Menendez - Epidemiologia Sociocultural20

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REGIÓN Y SOCIEDAD / VOL.

XX / NÚMERO ESPECIAL 2 / 2008

Derechos reservados de El Colegio de Sonora, ISSN 1870-3925

Epidemiología sociocultural:
propuestas y posibilidades

Eduardo L. Menéndez*

Resumen: Este artículo describe y analiza procesos de divergencia, con-


vergencia y complementación entre la epidemiología y la antro-
pología médica, con el objetivo de fundamentar el desarrollo de
la epidemiología sociocultural en México. Se examinan en parti-
cular aspectos donde se observan dificultades de articulación
entre ambas disciplinas y que se refieren a la posibilidad de esta-
blecer generalizaciones, a las concepciones sobre prevención, a la
confiabilidad de los datos cualitativos y de los estadísticos, a los
criterios de selección de informantes, que son discutidos a través
de propuestas epidemiológicas y socioantropológicas respecto de
la pobreza, el género, el racismo o el consumo de alcohol concer-
nientes a procesos de salud/enfermedad/atención (s/e/a). En
todos ellos se analizan los aspectos divergentes, pero también los
que favorecen la complementación, lo cual no niega la existencia
de una fuerte tendencia a la polarización entre ambas disciplinas,
que, sin embargo, consideramos que podemos reducir y superar
a través de procedimientos que favorecen el desarrollo de una epi-
demiología sociocultural pensada no como disciplina diferen-
ciada, sino como una articulación entre los enfoques epidemio-
lógicos y los socioantropológicos. Nos parece que uno de los
principales mecanismos que posibilita dicha articulación lo
constituye la problematización del proceso de s/e/a estudiar, que
incluye, a su vez, la problematización de los presupuestos teóri-
cos, empíricos y técnicos de los propios investigadores.

Palabras clave: epidemiología sociocultural, metodología, venganza de san-


gre.

* Investigador del Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social (CIESAS),


Juárez 87, Colonia Tlalpan, C.P. 14000 México, D. F. Correo electrónico: [email protected]
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Abstract: This article contains a description and analysis of divergence,


convergence and complementation processes between epide-
miology and medical anthropology, with the purpose of contri-
buting to the development of sociocultural epidemiology in
Mexico. Particular issues are analyzed concerning problems
with linking both disciplines, and which allude to the possibility
of establishing generalizations, notions of prevention, validity and
reliability of qualitative and statistical data, and criteria for infor-
mant selection, points which are discussed in terms of epidemi-
ological and socio-anthropological approaches to poverty, gender,
racism or alcohol consumption in the health/disease/care pro-
cess. Divergent and convergent issues are analyzed for all these
topics, which does not negate a strong trend toward polarization
between both disciplines. Even so, we consider that this can be
reduced and surmounted through strategies aimed at developing
a sociocultural epidemiology conceived not as a discipline but as
a link between epidemiological and anthropological approaches.
One of the main strategies is a reflection on the health process
under study, which includes an in-depth discussion of the resear-
chers’ own theoretical, empirical and technical assumptions.

Key words: sociocultural epidemiology, methodology, blood revenge.

En este trabajo analizaré procesos de divergencia, convergencia y comple-


mentación que operan entre la epidemiología y la antropología médica, con
la intención de contribuir al desarrollo de la epidemiología sociocultural en
México, tendencia teórico-metodológica que con este nombre, o con los de
etnoepidemiología o etnopsiquiatría, se ha desarrollado desde hace más de
treinta años, especialmente en Canadá, los Estados Unidos y en algunos paí-
ses latinoamericanos (Almeida Filho 2000; Gaines 1992; Massé 1995;
Menéndez 1990a). Mi análisis refiere a materiales producidos en los Estados
Unidos y en países europeos, pero básicamente a la producción epidemio-
lógica y antropológica latinoamericana, y en particular a la realizada en
México.Y es a partir de ellos que considero que la epidemiología sociocul-
tural se caracteriza por varios rasgos, pero en particular por tres. En primer
lugar, por plantear la necesidad de incluir en los estudios de los procesos de
salud/enfermedad/atención (de ahora en adelante procesos de s/e/a) no
sólo los aspectos sociales, sino también los culturales y los económico-polí-
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ticos, junto, por supuesto, con los biológicos y ecológicos. Subrayo que estos
aspectos deben ser tratados no sólo como variables epidemiológicas, sino
sobre todo como procesos socioculturales y bioecológicos.
En segundo lugar, por proponer un tipo de trabajo que realmente utili-
ce y articule las aproximaciones estadística y cualitativa.Y tercero, por la apli-
cación de un enfoque relacional que incluya no sólo los diferentes factores
que operan respecto de un problema determinado, sino que incorpore el
conjunto de actores sociales significativos que viven, sufren y actúan respec-
to de dicho problema.
Existen otras características, pero dados los objetivos de este artículo, sólo
subrayo estas tres, aunque reconozco que estas propuestas pueden ser con-
sideradas innecesarias por epidemiólogos y antropólogos que podrían seña-
lar que lo propuesto ya se hace en México. Esto en parte es correcto, ya que
algo se hace, aunque no demasiado, y frecuentemente en forma sesgada,
dado que, por ejemplo, si bien los estudios epidemiológicos y socioantro-
pológicos realizados en México sobre la distribución de los padecimientos
o el significado de los mismos toman en cuenta los procesos sociales, obser-
vamos, sin embargo, que la mayoría de la producción mexicana utiliza muy
escasamente los procesos económico-políticos, pese a la pertinencia que tie-
nen para la compresión y/o intervención respecto de problemas de salud
prioritarios.
Reiteradamente, procesos culturales de alta complejidad son excluidos o
convertidos por los epidemiólogos en variables esquemáticas y empobreci-
das. A su vez, la mayoría de los antropólogos no describen ni analizan las
características y procesos biológicos de los padecimientos. Más aún, “los
antropólogos sociales y culturales siguen empeñados en perpetuar dicoto-
mías como innato/aprendido, animalidad/humanidad, genético/ambien-
tal, etcétera, que reflejan un profundo desconocimiento de la biología de los
últimos veinticinco años” (Llobera 1990,129).
Estas dos disciplinas no incluyen en sus estudios un fenómeno de la
importancia del racismo, que, como sabemos, caracteriza gran parte de las
relaciones sociales desarrolladas entre nosotros, y especialmente algunas
organizadas en torno a los procesos de s/e/a, como son las relaciones entre
personal de salud y pacientes.
En la mayoría de los países americanos se han aplicado políticas eugené-
sicas que afectaron sobre todo a ciertos sectores sociales. Durante las déca-
das de 1960 y 1970 miles de mujeres fueron esterilizadas sin consentimien-
to en los Estados Unidos; dichas mujeres eran de origen afroamericano,
mexicano, puertorriqueño y aborígenes americanos (Stern 2006). En la
década de los noventa se calcula que 250 mil mujeres de origen indígena
fueron esterilizadas en Perú (Miranda y Yamin 2004). Y en México se han
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reiterado denuncias de esterilizaciones no sólo a mujeres, sino también a


varones de diferentes grupos étnicos.
Pese a ello, no contamos con una epidemiología de la esterilización en
términos de su distribución según género, edad, pertenencia étnica, nivel
socioeconómico, religión, etcétera, que incluya el sentido y significado de
estas esterilizaciones para quienes las decidieron y para quienes las sufrie-
ron. Como sabemos, en los Estados Unidos las esterilizaciones se aplicaron
como parte del programa contra la pobreza, y en América Latina dentro de
los programas de planificación familiar y de salud reproductiva.Y aunque es
obvio, debemos recordar que dichas esterilizaciones fueron aplicadas por
personal de salud.
Una revisión, inclusive superficial, de los estudios epidemiológicos y
antropológicos respecto de muy diferentes procesos de s/e/a evidencia que
la mayoría de los mismos centran sus preocupaciones en un solo actor
social, es decir, se caracterizan por ser a-relacionales, como lo hemos anali-
zado en varios trabajos (Menéndez 1997, 1998a, 2002, 2006).

La venganza de sangre como problema epidemiológico

Mi preocupación se basa además en que la carencia de la aplicación sistemá-


tica de una epidemiología sociocultural —junto con otros procesos— está
dejando sin descripciones, explicaciones y propuestas de intervención algu-
nos de los principales problemas sociales y de salud colectiva que aquejan a
la población mexicana.
Para precisar lo que estamos proponiendo, comentaré una experiencia
desarrollada en la vieja Escuela Nacional de Salud Pública, en la cual una parte
importante del aprendizaje de las técnicas epidemiológicas se realizaba a tra-
vés de un trabajo de campo que duraba alrededor de un mes y generalmen-
te se llevaba a cabo en localidades de entre 10 mil y 20 mil habitantes.
En 1978, es decir, hace treinta años, realizamos un trabajo de campo de
este tipo en una comunidad de Michoacán situada casi al borde de la deno-
minada “tierra caliente”. Era una comunidad de 12 mil habitantes y en la
cual hicimos un estudio epidemiológico para saber de qué había enferma-
do la población en las últimas dos semanas, así como una investigación
sobre uso de servicios de salud.
Yo realicé algunas de las encuestas a la población, y en una de las entre-
vistas ocurrió un hecho significativo. Llamé a la puerta de la casa, y salió a
atenderme una joven de unos dieciséis años, quien me dijo que sus padres
no estaban, y entonces decidí hacerle la encuesta a ella. Terminada la entre-
vista, me despedí pidiéndole que saludara a sus padres de parte mía. Y
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entonces la joven me contó que sus padres estaban muertos, que habían sido
asesinados hacía poco tiempo; que no sólo los habían matado a los dos, sino
que a su padre le habían sacado los ojos. Más aún, me confió que ella esta-
ba aprendiendo a manejar un fusil para vengarse, dado que sólo tenía un
hermano de ocho años, y estaba muy chiquito. Sus hermanos mayores resi-
dían desde hacía varios años en los Estados Unidos.
Me dijo además que dieron muerte a sus padres porque unas vaquitas
habían invadido el predio del vecino que los mató, y que además el asesino
se había fugado y estaba libre. Pero también me explicó que entre ambas
familias había una larga historia de mutuos asesinatos.
La joven dio mucha más información, que no es necesario presentar
ahora, porque en parte la he relatado en otros trabajos, aunque nunca en
forma integral. Hacía cerca de dos años que yo vivía en México y nunca había
escuchado hablar de este tipo de asesinatos, que en terminología antropoló-
gica tiene un nombre técnico, se llama “venganza de sangre”, y ha sido estu-
diado en muy diferentes contextos, especialmente en grupos africanos.
Como además de trabajar con esta comunidad, teníamos también que
estudiar una más pequeña de unos mil habitantes, situada a unos siete kiló-
metros de distancia de la anterior, aproveché la ocasión para preguntar a los
entrevistados si tenían referencias de este tipo de hechos. Este segundo estu-
dio se basaba en entrevistas en profundidad. Dos personas nos comentaron
no sólo que estos hechos ocurrían, sino que estaban muy extendidos en la
zona.Y me narraron varias características de los mismos.
Quiero señalar que a partir de nuestro estudio epidemiológico pudimos
constatar que el homicidio constituía en estas comunidades una de las prin-
cipales causas de muerte en varones en edad productiva; es decir, estamos
hablando de un problema epidemiológico importante por lo menos a nivel
local y regional, y del cual forma parte la venganza de sangre. Por supuesto que
ni en los certificados de defunción ni en los diagnósticos médicos surgía la
existencia de este tipo de homicidios, que justamente sólo se registraban
como homicidios.
A partir de estos datos, pregunté a personas del equipo de trabajo si
conocían este tipo de hechos, y varios respondieron que sí. Más tarde pre-
gunté a algunos salubristas de la Escuela de Salud Pública, y también algu-
nos reconocieron la existencia de estos hechos, pero no sabían de ningún
estudio epidemiológico sobre los mismos. Tampoco pude detectar estudios
antropológicos específicos. Quiero consignar que hasta la actualidad no
conozco estudios antropológicos ni epidemiológicos que traten este tipo de
homicidios en México.1
1 Si bien no conozco estudios sobre venganza de sangre publicados en México, debo señalar que
investigadores de la relevancia de A.Ysunza y de P. Hersch me han comunicado recientemente que en tra-
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En sucesivos trabajos de campo realizados en los cuatro años siguientes


traté de reunir información sobre la existencia y características de estos
hechos. Y verifiqué no sólo la existencia de venganza de sangre en varios
contextos nacionales, sino que obtuve datos sobre algunas de sus caracterís-
ticas, de las cuales sólo señalaré tres. La primera indica que la venganza de
sangre, si bien se lleva a cabo a través de la acción de uno o de varios indi-
viduos, implica una relación según la cual la venganza no sólo se puede ejer-
cer sobre el individuo que mató previamente y del cual hay que vengarse,
sino que también se puede ejercer sobre todo familiar cercano, especialmen-
te si el sujeto no está cuando se lo va a asesinar. Más aún, la venganza legitima
el homicidio de todos los miembros del grupo familiar que encuentren los
agresores en el momento de ejercer su venganza, incluidos niños y mujeres
embarazadas. En gran medida constituye un asesinato corporativo tanto en
términos de homicidas como de asesinados, pero sobre todo la venganza
de sangre es parte de un sistema de relaciones sociales, familiares y comu-
nitarias.
La segunda característica es que el asesinato debe incluir acciones sobre
el cuerpo del sujeto asesinado; el cuerpo debe ser marcado y hasta despeda-
zado.Y tercero, la venganza de sangre representa un acto público que, en la
mayoría de los contextos donde conseguimos información, no se oculta.
Obtuve dicha información entre los años 1978 y 1982, y como pode-
mos observar, algunos de sus rasgos son los que caracterizan en la actuali-
dad a ciertas formas de matar del crimen organizado, y especialmente a los
asesinatos del denominado narcotráfico. Durante los últimos años, y en
diversas zonas del país, han aparecido cadáveres decapitados, con las manos
mutiladas y/o con los testículos quemados, los cuales constituyen mensajes
dirigidos a determinados sujetos y grupos, así como también posibilitan la
presencia de este tipo de datos en los medios de comunicación masiva. Se
mata, por lo tanto, a partir de pautas culturales y sociales —incluida la pla-
nificación del horror—, reconocidas por lo menos por una parte de las
comunidades donde operan estos asesinatos.
Para evitar equívocos, aclaro que, por supuesto, la venganza de sangre no
pretende explicar el denominado narcotráfico, cuyas raíces, como sabemos,
están en leyes basadas en criterios biomédicos y legales que justifican la
prohibición del consumo de sustancias consideradas adictivas, y que casi
inevitablemente conducen a la emergencia del crimen organizado en torno
a la producción y comercialización de dichas sustancias (Menéndez y Di
Pardo 2006).

bajos realizados en zonas rurales del estado de Puebla, así como en la costa de Oaxaca, verificaron la exis-
tencia de este tipo de venganzas.
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Me interesa señalar que la apropiación por parte del crimen organizado de


procesos sociales y culturales resignifican y legitiman sus acciones, o por lo
menos establecen un reconocimiento social de las mismas, más allá del repu-
dio individual y colectivo respecto de dichos hechos. Estas actividades delic-
tivas dan lugar a muy altas tasas de homicidios en países como Brasil,
Colombia y México, que no son observadas en otros contextos sociales donde
también existe un notorio desarrollo de actividades delictivas organizadas en
torno a las drogas consideradas adictivas. Por lo tanto, estas altas tasas de ase-
sinatos ocurren en sociedades donde, por lo menos en parte, aparecen legiti-
mados culturalmente aun cuando puedan ser cuestionados socialmente.
Ahora bien, ¿quién estudia estos procesos, y no sólo en términos de
variables, desde una perspectiva epidemiológica que incluya por lo menos
una parte de los aspectos que acabo de mencionar? Que yo sepa, no lo estu-
dian los epidemiólogos, ni los profesionales de la medicina social, ni los
antropólogos médicos, ni los que estudian actualmente la violencia en
México.Yo mismo tardé muchos años en dar cuenta de estos datos y, como
lo apunté, nunca los describí integralmente.
Subrayo que el caso presentado constituye sólo un ejemplo de toda una
serie de problemas que ameritan el desarrollo de una epidemiología socio-
cultural que entre nosotros se da en forma reducida y acotada. Y así, por
ejemplo, carecemos de una corriente de estudios sobre los infanticidios,
sobre el notable incremento de la impotencia sexual masculina, sobre la
esterilización sin consentimiento informado en mujeres en edad reproduc-
tiva, sobre el papel del racismo en el desarrollo de los padecimientos.
Carecemos de estudios que expliquen realmente por qué, pese a las dos y
media “décadas perdidas” de 1980, 1990 y parte del 2000, mejoran, en
lugar de empeorar, algunos de los principales indicadores de salud tanto en
México como en toda América Latina (Menéndez 2005a, Organización
Mundial de la Salud [OMS]/Organización Panamericana de la Salud [OPS]
2002; Secretaría de Salud 2001a, 2001b).
Es por estas omisiones y simplificaciones que necesitamos impulsar el
desarrollo de estudios epidemiológicos socioculturales, debido además a
que los procesos señalados no son secundarios en términos de salud colec-
tiva. Como sabemos, el homicidio constituye una de las primeras causas de
muerte en varones en edad productiva en varios países americanos, inclui-
do México.
Mientras que el racismo representa entre nosotros uno de los procesos
sociales más negativos que, entre otras cuestiones, explica que sean nuestros
grupos indígenas los que presentan siempre los indicadores más negativos
de salud/enfermedad/atención, comparados con cualquier otro grupo
social (Castellanos 2000; Instituto Nacional Indigenista [INI]/Programa de
las Naciones Unidas para el Desarrollo [PNUD] 2000; Menéndez 2001a).
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Farmer ha propuesto recurrentemente incluir el racismo como parte cen-


tral de una epidemiología del VIH-sida y de la tuberculosis broncopulmonar,
pero dicha propuesta no ha tenido repercusión en la epidemiología ni en los
estudios sociológicos sobre el VIH-sida ni sobre tuberculosis broncopulmo-
nar realizados en México. Farmer y Castro consideran el racismo como parte
de la causalidad y de las condiciones de atención de este padecimiento, y en
especial como parte sustantiva del sufrimiento de la población en general y
en particular de las personas pobres y enfermas (Castro y Farmer 2003;
Farmer 1992, 1997, 2003).
La información sobre VIH-sida en la prensa escrita mexicana se concentra
en mujeres y en población homosexual, con escasas referencias a la situación
de los pobres. Y subrayemos que el VIH-sida constituye la enfermedad sobre
la cual los periódicos mexicanos presentan mayor información, comparada
con cualquier otro padecimiento (Menéndez y Di Pardo 2007. Es decir, la
relación pobreza-enfermedad tiende a ser omitida por la prensa escrita.
La Organización Mundial de la Salud (OMS) reconoció a mediados de la
década de los noventa que se estaban incrementando la pobreza y la extre-
ma pobreza, sobre todo en los países no desarrollados, constituyendo la
principal causa de mortalidad en dichos países. Si bien entre nosotros tene-
mos cada vez más investigaciones sobre la pobreza, son muy escasos los
estudios sobre ésta y procesos de s/e/a que permitan ir más allá de las des-
cripciones e interpretaciones tautológicas.
No contamos con estudios sobre toda una serie de procesos de s/e/a,
pero además no se realizan investigaciones sobre problemas de los que rei-
teradamente se habla. Desde por lo menos la década de los setenta, se ha
señalado que los estudios epidemiológicos no documentan ni analizan
información sobre enfermedad en términos de sufrimiento humano, ni
incorporan el sentido y significado que los sujetos y grupos —incluido el
personal de salud— dan a los sufrimientos.
Carecemos en nuestros países de una epidemiología de la tortura, y no
sólo de la tortura que ocurre en periodos más o menos excepcionales, sino
de la que se aplica cotidianamente. Cuando organicé el primer número de la
revista Nueva Antropología, dedicado a la antropología médica (1985), publiqué
un trabajo de Yarzábal (1985) que describe en términos epidemiológicos la
tortura como enfermedad endémica en Uruguay, que varios antropólogos y
epidemiólogos cuestionaron por considerar que no era una problemática
correspondiente a sus respectivas disciplinas.
La falta de estudios —y más aún de acciones— sobre estos y otros pro-
cesos de s/e/a expresan el peso de orientaciones técnico-científicas e ideo-
lógicas que caracterizan nuestra producción de conocimiento.
Y así por ejemplo, en el caso del racismo y sus implicaciones en los pro-
cesos de s/e/a, observamos una preocupación y desarrollo de estudios por
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parte de la epidemiología brasileña en los últimos años, que contrasta con


la negación del problema, prácticamente, por parte de la epidemiología
mexicana.
Basta comparar la producción epidemiológica a través de las investiga-
ciones y de las reflexiones de sus salubristas y clínicos, así como de la pro-
ducción de las principales revistas salubristas mexicanas y brasileñas, para
observar estas tendencias diferenciales (Faerstein 2005; Fry et al. 2007;
Monteiro y Sansone 2004). Recordamos que el análisis e interpretación de
estas “ausencias” es también parte del trabajo de una epidemiología socio-
cultural.
El tipo de epidemiología sociocultural que propongo no sólo busca
incluir procesos, problemas y perspectivas como los señalados, sino que su
objetivo es también cuestionar los estereotipos que se constituyen tanto en
el saber de los grupos sociales legos como de los profesionales respecto de
los procesos de s/e/a, lo cual hemos desarrollado especialmente respecto
del saber médico y paramédico sobre el alcoholismo (Menéndez y Di Pardo
1996, 2003), pero también en cuanto a otras problemáticas sobre las cua-
les trabajan organizaciones no gubernamentales e instituciones oficiales y
privadas, como son las que tienen que ver con ciertos aspectos de la salud
femenina, y en particular con la violencia masculina contra las mujeres.
Una parte de estos organismos y organizaciones han subrayado la
importancia de los feminicidios, lo cual nos parece relevante y necesario, pero
a menudo lo han estudiado de tal manera que distorsionan la realidad que
describen y especialmente las características de la mortalidad por asesinatos
en México. Según sus propuestas y estudios, las mujeres serían los principa-
les sujetos de los homicidios, proponiendo como ejemplo el caso de “las
muertas de Juárez”. Pero ocurre que el principal problema en términos epi-
demiológicos, inclusive en Ciudad Juárez, es el de los masculinicidios, ya que
en América Latina, si bien los varones matan mujeres, sin embargo, la mayo-
ría de los asesinos, pero también de los asesinados, son varones. El 90 por
ciento de los asesinatos en la región, incluido México, es de varones contra
varones, y sólo menos del 10 por ciento corresponde a asesinatos de muje-
res por varones (Krug et al. 2003; Organización Panamericana de la Salud
2002; Secretaría de Salud 2001a, 2001b, 2004).
Esta tendencia se ha reiterado históricamente, por lo menos desde que
contamos con información más o menos confiable. Más aún, estos datos son
publicados a nivel nacional e internacional en revistas epidemiológicas y son
parte de nuestras estadísticas vitales, y sin embargo se ha ido construyendo
una representación social dominante que no sólo establece una imagen casi
exclusivamente referida a los feminicidios realizados por varones, sino que
oculta o por lo menos silencia que los asesinados son básicamente varones,
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constituyendo una de las primeras causas de mortalidad en varones en edad


productiva, lo cual no ocurre en el caso de las mujeres, como lo evidencian
los datos epidemiológicos oficiales y no oficiales.
Se estima que durante el lapso 2001-2006 en México hubo alrededor de
10 mil asesinatos generados por el narcotráfico. Durante los primeros seis
meses del 2007 se registraron 1 237 ejecuciones relacionadas con el narco-
tráfico, de las cuales 47 víctimas no han sido identificadas, 87 corresponden
a mujeres y 1 143 son varones asesinados. Es decir, sólo el 7 por ciento de
este tipo de homicidios se ejerce contra la mujer, mientras que el 92 por
ciento corresponde a varones (Oliver 2007).
La epidemiología de los homicidios producida por los estudios de géne-
ro en México requiere de una radical revisión, dado que el núcleo de la cues-
tión no radica en los feminicidios ni en los hombres violentos reflexivos, sino en el
asesinato de varones, en lo cual hacemos hincapié sin negar la existencia de
varones violentos reflexivos y de asesinatos de mujeres.
Por supuesto que el trabajo epidemiológico no sólo busca develar y
cuestionar las afirmaciones estereotipadas y además incorrectas como las
señaladas, sino que también se propone establecer los significados que
tiene la creación y difusión de estos estereotipos, dado que una epidemiolo-
gía sociocultural es en gran medida una epidemiología de los significados de
los diferentes sujetos y grupos involucrados con los procesos de s/e/a, inclui-
dos los significados de los propios sujetos que estudian los procesos epide-
miológicos. De allí que en términos de epidemiología sociocultural, lo que
necesitamos explicar es por qué determinados organismos del Estado y orga-
nizaciones de la sociedad civil tratan de imponer este tipo de datos y de repre-
sentaciones sociales, así como las funciones que cumplen y para quiénes las
cumplen.

Algunas afirmaciones y varias propuestas

Con base en estos señalamientos, analizaré algunos aspectos y problemas


referidos al desarrollo de la epidemiología sociocultural en México, consti-
tuyendo nuestra primera propuesta que dicho desarrollo debe basarse en la
articulación y complementación entre la antropología médica y la epide-
miología, a partir de ambas disciplinas y no sólo a partir de una de ellas en
forma exclusiva o dominante.
Desde luego, hablar de epidemiología y de antropología médica supone
una simplificación, ya que en el ámbito de ambas disciplinas existen varias
tendencias, algunas de las cuales evidencian fuertes diferenciaciones entre sí
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(Menéndez 1998b). Pese a reconocer estas diferencias, sostengo que el desa-


rrollo posible de una epidemiología sociocultural se basa en la complemen-
tación —y no en la oposición— de ambas disciplinas y de sus diferentes
tendencias, lo cual no niega que dicha complementación puede gestarse
más entre ciertas orientaciones que entre otras.
Aclaro que si bien propongo una epidemiología sociocultural producto
de la articulación de diferentes perspectivas disciplinarias, no lo hago a par-
tir de considerar que cada disciplina tiene realmente límites fijos, específi-
cos y claramente diferenciados en términos epistemológicos, sino que lo
hago problematizando la realidad por estudiar, y asumiendo que es a partir
del problema que podemos desarrollar una articulación interdisciplinaria
que supere los límites establecidos institucional y profesionalmente.
Dicha complementación debería estar basada en lo que cada disciplina
—y corrientes disciplinarias— se propone obtener; lo que dice que hace y
lo que realmente realiza, para así establecer con la mayor claridad posible lo
que obtiene y lo que no puede obtener o presenta limitaciones para lograr-
lo. Para mí, la complementariedad debe pasar por establecer los aportes de
cada disciplina, pero también por indicar con la mayor claridad posible los
problemas que cada una evidencia al estudiar y/o intervenir sobre los pro-
cesos de s/e/a con los cuales trabaja.
Más aún, dicha complementación debiera pasar por cuestionar las rela-
ciones de hegemonía/subalternidad que existen entre las mismas, así como
reflexionar sobre los estereotipos que cada una tiene de la otra. Según Inhorn,
antropóloga médica especializada en enfermedades infecciosas, si bien ambas
disciplinas presentan diferencias importantes, las similitudes son mayores
que las diferencias (1995, 287).Y señala, por ejemplo, que ambas son disci-
plinas observacionales y no experimentales; para las dos la principal fuente
de información sigue siendo la palabra del encuestado o del entrevistado, y
ambas tienen una posición marginal respecto de la biomedicina.
Pese a estas y otras semejanzas, cada una de estas disciplinas tiende a
subrayar ciertas características que acentúan las diferencias, y que en muchos
aspectos básicos constituyen estereotipos. Inhorn analiza cinco estereotipos
que los antropólogos tienen respecto del trabajo de los epidemiólogos, con-
cluyendo que los mismos tienden a distorsionar y malinterpretar dicho tra-
bajo.
Por lo tanto, necesitamos problematizar nuestras disciplinas y la relación
entre ambas. Un paso decisivo de la problematización sería establecer una
lista de lo que puede ofrecer/obtener y de lo que no puede ofrecer/obte-
ner cada una de estas dos disciplinas, y a partir de ello establecer la posibi-
lidad/necesidad de complementación. Pero esta lista —o como se llame—
debe surgir de lo que realmente se produce, y no de lo que se podría hacer
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pero casi no se aplica. Ésta es una de las tareas básicas que todos los com-
prometidos con el desarrollo de una epidemiología sociocultural debería-
mos elaborar con base en nuestros respectivos campos de trabajo.
Considero que la complementación y articulación debe darse no forzan-
do una integración que puede hacer perder las características básicas de cada
disciplina, sino, por el contrario, respetando lo que cada una aporta a partir
de sus propias características. En consecuencia, no propongo una nueva dis-
ciplina, dentro de la cual se disuelvan las dos disciplinas en cuestión, sino
una articulación problematizada de las mismas.
Para observar con mayor claridad lo que quiero transmitir, presentaré
algunas problemáticas que en cierta medida son complementarias y que se
refieren a aspectos con los cuales se identifican respectivamente la epide-
miología y la antropología médica. La primera cuestión alude a la posibili-
dad de establecer generalidades estadísticas por parte de la epidemiología y a
la imposibilidad de establecerlas por parte de las aproximaciones antropoló-
gicas. No cabe duda que aquí hay un punto de diferenciación y divergencia
muy fuerte, que, para mí, debe resolverse a partir de establecer con la mayor
claridad posible lo que busca no sólo cada disciplina, sino cada investigador.
El núcleo del conflicto y del distanciamiento, según la mayoría de los
analistas, radica en que la aproximación epidemiológica no sólo busca esta-
blecer generalidades de base estadística, sino que también cuestiona, des-
confía, subalterniza la información producida por las técnicas cualitativas
respecto de diferentes problemáticas, pero sobre todo en términos de que
no podría establecer generalizaciones.
A su vez, los antropólogos médicos plantean que la información obteni-
da por observación o a través de pocos informantes entrevistados en profun-
didad es realmente la que posibilita producir información estratégica, con-
siderando frecuentemente que la mayoría de la información generalizable
obtenida por la epidemiología es superficial y no aporta demasiado a la
compresión de los problemas, y menos aún en términos de intervención. La
epidemiología estaría preocupada básicamente por la generalización, mien-
tras que la antropología buscaría la profundización.
La mayoría de los antropólogos actuales reconocen sin demasiados pro-
blemas que utilizan una metodología que no posibilita establecer generali-
zaciones, y no sólo de tipo estadístico. Más aún, las corrientes dominantes
entre la década de 1970 y la actualidad, y especialmente las fenomenológi-
cas, consideran imposible establecer generalizaciones, afirmando que la
búsqueda de las mismas distorsiona los procesos por estudiar, lo cual ahon-
da aún más las diferencias con la epidemiología.
Sin embargo, una parte de los antropólogos más o menos memoriosos
recuerdan —y algunos usamos— la existencia de aproximaciones cualitati-
MENÉNDEZ/EPIDEMIOLOGÍA SOCIOCULTURAL: PROPUESTAS Y POSIBILIDADES 17

vas que posibilitan cierto tipo de generalizaciones. Las dos principales meto-
dologías que hacen posible las generalizaciones no estadísticas son las que
utilizan el tipo ideal y las que usan modelos, las cuales no sólo posibilitan
generalizaciones sino que sobre todo proponen interpretaciones o explica-
ciones respecto de los procesos analizados.
Las dos tienen elementos comunes, que no vamos a desarrollar, pero me
interesa destacar que el tipo ideal —con este o con otros nombres— fue uti-
lizado por Émile Durkheim y por Max Weber desde fines del siglo XIX y prin-
cipios del XX, respectivamente. A su vez, la metodología que emplea modelos
aparece identificada con las orientaciones teóricas estructuralistas, pero tam-
bién con las historicistas, incluido el marxismo. Durante la década de los
sesenta diversos analistas consideraron que los modos de producción des-
criptos y analizados por Marx eran sobre todo modelos, reconociéndolo
como uno de los principales aportes metodológicos del marxismo.
Esta propuesta se desarrolló especialmente a partir del texto de Marx
(1984) sobre las formaciones precapitalistas, cuyos materiales históricos
y antropológicos sólo podían ser aceptados justamente en términos de
modelos y no de realidades históricas. Pero el desarrollo más completo Marx
lo realizó respecto del modo de producción capitalista, donde el modo de
producción constituye una construcción metodológica y la historicidad
hace referencia a las formaciones económico-sociales.
Debemos recordar además que el tipo ideal fue utilizado intensamente
por la antropología de los Estados Unidos y de América Latina durante el
lapso 1940-1970, especialmente a partir de sus propuestas sobre los tipos de
campesinado y sobre el continuum folk-urbano que recurrían a las concepciones de
Durkheim y de Weber, pero también de Marx en autores como E. Wolf o S.
Mintz.
La mayoría de las propuestas de generalización que emplean actualmen-
te los cualitativos constituyen variantes de estas dos formas de generaliza-
ción.Al respecto, debemos recordar que Durkheim (1974) aplicó esta meto-
dología al estudio del suicidio y Weber a los tipos de autoridad y domina-
ción (Weber 1987), de tal manera que estos instrumentos de interpretación
y generalización fueron desarrollados por diferentes tendencias teóricas y
metodológicas, y aplicadas tempranamente al estudio de procesos de s/e/a.
Pero además las tipologías han sido instrumentos frecuentes tanto de la
medicina clínica como de la epidemiología, dando lugar al desarrollo de
propuestas tipológicas desde las ciencias médicas en relación con padeci-
mientos específicos, como han sido las diferentes tipologías que se han pro-
puesto respecto del consumo de alcohol normal y patológico, así como las
tipologías referentes a estilos de vida y procesos de s/e/a. Como sabemos,
en el caso del alcoholismo la tipología más compleja fue la propuesta por
18 REGIÓN Y SOCIEDAD / VOL. XX / NÚMERO ESPECIAL 2 / 2008

Jellinek, mientras que en el caso de los estilos de vida la más notable fue la
desarrollada por Cassel.
Más allá de la viabilidad de estas tipologías y de las críticas que se han
formulado a las mismas, me interesa subrayar que ambas vienen del campo
de la biomedicina, e incluyen centralmente procesos socioculturales.
Pero además la construcción de tipologías constituye parte esencial del
análisis estadístico, dado que, como señala Mora y Araujo —refiriéndose a
los estudios de opinión pública—, la mayoría de la investigación cuantitati-
va se concentra en el uso de segmentaciones tipológicas y de tablas de con-
tingencia de dos o tres variables, concluyendo que: “Las segmentaciones úti-
les son las que subdividen a una población en términos de unas pocas varia-
bles fuertes como para explicar muchos de los comportamientos relevantes”
(2005, 470). Recordemos que tanto la segmentación como las variables
fuertes se seleccionan a partir de hipótesis que se imponen a los datos; es
decir, operan como tipos sociales.
En el caso de los modelos, personalmente he desarrollado la propuesta
del modelo médico hegemónico (MMH), así como de otros modelos de
atención/prevención de los padecimientos, aunque con menor elaboración
metodológica que el primero. Los modelos son construcciones —al igual
que los tipos ideales— que posibilitan la indagación de procesos específi-
cos, y desde esta perspectiva, el manejo de modelos y de tipos ideales debe
asumir desde el principio que el tipo y el modelo no equivalen a la realidad
que quieren describir y explicar, sino que son construcciones basadas en la
realidad.Y segundo, que su aplicación supone una relación constante entre
modelo/tipo e historicidad, siendo a partir de este juego que podemos
simultáneamente dar cuenta de procesos y problemas específicos, así como
proponer generalizaciones que van más allá de lo específico (Menéndez
1990b; Menéndez y Di Pardo 1996).
Justamente Weber elaboró su concepción tipológica como una dialéctica
constante entre tipo e historicidad, que es lo que he tratado de hacer modes-
tamente respecto del saber médico en México, tanto en términos de un pro-
blema específico —saber médico y alcoholismo— como respecto de proce-
sos más generales referidos a las características, funciones, situación y trayec-
toria del sector salud mexicano. Por lo tanto, y a partir del juego modelo/his-
toricidad y de considerar realmente como provisional nuestra propuesta de
modelos médicos, he descripto y analizado durante cerca de treinta años las
características del sector salud y en particular el proceso de alcoholización,
observando a través de estudios específicos la trayectoria y funcionamiento
del sector salud y de la biomedicina respecto del alcoholismo, lo cual me per-
mite revisar, confirmar y/o modificar periódicamente la formulación de
modelos médicos.
MENÉNDEZ/EPIDEMIOLOGÍA SOCIOCULTURAL: PROPUESTAS Y POSIBILIDADES 19

Si bien el modelo se construye a partir de datos empíricos, no lo redu-


cimos a los datos empíricos observables, sino que trata de articular los pro-
cesos y los actores sociales a través de las relaciones inscriptas en lo obser-
vable, para proponer interpretaciones que van más allá de lo observable y de
los procesos y fuerzas sociales manifiestas.
Hago hincapié en que estos modelos deben concebirse como construc-
ciones provisionales, que no niegan, por ejemplo, las diferencias subjetivas
y grupales de los médicos, que no imponen una homogeneización que
anula las particularidades, ni pretenden encontrar las explicaciones del fun-
cionamiento de las instituciones y del saber médico exclusivamente fuera de
ellos, colocándolas en estructuras y fuerzas sociales que determinan los
comportamientos médicos, como señala con acierto Campos (2001, 36).
Considero que la subjetividad y la diferencia emergen cuando aplicamos
determinados criterios metodológicos y cuando referimos el modelo a la
historicidad de los procesos, como hemos tratado de desarrollarlo a través
de nuestras descripciones y análisis del saber, de las instituciones y del MMH
respecto del alcoholismo (Menéndez 1990b, 1992; Menéndez y Di Pardo
1996, 2003, 2006.
Algo similar he estado haciendo con referencia al modelo de autoaten-
ción y al modelo que corresponde a los saberes populares, respecto de los
cuales la revisión se basa sobre todo en el material surgido de las tesis de
maestría y de doctorado que he dirigido en los últimos veinte años y que
en su mayoría aluden a procesos de autoatención y a las características y usos
de los saberes populares en muy diferentes contextos mexicanos. Pero
subrayo que en todos los casos el núcleo metodológico hace referencia a la
relación que establecemos entre modelo e historicidad.
Debemos recordar que por lo menos una parte de las propuestas de tipos
ideales y de modelos se formula a partir de reconocer la gran complejidad
que caracteriza a determinados procesos y problemas sociales por investigar,
y que la cuestión no es simplificar dicha complejidad, sino producir los
medios metodológicos que nos posibiliten aproximarnos a su descripción y
comprensión. El primer paso es cuestionar la esperanza empirista de utilizar
y describir todas las variables que operan respecto del proceso por analizar,
dado que, como lo examinó brillantemente Gouldner (1977), de manera
inevitable toda investigación, por empirista y positivista que sea, selecciona
y trabaja con una determinada construcción de la realidad. El segundo es
problematizar la realidad a partir del punto de vista del investigador y/o de
los actores significativos, y el tercero, proponer hipótesis a través de las cua-
les se formulan los tipos o modelos, que a su vez precisan y generan nuevas
hipótesis; éstas se exploran a través de los tipos y modelos.Y cuarto, eviden-
ciar y cuestionar el modelo que llevamos adentro respecto de la realidad por
20 REGIÓN Y SOCIEDAD / VOL. XX / NÚMERO ESPECIAL 2 / 2008

estudiar, y que frecuentemente constituyen confirmaciones de nuestros pre-


supuestos no explicitados.
En síntesis, el uso de tipos y modelos supone asumir que son construc-
ciones metodológicas, que deben ser referidas a la historicidad de los pro-
cesos y que su formulación se hace a partir de problematizar la realidad por
estudiar y de establecer determinadas hipótesis respecto de dicha realidad.
Es con base en estas hipótesis que simultáneamente pueden proponerse
interpretaciones y generalizaciones. En última instancia, los tipos ideales y
los modelos generalizan hipótesis en términos de probabilidades y, por lo
tanto, las hipótesis debieran hacer referencia a los aspectos nucleares del pro-
blema y/o proceso a estudiar y comprender.
Ahora bien, no conozco, por lo menos en relación con México, estudios
en los cuales se analice desde perspectivas epidemiológicas y antropológicas
la posibilidad de articular el tipo de generalización estadística y el que devie-
ne del uso de tipos y modelos, así como cuáles son sus beneficios y limita-
ciones, y el tipo de complementación que demandaría.
Además, hay otros aspectos relacionados con la posibilidad de generali-
zación que favorecen el distanciamiento entre ambas disciplinas, y de los
cuales sólo seleccionaré uno. Como ya lo señalé, la epidemiología trata de
establecer generalizaciones que vayan más allá de los contextos locales,
mientras que gran parte de los antropólogos se asumen como estudiosos de
lo local, pasando a ser secundario o directamente inexistente la necesidad de
generalizar, pero también de comparar. Si bien el método comparativo
caracterizó el desarrollo inicial de la antropología, fue perdiendo significa-
ción hasta casi desaparecer de los objetivos e intereses de las escuelas domi-
nantes entre las décadas de los setenta y los noventa.
Lo que afirmamos no niega que a la epidemiología le pueden interesar
problemas del ámbito local, comunitario o regional, pero frecuentemente
necesita manejar la información en un espacio local que posibilite, a su vez,
la generalización y la comparación. Además, los epidemiólogos pueden
estudiar un foco infeccioso local o establecer un programa de vigilancia epi-
demiológica regional, pero su trabajo implica el uso de determinadas cate-
gorías y la producción de información que posibiliten su comparación con
los datos obtenidos en otros contextos. Requieren, por lo tanto, no sólo
generalizar más allá de lo local, sino también describir y analizar los datos
locales a través de categorías universales.
Gran parte de la antropología médica, al colocar sus objetivos en el estu-
dio de lo local y de lo emic, trabaja en torno al padecimiento (illness). Lo que
importa son las características que adquiere una enfermedad no sólo en el
ámbito local sino también en función de las categorías sociales formuladas
y utilizadas por los sujetos y grupos que estudia. Por lo menos una parte de
MENÉNDEZ/EPIDEMIOLOGÍA SOCIOCULTURAL: PROPUESTAS Y POSIBILIDADES 21

los antropólogos sostiene que a través de los síntomas de los sujetos locales
se expresan los valores, creencias y significados de la cultura local.
Ésta ha sido la tradición fuerte de los estudios antropológicos sobre los
procesos de s/e/a, por lo menos desde la década de los treinta, y que se
expresa, por ejemplo, en los extraordinarios estudios de Mead (1957) sobre
la fatiga en Bali, de Devereux (1937) sobre el homosexualismo entre los
mohave o De Martino (1961) sobre el tarantulismo en comunidades del sur
de Italia. Todos estos trabajos focalizan las características locales —en su
mayoría culturales— que se expresan a través de los padecimientos, ya que
lo que importa es dar cuenta de la estrecha relación que existe entre deter-
minadas formas culturales y las características de los padecimientos tanto en
términos de causalidad, de desarrollo, como de solución de los mismos,
pero donde lo central lo constituye la interpretación cultural de los proce-
sos estudiados.
La identificación de esta perspectiva con los trabajos de Kleinman por
gran parte de los antropólogos regionales actuales expresa el desconoci-
miento de la trayectoria de los estudios de nuestra disciplina sobre los pro-
cesos de s/e/a, y del conjunto de trabajos que ha ido posibilitando el desa-
rrollo de la epidemiología sociocultural (Menéndez 2002).
En función del peso dado a la dimensión simbólica relacionada especial-
mente con aspectos como el cuerpo o el sufrimiento, se han desarrollado
ciertas concepciones y acciones que deben analizarse con sumo cuidado, no
sólo en términos teórico-metodológicos sino también ideológicos. Me
refiero a toda una serie de antropólogos que desde fines de la década de los
ochenta y sobre todo durante la de los noventa nos hablan de biologías locales
como expresión de la estrecha relación y significación que existe entre el
cuerpo y las enfermedades en el seno de las culturas locales (Menéndez
2001a, 2002).
Considero que el desconocimiento de la trayectoria de la antropología,
así como de los procesos económico-políticos e ideológicos dentro de los
cuales operó, les permite proponer esta categoría sin tomar en cuenta que
fueron antropólogos —y otros científicos— alemanes y centroeuropeos,
entre las décadas de 1920 y de 1940 los que más trabajaron con la concep-
ción de biologías locales, que terminaron siendo usadas como justificadoras de
exterminios masivos.
Me interesa poner de relieve que estas propuestas fueron desarrolladas
por algunos de los más importantes antropólogos alemanes, recordando
que en ese momento la antropología alemana constituía una de las tres
antropologías más importantes del mundo junto con la británica y la de los
Estados Unidos, y se caracterizaba por su mayor desarrollo teórico y meto-
dológico. Dichos antropólogos propusieron una relación entre lo biológico,
22 REGIÓN Y SOCIEDAD / VOL. XX / NÚMERO ESPECIAL 2 / 2008

lo étnico y lo popular (volk) en términos de una unidad particular que carac-


terizaba a ciertos grupos sociales y los diferenciaba radicalmente de otros
grupos (Harding 1993; Jell-Bahlsen 1985; Menéndez 2001a; 2002). Dicha
propuesta no estaba basada sólo en la raza, como se suele afirmar, sino en la
unidad indisoluble etnos-raza-pueblo, que estos científicos e ideólogos pro-
ponían.
La elaboración de una epidemiologia sociocultural debe tener muy en
cuenta las diferentes trayectorias que dan lugar a su desarrollo, pero inclu-
yendo y reflexionando no sólo sobre los aspectos descriptivos, teóricos y
metodológicos que podemos recuperar para legitimar dicha orientación
epidemiológica, sino también para cuestionar las orientaciones que no sólo
generaron explicaciones incorrectas, sino que posibilitaron el uso de la
antropología y de la biomedicina con objetivos y consecuencias negativos,
como fueron la exterminación de gitanos, judíos, eslavos y de otras minorías
raciales.
No debemos olvidar que una parte de los estudios sobre higiene racial fue-
ron desarrollados no sólo por la biomedicina sino también por la epidemio-
logia, y no únicamente en Alemania, sino además en la mayoría de los paí-
ses europeos y en los Estados Unidos, y que en nombre de esa concepción
eugenésica se hicieron notables aportes tanto clínicos como epidemiológi-
cos. Las investigaciones de Eppinger sobre las funciones hepáticas desarro-
lladas durante la década de los treinta y primeros años de la década de los
cuarenta posibilitaron extraordinarios avances en la comprensión e interven-
ción clínica de dichas funciones, pero a partir de la muerte de cientos de
sujetos —judíos en su mayoría— que fueron utilizados como cobayos
humanos en el laboratorio especial que el nazismo construyó en Creta, para
que Eppinger realizara sus notables investigaciones biomédicas. La primera
encuesta de masas a escala mundial sobre tuberculosis broncopulmonar
(TBC) llevada a cabo no sólo a través de interrogatorio médico, sino también
de pruebas clínicas, fue aplicada al conjunto de la población alemana bajo el
régimen nazi, constituyendo uno de los aportes fundamentales a la epide-
miología de la tuberculosis broncopulmonar en el ámbito internacional
(Harding 1993; Menéndez 1972, 2002; Proctor 1988).
Como lo he expuesto en varios trabajos, la negación y el olvido son parte
de la continua deshistorización de las sociedades, y el desarrolllo de una epi-
demiología sociocultural supone una suerte de continua lucha contra el olvi-
do, dado que en el pasado podemos encontrar aportes que todavía tienen
notable vigencia y validez metodológica y teórica, como son, por ejemplo,
las propuestas epidemiológicas de Cassel (Cassel 1964, 1976; Cassel y
Tyroler 1988) o de Murphy (Dubreuil 1988; Murphy 1982), pero también
MENÉNDEZ/EPIDEMIOLOGÍA SOCIOCULTURAL: PROPUESTAS Y POSIBILIDADES 23

para observar cómo fueron usados conceptos como el de biologías locales, que
requieren de una reelaboración y uso cuidadoso de los mismos.

Críticas mutuas

Como ya lo indicamos, ambas disciplinas se han cuestionado mutuamente,


y así los epidemiólogos sostienen que los antropólogos no establecen con
claridad cuáles son sus criterios para seleccionar los informantes con los cua-
les trabajarán; que las formas de utilizar, por ejemplo, la técnica denomina-
da bola de nieve conducen a que por lo menos una parte de los sociólogos y
antropólogos recurran a los informantes que “pueden” y no a los que serían
más idóneos para lo que quieren estudiar.
Y tienen razón, ya que gran parte de los estudios antropológicos y socio-
lógicos de tipo cualitativo no establecen criterios claros de selección de sus
sujetos de estudio, o lo que es más preocupante, establecen criterios de selec-
ción, y luego entrevistan a lo sujetos que pueden y no a los que debieran en
términos de la metodología propuesta. Debo advertir que algo similar le ocu-
rre a una parte de los epidemiólogos que se han dedicado en los últimos años
a aplicar técnicas cualitativas, sin tener demasiada experiencia en ello.
La epidemiología sociocultural basa su trabajo en los denominados acto-
res sociales significativos, los cuales deben ser considerados como significativos en
función de la importancia que tienen respecto del proceso de salud por
investigar, estableciendo por lo tanto criterios de selección que deben apli-
carse para conseguir entrevistar y observar justamente a los sujetos que tie-
nen que ver con la problemática que se quiere estudiar, y no sólo a cualquier
sujeto que se deja entrevistar.
Personalmente estoy cada vez más preocupado por la calidad de la infor-
mación que producimos los antropólogos a través de nuestras técnicas cua-
litativas, dado que toda una serie de procesos están conduciendo a un fuer-
te deterioro en la aplicación de las mismas. Presiones de muy diferente tipo
que impulsan la productividad académica tienden a reducir no sólo el tiempo del
trabajo de campo, sino además la posibilidad de asegurar una mínima cali-
dad de la información obtenida. Se fomenta la rapidez en todos los pasos de
la investigación, de tal manera que muchas instituciones financian básica-
mente proyectos que utilizan técnicas cualitativas que favorecen la urgencia,
aun cuando se reduzca la profundidad y calidad de la información.
Desde esta perspectiva, el auge actual de determinadas técnicas de obten-
ción de información no tiene tanto que ver con la calidad de ésta como con
la rapidez con que se la obtiene, lo cual abarata costos y conduce a producir
24 REGIÓN Y SOCIEDAD / VOL. XX / NÚMERO ESPECIAL 2 / 2008

resultados más rápidamente. No es un hecho casual que toda una serie de


instituciones financiadoras de organizaciones no gubernamentales (ONG)
hayan impulsado especialmente el trabajo con los denominados grupos focales.
Las técnicas rápidas de obtención de información (RAP) tuvieron una
notable difusión inicial, que luego quedó sobre todo confinada a su uso por
una parte de las organizaciones no gubernamentales. Estas técnicas fueron
tempranamente criticadas por epidemiólogos y antropólogos por conside-
rar que el tipo de información obtenido no era confiable, porque eran uti-
lizadas por personas sin formación antropológica para obtener material cul-
tural complejo, y porque conseguían los datos de muy pocas personas,
inclusive de una sola. Este material se tomaba a veces como prueba piloto,
pero en otras ocasiones constituía la base a partir de la cual se generaban
intervenciones sobre las comunidades (Herman y Bentley 1992; Menéndez
2001b, 2005b).
Considero que las técnicas rápidas (RAP) han tenido un fuerte impacto en
el trabajo de campo de antropólogos que están realizando investigaciones
académicas sobre procesos de s/e/a, de tal manera que no sólo entrevistan
en profundidad a unos pocos informantes, sino que también para proble-
mas tan graves como pueden ser las relaciones entre pobreza y VIH-sida o la
vinculación de las violencias con los estilos de vida, aplican una sola entre-
vista, que frecuentemente es más una encuesta que una entrevista en pro-
fundidad. Más aún, si bien no generalizan estadística ni tipológicamente sus
análisis a partir de los datos con muy escasos informantes, terminan hablan-
do de los pobres, de los grupos étnicos o de los estratos sociales, que suponen en cada
caso a millones de sujetos.
Subrayo que no cuestiono trabajar con escasos informantes y en profun-
didad para obtener información confiable y estratégica; todo lo contrario,
pero para ello hay que trabajar realmente a fondo.
Especialmente entre las décadas de los cincuenta y de los setenta, una
parte de los antropólogos que trabajaban con procesos de s/e/a estaban pre-
ocupados por la validez de la información obtenida de los informantes claves
que entrevistaban; así les ocurría especialmente a investigadores interesados
por problemas relacionados con el alcoholismo, como son los casos de H.
Murphy, R. Smart o G. Nateras. Pero estas preocupaciones casi han desapare-
cido, por lo menos entre nosotros; a veces tengo la impresión de que ya no
interesa cómo se obtiene la información, ni la calidad de la misma, ni el
papel del antropólogo en la producción de dicha información. Lo único que
interesa es producir datos.
Toda una serie de orientaciones teóricas, inclusive algunas caracterizadas
por su sofisticación, han favorecido esta manera de trabajar.Varias propuestas,
surgidas especialmente de los denominados estudios culturales, han promovido
MENÉNDEZ/EPIDEMIOLOGÍA SOCIOCULTURAL: PROPUESTAS Y POSIBILIDADES 25

que una parte de los antropólogos se conviertan en flâneurs o, si se prefiere, en


turistas del conocimiento. Es como si aspiraran a ser una suerte de Walter
Benjamin caminando y vuayerando por París, nada más que ahora pasearían
por los hospitales o por las bibliotecas de la facultad de medicina, para con-
tarnos sus narrativas (Peirano 1997).
Las propuestas relativistas que cuestionaron la relación verdad-no verdad
en la investigación antropológica, especialmente desde la década de 1970, y
que por supuesto no se reduce a Geertz y sus discípulos, favorecieron estos
procesos, así como también las propuestas que basan la información en las
narrativas, describiendo y analizando el discurso en términos del mismo, y sin
tomar en cuenta el contexto ni las relaciones sociales y económico-políticas
donde funcionan dichas narrativas (Bibeau y Corin 1995).
Para mí, las propuestas socioantropológicas debieran preocuparse no sólo
por la capacidad estratégica de la información obtenida, sino también por la
calidad y confiabilidad de dicha información. Es decir, tenemos la obligación
metodológica de establecer y justificar cuáles son nuestros actores significa-
tivos, cuáles son los criterios de selección de los sujetos que representan a
los mismos, cómo obtenemos la información y cómo aseguramos la confia-
blidad de ésta.
A su vez, el trabajo epidemiológico también ha recibido fuertes y reite-
radas críticas, de las cuales sólo recordaré algunas. En primer lugar, los antro-
pólogos sostienen que las técnicas estadísticas como la encuesta tienden a
aislar a los sujetos que entrevistan en lugar de describirlos en términos de
sus relaciones sociales, y que además no incluyen los contextos a partir de
los cuales estos sujetos desarrollan sus vidas y sus significados. Más aún, las
técnicas estadísticas eliminan los significados personales que los entrevista-
dos tienen respecto de los datos que los encuestadores les solicitan.
Uno de los principios básicos de la metodología estadística, me refiero a
la selección al azar de lo sujetos a ser encuestados utilizada por los epide-
miólogos, desconoce en los hechos que los sujetos se caracterizan porque la
mayoría de sus relaciones sociales básicas no son aleatorias, sino producto
de la vida social dentro de la cual operan. De esta manera, la metodología de
la encuesta ignora una de las propiedades básicas de la vida social, es decir,
que los sujetos se relacionan y no por azar estadístico.
Diversos autores sostienen que las variables sociales y culturales que uti-
liza la epidemiología, como pueden ser estratificación social, pobreza o per-
tenencia étnica, se aplican sin establecer lo que significan estratificación
social, pobreza y pertenencia étnica en términos teóricos, o por lo menos de
procesos sociales empíricos. Estas y otras categorías como edad, rural/urba-
no, sexo o género son producto de procesos sociales; son parte de las repre-
26 REGIÓN Y SOCIEDAD / VOL. XX / NÚMERO ESPECIAL 2 / 2008

sentaciones sociales colectivas e inclusive de las luchas sociales que se han


dado entre diferentes sectores sociales, como justamente es el caso de las
categorías sexo/género. De esta manera, aparecen como categorías científi-
cas y universales, cuando son resultado de procesos sociales, y por supuesto
técnico-científicos, que organizan ciertos tipos de realidad, que la mayoría
de los epidemiólogos no cuestionan ni analizan en sus consecuencias meto-
dológicas. Más aún las estadísticas vitales, por ejemplo, se presentan al inves-
tigador como realidad objetiva, cuando las mismas constituyen construccio-
nes metodológicas e ideológicas de la realidad (Lenoir 1993).
Los epidemiólogos suelen manejar estas variables y categorías como
meros indicadores que posibilitan establecer determinadas correlaciones
estadísticas en torno a dichas variables, pero sin incluir en sus análisis el sig-
nificado que las mismas tienen respecto de los procesos estudiados (Massé
1995). O si lo hacen, generalmente sus propuestas son tautológicas, o sim-
plifican la realidad a estudiar en términos tales que no sólo no la describen
en profundidad, sino que no la utilizan eficazmente, como he tratado de evi-
denciarlo a través de mi análisis de la variable estilo de vida (Menéndez
1998b).
Esta tendencia la podemos observar sobre todo a través de una parte sig-
nificativa de los estudios que sobre pobreza y salud se están desarrollando
actualmente en América Latina, y que tienen la propensión a trabajar con la
realidad en términos de variables y no de procesos sociales, simplificando y
esquematizando los procesos que estudian, y además dejando de lado con
frecuencia los procesos de violencia estructural que caracterizan a la pobre-
za latinoamericana actual.
Pero además tanto la epidemiología como la socioantropología, que
estudian la pobreza y los procesos de s/e/a en México —según surge de una
revisión bibliográfica y de algunas entrevistas que estamos realizando—, si
bien han generado aportes, especialmente en términos estadísticos, lo que
llama no obstante la atención es la pobreza de la información etnográfica, la
reiteración de ciertas temáticas de escasa significación y la carencia de des-
cripciones y análisis sobre aspectos decisivos de las relaciones entre pobreza
y procesos de s/e/a.
Los especialistas regionales tienden a ignorar la producción de notables
trabajos desarrollados desde la década de los sesenta por autores como
Antonovski, Black, Farmer, Kosa, Massé, Riesman o Tousignant, quienes no
sólo incluyen los procesos económico-políticos y los simbólicos en sus aná-
lisis sobre la relación entre pobreza y procesos de s/e/a, así como el racis-
mo y la desigualdad socioeconómica como partes centrales de dicha rela-
ción, sino que además desarrollan conceptos como los de coping (Antonovski
MENÉNDEZ/EPIDEMIOLOGÍA SOCIOCULTURAL: PROPUESTAS Y POSIBILIDADES 27

1979) o espacio de pobreza (Massé 1995;Tousignant 1989), que serían de suma


importancia para explicar y para intervenir en la situación mexicana.2
La mayoría de los estudios manejan supuestos teóricos y empíricos que
proponen que los estratos sociales más bajos se caracterizan por tener las
más altas tasas de mortalidad y la menor esperanza de vida en comparación
con cualquiera de los otros estratos sociales. Según estos estudios, los pobres
se distinguen no sólo por ser más vulnerables a la mayoría de las enferme-
dades, sino por pagar más por su salud (Williams 1977).
Estas y otras características diferencian radicalmente a los más pobres del
resto de los estratos sociales. Y es a similares conclusiones que llegan los
estudios locales sobre pobreza y procesos de s/e/a, pero sin avanzar mucho
más en sus interpretaciones.
Observamos que la mayoría de los estudios mexicanos sobre salud y
pobreza, y especialmente los que se han realizado en torno a los programas
contra la pobreza, dejan de lado no sólo las investigaciones, sino también las
discusiones, reflexiones y aplicaciones que se hicieron sobre las políticas de
atención primaria de salud y en particular respecto de las denominadas aten-
ción primaria comprensiva y atención primaria selectiva, desarrolladas entre
fines de la década de los setenta y la de los noventa, lo cual constituye una
grave omisión, ya que fue en gran medida a partir de los programas de aten-
ción primaria de la salud que ulteriormente se diseñaron y aplicaron las
políticas focales o selectivas concernientes a la población en situación de
pobreza y extrema pobreza.
El análisis y evaluación de las mismas posibilitaría explicar, por ejemplo,
no sólo la trayectoria de los programas IMSS/COPLAMAR, Solidaridad, PROGRESA
y Oportunidades, sino también la eficacia y las limitaciones de los mismos,
recordando que dichos programas fueron organizados e impulsados por el
Estado mexicano desde mediados de la década de los setenta hasta la actua-
lidad para enfrentar determinados problemas —y especialmente los de
enfermedad— que afectaban la situación de los sectores sociales más pau-
perizados de la sociedad mexicana, en particular en el medio rural.
Esos estudios y reflexiones tal vez ayudarían a nuestros especialistas en
pobreza y salud a comprender lo que no pueden comprender —según lo

2 El concepto de coping ha sido utilizado y definido de muy diferentes maneras, siendo las domi-
nantes las que han psicologizado este concepto, focalizando el papel del individuo. Antonovski, por el
contrario, utiliza el concepto de coping (1979) a partir de sus análisis de la desnutrición, donde los pro-
cesos económico-políticos, y en particular las clases sociales, son centrales para explicar quiénes y por
qué son desnutridos (1967), y la posibilidad de revertir o por lo menos paliar esta situación a través
de los recursos de todo tipo utilizados para enfrentarla. En México el concepto de coping ha sido muy
poco empleado, y casi exclusivamente por psicólogos, quienes lo han traducido como enfrentamiento, o
por términos similares.
28 REGIÓN Y SOCIEDAD / VOL. XX / NÚMERO ESPECIAL 2 / 2008

explicitan varios de ellos mismos—, e inclusive a incluir en sus estudios y


acciones lo que no incluyen (Grodos y Bethume 1988; La Forgia 1985;
Menéndez 1993; Menéndez y Spinelli 2006; Paganini y Rice 1989; Rifkin y
Walt 1998). Dado, además, que los estudios sobre pobreza y salud tienden
a ignorar algunos de los principales aportes etnográficos que se han hecho
en los últimos años respecto de población en situación de pobreza y perte-
neciente a diversos grupos étnicos, como son, por ejemplo, los estudios de
Mendoza (1994, 2004) y de Ortega (1999). Si bien estos trabajos no tienen
por objeto la pobreza, presentan no obstante información mucho más pro-
funda, confiable y estratégica sobre procesos de s/e/a en población pobre,
lo que posibilita comprender algunos de los problemas más lacerantes que
padecen dichos grupos.
Más aún, los especialistas en pobreza tienden a ignorar los estudios desa-
rrollados por médicos latinoamericanos y especialmente mexicanos (Celis y
Navas 1970) entre las décadas de los cincuenta ysetenta, que evidencian una
preocupación especial respecto de la pobreza como una de las principales
causas de enfermedad y de las altas tasas de mortalidad, así como uno de los
principales impedimentos para reducir los problemas de salud de la pobla-
ción mexicana.Toda una serie de estudios clínicos y epidemiológicos sobre
la cirrosis hepática desarrollados durante las décadas de los cincuenta y
sesenta conducirá a los especialistas mexicanos a colocar las causas de este
padecimiento en la relación consumo de alcohol, desnutrición y pobreza,
interpretación que a partir de la década de los setenta fue abandonada, en
particular por los nuevos líderes académicos y profesionales (Menéndez
1990b, Menéndez y Di Pardo 2003).
El análisis de los materiales bibliográficos y de las intervenciones sobre
pobreza y salud producidos desde la década de los sesenta posibilitaría a los
especialistas actuales en este campo contar con explicaciones y estrategias de
intervención que siguen siendo vigentes, así como desechar las que han evi-
denciado falta de eficacia. Este examen es pertinente porque las políticas y
actividades que se están aplicando en la actualidad contra la pobreza,y espe-
cialmente las que tienen que ver con los procesos de s/e/a, reiteran, sin
demasiados agregados, las que se vienen aplicando en México desde las
fechas indicadas.

Críticas epistemológicas, técnicas y de sentido común

La revisión de las investigaciones epidemiológicas, especialmente las relacio-


nadas con ciertos padecimientos, ha conducido a generar desde la década de
MENÉNDEZ/EPIDEMIOLOGÍA SOCIOCULTURAL: PROPUESTAS Y POSIBILIDADES 29

1960 críticas recurrentes respecto de que lo básico —y a menudo lo


único— que aportan la mayoría de los estudios epidemiológicos son medi-
ciones, pero mediciones que no permiten comprender muchos de los pro-
cesos que miden, dado que tienden a desconocer la complejidad del campo
social donde operan dichos procesos de s/e/a (Bibeau y Corin 1994). Esto,
por supuesto, no niega los aportes epidemiológicos, sino que señala sus
limitaciones.
Desde hace más de dos décadas estoy analizando los aportes epidemio-
lógicos respecto del consumo de alcohol y de sus consecuencias en la salud
de la población mexicana, y hago mías las conclusiones de dos de los más
importantes especialistas contemporáneos sobre adicciones, incluidas las
relacionadas con el consumo de alcohol: “Los estudios epidemiológicos
sobre el consumo de drogas rara vez han abordado las verdaderas dificulta-
des teóricas de esta problemática; predomina un tipo de investigación mecá-
nica y reiterativa que trata al consumidor de drogas como un objeto de estu-
dio totalmente divorciado de las condiciones culturales y de las institucio-
nes sociales dentro de las cuales vive y consume drogas.” (Edward y Ariff
1981, 291).
Más aún, reconocen que el alcoholismo no es fácil de estudiar, pues implica
un conjunto de relaciones complejas y en constante cambio, y que justamen-
te este es el tipo de problemas que debe enfrentarse metodológicamente en
lugar de simplificar la realidad describiéndola a través de variables y de cate-
gorías aisladas, que no posibilitan entender lo que pasa con dicho padeci-
miento.Y recuerdo que estos especialistas en alcoholismo son clínicos y epi-
demiólogos.
Estas afirmaciones siguen siendo válidas para la mayor parte de la inves-
tigación epidemiológica que se realiza en México sobre consumo de alco-
hol y sus consecuencias (Menéndez 1990b; Menéndez y Di Pardo 2003,
2006). Pero es importante señalar que esta producción epidemiológica evi-
dencia además serias incongruencias metodológicas, especialmente referi-
das a la calidad de la información que genera y analiza.
Desde por lo menos la década de los sesenta contamos con evaluaciones
metodológicas que indican que las encuestas tienden a subregistrar el con-
sumo de alcohol por parte de la población, y así R. Room, analizando los
datos de la encuesta aplicada por Cahalan en 1964-1965 a escala nacional
de los Estados Unidos, encuentra que los datos de esta encuesta sólo corres-
ponden a 50 por ciento de la venta de vinos, a 55 por ciento de la venta de
cerveza y a 55 por ciento de la venta de bebidas alcohólicas de alta gradua-
ción. Es decir, esta encuesta subregistra en más de 50 por ciento los volú-
menes de bebidas alcohólicas consumidos por la población de los Estados
Unidos, según los registros de venta.
30 REGIÓN Y SOCIEDAD / VOL. XX / NÚMERO ESPECIAL 2 / 2008

Recordamos que ambos son dos de los más importantes investigadores


norteamericanos sobre alcoholismo. Por ello es fundamental señalar que a par-
tir de entonces se verificaron estos hallazgos en otros contextos, y por lo
tanto se recomendó no aplicar este tipo de instrumento para obtener datos
confiables sobre consumo de alcohol. Más aún, una revisión de los estudios
epidemiológicos basados en encuesta realizados en países como Canadá,
Finlandia y los Estados Unidos concluyó que “proporcionan estimados del
consumo per cápita equivalentes a entre 40 y 60 por ciento de los resulta-
dos obtenidos de la venta” (Pernamen 1975, citado en Organización
Mundial de la Salud [OMS]/Organización Panamericana de la Salud [OPS]
2000, 36; véase también Midanik 1982).
Estos y otros analistas llegaron a la conclusión de que estas encuestas no
detectan a los bebedores de mayor consumo —es decir, uno de los princi-
pales grupos de riesgo—, dado que dichos bebedores tienden a decir a sus
encuestadores que no beben o beben muy poco alcohol, mintiendo inten-
cionalmente. Más aún, esta omisión y deformación de la información se
observa también en las entrevistas clínicas (Hammersley 1994; Menéndez y
Di Pardo 1996, 2003; Seppa 2006).
Pese a que los especialistas nacionales tienen conocimiento de estas crí-
ticas, en México se han llevado a cabo desde fines de la década de 1980 cinco
encuestas nacionales sobre consumo de alcohol y consumo de otras sustan-
cias consideradas adictivas, pero sin incluir en las descripciones y análisis los
sesgos que presenta la información obtenida, que no sólo subregistra el con-
sumo general de alcohol, sino que subregistra el consumo de alguno de los
principales grupos de riesgo. Más aún, se calcula que más del 50 por ciento
del alcohol consumido en México es de producción y venta clandestinas, pero
la mayoría de los epidemiólogos especializados en alcoholismo sólo estu-
dian el alcohol a través de las encuestas citadas y/o de las cifras oficiales que
no incluyen la producción y venta clandestina, lo cual acentúa todavía más
el sesgo de sus descripciones y análisis, que no corresponden a los consu-
mos reales de alcohol de la población mexicana.
Ahora bien, estos subregistros del consumo de alcohol no sólo los obser-
vamos en los estudios específicos realizados en México sobre dicho consu-
mo, sino también en estudios sobre la violencia contra la mujer que tratan
de correlacionar dicha violencia con el consumo de alcohol.Y así, por ejem-
plo, en la encuesta nacional sobre violencia contra la mujer realizada en
México (Olaiz et al. 2003, 16) se presentan datos que indican que según las
mujeres encuestadas 51 por ciento de ellas nunca toma bebidas alcohólicas,
43.6 por ciento dice beber ocasionalmente menos de una vez al mes y sólo
3 por ciento reconoce un consumo mayor al de una vez al mes.
MENÉNDEZ/EPIDEMIOLOGÍA SOCIOCULTURAL: PROPUESTAS Y POSIBILIDADES 31

En ninguno de los casos señalados observamos una reflexión metodoló-


gica por parte de los investigadores que diseñaron y aplicaron estas encues-
tas —y que trabajan en dos de los principales institutos nacionales de
salud— respecto de la confiabilidad de los datos estadísticos obtenidos, ni
sobre su calidad, pese a que por lo menos una parte de dichos datos contra-
dicen no sólo los datos de las estadísticas vitales, sino también el sentido
común de cualquier persona que viva en México. La Secretaría de Salud (SSA)
y el Instituto Nacional de Estadística, Geografía e Informática (INEGI) nos
informan que desde la década de los ochenta la mortalidad por cirrosis
hepática en mujeres que están entre los 35 y 64 años de edad es una de las
primeras cinco causas de mortalidad.
Pero no sólo no observamos reflexiones metodológicas sobre la informa-
ción obtenida, sino que ésta se utiliza como si realmente los datos corres-
pondieran a la realidad de los consumos, no expresando los investigadores
ninguna duda sobre la información que nos están presentando y a partir de
la cual sacan conclusiones que pasan a ser parte de nuestras realidades epi-
demiológicas construidas por la epidemiología, pero que tienen poco que
ver con la realidad de los consumos y de los usos de la población.
Desde hace años se han generado críticas consistentes respecto de las
construcciones más o menos imaginarias que han concebido diferentes dis-
ciplinas, incluida la epidemiología —y por supuesto la antropología—, en
relación con el alcoholismo (Room y Collins 1983), pero nuestros especia-
listas siguen sin asumir dichas críticas y estableciendo mediciones que no
sólo no son válidas, sino que distorsionan la realidad.
Además las reiteradas encuestas epidemiológicas realizadas sobre consu-
mo de alcohol sólo se dedican a obtener ciertos datos para medir consumo
y para correlacionarlos con ciertas variables, pero sin producir información
sobre aspectos económico-políticos, culturales, sociales, que son decisivos
para poder diseñar y aplicar estrategias respecto de los problemas generados
por el consumo de alcohol. Cada vez se habla más de la importancia de los
estilos de vida, así como del cambio de los mismos, especialmente en muje-
res y en adolescentes, para explicar las formas y volumen de consumo de
alcohol por parte de los mismos, pero las encuestas señaladas casi no nos
dicen nada sobre dicha variable en términos que nos puedan servir tanto para
comprender como, sobre todo, para intervenir.
Existe además toda una serie de procesos epidemiológicos respecto de los
cuales no contamos con información que nos permita comprenderlos, pese
a lo sorprendente que son. Tenemos, por ejemplo, el caso del VON o virus
del Nilo, padecimiento detectado por primera vez en Uganda en 1937 y que
fue encontrado en 1999 en seres humanos en los Estados Unidos. Para 2004
32 REGIÓN Y SOCIEDAD / VOL. XX / NÚMERO ESPECIAL 2 / 2008

se habían infectado 15 mil personas, 650 de las cuales murieron en dicho


país, especialmente en las áreas del sureste, fronterizas con México.
Pese a que las condiciones geográficas y ecológicas son prácticamente
idénticas en ambos lados de la frontera, y pese a que el principal vector de
contagio es un mosquito que vive tanto en los Estados Unidos como en
México, hasta 2006 no se había detectado el virus en humanos del lado
mexicano.
Hay varias hipótesis concernientes a este proceso que van desde la nega-
ción epidemiológica del problema hasta la confusión de los casos del VON
con dengue.Tal vez estaría ocurriendo lo que observé a fines de la década de
los setenta y principios de la de los ochenta en varias zonas del país y espe-
cialmente en Yucatán, donde, pese a la existencia de condiciones ecológicas
y ambientales y pese a la existencia del vector, los clínicos y epidemiólogos
no detectaban el mal de Chagas, pues no lo reconocían a través de los indi-
cadores diagnósticos que utilizaban (Menéndez 1981).
Pero lo cierto es que nuestros clínicos y epidemiólogos no detectan ni
codifican enfermos ni muertos por el virus del Nilo, pese a su impacto cre-
ciente en la morbilidad y mortalidad de los norteamericanos y mexicanos
que viven del otro lado de la frontera con mayor tránsito de personas a esca-
la mundial. Justamente en El Paso se han descubierto a menudo casos de
VON, por lo cual las autoridades sanitarias de Juárez, ciudad mexicana colin-
dante con El Paso, “colocaron trampas para evitar que los mosquitos lleguen
a esta ciudad” (La Jornada 2007).
Las críticas señaladas son frecuentemente correctas, y por eso la construc-
ción de una epidemiología sociocultural implica reconocer las limitaciones
de ambas disciplinas a partir de las cuales establecer una posible y necesaria
complementación. Es decir, no permanecer en la crítica del Otro, sino asu-
mir las críticas del Otro, para con base en ellas —y, por supuesto, de otros
aspectos— favorecer una articulación metodológica y técnica.
Considero que estas limitaciones y diferencias no sólo existen, sino que
es lógico que existan, pues surgen de las concepciones, hábitos profesiona-
les, técnicas de investigación, objetivos diferenciales que cada disciplina ha
procesado en su trayectoria profesional y académica. Es a partir de recono-
cer estas diferencias que hay que analizar lo que cada una puede y no puede
realizar tanto en el ámbito metodológico general como respecto del análisis
de problemas específicos.
Desde esta perspectiva, cada disciplina debiera reconocer sus aportes y
sus limitaciones, así como cuestionar los aportes y señalar las limitaciones de
la otra, pero para buscar una posible complementación y no para justificar
las diferencias y distanciamientos.
MENÉNDEZ/EPIDEMIOLOGÍA SOCIOCULTURAL: PROPUESTAS Y POSIBILIDADES 33

La necesaria búsqueda de complementaciones

Dicha complementación la consideramos necesaria por la creciente comple-


jidad de los procesos de salud/enfermedad/atención que requieren de un
trabajo articulado entre diferentes disciplinas, dadas las limitaciones y par-
cialidad de los enfoques, técnicas y marcos teóricos particulares.
La aproximación epidemiológica se maneja mejor con variables e indica-
dores de tipo biológico, ecológico y en menor medida sociales, teniendo
dificultades para trabajar con indicadores y variables —y no digamos proce-
sos— culturales. La mayoría de las orientaciones antropológicas trabajan
muy poco con procesos biológicos, y se centran en los socioculturales.Tanto
la epidemiología como la antropología médica actuales tienden a trabajar
muy poco con indicadores o procesos socioeconómicos y menos aún eco-
nómico-políticos.Y en el caso de México no trabajan con indicadores ni con
procesos raciales ni racistas.
La articulación entre ambas perspectivas posibilitaría el desarrollo de
una epidemiología no sólo del disease (enfermedad), sino también del ill-
ness (padecimiento), una epidemiología no sólo de los significados, sino
además de las condiciones económico-políticas, una epidemiología no
sólo de las representaciones, sino también de los comportamientos y de
las experiencias.
Esta propuesta no surge de reflexiones teoricistas más o menos voluntaris-
tas, sino de mi experiencia en el campo de la investigación, la docencia y la
participación en grupos de análisis, desarrollada desde mediados de la déca-
da de los sesenta hasta la actualidad. En términos de investigación, nace de mi
participación en estudios de comunidades rurales y urbanas que incluían
central o tangencialmente las problemáticas de salud, así como de las inves-
tigaciones interdisciplinarias sobre enfermedades ocupacionales desarrolla-
das en Argentina. Deriva del estudio sincrónico y diacrónico realizado en
Yucatán sobre Estado/sociedad civil y procesos de s/e/a, al igual que de toda
una serie de pequeños estudios sobre procesos de autoatención y de medios
de comunicación masiva.También surge de nuestros trabajos sobre el proce-
so de alcoholización y especialmente los centrados en los saberes médico y
paramédico, así como del estudio interdisciplinario respecto de condiciones
de mortalidad en la niñez en medios rurales y urbanos del estado de
Guanajuato.
Durante dicho lapso desarrollé una intensa labor docente con antropólo-
gos y con salubristas en varias instituciones nacionales y extranjeras, lo que
condujo a producir cerca de cuarenta tesis de posgrado concluidas y cuyos
autores trabajaron en su mayoría con perspectivas de lo que denominamos
epidemiología sociocultural.
34 REGIÓN Y SOCIEDAD / VOL. XX / NÚMERO ESPECIAL 2 / 2008

Un importante componente ha sido mi participación en grupos de dis-


cusión y análisis de procesos de s/e/a, especialmente en grupos constitui-
dos por psicoanalistas y psiquiatras con quienes desarrollé varias actividades
y en particular el examen de materiales surgidos de sesiones clínicas. Como
parte de este rubro incluyo además las sesiones de trabajo del seminario per-
manente de antropología médica (SPAM) desarrollado en el CIESAS durante
cerca de veinte años y dedicado exclusivamente al análisis de investigaciones
sobre procesos de s/e/a.
Es a partir de esta experiencia que he estudiado los aspectos que favore-
cen tanto las diferencias como las convergencias entre la antropología médi-
ca y la epidemiología. Concluyo que una real complementación sólo puede
darse luego de reconocer las diferencias mutuas, así como asumir que cada
una de estas disciplinas exige una formación profesional específica. Por estas
y por otras razones, sostengo que es más factible y eficaz el desarrollo de una
epidemiologia sociocultural a partir de la complementación interdisciplina-
ria que a través del desarrollo de una nueva disciplina.
Sin negar esta última posibilidad, considero que las convergencias y arti-
culación pueden desarrollarse con mayor eficacia a través de un trabajo
interdisciplinario que en la práctica de la interdisciplina reconozca y verifique
esta posibilidad, sobre todo sus aportes. Es en función de ello que, a mane-
ra de ejemplo, trataré la problemática de la prevención, respecto de la cual
observamos notorias diferencias en los usos de nuestras dos disciplinas.
Como sabemos, la epidemiología y el salubrismo en general se caracte-
rizan por el escaso uso de la dimensión cultural respecto de la prevención;
más aún, la biomedicina —incluida la epidemiología— suele considerar los
saberes populares como factores que frecuentemente inciden en forma
negativa sobre los procesos de salud/enfermedad/atención. Los perciben
como saberes equivocados, juzgando explícita o implícitamente que la
población no sólo carece de criterios de prevención, sino que rechaza ésta.
Sin negar totalmente estas afirmaciones, lo primero por recuperar es que
todo grupo social, ajeno a su nivel de educación formal, genera y utiliza cri-
terios preventivos respecto de por lo menos una parte de los padecimientos
que los sujetos y grupos reconocen que están afectando real o imaginaria-
mente su salud o aspectos de la vida cotidiana relacionados con la misma.
No existen grupos, clases sociales o culturas que carezcan de estos saberes,
dado que son básicos para su producción y reproducción biocultural.
La mayoría de los criterios y acciones preventivos generados por los gru-
pos sociales son socioculturales, y el punto central para nosotros no radica
tanto en considerarlos comportamientos erróneos o correctos, sino en asu-
mir que los grupos producen y utilizan representaciones y prácticas sociales
de prevención más allá de que éstas sean equivocadas o no. El desarrollo de
MENÉNDEZ/EPIDEMIOLOGÍA SOCIOCULTURAL: PROPUESTAS Y POSIBILIDADES 35

criterios de prevención respecto de los hechos, factores y/o actores que


amenazan real o imaginariamente a un grupo constituye un proceso estruc-
tural en el devenir de la vida de los grupos y sujetos sociales.
El reconocimiento y uso de estos procesos supondrían un cambio radi-
cal en la perspectiva salubrista, pues asumiría que los conjuntos sociales no
carecen o son reacios a la prevención, dado que producen y usan saberes
preventivos en su vida cotidiana. Reconocería que si bien los sujetos y gru-
pos suelen rechazar determinadas concepciones y prácticas preventivas que
propone el sector salud, ello no significa que se opongan o no utilicen sabe-
res preventivos.
Además, en el caso mexicano la actitud receptiva de los sujetos y grupos
sociales hacia las políticas de prevención se expresa a través de varios aspec-
tos decisivos desde una perspectiva de salud pública, y de los cuales sólo
citaré dos ejemplos. El primero nos recuerda que el sector salud mexicano
ha logrado una de las más altas coberturas mundiales de vacunación que
habría inmunizado a más de 97 por ciento de la población, lo cual implica
reconocer que por lo menos la población no rechaza una de las principales
estrategias de prevención biomédica.Y debemos subrayar que el esquema de
vacunación aplicado en México implica inmunizar a los niños menores de
seis años y a otros grupos etarios respecto de una gran variedad de enfer-
medades,y que periódicamente se incluye una vacuna más para prevenir
otros padecimientos.
El segundo hecho se refiere a que México ha pasado de una media de
seis hijos por mujer en la década de los setenta a una media de dos en la
actualidad, lo cual indica un fenomenal descenso de la tasa de natalidad que
en gran medida debemos adjudicar a la penetración de los programas de
planificación familiar. Recordemos, aunque es casi obvio, que dicho descen-
so tiene que ver directamente con usar técnicas para prevenir el embarazo.
Estos hechos son conocidos por los salubristas mexicanos, y deberían ser
asumidos técnica e ideológicamente para desarrollar una concepción más
comprensible y optimista respecto de la recepción y aplicación de los gru-
pos sociales de las concepciones y prácticas preventivas.
Pero además deberían articular estos procesos, con los que indican que
los grupos sociales desarrollan casi necesariamente saberes preventivos en
forma autónoma. Más aún, el cambio de perspectiva le permitiría a los salu-
bristas observar, como veremos luego, que una parte de los saberes preven-
tivos utilizados por los grupos sociales como propios han sido generados a
partir de la biomedicina y normalizados por los sujetos como comporta-
mientos cotidianos propios.
Considero que una de las principales tareas de la epidemiología socio-
cultural debería ser la descripción y análisis de las características, significa-
36 REGIÓN Y SOCIEDAD / VOL. XX / NÚMERO ESPECIAL 2 / 2008

do y eficacia de los saberes preventivos utilizados por los diferentes grupos


sociales para trabajar a partir de los mismos, articulándolos o no con los cri-
terios preventivos biomédicos. Que una persona no deba transitar por cier-
tos lugares y a ciertas horas o durante ciertos días; que no deba exponerse a
los niños pequeños a miradas y palabras de ciertos sujetos; que no deban
comerse ciertos alimentos sobre todo en ciertas situaciones vitales o que las
niñas no deban sentarse sobre ciertos lugares fríos constituyen comporta-
mientos preventivos para no contraer determinados padecimientos, como
mal de ojo, empacho, susto o mal de orines, los cuales, como sabemos, apa-
recen estrechamente vinculados con padecimientos alopáticos (Mendoza
1994; Menéndez 1981, 1984, 1990a; Osorio 1994).
Toda una serie de mitos, narraciones y refranes, más allá de sus funcio-
nes específicas, presentan criterios preventivos referidos al medio ambiente,
animales, personas, seres imaginarios y por supuesto a padecimientos que
operan en la vida cotidiana.
Dado el incremento de la inseguridad social actual a nivel objetivo y sub-
jetivo en los diferentes países americanos, las personas y grupos desarrollan
estrategias de prevención para evitar ser sujetos de violencia de diferente
tipo. Sin embargo, el desarrollo de conductas preventivas respecto de la inse-
guridad no es nuevo, sino que es parte de las conductas aprendidas, espe-
cialmente en términos de género.
Diversas investigadoras describen, en relación con los Estados Unidos, la
variedad de estrategias que las mujeres desarrollan cotidianamente para pre-
venirse de los acosos y violencias de diverso tipo.Y si bien los varones tam-
bién ponen en práctica estrategias preventivas contra la inseguridad, éstas
son mucho más frecuentes y variadas en las mujeres. Las niñas reciben infor-
mación sobre la manera de sentarse, de vestir, de hablar con los varones; y
los niños y las niñas aprenden desde pequeños a no concurrir a casa de ami-
gos cuyas familias sus padres no conocen, así como a no ir al baño en otra
casa que la suya. Las mujeres aprenden que cuando van solas deben caminar
sobre las banquetas (veredas) del lado de la calle y no del lado de la pared,
así como evitar caminar por veredas arboladas, y de no ser posible, caminar
por la calle. Estas y otras normas preventivas tienen que ver sobre todo con
agresiones sexuales.
Como concluye una estudiosa del problema: “La mayoría de las mujeres
tiene que dedicar gran cantidad de energía, tiempo y recursos económicos
a protegerse de la delincuencia y a minimizar sus temores: tomar taxis, com-
prar mace o gas picante, adquirir armas, utilizar estacionamientos cerrados”.
Agrega: “Los rituales cotidianos utilizados por hombres y mujeres para pro-
tegerse contra el miedo a la delincuencia reproducen y mantienen los este-
reotipos y las expectativas de género, raza y clase” (Madriz 2001, 143, 186).
MENÉNDEZ/EPIDEMIOLOGÍA SOCIOCULTURAL: PROPUESTAS Y POSIBILIDADES 37

Debemos asumir que las formas de prevención constituyen respuestas


sociales que los sujetos y grupos desarrollan casi necesariamente, y que lo
paradójico es que esta cualidad social haya sido negada por los encargados
de impulsar profesionalmente la prevención.
En América Latina toda una serie de grupos rurales y urbanos utilizaron
y utilizan ciertas aguas, especialmente aguas de arroz, de choclo (maíz) o de
guayaba, que se pueden beber cotidianamente, pero que además se adminis-
tran especialmente al sujeto que tiene diarrea. En algunos casos dichas aguas
se preparan con azúcar y también con azúcar y sal, y en ciertos grupos se
hierven. Y esto mucho antes que la biomedicina promoviera el uso de los
sobres de rehidratación oral.
En mi primer trabajo de campo en Yucatán, durante 1977, detecté en una
comunidad yucateca de unos 10 mil habitantes que los sujetos en general y
en particular si tenían diarreas, y especialmente si eran niños, bebían Coca-
Cola, Sidral o Delaware porque constituían las aguas más potables en las
comunidades observadas, comunidades —y lo subrayo— que en su mayo-
ría carecían de agua potable (Menéndez 1981). Más aún, dichas bebidas
eran recomendadas por el personal de los centros de salud, por las mismas
razones.
Esta práctica la observé ulteriormente en comunidades de otras partes de
Yucatán y de México, pero lo que no pude establecer es si esta actitud pre-
ventiva/curativa había sido gestada por los grupos en forma autónoma o
había sido propuesta por el personal de salud. Pero esto pasa a ser secunda-
rio desde nuestro objetivo central, que es proponer una prevención donde
se articulen los saberes populares y los biomédicos.
Por supuesto que al señalar estos procesos, no ignoro la importancia
decisiva que tuvo la aplicación de las soluciones de rehidratación oral, que
contribuyó a reducir radicalmente la mortalidad por enfermedades diarrei-
cas, dado que entre 60 y 70 por ciento de la mortalidad infantil por estos
padecimientos se debía a la deshidratación. Si bien en México el Programa
Nacional de Hidratación Oral se aplica desde 1984, la rehidratación casera
se aplicaba desde la década de los cincuenta, según lo reconocen destacados
especialistas mexicanos (Mota Hernández 1990).
Pero es importante destacar que los propios estudios biomédicos indican
la resistencia que el personal de salud, incluidos los médicos, tuvieron en
América Latina para aplicar e impulsar sistemáticamente la rehidratación
oral. Según el coordinador del consejo directivo del control de enfermeda-
des diarreicas de la Secretaría de Salud de México:

El conocimiento teórico de estos nuevos conceptos (sobre hidratación


oral) no parece haber sido suficiente en nuestros países latinoameri-
38 REGIÓN Y SOCIEDAD / VOL. XX / NÚMERO ESPECIAL 2 / 2008

canos para convencer a la mayoría de los médicos y del personal de


salud que tienen a su cargo la responsabilidad de atender a niños con
diarrea. Sobre todo cuando la literatura internacional continúa reco-
mendando en forma subliminal las bondades de los “nuevos” antibió-
ticos para la diarrea del turista o las “nuevas fórmulas” libres de lacto-
sa para los niños con diarrea por intolerancia a la leche (Mota
Hernández 1990, 256).

Es decir, las resistencias a la prevención —o por lo menos a ciertos tipos de


prevención— debemos buscarlas no sólo en los conjuntos sociales legos,
sino también en el personal de salud.
La existencia de estos procesos preventivos posibilita la difusión de crite-
rios y actividades de prevención biomédicos, así como, por supuesto, el
rechazo de los mismos. Muchas veces ciertas concepciones y prácticas bio-
médicas preventivas son rechazadas no porque la gente se oponga a la pre-
vención en sí, sino porque contradicen costumbres, incluidas costumbres
preventivas, utilizadas por los grupos.
Por supuesto que estos señalamientos no niegan que una parte de los cri-
terios y acciones preventivos utilizados por los grupos pueden tener conse-
cuencias negativas. Pero ello no reduce la importancia de lo que estamos
señalando, que es en primer lugar reconocer que todo grupo —y subrayo
todo grupo— genera y usa saberes preventivos respecto de los procesos que
vive real o imaginariamente como amenazantes, y que por lo tanto ello sig-
nifica que ya existe una disposición positiva hacia la prevención.Y segundo,
tratar de identificar cuáles son los mecanismos que operan en estos saberes
preventivos para utilizarlos en la formulación y aplicación de las propuestas
salubristas.
Los conjuntos sociales manejan potencialmente saberes preventivos
que, por lo menos en parte, no son vividos como prevención específica
por los sujetos y grupos, dado que constituyen parte de su vida cotidiana,
lo cual es lo que debería operar con todo mecanismo preventivo, es decir,
desmedicalizarlo y constituirlo en parte normalizada de la vida de los suje-
tos y grupos. Esto viene a ser otro de los objetivos centrales de la epide-
miología sociocultural.

Esquizofrenias metodológicas

Pese a las posibilidades de articulación que estamos señalando, la revisión de


la producción de ambas disciplinas nos indica una fuerte tendencia a la pola-
MENÉNDEZ/EPIDEMIOLOGÍA SOCIOCULTURAL: PROPUESTAS Y POSIBILIDADES 39

rización y a la diferenciación entre las mismas, que se expresan a través de


toda una serie de dicotomías.
Considero que las principales diferencias son las que se organizan en
torno a los siguientes aspectos: cultural/biológico, local/global, diferen-
cia/homogeneidad, emic/etic, illness/disease, cualitativo/estadístico, “nor-
mal”/patológico, generalización/profundización. Existen, por supuesto,
otras dicotomías importantes, pero considero que éstas son algunas de las
más relevantes y más utilizadas, poniendo de relieve que las dicotomías ope-
ran no sólo entre la antropología médica y la epidemiología, sino también en
el ámbito de cada una de estas disciplinas, como es el caso de las dicotomías
simbólico/económico-político, sujeto/estructura, prácticas sociales/repre-
sentaciones sociales, microsocial/macrosocial.
Por otra parte, estas dicotomías no son recientes, sino, por el contrario,
se han mantenido y en algunos casos profundizado desde la década de los
treinta hasta la actualidad.Y así, por ejemplo, toda una serie de autores han
cuestionado recientemente la tendencia de los antropólogos médicos no
sólo a trabajar exclusivamente con procesos culturales, no sólo a no incluir
los procesos de desigualdad socioeconómica en sus descripciones etnográ-
ficas, sino a que dicho énfasis en lo cultural tiende a ocultar el papel que
desempeñan los procesos económico-políticos y en particular la pobreza en
la causalidad y desarrollo de enfermedades como la tuberculosis broncopul-
monar o el VIH-sida, así como en el uso de servicios de salud (Castro y
Farmer 2003; Farmer 1996, 1997, 2003).
Pero estas y otras críticas al culturalismo antropológico no son nuevas;
más aún, caracterizaron a toda una corriente antropológica desarrollada en
América Latina entre fines de la década de 1950 y la de 1970, y que justa-
mente cuestionó el papel del culturalismo no sólo en el ocultamiento o
negación de ciertos graves problemas de salud de las poblaciones subalter-
nas, sino que criticó el tipo de interpretaciones formuladas que distorsiona-
ban la realidad estudiada, y no tenía capacidad para explicar por lo menos
una parte de los procesos estudiados, ni eficacia para reducir los problemas
de una población indígena caracterizada en México por tener los peores
indicadores de salud comparado con cualquier otro grupo social (Bonfil
Batalla 1962; Instituto Nacional Indigenista [INI]/Programa de las Naciones
Unidas para el Desarrollo [PNUD] 2000; Menéndez 1981,1990a).
Dicha crítica al culturalismo no negaba la significación de los procesos
simbólicos, sino que cuestionaba la reducción de la realidad a aspectos sim-
bólicos, así como la negación o secundarización de procesos económico-
políticos que eran básicos para comprender los procesos de s/e/a.
En términos comparativos debemos señalar que a partir de fines de la
década de los sesenta se desarrolló en el ámbito internacional una corriente
40 REGIÓN Y SOCIEDAD / VOL. XX / NÚMERO ESPECIAL 2 / 2008

de notables estudios en medicina social, generando importantes aportes no


sólo críticos sino propositivos en varios países latinoamericanos (Breilh1979;
Donnangelo 1975; Laurell y Noriega 1989 ). Las principales tendencias de
esta corriente se caracterizaron por focalizar los aspectos económico-políti-
cos, pero también por excluir o secundarizar los aspectos culturales.
Domina, por lo tanto, una tendencia a la polarización que se reitera cons-
tantemente y que, como lo hemos señalado (Menéndez 1998b, 2002),
reduce o impide las articulaciones y complementaciones. Más aún, esto ocu-
rre respecto de importantes procesos que han sido recuperados desde la
década de los setenta y especialmente de la de los ochenta como objeto de
trabajo, como, por ejemplo, el papel del sufrimiento en relación con la
enfermedad y con las condiciones de vida.
Toda una serie de autores, entre los que destaca Farmer, han propuesto
que la pobreza constituye posiblemente la principal fuente de sufrimiento
para gran parte de la población mundial que vive en esa situación, aunque
él se refiere específicamente a la población haitiana, donde desarrolló sus
estudios e intervenciones médicas y antropológicas. Cada vez en forma más
explícita, Farmer (1996, 2003) vincula esta situación al sistema capitalista
generador de pobreza, y por eso no sólo habla de pobreza y violencia estruc-
tural, sino que considera el sufrimiento como parte de esta pobreza y esta
violencia generada por dicho sistema, cuestionando a los antropólogos que
reducen el sufrimiento a “diferencia cultural”.
A su vez, uno de los autores que, a juicio personal, más han impulsado
el desarrollo de una epidemiología sociocultural, me refiero a A. Gaines
(1992), concluye que los enfoques que buscan explicar el sufrimiento sólo
por el sistema capitalista omiten incluir aspectos centrales de tipo cultural y
étnico que tienen que ver con dichos sufrimientos.Y que no sólo el sistema
capitalista se caracteriza por generar sufrimientos.
Una lectura de la producción etnográfica de ambos autores posibilita
observar que lo dominante son los aspectos que favorecerían la articulación
y no la diferenciación, pero lo central de sus afirmaciones marca el distancia-
miento. Y es esta tendencia al distanciamiento lo que me interesa subrayar,
dado que la misma se reitera constantemente a través de nuevas propuestas,
que por otra parte a menudo son viejas propuestas retomadas por autores que
frecuentemente desconocen su existencia previa.
En los últimos años se ha generado una suerte de disputa entre los que
hacen hincapié en que trabajan con experiencias y los que trabajan con
representaciones sociales, planteando con frecuencia la incompatibilidad de
ambos conceptos en función de los marcos teóricos que los generaron, ya
que en un caso el eje se coloca en el sujeto y en el otro en el grupo/cultu-
ra; proponiendo que la representación social excluye la subjetividad, y
MENÉNDEZ/EPIDEMIOLOGÍA SOCIOCULTURAL: PROPUESTAS Y POSIBILIDADES 41

dando a entender en forma explícita o tácita que el sujeto no tiene represen-


taciones sociales, o por lo menos que las mismas son secundarias, dado que
todo sujeto las resignifica y modifica a partir de sus intencionalidades.
Considero que en muchas de estas propuestas no sólo domina un “teo-
ricismo” (Menéndez 2002) que limita las posibilidades de articulación,
dada la radicalidad ideológica con que plantean las diferenciaciones, sino
que utilizan concepciones que hace tiempo fueron discutidas pero que
ahora se manejan sin retomar justamente los debates teóricos suscitados
entre las décadas de los veinte y de los sesenta en torno a los marxismos no
mecanicistas, a las diversas propuestas fenomenológicas y a las diferentes
variedades neodurkheimianas. En gran medida constituyen redescubrimien-
to, pero que no asumen la historicidad de sus “nuevas” propuestas.
En principio no cuestionamos que autores y corrientes teóricas prefieran,
por diversas razones, trabajar más con aspectos simbólicos que con aspectos
biológicos o económico-políticos, ni tampoco que unos opten por trabajar
más con experiencias que con representaciones colectivas o con saberes
sociales. Lo que cuestionamos es proponer y usar estas dimensiones y con-
ceptos como antagónicos a priori. Consideramos que la selección de las
orientaciones teóricas, de los conceptos y metodologías deben darse en fun-
ción de la problemática a estudiar, de los objetivos buscados, del tipo de
actores sociales con que se trabaja.
De allí que el primer paso en la aplicación de una epidemiología socio-
cultural debiera ser la problematización del proceso de s/e/a a estudiar y/o
intervenir y la problematización de los presupuestos teóricos, empíricos y
técnicos del propio investigador para, a partir de dichas problematizaciones,
comenzar a decidir cuáles son las variables y/o procesos, los conceptos y los
actores sociales con los cuales debiera trabajar. Este constituye un trabajo no
sólo metodológico, sino además epistemológico que debería darse median-
te el desarrollo de investigaciones diseñadas en forma conjunta para, a tra-
vés de la práctica de la investigación, posibilitar la articulación y comple-
mentación a partir de las características particulares de cada disciplina.
Si bien he enumerado algunos de los aspectos que dificultan la posibili-
dad de generar y sobre todo desarrollar una epidemiología sociocultural, no
ignoro sino, por el contrario, asumo positivamente la existencia de toda una
producción tanto en antropología médica como en epidemiología que tien-
de a impulsar el desarrollo de la epidemiología que estamos proponiendo.
Los aportes de Cassel, Goldberger o McKeown, por una parte, o las contri-
buciones de Durkheim, Devereux o A.Young, por otra, posibilitan justamen-
te fundamentar una articulación en términos teóricos y técnicos.
Más aún, desde la propia epidemiología y desde hace más de veinte años,
se viene señalando esta necesidad de articulación, como podemos observar-
42 REGIÓN Y SOCIEDAD / VOL. XX / NÚMERO ESPECIAL 2 / 2008

lo en las propuestas de Mosley. Éste reconoció que los estudios epidemioló-


gicos sobre mortalidad infantil incluyen un enorme número de variables
que se incrementan cada vez más, complicando los modelos analíticos y
reduciendo la eficacia de los parámetros estimados. Para evitar esto, hay dos
pasos que por lo general se tendrán que dar al planificar la investigación y
diseñar los estudios: realizar estudios antropológicos profundos y en peque-
ña escala como lo propone Ware (1984) (citado por Mosley) para identificar
las variables críticas de interés y su interpretación, y especificar con cuidado
las relaciones hipotéticas entre las variables, como lo discuten detalladamen-
te Palloni (1981), Shultz (1984) (citados por Mosley) y Mosley (1988, 322).
Subrayamos que Mosley propone una determinada articulación entre las
aproximaciones antropológica y epidemiológica que no rechazamos, aunque
señalamos que según sea el problema y las condiciones de la investigación, la
articulación entre ambas disciplinas puede ser diferente a lo propuesto por
este autor. Pero lo importante para nosotros es que Mosley expresa la necesi-
dad y posibilidad de articulación y complementación desde el campo epi-
demiológico, a partir de analizar sus limitaciones, y creo que es básicamen-
te a partir de reconocer nuestras respectivas limitaciones que podemos ir
construyendo una epidemiología sociocultural.

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