Ecos Del Subsuelo Resistencia y Política Desde El Sótano
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2 Sobre los “territorios étnicos” en Ecuador puede consultarse a Galo Ramón Valarezo
(1993) y sobre los cuarteles aymaras, a Félix Patzi (2003).
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La creación de espacios
Estamos transitando hacia nuevas relaciones entre sujetos y territo-
rios. En el período de hegemonía del movimiento obrero, el concepto
de territorio aparecía desdibujado ante la centralidad de las relacio-
nes de producción. La clase parecía disolverse fuera de la fábrica, por
más que el poder de la clase obrera fuera incomprensible sin tener en
cuenta los bastiones en que ancló su potencia, en las periferias de las
grandes ciudades convertidas en comunidades obreras o espacios de
contrahegemonía, estrechamente vinculadas al taller y al municipio
(Lojkine, 1988). En paralelo, el discurso de la igualdad –tejido con las
hebras de la ciudadanía que el Estado benefactor canjeaba a cambio de
reconocerle legitimidad– opacó una realidad en la que se mantenían (y
disimulaban) las diferencias, que hoy emergen con toda su capacidad
de desestructuración.
3 El texto “Un mundo nuevo”, del subcomandante insurgente Marcos (2003), puede cons-
tituir una buena síntesis de las respuestas zapatistas a estas y otras preguntas.
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4 Lo cierto es que la homogeneidad cultural nunca existió, como han señalado quienes
trabajaron desde la perspectiva de la historia social, con E.P. Thompson a la cabeza. Pero
ahora estamos ante un problema mayor. Los cambios que se verificaron en nuestras socie-
dades son de tal envergadura, que para comprenderlos no resulta suficiente el legado de
la historia social (historia de la clase obrera, básicamente); todo indica que deberíamos
inspirarnos –incluso en los países y regiones en los que no quedan casi vestigios de los
pueblos originarios– en los llamados “estudios subalternos”, ya que la complejidad de una
sociedad fragmentada por la “neocolonialización” requiere otros instrumentos analíticos
más adecuados que los que venimos utilizando, por lo menos en el Río de la Plata.
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6 Las unidades semiempresariales tienen menos de cuatro trabajadores: uno o dos que son
familiares, el propietario que en general también trabaja, y otros dos que son empleados.
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En suma, tiempos circulares e interiores que son los que definen los
tiempos del despliegue insurreccional7. Tiempo interior que cuestiona
de raíz el tiempo único –y virtual– de la representación.
El tercer aspecto de esta crisis se relaciona con la oposición que
Weber plantea entre representación y solidaridad: como relaciones so-
ciales que son, la primera se registra cuando la acción (consulta o no) de
un miembro se imputa a todos los demás; por el contrario, la solidaridad
se vincula a que la acción (indistinta) de cualquier miembro resulta
imputable a todos los demás (Weber, 1993: 37). Interesa resaltar cómo
Weber atribuye la representación a una situación de no solidaridad, o
sea, a la inexistencia de lazo social solidario. En consecuencia, la “situa-
ción de representación” se registra en las asociaciones o uniones desti-
nadas a conseguir un fin. En tanto, la “situación de solidaridad” aparece
vinculada a las comunidades, en el sentido amplio del concepto.
Parece evidente que la acción social, cuando asume la forma de
lazo comunitario o solidario, destituye –sin una acción “consciente y
voluntaria”– la relación de representación. Es, apenas, el resultado de
la presencia-expresión de los representados que, en ese proceso, dejan
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8 Ranajit Guha, en el caso de la India colonial, compara la política de la elite con “la
política del pueblo”. Señala que “la movilización en el ámbito de la política de la elite
se alcanzaba verticalmente, mientras que la de los subalternos se conseguía horizontal-
mente”. Y añade que la primera era “más cauta y controlada”, mientras la segunda era
“más espontánea” y se basaba en la organización tradicional de parentesco y territorial
(Guha, 2002: 37).
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9 Sobre los pasos que vienen dando los “marginados” en Montevideo, ver Liscano (2002)
y Contreras (2003).
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que tiene su centro de condensación en la familia popular, la cual, por otra parte, posee
características muy propias”.
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sin embargo, que “el movimiento que está sucediendo ante nuestros
ojos” (Marx) consiste en un gigantesco esfuerzo para la sobrevivencia
cotidiana de los oprimidos, y que ese esfuerzo implica fortalecer los
espacios y los lazos comunitarios que vienen construyendo y recreando.
La lógica de esa re-creación de vínculos en espacios separados parece
consistir en afirmar las diferencias, ya que sólo de esa manera los do-
minados pueden sobrevivir. O, mejor dicho, sólo pueden sobrevivir como
diferentes (y en la diferencia).
En las dos últimas décadas, los movimientos vienen recorriendo
una serie de caminos que –en muchos casos– apuntan en direcciones
similares. No se trata de un camino, ni de un movimiento, sino de ten-
dencias que parecen encaminarse en direcciones afines. Mucho más
no puede decirse. Lo que sí podemos asegurar es que hay formas de
recorrer estos caminos no unificadas, en base a tiempos interiores más
que exteriores, sin direcciones que lleven a los movimientos en un sen-
tido preestablecido.
La forma en que los movimientos están recorriendo sus caminos
es ya de por sí un proyecto de sociedad. Y considero que esta cuestión es
especialmente importante. Dicho de otro modo, la forma de caminar los
caminos nos está indicando que hay elementos de nueva sociedad en los
movimientos. Que esos elementos se expandan, profundicen y fortalez-
can, en vez de debilitarse y extinguirse, depende en buena medida de la
conciencia sobre esa diferencia interior que tengan los integrantes de los
movimientos. En la forma de caminar aparece, o no, la diferencia; y en
ese andar pueden, o no, expandirse los rasgos distintivos. Aunque postu-
lo que la forma de caminar es el verdadero “programa” de los movimien-
tos, esa forma de caminar no es un modelo aplicable a todos en todas
partes. En paralelo, no hay ni un caminar permanente ni continuo, ni
formas idénticas de hacerlo. En algunos casos se transita por caminos
que parecen no llevar a ninguna parte; o directamente no hay caminar
permanente (exterior, visible), aunque siempre hay un fluir (o hay silen-
cios en vez de palabra y acción, como nos enseñan los zapatistas).
Debemos confiar en que los oprimidos están haciendo experien-
cias; están aprendiendo incluso a comunicarse sin hablar, a caminar
sin moverse y a luchar sin luchar, cuestiones todas que desafían nuestra
capacidad de comprensión anclada en conceptos binarios y externos, y
regida por los tiempos lineales de la producción capitalista.
Entre los muchos desafíos que enfrentamos, está el de pensar y
actuar sin Estado. Esto supone pensar y actuar en movimiento; pero
los movimientos, como hemos visto, apuntan hacia la dispersión, no
sólo respecto del Estado sino de cualquier punto de apoyo. Un estado
de fluidez que disuelve los sujetos. Quizá eso quería decir Marx cuan-
do señalaba, en el Manifiesto de la Internacional, a raíz de la derrota
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Bibliografía
Clastres, Pierre 2004 Arqueología de la violencia: la guerra en las sociedades
primitivas (Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica).
Lojkine, Jean 1988 La clase obrera, hoy (México DF: Siglo XXI).
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Scott, James 2000 Los dominados y el arte de la resistencia (México DF: ERA).
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