El Escándalo Del Contrabando en Perú

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EL ESCÁNDALO DEL CONTRABANDO

En febrero de 1968, los diarios de Lima lucían primeras planas con la historia del
sensacional aterrizaje clandestino de un cuatrimotor perteneciente a la línea aérea
peruana de carga Rutas Internacionales Peruanas S. A. . La prensa reportó que en
diciembre de 1967 el avión fue visto desembarcando su cargamento en una pista
clandestina en el desierto cerca de la carretera Panamericana, a 260 kilómetros al sur de
Lima. Una comisión multipartidaria del Congreso, encabezada por el diputado aprista
Vargas Haya, fue formada para investigar el contrabando que implicaba a funcionarios del
gobierno, a empresarios civiles y a la policía aduanera. Además de los reveladores
informes de la policía fiscal, la comisión pronto recibió más de quinientas páginas de
acusaciones y quejas hechas por ciudadanos particulares e informantes anónimos. La
escala de las redes de contrabando con protección oficial era más grande y seria de lo que
se había sospechado.
En ese año, un reacomodo inesperado del gabinete privó al almirante Florencio Texeira de
la cartera de Marina. Desde que fuera nombrado ministro de Marina en 1963, Texeira
había firmado contratos con empresas privadas con el fin de arrendar el Callao y usarlo
para importar mercancía de contrabando.
La nave, comandada por personal de la marina, realizó varios de estos viajes irregulares
mientras el ministro Texeira pudo proteger las importaciones de contrabando. Sin
embargo, en septiembre de 1965, el Callao fue puesto bajo estricta vigilancia al asumir el
cargo un nuevo ministro.

Otro caso similar, que involucró al BAP Chimbote en 1964, también fue investigado por la
comisión parlamentaria. El asunto del contrabando y las investigaciones relacionadas se
abrieron en diversas direcciones entre marzo y mayo de 1968. El diputado Napoleón
Martínez tuvo que defenderse de las evidencias que, presentadas en un informe
oficial, indicaban que él había abusado de sus privilegios diplomáticos y exenciones de
impuestos. Martínez había convenido con el empresario privado Sigmund Markewitz para
importar autos Mercedes Benz adquiridos en el extranjero con descuento y sin pagar
impuestos con el fin de venderlos luego en el Perú con una enorme ganancia.

Eventualmente, Martínez fue privado de su inmunidad parlamentaria, procesado y


encontrado culpable en 1969. La comisión parlamentaria presentó cargos contra los
ejecutivos de Consorcio Aduanero, una compañía de agentes de aduanas administrada
por José Carlos Quiñones Muñoz y dirigida por su tío Carlos Muñoz, el conspicuo asesor
carlista de Belaúnde. Quiñones había sobornado a oficiales de la Policía de
Investigaciones para asegurar el despacho de la mercadería de contrabando en la aduana
y el cobro de coimas por Muñoz. Víctor Guillén, militante de AP, había sido colocado como
perito de aduanas en el aeropuerto internacional Jorge Chávez.

Gracias al abuso de dicho puesto y al ingreso que ello le producía, Guillén pronto adquirió
casas, edificios comerciales e, incluso, acciones en la compañía de agentes de aduana de
Muñoz. Guillén ayudó a Quiñones a conseguir tasaciones tributarias extremadamente
bajas mediante la declaración de importaciones subvaluadas, negociadas por varias
compañías vinculadas a un grupo de empresarios implicados en otros casos de
contrabando.

Por otro lado, las revelaciones del caso Ripsa llevaron al despido de Javier Campos
Montoya, un alto director de la PIP, a quien se le acusó de proteger el contrabando. La
policía fiscal, por su parte, presentó a los investigadores parlamentarios evidencias
detalladas de una red de contrabando que comprendía a la mayoría de los funcionarios de
las aduanas postales de Lima, en colusión con empresarios locales para subvaluar
diversas importaciones, falsificar documentos y evadir impuestos. Ponce también le
comentó a un funcionario de la embajada de Estados Unidos que, a su juicio, el escándalo
del contrabando estaba siendo manipulado por el APRA para desacreditar al gobierno y a
las fuerzas armadas. En esta crucial coyuntura, Belaúnde nombró al general Francisco
Morales- Bermúdez Cerruti como ministro de Hacienda, no solo para ocuparse de la crisis
fiscal sino también para manejar la investigación del ejecutivo sobre las aduanas y el
contrabando.

Con el fin de desalentar futuras investigaciones sobre la participación del ejército en los
escándalos de contrabando, el ministro de Guerra Julio Doig celebró una conferencia de
prensa en presencia del comandante general del ejército, el general Juan Velasco
Alvarado, y el jefe de Estado Mayor Roberto Dianderas, en la que afirmó que el ejército no
estaba involucrado en el contrabando de los «paracaídas». Doig también sostuvo que las
maniobras de la extrema izquierda buscaban vincular a las fuerzas armadas con el
contrabando para desacreditarlas ante la opinión pública.

Inesperadamente, el general Morales-Bermúdez proporcionó una asistencia importante a


la comisión parlamentaria. , de la cuales se sospechaba que se dedicaban a un extenso
contrabando. Morales-Bermúdez entregó la correspondencia incriminadora a la comisión
parlamentaria. Para asombro del general y de la comisión, estas cartas escritas entre
diciembre de 1965 y enero de 1968 suministraron cuantiosas evidencias de operaciones
empresariales ilegales e implicaron a altos oficiales militares en el encubrimiento y
facilitación del contrabando a cambio de favores y sobornos.

Los principales autores, los empresarios José Trajtman y Sam Kardonsky, revelaron sus


elaboradas estrategias para asegurar la protección y la colusión de oficiales militares y
policiales, mediante una red de contactos personales e intermediarios con información
interna privilegiada. El centro de estas operaciones de contrabando lo constituían las
mercancías importadas destinadas a los bazares de las fuerzas armadas y policiales.  Esta
operación arrojaba grandes utilidades a dichas empresas a cambio de sobornos para
todos los oficiales involucrados. Entre los oficiales de alto rango implicados en esta trama
de contrabando figuraban el vicealmirante Ponce , el general Ítalo Arbulú , otro
general, tres coroneles y dos tenientes coroneles.

En lugar de hacer públicos estos nombres, la comisión parlamentaria remitió la lista del
personal militar y policial mencionado en las cartas a los ministerios respectivos para una
investigación interna. Un informe del inspector general del ejército, recibido por el general
Velasco Alvarado y convalidado con su firma antes de remitirse a los comisionados
parlamentarios, exoneraba a todos los oficiales implicados por las cartas debido
supuestamente a la insuficiencia de pruebas. Gracias a la investigación realizada por la
comisión del Congreso en 1968, más de trescientas personas, entre las cuales se
encontraban funcionarios del gobierno y empresarios privados, fueron procesadas en los
tribunales civiles peruanos luego de la abrupta suspensión de las actividades de la
comisión, en octubre de dicho año. La mayoría de los oficiales militares acusados fueron
procesados en tribunales militares y gran parte de ellos fue absuelta.

En su libro de 1976 titulado Contrabando, Vargas Haya realizó cálculos estimados del


costo total del contrabando y de las rentas tributarias no recaudadas en el periodo 1963-
1967. Al valor declarado de las importaciones imponibles , Vargas Haya le sumó el valor
estimado de las importaciones de contrabando y subvaluaciones , lo que dio un monto total
de 117.000 millones de soles. Al aplicar una tasa tributaria promedio de 70 por ciento, la
renta tributaria total por importaciones debió haber sumado alrededor de 82.000 millones
de soles . De este modo, tan solo para 1967 calculó que aproximadamente el 68 por ciento
de los impuestos por aduanas quedó sin cobrar debido al contrabando, la subvaluación y
las exenciones.
Adicionalmente, a partir de datos obtenidos en el transcurso de las investigaciones
parlamentarias, Vargas Haya estimó tasas de evasión tributaria de 45 por ciento en las
importaciones de 1966, 32 por ciento en las de 1965, 24 por ciento en las de 1964 y 18 por
ciento en las de 1963, con lo que resultaba un promedio de 37 por ciento al año entre 1963
y 1967. Sobre la base de una tasa tributaria media más realista de 50 por ciento y una tasa
de evasión de 37 por ciento, la renta tributaria no recaudada debido al contrabando y la
evasión habrían sumado 14.000 millones de soles , casi lo suficiente como para cubrir el
déficit comercial anual medio durante el periodo. En consecuencia, revisando dichos
estimados, el costo de las actividades de contrabando facilitadas por la corrupción durante
el régimen de Belaúnde equivalió a aproximadamente el 14 o 15 por ciento de los ingresos
del gobierno nacional en el periodo 1963-1967. Aumentaban también los rumores
referentes a que las personas de alto rango implicadas en el escándalo de contrabando
incluían a parientes cercanos de Belaúnde, a los más importantes oficiales militares y a
dirigentes parlamentarios de diversos partidos.

Este hecho desató la especulación en torno a que venía cocinándose un compromiso entre
los militares y el APRA para detener la investigación sobre el contrabando y evitar la
revelación de los nombres de los militares implicados. El PDC y Cornejo Chávez en el
Senado advirtieron a los investigadores parlamentarios que se les estaba poniendo de lado
a favor de un pacto político para demoler la investigación acerca del contrabando.  Hacia
mediados de mayo, la investigación del contrabando parecía haber disminuido
considerablemente y era muy improbable que se tomaran mayores medidas contra los
funcionarios implicados en el asunto.

El escándalo del contrabando agravó la crisis política del régimen y de los partidos y
facciones que lo apoyaban. El ministro de Hacienda Morales-Bermúdez renunció en
mayo, afirmando que «consideraciones políticas partidarias» habían retrasado
peligrosamente la solución a la crisis fiscal y económica. En el Congreso, el APRA se
había opuesto a un incremento del impuesto a la gasolina, una parte crucial del programa
de recuperación fiscal de Morales-Bermúdez. Hasta la coalición APRA-UNO se desintegró.

Sin embargo, Belaúnde había encontrado un valioso apoyo político en el «carlista»


Ulloa, nombrado ministro de Hacienda y primer ministro para negociar un acuerdo
temporal con el APRA para la resolución de algunos de los problemas fiscales. En estas
condiciones políticas extremadamente críticas, era interés del APRA apuntalar a Belaúnde
hasta las elecciones presidenciales de 1969, que ellos creían le darían a Haya la victoria
largamente esperada. El escándalo del contrabando amainó, pero dejó tras de sí una
profunda insatisfacción y una falta de confianza en el régimen. El gobierno de Belaúnde
había esperado poner fin a las humillaciones políticas que iba sufriendo enterrando este
asunto.

Sin embargo, pronto se reavivó y estalló otro gravísimo escándalo relacionado esta vez
con el petróleo y la IPC. Las intransigencias previas fueron negociadas rápidamente para
así conseguir unos puntos políticos sumamente necesarios para Belaúnde. Sin
embargo, semanas más tarde, Loret de Mola desató, durante una emisión televisiva, la
que habría de ser la crisis final del acosado gobierno de Belaúnde. Otros responsabilizan a
las motivaciones políticas de Loret de Mola, así como a su ambición, irresponsabilidad o
ingenuidad.

Un grupo de conspiradores militares aprovechó el escándalo para justificar públicamente y


llevar a cabo un golpe de Estado que trajo consigo cambios drásticos en la conformación
política, social y económica del país y sus instituciones.

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