Entrevista A Perus

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Revista Iberoamericana. Vol. LXVI, Núm.

193, Octubre-Diciembre 2000, 879-887

EN TORNO A LA CRÍTICA, LA LITERATURA, LOS ESTUDIOS CULTURALES Y


LOS MEDIOS MASIVOS
UNA ENTREVISTA CON FRANÇOISE PERUS

POR

JUAN CARLOS GRIJALVA


University of Pittsburgh

Esta entrevista con la investigadora Françoise Perus se realizó en la Ciudad de


México, en el mes de noviembre del 2000.* La conversación que se presenta aquí aborda
una diversidad de temas que no sólo retoman su obra crítica, galardonada en dos ocasiones
con el Premio Casa de las Américas (1976, 1981) en la categoría ensayo, sino que
interrogan de manera particular su punto de vista en torno al lugar social actual de la
crítica literaria, la interdisciplinariedad que afirman los Estudios Culturales y la debatida
relación entre literatura y medios masivos. Françoise Perus ha escrito entre otros estudios
Literatura y Sociedad: el Modernismo (1976); Historia y Crítica Literaria (1982); Historia
y Literatura (1994); De Selvas y Selváticos (1998); actualmente es Directora del Programa
de Postgrado de Estudios Latinoamericanos en la Universidad Nacional Autónoma de
México.
JUAN CARLOS GRIJALVA: En Literatura y Sociedad Ud. afirmaba que uno de los efectos
de la incorporación de las sociedades latinoamericanas al sistema de producción del
capitalismo internacional fue la profesionalización del escritor en la naciente cultura de
masas. Esta realidad, trasladada a nuestro momento presente, parecería que tiene alguna
conexión con la “profesionalización” del crítico literario en el espacio del mercado
globalizado. ¿Cómo ve usted esta situación del crítico literario hoy, obligado a
“profesionalizarse” dentro de las demandas de una cultura de masas creciente y una lógica
productivista de acumulación de artículos, libros y muchas veces del consumo de variadas
modas intelectuales?
FRANCOISE PERUS: La pregunta es compleja, yo creo que hay de por medio la
profesionalización de la crítica literaria en la academia que es anterior a esta apertura de
mercado de la que habla usted. Digamos que la transmisión del legado de la tradición
cultural se ha hecho “profesional” a partir de una democratización y ampliación de la base
social que ingresa a la universidad en los años ’50, ’60, ’70 y que creó como una
profesionalización de la crítica literaria a partir de la enseñanza de la literatura y la búsqueda
de nuevas formas de enseñanza. Eso se junta con toda la reflexión teórica ligada precisamente
a esa necesidad de transmisión, de interpretación de los textos. Haciendo el paralelismo con
finales del siglo XIX, la situación que vivimos ahora me parece un poco distinta, en el

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Agradezco al Centro de Estudios Latinoamericanos (CLAS) de la Universidad de Pittsburgh la beca
de investigación que me permitió viajar a la Ciudad de México.
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sentido de que hay otra apertura llamada globalización o el nombre que se le quiera poner,
pero de todos modos esta globalización es una globalización de los medios y hay una
instrumentación mediática de los intelectuales ligados al aparato educativo y como una
especie de frontera movediza entre lo que sería la academia y lo que sería la difusión por los
medios. Creo que esa frontera es incierta, borrosa y no muy consciente en mucha gente
porque en realidad, el aparato cultural que creció, el aparato cultural y no el aparato
educativo, que más bien tiende a contraerse paradójicamente, hace que haya un desplazamiento
de los intelectuales de la academia hacia los medios y un ir y venir constante que uno no sabe
muchas veces, a qué público o a qué ámbito están respondiendo. Yo creo que no siempre
esta claro para ellos tampoco. Es decir, son los medios y los medios por lo menos en el caso
de México, muy ligados al aparato de estado. Si uno ve lo que ha sido el Consejo Nacional
para la Cultura y las Artes (CONACULTA), su capacidad de jalar para sí y no solamente
en términos de publicaciones sino también de organización de una serie de actividades antes
circunscritas a la universidad, en términos de investigaciones, en términos de proyectos, en
términos de becas, etc., entonces esto hace que haya un movimiento de ir y venir que puede
tener que ver con ese fenómeno del que usted habla y bueno, además de condiciones
particulares del trabajo en la universidad, de la productividad y demás. Pero yo creo que no
es un problema secundario sino que se impulsa desde medidas en las universidades y empuja
a los profesores, investigadores, académicos, hacia los medios. Y a partir de ahí se produce
una reflexión crítica que es a la vez académica y mediática y que compite en un ámbito donde
hasta cierto punto la universidad o las universidades no solamente del subcontinente
americano, sino las universidades en su conjunto tanto europeas, norteamericanas como
latinoamericanas, se encuentran arrastradas por políticas de estado que son políticas
mediáticas, diría yo, en el contexto de la globalización.
JCG: En este contexto entonces, ¿cuál es la validez teórica y política que un concepto
como “lucha de clases” tiene hoy en día? Esto dicho, además, bajo el recordatorio de que
en Literatura y Sociedad Ud. consideró la crítica literaria como una “lucha de clases en
la literatura”.
FP: Es una fórmula extrema (risas), hasta cierto punto escandalosa en el sentido de que
las pugnas son de carácter ideológico en torno a las formas de transmisión del legado de la
tradición, en la manera de concebir ese legado, la manera de transmitirlo y el público
también a quién se transmite. Entonces bueno, falta en el contexto de la enunciación el
predominio hasta cierto punto del pensamiento marxista cuya categoría central es justamente
la de clase. Digamos que en última instancia las posiciones ideológicas responden a fuerzas
sociales y esas fuerzas sociales están caracterizadas fundamentalmente por el materialismo
histórico como clases sociales. El sistema de categorización actual no pasa tanto por la
categoría de clase, porque las clases en el sentido clásico, no tienen quizá la misma vigencia,
pero en todo caso los mismos contenidos y las mismas definiciones y claridad en cuanto a
su contorno, por la misma transformación de las condiciones materiales de la producción.
Hay un desplazamiento hacia otras categorías que son curiosamente lo multicultural, lo
multiétnico, las cuestiones de género, que siguen siendo una forma de categorización social,
cuyo transfondo teórico muchas veces no esta muy claro. Es decir, cuál es la teoría que se
encuentra detrás de una categorización social en términos de etnias, me parece una mezcla
de raza y cultura. El concepto de raza es inaceptable, pero ahí esta, es la memoria detrás de
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una categorización como la de etnia. Pero que es conjugada con la noción de cultura, noción
que no deja de ser de contornos o contenidos bastante imprecisos, en el sentido de que tiene
que ver con la existencia marginal, muchas veces, de grupos sociales no integrados a lo que
fueron los proyectos de cultura nacional, que finalmente quedaron como marginales.
Entonces, hay problemas lingüísticos pero tengo la impresión de que lo que predomina
paradójicamente son cuestiones religiosas. La cultura viene a ser como mezclada con una
cuestión de raza y una cuestión de religión, lo cual hace una mezcolanza que trae consigo
muchos resabios inquietantes.
JCG: ¿Y en cuanto a la categoría de género?
FP: En cuanto a la categorización de género, curiosamente lo mismo que la de etnia,
no concierne al hombre blanco. La categoría de género no concierne al hombre sino a la
mujer o, digamos, a categorías de situaciones sexuales como lesbianismo o gays, es decir,
trans… algo. Hay también digamos categorizaciones en términos biológicos como la raza,
que es un concepto que viene de la biología, y cuestiones culturales de contornos también
bastante indefinidos. Dudo, por mi parte, que haya una cultura masculina y una cultura
femenina, ciertamente puede haber por herencia histórico-cultural diferenciaciones en
términos de sicología e incluso en términos de sicoanálisis. En todo caso son categorizaciones
a partir de otras disciplinas en términos de identificación de sujetos sociales, cuyo rigor para
mí puede aparecer a estas alturas tan problemático como la categoría de clase. En eso me
quedaría, es decir, en que el yo y el otro, el sujeto de la enunciación y la relación con el otro
en términos de objeto de la representación, o sujeto a su vez de la enunciación, son categorías
que para la literatura, en el momento de examinar los textos literarios y plantear la lectura
de textos literarios, pues a lo mejor que el hecho de que el sujeto de la enunciación sea blanco,
negro, indio, mujer, hombre, si bien no es indiferente, nos remite a otras necesidades de
categorización más afines con el problema de la heterogeneidad cultural, que ciertamente
es un problema social, político y hasta económico. Pero el problema es cómo se transponen
las categorías sociales a las categorías de representación y enunciación literaria. Este sigue
siendo el problema para mí.
JCG: ¿Podría decirse entonces que la critica cultural de la literatura relega u olvida
los específicos procesos estéticos de la producción literaria?
FP: Yo no sé si se puede plantear el problema así. Podemos pensar en el problema de
que el mundo o la experiencia del mundo que se apropia toda poética concreta, es un mundo
pre-formado. Y ese mundo pre-formado tiene que ver con ese problema de heterogeneidad
cultural y categorizaciones sociales varias, inscritas en la cultura o que están inscritas en la
teoría. Es decir, categorías de análisis social, categorías culturales que pasan por la vivencia
y que pasan incluso por una categorización en términos éticos, es decir, de valoración.
Ciertamente en los países latinoamericanos por la misma historia desde la conquista y por
la misma historia moderna, los conflictos heredados de la conquista son conflictos latentes
sino es que más que latentes. Por lo mismo, yo no creo que, por ejemplo, la categoría de etnia
sea una categoría inútil. Ciertamente ésta nos acerca a un problema que a nivel vivencial todo
el mundo sabe y me lo dijo un alumno al que trataba de convencer que la categoría de ser
humano, era una categoría universal y me dijo “no maestra, en América Latina la piel habla
primero” (risas). Por lo mismo, a nivel vivencial pues, ciertamente, la categoría existe y
tampoco es lo mismo en las sociedades latinoamericanas ser hombre que mujer. Digamos
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que en las sociedades latinoamericanas, la herencia colonial, la herencia oligárquica, pues


están ahí. Entonces esas categorías son aproximaciones, pero lo que se apropia la literatura
es a nivel vivencial, de lo concreto vivido y por lo mismo, algo traducen esas categorías que
son aproximaciones. Pero bueno, lo importante es la forma del personaje, la forma de la
identidad del personaje, la forma de la relación del narrador con esos personajes, y que no
son personajes en sentido universal abstracto, funciones, sino que son personajes en
términos culturales y ahí, obviamente, la teoría social y la teoría cultural son un apoyo. Otra
vez, digamos, el problema va a ser cómo ese mundo pre-formado histórica, social,
culturalmente, adquiere forma artística en lo que es la configuración de la obra artística.
JCG: En Historia y Literatura, libro en el que es básicamente traductora y compiladora,
Ud. defiende la necesidad de enriquecer la crítica literaria con los actuales aportes de la
reflexión histórica y de pensar zonas disciplinarias fronterizas. Hay pues un intento por
pensar el lugar de la crítica literaria desde una perspectiva interdisciplinaria: historiografía,
hermenéutica, sociocrítica, teoría de la recepción. Sin embargo, hay reparos a la
interdisciplinariedad que se defiende desde los Estudios Culturales, por ejemplo. ¿Se trata
de dos propuestas disciplinarias diferentes? ¿Cuál sería ese lugar de diferencia en su
manera de entender la interdisciplinariedad?
FP: Si no me equivoco, la interdisciplinariedad esta pensada muchas veces también
como transdisciplina, en el sentido de que apela al horizonte de disciplinas diversas,
conjugándolas en el ámbito del análisis literario. En preguntas anteriores, planteaba el
problema de la importación de categorías de análisis social al análisis literario y las
dificultades que yo veía en eso, pero también la utilidad. Utilidad siempre con precaución
porque no es lo mismo una categorización social en términos políticos, en términos étnicos,
que un personaje. Un personaje y la necesidad de dar concreción y vida a un personaje, voz,
imagen o voz. Entonces, bueno, yo creo que las humanidades son y siempre han sido
transdisciplinarias, interdisciplinarias, pero en la medida en que se han ido especializando
los saberes en el ámbito de las ciencias sociales y las humanidades, no podemos desconocer
este fortalecimiento disciplinario, es decir, tradición de debate, tradición de conceptos,
tradición de problemas y saberes, conocimientos y desconocimiento acumulados, que hacen
la fuerza de la identidad de una disciplina. Yo estaría muy preocupada de una disolución de
las disciplinas y creo que el problema que se nos plantea es el problema de los ámbitos de
pertinencia de cada una de las disciplinas y el de su articulación en las fronteras. Repito, no
son problemas nuevos sino que la exigencia de rigor es mayor. Por otra parte, volviendo
sobre el problema de la profesionalización de la crítica literaria, sobre los problemas de
renovación o por lo menos, de una muy importante preocupación de orden conceptual,
teórico, metodológico, que puede parecer muy árida, pero que de cualquier forma ha
ayudado a precisar, a reconocer una cantidad de problemas que el análisis estilístico
tradicional no veía sino de manera aproximada, o de manera incontrolada, mas tributaria del
talento del critico; una socialización y una enseñanza, no se enseña realmente el talento, se
enseñan saberes. Y en eso sí, yo creo que hay mayor precisión, mayor debate y creo que sí,
no podemos dejar atrás la tradición filológica, la tradición estilística, pero obviamente
renovada a la luz de todas las inquietudes teóricas, y todos los esfuerzos de conceptualización
que ha habido. Como movimiento fundamental, yo reconocería el desplazamiento de la
inquietud por el sujeto de la creación, es decir, el autor. De ahí al texto, con todo el auge del
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análisis textual, estructuralista o no, y luego el problema de la recepción. No es que ese


desplazamiento sea la cancelación de preocupaciones anteriores sino que lo que debe
preocuparnos es la integración, una integración controlada, es decir, conceptualizada con
cierto rigor, todo eso no está por demás. Y me inquietaría, digamos, dejar atrás todo esto y
volver de alguna forma, en la peor expresión si quiere de los Estudios Culturales, lo que sería
una especie de ideologización de la literatura pero completamente incontrolada.
Ideologización incontrolada quiere decir muchas veces transitar por lugares comunes sin
darse cuenta. Entonces eso sí me preocuparía.
JCG: Esta última pregunta nos conecta con la revalorización de una poética narrativa
en los estudios de crítica literaria. Tal vez podría explicar brevemente qué entiende por esta
poética narrativa y por qué, según lo ha dicho en De Selvas y Selváticos, uno de sus últimos
libros, éste es un campo casi inexplorado. ¿Cuáles son entonces los prejuicios, los
problemas, que impiden el desarrollo de esta perspectiva en la actualidad?
FP: Yo creo que los problemas son varios. El problema de la poética hay que
remontarlo a la poética de Aristóteles. De alguna manera, por ejemplo, Lukacs era
aristotélico. Luckacs no es una sociología sino muy parcialmente una sociología. En el
centro del pensamiento de Lukacs hay el problema de la forma y el problema de la forma
en Lukacs es un problema de poética. Él explica las formas en términos histórico-sociales.
Si quiere, en ese sentido pudo ser visto como una sociología, en la medida en que estaba
mediado por la ideología, también. Pero no lo era en el problema de la dación de forma y
en el problema del reflejo, ya que aunque ciertamente ahí había un problema político y hasta
ético, había en el centro un problema de poética. Tal vez fue el último momento en el que
la poética estuvo formulada en el centro de la reflexión sobre la literatura y en particular,
la narrativa, la novela y el realismo. Luego, la tradición filológica y la tradición estilística
no tienen por centro el problema de la poética, sino que tienen por centro reflexiones sin
duda importantes, pero que no tocan ese problema de poética pensado en términos de
mimesis o no. El auge del estructuralismo desplazó el problema de la forma hacia problemas
de lenguaje entendido en términos predominantemente lógicos. Entonces hay una especie
de lógica formal que viene a sustituir la noción de forma como forma concreta, digamos, de
una forma artística concreta de un mundo concreto o de una experiencia de mundo concreto.
Desaparece el sujeto de la enunciación, todo se centra en el texto entendido como
manifestación del lenguaje estudiado a partir de instrumentos lingüísticos y una lingüística
formal. Ahí el problema de la forma, forma en el sentido aristotélico de la poética,
continuado de alguna manera por la preocupación de la estética e incluso de la estética de
Lukacs, desaparece. El texto esta cortado de cualquier contexto, incluso de su sujeto de
enunciación, sujeto concreto de enunciación y se supone que se explica en sí mismo, a partir
de una rejilla que es un método formal. Esto no explica ninguna poética, proyecta una idea
de la forma sobre el texto pero no da cuenta de una forma concreta. Yo creo que la reflexión
posmoderna o el posestructuralismo no recoge tampoco ese problema. Es una conjunción,
digamos, de reflexiones en torno a la literatura desde horizontes muy heterogéneos y yo diría
que, otra vez, regresamos al problema del talento del crítico y del analista. Es decir, o tiene
una inmensa cultura, tiene talento y es capaz de escribir cosas muy inteligentes y que nos
inquietan o es simplemente insufrible y nos separa de los textos literarios, en vez de
acercarnos a ellos. Mi preocupación por rescatar la poética tiene que ver precisamente con
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uno de los problemas sobre los que hablábamos al principio, es decir, la relación de la crítica
literaria y yo diría incluso de la literatura con otras manifestaciones llamadas culturales y
que tiene que ver con la industria cultural de masas. Ahí está creo, la tradición humanística
y la tradición literaria en particular, no diría como instrumento de la formación de la
conciencia crítica, yo diría como instrumento de la formación de la conciencia sin más
(risas). Si por ello entendemos la actividad creadora, tanto en el plano de la creación literaria
como en el de la crítica o más bien, de una lectura creativa. La literatura no es un discurso
cultural sin más, idéntico a cualquier otro. No es lo mismo la literatura artística que la
literatura light o la literatura de masas. Yo creo que hay diferencias fundamentales y
diferencias de calidad muy importantes. Calidad que tiene que ver precisamente con la
dimensión estética y con lo que de alguna manera trato de rescatar como poética, poética
concreta de un texto concreto. Por cuanto decíamos que el mundo del que se apropia la
literatura es un mundo pre-formado y está pre-formado precisamente por un discurso que
podríamos llamar de masas, oral, escrito, pero que siempre ha existido, respecto del cual la
literatura artística se ubica como una reflexión de segundo grado y apropiándose esos
discursos, orales, escritos, tradición letrada, tradición oral que también de alguna manera ha
estado ahí, en los márgenes, pugnando con la norma escrita o las normas escritas, como
lenguajes vivos ligados a la experiencia y a la experiencia de sectores sociales muy variados,
siempre ha estado ahí. Y la literatura artística siempre se ha relacionado con todo esto de
alguna manera, digamos no como un discurso sin más, sino que quién se apropia hace ver
o cuestiona. Digamos, por ejemplo, la catarsis es una forma de hacer ver y poner a distancia,
es un viejo problema y un viejo problema que la literatura, la preocupación estética y la
poética, siempre han tenido por centro, no es un problema nuevo. Ahora, disolver la
literatura, la gran literatura, la tradición humanística en ese discurso masivo donde lo
queramos o no se impone el discurso sin cuestionamiento de la relación entre el mundo y
su representación. Y la gran tradición humanística sí mantiene esa gran pregunta que no la
podemos resolver con una teoría única. La pregunta tiene que seguir abierta y seguirá abierta
y el problema se seguirá renovando, pero esa pregunta no se puede abandonar. Entonces
volvemos a, ¿a qué…? ¿No hay distancia entre el mundo, la experiencia del mundo, la
representación en el lenguaje, la representación artística, el lenguaje de la realidad? Es decir,
vamos derecho al pensamiento único y eso sí sería grave. De ahí mi inquietud por volver
a problematizar la relación, no directa obviamente entre el mundo y su representación
literaria, sino la relación de la forma artística con los discursos sociales, las tradiciones
culturales, letradas o no, como un discurso de segundo grado. Y como discurso de segundo
grado que entonces problematiza, cuestiona, interroga y transmite al lector ese gran
interrogante sobre finalmente el lugar y papel de la tradición humanística.
JCG: ¿Significa esto entonces que para Ud., retomando su idea sobre el papel
formativo de la literatura, que ésta aún sigue ocupando un lugar privilegiado dentro de la
producción cultural? Y una segunda cuestión relacionada, ¿no sería este, en caso de ser
afirmativa su respuesta, un argumento para justificar y privilegiar la antigua posición del
crítico literario como depositario de la alta cultura?
FP: Son dos preguntas en realidad. Que la literatura o la tradición literaria, letrada, siga
ocupando un lugar privilegiado yo no estoy tan segura. Yo creo que debería seguir
ocupando un lugar privilegiado en la cultura. En la cultura entendida no como conjunto de
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manifestaciones culturales de todo tipo sino, mas bien, la cultura como la formación a la
reflexión y la autoreflexión. Es decir, el problema de la autoreflexividad; hemos hablado
antes de la no-confusión entre el mundo y su representación, o sea la experiencia del mundo
y su representación en la conciencia, que siempre es un problema de adecuación o no
adecuación nunca resuelto. Eso es respecto del objeto de la representación que siempre es
problemático. El otro problema es en relación al discurso del otro, de lo contrario, vamos
al pensamiento único como yo decía. El problema de la relación con el discurso del otro, es
decir, el debate intelectual o la relatividad, si quiere, en el sentido de que no hay verdad
absoluta, tampoco debe conducirnos al relativismo absoluto pero ahí se plantea el problema
del diálogo, de la relación con el otro precisamente, pero ahí también existe el problema de
la relación con uno mismo, que pasa obviamente por la representación de la propia
experiencia, la confrontación de esa experiencia con la experiencia, el punto de vista del otro
sobre esta misma experiencia, o la experiencia del otro que se puede parangonar, contrastar,
y lo que eso lleva también de autoreflexividad. Es en ese sentido que yo creo que la literatura
y la gran literatura es precisamente el lugar privilegiado de esto. Y es en este sentido que
cumple un papel fundamental en la formación de la subjetividad, en la medida en que la
subjetividad contiene conocimiento-desconocimiento, contiene el problema del valor, es
decir, el problema ético, y desde luego, la sensibilidad artística o estética, que son tres
dimensiones insoslayables de la cultura y que no me parece que los medios de comunicación
de masas, o sea, que la cultura de masas o la llamada cultura de masas, que es más industria
del imaginario de masas, diría yo, no me parece cumplir con esas funciones sino precisamente
borrar, borrar la diferencia entre la representación y la experiencia de mundo, no problematizar
la relación al otro, ni tampoco problematizar la relación respecto de uno mismo. Es decir,
esas tres dimensiones son la columna vertebral de la tradición humanística; en la cultura que
no tiene porque ser de elite, eso existe en la cultura popular. Que el diálogo sea difícil con
la tradición letrada es un problema en última instancia político, pero ello no opone
necesariamente la tradición letrada con la tradición popular, sino que plantea el problema
de su diálogo, viejo problema también, que no es de hoy. Si creemos, por lo menos, en el
libro de Bajtin sobre Rabelais uno tiene otra visión del Medioevo, tiene otra visión de lo que
una época de transición como el Renacimiento temprano puede actualizar de esa convivencia
a la vez gozosa y conflictiva entre tradición letrada, religiosa en este caso hasta en latín, con
la tradición popular, es decir, la tradición popular tal como la entiende Bajtin, del viejo fondo
del folklore, la calle, la plaza pública y demás. Es decir, es un viejo problema, no es un
problema de hoy, no tenemos por qué vituperar a la tradición letrada. El problema es cuando
la tradición letrada se aísla, se enconcha, se cierra sobre si misma, digamos, sin vínculos con
la vida. Hay momentos en que así sucede, pero se asfixia o renace y ahí viene el problema
de cómo las obras literarias nacen, viven, mueren y renacen, renacen por la lectura que de
ellas se hace, contextualizadas en su momento histórico, pero contextualizadas de acuerdo
con nuestro presente también. Entonces, digamos, esa oposición entre tradición letrada y
cultura de masas o tradición popular; tradición popular que es cultura viva ligada a la acción
práctica, al mundo de la experiencia no libresca sino vinculada a las condiciones de vida
concreta y lo que de experiencia y discurso y representación y volver a apelar al folclore,
a la tradición letrada, a lo que sea, para reír, llorar, cuestionar lo que uno esta viviendo, esos
son los lenguajes vivos. La literatura se acerca, se aleja de la cultura viva, pero siempre tiene
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relación con ella, sea por negación, sea por diálogo, sea por absorción, que sé yo. Entonces,
la literatura pasa por ahí, entre el mundo de los libros y el mundo de la experiencia, pues
finalmente desde las crónicas no fue cosa muy distinta, digamos, aprender un mundo
desconocido, nuevo, a partir de un imaginario a la vez libresco y práctico, y confrontarse
con la experiencia y crear lenguajes nuevos para dar cuenta de esto. Entonces, creo que hay
una serie de falsos debates en que al reivindicar la tradición letrada no es que nos hayamos
vuelto reaccionarios, creo que al contrario, es decir, queremos mantener la unicidad de la
cultura tanto letrada como popular y desde ahí, mirar la cultura de masas y ubicarla en su
lugar y ver, finalmente, qué papel cumple en la formación de la subjetividad, de la identidad,
respecto de las otras dos culturas; y qué podemos hacer, para que desde esas otras dos
tradiciones, tanto la letrada como la popular, podamos mirar a la cultura de masas de otra
manera.
JCG: Sin embargo, hay quienes hacen una crítica a este discurso de la defensa de una
cultura letrada en el sentido de pensar que el libro ha sido ya rebasado por una recepción
participativa y negociada del consumo de los mensajes masivos. Se ha afirmado también
que la literatura, en este contexto, es un discurso entre otros y es frente a esta pérdida de
la centralidad hermenéutica de la literatura que se elaboraría esta crítica apocalíptica en
contra de los medios. Una crítica que se considera, en este sentido, injusta y poco valorativa
del universo cultural que también existe en los procesos de comunicación masiva.
FP: Sí, es un poco difícil. Hay ahí un conjunto de problemas, creo yo. Diría primero
que la cultura no es consumo, reducir la cultura al consumo de bienes, consumo más o menos
pasivo pero consumo al fin, la cultura para mí es producción, es creación. Creación con los
medios que uno tenga, digamos, pobres, sofisticados, los que sean, de todos modos no es
consumo, es creación. La buena lectura también es creación, es decir, es apropiación y
recreación, no es consumo. El buen lector no consume obras literarias, es decir, se apropia,
cuestiona, reflexiona, mira el mundo que se le propone, lo contrasta con otros mundos, otras
experiencias de mundo, propias y ajenas, es decir, es el lugar de un diálogo en el sentido más
fuerte del término. Si se entiende cultura de masas por consumo, pues creo que el problema
no se plantea (risas), simplemente no se plantea. Puede haber una relación activa con la
cultura de masas y la cultura de masas tampoco es homogénea. En su momento, digamos,
el cine estuvo restringido a un público, se masificó; y el problema no es que se haya
masificado, sino la calidad del cine. El problema de la cultura de masas es su baja calidad,
su reiteración en lugares comunes y en la medida en que se dirige a un público no educado,
pues tiene, cómo decir, tiene el campo libre para uniformizar conciencias, uniformizar
subjetividades, digamos, nivelar en lo bajo y hacer pasar esa nivelación por lo bajo como
cultura y eso sí es grave. Entonces el problema de la calidad de lo que ofrecen los medios
y la conciencia que se pueda tener de las implicaciones del uso de esos medios, en el sentido
de la relación espacio-tiempo, por ejemplo. Eso existe también en la literatura, es decir, la
literatura de ficción puede desconstruir la experiencia temporal y la experiencia espacial,
sólo que sobre el texto literario se puede volver y se puede reflexionar, en cambio sobre un
programa, digamos, televisivo, el medio no deja el mismo lugar a la reflexión. Ciertamente,
el uso del video puede subsanar ese problema pero también eso requiere educación. De la
misma manera que la lectura de textos literarios supone educación, yo creo que para que la
relación con la cultura masiva o con lo que ofrece la cultura masiva pueda contribuir a un
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enriquecimiento, a un desarrollo artístico de la llamada cultura de masas, se requiere


también de un público educado. Entonces, no estoy en contra de esa educación en las
universidades, en la escuela; en la universidad yo creo que es necesaria esa educación en la
medida en que, digamos, son las formas del imaginario más difundidas y que por lo mismo
se tiene que educar ese imaginario para no producir desastres. La escuela sirvió para eso y
tiene que servir para esto; los medios ahora son otros, los medios en el sentido de
instrumentos materiales para producir imaginarios son otros que la letra impresa y eso se
tiene que atender, y es la condición también, digamos, para que las exigencias del público
no simplemente sean las del consumidor. Consumidor quiere decir pues, consumo lo que
me ofrecen, pero el consumidor puede volverse activo, exigir, descartar lo que es basura,
porque hay mucha basura. Entonces, bueno, fue así con el libro, ha sido así con el libro y
así tiene que ser con los nuevos medios, es decir, alimentar la subjetividad, educarla y
formarla. Yo creo que la educación formal tiene muchisísimo que hacer y que la tradición
letrada, es decir, la tradición humanística tiene mucha experiencia en eso y puede ser
utilizada y tiene que ser utilizada. Entonces, digamos, no es Blum contra Said (risas).
JCG: ¿Cuales serían, entonces, los retos del crítico en esta formación del lector?
FP: Son inmensos. Hay que retomar el problema de la lectura, el problema de la
formación artística del lector. Yo creo que en el texto literario, es decir, que en la literatura
y sobre todo en la moderna, pero también si se mira hacia atrás, el problema de la poética
esta inscrito desde siempre. Es decir, el público esta inscrito en la forma, esta inscrito en la
poética, es una prefiguración del lector o del espectador. Hay que enseñarle al lector ese
lugar en que se le asigna sin que se dé cuenta y que sea capaz de reconocerlo, que sea capaz
de aceptarlo o momentáneamente, aceptarlo con precaución, mirando, distanciándose. Es
decir, cómo lo envuelve y cómo lo devuelve a sí mismo. Yo creo que ese es el papel de la
educación que respecto de la subjetividad y su dimensión cognitiva, ética y estética,
proporciona la tradición literaria. Reconocer esto, es decir, cómo la literatura, cómo la obra
artística es una forma de conocimiento sui-generis, que en este caso, el caso de la literatura,
se plantea a través de un medio que es el lenguaje, pero que guardando las proporciones no
es muy distinta, aunque con variantes importantes que se tienen que reconocer y estudiar,
a otro medio artístico como puede ser el cine. Ahora, un documental y una película artística
no son lo mismo; ni un noticiero que una obra artística, aunque el noticiero también esté
armado, pero no necesariamente artísticamente, y yo diría que ahí sí, ideológicamente.
Entonces, todas las potencialidades de la obra literaria se tienen que poner otra vez sobre
el tapete y hacerlas consciente al alumno; enseñarle cómo un libro se vincula con otro, cómo
construirse su propia tradición, su propio bagaje. No se le puede enseñar todo, sino que se
le puede enseñar a orientarse respecto de lo que lee, que no es lo mismo leer cualquier cosa,
que uno tiene que ser selectivo, aprender a ser selectivo. Poder fundamentar esa selección,
poder orientarse de un texto a otro. Hay una como especie de sobreabundancia, hay mucha
basura, paja, mucha cosa de mero entretenimiento y no es que uno no se deba entretener.
Pero hay formas mejores que otras y lecturas mejores que otras, pues eso es lo que puede
hacer el crítico, crear la necesidad de leer y leer bien, si es que podemos.

Ciudad de México, noviembre del 2000

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