CASANOVA y FONSALIDO - Generos Procedimientos y Contextos Conceptos de Estudios Literarios OCR
CASANOVA y FONSALIDO - Generos Procedimientos y Contextos Conceptos de Estudios Literarios OCR
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Sabemos que no existe una teoría literaria sino muchas y que no seria
descabellado que nuestras materias asumieran el plural en su formula
ción; sin embargo, cuando hablamos de teoría literaria, en singular, nos
referimos [...] a un tipo de actividad autorreflexiva, a una suerte de meta-
crítica, que se pregunta obstinadamente si las categorías resultan perti
nentes y significativas en relación con tal o cual objeto. No nos ocupamos
de un objeto que está después del trabajo de los especialistas, a manera
de una gran síntesis, sino de algo que está antes: las condiciones de
posibilidad de un discurso crítico. [...] Las categorías, entonces, son
históricas y mutables, están sujetas a disputas y polémicas, y periódica
mente debemos revisar por qué y cómo las usamos.
(José Luis de Diego, Prólogo)
L U A Libro
I
Universitario
Argentino
Géneros,
procedimientos,
contextos
Conceptos de uso
frecuente en los
estudios literarios
EDICIONESUNGS
Universidad
Nacional de
General
Sarmiento
Martina López Casanova y María Elena Fonsalido
(coordinadoras)
Javier R. Aguilera
K o f. de Enseñanza Media
«in Letra* - U.N.N.E.
EDICIO NESUNG S
Universidad
Nacional de
General
Sarmiento
*
ISBN 978-987-630-325-5
EDICIO NESUNG S
© Universidad Nacional de General Sarmiento, 2018
J. M. Gutiérrez 1150, Los Polvorines (B1613G SX)
Prov. de Buenos Aires, Argentina
Tel.: (54 11) 4469-7507
[email protected]
www.ungs.edu.ar/ediciones
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l nivcrsilario
Vrgentino
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Indice
Prólogo
Jo sé Luis de D iego....................................................................................................... 9
Presentación
Martina López Casanova y María Elena Fonsalido............................................. 13
PRIMERA PARTE
De los géneros literarios a los géneros discursivos
SEGUNDA PARTE
El texto como construcción. Procedimientos
Procedimientos
Martina López C asan ova........................................................................................ 91
Figuras retóricas
Noelia Vitali...............................................................................................................99
Motivo y tópico
Eloy Marios N úñez.................................................................................................107
Narrador
Isabel Vassallo......................................................................................................... 113
Parodia
Diego Di Vincenzo................................................................................................... 121
Personaje
María Isabel Morales S ánchez............................................................................. 127
Polifonía
Eduardo Muslip...................................................................................................... 135
Yo lírico / sujeto lírico
María Elena Fonsalido...........................................................................................143
TERCERA PARTE
El texto situado. Contexto/s
Contexto/s
Martina López Casanova e Inés K replak.............................................................151
Autor
Adriana A. Bocchino.............................................................................................. 159
Campo literario
Paulo Jaim e Lampreia C osta................................................................................ 167
Canon
María Elena Fonsalido...........................................................................................173
Generación
Martín S ozzi........................................................................................................... 179
Industria cultural
Nicolás Olszevickiy Dante P eralta...................................................................... 187
Lector
Aitana Martos G arcía........................................................................................... 195
Literatura y culturas populares
Gloria C hicote........................................................................................................ 201
Tradición/tradiciones
Analía G erbaudo....................................................................................................207
Autores................................................................................................................... 233
Javier R. Aguilera
Prof. de Enseñanza Media
en Letra» - U.N.N.E.
Prólogo
Los conceptos o categorías son herramientas que solemos utilizar para tor
nar inteligible el caos del mundo. La persistencia en el tiempo es la prueba de
su eficiencia; las hay efímeras y otras duraderas. Borges nos enseñó que todas
son arbitrarias, tanto las que refieren a los animales que llamamos mamíferos
o vertebrados como a “los que de lejos parecen moscas” o “los que acaban de
romper un jarrón”. Por el absurdo, el autor de “El idioma analítico de John Wi-
lkins” nos advierte que la probada arbitrariedad de las categorías solo parece
redimirse cuando cumplen acabadamente su función: explicar el mundo. Si
volvemos a la transitada metáfora de las “herramientas”, digamos que algu
nas se ajustan adecuadamente al objeto sobre el que operan y otras no sirven
para nada. Hay quienes piensan que con las categorías solo describimos algo
que existe en el mundo, que tiene sustancia, esencia o algo así; otros creen que
aquello que designamos existe en el momento en que decidimos que existe,
cuando las categorías lo nominan, lo ordenan, definen el espacio semántico
de su significación. En su Diario filosófico (1914-1916), Ludwig Wittgenstein
sugiere que podemos imaginar la realidad como una superficie de manchas
irregulares; para otorgar alguna coherencia a esa superficie, colocamos sobre
ella una grilla o plantilla con recortes uniformes, de manera que uno de esos
recortes nos dejará ver un rombo de color blanco, otro un círculo bicolor y así
sucesivamente. Nosotros creemos que de ese modo estamos describiendo el
mundo, y en verdad no hacemos más que hablar de la grilla... Pero no voy a
continuar en las densas aguas de la filosofía.
i
Prólogo 11
por qué están ahí, aunque tengo para mí que hay una sola explicación posible:
porque los alumnos les importan. No me refiero a los becarios, ni a los docto
randos, ni a los maestrandos; sino a los alumnos sin más, sin atributo alguno.
Y allí, en esa preocupación casi extinta, está también la razón de existencia de
este libro. Si uno lee con detenimiento las veintiséis entradas de este diccio
nario, advierte rápidamente que no presume de surfear en la cresta de la ola
teórica, ni le interesa dar debates focalizados en tal o cual nudo gordiano de
la teoría. No se pensó como una actualización teórica que acaso pueda servir
a los estudiantes; sospecho que el recorrido, y la génesis, fue el inverso: pre
guntarse cuáles son las categorías que más y mejor pueden ayudarlos en sus
estudios. Quizás por eso, por haber decidido abandonar desde el origen mis
mo del proyecto la pedantería de las jergas para iniciados, la arrogancia de las
modas vacuas que a poco de sacudirlas muestran sus pies de barro; acaso por
eso, decía, estamos ante un libro al que los alumnos le importan.
Jk
Javier R. Aguilera
Prof. de Enseñanza Media
¿n le tra * - U.N.N.E.
Presentación
una lectura que asocie términos en conjuntos mayores, que a su vez puedan
articularse en la propuesta global del libro. En este sentido, se apela a carac
terísticas formales y objetivos más cercanos a los de un manual que a los de
un diccionario especializado. Por último, y en consonancia con lo anterior, la
estructura de los artículos apunta a revisar las cristalizaciones conceptuales
implícitas en el posible uso automatizado de las categorías seleccionadas. En
los siguientes apartados, con el fin de explicitar nuestros propósitos y pers
pectiva, desarrollamos estas y otras cuestiones.
Breve historia
Agradecimientos
Javier R. Aguilera
Prof. de Enseñanza Media
<an Letra» - U.N.N.E.
k
Javier R. Aguilera
Ptof. de Enseñanza Media
dn U tr » * U.N.N.E.
A driana A. Bocchino *
géneros tal y como han sido definidos seguirán existiendo siempre-y la ilusión
de persistencia -que propone que a igual forma corresponde igual función-.
Lo productivo está en ver cómo, en cada momento, y de qué manera, funcio
na una toma de decisión genérica: desde dónde, apuntando a qué, buscando
qué, narrar o describir, escribir un poema o producir un video, proponer un
texto dramático en términos trágicos o llevar adelante una comedia. La ilu
sión de una estructura universal y eterna confunde forma con función y traza
arquetipos de género, una entelequia.
Podemos decir, entonces, que los géneros resultan ser un sistema histó
rico de regulación de las relaciones literarias y sociales (Altamirano y Sarlo,
1983): definen los límites entre lo que se entiende por literatura y lo que no,
los límites entre ideologías y experiencias, la subjetividad y sus representacio
nes o, incluso, su imposibilidad de representación. Según estas regulaciones
internas, el género dispone qué le compete, apropiándose, refutando, contes
tando o continuando a otro género, o tan solo callando. Los géneros se van
haciendo continuamente. De tal suerte, hay que observar las diferencias entre
textos llamados clásicos en comparación con textos de difícil clasificación. Tal
procedimiento permite incluir discursos no habituales (la telenovela, la histo
rieta, la publicidad, el político, el deportivo, etcétera) que, a su vez, resultan
determinantes en la construcción del imaginario de lo cotidiano, y que no
consideraríamos si no fuera por su inadecuación a una norma, pero tampoco
como potencialmente literarios si no tuviéramos una norma. Cuando Alta
mirano y Sarlo (1990) definen convención insisten en que las obras literarias
no se producen en un vacío social o estético, se recortan sobre un horizonte
de “convenciones y rupturas” de un tejido social que habilita lo que se puede
escribir o contra lo que escribir en oposición a una norma estética aceptada.
En consecuencia, la convención es producto y productor de lo literario. Porta
dores de una ideología y una estética, los géneros proporcionan un conjunto
de dispositivos lingüísticos, semánticos, estructurales, verosímiles, ligados a
dispositivos sociales, aunque nunca en una relación de equivalencia. Precisará
Bajtín que los géneros discursivos secundarios -de entre ellos, los literarios-
están marcados por la impronta del ideologema, un término que sirve para
definir el elemento a mitad de camino entre el horizonte ideológico-social y
el horizonte del texto, siendo la representación discursiva de una evaluación
social. Ahora bien, ligamos los discursos primarios y secundarios porque para
Bajtín un acto de habla, un breve enunciado o una novela, es comprensible
en relación con una evaluación social orientada en un mundo ideológico. La
lengua, como material de la literatura, es sobre todo un sistema de evalua
ción social que organiza el material lingüístico en una forma. Y la evaluación
social allí tiene un doble juego: en la lengua (por los géneros primarios) y en
la actividad del que escribe frente a su material, produciendo una segunda
evaluación.
24 Adriana A. Bocchino
Puesta en análisis
En el inicio de la novela Los prem ios (1961) de Julio Cortázar vemos cómo
la puesta en escena del habla de los diferentes personajes, de diversas clases
y tipos sociales en un extenso diálogo, nos permite identificar e imaginar
la fisonomía de esos personajes sin que el narrador necesite describirlos:
reunidos en un bar de Buenos Aires a raíz de haber ganado un misterioso
premio, un viaje en barco sin destino prefijado, se escuchan voces. De un
tal Restelli, un pedante profesor incómodo por compartir el premio con un
alumno al que considera de otra clase; de López, un amable intelectual;
de Lucio, un pacato socialista que solo espera estar a solas con su novia
Nora, virtuosa y casta; del dentista Medrano, compañero de trabajo de Lu
cio, pretendidamente intelectual; de Paula, una mujer liberada aunque de
familia conservadora e invitada a compartir el premio por su amigo Raúl,
un arquitecto que pareciera escapar de algo; de Claudia, una divorciada
con su hijo Jorge, que aprovecha el premio para olvidar; de Felipe Trejo, el
alumno que debe cargar su familia; de Afilio Pressuti, un hombre de barrio
y de poco dinero que viaja con su madre, su novia y la madre de su novia
que no paran de hablar; de Don Galo, de escasa educación pero adinera
do, postrado en una silla de ruedas; finalmente, Persio, amigo de Claudia,
encargado de las reflexiones poético-filosóficas. Allí el autor, mediante la
im itación de discursos del habla cotidiana coloquial, recupera un espacio y
un tiempo determinados y además, entonces, una estructura de sentimiento,
al decir de Williams (1980).
El inicio de este texto al que llamamos novela plantea diferentes pro
blemas a la hora de hablar de géneros, puesto que desde el mercado (pre
sentado como novela) y desde lo literario (propuesto como ficción), lo
identificamos de forma inmediata dentro de la narrativa. Sin embargo, se
inicia con un largo diálogo, procedimiento propio del teatro (no son po
cas las partes de este texto que se desarrollan según este procedimiento)
y el título de este inicio se inscribe como “Prólogo”, lo que nos lleva, antes
que a una novela, a un ensayo. A su vez, en la primera página aparece un
epígrafe, una cita de El idiota de Dostoiesvki, cuya inclusión nos saca del
género novela para llevarnos al de la reflexión filosófica, aun cuando la
cita remite a un texto de ficción. Ensalada de géneros, el inicio del texto
anuncia una de las características de la ficción cortazariana, la hibridación
genérica y, más aún, la puesta en foco del tema, problematizándolo a cada
paso en el mismo texto.
Si miramos el debate social junto al estético implicado en la asunción
de un género u otro, las posibilidades que brinda el amplio término novela
se ofrecen para pasearnos por casi todos los otros géneros que las poéticas
tradicionales delimitaban con soltura. En la novela, mejor que en cualquier
otro lugar, y así lo estudió Bajtín, el funcionamiento de los géneros discur
Géneros literarios / géneros discursivos 27
sivos secundarios que mimetizan los géneros discursivos prim arios hacen
hablar a sus personajes según las circunstancias y las posiciones que ocu
pan en el relato. Ello significa que un texto aferrado a un género literario,
inclasificable desde el punto de vista tradicional, podrá ser mejor pensado
en el concierto de los géneros discursivos (los modos de discurso que cir
culan en lo social), y allí entrever el debate social, puesto en escena en las
diferentes hablas de los personajes. Por ejemplo, qué polémicas lingüís
ticas, y por tanto sociales, salen a la luz, qué concepto de literatura tiene
el autor, qué ideologías aparecen en diálogo, contrapuestas o refutadas,
con qué convenciones rompe la obra, qué podrían significar estas rupturas
frente a lo entendido como novela hasta el momento y, entonces, qué es lo
nuevo dentro del género. Finalmente, habría que pensar también qué hay
entre medio, qué elementos -sociales, estéticos, políticos, sexuales, entre
otros- para tomar una decisión genérica, por qué un autor decide por un
género, novela, y no el ensayo por ejemplo. Ello permite evaluar una idea
de lo que es literatura cuando se publica Los Premios y, por contraposición
o contigüidad, en otras publicaciones. Haber pasado de los géneros lite
rarios a los géneros discursivos no nos garantiza saber ahora con certeza
qué sea la literatura, pero nos exige preguntárnoslo con cada nuevo texto
que aparece en el campo de nuestros estudios.
Comedia
S andra Ferreyra *
Martín Rodríguez * *
Puesta en análisis
negativo de las conductas de los jóvenes: Edelmira (que pretende llegar a ser
una escritora importante) y Santiago (quien se propone ser un gran político)
frente al carácter positivo de la conducta de Ventura (su padre) y los mayo
res. Finalmente, Edelmira va a reconocer cuál es la ‘Verdadera” función de la
mujer ( trocar la pluma por la aguja” y “rezar”) y Santiago va a aceptar que
la verdadera política se halla en el trabajo y en la economía, únicas fuentes de
progreso posibles. Estas dos comedias analizadas son un ejemplo de cómo en
buena parte de los textos del género los destinos de la familia son sinécdoque
de los destinos de la Nación. A lo largo del siglo xx, la comedia en nuestro país
seguirá rumbos diversos, con autores como Federico Mertens, José Antonio
Saldías, Germán Ziclis, Abel Santa Cruz, Hugo Moser o los hermanos Sofovich.
Dante A. J. P eralta *
a priori, analiza un corpus de cuentos cuya pertenencia a una única clase -la
que él considera “cuentos populares fantásticos”- se propone demostrar a
través de la descripción.
Así pues, Propp -especialista en folklore- realiza implícitamente una pri
mera distinción que puede operar como un principio ordenador general, en
tre el cuento popular y el literario. En efecto, y aunque en alguna medida el
atributo literario resulte equívoco, refiere un rasgo que se asigna a los cuentos
originalmente escritos y, habitualmente, con autoría determinada. El carácter
popular -o tradicional-, en cambio, se suele atribuir a los cuentos transmitidos
oralmente, sin autoría reconocible o segura, y sujetos por el modo de circula
ción a contaminaciones con historias diversas, a variaciones en la compleji
dad de la trama, a transformaciones de los nombres o roles de los personajes
[VER, p. 127], entre otras posibilidades. Esa distinción no impide reconocer,
sin embargo, el carácter literario ya no como una categoría para la clasificación,
sino como un valor de los cuentos populares. La distinción tampoco debería
ignorar que el cuento literario tiene su origen en una extensa tradición de na
rrativa popular oral, muchas veces fijada a través de recopilaciones escritas,
algunas de ellas muy antiguas y de extensa influencia temporal y geográfica.
Son ejemplo de ello las colecciones de cuentos de la India que llegaron a Oc
cidente durante la Edad Media, especialmente a través de los árabes, vertidos
muy tempranamente al castellano: el Libro de Calila y Dimna -traducido por
orden de Alfonso X, el Sabio- o Disciplina clericalis -unos treinta cuentos de
fuentes desconocidas, traducidos por Pedro Alfonso en el siglo x ii - . Asimismo,
se reconocen distintos ciclos temáticos de la Antigüedad europea (Anderson
Imbert, 1974; Lida de Malkiel, 1976).
Entre las variantes más estables del género popular cuyas raíces se pierden
en esa tradición, conviene distinguir, sin dudas, la ya nombrada fábu la: un
relato en general pero no exclusivamente protagonizado por animales, con un
propósito didáctico definido y expresado muchas veces en una moraleja ex
plícita, esto es, una conclusión moral inferida del relato que apunta a orientar
las conductas de los receptores. Las más conocidas son las atribuidas a Esopo,
un griego del siglo vi a. C., cuya existencia en cuanto autor no es segura. Ese
tipo de propósito didáctico o moral presente en tales tradiciones tuvo amplia
difusión en el medioevo europeo y ese modelo narrativo tuvo influencia en los
primeros autores europeos como, en lengua castellana, por ejemplo, el Infante
Don Juan Manuel, autor de El conde Lucanor - o Libro de Patronio—. Aunque la
independencia del cuento literario respecto de cualquier intención didáctica o
moral siguió un camino complejo y no lineal, se suele tomar como referencia
el Decamerón (siglo xiv), de Giovanni Boccaccio, para marcar el inicio de una
literatura más interesada en la dimensión estética que en la ética.
En cuanto a la descripción del cuento literario como género, aquella pro
puesta teórico-metodológica basada en los aspectos formales que Vladimir
Propp realizó a principios del siglo xx para el cuento popular fue retomada
Cuento 37
-junto con otros aportes, como los de la Escuela de Praga- muchos años des
pués por el estructuralismo. En su trabajo, Propp había dejado de lado los ya
para entonces tradicionales modos de abordar el cuento desde perspectivas
historicistas y contenidistas, y propuesto estudiar “las formas del cuento” con
“la misma precisión que las de cualquier ser orgánico”, es decir, consideran
do “las partes constitutivas” y sus “relaciones entre sí y con el conjunto”. En
suma, quería realizar “el estudio de la estructura” del género, y eso requería
encontrar regularidades en un conjunto amplio de cuentos. Así, verificó las
hipótesis que se había planteado: los elementos estables y constantes del gé
nero “están constituidos por las funciones de los personajes, independiente
mente de la identidad y de su modo de obrar”, y esas funciones conforman
“las partes constitutivas fundamentales”; también constató que el número
de esas funciones es limitado y que la sucesión de ellas en el desarrollo del
relato es siempre idéntica, de modo que podía afirmar que todos los cuentos
populares fantásticos “tienen una estructura del mismo tipo”. Propp describe
treinta y una funciones. Por ejemplo, entre las primeras de la sucesión: “Uno
de los miembros de la familia se aleja de la casa”, “al héroe le es impuesta una
prohibición”; y, como última, “el héroe se casa y/o llega al trono”. Si bien la
descripción de las funciones específicas, la cantidad y el orden de la sucesión
de las secuencias funcionales que establece Propp son propios del cuento po
pular fantástico, y por esa razón la estructura que componen no es trasladable
al cuento literario o escrito, el método de análisis fue un antecedente muchas
veces citado por la corriente estructuralista, a mediados del siglo xx, parti
cularmente en Francia, en los trabajos de Roland Barthes, Claude Bremond,
Gérard Genette, Algirdas Greimas, Tzvetan Todorov, entre los principales
autores. Esta perspectiva aportó modelos que permiten el análisis del cuento
considerando la integración de diferentes niveles de la estructura narrati
va. Barthes, por ejemplo, en Introducción al análisis estructural de los relatos
(1966) distingue tres niveles: el de las funciones, el de las acciones y el de la
narración. En el plano funcional, a su vez, distingue entre funciones propia
mente dichas -núcleos y catálisis- e indicios -integrativos e informativos-;
el nivel de las acciones corresponde al análisis del “estatuto estructural del
personaje”: distingue pues al actante, esto es, el sujeto que realiza las accio
nes definido no desde una “esencia psicológica” -esencia que se corresponde
con el concepto de personaje- sino según “lo que hacen”; y también, en cuanto
instancia discursiva, pero no como referencia exterior al relato, a aquello que
consideramos realidad. El tercero de los niveles, el de la narración, es defini
do a partir de la conocida distinción de Todorov entre historia y discurso. El
primer concepto remite a lo que en otra terminología se llama el argumento,
esto es, la sucesión de las acciones según su propia lógica, una evocación de
cierta realidad que “hubiera podido ser referida por otros medios”, tales como
una película o una historieta (Todorov, 1966). El segundo concepto, discurso,
refiere el nivel del enunciado, de “los tiempos, aspectos y modos del relato”
38 Dante A. J. Peralta
Puesta en análisis
toria del texto que lee, o si es una cita de la novela leída. Ese juego abierto de
articulación entre las dos secuencias y la indefinición respecto de la cantidad
de narradores contribuye sustancialmente a sustentar el efecto fantástico -se
gún la propuesta de Todorov-: dependerá de la interpretación del lector del
cuento si se trata de algo extraño -por ejemplo, porque lo entienda como un
juego de raras coincidencias entre dos historias cuyos sendos finales quedan
abiertos—o si se trata de algo maravilloso, es decir, que estaría por fuera de las
leyes conocidas de la naturaleza. Complementariamente, considerando la pro
puesta de Piglia, se puede observar que resulta imposible definir con claridad
cuál de las dos historias constituye la “de superficie”: ambas están articuladas
a modo de cinta de Moebius -esto es, una superficie de una sola cara, un solo
borde, no orientable- El efecto sorpresivo no lo produce la emergencia al final
del texto de una historia oculta, como ocurre en el cuento de Kipling, sino el
modo de articulación entre las dos. Lo que se vuelve visible para el lector al
llegar al final y genera un efecto de sorpresa es, pues, el descubrimiento de esa
“continuidad” que no puede atribuir con certeza ni al plano de la estructura
ni al plano de lo que pudiera entender como lo real representado.
En cuanto objeto cultural, cabe destacar-entre otras conclusiones posibles-
que este cuento no problematiza cuestiones morales o de otra índole -social,
cultural-, propias del mundo en el que circula -como ocurre con el cuento
de Kipling en su época-. En cambio, problematiza una cuestión interior del
campo mismo de la literatura: la relación entre realidad y ficción cuyos lími
tes -en caso de existir- son borrados o, en otra interpretación, en la que una
de las partes, la que se asumiría como ficción, se vuelve amenazadora en el
plano de lo real que estaría representado en la otra.
El contraste entre ambos textos vuelve evidente que -como ocurre con otros
géneros literarios- una definición ahistórica del género cuento resulta muy
dificultosa dada la variabilidad que, a lo largo del tiempo, se registra de mu
chos de los parámetros con los que se ha intentado caracterizarlo; y por ello,
tampoco es posible una clasificación satisfactoria. Las propuestas estructura-
listas, como la de Barthes, entre otros, aportan elementos muy valiosos para el
análisis formal, a la vez que subsumen el cuento dentro de un macrogénero, el
narrativo, que incluye otros como la novela. Pero ese marco permite decir que
en todo cuento se observa una condensación de la historia en relativamente
pocos núcleos y secuencias -lo que explica, en alguna medida, la brevedad-,
aunque la cantidad de esas secuencias - a diferencia de lo que ocurría según
Propp con el cuento popular ruso de tradición oral- es muy variable. En una
perspectiva que consideramos complementaria de la estructuralista, la prin
cipal de las tesis de Piglia -en todo cuento se cuentan dos historias- define el
rasgo tal vez más característico del género. La alta variabilidad en cuanto a
la articulación de las dos historias y de las clases de contenidos tematizados
-como se puede vislumbrar en los ejemplos- sea quizás el motivo de la per
durabilidad del género y la clave de su riqueza.
Cuento 43
J uan R earte *
tos escénicos, y los objetos pasan a guardar una relación de sentido con la
acción y con los personajes, y fundamentalmente, en el drama se presencia
un conflicto que deviene en acción. En esencia, ese conflicto, que se extiende
en gran medida hasta el realismo del siglo xix, expone al lector y al público
a desórdenes y dilemas morales y éticos, es decir, a problemas propios de la
intimidad con los que se identifica o al menos reconoce. El carácter serio pero
no trágico, el tono patético y la condición enteramente humana del conflicto,
mantienen la tensión y permiten considerar las transformaciones que recaen
sobre el sujeto, ya sean producto de su voluntad o de las fuerzas sociales con
las que se vincula; pero más allá de esa tensión, la acción persigue, conforme
al clima de época y al preceptismo cortesano, a exigir que la belleza moral
sea puesta a prueba. Ya en su drama El hijo natural (1757), Diderot conforma
las relaciones, que escénicamente van a delinear por primera vez, tal como
lo plantea en su Discurso, una función central en el director de escena como
organizador de la materialidad, del espacio y del tiempo de acción, pero tam
bién como intérprete general del texto previo. Esta innovación es una de las
más significativas para entender esta clave central del drama moderno: la de
una articulación específica y efectiva entre el texto y la escena.
Sería necesario remitirnos al siglo xvi para señalar que desde entonces se
habían ido creando las condiciones para el desarrollo del drama. Precisamente,
no es posible hablar de una forma unificada en sus orígenes, sino, como sugiere
Raymond Williams, de una “comunidad de formas” definida por la especifici
dad social de sus inquietudes y de su espacio de producción y circulación (Wi
lliams, 1994:146). No creemos necesario analizar este desarrollo en relación
con otros géneros, pero sí al menos indicar que en el elemento colectivo de la
forma dramática se integran inquietudes y objetivos coincidentes con otras
formaciones en el contexto político y social de mediados del siglo xvm, como
la comedia [VER, p. 29] de costumbres o la ópera moderna. En efecto, una de
las transformaciones fundamentales que expresa el drama moderno es la re
presentación de relaciones a través de personajes socialmente determinados
y que hasta entonces, en la tragedia neoclásica [VER, p. 83], se habían visto
representadas por el coro y por personajes heroicos. La representación de las
relaciones interpersonales enriquecieron los conflictos de dimensión histórica
y política, fenómeno que evidencia que no estamos solo ante un cambio de
cosmovisión, sino también ante un radical giro en la autopercepción de los
autores, que pasan a canalizar, además de los intereses de las élites, sus pro
pias inquietudes. Los dramas de Gotthold Ephraim Lessing Minna von Barn-
helm (1767) y Emilia Galotti (1772), en el contexto de la Ilustración alemana,
explicitan la confluencia entre política y arte, y precisamente el arte dramá
tico es producto de un campo de lucha particular. En su tratado Dramaturgia
de Hamburgo (1767), Lessing toma como referencia la Poética de Aristóteles,
pero no para legitimarse en la querella contra el neoclasicismo francés, muy
extendido en el teatro alemán, sino para poner sus preceptos a la luz de la mo
Drama 47
Puesta en análisis
Épica y epopeya
Clea G e r ber *
Puesta en análisis
personal-y la alta nobleza que representan los infantes de Cardón, cuya sober
bia y cobardía resultan prácticamente caricaturescas.
Lo explicado hasta aquí nos muestra cómo los rasgos señalados de modo
general como característicos de la epopeya deben proyectarse sobre los textos
y comprenderse en función de los contextos culturales específicos en que estos
surgen.
En cuanto a los modos de producción y circulación del cantar, encontramos
en el texto que ha llegado a nosotros -un único manuscrito, conocido como “el
códice de Vivar”- numerosos recursos que remiten a la práctica de la actuación
juglaresca, es decir, a la recitación del juglar, verdadera performance que tras
cendía el mero recitado e implicaba un particular uso del espacio. Ejemplo de
ello es la fraseología que alude a una gestualidad, el empleo de deícticos -que
permitirían señalar elementos en la escena juglaresca- o la aparición de recursos
“mnemotécnicos” como las fórmulas y expresiones formulísticas. De modo tal
que el componente verbal nos deja percibir las características de una práctica
oral que se apoyaba también en elementos no verbales.
Superada, hasta cierto punto, la polarización crítica entre los tradicionalis-
tas (que postulaban un autor popular analfabeto que empleaba técnicas de la
composición oral) y los individualistas (que proponían un autor culto, letrado,
que elaboró su texto por escrito influido por modelos retóricos), cabe afirmar
que el texto conservado testimonia un proceso en el que se suma la tradición
oral con el proceso de puesta por escrito de un estadio de esta, que luego sufre
el proceso de tradicionalidad escrita. En ese proceso, una posible actitud de
algunos copistas es la refundición del texto, lo que explica los tópicos cultos o
eruditos que aparecen en el poema (Orduna, 1958). En todo caso, subsiste la
idea de que la puesta por escrito de un cantar de gesta implica un proceso com
plejo, que culturalmente supone siempre el cruce del mundo de la oralidad y
el de la escritura (Funes, 2009b). Las huellas de este cruce están en los códices
que hoy manejamos.
Mito / mítico
señalamiento, se verá que lo que entendemos hoy por mito fue condicionado
por el desarrollo de la conciencia burguesa. En cuanto forma de la conciencia
burguesa, el mito indica modos de reflejo espacial o temporal distantes, en
cuya radical contraposición se intenta instalar el moderno ser burgués, y que
solo existen de manera real en las determinaciones de existencias moldeadas
por el proyecto político-económico de la burguesía. Solo mediante este arrai
go en la dialéctica clasista del desarrollo del capitalismo puede entenderse
el lugar del mito en la literatura y la filosofía modernas. En las líneas que si
guen, se abordarán brevemente aquellos impulsos históricos que moldearon
el concepto de mito; luego, se indicarán a modo de ejemplo dos limitaciones
arbitrarias que analizan los mitos de manera objetiva.
Uno de los elementos probatorios de que el mito no es más que un concepto
límite del sujeto burgués lo constituye el hecho de que en la Antigüedad grecola-
tina, el término apenas indicaba otra cosa que un discurso sobre el ser, a menudo
de rasgos narrativos, cuya validez estaba por fuera del mundo sensorial. De esta
manera, solía oponerse a Aó y o q , cuyo contenido de verdad podía ser empírica
mente comprobado o racionalmente argumentado. En la lengua ática, por ejem
plo, uno y otro término significan indiferentemente “palabra”, “discurso”, aunque
VOQoq: se refiere sobre todo a lo oculto, mientras que el segundo a lo sensorial y
lo racional. Esta generalización presenta, empero, excepciones: en Historias, de
Heródoto, y Odas, de Píndaro, son Aó yo l las sagas de los héroes y dioses, las his
torias de las épocas dorada, plateada y de bronce. Recién en la época de Sófocles
parece el mito relacionarse con lo ilusorio y ajeno al conocimiento, a lo relativo
al rumor. En Platón, p ü d o g y Áóyoq-son discursos coexistentes: mientras que
el primero se asocia al saber de un pasado lejano comunitario, transmitido de
generación en generación por medios miméticos, el segundo es un conocimien
to que puede ser probado con argumentos. Sin embargo, esto no impide que
Platón acepte el recurso de mitos para la representación de su filosofía (cfr., por
ejemplo, el diálogo Timeó). En laPoétíca de Aristóteles, ¡íOQoges simplemente el
compuesto unitario de sucesos prácticos, de resultados de acciones del carácter;
es la estructura narrativa. La tradición griega continúa en la latinización con los
términos fabula o fabulosus, que son luego asumidos por las diferentes lenguas
nacionales europeas. De hecho, hasta la fijación moderna del concepto en el si
glo xvni, no hay diferencia entre ¡jüOog yfabula. Martin Lutero traduce con el
término alemánfabeln las emergencias de ¡iüQoc;en la versión griega de la Biblia
(cfr. Timoteo 1.4-7: “Rechaza las fábulas profanas y de viejas”). Esta vinculación
del mito con lo no aceptado por la doctrina cristiana ocurre, de hecho, desde la
Antigüedad tardía, en la que iiüQ ogyfabula comienzan a utilizarse peyorativa
mente para remitir a los contenidos narrativos de los cultos paganos, en especial
aquellos que se asocian al mundo grecolatino. Agustín de Hipona se refiere a las
genealogías politeístas como “theologia fabulosa theatrica scaenica” (teología
de fábula, teatro y escena), y vincula así lo mítico con la experiencia estética,
en contraposición al presunto carácter auténticamente vivencial-religioso de la
Mito / mítico 63
doctrina de Cristo (De Civ. 6, VII). Hacia el siglo xvi, estos motivos mitológicos se
convirtieron en objetos centrales de los pintores (por ejemplo, Bellini, Tiziano y
Tintoretto) y también de representaciones teatrales. Aparece entonces la mito-
grafía, que clasifica y estudia el origen de los motivos y se apoya materialmente
en técnicas desarrolladas de impresión de imágenes.
Recién en la Enciclopedia de Dideroty D’Alembert (1765) se separa el término
mitología del áefábu la. El autor del artículo, Louis de Jaucourt, entiende por mi
tología la historia fabulosa de los dioses, semidioses y héroes de la Antigüedad,
así como todo lo que remite a la religión pagana (tomo 10: 924). La mitología
ofrecería, según Jaucourt, una fuente inagotable a las artes y la formación de las
“personas del mundo”, y la crítica del mito consistiría en quitar su forma maravi
llosa para descubrir en su interior verdades históricas o filosóficas: se trata de la
“confusa mezcla de quimeras de la imaginación, sueños de la filosofía y ruinas
de la historia antigua”. Si bien destaca el tenor racional-üustrado de su crítica del
mito, la Enciclopedia muestra hasta qué punto se encontraba allanado el camino
para una utilización antropológica del mito que sirviera al cuestionamiento del yo
burgués. En efecto, ya en 1755, Jean Jacques Rousseau prioriza, por encima de
la valoración estética, el examen político-antropológico del mito para echar luz
sobre el origen de la cultura y la relación con la naturaleza. Así aparece la idea
lización del “buen salvaje” como “hombre natural” en el Discurso sobre el origen
y los fundamentos de la desigualdad entre los hombres; se trataría de una configu
ración subjetiva/üera de la historia en la que se daría una experiencia natural no
mediada y una unidad entre hombre y naturaleza, una totalidad que el mundo
contemporáneo burgués habría destrozado, en el plano político, por medio de
la desigualdad y el despotismo; en el plano intelectual, a través de la razón y la
reflexión. Así se abría la puerta para un concepto de mito que sirviera como crí
tica de las formas contemporáneas de la sociedad y el pensamiento burgueses.
En el contexto alemán, la fijación del concepto de mito a finales del siglo
xvm se halla intrínsecamente ligada a la reacción contra los impulsos raciona
listas e intemacionalistas de la Ilustración y al intento de teñir la praxis poética
de elementos político-trascendentales. Johann Gottfried Herder convoca a la
creación de “toda una nueva mitología” en la que se fundan historia, alegoría,
religión y poética y que busque la “experiencia mítica presente” del ser social.
Anticipándose a los románticos, Herder incluye motivos tradicionales popu
lares del mundo alemán dentro del acervo de materiales míticos. El pensador
oscurantista Johann Georg Hamann, que sostiene que “la poesía es la lengua
materna del género humano”, comprende la historia en términos “mitológi
cos” y “misteriosos” que, al remitir a factores irracionales tanto cristianos como
paganos, escaparían a los alcances de nuestro entendimiento (1950, t. 2: 65).
Así se constituye, en términos generales, el concepto moderno de mito como
índice de los límites de la razón: según el grado de conciencia que se adquie
ra en torno a la diferencia entre, por un lado, la razón utilitaria, turbia, inhu
mana del capitalismo y, por el otro, la razón humana per se, el mito aparece
64 Francisco García Chicote
bien como mero índice de la necesidad de una nueva forma social, bien como
la forma social deseada. Para el primer caso, el mito sirve solo como prefigu
ración de una forma no alienada en la que idea y masa, mundo intelectual y
mundo sensorial, ser social y ser natural pueden articularse con armonía. Así
aparece en el “El más antiguo programa de sistema del idealismo alemán”,
escrito entre 1796 y 1797 posiblemente por Georg Wilehelm Friedrich Hegel,
Friedrich Schelling y Friedrich Hóderlin:
... tenemos que tener una nueva mitología. Esta mitología, sin embargo,
debe estar al servicio de las ideas, debe ser una mitología de la razón.
Antes de que las ideas se hagan estéticas, es decir, mitológicas, éstas
no tendrán ningún interés para el pueblo y, a la inversa, antes de que
mitología se haga racional, el filósofo deberá avergonzarse de ellas. Por
eso, el ilustrado y el que no lo es deberán darse la mano, y la mitología
deberá hacerse filosófica para que el pueblo se convierta en racional al
tiempo que la filosofía deberá ser mitológica para que los filósofos se
hagan sensibles. Entonces dominará la unidad eterna entre nosotros
(Anónimo, 1995: 119).
Puesta en análisis
Solo por medio de una limitación arbitraria puede definirse el mito como algo
que existe fuera de la conciencia, y por ello, cuando esto sucede, los frutos con
ceptuales son restringidos. Apenas surja una pretensión de validez universal, la
definición resultará falsa. En lo que respecta al estudio de las formas literarias, ya
se ha hecho referencia a la celebración irracionalista, de tinte inconscientemente
Mito / mítico 65
romántico, que Grimal hace del mito grecolatino. Ahora considérese brevemente
un gesto opuesto: la interpretación política del mito desarrollada por exponentes
del marxismo occidental durante las primeras décadas del siglo pasado.
En el contexto de luchas ideológicas entre, por un lado, aquello que even
tualmente se consolidó como barbarie fascista y, por el otro, los impulsos socia
listas, filósofos como Lukács, Emst Bloch, Siegfried Kracauery Walter Benjamín
desarrollaron un concepto negativo, opresor, inhumano de mito, contrapuesto
a otro positivo, auténticamente humano y liberador de cuento maravilloso. Ya
en sus escritos del período 1911-1916, Lukács sostenía que el cuento maravilloso
es “el mito secularizado”, pues configura un mundo armonioso sin la partici
pación de sujetos trascendentes, exclusivamente humano. Así, mientras que el
mito provee materiales al ambiente oscuro, asfixiante y necrófilo de la tragedia
clásica, el cuento maravillo se instituye como la determinación simple de géne
ros más humanos, no condicionados por el yugo de la categoría de necesidad y
celebrantes del mundo plebeyo, como el drama no trágico de Shakespeare, o la
narrativa cervantina (cfr. Lukács, 1975: 274; 2015: 130). Luego, ante la emer
gencia masiva de los movimientos fascistas en Europa Central, Bloch, Kracauer
y Benjamín desplegaron la contraposición entre un género y otro, agregando
que, mientras que el cuento maravilloso proponía a la vez una anticipación del
proyecto racionalista de la Ilustración y constituía un modelo de vida socialista,
el mito representaba una regresión a estructuras estamentales de opresión. De
acuerdo con estos autores, el cuento maravilloso rompería con la inflexibilidad
de la legalidad de lo natural-trascendental que impera en los mundos del mito
y de la tragedia; mientras que en estos una decisión de un ser superior es la que
justifica un ser-así contemporáneo de las cosas, en el cuento maravilloso todo es
mágicamente posible para el ser humano, que deshace y rehace a su parecer el
orden del universo. Por otro lado, mientras que en el mito el carácter suele ser
poderoso y su voluntad se realiza de manera violenta, en el cuento maravilloso
los personajes suelen ser débiles, y por ello deben emplear la astucia, que implica
un relacionarse no violento con el mundo. El mito sería la justificación ideológi
ca de la opresión. A propósito, se lee en un ensayo muy conocido de Benjamín
que el cuento maravilloso fue el primer consejero de la humanidad: “Cuando el
consejo era preciado, el cuento maravilloso lo conocía, y cuando el peligro era
máximo, su ayuda era la más cercana. Este era el peligro del mito” (1991:128).
Novela
Nicolás O lszevicki *
Puesta en análisis
L
72 Nicolás Olszevicki
Poema
J osé F raguas *
más diversas, ser plural, impersonal o cuestionar la identidad misma del yo.
Además, aunque en el poema cobren relevancia las vivencias y emociones
subjetivas, ese yo no está nunca del todo encerrado en sí mismo, siempre hay
otro u otros a los que se dirige y que constituyen también una intrincada ins
tancia multidimensional.
La espacialidad es otro elemento constitutivo de la lírica escrita y se ma
nifiesta en la página en blanco que rodea el poema, los saltos entre estrofas,
el fragmentarismo, las rupturas de la linealidad, el texto-dibujo, la experi
mentación tipográfica, etcétera. Estos aspectos visuales brindan movimien
to al poema y propician nuevos efectos de sentido sugiriendo, por ejemplo,
densidad, lentitud, equilibrio o disgregación. Tienen impacto además en la
recepción, a través de la lectura silenciosa o en voz alta. En ambos casos, el
poema exige que el lector repare en su disposición espacial y en su construc
ción formal, ritmo, sonidos, y silencios. Estos elementos cobran particular
relieve en prácticas como la perform ance poética, que suele consistir en la de
clamación pública de poemas apelando a recursos de diversos campos, como
las artes plásticas, el teatro, etcétera. Se trata de una manifestación del arte
contemporáneo que remite, sin embargo, a costumbres y ritos que se vinculan
al nacimiento mismo de la lírica.
Todas las culturas tienen su poesía, cuyo origen está asociado a danzas y
cantos colectivos que forman parte de rituales sagrados y festividades cíclicas.
Las relaciones entre esas formas líricas anónimas y comunitarias, y los poe
mas que se ajustan a otro tipo de convenciones y están firmados por un autor
determinado varían en cada sociedad y son muchas veces difíciles de recons
truir. Pueden identificarse, no obstante, formas de producción y transmisión
específicas, así como elementos que reflejan situaciones tanto de desarrollo
autónomo como de influencia recíproca. En la tradición oral del Noroeste ar
gentino, por ejemplo, se han detectado coplas que, aunque los que las cantan
no lo sepan, incluyen fragmentos del Martín Fierro. Se considera un caso de
interacción mutua, teniendo en cuenta que el poema de Hernández se nutre
de elementos de la cultura rural, anónima y popular, pero del ámbito geográ
fico y cultural pampeano.
Se han propuesto múltiples y diversos modos de subdividir el género lí
rico. Los griegos distinguían las composiciones monódicas y las corales. Es
tablecieron también subgéneros a partir del contenido y el tono de los poe
mas: himnos, epitalamios, ditirambos, etcétera. Desde la antigüedad se han
elaborado además antologías o colecciones de poesía que reúnen textos que
comparten una característica en común, como pertenecer a un mismo autor,
época, género, tema, estilo, movimiento literario, etcétera.
Uno de los aportes teóricos más consistentes que se han elaborado en el
siglo xx para abordar la especificidad del poema pertenece a un integrante
del formalismo ruso y miembro de la Sociedad para el Estudio de la Lengua
Poética (Opoiaz), Yuri Tinianov, quien publicó en 1924 El problem a del len
78 José Fraguas
Puesta en análisis
TRAGEDIA
S andra F erreyra *
M artín Rodríguez * *
Coraje, el verse obligada a optar por órdenes tan diversos como la materni
dad y el comercio. Para una mirada distanciada ni la maternidad resulta tan
natural como las convenciones sociales proponen, ni el comercio es tan ajeno
a la condición humana.
Frente a estas miradas sobre lo trágico se destaca la que aporta Nietzsche
en El nacimiento de la tragedia, libro en el que estudia el enfrentamiento en
tre la concepción trágica de la vida que se expresa en la tragedia griega y el
optimismo racionalista que encuentra en Sócrates su expresión filosófica y
en Eurípides su traducción teatral. La tragedia previa a Eurípides partía de la
conciencia de que la destrucción y el dolor son partes constitutivas de la na
turaleza, y lo trágico es la conciencia vital de esa destrucción devenida forma,
lo dionisíaco en tensión con lo apolíneo. Lo dionisíaco es lo instintivo, lo pul-
sional, el goce de la vida pero también la aceptación del carácter inexorable
y transitorio de la existencia humana, aceptación que se vuelve soportable
gracias a las moderaciones de Apolo que le dan forma. La descripción nietzs-
cheana de ambas divinidades se resume en una serie de aspectos: en el caso
de Apolo, la apariencia, la mesura y la espiritualización del instinto, en el de
Dioniso, el develamiento del engaño de la apariencia y de la potencia artística
de la naturaleza. La liberación instintiva sirve para acceder a lo que está más
allá de la apariencia y para que el individuo se reconcilie con la naturaleza y
con el dolor de sabernos perecederos.
El surgimiento de la estética racional impulsada por Eurípides implica una
disolución de la apropiación trágica del mundo. La agonía de la tragedia co
mienza con el racionalismo socrático de Eurípides, quien junto con Filemón y
Menandro deciden humanizar al héroe: el héroe mítico es reemplazado por
la realidad de la vida cotidiana y la casualidad que debía provocar un efecto
súbito e intenso en el espectador es reemplazada por una estricta causalidad
puesta al servicio de la comprensión: “todo tiene que ser comprensible, para
que todo pueda ser comprendido”, “todo tiene que ser consciente para ser
bueno”. Se introducen entonces el prólogo y la disputa dialéctica entre actores
dotados de iguales derechos, a partir de palabras y argumentos que redundan
en una ética y una dialéctica optimistas. En esta estética es posible rastrear
los inicios del racionalismo y optimismo de las vertientes más idealistas del
drama moderno, que se contraponen a una concepción trágica y materialista,
que lejos de querer obviar el carácter transitorio de la existencia lo incorpo
ra como un elemento constitutivo. Frente a buena parte del drama moderno
(aun ciertas variantes del absurdo) que opera a partir de los principios idea
listas (racionalistas y en última instancia optimistas) de la identidad, la tota
lidad y la causalidad, existe un teatro trágico que opera desde los principios
materialistas de la negatividad, la fragmentariedad y la discontinuidad, y que
es capaz de dar forma a lo caótico y lo transitorio sin anular su fuerza vital.
t r a g e d ia 87
Puesta en análisis
Procedimientos
respecto, en una de sus Clases... Josefina Ludmer señala que “en las traduc
ciones alemanas o inglesas [...] la traducción es [a su vez pasada al español]
‘El arte como técnica’”, y seguidamente observa: “esto es muy importante por
que para ellos [alemanes e ingleses] ‘artificio’ y ‘técnica’ son prácticamente
sinónimos” (2015: 168). Por otra parte, los siguientes ejemplos muestran la
.variedad de traducciones al español: “El arte como procedimiento” (Shklovski,
1970 [1917) en la traducción de Agustín García Tirado; “El arte como artificio”
(Shklovski, 1997 [1917]) en la traducción de Ana María Nethol (destacado
nuestro en cursiva); en El form alism o ruso de Beatriz Sarlo (1971) y en His
toria de la crítica literaria de David Viñas Piquer (2002) se habla indistinta
mente de artificio y procedimiento; en la traducción de Teorías de la literatura
del siglo xx de Fokkema e Ibsch (1992) se hace referencia a mecanismos; en
Para una teoría de la literatura de Juan Carlos Rodríguez (2015), a técn ica /
procedimiento / artificio / medios.
¿Por qué interesa aquí este breve despliegue de un posible campo semán
tico en relación con las traducciones? Por un lado, porque en ellas se define
de manera particular el concepto al expresarlo en una palabra de otra lengua,
con un significado supuestamente equivalente al de la lengua original y, por
otro lado, porque consideradas en sus distintas posibilidades las traducciones
evidencian, más que un problema de fidelidad a un significado, el problema
de la conceptualización de la categoría. Es decir, si bien las palabras que lista
mos antes podrían ser sinónimos en español (digamos, considerada la lengua
española como objeto abstracto), no todas son conceptualmente equivalentes
entre sí en relación con la hipótesis de Shklovski; dicho de otro modo: pues
tas en el sistema de ideas del artículo, no todas las traducciones se vuelven
igualmente aptas. Entonces, ¿qué término la expresaría mejor, como título,
en nuestra lengua?
Para acercarse a una respuesta no es un dato menor considerar que Tzvetan
Todorov lo haya traducido al francés como “L’art en tant que procédure”, en
español “El arte como procedimiento” en su compilación de 1965 Théorie de
la literátüure. Textes des form alistes russes. Revisemos esto. Además de su fun
ción constructiva, los procedimientos se asocian en los planteos de Shklovski
a una finalidad propia de los objetos estéticos; en efecto, el teórico ruso con
cibe estos últimos como objetos que, a través del extrañamiento que producen
sus características lingüísticas (es decir, su forma), desautomatizan la percep
ción del receptor/lector. Shklovski advierte que la automatización devora las
cosas del mundo y las vuelve invisibles, y que el arte permite, en cambio, (volver
a) percibirlas, individualizarlas. La finalidad del arte, afirma Shklovski, es dar
una sensación de objeto como visión y no como reconocimiento; en relación
con esto señala dos procedimientos generales: el de la singularización de los
objetos y el que consiste en oscurecer la forma lingüística y aumentar así la di
ficultad y la duración de la percepción. Teniendo en cuenta esto, procedimiento
94 Martina López Casanova
directamente, sin atender a la manera en la que está dicho: “Leer de ese modo
[sin atender a la forma en que se dice] supone dejar de lado el aspecto ‘litera
rio’ de la obra [...] cuando definimos una obra como ‘literaria’ nos referimos
a que lo que se dice debe interpretarse en función de cómo se dice” (14-15).
P u esta en an álisis
lecíor respecto del mundo (la guerra, el exterminio, la muerte del padre) como
del funcionamiento de la memoria.
Figuras retóricas
NOELIA V lT A Ll*
Dentro del grupo de los recursos que ponen enjuego la relación entre so
nido y sentido, podemos mencionar como ejemplo la aliteración (repetición
sistemática de un mismo fonema en un mismo enunciado con una función ge
neralmente evocativa). Lo hallamos ejemplificado los siguientes versos: “En
el silencio solo se escuchaba un susurro de abejas que sonaba” (Garcilaso de
la Vega, “Égloga III”). En este caso, el procedimiento fónico refuerza onoma-
topéyicamente el sentido de lo enunciado en los versos, ya que la reiteración
de las sibilantes emula el zumbido de las abejas. Otra de las figuras que Todo
rov incluye en esta subclase es la anáfora (repetición de una misma palabra al
comienzo de los versos): “Todo estaba vacío, muerto y mudo, / caído, aban
donado y decaído, / todo era inalienablemente ajeno, / todo era de los otros
y de nadie, / hasta que tu belleza y tu pobreza/ llenaron el otoño de regalos”
(Pablo Neruda, “Soneto XXV”, destacados nuestros). Según el crítico, lo que
se produce con este mecanismo es un efecto de sentido (que debe determi
narse en cada contexto) asociado con la utilización de iguales combinaciones
de sonidos actualizadas en enunciados diferentes.
Entre las figuras de tipo sintáctico, la más destacada es el hipérbaton (alte
ración del orden lógico de los elementos de la frase): “De gorja son y rapidez
los tiempos” (José Martí, “Amor de ciudad grande”, destacados nuestros).
Vemos en el ejemplo que el verbo está intercalado en el predicativo y ante
puesto, a su vez, al sujeto; en un texto ordenado sintácticamente de modo
habitual debiera decir “los tiempos son de gorja y rapidez”). Esto produce un
efecto de caos y desconcierto. Sirve también como recurso para destacar los
elementos dislocados.
El conjunto más numeroso de recursos está compuesto por aquellos que
operan en el plano semántico. Entre ellos se encuentran los denominados
tropos. Los tres más importantes son metáfora, metonimia y sinécdoque. Es
tos, como dijimos anteriormente, constituyen desde la Antigüedad una clase
especial dentro del repertorio de figuras.
La m etáfora es quizás la figura que ha recibido mayor atención a lo largo
de la historia. En su sentido original -tal como era concebida en la tradición
grecolatina-, la metáfora implica la traslación del sentido de un término a
otro con el que, en principio, guarda alguna relación. Quintiliano la conce
bía como una comparación abreviada. Es decir, que la vinculación implícita
que se establece entre los términos involucrados es una relación analógica.
En la siguiente expresión: “y cediendo al retrato del contrario/ de la vida...”
(Sor Juana Inés de la Cruz, Primero sueño), la sustitución del vocablo aludi
do (“sueño”) por el término imaginario (“retrato del contrario de la vida” -es
decir, la muerte, de la que el sueño es solo una imitación-) es plena. En otros
casos, ambos miembros de la comparación están presentes: “El tam boril de la
luna/ cuelga su copla en el aire” (Atahualpa Yupanqui, “Romance de la luna
tucumana”, destacados nuestros).
102 Noelia Vitali
Por lo tanto, es posible afirmar que las figuras retóricas no son un mero
adorno discursivo. Representan no solo una forma de conocimiento, sino tam
bién una manera de reconstruir el mundo a través del discurso.
Puesta en análisis
mientos provistos por la tradición, pero les da un uso intensificado que termina
por lograr una opacidad inusitada en el lenguaje. Veremos, entonces, cómo
las figuras se encuentran al servicio de estos postulados estéticos.
El soneto que presentamos aquí desarrolla el tema del desengaño amoro
so, vinculado en el poema con la idea barroca del engaño de los sentidos. El
asunto se plantea a partir de un procedimiento metonímico, al identificar la
atracción amorosa con la tentación ejercida por la “dulce boca” de la amada,
que a lo largo de la composición será asociada metafóricamente con una serie
de elementos atrayentes y a la vez amenazantes.
La estructura del poema es de carácter binario: a lo largo de sus catorce
versos va trazando una alternancia entre engaño y desengaño en la que los
lectores también somos subsumidos. Los dos cuartetos conforman una única
oración. El primero, que gracias a un hipérbaton violento constituye el obje
to directo de la exhortación “amantes no toquéis”, expone las virtudes de la
tentadora boca mediante una serie de procedimientos de realce (anteposición
del adjetivo: “dulce boca”; hipérbole metafórica: “humor entre perlas distila-
do” y alusión mitológica al elixir que distribuía Ganimedes entre los dioses).
Tras la amonestación con la que comienza el segundo cuarteto, se rompe
la isotopía laudatoria y se abre la coordenada del desengaño. El elixir se trans
forma, entonces, en “veneno” que Amor (personificado) usa como arma letal,
escondido tras las bellas apariencias (expresadas mediante la cita velada del
adagio virgiliano “latet angiiis in herba”). A la alusión mitológica en el eje del
engaño presente en el último verso del primer cuarteto, le corresponde esta
nueva alusión clásica en el polo del desengaño.
Los dos tercetos (también unidos sintácticamente) distribuyen otra vez la
materia de un modo dual: en el primero, aparece descripta la majestuosidad
aparente a través de la asociación metafórica entre labios y rosas, por un lado,
y mediante la utilización de un lenguaje suntuoso y colorista típico del gongo-
rismo, por el otro. La mención mitológica de la Aurora se corresponde en este
caso con la referencia a Tántalo. Las aparentes “rosas” de la Aurora, son en
realidad, manzanas que tientan y huyen, creando para el amante un infierno
de deseo insatisfecho del que solo queda, finalmente, el veneno.
Es digno de ser destacado el modo en que Góngora reelabora las metá
foras petrarquistas asociadas a la belleza femenina (lo rosado de los labios
insertos en la blancura de los rostros de las amadas) que formaban parte de
un código ya desgastado al momento en que este poema fue escrito. El poe
ta logra por medio de sus novedosas combinaciones dar un aspecto nuevo
a estos elementos.
Observamos, entonces, cómo este poema pone los procedimientos des
plegados al servicio de una estética particular y los transforma en vehículos
expresivos de una cosmovisión. Las figuras, entonces, no son en este soneto
meros adornos, sino principios activos con los que Góngora construye su
poética.
Figuras retóricas 105
Universidad de Extremadura.
108 Eloy Martos Núñez
Puesta en análisis
En este tópico citado del locus amoenus concurren motivos que se asocian
por contigüidad o similitud. De hecho, Vladimir Propp se dio cuenta de que
todas las funciones (i. e., motivos obligados) de su modelo no eran iguales. En
efecto, la partida es una acción funcional -es decir, una invariante- que se
Motivo y tópico 109
Es menos importante que sea una pelota, una bola de oro -com o en la versión
de Grimm- que el hecho de que la deuda genere un compromiso. Las actua
ciones de la rana y de la princesa generan dos grupos de motivos o temas: el
tema del animal-novio, con los rasgos inconfundibles de monstruosidad, y el
tema de la princesa en situación de tomar marido. Ahora bien, establecida esta
dinámica de temas que se confrontan, parece claro que esta confrontación se
debe a que una o varias imágenes revisten un significado que trasciende las
asociaciones inmediatas de la experiencia y ia memoria.
El contacto de la rana con la princesa se nos muestra, pues, como un ele
mento simbólico, que no se agota en su significado literal. Un psicoanalista
como Bruno Bettelheim resaltará que el motivo del animal-novio tiene un
profundo simbolismo del miedo o la repugnancia hacia las relaciones sexua
les. Como indica también Frenzel, una imagen pasa a ser símbolo cuando se
transforma en el “punto de cristalización” de las intenciones de un texto. En
el caso de “El rey rana” hay un contenido mítico profundo, que nos habla de
hechizos y encantamientos, pero también hay un contenido histórico relativo
a la elección de pretendientes.
En este sentido, la acción de la historia se encamina a dar una lección a la
princesa inmadura, haciendo que cumpla sus promesas, que venza sus temo
res y que no se fíe de las apariencias. Por tanto, el motivo de la cohabitación
con el monstruo es claramente una imagen alegórica que encierra la inten
ción fundamental del texto: transformar la situación previa de inmadurez de
la princesa y de hechizamiento del príncipe. Es, pues, un motivo emblemá
tico. En el símbolo hay siempre una aglutinación de ideas y sentimientos: el
contacto rana-princesa es una analogía del vínculo matrimonial, es decir, de
la relación entre opuestos, y a la vez despierta temores, asco, agresividad. En
suma, varios Scripts o temas unidos formarían un tipo narrativo (Thompson,
1972), que resultaría ser una composición más compleja, que es justamente el
paso del relato folklórico al literario. De este modo, vemos cómo en la teoría
y en la praxis convergen las dos perspectivas centrales en el estudio de estas
categorías: el análisis del folklore y la perspectiva comparatista en los estu
dios de literatura.
Narrador
Isabel Vassallo *
tampoco identifícable en todos los casos con la voz narrativa, que bien puede
no ser coincidente con aquel y con el que esta puede entrar en divergencia
a nivel valorativo/ideológico) es el indicador de cuáles son las evaluaciones
que se ponen en escena, qué mirada acerca del mundo -en relación con una
problemática puntual- se privilegia. Así, en “Diles que no me maten” de Rul-
fo, nunca se tilda de asesino a Juvencio Nava: este es el marginado que huye
de la justicia porque para defender su fuente de subsistencia mató, en su ju
ventud, a otro hombre. El único que lo ve como asesino es el personaje que lo
sentencia a muerte, coronel, hijo de aquel muerto en el pasado, a quien solo
escuchamos, observándolo desde una perspectiva externa; con un “grado de
proximidad”, diría Valentín Voloshinov, donde domina la distancia. Los rasgos
formales (los subjetivemas y modalidades empleadas, la persona gramatical
asumida, las elipsis, los subgéneros utilizados, etcétera) se cargan de signifi
cación ideológica. Evalúan.
Puesto que las preguntas que parecen alentar en el proyecto discursivo teó
rico de Bajtín son: ¿qué relación tiene mi discurso con el discurso del otro?;
¿qué hay de ajeno y de mío en los discursos que profiero?, lo que se enfatiza
en el tratamiento del problema de la enunciación narrativa según este autor
es la cuestión del diálogo como constante en la creación estético/ideológica.
Y así, la obra artística, manifestación objetiva del diálogo activo entre subje
tividades inscriptas en un contexto social e histórico, aparece atravesada a su
vez por diálogos diversos: el autor creador no solo es la fuente enunciativa
básica que da lugar a la enunciación de la voz narrativa, sino que, adoptando
una dimensión activa, dialoga con ella, con el lector -inscripto en el mundo
ficcional- y con sus héroes; como también lo hace la voz narrativa.
Si tuviésemos que plantear en términos de Paul Ricoeur (que pone en es
cena y debate, a la vez, la postura de Wilhem Dilthey) la diferencia entre estas
dos posturas: la taxonómica del estructuralismo y la estética/evaluativa de
Bajtín y sus discípulos, esta parece radicar en que la primera se vincula con
la explicación: muestra un funcionamiento; mientras que la segunda va más
allá: se vincula con la comprensión; esto es, interpreta los términos de dicho
funcionamiento.
Nos parece interesante hacer alusión a una tercera mirada sobre el proble
ma del narrador que, lejos de contradecir las que hemos apuntado, se ubica
directamente en otra perspectiva, eminentemente sociocultural y antropológi
ca. Nos referimos al ensayo de Walter Benjamín titulado “El narrador” (1936).
Aquí, Benjamín presenta en principio al narrador como la figura concreta del
sujeto que cuenta historias, la vida: la propia, la de los otros. Esta figura es
la que subyace en el relato escrito y resuena en él, con sus reminiscencias de
oralidad y ligada a la “facultad” inalienable de “intercambiar experiencias” y
de transmitir un consejo. Esta “forma [...] artesanal de la comunicación”, en
la que el sentido de pertenencia comunitaria es fundamental, aparece como
absolutamente desvinculada del proceso de la narración novelesca, que im
118 Isabel Vassallo
Puesta en análisis
En “Las actas del juicio” de Ricardo Piglia (en La invasión, 1967, reeditado
en Nombre falso, 1975, y en Prisión perpetua, 1988) nos encontramos con el
relato de la declaración que, en fecha y lugar precisos, un hombre que ha pe
leado al mando de Justo José de Urquiza presta frente un jurado, explicando
la razón por la cual, de común acuerdo con sus compañeros, ha terminado
con la vida de su jefe, su caudillo. Dos voces en primera persona articulan el
relato. Una, destacada con una tipografía diferente del resto, hace una inter
vención muy breve en el inicio: es la del secretario de actas que tomará nota
de la declaración. La otra, en cambio, ocupa la totalidad del texto; es la voz
del acusado Robustiano Vega, hombre de Urquiza, hombre del llano, que se
dirige al jurado: un “ustedes” al que informa, increpa y pretende persuadir
de lo que enuncia prácticamente al comienzo: “Lo que ustedes no saben es
que ya estaba muerto desde antes”. Vega responde a unas preguntas que se
encuentran elididas en el texto pero que el lector puede suponer o reponer a
partir de la respuesta de Robustiano. Hasta aquí, lo que hemos hecho, como
es visible, es describir -desde el estructuralismo, diríamos- qué voces narra
tivas aparecen, cómo se articulan y cómo se construye un tú interno al mundo
representado. Agreguemos que, a lo largo del relato, Robustiano construye a
Urquiza, “el General”, como lo llama invariablemente, primero como el héroe,
luego en su decadencia, que es la que lo conduce a él -por decisión colectiva-
a asesinar a su líder. Resulta de particular interés el hecho de que un autor
organizador -e l autor creador de Bajtín-, que no tiene voz más que para dar
título al relato, ponga en el centro de la atención la voz de Vega, que da su
versión de la historia. Esta plantea variantes con respecto a otras, conocidas
y más o menos consagradas. Acto fuertemente valorativo: al relatar, Vega lee
al líder y lo evalúa; y propone su visión de este capítulo de nuestra historia,
Narrador 119
Parodia
Diego Di Vincenzo *
Puesta en análisis
Cuando Bajtín (1974) estudia la novela como género desde una perspectiva
histórica, la postula como un producto típicamente moderno en el cual con
curren infinidad de voces provenientes de la sociedad. Sostiene que la novela
teje una imagen del lenguaje ajeno que dialoga con otros lenguajes, a veces
estableciendo tensiones; otras veces, imitaciones o destrucción. La parodia es
una de las formas de funcionamiento de esta representación. No se trataría,
entonces, de un género autónomo, sino de una fuerza discursiva que, en el
transcurso de la historia, hace posible el advenimiento de la novela. Esta no
ción de novela se relaciona con el mundo carnavalesco, es decir, la inversión
de los valores hegemónicos y de toda jerarquía, mundo cargado de voces dis
pares, contradictorias, diversas... que dialogan. Este carácter (en otros trabajos
identificado por Bajtín como polifónico [VER “Polifonía”, p. 135]) lo encuen
tra en algunos géneros de la Antigüedad como el diálogo socrático o la sátira
menipea, pero también en autores como Rabelais o Cervantes.
Un procedimiento típico de carnavalización es la representación de los per
sonajes por inversión, a la que alude también Vladimir Propp en su Morfología
del cuento. La inversión modifica el orden jerárquico y lo sustituye por otro, lo
que puede provocar un cambio (elevación o rebajamiento) en la situación de
un personaje (por ejemplo, la sirvienta que se convierte en reina). En el libro
sobre Dostoievski, Bajtín coloca a Cervantes en la línea dialógica de la literatura
europea. Señala que escribió una de las más grandes y, al mismo tiempo, más
carnavalescas novelas de la literatura mundial. Lo considera como un punto
fundamental dentro de la historia de la risa, en la tradición del bajo estrato
corporal; su dialogismo, al igual que el del autor francés, descansa central
mente en la interacción que establece con la cultura popular, en la mascarada
y en la mistificación. En la línea de una concepción de la Modernidad como
progresiva secularización que derriba los grandes estandartes del mundo oc
cidental, y que encuentra en el Barroco o en la novela como forma histórica
Parodia 125
Personaje
Universidad de Cádiz.
128 María Isabel Morales Sánchez
Para realizar el diseño del personaje, el autor puede elegir entre dos tipos
esenciales de presentación, siguiendo lo que se denomina una retórica (una
táctica, una forma de construcción) realista o imaginativa. En la primera, el
personaje aparece construido de acuerdo con las pautas existentes en la rea
lidad, resultando muy verosímil con relación a nuestro modelo de mundo:
han sido interpretados así el rey Lear, Sancho Panza o Hans Castorp (el pro
tagonista de La montaña m ágica). En el segundo caso, la retórica imaginativa
es aquella que determina la construcción de personajes míticos, fantásticos e
inverosímiles con relación a nuestro modelo de mundo: hadas, duendes, los
personajes de Kafka, de Tolkien... etcétera.
Asimismo, según su complejidad, podremos hablar de personajes re
dondos o planos, clasificación que debemos inicialmente a Eduard Morgan
Forster y que retomará posteriormente Tzvetan Todorov, autor este último
que caracterizará asimismo a los personajes redondos como dinámicos (Du-
crot y Todorov, 1972). Los personajes redondos son los que presentan ma
yor complejidad y diversidad en su caracterización, pues a través de ellos se
indaga en el mundo interior, en el conflicto, en la incertidumbre. Por ello,
es usual que se utilicen recursos como el sueño, la aparición, la locura, así
como técnicas tales como el monólogo interior (el personaje, dominado por
conflictos internos, mantiene una disputa consigo mismo) o corriente de
conciencia (fluir de la conciencia, orden mental), técnica desarrollada por
autores como James Joyce, Virginia Woolf o Wiliam Faulkner, que marca un
antes y un después en la novela contemporánea. Por su parte, los personajes
planos, también llamados personajes tipo o clichés, son traídos al texto por
medio de fórmulas o ideas sintéticas que representan algún rasgo definidor
de su carácter: el bondadoso, el gracioso, el bufón, el avaro.... etcétera, y
que pueden presentarse bajo un nombre común y no propio: el rey, las da
mas, los cortesanos.
La información sobre el personaje. En general, los rasgos del personaje que
llegan al lector pueden tener diversa procedencia:
1) de su participación en la acción en su condición de agente, es decir,
de la función que desempeña respecto a la trama: principal, secundario/
fijos, móviles;
4) de lo que dicen otros agentes, como por ejemplo los distintos tipos de
narrador heterodiegético, omnisciente o testigo, que pueden diseminar
los rasgos a lo largo del relato. Distintas combinaciones de los anteriores.
Puesta en análisis
Polifonía
E duardo M u slip *
tiva y las de los personajes, a veces aprovechando las marcas gráficas que
reafirman la separación, y a veces no; en algunos casos, se establece una
continuidad entre la voz narrativa y la de los personajes, como con el estilo
indirecto libre, en que la voz del narrador y la del personaje se identifican.
Las relaciones de referencia entre textos literarios, el modo en que un texto
literario retoma otro u otros, se suele agrupar con el término Íntertextualidad.
La diversidad de voces se puede clasificar de diverso modo. Gérard Genette
(1982) hizo un análisis exhaustivo, y procuró asignar un término para cada
fenómeno; más allá de que no todos los términos de Genette se incorporaron
al discurso crítico, crea un panorama amplio y esclarecedor de los modos en
que un texto literario retoma otro. Puede haber una cita directa de otro texto
o una apropiación de recursos de estilo; pueden tomarse aspectos de estruc
tura, puede haber referencias temáticas a otro texto literario, desde elemen
tos sueltos a una trama argumental completa. En esa apropiación, el sentido
puede ser de burla, homenaje, de simple uso. La noción de parodia [VER, p.
121] explica algunas de esas relaciones.
La consideración de los géneros literarios dentro de la categoría más amplia
de géneros discursivos [VER, p. 21] permite observar los aspectos polifónicos:
la literatura toma, incorpora y transforma otros géneros, que deben compren
derse en el marco del nuevo contexto discursivo. Las relaciones que establece
Bajtín (1979) entre géneros primarios y secundarios permiten abordar otras
cuestiones vinculadas con la polifonía. Las instancias de comunicación más
simples, generalmente orales, se incorporan de un modo no mecánico dentro
del texto literario, secundario; de hecho, Bajtín menciona la importancia que
tienen los llamados géneros de la intimidad para explicar los fenómenos de
cambio en la literatura. Más allá de que la polifonía parecería una condición
inherente a la literatura, habría géneros más polifónicos que otros (la poesía
[VER “Poema”, p. 75] sería el género más monológico; la novela [VER, p. 67]
sería el género polifónico por excelencia).
La dimensión dialógica de los enunciados es otro elemento que define la
polifonía de los textos literarios. El texto literario, como cualquier enunciado,
entra en una cadena discursiva: remite a textos anteriores y supone también
un destinatario implícito. En ese nivel, se distinguiría en sentido general una
voz propia de una voz otra, la del lector inscripto en el propio enunciado. En
el caso de la literatura, los lectores empíricos efectúan diversas lecturas en la
que se reconocen o distancian de diversas maneras de esa construcción de
destinatario, y a su vez establecen otro eslabón de la cadena discursiva.
Las diversas ramas de la sociolingüística aportan elementos para obser
var lo que hay de social en cualquier forma de uso individual de la lengua:
las mezclas de lenguas, las variantes dialectales, de registro, de franja etaria,
socioculturales, ideológicas, marcan la presencia de diversas voces sociales
dentro del texto; hacen ver que a través del autor se hacen presentes diver
sas voces que muestran la variación de la lengua dentro de la comunidad. Es
138 Eduardo Muslip
interesante tener en cuenta este fenómeno frente a cierta lengua estándar li
teraria a la que algunos textos parecen acercarse, y que procuran borrar las
marcas de esa diversidad.
Es relevante percibir la polifonía inherente al discurso literario, los modos
en que se restringe y los momentos de la producción cultural en que se busca
darle una voz a sujetos o grupos sociales que escasamente tuvieron represen
tación literaria. Así, los estudios de literatura popular (Bajtín) perciben la
tensión entre la mera reproducción de la ideología dominante y las formas
de incorporar voces de los sujetos populares; en el terreno de los estudios
culturales se discutió la idea de canon, la instalación en el sentido común de
una lista acotada de clásicos [VER “Canon”, p. 173], que supuestamente eran
expresión de una condición humana ahistórica, cuando lo que incorporaba
ese canon normalmente se restringía a literatura producida por hombres, por
blancos, en los países imperiales de Occidente, en las lenguas de esos países.
Así, se revisó el canon procurando incorporar voces de otros grupos: otras et-
nias, otras clases sociales, otros lugares de sexo-género, otras naciones, otras
lenguas. Se revisaron las formas en que esas voces aparecen o se silencian en
los textos canónicos, y se revisó el canon mismo. Los estudios poscoloniales
(Bhaba, Spivak) ponen el énfasis en las exclusiones discursivas generadas por
la herencia colonial en los países periféricos y el modo en que las voces de los
sujetos subalternos pueden ser representadas, discutiendo incluso la posibili
dad misma de representación (uno de los textos de Spivak fundantes de esta
línea se titula “¿Puede hablar el subalterno?”). Los estudios de sexo-género
(la tradición feminista en sus distintas corrientes, la teoría queer, etcétera)
observan que las voces de las mujeres aparecen normalmente silenciadas en
textos en que se pretende hacer pasar por la voz del ser hum ano, de lo general,
lo que suele ser una voz masculina y heterosexual, dejando para las mujeres o
sujetos que se reconocen en otros lugares de sexo-género el lugar de lo parti
cular. La biopolítica (desde Foucault hasta los desarrollos de los últimos años)
también revisa las formas en que los dispositivos ideológicos les otorgan dere
cho a la voz e incluso reconocimiento de existencia a los seres que no entran
en los parámetros hegemónicos de lo legítimo, de lo aceptable, hasta de lo
vivo. En todos estos abordajes se pone en crisis la noción de identidades fijas
(de género, nacionales, raciales, de clase, lingüísticas, etcétera), con lo que
se hace posible la construcción de lugares de sujeto más complejos; en todos
estos casos, la polifonía de la literatura sería mayor en cuanto aparezcan las
voces no hegemónicas.
Puesta en análisis
Puesta en análisis
abordados desde las Ciencias del Lenguaje y las Ciencias Sociales, lo que im
plica recalar en distintas conceptualizaciones de contexto.
Las corrientes teóricas de las primeras pueden dividirse en dos grandes
perspectivas. En primer lugar, las inmanentistas, que consideran que sus obje
tos de estudio deben analizarse de manera interna y autónoma; y las relacio-
nistas, que los consideran en la interacción con el exterior. Para las corrientes
inmanentistas el contexto es el entorno lingüístico de la propia pieza, es decir,
lo que precede y continúa en ese enunciado específico (Saussure, Barrenechea,
Kovacci). Y se refieren a “la situación de discurso” (Ducrot/Todorov) para dar
cuenta del conjunto de circunstancias en las que se desarrolla un determinado
acto de enunciación (entorno físico y social, identidad de los interlocutores,
preconceptos, acontecimientos previos, etcétera). En segundo lugar, muchos
lingüistas basan la noción de contexto en la relación con el problema del sen
tido de cualquier tipo de actividad comunicativa. Leonard Bloomfield (1933),
por ejemplo, considera que el sentido está constituido por el entorno físico de
una emisión lingüística.
Para fundar un sistema propio de estudio de los textos literarios, los for
malistas rusos toman de la lingüística, específicamente de Saussure, la con
cepción inmanentista y postulan técnicas de análisis de los textos literarios
basadas en el estudio del material verbal y de las relaciones en el interior de
un sistema determinado. De esta forma, en principio, el estudio de una obra
literaria no se observa en relación con el mundo exterior ni con la vida del
autor ni con las condiciones históricas o sociológicas en las que un texto se
produjo. En “El arte como artificio” (2005 [1917]), Víktor Shklovski sostiene
que: “La finalidad del arte es dar una sensación de objeto como visión y no
como reconocimiento; los procedimientos del arte son el de la singularización
de los objetos, y el que consiste en oscurecer la forma, en aumentar la difi
cultad y la duración de la percepción” (60). Las formas artísticas se explican
por su necesidad estética y no por una motivación exterior tomada de la vida
práctica. Así, la idea de autonomía se aplica a la forma literaria y, por ende,
el estudio literario se autonomiza, dado que tiene un objeto específico y par
ticular. No obstante, en las afirmaciones de Shklovski están considerados al
gunos elementos del contexto: en efecto, el lector aparece en la referencia a la
“percepción”, a la que el arte desautomatiza, según el autor y acorde con los
principios de la vanguardia de comienzos del siglo xx.
La teoría de los formalistas rusos es fundacional y tomada como base para
el desarrollo de otras corrientes posteriores, tales como el estructuralismo y el
postestructuralismo. Sin embargo, la idea del texto literario como autónomo
es revisada en una segunda fase del formalismo. Sin renunciar al principio
de especificidad de lo literario, Iuri Tinianov considera la relación de la lite
ratura con lo extraliterario. La corriente formalista comienza a pensar como
un sistema no solo la obra literaria, sino también el conjunto de obras y las
relaciones que estas entablan entre sí. En este sentido, una época literaria
Contexto/s 153
Puesta en análisis
lo otro que sólo nosotros conocemos [...] Por favor, hazlo [...] y tienes que
meter también el ahora” (274). Desde este último capítulo es posible releer
el 14: “Evan Shipman en la Closerie des Liles” -en el que los personajes He
mingway y Shipman cuestionan la escritura de Dostoievski- y las reflexiones
del 15: “Nunca he visto nada escrito sobre Evan Shipman y esta parte de Pa
rís, ni sobre sus poemas inéditos, y es por ello que me parece tan importante
incluirlo en este libro” (133).
Así, la novela replantea el lugar de los escritores de la París vanguardista,
reasigna valor y resignifica la historia literaria oficial: el Hemingway narrador
detenta ahora el poder que el joven Hemingway personaje concedía y disputaba
frente a las sanciones y reglas del gusto, de Gertrude Stein. En efecto, Stein era
una especie de alma m ater por su posición económica privilegiada y por sus
relaciones con críticos y editores (cfr. capítulo 2 “Miss Stein da enseñanzas” y
capítulo 7 “Une génération perdue”, denominación que Stein impone al grupo
de los jóvenes escritores que habían participado en las guerras).
París era una fiesta puede leerse como una intervención del viejo Hemin
gway sobre el pasado (joven) de la vanguardia para redistribuir valor y para
legar una relectura de la propia trayectoria, grupal e individual. Portavoz del
grupo, el que sobrevive acomete la empresa y parece querer contraponerse
al Hemingway consagrado del Premio Nobel y del Pulitzer, y discutido entre
los escritores que lo siguen. Sin embargo, ese lugar consagrado le otorga el
capital simbólico para realizar tal intervención.
Esta lectura contextual se vuelve particularmente pertinente sobre todo si
tenemos en cuenta el arco de su imagen de escritor de modelo a antim odelo,
registrado en la recepción que (desde diversas perspectivas y a través de dis
tintas intervenciones en diferentes contextos) puede leerse, por ejemplo, en
la novela Adiós, Hemingway del cubano Leonardo Padura (2001, 2006) y en
el dossier dedicado al norteamericano en el número 15 de la revista argen
tina Crisis, 1974. En el primer caso, el viejo escritor se cifra como personaje-
enigma del policial; desde allí Padura revisa su propia relación con la tradi
ción del género del que Hemingway es principal referente, lo ficcionaliza y lo
recupera. Además, la investigación sobre el escritor, ya muerto en el presente
eje del relato, y las reflexiones del protagonista (el detective Mario Conde)
permiten contraponer en la lógica del policial los contextos políticos de Cuba
correspondientes al pasado de los años finales de Hemingway en la isla (que
se reconstruyen en la narración y que coinciden con los primeros años de la
Revolución cubana) y al presente enunciativo que corresponde al momento
de la escritura de la novela de Padura. En el segundo caso, Crisis elige a He
mingway para intervenir, a través de la revisión del perfil del escritor y de sus
“influencias” en autores locales, en el cruce de la izquierda (la nueva y la vieja)
que discute el tema del peronismo y del programa intelectual de un grupo de
escritores y críticos (Piglia, Viñas, Walsh, entre otros) que replantean modos
de leer y modos de escribir en relación con la práctica política revolucionaria:
158 Martina López Casanova e Inés Kreplak
Hemingway será a la vez modelo y antimodelo para aquel campo literario local
de los años setenta superpuesto al campo político (cfr. López Casanova, 2015).
Por último, observemos la intervención que supone la recepción de la novela
y del autor en la película Medianoche en París (2011). En efecto, Woody Alien
retoma París... de Ernest Hemingway de una manera libre para establecer su
propia intervención en el campo cultural desde las industrias culturales [VER,
p. 187]. Gil Bender, el protagonista, es un joven guionista de Hollywood -al-
ter ego del personaje que suele encarnar Alien en sus películas- que sueña con
convertirse en escritor y vivir en París. La imagen idílica que el guionista tiene
de los años veinte y de la generación perdida lo lleva a trasladarse mágicamente
hacia ese entorno durante las noches. El encuentro con sus ídolos y la distancia
(mediación) estimulan la creación de su propia ficción durante el día. Gracias
a Hemingway, Gil logra conversar y pasar tiempo con Scott y Zelda Fitzgerald,
Gertrude Stein, Colé Porter, Pablo Picasso, Luis Buñuel, Man Ray y Dalí, entre
otros. Al igual que Hemingway en París... y Alien en su serie de películas euro
peas, Gil busca en un lugar lejano y en un momento pasado el lugar de su inspi
ración para el arte. Hemingway es la figura que Woody Alien ubica como nexo
entre la tradición literaria norteamericana y la europea, entre el siglo xx y el
xxi, entre la vanguardia y la masividad, entre la literatura y el cine. A través de
recursos como la intertextualidad [VER “Polifonía”, p. 135, p. 121] y la parodia
[VER], Alien realiza un múltiple movimiento: mientras homenajea a los artistas
e intelectuales que admira, reflexiona sobre la escritura y sobre la producción
cultural masiva hollywoodense y se coloca, junto con Hemingway, entremedio
de esos mundos. En este sentido, Alien plantea también una discusión acerca del
rol del escritor de la industria en contraposición con el intelectual de vanguar
dia y traslada sus propios pensamientos a las voces de sus personajes, a la vez
que, como también hace Hemingway, explícita en la ficción su teoría estética.
Sin olvidarse de su público, a quien conoce y con quien se congracia mostran
do imágenes eclécticas y bellas (de Montmartre hasta Dior), en la madurez de
su carrera, Woody Alien retorna hacia el pasado para seleccionar parte de la
tradición [VER, p. 207] y tomar posición sobre su presente.
Adriana A. B occhino *
reconocer la fuerte presencia de los autores en ellas y, al trasluz, “el entorno ig
norado de los textos”, un campo intelectual. Lo que Williams podría llamar una
“estructura de sentir”.
Puesta en análisis
Para ver cómo se hace un autor, nada mejor que verlo en los textos. Un
caso límite ocurre en las escrituras de exilio, producidas a partir de la última
dictadura argentina cuando numerosos autores debieron migrar, muchas
veces a países con otras lenguas, a causa de la violencia impuesta por el Es
tado, y llevando consigo tan solo escrituras en su lengua. El caso de Tununa
Mercado y su En estado de m em oria (1991) resulta ejemplar. Allí la reposición
de autor/a, manifestándose en nuevas formas de producción, borra fronteras,
geográficas y genéricas, y corre los mapas desvirtuando arcaicas definiciones
nacionales. En estos relatos se observa que se escribe para o por algo. Y este ca
rácter de finalidad, además, no se vincula a un afuera sino a una pulsión que sin
tetizamos como estrategia de sobrevivencia. Se escribe para sobrevivir. En este
tipo de escrituras reaparece, reclama sus derechos, la figura de autor/a que el
estructuralismo había dejado de lado en los análisis. Si se entiende escritura
en términos materiales, la remitencia es lo que permite situar esa escritura,
reenviándonos a un contexto de producción a fin de precisar una gramática
individual (Derrida, 1967) que permita pensar y decir una interpretación,
aunque sea momentánea y transitoria. Otros ejemplos, distanciados en tiem
po y espacio, nos dejan ver diferentes posicionamientos de autor. Remitimos al
“Proemio” de El Decameron de Giovanni Boccaccio, en el que se propone un au
tor bien particular, sin perder de vista y tratando de imaginar las formas de la
distribución de sus historias pre-imprenta. O al “Prólogo” de El ingenioso hidalgo
don Quijote de la Mancha para preguntamos dónde empieza el texto, quién lo em
pieza, quién o quiénes lo escriben. También al razonado prólogo de Jean Racine
para su Fedra con respecto a la virtud y el acomodo de la historia a las reglas de
las tres unidades, en contraposición al prefacio a Cromwell, del romántico Víctor
Hugo. Pueden rastrearse las poderosas figuras de autor en el inicio de nuestro
Matadero, de Esteban Echeverría, o en Recuerdos de provincia junto ai Facundo,
de Domingo F. Sarmiento, para observar “actos de presencia” al decir de Silvia
Molloy (1996). Incluso en la poesía, en las maldiciones de Charles Baudelaire al
“hipócrita lector” en Las flores del mal, o, en los personajes de La educación sen
timental de Gustav Flaubert o en los de Rojo y Negro de Stendhal, entre otros
textos. De una u otra forma, todos llevarán la marca de su o sus autores en un
modo, una manera de la escritura, si se quiere lo que la vieja retórica llamaba el
estilo, a lo que agregaríamos, de una época.
Autor 165
* Universidad de Évora.
** Universidad Nacional de General Sarmiento.
168 Paulo Jaime Lampreia Costa
todo los otros productores, en este caso, los otros escritores. Los principios de
jerarquización externa serían, en cambio, de naturaleza heterónoma.
Así, el campo tendería a estar organizado en función de intereses análogos
a los de los campos político y/o económico, y vigentes en el campo del poder,
en sentido más amplio. Cuando estos principios actúan en el campo literario,
las posiciones se jerarquizan según factores como el éxito comercial y/o la
notoriedad pública. Estaríamos aquí en presencia del polo de la gran produc
ción, asentado en una lógica de reconocimiento público mensurable a través
de índices comerciales u otros que puedan conferir la notoriedad social o pú
blica. Las posiciones innovadoras, vanguardistas, heterodoxas, emergen en
el campo literario de forma desinteresada, en el sentido de desvinculada de
cualquier interés o expectativa de ganancia económica. El grado de condicio
namiento que los campos políticos y económicos ejercen sobre la generalidad
de los campos culturales y, en este caso, sobre el artístico, es lo que determina
el grado de autonomía de este último. La autonomía del campo literario fluc
túa así en función del dominio que el principio de jerarquización interna tie
ne sobre el principio de jerarquización externa. En el campo de la producción
cultural podemos considerar que las ganancias económicas crecerán a medida
que se pasa del polo autónomo (arte puro) al heterónomo (arte comercial).
Para Bourdieu (1991), la lucha por el monopolio del modo de producción
legítima asume indefectiblemente la forma de un conflicto de definición de
los límites del campo en el que cada uno intenta imponer aquellos más favo
rables a sus intereses, o sea, se trata de la definición de las condiciones para
la verdadera pertenencia al campo. La mediación será el proceso por el cual
son afectadas las relaciones de ftierza en el seno del campo. Por ejemplo, el
crecimiento del número de productores (escritores) puede ser considerado
como una mediación: el simple aumento del numero de los recien llegados,
así como su calidad social, provoca grandes alteraciones en el campo por la
introducción de innovaciones en diversos planos, como los propios productos
y las técnicas de producción.
Puesta en análisis
puestos por agentes de origen muy dispares; o esta reducción se da por medio
de la elaboración de listas extensas de autores / textos que pasan a tener un
sello oficial del programa, o de la instancia que sea, en las ediciones realiza
das a partir de allí. El reconocimiento de un texto por una estructura como un
plan nacional de lectura o, en escala planetaria, el reconocimiento por parte de
instituciones como la Academia Nobel es una cara visible del polo de la gran
producción, asentada en una lógica de reconocimiento público, medible a tra
vés de índices de éxito comercial que puedan conferir la notoriedad social o
pública. Por ejemplo, la atribución del Premio Nobel de Literatura al escritor
portugués José Saramago reforzó su posición en el canon literario escolar y,
simultáneamente, tuvo un impacto directo en las ventas de las ediciones re
cientes y en las reediciones de las obras del autor.
Estos movimientos ajenos al campo literario restringen severamente su au
tonomía, dado que los principios de jerarquización interna, autónoma, de las
posiciones tienden a ser dominados, de forma violenta, por los principios de
jerarquización externa, heterónomos; o, dicho de otra forma: el arte comercial
tenderá a imponerse sobre el arte puro. Una nota final para clarificar cómo la
misma Academia sueca se coloca explícitamente fuera del campo literario: en
la ceremonia de atribución del premio de 2016, el orador, Horace Engdahl,
miembro de esa Academia, aludiendo a las reacciones menos consensúales
al reconocimiento de la obra de Bob Dylan, declara: “If people in the literary
world groan, one must remind them that the gods don’t write, they dance
and they sing. The good wishes of the Swedish Academy follow Mr. Dylan on
his way to coming bandstands” (“Si la gente en el mundo literario se queja,
hay que recordarles que los dioses no escriben sino que bailan y cantan. Los
buenos deseos de la Academia Sueca acompañan al Sr. Dylan en su camino a
los próximos escenarios”) .
Canon
Como puede verse, habría por lo menos dos maneras de considerar la cate
goría canon: la que la propone como una lista fija determinada por una autori
dad y la que la postula como una manera de leer siempre actualizable, acorde
con circunstancias históricas, culturales y sociales. En esta oscilación entre la
fijación de un pasado valorable y la atención a las variables del presente es
que el canon se presenta como un “campo de batalla” (Gamerro, 2003: 18).
Frente a estas discusiones que surgen a partir del concepto canon, propo
nemos la consideración de la categoría de clásico, porque nos parece un con
cepto aledaño que ofrecería la ventaja de la síntesis: por un lado, conservaría
los valores atribuidos a los textos canónicos (alto nivel estético, preocupación
por el lenguaje, condensación de significaciones culturales importantes); por
el otro, aportaría la flexibilidad de asumir y sumar las diferentes lecturas que
lo atravesaron. Para el escritor y crítico Italo Calvino, “los clásicos son esos
libros que nos llegan trayendo impresa la huella de las lecturas que han pre
cedido a la nuestra, y tras de sí la huella que ha dejado en la cultura o en las
culturas que han atravesado” (1995: 15). Dado que el clásico se define como
el texto capaz de interpelar al lector de cualquier época, estas lecturas nunca
están cerradas: “... un clásico es un libro que nunca termina de decir lo que
tiene que decir” (15). De este modo, el clásico tendría en cuenta la tradición
literaria [VER, p. 207] que permitiría que un texto fuera considerado canóni
co y, al mismo tiempo, reemplazaría la lista estratificada por la conciencia de
un canon variable, acorde con un modo de leer contextualizado.
Puesta en análisis
Generación
M artín S o zzi *
Gran parte de ellos (Gustav Rümelin, Wilhelm Dilthey, Alfred Lorenz, el propio
Comte), organizan, con diversos matices, esta línea genealógica regida por la
duración de la vida de los hombres: es ella, en última instancia -y de acuerdo
con esta perspectiva-, la que establece el ritmo histórico. Es decir, continuar
esta línea genealógica para establecer el cambio generacional implica que es
un criterio biológico, empírico, material, el que rige el cambio histórico. Ma
rías considera que en el siglo xix no era posible, pese a los diversos atisbos que
surgieron, una teoría de las generaciones, debido a que no existía -desde su
perspectiva- una teoría general de la vida histórica y social que le diera cabi
da, que permitiera su desarrollo. De allí que el filósofo español concluya que
“solo una indagación histórica muy compleja permitiría averiguar cuáles son
las generaciones efectivas” (1949: 89). Esto implica que no es simplemente la
sucesión de nacimientos y muertes la que establece el cambio generacional,
sino que existe un ritmo histórico que debe ser desentrañado y que constituye
una estructura constante del desarrollo humano.
Pero luego de los diferentes acercamientos señalados (y de otros en los que
no ingresaremos porque constituyen variantes de los anteriores, como los de
Leopold Ranke, Frangois Mentré, Wilhelm Pinder...) se va definiendo, ya en
el siglo xx, la teoría de José Ortega y Gasset, a la que Marías calificará como
“la única teoría de las generaciones existente hasta ahora” (1949:153). El ob
jetivo que se propone Ortega a la hora de postular su teoría de las generacio
nes dista mucho de las teorías genealógicas, cuya primacía se encontraba en
la sucesión de existencias reales. A contrapelo de estas concepciones, Ortega
se propone trascender los hechos que dan lugar al cambio generacional, para
postular una teoría que resulte independiente de la experiencia y que presente,
a la vez, las condiciones de posibilidad de esa experiencia. Es decir, instituye
una teoría analítica de la historia, una construcción a priori que explique de
forma científica el discurrir del tiempo histórico. Y su propuesta va a consis
tir en formular “frente a los hechos históricos, lo mismo que Galileo formuló
frente a los físicos” (1956: 7): encontrar una estructura esencial, una cadencia
que permanezca constante a lo largo del tiempo, será el intento orteguiano.
La teoría de Ortega es compleja, pero reducida a su mínima expresión sos
tiene la convivencia, en cada momento histórico, de dos generaciones ideales:
La más plena realidad histórica es llevada por hombres que están en
dos etapas distintas de la vida, cada uno de quince años: de treinta a
cuarenta y cinco, etapa de gestación o creación y polémica; de cuarenta
y cinco a sesenta, etapa de predominio y mando. Estos últimos viven
instalados en el mundo que se han hecho; aquellos están haciendo
su mundo. No caben dos tareas vitales, dos estructuras de vida más
diferentes. Son, pues, dos generaciones (Ortega y Gasset, 1956: 59).
Como puede verse, Ortega no considera simplemente una sucesión entre
los grupos, sino que sostiene un período de solapamiento en el que se produce
182 Martín Sozzi
una armonía difícil entre aquellos hombres que están produciendo un nuevo
mundo (los comprendidos entre los treinta y los cuarenta y cinco años) y en
tre los que permanecen en un mundo que ya han contribuido a realizar (los
que están entre los cuarenta y cinco y los sesenta). Esos son los grupos clave
y constituyen, entonces, dos generaciones. Quienes superan los sesenta, casi
no tienen participación en la historia; quienes no han llegado a los treinta no
han asumido todavía un papel activo. Este esquema abstracto guía, para el
filósofo español, el desarrollo de la vida histórica.
Julius Petersen (1930), por su parte, aporta una serie de factores que, a su
criterio, constituyen elementos fundantes del vínculo generacional y de las
condiciones de existencia de una generación. Menciona, en primer lugar, a la
herencia, en cuanto intenta fundar su concepción generacional en esas leyes:
el parentesco de sangre permitiría vincular a los grupos humanos. En segun
do, a la coincidencia exacta o aproximada en las fechas de nacimiento de los
integrantes del grupo y la influencia de las fuerzas evolutivas formadoras de
cada época que tienden a consolidar a la generación. En tercer lugar, considera
el enfoque educativo propio de un período: las cambiantes tendencias educati
vas, en la sucesión, muestran la conformación de generaciones diferentes. En
cuarto lugar, y retomando ideas de Karl Manhheim (1927), establece la idea
de comunidad personal. Mannheim presentaba tres etapas de la formación de
una generación a las que denominaba “situación de la generación” (el hecho
de compartir un espacio y tiempo comunes y participar del mismo trasfondo
histórico), “conexión de la generación” (encontrarse aunados por objetivos
comunes) y “unidad de la generación” (a partir de los elementos anteriores,
la toma de conciencia de la propia unidad). La comunidad personal de Peter
sen abreva en estas ideas para referirse a los vínculos establecidos entre los
integrantes a partir de la convivencia universitaria, la edición de revistas, las
sociedades de poetas, etcétera. En quinto lugar, menciona las experiencias de
generación. Denomina de esa manera a un hecho histórico o cultural suma
mente relevante que actúa a la manera de un rasero que segmenta a las ge
neraciones. Frente al mismo acontecimiento, las generaciones que conviven
adoptan diferentes posturas, lo que crea una diferenciación. En sexto lugar,
señala la necesidad de un guía, una personalidad vinculada con el ideal de
hombre propio de cada época. El guía puede cumplir una doble función: la
de organizador de sus coetáneos o la de faro de los más jóvenes. En séptimo,
menciona al lenguaje de la generación. Una generación, para constituirse como
tal, tiene que contar con un lenguaje propio: un modo de expresarse que ase
gure la mutua comprensión y que produzca, en quienes no pertenezcan a
ella, un sentimiento de ajenidad. Por último, señala el anquilosamiento de la
vieja generación. A medida que van pasando los años, la que en un momen
to fue joven generación comienza a sufrir los embates de los más jóvenes, y
ofrece toda la resistencia que puede. Valgan como ejemplo de la aplicación
de estas categorías, las consideraciones de Pedro Salinas (1935) respecto de
Generación 183
la generación española del 98, ya que a la hora de postular que ese grupo de
escritores se constituye efectivamente como una generación, recurre a las
propuestas de Petersen.
No obstante, no todos los teóricos adoptan el criterio generacional y son
muchos quienes se han encargado de señalar sus dificultades teóricas. Filóso
fos e historiadores tan renombrados como Benedetto Croce y Johann Huizinga
reniegan del método. Ambos, sin embargo, parecen cuestionar la concepción
genealógica y ni siquiera consideran o niegan de plano, como Huizinga, la
posibilidad de una teoría analítica de las generaciones.
Puesta en análisis
sentadas por Drucaroff. Algo parecido señalan José Luis de Diego y Marcelo
Urresti. De Diego considera que los métodos de descripción por generaciones
en la historia literaria están “bastante desacreditados en nuestros días” (2007:
65); Urresti, que el criterio generacional “perdió vigencia” (2008: 94).
Las diferentes periodizaciones fundadas en el criterio generacional, que
segmentaban en épocas a algunas historias de la literatura, han dejado paso
a otros criterios. Esa segmentación generacional, que encontramos en las ya
mencionada Las corrientes... de Pedro Henríquez Ureña, en la Historia de la
literatura hispanoamericana de Enrique Anderson Imbert (1954) o en La nove
la chilena: los mitos degradados de Cedomil Goic (1968) -por solo mencionar
tres momentos en tres décadas diferentes- fue reemplazada, en fecha más
reciente, por el criterio crítico-monográfico adoptado por otras historias. De
esa manera, la colección de artículos escritos por diversos autores hace que
la historia de la literatura relativice la idea de continuidad, gane en crítica y
se torne, en algunos casos, más ensayística. Buenos ejemplos de lo que seña
lamos son la Historia critica de la literatura argentina dirigida por Noé Jitrik,
que comenzó a ser publicada en 1999 y continúa en proceso de edición, y la
Historia de la literatura hispanoam ericana (1999 en inglés, 2006 en español)
dirigida por Roberto González Echevarría y Enrique Pupo-Walker. La empresa
de captar el conjunto de una literatura parece haber claudicado ante la enor
midad del objeto de estudio. Por otro lado, el criterio generacional provoca
una serie de conflictos inevitables, que nos hacen regresar a las preguntas
antes formuladas. Pero las diversas respuestas esbozadas a lo largo del siglo
xx para capturar el fundamento y el suceder de las generaciones provocan,
en la actualidad, más dudas que certezas.
de ocio. El baile de las Tiller Girls constituía, para Kracauer, apenas un caso
de un proceso general que la cultura industrializada producía: el borramiento
de la individualidad, la homogeneización de los sujetos y “la fabricación de
masas de trabajadores que se puedan emplear con regularidad en cualquier
punto del planeta”.
Sin embargo, a diferencia de la propuesta posterior de Adorno y Horkhe-
imer, Kracauer no condenaba totalmente estas formas industrializadas de
la cultura. Al admitir como eje estructurante de su lógica interna mecanis
mos propios de las relaciones capitalistas de producción (la racionalización
del trabajo, la funcionalización del trabajador en la cadena de montaje), el
arte señalizado era capaz de mostrarles a los trabajadores de manera directa
lo que en su trabajo se les ocultaba. En los productos culturales concebidos
exclusivamente para la distracción, la audiencia se enfrentaba, como en un
espejo, a su propia realidad: esos objetos culturales cumplían, por lo tanto,
una función educativa y potencialmente emancipatoria, puesto que conocer
la realidad era el primer paso para modificarla.
El diagnóstico parcialmente positivo de Kracauer se revierte en el texto de
Adorno y Horkheimer, escrito en Estados Unidos en un momento de auge de
las industrias culturales (esencialmente, el cine hollywoodense y las grandes
cadenas discográficas, con sus inmensos aparatos de propaganda). Para los
autores de Dialéctica de la Ilustración, el potencial liberador es una caracte
rística central del arte autónomo, esto es, del arte independiente, concebido
en y para sí mismo, no constreñido por ningún prejuicio moral, económico,
político, religioso; y se renuncia a él cuando, en los procesos de creación y
recepción artísticas, se impone la estructura de la producción serializada que
regula el mundo mercantil.
Como consecuencia de la industrialización de la cultura, los productos
propios de este campo comienzan a concebirse con el único objetivo de ser
vendidos y pasan a ser prácticamente indistinguibles entre sí. El arte adquie
re, por un lado, carácter de mercancía (se convierte en valor de cambio) pero,
además, gana valor de uso: deja de ser un fin en sí mismo y se convierte en útil
para algo, en este caso, para satisfacer la necesidad de distracción de las masas.
Al aceptar las reglas del juego de un mundo capitalista que mide el valor de
las cosas por su utilidad práctica, el arte renuncia a su carácter esencialmen
te crítico, que proviene en realidad de su falta de función. En su no-ser-útil-
para-nada, según Adorno, el arte autónomo denuncia la sociedad utilitarista,
racional con arreglo a fines. Convirtiéndose en útil para algo, adoptando las
exigencias de la industria, “defrauda por anticipado a los hombres respecto a
la liberación que debería procurar en cuanto al principio de utilidad”. El culto
a la diversión y a la distracción alentado por los productos de la industria cul
tural es, por lo tanto, “la prolongación del trabajo bajo el capitalismo tardío”.
Según Adorno, el arte verdadero se define por un doble carácter: es au
tónomo (es decir, se rige por reglas propias, está apartado de todas las otras
Industria cultural 189
Puesta en análisis
Universidad de Almería.
196
Aitana Martos García
2) El lector ingenuo está limitado por el hecho de que lee todo de la mis
ma manera, desde un diccionario (que requeriría una lectura de hojeo,
en diagonal), a una poesía (que necesitaría una lectura concentrada,
expresiva). Este lector aplica estrategias de lectura poco eficaces: lee
palabra a palabra, en lugar de leer estructuras más amplias. Tampoco
aprovecha el entorno externo de la lectura, su propia experiencia y
conocimientos: por ejemplo, sigue al pie de la letra el texto, no formula
conjeturas o predicciones sobre lo que va a pasar, no practica saltos al
leer, no personaliza la lectura con sus propias experiencias...3
Puesta en análisis
Gloria Chicote*
Puesta en análisis
Analía Gerbaudo*
Este pasaje, extraído de las primeras líneas del libro, arremete contra las
pretensiones de interpretación totalizadoras para resaltar las fugas, lo que
se pierde, lo que se tergiversa, lo que se modifica en y por toda lectura (aun
cuando se quieren objetivas). No obstante esto, no implica tirar por la borda
el acto de interpretar: “el proceso de la interpretación”, anota unas páginas
más adelante, “es una función vital central y necesaria, mediante la cual pro
curamos entender nuestro medio a fin de poder vivir con más provecho en él”
(37). En el mismo párrafo apunta: “Aprendemos a ver una cosa al aprender
a describirla” (37). Y agrega: “tenemos muchas maneras de describir” (37).
Esas maneras son las que el hombre aprende, en parte, vía las tradiciones.
Aunque no solamente: Williams llama la atención sobre lo que fue necesa
rio excluir para que una tradición se consolide como tal. En este sentido, su
distinción entre la “cultura vivida” en un momento y lugar determinados
(“solo accesible para quienes viven en ellos” [58]), la “cultura registrada” en
sus documentos y, entre ambas, la “tradición selectiva”, pone en evidencia
las grietas (invisibilizadas cuando la tradición dominante se presenta como
natural y compacta): “cuando ya no se vive y, en cambio, sobrevive de una
manera más restringida en sus documentos, la cultura de un período puede
estudiarse con mucho detalle” (58). De cualquier modo, agrega Williams, “la
supervivencia no está regida por el período mismo sino por nuevos períodos
que gradualmente componen una tradición” (59). Y sigue con un dato más:
“Aun la mayoría de los especialistas en un período solo conocen parte de sus
documentos” (59). Su ejemplo es claro. Nadie puede decir que conoce com
pletamente la novela decimonónica:
Nadie ha leído ni podría haberlo hecho, todos sus ejemplos, en toda la
gama que va de los volúmenes impresos a las novelas por entregas a un
penique el ejemplar. El verdadero especialista puede conocer algunos
cientos; el especialista corriente, un poco menos; los lectores cultos,
una cantidad decreciente; todos, empero tendrán ideas claras sobre
el tema. De inmediato se advierte un proceso selectivo de carácter
bastante drástico, y lo mismo sucede en todos los campos de actividad
(Williams, 1961: 59).
Williams precisa cómo funciona una tradición selectiva: empieza por re
saltar que la “selección comienza dentro del mismo período” (59). Una ope
ración que realizan, en el caso de la literatura, las editoriales, los críticos, los
profesores y que, pasados los años, será objeto de otros procesos selectivos
210 Analía Gerbaudo
Puesta en análisis
í- ^ \ 1< ” * $
Ficción • Narrador
• Procedimientos
• Contextos
Forma
• Canon
• Industria cultural
Héroe • Narrador
• Procedimientos
Horizonte de expectativas • Contextos
• Lector
Intertextualidad • Polifonía
Textos teórico-críticos 1
1 En algunos casos, los autores de las entradas han utilizado el mismo texto con
diferentes ediciones. Se repite la referencia con el fin de preservar los números de
página de las citas.
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