qué
mancha? Ah, se refiere a la marquita de la pared, se quita con agua,
seguro. Es una bobada, como ve todo está en orden, limpio, ¿me
decía? Voy a abrir la ventana, que entre el calor y seque la dichosa
mancha.

María Amparo: A mal tiempo, buena cara, dice el refrán, y primero


la obligación y luego la devoción, y habrá que hacer la tarea. Pero
también no por mucho madrugar, amanece más temprano. Y
cuerpo descansado vale por dos y lo que se da no se quita. Y donde
las dan las toman, y ojo por ojo, diente por diente. Y más vale rojo
una vez que amarillo ciento y muerto. El perro se acabó la rabia.
Qué rabia más grande (pausa) A mí me volvían a coger la pardilla,
ya, ya, pero esto ni loca. Las palabras se me enhebran a las arrugas
de la ropa de la cara. Goterones de sudor, que parecen lágrimas,
llorar no, solo calor. Primero doblo la sábana, y otra vez y otra vez
más ahora la coloco. Y punta con punta y qué calor cuanto queda y
…No quiero seguir. A mí no me volvían a coger de pardilla con los
pocos años y la ilusión. A mí ahora no me enredaban ni loca con mi
sueldo, y mi vida, mía. No te engañes, Amparo, que a ti te sacaban
otra vez por el mismo sitio (silencio)

Mujer: Me alejo y contemplo la mancha de la pared con distancia.


Me dan ganas de llamar al Centro de Arte Reina Sofía. A lo mejor es
una mancha conceptual, sugestiva y reveladora. Una mancha que
refleja mi rico mundo interior, expresivo. Me imagino en ARCO con
la mancha expuesta y sonriendo. Es una mancha de ricos matices
en realidad y texturas. Hay que joderse con la mancha que no hay
quien la quite. (Silencio)

María Amparo: Por el mismo sitio, Amparito, por el fondo bueno y


ya está. Por el fondo del cariño, de pensar en lo demás antes que
en ti. Por el mismo sitio por donde nos cogen a todas las buenas. A
todas las que hemos acabado trabajando en casa y fuera. Pero aun
así, no sé qué te diga, que ya no me cabe más. Lo de la otra noche
ha sido lo último, ya, la definitiva, la gota. Si tuvieras cojones hacías
las maletas y te marchabas de casa. (Silencio)

Mujer: Pero ya no soy ¿cómo se llamaba esa mujer, esa artista


inglesa? Sí, la que ganó un Premio Turner hace unos años, una tía.
Que puso en la Tate Gallery su habitación, así, tan pancha. Una
cama desecha, ropa sucia, colillas, fotos, medias de seda. Libros,
botellas, muchas botellas de vodka y la crítica aplaudiendo. Una
fusión de la esfera pública y la íntima, público y privado. No sé, algo
de Tracey, Spencer Tracy, no. Tracy Chapman, no. Algo como
Tracey Emin, o así. Yo no soy esa y esto no es Londres.

María Amparo: ¿Y qué ganabas yéndote? ¿Yéndote a dónde? ¿Al


pueblo? Al sorberte los mocos y seguir callando, porque ¿qué? ¿En
el pueblo qué? En el pueblo más de lo mismo y más. Más cuchicheo
y más mentomentodo, que ya las veo venir. Pasando de la Carmina
a la Amparito, todo seguido, de corrido. Qué algunas me tienen
ganas, vamos que si me tienen ganas. Las que se quedaron allí,
mustias, sin nada, las que no salieron. Y para eso una es muy
orgullosa, para oír eso de te lo dije. Pues para decirme las cosas a
estas alturas prefiero que no. Y esto me digo y voy planchando las
camisas, los pantalones. El mono de trabajo, las camisetas blancas,
los calzoncillos. Voy haciendo una pirámide de ropa planchada y
doblada. Mientras me doblo el corazón y de paso me lo plancho.

(María Amparo no lo ve pero a su alrededor las paredes proyectan


imágenes de la instalación “The Turner Prize 1999) de Tracey Emin)

Mujer: ¿Y qué pasa si hay una mancha en la pared? ¿Qué pasa?. No


querrán que después de cinco años la casa esté perfecta. Porque
perfecta está, sólo que hay alguna sombra, marca. Además, si me
pongo yo a hacer cuenta de los problemas… Si nos ponemos
perfeccionistas salen perdiendo ellos. No vamos a hablar de los
vecinos, que tiran colillas al patio. Ni de los carteros comerciales
que siempre llaman aquí. Ni de los bichos de patio, que se cuelan
en todas partes. Ni de las averías, porque está casa está vieja y mal
atendido. Y no vamos a hablar de todo lo demás, que es muy
fuerte. (Silencio) A veces me pregunto cómo puede resistir. De
dónde saca fuerzas. Fuerzas para resistir y para no escupir al suelo,
al cielo y a… A veces me pregunto cómo ha llegado hasta aquí. Por
qué. A veces me pregunto si la cultura y la educación cambian a la
gente.

María Amparo: Voy a ponerme algo de música a ver si me animo un


poco. Y así, mientras coloco la ropa en los armarios y la cómoda.
Vació el lavavajillas y voy pensando qué pongo hoy de cena. No, no
me voy a liar, filetes rusos y marchando en bocatas. Qué espanto,
también sale calor del lavavajillas, puro ardor. Mejor lo cierro y
espero un poco a que enfríen los platos. Pobre mujer, lo artista que
es y lo que ha sufrido este verano. Que si tiene cáncer, que si se
muere, que si no sale del hospital. Tiene que ser terrible vivir
encerrada en unas gafas de sol.

Mujer: Cierro la última caja de la mudanza con cinta de embalar.


Durante días sólo me fijaba en cajas abandonadas. Recuperaba
cajas de todos los tamaños en las aceras. Un apartamento tan
pequeño y tantas cajas apiladas. El peso de los libros y todo lo que
regalé, lo que cedí. Todo lo que hizo su función y ahora pertenece a
otros. Me pregunto a quién le importa la vida de nadie. Convertir
tus miserias en una exposición pública. Desnudar tus fracasos, tus
derrotas, tu soledad vacía. Expuesta en horario de mañana y tarde
ante galeristas. Crítica, público y alumnos de escuelas de Bellas
Artes. Mientras la gente se vuelve loca viendo Gran Hermano. Y
parejas que no se aguantan, vecinos que no saludan. Ese silencio
tosco que aguantamos en el ascensor. Sin saber a dónde mirar y en
la incomodidad del espacio. Unos buenos días con la sonrisa
forzada hacia el suelo. (En el ambiente de MUJER se escucha
“Señora” de Rocío Jurado”

María Amparo: Ya estás aquí, le digo, y me pienso, no lo ves que sí.


Si los paseos que él hace ya sabes dónde terminan. En un bar de la
esquina, viendo los partidos del Madrid. Y ahora con las dichosas
Olimpiadas todo son deportes. Desde que empezaron los juegos
que no va ni a por el pan. De ahí vendrá ese dichoso, el de pasar
olímpicamente. Cuando le veo me entran ganas de hacer cosas, lo
que sea. Recoger la ropa y colocarla en los armarios, eso hago. Será
que me pone nerviosa este vacío de hace tanto. Será que mi único
sitio en esta casa es no estar quieta.

Mujer: Este sería un buen momento para hablar, me digo. Con el


salón vacío, lo que nunca pude hacer en casa. Un baile de
despedida, un adiós de muchachas, un tango. Algo nostálgico con el
sabor de las puertas que se cierran. Claro que la música no
acompaña mucho para esto. Las folklóricas no son lo mío, no les
pillo el ritmo. La música siempre entró en esta casa por los
tabiques. Azúcar moreno, Camela, Rocío Jurado, Niña Patori. Y el
bakalao infernal del macarra de hijo, qué tío. Ahora es tarde,
Señora, dice la Jurado, y que quedo quieta. La música y los gritos en
la noche entraron siempre. (Silencio)

María Amparo: Quita esto, me dice, mientras coloco la ropa


planchada. En esta casa el que llega quita la música y el mando al
otro. Y a mí me entran más ganas de correr, de colocarlo todo.
Termino de poner la ropa y abro la puerta del lavavajillas. El calor
ha dado paso al aroma seco de la sal y el detergente. Y coloco los
platos hondos, los lisos, los vasos, las tazas. ¿Por qué haces tanto
barullo? Me grita desde el salón. Yo me quedo pensativa, con los
cuchillos de carne en la mano.

Mujer: Dicen que la energía permanece adherida a los espacios. Y


pienso en todo lo que ha ido impregnando este piso. Músicas, días
de estudios, lecturas, llamadas telefónicas. La radio encendida, el
olor de los aceites esenciales. Pocas fiestas, alguna cena tranquila,
muchas velas. La tristeza de los días y algunas soledades de
invierno. Volver caminando a casa una nochebuena porque no hay
taxi. La calefacción fuerte en invierno y las tardes de patines en el
parque.

María Amparo: Qué ha de cena, vuelve a gritarme desde el


comedor. Pero yo o he soltado todavía los cuchillos, están ahí. Se
me han pegado a la piel, quietos, no sé qué hacen ahí. ¿Por qué no
me largo, por qué aguanto aquí, por qué? ¿Eres tonta, que no
respondes? Me dice desde la puerta. Filetes rusos, le digo, y los
cuchillos se despegan de la piel. Y necesito salir, salir un rato, y cojo
las bolsas de basura. La de plásticos, la de restos de comida, las dos,
me salgo. Puede que ahí fuera al menos pueda respirar un poco.
(Silencio)

Mujer: Los regresos, siempre los regresos, la maleta a cuestas. Las


lavadoras de la vuelta, el sonido de la vida que vuelve. Las macetas
mojadas, los mensajes del contestador oídos. Esta casa siempre
estuvo habitada de regresos. Siempre pensé que era un espacio de
tránsito y así fue. Más un lugar para volver que un lugar para
quedarse.

María Amparo: Salgo sofocada, necesito respirar, el portal, la calle,


la acera. Meto las bolsas en un cubo naranja y en el amarillo. Y me
entran ganas de encenderme un cigarrillo, porque sí. Una excusa
social para no explicar por qué necesitas salir. Pero les veo,
sentados en la acera, en otros portales. Son dos, tres, alguno más
de cinco, casi todos hombres. Parecen moros, o algún ruso, o quien
sabe, un español. Las manos negras, manos arrugadas de arañar la
vida. Vuelcan los contenedores, vacían la basura del supermercado.
Ellos se quedan con la comida que no está estropeada del todo. Lo
que caduca mañana puede comerse hoy todavía. Rellenan sus
carros de la compra y se marchan a casa. Me imagino que en algún
lugar debe estar su casa. Y se me quitan de un golpe las ganas de
fumar. Ellos me clavan los ojos en la vista, me siento sucia. Me
meto para adentro, casa mochuelo a su hoyo. El señor Alejandro, el
mendigo de toda la vida, me sonríe. Y me dice algo que no acabo de
entender del todo.

Mujer: En la caja sobresale el folleto de una exposición. Pequeñas


cosas inútiles que no cupieron en otras cajas. Me fijo en la
fotocopia de un curso de la Menéndez Pelayo. Es de una artista
austriaca, se llama Valie Export. Quería viajar por el mundo sin
apellidos de padre o marido. Decía “Si las mujeres abandonaran a
sus maridos y a sus hijos y la sociedad lo tolerara tanto legal como
socialmente, como en el caso de los hombres, desarrollarían una
creatividad igual de rica” Y pienso en una vida más habitada de
abandonos que de reproches (silencio)

María Amparo: Vuelvo a casa y mientras subo, me fijo en el buzón


vacío. Sólo promociones del supermercado, publicidad, facturas.
Hace demasiado tiempo que no recibo una carta bonita. Él me
conquisto así, con pocas palabras, no era de hablar. Tampoco
bailaba, se quedaba mirando, de lejos, sin venir. Hasta que un día
se arrimó y me dijo que él se quedaba. Así, si yo no decía que no,
que él se quedaba. Y se quedó.

(María Amparo no lo ve, pero a su alrededor, las paredes proyectan


imágenes de “Smart-Export”(1967-1970) de Valie Export)

Mujer: En las paredes de esta casa se habrán colado los sonidos del
patio. Aquella noche de finales de verano, hace un par de años.
Hablé con Amparo, sobana en los pisos altos, no sé. Ella no había
oído nada en su casa, ¿cómo puede ser? ¿Cómo unos vecinos se
desvelan y otros duermen sin problemas? Pero si este patio es una
caja de resonancia, se oye todo. Y yo le dije, ella pedía ayuda, ella
grito policía, socorro. Estaría borracha, no te preocupes, y si se
queda es que le va la caña. (Silencio)

María Amparo: No era el primero, que va, unos cuantos lo


intentaron. Y se volvieron por dónde habían venido, sin
miramientos. Empezaron a decir que cualquiera me tosía, menuda
era. Qué para no tener tierras, ni ganado tenía muchos humos.
Pero no iba a reírles las gracias a cuatro catetos.
Mujer: No volví, a escuchar las voces del séptimo, nunca supe qué
pasó. Aunque alguien me dejo un anónimo en el buzón, pidiendo
apoyos. Alguien protestaba por las fiestas nocturnas de unos
vecinos. Puede que fuera cierto, ella no estaba bien, una noche de
excesos. Puede que ella fuera, un simple cambio de inquilinos,
Puede que se acostumbrara a no ser defendida por nadie (silencio)

María Amparo: Y así venir a Madrid, y dejar el pueblo, el pueblo


atrás. Y desde entonces el pueblo una visita al año. Aprovechando
para comprar las garrafas de aceite. Y el primer crío, y al poco
tiempo el segundo. Me quedé con la pena de no haber tenido
chicas. Y ahora cuando ha llegado el nieto, chico también. Pero no
había con qué tener más, yo no podía. Y así pienso y voy
empanando los recuerdos. A ver si salen buenos estos filetes de
ternera. Y en la sartén negra se refleja mi cara como un espejo de
cenicienta.

Mujer: El miedo. Querer salir de la cama, subir la persiana, abrir la


ventana. El miedo. Asomarse, mirar a ver quién grita, quien llora,
quién llama. El miedo. Llamar inmediatamente a Emergencias, a la
Policía, al Samur. El miedo. Poner carteles en el ascensor, aquí no
queremos maltratadores. El miedo. Saber que tiene que ser ella la
que denuncie, sólo ella puede. El miedo. Saber que es pedirle
mucho, está atrapada en el miedo, sola. El miedo. Querer gritar,
escupir, maldecir, insultar, sacar la rabia del pecho. El miedo, saber
que la noche es larga y está llena de llantos y de silencios. EL miedo.
Saber que como ella ha decenas, cientos, miles de mujeres. El
miedo. Preguntarte qué ley, qué Estado, qué gobierno la protege. El
miedo. Preguntarte qué probabilidades tienes de que te pase a ti. El
miedo. Sentirte vulnerable mientras lees las noticias en el metro. El
miedo. Otra muerta, otra degollada, otra quemada viva, otra
golpeada. El miedo. Saber que la mayoría de los casos no sale en los
periódicos. El miedo. Apretar los puños, caminar como una fiera
enjaulada. Dios. El miedo. Dar golpes contra la pared para hacer
ruido, para que sepa. El miedo. Llamar al timbre de esa mujer para
decirle que estamos aquí. El miedo. Compartir su insomnio y no
dejarlo pasar como una cuestión ajena. (Silencio)
María Amparo: ¿Quién eres? Me pregunto viendo mi cara en el
reflejo del aceite. ¿Quién eres? Y salen respondiendo las canas
teñidas, las ojeras. Las arrugas que no se ocultan y las cartucheras
bajo el mandil. Nosotras, nosotras somos, dicen las penas y las
derrotas. Y no encuentro a aquella amparito, la lista, la que tenía
trabajo. La más apañada de la familia, la que se casó siguió
trabajando. La independiente, porque ella no iba a ser mantenida
por nada. La dependienta independiente, tan fuerte ella y tan
segura. Y esos goterones de sudor, del freír en estas fechas, ya se
sabe. Estos goterones que se escurren por las mejillas se van al
cuello. Estos me los arranco del escote, porque siguen bajando sin
freno. Cuando escucho la puerta de la calle que se cierra de un
portazo. Es el chico que viene de la tarea con el humor de los
peores perros.

Mujer: Me pregunto qué hicieron esa noche los vecinos. Me


pregunto dónde estaba la vecina del tercero. La dueña del caniche
que riega los arboles de la acera. La pareja de gays del segundo,
lectores del país. Siempre saludan con la baguette el país bajo el
brazo. El vecino del primero, el que camina como un orangután. O
ese que lleva polos con los colores de la bandera española. Me
pregunto si ellos también lloraron de rabia esa noche. Si se
deslizaron hasta el suelo del parqué, oyendo los gritos. Me
pregunto si estaban viendo Crónicas Marcianas. Y quejándose de
que en la tele no dan anda que merezca la pena.

María Amparo: Uno muy hecho, crujiente, tan hecho que parece
requemado. Una suela de zapato entre carne, harina y huevo
batido. El otro, el más grande, a la francesa, sin hacer, crudo. Y un
tercero que siempre hago porque me los conozco. O prefiero comer
una fruta, un yogur, lo que sea. Y lo coloco todo en la bandeja,
camino a la televisión. Pero antes de salir de la cocina ya oigo
algunas voces. Es que dices unas cosas, que. Es que dices unas
cosas, que. Es que dices unas cosas, que. El chico siempre se repite.
Se repite y nunca termina las frases, y las grita todas. Algo habrá
dicho su padre y ya han empezado. El chico siempre vuelve del
trabajo así, imposible. Hace mucho tiempo que soportamos es un
esfuerzo. Pero él no se va, él dice que con qué, que a ver. Él se paga
su móvil, su moto, su ropa y su música. Y con eso bastante que es,
que todo eso es muy caro. Pero así no vamos a ninguna parte, así
todo son gritos. Hace mucho que le grita y le contesta a su padre
(silencio)

Mujer: No tienes derecho a hacer esas preguntas, no puedes. ¿Qué


hiciste tu esa noche, dónde estabas para dar lecciones? ¿En qué se
diferencia el que se duele del que se duerme? ¿Y si ellos también
estaban asustados y no sabían? ¿Y si ellos se hacían las mismas
preguntas y temieron? ¿Y si todos barremos de puerta para
adentro, qué? ¿Qué? Pues entonces, poco. Las torpes palabras del
después. El vecindario no sabía nada, el parecía educado, amable.
Nunca nadie pudo imaginarse un desenlace tan trágico. El presunto
asesino ha pasado a disposición judicial. Y mientras me pregunto
recorro los metros vacíos del salón. Como si me diera los pasos
antes de un duelo a pistola.

María Amparo: El primero es otra cosa, salió adelante, encontró a


una chica. Ninguna ha sido de grandes estudios, pero el primero ahí
está. Vale que el nieto llegó antes de tiempo, pero eso ahora no
importa. El nieto es muy cariñoso, hace palmas y ya sabe decir
yayo. Yayo. Pero este no, siempre está rabioso, se queja de lo duro
que es el tajo. Hay un cansancio que es bueno, que viene de la
tierra y trae sueño. Una ducha, una buena cena, un cigarro y
mañana será otro día. Sí, una copa después de la faena, con los
colegas del tajo. Eso siempre se ha hecho y los hombres no volvían
así. Pero el chico vuelve a casa a portazos y mirada huraña. Siempre
vuelve con el sudor y la rabia, con esos ojos que dicen cosas. Esos
ojos que dicen que no hagas preguntas, que si preguntas es peor.
Porque si preguntas por él, él empieza a gritar rabioso, todo ira. Es
que dices unas cosas, que, Es que dices unas cosas, que. Y yo acabo
dejando la bandeja en el salón y me voy a la cocina.

Mujer: Camino y en cada paso se me marcha una pregunta. Y en


ese instante oigo el sonido del teléfono móvil. El buzón de voz
siempre salta cuando quieres hablar. Es esa extraña ley de las
coberturas de todos los móviles. Es la sobrina del casero, dice que
está llegando. En el lenguaje de los móviles significa que se retrasa.
Me salgo a la calle a respirar un poco de aire de agosto.
María Amparo: Esta mañana, volviendo de la compra, el carro
pesaba. Los años se cuelgan, tiran abajo te arrancan el resuello. He
visto un anuncio muy extraño, uno de esos modernos. Los anuncios
de ahora están hechos para que no los entiendas. Una mujer con
alguien envuelto en la alfombra y sonriendo. Una mujer que
redecora sus vida guardando enrollado a alguien. Yo lo he pensado
así, si mandas a una familia a la tintorería. Y la dejas allí un par de
meses, envuelta con las alfombras. Se te queda una sonrisa
rumbosa que da gloria verte. Por lo menos hasta septiembre que
vuelvas a por las alfombras. Pero ese peso que te has quitado y
menos bultos, más claridad. YY se me sale una risa de imaginarme a
mi familia emboscada (silencio)

Mujer: En el bar de la esquina me compro una lata helada de


coca.cola. La televisión enorme, suela alta la bachata, los hombres
fuman. Sólo beber, sólo sorbos para quitar el peso de las palabras
huecas. La lata se agota y vuelven a mí imágenes de los días
perdidos. Sombras de trabajadores borrachos los fines de semana.
Abrazados con esfuerzo a una farola mojada de lluvia.

(Mujer no lo ve, pero a su alrededor, las paredes proyectan


imágenes de distintas campañas publicitarias en las que las
protagonistas son mujeres. Mujeres que bailan en bikini en la orilla
de una playa, que patinan a pesar de no estar en el mejor de sus
días, mujeres que sonríen luciendo hermosas cabelleras, o que
fingen un embarazo con una lámpara sobre el estómago.

María Amparo: Mira qué graciosa está la vieja, que gracia, qué
gracia. De qué te ríes tú si se puede saber, eh, de qué, de qué. El
chico es así, piensa que me estoy riendo de él. No sé explicarle, me
falta tiempo, qué puta gracia. No le faltes a tu madre, le oído decir
desde el salón. Le oigo yo, pero el chico se enciende aún más, de
qué. Ya me estás diciendo de una puta vez de que te ríes. En esta
casa no puedes ni pensar en tus propias cosas.

Mujer: Y pienso en todas las violencias que nos atrapan. Jerarquías


de hombres y mujeres encerrados. En casa una torre, en cada torre
unos grilletes. Esclavos, dependientes de un mandato, de un miedo.
Un permiso de residencia, un trabajo fijo, un sueldo. Una pensión
con la que cubrir los gasto, un seguro. Una casa sin treinta años de
pagos en cómodos plazos. Y en cambio, adicciones, dependencias,
miedos. Pastillas, botellas, golpes, palizas, coacciones. Qué fácil es
mandar en un país si nadie está seguro. Un país de cuarenta
millones de príncipes segismundos.

María Amparo: Déjame, intento esquivarle en lo estrecho del


pasillo. Déjame tu, me oyes, déjame tu, lista, que eres una lista.
Déjame tu, me oyes, que eres una lista, de qué te ríes. Es que en
esta casa, es que en esta casa, menuda gracia. Pues se te va acabar
la puta risa, me oyes, se va a acabar. Él me sigue detrás, me
acorrala, no me deja cerrar la puerta. Qué le dejes a tu madre en
paz, le oigo decir desde el pasillo. ¿Y tú qué? ¿Y tú qué? ¿Eh? ¿Qué?
¿Tú qué? A ver, listo. Me apoyo en la puerta cerrada de mi cuarto y
pido ayuda. Pido ayuda con un rezo, un rezo bajito y muy para
adentro. Hace mucho que no voy a misa, nunca fui muy de curas. Si
hay algo o alguien en algún lugar, tiene que parar esto (silencio)

Mujer: Me fijo en Alejandro, un mendigo con nombre imperial.


Tiene todo el aspecto de un personaje de Samuel Beckett. Limpio,
correcto, educado, con un educados en la mano. Un transistor
entre sus pocas cosas y una lata de monedas. Se reía de mi cuando
no encontraba las llaves en mi bolso. Anda, que está abierto, me
decía y entonces se abría el portal. Me preguntó por qué vive en la
calle desde hace tantos años. Por qué razón y qué ley, no se merece
un techo y una cama.

María Amparo: Tú, que todo lo puedes, que todo lo sabes. Tú,
¿dónde estás? No me importa tu nombre, cada uno te nombra
distinto. Si tú tienes poder, si tú puedes, para esto. No puedo más.
¿Comprendes? Ya no puedo más, así cada noche, no más.

Mujer: Alejandro sonríe con aire de sabio y de oráculo. Vuelvo a


entrar en casa y oigo voces desde el pasillo. Es el cafre del hijo de la
vecina, siempre chillando. Yo creo que va de pastillas, se pone de
todo hasta arriba. Y cuando vuelve a casa le grita hasta a los
cuadros.

María Amparo: Tú, Virgen Santa, que eres madre. Tu que sabes del
dolor y de la muerte. Tú que lloraste con sangre la cruz de tu hijo.
No me dejes abandonada en esta miseria. Ayúdame, no puedes
dejarme desamparada. ¿Qué he hecho yo? ¿Qué hice mal? ¿Por
qué a mí? No puedo más, ya no aguanto, ¿me oyes? Y en el pasillo
siguen resonando sus voces.

Mujer: Paso delante de su puerta y me fijo en el felpudo. Este viejo,


carcomido por lo pasos y el tránsito. Es una buena metáfora de las
relaciones familiares. El bakala no para de insultar a su padre, va de
amo. Me gustaría llamar al timbre y decirle cuatro cosas.

(Mujer no lo ve, pero a su alrededor, las paredes proyectan


imágenes de figuras y esculturas de la virgen María, María
Auxiliadora, La Macarena, La Paloma, La Piedad. Primer plano de la
lágrima en la mejilla de la virgen. Beatas en procesión. Mujeres
enlutadas con cirios. Imágenes en blanco y negro de Cristina García
Rodero)

María Amparo: Quién te iba a decir, tan huraña, tan fuerte.


¿Madre? ¿Madre es usted? ¿Qué anda aquí? ¿Qué anda usted
hurgando en mi pensamiento? Pues qué voy a hacer, lo que todas
las madres. Intentar protegerte, hija, intentar protegerte. Pero
usted no puede venir, Madre, usted no. Usted hace muchos años
que no está…cerca. Dilo directo, hija, no te andes con rodeos. Dilo.
Di que estoy más tiesa que un gato de yeso, anda. Ya hace un
tiempo que le di DNI a San Pedro. ¿Y qué? ¿No puedo animarme?
¿No quieres ayuda? Es que tu has sido muy terca para dejar que te
ayuden. Tú todo tenías que hacerlo, todo sola, tú te valías. Así que
a la primera vez que has pedido ayuda… A la primera no, madre,
hace mucho que estoy vendida.

Mujer: Le diría. Buenas, ¿está su mujer? Dígale… Dígale que quiero


hablar con ella, hoy mismo. Dígale que no tiene por qué callarse y
tragar. Dígale que no se sienta culpable de lo que pasa. Dígale que
no es normal lo que está pasando. Que su hijo de usted no tiene
ningún derecho. Que no puede seguir gritando como grita. Dígale
que no me valen más excusas. Ya sé, me decía que la gente discute.
Por las facturas, por el mando de la tele. Por cosas idiotas que no
van a ninguna parte. Dígale que yo vengo de una casa en la que se
discute. Pero sé cuál es la diferencia entre reñir y esto.

María Amparo: Tienes razón, hija, ahí te vendiste, ahí. En esa idea
idiota de hacerlo tú todo, tú sola. Los chicos no han fregado un
plato, nunca. No saben planchar una camisa, ni lavar. No se han
hecho la cama en todos estos años. ¿Por qué tienes que trabajar
más que ellos? ¿No trabajas tú también? ¿Cuándo descansas?
¿Cuándo has hecho valer lo que vale tu esfuerzo? ¿Por qué eres la
tonta del bote si eras tan lista? ¿Me lo pregunta usted, madre?? ¿ y
me lo dices usted? ¿Cuándo ha predicado con el ejemplo? ¿Cuándo
ha limpiado algo padre en su casa? ¿Cuándo hicieron alguna tarea
sus hijos mayores?

Mujer: Dígale que hay remedio, que hay soluciones. Que hay
profesionales que se dedican a esto. Sí, psicólogos, mediadores
sociales, asistentes. Hay teléfonos de asistencia las veinticuatro
horas. Dígale que así ustedes acaban destrozados. Pero que los tres
no pueden seguir viviendo juntos. Dígale que más noches como la
otro, no, ni una más. Puede que alguno de los vecinos llamara a la
policía. Puede que fuera yo misma y no quiero decírselo.

María Amparo: Hija, es que eran otros tiempos. Tu padre… Madre,


no me joda. Que ya tengo bastante. No es modo de hablar a tu
madre, y menos muerta. Madre, ya está bien, si ha venido a dar la
murga. ¿Qué me quieres decir, que esto sobrando? No me lo digas
que cojo las de Villadiego. Coja lo que tenga que coger, madre. Que
cuando estuvo viva, bien que me enseño lo contrario. Que predicar
sin el ejemplo es para los tertulianos de la radio. Por eso te aviso,
hija, por eso te vengo a ver. Puedes márchese de mis
pensamientos, madre. Siempre fuiste la más rebelde, y mira para
qué. Vaya con la paz que aquí deja, madre. En esta casa dejo bien
poca, y a me duele.

MUJER: Dígale que me marcho de esta casa, que yo me voy. Y que


una de las razones es no tolerar esto cada día. Dígale que en
Marruecos dicen que vale más un buen vecino. Que un hermano
que vive lejos, ya ve qué refrán. Que es verdad, poco trato hemos
tenido, lo sé. Pero dígale que tome mis palabras por lo que valen.
Dígale que yo no quiero convivir con este miedo. Que no quiero ser
cómplice de lo que pasa aquí. Que no quiero ver llegar una noche
una ambulancia. Y por la mañana, la cita de García Márquez en la
sección de sucesos. Era la crónica de una muerte anunciada, decían.
Dígale que a veces no sé qué me digo. Que me da rabia que el
Diccionario de mi Lengua. Sí, la Academia, ya sabe, los más sabios.
No acepten el término violencia de género. Dicen que es
inadecuado, han hecho un informe. Dicen que debe decirse
violencia doméstica. Pero si busca doméstica en el diccionario sale
animal de compañía o chacha. No sale misóginos, ni machistas, ni
patriarcado. No sale que democracia sin paridad no es democracia.
No sale que tenemos políticos en la función pública. Que se callan si
los maltratadores son de su partido. Esto último igual no se lo
cuente, que se va a liar. Mejor le dice que quiero hablar con ella, a
secas.

María Amparo: Debe ser el sofoco, debe ser este verano. Deben ser
las lágrimas, o será la menopausia. Me confundo y me vienen cosas
raras a la cabeza. Se me confunden mi madre y Eugenia de Irujo.
Me dirás, para qué quieres ser hija de la duquesa. Si total es lo
mismo, una mujer abandonada. Se me confunde lo que pienso y lo
que digo. Mi chico diría que soy una vieja chocha. En esto le oigo
llamarme, pero me hago la sueca. Hasta que me dice que me están
llamando, que es la chica. Que salga o que le diga que no se espere,
que ya es tarde.

(María Amparo no lo ve, pero a su alrededor, las paredes proyectan


definiciones de la Real Academia de la Lengua de palabras como
mujer, libertad, justicia, vida…)

Mujer: La sobrina del casero lo ha visto todo por encima. Ha


recogido las llaves, ha hecho las cuentas, ten. Ni siquiera se ha
acercado a la zona de la mancha. Sí todo está bien, no hay ningún
problema. Es que he visto un accidente en la carretera. Me he
puesto mala de verlo, las cosas que pasan. La de gente que se mata,
así, por una imprudencia. Gracias por todo, me quedo un rato,
adiós. (Silencio. Un tiempo)

María Amparo: Qué hay

Mujer: ¿Estaba acostada ya? ¿Le molesto?

María Amparo: No, no. Dime.

Mujer: Quería decirle…Que me voy.

María Amparo: ¿Te vas?

Mujer: Sí. Ya he devuelto las llaves.

María Amparo: Te dará pena, después de tantos años.


Mujer: Cinco. Cinco años. Sí, claro.

María Amparo: (Se arregla el pelo como Sofía Loren en “Una


jornada particular”) Pes nada. A seguir bien.

Mujer: Mire.

María Amparo: ¿Si?

Mujer: Quería decirle…Quería decirle algo

María Amparo: ¿Si?

Mujer: Quería pedirle…Bueno, algún día me pasaré por la


correspondencia pendiente, quise avisar a todo el mundo del
cambio de dirección, pero entre unas cosas y otras, no me dio
tiempo, ya sabe… (María Amparo asiste. Un tiempo)

María Amparo: ¿Y te vas muy lejos?

Mujer: No, muy lejos no. Al otro lado de la vía del tren, junto al
centro comercial.

María Amparo: Buena zona

Mujer: Si. (Pausa)

María Amparo: ¿Necesitas alguna cosa más?

Mujer: Eh…Bueno. Estoy un poco nerviosa

María Amparo: Normal. (Hacia adentro) Ya me voy. Bueno…

Mujer: Amparo. Yo… ¿Tiene un minuto?

María Amparo: (mirando hacia adentro) Se me va a hacer tarde.

Tiempo detenido. Silencio. Mujer y María Amparo no lo ven, pero


en las paredes se proyectan los nombres siglas de nombres de
mujeres españolas y / o residentes en España. Junto a sus nombres
un lugar y una fecha)

Mujer: Amparo. Yo… ¿Tiene un minuto? ¿No te ha pasado nunca?


Creer que se ha detenido el tiempo, que se han parado las cosas, la
historia, que el resto de las cosas avanza, pero otras no, otras se
quedan estancadas, sin salir del agujero de la historia….¿no te ha
pasado? Que unas cosas si, mucha evolución y mucho desarrollo y
mucha tecnología I más D y siglo veintiuno y todo lo demás en
cambio en otras, la Edad de Piedra, la pura caverna, la de Platón.

María Amparo: Yo… no sé si te entiendo bien. Estoy cansada.

Mujer: Lo que yo quiero decir es que… (Un tiempo. Suenan


melodías entrecruzadas de Bebe, Amparanoia, Astrid Hadad, Luz y
Martirio. Mujer y María Amparo respiran. Juntas)

Resplandor, fulgor, pura luz.

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