La Pasion de Jesús

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LA PASION DE JESÚS

SÉPTIMA SECCIÓN

Pbro. Lic. Juan Armando Bueno


Con el episodio de la Última Cena (cap. 13) comienza el relato
joánico de la glorificación de Jesús incoado en el pasaje de la
unción en Betania del capítulo anterior. Después de los siete signos
narrados en la primera parte del evangelio (caps, 1-12), se puede
entender la Pasión y la Resurrección de Jesús como el octavo
signo. El número ocho simboliza así la plenitud, más allá de la
perfección que representa el número siete en el judaísmo.
Para afrontar el relato de la Pasión según san Juan trataremos de
ofrecer primero una visión de conjunto, como en una red de
relaciones (Primera Parte). En un segundo momento nos
detendremos en el comentario de cada escena (Segunda Parte).
Para facilitar la brevedad del capítulo solo señalaremos los
aspectos más sobre salientes.
Para una lectura de más calado del relato de la Pasión, puede ser
útil señalar algunas notas del estilo joánico. Esto es lo que hare-
mos en primer lugar, distinguiendo cuatro características. Después
ofrecemos un pasaje joánico donde estas características se
ejemplifican. Esto nos permitirá señalar después algunas claves de
lectura para el relato de la Pasión.
1. C ARACTERÍSTICAS DEL RELATO
Podrían señalarse muchas notas típicas del estilo joánico de narrar la Pasión. Aquí
las hemos condensado y resumido en cuatro puntos.
l. La narración de Juan es sencilla y el estilo es muy realista: se intercalan
indicaciones precisas de carácter cronológico, topográfico e histórico. Pero a la
vez, impregna el relato un tono reflexivo, meditado y no siempre explícito. Esto
da lugar a varios niveles de lectura que hay que descifrar.
2. Otra nota típica de Juan es la combinación de temas en la narración: el agua, el
Espíritu, la hora de Jesús, etc. Como en otros momentos del evangelio, la
estructura del relato se parece a una sinfonía musical. Un tema se empieza a
desarrollar, luego se introduce otro, ambos se mezclan, aparece un tercero, etc.
Los temas pueden dejarse de lado, ser reasumidos más tarde y combinarse en
todas las formas de variaciones armónicas.
3. La combinación de temas invita al lectora relacionar distintas escenas entre sí.
Cada una puede iluminar las anteriores y anticipar de algún modo las siguientes,
en un juego sugerente de prefiguraciones de escenas posteriores e iluminaciones
de pasajes previos.
4. Por último, el relato puede establecer numerosas conexiones con realidades
externas a la narración; sobre todo las Escrituras - que se actualizan en el
evangelio- , y la tradición que vive la comunidad, con su vida eclesiológica,
sacramental, doctrinal y moral.
2. UN EPISODIO ELOCUENTE
Ya al inicio del relato de la Pasión encontramos un ejemplo paradigmático de estas
características que hemos esbozado. Se trata del lavatorio de los pies (13,lss) que hace las
veces de prólogo o pórtico para todo el relato. Seguimos ahora los cuatro puntos del
apartado anterior aplicados al lavatorio:
l. El lenguaje que se utiliza en el pasaje es sencillo y las acciones del lavatorio se
describen con llamativo realismo y detalle. Pero el significado que tiene la escena requiere
una lectura atenta y meditada. Así lo sugiere el largo preámbulo al lavatorio que ofrece las
claves de comprensión: (13,1-4).
2. Varios temas aparecen, reaparecen y se combinan en el episodio: la Pascua, la hora de
Jesús, el regreso al Padre, el amor de Jesús, la cena, el traidor, el agua, etc. Sobre esta red
temática descansan las acciones de Jesús. Por alguna razón, y aunque muchos episodios de
la vida de Jesús no se cuentan en este evangelio, en el lavatorio todo se describe al detalle:
levantarse y dejar el puesto de Maestro y Señor, quitarse el manto, Jesús purifica así a los
suyos, les da ejemplo de amor y servicio, les exhorta a imitarle.
3. Con sus acciones materiales, Jesús ilumina también el sentido de muchas cosas
reveladas en el evangelio y otras que están por suceder. En efecto, se infiere del relato del
lavatorio todo el movimiento redentor y purificador que está obrando Dios con los
hombres: el Verbo de Dios se encarna despojándose de su gloria y ciñéndose la condición
humana. Y después de realizar su obra de purificación, el Verbo recupera su condición y
regresa a su puesto, regresa al Padre, llevando en su humanidad a todos los hombres.
Esta escena del lavatorio incoa también las temáticas que se desarrollan en las escenas
posteriores. Por eso el lavatorio se narra en primer lugar y a modo de introducción. Con el
lavatorio, Jesús prefigura su «ceñirse a la cruz» para atraer a todos hacia sí, derramando
sangre y agua. Jesús se despoja de todo en la cruz; da la vida, entrega a su madre y entrega
el espíritu. Pero después, recupera la vida y la gloria del puesto que había abandonado
voluntariamente. Jesús revela así un amor sin límites que exhorta a imitar como un
mandamiento nuevo y definitivo: amar como él ama, hasta dar la vida por los demás.
4. El evangelista afirmaba mucho antes de narrar el lavatorio que las Escrituras dan
testimonio de Jesús (cf. 5,39). Por eso esta escena puede relacionarse con ellas'. Señalamos
tan solo un texto significativo: «Esparciré sobre vosotros agua limpia, y seréis limpiados de
todas vuestras inmundicias; (...)Y pondré dentro de vosotros mi Espíritu» (Ez 36,25- 27). De
modo que las acciones de Jesús en el lavatorio y lo que prefiguran de la Pasión ya estaban
anunciadas proféticamente por Ezequiel y otros pasajes.
Estos significados profundos, espirituales, del lavatorio no oscurecen su significado material
y más inmediato, sino que más bien se apoyan en él. De hecho, la comunidad creyente tiene
en el lavatorio un ejemplo moral de amor y fraternidad, de entrega y servicio. El discípulo
debe ser capaz incluso de lavar los pies de sus hermanos.
Pero el relato subraya a la vez que las acciones de Jesús van más allá del significado
material y el ejemplo moral.
También se vislumbra en las acciones del lavatorio la referencia a la vida litúrgica de la
comunidad y en la que el fiel es purificado por la acción de Cristo en los sacramentos. En el
lavatorio pueden deducirse especialmente dos: el perdón de los pecados, cuyo poder ha sido
otorgado a los discípulos con la entrega del Espíritu (cf. 20,22s), y el pan del cielo (cf. cap.
6), cuya institución se narraba en los sinópticos donde Juan sitúa precisamente el lavatorio.
VISIÓN DIVINA DE LA PASIÓN
Los otros evangelios canónicos sitúan al lector frente a los acontecimientos de la
Pasión; lo hacen de forma que se descubra en ellos el designio divino. En cambio, Juan
sitúa al lector más bien dentro del misterio, de modo que todo se narra desde la
comprensión divina de Jesús como dueño y señor de todos los sucesos.
Esta perspectiva tan peculiar y propia del cuarto evangelio tiene una consecuencia
fundamental para la narración: la trama del relato es paradójica. Es decir, lo que sucede
en el plano material y humano refleja antagónicamente lo que sucede en el plano
espiritual y divino. En otras palabras, el relato de cada escena contiene en sí mismo el
acontecimiento exactamente opuesto. Podemos relacionar este hecho con lo que la
exégesis ha llamado ironía joanica: a medida que los acontecimientos se deslizan hacia
el final trágico y fatal desde el punto de vista humano, más se manifiesta el triunfo de
Cristo desde el punto de vista divino. Los personajes no se dan cuentan; pero el lector
sí. En resumen, el esquema básico del relato de la Pasión proyecta el esquema
profundo y antagónico de esta manera:
Gracias a este carácter reflejo del relato, se puede entender la Pasión como la entienden
Jesús y el Padre. Por eso él mismo hablará de la cruz como de un «ser elevado» (3,13-
15; 12,32), igual que Moisés levantó la serpiente de bronce en el desierto para salvar a
los caídos por las mordeduras de los reptiles (Nm 21,8-9; Sb 16,5s). No se contempla
la crucifixión como el momento de morir sino más bien como la hora de «pasar de este
mundo al Padre» (13,1), «ser glorificado» (13,31), «volver» (16,5), «irse» (16,7). Y
esta visión divina de la muerte de Jesús descansa en el hecho histórico, porque Jesús
fue realmente elevado sobre la cruz.
LA HORA
Si en todo el relato según Juan se conocen muchos aspectos sobre la identidad de Jesús que ayudan a
comprender la Pasión, también abundan las referencias más o menos explícitas a la Pasión misma. Ya en el
prólogo se nos dice que el Verbo eterno que estaba en el seno del Padre y que se hizo carne, «vino a los suyos y
los suyos no le recibieron» (1,11). Después, todavía en los primeros compases del evangelio, el Bautista
anunciará a Jesús como «el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo» (1,29). La idea del cordero y la del
pecado apuntan ya a la del sacrificio. La hora de Jesús coincide con el momento de pasar de este mundo al
Padre después «de amar a los suyos hasta el fin» (13,1). En esa hora, el Buen Pastor va a dar «la vida por sus
ovejas» (cf. 10,11-15).
El evangelista nos avisa de que se trata «de la hora de que sea glorificado el Hijo del hombre» (12,23). Una
glorificación que no excluye el sufrimiento y el dolor: «Ahora mi alma está turbada; y ¿qué voy a decir?:
"¿Padre, líbrame de esta hora?" ¡Pero si para esto he venido a esta hora!» (12,27). Es por eso una hora difícil,
como la de una mujer que «cuando va a dar a luz, está triste porque ha llegado su hora, pero una vez que ha
dado a luz un niño, ya no se acuerda del sufrimiento por la alegría de que ha nacido un hombre en el mundo»
(16,21).
A pesar de tantas menciones a la hora de Jesús y su importancia, ni siquiera los discípulos la entendían. Incluso
Pedro se opondrá a su llegada, atacando al criado del sumo sacerdote. Pero Jesús le dirá: «Envaina tu espada.
¿Acaso no voy a beber el cáliz que el Padre me ha dado?» (18,11). En cambio, el lector ha tenido tiempo de
comprender esta hora como Jesús mismo la entendía y vivir con él su oración final antes del momento
culminante: «Padre, ha llegado la hora. Glorifica a tu Hijo para que tu Hijo te glorifique» (17,1).
COMENTARIO POR ESCENAS
La visión divina de la Pasión que ofrece san Juan explica la elección de lo
que se va a contar y de la forma de llevarlo a cabo. Por eso, el cuarto
evangelio tiende a obviar los elementos más humanos del sufrimiento y el
oprobio de la Pasión, ya, mencionados por los demás evangelios, para
centrarse en los trazos del relato que resaltan mejor el dominio, majestad y
trascendencia de Jesús. El evangelista destaca también aquellos sucesos que
explican la verdad más profunda de lo que está sucediendo. Señalamos
ahora algunos de ellos.
PROEMIO
Precede al relato de la Pasión el largo pasaje de la cena, con el significativo
lavatorio, los discursos de despedida y la oración sacerdotal de Jesús. El
evangelista hace al lector protagonista de la intimidad de aquella cena y
testigo presencial de la oración de Jesús dirigida al Padre. En esa cena Jesús
promete el Espíritu que antes había anunciado que «iban a recibir los que
creyeran en él» (7,39). Es «el Espíritu de la verdad» (14,17) «que el Padre
enviará en mi nombre», y que «os enseñará todo y os recordará todas las
cosas que os he dicho» (14,26). También Jesús pide al Padre por la unidad
de todos los suyos, la misma unidad que hay entre ellos: «que todos sean
uno; como Tú, Padre, en mí y yo en Ti, que así ellos estén en nosotros»
(17,21). Jesús iba a lograr esta unidad en el mismo Espíritu gracias a su
Pasión.
PRENDIMIENTO
El relato Pasión tiene en el cuarto evangelio como una estructura circular: todo se inicia en un huerto
donde capturan a Jesús y lo llevan atado. Todo terminará también en un huerto donde sepultan a Jesús
atado por los lienzos funerarios.
No se menciona la agonía de Getsemaní. En cambio se añaden datos nuevos que completan a los
sinópticos. La noche que ha dominado a Judas lo envuelve ahora todo. Hay linternas y armas. Jesús
«sabía todo lo que le iba a ocurrir» (18,4). Y cuando la turba se acerca, Jesús afirma: «Yo soy» (18,5).
Ha sido muy comentado el dato de que los captores de Jesús cayeran por tierra cuando les dice «Yo
soy» (18,6). Sobre este hecho podemos decir tres cosas:
l. La escena concuerda con el interés joánico por subrayar la majestad y dominio de Jesús; hasta el
punto de que sus captares caen asustados hacia atrás cuando lo reconocen. Puede entenderse la
respuesta de Jesús en su nivel más simple: «Yo soy Jesús de Nazaret, a quien vosotros buscáis». Este
sentido está lógicamente en el texto. No es la primera vez que Jesús se refiere a sí mismo en el
evangelio con la misma expresión: «Soy yo, no temáis» (6,20).
2. Pero también aparece en el evangelio la expresión Yo soy en forma absoluta y con alguna
connotación profunda: «si no creéis que yo soy, moriréis en vuestros pecados» (8,24); (8,28); (8,58);
(13,19). Para cualquier judío conocedor de la versión griega de los Setenta la expresión Yo soy se
corresponde con el nombre de la majestad divina (cf. Ex 3,14; Is 43,10). Y no puede excluirse la
intención de Jesús de atribuirse de alguna manera este sentido de la expresión, pues, en alguna
ocasión, el decirla supuso que los judíos «recogieran piedras para tirárselas» (8,58).
3. En tercer lugar, el dato de que los enemigos de Jesús caigan por tierra rememora también diversos
pasajes de la Escritura (Sal 55,10; 9,4; 26,2) en los que se habla de un triunfo similar de Dios sobre
sus enemigos, que caen a sus pies. Y es que «quien conspire contra ti, caerá ante ti» (Is 54,15).
PROCESO RELIGIOSO Y CIVIL
Solo Juan refiere un interrogatorio ante Anás previo al de Caifás. Anás pregunta a Jesús, de noche y a escondidas,
acerca de su doctrina y discípulos. Pero Jesús le dice que él ha hablado de día y abiertamente, en los sitios oficiales
(templo y sinagoga) y a todo el mundo. De manera que nadie puede ignorar cuál es su doctrina. Por tanto, la
doctrina que puede juzgarse incierta y sospechosa es la de Anás. Con su respuesta, Jesús sentencia al suegro del
sumo sacerdote. Solo Juan menciona la bofetada del criado; este también queda sentenciado con el reproche de
Jesús: «Si he hablado mal, declara ese mal; pero si tengo razón, ¿por qué me pegas?» (18,23).
Después Jesús es conducido a Caifás, pero el evangelista no dice nada de ese interrogatorio sino que se centra en
las negaciones de Pedro.
El proceso ante Pilato se narra despacio deliberadamente. Destaca el comentario inicial del narrador, no exento de
cierta ironía: «ellos no entraron en el pretorio para no contaminarse» (18,28). Quienes desean torcidamente la
muerte de Jesús piensan en cuestiones de pureza legal.
El proceso romano está compuesto por siete escenas diferenciadas por las entradas y salidas del Pretorio. La
escena de la coronación y presentación del rey de los judíos es la central. Parece que Pilato se interesa por el
reinado de Jesús: «¿eres tú el rey de los judíos?» (18,33). Pero su respuesta invierte de nuevo el orden de los
papeles y es Pilato el interrogado y juzgado: «¿Te interesa a ti que sea el rey de los judíos o no?». Al sentir la
interpelación personal, Pilato se incomoda y se desentiende.
Pilato complica la situación flagelando con incongruencia a quien declara inocente. Pretende un castigo severo y
especialmente cruel que sacie a sus enemigos. Llama la atención la sobriedad del relato: para narrar un castigo tan
duro, el evangelista usa tan solo una palabra en griego: emastigosen, mandó azotarlo (cf 19,1). Adquieren realce
por contraste otros hechos, como la presentación ante el pueblo con el manto y la corona, mientras Pilato afirma
«He aquí a vuestro rey» (19,14).
Luego, para que el pueblo decida a quién liberar por la fiesta, presenta con ironía a un sedicioso auténtico,
Barrabás, cuyo nombre recuerda providencialmente la identidad de Jesús (Bar Abbá: hijo del Padre). Para acabar
con Jesús, inocente y rey, los judíos tendrán que salvar a quien podría merecer la cruz y tendrán que admitir al
César pagano como rey.
TITULO DE LA CRUZ
Como ya hemos dicho en otra ocasión, llama la atención la par- quedad del evangelista para
narrar la crucifixión. En cambio, el relato muestra gran interés por el título de la condena (74
palabras).
Este título señala el motivo de1 fuerte de Jesús: «Jesús Nazareno, el Rey de los judíos» (19,19).
está escrito en las lenguas oficiales de la zona: latín, griego y hebreo; es decir, que todos podían
leerlo abiertamente. Se representa así la universalidad del acontecimiento y su trascendencia.
«La salvación procede de los judíos» (4,22), pero se extiende a todas las gentes. En efecto, Jesús
murió «no solo por la nación, sino para reunir a los hijos de Dios que estaban dispersos»
(11,52). El título de la cruz es además irrevocable: «lo que he escrito, escrito está» (19,22).
EL REPARTO DE LAS ROPAS
El evangelista se detiene especialmente en este episodio. Era habitual que los verdugos se
quedaran con las posesiones del reo a modo de botín. En este hecho se ve cumplido el Salmo 22:
«Han taladrado mis manos y mis pies. Puedo contar todos mis huesos. Ellos miran, me
observan, se reparten mis ropas y echan a suertes mi túnica» (vv. 17-19).
De todos los evangelistas, solo Juan distingue las ropas de Jesús en general y la túnica en
particular. Solo él distingue también dos acciones de los soldados: repartirse las ropas y echar a
suertes una en concreto. Con estos apuntes sobre los objetos y las acciones, el relato muestra
que la Escritura se cumple hasta el detalle: «y los soldados así lo hicieron» (19,24).
Ha sido muy comentada la túnica de Jesús (chiton) que menciona el relato. Era «sin costura,
tejida toda ella de arriba abajo» (19,23); y no es rasgada por los soldados. Detrás de la
descripción tan detallada de esa prenda que no se rasga se han visto algunas connotaciones
teológicas. Es famosa y muy aceptada la interpretación eclesiológica que hace san Cipriano en
su obra Sobre la unidad de la Iglesia 7.
LA MATERNIDAD DE MARIA
Solo el cuarto evangelista narra un hecho singular al pie de la cruz: la entrega que hace Jesús de
su propia Madre al discípulo amado. El hecho tiene un sentido profundo más allá del gesto filial
de Jesús agonizante para que María, viuda y sin hijo, no quede desamparada y tenga un hogar. Si
el lector ha comprendido quién es Jesús, también entenderá que al pie de la cruz sé lleva a cabo
un acto de poder. María es la Nueva Eva al pie del árbol de la victoria.
Allí es constituida propiamente - y no de modo figurado- como la Madre de todos los creyentes,
como lo fue Eva de todos los vivos. El relato de la creación comienza así: «En el principio creó
Dios los cielos y la tierra» (Gn 1,1). Y el Evangelio según Juan comienza así:
«En el principio existía el Verbo, y el Verbo estaba junto a Dios, y el Verbo era Dios» (1,1). Por
tanto, quien creó todo con el poder de su palabra, crea ahora con el poder de su palabra la
filiación mariana de todos los hombres. Esta escena se relaciona con las siguientes palabras de
Jesús, con su muerte y con la lanzada. La lectura de esos pasajes, iluminará por tanto este misterio
de la maternidad de María.
«TODO ESTÁ CONSUMADO»
El evangelista se detiene de una forma peculiar en la muerte de Jesús. Nos dice que: «Después de
esto, como Jesús sabía que todo estaba ya consumado, para que se cumpliera la Escritura, dijo:
"Tengo sed"» (19,28). Juan puede tener en mente el Salmo 22 que acaba de citar. También puede
mencionarse el Salmo 69,21-22, del que se hablaba en otro momento del evangelio (cf. 2,17).
La sed de Jesús tiene un sentido profundo: representa el colmo del cáliz que debía beber (cf.
18,11) para cumplir la voluntad del Padre hasta el final y hasta el extremo (cf. 13,1). Se está
llevando a cabo la plenitud de la glorificación. Por eso, después de entregar a su Madre, Jesús
entrega el Espíritu que es el don de Dios que no conocía la samaritana. La redención ya se ha
completado.
Es entonces cuando el evangelista narra la apertura del costado de Jesús y el
fluir de la sangre y el agua. El texto explica los motivos históricos de este SANGRE Y AGUA
hecho: asegurarse de la muerte de Jesús, sin necesidad de quebrarle las
piernas; así podía retirarse el cuerpo antes del sábado.
Para el evangelista el hecho tiene un sentido trascendental. Lo manifiestan sus
palabras finales: «El que lo vio da testimonio, y su testimonio es verdadero; y
él sabe que dice la verdad para que también vosotros creáis» (19,35). Con el
objeto de mostrar la importancia de lo que narra, el evangelio hace dos nuevas
citas de la Escritura: «No le quebrarán ni un hueso» y «Mirarán al que
traspasaron».
La primera, «No le quebrarán ni un hueso», aparece por ejem- plo en Ex 12,46
y en Nm 9,12. Es un precepto que se refiere al cordero de la cena pascual
cuyos huesos no deben quebrarse y cuya sangre debe derramarse por completo
(cf. 1 S 14,33). Después podrá ser comido. Pero en el evangelio, es Jesús el
verdadero Cordero de Dios, cuya carne deberá ser comida por el pueblo.corno
anunció
Jesús en el discurso del pan de vida (cf. cap. 6). Jesús, como el cordero
pascual, derrama toda su sangre para ser comido.
Muchos aspectos de la revelación se vislumbran en este episodio. Podemos
señalar algunos de ellos.
Jesús es el Templo Nuevo de Dios (cf. 2,21). De él fluye un nuevo río que
vivifica todo como vio Ezequiel (cf. Ez 47,lss). Por eso Jesús anunciaba a la
Samaritana la teología del «agua que yo daré» (4,14) y que provocará en
quien le reciba un manantial de agua viva que salta hasta la vida eterna.
Como se ha dicho, cuando Jesús afirma: «Destruid este Templo y en tres días lo
LA RESURRECCIÓN levantaré» (2,19), está pronunciando palabras proféticas sobre la Resurrección,
El evangelista explica que Jesús «se refería al Templo de su cuerpo. Cuando
resucitó de entre los muertos, recordaron sus discípulos que él había dicho esto,
y creyeron en la Escritura y en las palabras que había pronunciado Jesús»
(2,21-22).
El capítulo 11 del evangelio se detiene especialmente en el tema de la
resurrección. Cuando Jesús resucitó a Lázaro, este tuvo que ser rescatado de la
corrupción. Según la creencia de entonces, el cuerpo se corrompía a partir del
cuarto día. Por eso la hermana de Lázaro le dice a Jesús: «ya deber oler mal,
pues lleva cuatro días» (11,39). Esto explica que el evangelista se detenga a
explicar que Lázaro apareció atado de pies y manos y envuelto el rostro en un
sudario: todo su ser por completo necesitó ser liberado de la muerte, de las
garras del Seol (cf. Sal 89,49) que los lienzos representaban.
En cambio, Jesús resucitará al tercer día; de manera que su cuerpo no
experimentó la corrupción, como decían las Escrituras. Esto es lo que Jesús
anuncia en el episodio del templo (cf. 2,19). El evangelista añadía entonces que
los discípulos creyeron en la Escritura, aunque no se refiere a ningún texto en
particular. Podemos mencionar dos. Uno es el Salmo 16,10: «no abandonarás
mi alma en el seol, ni dejarás a tu fiel ver la corrupción». Y el otro es el pasaje
de Ex 19,16ss, donde Dios manifiesta al Pueblo Elegido su gloria en la teofanía
del Sinaí, que se produjo al tercer día desde que Moisés bajó del monte.
El Evangelio según Juan no narra explícitamente la resurrección de Jesús.
Como sucede con los otros evangelios, tenemos más bien una descripción de
los indicios de esta: el sepulcro vacío y la peculiar disposición de los lienzos.
En el caso de Juan, esta descripción es muy pormenorizada. Dice en griego
que los lienzos están keimena. Se trata de la misma palabra que usa el
evangelista para hablar de las tinajas dispuestas para las abluciones en Caná y
las brasas preparadas por Jesús resucitado en la orilla del mar (cf. cap. 21). El
relato da a entender con su detallada descripción que los lienzos están caídos,
plegados, o mejor, extendidos en su sitio, como envolviendo un cuerpo que ya
no está, mientras el sudario que cubrió la cabeza de Jesús se encuentra aparte,
todavía enrollado. Gracias al examen de estos lienzos, el discípulo amado «vió
y creyó» (20,8).
Estos lienzos funerarios de Jesús, que no lo atan ya porque ha resucitado a una
nueva vida, quedarán en el sepulcro vacío como un indicio claro para el
evangelista de la victoria de Jesús (cf 20,lss).
Los primeros testigos del Resucitado y enviados a predicarlo - eso es un
«apóstol»- son las santas mujeres. El evangelista supone la presencia de varias
de ellas aunque se centre en María Magdalena; ella habla en nombre de todas
(cf 20,2). Estas santas mujeres habían permanecido fielmente junto a Jesús
hasta el final. Por eso serán las primeras en verle de nuevo.
Protagoniza una de las apariciones el discípulo Tomás, que se resiste
a creer porque quiere ver y tocar primero. Cuando obtiene lo que
desea, sintetiza en una exclamación la confesión de fe cristiana
dirigida aJesús resucitado: «¡Señor mío y Dios mío!» (20,28). Esta es
la confesión que desea suscitar el evangelista en el lector. Juan
recoge entonces la última bienaventuranza deJesús dirigida a quienes
creen pero sin necesidad de ver como Tomás.
Si Marcos y Mateo presentan a un Jesús escarnecido en la cruz y
Lucas al Jesús misericordioso que perdona, en Juan hemos visto al
Jesús triunfante y glorificado por el Padre. En el relato según san
Juan, la Pasión misma está impregnada de la gloria que
transparentaba Jesús desde su encarnación y ministerio. La
Resurrección es el signo que manifiesta la victoria de Jesús, la
glorificación del Hijo en la humanidad. Es un acto de misericordia
divina con la humanidad que ha sido redimida y que va a recibir el
poder de ser hijos de Dios (cf 1,12). Por eso Jesús resucitado dirá:
«subo a mi Padre y a vuestro Padre, a mi Dios y a vuestro Dios»
(20,17). El Verbo vino al mundo para salvar a la humanidad. Y al
final, regresa al Padre con esa humanidad glorificada y que nunca
más abandonará.

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