Tributo Sobre Los Latifundistas

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El impuesto al latifundio en la provincia de Buenos Aires durante las décadas de 1940 y 1950

Silvia Lázzaro
Anuario del Instituto de Historia Argentina, nº 14, 2014. ISSN 2314-257X
http://www.anuarioiha.fahce.unlp.edu.ar/

ARTÍCULOS/ARTICLES

El impuesto al latifundio en la provincia de Buenos Aires durante las décadas de 1940 y


1950

Silvia Lázzaro

Universidad Nacional de La Plata. Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación.


Instituto de Investigaciones en Humanidades y Ciencias Sociales (UNLP-CONICET), Argentina
[email protected]

Cita sugerida: Lázzaro, S. (2014). El impuesto al latifundio en la provincia de Buenos Aires durante las décadas de 1940 y
1950. Anuario del Instituto de Historia Argentina, (14). Recuperado a partir de:
http://www.anuarioiha.fahce.unlp.edu.ar/article/view/IHAn14a06

Resumen
El propósito de este artículo es el estudio del proceso de gravamen sobre el latifundio durante las décadas de 1940 y 1950
como parte de un conjunto de políticas agrarias en torno a la propiedad y tenencia de la tierra (arrendamientos y
colonización) que contemplan los niveles de producción, de acumulación y la distribución del ingreso en función de controlar
el orden social y asegurar la legitimidad del poder político; articulado con el análisis de las resonancias y respuestas de las
corporaciones de grandes propietarios en los contextos específicos, lo que permite una aprehensión más integral de la
naturaleza y desempeño de esta clase social rural.

Palabras clave: Estado; Políticas agrarias; Impuesto; Latifundio; Corporaciones de grandes propietarios.

The tax on estates in the province of Buenos Aires during the 1940s and 1950s

Abstract
The purpose of this paper is the study of the process of tax on estates during the 1940s and 1950s as part of a set of policies
around land ownership and land tenure (leases and colonization) that provide levels production, accumulation and income
distribution based on controlling social order and ensure the legitimacy of political power; articulated analysis of the
resonances and responses from owners of large corporations in specific contexts, allowing more apprehension comprehensive
nature and performance of this rural social class.

Key words: State; Agricultural Policies; Tax; Latifundio; Corporations landowners.

1.- Contexto histórico: actividad productiva, transformaciones sociales e intervención del Estado

El propósito de este artículo es el estudio del proceso de gravamen sobre el latifundio durante las décadas de
1940 y 1950 como parte de un conjunto de políticas agrarias en torno a la propiedad y tenencia de la tierra
(arrendamientos y colonización) que contemplan los niveles de producción, de acumulación y la distribución del
ingreso en función de controlar el orden social y asegurar la legitimidad del poder político; articulado con el
análisis de las resonancias y respuestas de las corporaciones de grandes propietarios en los contextos específicos,
lo que permite una aprehensión más integral de la naturaleza y desempeño de esta clase social rural.

El marco histórico general en el que se ubica este análisis está signado por el impacto de la Segunda Posguerra
en el ámbito rural y las transformaciones productivas que se generan centradas en la retracción agrícola y en la
expansión ganadera, las que derivan en una clara tendencia hacia la reasignación del suelo en favor de esta
última actividad, generando modificaciones en la estructura social rural (Lázzaro, 2012a; Lázzaro, 2012b;
Barsky & Murmis, 1986)

Compartimos la concepción de Jorge Sábato respecto a que el retroceso de la agricultura pampeana no responde
a algún tipo de catástrofe o de ruptura significativa a partir de la cual se paraliza la producción, sino que su causa
habría que buscarla más bien en “...una rápida reacción adaptativa que era coherente con su lógica interna de

Universidad Nacional de La Plata. Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación.


Centro de Historia Argentina y Americana
Esta obra está bajo licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivadas 2.5 Argentina
Anuario del Instituto de Historia Argentina, nº 14, 2014. ISSN 2314-257X

funcionamiento” (Sábato, 1981).

En efecto, la sostenida tendencia hacia la industrialización después de la crisis de los años 30, pero
particularmente luego de la Segunda Guerra Mundial, modifica de manera radical la demanda de mano de obra y
la estructura de empleo, en función de la incorporación de importantes contingentes de obreros industriales a esa
actividad productiva. Este proceso genera un fuerte descenso de la oferta de mano de obra en el ámbito rural, lo
que incide especialmente en la agricultura, en tanto aumentan sus costos y desciende su rentabilidad.

Ante esta realidad, la opción aparece como inmediata: no se cambia la forma de producción, pero sí la actividad,
disminuyendo la superficie dedicada a la agricultura en beneficio de la ganadería extensiva, en función del
menor requerimiento de mano de obra. En definitiva, este modelo busca un nuevo equilibrio entre niveles de
producción más bajos, pero no mucho menos rentables.

La secuela más inmediata de esta especial situación productiva del agro pampeano es la disminución de la
capacidad exportadora del país, en una coyuntura específica en la que la vitalidad del sector agropecuario es
esencial, no sólo para abastecer al creciente consumo interno, sino también para la consolidación del proceso de
acumulación, precisamente a través de la provisión de divisas que permitan el desarrollo industrial; y esta
tendencia negativa del sector externo repercute internamente, manifestándose en la declinación de las superficies
sembradas y en la ya mencionada transferencia de éstas en favor de la actividad ganadera.

El gran propietario que seguramente opta por la ganadería, trata de recuperar sus tierras arrendadas, no sólo
motivado por los bajos precios de la producción agrícola, sino también por la vigencia de una política estatal de
arrendamientos rurales que impone el congelamiento de los cánones y la prórroga casi constante de los contratos,
lo que se traduce en una pérdida progresiva de lo percibido en calidad de renta, en el contexto de un período
altamente inflacionario (Mascali, 1986).

Los arrendatarios ven reducido su nivel de vida, en función de los bajos precios obtenidos y de los crecientes
costos de producción, lo que en parte genera la alternativa de emigrar a la ciudad, favoreciendo así la
recuperación de tierras por parte de los propietarios.

Sin embargo, no es ésta la única vía para recobrar las explotaciones; y en este sentido Humberto Mascali, realiza
un documentado planteo en relación a las causas esenciales que generaron la desocupación en el sector
asalariado rural: la fuerte incidencia de la crisis agrícola produce no sólo una marcada disminución en el número
de explotaciones agrícolas, sino que también acarrea una notable reducción del área de las mismas. En efecto,
con el propósito fundamental de moderar los costos de producción, comienza a maximizarse la fuerza de trabajo
familiar, prescindiendo de los asalariados, punto de partida para la profundización de la conflictividad social
rural durante la década de 1940.

Ante la adversidad de la creciente desocupación de los obreros -afirma este autor- y frente al espacio político que
van obteniendo a partir de 1943, aquellos modifican

“...los métodos para solicitar trabajo y es de este modo que al pedido ‘pacífico’ anterior, le sucede
el empleo de recursos violentos. Este recurso comienza a notarse en sus verdaderas dimensiones
en la cosecha fina de 1945” (Mascali, 1986:54)

Ya en este momento la concentración de poder político realizada por Perón es realmente profusa; así como
también se va consolidando el proyecto socioeconómico fundado en procesos tales como el pleno empleo, la
industrialización, la distribución justa del ingreso, el mercado interno y una inserción internacional que propicie
el desarrollo nacional, con sus transformaciones productivas y su renovada dinámica social.

A comienzos de la década de 1940 el sector agropecuario se caracterizaba por un sistema de producción basado
primordialmente en el trabajo indirecto –arrendamientos y aparcerías- y una estructura agraria caracterizada por
la desigual distribución de la propiedad, del ingreso y del poder de negociación entre los sujetos sociales
participantes.

La estructura social agraria estaba integrada por un grupo muy reducido que constituía una cúspide monopólica –
los terratenientes- que controlaba la mayor parte de las tierras productivas, por las cuales obtenía altas rentas
sobre la base de sus ventajas comparativas. Como subordinados y/o enfrentados a aquellos, un numeroso sector

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de productores no propietarios –arrendatarios y aparceros- con canales de acumulación bloqueados ya por el


pago de altos cánones de renta, por la inestabilidad en el uso de la tierra y por las desventajosas condiciones de
financiación y comercialización que mantenían con los proveedores locales y los representantes de las
comercializadoras extranjeras. Finalmente existían alrededor de un millón de trabajadores rurales, entre
permanentes y de cosecha o transitorios, sin organización gremial ni legislación social, con ingresos ínfimos,
frecuente movilidad y desocupación, y condiciones laborales impuestas unilateralmente por los productores
(Lattuada, 2002).

A nivel político el peronismo no retarda sus respuestas en favor de aquel modelo alternativo, y se orientará con
decisión a tratar de articularlo socialmente y a generar una intervención estatal que garantice la legitimidad del
régimen político.

El impacto de la crisis de 1930 implicó la pérdida de centralidad de las ideas liberales, y el Estado toma
progresivamente mayor intervención en la economía, ante la necesidad de regularizar el ciclo económico y evitar
fluctuaciones dramáticas en el proceso de acumulación, en el ámbito de la producción y de la distribución
primaria del ingreso. Así, la política fiscal, monetaria, crediticia, aparecen como estrategias especialmente
idóneas, en tanto que, manejadas anticíclicamente, apuntan a regularizar la dinámica económica; y son las
fuerzas conservadoras, controladoras entonces del aparato estatal, las que promueven esta intervención.

Posteriormente a la Segunda Guerra se profundiza la influencia estatal en el manejo del sistema económico, a la
vez que se introduce la programación y la planificación a largo plazo; se asiste a una significativa expansión del
aparato estatal, y las políticas económicas generadas aparecen como funcionales a la lógica de mantenimiento de
un determinado nivel de demanda efectiva.

Pero además, y con el propósito de eliminar los dos defectos estructurales del capitalismo –su orgánica
incapacidad para evitar las crisis económicas y su insensibilidad frente a las exigencias de las clases sociales más
desprotegidas-, se apela a la intervención del Estado, al que se le demanda ahora no sólo mantener el equilibrio
económico general, sino también la obtención de fines de justicia social.

Es entonces cuando comienzan a afirmarse los principios del Estado de Bienestar. Ya el desarrollo económico no
se regula exclusivamente por los mecanismos espontáneos del mercado, sino también, y fundamentalmente, por
las intervenciones económicas y sociales del Estado. Es que, sin duda, el sistema de mercado autorregulado
genera flujos constantes de tensiones sociales, que se erigen en seria amenaza frente a las instituciones
democráticas.

La lógica del Estado de Bienestar obedeció fundamentalmente a dos determinantes. Por un lado a lo que
genéricamente puede denominarse el mantenimiento del orden social: las respuestas frente al surgimiento de la
“cuestión social“, en tanto situación de conflictividad real o potencial que se instaló en las sociedades
capitalistas. Y por otro lado, a las necesidades de legitimación y de apoyo político. (Isuani, Lo Vuolo, & Tenti
Fanfani, 1991). En efecto, el contexto del Estado Benefactor es el de la incorporación a la sociedad de grandes
masas, la necesidad de contrarrestar las crisis periódicas del capitalismo, y de conciliar el imperativo de la
acumulación con el de legitimación. Es imprescindible, entonces, armonizar dos lógicas: una económica, -la
estabilización de la acumulación capitalista- y otra política, orientada a lograr la pacificación social y la creación
de un orden estable y legítimo.

En este sentido, el Estado Benefactor en Argentina “se caracterizó desde la posguerra por la regulación del
mercado, el compromiso social capital-trabajo, la intervención estatal en la reproducción social y la garantía de
derechos sociales...”(García Delgado, 1994:66)

Es sobre la base de estos condicionantes fundamentales, que van a formularse políticas públicas que, en general,
tienden a resolver el problema del mantenimiento de la producción, pero también a tratar de minimizar y
contener la situación económico-social poco favorable de los productores agrícolas.

Es entre 1940 y 1943 cuando despuntan políticas dirigidas al agro que luego se intensifican durante el
peronismo, aunque respondiendo a móviles y objetivos de distinta índole en cada caso. Así, la política impositiva
sobre el latifundio, la de arrendamientos y la de colonización, presentan algunas convergencias en esta década,
tal como se exhiben en el discurso oficial, en el de las principales corporaciones de grandes propietarios, y en la
especial conformación de relaciones entre el Estado intervencionista y las clases tradicionalmente dominantes

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(Pucciarelli, 1986)

Estas políticas agrarias están insertas en la concepción más global de “la tierra como bien individual en función
social“, expresión recogida de antiguas propuestas agrarias, y principio sobre el cual se trata de reglar la
propiedad misma de la tierra, su uso y distribución; en tanto la tierra es un bien de trabajo y no exclusivamente
de renta o especulación, el Estado ha de proponerse promover el acceso de los arrendatarios a la propiedad. Se
asiste a un nuevo “clima de ideas” en el que se prioriza el concepto de “la tierra para quien la trabaja” (Cavagna
Martínez, 1947)

No obstante es imprescindible acotar el proceso social que opera como contexto más amplio de estas políticas
estatales. Y en este sentido, es preciso hacer referencia, al menos, a dos aspectos significativos. En primer lugar,
la necesidad por parte del Estado –un Estado con perfiles intervencionistas ya bien definidos- de generar
políticas que amortigüen los conflictos sociales rurales, agudizados fundamentalmente por las derivaciones de
los cambios operados en la estructura productiva agraria, y que se articulan con la transformación de las
explotaciones rurales de agrícolas en prioritariamente ganaderas; y aquí es relevante destacar el rol desempeñado
por la política de arrendamientos en el marco más global de la estrategia del gobierno peronista, orientado a
buscar el equilibrio intersectorial rural, para lo que reiteradamente enfatiza en la conveniencia de la “reforma
agraria” como manera de dar respuesta a la gran acumulación de demandas insatisfechas del ámbito rural. Hay
que mencionar también aquí la Ley de Colonización, sancionada en 1940, durante el ejercicio de un gobierno de
cuño conservador y de un parlamento con mayoría también conservadora, en tanto se constituye en una instancia
legislativa paradigmática de la situación vigente por entonces en el medio rural, en tanto apunta a dar respuestas
a una realidad que muestra transformaciones significativas en la base productiva y reconoce asimismo un clima
de conflictividad social (Lázzaro, 2012a) Y, en segundo lugar, la estrategia de transferencia de recursos del
ámbito agropecuario al industrial; en efecto, durante la primera etapa de la política económica del peronismo, el
sistema de arrendamientos y aparcerías rurales, el de comercialización y los tipos de cambio aplicados a las
exportaciones, apuntaron, en conjunto, al desplazamiento de la renta diferencial en favor de la política
redistribucionista del gobierno (Flichman, 1982).

Ya hemos mencionado antes que durante los primeros años de la década de 1940 se da un significativo retroceso
de la agricultura, articulado con la reducción de la demanda y de los precios internacionales de los granos; y que
se traduce en el marcado descenso de las exportaciones y de las superficies sembradas; simultáneamente se da un
proceso de transferencia de tierras a favor de la ganadería, lo que incide rápidamente en la estructura
ocupacional, en función de los diferentes requerimientos de mano de obra entre una y otra actividad.

En la segunda parte de los años 40 las tendencias anteriores se mantienen; si bien es cierto que la producción
agrícola recuperó sus niveles en la demanda y en los precios internacionales, ello no implicó una optimización de
la situación del productor, en tanto la puesta en práctica de la política interna del peronismo no permitió
variaciones en la situación vigente; en efecto, la fijación de precios básicos, por parte del Estado, por debajo de
los precios internacionales, con el propósito de transferir ingresos al sector industrial, agudizó el proceso de la
creciente desocupación en el ámbito rural.

Con el objetivo explícito de amortiguar los efectos de la crisis agraria y de neutralizar posibles procesos de
disrupción social, surgen desde el Estado políticas redistributivas, peculiares y articuladas.

En efecto, tanto las políticas de colonización, de arrendamientos, de impuesto al latifundio, y de flexibilización


de las condiciones de vida y de trabajo de los peones rurales generadas durante esta primera parte de la década
de 1940, reconocen en su trasfondo una relevante presencia de la preocupación por la conflictividad rural.

“Cuestión social agraria”, en tanto proceso que aglutina demandas y necesidades que emergen como
problemáticas en el ámbito de la sociedad rural, derivadas de las ya mencionadas transformaciones productivas;
y un Estado que toma posición frente a ello, en tanto permanece especialmente atento a poder conciliar las
nuevas estrategias de acumulación con un orden político legítimo, procesos que se exhiben como fundantes de la
política agraria en general en el período considerado. Pero también -y desde una perspectiva más totalizadora- se
sopesan los problemas inherentes a la propia transformación de la economía nacional.

Ambos aspectos se erigen, así, en un marco de legitimación del proceso de intervención del Estado, con
funciones esencialmente correctivas y equilibrantes; un Estado que se manifieste como “previsor y vigilante” –
según el discurso oficial-, que supere el “dejar hacer de otras épocas” y que garantice una “colaboración

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armónica” entre los componentes que participan en el proceso económico, dentro de una concepción
crecientemente organicista que involucra al Estado y a la sociedad en un compromiso conjunto ( Discurso del
Ministro de Agricultura Diego Mason en la 57º Exposición Ganadera, 21 de agosto de 1943. SRA, Anales,
1943, tomo II, pp.12-14; Lázzaro, 1991)

La diversificación de la estructura económica se corresponde con un avance de los procesos de diferenciación


social y con una complejización creciente de las relaciones entre las diferentes fracciones de la clase dominante:
al clivaje producido entre criadores e invernadores en el sector ganadero, se agrega la presencia de grupos
industriales y la presión de capitales extranjeros en el área de la producción. El núcleo oligárquico amplía sus
bases, y desde una “homogénea determinación agraria” se irá transitando hacia una “combinatoria
agroindustrial” en la que operará como factor aglutinante el capital financiero nacional y extranjero (Murmis &
Portantiero, 1974:44).

En este contexto la política específica en torno al impuesto al latifundio en la provincia de Buenos Aires -
independientemente de su potencial y esencial objetivo fiscal- se inscribe dentro de una problemática más
general que afecta al agro pampeano en este período, y que se articula con el tránsito de una fracción de la clase
dominante –la oligarquía terrateniente tradicional- hacia una particular evolución que tiene que ver con su
debilitamiento y eventual desplazamiento por otros sectores del bloque dominante.

Prevalencia del latifundio, despoblación rural, eventual profundización de los conflictos sociales, son elementos
constitutivos de la realidad histórica de los primeros años de la década del 40, como ya lo hemos expresado; y el
impuesto progresivo al latifundio se exhibe como uno de los resortes adecuados para la neutralización de
aquellas inquietudes que afectan al ámbito rural.

Pero lo sintomático en 1942 es que la iniciativa haya surgido precisamente del sector conservador. Creemos que
se trata del indicio de una política que mantiene una tendencia constante, a pesar de la existencia de rupturas
manifiestas, como ésta que apunta a gravar la gran propiedad; tendencia que se identifica con la defensa de los
intereses de la clase dominante y que -en aparente paradoja- llevará a apelar a medidas de este tenor, que
emergen de un Estado sensiblemente preocupado por la amenaza a la continuidad del sistema vigente, y
condicionado por la mayor complejidad de aquella clase dominante. En este contexto, el sesgo intervencionista
del Estado se profundiza, pero trascendiendo el carácter exclusivamente defensivo, característico de los años 30.

La interpretación de la realidad agraria existente desde mediados de la década de 1940 y cómo ésta debía
insertarse en un proyecto de desarrollo industrial nacional, incluía como referentes dos factores esenciales que
presionaban la estructura agraria. Uno desde fuera de ella, de carácter sistémico, sintetizado en la categoría
“presión nacional sobre la tierra”; y el otro desde el interior de la estructura agraria, manifestado en la
acumulación de reivindicaciones no satisfechas de numerosos sectores rurales no propietarios (Lattuada, 1986).

Estos factores enmarcaron la propuesta electoral de Perón, en cuanto a la necesidad de una transformación de la
estructura agraria, y en su estrategia para la captación de los sectores sociales rurales más numerosos, y del
reciente proletariado urbano de origen rural, los que tuvieron una impronta significativa en el triunfo electoral de
Perón en 1946.

En efecto, se trató de una planificada estrategia electoral consistente en reivindicaciones concretas otorgadas por
Perón desde las distintas funciones de gobierno que desempeñaba, orientadas a los sectores sociales no
propietarios: el Estatuto del Peón y del Tambero Mediero, el acompañamiento a las medidas relacionadas con los
arrendamientos, y en el traspaso del Consejo Agrario Nacional a la Secretaría de Trabajo y Previsión para dar
respaldo a su propuesta de “reforma agraria”.

Afirma Perón sugestivamente en 1944:

“El problema argentino está en la tierra: dad al chacarero una roca en propiedad y él os la
devolverá un jardín; dad al chacarero un jardín en arrendamiento y él os devolverá una roca. La
tierra no debe ser un bien de renta sino un instrumento de producción y de trabajo. La tierra debe
ser del que la trabaja y no del que vive consumiendo sin producir a expensas del que la labora”
(Perón, s/f:11)

2.-El impuesto al latifundio durante el gobierno conservador

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2.1.- Propuesta, discusión y aprobación

El problema del latifundio y del acceso del poblador rural a la tierra, es una preocupación que se manifiesta
reiteradamente en el ámbito oficial en la década del 40. En el Mensaje anual a la Legislatura, en mayo de 1942,
el gobernador de la provincia, Rodolfo Moreno –conservador también, pero del sector más liberal opuesto a
Manuel Fresco- hace explícita alusión a las grandes extensiones de tierra en poder de escasos propietarios. En
tiempos en que todos propiciamos la división de la tierra y el acceso del productor a la propiedad -afirma
Moreno- se nota un fenómeno “reaccionario” y “regresivo”: en algunas partes la pequeña propiedad se anexa a la
grande, el cultivo agrícola desaparece y el colono es desalojado, consagrándose una injusticia y provocándose
una “cuestión social”.1 A mediados de 1942, el Poder Ejecutivo provincial presenta a la Cámara de Diputados un
proyecto de ley sobre impuesto al latifundio; en el mensaje que lo acompaña se indica la necesidad de una acción
inmediata por parte del Estado, con el propósito no solo de acelerar el ritmo de la división de la tierra, sino
también de impedir o al menos detener el desplazamiento de la propiedad privada hacia un número cada vez más
reducido de personas, ya corresponda la concentración de la propiedad a personas físicas, ya a entidades que
revisten el carácter de sociedades anónimas; en el primer caso -según investigaciones llevadas a cabo por el
Estado provincial- se han registrado 221 propietarios con 593 inmuebles que abarcan, en conjunto, una
superficie de 4.130.021 has., con una valuación total de $683.787.900; en el segundo caso -sociedades
anónimas- hay 51 compañías con 153 inmuebles, que concentran 916.035 has., con una valuación de $
149.738.200 (Legislatura de la Provincia de Buenos Aires. Diario de sesiones de la Cámara de Diputados.
Asamblea Legislativa, 22 julio de 1942, tomo I, p.585.) El diagnóstico general que presenta el gobierno
provincial en esta ocasión, y en función de los datos explicitados, es sugestivo:

“Unidos los inmuebles representan una superficie de 50.460 Km. 2,o sea, casi una sexta parte de la
superficie total de la provincia; y en cuanto a su valor, éste se traduce en una cifra un poco inferior
a la décima parte del valor total de las valuaciones registradas en el padrón impositivo...El
resumen de los guarismos mencionados permite afirmar algo tal vez insospechado: 272 personas
tienen en su poder, a título de propietarios, casi la sexta parte del territorio de la provincia de
Bs.As.”.2

Frente a esta situación el Estado provincial recurre al impuesto, con el objeto preciso -según el Mensaje
respectivo- de lograr la subdivisión de la tierra, proceso ineludible para superar y aún evitar potenciales
conflictos en el medio rural:

“En los últimos tiempos se nota un movimiento regresivo desde que, lejos de dividirse la tierra y
facilitarse al poblador su compra y su arraigo al suelo, se están reconstituyendo grandes latifundios
y acaparándose las extensiones en números reducidos de propietarios. El hecho de los desalojos de
colonos, la eliminación de la agricultura, y la dedicación de los campos a la ganadería con
prescindencia del poblador al cual se elimina, no solo alarma sino que crea un problema que
debemos afrontar...antes de que se plantee en términos extremos”.(Ibid, p.586)

En estas expresiones del gobernador de la provincia quedan explicitados aspectos articulados y complejos tales
como la reconstitución del latifundio, el desequilibrio productivo, y la situación precaria del poblador rural.

Se solicita entonces a la Legislatura la sanción de un proyecto, por el cual se crea un gravamen adicional al
impuesto inmobiliario vigente, con incidencia directa sobre las propiedades con superficie de 10.000 has o más,
regulado en tasas progresivas en la medida del aumento que se anote sobre el límite básico ya establecido; el
impuesto se liquidaría sobre el avalúo fiscal del catastro financiero en vigencia 3.

En la Cámara de Diputados el proyecto se aprueba en general y en particular, con algunas modificaciones,


ampliándose durante la discusión la perspectiva oficial, a la vez que se precisan objeciones y cuestionamientos
(Balsa,2012). En principio, se apunta a dejar expresamente nítidos dos perfiles que hacen a los objetivos más
esenciales del asunto en cuestión: no se trata de un proyecto fiscal, ni de una estrategia orientada contra la gran
propiedad, sino que se le adjudica un manifiesto contenido social, al relacionarlo con el proceso de colonización
y con el imperativo de que la propiedad de la tierra sea para quienes la trabajan. El diputado conservador Mujica
Garmendia asevera que es ésta una ley antilatifundista y no meramente fiscal, una ley de “protección al trabajo”,
“eminentemente social”, y no un “instrumento de guerra contra los poseedores de la tierra” 4

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La radicación a la tierra y el proceso de la colonización eran instancias esenciales en la fundamentación del


proyecto. El entonces Ministro de Hacienda, José Verzura, afirma en la Cámara que el Poder Ejecutivo ha
comprometido su opinión en el sentido de orientar los fondos que produzca la aplicación de esta ley, hacia el
fomento de la colonización en Buenos Aires, con lo que se alcanzarían los objetivos que se persiguen: la
subdivisión de la tierra por propia voluntad de aquellos que la poseen en una extensión excesiva, y su posible
expropiación. La estrategia pasa, entonces, por la absorción -por parte del Estado- de un porcentaje de la renta de
la tierra, lo que provocaría una deflación de los precios de la misma, una mayor oferta y la adjudicación en esta
forma a los productores rurales. En general, durante la discusión parlamentaria, prevalece la idea de que no es el
impuesto el medio más idóneo para combatir el latifundio, salvo que se complemente con la intensificación del
régimen colonizador, que se erige como imprescindible. Debilitamiento del latifundio -mediante el impuesto- y
énfasis en la colonización, se manifiestan ahora como aristas diferentes pero complementarias del mismo
proceso en gestación, aunque esta conjunción no tardará en disociarse.

Desde el ámbito oficial se revela una expresa intención de dejar en claro la naturaleza no confiscatoria del
proyecto y de despejar dudas respecto a la potencial lesión de los intereses de los propietarios de Buenos Aires.
El mismo Ministro Verzura alude a los terratenientes afectados, en el marco más amplio de la justificación del
proyecto que incluye la defensa de la riqueza agropecuaria de la provincia y la relación -al parecer compleja y
eventualmente convulsionada- entre propietarios y no propietarios en el medio rural:

“Los hombres que ocupan las posiciones en el actual gobierno de Buenos Aires representan una
tradición conservadora dentro de la política argentina que realmente enorgullece. Es la tradición de
un conservadurismo liberal, amplio, generoso, que sabe de esfuerzos y sacrificios personales para
salvar o defender los intereses del común...para crear, desarrollar y afianzar las dos fuentes de
riqueza de Buenos Aires: la agricultura y la ganadería...Alentado por esta tradición y seguro de que
no será quebrada por la generación contemporánea, el Sr. Gobernador de Buenos Aires pide a las
clases conservadoras de su provincia, que lo son, deben serlo por principio, los propietarios de la
tierra, un nuevo esfuerzo, un nuevo sacrificio...para seguir la marcha ascendente por un camino
que sortee...los obstáculos que ya se registran en el orden económico y despeje...los complejos
problemas que se plantean en las relaciones entre los propietarios y los trabajadores de la tierra” 5

En la Cámara de Diputados el proyecto es apoyado por el bloque de representantes del Partido Demócrata
Nacional y del Partido Radical, proviniendo las principales objeciones del bloque del Partido Socialista: éstas se
centran en el virtual carácter fiscal del proyecto y en la inexistencia de un real propósito antilatifundiario
(Legislatura de la Provincia de Buenos Aires, Diario de sesiones de la Cámara de Diputados, 22 de julio de
1942, tomo III, p.1789; Balsa, 2012). Aprobado en general y en particular, el proyecto pasa en revisión al
Senado, donde -desde la órbita oficial- se hace nuevamente hincapié en la significación social del mismo; y
-desde la oposición- se enfatizan algunos aspectos en particular: sesgo fiscal, débil ensayo instrumental contra el
latifundio y riesgo de que la eventual carga impositiva se transfiera finalmente al arrendatario, sin afectar
demasiado al gran propietario. 6 En la discusión en la Cámara de Senadores, el principal cuestionamiento pasa
por considerar al proyecto como eminentemente fiscal; y desaparece -en el ámbito de este debate- la idea de que
el producido del impuesto tendría por destino el Instituto Autárquico de Colonización de la provincia. Esto queda
totalmente desvirtuado y, más aún, se reconoce explícitamente -lo hace el Ministro de Hacienda- que los
recursos que potencialmente se obtengan van a ingresar a Rentas Generales. El eje de la discusión -en lo que
hace al objetivo último del proyecto- se desplaza del aspecto de la subdivisión de la tierra y de la colonización, al
más restringido de la demanda fiscal. Finalmente, el proyecto del impuesto al latifundio se aprueba,
convirtiéndose en la Ley nº 4834 que, en síntesis, instituye un adicional del 7 por mil a la contribución territorial
vigente, a la que se agregará la escala de progresividades, tal como se había propuesto en su momento, gravando
así a todo inmueble de 10.000 has. o más. A fin de 1942 se reglamenta la ley mencionada –a través del decreto nº
20.811 de diciembre de 1942, suscripto por el gobernador Rodolfo Moreno y el Ministro de Hacienda José
Verzura- para ajustar las normas de funcionamiento en aspectos tales como la declaración jurada de los
contribuyentes; las obligaciones de las nuevas sociedades anónimas que se constituyan; la conformación de un
padrón impositivo y el régimen de la recaudación; las precisiones para la liquidación del impuesto; el tratamiento
respecto a las sociedades y condominios de familias; los recargos establecidos por ausentismo fundamentalmente
cuando el propietario resida en el exterior; y el reajuste de las liquidaciones en los casos en que el impuesto
exceda el 33 por mil de la renta (Lázzaro, 1991)

2.2.- Posiciones y reacciones de las corporaciones de grandes propietarios

Ya a mediados de 1942, y ante las consultas que se le efectuara a la Sociedad Rural Argentina (SRA) sobre el

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proyecto del Poder Ejecutivo, la entidad envía al presidente de la Comisión de Agricultura de la Cámara de
Diputados, el conservador Mujica Garmendía, algunas sugerencias en torno a los resultados potenciales del
impuesto a la tierra propuesto; a la vez que sugiere estrategias a implementar que fundamentalmente contemplen
la integridad de la gran propiedad, susceptible de cumplir con la “función social” que el Estado conservador le
había asignado. En su fundamentación central sostiene la SRA que el latifundio no se define por la cantidad de
hectáreas que concentra, sino que engloba a todas aquellas explotaciones que son improductivas, abandonadas o
mal explotadas a causa de la negligencia de sus poseedores que carecen de buena administración, técnica
adecuada, capital suficiente y mano de obra eficiente (SRA, Anales, 1942, pp.701-706. La SRA se opone al
proyectado nuevo impuesto inmobiliario en la provincia de Buenos Aires); además, si se sanciona el proyecto en
cuestión se generarán situaciones que afectarán al fisco, pues obligados los propietarios de superficies mayores a
10.000 has a desprenderse de sus excedentes, se originaría una oferta inusual de tierras, provocando su
desvalorización, lo que derivaría en un incremento general de la tasa impositiva para obtener los mismos
ingresos (Ibidem, p.705). Y sobre la base de estos fundamentos la SRA propone “prudencia” para anular
incertidumbres que puedan deteriorar la estabilidad de la producción.

A comienzos de 1943 la S.R.A presenta nuevamente un memorial al gobernador Rodolfo Moreno, solicitando se
contemple la situación de emergencia del agro causada por una coyuntural sequía, y se estudie “...la manera de
atenuar los efectos de los nuevos impuestos que gravan tan directamente el reducido rinde de la producción
agropecuaria, castigada por el cierre de los mercados exteriores...” (SRA, Anales, 1943, pp. 191-196. La sequía
y los impuestos provinciales)

También la Confederación de Asociaciones Rurales de Buenos Aires y La Pampa (CARBAP) es consultada


respecto al proyectado impuesto al latifundio. En la respuesta -suscripta por el presidente y secretario, Nemesio
de Olariaga y Martín de Ariño, respectivamente, en 1942- la entidad hace manifiesto su acuerdo por toda medida
de gobierno que contemple fundamentalmente la posesión de la tierra por quien la trabaja y previene contra el
inconveniente que implicaría un objetivo tan solo fiscal.

La CARBAP considera que los productores rurales ya concurren a paliar los apremios del fisco, en tanto el
impuesto territorial vigente es en sí mismo lo suficientemente elevado; no obstante hay una aprobación explícita
del proyecto, en virtud de contemplar éste la profundización del proceso de colonización y de la posesión de la
tierra. Pero al margen de esta aceptación en general, la CARBAP puntualiza una serie de observaciones sobre
distintos aspectos del problema en cuestión. En primer lugar, se estima alta la escala establecida en el proyecto,
dado que se trata de un adicional sobre la actual tasa de contribución territorial, y en tal sentido propone una
rebaja de 2 por mil en todas las extensiones, iniciando la escala, por tanto, en el 4 por mil. Respecto al “capital-
trabajo” y al “capital- renta”, se evalúa como razonable la imposición prevista en el proyecto respecto al capital
rentístico que se invierte en tierras rurales, para explotar el trabajo en arriendo a terceras personas; pero lo que no
se reconoce como viable es que tal impuesto recaiga sobre aquel que trabaja directamente la tierra. En este
contexto, CARBAP sugiere para el “capital-trabajo” una bonificación del 50 por mil sobre los impuestos
previstos para las propiedades de hasta 20.000 has. Nemesio de Olariaga, 7 vinculado estrechamente a CARBAP,
en su obra El ruralismo argentino (1943) establece una aguda diferenciación dentro del grupo de los grandes
terratenientes, aplicando como criterio analítico, el factor “capital-trabajo” y “capital-renta”, lo que provee un
adecuado fundamento explicativo a la posición de CARBAP. En efecto, de Olariaga distingue tres grupos: en
primer lugar aquel conformado por los auténticos productores que trabajan directamente la tierra y que por lo
tanto reclaman de los poderes públicos una legislación adecuada en torno a la colonización y la entrega de la
tierra en propiedad; combaten al propietario exclusivamente rentista; y sostienen el lema de “Justicia económica
para el productor rural” en tanto expresión de igualdad económica exenta de privilegios; y se manifiestan
abiertamente en favor de la agremiación. En segundo lugar, un grupo de propietarios que de Olariaga denomina
“sui generis”, el que está en una situación de continua tensión entre su nueva condición de capitalista, nacido y
radicado en la Capital Federal y su “antiguo origen esplendoroso” de estanciero-ganadero; desvinculado de los
problemas del campo, renuncian a su condición de productores para dedicarse a otras actividades múltiples
económicas y financieras, manteniendo su condición de grandes terratenientes. Y en tercer lugar, el grupo de los
estancieros provenientes de consorcios financieros internacionales que adquieren tierras en forma permanente.

“…este tipo de estanciero moderno, representante del capitalismo internacional anónimo, cuyo
maridaje con el segundo grupo ya se presenta públicamente…es el más peligroso por la forma y
habilidad que denotan en neutralizar las aspiraciones de radicación definitiva del productor rural
argentino” (de Olariaga, 1943:67-69).

En este marco, la CARBAP convalida en principio el impuesto al latifundio en tanto beneficie a los “auténticos

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productores” a través de un proceso permanente de colonización que la provincia de Buenos Aires debía generar.

Además de las posiciones globales de estas dos corporaciones de propietarios más concentrados en torno al
impuesto al latifundio, es relevante analizar la respuesta más sistematizada de los grandes hacendados, a través
de la constitución de la “Gran Liga de Estancieros de Buenos Aires” (GLEBA). En setiembre de 1942 se realiza
una reunión de estancieros, convocada por Horacio Sánchez de Elía y José María Bustillo, 8 con el expreso
propósito de analizar los obstáculos que implicarían para la producción agropecuaria los nuevos proyectos
impositivos en la provincia de Buenos Aires. En este contexto se aprueba por unanimidad la propuesta de
constituir una asociación que tendría por fin la defensa de los intereses agrarios frente a toda medida, ley o
proyecto del Estado que eventualmente llegara a lesionarlos. Así queda constituida la GLEBA, designándose de
inmediato una comisión ejecutiva provisoria que debería obtener del gobierno de Buenos Aires el abandono o
morigeración de los proyectos del nuevo adicional a la contribución territorial y de gravamen a las extensiones
de 10.000 has o más. La comisión está integrada por Horacio Pereda, Orlando Williams Alzaga, Juan M. Paz
Anchorena, Horacio Sánchez Elía, Juan D. Nelson y Oscar Sansot.9

El intento de estos hacendados fracasa, en tanto ambos proyectos -nuevo adicional a la contribución territorial y
gravamen sobre las explotaciones de 10.000 has o más- quedan convertidos en ley y no es aceptado en ninguno
de sus aspectos el principio capital impuesto por la comisión de la GLEBA, en virtud del cual habrían de quedar
exentas del gravamen las propiedades de personas de existencia visible, máxime contando con herederos
forzosos, desde que se encuentran sometidas al sistema de partición que consagra el Código Civil.

No obstante, es válido consignar la articulación de argumentos de la GLEBA, como marco explicativo de la


posición del sector de los grandes terratenientes. En octubre de 1942 la GLEBA envía una extensa nota de
contenido fuertemente crítico al gobernador de la provincia en la que, en primer lugar, se analizan las finalidades
del impuesto al latifundio, expuestas en su momento por el Poder Ejecutivo; y, en segundo lugar, señalan los
inconvenientes manifiestos del proyecto en cuestión.

Aquellos objetivos se centraban en el imperativo de acelerar el ritmo de la división de la tierra, impedir o al


menos detener el desplazamiento de la propiedad privada hacia un número reducido de personas, y en obtener
fondos para la colonización. Para desvirtuar el primer objetivo, la GLEBA hace hincapié en la existencia de un
régimen de parcelamiento “natural” a través del tiempo y de la oferta constante de tierras en venta, quedando
configuradas así posibilidades de compra normales para todos: la parcelación se cumple y aceleradamente,
llenando con holgura las exigencias concretas del momento; y si a pesar de esta marcha rápida de la parcelación,
no se logra en la medida deseada el acceso y el arraigo al suelo del poblador o del colono, ello puede deberse a la
falta de interés o de recursos de esos mismos trabajadores; no se requieren impuestos -desde la óptica de los
grandes hacendados- para convertir en propietario al modesto poblador rural; y en tal sentido resaltan el rol del
crédito, la obra de los institutos de colonización, y proponen sustituir la “política de imposición” por una
“adecuada y medida legislación social sobre salario mínimo e instituciones que faciliten el ahorro”(SRA,
1943:13-14).

Respecto al cuestionamiento del segundo de los objetivos del gobierno provincial -detener la concentración de la
propiedad- es igualmente contundente la opinión de los estancieros. Las nuevas concentraciones de tierra que se
advierten son fenómenos “naturales” dentro de una organización económica como la nuestra, fundada en el
principio de la propiedad privada, y no responde a la realidad la idea del Poder Ejecutivo en cuanto a la
reconstitución de latifundios, en función de que las grandes superficies se dividen a instancias del sistema de
herederos forzosos y por los constantes loteos y ventas; la revelación estadística de que casi la sexta parte de la
provincia se halla en manos de 272 propietarios es -a criterio de la GLEBA- insuficiente para servir de prueba,
dado que no es posible que una cifra indicadora de un solo momento en un proceso incesante -como es el de la
compra y venta de la tierra- consiga hacer saber si este proceso se orienta hacia la reconstitución o hacia la
subdivisión de los grandes latifundios; y aun suponiendo que aquellas cifras coincidan con la realidad actual de
la provincia, es de destacar que “...hace 15 o 20 años, esa misma proporción del territorio ha estado en poder de
un número más limitado de propietarios...lo cual quiere decir que la propiedad, lejos de reconstituirse...se divide
constantemente” (SRA, 1943:17).

En cuanto a las grandes extensiones en manos de sociedades anónimas que en lo relativo a la subdivisión de la
tierra, escapan a la institución fundamental de la herencia forzosa, son éstas muy poco numerosas en relación a
los propietarios de existencia visible, de modo que no afectan el continuo fraccionamiento del suelo, según los
argumentos críticos de la GLEBA.

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Respecto al tercer objetivo expresado oportunamente por el Poder Ejecutivo provincial -la profundización del
proceso de colonización- los grandes estancieros sostienen que no es éste el momento más apropiado para
intensificar la política colonizadora: gran parte de las superficies que se adquieran tendrán que explotarse con
agricultura, actividad que actualmente no cubre los costos y que se erige en una causa de malestar económico.

Los inconvenientes centrales perceptibles desde la óptica de los grandes propietarios en torno a la problemática
en cuestión son, en orden de importancia: la carencia de equidad, el riesgo para la seguridad de la propiedad y la
desnaturalización de la verdadera “función social” que desempeñan importantes estancias de la provincia.

Motivados por este cúmulo de objeciones y cuestionamientos al proyecto del impuesto al latifundio, en abril de
1943 la GLEBA da a conocer su “Declaración de propósitos”, exponiendo una aguda crítica que enfatiza sobre
aquellos aspectos que son “atentatorios contra la labor privada” (Lázzaro, 1991:71-73)

Indudablemente, la S.R.A. está en una franca situación de confrontación con el poder político que arbitra
medidas que puedan conspirar contra su esencial base de sustentación; desde esta entidad se cuestionan
severamente estos gravámenes, fundamentalmente porque exageran la minuciosidad fiscal, porque atentan contra
la seguridad de la propiedad y porque se oponen a la formación de capital. En este mismo contexto se inscribe la
posición de los criadores, nucleados en CARBAP, que -si bien apuntalan el impuesto al latifundio en tanto opere
como medio que flexibilice el proceso de colonización y de acceso a la tierra-, manifiestan reparos ante la nueva
carga impositiva.

El control de la tierra productiva es fundante para las estrategias de acumulación de los grandes propietarios
rurales, sobre todo en un momento en que la clase dominante agraria tradicional ve aminorado su peso territorial
y reducida su influencia económica. En este marco es precisa la posición reiterada de confrontación de los
grandes propietarios ante una iniciativa como la que nos ocupa, que pueda implicar algún tipo de fragmentación
en los cauces y mecanismos de acumulación. La presión de esta política impositiva aparece, así, como una de las
variables que da sustento al proceso de subdivisión ficticia de las grandes unidades de producción (más de 5.000
has.), propiciando el proceso de “desconcentración sin dispersión”; éste es característico del período 1940-1960,
durante el cual disminuyen las explotaciones de más de 5.000 has., pero no los latifundios ganaderos (1.000-
5.000 has.), los que se erigen en el tipo de unidad de producción predominante al final del período de
estancamiento agrario (Barsky & Pucciarelli, 1991).

3.- La presión impositiva sobre la gran propiedad y la política peronista

3.1.- El impuesto al latifundio y la alteración de la política agraria a partir de 1949

La estrategia electoral de Perón en el ámbito agrario reconoció dos cauces fundamentales: en primer lugar, dar
respuestas a las reivindicaciones al sector de asalariados rurales, lo que logra en parte a través de la sanción del
Estatuto del Peón Rural en 1944 (Ascolani, 2009); y en segundo lugar cubrir las expectativas de todos aquellos
productores no propietarios (arrendatarios, medieros, minifundistas, ocupantes de tierras fiscales), refrendando la
política del gobierno de la Revolución de 1943, principalmente la legislación en torno a los arrendamientos y el
proceso de colonización al traspasar el Consejo Agrario Nacional a la órbita de la Secretaría de Trabajo y
Previsión (Lattuada, 1986). En una primera etapa de la política económica del peronismo, entre 1946 y fin de
1948, el Estado a través del monopolio del comercio exterior, el manejo de la política cambiaria, el sistema de
precios, obtiene la traslación de ingresos desde el sector agropecuario al industrial, sobre la base de la
apropiación de gran parte de la renta diferencial a escala internacional que antes quedaba en manos de los
terratenientes arrendadores, y que ahora, por la combinatoria de aquellas políticas y la de arrendamientos, se
transfiere al Estado. El objetivo del Primer Plan Quinquenal es escindir la producción agraria de la exclusiva
demanda externa a través de una diversificación de la producción, con el objetivo de abastecer el creciente
consumo del mercado interno, por un lado, y las industrias de transformación que se estaban desarrollando, por
otro. A partir de 1949 se inicia una severa crisis en el sector externo, que alcanza su punto más alto hacia 1952.
Quedan entonces explícitas las limitaciones del proyecto industrializador sustentado exclusivamente en el
mercado interno y en la sustitución de importaciones. En este contexto, el gobierno peronista revierte su política
para el sector agrario, exigido por un requerimiento intenso de incremento de la producción agropecuaria, que
permita controlar la situación de crisis externa y evite reducir significativamente los ingresos de los sectores
populares. Y es a este imperativo que responden tanto las formulaciones del Segundo Plan Quinquenal, como el
Plan Económico de 1952. Los resultados no tardan en manifestarse: mejoras en la política de precios -tanto en lo
que hace al sistema, como a su nivel relativo con respecto a los precios industriales-; mayor flexibilidad del

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crédito oficial, que se vuelca preponderantemente hacia la producción agropecuaria exportable; mecanización de
las explotaciones a bajo costo; todo ello articulado con las constantes exigencias “...de una mayor producción a
través del discurso político” (Lattuada, 1986:90).

En general la política agraria nacional de largo plazo se centra, especialmente entre las décadas de 1940 y 1960,
en los niveles de precios agrícolas. Desde mediados de la década de 1950 adquiere mayor fuste la discusión
sobre la productividad de la tierra y la modernización tecnológica. Pero lo que la política agraria comparte en
estos diferentes períodos, es el reflejo de las rápidas modificaciones producidas en la estructura del poder
político; sus cambios son bruscos y traducen, más que la respuesta a criterios técnico-económicos, la intensa puja
en torno a la apropiación de los excedentes agropecuarios pampeanos (Fiorentino, 1984).

¿Qué sucede con la política impositiva sobre la gran propiedad en la provincia de Buenos Aires?

Establecida la progresividad impositiva en la provincia en 1942 a través de la ley nº 4834, ésta es derogada en
1947 y reemplazada por la nº 5118, que establece el adicional progresivo, no ya sobre los inmuebles de más de
10.000 has., sino sobre aquellos superiores a 5.000 has., elevando la tasa máxima al 16 por mil, en lugar del 14
por mil.

El análisis de los efectos de la ley de 1942 permite sugerir al gobernador Domingo Mercante 10 en 1946, la
modificación de la misma sobre la base del siguiente fundamento: si bien fueron alcanzados parcialmente los
objetivos que se tuvieron en cuenta para crear un régimen impositivo sobre la base del poder de disponibilidad
de grandes extensiones de tierra “...la experiencia ha demostrado que frecuentemente se realizan divisiones o
transferencias que no corresponden a la realidad y que permiten concluir, con todo fundamento, que solo tienen
por objeto eludir o disminuir el gravamen” . Ello exige -según el gobernador- una revisión de las bases adoptadas
actualmente “...a fin de que se cumpla el propósito de combatir el latifundio”. 11

La modificación propuesta complementa los fines que se observaron al dictarse la primitiva ley, al adecuar la
presión tributaria a la capacidad contributiva de los habitantes de la provincia. En tal sentido, el proyecto
presentado impone a todo inmueble o conjunto de inmuebles de 5.000 has. o de superficie excedente, de
propiedad de una misma persona natural o jurídica, un impuesto anual que, como adicional al impuesto
inmobiliario, se liquidará sobre el avalúo fiscal del catastro financiero vigente. 12

Se reitera también el gravamen adicional al ausentismo de los dueños: en efecto, cuando el propietario de los
inmuebles estuviese ausente del país, se aplicaría un adicional de 2 por mil sobre la escala establecida; y a tal
efecto se consideran “ausentes” las personas que residan en el exterior durante más de tres años, las sociedades
anónimas y demás personas jurídicas con directorio o sede en el extranjero, aunque tengan administraciones
locales (art. 2º).

Durante la discusión parlamentaria vuelven a plantearse problemáticas presentes ya en 1942. En primer lugar se
cuestiona el carácter fiscal del proyecto, aunque se lo revaloriza en tanto apunta -al menos formalmente- a
debilitar el latifundio. Desde la bancada radical se recuerda que han sido precisamente dos gobiernos radicales
los que han llevado a la práctica el impuesto progresivo a la tierra: el de Entre Ríos, durante la gobernación del
Dr. Echeverry, siendo Ministro de Hacienda Bernardino Horne, y en Córdoba, durante la administración de
Amadeo Sabattini, con la oposición de toda la oligarquía cordobesa (Converso, 2008); y expresa respecto a
Buenos Aires el diputado Migliaro:

“Esta provincia ha sido muchas veces gobernada por hombres que han sido instrumentos de la más
cruda oligarquía latifundista y jamás se preocuparon de sacar recursos de donde correspondía,
dejaban de lado el principalísimo de la tierra, gravaban en cambio el trabajo, el consumo, las
industrias y servían así los intereses de los latifundistas y de su principal aliado: el imperialismo” 13

Prima la idea de -si no liquidar- al menos limitar el latifundio, considerado como rémora para el progreso social
y económico del medio rural. No obstante, y sobre todo en el ámbito del Senado, se hace hincapié en el
imperativo de fijar el impuesto con relación al valor físico de la tierra, libre ella de toda mejora, prescindiendo
del valor del trabajo, y teniendo en cuenta el capital fijo y la inversión; el impuesto al latifundio cobra entonces
significado si apunta a una finalidad social, sin que ello implique, entonces, “combatir el trabajo”.

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Finalmente el proyecto queda convertido en ley (nº 5118) en febrero de 1947, en el contexto de una política
agraria provincial, particularmente interesada en aquellos procesos que implicaran la democratización en el
acceso a la propiedad de la tierra, en función de constituirse el sector agrario en un privilegiado generador de
recursos.14

El año 1956 marca el fin del impuesto al latifundio, vigente desde 1943 en la provincia de Bs.As. La
Intervención Federal aprueba un decreto-ley modificando, para 1957, el régimen de impuesto inmobiliario. La
novedad más relevante del nuevo sistema tributario es la “desaparición del impuesto mal llamado al latifundio”,
para ser sustituido por una sobretasa vinculada al valor de los inmuebles pertenecientes a cada contribuyente.
Este gravamen se inicia para los propietarios de tierras rurales cuya valuación oficial sobrepase de 10.000 $, con
una tasa de 2 por mil.; llegando el impuesto a representar el 13 por mil para valuaciones que excedan de los
50.000 $15.

3.2.- Los grandes propietarios rurales. Confrontación y rumbo a la unificación

La SRA y CARBAP mantienen una posición crítica respecto a la política agraria del peronismo,
fundamentalmente durante la primera etapa de la misma, a lo que no es ajeno el impuesto al latifundio que se
mantiene desde la etapa conservadora en la provincia. Los cuestionamientos son variados, pero dentro de una
matriz homogénea en torno a los reclamos.

En primer lugar respecto a la producción del agro y de la industria. La SRA intenta fortalecer el equilibrio y la
complementación entre la producción agropecuaria y la industrial frente al proyecto socioeconómico del
peronismo. La nueva etapa de la evolución económica -caracterizada por el progresivo desenvolvimiento fabril-
debe ser contemplada con un sentido de integración, creando un ámbito en el cual la consolidación y prosperidad
de la producción agropecuaria constituya la base indispensable para el desarrollo de la industria y del comercio.
Por tanto, la acción oficial debe tender a promover las condiciones favorables que aseguren el afianzamiento de
las explotaciones agropecuarias; y ello supone la adopción de un conjunto de medidas armónicamente
coordinadas dentro de un plan orgánico, que contemple las distintas fases del proceso de producción y
distribución. (SRA, 1948). Se trata del omnipresente argumento de la Sociedad Rural respecto a que toda medida
que afecte los ingresos del sector agrario, coadyuvan a la conformación cierta del caos económico y social, en
una coyuntura en la que el poder de las elites parecería tender a estructurarse de otra forma a la hasta aquí
vigente.

En segundo lugar, la relevancia de la gran propiedad. Respecto al propósito del impuesto al latifundio -que para
esta época sufre un nuevo incremento por la sanción de la ley nº 5118 ya mencionada- de subdividir la tierra, se
profundizan los argumentos en torno a la apología de la gran propiedad; al tiempo que alerta sobre la necesidad
de tener en cuenta condiciones propias de la economía rural del país, y más precisamente de la provincia de
Buenos Aires, que exigen la existencia de la pequeña, la mediana y la gran propiedad, cada una de ellas con una
función acotada dentro de la estructura técnica, económica y social de la producción agropecuaria. Desde la
perspectiva de la S.R.A., la promoción de condiciones económicas favorables para el trabajo retributivo de la
tierra, constituye el aliciente fundamental para la radicación del colono, si esto es lo que se persigue:

“Cuando una política social e impositiva agrava cada vez más la situación de los propietarios de la
tierra y por otro lado se crean situaciones de privilegio para los que trabajan tierras ajenas, es
fuerza reconocer que no será un incentivo la adquisición en propiedad de la tierra, que es la base
de toda política colonizadora racional” (SRA, 1948:63-64)

La anterior afirmación no sólo objeta la tendencia a subdividir la tierra vía el ajuste impositivo, sino también y
complementariamente, la política en torno a los arrendamientos rurales que por estos años se profundiza (Balsa,
2006). El impacto de la presión impositiva se manifiesta gravoso para los grandes propietarios rurales -sobre
todo a partir de 1947-, en tanto reiteradamente se la indica como impedimento decisivo para el desempeño de sus
estrategias empresariales. Los intereses vinculados a los grandes propietarios requieren un tratamiento -si no
explícitamente preferencial,- al menos sí equitativo, con el objetivo de evitar situaciones como las que se estarían
dando actualmente en la provincia de Buenos Aires, donde el promedio de arrendamientos por hectárea ha
descendido de $ 30 en 1929 a $ 19 en 1944, al mismo tiempo que las contribuciones sobre la propiedad raíz se
elevaron, en el mismo período, de un máximo de 8% que, en ciertos casos, quintuplica esa cifra.(SRA, 1948:57;
Lázzaro, 1997)

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Los cuestionamientos se mantienen durante los años siguientes sobre todo de 1947 a 1949, particularmente en
las coyunturas en que se aprueba el Código Fiscal, que establece incrementos progresivos sobre la valuación de
los inmuebles de 5000 has o más y la vigencia de lo estipulado por la ley sobre el latifundio de 1947 (Provincia
de Buenos Aires. Ministerio de Hacienda, Economía y Previsión, 1948).

La posición de la CARBAP frente al programa del gobierno peronista fue de apoyo durante los primeros años.
Prueba de ello es la designación del entonces presidente de Confederaciones Rurales Argentinas (CRA),
Nemesio de Olariaga, como director de uno de los organismos más significativos en relación con la
comercialización de la producción agropecuaria y con la estrategia de canalizar recursos del ámbito agrario al
industrial, cual es el IAPI. Pero ya a comienzos de 1947, de Olariaga renuncia a ese cargo, ante el ineludible
deber de “reintegrarme a las filas de mi gremio rural”, en el contexto de una situación crítica para el campo y
para el productor agrario:

“...al agricultor apenas se le reconoce el derecho a cubrir en su mínima expresión los costos de
producción...impidiéndole que haga las reservas necesarias para renovar sus herramientas y
maquinarias, lo que lo obligará a apelar al crédito oficial que lo mantendrá en permanente
situación de deudas, sin derecho alguno a obtener algún día su independencia económica. No
existe de parte de los órganos pertinentes del gobierno una política agraria sensata y justa”
(Buenos Aires y La Pampa, 1947:8 y 45)

Con la profundización de la presión impositiva a partir de 1947, las relaciones entre el Estado y CARBAP se
resienten abiertamente. El aumento del gravamen sobre la contribución territorial que se sanciona en 1947, 16
hace que el beneficio neto de la propiedad rural en la provincia se transfiera en gran parte -según CARBAP- al
Estado. La escala variable -de acuerdo al monto de la valuación- hace que la mayoría de las tierras explotadas en
forma de establecimientos agropecuarios, rindan al fisco un 50% sobre la utilidad promedio que pueden producir
normalmente, con el beneficio para el Estado de que su cobro es compulsivo y anticipado, e independiente de
que existan o no contingencias o imponderables que afecten la producción.

Ante este panorama, queda al propietario la “seguridad” de ser dueño de la tierra, cuando en la realidad tiene que
pagar por ella un arrendamiento,

“...pues no es otra cosa que un arrendamiento moderado, el impuesto a que se ha llegado en esta
nueva elevación impositiva...Hoy en día es un mal negocio hacerse propietario porque el éxito del
mismo lo absorbería el fisco”17

CARBAP expone, en su principal órgano de expresión, Buenos Aires y La Pampa, las distintas instancias de un
proceso que inevitablemente afectará al ámbito rural: descapitalización de los productores, consecuente
modificación del ritmo de producción, agravación del problema de la despoblación rural, entre los más
reiterados.

Es manifiesta la similitud de argumentaciones de S.R.A. y de CARBAP, lo cual manifiesta una declinación de


sus posturas otrora casi irreconciliables -sobre todo a partir de las posiciones encontradas entre criadores e
invernadores-, en favor de una posición mucho menos confrontativa y especialmente convergente en un aspecto:
el distanciamiento cada vez mayor respecto al Estado, al menos en una primera etapa del gobierno peronista.

Frente a la legislación que pone fin al impuesto al latifundio en 1957 la SRA, si bien opone algunos reparos,
considera que se ha llegado a una situación de “notable mejora sobre la modalidad anterior por la que se regulaba
el tributo en función de la cantidad de hectáreas pertenecientes a cada propietario”; destacando además que las
nuevas normas prevén la situación de aquellos que no pueden recuperar la tenencia de sus tierras por hallarse los
ocupantes acogidos al beneficio de las leyes de emergencia sobre arrendamientos rurales; en tal caso, la ley
admite una quita en los gravámenes para que éstos no insuman más de un tercio de la renta producida por la
explotación (SRA, 1956:409).

En 1942/43 las críticas y cuestionamientos de la S.R.A. a la política impositiva que afecta a la gran propiedad, se
afirman fundamentalmente sobre la base de alusiones retóricas constantes al rol histórico del latifundio. En
1947/48, si bien hay una manifiesta defensa de la función de la gran propiedad dentro de la estructura productiva
agropecuaria, el énfasis más fuerte se pone sobre la necesidad de equidad impositiva entre el sector agrario y el
industrial, en un contexto signado por la profundización del proceso de transferencias de ingresos de un ámbito

13
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al otro (Martínez de Hoz, 1949).

En lo que respecta a CARBAP, la entidad transita desde una aceptación -aunque con reparos- de la carga
impositiva en la primera parte de la década del 40, a una posición crítica, apuntando los cuestionamientos al
sesgo antiagrario de la política estatal, que conspira contra la obtención de una alta racionalidad productiva. Es
de destacar que a comienzos de 1955 el gobernador de la provincia de Buenos Aires, Carlos Aloé, cancela por
decreto la personería jurídica de la CARBAP. Entre los fundamentos más relevantes se destacan la constante
acción de “obstaculización” de la entidad en torno a la “obra de recuperación nacional” y su tendencia
“disociadora” y de “perturbación”, lo que se manifiesta en sus publicaciones, memoriales y discursos de
dirigentes “basados sistemáticamente en informaciones tendenciosas…aviesas, críticas malintencionadas e
intenciones políticas”; y por el hecho de que “a pesar de haberse erigido en provincia el ex territorio de La
Pampa…y adoptado el nombre ilustre de la Jefa Espiritual de la Nación, Eva Perón, dicha Confederación
continúa denominándose de “La Pampa”, oponiéndose a la voluntad popular…..” (La Res, año XXIII, febrero
1955, p.29.869; Makler, 2008). Trascendiendo cuestiones específicas, aunque no menores, la situación de la
CARBAP está manifestando la profundización del estado de tensión entre el Estado peronista y la organización
gremial. Ambas corporaciones agrarias no cejan en sus reclamos; pero es evidente que ni la presión tributaria
sobre el latifundio, ni el resto de las políticas en torno a la propiedad de la tierra, socavaron su principal base de
sustentación, aunque coyunturalmente hayan disminuido en forma parcial su rentabilidad.

4.- Consideraciones finales

Asistimos durante estos primeros años de la década de 1940 a la manifestación de una sociedad signada por una
complejidad de contradicciones y relaciones de poder, no sólo económicas, sino también políticas, sociales y
culturales. Y en este marco surgen los desafíos para explorar de manera profunda y rigurosa las variadas
alternativas históricas posibles y la dinámica de la realidad tanto en términos institucionales (reinvención del
Estado y de la democracia en clave intercultural, pluralismo jurídico, armonización de derechos colectivos e
individuales), territoriales y de sociabilidad. (De Souza Santos, 2009)

Sobre la base de la consideración de algunas políticas públicas agrarias emanadas de un Estado conservador e
intervencionista, que incorpora los perfiles básicos del Estado de Bienestar que intenta desde el período de la
posguerra, regular el mercado, sostener la articulación social capital / trabajo e intensificar la intervención estatal
en la reproducción social y la garantía de los derechos sociales, nos abocamos a la búsqueda de la permanencia
casi constante del proceso de “cuestión social agraria”, articulada, en principio con el sistema de producción y la
preponderancia del trabajo indirecto (arrendamientos y aparcerías rurales).

Todo ello en un contexto enmarcado por la tendencia hacia la industrialización a partir de la Crisis de 1930 y
fundamentalmente profundizada por la situación de posguerra. En este marco se transformaron tanto la mano de
obra como la estructura del empleo en general, en tanto se produce la incorporación de contingentes obreros
hacia la actividad industrial, proceso que está en la base de un fuerte descenso de la mano de obra en el ámbito
rural. La desocupación en el sector asalariado agrario se erige, entonces, en uno de los procesos más
significativos en el marco general antes consignado.

Se generan, entonces, políticas públicas que tienden, por un lado, a resolver el problema de la producción, pero
que se orientan a contener la situación social, desfavorable para los productores agrícolas esencialmente. Entre
1940 y 1943 se generan políticas públicas orientadas al agro, que luego se intensifican durante el peronismo:
política impositiva sobre el latifundio en el ámbito de la provincia de Buenos Aires, de arrendamientos y
aparecerías rurales, de colonización y laborales.

En los fundamentos, enunciación y perfiles de estas políticas –que se instalan con disímil impacto- siempre está
presente la “cuestión social agraria”, en tanto proceso que aglutina demandas y urgencias provenientes del
ámbito rural, en el marco de una política reformista que se asienta en un discurso legitimador inseparable del
proceso de la tan mentada justicia social.

El interrogante que surge es el siguiente: hasta dónde este proceso de “cuestión social” en la región pampeana,
centrada en el conflicto agrario, y considerado éste no necesariamente como movimientos de masas, sino
incluyendo variadas formas de oposición, han propiciado el cambio o han tenido como función regular y
fortalecer el orden establecido. En tanto, y ello no deja de ser paradójico, el conflicto social, si es tratado con
eficacia desde el poder, pueden tender a consolidar el sistema y a quienes lo dirigen (Cardaso, 2001). Sobre todo

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teniendo en cuenta que en el proyecto socioeconómico original del peronismo, tres son los procesos que se
articulan: industrialización, mercado interno y política social, con particular énfasis en esta última, tanto en el
período preelectoral, en el texto constitucional reformado en 1949 y en la acción de la Fundación Eva Perón. No
existe disrupción sino continuidad entre la preocupación por la situación social agraria presente a comienzos de
la década de 1940 y la del período del gobierno peronista, aunque los móviles, objetivos y estrategias difieran y
la trama se complejice frente a situaciones históricas divergentes.

Respecto al impuesto al latifundio en la provincia de Buenos Aires, la iniciativa surgida a comienzos de la


década de 1940 se orienta a la superación de conflictos en el ámbito rural entre propietarios y arrendatarios;
enfrentamientos derivados de un proceso de transformación en el sistema productivo que culmina con la
reducción de las áreas de explotación de los arrendatarios, desalojos y desempleo. En este contexto, el
debilitamiento del latifundio, la colonización y la entrega de tierra en propiedad a quien la trabaja, adquieren
centralidad en el discurso oficial. Sin embargo los resultados no se corresponden con los propósitos enunciados,
lo que queda de manifiesto en la inexistencia de iniciativas posteriores que permitieran encauzar los fondos
recaudados hacia la adquisición de tierras por el Estado para su potencial distribución entre los productores
directos. La formulación e implementación de esta política resulta, en principio, extraña, en tanto proviene del
seno de un gobierno de corte netamente conservador. La consideración del contexto más global permite
estructurar un marco explicativo congruente. Dos procesos, interrelacionados convergen en este período: en
primer término, la disgregación del modelo agroexportador, que se profundiza a comienzos de la década del 40
por las condiciones emergentes del nuevo paradigma internacional, y que implica la agudización de la crisis de
hegemonía que mantenía el sector de la “oligarquía agraria tradicional”; en segundo término, el constante
crecimiento del proceso de industrialización, que sustenta ya una estructura más diversificada y orientada al
mercado interno. Consecuencia de la convergencia de ambos procesos, es el surgimiento de una estructura social
más compleja que supone confrontaciones, no ya solo entre grandes propietarios y sectores rurales subordinados,
sino también en el propio seno de la clase dominante, entre la fracción de la clase agraria tradicional y aquella
que sustenta ya una composición más diversificada. (Lázzaro, 1999)

Ante la complejización de la estructura económica y social, el Estado ya no sólo se orienta hacia la creación de
las condiciones materiales de la producción, sino también a la determinación y mantenimiento del sistema legal
dentro del cual se dan las relaciones sociales, y la regulación de los conflictos -en este caso- entre propietarios y
trabajadores rurales. Es este el marco en el cual se ubica la cuestión social, tan reiterada en el discurso oficial
como fundamento de la política impositiva que grava al latifundio.

Pero también se advierten -no sólo en el caso del impuesto sino además en la política de arrendamientos rurales,
que no casualmente comienza a despuntar también en este período- formas específicas de intervención del
Estado en la economía, a través de las cuales éste mediatiza su acción en pos de los intereses de la clase
dominante; una clase dominante diversificada y complejizada, que ya no se reconoce por la hegemonía total de
la “oligarquía terrateniente tradicional”, y que por esta razón requiere una mayor injerencia del Estado en la
asignación de los recursos.

En síntesis, si bien en las fundamentaciones en torno al impuesto al latifundio, tanto del Ministro de Hacienda,
como de los legisladores oficialistas y aún del Gobernador se privilegiaba al Instituto de Colonización como
principal destinatario de lo producido por dicho gravamen, finalmente se imputaron a Rentas Generales.

Durante el período del gobierno peronista -fundamentalmente hasta 1949- se asiste a la implementación de una
política impositiva más gravosa sobre la gran propiedad; proceso que se inscribe en el marco de la
profundización de una tendencia más general que apunta a la traslación de ingresos del sector agropecuario al
industrial y a una distribución menos regresiva del ingreso. Desde los sectores corporativos más directamente
comprometidos con las grandes unidades de producción, la constante es la reacción opositora y de confrontación
ante las medidas impositivas de claro sesgo confiscatorio, según su perspectiva. Las objeciones pasan,
fundamentalmente, por refutar los impuestos a la gran propiedad, en tanto potenciales factores de desarticulación
de la racional organización de las explotaciones rurales y de situaciones de serio riesgo para la seguridad de la
propiedad.

Durante el gobierno peronista, los reclamos de S.R.A. -en el ámbito específico de la problemática impositiva- se
orientan a cuestionar los mecanismos de control del Estado y su tendencia a subestimar el rol central de la
actividad agropecuaria en el contexto global de la economía y a fomentar el desequilibrio entre la ciudad y el
campo. En el caso de CARBAP, cuya posición frente a la política agraria peronista es de corte crítico y opositor,
endilga al Estado la responsabilidad de quitar una base de sustentación racional a la producción agropecuaria, a

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través de imposiciones territoriales confiscatorias. La intervención estatal de comienzos de la década de 1940,


sensiblemente profundizada durante el régimen peronista, aglutina a las corporaciones de propietarios rurales, las
que comienzan a moderar sus discrepancias y a neutralizar sus divergencias, a favor de una mayor
homogenización de sus reclamos, centrados en la exigencia de anular cualquier vestigio de dirigismo estatal que
pudiese sesgar sus libertades.

A través del tratamiento del material empírico relacionado directamente con S.R.A. y con CARBAP, se
comprueba que a partir de 1949 cesan prácticamente las quejas virulentas de los propietarios en torno al
gravamen territorial; y no precisamente porque éste haya sido anulado o atenuado en sus alcances. Ello se
articula con el viraje que el gobierno realiza respecto a la política agraria, entre 1949 y 1955, ante la exigencia de
lograr un aumento de la producción agropecuaria que posibilite enfrentar la crisis del sector externo. Tanto el
Plan Económico de 1952 como el Segundo Plan Quinquenal manifiestan esta predisposición favorable hacia el
sector agrario. Las tensiones entre el gobierno de Perón y los sectores más concentrados del agro se mantienen
vigentes en tanto aquel conforma y profundiza una “política de castigo” para el ámbito rural; pero la relación se
revierte, y en parte se recompone, y aún se torna parcialmente “colaboracionista”, cuando el gobierno replantea
paulatinamente su política de apoyo casi unilateral a la industria, y vuelve a sustentar al sector agropecuario
(Lázzaro, 1999).

Además es imprescindible como desafío considerar el impacto de la aplicación de estas políticas agrarias que en
principio habrían generado un aumento de la tierra en propiedad: el retroceso del arrendamiento; modificaciones
en el desempeño del terrateniente en función de la progresiva generalización del contratismo rural; y la
ampliación de las formas mixtas de propiedad, articuladas con la recomposición del latifundio ganadero, con el
propósito de advertir si tales transformaciones se identifican con una reforma de la tenencia –que se acoplaría al
concepto de Perón de “reforma agraria tranquila”- o si se trata de cambios de alcances redistributivos que
hubiesen podido modificar estructuralmente, en algún grado, el régimen vigente .

El impuesto al latifundio en la provincia de Buenos Aires durante el período en cuestión introduce una reforma
fiscal que eleva la tasa del gravamen proporcional progresivo para afrontar el problema del latifundio en
beneficio de los sectores rurales más postergados; intentando que esta presión tributaria se profundice sobre las
grandes explotaciones con el propósito de moderar la propiedad improductiva. Sin embargo el impuesto en
cuestión tuvo resultados solamente recaudatorios, pues no se han advertido señales precisas en torno al
desaliento respecto a la tenencia de extensas propiedades improductivas, objetivo central a nivel discursivo en la
legislación sancionada, aún considerando la prioridad en torno a la actividad agraria del Estado bonaerense
frente al desarrollo industrial promovido, al menos hasta 1949, en el ámbito nacional.

Notas

1 Legislatura de la Provincia de Buenos Aires. Diario de sesiones de la Cámara de Diputados. Asamblea


Legislativa, 2 de mayo de 1942, p.27.

2 Legislatura de la Provincia de Buenos Aires. Diario de sesiones de la Cámara de Diputados, 22 de julio de


1942, tomo I, p.586)

3 La escala propuesta es la siguiente: hasta 15.000 has. ,6 por mil; hasta 20.000, 8 por mil; hasta 25.000, 10 por
mil; hasta 30.000,12 por mil; y superando las 30.000 has.,14 por mil.

4 Legislatura de la Provincia de Buenos Aires. Diario de sesiones de la Cámara de Diputados, 22 de julio de


1942, tomo III, p.1776.

5 (Legislatura de la Provincia de Buenos Aires, Diario de sesiones de la Cámara de Diputados, 22 de julio de


1942, tomo III, p.1782.

6 Legislatura de la Provincia de Buenos Aires. Diario de sesiones de la Cámara de Senadores, 23 de octubre de


1942, tomo II, p.1210.

7 Nemesio de Olariaga está muy ligado a las actividades agropecuarias, tanto en el ámbito de la producción
como en el de la comercialización y con vínculos estrechos con algunas de las corporaciones más importantes de
este período: presidente de la Sociedad Rural de Necochea (1936-1950); presidente de CARBAP (1937-39;

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1941-43); presidente de la mesa ejecutiva de Confederaciones Rurales Argentinas (1936-37; 1943-1948).

8 José M. Bustillo es un importante ganadero de la provincia y desempeñó funciones de relevancia también en el


ámbito político: fue presidente de la SRA (1942-46); diputado nacional (1928-30; 1932-36); Ministro de Obras
Públicas de la provincia durante la gobernación de Manuel Fresco. Horacio Sánchez Elía es productor ganadero,
integrante de la Comisión Directiva de la SRA (1929-30; 1939-40) y de la Corporación Argentina de Aberdeen
Angus (1938-40)

9 Todos ellos relacionados muy estrechamente con la Sociedad Rural Argentina.

10 Para las políticas de los gobernadores bonaerenses Domingo Mercante y Carlos Aloé y sus diferenciaciones y
acercamientos respecto a la política agraria del Gobierno nacional y a sus propósitos, estilos y estrategias
políticas (Blanco, 2007).

11Legislatura de la Provincia de Buenos Aires. Diario de sesiones de la Cámara de Diputados. 946/47, tomo III,
pp.2104-05.

12 Inmuebles de hasta 10.000 has. 8 por mil; hasta 20.000, 10 por mil; hasta 25.000 12 por mil; hasta 30.000 14
por mil; y mayores de 30.000 has. 16 por mil (art. 1º).

13 Legislatura de la provincia de Buenos Aires. Diario de sesiones de la Cámara de Diputados. Año 1946/47,
tomo VI, p. 3791.

14 Sin embargo, a pesar de haberse realizado una revaluación inmobiliaria entre 1948 y 1953, el proceso
inflacionario redujo la significación de dicho impuesto: medido en porcentaje del PBI agropecuario provincial,
cayó de 0,58% en 1948 al 0,23% en 1951 y al 0.09 1956. Junta de Planificación económica (1958), pp.148-149

15 En 1947/48 los porcentajes mínimo y máximo eran de 7 y 25 por mil respectivamente.

16 Se refiere fundamentalmente a la ley nº 5127 que establecía el incremento de la valuación fiscal para las
propiedades más extensas.

17Buenos Aires y La Pampa, marzo/abril 1947:7 y diciembre 1947:9.

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