Anton Chejov - El Vengador
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Anton Chejov - El Vengador
Antón Chéjov
textos.info
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Texto núm. 4827
Título: El Vengador
Autor: Antón Chéjov
Etiquetas: Cuento
Edita textos.info
Maison Carrée
c/ Ramal, 48
07730 Alayor - Menorca
Islas Baleares
España
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El Vengador
Fedor Fedorovitch Sigaef hállase convencido de la infidelidad de su
esposa. Lleno de ira y de aflicción se dirige al almacén de armas Schmuts
para comprar un revólver. Su semblante expresa una decisión irrevocable.
«¡Sé lo que tengo que hacer!... El hogar está destruido; el honor, burlado;
el vicio triunfa, y yo, como hombre y como ciudadano, tengo que ser el
vengador. ¡La mataré a ella, a su amante, y luego me suicidaré!...»
—Le aconsejo que elija este magnífico revólver sistema Smitch y Wessor,
el último adelanto de la ciencia. Es de triple acción, sistema central con
extractor; alcanza hasta seiscientos pasos. Un revólver de moda... El de
más venta; diariamente vendemos docenas, que se emplean contra
bandidos, lobos y amantes. El disparo es muy justo y fuerte; atraviesa a
gran distancia a la mujer y al amante... En cuanto a especialidad para
suicidios, no conozco mejor sistema...
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—¡Hum!... Es demasiado caro para mí.
—En tal caso le ofreceré otro sistema más barato. Sírvase mirar por aquí.
Tenemos armas para todos los gustos y precios... Por ejemplo, este
revólver del sistema Lafoucheux no cuesta mas que diez y ocho rublos;
pero...— el dependiente tuerce la boca con desprecio—es un sistema
anticuado. Lo compran solamente los proletarios y los histéricos... Está
considerado como de mal gusto el suicidarse o matar a su mujer con un
revólver semejante... Un hombre que se respeta no usa mas que el Smith
y Wessor.
«Será mejor si lo mato a él, y me suicido, dejando que ella viva. ¡Que se
consuma de remordimientos, despreciada por todos! Para una naturaleza
nerviosa como la suya, ello será peor que la muerte...»
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acusadora, sigue el cortejo fúnebre como una Níobe y no sabe cómo
aguantar el desprecio de la turba indignada...
«Quizá fuera mejor hacerlo así; matarle a él. Yo quedaré para ver pasar su
entierro, y luego me suicidaré... No puede ser, porque me arrestarán antes
del entierro y me quitarán las armas. De modo que lo haré así... Le mataré,
dejaré que ella viva, y yo..., por de pronto, no me suicidaré; dejaré que me
detengan. Para suicidarme habrá tiempo. El arresto tiene la ventaja de
permitirme demostrar a los jueces y a la sociedad la bajeza de la conducta
de mis víctimas. Si me suicido, ella será capaz, con su frescura habitual,
de echarme toda la culpa, y la sociedad acaso le dé la razón, con lo cual
aun habrá quien se burle de mí, mientras que si yo vivo... Naturalmente, si
me suicido creerán que he sido llevado a este extremo por algún otro
motivo... y, además, ¿qué crimen he cometido para tenerme que matar?
Suicidarse es falta de ánimo, pusilanimidad... En fin, mi resolución es la
siguiente: le mataré a él; a ella la dejaré viva, y yo seré llevado a los
tribunales. Me juzgarán, ella figurará como testigo... Ya me imagino su
turbación, su vergüenza, cuando mi defensor le interrogue. Las simpatías
de los jueces, del público y de la Prensa serán, naturalmente, para mí...»
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Así reflexiona Sigaef en tanto que el dependiente recomienda su
mercancía y charla a todo trapo.
—Estos son ingleses; los hemos recibido hace poco; pero le advierto que
no valen lo que los Smith y Wessor. Estos días un oficial ha comprado
aquí un revólver de este sistema. Lo habrá usted leído seguramente.
Disparó sobre el amante; pero el proyectil atravesó una lámpara de bronce
y un piano; del piano dirigióse hacia un perrito, lo mató, y luego contusionó
a su mujer. Fué un hecho brillante, que hizo honor a nuestra casa. El
oficial está arrestado. Le van a juzgar y le mandarán a presidio. Nuestras
leyes son muy atrasadas, y el tribunal está siempre del lado del amante.
¿Por qué? ¡Es muy sencillo! Los jueces, los jurados, el fiscal, el defensor,
todos viven con mujeres ajenas, y se encuentran más tranquilos cuando
en Rusia hay un marido menos. La sociedad desearía que todos los
maridos fueran enviados a presidio. ¡No sabe usted lo indignado que estoy
con las malas costumbres de hoy día! El amar a las mujeres de otros está
tan admitido como el fumar cigarrillos o leer libros ajenos. Nuestro
comercio decae de día en día. Esto no quiere decir que haya menos
amantes, sino que los maridos soportan su situación con más calma.
Temen sobre todo el escándalo, la justicia y el presidio.
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—Volveré más tarde... o mandaré a alguien—balbucea confuso.
—¿Cuánto vale?
—Ocho rublos.
—Envuélvala...
El marido ofendido paga los ocho rublos, coge la red y sale del almacén
aun más ofendido que antes.
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Antón Chéjov
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del naturalismo, aunque con ciertos toques de simbolismo y escribió unas
cuantas obras, de las cuales son las más conocidas La gaviota (1896), El
tío Vania (1897), Las tres hermanas (1901) y El jardín de los cerezos
(1904). En estas obras idea una nueva técnica dramática que él llamó de
“acción indirecta”, fundada en la insistencia en los detalles de
caracterización e interacción entre los personajes más que el argumento o
la acción directa, de forma que en sus obras muchos acontecimientos
dramáticos importantes tienen lugar fuera de la escena y lo que se deja sin
decir muchas veces es más importante que lo que los personajes dicen y
expresan realmente. Chéjov compaginó su carrera literaria con la
medicina; en una de sus cartas escribió al respecto:
La mala acogida que tuvo su obra La gaviota (en ruso: "?????") en el año
1896 en el estatal (imperial) Teatro Alexandrinski de San Petersburgo casi
lo desilusiona del teatro, pero esta misma obra tuvo un gran éxito dos años
después, en 1898, gracias a la interpretación del Teatro del Arte de Moscú
dirigido por el innovador director teatral Konstantín Stanislavski, quien
repitió el éxito para el autor con Tío Vania ("???? ????"), Las tres
hermanas ("??? ??????") y El jardín de los cerezos ("????ë??? ???").