García Clarck-Origen y Desarrollo DDHH

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RUBÉN R. GARCÍA CLARCK


ORIGEN Y DESARROLLO DE LOS DERECHOS HUMANOS COMO DERECHOS
FUNDAMENTALES: UNIVERSALIDAD Y ESPECIFICACION DE LOS
DERECHOS EN LA SOCIEDAD MODERNA

28 DE OCTUBRE DE 2009

Publicado en:

• García Clarck, Rubén R., “Origen y desarrollo de los


Derechos Humanos como derechos fundamentales:
universalidad y especificación de los derechos en la sociedad
moderna” en Reyes Salinas, Medardo y Enrique González
Ruiz (coord.), Violencias sistémicas: los derechos humanos
en México, América Latina y el Caribe, México, UAGro-Eón,
2012, pp. 29-65.
2

INDICE
Pág.

Introducción 3

1 Las revoluciones burguesas y el nacimiento de los 6


derechos fundamentales como universales
6
1.1 Conceptualización de los derechos 11
fundamentales a partir de su génesis
histórico-social 13
1.2 Contexto de aparición de los derechos
fundamentales
1.3 Culturas de los derechos y libertades en las
revoluciones francesa y americana

2 La especificación de los derechos en el Estado 20


social
20
2.1 La desigualdad en las condiciones
materiales para el ejercicio de los derechos
fundamentales y el surgimiento del Estado 24
social

2.2 De la igualdad jurídica a la igualdad 29


social: transición del Estado liberal al Estado
social

2.3 Trayectoria de los derechos


económicos, sociales, culturales y
ambientales

Conclusiones 36

Bibliografía 38
3

Introducción
Los derechos humanos, como lo afirma Antonio-Enrique Pérez Luño, “constituyen una
categoría histórica”1. En contra de esta aseveración, pudiera pensarse que la definición de los
derechos humanos como derechos naturales, es decir, como inherentes a la naturaleza
humana y, por tanto, universales, los coloca al margen de la historia. Ciertamente que a la
luz de una antropología filosófica de corte iusnaturalista, los derechos humanos son
ahistóricos. Sin embargo, si nos atenemos a la idea misma de la universalidad de los derechos
humanos, resulta que es hasta la edad moderna cuando aparece tal idea. Como escribe
Gregorio Peces Barba:

Sin perjuicio de los antecedentes greco-romanos o medievales, la idea de


universalidad de los derechos aparece en el mundo moderno, desde el humanismo jurídico,
y el iusnaturalismo renacentista y alcanza plenitud con la filosofía de la ilustración, que
fortalecía la idea de universalidad, desde principios racionales y abstractos válidos para
todos los tiempos y todas las naciones2.

Así surge la universalidad racional de los derechos humanos, que tendrá expresión política
y jurídica en las declaraciones, constituciones y estados que derivan de las revoluciones
burguesas del siglo XVIII. Esta etapa constituye, en la formulación de Peces-Barba, la
universalidad de los derechos humanos como punto de partida. Para alcanzar la
universalidad como punto de llegada tendrá que darse un proceso de especificación que,
mediante medidas compensatorias, resuelva la situación de desigualdad de condiciones
materiales que impide a sectores específicos de la sociedad el ejercicio efectivo de los
derechos de los que nominalmente son titulares, en su calidad de seres humanos. Como lo
explica el mismo Peces-Barba:

El proceso de especificación de los derechos supone que frente a los derechos del
hombre y del ciudadano que son los del modelo inicial de la ética pública de la
modernidad, los individuales, civiles y políticos, se produce una concreción de los
titulares, que no abarcan ya al genérico “homo iuridicus”, destinatario general de esas
normas de derechos humanos de las primeras generaciones, sino que se centran en aquellos

1
Antonio-Enrique Pérez Luño. La tercera generación de derechos humanos. Aranzandi, Navarra, 2006.
2
Gregorio Peces-Barba Martínez. “La universalidad de los derechos humanos”, Doxa, núm. 15-16, 1994, p.
613.
4

colectivos situados por razones culturales, sociales, físicas, económicas, administrativas,


etc., en una situación de inferioridad que es necesario compensar desde los derechos
humanos. Son derechos fundados en el valor igualdad y que utilizan la técnica de la
equiparación, si lo vemos desde el punto de vista de los objetivos, y de la diferenciación,
si lo vemos desde el punto de vista de los medios empleados…

Podríamos decir que son derechos que surgen precisamente para que sus destinatarios puedan
llegar a gozar igual que el resto de los titulares, de los derechos individuales, civiles y políticos
de los mismos…

Si lo vemos desde este punto de vista, debemos convenir que la razón de su existencia puede
abarcar también a aquellos derechos económicos, sociales y culturales que, impulsados por el
socialismo democrático y el liberalismo progresista, se ponen en marcha en el seno del Estado
social para favorecer a los trabajadores y a los menos favorecidos para que puedan satisfacer
necesidades básicas para su desarrollo personal, y que no podrían alcanzar sin esa ayuda3.

Como se puede notar, este proceso de especificación trae consigo la formulación de nuevos
derechos, pero no como un mero agregado a los preexistentes, sino como derechos de
segunda generación que coadyuvan al ejercicio de los pertenecientes a la primera generación.
Esta función de garantía social que cumplen los derechos de la segunda generación respecto
de los de la primera debe verse de manera bilateral, toda vez que la positivización de los
derechos económicos, sociales y culturales depende de un ejercicio de los derechos civiles y
políticos con un sentido más solidario que egoísta y más colectivo que individualista.

1. Las revoluciones burguesas y el nacimiento de los derechos fundamentales como


universales
En este capítulo se pretende dar cuenta del nacimiento de los derechos fundamentales en
calidad de derechos universales como resultado de las revoluciones burguesas del siglo
XVIII. También se pretende analizar la relación de dependencia de los derechos universales
con respecto a los intereses de la burguesía, así como la posibilidad de separar a unos de los
otros. Cabe mencionar que el análisis del contexto de aparición de los derechos

3
Ibíd., p.p. 626-627.
5

fundamentales se hace en lo general como referido a dos escenarios en particular: Francia y


América.

1.1 Conceptualización de los derechos fundamentales4 a partir de su génesis


histórico-social

De acuerdo con Dieter Grimm “los derechos fundamentales son un producto de las
revoluciones burguesas de finales del siglo XVIII y pertenecen al programa del moderno
Estado constitucional, del cual proceden”5. En otras palabras, los derechos fundamentales
tienen una marca burguesa de nacimiento. En este sentido, la definición de tales derechos
tiene que ser, en primer lugar, histórica, ya que aparecen en un momento particular de la
historia como “forma específica de protección jurídica que rompió con sus precursoras en
aspectos esenciales”6.

En la visión de Grimm, la particularidad de los derechos fundamentales contenidos en las


constituciones modernas radica en su fundamento, a saber: “el carácter universal de la
persona”7. En cambio, “las antiguas libertades jurídicas no se habían fundado en la cualidad
de la persona sino en un status socialmente determinado o en la pertenencia a una
determinada corporación, y sólo excepcionalmente habían protegido a individuos, pero jamás
a todos sino únicamente a los privilegiados de forma individual”8.

Paradójicamente, la particularidad de los derechos fundamentales en el horizonte burgués es


su universalidad. En efecto, como lo muestra Grimm, los derechos de libertad en la Virginia
Bill of Rights (1776) y en la Déclaration des droits de l’homme et du citoyen (1789) son

4
En lo sucesivo se hablará tanto de “derechos fundamentales” como de “derechos humanos”, de acuerdo con
el autor que se tome como referencia en cada sección. Asimismo nos hacemos cargo de que el alcance del
concepto de derechos fundamentales es más restringido que el de derechos humanos, toda vez que los primeros
son derechos constitucionalizados y segundos incluyen a los fundamentales y al resto de derechos postulados
como derechos morales. Estos últimos, como dice Maurice Cranston no son un mero ideal sino una obligación,
un deber, un imperativo categórico. Un derecho moral “es algo que puede, y desde el punto de vista moral, debe
ser respetado aquí y ahora” (M. Cranston, “Human Rights, real and supposed”, en Morton E. Winston (ed). The
Philosophy of Human Rights, Wadsworth Publishing Company, California, 1988, p. 128).
5
Dieter Grimm. Constitucionalismo y derechos fundamentales. Trotta, Madrid, 2006, p. 77.
6
Ibid., p.p. 77-78.
7
Ibid., p. 78.
8
Idem.
6

universales, ya que sus titulares son todos los hombres. Como también lo destaca Grimm, la
universalidad de los nuevos derechos tiene su fundamento en la naturaleza humana, toda vez
que los hombres los poseen de manera natural, en tanto que han nacido libres e iguales en
derechos. Estos derechos, naturales e imprescriptibles, le son inherentes a todos los hombres.

Otra característica importante que imprime la sociedad burguesa a los derechos


fundamentales, siguiendo a Grimm, es que tienen como finalidad la autodeterminación
individual, es decir, postulan la libertad como fin en sí misma, como poder discrecional del
individuo. Esta orientación de las libertades contrasta con la que tenían en los sistemas
antiguos, donde apuntaban a reproducir el orden jerárquico como “meros privilegios o
condiciones previas al cumplimiento de una función social”9.

Derivado de lo anterior, las libertades modernas tienen un carácter abstracto, ya que no


responden a un fin concreto, determinado, sino que son libertades de los individuos como
sujetos libres en general, los cuales dejan de estar sujetos a obligaciones particulares, propias
de la sociedad estamental. Tales libertades abstractas son agrupadas por Grimm de la
siguiente manera: 1) libertad de la persona; 2) libertades de conciencia, de prensa y de
opinión, así como las de asociación y asamblea; 3) libertades de contratación y empresa,
además del derecho a la propiedad; 4) igualdad en la libertad.

Evidentemente, este último tipo de libertad constituye el presupuesto de todas las anteriores,
ya que son libertades de todos por igual. La igualdad jurídica, entendida como igualdad de
derechos de todos los individuos, es un valor implicado en la noción de “persona en sentido
natural”10.

Como se puede notar, los derechos fundamentales que proclama la sociedad burguesa chocan
frontalmente en todos sus aspectos con los derechos propios de la sociedad estamental. Tal
contraste se puede resumir en el siguiente cuadro.

9
Ibid., p. 79.
10
Ibid., p. 80.
7

ASPECTO DERECHOS
SOCIEDAD SOCIEDAD BURGUESA
ESTAMENTAL
Alcance Particular Universal
Fundamento Orden jerárquico natural Naturaleza humana
Titulares Estamentos Hombres
Finalidad Cumplir una función social Autodeterminación
específica individual
Nivel en el que se postulan Concreto Abstracto
Valor implícito Desigualdad de los sujetos Igualdad de la persona

Ante la coincidencia temporal de los derechos postulados con validez universal y la sociedad
burguesa, Grimm se pregunta si existe una relación interna entre “burguesía, libertad
individual y protección de la libertad por los derechos fundamentales” 11. Nuestro autor
contesta que el orden burgués puede implantarse sin necesidad de los derechos
fundamentales, pero que éstos cumplen para aquél una valiosa función de garantía adicional
de sus intereses, plasmados en el derecho privado, frente al Estado.

Grimm explica que en su desarrollo la burguesía choca con las barreras estamentales, ante lo
cual proclama la consigna de “libertad igual para todos”, con el fin de combatir a los
estamentos superiores, exhibiendo la injusticia de sus privilegios, así como buscando el
apoyo de los estratos inferiores. Sin embargo, no bastaba que se reconocieran nuevos
derechos a la burguesía sino que también era necesario quitar de las manos del Estado la
posibilidad de redistribuir los derechos en sentido particular. De aquí la necesidad de
establecer derechos universales a nivel constitucional como medida de prevención de nuevas
revoluciones. En palabras de Grimm:

Si el Estado caía en malas manos o si sus funcionarios desarrollaban intereses propios de


organizaciones específicas, el logro del bien común y la justicia no podía sino frustrarse. Por
esta razón se impidió al Estado intervenir en la esfera social, limitándolo a su función de
garantizar la libertad igual. Ésta era, a su vez, una tarea jurídica; sin embargo, puesto que el

11
Ibid., p. 81.
8

Estado tenía al mismo tiempo que implantar e imponer el derecho, sólo podía lograrlo mediante
una diferenciación del orden jurídico en una parte producto del Estado y que obliga a los
ciudadanos y otra que resulta de los ciudadanos como titulares del poder estatal y con primacía
sobre éste, de la cual dependía el Estado para la implantación e imposición del derecho. Fue
precisamente esta función la que desempeñaron los derechos fundamentales12.

Grimm abona esta tesis apelando a la función de los derechos fundamentales en la imposición
y estabilización del modelo social burgués en los casos de Inglaterra, América, Francia,
Alemania y Polonia13. Nuestro autor llega a la conclusión de que los derechos fundamentales
requieren de la sociedad burguesa para existir pero no a la inversa, toda vez que “la sociedad
burguesa se constituye en primer lugar en el derecho privado”14. El derecho ordinario, aclara
Grimm, hace jurídicamente viable a la sociedad burguesa, “lo cual explica por qué pueden
existir sociedades burguesas o semiburguesas sin derechos fundamentales”15. Sin embargo,
estos derechos vienen a cumplir una valiosa función de garantía, de tal suerte que el Estado
no sólo impone el derecho ordinario a las personas privadas sino que también él mismo lo
respeta.

Una pregunta adicional, relacionada con la anterior, que se plantea Grimm, es sobre la
posibilidad de separar los derechos fundamentales de sus condiciones originarias, habida
cuenta de la relación de dependencia que nuestro autor descubre de tales derechos con la
sociedad burguesa. Queda claro que esa dependencia forma parte del contexto de aparición
de los derechos fundamentales, porque es la burguesía la clase que los postula y la que está
en condiciones materiales de ejercer tales derechos en su beneficio, pero el carácter universal
de los mismos los pone como un ideal a alcanzar por los estratos sociales inferiores. Este
movimiento hacia arriba sería complementario del movimiento hacia abajo que resultó de la
propia revolución burguesa en Francia cuando redujo a los estratos superiores al nivel del
Tercer Estado, vale decir, cuando “allanó” al estado noble y al estado eclesiástico bajo el
rasero de la igualdad jurídica16.

12
Ibid., p. 83.
13
Véase más abajo el apartado 1.2., donde se hace referencia a las consideraciones de Grimm sobre los cinco
casos históricos.
14
Ibid., p. 100.
15
Ibid., p. 101.
16
A este respecto, Grimm ya había advertido que la implantación del orden burgués “les costó a los estamentos
sus privilegios: el noble no sólo fue privado de su base económica, sino que perdió toda función y hubo de
9

Grimm responde que la validez universal de los derechos fundamentales les permite
trascender tanto las condiciones que permitieron a la burguesía ejercerlos y no así a los
estratos inferiores como el vaciamiento que hizo la propia burguesía de todo contenido de los
derechos que contraviniera sus intereses. En otras palabras, la burguesía degradó los derechos
fundamentales al circunscribirlos a sus intereses particulares, después de haberlos utilizado
en su acepción más universal para combatir a sus enemigos de clase en el momento de la
ruptura con el antiguo régimen. Si se trata de recuperar su universalidad original como base
para la construcción de un nuevo consenso social, entonces deben distinguirse los derechos
fundamentales de la interpretación facciosa que hizo de ellos la burguesía madura. Como
bien lo aclara Grimm: “no fueron los derechos fundamentales, sino una determinada
interpretación de los mismos, lo que determinó el fomento de los intereses de la burguesía”.
En consecuencia, como colige el mismo Grimm,

sólo parece consecuente vincular las correcciones a la Ley Fundamental en términos de


Estado social, no al contenido de los derechos fundamentales, sino a su función. En tales
circunstancias, los derechos fundamentales no están abocados al fracaso por una
tendencia incorporada a ellos en favor de los intereses burgueses. Más bien su futuro
depende de si el valor supremo al que dan expresión jurídica, a saber, la libertad
individual igual, sigue siendo capaz de producir consenso17.

De esta manera, Grimm deja abierta la posibilidad de trascendencia de los derechos


fundamentales, en virtud de su validez intrínseca, más allá de su contexto de aparición.

1. 2. Contexto de aparición de los derechos fundamentales

Contra lo que pudiera pensarse, el nacimiento de los derechos fundamentales no se dio en


Inglaterra, en el marco de la Glorious Revolution de 1688, sino en América, en el contexto
de la Independencia de los Estados Unidos, en 1776.

buscar un medio de vida burgués en un sistema de competencia. La Iglesia perdió el apoyo estatal y el
monopolio de la verdad y el sacerdocio se convirtió en profesión privada…” (Ibid., p.p. 82-83).
17
Ibid., p. 105.
10

Desde luego que la revolución burguesa en Inglaterra constituyó un antecedente importante


en la codificación de los derechos fundamentales, pero todavía insuficiente. Como escribe
Grimm:

El carácter de derechos fundamentales de las declaraciones inglesas obedece a que


elevaron jurídicamente el common law a una posición especialmente sensible hacia la
libertad, proporcionándole una garantía adicional pero en modo alguno preeminente.
Vinculaban al aparato ejecutivo del Estado, pero no al poder estatal por antonomasia,
del cual participaba el parlamento. De ahí que se pueda decir… que en Inglaterra tuvo
lugar un proceso de conversión de los derechos de libertad en derechos fundamentales,
pero no una constitucionalización18.

Fueron precisamente los colonos de origen inglés en América quienes culminaron el proceso
de constitucionalización de los derechos fundamentales ante las “deficientes garantías
inglesas de la libertad”, que se manifestaron con la violación del principio No taxation
without representation en contra de las colonias por parte del parlamento británico. La
metrópoli intentó justificar tal violación apelando a la soberanía del parlamento y a la virtual
representación que en éste tenían los colonos. Estos últimos, insatisfechos con el argumento,
rompieron con la metrópoli invocando el derecho natural en su declaración de independencia.
Grimm valora este episodio de la siguiente manera: “Es en este acontecimiento del año 1776
donde se halla la cesura decisiva entre las antiguas y las nuevas formas de protección jurídica
de la libertad y el que marca el comienzo de la historia moderna de los derechos
fundamentales”19.

Para Grimm, la historia de los derechos fundamentales va a tener continuidad en Francia,


aunque se desarrolla de modo un poco diferente que en América, toda vez que en el
continente europeo no existía una tradición de derechos semejante a la británica, por lo cual
la ruptura revolucionaria apuntaba, en primer lugar, al establecimiento de un orden burgués
y, en segundo término, a la constitucionalización de los derechos. De esta manera, los
derechos fundamentales tuvieron una vigencia constitucional más declarativa que legal,
mientras que los intereses de la burguesía tenían expresión jurídica plena en el derecho
ordinario, incluso bajo el régimen bonapartista. Al respecto, Grimm hace el siguiente

18
Ibid., p. 88.
19
Ibid., p. 90.
11

balance: “De este modo la libertad indivisible para la Revolución, se desintegró en una
libertad privada de carácter permanente y en una libertad pública sujeta a revisión” 20.

Grimm considera otras dos regiones donde también aparecen los derechos fundamentales,
Alemania y Polonia, pero aclara que no alcanzaron a tener un estatus relevante. En el primer
caso, la burguesía alemana formuló proyectos que contenían derechos fundamentales, pero
no tuvo la fuerza necesaria para imponerlos, por lo que los príncipes alemanes los aceptaron
como meros permisos, como “autolimitaciones que podían ser revocadas en cualquier
momento”21. Fue hasta el siglo XIX que en Alemania tales derechos se convirtieron en
“derecho supremo, vinculante sin excepción para el poder del Estado”22, con la salvedad de
que no se formularon como derechos naturales sino como derechos de los ciudadanos del
Estado. También dentro del ámbito alemán, Grimm destaca el caso de Prusia, donde florece
la sociedad burguesa y naufragan los derechos fundamentales. Este caso confirma la tesis
arriba referida de que puede haber sociedad burguesa sin derechos fundamentales pero no a
la inversa. Ciertamente habría que matizar esta tesis en los siguientes términos: la condición
necesaria y suficiente para el surgimiento de los derechos fundamentales es una sociedad
burguesa capaz de imponerlos, así como dispuesta a utilizar los mismos como garantía
constitucional de sus intereses.

Por cuanto a Polonia, este país merece la atención de Grimm porque se trata del escenario
donde tuvo lugar la primera constitución europea, el 3 de mayo de 1791. Sin embargo, el
propio Grimm observa que la constitución polaca no estaba asentada en una estructura social
de carácter burgués, por lo que interesa únicamente como un caso que confirma la siguiente
tesis: de la existencia de una constitución “no puede inferirse la validez de los derechos
fundamentales”23. En otras palabras, parafraseando a Immanuel Kant: constitución sin
burguesía es vacía, burguesía sin constitución es miope.

20
Ibid., p. 93.
21
Ibid., p. 95.
22
Idem.
23
Ibid., p. 99.
12

1. 3. Culturas de los derechos y libertades en las revoluciones francesa y


americana

Marurizio Fioravanti identifica tres modelos o formas de fundar los derechos y las libertades
en el plano teórico doctrinal: historicista, individualista y estatalista. Tales modelos son
propios de la edad moderna. La distinción entre los tres modelos radica en el peso relativo
diferenciado que asigna cada uno a las dimensiones histórica, individual y estatal en la
fundamentación de los derechos y las libertades. En esta lógica, el modelo historicista da
mayor peso al legado histórico medieval en materia de derechos y libertades; el modelo
individualista otorga mayor importancia a la capacidad de los sujetos individuales para
establecer derechos a través del contrato social; el modelo estatalista atribuye al estado y sólo
al estado la capacidad para instaurar derechos, mediante un pacto (acto de subordinación de
todos los individuos al poder soberano).

Cabe destacar la comparación que hace Fioravanti entre los modelos historicista e
individualista:

Cultura individualista y cultura historicista de las libertades se encuentran preliminarmente


en un punto, el relativo a la relación existente con el pasado medieval. Aquí está, en
nuestra opinión, la gran diferencia entre los dos modelos. En efecto, mientras la cultura
historicista de las libertades busca en la edad media la gran tradición europea del gobierno
moderado y limitado y, en algún modo, empuja al constitucionalismo moderno que quiera
convertirse en protector de aquellas libertades a compararse con el legado medieval, la
cultura individualista tiende por el contrario a enfrentarse con el pasado, a construirse en
polémica con él, a fijar la relación entre moderno y medieval en términos de fractura de
época. En otras palabras, la edad moderna… es la edad de los derechos individuales y del
progresivo perfeccionamiento de su tutela, precisamente porque es la edad de la
progresiva destrucción del Medievo y del orden feudal y estamental del gobierno y de la
sociedad24.

El desacuerdo con relación al legado medieval también lo van a tener el modelo historicista
y estatalista, toda vez que este último se niega a reconocer derechos precedentes a la

24
Maurizio Fioravanti. Los derechos fundamentales: Apuntes de historia de las constituciones. Trotta, Madrid,
2007, p. 35.
13

constitución del estado. Por cuanto al contraste entre los modelos individualista y estatalista,
Fioravanti lo centra en dualidad entre libertad y poder, necesaria para los individualistas e
inadmisible para los estatalistas Otra divergencia importante estriba en el tipo de relación
entre los individuos que da origen al Estado. Al respecto apunta Fioravanti lo siguiente:

En el modelo estatalista se admite y se afirma que el Estado nace de la voluntad de los


individuos, pero tal voluntad no puede ser representada con el esquema negocial y de
carácter privado del contrato (contract) entendido como composición de intereses
individuales distintos. Para hacer al Estado verdaderamente fuerte y dotado de autoridad,
su génesis debe depender de otra cosa, que es en síntesis el pacto (pact): solamente con el
pact se logra por fin liberar al ejercicio del poder constituyente de toda influencia de
carácter privado, situándolo completamente en el plano de la decisión política. Para la
cultura estatalista, tal decisión –la que conduce a fundar el Estado- es propia, específica e
íntegramente política, ya que está libre de todo consciente cálculo privado de conveniencia
por parte de los individuos. Estos últimos ya no están representados como sujetos
racionales a la búsqueda, mediante el contrato, de condiciones mejores de ejercicio y de
tutela de los derechos que ya poseen –en el estado de naturaleza-, sino como sujetos
desesperadamente necesitados de un orden político, que no poseen nada concreto y
definitivo y que –precisamente por eso- no pueden desear y querer otra cosa sino el Estado
políticamente organizado25.

Así vistas las cosas, para el modelo estatalista el pacto instituye un poder soberano, que puede
ser denominado pueblo o nación, el cual tiene valor en sí mismo y no como mero instrumento
de los individuos para garantizar sus derechos y libertades. En cambio, el modelo
individualista encuentra en el contractualismo un valioso complemento, toda vez que los
individuos encuentran la garantía de sus derechos, especialmente a la libertad y a la
propiedad, en la celebración de contratos interindividuales, cuyo garante de cumplimiento es
el Estado. Esta complementariedad entre individualismo y contractualismo dará lugar a que
Fioravanti se refiera en lo sucesivo al modelo individualista como “individualista y
contractualista”.

Desde la óptica de estos modelos abstractos, Fioravanti procede a caracterizar las


revoluciones burguesas en Francia y América ocurridas en el último cuarto del siglo XVIII.

25
Ibid., p. 50.
14

En efecto, nuestro autor observa en el caso de la revolución francesa “la formación de una
cultura de las libertades que resulta de una combinación entre el modelo individualista y
contractualista, de una parte, y el estatalista de otras”26. Por cuanto a la revolución americana,
ésta le sugiere un perfil también individualista y contractualista, pero combinado con rasgos
del modelo historicista.

Como se puede notar, las dos revoluciones tienen en común los rasgos individualistas y
contractualistas, aunque matizados en un caso por el modelo estatalista y en el otro por el
historicista. Tal coincidencia nos sugiere que el individualismo y el contractualismo
constituyen rasgos estructurales de la cultura de los derechos y la libertad en la sociedad
burguesa. En cambio, las divergencias se presentan por el diferente peso asignado por ambas
revoluciones al legado histórico y al Estado. ¿A qué se deben tales diferencias?

Fioravanti explica que los revolucionarios franceses repudiaron en su conjunto al antiguo


régimen, al que consideraban defensor de la desigualdad y los privilegios estamentales,
mientras que los revolucionarios americanos no tenían que combatir régimen anterior alguno
sino acaso a un parlamento y a un rey que tomaban decisiones sobre las colonias sin consultar
a los colonos. Además, los ingleses americanos hicieron una valoración positiva de su
pasado, ya que contaban con la tradición del common law como una fuente preestatal de
derechos y libertades.

Ahora bien, la ruptura con el pasado llevó a los revolucionarios franceses a adoptar el modelo
estatalista, que les permitiera cancelar el antiguo régimen y constituir uno nuevo. En cambio,
los revolucionarios americanos reivindicaron su patrimonio histórico de derechos y
libertades, al mismo tiempo que desconfiaban de sus propios legisladores, por la tendencia
de todo legislador a ver los derechos y libertades como producto y no como presupuesto de
su trabajo legislativo. Esta tendencia había que contrarrestarla mediante la consagración
constitucional de los derechos, en un marco de rigidez constitucional y bajo el “principio
fundamental del gobierno limitado con fines de garantía”27.

Por cuanto a la combinación entre el modelo individualista y contractualista con el estatalista


en el caso francés, Fioravanti destaca dos factores nuevos con respecto al tradicional modelo

26
Ibid., p. 57.
27
Ibid., p. 92.
15

constitucional británico, a saber, el legicentrista y el constituyente. El primero corrige el


individualismo en un sentido estatalista al establecer la ley (expresión de la voluntad general)
como fuente del derecho y el segundo corrige al contractualismo en el mismo sentido
estatalista al concebir a la nación como poder constituyente de un nuevo orden social y
político, muy por encima de un mero contrato privatista entre individuos.

Ciertamente, como advierte Fioravanti, los factores propuestos no están exentos de


dificultades. Por un lado, el legicentrismo instituye la supremacía del legislador, en cuyas
manos, no necesariamente confiables, queda la garantía de los derechos. El problema está en
asegurar que la ley sea expresión de la voluntad general y no de una facción, En esta tesitura
se requiere la figura del legislador virtuoso. Cabe recordar aquí la preocupación de Juan
Jacobo Rousseau en el sentido de que el legislador debe ser capaz de anteponer el interés
general sobre el particular, así como la razón sobre la pasión. Por otro lado, el factor
constituyente se encuentra atravesado por la antítesis irresuelta entre democracia directa y
representativa, es decir, entre la soberanía del poder constituyente y la de los poderes
constituidos.

A manera de balance general, Fioravanti señala los puntos débiles y la proyección a futuro
de las dos revoluciones analizadas en sus culturas de derechos y libertades:

Si la revolución francesa tiene su punto débil… en la garantía de los derechos, la


revolución americana tiene también su punto débil, precisamente por fundamentarse de
manera previa e incondicional en esta concepción general del constitucionalismo,
demasiado pobre si se compara con el distinto punto de vista de la revolución francesa…

Para los constituyentes franceses el constitucionalismo moderno contiene también,


necesariamente, un proyecto y una propuesta para el futuro, la de una sociedad más justa…

También los constituyentes americanos, como los franceses, pensaron obviamente –


sobre la base de los comunes ideales iusnaturalistas- en una sociedad futura de libres e
iguales. Sin embargo, no existe duda de que también ellos, como los constituyentes
franceses, tuvieron sus obsesiones. No se trataba ya, como en el caso de Francia, de la
representación de la necesaria unidad de la nación o del pueblo en el legislador, sino… del
principio del gobierno limitado. A esto sacrificaron todo lo demás.
16

Los revolucionarios americanos realizaron así una constitución que es más lugar de
competición entre los individuos y las fuerzas sociales y políticas que proyecto común
para el futuro. Se trata de una constitución que se funda sobre un único valor dominante,
el de la tutela fuerte y absoluta de los derechos individuales, y que deja al margen la
constitución como indicador normativo de un conjunto de valores –pensemos otra vez en
la igualdad y en los derechos sociales- a realizar colectivamente en el futuro28.

En su evaluación de ambas culturas de los derechos, Fioravanti anuncia el advenimiento de


la doctrina del Estado social de derecho como una alternativa al individualismo y
contractualismo que compartieron las revoluciones francesa y americana, con los matices
indicados por el propio Fioravanti. En efecto, el ideal de una sociedad justa e igualitaria
proyectado por las revoluciones burguesas chocará con las desigualdades económicas y
sociales, para las cuales el individualismo y contractualismo no tienen solución, ya que las
consideran resultado natural del régimen de libertades. Ante tal realidad y ante las propias
limitaciones del Estado liberal, se tendrán que proponer nuevos derechos, en el marco de un
nuevo Estado.

2. La especificación de los derechos en el Estado social

Como bien observa Antonio-Enrique Pérez Luño, los derechos fundamentales nacen con una

marcada impronta individualista, como libertades individuales que configuran la


primera fase o generación de los derechos humanos. Dicha matriz ideológica
individualista sufrirá un amplio proceso de erosión e impugnación en las luchas
sociales del siglo XIX. Estos movimientos reivindicativos evidenciarán la
necesidad de completar el catálogo de los derechos y libertades de la primera
generación con una segunda generación de derechos: los derechos económicos,
sociales, culturales. Estos derechos alcanzan su paulatina consagración jurídica
y política en la sustitución del Estado liberal de Derecho por el Estado social de
Derecho”29.

28
Ibid., p. 95.
29
Antonio-Enrique Pérez Luño. Op. Cit., p. p. 27-28.
17

Con base estas consideraciones, a continuación se abordarán el surgimiento del Estado social
y la trayectoria de los derechos económicos, sociales y culturales como respuestas a la
desigualdad en las condiciones materiales de vida de una parte importante de los titulares de
los derechos de primera generación. También se expondrán las limitaciones del Estado liberal
para visualizar la desigualdad económica y social. Asimismo se prestará atención al papel
importante que jugó el Estado liberal para transitar de la desigualdad natural a la igualdad
jurídica.

2. 1. La desigualdad en las condiciones materiales para el ejercicio de los derechos


fundamentales y el surgimiento del Estado social

El vínculo funcional de los derechos fundamentales con la sociedad burguesa define los
alcances pero también las limitaciones de la vigencia de tales derechos. En efecto, la
burguesía utilizó los derechos fundamentales como un instrumento para deslegitimar al
antiguo régimen y ganar la adhesión de los estratos inferiores. También los utilizó como
garantía constitucional de sus propios intereses plasmados en el derecho privado, al poner
los derechos fundamentales como límite a la intervención del Estado en la vida económica
y social. Sin embargo, ante la insuficiente capacidad de los estratos inferiores para ejercer
de manera efectiva el conjunto de derechos proclamados como universales, la burguesía
optó por reducir el contenido de tales derechos a la medida estricta de sus intereses
inmediatos, en lugar de impulsar la ampliación de las condiciones materiales para su
ejercicio por parte de las clases subalternas. Lo que impedía pensar en algún tipo de acción
afirmativa para afrontar esta situación era el argumento de que el libre mercado,
resguardado por el Estado policía, daría igual oportunidad a todos los individuos para
producir y recibir beneficios económicos, con lo cual estarían en condiciones de ejercer el
conjunto de los derechos fundamentales. Como apunta Grimm:

Una vez establecidas jurídicamente la libertad y la igualdad, ambas debían producir de


forma automática la prosperidad y la justicia mediante el mecanismo del mercado. En
tales circunstancias, cualquier intervención estatal en la sociedad que no sirviera de
protección frente a cualquier clase de perturbación, sino que persiguiese ambiciones de
18

gobierno, no podía sino desfigurar el libre juego de las fuerzas y cuestionar el acierto
del sistema30.

La doctrina del libre mercado y del Estado policía, llamado así por estar limitado a las
funciones de seguridad y de obra pública, tenía sustento en dos creencias: 1) las leyes
económicas tenían un carácter natural, por lo que el Estado no debería intervenir en la vida
económica, ya que con ello alteraría el equilibrio natural del mercado; y 2) una mano invisible
convertiría las acciones orientadas por el interés egoísta en beneficio colectivo31. En el marco
de estas creencias, si acaso alguien se quedaba fuera de los beneficios era por la propia
decisión de no participar en el mercado. Como bien lo expone Grimm:

Quien no hubiera alcanzado los bienes necesarios para el uso de los derechos
fundamentales, pese a las posibilidades abiertas, probaba con ello su incapacidad
subjetiva; su miseria podía considerársele achacable y, en ese sentido, no injusta. Según
la convicción del liberalismo, el principio de libertad igual defendía a todos de la
explotación privada y del exceso de poder, excluía el dominio de unos miembros concretos
de la sociedad sobre otros y admitía las obligaciones entre ciudadanos sólo cuando fueran
voluntariamente aceptadas. De este modo, cualquiera tenía la posibilidad de buscar su
propio provecho sin que nadie pudiera a ser forzado a negocios desventajosos. Por ello, el
acuerdo voluntario… no dejaba lugar a injusticia alguna32.

En la práctica, esta concepción dejaba a su suerte a quienes sólo contaban con su fuerza de
trabajo como medio de subsistencia. Una de las manifestaciones más escandalosas de esta
filosofía del laissez faire, laissez passer fue el trabajo infantil, el cual fue justificado con base
en la libertad de contratación y en el derecho a la patria potestad. Bajo este modelo, la
sociedad se volvía contra ella misma con el aval del Estado. Por ello, el incipiente
sindicalismo, inspirado en las nacientes doctrinas socialistas, empezó a plantear la urgente

30
D. Grimm. Op. Cit., p. 160
31
Cabe reproducir aquí el multicitado pasaje de la Riqueza de las naciones, obra publicada originalmente en
1776, donde Adam Smith escribe que ningún individuo “se propone, por lo general, promover el interés público,
ni sabe hasta qué punto lo promueve. Cuando prefiere la actividad económica de su país a la extranjera,
únicamente considera su seguridad (…) y (…) sólo piensa en su ganancia propia; pero en éste como en muchos
otros casos, es conducido por una mano invisible a promover un fin que no entraba en sus intenciones. Más no
implica mal alguno para la sociedad que tal fin no entre a formar parte de sus propósitos, pues al perseguir su
propio interés, promueve el de la sociedad de una manera más efectiva que si esto entrara en sus designios” (A.
Smith. Investigación sobre la naturaleza y causas de la riqueza de las naciones, Fondo de Cultura Económica,
México, 1982, p. 402).
32
D. Grimm. Op. cit., p. 162
19

intervención del Estado para frenar la explotación de los trabajadores y garantizar las
condiciones mínimas de bienestar para todos. Así fue como apareció en la agenda de los
estados capitalistas la cuestión social, como una causa justificada de intervención del Estado
para contrarrestar la desigualdad social y crear las condiciones necesarias que permitieran el
ejercicio efectivo de los derechos fundamentales de manera universal. Como anota Grimm:

si los derechos fundamentales se toman en serio como normas materiales


jerárquicamente supremas del ordenamiento, una vez aparecida la cuestión social no
puede ya agotarse en mantener a distancia al Estado sino que han de extender su
protección a los presupuestos materiales del ejercicio de la libertad y a los peligros que
amenazan a ésta desde la sociedad misma33.

Un factor que contribuyó al cambio de visión respecto de la intervención del Estado en la


vida económica de la sociedad fue la crisis que sufrió el sistema capitalista mundial a finales
de los años 20 del siglo pasado. La Gran Depresión de 1929 reveló, ante la mirada del
economista John Maynard Keynes, un fenómeno que no aceptaba la teoría económica clásica:
la desocupación involuntaria, provocada por una disminución de la demanda efectiva,
causada a su vez por un descenso en la inversión privada, factor vinculado con una baja
expectativa de ganancia. Ante esta situación, Keynes propone lo siguiente: “El estado tendrá
que ejercer una influencia orientadora sobre la propensión a consumir, a través de su sistema
de impuestos, fijando la tasa de interés y, quizá, por otros medios”34. No se trataba de
implantar un socialismo de estado, mediante la apropiación estatal de los medios de
producción, ni mucho menos de menoscabar la libertad personal, sino de “determinar el
monto global de los recursos destinados a aumentar esos medios y la tasa básica de
remuneración de quienes los poseen…”35.

Con base en esta necesidad de intervención estatal para garantizar el acceso de todos a los
beneficios de la economía y con ello crear condiciones para el ejercicio efectivo de los
derechos fundamentales por el conjunto de los integrantes de la sociedad, se planteó el
modelo del Estado benefactor, con “la tarea de velar activamente por la prosperidad y la

33
Ibid., 164
34
John M. Keynes. Teoría general de la ocupación, el interés y el dinero. Fondo de Cultura Económica, México,
1971, p.332
35
Ibid., p. 333
20

justicia”36. Esta nueva concepción parte del supuesto de que si las condiciones de realización
de los derechos fundamentales varían, el orden jurídico debe contener un principio dinámico
que le permita “la optimización de la libertad en función de las situaciones cambiantes” 37.

2.2. De la igualdad jurídica a la igualdad social: transición del Estado liberal al Estado
social

Una de las grandes aportaciones del enfoque individualista y contractualista fue establecer
el principio de igualdad jurídica frente a las desigualdades “naturales”, las cuales fueron
defendidas filosóficamente por pensadores que van desde Platón y Aristóteles hasta
Tomás de Aquino y consagradas jurídicamente tanto por el derecho greco-romano como
por el feudal. En contra de la sanción jurídica dada en la Antigüedad y en la Edad Media
a esas desigualdades, Juan Jacobo Rousseau observó que el derecho trae consigo el paso
del estado de naturaleza al estado civil, es decir, el paso de la desigualdad natural a la
igualdad jurídica:

El pacto fundamental sustituye ... una igualdad moral y legítima, a la desigualdad física
que la naturaleza había establecido entre los hombres, los cuales pudiendo ser desiguales
en fuerza o en talento, vienen a ser todos iguales por convención y derecho38.

El principio de igualdad jurídica encontró su mejor expresión en las ya citadas declaraciones


de derechos de 1776 y 1789, hasta llegar a la Declaración Universal de los Derechos
Humanos, signada en 1945, cuyo primer artículo establece que: “Todos los seres humanos
nacen libres e iguales en dignidad y derechos...”. La igualdad de derechos que consigna la
declaración es incondicional, ya que ninguna distinción de raza, color, sexo, idioma, religión,
opinión política o de cualquier otra índole, origen nacional o social, posición económica,
nacimiento o cualquier otra condición, se podrá aducir para conculcar tales derechos o
incurrir en discriminación alguna.

La vigencia, ejercicio y respeto de estos derechos no sólo ha enfrentado obstáculos prácticos


en los países firmantes de la declaración, sino también embates teóricos de todo tipo que han
buscado restablecer la desigualdad jurídica, fundada en la desigualdad natural. Tal fue el

36
D. Grimm, Op. Cit., p. 166
37
Ibid., p. 173
38
Juan Jacobo. Rousseau. El contrato social o principios de derecho político, México, Porrúa, 1978, p. 13.
21

propósito de la doctrina nazi de la superioridad racial y de las doctrinas neorracistas. Estas


doctrinas incurren en la llamada falacia naturalista, toda vez que pretenden derivar de una
supuesta desigualdad de hecho una correspondiente desigualdad de derecho. Además, como
lo advierten Peces-Barba y Pérez Luño, no le han faltado enemigos a la tesis de la
universalidad de los derechos humanos: desde el romanticismo y el historicismo, pasando
por el nacionalismo y las “correcciones” positivista, histórica y realista, hasta el
posmodernismo y el relativismo cultural39.
El Estado de derecho moderno establece el principio de igualdad jurídica como un medio de
protección de los individuos que se encuentran en desventaja física o intelectual, como
sugiere Rousseau. Asimismo da a los más fuertes garantía sobre lo que tienen en legítimo
derecho, a cambio de que renuncien al abuso de su fuerza y, aunque parezca innecesario,
también los protege, ¿de qué? de un posible ataque concertado por los más débiles.

Otro aspecto de la desigualdad natural que trata de superar el Estado moderno mediante el
principio de igualdad jurídica es el relativo a la parcialidad con que los individuos ejercen el
derecho que les otorga la ley natural de hacer justicia por propia mano, a falta de una
autoridad judicial común. Como escribe John Locke: “siendo cada uno juez y ejecutor de la
ley natural, con lo parciales que son los hombres en lo que les toca, pueden dejarse llevar a
sobrados extremos por ira y venganza, y mostrar excesivo fuego en sus propios casos, contra
la negligencia y despreocupación que les hace demasiado remisos con los ajenos” 40.

Ante tal escenario, en la visión de Locke, el Estado o sociedad política surge como un poder
común, libremente aceptado por todos los asociados que pactan su instauración, capaz de
impartir justicia de manera imparcial. Frente a la tendencia natural de los hombres a castigar
con más fuerza el daño sufrido en carne propia que el sufrido por otros, surge la figura del
juez imparcial que castiga con la misma pena la misma falta, independientemente de quien
hay sido el infractor o el agraviado.

Ahora bien, Locke y Rousseau comparten el supuesto iusnaturalista de la igualdad esencial


de todos los seres humanos, que deriva de su racionalidad y de su dignidad como personas.
Esa igualdad esencial puede ser vulnerada por el abuso de la fuerza o por la parcialidad con

39
Cfr. G. Peces-Barba, Op. Cit., p.p. 619-621; Antonio-Enrique Pérez Luño. Op. Cit., p.p. 209-215.
40
John Locke. Ensayo sobre el gobierno civil, Porrúa, México, 1998, p. 74.
22

la que los individuos juzgan su propia causa, por lo cual el Estado surge como restaurador de
la igualdad primigenia, traduciendo el derecho natural en positivo, a fin de contrarrestar las
desigualdades de hecho. El derecho a la igualdad es llamado “natural” porque es
consustancial a la naturaleza o esencia humana, pero no porque exista una igualdad de hecho.
Por lo contrario, lo más frecuente y tangible es la desigualdad natural y cultural entre los
seres humanos.

El trasfondo histórico del principio de igualdad jurídica fue la posibilidad que abrió la
sociedad capitalista de generar igualdad económica mediante la generalización de la
propiedad privada y del libre acceso al mercado, a partir del esfuerzo individual. El postulado
de la igualdad jurídica buscaba legitimar el derecho a la riqueza como fruto del trabajo y no
del privilegio. Como lo escribió Locke: “El fin, pues, mayor y principal de los hombres que
se unen en comunidades políticas y se ponen bajo el gobierno de ellas, es la preservación de
su propiedad”41.

A la postre, la ruta que marcó el Estado liberal hacia la igualdad económica, legitimada por
el principio de igualdad jurídica, acabó generando nuevas desigualdades en la distribución
de la riqueza. El error fue que tales desigualdades fueron atribuidas solamente a los propios
individuos, considerados como únicos responsables de aprovechar o no las oportunidades
que les ofrecía el mercado.

En este contexto, el derecho moderno, que significó un avance tremendo respecto del derecho
estamental, al romper con el régimen de privilegios, fue insuficiente, en su versión liberal,
para hacer efectiva la igualdad y, lo que es peor, para hacer visibles las desigualdades
subsistentes, ya que éstas quedaron encubiertas por el principio de igualdad jurídica.

Jürgen Habermas expone muy bien esta limitación del individualismo liberal:

Con la creciente desigualdad de las posiciones económicas de poder, de bienes de


fortuna y de posiciones sociales de vida se destruyen, empero, los presupuestos fácticos
para un aprovechamiento en igualdad de oportunidades de las competencias jurídicas
repartidas de modo igualitario. Si el contenido normativo de la igualdad jurídica no debe
convertirse por completo en su contrario, entonces, por un lado, hay que especificar
materialmente las normas existentes del derecho privado y, por otro lado, hay que

41
Ibid., p. 73.
23

introducir derechos fundamentales de carácter social, que fundamenten tanto el derecho


a un reparto más justo de la riqueza producida socialmente como el derecho a una
protección más eficaz ante los riesgos producidos socialmente42.

De esta manera, el Estado liberal fue capaz de garantizar la igualdad jurídica frente a la
desigualdad natural pero incapaz de contrarrestar las desigualdades económica y social,
derivadas del libre mercado. Se tuvo, entonces, que dar lugar un nuevo tipo de Estado, mejor
dotado para promover una distribución más equitativa de la riqueza y proteger a los sectores
sociales menos favorecidos en el reparto del ingreso.

En otras palabras, el principio de igualdad jurídica mostró ser insuficiente para hacer frente
a las desigualdades económicas, sociales y culturales. La crítica de Carlos Marx y Federico
Engels al “derecho burgués” reveló que la igualdad formal de los individuos, garantizada por
las instituciones democráticas, servía para encubrir la desigualdad real entre las clases
sociales, producida por el sistema de explotación capitalista. Así es como opera la ideología
dominante: presentando los intereses de la clase dominante como si fueran los de la sociedad
en su conjunto, con la desventaja de que, a la postre, sólo la clase dominante y sus aliados
resulta beneficiada. Como lo señalaron Marx y Engels en la Ideología alemana: “En efecto,
cada nueva clase que pasa ocupar el puesto de la que dominó antes que ella se ve obligada,
para poder sacar adelante los fines que persigue, a presentar su propio interés como el interés
común de todos los miembros de la sociedad…”43.

La crítica a la igualdad jurídica como un mecanismo ideológico de encubrimiento de la


desigualdad real, planteada a mediados del siglo XIX, derivó en una teoría y práctica
socialistas que dieron lugar, a principios del siglo XX a la revolución soviética, la cual
prometió una democracia real, es decir, con igualdad social, y no meramente formal, esto es,
con mera igualdad jurídica. Ante las presiones del Estado soviético y ante la persistencia de
las desigualdades que el sistema capitalista mundial no acertaba a disminuir, se llegó, en el
contexto de la Guerra Fría, a la adopción del Pacto Internacional de Derechos Económicos,
Sociales y Culturales (1966), donde los derechos civiles y políticos de las personas se ven

42
Jürgen Habermas. La inclusión del otro. Estudios de teoría política. Paidós, Barcelona, 1999, p. 256.
43
Carlos Marx y Federico Engels. La ideología alemana. Ediciones de Cultura Popular, México, 1979, p.
52.
24

enriquecidos con los derechos a la seguridad social, al trabajo, a formar sindicatos, a la salud,
a la alimentación, a la vivienda, a la educación, y a la cultura, entre otros.

A diferencia de los derechos civiles y políticos, que tienen sustento en la limitación del poder
del Estado sobre los individuos, el reconocimiento y ejercicio de los derechos económicos,
sociales y culturales requiere, por parte del Estado, la promoción de un conjunto de acciones
orientadas a reducir las desigualdades en la distribución de los bienes producidos por la
sociedad.

Los derechos económicos, sociales y culturales, conocidos como derechos de segunda


generación, complementarios de los derechos civiles y políticos, fueron resultado de las
luchas de los trabajadores y grupos sociales marginados en el reparto de la riqueza, por
mejorar sus condiciones de trabajo y de vida.

El punto de partida de estos derechos estriba en el reconocimiento de la desigualdad


económica, social y cultural entre los individuos y entre los pueblos. Precisamente el
problema del contraste entre países desarrollados y subdesarrollados da lugar a que se
reconozca, en esa época, el derecho de todos los pueblos al desarrollo. Como lo establece el
primer artículo del referido Pacto: “Todos los pueblos tienen el derecho de libre
determinación. En virtud de este derecho establecen libremente su condición política y
proveen asimismo a su desarrollo económico, social y cultural”.

Con el fin de hacer frente al reto de la desigualdad económica, social y cultural entre los
individuos y entre los pueblos, se constituyó el Estado social o benefactor. La política seguida
por este Estado, también conocido como socialdemócrata, se basó, de acuerdo con Anthony
Giddens, en la búsqueda de la igualdad:

Una igualdad mayor ha de lograrse mediante diversas estrategias de nivelación. La


imposición progresiva, por ejemplo, vía Estado de bienestar, quita a los ricos para dar a
los pobres. El Estado de bienestar tiene dos objetivos: crear una sociedad más igual,
pero también proteger a los individuos durante el ciclo vital44.

44
Anthony Giddens. La tercera vía. La renovación de la socialdemocracia. Taurus, Madrid, 1999, p.p. 20-21.
25

2. 3. Trayectoria de los derechos económicos, sociales, culturales y ambientales

Los derechos económicos, sociales, culturales adquieren reconocimiento internacional en la


ya citada Declaración Universal de Derechos Humanos. El Art. 22 de esta declaración
establece que:
toda persona como miembro de la sociedad, tiene derecho a la seguridad social y a
obtener, mediante el esfuerzo nacional y la cooperación internacional, habida cuenta de
la organización y los recursos de cada Estado, la satisfacción de los derechos
económicos, sociales y culturales indispensables a su dignidad y al libre desarrollo de
su personalidad.
Sin lugar a dudas, la incorporación de estos derechos al mundo de los derechos humanos
reconocidos por los países miembros de la Organización de las Naciones Unidas constituye
un avance significativo respecto de declaraciones anteriores.
Las declaraciones de derechos de Virginia (1776) y las francesas de 1789 y 1848 consagran
fundamentalmente los derechos civiles y políticos. Cabe advertir que en paralelo a la línea
individualista liberal en la que se inscriben estas declaraciones, corre la línea social que bien
podemos remontar a la declaración jacobina de 1793, en la que se postula el compromiso de
la sociedad con la subsistencia de los ciudadanos en situación desfavorable y la educación
para todos. También nos podemos remitir a la célebre proclama independentista Sentimientos
de la Nación (1813), donde José María Morelos reclama que las leyes deberán moderar “la
opulencia y la riqueza, y de tal suerte se aumente el jornal del pobre, que mejore sus
costumbres, aleje la ignorancia, la rapiña y el hurto” (Art. 12).
Otro antecedente importante en la línea social es el conjunto de derechos (a la educación, a
la tierra y laborales) que incorporó la Constitución Mexicana de 1917, como resultado de la
Revolución que estalló en 1910. Mención especial merece la experiencia de los países
socialistas, con la Unión Soviética a la cabeza, los cuales dieron prioridad a los derechos
económicos, sociales y culturales bajo el criterio de que la democracia sustantiva o socialista
es aquella que garantiza la igualdad de condiciones materiales de vida entre los individuos,
en contraste con la democracia formal o liberal que proclama la igualdad de derechos
políticos de las personas sobre una base de desigualdad económica y social.
Lamentablemente, los países del bloque socialista sacrificaron los derechos civiles y
26

políticos, con lo que pervirtieron el sentido histórico de la aparición de los derechos


económicos, sociales y culturales: garantizar la universalidad de los primeros.
En los años posteriores a la Declaración de 1948, en el contexto de la segunda posguerra
mundial, se da una reactivación económica considerable que favorece la aparición del Estado
benefactor en los países capitalistas desarrollados. Como era de esperarse, en el marco del
llamado welfare state, tiene un auge considerable la positivización y el disfrute de los
derechos económicos, sociales y culturales en los países capitalistas centrales. Sin embargo,
a la sombra de la bonanza en el capitalismo avanzado se genera el mundo del subdesarrollo,
al que pertenecen la mayoría de los países del orbe. Esta convivencia oprobiosa entre
desarrollo y subdesarrollo fue el escenario en el que diversos gobiernos signaron el Pacto
Internacional de Derechos Económicos, Sociales y Culturales (1966) y la Declaración sobre
el Progreso y el Desarrollo en lo Social (1969).
El Pacto de 1966 retoma el criterio de la Declaración Universal de que “no puede realizarse
el ideal del ser humano libre, liberado del temor y la miseria, a menos que se creen
condiciones que permitan a cada persona gozar de sus derechos económicos, sociales y
culturales, tanto como de sus derechos civiles y políticos”. También retoma el Pacto el
criterio de que el cumplimiento de los derechos económicos, sociales y culturales se
encuentra condicionado a la disponibilidad de recursos de los estados para garantizarlos:
Cada uno de los Estados Partes en el presente Pacto se compromete a adoptar medidas,
tanto por separado como mediante la asistencia y la cooperación internacionales,
especialmente económicas y técnicas, hasta el máximo de los recursos de que disponga,
para lograr progresivamente por todos los medios apropiados… la plena efectividad de
los derechos aquí reconocidos (Art. 2).
De esta manera, el acceso de la población a los beneficios de los derechos al trabajo, a la
protección de la familia, a la salud física y mental, a la educación y a participar en la vida
cultural queda condicionado por el nivel de desarrollo económico que hayan alcanzado los
estados signatarios del pacto.
El vínculo estrecho entre el desarrollo económico y el cumplimiento efectivo de los derechos
consignados en el Pacto de 1966 es asumido plenamente en la Declaración de 1969. En esta
declaración se entiende por desarrollo social “la elevación del nivel de vida tanto material
como espiritual de todos los miembros de la sociedad, dentro del respeto y cumplimiento de
los derechos humanos y las libertades fundamentales” (Parte II, primer párrafo ) Así definido
27

el desarrollo social, la propia declaración subraya “la interdependencia del desarrollo


económico y del desarrollo social en el proceso más amplio de crecimiento y cambio, y la
importancia de una estrategia de desarrollo integrado que tenga plenamente en cuenta… sus
aspectos sociales”. En virtud de tal interdependencia, la Declaración de 1969 contempla
acciones de promoción del desarrollo en los países subdesarrollados, que incluyen “la
modificación de las relaciones económicas internacionales y la aplicación de nuevos y
perfeccionados métodos de colaboración internacional” (Parte II, Art. 12, a), así como el
impulso de la industrialización, la planeación integrada y la adopción de medidas legislativas
pertinentes.
La crisis ambiental que vive el planeta como resultado de los procesos descontrolados de
industrialización y desarrollo tecnológico en los países avanzados y de crecimiento
demográfico en el mundo subdesarrollado, genera una gran preocupación en las Naciones
Unidas. Para hacer frente al reto de los graves índices de contaminación ambiental y el
consiguiente deterioro del equilibro ecológico en vastas regiones de la Tierra, se llevó a cabo
en Estocolmo la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Medio Ambiente Humano,
dando lugar a la Declaración sobre Medio Ambiente Humano de 1972. En esta declaración
se incorpora la dimensión ambiental al concepto de desarrollo integral que sugiere la
Declaración de 1969. En este sentido, la Declaración de Estocolmo establece el siguiente
principio:
A fin de lograr una más racional ordenación de los recursos y mejorar así las condiciones
ambientales, los Estados deberían adoptar un enfoque integrado y coordinado de la
planificación de su desarrollo, de modo que quede asegurada la compatibilidad del
desarrollo con la necesidad de proteger y mejorar el medio ambiente humano en
beneficio de la población (Principio 13).
A partir de la Declaración de Estocolmo se ha venido hablando de derechos económicos,
sociales, culturales y ambientales (DESCA)45.

45
Cabe aclarar que hasta 1992, pocos años después del accidente nuclear de Chernobyl (1986), se incorpora
expresamente el derecho a un ambiente sano dentro del cuadro de derechos reconocido por las Naciones Unidas.
En efecto, en la Declaración de Río sobre el Medio Ambiente sano y el Desarrollo, se consigna el principio de
que “los seres humanos tienen derecho a una vida saludable y productiva en armonía con la naturaleza”
(Principio 1). Asimismo, el derecho a un ambiente sano queda enmarcado dentro del concepto de desarrollo
sostenible. Este concepto acota el derecho al desarrollo en los siguientes términos: “El derecho al desarrollo
debe ejercerse en forma tal que responda a las necesidades de desarrollo y ambientales de las generaciones
presentes y futuras” (Principio 3).
28

El desarrollo económico, visto como condición de posibilidad del ejercicio de los DESCA se
convierte a mediados de los años ochenta del siglo XX en objeto de un derecho más amplio,
que abarca prácticamente todos los derechos reconocidos hasta ese momento. Se trata del
derecho al desarrollo. Este derecho es definido en la Declaración sobre el Derecho al
Desarrollo (1986) en los siguientes términos:
es un derecho humano inalienable en virtud del cual todo ser humano y todos los pueblos
están facultados para participar en un desarrollo económico, social, cultural y político
en el que puedan realizarse plenamente todos los derechos humanos y libertades
fundamentales, a contribuir a ese desarrollo y a disfrutar de él” (Art. 1, párrafo 1).
El derecho al desarrollo también implica la libre determinación de los pueblos y la plena
soberanía de éstos sobre sus riquezas y recursos naturales (Art. 1, párrafo 2). En definitiva,
la Declaración de 1986 introduce un derecho integrador de todos los demás derechos que se
erige en principio y fin del sistema de los derechos humanos reconocidos por las Naciones
Unidas. En este marco, los DESCA pasan a ser algunos de los aspectos del derecho al
desarrollo.
La Declaración sobre el Derecho al Desarrollo, como el pacto y las declaraciones antes
referidos, proclama la indivisibilidad e interdependencia de los derechos o aspectos de los
mismos, al tiempo que reconoce el carácter progresivo de su consolidación. Bajo estos
criterios, los estados firmantes de la declaración se comprometen a adoptar las medidas
necesarias para garantizar el derecho al desarrollo en la integralidad de sus dimensiones. Sin
embargo, esta visión global del desarrollo tuvo que ser focalizada coyunturalmente a su
dimensión política, en virtud de la incorporación de algunos países que pertenecieron al
antiguo bloque socialista a la comunidad de democracias capitalistas.
Después de la caída del Muro de Berlín (1989), se generó una nueva ola democratizadora
que colocó en la agenda internacional el tema de la “expansión y consolidación histórica de
la democracia en todo el mundo”, como lo consigna la Declaración de Varsovia “Hacia una
Comunidad de Democracias”, signada por 106 países en el año 2000.
Esta declaración introduce una nueva perspectiva con respecto a las dimensiones política y
económica de los derechos humanos, toda vez que se asume la relación de mutua
determinación entre ambas. Dicho de otra manera, en los años de la Guerra Fría se
consideraba que el ejercicio de los derechos civiles y políticos, es decir, democráticos,
dependía de la existencia de las condiciones económicas, sociales y culturales que
29

permitieran ejercer tales derechos. También se dijo que el desarrollo económico era necesario
para el desarrollo social, esto es, para el ejercicio pleno de los DESCA. En cambio, tras el fin
de la Guerra Fría, con un número importante de países ex – socialistas tocando la puerta a la
democracia liberal, se cae en la cuenta de que esta última es coadyuvante del desarrollo
económico. Así lo conciben los representantes de los países firmantes de la Declaración de
Varsovia:
Reconocemos la importancia que dan nuestros ciudadanos a mejorar las condiciones de
vida. Asimismo, reconocemos los beneficios mutuamente vigorizantes que ofrece el
proceso democrático para lograr un crecimiento económico sostenido. Con ese fin
procuraremos asistirnos unos a otros en el desarrollo económico y social, incluida la
erradicación de la pobreza, como factor contribuyente esencial para la promoción y
preservación del desarrollo democrático.
Como se puede apreciar, se ha construido una concepción integradora que permite visualizar
a los DESCA en estrecha relación con el desarrollo económico, el derecho al desarrollo y la
democracia. El carácter dinámico de esta visión refleja la complejidad del movimiento
histórico de la segunda mitad del siglo XX y de los albores del XXI. Las Naciones Unidas
han pasado de una visión economicista de los derechos humanos a una concepción integral
del desarrollo, con un énfasis, por razones coyunturales, en la mutua implicación entre
desarrollo económico y democrático, así como en la noción de desarrollo sostenible.
La implicación entre desarrollo económico y democracia no es ajena a pensamiento
neoliberal, que vincula los procesos de liberalización económica y política, bajo el argumento
de que el desmantelamiento del Estado benefactor contribuye al desarrollo de la economía
de mercado y de que la democracia liberal forma individuos competitivos que son funcionales
a la lógica mercantilista. Ciertamente, desde la óptica neoliberal, la democracia puede
contribuir al incremento excesivo de la demanda social y convertirse en un factor de
ingobernabilidad. Por ello, no resulta extraño que algunos gobiernos neoliberales prefieran
operar bajo un esquema político autoritario.
Una visión alternativa de la democracia, de carácter participativo, rechaza el individualismo
y la autocontención de la demanda que pregona el neoliberalismo, proponiendo a cambio la
participación social en el diseño de las políticas públicas, lo cual garantiza un impulso
efectivo a los DESCA. La experiencia de los presupuestos participativos en algunas ciudades
de América Latina tiene que ser evaluada a la luz de la perspectiva de una relación de mutuo
30

reforzamiento entre democracia y DESCA. En otras palabras, la política social, entendida


como una política de derechos económicos, sociales, culturales y ambientales, si es
participativa, construye a los sujetos sociales que la van a evaluar e inclusive reformular.
Una nueva relación sociedad – gobierno, bajo el principio de participación corresponsable,
podrá garantizar el ejercicio pleno de los DESCA y con ello sentar las bases empíricas para
impulsar una nueva concepción sobre el papel crucial de la democracia en la positivización
y el cumplimiento efectivo de los derechos económicos, sociales, culturales y ambientales, a
nivel local, nacional y, desde luego, en el ámbito del mundo globalizado

Conclusiones

A lo largo de este ensayo, hemos tratado de abordar dos momentos en el proceso de


universalización de los derechos humanos. El primer momento, que detona el proceso, fue
presentado en su dimensión sociológica, histórica y cultural. Por cuanto a la primera
dimensión, se mostró que los derechos fundamentales, como derechos universales, son un
producto de la sociedad burguesa (1.1). En lo referente a la perspectiva histórica, se expuso
el contexto de aparición de los derechos fundamentales, destacando dos años cruciales: 1776
y 1789 (1.2). Por lo que se refiere a la dimensión cultural, se identificaron como común
denominador de la cultura de los derechos fundamentales el individualismo y el
contractualismo, con sus respectivos matices historicista y estatalista para los casos
americano y francés (1.3). Con todos estos elementos puede configurarse la siguiente tesis:
los derechos humanos son una categoría histórica porque su universalidad, que constituye su
característica esencial, surge cuando una clase social tiene la capacidad para
constitucionalizar derechos universales, así como proyectarlos como parte de una sociedad
futura, justa e igualitaria, independientemente de que el comportamiento de esa clase hubiese
sido o no consecuente con el ideal propuesto.

La proyección que hace la burguesía de los derechos universales pasa por un proceso de
apropiación crítica de los derechos propuestos por los intelectuales y las clases subalternas
(2.1), dando lugar a un esfuerzo para concretar el paso de la universalidad como punto de
partida a la universalidad como punto de llegada. Un primer intento en tal sentido fue la
propuesta del Estado social o de bienestar y la positivización de los derechos económicos,
31

sociales y culturales en los países desarrollados. Se trata de un segundo momento, que no el


último, en el proceso de universalización de los derechos humanos. Este momento fue
expuesto en el segundo capítulo de este trabajo en su fase preparatoria y e su fase propositiva.
En la primera fase (2.2) se destacan las a las limitaciones del Estado liberal para garantizar
de manera efectiva el ejercicio de los derechos universales por todos los sectores de la
sociedad. En la segunda fase (2.3) se exponen, en perspectiva histórica, la formulación,
ampliación y vinculación con el desarrollo y con la democracia de los derechos económicos,
sociales y culturales.

Ciertamente se echa de menos, en el segundo capítulo, un análisis del proceso de adopción y


apropiación en los ámbitos político, jurídico y cultural de los DESCA, referido a casos
concretos, que permitiera abordar con suficientes claves interpretativas la llamada crisis del
Estado de bienestar. Nos queda claro que toda propuesta alternativa al estado de malestar de
los derechos humanos que se vive bajo el modelo neoliberal no se podrá formular sin una
evaluación objetiva de los alcances y limitaciones de los propios DESCA.

Por lo pronto, una enseñanza que nos deja el tratamiento conjunto de los derechos de primera
y segunda generaciones es que, en sentido histórico, forman parte de una secuencia evolutiva,
con algunas involuciones (fascismo, neoliberalismo), pero la relación que tienen entre sí es
circular, en sentido lógico. Hay entre unos y otros derechos una doble implicación: los
DESCA son prerrequisitos jurídicos para garantizar las condiciones materiales de ejercicio
cabal de los derechos civiles y políticos, al mismo tiempo que estos últimos son el
instrumento jurídico-político por excelencia para positivizar de manera universal e
irreversible los propios DESCA. El círculo virtuoso entre ambos tipos de derechos es que
aquellos titulares efectivos de los derechos civiles y políticos voten por políticas de acción
afirmativa (igualdad por diferenciación) y los beneficiarios de estas políticas sean capaces de
renunciar lo más pronto posible a esa condición, retribuyendo el beneficio a las generaciones
venideras, una vez constituidos en titulares efectivos. De esta manera, la especificación de
los derechos no se volvería un lastre económico para el Estado sino un impulso para avanzar
en la universalidad de los derechos como punto de llegada.
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