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Bulletin d’Histoire Contemporaine de

l’Espagne 

51 | 2017
Les forces politiques durant la Seconde République
espagnole
Las fuerzas políticas en la Segunda República española

Edición electrónica
URL: http://journals.openedition.org/bhce/627
DOI: 10.4000/bhce.627
ISSN: 1968-3723

Editor
Presses Universitaires de Provence

Edición impresa
Fecha de publicación: 1 junio 2017
ISSN: 0987-4135
 

Referencia electrónica
Bulletin d’Histoire Contemporaine de l’Espagne, 51 | 2017, « Les forces politiques durant la Seconde
République espagnole » [En línea], Publicado el 09 octubre 2018, consultado el 06 octubre 2020. URL :
http://journals.openedition.org/bhce/627 ; DOI : https://doi.org/10.4000/bhce.627

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Bulletin d’histoire contemporaine de l’Espagne


1

ÍNDICE

Dossier

Las fuerzas políticas en la Segunda República


Introducción
Juan Avilés Farré

La gran escisión republicana: azañismo y lerrouxismo


Juan Avilés Farré

La quiebra del socialismo en la segunda república


José Manuel Macarro Vera

El republicanismo conservador en los años treinta


Luis E. Íñigo Fernández

Un momento decisivo: la estrategia de la CEDA ante las elecciones de 1936


Manuel Álvarez Tardío

Un partido para acabar con los partidos: el fascismo español, 1931-1936


Julio Gil Pecharromán

El Partido Comunista de España en la Segunda República


Fernando Hernández Sánchez

El insurreccionalismo anarquista durante la II República


Ángel Herrerín López

El catalanismo durante la Segunda República (1931-1939)


Jordi Casassas Ymbert

El sistema de partidos en Vasconia (1931-1936): caracterización, peculiaridades y líneas de


ruptura
José Luis de la Granja Sainz

Ensayo bibliográfico: dos décadas de historiografía política sobre la Segunda República


Juan Avilés Farré

Études

El erasmismo de Fernando de los Ríos


Carlos García De Andoin

El fracaso de la reforma agraria en las Cortes de la Segunda República


Miguel Ángel Giménez Martínez

De Aberri a ETA, pasando por Venezuela Rupturas y continuidades en el nacionalismo


vasco radical (1921-1977)
Gaizka FERNÁNDEZ SOLDEVILLA

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2

Thèses

Mariano Luis de Urquijo (1769-1817). Biografía política en claroscuro de un personaje y una


época
Aleix Romero Peña

«¡A los pintores les ha dado por mojar el pincel en lágrimas !»La pauvreté au miroir des
Salons (Espagne, 1890-1910)
Stéphanie Demange

La comédie de magie espagnole (1840- 1930) : le spectacle flamboyant


Lise Jankovic

El movimiento obrero en Alcalá de Henares (1868-1939)


Julián Vadillo Muñoz

La réception des Ballets russes à Madrid et Barcelone (1916-1929)


Hélène Frison

Un siglo de relaciones académicas internacionales de la historiografía española (1890-1990)


Oscar Adell Ralfas

Dirigismo cultural y disidencia editorial en España (1962-1973)


Francisco ROJAS CLAROS

Un sueño americano. El Gobierno vasco en el exilio y los Estados Unidos (1937-1979)


David Mota Zurdo

Le Movimiento ibérico de Liberación (MIL) et ses représentations dans la presse : mythes et


mystifications
Canela Llecha Llop

Genre et classe : poétiques gay dans l’espace public de l’Espagne postfranquiste (1970-1988)
Brice Chamouleau De Matha

Comptes rendus

Thérèse Charles-Vallin, François Cabarrus, un corsaire aux finances


Elisabel Larriba

Francisco Luis Díaz Torrejón, Las águilas vencidas de Badén. Éxodo de prisioneros
napoleónicos por Andalucía (julio-diciembre 1808)
Gérard Dufour

Antonio Rivera y Santiago de Pablo, Profetas del pasado. La conformación de una


cultura política. III. Las derechas en Alava
Ignacio Olábarri Gortázar

Ángeles Barrio Alonso, Por la razón y el derecho. Historia de la negociación colectiva


en España (1850-2012)
José Antonio Pérez Pérez

Julio Aróstegui Sánchez, Largo Caballero. El tesón y la quimera


Julián Vadillo Muñoz

Virginia López De Maturana, La reinvención de una ciudad. Poder y política simbólica


en Vitoria durante el franquismo (1936-1975)
José Antonio Pérez Pérez

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3

Mario Martín Gijon, La Resistencia franco-española (1936-1950). Una historia


compartida
Eduardo González Calleja

Carmen Fernández Casanova (ed.), Estudios sobre Pablo Iglesias y su tiempo


Francisco Sánchez Pérez

Paul Preston, El final de la Guerra civil. La ultima puñalada a la República


Julián Vadillo Muñoz

Ana Martínez Rus, La persecución del libro. Hogueras, infiernos y buenas lecturas
(1936-1951)
Matilde Eiroa

Alejandro Quiroga Fernández De Soto, Goles y banderas. Fútbol e identidades


nacionales en España
Julián Vadillo Muñoz

Joseba Arregi Aranburu (coord.), La secesión de España. Bases para un debate desde el
País Vasco
Gaizka FERNÁNDEZ SOLDEVILLA

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Dossier

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5

Las fuerzas políticas en la Segunda


República
Introducción

Juan Avilés Farré

1 La experiencia democrática de la Segunda República española se desarrolló en un lapso


temporal muy breve. Poco más de cinco años después de su proclamación, un
alzamiento militar puso fin a su existencia en la mitad del territorio español, mientras
que en la otra mitad la movilización armada de las milicias de izquierdas ponía fin de
hecho al normal funcionamiento de las instituciones diseñadas por la Constitución de
1931. Era el inicio de una cruenta guerra civil y de una dictadura que se prolongaría
durante cuarenta años, durante los cuales los vencidos quedaron plenamente excluidos
del sistema político y la democracia republicana quedó anatemizada en la memoria
oficial. La transición democrática iniciada en 1977 no dio lugar a que surgiera una
movilización en favor del restablecimiento de las instituciones republicanas y la nueva
monarquía se asentó con el consenso de todas las fuerzas políticas, de derecha e
izquierda, que los ciudadanos habían apoyado en las urnas.
2 La República era ya historia, pero las heridas del pasado no se habían cerrado. Una
encuesta del año 2000 reveló que la gran mayoría de los españoles se sentían orgullosos
de la transición democrática, en torno al 90 % en el caso de los votantes tanto del
Partido Popular como del Partido Socialista, pero que casi la mitad de ellos opinaba que
las divisiones y rencores de la guerra civil no se habían olvidado, un porcentaje que se
elevaba al 54 % entre los votantes socialistas y al 60% entre los de Izquierda Unida. 1 Esa
encuesta se hizo en tiempos de relativo consenso político, prosperidad económica y
optimismo colectivo, tres rasgos de la sociedad española de entonces que entrarían
sucesivamente en crisis durante los años siguientes. La visión de los españoles acerca de
su pasado se ha transformado por las polémicas en torno a la memoria histórica, que
han ido acompañadas de una crítica hacia los consensos de la transición. 2 Las banderas
republicanas son hoy de rigor en cualquier manifestación de izquierdas y la imagen de
la República de 1931 tiende a idealizarse en ciertos sectores, en los que por el contrario
crece la crítica hacia los compromisos de la transición democrática. Por su parte, los
derechistas que cultivan la “otra” memoria histórica destacan el lado oscuro de la

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experiencia republicana, sobre todo en los años de la guerra civil, pero también en los
que la precedieron.3 Una encuesta de 2011 mostró que casi la mitad de los españoles
consideraba que, en principio y en términos generales, la monarquía era preferible a la
república, pero casi un 39% opinaba lo contrario, con los electores del PSOE divididos al
respecto en dos mitades casi idénticas. Respecto a la experiencia de la Segunda
República, un 45% la consideraba positiva, pero con una diferencia sustancial entre los
electores del PSOE, un 58% de los cuales la valoraba positivamente, y los del PP, entre
los cuales sólo un 26% lo hacía. Por otra parte, y ello me parece muy significativo, un
57% de los electores del PSOE y un 48% de los del PP estaban de acuerdo en que la
radicalización de sectores extremistas, tanto de derecha como de izquierda, había
hecho que la República no llegara a consolidarse.4
3 Existe pues una politización del tema, a la que no son ajenos los propios historiadores
profesionales, pero al mismo tiempo la investigación ha seguido avanzando y el período
de 1930 a 1936 es hoy uno de los mejor estudiados de toda la historia española. Se da la
paradoja, no demasiado insólita, de que los historiadores conocemos cada vez mejor los
fenómenos ocurridos en aquellos años, pero no nos ponemos de acuerdo al
interpretarlos. En este dossier no se ha tratado de disimular esa realidad, ni tampoco se
ha tratado de primar una interpretación sobre otra. Todos los colaboradores del mismo
tienen en común el haber realizado contribuciones relevantes en la investigación de los
temas que abordan, pero cada uno ha escrito con entera libertad desde su propia
perspectiva interpretativa.
4 El ensayo de Juan Avilés sostiene la tesis de que la radical ruptura entre los dos grandes
sectores del republicanismo español, el sector encabezado por Azaña (que el autor ha
estudiado en trabajos anteriores5) y el que seguía a Lerroux (objeto de un excelente
estudio de Nigel Townson6,) surgida cuando la República iniciaba apenas su trayectoria,
representó un obstáculo importante para su consolidación. El problema no estuvo en
que el republicanismo se escindiera entre una corriente progresista y otra
conservadora, cuya alternancia en el gobierno habría sido una muestra de normalidad
democrática, sino que una y otra, incapaces de obtener una mayoría parlamentaria
propia, se vieron impelidas a depender de unos aliados, el PSOE y la CEDA
respectivamente, cuya lealtad a la Constitución de 1931 y a los principios democráticos
que la inspiraban fue siempre discutible. Azaña no tomó en consideración las
implicaciones de la orientación revolucionaria que el PSOE adoptó a partir de 1933 y fue
desautorizado en las urnas en las elecciones de aquel año, en la que los socialistas se
negaron a coaligarse con sus hasta entonces aliados republicanos. La respuesta de las
izquierdas al triunfo conservador de 1933 fue negar legitimidad a las Cortes nacidas en
las elecciones parlamentarias más limpias que nunca se hubieran celebrado en España.
Lerroux, que en aquellos años cruciales demostró una completa incapacidad para el
liderazgo político, se vio por su parte arrastrado a realizar crecientes concesiones a sus
aliados “accidentalistas” de la derecha, lo que condujo a que su partido perdiera todo
significado propio y fuera barrido en las elecciones de 1936. La victoria en éstas del
Frente Popular llevó a un gobierno minoritario de la izquierda republicana,
dependiente del apoyo externo de un Partido Socialista, cuya ala caballerista no
ocultaba su orientación revolucionaria, y aunque el golpe militar de julio de 1936 hizo
imposible saber qué posibilidades tenía aquella situación política, cabe dudar de que se
pudiera haber evitado una ruptura de éste.

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5 El ensayo de José Manuel Macarro Vera es una franca muestra de la insatisfacción de un


sector de nuestra profesión ante la actitud de la que él califica de “historiografía
políticamente correcta, incomprensiblemente denominada progresista”, aquella que
prefiere mantener en un discreto segundo plano todos aquellos hechos que pudieran
poner en cuestión la consoladora visión de que la democracia republicana pereció
exclusivamente por obra de las derechas reaccionarias, mientras que las izquierdas en
general, y el PSOE en particular, se habrían mantenido siempre leales a ella. Autor de
sólidos estudios sobre el socialismo español en los años treinta, especialmente en el
ámbito andaluz, Macarro condensa en este ensayo los resultados de años de
investigación.7 Su tesis, expuesta con vigor, es que las organizaciones socialistas, en
plural porque el partido no controlaba al sindicato ni a las juventudes, concibieron a la
República como un instrumento para avanzar a un régimen socialista y condicionaron
su lealtad hacia ella a que les resultara útil a ese fin. Cuando en 1933 se vieron fuera del
gobierno y el electorado les dejó en minoría, esa lealtad desapareció. Sin embargo,
como percibió con gran lucidez Julián Besteiro, la propia estructura plenamente
democrática de las organizaciones socialistas las hacía apropiadas para la acción
política y sindical pacífica, pero muy poco funcionales para la acción armada
revolucionaria, para la que en cambio estaban diseñadas las organizaciones comunistas.
De ahí la extraña política socialista de 1934, que Macarro califica de esquizofrénica.
Tras el fracaso de la insurrección de octubre, sin embargo, Prieto recapacitó y volvió a
propugnar el entendimiento con los republicanos, mientras que Caballero mantuvo la
opción revolucionaria. La primera línea triunfó en el PSOE y la segunda en la UGT,
abriendo una profunda quiebra en el socialismo en vísperas de la guerra civil, que
debilitó a la República en un momento crucial.
6 El ala derecha de la coalición que fundó la República estaba integrada por dos políticos
de procedencia monárquica, Niceto Alcalá Zamora y Miguel Maura, que trataron de
proporcionar un contrapeso conservador al nuevo régimen, mediante un nuevo
partido, Derecha Liberal Republicana, que acabaría por escindirse en dos formaciones
encabezadas respectivamente por uno y otro líder. Luis Íñigo Fernández, el mejor
estudioso de esta corriente política, en la que también se englobaba el Partido
Republicano Liberal Demócrata de Melquiades Álvarez8, ofrece en su ensayo un análisis
del rotundo fracaso electoral de estos partidos, que les condenó a la irrelevancia. En
parte ello se puede atribuir a su propia ideología centrista, a su decidida apuesta por la
democracia liberal, el liberalismo económico y un laicismo no anticlerical, que les hacía
poco atractivos en un momento de movilización contrapuesta de la ciudadanía. Y a ello
se sumaba su carácter de partidos de cuadros, más propios del régimen elitista de la
Restauración que de los requerimientos de la política de masas en una democracia.
7 La derecha católica se articuló en la Segunda República en una poderosa fuerza política,
la CEDA, que se proclamó accidentalista respecto a las formas de gobierno y cuyos
objetivos políticos reales han sido objeto de polémica desde entonces. Manuel Álvarez
Tardío, autor de un reciente e importante ensayo en el que ha replanteado la cuestión
de la actitud de la CEDA ante la democracia republicana 9, profundiza aquí en un aspecto
del tema: su estrategia electoral en 1936. Su tesis es que, en contra de lo que a menudo
se ha sostenido, la CEDA no intentó una alianza con la derecha monárquica en clave
antirrepublicana, porque de hecho los planteamientos de Gil Robles seguían estando
lejos de los de un monárquico autoritario como Calvo Sotelo. La CEDA buscaba una
amplia coalición contrarrevolucionaria, con participación del centro-derecha

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republicano, y no se avino a una coalición nacional con los monárquicos como la de


1933. La diferencia entre los posibilistas de la Ceda y los monárquicos autoritarios,
concluye Álvarez Tardío, no era sólo una cuestión de táctica, sino de fondo.
8 Entre las diversas fuerzas de la derecha más radical, que no pretendían acabar sólo con
la Segunda República sino con el Estado liberal, merece destacarse el caso de quienes se
inspiraron en las corrientes fascistas entonces en boga en Europa y pretendieron crear
“un partido para acabar con los partidos”, en palabras de Julio Gil Pecharromán. En su
ensayo, que analiza los diversos intentos de fundar un fascismo español a partir de los
años veinte, Gil Pecharromán, estudioso de la derecha española en los años de la
República y autor de una notable biografía de José Antonio Primo de Rivera 10, destaca la
futilidad de tales esfuerzos hasta la fundación de Falange Española en el otoño de 1933,
en un clima de aguda confrontación política y social que favorecía a su línea extremista.
Durante el segundo bienio republicano, en el que las tesis accidentalistas de la CEDA
parecían triunfar, Falange no logró despegar y su creciente negativa a identificarse con
las derechas tradicionales le condujo al aislamiento y al rotundo fracaso electoral de
febrero de 1936. Fue el clima de enfrentamiento de aquella primavera el que llevó a a
que la estrategia violenta que preconizaba Falange resultara por primera vez atractiva
para un sector significativo de la ciudadanía.
9 El Partido Comunista de España, inicialmente hostil a la “República burguesa” y a la
conjunción republicano-socialista que la había fundado, efectuó luego un giro político,
sobe todo a partir del VII Congreso de la Internacional Comunista de 1935, que le llevó a
integrarse en el Frente Popular en función de una nueva estrategia antifascista. Ello fue
acompañado de un significativo crecimiento del partido, que en 1931 ocupaba una
posición marginal en el sistema político y que a comienzos de 1936 era ya una fuerza
significativa. Fernando Hernández Sánchez, autor de un libro importante sobre el PCE
en la guerra civil, retoma en su ensayo el análisis de esa radical transformación del
partido en los años de la República, ya esbozado en los primeros capítulos de ese libro. 11
Para ello utiliza una fuente interesante: los mensajes intercambiados entre la
Internacional y el PCE, interceptados por los servicios de inteligencia británicos, cuyo
cotejo con algunos documentos localizados por Antonio Elorza y Marta Bizcarrondo en
los archivos rusos demuestra que son genuinos.12
10 En contraste con la gradual acomodación del Partido Comunista al marco institucional
republicano, anarquistas y anarcosindicalistas no sólo mantuvieron su radical
oposición al Estado republicano, a pesar de las libertades que este les ofrecía, sino que
en el curso de los años 1932 y 1933 lanzaron tres insurrecciones, mientras que no
habían promovido ninguna en los años de la dictadura. Esta paradoja es estudiada por
Ángel Herrerín, autor de varios trabajos sobre la violencia anarquista en los años de la
monarquía restauracionista13, en un ensayo basado en la documentación interna de la
CNT que se conserva en el Instituto Internacional de Historia Social de Ámsterdam. Su
interpretación de lo ocurrido destaca, por una parte, el estímulo que para el sector
anarquista más favorable a la acción violenta supusieron tanto la inoperancia de las
medidas de reforma social impulsadas por el gobierno republicano como los excesos
represivos que se produjeron, y por otra, la falta de apoyo popular a esas intentonas
insurreccionales, que las condenó al fracaso.
11 El sistema español de partidos presentaba determinados matices a nivel local, pero
sobre todo adquiría caracteres diferenciados en Cataluña y Vasconia, motivo por el cual
este dossier quedaría incompleto sin dos ensayos sobre los casos de uno y otro

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territorio. Jordi Casassas, autor de relevantes estudios sobre la historia del


nacionalismo catalán14, aborda en su ensayo el complejo panorama de las fuerzas
políticas en la Cataluña republicana de los años treinta, en la que la hegemonía del
catalanismo en su conjunto se combinaba con un marcado pluripartidismo. A través de
sucesivas escisiones y reagrupaciones de fuerzas, se mantuvo el predominio de dos
fuerzas catalanistas: la Esquerra Republicana de Catalunya en el campo progresista y la
Lliga Catalana en el conservador. Y tanto desde las instituciones como desde diversas
organizaciones de la sociedad civil, avanzaba el proceso de creación de una identidad
nacional catalana.
12 El conjunto formado por las provincias vascas y Navarra, que José Luis de la Granja
denomina en su ensayo Vasconia, presentaba un sistema de partidos propio respecto al
del resto de España, aunque caracterizado también por un pluralismo polarizado. De los
tres principales componentes del sistema vasco-navarro de partidos sólo uno, el
socialismo, representaba una fuerza importante en el resto de España, mientras que
otro, el tradicionalismo, tenía muy poca implantación en otras provincias, y el tercero,
el nacionalismo, era específicamente vasco. Autor de importantes obras sobre el
Euskadi en los años treinta15, Granja adopta un enfoque politológico para analizar un
sistema de partidos cruzado por cuatro líneas de ruptura, relacionadas respectivamente
con la forma de Estado, la cuestión regional o nacional, el problema religioso y la
cuestión social. Destaca también lo singular que el desplazamiento hacia el centro del
Partido Nacionalista Vasco, en un período en el que, en el conjunto de España, eran las
fuerzas de centro las que se hundían.
13 La variedad de enfoques e interpretaciones propuestos por los colaboradores de este
dossier vienen por tanto a subrayar una realidad incontrovertible: la investigación
sobre la Segunda República ha avanzado mucho en los últimos veinte años, tal como se
explica también en el ensayo bibliográfico final, pero ello no ha conducido a un
consenso general sobre la interpretación del período, sobre la que se mantiene un vivo
debate.

NOTAS
1. A VILÉS, Juan: “Veinticinco años después: la memoria de la transición”, en Historia del Presente
(Madrid), nº 1 (2002).
2. La bibliografía sobre este debate es amplia. Véanse, entre otros, los puntos de vista
contrapuestos de: RANZATO, Gabriele: El pasado de bronce : la herencia de la Guerra Civil en la España
democrática, Barcelona, Destino, 2007; MaRTÍN P ALLÍN, José Antonio y ESCUDERO A LDAY, Rafael:
Derecho y memoria histórica, Madrid, Trotta, 2008; ERICE, Francisco: Guerras de la memoria y fantasmas
del pasado. Usos y abusos de la memoria colectiva, Oviedo, Eikasia, 2009; J ULIÁ, Santos: Hoy no es ayer:
ensayos sobre la España del siglo XX, Barcelona, RBA, 2009. V INYES, Ricard: Asalto a la memoria:
impunidades y reconciliaciones, símbolos y éticas, Barcelona, Lince, 2011.
3. Véanse, por ejemplo, las ponencias recopiladas en BULLÓN DE MENDOZA, Alfonso y TOGORES, Luis,
eds.: La otra memoria, Madrid, Actas, 2011.
4. “El 14 de abril, 80 años después”, El País, 14-4-2011.

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10

5. AVILÉS, Juan: La izquierda burguesa y la tragedia de la II República, Comunidad de Madrid, 2006.


6. TOWNSON, Nigel: La República que no pudo ser, Madrid, Taurus, 2002.
7. Entre sus estudios sobre el tema cabe destacar: M ACARRO VERA, José Manuel: Socialismo, República
y revolución en Andalucía, 1931-1936, Universidad de Sevilla, 2000.
8. ÍÑIGO FERNÁNDEZ, Luis: La derecha liberal en la Segunda República española, Madrid, UNED, 2000, y
Melquiades Álvarez: un liberal en la Segunda República española, Oviedo, Real Instituto de Estudios
Asturianos, 2000.
9. ÁLVAREZ TARDÍO, Manuel: “La CEDA y la democracia republicana”, en REY, Fernando del, ed.:
Palabras como puños: la intransigencia política en la Segunda República española, Madrid, Tecnos, 2011.
10. GIL PECHARROMÁN, Julio: José Antonio Primo de Rivera: retrato de un visionario, Madrid, Temas de
Hoy, 1996.
11. HERNÁNDEZ SÁNCHEZ, Fernando: Guerra o revolución: el Partido Comunista de España en la guerra civil,
Barcelona, Crítica, 2010.
12. ELORZA, Antonio y BIZCARRONDO, Marta: Queridos camaradas: la Internacional Comunista y España,
1919-1939. Barcelona, Planeta, 1999.
13. HERRERÍN, Ángel: Anarquía, dinamita y revolución social, violencia y represión en la España de entre
dos siglos, 1868-1909, Madrid, La Catarata, 2011.
14. Véase en francés: CASASSAS, Jordi et SANTACANA, C. : Histoire du nationalisme catalan, Paris,
Ellypses, 2002.
15. GRANJA, José Luis de la: Nacionalismo y Segunda República en el País Vasco, Madrid, CIS/Siglo XXI,
1986 (reedición 2008); y El oasis vasco: el nacimiento de Euskadi en la República y la Guerra Civil,
Madrid, Tecnos, 2007.

AUTOR
JUAN AVILÉS FARRÉ
UNED

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11

La gran escisión republicana:


azañismo y lerrouxismo
The great republican split: azañism and lerrouxism
La grande scission républicaine : azañisme et lerrouxisme

Juan Avilés Farré

1 En las Cortes Constituyentes, elegidas el 28 de junio de 1931 en medio del desconcierto


de unas derechas que habían presenciado el repentino hundimiento de la monarquía,
los republicanos de vieja tradición sumaban cerca de 250 escaños, es decir algo más de
la mitad. El Partido Socialista, que constituía el ala izquierda de la coalición que había
fundado la República, contaba con 115, mientras que el ala derecha de la misma,
integrada por los seguidores del jefe de gobierno, Niceto Alcalá Zamora, apenas
superaba la veintena.1 Esto significaba que las Cortes se escoraban mucho a la izquierda
respecto a la realidad social, como se comprobaría por los resultados de las derechas en
las elecciones de 1933 y 1936, pero daba opción a tres mayorías gubernamentales
diferentes: una que mantuviera la amplia coalición de abril, otra exclusivamente
republicana, sin el PSOE, y otra integrada por la izquierda republicana y los socialistas,
como la que efectivamente se formó bajo la presidencia de Manuel Azaña.
2 Esa opción, que dividió a los republicanos entre los afines a Azaña y los afines a
Alejandro Lerroux, no resultaba sin embargo la más obvia en aquel verano de 1931. Por
el contrario, tanto los casi cien diputados del Partido Radical de Lerroux como los casi
treinta del partido de Azaña, Acción Republicana, formaban parte de una Alianza
Republicana fundada en 1926 que había tomado la iniciativa de unir a las fuerzas
dispersas que se integrarían en el Pacto de San Sabastián de 1930 y lograrían el triunfo
republicano de 1931.2 El 10 de julio, recién elegidas las Cortes Constituyentes, se reunió
el Consejo Nacional de la Alianza y se acordó por unanimidad formar un bloque
parlamentario, después de que a Azaña se le garantizaran dos cuestiones que le
importaban mucho: la libertad de organización y propaganda de los partidos que
integraban esta Alianza y el mantenimiento del carácter izquierdista de ésta. 3 Aún más
a su izquierda se situaba el Partido Republicano Radical Socialista, encabezado por

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Marcelino y Domingo y Álvaro de Albornoz, que se había mantenido al margen de la


Alianza.
3 La gran mayoría de los diputados de Acción Republicana habían sido elegidos en
candidaturas de las que formaban parte también los radicales y, aunque la disciplina de
voto en aquellas Cortes era más bien escasa, votaron a menudo con ellos en los debates
constitucionales, mientras que los radicales socialistas solían optar por posiciones más
izquierdistas, a menudo en coincidencia con el PSOE.4 Ello ocurrió, por ejemplo, cuando
a comienzos de octubre se debatió la cuestión de la propiedad y los diputados de Acción
Republicana se unieron a los radicales para enmendar la propuesta socialista que
anunciaba una socialización gradual de la propiedad, sin indemnización en los casos en
que la necesidad social lo exigiera, propuesta que tuvo en cambio el apoyo de los
radicales socialistas.5 De hecho, ya en julio Albornoz había declarado que, cuando el
Gobierno provisional hubiera concluido su tarea, debería gobernar el PSOE con el apoyo
del Partido Radical Socialista y de la Esquerra catalana. 6 Sin embargo, existían también
divisiones internas entre los radicales socialista, cuyo otro líder más destacado,
Domingo, le comentó a Azaña que Albornoz estaba loco y que sus compañeros de
partido jugaban a las revoluciones. Azaña anotó en su diario que con los radicales
socialistas no podría entenderse, no por diferencia de ideas, pues todos los republicanos
pensaban lo mismo, sino por disparidad de temperamentos, porque aquel partido
estaba lleno de “gentes díscolas y arrebatadas”.7
4 Sin embargo, Azaña terminaría por ligar su suerte a la de socialistas y radicales
socialistas. En octubre, cuando Alcalá Zamora dimitió tras la aprobación de las cláusulas
anticlericales de la Constitución, fue Azaña quien formó un gobierno de coalición
republicano-socialista, amputado sólo del sector más conservador del republicanismo, y
en diciembre los radicales aprovecharon la crisis de gobierno que se produjo tras la
elección de Alcalá Zamora como presidente de la República para pasar a la oposición.
Durante casi dos años Azaña llevaría pues a cabo una difícil política de reforma
profunda del Estado y de la sociedad españolas, basándose en el apoyo del PSOE, que
abogaba por una política de socialización contraria a los principios del republicanismo
y cuya política a nivel local le enfrentó a las clases medias, y de los diputados “díscolos
y arrebatados” del Partido Radical Socialista, parte de los cuales se sumarían en 1933 a
la marea de críticas contra el PSOE y a favor de un cambio de gobierno.
5 ¿Cómo se llegó a esa situación? Hubo varios factores importantes. En primer lugar, el
PSOE no deseaba asumir la presidencia del gobierno hasta que estuviera en condiciones
de aplicar su propio programa, pero deseaba impulsar una política gubernamental de
izquierda. En segundo lugar, una parte importante de los diputados republicanos,
carentes por completo de experiencia gubernamental, se sentían más atraídos por la
perspectiva de una ruptura radical con la tradición española, como la propugnada por
Azaña, que por el intento de consolidar la democracia republicana mediante una
política de atracción hacia los sectores conservadores, como la que proponía Lerroux. Y
además este último, a diferencia de Azaña, demostró en aquellos meses decisivos una
notoria falta de liderazgo. Él era el líder por excelencia del republicanismo histórico y
el jefe indiscutido del partido republicano con mayor representación parlamentaria,
pero no sólo había permitido que la desconfianza de sus compañeros del gobierno
provisional le relegara a la posición poco relevante de ministro de Asuntos exteriores,
sino que aprovechó esa posición para acudir siempre que pudo a los debates de la
Sociedad de Naciones en Ginebra, donde no brilló por su conocimiento de los asuntos

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internacionales. Su voz tampoco se oyó en las Cortes cuando estaba en Madrid, así es
que no jugó papel alguno en los decisivos debates constitucionales en los que se jugaba
la orientación de la naciente democracia republicana. En palabras de su colaborador
Diego Martínez Barrio, Lerroux había asumido el papel de “gran ausente”. 8
6 En esas condiciones, quedaba en el aire su autoproclamado papel de integrador de los
sectores conservadores en una República “para todos los españoles”, tal como había
proclamado en la campaña electoral.9 Al no haber intentado evitar que se aprobaran los
artículos más polémicos de la Constitución, especialmente el 26, de fuerte contenido
anticlerical, se había situado en una situación difícil para cuando tuviera la ocasión de
aplicar su proyecto de centrar a la República. Cierto es que Lerroux no debía suponer
por entonces que su futuro gobierno iba a depender de una derecha católica con fuerte
representación parlamentaria. Su estrategia en diciembre de 1931 parece haber sido la
de esperar a que la coalición de izquierdas presidida por Azaña fracasara, para recibir a
continuación del presidente de la República el encargo de formar un gobierno que
presidiera la celebración de nuevas elecciones. No se olvide que, en la tradición
española, el gobierno que organizaba unas elecciones siempre las ganaba. Sin embargo,
a principios de septiembre, Alcalá Zamora había asegurado a Azaña que ningún
presidente de la República entregaría a un gobierno presidido por Lerroux el decreto de
disolución de las Cortes Constituyentes, “porque volver a las mayorías homogéneas,
sacadas a la fuerza, sería destruir la República”.10
7 La desconfianza del presidente Alcalá Zamora se convertiría, en 1934 y 1935, en un serio
obstáculo para los planes de Lerroux, pero las relaciones de aquél con Azaña, en 1932 y
1933, fueron también difíciles. En realidad, en sus esfuerzos por evitar que la República
se escorara demasiado hacia la izquierda o hacia la derecha, Alcalá Zamora tendió a
excederse en sus intervenciones presidenciales. Cuando en junio de 1933 aprovechó que
Azaña le planteara una remodelación de su gobierno para forzar su dimisión, éste lo
consideró una “atrocidad”, porque consideraba que en un régimen parlamentario el
presidente de la República sólo podía retirar su confianza a un gobierno en el caso de
que éste hubiera perdido unas elecciones o recibido un voto desfavorable de las Cortes.
11

8 No le faltaba razón, pero lo cierto es que para entonces la posición política de Azaña era
mucho más endeble de lo que él parecía suponer. Sus dos años de gobierno habían sido,
por diversos motivos, muy difíciles. La política laboral de los socialistas, con el líder de
la UGT Francisco Largo Caballero en el ministerio de Trabajo, exasperó a los
propietarios grandes y pequeños y no contribuyó para nada a reducir la hostilidad
hacia la República de la CNT, que se negó a aceptar el marco de relaciones laborales
diseñado por sus rivales de la UGT. En julio de 1933 un sector del propio Partido Radical
Socialista, encabezado por Félix Gordón Ordax, exigió a Azaña una revisión de la
política laboral impulsada por Caballero, que en su opinión implicaba un ataque a la
libertad de trabajo en beneficio de los afiliados a la UGT. 12 La aprobación del estatuto de
Cataluña satisfizo viejas aspiraciones catalanas, pero irritó a los sectores que veían en
ello una concesión al separatismo, y aunque Azaña fue un firme impulsor del mismo, no
faltaban incluso en su partido los diputados hostiles al estatuto, hasta el punto de que
en el verano de 1932 su aprobación en las Cortes pareció peligrar, aunque fue
finalmente votado tras el fracaso de la intentona golpista del general Sanjurjo. 13 La ley
de Confesiones y congregaciones religiosas de 1933, que implicaba la prohibición de los
centros de enseñanza regidos por las órdenes religiosas, presentada por el diputado

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radical socialista Fernando Valera como un “ley de paz”, no lo fue en absoluto y dio
mayor fuerza a la movilización de la derecha católica.14 Y en fin, la política de orden
público se vio dificultada por protestas violentas de los trabajadores, a veces
impulsadas por los socialistas, frente a las cuales la respuesta de las fuerzas del orden
fue a menudo brutal y letal. Lo más grave fueron las sucesivas insurrecciones
promovidas por la CNT, una de las cuales, la de enero de 1933, dio lugar a la matanza de
Casas Viejas, en la que una docena de campesinos detenidos fueron asesinados a sangre
fría por un grupo de guardias de asalto, lo que a su vez se convirtió en un escándalo que
explotaron a fondo contra Azaña todos los enemigos del gobierno, incluidos los
radicales.15
9 El propio Azaña concebía inicialmente la colaboración con el PSOE como una etapa
temporal, necesaria para el afianzamiento de la República, que más tarde había de dar
paso a gobiernos exclusivamente republicanos. En el verano de 1931 había anotado en
su diario que, dado el estado de “guerra civil” existente entre UGT y CNT, sería
conveniente que los socialistas se retiraran del gobierno, aunque no veía clara la
posibilidad de una coalición alternativa.16 Sin embargo, tras su ruptura con los
radicales, no tardó en otorgar un valor histórico a la incorporación de los socialistas a
la República, más allá de su presencia o no en el gobierno. Lo afirmó en un importante
discurso pronunciado el 14 de febrero de 1933, en el que concluyó que se trataba de
saber si era posible hacer “una transformación profunda de la sociedad española” que
le evitara “los horrores de una revolución social”.17 El problema fue que un sector
numeroso del PSOE, encabezado por Caballero, se fue orientando progresivamente
hacia la revolución social, sin que Azaña pareciera inquietarse por ello. No se
encuentra, por ejemplo, ningún comentario en su diario a un discurso pronunciado por
Caballero el 15 de agosto de 1933, cuando todavía era ministro, en el que afirmó estar
convencido de que realizar una obra socialista dentro de una “democracia burguesa”
era imposible y que después de la República sólo podría venir un régimen socialista,
“nuestro régimen”.18
10 El choque entre socialistas y radicales había comenzado mucho antes, incluso cuando
ambos partidos formaban parte del gobierno provisional, pues el 30 de junio de 1931 el
ministro socialista Indalecio Prieto había afirmado que un gobierno Lerroux no
contaría ni con la colaboración, ni con el apoyo, ni con la confianza del PSOE. 19 En el
ámbito rural, los choques entre los afiliados radicales de clase media y los jornaleros
afiliados a la UGT daban un trasfondo social a la rivalidad política de ambos partidos y
algo similar ocurría también en el ámbito urbano.20 En octubre de 1931, los socialistas
ya veían en Lerroux al “caudillo de las derechas”, mientras que se presentaban a ellos
mismos como “la fuerza única” que impulsaba la revolución. 21 Lerroux, por su parte,
calificó a los socialistas de “asesinos de la libertad” en un discurso que pronunció el 10
de julio de 1932, en el que denunció además al gobierno de Azaña por estar provocando
unos “actos de rebeldía” que no podrían ser reprimidos sólo por la fuerza, porque se
apoyaban “en fundamentos de razón”.22 Era una forma muy poco disimulada de
estimular a quienes estaban preparando un golpe militar y ello nos conduce a la
cuestión de la complicidad de Lerroux con la intentona del general Sanjurjo del 10 de
agosto de 1932. El análisis de Nigel Townson lleva a la conclusión de que el líder radical
estaba al corriente de que el general tramaba un golpe y que probablemente esperaba
beneficiarse del mismo, aunque se mantuvo en una posición discreta y optó por
ausentarse de Madrid la noche en que se produjo. Sin embargo sólo un estrecho grupo
de colaboradores de Lerroux estaban al tanto y el Partido Radical en su conjunto no

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estuvo implicado. Martínez Barrio había denunciado las actividades conspirativas y los
radicales sevillanos se opusieron activamente al golpe de Sanjurjo en la ciudad
andaluza.23
11 El renacimiento de la solidaridad republicana provocado por la intentona de Sanjurjo,
que permitió la aprobación del estatuto de Cataluña y de la reforma agraria, fue sin
embargo de escasa duración. La matanza de Casas Viejas, en enero de 1933, proporcionó
a los radicales la coartada necesaria para lanzarse a una oposición implacable contra el
gobierno de Azaña. En un discurso que parecía justificar en parte el recurso a las armas
por parte de los extremistas de derecha e izquierda, Lerroux afirmó en las Cortes que
así como el fracaso político del gobierno había culminado en el intento de golpe de
Estado de agosto, su fracaso social había dado lugar al levantamiento de la CNT. 24
Durante varios meses los radicales y otros grupos de la oposición obstruyeron la labor
del gobierno mediante la presentación de centenares de enmiendas a sus proyectos,
que quedaban así paralizados a no ser que el gobierno recurriera a la drástica medida
de hacer votar el final del debate, lo que se conocía como “guillotina”. Los radicales
apoyaron, sin embargo, la aprobación en mayo de la anticlerical ley de congregaciones.
25

12 La posición política del gobierno se veía además amenazada por el crecimiento en el


seno del Partido Radical Socialista de una corriente contraria a la colaboración con los
socialistas. Los síntomas de que el gobierno había perdido el apoyo de una buena parte
de la opinión pública se multiplicaban y en junio de 1933 Alcalá Zamora forzó la
dimisión de Azaña, a quien sin tuvo que encargar de nuevo que formara gobierno, tras
haber comprobado la imposibilidad de una mayoría alternativa en aquellas Cortes. Fue
sin embargo una prorroga puramente temporal, pues el 7 de septiembre el presidente
de la República retiró su confianza a Azaña y el 15 de septiembre Lerroux logró
finalmente formar su primer gobierno, de fue de concentración republicana y en el que
el partido de Azaña estuvo representado por un ministro, no sin que ello creara
disgusto en su seno. Por su parte, el Partido Radical Socialista se escindió a finales de
septiembre.26
13 Lerroux sabía que con aquellas Cortes de orientación izquierdista no iba a poder
gobernar, pero a su vez sabía que no era fácil que Alcalá Zamora le diera el decreto de
disolución. Se presentó a las Cortes con un discurso muy provocativo, en el que las
acusó de estar divorciadas de la opinión (como era cierto, según se demostraría en las
elecciones) y el 3 de octubre fue derrotado en una moción de desconfianza presentada
por Prieto. En aquella difícil situación, Alcalá Zamora encargó formar gobierno a
Martínez Barrio, una solución que Lerroux aceptó, aunque luego en sus memorias la
descalificaría como una traición. También se avino a aceptar, como le solicitaron Azaña
y Domingo, que Martínez Barrio solicitara la incorporación de los socialistas a su
gobierno. Parecía pues que era posible reconstruir la coalición que había fundado la
República, al menos a efecto de presidir las próximas elecciones, pero fueron los
socialistas quienes se negaron a incorporarse al nuevo gobierno, en el que sí estarían
representados los partidos de Azaña y Domingo.27 La coalición republicano-socialista se
había roto definitivamente y el PSOE no tardaría en orientarse hacia la ruptura con las
instituciones republicanas y la toma revolucionaria del poder. En agosto Caballero
había recordado que en la transición del capitalismo al socialismo era inevitable la
dictadura del proletariado y en septiembre afirmó que el choque seria inevitablemente
violento.28

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14 Sin embargo, en aquel mes de julio el gobierno de Azaña había hecho aprobar por las
Cortes una ley electoral que pretendía forzar a los partidos a coaligarse, al menos en la
segunda vuelta, y para ello establecía que para vencer en la primera una candidatura
debía alcanzar al menos el 40% de los votos, un porcentaje difícilmente alcanzable para
un partido aislado. A Alcalá Zamora ello le había parecido un error gravísimo porque,
según le explicó a Azaña, iba a forzar a los electores a dividirse en dos bandos y, si
tenían que elegir entre los socialistas y las derechas, la mayoría preferiría a estas,
mientras que los republicanos se verían obligados a mendigar el apoyo de los unos o de
las otras. Eran palabras proféticas, porque escindidos los republicanos en un ala
izquierda y un ala derecha incapaces de entenderse, un sistema electoral mayoritario
que primaba a las coaliciones les forzaría a depender de aliados incómodos, como lo
demostrarían ser tanto la CEDA como los socialistas. En julio de 1933 Azaña parecía
creer que la coalición republicano-socialista era sólida, pero unas semanas después de
aprobada la ley electoral, se dio cuenta del peligro que se avecinaba. “Los socialistas -
escribió en su diario el 26 de agosto- acaban de votar una nueva ley electoral que hemos
planteado juntos partiendo del supuesto de la coalición, que nos aseguraría grandes
mayorías. Que ahora, vigente esa ley, quieran, como piden ya algunos, romper la
coalición, sería un suicidio.” 29
15 Aunque no faltaron, en algunas localidades, las coacciones y los incidentes violentos, de
los que fueron responsables elementos de todos los partidos, las elecciones generales de
1933 fueron las más honestas que se hubieran celebrado en España hasta entonces. El
gobierno de Martínez Barrio intervino en su desarrollo menos que cualquiera de sus
predecesores y en especial destacó por su limpieza la gestión del ministro de
Gobernación, el independiente Manuel Rico Avello.30 En contra de lo supuesto por
Azaña, el 80% de los diputados fueron elegidos en la primera vuelta, que resultó
catastrófica para los republicanos de izquierda, excepto en Cataluña. En conjunto, los
partidos de derechas ajenos a la coalición fundadora de la República obtuvieron 250
escaños, los republicanos de centro 127, los de la izquierda obrera 62 y los de la
izquierda republicana 33.31 De estos últimos, dieciocho correspondieron a los
nacionalistas catalanes de Esquerra Republicana, lo que significa que los republicanos
de izquierda del resto de España, que en muy pocas circunscripciones lograron
coaligarse con los radicales o con los socialistas, sólo obtuvieron quince.
16 En su conjunto las izquierdas obtuvieron aproximadamente un tercio de los votos, que
debido al carácter mayoritario del sistema electoral les proporcionaron tan sólo un 20%
de los escaños, y es importante destacar que ello no se debió sólo a la ruptura entre
socialistas y republicanos. Si los partidos representados en el gobierno de Azaña
hubieran sumado sus votos, sus resultados hubieran sido mejores, pero aun así sólo
habrían triunfado en la cuarta parte de las circunscripciones. En cambio la coalición del
primer gobierno Azaña, que incluía a los socialistas y los radicales, habría triunfado en
dos tercios de ellas, mientras que una coalición republicana lo habría hecho en casi la
mitad. Los enfrentamientos del primer bienio habían supuesto, sin embargo, la escisión
definitiva del republicanismo y lo que las urnas demostraron en 1933 es que la mayoría
de los ciudadanos rechazaba la política de Azaña y los socialistas. 32 En cuanto a la
hipótesis de que el voto femenino, que se ejerció por primera vez en 1933, pudo haber
resultado decisivo para el triunfo de las derechas, como arguyeron algunos portavoces
de las izquierdas, parece que puede descartarse a la luz del estudio más reciente y
exhaustivo de estas elecciones.33

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17 Los republicanos de izquierda no aceptaron de buen grado el veredicto de las urnas y


hay indicios de que pretendieron una inmediata disolución de las Cortes recién
elegidas, aunque este punto no ha sido plenamente esclarecido. 34 Lo indudable es que el
5 de diciembre Manuel Azaña, Marcelino Domingo y Santiago Casares Quiroga
dirigieron a Martínez Barrio una carta en la que planteaban la urgente necesidad de
que se formara un gobierno republicano que diera la seguridad de que el rumbo de la
República no iba a “desviarse peligrosamente”, una afirmación que sólo puede
interpretarse como una exigencia de que no se hicieran concesiones a la mayoría
derechista de las nuevas Cortes. Añadían, además, que sólo así podrían evitarse
“resoluciones ulteriores”, guiadas por “los más altos intereses del país”, lo que parecía
implicar una velada amenaza a recurrir a medios no constitucionales para evitar que
quienes habían ganado las elecciones pudieran imponer una nueva orientación política.
35

18 En realidad los resultados electorales permitieron el regreso de Lerroux a la jefatura del


gobierno, pero en condiciones difíciles, porque dependía de la benevolencia
parlamentaria de las derechas “accidentalistas” agrupadas en la CEDA, que con 115
escaños constituían el grupo parlamentario más numeroso, por delante de los 104 de
los radicales. Entre el centro republicano y la derecha accidentalista había posibilidades
de acuerdo respecto a la revisión de algunos aspectos de la política izquierdista del
primer bienio, pero las diferencias eran también notables, hasta el punto de que José
María Gil Robles llegó a escribir en sus memorias que del ideario de Lerroux le apartaba
un abismo.36 Baste recordar que el radical era un partido laico que había votado a favor
de la Constitución de 1931, mientras que la CEDA era un partido confesional católico
que aborrecía esa Constitución y aspiraba a un nuevo modelo de Estado, nunca bien
precisado, pero que parecía alejarse bastante de la democracia parlamentaria que
aquella consagraba. En enero de 1934, Gil Robles explicó en una entrevista que, si en el
momento apropiado no se le permitía a la CEDA gobernar, tendrían que explicar al
pueblo que la vía de la democracia no servía y buscar “otras soluciones”, una posición
bastante similar a la adoptada por Largo Caballero en el verano de 1933. 37
19 Lerroux daba además muestras de cansancio y, en palabras de Townson, fue un jefe de
gobierno “carente de energía y firmeza”.38 Estuvo dispuesto a hacer muchas
concesiones a la CEDA, pero con ello perdió el apoyo del ala izquierda de su propio
partido y del presidente de la República, que estaba decidido a frenar las ambiciones de
Gil Robles. El descontento de algunos radicales por la orientación derechista del
gobierno Lerroux, visible en temas como la política de orden público, la sustitución de
ayuntamientos por motivos políticos, el incumplimiento de la legislación anticlerical y
de la legislación laboral, condujo en mayo de 1934 a la escisión de Martínez Barrio y
otros veintiún diputados, que en agosto de ese año confluyeron con Gordón Ordax y
otros náufragos del radical-socialismo en un nuevo partido que se denominó Unión
Republicana, en una muestra de la porosidad de las fronteras entres los dos sectores en
que el republicanismo se había dividido en 1931.39
20 Previamente se había producido el choque entre Lerroux y Alcalá Zamora, quien
manifestó su descontento con la ley de amnistía que puso en libertad a los golpistas de
1932 en una extensa nota en la que manifestó sus objeciones personales y, cuando poco
después Lerroux le presentó su dimisión por una cuestión protocolaria, se la aceptó y
encargó formar gobierno a otro miembro del Partido Radical, Ricardo Samper. Esto
demostró no sólo la voluntad del presidente de la República de controlar al gobierno,

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sino la falta de cohesión en el Partido Radical y de firmeza en Lerroux, que se dejó


marginar. Como ha escrito Townson, al no ser el líder de su partido, Samper careció de
autoridad desde el principio, pero su posición se vio ulteriormente debilitada por la
escisión de Martínez Barrio, que le privó de un útil contrapeso frente al ala derecha de
su partido. Con todo, el gobierno Samper representó un significativo esfuerzo de llevar
a cabo una política de centro, visible en su gestión de los conflictos laborales, cuya
equidistancia no satisfizo a la patronal ni a los sindicatos; en sus esfuerzos por
satisfacer las demandas de la Federación Nacional de Trabajadores del Campo de la
UGT, que no evitó la huelga general agraria de junio; y finalmente en su voluntad
negociadora con el gobierno catalán respecto al conflicto surgido en torno a la ley de
contratos de cultivo.40
21 El nuevo partido azañista de Izquierda Republicana, surgido en abril de 1934 por la
fusión de Acción Republicana con los radicales socialistas de Marcelino Domingo y los
republicanos gallegos de Santiago Casares Quiroga, optó sin embargo por una oposición
radical frente al gobierno de Samper y en su declaración fundacional llamó a una
“movilización de la España republicana” que rectificara el rumbo del régimen. 41 Para
ello no podrán contar con los socialistas, que habían descartado por completo nuevos
acuerdos con los republicanos y optado por la conquista del poder, aunque remitieron
su alzamiento al momento en que se produjera una provocación de la derecha. 42 El
propio Azaña adoptó un tono revolucionario, y en abril afirmó en un discurso a que por
encima de la Constitución estaba la República y por encima de la República la
Revolución, pero ello no implicaba que se planteara, como los socialistas, una
insurrección armada.43 No excluyó el recurso al presidente de la República y en una
reunión que tuvo con Felipe Sánchez Román, Diego Martínez Barrio y Miguel Maura,
este último recibió el encargo de plantear a Alcalá Zamora “la posibilidad de rescatar la
República mediante un gobierno nacional de defensa republicana”. La gestión de
Maura, realizada el 5 de junio, no obtuvo sin embargo resultado. Un mes después, el 7
de julio, fue Martínez Barrio quien se entrevistó con el presidente para proponerle, de
acuerdo con Azaña y Sánchez Román, la formación de un “gobierno nacional
republicano” y en un breve plazo la disolución de las Cortes. Tras rechazar Alcalá
Zamora esta propuesta, Martínez Barrio le advirtió que “los republicanos todos” se
sentían “fuera de toda solidaridad” con aquella manera de dirigir la República. 44 Esto
implicaba que los líderes republicanos de izquierda no consideraban que el gobierno de
Samper fuera republicano y que buscaban la salvación de la República en la formación
de un gobierno minoritario que en unos meses convocara nuevas elecciones y por
supuesto las ganara. Sin embargo, esto último resultaba por lo menos dudoso, dado que
los socialistas mostraban nula disposición a renovar la coalición electoral con los
republicanos y que la posibilidad de cocinar una victoria en el ministerio de la
Gobernación, como era habitual en la monarquía, quizá no fuera ya factible en las
condiciones de movilización política de los años treinta. Lo cierto es que el 27 de julio
Sánchez Román, Azaña y Martínez Barrio, suscribieron un manifiesto en que
declaraban hallarse “fuera de toda solidaridad moral y política” con las conductas y
métodos que desfiguraban la República (entiéndase, las del gobierno de Samper y las
del presidente de la República, que se había negado a darles el poder a ellos). Este
manifiesto no llegó sin embargo a hacerse público, debido a la oposición de Maura. 45
22 Poco después de que Alcalá Zamora rechazara las exigencias de Martínez Barrio, Azaña
había podido comprobar que la negativa socialista a todo acuerdo era inamovible.
Según explicó el propio Azaña en carta a un íntimo amigo, en una reunión celebrada el

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14 de julio Caballero le explicó que los socialistas habían acordado “no colaborar con los
republicanos ni para la paz ni para la guerra”, porque iban a hacer la revolución ellos
solos.46 A aquella reunión entre republicanos y socialistas asistió también Joan Lluhí,
consejero de Justicia de la Generalitat catalana, quien agradeció al PSOE su apoyo a la
Generalitat en el caso de que se le pretendiera arrebatar a Cataluña su autonomía, pero
advirtió que la Esquerra no apoyaría un gobierno exclusivamente socialista, como el
que Caballero pretendía implantar.47
23 Fracasadas las gestiones con Alcalá Zamora y con Largo Caballero, el único posible
aliado que le restaba a Azaña para impulsar un cambio de rumbo era el gobierno de la
Generalitat, enfrascado en un grave conflicto institucional por su negativa a aceptar la
anulación de la ley catalana de cultivos por el Tribunal de Garantías constitucionales.
Ahora bien, Azaña se trasladó aquel verano a Cataluña, para tomar las aguas en un
balneario, y regresó de nuevo a fines de septiembre, para asistir al entierro de un
colaborador. Así es que se hallaba en Barcelona cuando el 6 de octubre, en respuesta a
la entrada de la CEDA en el gobierno, el presidente de la Generalitat, Lluis Companys,
proclamó el Estado catalán, iniciando una insurrección que fue aplastada en pocas
horas. Qué conversaciones tuvo Azaña con los políticos catalanes y cuál fue el propósito
de su permanencia en Barcelona son cuestiones que no se han esclarecido, pero lo
cierto es que no apoyó la insurrección nacionalista de Companys, aunque en mi opinión
sí habría estado dispuesto a apoyar desde Barcelona un pronunciamiento pacífico
encaminado a cambiar el rumbo de la República, traicionada en su opinión por quienes
habían dado entrada en el gobierno a la derecha accidentalista. 48 Un propósito de
ruptura con la legalidad que había expresado en un discurso pronunciado el 30 de
agosto en Barcelona, cuando afirmó que si un día la República se viera “en poder de los
monárquicos más o menos disfrazados”, no habría justificación constitucional que
valiera y “sería hora de pensar que habiendo fracasado el camino del orden y de la
razón, habríamos de conquistar a pecho descubierto las garantías de el porvenir no
volviera a ponerse tan oscuro”. 49
24 Gil Robles, muy descontento con la moderación centrista de Samper, había anunciado
en agosto que, de seguir en esa línea, le retiraría su apoyo cuando el 1 de octubre se
reabrieran las Cortes. El propio Lerroux consideró correcta esta posición de la CEDA y el
ministro de Gobernación Rafael Salazar Alonso, miembro destacado del ala derecha del
Partido Radical, consideraba incluso que la entrada del gobierno de la CEDA tendría la
ventaja de que forzaría a los socialistas a precipitar la revolución que habían anunciado.
En el grupo parlamentario radical había disparidad de opiniones respecto a la CEDA,
pero la única opción alternativa a la aceptación de sus exigencias era la disolución de
las Cortes, algo que ni los radicales ni el propio Alcalá Zamora deseaban. Así es que el 4
de octubre se anunció la formación de un nuevo gobierno de Lerroux, con la
participación de tres ministros de la CEDA, pero sin la presencia de Salazar Alonso, a
quien Alcalá Zamora era contrario.50 El resultado fue el pronunciamiento de Companys,
fácilmente aplastado, y una insurrección socialista que en Asturias se convirtió en una
pequeña guerra civil. Los republicanos de izquierda no participaron en el uno ni en la
otra, pero ello no evitó que algunos de ellos fueran perseguidos por su supuesta
complicidad. El propio Azaña fue detenido y las Cortes concedieron el suplicatorio para
procesarle por la rebelión de Barcelona, pero el Tribunal Supremo no encontró
fundamento suficiente para hacerlo y el 28 de diciembre fue puesto en libertad.

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25 “Los levantamientos de octubre de 1934 –ha escrito Townson- constituyeron un golpe


devastador para las aspiraciones centristas del Partido Radical”. 51 Tras la derrota de las
insurrecciones, la CEDA se sintió más legitimada en sus exigencias y algunos radicales,
entre ellos Salazar Alonso, se sumaron a su aspiración de que se procediera al
aplastamiento definitivo de las izquierdas. El periódico radical Renovación acusaba por
ejemplo a los maestros de izquierdas de promover el adoctrinamiento revolucionario
de sus alumnos, por lo que pedía una depuración de los docentes. 52 Otros radicales,
como Ricardo Samper, defendían en cambio una política de reconciliación, mientras
que Lerroux, como era habitual, se mostró ambiguo. Lo cierto es que el gobierno cedió
ante la presión del presidente Alcalá Zamora para que se conmutara la pena a unos
oficiales que habían sido condenados a muerte por su participación en la rebelión de la
Generalitat. Esto provocó indignación en la CEDA, que poco después demostró su poder
cuando forzó la destitución de dos ministros radicales, Ricardo Samper y Diego Hidalgo,
acusados de no haber sido suficientemente previsores respecto a la amenaza
izquierdista.53 Internamente escindido y sometido a la fuerte presión de la derecha
accidentalista, de la que dependía su mayoría parlamentaria, el Partido Radical se veía
abocado a un proceso de pérdida de identidad que terminó por conducirle a la
irrelevancia política. Un proceso al que contribuyeron tanto la debilidad del líder
radical como el excesivo intervencionismo del presidente de la República, que en su
deseo de mantener el rumbo centrista de la República obstaculizó a Lerroux como antes
había obstaculizado a Azaña.
26 Cuando en marzo de 1935 el propio Lerroux tomo la iniciativa para conmutar la pena a
los dirigentes socialistas de la insurrección asturiana, los tres ministros de la CEDA
dimitieron. El gobierno que Lerroux formó entonces sin participación cedista, sólo
pudo mantenerse unas semanas, falto de mayoría parlamentaria. Las alternativas para
los radicales eran de nuevo o la convocatoria de unas elecciones anticipadas, que
temían, o la rendición ante las exigencias de la CEDA, por la que finalmente optó
Lerroux cuando formó en mayo su quinto gobierno, en el que entraron cinco ministros
de la CEDA y los radicales quedaron en minoría. La decepción que ello provocó en el ala
izquierda del partido fue enorme y en la votación de confianza al nuevo gobierno se
abstuvo la cuarta parte de los diputados radicales. El incumplimiento de la legislación
laboral y la marginación de los militares más identificados con la República probaron la
orientación netamente derechista del nuevo gobierno. Los radicales se opusieron sin
embargo a la radical reforma de la Constitución que pretendía la CEDA. 54
27 El escándalo del estraperlo, motivado por una denuncia por corrupción remitida en
mayo al presidente de la República por Daniel Strauss, un empresario que había tratado
de obtener la licencia para un juego de azar mediante sobornos a políticos radicales, fue
sólo la última gota que colmó el vaso del descrédito en que había caído Lerroux, quien
se vio forzado a dimitir en septiembre. Hay indicios que Azaña y Prieto contribuyeron a
que la denuncia se remitiera directamente a Alcalá Zamora y de que este la aprovechó
para hundir a Lerroux, a quien la CEDA tampoco hizo nada por defender. 55 En las
elecciones de febrero de 1936, presididas por un gobierno de centro impuesto por el
presidente de la República, los radicales sólo obtuvieron ocho escaños, seis de ellos en
coalición con la derecha, y el propio Lerroux quedó fuera de las Cortes. 56 Era el fin del
lerrouxismo.
28 Para Azaña, en cambio, el año 1935 trajo consigo una enorme recuperación de su
popularidad. Las víctimas de la represión se habían convertido en mártires para las

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izquierdas, como para la derecha lo eran las víctimas de la insurrección, incluidos los
clérigos asesinados en Asturias, y en ese estado de ánimo, los casi tres meses de
encarcelamiento de Azaña le convirtieron en el símbolo de la República izquierdista del
primer bienio, que había que recuperar. Intelectuales de primera fila como Azorín,
Américo Castro, León Felipe, Federico García Lorca, Juan Ramón Jiménez, Gregorio
Marañón y Ramón del Valle Inclán figuraron entre los firmantes de una carta colectiva
en favor del encarcelado Azaña, en noviembre de 1934.57 Y una vez liberado, los
llamados discursos en campo abierto que el líder de Izquierda Republicana pronunció
en mayo en Valencia, en julio en Baracaldo y en octubre en el campo de Comillas, junto
a Madrid, atrajeron a multitudes y demostraron la inmensa fuerza política que volvía a
tener. Su discurso volvía a ser de centro-izquierda, sin las veleidades revolucionarias
del año anterior. En Comillas defendió “una política estrictamente basada en la
Constitución”, la cual era “reformista en lo social, pero no socialista ni socializante” y
llamó a “desterrar de todas partes el espíritu de venganza”. Había que “destruir
absolutamente los privilegios de las clases adineradas”, pero no con un espíritu de
desquite, sino con el propósito de dar estabilidad a la sociedad española. En concreto
llamó a que la coalición vencedora en las próximas elecciones restableciera y aplicara la
legislación educativa y laboral del primer bienio, reorganizara la justicia, impulsara la
reforma agraria, y adoptara una política fiscal y presupuestaria encaminada a “romper
las grandes concentraciones de riqueza territorial y mobiliaria”. 58
29 La aplicación de ese programa exigía sin embargo ganar las elecciones y ello implicaba
un acuerdo electoral con un Partido Socialista escindido en dos alas, la encabezada por
Prieto, que deseaba un nuevo acuerdo con los republicanos, y la encabezada por
Caballero, que mantenía la línea estrictamente revolucionaria adoptada en 1934.
Martínez Barrio, que coincidía con Azaña y Prieto en la necesidad de una coalición
republicano-socialista, se sentía sin embargo inquieto ante el peligro de verse
arrastrados hacia una política demasiado izquierdista y en un discurso de noviembre de
1935 advirtió que lo primero que necesitaba el país era consolidar la República y que
cualquier otro salto hacia delante, impetuoso e imprudente, “aparejaría rápidamente la
vuelta a una situación de tiranía y esclavitud.59
30 La derrota de Largo Caballero en el consejo nacional del PSOE, abrió la puerta a una
nueva coalición republicano-socialista, esta vez con la incorporación de los comunistas
como socios menores, que ha pasado a la historia con la denominación de Frente
Popular. El 16 de enero se dio a conocer el manifiesto conjunto suscrito por las
organizaciones que integraron el Frente Popular, cuyo programa quedó encomendado a
un gobierno exclusivamente republicano, porque los socialistas no quisieron
comprometerse de nuevo en la responsabilidad del poder. Sólo un pequeño partido
republicano, el encabezado por Felipe Sánchez Román, que había participado en la
negociación del acuerdo, se negó a suscribir el manifiesto, debido a que no habían sido
aceptadas dos exigencias que presentó: que los firmantes renunciaran expresamente a
la táctica revolucionaria, incluso en su propaganda, y que pusieran fin la militarización
de sus juventudes.60 En definitiva lo que Sánchez Román exigía era que la izquierda
obrera se reintegrara a los cauces exclusivos de la legalidad, pero ello iba en contra de
la estrategia revolucionaria caballerista, a pesar de lo cual Azaña y Martínez Barrio
siguieron adelante con el Frente Popular.
31 En la primera vuelta, que fue decisiva en la gran mayoría de las circunscripciones, las
candidaturas del Frente Popular recibieron aproximadamente los votos de un tercio del

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censo electoral, las de derechas otro tanto y las estrictamente de centro, auspiciadas
por el gobierno, las de un 5 %, mientras que algo más de la cuarta parte de los electores
se abstuvieron.61 La ley electoral dio al Frente Popular una holgada mayoría absoluta,
pero lo cierto es que el gobierno que Azaña formó en febrero de 1936 fue tan
minoritario como el que Lerroux había formado en diciembre de 1933. Los dos partidos
que lo integraban, Izquierda Republicana y Unión Republicana, sumaban tan sólo 125
escaños, así es que dependían del apoyo externo de los 99 diputados socialistas, de los
37 de la Esquerra y otros partidos catalanes, y de los 17 comunistas. Con el agravante de
que la identificación de caballeristas y comunistas con la Constitución de 1931 no era
mayor que la de Gil Robles y la CEDA.
32 Es probable que este factor fuera uno de los que Azaña tuviera en mente cuando el 19
de febrero anotó en su diario que siempre había temido volver al gobierno en malas
condiciones y que aquellas no podían ser peores.62 A finales de marzo escribió a su
cuñado Cipriano Rivas Cherif que “lo del Frente Popular” andaba mediano, porque en
los pueblos sus componentes no se entendían.63 Pocos días antes le había manifestado
su “negra desesperación” por noticias como estas: “Hoy nos han quemado Yecla: 7
iglesias, 6 casas, todos los centros políticos de derecha, y el Registro de la propiedad”. 64
El 10 de abril concluyó sin embargo una carta a Rivas Cherif con un toque de
optimismo, un broche de oro, porque tres días antes había logrado que las Cortes votaran
la destitución de Alcalá Zamora, “que se disponía a jugarnos una mala partida”. 65 Ello le
abrió la puerta a la presidencia de la República, que desde hacía tiempo ambicionaba:
“ya desde el verano pasado, antes de formarse el Frente y de disolverse las Cortes, al
ver la oleada del ‘azañismo’, solía decir, y muchos lo oyeron, que yo no podía ser más
que Presidente de la República, no sólo por mi comodidad, sino porque es el único
modo de que el ‘azañismo’ rinda lo que pueda dar de sí, en vez de estrellarlo en la
Presidencia del Consejo”.66
33 En realidad, ni Azaña en la presidencia de la República ni su correligionario Santiago
Casares Quiroga en la del gobierno rindieron demasiado: no pudieron frenar ni la
creciente división del Frente Popular, ni el inquietante deterioro del orden público, ni
el auge de las tendencias golpistas en las Fuerzas Armadas. Cabía entonces suponer que
la coalición del azañismo con el caballerismo no iba a resultar más estable que la del
lerrouxismo con la CEDA y que la fachada de unidad del Frente Popular no tardaría en
quebrarse abiertamente, pero no podemos saber si ello habría llegado a acudir, porque
el alzamiento militar de julio de 1936 cambió radicalmente el panorama político.
Cuando en septiembre de aquel año, ya en plena guerra civil, formó gobierno Largo
Caballero, la izquierda republicana quedó reducida a una posición marginal. Era no sólo
el fin del azañismo, sino de la República de 1931.
34 ¿Hasta qué punto contribuyó la escisión del republicanismo al fracaso de la democracia
republicana? Sin entrar en un ejercicio de historia contrafactual, me limitaré a unas
breves reflexiones. En primer lugar, los efectos centrífugos de la competición electoral
suelen hacer difícil que se impongan las tendencias estrictamente de centro, por lo que
lo habitual en las democracias suele ser la alternancia de gobiernos de derecha e
izquierda, de un sólo partido o de coalición, que sin embargo coinciden en los
principios democráticos. En ese sentido si Azaña hubiera retenido a los socialistas en el
terreno de la legalidad republicana y Lerroux hubiera atraído hacia ella a la CEDA, el
resultado muy bien podría haber sido la consolidación de la democracia republicana y
España podría haberse evitado la guerra civil. No fue así y los republicanos fueron en

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parte responsables de ello. Azaña y los suyos no prestaron suficiente atención a la


deriva revolucionaria de los socialistas en 1933, negaron la legitimidad de las Cortes
elegidas ese año y se embarcaron en la aventura del Frente Popular con unos aliados
que no eran del todo leales a la República. Lerroux y los radicales, por su parte, cavaron
un foso demasiado grande respecto a la izquierda republicana con su oposición frontal
a Azaña en 1933 y no supieron darse cuenta de que se estaban poniendo en manos de
una derecha que no sólo era accidentalista respecto a la República, sino que también lo
era respecto a la democracia.

NOTAS
1. GIL PECHARROMÁN, Julio: Historia de la Segunda República Española, Madrid, Biblioteca Nueva, 2002,
p. 58.
2. Sobre el Partido Radical, la obra pionera es la de RUIZ MANJÓN, Octavio: El Partido Republicano
Radical, Madrid, Tebas, 1976, y la más completa es la de TOWNSON, Nigel: La República que no pudo
ser, Madrid, Taurus, 2002. Sobre los partidos de Azaña véase: AVILÉS, Juan: La izquierda burguesa y la
tragedia de la II República, Comunidad de Madrid, 2006. Sobre la trayectoria inicial de Lerroux:
ÁLVAREZ JUNCO, José: El emperador del Paralelo, Madrid, Alianza Editorial, 1990. La mejor biografía de
Azaña es la de JULIÁ, Santos: Vida y tiempo de Manuel Azaña, Madrid, Taurus, 2008. Añádase: ÁLVAREZ
REY, Leandro: Diego Martínez Barrio: palabra de republicano, Ayuntamiento de Sevilla, 2007.
3. Ahora, 11-7-1931 y 14-7-1931. AZAÑA, Manuel: Obras Completas, Madrid, Centro de Estudios
Políticos y Constitucionales, 2008, v. III, pp. 611-612-
4. Sobre las coaliciones electorales de ambos partidos véase AVILÉS: La izquierda…, p. 103. Sobre el
Partido Radical Socialista véase también ÁLVAREZ TARDÍO, Manuel: “La democracia de los radical-
socialistas”, en REY, Fernando del, ed.: Palabras como puños: la intransigencia política en la Segunda
República española, Madrid, Tecnos, 2011.
5. AVILÉS: La izquierda…, pp. 130-131.
6. El Sol, 18-7-1931.
7. AZAÑA: Obras…, v. III p. 686 y 697.
8. MARTÍNEZ BARRIO, Diego: Memorias, Barcelona, Planeta, 1983, p. 58. TOWNSON: La República…, pp.
115-116.
9. Sobre el papel integrador asumido por Lerroux, véase TOWNSON: La República…, pp. 53-55.
10. AZAÑA: Obras…, v. III, p. 711.
11. AZAÑA: Obras…, v. IV, pp. 748 y 753.
12. El Sol, 6 a 9-7-1933. PARTIDO REPUBLICANO RADICAL SOCIALISTA: Texto taquigráfico del III Congreso
Nacional Extraordinario, pp. 143-145 y 197-199.
13. AVILÉS, La izquierda…, pp. 196-200.
14. Discurso de Valera en Diario de Sesiones de las Cortes, 18-2-1933.
15. Este asunto ha sido minuciosamente esclarecido por RAMOS, Tano: El caso Casas Viejas,
Barcelona, Tusquets, 2012.
16. AZAÑA: Obras…, v. III, p. 649.
17. AZAÑA: Obras…, v. IV, pp. 193-204.
18. El Socialista, 13-8-1933.

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19. El Sol, 1-7-1933.


20. TOWNSON, La República…, pp. 108-109 y 137-151.
21. El Socialista, 25-10-1931.
22. El Sol, 12-7-1932.
23. TOWNSON, La República…, pp. 168-179.
24. Diario de Sesiones de las Cortes, 3-2-1933.
25. TOWNSON, La República…, pp. 190-203. AVILÉS, La izquierda…, pp. 239-246.
26. AVILÉS, La izquierda…, pp. 246-280.
27. TOWNSON, La República…, pp. 219-222. AVILÉS, La izquierda…, pp. 287-291.
28. El Socialista, 13-8-1933 y 24-9-1933.
29. AZAÑA: Obras…, v. IV, pp. 795 y 827.
30. Las elecciones de 1933 han sido objeto de un análisis minucioso en VILLA GARCÍA, Roberto: La
República en las urnas, Madrid, Marcial Pons, 2011
31. GIL PECHARROMÁN: Historia…, p. 179.
32. AVILÉS, La izquierda…, pp. 295-303.
33. VILLA GARCÍA: La República…, pp. 359-372.
34. La credibilidad de las versiones que Alcalá Zamora y Martínez Barrio dieron de las gestiones
realizadas por los líderes de la izquierda republicana ha sido objeto de diversas valoraciones.
Véanse AVILÉS, La izquierda…, pp. 304-307; JULIÁ: Vida y tiempo…, pp. 345-346; VILLA GARCÍA: La
República…, pp. 439-442.
35. AZAÑA: Obras…, v. V, p. 664.
36. GIL ROBLES, José María: No fue posible la paz, Ariel, Barcelona, 1968, p. 164.
37. Renovación, 2-1-1934.
38. TOWNSON, La República…, p. 255.
39. TOWNSON, La República…, pp. 255-258 y 264-272. AVILÉS, La izquierda…, pp. 326-333.
40. TOWNSON, La República…, pp. 259-261 y 281-302.
41. AVILÉS, La izquierda…, pp. 320-326.
42. AVILÉS, Juan: “Los socialistas y la insurrección de octubre de 1934”, Espacio, Tiempo y Forma:
Historia Contemporánea, n. 20, 2008, pp. 129-157.
43. Discurso a los jóvenes republicanos, 16-4-1934, en AZAÑA: Obras…, V, p. 98-108.
44. Acta de las reuniones celebradas por Felipe Sánchez Román, Manuel Azaña y Diego Martínez
Barrio, 7-7-1934, en AZAÑA: Obras…, V, pp. 150-152. MARTÍNEZ BARRIO: Memorias, pp. 232-234 y
246-247.
45. Nota conjunta de Felipe Sánchez Román, Manuel Azaña y Diego Martínez Barrio, 27-7-1934,
en AZAÑA: Obras…, V, p. 153. MARTÍNEZ BARRIO: Memorias, pp. 234-237.
46. Carta a Cipriano Rivas Cherif, 23-7-1934, en AZAÑA: Obras…, V, pp. 667-668.
47. LARGO CABALLERO, Francisco: Escritos de la República, Madrid, Editorial Pablo Iglesias, 1985, pp.
114-115
48. AVILÉS, La izquierda…, pp. 353-356. Otro análisis de la cuestión se encuentra en JULIÁ: Vida y
tiempo…, pp. 358-364.
49. Discurso a los republicanos catalanes, 30-8-1934, en AZAÑA: Obras…, V, pp. 154-168.
50. TOWNSON, La República…, pp. 304-311.
51. TOWNSON, La República…, p. 315.
52. Renovación, 10-11-1934.
53. TOWNSON, La República…, pp. 315-320.
54. TOWNSON, La República…, pp. 335-354.
55. TOWNSON, La República…, pp. 364-380.
56. TOWNSON, La República…, pp. 395-396.

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57. AZAÑA: Obras…, V, pp. 197-198.


58. AZAÑA: Obras…, V, pp. 441-464.
59. MARTÍNEZ BARRIO, Diego: Memorias, pp. 281-282.
60. AVILÉS, La izquierda…, pp. 382-384.
61. AVILÉS, La izquierda…, pp. 385-389.
62. AZAÑA: Obras…, V, p. 628.
63. Carta a Rivas Cherif, 29-3-1936, en AZAÑA: Obras…, V, p. 645.
64. Carta a Rivas Cherif, 17-3-1936, en AZAÑA: Obras…, V, p. 640.
65. Carta a Rivas Cherif, 10-4-1936, en AZAÑA: Obras…, V, p. 647.
66. Carta a Rivas Cherif, 14-5-1936, en AZAÑA: Obras…, V, p. 651.

RESÚMENES
Los partidos republicanos tradicionales, que en coalición con los socialistas y con los
republicanos conservadores de procedencia monárquica fundaron la República, obtuvieron la
mayoría de los escaños en las Cortes Constituyentes. Sin embargo muy pronto se escindieron en
dos grandes tendencias, cuyos principales dirigentes fueron Manuel Azaña y Alejandro Lerroux.
Azaña se apoyó en los socialistas para impulsar una política de reformas sociales, mientras que
Lerroux se erigió en líder de la oposición a esas reformas. Las elecciones de 1933 demostraron
que la mayoría de los ciudadanos no apoyaba la gestión de Azaña, pero tampoco Lerroux obtuvo
una mayoría suficiente para gobernar, por lo que hubo de recurrir al apoyo de la derecha
accidentalista. Esta escisión de los republicanos, cuyas dos tendencias enfrentadas hubieron de
gobernar con el apoyo de fuerzas que no se identificaban con el sistema republicano, fue un
factor que dificultó la consolidación de la democracia republicana.

The traditional Republican parties, which in coalition with the Socialists ant the conservative
Republicans of monarchical origin founded the Republic, won a majority of the seats in the
Constituent Assembly. Nevertheless they soon divided in two great political tendencies, whose
main leaders were Manuel Azaña and Alejandro Lerroux. Azaña got the support of the Socialists
for a policy of social reforms, whereas Lerroux rose as the leader of the opposition to those
reforms. The 1933 elections probed that most of the citizens didn’t support Azaña´s policy but
Lerroux did not achieve either a majority large enough to govern and therefore had to rely in the
support the “accidentalista” right (which declared itself neither committed to the Monarchy or
the Republic). This cleavage of the Republicans, whose two opposed tendencies were forced to
govern with the support of forces not committed to the Republican system, was a factor which
made difficult the consolidation of the Republican democracy.

Les partis républicains traditionnelles, qui en coalition avec les socialistes et les républicains
conservateurs d’origine monarchiste avaient fondé la République, gagnèrent une majorité de
sièges dans l’Assemblée Constituante. Ils se divisèrent cependant en deux grands tendances
politiques, dont les dirigeants principales furent Manuel Azaña et Alejandro Lerroux. Azaña eut
l’appui des socialistes pour une politique de reformes sociales, tandis que Lerroux devint le
dirigeant de l’opposition à ces reformes. Les élections de 1933 prouvèrent que la majorité des
citoyens n’appuyé pas la politique d’Azaña, mais Lerroux n’obtint pas non plus une majorité
suffisant à gouverner et en conséquence il dut relier dans l’appui de la droite « accidentalista »

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(qui ne se déclaré pas ni royaliste ni républicaine). Cette division des républicains, dont les deux
tendances opposées durent gouverner avec l’appui de forces qui ne s’identifient pas avec le
système républicain, fut un facteur qui renduit difficile la consolidation de la démocratie
républicaine.

ÍNDICE
Palabras claves: Azaña, Lerroux, franquismo, España, siglo XX
Keywords: Azaña, Lerroux, Francoism, Spain, 20th century
Mots-clés: Azaña, Lerroux, franquisme, Espagne, XXe siècle

AUTOR
JUAN AVILÉS FARRÉ
UNED

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La quiebra del socialismo en la


segunda república
The failure of socialism in the Second Republic
La faillite du socialisme au cours de la Seconde République

José Manuel Macarro Vera

1 Entre los diversos puntos de vista que pueden seleccionarse para abordar un hecho
histórico, cada vez estimo de la mayor importancia precisar bien los contornos de los
sucesos o los sujetos que se va a analizar. Por no haberlo hecho en la historia de la II
República española nos hemos metido en un mundo ideológico más que histórico. Digo
esto porque entiendo por ideología una concepción abstracta de la realidad, que no la
hace inteligible, porque sólo tiene validez en la esfera del pensamiento. Desde este
presupuesto mantengo que los hechos acaecidos durante la II República continúan
presos de una concepción ideológica, hasta el punto que los debates académicos giran
más sobre su apreciación que sobre los límites y características de los mismos en sí. Los
ejemplos son numerosísimos. Puede ser uno de ellos la quema de iglesias en mayo de
1931. Si se repasan los manuales o lo libros de síntesis, que son los que llegan a nuestros
alumnos y al público, solemos leer que aquéllos se debieron a la provocación de unos
monárquicos en Madrid. Con esto nos ahorramos explicar cómo un hecho tan
minúsculo protagonizado por un exiguo grupo se extendió a otras ciudades. Tampoco
sabemos hoy cuantas iglesias ardieron, ni tenemos medidas las reacciones de miedo de
los católicos. En cambio sí conocemos, aunque lo silenciamos, el tremendo impacto que
causaron los sucesos en el cuerpo diplomático acreditado en Madrid. Otro ejemplo, por
el que me preguntaban mis alumnos cuando daba clases, era por qué se ponen en plano
de igualdad los asesinatos del teniente Castillo y de Calvo Sotelo. Uno más es seguir
arguyendo, para justificar la ilegitimidad de la CEDA para formar Gobierno en 1934, que
no había jurado la Constitución. También sorprendía a mis alumnos, como a cualquiera
que haya consultado las proclamas, discursos y acción de las organizaciones políticas de
la época, continuar diciendo que las de derechas eran antidemocráticas en contraste
con el fervor democrático de las izquierdas. Por último, expondré un hecho más: el 31
de mayo de 1936, Indalecio Prieto, Juan Negrín y González Peña fueron tiroteados en

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Écija por miembros de las Juventudes Socialistas Unificadas. La Comisión Ejecutiva de la


UGT, con Largo Caballero a la cabeza, se negó a condenar el atentado.
2 En mi opinión, estos meros ejemplos muestran la permanencia de la coartada
ideológica para evitar tener que detenernos en hechos, máxime si parecen incómodos.
Porque ¿y si los incendios de mayo alcanzaron tal magnitud que acarrearon
responsabilidades gubernamentales de enormes consecuencias para la República?
Desde luego, los dantescos sucesos de Málaga, con su obispo refugiándose en Gibraltar,
así lo indican. Pero ¿en cuántos libros sobre la República se hace referencia a ellos? ¿El
mismo alcance tiene que unos pistoleros fascistas asesinen a un policía, que sean
policías quienes hagan lo mismo con un muy importante diputado de derechas? ¡Y vaya
una novedad insistir en que la CEDA iba a modificar la Constitución! Esto lo anunció
Acción Popular desde que se aprobó el que sería artículo 26 de ella, muchos días antes
de la votación final de la misma. Por eso en su programa en las elecciones de 1933 se
comprometía a la reforma constitucional, pero nunca a anular la Constitución y menos
a acabar con la República. Claro que al silenciar esto último, nos evitamos tener que
concluir que la derecha, por lo visto, no tenía derecho legal a reformar la Constitución,
por lo que estaba sobrando en el juego republicano por los siglos de los siglos. Por
último, he de declarar que no entiendo por qué la mayor parte de la historiografía sigue
ocultando el atentado realizado por socialistas contra Indalecio Prieto en Écija, que sólo
veo citado en mis modestas publicaciones.
3 Como digo, el error pude estar en no haber aquilatado los contornos de los hechos que
historiamos, para seguir manteniendo una concepción ideológica de los mismos,
abstracta por irreal. Cuántas veces nos seguimos encontrando alusiones constantes a la
izquierda y la derecha, que meten en un mismo saco a sujetos tan distintos como los
socialistas, los anarquistas, los anarcosindicalistas o los comunistas dentro de la
primera, y a tradicionalistas, populares, monárquicos o falangistas dentro de la
segunda. De esta manera, al reducir la variedad citada a dos sujetos únicos, se nos
facilitan las explicaciones, porque siempre es más sencillo conjugar las acciones de dos
sujetos que explicar las complejas interacciones de múltiples. Claro está que esto tiene
un precio costoso: disolver los múltiples aspectos de la realidad, que son los que en
verdad hay que entender, en aras de unificar nuestro relato, como se dice ahora. Con
ello seguimos haciendo un flaco favor a nuestras explicaciones de la historia, y también,
me temo, a nuestro gremio de historiadores1.
4 Viene esto a cuento del título de este artículo2. Es cierto que el sustantivo engloba
fundamentalmente –descartando matices residuales- a una única corriente política
agrupada en el PSOE y la UGT. En cambio, a la hora de actuar políticamente, ambos
sujetos, el partido y el sindicato, no siempre fueron uno, sino con mucha frecuencia
dos. La división de sujetos dentro del concepto genérico del socialismo constituyó un
hecho histórico de la República, real y determinante3. Real porque PSOE y UGT, partido
y sindicato, fueron las organizaciones más fuertes que, en principio, defendieron a la
República. Determinante porque derivado de esto, la suerte de la República en buena
parte corrió pareja a la evolución del sujeto que denominamos “el socialismo”.
Entender los entresijos de éste actor en sus dimensiones organizativa e ideológica es
acercarnos a la realidad de uno de los actores primordiales de la historia republicana 4.
5 Actor que nunca fue uno, pues estatutaria y organizativamente siempre aparece como
dos, el partido y el sindicato, el PSOE y la UGT. Pero, al contrario que en el comunismo,
de quien hemos heredado a veces hasta la terminología, el sindicato no era la correa de

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transmisión del partido sino al revés. El partido estaba para ayudar a conseguir los
objetivos que la UGT se había marcado y que ella no podía alcanzar por sí sola. Esto era
así porque únicamente la UGT era “la clase obrera organizada”, mientras que el PSOE se
limitaba a ser “la organización socialista”. Esto explica que Largo Caballero, en su toma
de posesión como ministro de Trabajo, hablase no como miembro del PSOE, que era un
partido del Gobierno, sino en nombre de la UGT, de la clase trabajadora, que venía,
nada menos, que a organizar “a los funcionarios con ellos y contra los que se opongan”.
6 Desde esta bicefalia, armoniosa por el momento, se ha de entender que al proclamarse
la República los socialistas se hubieran dirigido a la opinión pública en nombre de
“nuestras organizaciones obreras y socialistas”. Ellos eran conscientes de que por el
momento no podían ir a la “República social”, que era su meta. Mientras ese momento
llegaba, y siendo conscientes de la debilidad de los partidos republicanos, “la clase
obrera organizada será el más firme sostén del régimen republicano”. Eso sí, sostén
para “que la República tenga un contenido social, un fondo sustantivo, sin el cual
perdería su razón de ser”. Fondo y contenido que tenía una medida precisa: El
“fortalecimiento de nuestras organizaciones obreras y socialistas”, ya que su
participación gubernamental les permitiría ir “estructurándonos en sociedad de clase”.
Por si la cosa no estuviera diáfana, a los pocos días de la proclamación de la República,
las ejecutivas de la UGT y el PSOE, declararon: “Esta República española que ahora
empieza, y de la cual hemos de ser nosotros guardianes y vigilantes, es algo
esencialmente nuestro porque a nuestro calor ha nacido y a nuestro calor ha de
afirmarse y perfeccionarse en el futuro. De la proporción en que nosotros influyamos
en su destino depende la vitalidad que alcance la República”.
7 El sentido patrimonial de la República que contenían estas afirmaciones no admitía
dudas. Ellas nos ayudarán a entender que un socialista moderado como Fernando de los
Ríos afirmara que ellos pensaban mantener la democracia política para poder ir hacia
una organización socialista de la economía. Prueba de ello, afirmó el periódico del
PSOE, eran los decretos agrarios de mayo de Largo Caballero, que estaban estableciendo
“el principio de la colectivización, en todos los sentidos, de España” 5. Y así debía ser,
porque ellos reafirmaron de manera oficial que estaban en el Gobierno para ayudar a
mantener a la República, sí, pero además, y como requisito sine qua non, para afianzar
las reformas que les llevasen al socialismo el día de mañana. Por eso exigieron que sus
reformas quedaran consagradas en la Constitución, para que ningún otro Gobierno
pudiera anularlas. Y de inmediato amenazaron a los republicanos: si no aceptaban esta
exigencia, significaría que no había habido verdadera revolución; entonces tendrían
que salir a la calle para hacerla.
8 ¿Bravatas? Sí en cuanto los socialistas eran conscientes de su debilidad para hacer
revolución alguna por su cuenta. No olvidemos que a pesar de ser el partido y el
sindicato más fuerte de España, todavía en mayo de 1931 estaban organizando sus
federaciones regionales, que no tenían, y el gran sindicato agrario, la FNTT, estaba
comenzando a constituirse desde la nada. Punto de vista éste que no debe olvidarse
para entender la República: si el PSOE y la UGT tenían una estructura nacional
extremadamente precaria en 1931, y eran las organizaciones más fuertes de España, el
resto de partidos y sindicatos apenas eran nada desde el punto de vista organizativo.
Afirmación que vale también para las cifras míticas e insostenibles de la CNT.
9 Pero no eran bravatas cuando se dirigieron a los republicanos en noviembre, recién
aprobada la Constitución. Es conocido que éste fue el momento en que los republicanos

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radicales pretendieron que el PSOE abandonara el Gobierno6. La reacción socialista fue


doble. Por un lado, Prieto y De los Ríos afirmaron que eso no era posible, porque los
republicanos no les ofrecían garantías para “regir el destino de la República”. Por si
esta reiteración del sentido patrimonial de la República no bastase, Largo Caballero
intervino para añadir que el PSOE y la UGT considerarían tal salida como una
provocación, “que nos obligaría a ir a una guerra civil”7.
10 El escándalo monumental que causaron las palabras de don Francisco, llevó a los
socialistas a dulcificar piadosamente la amenaza como referencia a “una guerra civil
espiritual”. Pero en verdad la amenaza había sido bien terrenal. Lo era porque estaba
enraizada en el significado que los socialistas otorgaban a la República y a la
democracia misma. Para algunos, pocos, ambas eran bienes en sí mismos. Pero para la
mayoría, según palabra de uno de sus líderes, cada una sólo era una “estación de
tránsito” hacia el socialismo. Estación que únicamente sería válida si consolidaba, sin
vuelta atrás posible, las posiciones que los socialistas hubieran conseguido en ella. De
no ser así, si esas posiciones fueran limadas por alguien, los socialistas se considerarían
desligados de cualquier compromiso con la República.
11 Esas posiciones quedaron establecidas de inmediato en los decretos agrarios de mayo
de 1931, después convertidos en leyes. En mi opinión, estos fueron determinantes para
la fidelidad socialista a la República. En primer lugar estaba la muy conocida Ley de
Términos Municipales, que daba preferencia a la colocación de los obreros de cada
pueblo sobre los forasteros. La ley fue una catástrofe para el mercado de trabajo y
ocasionó muchos disgustos a los socialistas, incluso entre sus afiliados, que la llamaron
pronto “ley de fronteras”. Los registros de los obreros se harían en los ayuntamientos,
que serían los encargados de repartir el trabajo que hubiera. Otro decreto extendió los
Jurados Mixtos a la agricultura. En los pueblos existirían comisiones de ellos con
capacidad para interpretar sus acuerdos y la propia legislación laboral. Se crearon las
Comisiones de Policía Rural, con potestad para decidir qué labores había que hacer en
las tierras y con cuántos trabajadores; incluso tenían capacidad para entregar las
tierras que considerasen mal labradas a los sindicatos, mediante la ley de
Intensificación de Cultivos. Intensificación llevada a cabo en suficientes ocasiones, para
hacernos ver que la mejor o por labranza de las tierras era un tema accesorio a la hora
de decidirla, pues la ocupación y entrega de las tierras a la UGT se hacía para dar
trabajo a los parados. Después, la cruda realidad vino a mostrar –al menos en los casos
que se van conociendo- que con las parcelas que se entregaban no había jornalero que
pudiera vivir.
12 Estos organismos estaban presididos por los alcaldes, que en los pueblos socialistas solía
ser el presidente de la Casa del Pueblo, mientras que los vocales obreros eran miembros
de la FNTT. A estos organismos se añadieron los Jurados Mixtos de la Propiedad Rústica,
competentes en los contratos de arrendamiento, y presididos por el juez de instrucción
cuando lo hubiera; en su defecto, la presidencia recaería en el juez de paz elegido por
los vecinos, normalmente un socialista en los pueblos dominados por éstos. Y hubo
más: los Delegados de Trabajo, nombrados por el ministerio de Largo Caballero, tenían
competencia exclusiva en los conflictos laborales, incluidos los que les elevaran desde
los pueblos. Únicamente en los casos en que esos delegados no existieran, podrían
intervenir los alcaldes y los gobernadores. Por si fuera poco, los socialistas exigieron
que los representantes de los trabajadores en los órganos de arbitraje pertenecieran a

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sindicatos genuinamente obreros, eufemismo para reservar la representación a la UGT


–dado que la CNT se autoexcluía por definición- e impedir la de los republicanos.
13 La consecuencia era palmaria: los socialistas habían establecido un tejido que les daba
el control de las relaciones laborales. Porque en los casos en que los alcaldes o los
concejales republicanos fuesen mayoritarios en alguno de los organismos citados,
siempre cabía la posibilidad de recurrir a las instancias superiores –bien fueran los
Jurados Mixtos comarcales o provinciales, o los Delegados de Trabajo- para que
modificaran los acuerdos ingratos para la UGT. De esta manera la política socialista
quedó bien definida, a través de la UGT y FNTT como intérpretes y ejecutores de la
legislación laboral, con capacidad de decidir, por ejemplo, qué labores agrarias había
que realizar y con cuantas peonadas; con el poder de arbitraje concedido a las
autoridades socialistas, que hasta podían interpretar la legislación social. De esta
manera la UGT pasó a ser representante legal del Estado.
14 Los socialistas estaban exultantes. El fortalecimiento de sus organizaciones era síntoma
de la salud republicana. Sus reformas laborales, controladas exclusivamente por ellos,
se habían convertido en leyes para garantizar su irreversibilidad. Y si los débiles
republicanos flaqueaban en algún momento, ahí estaban ellos, pues “los peligros que
para la estabilidad de la República pudieran derivarse de la heterogénea composición
del Gobierno están conjurados por la presencia en éste de los representantes del
Partido Socialista”.
15 En octubre de 1932, al año y medio de la proclamación de la República, el PSOE y la UGT
realizaron sus respectivos congresos nacionales. En ellos ningún delegado propuso
alguna medida de las denominadas revolucionarias, como nacionalizaciones o
expropiaciones. Lo que todos querían era que se mantuviera la legislación social,
excepto la odiada “ley de fronteras”. Nadie parecía querer más, porque, como expuso
Besteiro, cuanto habían conseguido era mucho más de lo que esperaban el 14 de abril,
máxime cuando “no somos la mayoría ni en el Parlamento ni en el país”. Prieto
continuó la línea argumental: si ahora se le entregara el poder al PSOE, sería el suicidio
del partido, porque España no estaba preparada para el socialismo. Y en medio del
entusiasmo de los congresistas, agregó: como los republicanos eran incapaces de
consolidar la República, a los socialistas les correspondía hacerlo por el camino que
venían siguiendo: llenándola de contenido social. Contenido intrínsecamente anudado a
la permanencia socialista en los organismos de control laboral, que era donde se estaba
consolidando la clase obrera consciente, es decir, la UGT, para que la estación de
tránsito republicana nunca tuviera marcha atrás. Por ello proclamó Largo Caballero: “Y
desgraciados de nosotros el día que abandonemos esos puestos”.
16 Eso nunca podría ser. Si los republicanos lo olvidaban, y volvía a insinuar alguno de
ellos otra vez que los socialistas tenían que abandonar el Gobierno; de suceder lo
considerarían un golpe de Estado, por lo que se reservarían el derecho de recurrir a la
violencia.
17 Esta nueva amenaza, efectuada por las ejecutivas de la UGT y el PSOE, era similar a la
antes citada de Largo Caballero, y ninguna se hizo a humo de pajas. Vinieron a cuento
porque las medidas agrarias socialistas estaban poniendo en pie de guerra al mundo del
campo. Y en contra del tópico permanente, no fueron los grandes terratenientes los
primeros en iniciarla, sino los medianos y pequeños agricultores. La denuncia
constante desde el invierno de 1931 fue que los socialistas eran unos tiranos que los
estaban arruinando mediante la imposición de unas bases de trabajo leoninas a través

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de los organismos de arbitraje. Por si no bastara esta protesta, los jornaleros de los
pueblos de las sierras estaban casi en pie de guerra, porque la Ley de Términos los tenía
sitiados en sus paupérrimos pueblos, sin dejarles bajar a las campiñas durante las
recolecciones, como lo habían hecho toda la vida. La situación se iba encrespando día a
día, hasta llegar a ser explosiva como pasó en Jaén, en el momento en que los Delegados
de Trabajo o los presidentes de los Jurados Mixtos, a la hora de arbitrar algún conflicto
determinante, llegaron a votar en contra de la propuesta que ellos mismos habían
formulado, al ver que sus compañeros de la UGT la rechazaban 8.
18 Otro tópico vigente hasta hoy es el que encierra la famosa frase “que os de de comer la
República”. La frase se pudo pronunciar, sin duda, pero no porque los propietarios
decidieran dejar de labrar sus fincas para arrinconar por el hambre a los jornaleros.
Esto hubiera supuesto una conciencia y fortaleza de clase desconocida en la historia: la
de preferir arruinarse con tal de acabar con los enemigos de clase, como un nuevo
Sansón que gritara “muera yo y conmigo todos los filisteos”. Los propietarios
esgrimieron la frase cuando se encontraron con que no podían pagar los salarios
impuestos por las bases de trabajo aprobadas por los Jurados Mixtos. Esto había
sucedido pronto en Jaén, en 1931, como admitieron los socialistas, y como venía
pasando en otros muchos pueblos como reconocieron los diputados del PSOE en las
Cortes en 1932. Este reconocimiento en las Cortes merece ser rememorado, pues
cuando se argumentó en ellas que las bases de trabajo estaban arruinando a la
economía agraria, los portavoces socialistas reconocieron que era cierto, pero que la
responsabilidad de que sucediera así no era de ellos ni de la FNTT sino del capitalismo 9.
La cadena de sinsentido culminó en 1933 en Sevilla, cuando la Federación Socialista
tuvo que pedir al Gobierno que arbitrase préstamos para los grandes terratenientes,
pues reconocía que se habían quedado sin dinero para pagar los salarios de la
recolección. Realidad ésta que, por mucho que la documentemos en nuestras
publicaciones, sigue descansando en el limbo de la historiografía políticamente
correcta, incomprensiblemente denominada progresista.
19 Como he escrito en otro lugar, con estos mimbres es fácil entender por qué en 1933 la
reacción contra los socialistas llegó a ser tremenda, y no sólo por parte de la derecha y
de los republicanos radicales, sino por quienes resultaron determinantes en la ofensiva:
los republicanos de izquierdas10. Las acusaciones por parte de todos fueron
inmisericordes: los tildaron de tiranos, de incultos, de sectarios, de implantar la
dictadura en el campo, de estar arruinando al país, de apropiarse de la República
haciéndola socialista…11
20 La respuesta de muchos socialistas fue sorprendente. Así la de los diputados por
Granada, quienes proclamaron: “contra la dictadura burguesa, la dictadura socialista”.
Para más inri, estos diputados pertenecían al sector moderado del partido. Otros
consideraron que salir del Gobierno sería dejar avanzar al fascismo; más aún: sólo el
hecho de abandonarlo ya sería “en el fondo, fascista”(sic). Cuando Fernando de los Ríos
mostró su malestar por estas “contaminaciones terribles” que veía en el partido, la
contestación de sus compañeros fue que tenía agotado “el sentido humanista del
socialismo”. Algunos más añadieron: nosotros respetaremos la democracia burguesa
mientras ésta no entorpezca nuestro camino. Besteiro, muy preocupado por lo que
escuchaba, se enfrentó a la deriva de sus correligionarios. Les advirtió que no podían
confundir a Marx con Lenin. Por eso no tenían derecho a amenazar a la República
porque pudieran salir de su Gobierno. Un testigo del momento, como muchos otros,

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evidenció el contrasentido, y escribió: amenazaban al Gobierno con la revolución con el


fin de seguir formando parte de él.
21 Y resultó que en septiembre de 1933 se encontraron fuera del mismo. Los socialistas
quedaron conmocionados. Tanto que, al reunirse a los pocos días el Comité Nacional del
PSOE, empezaron a entreabrir la caja de los truenos. Sorpresivamente varios delegados
propusieron organizarse para tomar el poder. Decimos sorpresivamente porque antes
todos los delegados informaron que no eran mayoría en ninguna región de España.
Como muestra definitiva del desconcierto que provocó en el PSOE su salida del
Gobierno, aprobaron manifestar su decisión de defender la República de los
reaccionarios y, al mismo tiempo, la necesidad de conquistar el poder político para
implantar el socialismo. Las dos cosas vinieron adobadas por expresiones como “la
palabra democracia está en desuso”, “nuestra democracia es distinta a la burguesa”, o
“los postulados socialistas son diferentes de los republicanos y los democráticos”.
22 La identificación socialista con la República se quebraba. La pérdida del poder había
puesto en tela de juicio que la República fuese ese régimen “esencialmente nuestro”, el
mismo que gracias a la participación en el Gobierno les permitía “estructurarnos en
sociedad de clases”. Eso se les había venido abajo. Aunque todavía les quedaba una
trinchera que defender, aquella que señalaron en los inicios republicanos, cuando
establecieron que la salud republicana vendría medida por la fortaleza de “nuestras
organizaciones obreras y socialistas”, y la que había postulado que nunca estarían
dispuestos a permitir que nadie corrigiesen sus leyes sociales ni el control que tenía la
clase obrera -es decir, la UGT- de los organismos de arbitraje. Precisamente contra
ambas cosas se había levantado la ola antisocialista, hasta el punto de que todos los
partidos habían llevado en sus programas electorales la necesidad de anularlas, o
modificarlas sustancialmente, para acabar con la tiranía socialista.
23 Al triunfar la CEDA en las elecciones del 19 de noviembre de 1933, los socialistas
quedaron aturdidos. Hasta el día 23 no reaccionaron. Cuando lo hicieron fue para decir
que las elecciones habían sido fraudulentas, que el régimen había fracasado y estaban
como antes del 12 de abril de 1931. Prieto oficializó el órdago: si se entregaba el poder a
los reaccionarios, “el pueblo español estará en el deber de levantarse
revolucionariamente”.
24 El 25 de noviembre se reunieron las ejecutivas del PSOE y de la UGT para aquilatar la
necesidad de organizar alguna acción para impedir, en palabras de Largo Caballero,
“una cosa de tipo fascista”. Besteiro, con el apoyo de los dirigentes que controlaban a la
UGT, volvió a enfrentarse con la corriente que empezaba a ser mayoritaria. Él pensaba
que si había que ir a algún movimiento tenía que ser para defender la democracia y la
República. Desde luego, promover una sublevación de carácter socialista era un
disparate por varios motivos. El primero, porque era una incoherencia reconocer que
eran una minoría en España y, al mismo tiempo, proponer un golpe de fuerza. El
segundo, porque para hacer una revolución antes había que acabar con la democracia
interna en el partido y el sindicato; esto acarrearía convertir a ambos en organizaciones
como las comunistas, que eran la negación del socialismo. El tercero, porque los
resultados electorales no se habían producido por un rechazo de la República y de la
democracia, sino de la permanencia de los socialistas en el poder. Por todo, lo que había
que hacer era esperar a ver qué política seguía el Gobierno y, desde luego, abandonar
de inmediato la acusación ridícula, que no se creía nadie, de que Lerroux representaba
al fascismo.

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25 La lógica que contenía esta reflexión de Besteiro – algo más sólida que “la cosa de tipo
fascista” caballerista- sólo tenía una salida política desde el punto de vista interno de la
organización: o el PSOE la aceptaba y, consecuentemente, frenaban su discurso
insurreccional, o tenía que anular políticamente a D. Julián, que es lo que quería Largo
Caballero, confesamente harto de él. La batalla se inició de inmediato, pues aunque el
acuerdo de compromiso de las ejecutivas se limitó a anunciar que estaban alerta ante
cualquier desvirtuación de la República, el periódico oficial venía llamando
constantemente a tomar el poder. Ante la deriva de la situación, los besteiristas de la
UGT pidieron insistentemente que se convocara un congreso que aclarara la línea
política a seguir. Pretensión a la que Largo Caballero se oponía. Él, como buen ugetista,
sabía que la organización socialista de masas, la que proporcionaba músculo político al
PSOE, era la UGT. Como ésta estaba controlada por los seguidores de Besteiro, si se
reunía su congreso éstos marcarían la política a seguir. Entonces la ejecutiva del PSOE
inició una campaña para ir controlando las diversas federaciones de la UGT, sin tener
que recurrir al congreso nacional que ésta exigía. En enero de 1934 las controlaban
todas menos la de los ferroviarios. El grupo de Besteiro, en manifiesta minoría, hubo de
dimitir. El partido y el sindicato ya estaban controlados por la gente de Largo Caballero,
que en este momento contaba con el apoyo de la mayoría de los socialistas.
26 A Besteiro sólo le quedó hacer una durísima advertencia a los vencedores. Esos
compañeros, dijo, estaban llevando las organizaciones “a los molinos del comunismo”.
“Por ese camino de locuras decimos a la clase trabajadora que se la lleva al desastre, a la
ruina y en último caso se la lleva al deshonor, porque una clase trabajadora que se deja
embaucar de esta manera (…) acaba de deshonrarse” 12.
27 Tan durísima denuncia no parece que haya sido puesta de relieve como merece por la
historiografía sobre la República. Y es necesario recalcarla, porque estaba denunciando
en fecha tan temprana como 1933, que el amor por la República de la mayoría de sus
compañeros socialistas había sido sólo instrumental y, consecuentemente, insustancial
el que pudieran haber tenido por la democracia. Prueba de esta afirmación es como
descalificaron a la República, arguyendo que los republicanos de izquierda habían sido
quienes comenzaron la campaña contra la legislación social y los ayuntamientos
socialistas. Un régimen “donde cualquier majaderete” podía actuar así merecía una
única respuesta: en el pasado fuimos republicanos, ahora sólo socialistas. Otros fueron
más lejos al afirmar, “no somos republicanos, no lo hemos sido nunca. Somos
socialistas. Sólo socialistas”.
28 Los artículos de El Socialista eran incendiarios. “Queremos el Poder para nuestro
Partido. Queremos la victoria para el Socialismo. Antes de ahora hemos avisado que
nuestra obligación reside en no atarnos a la democracia y al parlamentarismo,
obligación tanto más imperiosa cuanto la democracia y el parlamentarismo nos
obstruyen el paso”. Frente a las llamadas a la concordia que venía haciendo el diario de
la derecha católica El Debate, el portavoz del PSOE respondió: “¿Concordia? No. ¡Guerra
de clases! Odio a muerte a la burguesía criminal. ¿Concordia? Sí, pero entre los
proletarios de todas las ideas que quieran salvarse y librar a España del ludibrio. Pase lo
que pase, ¡atención al disco rojo!”13
29 Otra amenaza más ya la había formulado Prieto, al anunciar solemnemente en las
Cortes que si la CEDA entraba en el Gobierno, “decimos desde aquí al país entero, que
públicamente contrae el Partido Socialista el compromiso de desencadenar la
revolución”14.

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30 A partir de este momento, llovieron las denuncias de que en el campo estaban


volviendo los salarios de hambre, cosa que era falsa 15. La cuestión real no era ésta, sino
que el Gobierno del Partido Radical estaba enmendando la legislación laboral socialista,
como había prometido en la campaña electoral, y que había sido, como dijimos, el
punto de unión de todos contra el PSOE. El Gobierno aducía que la mayoría de los
conflictos en el campo se habían debido a una interpretación abusiva de la legislación
por los Jurados Mixtos y las comisiones locales de los pueblos. La Ley de Términos
Municipales había sido otro desastre, al enclaustrar en sus pueblos a jornaleros que
desde siempre salían de ellos en las recolecciones. Acerca de la intensificación de
cultivos se decía lo mismo: se habían ocupado tierras para repartir unas parcelas sin
sentido, pues con su tamaño era imposible que viviera una familia. Respecto a los
ayuntamientos era urgente quitarles competencias de orden público, porque habían
demostrado que la norma de su actuación había sido la arbitrariedad, hasta el punto de
que en muchas ocasiones habían sido los alcaldes los dirigentes de los conflictos.
31 Al debatirse en las Cortes todas estas rectificaciones legislativas, llama la atención que
los socialistas sólo pudieran esgrimir a su favor meras generalidades, mientras eran
acusados de ser los nuevos y verdaderos caciques, que habían acorralado a cuantos no
eran socialistas. Lo único que pudieron decir fue que se diera más tiempo para
estudiarlas. A la hora de rectificar el nombramiento de los presidentes de los Jurados
Mixtos el debate fue muy significativo de la mentalidad de los socialistas. Hasta
entonces, si no había acuerdo entre las partes a la hora de designarlos, los nombraba el
Ministerio de Trabajo. De aquí la oposición al sistema, porque para presidir los jurados
determinantes se había nombrado a socialistas. Lo que ahora se proponía era que los
presidentes fuesen funcionarios de alto nivel y que accediesen al puesto por concurso.
Los socialistas se opusieron rotundamente porque, según ellos, un funcionario podía ser
muy buen abogado o muy buen ingeniero, pero su cultura era libresca, tan alejada del
mundo del trabajo que en él fracasaban de plano. Este tipo de lógica fue la misma que
emplearon para que no hubiera ingenieros agrónomos en la aplicación de la Reforma
Agraria, porque éstos se empeñaban en hacer estudios de la viabilidad económica de los
asentamientos, y si esa viabilidad se metía por en medio pocos asentamientos se
podrían hacer.
32 La mentalidad socialista se traslucía de lleno. Los representantes de la clase obrera no
podían fiarse de los técnicos del Estado. El mundo del trabajo debía estar preservado de
la contaminación de esa cultura libresca que tenían los altos funcionarios, y de las
necesidades de la economía, que era la que limitaba los deseos de los trabajadores. En
definitiva, estos trabajadores, los únicos que tenían un “íntimo conocimiento del
mundo de trabajo”, eran quienes debían prevalecer siempre sobre esos funcionarios,
pertenecientes a otra clase social, y por lo mismo sobre el Estado que sustentaban. Más
como la clase trabajadora en sí era algo amorfo, la responsabilidad recaía en la clase
obrera organizada por excelencia: en la Unión General de Trabajadores de España 16.
33 Al ver los socialistas que se les estaba viniendo abajo todo el control institucional de las
relaciones laborales, los nuevos y jóvenes dirigentes del sindicato agrario de la UGT, la
FETT, decidieron responder a lo que entendían que era un momento de confrontación,
y en febrero de 1934 acordaron que harían una huelga general en la siega de mayo y
junio. Entonces ninguno sabía cómo podía ser la cosecha ni que bases de trabajo
estarían vigentes; ni siquiera arguyeron empeoramiento alguno de las condiciones de
trabajo. La decisión de hacerla fue exclusivamente política.

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34 En el proceso de su convocatoria y realización se puso de relieve la necesidad de


entender el carácter del sujeto histórico, al que nos referimos al comienzo de estas
páginas. Así vemos que al consultar la iniciativa con Largo Caballero, éste reaccionó
como el líder sindical que esencialmente era. Les advirtió del peligro que estaban
corriendo al llevar al sindicato a una aventura que podía destrozarlo. Si los jornaleros
estaban tan mal como decían, lo oportuno era presentar las reclamaciones al grupo
parlamentario socialista, para que éste las llevase al Gobierno para que interviniese.
Finalmente les hizo una advertencia: si iban a la huelga, que no contasen con la UGT,
porque a él no le volvían a destrozar los sindicatos como le sucedió en 1917.
35 Así eran las cosas en la práctica política de los socialistas al margen de los discursos
revolucionarios. Los sindicatos, que tanto trabajo había costado formar, no podían ser
arriesgados en una huelga azarosa porque, como dijeron en la ejecutiva de la UGT, una
huelga general en el campo carecía de sentido en estas fechas, en febrero o marzo,
porque los jornaleros estaban parados pues no era época de trabajo, y en las de la
recolección porque ésta comenzaba en cada comarca en semanas distintas.
36 Los de la FETT hicieron oídos sordos y empezaron a preparar la huelga sin que la UGT
pudiera impedirlo. No podía porque estatutariamente no tenía autoridad para hacerlo,
pues sus federaciones sindicales eran autónomas, por lo que sus decisiones no podían
ser anuladas por la Comisión Ejecutiva de la UGT. E igual sucedía al PSOE, donde los
dirigentes locales eran elegidos por los afiliados, que eran los que decidían quienes
formarían las candidaturas en todas las elecciones. Y ambos con unos comités
democráticamente constituidos por elección, que eran quienes decidían las estrategias
políticas y los posibles conflictos internos. En el caso de que éstos últimos no pudieran
solucionarse, se recurría a convocar los congresos nacionales. Por si fuera poco, en
todos estos organismos se tomaban notas taquigráficas de los debates, que con
frecuencias hasta se publicaban. Con esta organización los socialistas estaban
preparados para actuar en una democracia, porque internamente funcionaban así, pero
no para llevar a cabo una insurrección. Y mucho menos una revolución, porque éstas no
se hacen con elecciones desde las bases, autonomía de los sindicatos, actas
taquigráficas, contrapesos de poderes internos, luz y taquígrafos. Besteiro llevaba toda
la razón: para hacer la revolución que estaban pregonando sus compañeros, antes había
que acabar con la democracia interna dentro del partido y el sindicato, para
transformar las organizaciones socialistas en comunistas. Pero Besteiro ya no pesaba
nada dentro del socialismo, y quienes sí lo hacían no parece que se dieran cuenta de
hacia dónde llevaba la deriva adoptada, al creer compatible el mantenimiento de una
estructura interna democrática con un nuevo discurso revolucionario.
37 La campaña de propaganda que realizó la FETT para preparar la huelga es el primer
ejemplo de esta esquizofrenia política. Por una parte fueron constantes los
llamamientos a los campesinos para que tomaran el poder, para implantar la república
social, una nueva república muy distinta a la de abril: “Así triunfan en Rusia, así
triunfaremos nosotros”, “¡Insurrección armada, Revolución!” Por otra, resulta que en
Córdoba se firmaron las bases de trabajo en el Jurado Mixto, y en Sevilla se prorrogaron
las de 1933 en el mismo organismo, con gran satisfacción de los socialistas. Entonces, si
en dos de las grandes provincias latifundistas no habría huelga, la general carecía de
sentido. Para esquivar el escollo y pudiera haberla, el secretario de la FETT impugnó la
prórroga de las bases de Sevilla. Ante el escándalo que se formó, el Ministro de Trabajo
denunció que lo que existía era la intencionalidad política de hacer una huelga. Al verse

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desautorizada, la FETT recurrió a denunciar los salarios míseros que justificaban la


huelga, que cuando se comprobaron resultó que eran siempre los de dos minúsculos
pueblos de Salamanca.
38 El Ministerio ordenó que se aprobaran las bases por los Jurados Mixtos sin permitir la
reducción de salarios, pero sin romper los equilibrios de la economía agraria, es decir,
sin volver a la “ley de fronteras”. La FETT, al ver que el sentido de la huelga se perdía
por horas, cambió de golpe sus reivindicaciones. Ahora exigió que el trabajo se
repartiera por un turno obligatorio bajo la supervisión exclusiva de la UGT, sin que el
Estado pudiera intervenir. Ahí era nada: lo que los socialistas exigían era que el Estado
desapareciera del campo, para regalarle el control de las relaciones laborales a ellos.
Como es de suponer, el Gobierno se opuso.
39 La huelga se realizó y fue un fracaso. Entonces la UGT se dirigió al Gobierno para
negociar con él una salida que salvara las bases de trabajo y minimizara las
detenciones. Esta negociación incide en la esquizofrenia política a la que antes
aludimos, pues revela el mantenimiento de una acción sindical tradicional y moderada
con un discurso y propuestas incendiarias. Al añadirle la estructura autónoma y federal
de sus sindicatos, todo se sumaba para que el socialismo español se descoyuntara 17.
40 Esto se hizo realidad en octubre de 1934 a través de un camino disparatado. Ejemplo de
ello fue Comité Nacional de la UGT de julio de 1934, en el que Largo Caballero le puso
los puntos sobre las íes al delegado de la Federación de Trabajadores de la Enseñanza,
un izquierdista próximo al PCE, tal como denunció don Francisco. El delegado criticó
que la UGT no hubiera ido a la huelga en apoyo de los campesinos, como hubiera hecho
Lenin. Largo Caballero sacó a la luz su responsabilidad sindical más tradicional y fue
inmisericorde con el de la Enseñanza. Para empezar, le espetó que la UGT no seguía
consignas ni de Lenin ni de nadie. A continuación le añadió que a Lenin quisiera
haberlo visto aquí, con el proletariado español, o en Rusia sin los soldados que
abandonaron el frente. Para terminar adujo que en España los trabajadores estaban
indefensos, por lo que hubiera sido una locura lanzarlos contra el Estado. Ahora bien,
nada de esto era óbice para que estuvieran preparando un movimiento definitivo, por
lo que no podían distraer fuerzas antes de tiempo18.
41 La reflexión que podemos hacer es demasiado obvia, pues si el proletariado español era
como lo valoraba Largo Caballero, si estaba inerme, si hacía poco los socialistas habían
reconocido que no eran mayoría en ninguna región de España, y además avisaban una
vez más al Gobierno públicamente de que se podían sublevar –las actas del Comité
Nacional citado se publicaron-, todo conducía al absurdo. Absurdo que confirmaron los
informes de las provincias sobre la preparación del movimiento revolucionario que
estallaría en octubre: excepto en dos de ellas, en el resto no había nada.
42 En el momento en que tres miembros de la CEDA formaron parte del Gobierno, pareció
que el orden constitucional saltaba por los aires, porque, con excepción de los radicales,
los socialistas y todos los republicanos rompieron con la República, desde Azaña a
Miguel Maura y Sánchez Román, pasando por la Esquerra. Los socialistas, como es de
sobras conocido, salieron a la calle donde pudieron y cosecharon el fracaso que también
conocemos, sin que sea este el lugar para hablar de Asturias y sus consecuencias para la
convivencia dentro de la República.
43 Lo anterior no es óbice para observar que octubre de 1934 fue un escalón más en el
desajuste interno de los socialistas, que acababan de fracasar en una aventura
descabellada, a la que muchos de ellos fueron sabiendo que era un disparate. Ahora

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tocaba rescatar lo que se pudiera de la preeminencia política alcanzada en el primer


bienio republicano. En la manera de cómo hacerlo se desarrolló el drama de la historia
de los socialistas. De los socialistas y de la República misma, pues sin ellos los
republicanos carecían de fuerzas para volver a gobernar. E igual les sucedía a los
socialistas, conscientes de que sin los republicanos tampoco ellos gobernarían. En
dilucidar de qué manera podía recomponerse esa alianza y si era necesario hacerlo se
encierra el acto siguiente del drama socialista, y también republicano.
44 No viene al caso en la brevedad de estas páginas, hacer referencia a la política de los
Gobiernos radical-cedistas ni a las causas de la disolución de las Cortes 19. A partir de ese
momento, con unas elecciones en puertas, los socialistas tenían que decidir qué hacer.
Prieto, seguido por quienes pasaron a denominarse centristas, no olvidaron que
seguían siendo minoría en España. Por ello necesitaban rehacer la coalición con los
republicanos para ir a las elecciones, si querían ganarlas. Coalición que, una vez que
Martínez Barrio se escindió del Partido Radical, era notablemente parecida a la que
proclamó la República en 1931. Ahora bien, como esa coalición volvía a ser
esencialmente republicana con el objetivo, según proclamaban, de recuperar la
República, los socialistas hubieron de presentar su responsabilidad de la revolución de
Octubre como un movimiento de salvación del régimen y no como una revolución en sí.
45 Mas no todos los socialistas compartían este enfoque político. La que empezó a llamarse
izquierda socialista, liderada por Largo Caballero, no quería saber nada de nuevas
componendas con los republicanos, ésos que los habían defenestrado del poder en 1933.
Para las Juventudes Socialistas, lideradas por Santiago Carrillo, la República y la
democracia estaban muy bien como estaban, muertas y enterradas. Lo que tocaba ahora
era transformar al PSOE en un partido genuinamente marxista y revolucionario que
implantara la dictadura del proletariado. Para conseguirlo era necesario, primero,
expulsar del partido a Besteiro y los suyos por reformistas; segundo, anular a los
centristas de Prieto. Así el PSOE, dominado por la que se llamó Izquierda Socialista, se
convertiría en “el Partido bolchevique de nuestro país”.
46 En medio de esta historia vino a suceder otra que testimonia la importancia que
venimos dando a las características del sujeto que historiamos 20. Resultó que el Comité
Nacional del PSOE se reunió en diciembre de 1935 para tratar la cuestión electoral.
Largo Caballero, como presidente del partido, no puso reparos a ir en coalición con los
republicanos, incluso a la redacción del programa común. Como también era secretario
de la UGT, añadió que, como siempre, el sindicato iría con el PSOE a las elecciones y que
a éste correspondía la dirección principal. Entonces, una cuestión reglamentaria que él
pensaba ganar y que perdió, puso todo patas arriba, porque en una reacción que era
muy usual en él, dimitió como presidente del PSOE. Lo mismo había hecho poco antes
de octubre de 1934, obligando al cónclave socialista a rectificar e incluso a borrar el
acta que recogía su dimisión. Ahora no hubo vuelta atrás. Largo Caballero, seguido de
los suyos, se fue de la ejecutiva, dejándola en manos de los de Prieto y al PSOE sin
presidente21.
47 Esto era un paso más en el descoyuntamiento de los socialistas, porque los centristas de
Prieto controlaban la ejecutiva sin tener la mayoría en el partido 22. Tanto, que al hacer
las listas electorales varios miembros de ella no encontraron una agrupación socialista
que los propusiera como candidatos. Por su parte, la izquierda socialista no podía
dirigir la política del PSOE porque se había ido de los órganos que la decidían, pero sí
podía bloquearla desde las organizaciones de base, en las que dominaba. Por ello,

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atrincherada en la UGT, convirtió al sindicato en un poder político que desafiaba al


PSOE. Por si faltara algo, las Juventudes Socialistas, firmemente caballeristas, no se
cansaban de predicar la revolución contra la República y la democracia burguesa,
enalteciendo al Lenin español, a Largo Caballero.
48 Lo que no podía soslayar tal desbarajuste era que había elecciones. La ejecutiva del
PSOE estaba negociando un pacto con los republicanos, al que los caballeristas iban a ir
rastras. A rastras porque, pese a estar renegando públicamente de los republicanos, no
tenían nada que ofrecer como alternativa a una alianza con ellos. Sólo pudieron
recurrir a la formación de un bloque obrero, que únicamente era capaz de minusvalorar
la alianza con los republicanos al oponerle otra genuinamente obrera. Su alcance fue
muy limitado, porque al no contar, por definición, con la CNT, se redujo a un pacto con
el pequeño PCE, más la aparición de las Juventudes Socialistas y la UGT como sujetos
políticos independientes. Por ello los caballeristas no tuvieron más remedio que aceptar
el pacto electoral que acabaría llamándose Frente Popular, pero dejando claro lo que
pretendía con él.
49 El programa de la coalición fue de una moderación que sorprende. Los republicanos y
los socialistas moderados quisieron evitar explícitamente los errores del primer bienio
republicano, fundamentalmente el control sindical de la legislación social, conscientes
de que era lo había acabado con la coalición republicano-socialista en 1933 23 A los
caballeristas el acuerdo les importaba nada. Aceptaban la coalición porque era
necesaria para ganar las elecciones, pero como los republicanos eran quienes habían
traicionado a la clase obrera en 1933, ella no se sometería de nuevo a los intereses de la
clase burguesa –los republicanos eran definidos con esa categoría analítica-. Como
afirmación política, la izquierda socialista exigió que la UGT firmase el acuerdo
electoral como si fuera un partido, e impuso una condición determinante para el
futuro: como la clase obrera -es decir, la UGT junto con la izquierda socialista- no se
contentaba con recuperar las conquistas del primer bienio, porque quería ir a la
república socialista, ningún socialista podría formar parte de un Gobierno con los
republicanos. Si esta condición no se respetaba, la clase obrera rompería con el Frente
Popular. Por tanto, el Gobierno habría de ser exclusivamente de republicanos, para
cuando se agotase, el poder cayera en manos de esa clase obrera.
50 El ajustadísimo resultado de las elecciones es conocido. También lo es el maremagno de
agitaciones, asaltos y violencia sin cuento que se produjo a partir de febrero. La acción
de las izquierdas obreras desbordó a los republicanos, tratados por ellas como enemigos
en vez de como aliados.
51 El desbarajuste socialista era imparable, con los prietistas haciendo una cosa desde la
ejecutiva del PSOE, los caballeristas haciendo otra desde la UGT, y las Juventudes
Socialistas en vías de unirse a las comunistas para seguir anunciando la inminente
revolución bolchevique. Lo peor era que nadie tenía potestad para poner un mínimo de
orden interno en el socialismo. Así, cuando muchos socialistas se dirigieron a la
ejecutiva para que controlase a los de las juventudes, se les contestó que no era posible
porque éstas eran autónomas. Igual acaeció con la ejecutiva de la UGT al ser reclamada
para que evitara las polémicas públicas con el PSOE, respondiendo que no tenía
capacidad estatutaria para impedirlas.
52 Ese desbarajuste acarreaba muy graves consecuencias políticas. La izquierda socialista
por medio de la UGT venía actuando como otro partido socialista. Tanto que propuso al
PSOE que el control del cumplimiento del programa electoral no sólo correspondiese al

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partido y al grupo parlamentario, sino al sindicato como cabeza del bloque obrero que
formaba con las juventudes y el PCE. Con esta propuesta los caballeristas querían tener
el control para impedir cualquier amago del PSOE de volver a gobernar con los
republicanos, porque eso sería volver a la denostada colaboración de clases. Como es
lógico, el PSOE rechazó la propuesta y la calificó de inaudita, pues por primera vez en
su historia la UGT quería mandar en el PSOE.
53 El sujeto histórico al que nos referíamos al inicio de estas páginas se había quebrado. La
distinción entre “nuestras organizaciones obreras y socialistas” mostraba ser tan real,
que tenía descompuesto al socialismo español en unos momentos críticos para él y para
la República.
54 Cuando hubo que nombrar compromisarios para elegir al presidente de la República, la
UGT se negó a firmar el manifiesto del PSOE porque ella no había participado en ese
nombramiento de compromisario hecho por el partido. Lo de menos para nuestro tema
es que al final todos votaran a Azaña, porque la izquierda socialista recordó que ello no
podía dar paso a la formación de un gobierno de coalición con participación de Prieto.
No podía ser porque la UGT, la organización más fuerte del Frente Popular, como
recalcaron, estaba en el Frente Popular bajo la condición de que ningún socialista
formara parte del Gobierno. Si se incumplía esa condición, la UGT consideraría roto su
compromiso con el Frente Popular y actuaría conforme a los intereses de la clase
trabajadora.
55 La “clase obrera”, es decir, la UGT y la izquierda socialista, actuaba como si el papel
histórico de los republicanos estuviese a punto de concluir, como si la derecha hubiera
dejado de existir, y como si el destino del Frente Popular fuese el de agotarse para
dejarle el poder a ella, así, por las buenas. Esto era pura vaciedad política. Impedir que
el Gobierno se fortaleciese con la entrada de Prieto en él, para dejarlo que se agotara
era optar por la simpleza de la inacción. Más aún en unos momentos en que la
República demandaba de los socialistas una política activa, la que fuese, pero nunca la
simple espera. Para salir de esta parálisis los socialistas no pudieron hacer otra cosa que
recurrir a los mecanismos estatutarios y convocar un congreso. Esperándolo les cogió el
inicio de la guerra.
56 Entre tanto, quienes controlaban la ejecutiva del PSOE estaban desesperados por la
irresponsabilidad de la izquierda socialista. Le dijeron a ésta una y otra vez que el
momento en Europa no era el de la lucha entre capitalismo y socialismo, sino entre
fascismo y democracia. Por eso se había formado el Frente Popular. Además, no había
que confundir el verbalismo revolucionario con la revolución, porque ese camino sólo
conducía a la contrarrevolución. Prieto afirmó en Bilbao el 25 de mayo que el fascismo
estaba creciendo merced al desorden, y que la burguesía estaba en tal estado de miedo
que podía ir a buscar al hombre providencial que asegurase un mínimo de vida
civilizada en España. El mismo día, en Cádiz, Largo Caballero dijo lo contrario: la clase
obrera estaba luchando contra la capitalista; la UGT no quería la actual República
burguesa, y si la mantenía era para ir emancipando a los trabajadores; lo principal era
constituir una alianza entre la UGT, la CNT y el PCE para que no pudieran vencerlos ni
sus enemigos ni “las fuerzas coercitivas del Estado” 24.
57 El 31 de mayo los socialistas organizaron un mitin en Écija, en el que intervendrían
Prieto y dos diputados asturianos líderes de la revolución de Octubre. Las Juventudes
Socialistas Unificadas sevillanas –unificadas porque ya se habían fusionado con las
comunistas- fueron a la ciudad astigitana para boicotear el acto. Así lo hicieron, y al

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comenzar el acto sus vítores a Largo Caballero y a la revolución proletaria impidieron


hablar a los oradores. En medio de una monumental bronca, uno de los asistentes
disparó su pistola. Prieto y sus acompañantes hubieron de escapar en un coche de la
policía entre los tiros de los jóvenes socialistas.
58 Si el hecho en sí era gravísimo, más gravedad política, si cabe, revistió la reacción de la
ejecutiva de la UGT. Cuando un miembro de ella pidió que condenara el atentado contra
unos compañeros, los demás miembros de la misma, con Largo Caballero a la cabeza, se
negaron a hacerlo, con el argumento de que los oradores habían sido los provocadores
por ir contra la línea política de la UGT25.
59 Cuando fue asesinado Calvo Sotelo la ejecutiva de la UGT estaba en el extranjero. Un
miembro de ella, que seguía en Madrid, dada la gravedad del momento firmó un
manifiesto con el PSOE, las JJSS y el PCE. Al regresar Largo Caballero desautorizó al
firmante, con el argumento de que la UGT no podía tener relaciones con la dirección del
PSOE, a la que consideraba ilegítima. El mismo día el PSOE convocó a una reunión a la
UGT. Ésta pidió que la invitación se la mandaran por escrito; además, varios miembros
de la ejecutiva se negaron ir a la reunión porque era con una ejecutiva “facciosa”. Al
final la UGT fue, pero como no admitía que un socialista gobernara con los
republicanos, lo que se acordó fue defender a la República desde órganos
exclusivamente obreros y armados26. Es decir, los obreros no se iban a integrar en el
Estado para defenderlo, sino que constituirían una fuerza paralela al mismo. Eufemismo
que ocultaba el deseo de dejar a ese Estado inerme para ver, si por fin, llegaba el
ansiado momento en el que el poder cayera en manos de la clase trabajadora. Lo que no
previeron es que cuando les llegó ese poder fue a causa de una sublevación militar más
fuerte de lo que habían pensado. Tanto que acabó con “nuestras organizaciones
obreras”, “con las socialistas” y con la odiada República burguesa, merced, entre otras
cosas, al descoyuntamiento del sujeto histórico al que al nos referimos en el inicio de
estas páginas.

NOTAS
1. Una de las reflexiones más brillante y profunda que conozco sobre la II República es la de DEL
REY REGUILLO, F., “Policies of Exclusion during the Second Repúblic: A View from de Grass
Roots”, en ÁLVAREZ TARDÍO, M. y DEL REY REGUILLO, F. (eds.), The Spanish Second Republic
Revisited. From Democratic Hopes to Civil War (1931-1936), Brighton, Portland, Toronto, Sussex
Academic Press, 2012, p.167-187. Esta obra acaba de ser publicada en español por los mismos
autores con el título El laberinto republicano. La democracia española y sus enemigos (1931-1936),
Madrid, RBA Libros, 2012. Los mismos calificativos merece la contribución de ÁLVAREZ TARDÍO,
M., p. 1-8. Aunque desbordan el tema concreto de estas páginas, es de obligada referencia el
capítulo de S. G. Payne, “A Critical Overview of the Second Spanish Republic”, y el riguroso y
meditado de L. ARRANZ “Could the Second Republic have become a Democracy?”
2. Como sucede cuando uno ha publicado varios títulos sobre un mismo tema, las reiteraciones,
hasta textuales, son inevitables. Pido disculpas por ello al lector. En la obra citada se encuentra
un capítulo mío, “The Socialists and Revolution”, p. 40-57, en el que se exponen muchas de las

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cosas que escribo en las presentes páginas. Mi libro de referencia sobre el tema, que me sirve de
sustento para cuanto digo -de referencia al menos para mí, porque me ayudó a ser catedrático-,
es Socialismo, República y revolución en Andalucía, Sevilla, Universidad, 2000. En él se dan cuenta de
las fuentes que uso, junto con una cita de mis publicaciones al respecto.
3. Sugerentes son los artículos de CABRERA, M., “Algo más que un tiempo digno de ser descifrado:
la Segunda República”, y PÉREZ LEDESMA, M., “Los socialistas y la política española. Un recorrido
y una síntesis”, en ÁLVAREZ JUNCO, J., CABRERA, M., (Eds.), La mirada del historiador. Un viaje por la
obra de Santos Juliá. Madrid, Taurus, 2011. Hay que añadir el número monográfico coordinado por
ANDRÉS-GALLEGO, J. y BORRÁS, R., “II República. Historia y mito”, en Nueva Revista. De política,
cultura y arte, 2011, donde contribuyo con “La Reforma agraria en la II República”.
4. Sobre los socialistas hay un texto de profundidad inhabitual, que casi hace ociosas estas
páginas mías: el capítulo de DEL REY REGUILLO, F., “La República de los socialistas”, en la obra
dirigida por él Palabras como puños. La intransigencia política en la Segunda República española”,
Madrid, Tecnos, 2011.
5. “La colectivización de España”, en El Socialista, 2-6-1931.
6. Sobre Martínez Barrio y los radicales, la magna obra de ÁLVAREZ REY, L., Diego Martínez Barrio.
Palabra de republicano. Sevilla, Ayuntamiento, 2007.
7. El Socialista, 24-11-1931.
8. El desarrollo de los acontecimientos en “M. Barrios. Delegado Regional de Trabajo en
Andalucía”, El Socialista, 3-1-1932; El Sol, 8 y 30-1-1932; Diario de Sesiones de Cortes, 2-2-1932, p. 3544.
9. A mediados de noviembre de 1931 el Gobernador Civil de Sevilla pronunció una conferencia en
la que atacó a los socialistas. En los inicios de 1932 se publicó de manera más detallada como
informe mandado al Gobierno, que contenía un ataque demoledor a la política agraria de los
socialistas. Se acusaba a ésta de ser la responsable de la ruina de los agricultores y, por tanto del
aumento del paro. En él se desmentía de forma rotunda que los propietarios hubieran dejado de
cultivar sus tierras. En El Liberal y ABC, ambos de Sevilla, 12-1-1932. La respuesta socialista, con el
cometario añadido de que el responsable era el capitalismo, en “Los diputados socialistas
contestan al Gobernador de Sevilla”, El Socialista, 20-11-1931. Una ampliación de la cuestión se
encuentra en un debate esencial sobre el tema agrario realizado en las Cortes, en Diario de
Sesiones, 18-10-1932, p. 8924-8927; 19-10-1932, p. 8963; 20-10-1932, p. 9007-9052. En él los
diputados del PSOE fueron incapaces de responder a las razones económicas que esgrimieron los
de la oposición. Fue García Valdecasas, miembro entonces de la Agrupación al Servicio de la
República, el que hizo la pregunta de si no había economistas en el PSOE.
10. Para las izquierdas republicanas remito al enjundioso libro de AVILÉS, J., La izquierda burguesa
y la tragedia de la II República. Madrid, Servicio de Documentación de la Comunidad Autónoma,
2006.
11. El apoyo documental de estas descalificaciones se encuentra en las p. 170-189, dentro de los
epígrafes “La unión de las ofensivas” y “La marea antisocialista” de mi libro citado Socialismo,
República y revolución en Andalucía.
12. Toda la conmoción socialistas tras perder las elecciones, con los debates subsiguientes, en
Fundación Pablo Iglesias, AH-20-2, “Actas CE PSOE”, 9-11 y 20-12-1933; 10-18-1-1934; “Actas CE
UGT”, 24-11-1933; AH-24-1, “Actas CN PSOE”, 26-11-1933.
13. “¡Atención al disco rojo! No puede haber concordia”, El Socialista, 3-1-1934. Las otras
expresiones en el mismo diario, 5 y 6-12-1933, “Tenemos que adueñarnos del Poder” y “El
momento clerical de España”.
14. El Socialista, 21-12-1933.
15. A esta afirmación tan historiográficamente incorrecta le he dedicado un epígrafe, “El arma
política de los atropellos”, y un capítulo, “La tierra”, en mi libro Socialismo, República y revolución
en Andalucía, p. 319-330 y 191-229. La FETT, el poderoso sindicato agrario de la UGT, se había
encargado de hacer una campaña denunciando la vuelta a los salarios de hambre. Pues bien,

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cuando se leen con detenimiento sus denuncias, se constata que siempre se refieren a unos
minúsculos pueblos de Salamanca. Así en El Socialista, 13-5-1934 y El Obrero de la Tierra, 24-2, y 3,
24, 31-3-1934.
16. La información más jugosa al respecto se encuentra en Diario de Sesiones de Cortes, 7-2-1934, p.
942-954; 23-3-1934, p. 1776-1783; 28-3-1934, p. 1962
17. La preparación y desarrollo de la huelga campesina de 1934 está documentada en Fundación
Pablo Iglesias, Actas CE UGT, 1934 y Diario de Sesiones de Cortes, 30-5-1934.
18. Que el representante de los enseñantes fuera un izquierdista no sé si sería por cuestión de
azar o por una carga genética del destino. Sea como sea, la discusión citada está en Boletín de la
UGT, nº 68, 8-1934.
19. Para esta cuestión remito a las modélicas investigaciones de ÁLVAREZ TARDÍO, M., “La CEDA
y la democracia republicana”, en la obra citada de DEL REY, F., Palabras como puños, y El camino de
la democracia en España: 1931 y 1978, Madrid, Gota a Gota, 2005. Va más allá y merece elogios el libro
de ÁLVAREZ TARDÍO, M. y VILLA, R., El precio de la exclusión. La política durante la Segunda República,
Madrid, Encuentro, 2010.
20. Reitero las disculpas al lector, porque lo que escribo a partir de ahora es una reproducción
casi textual de mi “The Socialists and Revolution”, citado en la nota segunda.
21. El Comité Nacional en Fundación Pablo Iglesias, “Comité Nacional”, AH-24-1, “Actas”, 17-2-1935.
22. La autoridad de Santos Juliá en este tema es conocida, por lo que es ocioso recordar sus
publicaciones.
23. Las actas de la negociación del acuerdo electoral en Fundación Pablo Iglesias, AH 25-29,
“Documentación CN del Frente Popular”.
24. El Socialista y El Sol, 26-5-1936.
25. “La fraternidad socialista ha sido ensangrentada por una prole de cainitas”, escribió El
Socialista. La negativa a condenar el atentado, en Fundación Pablo Iglesias, “Actas CE-UGT”,
4-6-1936.
26. Fundación Pablo Iglesias, “Actas CE-UGT”, 16 y17-7-1936.

RESÚMENES
Muchos hechos de la II República se explican ideológicamente, deformados. Se intentan explicar
antes de haberlos descrito objetivamente. En el caso del socialismo se ha olvidado que no era un
sujeto único, sino un movimiento constituido por un partido y un sindicato con direcciones,
estatutos y normas distintos. El socialismo se rompió a partir de 1934. La causa fundamental de la
ruptura fue la no aceptación de la derrota electoral de 1933. A partir de esta derrota la mayoría
de los socialistas renegaron de la República y de la democracia mientras que otros las
defendieron. En esta disputa se quebró la unidad entre el PSOE y la UGT.

Due to ideological biases, most discussions of the Second Spanish Republic and the surrounding
historical period have not been objective. This is largely due to a tendency to explain and
comment on the period before analyzing historical facts. Socialism, for instance, has been
mistreated as a uniform subject when it was in fact a complex movement driven by the political
party and the trade union, each one with its own rules, statutes and leadership. What was
initially the socialist bloc split into two groups in 1934, the main reason being the majority's
refusal to accept the electoral defeat in 1933. After these elections, most socialists disowned

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democracy and the Republic. A small percentage defended the democratic system and asserted
loyalty to the new regime. The argument ended the socialist bloc, which was henceforth divided
in two separate parts, PSOE and UGT.

De nombreux événements de la Seconde République sont expliqués depuis l’idéologie et sont


déformés. On s’efforce de les expliquer avant même de les avoir décrit objectivement. Dans le cas
du socialisme, on a oublié qu’il n’était pas un sujet unique, mais un mouvement constitué par un
parti et un syndicat avec des directions, des statuts et des nonnes différents. Le socialisme s’est
brisé à partir de 1934. La raison essentielle de cette rupture fut la non acceptation de la défaite
électorale de 1933. À partir de celle-ci la plupart des socialistes renièrent la République et la
démocratie tandis que d’autres les défendaient. C’est après cette dispute que fut rompue l’unité
entre le PSOE et la UGT.

ÍNDICE
Palabras claves: PPSOE, UGT, Segunda República española (1931-1936), España, siglo XX
Keywords: PSOE, UGT, Second Republic, Spain, 20th century
Mots-clés: PSOE, UGT, Seconde République, Espagne, XXe siècle

AUTOR
JOSÉ MANUEL MACARRO VERA
Universidad de Sevilla

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El republicanismo conservador en
los años treinta
The conservative republicanism in the thirties
Le républicanisme conservateur dans les années trente

Luis E. Íñigo Fernández

1 Parece adecuado dar comienzo a esta breve colaboración precisando a qué nos
referimos exactamente con el título que la encabeza, pues no faltará incluso quien
encuentre en él una verdadera contradictio in terminis, un caprichoso oxímoron de
difícil asimilación. Porque, se preguntarán, ¿acaso existió, durante el período que nos
ocupa, un republicanismo que no fuera progresista? ¿No eran, quizá, sinónimos
evidentes izquierda y República en la España de los años treinta del siglo pasado?
2 En realidad, semejante identificación sólo podría tenerse por cierta si se refiere a la
mayoría del republicanismo español, pero no a su totalidad. Porque, de hecho, sí existió
algo que podemos denominar republicanismo conservador, republicanismo de centro o,
más sencillamente, republicanismo moderado, aunque se trataba de una corriente del
todo minoritaria. La integraban, como hemos precisado en algún otro lugar, 1 varios
partidos, dos en los primeros años de la República, tres a partir de 1932, bastante
similares desde cualquiera de los parámetros que delimitan el estudio de las fuerzas
políticas, como la ideología, el programa, la organización o las bases sociales. Provenían
tales fuerzas de orígenes bien diversos. Unos no eran sino republicanos históricos que,
años atrás, se habían tornado monárquicos con condiciones y regresaban ahora, en
1931, a las dilatadas falanges del republicanismo; otros, monárquicos que, hastiados de
una Monarquía errada en sus planteamientos y cada vez más alejada de la opinión
pública, terminaron por mudarse en republicanos. Pero todos ellos recibían sus
auténticas señas de identidad de un proyecto político orientado hacia la implantación
de una República liberal y democrática, sin marcas ideológicas, aunque abierta, eso sí, a
reformas moderadas, lentas y progresivas en el campo de lo social y lo cultural, y capaz
de integrar en su seno a la gran mayoría de la opinión pública. Y todos ellos, como es
fácil suponer, sellaron su ejecutoria política en el seno del régimen con un rotundo

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fracaso que condujo a su práctica desaparición como opción política en los meses
previos al golpe de estado fallido que dio comienzo a la Guerra Civil.
3 Explicar por qué se produjo el fracaso de esta opción política y relacionarlo, en la
medida de lo posible, con las características propias de los partidos que la secundaban y
con el contexto mismo en el que se vieron obligados a impulsarla será el objetivo de las
líneas que siguen.

Una ejecutoria errática


4 La primera fuerza política llamada a integrar la corriente que nos ocupa fue el Partido
Republicano Liberal Demócrata, flamante denominación adoptada el 24 de mayo de
1931 por el antiguo Partido Reformista, fundado en 1912 por Melquíades Álvarez y
Gumersindo de Azcárate, al objeto de recalcar su retorno al campo republicano tras
haber desertado de él para asumir postulados accidentalistas que le permitieran,
llegado el caso, gobernar sin reparos con la Monarquía. 2 La proclamación de la Segunda
República, a mediados de abril, había colocado a Álvarez —Azcárate había muerto en
1917— en una posición incómoda, y el aluvión de republicanos de ayer mismo que
recibían las fuerzas impulsoras del nuevo régimen hacía aconsejable situarse de modo
inequívoco entre ellas, borrando de un plumazo pasadas ambigüedades.
5 Pero la reacción del viejo tribuno asturiano había sido tardía y poco categórica, al
menos no lo suficiente para que el resto de los republicanos lo recibieran con los brazos
abiertos. Lejos de ello, los seguidores de Melquíades Álvarez fueron rechazados. No se
les ofrecieron, sino en muy escasa medida, altos cargos en la nueva Administración
republicana, y cuando la modificación de la ley electoral de cara a las elecciones a
Cortes Constituyentes dejó claro que sólo los grandes partidos y las coaliciones podían
alcanzar una representación importante, republicanos de izquierda y socialistas se
negaron a aceptar a los liberales demócratas en sus candidaturas. A ello vino a sumarse
el propio retraimiento del PLD en su feudo asturiano, único lugar donde era segura una
buena cosecha de escaños, visceral reacción ante lo que Álvarez creyó tolerancia
culpable de las autoridades frente a la violencia ejercida contra su partido por las
izquierdas. Ambos factores, rechazo ajeno y exclusión propia, condenaron al
melquiadismo al status parlamentario de fuerza marginal. Sólo dos diputados obtuvo el
PRLD en las Cortes de 1931.
6 Porque, aunque habían sido pioneros en adoptar posturas templadas en el seno del
republicanismo hispano, los melquiadistas no lo habían sido a la hora de capitalizar
dicha ventaja ante la opinión pública. Fue, por el contrario, la denominada, tras no
pocas dudas, Derecha Liberal Republicana el partido que parecía llamado a convertirse
en paradigma del republicanismo conservador en los años treinta. Fruto de la decisión
individual de dos políticos monárquicos, Niceto Alcalá Zamora, jefe de una de las
facciones del fenecido liberalismo dinástico y dos veces ministro antes de 1923, y
Miguel Maura Gamazo, hijo del caudillo conservador Antonio Maura y diputado en las
últimas Cortes de la Monarquía, el partido se había constituido en julio de 1930 con el
objetivo principal de agrupar dentro de la República que se tenía ya por inminente a las
fuerzas conservadoras españolas.3 A pesar del historial nítidamente monárquico de sus
fundadores, durante los primeros meses de su existencia pareció a punto de
conseguirlo. No sólo estuvieron presentes Miguel Maura y Alcalá-Zamora en la
formalización del Pacto de San Sebastián, el 17 de agosto de 1930, sino que éste último

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fue promovido a la presidencia del comité revolucionario, luego Gobierno provisional,


allí constituido, y su formación, una recién llegada a las filas del republicanismo entre
las cuales Álvarez era casi el decano, empezó a recibir adhesiones en un número tan
elevado que cabía prever para sus siglas un futuro halagüeño. Decenas de comités
locales se constituyeron por todo el país; los altos cargos llovieron sobre los dirigentes
del partido, y las elecciones municipales parciales de mayo de 1931 dejaron para sus
siglas un buen número de concejales. Así, llegado el momento de dar forma a las
candidaturas para las elecciones a Cortes Constituyentes, que habían de celebrarse el 28
de junio de 1931 en su primera vuelta, la DLR pudo presentar 115 aspirantes, aunque
sólo en cuarenta y cuatro de las sesenta y tres circunscripciones en que a estos efectos
se dividía el país. 4
7 No habría de responder, empero, la DLR a las expectativas creadas en sus dirigentes a lo
largo de los primeros meses de su trayectoria. Los resultados electorales fueron poco
satisfactorios. Tan sólo veintidós escaños en una cámara de cuatrocientos setenta
asientos, frente a los más de cien de los socialistas y los noventa y cuatro de los
radicales de Alejandro Lerroux, exhibían un fracaso sin paliativos que no haría sino
confirmarse en los meses siguientes. Podía al principio objetarse que Niceto Alcalá-
Zamora continuaba al frente del Gobierno provisional, y que Miguel Maura no había
dejado de ser ministro de la Gobernación. Pero se trataba de una situación transitoria,
condenada a un final cercano, pues era cada vez más clara en el seno del gabinete la
aproximación entre las izquierdas burguesas y los socialistas, interesados ambos en
aprobar una Constitución que dotara a la República de un nítido perfil izquierdista. La
salida del Gobierno de los dos líderes de la DLR en octubre de 1931, como protesta por la
aprobación del anticlerical artículo 26 de la carta magna, no hizo sino dar forma legal a
una ruptura que se venía larvando desde hacía mucho tiempo.
8 ¿Qué había pasado? La respuesta no es simple. Dejando de lado la escasa implicación en
la campaña electoral de junio de 1931 de los líderes del partido y la inoportuna
exhibición pública de sus crecientes diferencias,5 que pudieron tener cierta
importancia, pero nunca decisiva, otros sucesos y factores se nos presentan como
mucho más relevantes. Las más de cien iglesias y conventos que ardieron en todo el
país entre los días 11 y 12 de mayo sin duda mostraron a muchos católicos españoles la
escasa capacidad que poseían los republicanos conservadores a la hora de refrenar los
instintos anticlericales de la izquierda, impresión que hubo de quedar reforzada cuando
se aprobó el agresivo artículo 26 de la Constitución. La derecha antirrepublicana
concitaría desde ese instante todas las esperanzas de la mayor parte de las potenciales
bases sociales de la DLR. Además, la incorporación en gran número a las filas del
partido de gentes de incierta lealtad al régimen y, sobre todo, de individuos que, al
menos en los medios rurales, se habían distinguido por su apoyo inequívoco a la
Dictadura, enturbiaba la imagen de la DLR y alimentaba un proceso de rechazo hacia
sus siglas entre los republicanos de izquierda y los socialistas, que se puso enseguida de
manifiesto en el proceso de confección de las candidaturas. 6
9 Los resultados electorales tuvieron, como era de esperar, efectos demoledores para
ambos partidos. El entusiasmo de los militantes se apagaba; la propaganda remitía, y
muchos afiliados comenzaban a abandonar la organización, que se estancó enseguida
para iniciar luego una rápida contracción. La respuesta que se registró en ambas ramas
del republicanismo conservador ante esta situación fue distinta, pero sus efectos fueron
semejantes. Los liberales demócratas reaccionaron uniendo su destino político al del

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lerrouxismo, un socio de mayor peso cuya alianza esperaban les ofreciera mejores
oportunidades de acceder al poder y de poner así en práctica siquiera una parte de su
programa. Alcalá-Zamora, en cambio, atribuyó el fiasco de la DLR a una imagen
conservadora en exceso y optó por dotarla de una apariencia más centrista, que le llevó
incluso a cambiar su nombre por el de Partido Republicano Progresista, pero sin
contemplar siquiera la posibilidad de sumar sus esfuerzos a los del Partido Radical, a
pesar de la creciente similitud entre los postulados de ambas fuerzas. En ambos casos,
sin embargo, la derrota electoral y la respuesta de inmediato adoptada ante ella
generaron tensiones que acabaron por producir deserciones e incluso, en el caso de los
progresistas, una verdadera escisión. Algunas figuras bastante relevantes del ala
izquierda del melquiadismo, como Luis de Zulueta o Gustavo Pittaluga, la abandonaron
para incorporarse a fuerzas más comprometidas con una interpretación reformista de
la República y mayor peso parlamentario. Miguel Maura, en compañía de algunos
dirigentes de segunda fila, dejó también el PRP.
10 Ninguna de estas respuestas solucionó nada. La táctica elegida por el PLD durante el
primer bienio de la República obviaba algunos elementos relevantes. El radicalismo era,
desde luego, una fuerza emergente y poderosa, cuya vitalidad provenía de la creciente
incorporación a sus filas de gentes de sensibilidad conservadora que se habían unido a
la República en la esperanza de que ésta garantizara la defensa de sus intereses. Pero el
partido dirigido por Alejandro Lerroux se revelaría incapaz de digerir sin problemas
tales adhesiones, que, al determinar de un modo cada vez más intenso la política
radical, acabaron por producir el descontento, primero, y el abandono del partido,
después, de los integrantes de su sector más fiel a su viejo espíritu izquierdista. Roto en
dos el PRR tras la escisión liderada por Diego Martínez Barrio, el radicalismo residual
quedó, bajo la dirección de Lerroux, del todo desequilibrado en favor de su ala derecha,
muy limitado en sus posibilidades de acción política y, sobre todo, infeudado de forma
creciente a la CEDA, que arrastró, sin protesta alguna por su parte, al melquiadismo.
Éste, embarcado en la alianza con los radicales con la intención de centrar la República
mediante la rectificación de los que ambos partidos consideraban excesos del primer
bienio, terminó así por convertirse en un mero satélite de la CEDA, sin fuerza alguna
para oponerse a sus deseos cada vez más evidentes de acabar con la República o, al
menos, transmutarla en un régimen de carácter autoritario y confesional.
11 Miguel Maura, por el contrario, rectificando su intención inicial de no crear ningún
partido nuevo tras su salida del PRP, trató, con la fundación en enero de 1932 del
Partido Republicano Conservador, de tomar el testigo de la misión histórica para la que
había nacido en su momento la DLR y que los progresistas, sin liderazgo ni orientación
clara, elevado su fundador a la presidencia de la República, se revelaban ya incapaces
de asumir: la incorporación al régimen de las masas conservadoras. Tras unos
comienzos ciertamente prometedores, que se concretaron en una intensa campaña de
propaganda de alcance nacional, la creación por vez primera en la derecha republicana
de una verdadera red de periódicos afines, la simpatía de la prensa moderada, un
considerable ritmo de creación de Comités locales y provinciales, y un importante
protagonismo en el Parlamento de, Miguel Maura, erigido en líder de la política de
obstrucción de las oposiciones al Gobierno de Manuel Azaña, el republicanismo
maurista reveló su verdadera dimensión al enfrentarse a las urnas en noviembre de
1933. Sus exiguos resultados, inferiores a los obtenidos por la DLR dos años antes,
confirmaron la incapacidad de la derecha republicana, democrática, reformista y
aconfesional para ganar la batalla del voto conservador a la derecha católica,

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autoritaria y accidentalista que representaba el partido de Gil Robles. De contradicción


en contradicción, también el PRC terminó, a finales de 1935, muy próximo a una CEDA
de la que Maura parecía abominar dos años antes.
12 Sólo los progresistas parecían haber desarrollado una táctica política más consecuente
con la orientación centrista que habían asumido en agosto de 1931. Su actitud templada
en el transcurso de los debates constitucionales, que había buscado el consenso en las
Cortes como instrumento para limitar el que consideraban excesivo radicalismo de la
izquierda, se hizo un poco más agresiva, en línea con la de radicales, liberales
demócratas y conservadores, cuando esa izquierda pareció, desde su punto de vista,
dispuesta a renunciar a cualquier posibilidad de entendimiento y decidida a
permanecer en el poder el tiempo suficiente para la realización de su programa. Del
mismo modo, compartiendo con los citados grupos sus deseos rectificadores, se
incorporaron durante el segundo bienio a la coalición gobernante dirigida por Lerroux.
Sin embargo, su comportamiento en el Gobierno, personificado en la labor reformista
moderada que llevó a cabo el progresista Cirilo del Río en el Ministerio de Agricultura,
no se apartó de su compromiso republicano ni se dejó tentar, como algunos radicales,
por el derechismo de la CEDA. En coherencia con esta actitud, cuando el partido
católico exigió y logró su incorporación al Gobierno, el PRP lo abandonó, desconfiando
de su lealtad republicana.
13 No obstante, la total identificación de la táctica seguida por el PRP con las pautas
trazadas desde la Presidencia de la República no puede por menos que mover a la
sospecha de que el partido no hacía otra cosa que seguirlas al pie de la letra. Actúa a
favor de esta impresión, además del testimonio de actores clave en la política del
momento, como Gil Robles o Lerroux, la escasa dimensión a la que el progresismo había
quedado reducido entonces, que hace inexplicable su presencia continuada en el
Gobierno, aun apelando a la utilidad marginal de sus escaños, si no se atribuye aquella a
la imposición más o menos explícita de Alcalá-Zamora. El presidente, convencido de
que la situación del país así lo exigía, podía de ese modo controlar mejor la acción de los
gobiernos e incluso derribarlos cuando le pareciera oportuno. En este caso, la política
del PRP no sería otra cosa que la política de un solo hombre, por lo que no debe
extrañar el sacrificio que se le impuso en beneficio del experimento neocaciquil que
vino a encarnar el Partido del Centro de Manuel Pórtela Valladares, nacido antes de la
mente del Jefe del Estado que de la del Jefe del Gobierno, por más que éste fuera el
llamado a ponerla en práctica. Alcalá-Zamora creyó posible erigir de la nada una fuerza
política de nuevo cuño sin otro cimiento que la capacidad del Ministerio de
Gobernación y de los gobiernos civiles de él dependientes para condicionar el sufragio
de los ciudadanos y la confección de listas electorales, como si el país, recién nacido a la
era de la política de masas, permaneciera aún en manos de los viejos caciques de la
Restauración.
14 El fracaso de tal experimento de ingeniería política estaba cantado, pero a su sombra
pudo el PRP alcanzar en los comicios de febrero de 1936 resultados, significativamente
mejores que los de poco más de dos años antes. No revelan, sin embargo, estas cifras un
mayor apoyo de la opinión a sus candidaturas, sino los réditos de una presión ejercida
desde el Gobierno que forzó la incorporación de candidatos progresistas en algunas
listas de la derecha. Y respecto a los escaños cosechados por sus partidos afines,
melquiadistas y conservadores, no son mucho mejores. Ni unos ni otros constituyen ya,

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a estas alturas, sino restos humeantes de lo que otrora pareció capaz de encarnar las
esperanzas de la opinión conservadora.

Las razones de un fracaso


15 ¿Cuáles fueron las causas de este fracaso sin paliativos del republicanismo templado?
¿Hay que buscarlas, acaso, en los manifiestos errores tácticos de sus líderes? ¿Quizá
eran, por el contrario, su ideología y su programa los que no acababan de conectar con
la opinión conservadora del país? ¿Se trataba de problemas de organización? ¿O
debemos recurrir, sin más, al contexto histórico, poco favorable a las opciones
sosegadas, en que se vieron obligados a operar?
16 Empecemos por las ideas. No cabe duda de que estos partidos poseían señas de
identidad ideológicas bien definidas. Todos ellos compartían una cosmovisión similar y,
por consiguiente, realizaban un diagnóstico afín sobre los problemas más graves que
afrontaba la sociedad y las recetas más eficaces para resolverlos. Verdaderos clásicos
del liberalismo, creían con firmeza en la intangibilidad de los derechos del individuo, la
propiedad sobre todos ellos; rechazaban cualquier argumento que permitiera eludirlos,
aun en aras de una supuesta mejora del bienestar colectivo, y desconfiaban de las
políticas económicas orientadas a torcer las reglas del mercado. «Mientras el trabajo no
tenga una base ética —proclama Melquíades Álvarez en enero de 1932— serán el interés
y el egoísmo los creadores de riqueza». 7 Idea muy semejante a la que recogen en su
ideario los progresistas, para quienes «España no resistirá la experiencia de improvisar
ahora un sistema económico de tipo socializante. Hay que ahuyentar este peligro y
hacer que los factores económicos entren sin temor en el juego de la producción,
mediante el rápido establecimiento de un orden enérgico y serio de garantías. El PRP ha
de colaborar al robustecimiento de la economía individualista y liberal, única que en
este momento histórico de España puede conjurar la crisis e intensificar el torrente
circulatorio de la riqueza».8
17 Republicanos convencidos, lo eran de una República «viable, gubernamental y
conservadora», como insistió en definirla el que sería más tarde su primer presidente,
Niceto Alcalá-Zamora, en su célebre discurso del teatro Apolo de Valencia, el 13 de abril
de 1930, en el que proclamó de manera oficial su ruptura con la Monarquía. 9 Una
República, por ende, sin servidumbres ideológicas, un régimen imparcial, abierto a
gobiernos de izquierdas y derechas, capaz de integrar en su seno a todos los ciudadanos
y verdaderamente democrático, esto es, respetuoso de la ley, sagrada en tanto emanada
de la voluntad general. «Abiertos en la República los cauces de la legalidad, sólo
legalmente y en su tiempo debe manifestarse el pueblo. No hay régimen que pueda vivir
en el descontento y en la desobediencia constante. Constituido el gobierno, hay que
respetarlo», escribe el melquiadista Mariano Cuber en 1931. 10
18 Neutros en materia religiosa, valoraban en la fe cuanto en ella había de útil para
preservar el orden social, pero comprendían a un tiempo la necesidad de romper el
vinculo perverso que unía al Estado con la Iglesia y someter a ésta a algún tipo de
control que limite sus históricos privilegios. «En lo espiritual —proclama Alcalá-Zamora
— la República no puede ser la continuación del privilegio teocrático ni la
mediatización de la soberanía del poder civil, pero no tiene derecho a ser la
persecución del sentimiento religioso, que la deshonraría, sino el respeto a todas las
creencias, que la enaltece». 11

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19 Liberalismo, republicanismo y laicismo marcan, pues, las tres grandes señas de


identidad de los partidos que nos ocupan. Pero la ideología ofrece por sí sola escasas
explicaciones, a no ser que se la entienda como inspiración, no exclusiva, de un
programa político. Sin embargo, hecho esto en el caso de la derecha republicana,
tampoco son muy significativas las diferencias entre melquiadistas, progresistas y
conservadores, aunque los amigos de Alcalá-Zamora tienden a aparecer en la mayoría
de los asuntos como más moderados mientras los de Maura se muestran más radicales
en su conservadurismo, todo ello dentro de una línea programática por lo demás
bastante homogénea que, algo timorata, tendía con excesiva frecuencia a dejar en
manos del tiempo la solución de los problemas.
20 Así, armonicistas en lo social, apenas lograban esconder su interés prioritario por la
preservación del capitalismo. El objetivo último de toda política económica, sostenían,
había de ser el incremento global de la riqueza, pues sin riqueza que repartir no podía
resolverse el problema de la pobreza. Este incremento de la riqueza no podía
alcanzarse, no obstante, en una situación de enfrentamiento entre el capital y trabajo,
sino sólo a través de la colaboración entre ambos. Destruir el primero con la intención
de obtener supuestos beneficios para el segundo no podía ser más que
contraproducente. Como señalaba el que podría pasar por ideólogo fundamental del
melquiadismo, Mariano Cuber, «Capital y trabajo son elementos que se completan y que
sin su armonía no hay progreso ni bienestar posible en el mundo». 12 Ideas, por otra
parte, genéricas que, forzadas a descender al terreno de lo práctico, se quedaban en lo
puramente arbitral, en la mera intermediación estatal entre obreros y patronos. Así, el
programa del Partido Republicano Conservador defendía la existencia de los jurados
mixtos, pero otorgándoles una fisonomía bien distinta de la que poseían, pues,
temiendo su instrumentalización por parte de los sindicatos, propugnaban su
conversión en auténticos tribunales presididos por magistrados de lo social designados
por oposición y sometidos al juicio último de un organismo central con capacidad para
revocar sus acuerdos. 13
21 De igual modo, autonomistas en lo territorial, no llevaban sus tímidos designios de
descentralización mucho más allá, y ello en el mejor de los casos, de un escaso
autogobierno regional pronto a batirse en retirada ante el más mínimo atisbo de riesgo,
real o percibido, de desintegración política de España. En modo alguno se trataba, de un
nuevo modelo de Estado, alternativo al centralista heredado del liberalismo
decimonónico, como precisa sin ambages Alcalá-Zamora en un discurso sobre el tema
pronunciado en las Cortes el 23 de septiembre de 1931: «…nada de traje a patrón con el
que hayan de vestirse todas las regiones; una gradación diferencial, flexible y sutil en
los matices dentro de la cual puedan vivir las regiones que no sientan el impulso de la
autonomía y aquellas que lo sientan con plena intensidad y que se crean capacitadas
por la plena madurez política…»14. Estamos, pues, ante una simple receta, muy forzada,
para atemperar los ánimos de los nacionalistas catalanes y vascos. Melquíades Álvarez
lo dejó bien claro en un discurso pronunciado en Mora de Toledo en mayo de 1932: «...la
autonomía —dijo el vehemente tribuno asturiano—no es la segregación. No consiste en
arrebatar las facultades inherentes a la soberanía del Estado para transmitirlas a
personalidades históricas efímeras. Estas facultades son inalienables. No pueden
cederse». 15 Por lo cual no debe extrañarnos que a la hora de plasmar en medidas
concretas ese proclamado autonomismo, apenas si podía aplicarse con propiedad el
apelativo autonomía al régimen de autogobierno que los republicanos conservadores se

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mostraban dispuestos a conceder a las regiones. Ni siquiera se contemplaba la


existencia de parlamentos regionales o competencias transferidas. En lo que se
pensaba, más bien, es en aquel viejo principio de la autorquía que Gumersindo de
Azcárate definiera mucho tiempo antes como la facultad de cada región «…para regirse
y gobernarse a sí misma dentro de la ley», una autonomía, en fin, meramente
administrativa y privada de cualquier capacidad política real.
22 Cautelosos por igual se mostraban los republicanos conservadores respecto a la
cuestión agraria. Siempre temerosos de los males que pudieran derivarse de un Estado
terrateniente, aceptaban la expropiación indemnizada de las grandes fincas, pero tan
sólo como destino temporal de unos predios que habían de convertirse a la mayor
brevedad posible en propiedad plena de las familias campesinas, pues, como burgueses
que eran en última instancia, deseaban que la reforma agraria diese origen a una sólida
clase media rural de instintos conservadores que actuara como firme sostén del
régimen y del orden social. Así lo señalaba con toda claridad el ideario del PRP, que
defendía «…la creación de la pequeña propiedad rural, omitiendo los asentamientos
temporales o de otro tipo análogo»,16 aunque no por ello, incurriendo así en una cierta
contradicción, dejaba de preocuparse por el riesgo de una excesiva atomización de la
propiedad rural que no haría sino dificultar la tecnificación del campo y por ende, el
desarrollo de la agricultura. 17 El proyecto de reforma agraria presentado en las Cortes
por Niceto Alcalá-Zamora el 25 de agosto de 1931, 18 así como el proyecto de Ley de
Arrendamientos Rústicos registrado en la Cámara el 23 de febrero de 1934 por el
ministro progresista de Agricultura Cirilo del Río, 19 ofrecían los ejemplos más
completos y acabados del programa agrario del republicanismo conservador.
23 Por último, conscientes de la importancia de la cuestión religiosa en el imaginario
colectivo de los españoles, pero sin apartase de sus planteamientos ideológicos sobre la
cuestión, analizados más arriba, no dieron a ésta otra respuesta que la conveniencia de
un Concordato capaz a un tiempo de privar a la izquierda de un arma de gran potencial
movilizador y situar a la Iglesia en el marco jurídico que le correspondía en un régimen
democrático y neutro en materia de fe. La separación entre la Iglesia y el Estado, pues,
era conveniente, pero no sin ciertas medidas de control de la primera por el segundo, y,
por supuesto, sin que los derechos de aquella, iguales en todo a los del resto de
ciudadanos, resultaran lesionados en lo más mínimo. Ni expulsión de las órdenes
religiosas, ni limitación de sus actividades económicas ni, menos aún, cierre de sus
colegios tenían cabida en los programas de los partidos republicanos conservadores.
24 Con todo ello, fuerza es decirlo, el republicanismo templado tendía a situarse frente a la
mayoría de los problemas más cerca de una derecha a la que le aproximaba la
sensibilidad, el talante y el instinto de clase, pero de la que le alejaba su sincero
compromiso con un régimen republicano, parlamentario y no confesional, que de una
izquierda con la que comparte ese compromiso, pero de la que le alejaba mucho más la
que consideraba su vergonzosa claudicación ante un socialismo que, desde su punto de
vista, la había conducido a pervertir su republicanismo. Merecen, pues, el apellido de
derecha republicana estos partidos tan poco semejantes en muchas cosas a aquellos que
en estos años contemplaban como algo natural la identificación entre la República y las
izquierdas. Eran, sin duda, conservadores, aunque de esa manera inteligente que le
hacía decir al editorialista del rotativo melquiadista gijonés El Noroeste en octubre de
1931:
«...no hay otra salida ni otro remedio a la realidad que vivimos que andar hacia
adelante constantemente, despacio si se quiere y es posible; pero andar siempre, so

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pena de exponernos, si no lo hacemos, a que un día las fuerzas ocultas que mueven
el mundo nos hagan dar uno de esos saltos tremendos que registra la Historia como
cataclismos».20
25 Pero ese conservadurismo suyo no era tampoco el de las derechas españolas, como su
republicanismo no era el de las izquierdas. Y por ello, aislados por ambos lados, no
podían influir en gran medida en la política del régimen, que les condenaba a la
marginalidad. Programas e ideología, por tanto, actuaron, en cierta medida, como
factores negativos en la lucha de estos partidos por acceder al poder. La España de los
años treinta no parecía un buen lugar para las medias tintas.
26 Sin embargo, ni la ideología ni el programa fueron con mucho los factores más
determinantes del fracaso del republicanismo conservador. En realidad, ni una ni otro
se mostraban demasiado alejados de la sensibilidad de muchos de los más recientes
afiliados y votantes del exitoso Partido Radical, por ejemplo. Un peso mucho mayor
corresponde a la organización.
27 La estructura general de la Derecha Liberal Republicana quedó ya definida en una carta
que remitía en fecha tan temprana como el 26 de agosto de 1930 su Secretaría Central al
secretario de un Comité local que, como tantos otros por entonces, se había dirigido a
ella para informarle de su constitución y solicitarle instrucciones. 21 Aunque en aquellos
instantes, previos a la celebración de la primera Asamblea Nacional del partido, no
podemos sino considerar la información como orientativa, sabemos que, al menos en
sus grandes líneas, resultó válida. La carta diseñaba un entramado organizativo similar
a lo que había sido la práctica habitual de los partidos republicanos, aunque matizada
por la intención de adaptarla a los nuevos tiempos, que imponían una creciente
participación política de las masas, y, por ende, hacían conveniente introducir
mecanismos de representación y movilización de los simpatizantes y afiliados. La célula
básica era el Comité municipal, que en las localidades en las que el volumen de afiliados
así lo aconsejara, podía articularse en Comités de distrito. Por encima de aquéllos, los
Comités provinciales y regionales coordinarían la labor de sus homónimos locales y
servirían de intermediarios, aunque no en todas las actividades, entre estos y la
organización central del partido, encarnada en un órgano permanente de carácter
burocrático, la Secretaría Central, afecto a otro de índole política, el Comité Nacional,
que lo gobernaría siguiendo las pautas marcadas por las Asambleas Nacionales anuales.
28 Nos encontramos, pues, en apariencia, ante un partido que intenta incorporarse a los
usos y costumbres políticos de la democracia de masas. De la lectura de sus reglamentos
se deduce que su organización ejercía un control considerable sobre sus afiliados.
Tamizaba su admisión, imponiéndoles incluso en ocasiones el requisito de ser
presentados por militantes de probada lealtad; se aseguraba de arrancar de ellos el
acatamiento a las ideas y la disciplina del partido; registraba con detalle sus derechos y
obligaciones, cargándoles con el pago de cuotas regulares, y no se olvidaba de
entregarles un carnet para fortalecer su sentido de pertenencia a la comunidad de
sentimientos y fines que el partido pretendía constituir.
29 No debemos, sin embargo, llamarnos a engaño. La realidad del progresismo no era ni
tan moderna ni tan democrática como aparentaba. La representatividad de sus órganos
de gobierno era ficticia. En las asambleas, decenas de Comités de la misma región o
provincia elegían a una misma persona, que, elocuentemente, solía ser el prohombre
del partido en la circunscripción. 22 El programa de gobierno nada tenía que ver con la
opinión de los afiliados. Su aprobación en la Primera Asamblea Nacional del partido se

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produjo mediante aclamación unánime de un borrador redactado por Alcalá-Zamora


tras una conversación con sus diputados afines. 23 La financiación, desde luego,
provenía de fuentes bien distintas de las cuotas de los afiliados, exiguas en la cantidad y
erráticas en la regularidad con que afluían a las arcas del partido. La autonomía de las
secciones que acompañaban su nombre con tal calificativo —Juventudes, Sección
Femenina— no iba más allá de actividades tan políticamente inocuas como los
concursos de parchís o la recogida de juguetes para los niños pobres, que poco podían
interesar a los Comités locales y provinciales. La implantación social y geográfica del
partido, por último, no pasaba de algunas regiones muy limitadas y concretas que, no
siendo de las más avanzadas económica y socialmente, parecen demasiado susceptibles
de soportar aún un clientelismo político cuya probabilidad pesa como una losa sobre su
supuesta modernidad. Y aunque los conocemos con menos detalle, todo lo dicho hasta
aquí podría servir para describir la organización interna de melquiadistas y mauristas.
30 Parece, pues, que la deficiente y anacrónica organización de los partidos republicanos
conservadores pudo desempeñar un papel de cierta relevancia en lo limitado de sus
logros. Sin embargo, antes de concluir parece oportuno preguntarse qué peso
correspondió en ello a los factores externos, o, en otras palabras, de qué modo afectó el
contexto histórico en el que se vieron forzados a actuar al pobre resultado que
cosecharon.
31 No cabe duda de que las características del entorno socioeconómico en el que se veían
forzados a operar estos republicanos templados no era demasiado favorable. Por una
parte, su mensaje ofrecía por vez primera a las bases sociales de la derecha española
una nueva forma de ser conservador que separaba de forma clara la religión y la
política, a la vez que supeditaba de manera inseparable a ésta a las formas del
parlamentarismo democrático. Se trataba, pues, de una derecha distinta a la que los
españoles conocían, ya que hasta ese instante sólo había existido en España una forma
de ser conservador: abrazando, a la vez, el catolicismo y la Monarquía.
32 Por otra parte, las tensiones sociales crecientes en las que se vio forzado a existir el
nuevo régimen, algunas de ellas provocadas por su mera existencia y las expectativas
frustradas que despertó, no constituían un buen caldo de cultivo para el desarrollo de
opciones templadas como la que encarnaba el republicanismo conservador. Es posible
que sus llamadas a la moderación y al reformismo evolucionista como mejor estrategia
para la defensa de los intereses de las clases sociales acomodadas hubieran funcionado
en una coyuntura distinta, de mayor crecimiento económico y reivindicaciones obreras
menos exigentes. Pero en el marco de una profunda depresión mundial que cerraba las
válvulas de escape de la lucha de clases y tendía a fomentar los radicalismos en ambos
extremos del espectro político, el mensaje de gentes como Miguel Maura o, sobre todo,
Niceto Alcalá-Zamora parecía abocado a convertirse en la voz que clama en el desierto.

Conclusiones
33 En síntesis, el trágico destino del republicanismo conservador se debió, como
anticipábamos en nuestra hipótesis inicial, a la conjunción de dos tipos de factores. El
primero es de índole interna y se relaciona con la carencia de los partidos de esta
corriente de los instrumentos necesarios para competir con probabilidades de éxito en
la nueva era de la política de masas: mecanismos de financiación adecuados, medios
eficaces de difusión del ideario y cauces de participación de los afiliados en la dirección

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del partido. Todo ello convierte al PLD y la DLR, primero, y al PRP y el PRC, después, en
meros apéndices de las decisiones de sus líderes, cuyo criterio personal, a menudo
enturbiado por sus prejuicios, sus intereses, sus simpatías y antipatías e incluso sus
estados de ánimo, acaba por erigirse en determinante a la hora de decidir la orientación
política de cada partido, lo que explica su falta de coherencia generalizada o el hecho de
que ni siquiera llegue a plantearse en serio una fusión que en la izquierda, por el
contrario, sí tiene lugar.
34 El segundo tipo de factores es de índole externa y se refiere al contexto histórico en el
que se veía obligado a operar el republicanismo conservador. Por una parte, su
mensaje, que ofrecía a la derecha española la alternativa de una nueva forma de ser
conservador que separaba por vez primera la religión y la política y vinculaba de
manera inseparable a ésta con las formas del parlamentarismo democrático, era quizá
en exceso avanzado para el nivel de desarrollo cultural de la sociedad española. Por
otra parte, es posible que su tímido reformismo evolucionista hubiera captado la
atención de las clases medias conservadoras en una coyuntura de menores tensiones
sociales. Pero la derecha social percibía en las masas izquierdistas y en sus líderes una
creciente radicalización que incrementaba su pánico a la revolución y tendía a arrojarla
en brazos de las opciones más extremas.
35 Para terminar, resta preguntarse qué papel desempeñó el fracaso de la derecha
republicana, si es que desempeñó alguno, en el destino final del régimen. La respuesta,
por supuesto, no es simple. Cabe señalar, no obstante, que cualquier régimen
democrático requiere para subsistir de la existencia de al menos dos fuerzas políticas
capaces de turnarse pacíficamente en el ejercicio del poder. Y la Segunda República no
contó con ninguna de esas fuerzas. A la izquierda, el PSOE sólo era republicano por
conveniencia, y su respeto por las formas del parlamentarismo liberal se limitaba a la
utilidad que pudiera extraer de ellas, de modo que la adhesión al régimen de buena
parte de sus masas y algunos de los más conspicuos entre sus líderes comenzó a
flaquear desde el instante mismo en que consideraron que no servía a sus intereses. Y
en cuanto a la derecha, la CEDA tenía de la República una percepción no muy distinta,
puramente instrumental, pues sólo veía en ella un paso previo a la implantación de un
régimen autoritario, corporativo y confesional del todo incompatible con la democracia
parlamentaria. Cabe pensar que la tarea de sustentar el régimen recaía, por tanto, sobre
las espaldas de los partidos republicanos burgueses. La izquierda, que parecía
entenderlo así, se embarcó de hecho en un proyecto que la condujo a un notable grado
de integración, encarnado en la constitución de la denominada Izquierda Republicana.
La derecha, por el contrario, no lo hizo, y sin una derecha republicana fuerte, capaz
incluso de concertar con la izquierda burguesa un gran pacto de Estado que asegurase,
llegado el momento, la supervivencia del régimen frente a los crecientes ataques de la
izquierda marxista y la derecha autoritaria, la República estaba casi condenada.

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NOTAS
1. ÍÑIGO FERNÁNDEZ, Luis: «El republicanismo conservador en la España de los años treinta»,
Revista de Estudios Políticos, nº 110, octubre-diciembre de 2000, p. 281. Véase también ÍÑIGO
FERNÁNDEZ, Luis E.: La derecha liberal en la Segunda República española. Madrid, UNED, 2000.
2. ÍÑIGO FERNÁNDEZ, Luis: Melquíades Álvarez. Un liberal en la Segunda República. Oviedo, Real
instituto de Estudios Asturianos, 2000. Para la ejecutoria anterior del partido, la mejor síntesis es
SUÁREZ CORTINA, Manuel: El reformismo en España. Madrid, Siglo XXI, 1986.
3. El acta de la reunión fundacional del partido puede consultarse en el Archivo Histórico
Nacional, Sección Guerra Civil, en Salamanca (en adelante AHNS), Sección Político-Social, Madrid,
carpeta 630, legajo 873.
4. Según un documento hallado en al Archivo Histórico Nacional de Madrid, la «derecha
republicana » presentó en las elecciones de junio de 1931 un total de 124 candidatos en sesenta y
tres circunscripciones («Ministerio de Gobernación, Sección de Orden Público, Proclamación de
candidatos de diputados a Cortes Constituyentes», AHNM, Ministerio del Interior, Serie A, Legajo
31). No obstante, no todos los candidatos recogidos pertenecen al partido. Realmente, DLR debió
de presentar unos 115.
5. Para un breve estudio de las relaciones entre ambos líderes, puede consultarse ÍÑIGO
FERNÁNDEZ, Luis: «Niceto Alcalá-Zamora y Miguel Maura. Una relación tempestuosa», en CASAS
SÁNCHEZ, José Luis y DURÁN ALCALÁ, Francisco (coords.): V Jornadas Niceto Alcalá-Zamora y sus
contemporáneos, Priego de Córdoba, Patronato Niceto Alcalá-Zamora y Torres-Diputación de
Córdoba, 2000, pp. 141-164.
6. No se trataba tan sólo de eso; los mismos republicanos de izquierda estaban admitiendo
también en sus filas a personas de nítida significación monárquica. En el fondo, la izquierda
estaba convencida de que la República sólo tenía sentido si servía a sus ideales profundamente
reformistas; un régimen moderado en el que todos tuvieran cabida no entraba en sus cálculos.
Como síntesis reciente de estos planteamientos puede consultarse ÁLVAREZ TARDÍO, Manuel y
VILLA GARCÍA, Roberto: El precio de la exclusión. La política durante la Segunda República. Madrid,
Encuentro, 2010, en especial pp. 17-46.
7. Discurso de Melquíades Álvarez en el Teatro de la Comedia de Madrid, 3 de enero de 1932,
Ahora. 5 de enero de 1932.
8. Índice Ideario del Partido Republicano Progresista, VII. Economía. AHNS, Político-Social, Madrid,
carpeta 1897.
9. ALCALÁ-ZAMORA, Niceto: Discursos. Madrid, Tecnos, 1979, p. 494.
10. CUBER, Mariano: «Sobre el acto del Palace. Melquíades Álvarez. Criterio (III)», El Noroeste, 7 de
junio de 1931
11. Discurso pronunciado en la plaza de toros de Jaén el 21 de junio de 1931, en ALCALÁ-ZAMORA,
Niceto: Discursos, p. 543.
12. CUBER, M.: Antisocialismo. Madrid, Reus, 1935, p. 93.
13. Programa del Partido Republicano Conservador, epígrafe «Política Social», Archivo de la Real
Academia de la Historia (en adelante ARAH), 11/8987.
14. ALCALÁ-ZAMORA, Niceto: Discursos, p.319.
15. El Noroeste. 4 de mayo de 1932.
16. AHNS, Político-Social, Madrid, carpeta 1987.
17. De hecho, su denominado Programa Mínimo afirma la necesidad de limitar la exagerada
concentración de la propiedad, pero «…con índices suficientemente altos para fomentar el gran
cultivo y la explotación ganadera» (AHNS, Político-Social, Madrid, Carpeta 630, Legajo 873).
18. Diario de Sesiones de las Cortes Constituyentes, nº 26, 25 de agosto de 1931, Apéndice nº 9.

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19. Diario de Sesiones de las Cortes, nº 41, 23 de febrero de 1934, Apéndice 4º.
20. Editorial sin título, El Noroeste, 18 de octubre de 1931.
21. AHNS, Político-Social, Madrid, carpeta 625, legajo 869.
22. Las actas de los Comités locales confirman que esta práctica debía de ser bastante habitual.
Así, en Ávila, diez de los doce Comités representados en la Cuarta Asamblea Nacional habían
elegido como representante a San Román; todos los gaditanos habían escogido a Manuel Rodrigo,
y veintiuna de las veintidós agrupaciones jienenses se habían pronunciado por Miguel Pastor
(AHNS, Político-Social, Madrid, carpeta 1897).
23. Así lo relató Sánchez-Covisa, uno de los vicepresidentes de la mesa de La Asamblea (El Sol, 4 de
agosto de 1931).

RESÚMENES
Bajo la denominación de republicanismo conservador, el artículo estudia la formación, evolución
y características de una rama del republicanismo español de los años treinta del siglo XX
integrada por tres partidos: el Republicano Liberal Demócrata, liderado por Melquíades Álvarez,
la Derecha Liberal Republicana, luego renombrada Partido Republicano Progresista, liderado,
directa o indirectamente por Niceto Alcalá-Zamora, y el Republicano Conservador, desgajado del
anterior en 1932 bajo la presidencia de Miguel Maura. Entendiendo a estos partidos como una
opción política concreta y coherente, definida por unos rasgos ideológicos, programáticos y
organizativos claros, el autor analiza las razones de su fracaso y el papel que éste desempeñó en
el destino final de la Segunda República española.

Under the denomination of conservative republicanism, this article aims to examine the
formation, evolution and main characteristics of a branch of the Spanish republicanism in the
thirties of the 20th century. The selected faction consisted of three parties: the Republican
Liberal Democrat Party, led by Melquíades Álvarez, the Liberal Republican Right, then renamed
Republican Progressive Party, led, directly or indirectly, by Niceto Alcalá-Zamora, and the
Conservative Republican Party, detached from the previous one in 1932, under the presidency of
Miguel Maura. Understanding these parties as concrete and coherent political choices defined by
clear ideological, organizational and programmatic features, the author analyzes the reasons for
their failure and the role they played in the evolution of the second Spanish Republic.

Sous la rubrique du républicanisme conservateur, l'article étudie la formation, l'évolution et les


caractéristiques d'une branche de républicanisme espagnol dans les années trente du XXe siècle
intégrée de trois partis: le Republicano Liberal Demócrata, dirigé par Melquíades Álvarez, le
Derecha Liberal Republicana, plus tard rebaptisé Partido Republicano Progresista, dirigé
directement ou indirectement par Niceto Alcalá-Zamora et le Partido Republicano Conservador,
degagé de l’antérieur en 1932 sous la présidence de Miguel Maura. Ces partis sont entendus
comme une option politique concrète et cohérente, définie par des traits idéologiques,
programmatiques et organisationnels clairs. L'auteur analyse les raisons de son échec et le rôle
qu’il a joué dans la destination finale de la Seconde République Espagnole.

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ÍNDICE
Keywords: Conservative Republicanism, Second Republic, Spain, 20th century
Palabras claves: republicanismo conservador, Segunda República española (1931-1936), España,
siglo XX
Mots-clés: républicanisme conservateur, Seconde République, Espagne, XXe siècle

AUTOR
LUIS E. ÍÑIGO FERNÁNDEZ
Consejería de Educación de la Comunidad de Madrid

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Un momento decisivo: la estrategia


de la CEDA ante las elecciones de
1936
Un moment décisif: la stratégie de la CEDA face aux élections de 1936
A decisive moment: the strategy of CEDA when the elections of 1936

Manuel Álvarez Tardío

I
1 En un trabajo de síntesis publicado a comienzos de los años noventa, Martin Blinkhorn
relataba los aspectos fundamentales de la evolución de los «conservadores» en la
España del primer tercio del siglo XX. Llegado el turno de la Segunda República, el
autor señalaba con acierto lo importante que era «enfatizar» el hecho de que la derecha
monárquica alfonsina no fue, durante los treinta, «un verdadero partido político» sino
un «grupo» de personas bien situadas en la escala social que «nunca» llegó a ser un
movimiento de masas. Renovación Española, como señalaría un carlista, fue «un alto
mando sin ejército». Quizá por eso, por su escasa capacidad de seducir y movilizar a las
masas, los alfonsinos se centraron en una estrategia propia de un grupo de presión
consciente de su debilidad, bien tratando de influir sobre las elites políticas o bien
dedicándose a la conspiración y la «desestabilización» de la República.
2 Para Blinkhorn, el «fracaso» de los monárquicos alfonsinos era «atribuible
directamente» al «éxito» de eso que suele llamarse «accidentalismo». Este principio
habría sido propuesto fundamentalmente por el sector de los Propagandistas y El
Debate y aprovechado, con éxito, por la organización de Acción Popular. Estos, sobre
todo después del fracaso de la Sanjurjada en agosto de 1932, impulsaron una línea de
acción conservadora basada en una combinación calculada de respeto a la legalidad
vigente y denuncia de algunos aspectos de la legislación y el marco constitucional. Así,
en marzo de 1933, con la fundación de la CEDA y la separación de caminos entre
cedistas y monárquicos de Renovación Española, surgió una derecha nueva, de hecho el

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«partido político más grande» nunca visto antes en España, al menos por número de
afiliados1.
3 De acuerdo con Blinkhorn, bajo el liderazgo de Gil Robles la CEDA siguió una estrategia
orientada a lograr el poder dentro del régimen para luego transformarlo en un estado
corporativo, fijándose no tanto en el caso alemán como en el modelo de los social-
cristianos austriacos. Pero Blinkhorn, a diferencia de otras interpretaciones algo
frívolas sobre la naturaleza de la CEDA, puntualizaba con acierto que la base de la
derecha católica era una inspiración tradicionalista que les llevaba a desconfiar por
encima de todo del Estado moderno, fuera este inspirado por principios liberales,
socialistas o fascistas. Anhelaban un Estado vinculado a una visión de una armonía
social premoderna.
4 No todos los que han escrito sobre la CEDA compartirían un análisis como éste, en el
que el acento está puesto en la comprensión de los aspectos que diferenciaban a la
CEDA de otras derechas radicales y/o autoritarias, recordando que, dadas sus bases
ideológicas, la mayoría de los cedistas estaban poco predispuestos a abanderar opciones
fascistas o fascistizantes. Es evidente que esta forma de analizar a los cedistas no encaja
con la de todos aquellos que han asumido, como principio indiscutible que no necesita
ser refutado, que la CEDA era sólo una táctica de los conservadores autoritarios para
destruir la República y que su verdadero propósito se revelaba en las tramas
conspirativas y contrarrevolucionarias que buscaban dar el golpe de gracia a la
democracia republicana e imponer una vía española hacia el corporativismo fascista. 2
5 La historia del nacimiento de la CEDA y de los rasgos más sobresalientes de su evolución
a lo largo del período republicano es bien conocida. Sin embargo, durante décadas las
consideraciones de fondo sobre su papel y su relación con el régimen republicano no
han estado exentas de polémica. No es que haya habido un debate profuso, basado en
fuentes primarias. Al contrario, ha predominado un discurso ideológico en virtud del
cual la CEDA actuó como un caballo de Troya cuyo objetivo era destruir la democracia
republicana. En ese sentido, lejos de toda discusión desapasionada y argumentada sobre
el papel de la derecha católica, a menudo se ha desestimado y desacreditado cualquier
planteamiento que supusiera cuestionar ese modelo explicativo.
6 De este modo, durante mucho tiempo el análisis de la CEDA ha estado sometido a la
tensión provocada por la idea preconcebida de que aquella fue una opción táctica
legalista, pero con fines similares a los de los monárquicos autoritarios. A esto ha
contribuido, sin duda, la constante referencia a lo que por entonces estaba ocurriendo
en la República de Weimar, o al mismo caso austriaco, para certificar así ese peligro de
utilización fraudulenta de los mecanismos democráticos con el objetivo final de
destruir la democracia. Por otro lado, la ambivalencia del discurso de muchos cedistas,
el radicalismo verbal en algunos mítines y la famosa apelación al «Estado nuevo» han
fortalecido la imagen de una CEDA no ya antirrepublicana o corporativa, sino
autoritaria e incluso parafascista. A eso se ha sumado siempre la referencia a los
dislates de algunos sectores de las juventudes cedistas, especialmente en el duro
contexto de finales de 1935, tras la negativa de Alcalá Zamora a encargar la formación
de gobierno a la CEDA, aspecto éste que algunos autores han elevado a la categoría de
principio general.3
7 La CEDA no aceptó plenamente la Constitución republicana porque consideró que
lesionaba los derechos de los católicos y había sido diseñada para poner el Estado en
manos de las izquierdas, al servicio de su revolución. Sabemos que, desde un punto de

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vista doctrinal, muchos cedistas se identificaban con una visión contraria a la


modernidad liberal y culpaban al constitucionalismo liberal y a la democracia
representativa del desorden social y el avance de la lucha de clases. Pero también
sabemos que rechazaron una y otra vez la violencia –salvo la que consideraban
defensiva, es decir, si eran agredidos previamente– y compitieron en las urnas con un
grado de lealtad a las normas que no alcanzaron otros representantes políticos que,
paradójicamente, habían sido parte de la coalición fundacional de la democracia
republicana.4
8 Uno de los contextos menos conocidos y seguramente más decisivos para comprender
en profundidad la naturaleza de la CEDA y su difícil papel en la consolidación (o la
modificación) de la democracia republicana, es el del final de la segunda legislatura, a
partir del momento en que se hizo evidente la descomposición del Partido Radical y el
presidente de la República decidió que Gil Robles no podía formar gobierno, alegando
que la CEDA no se había presentado a las elecciones como un partido republicano. 5 El
propósito de este artículo es arrojar luz sobre ese difícil contexto de los meses de
diciembre de 1935 a febrero de 1936, especialmente en lo que se refiere al modo en que
los cedistas plantearon su estrategia electoral. Hasta ahora se ha dado por supuesto que
la CEDA afrontó esa campaña con un tono y unos propósitos si cabe más radicales que
los expresados en 1933, por cuanto estaba enojada con la disolución de las Cortes y
parecía cada vez más claro que el posibilismo había perdido todo sentido; y se ha
asumido que si Gil Robles no pactó un bloque electoral con los monárquicos no fue
porque no quisiera o no compartiera sus posiciones extremistas, sino porque se vio,
más o menos, obligado por el pequeño sector moderado de su partido y por la necesidad
de pactar en algunas provincias con los republicanos conservadores. Este artículo
aporta datos que permiten matizar esas consideraciones.

II
9 La revolución de Octubre fue un shock para las derechas. Contribuyó a degradar la
percepción sobre el adversario izquierdista y facilitó la explotación propagandística de
la violencia revolucionaria. Por un momento se dejaron a un lado diferencias de calado
entre los distintos grupos conservadores, compartiendo una imagen polarizada de la
política española en la que la defensa de los principios formaba parte de una lucha
existencial entre dos modelos de sociedad. Sin embargo, la hoja de ruta de la CEDA no
cambió drásticamente. Uno de los nuevos ministros cedistas insistió en que ellos
seguían «dispuestos a servir a la República» y creían que todos podían «resolver dentro
de la legalidad sus aspiraciones». Gil Robles fue tajante al sostener que su grupo
apoyaba al gobierno republicano de Lerroux e insistió en que la CEDA seguiría con la
misma línea de conducta: «jamás, ni antes ni ahora, nos hemos colocado ni hemos de
colocarnos en ningún terreno de violencia.» Y varias editoriales de El Debate ratificaron
la línea legalista.6
10 En los últimos meses de 1934 la CEDA no puso en marcha una acción para aprovechar la
situación posterior a Octubre y suspender la Constitución, como cabía haber esperado
de un partido que quisiera acabar con la democracia republicana –y como, de hecho,
pedía Calvo Sotelo–.7 Si las conversaciones en los círculos de los monárquicos alfonsinos
y carlistas estaban presididas por una creciente ansiedad sobre la posibilidad de dar un
golpe de gracia a la República aprovechando el contexto posrevolucionario, ese no fue

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el caso de Gil Robles.8 Éste mantuvo su posición ya conocida, advirtiendo públicamente


a los monárquicos que ellos aspiraban a una profunda «reforma de todo lo que se debe
reformar», pero que sólo consideraban posible un camino, el «de las vías que la misma
Constitución ha[bía] trazado». Y eso implicaba que llegaría «un momento en que,
previo el acuerdo de los partidos o llevando a la opinión el resultado de nuestras
discrepancias, pueda, dentro de los cauces legales, llegarse a lo que nosotros estimamos
necesario».9
11 No obstante, la verdadera encrucijada se le planteó a la CEDA no en el post Octubre sino
a finales de 1935, cuando el Presidente de la República se negó a encargar la formación
de gobierno al líder de la mayoría parlamentaria. A pesar de lo que aquél dijera para
justificar su decisión, el problema no era la condición formalmente republicana o no de
la CEDA, sino el hecho de que se estaba disolviendo el Partido Radical por mor de los
escándalos de corrupción y Alcalá Zamora ya no podía controlar la formación de un
gobierno parlamentario que no estuviera a merced de los cedistas. Además, tenía otro
motivo para evitar un gobierno presidido por Gil Robles: justo en esos días estaba
terminando su labor la comisión parlamentaria de reforma de la Constitución, que tenía
ya casi listo un dictamen que recogía, entre otros aspectos, la modificación del
polémico artículo 2610. Alcalá Zamora estaba a favor de la reforma constitucional, pero
no de que fuera la CEDA la que capitalizara ese proceso. Así pues, dentro de su manera
de entender la función presidencial, maniobró para que se formara un gobierno ajeno a
la composición de la cámara y dispuesto a preparar el terreno para unas elecciones bien
planificadas desde Gobernación.
12 Gil Robles consideró que la decisión del Presidente era contraria a las normas de un
régimen parlamentario. Como le había pasado a Azaña en 1933, no estaba falto de
razones, aunque el problema era también de diseño institucional de la Presidencia. 11 En
un momento de profunda irritación tras una tensa conversación con Alcalá Zamora, su
subsecretario en el departamento de Guerra, Fanjul, quiso convencer a Gil Robles de
que era necesario impedir por la fuerza la maniobra presidencial. Éste respondió que no
lideraría ese movimiento, aunque también dijo que apoyaría la acción que pudieran
concertar los militares siempre que dieran «su palabra de honor» de que «esa acción se
limitar[ía] rigurosamente a restablecer el normal funcionamiento de la mecánica
constitucional y a permitir que la voluntad de la nación se expres[ara] con plena e
ilimitada libertad»12.
13 La maniobra quedó rápidamente descartada, entre otras razones porque no se trataba
de una acción planificada de antemano y en la que la CEDA se fuera a involucrar con
todas las consecuencias, como tampoco tenía un amplio respaldo en el alto mando
militar. El mismo jefe del Estado Mayor, el general Franco, mostró su negativa a algo
que implicaba una intervención militar en un problema que, a su juicio, debían resolver
las autoridades civiles.13 Así pues, la reacción pública de Gil Robles fue la de mantener
su compromiso con la legalidad republicana. Criticó con dureza la resolución de la crisis
de gobierno y acusó a sus antiguos aliados en el llamado «bloque gubernamental», por
ejemplo Cambó, por su apoyo al Presidente. Pero, una vez más, se distanció de la
posición de los extremistas monárquicos, alfonsinos y carlistas, negándose a dar por
fracasado el posibilismo y reiterando, a preguntas de los periodistas sobre si la CEDA
seguía en el «campo republicano», que: «Naturalmente. Otra cosa sería dar la razón a
los que han supuesto en nosotros deslealtades de que somos incapaces. Dentro de la ley
siempre. Y dentro del ámbito republicano también.»14

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14 Finalmente, las Cortes fueron disueltas y se celebraron elecciones generales presididas


por Portela Valladares, alguien a quien el propio Alcalá Zamora consideró «un táctico
admirable» que fiaba «demasiado en la eficacia del poder» para ganar unas elecciones. 15

III
15 El contexto para la celebración de unas generales en febrero de 1936 no podía ser
menos propicio. El Debate explicó tras la constitución del nuevo gobierno que se había
levantado «una muralla» para impedir que la CEDA pudiera hacer desde el gobierno lo
que las urnas habían legitimado en noviembre de 1933.16 Ciertamente, para éstos el giro
inesperado de la situación política fue una noticia difícil de encajar, precisamente en el
momento en que más cerca estaba la posibilidad de cumplir con su compromiso
electoral y modificar la Constitución. Además, las heridas abiertas por lo de Octubre no
estaban cicatrizadas; y ahora tocaba hacer frente en las urnas a unos partidos que
habían prometido impedir a toda costa que la CEDA pudiera influir para cambiar el
rumbo de la República del 31. En esas circunstancias, ¿cómo convencer a un votante
conservador de que el posibilismo seguía teniendo sentido? ¿Cómo contrarrestar el
discurso radical de un Calvo Sotelo que aseguraba abiertamente que la conciliación
entre católicos y democracia republicana era inviable?
16 Los cedistas, además, estaban tan asustados como el resto de las derechas y el centro
republicano, los progresistas, los de la Lliga y los Liberal Demócratas, por la vuelta al
poder de quienes se habían salido de la ley en Octubre. Cabía esperar, por tanto, que el
partido de Gil Robles se lanzara de inmediato a tejer una coalición electoral con la
derecha monárquica para conseguir «todo el poder» en las elecciones y, ya sin la
servidumbre de los radicales, cambiar la República y «aplastar» la revolución. Eso
deseaban, desde luego, los extremistas monárquicos. La Nochebuena de 1935 el
editorial de ABC daba por hecha la «unión de derechas». Pero se trataba más de un acto
de fe y de una forma de presión, pues lo visto en los mítines durante el fin de semana
anterior apuntaba en una dirección bien distinta: la comunión de programas en las
derechas era casi una entelequia.
17 Ese fin de semana Calvo Sotelo había dicho que la revolución triunfaba en las alturas (se
refería al Presidente de la República) porque se había impedido que la CEDA formara
gobierno y se había permitido la vuelta a la legalidad de las organizaciones marxistas.
En lo primero coincidía, más o menos, con los cedistas. Pero no era así en aspectos más
importantes de cara a una alianza electoral y un programa conjunto de gobierno. El
líder monárquico no ahorraba críticas a la CEDA, como venía haciendo durante todo el
segundo bienio. Para él, si bien «todas las derechas esta[ban] de acuerdo en que [la
República] no ha[bía] implantado las esencias» que ellos personificaban, no podía
entender por qué «un sector de ellas s[eguía] en el régimen creyendo que podr[ía]
transformarlo desde dentro». Ellos, sentenciaba, «no compart[ían] esa ingenuidad»,
pues la «República no adoptará nunca formas moderadas». Es decir, los monárquicos no
esperaban que los «fundadores» de la República dejaran de considerarla «con sentido
patrimonialista». Aunque luego Calvo puntualizara que esa diferencia «no estorba[ba]
al frente antirrevolucionario», eso era una cuestión discutible. De hecho, él formulaba
unas exigencias que, como bien sabía, planteaban graves problemas a los cedistas: pedía
que ese frente lo integraran sólo cedistas, monárquicos e independientes; pero «Nada

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de partido radical». Y además, confirmaba que ya no era posible hacer campaña para
revisar la Constitución; la de 1931 estaba «cancelada» y era necesaria una «nueva». 17
18 Calvo estaba decidido a tensar la cuerda. Así afrontó su relación con la CEDA y así
planteó su estrategia para el pacto electoral. Pero Gil Robles, que durante esos días y
hasta mediados de enero también criticó duramente a Alcalá Zamora, dejando incluso
que sus juventudes avivaran el fuego y pusieran sobre la mesa reivindicaciones
maximalistas, iba a jugar su propia partida. Hay varios aspectos de su discurso en esos
días que son muy significativos. Uno, en absoluto menor, es que para él el problema no
era tanto una «mala» Constitución como un mal funcionamiento del Parlamento. Su
afán no era suprimir la cámara sino disponer de una mayoría que hiciera gobernable el
país y permitiera evitar la intromisión del Presidente en el juego parlamentario. Y decía
confiar plenamente en las urnas para resolver ese problema, sin descartar además el
pacto con todos aquellos que estaban contra la revolución, incluidos los republicanos –
que, en definitiva, eran esenciales para lograr una mayoría parlamentaria que facilitara
gobiernos estables–.18
19 Los días posteriores a la Navidad y hasta la primera semana de enero fueron un
hervidero de rumores sobre si habría o no acuerdo entre la CEDA y los monárquicos.
Calvo siguió presionando a favor del frente derechista tal y como él lo había definido.
Pero esa presión pública reflejaba, en verdad, una cierta derrota en el terreno de las
conversaciones privadas. De hecho, el mismo 26 de diciembre se producía una
entrevista entre Maura y Gil Robles cuyo objetivo era extender el frente conservador, si
bien las diferencias entre ambos no eran menores. Parte de la prensa interpretaba que
Maura no estaba de acuerdo en la alianza con «algunos radicales» y había vetado la
unidad con los monárquicos. Por otro lado, estaba planteado el problema de la coalición
con los grupos que habían apoyado al gobierno Portela, a los que Gil Robles, en un
primer momento, había excluido de todo acuerdo. A su vez, en esos días se producían
otras reuniones, con Gil Robles como protagonista. En una de ellas, con Abilio Calderón,
se confirmaba el acuerdo con la derecha independiente.19
20 El 27, tras una nueva entrevista entre Gil Robles y Calvo Sotelo, todo eran rumores y,
pese a la impaciencia monárquica, no se confirmaba el frente antirrevolucionario. Es
más, la CEDA seguía jugando su partida, que nada tenía que ver con las pretensiones de
Calvo. Su secretario general, Geminiano Carrascal, la mano derecha de Gil Robles en
aquellas semanas de intensa negociación, daba a conocer una nota que dejaba muy
claros algunos aspectos, asegurando que en esos mismos términos se iba a pronunciar
el Consejo Nacional convocado para el día 30. La CEDA salía al paso de los rumores
asegurando que eran partidarios de «un amplísimo frente contrarrevolucionario» que
se amoldara «a las particularidades electorales de cada provincia.» Ese frente –por el
momento– era incompatible con el «pretendido partido de centro que quiere
improvisar el Sr. Portela» y, por tanto –y con esto metían presión, entre otros, a los
agrarios y los melquiadistas-, con los partidos que «coadyuven desde el Gobierno» a ese
propósito. Carrascal aseguraba, además, que, aun yendo sola, la CEDA tenía aseguradas
las mayorías en veinte provincias y las minorías en las restantes. Así pues, su
advertencia era implícita pero contundente: no cederían a presión alguna incluso a
riesgo de que no hubiera frente electoral conservador. La reunión del Consejo Nacional
de la CEDA confirmó esos términos, abriendo la puerta a pactos en las provincias con
los republicanos que quisieran combatir la revolución. Y para desesperación de los
monárquicos, hizo público un comunicado preciso en el que descartaba que el acuerdo

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electoral fuera acompañado de «un compromiso para programas mínimos» o «un pacto
de carácter general para toda España». Es más, rechazaban tajantemente todo aquello
«que ligue a la Ceda con los partidos monárquicos una vez terminada la contienda de
las elecciones».20
21 No es extraño que durante las dos primeras semanas de enero los monárquicos
estuvieran cada vez más angustiados por algo que no podían reconocer en público pero
que era un secreto a voces: la CEDA no se plegaba a sus presiones para una alianza sin
los republicanos y no estaba por la labor de pactar nada que supusiera un compromiso
postelectoral. Es evidente que ambas cosas habrían supuesto una especie de haraquiri
de los posibilistas y una humillación ante las duras críticas que los monárquicos venían
dedicándoles desde mucho antes de octubre de 1934.
22 Significativamente, la prensa monárquica criticaba, un día sí y otro también, que el
pacto incluyera a aquellos que como el Partido Agrario «acaban de dar nueva prueba de
su versatilidad»; o a los que, como Maura, se asociaba con las trágicas jornadas de
anticlericalismo violento de mayo de 1931. Para ellos, además, el pacto debía ser un
«compromiso permanente».21 Pero a Gil Robles esa presión parecía importarle poco,
sumergido como estaba en negociaciones a varias bandas y empeñado en el
compromiso con sus antiguos socios de gobierno, los radicales. Poco antes de Reyes,
tras una larga conversación entre Gil Robles y Lerroux, el Comité Nacional del Partido
Radical ratificaba el acuerdo de «ir a la lucha electoral con partidos afines y
especialmente con la Ceda.» Es más, Gil Robles sabía no sólo que la unidad programática
que pedían los monárquicos implicaba una claudicación en toda regla, sino que
distintos sectores de la CEDA no veían con buenos ojos la unidad con aquéllos. Y no
eran sólo los próximos a Luis Lucia o Giménez Fernández. El sevillano Jesús Pabón atacó
por escrito a la minoría de Renovación Española. Y era lógico que así fuese cuando
durante muchos meses esa minoría, y especialmente los amigos de Calvo Sotelo, habían
hecho todo lo posible para impedir que la coalición radical-cedista siguiera en pie.
Además, pese a su propio lenguaje antimarxista, muchos cedistas no podían compartir
los exabruptos que se oían en las filas monárquicas, como cuando el día de Reyes el
marqués de la Eliseda insistió en que las «formas no son accidentales» y que era «más
fácil restaurar la Monarquía que cambiar la República»22.
23 Por el contrario, el discurso electoral cedista, aun siendo muy beligerante contra el
Presidente de la República, en lo demás se mantuvo dentro de los límites del
posibilismo de forma si cabe más clara que en 1933; ningún cedista pidió, de forma
autorizada, la destrucción de la República23. Y a diferencia de alfonsinos y carlistas, la
participación democrática era considerada como el mejor cortafuego de la revolución,
en tanto en cuanto permitiese un parlamento conservador gobernable. En un polémico
discurso dado en Vigo a comienzos de enero, Gil Robles atacó duramente a Alcalá
Zamora, pronunciando unas palabras que fueron censuradas, aunque se publicaron días
más tarde, una vez restablecidas las garantías. Dijo que no era demagogo «el jefe de un
partido que denuncia las infracciones de la Constitución» sino el «el jefe del Estado que
la infringe» y «el Gobierno que sanciona extralegalmente la actuación del jefe del
Estado.» Pero también repitió algo que marcaba una distancia capital –no una mera
diferencia táctica– con los monárquicos:
«Yo tengo respeto a los hombres que profesan noblemente una ideología, aunque
ésta sea distinta a la mía. A mí no me importa que en este lugar haya quien no
comulgue con mis ideas. Si hay alguien, yo trataré de convencerle, utilizando los

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medios de persuasión, pero si no lo consiguiera, continuaría guardándole mis


respetos. Con unos o con otros. Claramente. Pero a votar como ciudadanos.» 24
24 Es verdad que en esos días las Juventudes de AP fueron más allá en sus ataques a los
socialistas y sus exigencias de cambio constitucional. Pero no lo es menos que en el
ecuador de la campaña Gil Robles limitó la libertad de sus jóvenes, suspendiendo alguna
de sus publicaciones y exigiendo que en los mítines no se salieran del guión establecido
por la dirección del partido en Madrid.25 Lo hizo no sólo porque le disgustaran ciertas
concomitancias con los monárquicos, sino porque a nadie se le ocultaba que ese
discurso dificultaba su relación con los partidos republicanos.
25 Para desesperación de algunos, todavía a primeros de la segunda semana de enero
continuaba el ir y venir de rumores sobre el acuerdo de las derechas. El día 8 Gil Robles
filtraba de nuevo su actitud firme de «no establecer un comité de enlace, como se hizo
en las elecciones de 1933». El Sol aseguraba en ese momento que los «trabajos
electorales» en las derechas eran intensos. Al parecer, la Ceda lucharía «unida a los
monárquicos sólo en cinco provincias», aquellas como Madrid o Santander donde «los
partidos de centro derecha no tienen fuerza.» Pero en el resto iría «unida a los
mauristas, agrarios, etc». También se abría paso cada vez de forma más clara el acuerdo
en Cataluña con la Lliga.
26 Esa información parecía confirmar que, tras nuevos contactos entre Gil Robles y Maura
por un lado, y Gil Robles y Calvo Sotelo por otro, el líder cedista no cedía ante ninguno
de sus interlocutores, si bien concordaba con Maura y otros republicanos en que no
habría pacto postelectoral alguno con los monárquicos. De hecho, las relaciones entre
Gil Robles y el líder monárquico pasaban por su peor momento, hasta el punto de que
algunos periódicos aseguraban el día 10 que el último encuentro entre ambos «se
[había] interrumpi[do] bruscamente». La «discrepancia fundamental» que había
provocado «una discusión enconada» residía, claro está, en la negativa cedista a pactar
«un programa mínimo de actuación para desarrollar en la Cámara futura». 26
27 Así pues, todavía a mediados de enero la CEDA mantenía dos ideas inamovibles: ni
bloque monárquico-cedista ni acuerdo con los portelistas. «Ya he dado órdenes
concretas y definitivas a todas las agrupaciones de provincias», declaraba Gil Robles
con toda la intención, «de que no iremos a la lucha electoral en unión de ninguno de los
candidatos que representan al Gobierno». Un día más tarde, El Debate, fiel vocero de la
línea de acción gilroblista, respondía a la ansiedad de la prensa monárquica: el frente
electoral se formará poco a poco, «sin compromisos que desdibujen la peculiar
significación de cada grupo y su libertad de acción.» 27
28 Esa era la situación cuando el domingo 12 de enero Calvo Sotelo pronunció unas
palabras en un mitin que supusieron un importante punto de inflexión. Como de
costumbre, el extremismo y la soberbia del líder monárquico exasperó a Gil Robles.
Tres aspectos debieron de acabar con su paciencia: el primero, cuando Calvo dijo que el
segundo bienio «de tregua» ha mostrado «lo más que la República puede ofrecer a la
derecha»; es decir, que los accidentalistas se equivocaban confiando en cambios dentro
del sistema. El segundo, cuando reiteró que deseaban la unión de derechas pero exigió –
como si él liderara el grupo más importante y nutrido de las derechas y pudiera poner
condiciones– que el pacto incluyese el compromiso de declarar constituyentes las
próximas Cortes, que deberían «sustituir totalmente la Constitución». Y el tercero, en
una línea de populismo autoritario, cuando afirmó que frente a la violencia que es

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«palanca del socialismo», «la sociedad» necesita «apelar también a la fuerza» para una
«defensa eficaz»; luego, un «Estado fuerte» requiere de un «ejército poderoso» 28.
29 Nada de todo esto casaba con el discurso del líder cedista. Es significativo que ese
mismo día, en Córdoba, Gil Robles no dudase en contestar a una parte del público que
pronunció palabras contra el régimen justo en el momento en el que él estaba
criticando el comportamiento de Alcalá Zamora. «Seamos demócratas», dijo,
«enjuiciando bien sobre la democracia. Y no se nos diga que esto es atacar al régimen
(…) Se puede atacar al presidente de la República y salvar la Presidencia de la República
en el ataque. Eso es lo lógico, lo democrático, lo republicano y lo legal. Porque los vicios
de un hombre no pueden confundirse con los errores de un sistema. (Gran ovación)» Y
añadió algo que bien puede interpretarse como una respuesta a las continuas
apelaciones de Calvo Sotelo: «El ejército es un instrumento nacional al servicio de la
Patria, y no ha de estar, ni puede estar, ni debe estar, a la orden de ningún partido». 29
30 Pese a la presión monárquica, Gil Robles volvía a la carga en público y el día 13 advertía:
«Francamente. Creo que habrá unión contrarrevolucionaria... Ahora, sí no la hubiera la
Ceda no sería la que más perdería, porque creo que para sacar las minorías en toda
España, no tendríamos que hacer un gran esfuerzo. En este caso tendríamos seguros,
como punto de partida, ciento diecinueve diputados (...) De modo que si a alguien le
interesa que haya unión, debe ser a los otros partidos. Ellos verán si quieren luchar
solos contra los socialistas y disputarles las mayorías. Sí vamos unidos, las tendremos
en toda España. Si no, yo me llevo las minorías, y ellos verán lo que hacen.»
31 Nada podía exasperar más a quienes estaban a su derecha que el hecho de que la CEDA
insistiera en no acordar un pacto para terminar con la República después de las
elecciones, recalcando además que seguiría negociando con los republicanos. Es
evidente que, por otro lado, esas tensiones reflejaban un desacuerdo en cuanto al
reparto de puestos en las listas electorales. Por eso los cedistas no sólo no cedían sino
que amenazaban. Y los monárquicos ponían el grito en el cielo: la CEDA se «cree la
dueña absoluta del país y en condiciones de imponer exigencias (...) Lo que se pretende
es mermar, reducir hasta lo inverosímil, la representación monárquica, y con eso,
naturalmente, no podemos estar de acuerdo los que hemos sacrificado toda la vida a
una convicción, mucho menos aún, a sabiendas de que nuestro sacrificio sólo ha de
servir para acrecentar las posibilidades de consolidación de la República, como ha
ocurrido en los dos últimos años.»30
32 Así pues, en un momento muy delicado de las relaciones entre cedistas y monárquicos,
la segunda quincena de enero resultó decisiva para facilitar un acuerdo que,
finalmente, respondió básicamente a los planteamientos de los primeros. Fue posible
porque entre el 16 y el 24 se sucedieron tres hechos importantes. El primero y más
tangencial es que Gil Robles cortó en seco toda posible insubordinación en los japistas,
facilitando así la relación con sus aliados republicanos y las demandas de los sectores
socialcristianos de su propio partido. Por otra parte, ya no le interesaban las críticas
exacerbadas contra don Niceto. El día 18 ordenaba la retirada del número más reciente
del semanario J.A.P.31 Lo segundo es que, para colmo de los monárquicos, la CEDA se
estaba acercando a los portelistas, de tal forma que no sólo no habría bloque de
derechas antirrepublicanas sino que Gil Robles aceptaba alguna lista conjunta con
candidatos del gobierno allí donde la lucha triangular resultaba muy peligrosa 32. Y el
tercer aspecto, en absoluto menor, fue la ruptura entre Gil Robles y Calvo Sotelo, harto
el primero tanto de las salidas de tono de su interlocutor como de sus pretensiones de

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hegemonizar las derechas. De hecho, si entre el 19 y el 23 se lograba por fin aclarar las
condiciones del acuerdo con los monárquicos, esto ocurría tras la sustitución de Calvo
Sotelo por Goicoechea en las negociaciones.33
33 Pero para llegar a ese acuerdo hubo primero que salvar el obstáculo principal, que no
era solamente una cuestión de reparto de puestos: los monárquicos querían un acuerdo
de programa, mientras que los republicanos radicales y conservadores presionaban a
Gil Robles en sentido contrario. Aceptaban estos últimos, después de muchas
negociaciones, que hubiera listas en las que la CEDA pactara con los monárquicos, pero
no cedían en ningún tipo de pretensión que pudiera ser interpretada como una victoria
del afán monárquico por convertir las próximas Cortes en el inicio de un período
constituyente y el principio del fin de la República. Hubo un momento, entre el 20 y el
22, en el que la negociación estuvo a punto de naufragar. De hecho, el titular de ABC el
día 21 era totalmente engañoso: «Ayer se concertó entre los jefes de la fuerzas de
derechas la unión contrarrevolucionaria».34 Se refería a un posible acuerdo cerrado por
Gil Robles con los monárquicos la tarde del 20 y que, al día siguiente, Calvo Sotelo
presentaría en público, en un discurso pronunciado en Cáceres, como algo cerrado 35.
Miguel Maura, muy inquieto por esos rumores y por las exigencias monárquicas, visitó
a Gil Robles, seguramente para escuchar de su boca que la Ceda no respaldaba todas las
peticiones de los monárquicos para el día después de las elecciones. Más tarde, tras una
reunión conjunta entre Alba, Maura, Cid y el líder cedista, los tres primeros publicaron
una nota la noche del lunes 20. Reconocían haber reiterado a Gil Robles su apoyo a «las
candidaturas de centro y derecha coaligadas» pero «sintiendo, ante todo, una
preocupación legítima por las instituciones republicanas y por la vida fecunda de las
próximas Cortes». Le habían pedido, así, que con la confección de candidaturas «no se
p[usiera] en riesgo el normal cumplimiento de aquellos dos postulados esenciales:
Defensa de la República y función útil del Parlamento.» 36
34 A la presión por la izquierda se sumó la del propio partido de Gil Robles. Al parecer, el
día 22 Luis Lucia le pidió que no firmara ningún pacto con los monárquicos; según
algunos medios, llegó incluso a amenazar con la escisión. De cualquier forma, el líder de
la Derecha Regional Valenciana reconoció ante la prensa su «asombro» ante las
manifestaciones hechas por Calvo Sotelo en Cáceres –en las que éste anunció un pacto
programático con la CEDA que incluía las exigencias maximalistas de los monárquicos–
y tuvo palabras contundentes en cuanto a la naturaleza de la CEDA: «se es un grupo
gubernamental o no se es. El que no lo sea puede decir lo que le dé la gana; pero el que
sea gubernamental tiene que atenerse a los medios legales para conseguir sus fines.»
Además, dijo estar autorizado por Gil Robles para desmentir rotundamente que las
palabras de Calvo Sotelo contaran con el beneplácito de aquél. Se habría podido firmar
un manifiesto electoral con las derechas, reconoció, pero ahora, tras las palabras de
Calvo, quedaba descartado37.
35 La constitución del frente electoral antirrevolucionario pasó ayer por un momento
delicado, aseguraba Ahora en su edición del día 23. Y así había sido. Según algunos, la
posibilidad de una coalición monárquico-cedista se había evitado gracias a la amenaza
de los partidos republicanos de acercarse al gobierno y pactar con Portela. 38 Pero lo
cierto era, primero, que los planteamientos hechos públicos por Calvo Sotelo no
respondían a un pacto previo con Gil Robles que significara la firma de un acuerdo
postelectoral y la demanda expresa de la reforma «total» de la Constitución, aunque
parece que el líder cedista sí podría haber aceptado, como dijo Lucia, algún tipo de

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manifiesto conjunto, aunque redactado por los cedistas y los radicales. 39 Por otra parte,
las exigencias de número de puestos en las candidaturas que llegaron a realizar los
monárquicos, de hasta 68, eran a todas luces inasumibles para los cedistas y no se
correspondían con la escasa presencia y organización de Renovación Española en
muchas provincias.
36 No ya la prensa cercana a la CEDA, como El Debate o Ya, sino otros medios de alcance
nacional interpretaron que, una vez desplazado Calvo Sotelo y descartado cualquier
acuerdo programático con los monárquicos, Gil Robles había dado un paso más en el
sentido de robustecer la opción legalista. El Sol, un medio en absoluto sospechoso de
antirrepublicanismo, venía asegurando desde días antes que Gil Robles «está resuelto a
gobernar con la República y no quiere que nada estorbe esta aspiración de su partido.»
Y La Vanguardia del día 23 consideraba «innegable que con su actitud de hoy el señor
Gil Robles fortalece su posición política dentro de la República» 40.

IV
37 Lo cierto es que después de esas tensas jornadas, Alba, que era la voz cantante de los
radicales en la negociación electoral con la CEDA, podía declarar que estaba satisfecho
con las explicaciones y la actuación de Gil Robles. «El pacto está desde hoy más firme, y
a él vamos con más entusiasmo que nunca (…) El señor Gil Robles ha aceptado las
reflexiones que hacíamos en nuestra nota para procurar a todo trance la consolidación
de la República y que el nuevo Parlamento realice una labor útil para la República.» Y
Maura, siempre dado a un cierto sensacionalismo, aseguraba: «Yo, que asistía a esta
reunión como republicano (…) he salido satisfecho y más entusiasta del bloque electoral
que nunca. He visto en el señor Gil Robles (…) un gran sentido de cordialidad, y sobre
todo, un marcado espíritu liberal. Estoy, por tanto, sumamente satisfecho, pues se ha
reconocido por todos que hay que impedir a todo trance que se malogre esta coalición y
hay que alcanzar la mayoría republicana de centro-derecha que sea instrumento de
Gobierno después del triunfo electoral».41
38 Ciertamente, en esto último residía uno de los puntos clave. La CEDA mantendría sus
conversaciones con los monárquicos, pues lo contrario podía suponer perder escaños
en algunas provincias. Pero no aceptaba las peticiones de los monárquicos de
involucrarse en un pacto postelectoral con ellos. Y esta era una cuestión central, pues
significaba que el partido de Gil Robles, al que muchos medios, a diestra y siniestra,
auguraban el grupo mayoritario en las próximas Cortes, rechazaba hacer campaña
contra la República y postular la revisión total de la Constitución. Para la CEDA lo
fundamental era orientar las alianzas y el discurso de tal forma que se pudiera
conseguir después de las elecciones una mayoría de gobierno que incluyera al centro-
derecha republicano y que hiciera, ante todo, gobernable el parlamento.
39 De ahí que a partir de ese momento y hasta el 16 de febrero, además de moderar algo
sus ataques a Alcalá Zamora, Gil Robles no dejara de insistir en que la «alianza
contrarrevolucionaria» era algo «amplísimo» que empezaba allí donde «acaba[ba]n los
contubernios revolucionarios». Como aseguró en un importante y multitudinario mitin
en Toledo, celebrado poco después de la ruptura con Calvo Sotelo, si él estaba dispuesto
a pactar con los monárquicos, pese a los «extremos» que aquellos habían usado contra
los cedistas, por qué no iba a pactar con el centro y la derecha republicanos, que sin
embargo habían sido sus aliados de gobierno. Dicho con el lenguaje apocalíptico y

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frentista del momento: «Yo no pregunto a nadie de dónde viene cuando viene a luchar
por España y por nuestra civilización». Por lo tanto, la gente del Bloque Nacional debía
tener algo claro, a juzgar por la cantidad de veces que lo repetían los cedistas en sus
mítines: «Nosotros mantenemos nuestra posición y nuestra táctica, porque entendemos
que hay que mirar no al momento inmediato, sino a un momento un poco más lejano».
42

40 Pero no sólo era eso. También se trataba, como advirtió El Debate tras ese importante
mitin de Gil Robles, de establecer una línea divisoria con su extrema derecha. Y para
eso había que reiterar que no se luchaba en las urnas contra la legalidad sino en su
defensa. «La victoria de los comicios, que será plenamente legal, que en modo alguno
puede significar un átomo de de imposición y de violencia, nada valdría si no la
consolidaran en sus efectos las mismas vías de la legalidad.» 43 Y esta no era una
cuestión baladí, pues Calvo Sotelo y otros monárquicos andaban haciendo una campaña
en la que se justificaba el derecho de rebeldía de los católicos contra el régimen en la
medida en que consideraban conculcada la legalidad. Ellos, como volvió a repetir Calvo
Sotelo en esos días, tenían claro que: «La República será (siempre) lo que es ahora: un
pretexto para la revolución».44
41 Es decir, que los monárquicos, como reconocía La Nación tras el jarro de agua fría que
había supuesto la ratificación del acuerdo cedista-republicano, si bien admitían –con
resignación evidente– que «en las circunstancias actuales es necesario llegar a
inteligencias con los menos peligrosos», querían –en directa alusión a los cedistas–
«proclamar también a voces que no se puede ser monárquico de corazón y republicano
de conducta, sino que todos los que se llamen republicanos no son nuestros afines, y
que todos los que piensen en monárquico y actúan en republicano (…) ocasionan
también un enorme estrago al interés supremo de la Patria.» 45
42 Pero la presión no hizo mella en el cedismo. Es más, según se entró en la primera
semana de febrero Gil Robles decidió, finalmente, desdecirse de sus propias palabras y
aceptar acuerdos puntuales en algunas provincias con candidatos portelistas. Entre el 6
y el 9 de febrero concedió dos o tres entrevistas importantes en las que ratificó su idea
de alianzas «variadísimas». Lo fundamental no era el dilema monarquía o república
sino «derrotar en las urnas a las izquierdas». Y hacerlo dejando claro que
«esas alianzas no prejuzgan nuestra actitud en orden a los problemas de la política
futura. A ella iremos cada uno de nosotros con nuestro programa, nuestra táctica y
nuestro criterio (...) De igual modo que nosotros no hipotecamos nuestro criterio,
no queremos tampoco que lo hipotequen los demás».46
43 Con el típico pragmatismo y esa ambigüedad calculada que había caracterizado buena
parte de su trayectoria anterior, Gil Robles marcaba distancias con unos monárquicos
cada vez más enojados, no ya por los acuerdos con los republicanos sino por el empeño
de la CEDA en no variar sus objetivos postelectorales. El líder cedista reconocía, y esto
abiertamente, que no le preocupaba tanto la reforma de la Constitución como impedir
que las futuras Cortes fueran ingobernables: «España no puede aguantar por más
tiempo unas Cortes estériles». Por lo tanto, lo fundamental era, entonces, que el
gobierno no se empeñara en promocionar candidatos que dificultaran la formación de
una mayoría de centro-derecha después de las elecciones. Lo de la Constitución estaba
bien, incluso, como le dijo a un periodista de El Sol, era «esencial». Pero antes de eso
había que lograr un «estado espiritual de España, cuya preparación puede exigir

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medidas legislativas y de gobierno» que sólo podían llegar a través de la victoria


electoral y el control de la cámara.47
44 La CEDA reafirmaba así su posibilismo, pero también su empeño en lograr el gobierno
por vías diferentes a las que reclamaban los partidos situados a su extrema derecha. Ya
en la última semana de campaña, para desesperación de los monárquicos, Gil Robles
insistía en que: «Acción Popular no necesita ningún complot por dos razones: primera
porque es su norma, su ideología y su táctica no salirse de la ley, y segunda, porque
remedando una frase de un hombre ilustre podemos decir: he ahí nuestros poderes
señalando al pueblo. No el ejército; es el cumplimiento del deber lo que nos basta para
acudir al pueblo y darle una papeleta de votación para que con ella nos de la
ratificación de su confianza.» Para él se trataba de una cuestión evidente: cómo tener
«más diputados» y lograr «la ratificación moral que significa la confianza del pueblo».
Con ambas cosas, un Gil Robles pragmático aseguraba que la CEDA se presentaría «a los
más altos poderes» y pediría «el Poder en nombre de España.» 48

V
45 Para el conjunto de las derechas, y los cedistas no eran menos, aquella consulta
electoral era vista como «la batalla definitiva a la revolución». Lo que se iba a «ventilar»
era «si España [iba] a vivir un período revolucionario permanente, o si vencida
totalmente y para siempre la subversión, podr[ía] comenzar una época de auténtica
construcción nacional».49 Y si de lucha para salvar a España se trataba, no resulta
extraño que también el lenguaje de campaña de los cedistas, pese a las diferencias
evidentes que los separaban de la derecha monárquica, alcanzara límites difícilmente
soportables en un sistema de pluralismo democrático. Es conocido que la CEDA no era
una excepción en cuanto al peso del tradicionalismo católico y antiliberal que campaba
a sus anchas por las derechas españolas de los treinta. Además, Gil Robles inició la
campaña profundamente disgustado con el modo en que se había cerrado la anterior
legislatura; la experiencia de la últimas Cortes le había ratificado en que el
parlamentarismo, si no iba acompañado de mayorías estables, imposibilitaba el
gobierno del país. Por eso, dentro de la tónica general del lenguaje antimarxista, llegó a
hablar de «aplastar» a los adversarios que defendieran ideas «ilícitas», como las de la
lucha de clases.50 También los cedistas, a veces, calificaron a sus adversarios de
«traidores», «renegados», o «aliados de pistoleros», como señaló Tusell. 51 Con todo,
aunque el discurso cedista se viera contagiado por la dura controversia que mantenían
los oradores de derechas con sus rivales del Frente Popular, es una burda simplificación
quedarse en ese nivel para el análisis; por no hablar de lo poco honesto que resulta citar
sólo fragmentos de los discursos de Gil Robles –como el mencionado más arriba en el
que usó el término «aplastar»- previa manipulación y recorte.
46 En 1936 no hubo, a diferencia de 1933, una coalición nacional con los monárquicos, pese
a que estos la pidieron a gritos durante la segunda quincena de diciembre. Como ya
señalara Tusell, no hubo ningún comité coordinador de una candidatura única de
derechas. De hecho, la CEDA acordó alianzas electorales muy variadas, que incluyeron
finalmente a distintos republicanos radicales, conservadores, independientes y
agrarios. No se pactó un programa con los monárquicos no ya porque eso hubiera
impedido el acuerdo con los republicanos, sino también porque las exigencias de los
primeros pasaban por abandonar el posibilismo. En la línea abierta por Tusell, se ha

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venido sosteniendo que si Gil Robles no aceptó el acuerdo programático propuesto por
Calvo Sotelo no fue porque él y una parte de la CEDA no estuvieran de acuerdo en, por
ejemplo, la revisión de la Constitución y la destitución de Alcalá Zamora, sino porque el
sector de Lucia y Giménez Fernández amenazó con romper la disciplina. Es casi seguro
que el líder de la DRV mostró a Gil Robles su desacuerdo con un pacto de esas
características, pero también lo es que la evolución de las conversaciones privadas y el
discurso público sostenido por la cúpula gilroblista desde finales de diciembre indican
que era una pura fantasía monárquica esperar que la CEDA firmara un acuerdo con
ellos que implicase el reconocimiento público de la defunción del posibilismo y nada
menos que la formación de un «gobierno provisional» con un general, posiblemente
Sanjurjo, presidiendo el régimen. Y es inverosímil sostener, además, que sólo por la
intervención de Lucia la CEDA no terminó en manos de los monárquicos. Como dijo
Tusell, podía haber acuerdo entre Gil Robles y Calvo Sotelo en promover la destitución
del Presidente; ahora bien, eso, a diferencia de lo que señaló este mismo autor, no era
una declaración de antirrepublicanismo sino una medida que se podía promover dentro
de las previsiones de la propia Constitución. Un detenido análisis de todas las fuentes
periodísticas disponibles, y no sólo de las memorias de algunos protagonistas, apunta a
que Gil Robles no se apartó sustancialmente de la verdad en sus Memorias cuando dijo
que había varios puntos del programa propuesto por los monárquicos que eran
inasumibles para la CEDA, con independencia de la presión o no de su sector
socialcristiano. Y eso tanto porque era necesario pactar con los republicanos y algunos
portelistas para tener buenos resultados, como porque, tal y como se ha mostrado en
este artículo, Gil Robles mantuvo un criterio pragmático, pero más o menos coherente,
durante todas esas semanas, un criterio que suponía una diferencia sustantiva con los
monárquicos y una firme defensa de los postulados posibilistas. En ese sentido, por
tanto, no parece haber razones bien fundadas para sostener tajantemente la idea de
que Gil Robles mantuvo inicialmente una posición «dubitativa» ante las propuestas de
Calvo Sotelo y sólo la presión de Lucia y los republicanos conservadores «hizo que el
plan acabara abortando».52
47 La campaña del Bloque Nacional no fue solamente antimarxista, sino «antirrepublicana
y antidemocrática».53 Mientras que la CEDA, a pesar del radicalismo inicial de sus
juventudes y los famosos gritos de «¡Jefe!, ¡Jefe!», concentró su discurso en, primero,
atacar al Presidente de la República en términos que pudieron resultar groseros y,
segundo, el miedo a la revolución; además, buena parte de sus mítines se dedicaron a
defender la gestión realizada en el segundo bienio, sin arrepentirse, sino todo lo
contrario, de la colaboración con los republicanos radicales. Las diferencias de fondo
entre el discurso cedista y el monárquico fueron más que notables, tanto en las palabras
de los líderes nacionales como en el ámbito de las campañas locales. 54 No es que algunos
cedistas no compartieran aspectos doctrinales con los monárquicos y un mismo afán
antimarxista; también ellos estaban fuertemente mediatizados por el miedo a que los
protagonistas de Octubre recuperaran el poder y cumplieran con las promesas que
hacían en campaña. Y lo que sí hubo en la campaña cedista, una vez que las alianzas se
fragmentaron y hubo que convivir con compañeros tan diferentes, fue una cierta
inconcreción de las propuestas para el día después de las elecciones –algo, por lo
demás, propio de un catch-all party como ya era la derecha gilroblista–. En cualquier
caso, como revela el devenir de las negociaciones que se han relatado más arriba, hubo
algo más que una diferencia táctica entre la CEDA y los partidos antirrepublicanos de la
derecha radical. Ni siquiera el hecho de que la CEDA hubiera sufrido la muerte de no

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menos de dos decenas de japistas en los años previos y que durante la campaña
recogiera no menos de 4 muertos y 7 heridos graves más, además de ver cómo la mitad
de todos los mítines reventados en esos días eran suyos, llevó a Gil Robles a posiciones
parecidas, en cuanto a la apología de la violencia, a las de otros líderes políticos de la
derecha monárquica o la izquierda revolucionaria.55 Y ésta no es, obviamente, una
cuestión menor.

NOTAS
1. M. BLINKHORN, “Conservatism, Traditionalism and fascism in Spain, 1898-1937”, en Blinkhorn, M
(ed.), Fascists and Conservatives. The radical right and the establishment in twentieth-century Europe,
Londres, Routledge, 2005, pp. 127-131.
2. El trabajo de referencia ha sido el J.R. MONTERO, La CEDA. El catolicismo social y político en la Segunda
República, Madrid, Ediciones de la Revista de Trabajo, 1977.
3. Un ejemplo reciente de cómo forzar una interpretación de la CEDA a la luz de ciertos aspectos
de las juventudes de AP, en S. LOWE, Catholicism, War and the Foundation of Francoism. The Juventud de
Acción Popular in Spain, 1931-1939, Brighton, Sussex Academic Press, 2010.
4. No hago esta valoración a la ligera. Es fruto de mi exhaustivo estudio sobre la CEDA, la
violencia y la intransigencia política, publicado en:“La CEDA y la democracia republicana”, en F. DEL
REY, (ed.): Palabras como puños. La intransigencia política en la Segunda República española, Madrid,
Tecnos, 2011, pp. 397-409. También M. ÁLVAREZ TARDÍO, “Politics, Violence and Electoral Democracy
in Spain: the case of the CEDA, 1933-1934”, Bulletin for Spanish and Portuguese Historical Studies, nº
35 (1), 2011.
5. N. ALCALÁ-ZAMORA, Memorias (Segundo texto de mis memorias), Barcelona, Planeta, 1977, pp.
341-343.
6. J. TUSELL, Historia de la Democracia Cristiana en España, Sarpe, Madrid, 1986, vol. I, pp. 240-243. J.M.
GIL ROBLES, Discursos parlamentarios , Madrid, Taurus, 1971, p. 303. Y El Debate, 18-11, 15 y
18-12-1934.
7. Es muy significativa la polémica entre los firmantes del manifiesto fundacional del Bloque
Nacional y Gil Robles a finales de 1934. En La Nación, 26-12-1934 y ABC, 27-12-34. Cit. en S. GALINDO
HERRERO, Los partidos monárquicos bajo la Segunda República, Madrid, Rialp, 1956, p. 259. La evolución
de las derechas autoritarias, en J. GIL PECHARROMÁN, Conservadores subversivos. La derecha autoritaria
alfonsina, 1913-1936, Madrid, Eudema, 1994.
8. Son muy esclarecedoras las palabras que escribió Fal Conde a Sanjurjo a finales de 1934,
refiriéndose a los cedistas no como aliados, sino todo lo contrario: “Es que vamos como los
cangrejos o que los cangrejos del cedismo pueden más que los corceles de la reacción y nos hacen
retroceder terreno. Y eso, que no dejamos de empujar, porque si paráramos, hace tiempo que
nuestros antiguos aliados, nos habían [habrían] consolidado y echado raíces en la Niñita.” Carta
fechada el 30-12-1934, en Archivo Privado Sanjurjo (s/c). Un estudio fundamental de la reacción
de ese complejo mundo del conservadurismo autoritario después de octubre de 1934, en F. DEL REY,
“Percepciones contrarrevolucionarias. Octubre de 1934 en el epistolario del general Sanjurjo”
(en prensa).
9. DSC, n. 115, 5-11-1934, p. 4505.
10. ABC, 5 y 6-12-1935.

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11. M. ÁLVAREZ TARDÍO, “Ni República parlamentaria ni presidencialista”, Revista de Estudios


Políticos, nº 123, 2004, pp. 177-202.
12. J.M. GIL ROBLES, No fue posible la paz, Barcelona, Ariel, 2006, pp. 365-367 y 381; ALCALÁ-ZAMORA,
Memorias…, p. 344. Calvo Sotelo encargó a Juan A. Ansaldo que exigiera a Franco, Fanjul y Goded
que se opusieran al “golpe de Estado” del Presidente de la República. En A. BULLÓN DE MENDOZA, José
Calvo Sotelo, Barcelona, Ariel, 2004, p. 537.
13. La versión de Franco en una carta a Gil Robles, 4-2-1937. AHN, Causa General, Leg. 1513, exp
40.
14. Informaciones, 16-12-1935. Extracto de la entrevista publicado en ABC, 17-12-1935, p. 25.
15. N. ALCALÁ- ZAMORA, Asalto a la República. Enero-abril 1936, Madrid, Esfera de los Libros, 2011, p.
144.
16. El Debate, 15-12-1935, editorial.
17. ABC, 24-12-1935, editorial y mitin de Calvo en Albacete.
18. Mitin en Cáceres, en ABC, 24-12-1935.
19. ABC, 27-12-1935; Ahora, 28-12-1935; El Heraldo de Madrid, 27 y 28-12-1935; y La Voz, 26-12-1935.
20. ABC, 28-12-35; El Heraldo de Madrid, 31-12-1935; y La Vanguardia, 1-1-1936.
21. ABC, 1-1-1936. Véase también editoriales de los días 9, 12 y 16 de enero. Y La Nación, 5-1-1936,
este último citado en BULLÓN DE MENDOZA, José Calvo…, p. 554.
22. Mitin monárquico en Antequera. En ABC, 7-1-1936. GIL ROBLES, No fue posible…, p. 406.
23. La campaña cedista en las elecciones de 1933, en R. VILLA GARCÍA, La República en las Urnas. El
despertar de la democracia en España, Marcial Pons, Madrid, 2011, pp. 251-267.
24. ABC, 7 y 9-1-1936; El Sol, 7-1-1936.
25. RICHARD A.H. ROBINSON, Los orígenes de la España de Franco. Derecha, República Revolución, 1931-1936,
Barcelona, Grijalbo, 1973, p. 351. Siempre se citan artículos del boletín de las JAP para hablar del
extremismo de las juventudes. Pero junto con eso también hay que recordar que los numerosos
discursos dados por japistas en la campaña electoral de 1936 no fueron sustantivamente
diferentes a los de sus mayores. Un ejemplo muy significativo de esa disciplina son los discursos
de presentación de candidatos de la JAP en Madrid, en El Debate, 7-2-1936 y ABC, 8-2-1936.
26. La Vanguardia, 9 y 10-1-1936. El Sol, 9-1-1936.
27. El Debate, 11-1-36 y Ahora, 11-1-1936.
28. ABC, 14-1-1936 y Ahora, 14-1-1936.
29. Ibidem.
30. La Nación, 14-1-1936.
31. ABC, 19-1-36 y El Sol, 19-1-36.
32. Cuanto menos desde el día 17 de enero había conversaciones que apuntaban a un posible
acuerdo parcial entre candidatos cedistas y gubernamentales. Ahora, 18-1-1936.
33. “El señor Goicoechea sucede al señor Calvo Sotelo en la representación de los monárquicos”;
Ahora, 23-1-1936. “El señor Gil Robles”, concluía la nota política de La Vanguardia, “ha roto todo
trato político con el señor Calvo Sotelo. El suceso ha caído, naturalmente, como una bomba en el
campo de las derechas. (…) La ligereza, o la indiscreción, o quizá la franqueza —que todo puede
ser— del señor Calvo Sotelo, lo ha precipitado.” La Vanguardia, 23-1-1936.
34. En declaraciones a la prensa, Gil Robles desmentía esa información y aseguraba que de
momento no había manifiesto conjunto de las derechas; desmentía además que a los monárquicos
se les fueran a dar 75 puestos. El Sol, 21-1-1936.
35. En esa reunión del 20 habrían estado Gil Robles, Goicoechea, Calvo Sotelo y –aunque no con
seguridad- Martínez de Velasco. Los dos últimos “sometieron a la aprobación” cuatro puntos: “las
próximas Cortes, al constituirse, se declararán Constituyentes; inmediata destitución del
Presidente de la República; constitución de un gobierno provisional, y sustitución del Sr. Alcalá
Zamora en la jefatura del Estado por un general”. Según El Sol, el “primer punto fue aprobado por

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unanimidad; los dos segundos, rechazados por el Sr. Gil Robles”. El Sol, 22-1-1936. En sus
memorias Gil Robles confirma que habría aceptado el primero, pero discrepando “de la
formulación y el planteamiento”. No fue posible…, p. 410. El ejemplar de Ahora (22-1) dice, sin
embargo, que Gil Robles habría llegado a un “completo acuerdo” con los monárquicos, incluido el
manifiesto. Pero Martínez de Velasco, en El Heraldo de Madrid (22-1) desmintió que se hubiera
pactado nada de lo que se rumoreaba.
36. Ahora, 21-1-1936; El Sol, 21-1-1936; La Vanguardia, 21-1-1936; El Heraldo de Madrid, 21-1-1936.
37. El Sol, 22 y 23-1-1936 En la versión de El Heraldo de Madrid, 22 y 23-1-1936, se daba a entender
que las palabras de Calvo Sotelo pidiendo unas cortes constituyentes habrían sido fruto de un
acuerdo en una reunión previa con Gil Robles en la casa del marqués de la Vega de Anzó. Y
también se indicaba que una gestión de Lucia con Maura había sido clave para convencer a los
republicanos de que la CEDA no cedería a las pretensiones monárquicas. En su Memorias, Gil
Robles califica estas versiones de “falsedades” de los “periódicos de izquierdas” y señala que las
gestiones y declaraciones de Lucia se hicieron con su conformidad y dirección previa. No fue
posible…, p. 411. Javier Tusell, sin embargo, hizo una interpretación contraria a lo sostenido por
Gil Robles; un comentario crítico sobre esto puede verse al final de este artículo.
38. “Nota política” de La Vanguardia, 23-1-1936.
39. Ahora, 23-1-1936, que da por seguro que se “había aprobado (…) la redacción de un manifiesto
electoral en la pasada reunión del señor Gil Robles con los representantes monárquicos;
documento al que no concedía el jefe de la CEDA la trascendencia que le han atribuido los
partidos republicanos”. En declaraciones recogidas por El Debate, 23-1-1936, Calvo aseguraba
haber hablado de manifiesto porque “el lunes pasado se acordó que a la noche siguiente se
reunirían los señores Goicoechea y Gil Robles para firmar[lo]”.
40. El Sol, 19-1-1936. “Nota política” de La Vanguardia, 23-1-1936.
41. Ahora, 23-1-1936. El Heraldo de Madrid, 23-1-1936.
42. Todo del mitin en Toledo, en ABC, 24-1-1936, pp. 17-21.
43. El Debate, 24-1-1936.
44. Ahora, 24-1-1936 y La Vanguardia, 23-1-1936.
45. La Nación, 4-2-1936.
46. Declaraciones de Gil Robles al diario Ya (6-2) transcritas por Ahora, 6-2-1936.
47. El Sol, 9-2-1936.
48. Mitin de Gil Robles en Sevilla, El Debate, 12-2-1936.
49. Entrevista a Gil Robles, en Ahora, 6-2-1936 y El Debate, 6-2-1936.
50. Mitin del 9 de febrero, en El Debate, 11-2-1936 y Ahora, 11-2-1936.
51. TUSELL, Historia de la…, vol. I, p. 216.
52. GIL ROBLES, No fue posible…, p. 410-411. Dubitativo, en J. TUSELL, Las elecciones del Frente Popular,
Madrid, Cuadernos para el Diálogo, vol. I, p. 193. La versión de Vicente Comes, biógrafo de Lucia,
en un libro por lo demás notable, está basada en el relato de la prensa de izquierdas, tanto La Voz
como El Heraldo de Madrid; por lo tanto, en la línea de Tusell, muy crítica con lo señalado por Gil
Robles en sus memorias y haciendo de Lucia un personaje decisivo para centrar a la CEDA. En el
filo de la navaja. Biografía política de Luis Lucia Lucia (1888-1943), Madrid, Biblioteca Nueva, 2002, p.
329.
53. ROBINSON, Los orígenes…, p. 411.
54. Las diferencias entre la campaña de la derecha monárquica y la de los cedistas son también
significativas en el ámbito regional. Véase J.M. MACARRO, Socialismo, República y revolución en
Andalucía (1931-1936), Universidad de Sevilla, 2000, pp. 396-397; J. SANZ HOYA, De la Restauración a la
reacción. Las derechas frente a la Segunda República (Cantabria, 1931-1936), Universidad de Cantabria,
Santander, 2006, p. 239; TUSELL, Las elecciones…, vol. I, pp. 226-277.

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55. Datos de violencia electoral, en M. ÁLVAREZ TARDÍO, “The Impact of Political Violence During the
Spanish General Election of 1936”, Journal of Contemporary History, 2012 (en prensa). Las cifra de
dos decenas, en S.G. PAYNE, El colapso de la República, Madrid, Esfera de los Libros, 2005, p. 271.

RESÚMENES
Este artículo estudia la posición adoptada por la derecha católica posibilista en las elecciones
generales celebradas en España a comienzos de 1936. No es un estudio de propaganda y discurso
ideológico sino de acción y estrategia electoral. El propósito del artículo es investigar cómo y en
qué condiciones decidió la CEDA una estrategia para esas elecciones. Para llevar a cabo esa tarea
se ha rastreado con cuidado la información aparecida en prensa, contrastando esta información
con otras fuentes. Los resultados de esta investigación muestran que la CEDA no tuvo una postura
claramente definida desde el principio a favor de pactar con la derecha monárquica y compartir
un programa inequívocamente antirrepublicano. Su estrategia fue más matizada y compleja de lo
que hasta ahora se había sostenido.

Cet article examine la position de la droite catholique espagnole lors de l’élection générale de
1936. Ce n’est pas une recherche de discours de propagande et idéologique, mais d’action et de
stratégie électorale. L’objectif de ce papier est d’étudier comment et dans quelles conditions la
CEDA a décidé d’une stratégie pour ces élections nationales. Les rapports de presse ont été
soigneusement étudiés pour mener à bien cette tâche, et cette information a également été
contrastée avec d’autres sources. Les résultats de cette recherche montrent que la CEDA n’eut pas
une position clairement définie dès le départ en faveur de l’accord avec la droite monarchiste, et
de partager sans équivoque un eagenda antirépublicaine. Sa stratégie fut plus nuancée et plus
complexe que ce qui a été expliqué jusqu’à présent.

This article examines the position of the Spanish Catholic right in the general election of 1936. It
is not a research of propaganda and ideological speech but of action and electoral strategy. This
paper’s aim is to investigate how and under what conditions the CEDA party decided a strategy
for these national elections. Press reports have been carefully investigated to carry out this task;
and this information has also been contrasted with other sources. The paper reveals the CEDA did
not have -at the beginning of the process- a clearly defined position to reach a national
agreement with the monarchist right; they did not share a clearly anti-republican agenda. Its
strategy was more nuanced and complex than has so far been explained.

ÍNDICE
Mots-clés: droite, partis, Espagne, XXe siècle, catholicisme, Seconde République
Keywords: right, parties, Spain, 20th century, Catholicism, Second Republic
Palabras claves: derecha, partidos, España, siglo XX, catolicismo, Segunda República española
(1931-1936)

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AUTOR
MANUEL ÁLVAREZ TARDÍO
Universidad Rey Juan Carlos

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Un partido para acabar con los


partidos: el fascismo español,
1931-1936
Un parti pour en finir avec les partis : le fascisme espagnol, 1931-1936
A party to end parties: spanish fascism, 1931-1936

Julio Gil Pecharromán

1 El fascismo, entendido como ideología y como modelo de partido político, fue, en


España, un movimiento tardío y débil con relación a sus homólogos europeos. Es cierto
que, a partir del verano de 1936, su entonces único representante, Falange Española de
las JONS, creció hasta convertirse en un partido de masas. Pero ello fue en el contexto
anómalo de una guerra civil y de un proceso forzado de convergencia del fascismo
primigenio con las diversas fuerzas de la Derecha en lo que se ha denominado la
"coalición reaccionaria"1. Y, en menos de un año, esa coalición se convirtió en el
partido único de una dictadura que tenía en el fascismo un referente doctrinal
fundamental -por lo menos hasta 1945- pero equilibrado por otros componentes como
el catolicismo político, el conservadurismo autoritario o el tradicionalismo carlista.
2 El fascismo, como referente político, estuvo presente en la vida española prácticamente
desde que se originó en la Italia de 1919. Pero su consolidación en el plano doctrinal de
la Derecha española fue lenta e incompleta, y en el de la organización de partidos no
cuajó hasta 1933, pese a la existencia anterior de algunos conatos de muy escaso
relieve.

Conatos y tanteos
3 Las primeras iniciativas pre-fascistas, correspondientes a lo que se conoce
genéricamente como derecha radical, respondieron a una reacción defensiva de la masa
social conservadora –las “gentes de orden”- ante los ecos de la Revolución Rusa y el
caos causado en Europa por el final de la Gran Guerra. Y, sobre todo, ante la presión
ejercida por la izquierda obrera española a través de las movilizaciones de lo que se

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conoció como el Trienio Bolchevique, que tuvo su primera y más seria manifestación en
la "huelga general revolucionaria" de 1917. Fue en este contexto en el que las ligas
ciudadanas, o uniones cívicas, arraigadas especialmente entre los sectores más
conservadores y nacionalistas de la clase media urbana, vislumbraron en el fascismo
una metodología de acción y una racionalización doctrinal contrarrevolucionarias que
iban más allá de las meras actitudes defensivas2. Tal fue el caso de la Liga Patriótica
Española, creada en Barcelona al calor del crecimiento de la presión catalanista en
1918-1919, y dirigida por el carlista Ramón Sales, líder de los Sindicatos Libres. En
paralelo con los Libres, la Liga se implicó en las luchas sociales a partir de la dura
huelga de La Canadiense (febrero-abril de 1919). Y por entonces comenzó, también en
Cataluña, a intervenir en los conflictos sociales el Somatén, una milicia local con tareas
de auxilio a las fuerzas policiales en defensa del orden y de la propiedad, pero que a raíz
de la huelga de La Canadiense asumió un componente político que implicaba un abierto
rechazo al sistema constitucional, al que los somatenistas acusaban de debilidad
intrínseca frente a las fuerzas revolucionarias del obrerismo.
4 También contribuyeron a crear suelo para un futuro fascismo algunas iniciativas
similares en Madrid y otras ciudades, donde las Juventudes Mauristas llevaban años
preparando la movilización callejera de la derecha radical. Surgieron ligas como
Defensa Ciudadana y Unión Ciudadana, dispuestas a respaldar con la violencia el
mantenimiento del orden público y a profundizar en la radicalización política de la
derecha conservadora3. No eran iniciativas relacionadas directamente con el fascismo,
por el que mostraban simpatías pero también un conocimiento muy superficial, sino
más bien con el nacionalismo radical y el antiliberalismo de la konservative revolution.
Contribuyeron a dotar al régimen dictatorial surgido del golpe de Estado militar de
1923, de justificaciones autoritarias y le aportaron cierta base social de activismo
militante.
5 Hubo, sin embargo, dos conatos de partido que buscaban abiertamente identificarse
con el fascismo. El impulsor del primero representó luego un papel de cierta
importancia en la concreción de la opción fascista durante la República. El periodista
canario Manuel Delgado Barrero, diputado y director del diario maurista madrileño La
Acción, intuyó enseguida que la vía mussoliniana de conquista del Poder era factible en
España si se forzaban algo las condiciones políticas para atraer a un amplio sector de las
gentes de orden a “la senda de un fascismo español”. A finales de 1922, mientras desde
su periódico se realizaban abiertas llamadas al golpe de Estado, animando a ello incluso
al rey, Delgado sacó a la calle una revista, La Camisa Negra, que sufragaban algunos
empresarios vinculados al maurismo y que nacía con el propósito de facilitar la
aparición de “un Mussolini español”. La meta debía ser la creación de una organización
política militarizada, la Legión Nacional, directamente inspirada en los fasci di
combattimento, a la que se convocaría a los excombatientes de la guerra de Marruecos,
descontentos con el sesgo político del conflicto y con su situación personal 4. El intento
no llegó a ninguna parte.
6 La segunda iniciativa tuvo lugar en Barcelona donde, en marzo de 1923, se dio a conocer
un grupo denominado La Traza, de carácter básicamente anticatalanista y encuadrado
por oficiales de la guarnición militar. La Traza, que no habría pasado de tres centenares
de miembros, apelaba a las masas para luchar contra el sistema parlamentario
utilizando un modelo organizativo paramilitar y un lenguaje adaptados del fascismo
italiano. Pero no parece que la visión doctrinal de los “camisas azules” trazistas fuese

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más allá del regeneracionismo autoritario que compartían con los generales golpistas
de septiembre de 19235.
7 El establecimiento de la dictadura de Primo de Rivera representaba, en cierto modo, el
triunfo de esta línea de derecha radical filo-fascista. Pero, como se demostraría
reiteradamente a escala europea en el período de entreguerras, la existencia de un
régimen autoritario de regeneracionismo conservador no era el medio adecuado para el
crecimiento del fascismo, que precisaba de la amenaza revolucionaria de la izquierda
obrera y de un sistema democrático liberal, garantista y "decadente", para consolidarse
como alternativa totalitaria.
8 Durante los primeros meses de la Dictadura se desató una carrera entre las diversas
opciones de la derecha anti-liberal -conservadurismo autoritario, catolicismo social,
tradicionalismo- por aportar componentes doctrinales y estructuras de militancia
política a la nueva situación. En tales condiciones, los pre-fascistas tenían pocas
opciones. El grupo de La Traza se unió a un sector radicalizado del Somatén en una
Federación Cívico-Somatenista que buscaba asumir un papel de organización oficialista
amparada por el Directorio. Pero la creación del Somatén Nacional, institucionalizado y
puesto bajo control militar a los cuatro días del golpe de Estado, redujo su función a un
activismo local en paralelo con otros grupúsculos de derecha radical, como la Peña
Ibérica o el Grupo Alfonso. La Traza desapareció formalmente en 1926.
9 La Unión Patriótica Española (UPE), la organización de masas que Primo de Rivera
asumió como base de apoyo popular a su régimen y “madre” de un nuevo sistema de
partidos en un futuro de política regenerada, recogía las diversas tradiciones de la
Derecha española6. De hecho, el partido había sido creado, pocas semanas después del
golpe de Estado, como Unión Patriótica Castellana, por Ángel Herrera Oria, presidente
de la Asociación Católica Nacional de Propagandistas (ACNP) e impulsor de un
“catolicismo social” antiliberal y propugnador de un Estado confesional y corporativo
de índole tradicional. Esta Unión Patriótica, ofrecida a Primo de Rivera como
alternativa política al somatenismo y oficializada como partido del régimen, se
convirtió en una poco operativa plataforma de masas, con cerca de un millón de
adherentes, atraídos por su carácter oficialista y la promesa de promoción personal que
ofrecía su proximidad al Poder. Respondía la UPE al modelo de partidos “privilegiados”
que, como el polaco Bloque No Partidista de Colaboración con el Gobierno, el Frente
Patriótico austríaco, o el rumano Frente del Renacimiento Nacional, buscaban integrar
al conjunto de fuerzas “nacionales” en una organización al servicio del orden
conservador que amparaban sus dictaduras. Por lo tanto, la vinculación doctrinal de la
UPE con el fascismo era prácticamente nula, entre otras cosas porque en la Unión
predominaba la “mentalidad” sobre la “ideología”7, más bien confusa esta, aunque no
cabe duda sobre la abierta simpatía de una parte de su militancia hacia el régimen
italiano.
10 En este contexto, la coyuntural aproximación diplomática a Italia, el modelo de Estado
corporativo diseñado en la nonata Constitución de 1929, o los proyectos de
organización corporativa del ministro de Trabajo, Eduardo Aunós, que viajó a Italia
para estudiar el modelo laboral fascista, podían responder a una genérica simpatía por
el sistema dictatorial impulsado por Mussolini, pero no implicaban identificación con
sus parámetros totalitarios y se atenían más bien a las esencias del catolicismo social de
raíz tradicionalista. Y esto era especialmente claro en el caso de Primo de Rivera, que
nunca comprendió lo que había tras el fascismo. En fecha tan tardía como la primavera

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de 1929 avalaba que su Somatén era “lo que puede parecerse más a un fascismo”, ya que
constituía “una unión de gente honesta y armada para la defensa y el orden” 8.

El experimento jonsista
11 La caída de la Dictadura y el proceso de vuelta a la normalidad constitucional
auspiciado por el Gobierno del general Berenguer, con la convocatoria de elecciones
parlamentarias a corto plazo, obligaron a recomponer el sistema de partidos de la
Derecha. Perdida su posición de privilegio, la Unión Patriótica se disolvió rápidamente
y el primorriverismo se refugió en un nuevo partido, de afiliación mucho menor pero
mayor coherencia doctrinal, que adoptó el nombre de Unión Monárquica Nacional y
lanzó una campaña en defensa de la obra del Directorio y en contra del retorno a las
prácticas de la “vieja política”9.
12 La disolución de la UPE propició, por otra parte, un reagrupamiento de la derecha
radical en una serie de grupúsculos que pretendían reanudar la movilización
antirrevolucionaria de las “uniones cívicas”. Aunque la mayoría de ellos respondían a
modelos de conservadurismo autoritario, o de neotradicionalismo –la Juventud
Monárquica Independiente, el Partido Socialista Monárquico- algunos jugaban ya con
elementos de proximidad al fascismo, como era el caso del Partido Laborista, de Aunós
y, sobre todo, del Partido Nacionalista Español. El PNE fue fundado, en abril de 1930,
por el neurólogo valenciano José María Albiñana, pero en su creación jugó un papel
fundamental Delgado Barreto, que buscaba relanzar su frustrado proyecto de Legión
Nacional y que puso el diario que dirigía, La Nación –antiguo órgano de la UPE- al
servicio del nuevo partido. Este se dotó de algunos elementos fascistizantes, como el
saludo brazo en alto o, más tarde, un uniforme con camisa azul celeste y gorro
legionario. Pero, sobre todo, creó la primera milicia de partido de la Derecha española,
los violentos legionarios de España, "voluntariado ciudadano con intervención directa,
fulminante y expeditiva en todo acto atentatorio o depresivo para el prestigio de la
Patria", como los definía su fundador10. Aunque Albiñana mostraba abiertas simpatías
por el fascismo, carecía de capacidades como ideólogo y tanto el carácter de sus
seguidores como su propia concepción de la acción política parecen fijar como modelo
del PNE las Ligas Patrióticas de la derecha radical francesa, y no el italiano Partido
Nacional Fascista11.
13 En los años de la Dictadura se mantuvo activo un frente intelectual de difusión de las
ideas fascistas, integrado por gentes de diversa procedencia ideológica a las que el
inicio de la experiencia mussoliniana ofrecía “una seducción compartida” 12. La
recepción de esas ideas, estimulada por las autoridades culturales italianas, se producía
en varios niveles, desde las disquisiciones doctrinales y filosóficas de La Gaceta
Literaria, la revista vanguardista que editaba Ernesto Giménez Caballero a partir de
192713, hasta los artículos de divulgación con trazo grueso de la prensa popular, entre la
que La Nación de Delgado Barreto destacó por su entusiasmo filo-fascista. Estos
esfuerzos de difusión del fascismo resultaban, no obstante, bastante dispersos y sus
propagandistas tenían dificultades para adaptarlos a una realidad española en la que, a
partir de septiembre de 1923, el peligro de la revolución obrera o del separatismo
catalán y, por tanto, la necesidad de estimular el cortafuego fascista, habían dejado de
ser percibidos como una prioridad por los sectores más radicalizados de la Derecha.

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14 Las cosas cambiaron a lo largo de 1930 y, sobre todo, en los primeros meses de 1931. Los
esfuerzos del Gobierno Berenguer por recuperar el sistema liberal-parlamentario, así
como el crecimiento de la presión de las izquierdas republicana y socialista, que
alcanzaron un acuerdo político e intentaron un golpe de Estado antimonárquico a
mediados de diciembre, parecieron favorecer las condiciones de confrontación precisas
para el cultivo de un fascismo español. Pero los pequeños partidos de derecha radical,
meramente defensivos y con un grado mínimo de fascistización en el mejor de los
casos, no podían asumir esa tarea.
15 Fue en este contexto en el que Ramiro Ledesma Ramos, un joven funcionario de
Correos, intelectual que bebía de las teorías de Heiddeger, Gentile, Ortega y Gasset y
Giménez Caballero, de cuya revista era colaborador, aglutinó la iniciativa de un grupo –
Juan Aparicio, Giménez Caballero, Antonio Bermúdez Cañete, Emiliano Aguado, etc.- ya
con el abierto objetivo de dar paso a un movimiento político de carácter fascista 14. El 14
de marzo de 1931 apareció un semanario, La Conquista del Estado, cuyo manifiesto
político marcaba abiertas diferencias con el lenguaje de la derecha radical. Así,
afirmaba que "en todas partes se desmorona la eficacia del Estado liberal-burgués",
mientras que el marxismo es "la primera visión clara del carácter de nuestra
civilización industrial y técnica", pero contra el que "nosotros lucharemos", ya que sus
propuestas eran inasumibles. El manifiesto, del que podía inferirse una predilección por
un sistema republicano, se pronunciaba por una "soberanía del Estado, indiscutible y
absoluta", que llevaría a la "extirpación de los focos regionales que den a sus aspiración
un sentido de autonomía política" y proponía una economía bajo control estatal y
sindical, que incluiría "la expropiación de los terratenientes". La creación del Nuevo
Estado requeriría no del voto de las masas, sino de "minorías audaces y valiosas,
jóvenes equipos militantes, sin hipocresía frente al fusil y la disciplina de guerra". Una
organización constituida por pequeñas "células sindicales y políticas", con miembros
menores de 45 años -el culto a la juventud propio de la doctrina fascista- sería la
encargada de asumir la conquista del Estado liberal-burgués y su trasformación en otro
revolucionario, basado en los principios del pan-estatismo:
"Al hablar de supremacía del Estado se quiere decir que el Estado es el mismo valor
político y que el mayor crimen contra la civilidad sería ponerse frente al nuevo
Estado. Pues civilidad -la convivencia civil- es algo que el Estado, y sólo él, hace
posible. ¡¡Nada pues sobre el Estado!!"15.
16 Aunque no se mencionaba la palabra fascismo, la aparición del grupo de La Conquista
del Estado representaba la irrupción de la primera opción política inequívocamente
fascista en España. Surgido en un momento de fuerte tensión política, con la Derecha en
plena reorganización y a escasas semanas del inicio de una serie de consultas
electorales en las que la Monarquía se jugaba el futuro, su nacimiento pasó un tanto
desapercibido. Sufría el grupo, además, un problema común a todas las organizaciones
del fascismo español anterior a la guerra civil: la escasez extrema de medios
económicos. Aun así, a través del financiero José Félix de Lequerica y del diplomático
José Antonio de Sangróniz, consiguieron algunos fondos que les permitieron mantener
la edición del periódico hasta octubre de 1931.
17 En paralelo con el grupo madrileño habían aparecido en Valladolid unas Juntas
Castellanas de Actuación Hispánica. Su líder, Onésimo Redondo, licenciado en Derecho,
había sido lector de español en la universidad alemana de Mannheim, entre 1927 y
1928, donde parece haberse familiarizado con la doctrina nazi 16. Militante católico e
impulsor de un sindicato de pequeños labradores, fundó las Juntas con una visión

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doctrinal que "apenas tenía algo que ver con el radicalismo fascista de Ledesma" 17.
Predominaban el nacionalismo imperialista y tradicionalismo católico, la apelación a la
juventud a construir un Estado totalitario mediante una "revolución hispánica", y una
retórica antisemita y antiliberal parejas a un antimarxismo visceral 18. Las JCAH, que
contaron desde junio de 1931con su propio semanario, Libertad, no superaron el ámbito
provincial, donde poseían una modesta base de militancia en la que predominaban
estudiantes y pequeños agricultores.
18 Los dos grupúsculos fascistas estaban obligados a entenderse, si querían superar sus
precarias condiciones. En octubre de 1931 se fusionaron en las Juntas de Ofensiva
Nacional Sindicalista (JONS). Durante los meses siguientes, con Ledesma como principal
ideólogo, los jonsistas refinaron su programa, hasta darle una estructura doctrinal que
denominaron nacionalsindicalismo, en la que el radicalismo social ledesmista, con
fuertes ecos sorelianos, se aunaba con el más marcado componente nacionalista y
católico del grupo vallisoletano. Las Juntas atrajeron alguna financiación, procedente
de medios empresariales, y extendieron su ámbito a diversas ciudades con universidad,
donde se formaron pequeños grupos de activistas. Pero sus primeras acciones de
“violencia saludable”19, sobre todo contra los estudiantes izquierdistas de la FUE, y el
fracasado golpe de Estado derechista de agosto de 1932 frustraron su desarrollo por la
reacción de los responsables del orden público. A consecuencia de la sanjurjada
Ledesma, que no había participado en la trama, fue encarcelado y Redondo, que sí
estaba implicado, huyó a Portugal, mientras que las JONS fueron ilegalizadas, aunque
siguieron manteniendo actividad clandestina. Por su parte, el Partido Nacionalista
Español, semillero de jóvenes fascistizantes, tuvo una actuación demasiado evidente en
apoyo del golpe y también fue ilegalizado. Aún sin pretenderlo, el fascismo hispano
tenía ya su putsch de Múnich.

El año crucial de 1933


19 A comienzos de ese año, las perspectivas de crecimiento del fascismo en España eran
aún más débiles que las de los primeros meses de 1931. Entonces no existían partidos
consolidados en la Derecha, tras la tabula rasa primorriverista, y el fascismo aparecía
como una solución políticamente virgen en el país frente al inminente peligro de una
revolución social, aureolado además de vanguardismo intelectual. Pero tres años
después, el sector político que se reclamaba cercano al modelo mussoliniano había
quedado reducido a su mínima expresión, fracasados sus grupos tras un desarrollo
canijo, y la República parlamentaria parecía consolidada merced a un pacto
republicano-socialista que aún parecía sólido.
20 Si a lo largo de 1933 resurgió el proyecto de consolidar un partido fascista en España, se
debió, en gran medida, a dos procesos externos:
21 En enero de 1933, Adolf Hitler llegó a la presidencia del Gobierno alemán tras unas
elecciones y en los meses siguientes su Partido Nacionalsocialista inició los pasos para
transformar a la República de Weimar en un Estado totalitario. En principio, el proceso
se realizaba en coalición con las fuerzas conservadoras alemanas y la derecha radical
española se entusiasmó con la forma en que se estaba barriendo a la izquierda germana.
Desde la altura intelectual de un Ramiro de Maeztu hasta el prosaísmo de un Albiñana,
los colaboradores de las publicaciones monárquicas llevaban meses deshaciéndose de
elogios hacia "el camarada Hitler", como le llamaba el líder del PNE 20. Y para los

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fascistas, fascistizantes y fascistizados del país, el éxito del NSDAP era una
irrenunciable incitación a la acción.
22 Por otro lado, la trabajosa reorganización de la Derecha nacional culminó, en febrero de
1933, con la creación por los monárquicos partidarios de Alfonso XIII de un partido
conservador autoritario, Renovación Española21. El desarrollo de RE se vio enseguida
seriamente limitado por la rivalidad con los dos grandes bloques derechistas: la
naciente Confederación Española de Derechas Autónomas (CEDA), que aglutinaba al
confesionalismo católico, y la Comunión Tradicionalista, que reunificó al carlismo. Con
una reducida afiliación integrada por aristócratas y burgueses, RE carecía de la masa
popular que apoyaba a sus dos rivales. Pero disponía, en cambio, de abundantes
recursos económicos, de influyentes medios de comunicación, de amplias simpatías en
la oficialidad del Ejército y de una militancia decidida a terminar con la República por
cualquier medio. No es extraño que, en el año de Hitler, se les apareciera como solución
lo que atrajo a muchos conservadores alemanes e italianos: la utilización de un fascismo
"domesticado" como catalizador de las masas hacia el objetivo de acabar con el régimen
parlamentario liberal y proscribir la actuación de la izquierda obrera.
23 A lo largo de 1933 se dieron tres intentos de relanzar el fascismo en España. La base de
partida organizativa era prácticamente inexistente, por lo que estaba casi todo por
hacer en lo tocante a la puesta en marcha de un partido que tendría que aspirar a ser
una organización de masas. Pero se podían sacar lecciones de los fracasos anteriores y
existía un aceptable nivel de asimilación de las doctrinas fascistas entre algunos
elementos de la derecha radical, además de los jonsistas, de fascismo ya acreditado. Y
estaba la voluntad de patrocinio de los monárquicos alfonsinos y, entre ellos, de Manuel
Delgado Barreto, el "periodista garduño", como le definió Ledesma, dispuesto a
recuperar su papel de muñidor de operaciones políticas.
24 Quienes primero se descolgaron con una reivindicación de partido fascista fueron los
albiñanistas. Durante la primera mitad de 1933, el PNE pudo reorganizarse, aún en la
clandestinidad, y su Juventud Nacionalista, con el apoyo de La Nación, el periódico de
Delgado, y de alguna otra publicación filo-fascista vinculada a Renovación Española -
Renacer, Aspiraciones- se embarcó en una campaña de exaltación de las virtudes del
fascismo. Existen testimonios gráficos mostrando a los legionarios de España portando
brazaletes con la cruz gamada sobre sus camisas azules en actos públicos durante la
primavera. Pero Albiñana no era, desde luego, un líder fascista y, tras retornar de un
largo confinamiento gubernativo, acabó desautorizando al sector fascistizado del
partido, cuyos jóvenes terminaron integrándose en las JONS y en Falange. El PNE volvió
entonces a la senda de la derecha radical monárquica y acabaría su peripecia
integrándose, en 1937, en la Comunión Tradicionalista.
25 Ledesma y Redondo asumieron el relanzamiento de las JONS y lograron que sus
protectores, banqueros vizcaínos, reanudaran la siempre parca financiación, con los
alfonsinos Lequerica y José María de Areilza como intermediarios. Pero, una vez más, el
empeño resultó frustrante. Sacaron una publicación doctrinal, la revista JONS, donde
Ledesma y sus colaboradores siguieron fijando las bases del nacionalsindicalismo 22.
Pero era cada vez más evidente que su defensa una "revolución" fascista, anticapitalista
y republicana, disgustaba a monárquicos y cedistas y alejaba cualquier apoyo
substancial que los medios conservadores pudieran aportar al jonsismo. Este volvió, por
otra parte, a ejercer la violencia política a través del escuadrismo, pero sus actuaciones,
como el violento saqueo de la sede madrileña de la Asociación de Amigos de la Unión

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Soviética, en el mes de julio, le atrajeron la hostilidad de las organizaciones obreras y la


represión gubernativa. Cuando se convocaron elecciones parlamentarias, en el otoño,
los jonsistas estudiaron presentar alguna candidatura, pero acabaron desistiendo ante
lo escaso de su fuerza. En su segunda etapa, "las JONS fueron un rotundo fracaso" 23.
26 En este panorama, Delgado Barreto buscó repetir la operación de La Camisa Negra con
una iniciativa periodística que sentara las bases teóricas y lanzara a los dirigentes
necesarios para la creación de una organización fascista de masas. Con apoyo de la
embajada italiana, con la que mantenía estrecha relación, preparó el lanzamiento de El
Fascio. Haz Hispano, una revista en cuyo informal comité de redacción se integraron los
jonsistas Ledesma, Giménez Caballero y Juan Aparicio, el escritor Rafael Sánchez Mazas,
el aviador Julio Ruíz de Alda y el abogado José Antonio Primo de Rivera, marqués de
Estella, primogénito del fallecido dictador, que había sido vicesecretario general de la
Unión Monárquica Nacional y era uno de los principales accionistas de La Nación.
Moderadamente liberal en su primera juventud -ahora tenía treinta años- desde 1932
experimentaba una aproximación intelectual al fascismo24.
27 El Fascio apareció el 16 de marzo de 1933, no por casualidad tercer aniversario de la
muerte del dictador. Contenía un popurrí de colaboraciones, desde un artículo de
Ledesma sobre el sentido de las JONS y otro de Aparicio llamando a la movilización de la
juventud española –“la trinchera fascista nos espera ansiosa”, escribía- hasta dos
breves elucubraciones teóricas de Primo de Rivera, tituladas “Hacia un nuevo Estado” y
“El fascio no es un régimen esporádico”. Pero la revista, recogida por la policía en los
quioscos, no tuvo continuidad ante la enérgica reacción del Gobierno y de las
organizaciones de izquierda25.
28 El frustrado intento tuvo, no obstante, la consecuencia de lanzar la figura del joven
Primo de Rivera hacia la reducida constelación de líderes fascistas españoles,
favorecido por la subsiguiente polémica sobre el sentido y las posibilidades de un
fascismo español que mantuvo en las páginas de ABC con el liberal-conservador Juan
Ignacio Luca de Tena. En los meses centrales de 1933, José Antonio -como le conocerían
sus seguidores- fue aglutinando un núcleo político integrado por amistades personales,
nostálgicos primorriveristas, incluido un grupo de militares retirados, y estudiantes
ganados para las ideas fascistas. Con ellos, y con Ruíz de Alda como colíder creó, en julio
de 1933, el Movimiento Español Sindicalista-Fascismo Español. Enseguida se les unió el
minúsculo Frente Español, formado por nacionalistas de raíz orteguiana y dirigido por
Alfonso García Valdecasas, quien pasó a formar parte del triunvirato director del MES,
con Primo de Rivera y Ruíz de Alda.
29 El pequeño partido se acercaba, mucho más que las JONS, al modelo de fascismo
"domesticado" que buscaban los monárquicos y en agosto Primo de Rivera acordó con
Antonio Goicoechea, presidente de Renovación Española, el conocido como Pacto de El
Escorial, por el que, a cambio de una modesta financiación, el MES se comprometía a no
atacar a la Monarquía y admitía notables afinidades doctrinales con el grupo alfonsino.
La presencia de militares veteranos -Rodríguez Tarduchy, Alvargonzález, Rada, el
propio Ruíz de Alda- en el encuadramiento de la futura Milicia del partido parecía
garantizar un cierto control conservador de sus acciones. Y aquellos de los primeros
afiliados que poseían un basamento doctrinal -caso de Sánchez Mazas- estaban más
cerca de la "derecha" fascista italiana que del radicalismo de sinistra del grupo de
Ledesma. El propio Primo de Rivera, converso reciente a las doctrinas mussolinianas,
era un católico muy tradicional, fuertemente influenciado por el pensamiento tomista y

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los tradicionalistas españoles del XIX, pero también por Ortega y Spengler, y que
mantenía estrechas relaciones con la cúpula alfonsina y con los intelectuales
neotradicionalistas -Maeztu, Vegas Latapié- de la revista Acción Española 26.
30 Los monárquicos patrocinaron, con el asentimiento de los cedistas, la candidatura a
Cortes de José Antonio por Cádiz, que a finales de 1933 le convirtió en diputado. Para
entonces había tenido lugar el "acto de afirmación españolista" del Teatro de la
Comedia, en Madrid (29 de octubre) en el que el triunvirato dirigente del MES presentó
un proyecto político, aunque sin concretar sus bases programáticas, de fascismo
nacional, católico, antiliberal, antimarxista y defensor de la "dialéctica de los puños y
las pistolas" como método legítimo de acción política. Cuatro días después, el MES
cambió su nombre por el de Falange Española (FE).

FE de las JONS
31 Falange arrancó con unos pocos centenares de afiliados, especialmente en Madrid y
Andalucía occidental, mientras que en diversas capitales de provincias surgían
pequeños núcleos, en no pocas ocasiones por iniciativa personal de quien se convertía
en jefe provincial. Desde el principio, la Falange y su rama estudiantil, el Sindicato
Español Universitario (SEU) -que, pese a su nombre, permitía encuadrar a adolescentes
sin edad legal para afiliarse a FE- se vieron implicados en una espiral de violencia
callejera frente a los sectores más radicalizados del movimiento obrero, que dejó un
creciente número de muertos y heridos. La Milicia juvenil de FE, la "primera línea",
organizada por exmilitares monárquicos y con uno de ellos, el exaltado aviador Juan
Antonio Ansaldo como "jefe de objetivos", parecía, en principio destinada a ser el
elemento de atracción y encuadramiento que facilitara el crecimiento del partido. Pero
este era tan pequeño que la Milicia distaba de ser efectiva. Entre diciembre de 1933 y
febrero del año siguiente, murieron cinco falangistas en enfrentamientos callejeros sin
que, por prudencia o por incapacidad, la naciente "primera línea" de FE replicara con
un nivel de violencia similar. Ello disgustaba a los monárquicos, que esperaban un
rápido incremento de la violencia desestabilizadora y que constataban que "un
fascismo así no es más que literatura, sin riesgo alguno para los adversarios" 27.
32 Uno de los problemas que se le planteaban a FE a corto plazo era la competencia por el
marchamo de "fascista" que le hacían las JONS. Existía una cierta hostilidad entre
ambos grupos, que los monárquicos parecían dispuestos a estimular con criterio
darwiniano. Pero Falange tenía casi todas las ventajas: mayor afiliación, una
financiación más abundante y dos diputados en Cortes, Primo de Rivera y el marqués de
la Eliseda, cuya inmunidad parlamentaria les garantizaba una libertad de acción que no
poseían los líderes jonsistas. Pero las estrecheces económicas y la debilidad de la
afiliación y de la estructura territorial de los dos grupos aconsejaban el pacto. Tras
varios contactos renuentes, ambos llegaron a un acuerdo de fusión en un único partido,
Falange Española de las JONS28.
33 En teoría, la unificación de los dos sectores fascistas se producía en igualdad de
condiciones. Pero pronto fue evidente que los primorriveristas le habían sacado mayor
partido. En adelante, el fascismo español sería "falangismo", obviando la aportación
jonsista. El triunvirato director lo formaron dos falangistas, Primo de Rivera y Ruíz de
Alda, y un jonsista, Ledesma, aunque inmediatamente fue José Antonio, aristócrata y
diputado, quien acaparó la atención política y mediática y comenzó a dejar entrever su

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intención de reclamar ´para sí el caudillaje único del partido. No obstante, las JONS
aportaron importantes elementos a la fusión: una incipiente estructura sindical, que se
formalizó en el verano de 1934 en la Central Obrera Nacional Sindicalista (CONS) 29; un
concepto triunviral en el conjunto del organigrama del partido; símbolos, como la
bandera rojinegra o el emblema del yugo y las flechas; y, sobre todo, una variante
hispánica de las doctrinas del fascismo, el nacionalsindicalismo, elaborada por
Ledesma, Redondo y otros teóricos jonsistas a lo largo de tres años y de la que, sin
embargo, Primo de Rivera acabaría siendo el referente fundamental en un futuro muy
próximo.
34 Un movimiento anti-sistema como era el fascismo en la España de los primeros años
treinta, necesitaba de unas condiciones duras de confrontación política y social para
crecer y recabar apoyos exteriores. En el momento en que apareció el MES en el
escenario político, existían las condiciones favorables para su desarrollo: coalición de
gobierno del centro-izquierda con participación socialista, políticas estatales
reformistas rechazadas por los sectores conservadores, laicismo oficial con orientación
anticlerical, implantación de un sistema autonómico al que la Derecha veía como una
seria amenaza para la unidad nacional, desarrollo de una recesión económica que
generaba un amplio paro en el sector industrial, etc. Pero tras la aparición de Falange,
gran parte de esas condiciones variaron en favor de los intereses de las derechas,
comenzando por el cambio de mayorías parlamentarias en noviembre de 1933.
35 La formación de gobiernos de centro-derecha republicano con apoyo cedista y, luego, la
entrada de la propia CEDA en el Ejecutivo, crearon en la mayoría del espectro
conservador y en el aparato eclesial fuertes expectativas posibilistas sobre una
modificación legislativa del proyecto republicano. A partir de los sucesos de octubre de
1934 -fracaso del movimiento revolucionario socialista y de la sedición de las
instituciones autonómicas catalanas, gobernadas por la izquierda nacionalista- la
situación conservadora pareció consolidada mediante un proceso que podía incluso
conducir a una dictadura confesional y corporativa en manos de la CEDA o, al menos, a
un sistema semi-autoritario de "democracia vigilada" similar a los que se deban en la
Polonia de los coroneles o en la Hungría del regente Horty. Y esas no eran,
evidentemente, las condiciones adecuadas para el crecimiento de un fascismo que, en el
bienio "rectificador" fue contemplado por las autoridades como un molesto problema
de orden público que había que controlar, pues si su mera existencia era una amenaza
para la izquierda, no estaban dispuestas a permitir que supusiera un peligro para el
orden constitucional o para el sistema socio-económico vigente.
36 El naciente fascismo español sólo podía acudir, por lo tanto, a la ayuda extranjera, o a la
colaboración con otras fuerzas anti-sistema, que no podían ser sino los monárquicos.
Tras el fiasco de El Fascio, el fascismo italiano se mostró siempre crítico con las
posibilidades de desarrollo de sus correligionarios hispanos, y sus aportaciones
económicas fueron relativamente escasas incluso cuando, a partir de abril de 1935,
Roma se convirtió en la principal fuente de subvenciones externas para la Falange, una
vez que los alfonsinos le hubieron retirado su ayuda30.
37 Las relaciones de las JONS y de Falange con estos, antes y después de la unificación de
ambas formaciones, constituyen todavía hoy uno de los aspectos más oscuros de la
historia del fascismo español. Hasta el otoño de 1934, los dirigentes de RE ejercieron un
evidente tutelaje, apoyado en su aportación financiera al sostenimiento de FE y en la
ayuda logística que suponían diversos elementos "prestados", como los militares que

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encuadraban a la milicia o los medios de comunicación amigos, ante las dificultades del
falangismo para sostener sus escasas y efímeras publicaciones. El punto cenital de esta
dependencia estaría marcado por el pacto alcanzado entre José Antonio y el presidente
de RE, Goicoechea, en agosto de 1934, por el que a cambio de una financiación regular
de los alfonsinos los falangistas se comprometían a lograr "el máximo incremento de
las milicias de combate" de FE, embarcadas en una espiral de violencia, y a potenciar su
"organización obrera antimarxista".
38 A la altura de ese verano, Falange había dado ya los pasos necesarios para entrar en una
confrontación abierta con las organizaciones de la izquierda obrera. Era,
fundamentalmente, una lucha de jóvenes radicalizados en la que no cabían las finuras
doctrinales a la hora de combatir al enemigo o crear crispación en la ciudadanía. Y era
una lucha con una progresión en el grado de la violencia. A los iniciales choques
callejeros entre voceadores de prensa, o a las peleas en universidades e institutos,
siguió una violencia más institucionalizada, que se alimentaba con la mística de los
"caídos" del movimiento. Ansaldo organizó una sección de pistoleros -hoy los
definiríamos como terroristas- que se conoció como "la Falange de la sangre" y que se
especializó, apoyándose en la justificación doctrinal de los teóricos del partido, en
provocaciones y represalias, comenzadas con el asesinato a sangre fría de la joven
socialista Juana Rico, en una calle de Madrid31.
39 Para el sector del falangismo que se sentía más próximo a los principios
"revolucionarios" del fascismo, la dependencia de los monárquicos era un elemento
sumamente negativo, por cuanto situaba a FE en el campo de la ultraderecha
reaccionaria. Y esto sucedía también con Primo de Rivera, cuya aspiración a convertirse
en líder único del fascismo español se veía seriamente limitada por su imagen de
aristócrata políticamente criado a los pechos de los monárquicos. La fusión con el
jonsismo, y probablemente un viaje que realizó a Alemania en mayo de 1934, facilitaron
a José Antonio una profundización en su proceso de fascistización que le llevó a
mostrarse cada vez más renuente con el control político que demandaban sus
financiadores monárquicos. En las Cortes renunció a actuar en la minoría de
Renovación Español y, como diputado independiente, tuvo intervenciones que sonaban
manifiestamente antimonárquicas. Cuando, en la primavera de 1934, retornó del exilio
José Calvo Sotelo y quiso afiliarse a Falange con el consentimiento de Ledesma y Ruíz de
Alda, José Antonio entendió, probablemente con razón, que el exministro pretendía
disputarle su puesto en la jefatura y vetó su ingreso, tachándole de reaccionario. Y
luego, en octubre, protagonizó el rechazo falangista a unirse al Bloque Nacional, la
plataforma de fuerzas contrarrevolucionarias que estaba poniendo en marcha Calvo
Sotelo con el apoyo de las minorías parlamentarias monárquicas.
40 Estas actitudes de creciente autonomía tendrían un precio. Durante el verano de 1934,
Ansaldo intentó un mal conocido golpe de mano para desplazar a José Antonio de la
dirección falangista. Fracasó, pero los monárquicos no tardaron mucho en retirar a sus
asesores militares, lo que dificultó el encuadramiento de la Milicia falangista. Y cuando,
en octubre, se publicaron los 27 puntos programáticos, debidos fundamentalmente a la
pluma de Primo de Rivera, el otro diputado falangista, el acaudalado marqués de la
Eliseda, acusó a madrileño de "hereje" por defender la separación del Estado y de la
Iglesia y retiró su fundamental aportación económica a FE, al igual que hicieron los
responsables de Renovación Española. Incluso el diario La Nación, hasta entonces el
principal medio de difusión del falangismo, cerró prácticamente sus páginas a la

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propaganda nacionalsindicalista. Era, en gran medida, un intento de presionar a


Falange para que se integrara en el Bloque Nacional, por lo que su reiterada negativa
hundió al partido en una grave crisis económica, que prácticamente paralizó su
funcionamiento.

Una singladura en solitario


41 A comienzos de octubre de 1934, por otra parte, la trayectoria interna de FE sufrió un
brusco giro, que marcó su historia posterior. El día 5, momento de inicio de los sucesos
revolucionarios de Asturias, se reunió en Madrid el primer Consejo Nacional de la
Falange. Se debatieron asuntos doctrinales en torno a las esencias del
nacionalsindicalismo, se adoptó la camisa de color azul mahón como uniforme del
partido y, sobre todo, se planteó la cuestión de la jefatura, que desde antes de la fusión
enfrentaba a los joseantonianos de FE y a los ledesmistas de las JONS. Los primeros
defendían, en coherencia con la naturaleza del fascismo, una jefatura unipersonal
indiscutible, un caudillo del movimiento que, dadas las circunstancias, no podía ser
otro que el diputado Primo de Rivera. Los jonsistas se negaban a ello y querían
mantener la estructura triunviral como un eficaz método de autocontrol en todos los
niveles organizativos. El asunto se resolvió mediante una votación democrática que,
por un solo voto, entregó el mando como jefe nacional a José Antonio. Este se apresuró
a colocar a sus partidarios en la Junta Política del partido y asumió la redacción de los
27 puntos del sintético programa de FE-JONS, marginando aún más a Ledesma. Este,
consciente de su derrota, intentó una sonora escisión de sus seguidores para refundar
las JONS. Pero Primo de Rivera, alertado por Delgado Barreto, se adelantó a expulsar a
Ledesma y unas docenas de los suyos el 16 de enero de 1935 y consiguió que los
sindicalistas de la CONS, así como Redondo y el importante núcleo vallisoletano,
permanecieran casi en bloque en las filas de Falange.
42 A lo largo de 1935, FE mantuvo una vida mortecina, condenada a una permanente
penuria económica y con un Gobierno controlado por la CEDA al que no agradaba nada
el despliegue de la violencia fascista. Durante meses, José Antonio y su amigo y mano
derecha, el secretario general Raimundo Fernández-Cuesta, se aplicaron, sin rehuir las
depuraciones, en el control de las organizaciones provinciales de la Falange y de los dos
antiguos reductos del ledesmismo, el SEU estudiantil y, sobre todo, la CONS cuyo líder,
Manuel Mateo, era un antiguo comunista32. A finales de año, la jefatura carismática de
Primo de Rivera estaba asegurada y el partido, con una afiliación modesta pero que
seguía creciendo hasta alcanzar, probablemente, unos diez mil afiliados, era un
mecanismo bien engranado, con la Milicia y el aparato de propaganda desarrollados
conforme a los cánones ortodoxos del fascismo. La financiación italiana acabó
garantizando una mínima estabilidad y Falange pudo dotar de continuidad a su órgano
periodístico, el semanario Arriba, aparecido en marzo de 1935.
43 A lo largo de ese año, José Antonio Primo de Rivera se esforzó por ampliar el eco de su
partido, y de su propia persona, en la vida política. Como diputado combatió, por
pusilánime, la labor parlamentaria y gubernamental de la coalición radical-cedista
durante lo que llamó el "bienio estéril" y en no pocas ocasiones actuó como un
auténtico opositor. Mantenía, como todos los falangistas, una abierta hostilidad contra
la izquierda marxista y contra los nacionalismos periféricos, sectores políticos que
identificaba con la anti-España. Pero no dudaba en lanzar sus dardos contra la

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monarquía de Alfonso XIII, a quien no perdonaba la forma que había despojado del
poder a su padre, el dictador. Derechas e izquierdas tenían, pues, motivos, aunque muy
distintos, para combatir el auge de un fascismo que preconizaba un modelo de Estado
totalitario a través de la Revolución nacionalsindicalista.
44 Experimentó José Antonio, por otra parte, un proceso de radicalización ideológica que,
en esos meses, fue compartido por la militancia falangista 33. En sus inicios políticos -tan
sólo dos años atrás- el líder de FE, preocupado tanto o más por el “estilo” que por la
acción, había gustado de rodearse de intelectuales, políticamente diletantes 34, y había
sido identificado con planteamientos monárquicos y católicos, socialmente
conservadores, que chocaban con la "modernidad" totalitaria de un Ledesma Ramos.
Pero tras la marcha de este y tras la ruptura política con los alfonsinos, convertido en
ideólogo del nacionalsindicalismo, José Antonio asumió posiciones crecientemente
radicalizadas, que expuso en una serie de actos públicos y en numerosos artículos:
Estado "fuerte" de partido único, con economía dirigida y en gran parte estatalizada,
reforma agraria, control de las plusvalías empresariales por las corporaciones laborales
estatales, que integrarían en pie de igualdad a patronos y obreros, rechazo a la
intromisión clerical en las políticas estatales, etc. Por otro lado, fortaleció en su
discurso una negativa cada vez más firme a identificar falangismo con fascismo,
afirmando las peculiaridades específicas del nacionalsindicalismo con respecto a los
modelos italiano o alemán. Sin embargo, la opinión pública no llegaba a captar tales
sutilezas y en los medios de comunicación se siguió identificando a los falangistas como
fascistas.
45 Si algo preocupaba a los estrategas del partido casi tanto como el triunfo de una
revolución de tipo bolchevique era una dictadura confesional y ultraconservadora,
como la que en los meses centrales de 1935 parecía dispuesto a impulsar el líder de la
CEDA y ministro de la Guerra, Gil-Robles. En tal caso, las posibilidades de crecimiento
de FE, incluso su misma existencia, se verían seriamente comprometidas en el marco de
un régimen de conservadurismo autoritario. Pero este ni siquiera podría implantarse si
se cumplían las predicciones de José Antonio sobre la inminencia de una revolución
marxista en España.
46 En estos meses, pues, la dirección falangista se preocupó de acelerar la preparación
paramilitar de la Milicia del partido, y planificó una suerte de "marcha sobre Roma"
que llevaría a sus milicianos, con la ayuda de los numerosos oficiales del Ejército que
simpatizaban con sus ideas, a hacerse con el control de Madrid a fin de acabar con la
amenaza izquierdista e instalar rápidamente el Nuevo Estado nacionalsindicalista. José
Antonio difundió escritos en los cuarteles animando a la colaboración de los militares,
se entrevisto a tal efecto con el general Francisco Franco, que no le hizo caso alguno, e
incluso, en diciembre, quiso poner en marcha el plan golpista sublevando a la
guarnición militar de Toledo para que marchara sobre la capital en compañía de la
Milicia falangista. Pero la pequeña FE no tenía capacidad para acabar con el sistema
constitucional republicano y los generales, sin cuya participación eso era imposible, no
estaban dispuestos a subordinarse a los planificadores civiles del futuro Estado
nacionalsindicalista.
47 Cuando se convocaron las elecciones de febrero de 1936, FE-JONS estaba, pues, en un
riguroso aislamiento político, destinado a preservar su autonomía, con muy escasos
medios materiales y sin un proyecto realista que le permitiera convertirse en una
fuerza hegemónica de la Derecha a corto plazo. Los comicios supusieron un fuerte

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varapalo moral: la dirección falangista se negó a subordinarse a la coalición derechista


que estaba aglutinando Gil-Robles si no se le garantizaba un crecido número de actas
parlamentarias seguras. Ante la negativa de los conservadores, los falangistas
concurrieron en solitario en una docena de provincias, con una campaña muy escasa de
medios, en la que mostraron su alejamiento de las derechas y de las izquierdas –“contra
unos y contra otros” fue uno de sus eslóganes electorales-y pudieron exponer
abiertamente al electorado su proyecto de Estado totalitario. Cosecharon el 0,4 por
ciento de los votos emitidos y no lograron ningún acta. Ello iba a ser dramático a corto
plazo: sin inmunidad parlamentaria, Primo de Rivera quedaba a merced de los
tribunales ordinarios para responder por sus actuaciones y las de su partido.
48 Las elecciones de febrero de 1936 trajeron un cambio radical en las condiciones de la
política nacional, que alteró el rumbo, hasta entonces tan poco brillante, del
falangismo. La obtención de la mayoría parlamentaria absoluta por el Frente Popular de
izquierdas y la formación de un Gobierno de izquierda republicana fueron
contempladas por el conjunto de la opinión derechista como la antesala de una
revolución de tipo bolchevique. Súbitamente, cualquier interés que pudiera haber
tenido el parlamentarismo para las “gentes de orden” desapareció ante la percepción
de que era urgente desarrollar a corto plazo una contrarrevolución que pusiera fin a la
democracia republicana. Y Falange, una organización que repudiaba el sistema
parlamentario y el pluralismo político y que defendía la acción paramilitar violenta
como forma de lucha contra el movimiento obrero, se benefició enseguida de una
afluencia a sus filas de miles derechistas crecientemente radicalizados –jóvenes cedistas
y alfonsinos muchos de ellos- que buscaban en la “primera línea” de FE-JONS una
rápida y expeditiva vía de acción contra el frentepopulismo.
49 A lo largo de la primavera de 1936, Falange se implicó, pues, en prácticas
desestabilizadoras de terrorismo callejero, como el intento de asesinato del diputado
socialista Jiménez de Asúa, que encontraron respuesta en las juventudes de las
organizaciones obreras y que produjeron una elevada cifra de muertos. Una espiral de
represalias sangrientas era algo que el Gobierno no estaba dispuesto a tolerar, sobre
todo porque el miedo a un golpe fascista comenzaba a ser una realidad apremiante
entre las bases sociales del Frente Popular. El 14 de marzo, José Antonio y gran parte de
la dirección falangista fueron detenidos e ingresados en la Cárcel Modelo, de Madrid,
mientras que las actividades del partido y aún la militancia en él, fueron prohibidas.
Pero Falange reconstruyó rápidamente su estructura en la clandestinidad y sus
comandos siguieron tomando parte muy activa en la difusión de la desestabilizadora
violencia política.
50 Cuando, a finales de la primavera, se puso en marcha la conspiración militar organizada
por la Junta de Generales, y estos buscaron la colaboración de los partidos derechistas,
con la exigencia de que se subordinaran al mando militar, antes y durante el golpe de
Estado, la actitud de FE-JONS se convirtió en un elemento clave. Se comprobó entonces
el aspecto negativo de la decisión tomada en octubre de 1934, que otorgó a José
Antonio, como jefe nacional, el control prácticamente absoluto de la organización.
Desde la cárcel –sobre todo cuando, el 5 de junio, fue trasladado a la de Alicante-
resultaba imposible controlar una organización que se desenvolvía en la
clandestinidad. Y nadie podía asumir el liderazgo carismático del madrileño. En
consecuencia, algunos jefes provinciales comenzaron a actuar con autonomía y ello se
tradujo en negociaciones contradictorias con los militares.

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51 Para Primo de Rivera había sonado la hora de lanzarse a la destrucción de la República.


A comienzos de junio publicó en el boletín clandestino del partido, No Importa, un
llamamiento a la lucha armada: “¡Bien haya esta violencia, esta guerra, en la que no
sólo defendemos la existencia de la Falange (…) sino la existencia misma de España,
asaltada por sus enemigos! Seguid luchando camaradas, solos o acompañados. Apretad
vuestras filas, aguzad vuestros métodos. Mañana, cuando amanezcan más claros días,
tocarán a la Falange los laureles frescos de la primacía en esta santa cruzada de
violencias”35.
52 Pero, de momento, lo que tocaba era subordinarse a los generales para hacer triunfar el
golpe militar. José Antonio, que consideraba a los conspiradores como un grupo de
reaccionarios nada proclives al falangismo, mostró sus reticencias a la colaboración
durante varias semanas. El 24 de junio, en una circular, ordenó a los afiliados que se
negaran a poner su organización bajo el mando militar, ya que ello llevaría a FE a “la
total desaparición, aún en el caso de triunfo”36. Pero cinco días después, presionado por
algunos amigos y correligionarios, cedió y autorizó a los mandos provinciales a pactar
con los militares los términos de su intervención en el alzamiento, siempre que Falange
pudiese mantener su autonomía como partido y como organización de milicias.
53 Cuando, el 17 de julio, las guarniciones peninsulares y del Protectorado de Marruecos
comenzaron a pronunciarse contra el Gobierno, la Falange descabezada se había
integrado, de facto, en el conjunto de fuerzas políticas derechistas que concurrían,
desde una posición de subordinación táctica, en apoyo de la iniciativa de los militares.
En los meses siguientes, FE-JONS se convirtió en una auténtica organización de masas y
sus nutridas milicias desempeñaron un destacado papel en los frentes de guerra y en la
brutal represión ejercida en la retaguardia. Pero sin José Antonio, fusilado en la prisión
alicantina el 20 de noviembre, y con la Junta Política desmantelada, la estructura
provisional de mando se vio sometida a los enfrentamientos entre sus posibles epígonos
en la Jefatura nacional, que fueron incapaces de preservar la independencia de FE de las
JONS cuando, en abril de 1937, el general Francisco Franco, en su papel de dictador
militar, decretó la unificación de FE y de la Comunión Tradicionalista en un partido
único -FET y de las JONS- que poco tenía que ver con la primera Falange y en el que el
fascismo español tendría que ser reinventado a la conveniencia del flamante Caudillo y
de su régimen37.

NOTAS
1. Glicerio SÁNCHEZ RECIO, Sobre todos, Franco. Coalición reaccionaria y grupos políticos en el
Franquismo, Barcelona, Flor del Viento, 2008, pp. 32-37.
2. F. DEL REY y S. BENGOECHEA, “”En vísperas de un golpe de Estado. Radicalización patronal e
imagen del fascismo en España”, en J. TUSELL, J. GIL PECHARROMÁN y F. MONTERO (eds.),
Estudios sobre la derecha española contemporánea, Madrid, UNED, 1993, pp. 301-326; E.
GONZALEZ CALLEJA y F. DEL REY, La defensa armada contra la revolución. Una historia de las
«guardias cívicas» en la España del siglo XX. Madrid, 1995.

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3. E. GONZÁLEZ CALLEJA, El máuser y el sufragio. Orden público, subversión y violencia política


en la crisis de la Restauración (1917-1931), Madrid, CSIC, 1999.
4. J. L. RODRIGUEZ JIMÉNEZ, “Una unidad militar en los orígenes del fascismo en España: la
Legión”, en Pasado y memoria, nº 5, 2006, pp. 238-239.
5. J. M. THOMÂS, Los fascismos españoles, Barcelona, Planeta, 2011, pp. 42-46.
6. No hay, publicada, una monografía extensa sobre la UPE, aunque sí abundantes artículos.
Pueden encontrarse referencias bibliográficas actualizadas en E. GONZÁLEZ CALLEJA, La
dictadura de Primo de Rivera: la modernización autoritaria, Madrid, 2006.
7. J. L. GÓMEZ-NAVARRO, “La Unión Patriótica: análisis de un partido en el poder”, en Estudios de
Historia Social, 32-33, 1985, p.118.
8. Declaraciones a Il Corriere della Sera, 19-3-1929.
9. J. GIL PECHARROMÁN, “Un conservadurismo de transición. La Unión Monárquica Nacional” en
Haciendo Historia. Homenaje al Profesor Carlos Seco Serrano, Madrid, Universidad Complutense,
1989, pp. 481-492.
10. La Nación, 13-4-1930.
11. J. GIL PECHARROMÁN, “Sobre España inmortal, sólo Dios”. José María Albiñana y el Partido
Nacionalista Español (1930-1937), Madrid, UNED, 2000.
12. M. PELOILLE, Fascismo en ciernes. España 1922-1930. Textos recuperados, Toulouse, Presses
Univ. du Mirail, 2006, p. 35.
13. Entre los estudios sobre Gecé, se encuentran el clásico de D. W. FOARD, Ernesto Giménez
Caballero (o la revolución del poeta), Madrid, Instituto de Estudios Políticos, 1975, y E, SELVA
ROCA DE TOGORES, Ernesto Giménez Caballero, entre la vanguardia y el fascismo, Valencia,
Pretextos, 2000. Un ensayo sobre la propaganda fascista italiana en España y el lugar de La Gaceta
en ello, en V. PEÑA SÁNCHEZ, Intelectuales y fascismo. La cultura italiana del ventennio fascista y
su repercusión en España, Granada, Adhara, 1993
14. La biografía clásica es la de T. BORRÁS, Ramiro Ledesma Ramos, Madrid, Editora Nacional,
1971, muy favorable al personaje. Más equilibrada es la de J. M. SÁNCHEZ DIANA, Ramiro
Ledesma Ramos. Biografía política, Madrid, Editora Nacional, 1975. Entre las recientes destaca la
de F. GALLEGO, Ramiro Ledesma Ramos y el fascismo español, Madrid, Síntesis, 2005.
15. R. LEDESMA RAMOS, Escritos políticos 1931, Madrid, s. e. 1986, p. 46
16. J. L. MÍNGUEZ GOYANES, Onésimo Redondo, 1905-1936. Precursor sindicalista, Madrid,
Editorial San Martín, 1990; J. L. JEREZ RIESCO, “El abanderado nacionalsindicalista de Castilla:
biografía breve de Onésimo Redondo, en Aportes, nº 58, 2005, pp. 172-198
17. P. C. GONZÁLEZ CUEVAS, "La trayectoria de un recién llegado. El fracaso del fascismo
español", en F. DEL REY (dir.), Palabras como puños. La intransigencia política en la Segunda
República Española, Madrid, Tecnos, 2011, p. 494.
18. Sus escritos doctrinales de 1931 en O. REDONDO, Textos políticos, Madrid, Doncel, 1975, pp.
9-121.
19. "La revolución social", texto sin firma de O. Redondo en Libertad, nº 2, 20-6-1931
20. R. de MAEZTU, "El milagro Hitler", ABC, 20-4-1932; J. M. ALBIÑANA, "Cosechando triunfos. El
camarada Hitler", La Nación, 4-5-1932 y "Hacia la nueva España. El fascismo triunfante", Renacer,
12-3-1933. Una visión global en M. SEMOLINOS, Hitler y la prensa de la II República española,
Madrid, CIS, 1985.
21. J. GIL PECHARROMÁN, Conservadores subversivos. La derecha autoritaria alfonsina,
1914-1936, Madrid, Eudema, 1994.
22. El contenido de la revista está publicado en JONS, órgano teórico de las Juntas de Ofensiva
Nacional Sindicalistas, Madrid, Ediciones Barbarroja, 2011.
23. J. M. THOMÀS, Los fascismos españoles..., p. 77.
24. Entre sus biografías más recientes se encuentran J. GIL PECHARROMÁN, José Antonio Primo
de Rivera. Retrato de un visionario, Madrid, Temas de Hoy, 1996; S. G. PAYNE., Franco y José

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Antonio. El extraño caso del fascismo español, Barcelona, Planeta, 1997 y A. IMATZ, José Antonio,
entre el amor y el odio. Su historia como fue, Madrid, Altera, 2006.
25. El número completo se puede consultar en http://www.filosofia.org/hem/193/fas/index.htm
26. M. ARGAYA ROCA, Entre lo espontáneo y lo difícil. (Apuntes para una revisión de lo ético en el
pensamiento de José Antonio Primo de Rivera), Oviedo, Tarfe, 1996. Un estudio de sus primeros
escritos políticos en M. SIMANCAS, José Antonio. Génesis de su pensamiento, Madrid, Plataforma
2003.
27. Álvaro Alcalá Galiano en ABC, 13-2-1934
28. Entre los estudios sobre FE-JONS pueden señalarse los clásicos de S. G. PAYNE, Falange.
Historia del Fascismo Español, París, Ruedo Ibérico, 1965 y J. JIMÉNEZ CAMPO, El fascismo en la
crisis de la II República, Madrid, CIS, 1979, y obras más recientes, como J. M. THOMÀS, Lo que fue
la Falange, Barcelona, Plaza & Janés, 1999; J. L. RODRÍGUEZ GIMÉNEZ, Historia de Falange
Española de las JONS, Madrid, Alianza Editorial, 2000; M. PENELLA, La Falange teórica, Barcelona,
Planeta, 2006; y M. PEÑALBA, Falange española: historia de un fracaso (1933-1945), Pamplona,
Eunsa, 2009.
29. J. A. LLOPART (ed.), Central Obrera Nacional Sindicalista. Textos de y sobre los primeros
sindicatos falangistas (1934-1937), Barcelona, Ediciones Nueva República, 2012.
30. I. SAZ CAMPOS, Mussolini contra la II República, Valencia, Edicions Alfons el Magnànim, 1986,
pp. 138-146.
31. E. GONZÁLEZ CALLEJA, “Puños y pistolas. Doctrinas y justificaciones de la violencia en el
fascismo español durante la Segunda República”, en Bulletin d’Histoire Contemporaine de
l’Espagne, nº 44, 2010, pp. 233-262
32. J. ONRUBIA REVUELTA, Manuel Mateo y la CONS, Oviedo, Nuevo Cauce, 1985
33. Existe una amplia, e irregular bibliografía de exégesis del pensamiento joseantoniano. La
mejor referencia son las obras completas de José Antonio, aunque no las sucesivas ediciones de
"obras escogidas", cuya selección respondía a criterios muy discutibles. La edición canónica de
las Obras Completas es la recopilada en dos tomos por A. DEL RÍO CISNEROS para la Editora
Nacional, en 1976 (hay una edición virtual en rumbos.net). Existe, sin embargo, una edición con
nuevas aportaciones, recopiladas por R. IBÁÑEZ para Plataforma 2003.
34. Sobre este entorno, P. y M. CARBAJOSA, La corte literaria de José Antonio. La primera
generación cultural de la Falange, Barcelona, Crítica, 2003.
35. “Justificación de la violencia”, en No Importa, nº, 2, 5-6-1936
36. J. A. PRIMO DE RIVERA, Obras completas, Madrid, Editora Nacional, 1976, vol. II p. 1012-1014
37. Estudios fundamentales sobre el falangismo tras la Unificación son los de R. CHUECA
RODRÍGUEZ, El fascismo en los comienzos del régimen de Franco. Un estudio sobre FET-JONS,
Madrid, CIS, 1983, y J. M. THOMÀS, La Falange de Franco. El proyecto fascista del Régimen,
Barcelona, Plaza & Janés, 2001

RESÚMENES
El fascismo constituyó una fuerza relativamente marginal en las instituciones representativas de
la Segunda República española y en su sistema de partidos. En los 1.415 escaños que
distribuyeron las tres elecciones parlamentarias celebradas entre 1931 y 1936, sólo hubo dos
diputados fascistas, elegidos en 1933 como independientes en listas monárquicas. Y en los únicos

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comicios en que concurrió Falange Española, los de 1936, obtuvo el 0,4 por ciento de los votos.
Pero el fascismo español, con su práctica de la violencia política y la crítica radical a la
democracia republicana, contribuyó poderosamente a crear el clima de ruptura social que sirvió
de justificación al golpe militar de julio de 1936. Y aportó luego al franquismo un modelo de
encuadramiento político de masas extendido por toda Europa, un acervo doctrinal, el
nacionalsindicalismo, que la dictadura reinterpretó, y una mitificada figura de precursor en la
persona de José Antonio Primo de Rivera.

Le fascisme a constitué une force relativement marginale dans les institutions représentatives de
la Deuxième République espagnole et dans son système de partis. Pour 1.415 sièges distribués par
les trois élections parlementaires célébrées entre 1931 et 1936, seulement deux députés fascistes
ont été choisis, en 1933, comme indépendants dans des listes monarchiques. Et dans les seules
comices auxquels elle a participé -1936-, Falange Española a obtenu 0,4 pour cent des votes. Mais
le fascisme espagnol, avec sa pratique de la violence politique et sa critique radicale envers la
démocratie républicaine, a contribué puissamment à créer le climat de rupture sociale qui a servi
de justification au coup militaire de juillet de 1936. Et il a apporté, ensuite, au franquisme: un
modèle d’encadrement politique de masses étendu sur toute l’Europe, un ensemble doctrinal -le
national-syndicalisme-, que la dictature a réinterprété, ainsi qu’une figure mythique de précurseur,
en la personne de José Antonio Primo de Rivera.

The fascism constituted a relatively marginal force in the representative institutions of the
Spanish Second Republic and in its party system. In the 1.415 benches distributed by the three
parliamentary elections celebrated between 1931 and 1936, there where only two fascist
deputies, chosen in 1933 as independents in monarchical lists. And in the only elections in which
the Falange Española participated, those of 1936, they obtained 0,4 per cent of the votes.
However, the Spanish fascism, with its practice of political violence and its radical criticism to
the republican democracy, contributed powerfully to create the climate of social rupture that
served as justification to the military coup of July 1936. And, then, they contributed to the
Francoism whit a model of political framing of masses spread over the whole Europe, a doctrine,
the national-syndicalism, which the dictatorship reinterpreted, and a mythical precursor in the
person of José Antonio Primo de Rivera.

ÍNDICE
Mots-clés: fascisme, Phalange, Primo de Rivera (José Antonio), Espagne, XXe siècle
Palabras claves: fascismo, Falange, Primo de Rivera (José Antonio), España, siglo XX
Keywords: fascism, Falange, Primo de Rivera (José Antonio), Spain, 20th century

AUTOR
JULIO GIL PECHARROMÁN
UNED

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El Partido Comunista de España en


la Segunda República
La Parti communiste d’Espagne au cours de la Seconde République
The Communist Party of Spain during the Second Republic

Fernando Hernández Sánchez

Primeros años (1920-1931)


1 La Revolución de Octubre de 1917 se convirtió en el tema central del debate sobre la
definición de las posiciones del movimiento socialista en la Europa de postguerra. Como
sus homólogos continentales, el Partido Socialista Obrero Español (PSOE) se planteó en
su congreso de 1919 el estudio de la adhesión a la Internacional Comunista (IC o
Komintern) o la permanencia en la socialista. En 1920 sus Juventudes se adelantaron y
constituyeron el Partido Comunista (PC). En 1922 se les unieron los simpatizantes
probolcheviques del PSOE, que un año antes habían fundado el Partido Comunista
Obrero Español (PCOE) tras el rechazo de la mayoría socialista a aceptar las veintiuna
condiciones de adhesión impuestas por la Komintern1.
2 Los años iniciales del nuevo movimiento estuvieron marcados por el radicalismo
ultraizquierdista. Los métodos anarcosindicalistas, considerados como la expresión de
lo más genuinamente revolucionario, eran imitados por los jóvenes comunistas que
tendían al desencadenamiento de numerosas huelgas inoportunas frustradas en su
logro por el planteamiento de objetivos maximalistas y el desarrollo de
comportamientos extremadamente violentos2. El peso del extremismo y el recurso a la
violencia se prolongó durante años y dejó profundas huellas de carácter sectario en la
formación de los primeros militantes. Todavía en los tiempos inaugurales de la
República recordaba Uribe como en su primer contacto con el comité de radio de la
zona minera de Vizcaya asistió a una reunión en la que el secretario, un tal Martín,
apodado Petaca, «empezó preguntando a los asistentes cómo está la cuestión de las
pistolas, cuántas balas tenían en depósito, si ya se habían preparado las bombas de que
habían hablado. Es decir, el comité de radio se ocupaba en primer lugar y

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exclusivamente en aquel caso, por lo que me pude enterar después, de hacer la revisión
de los pertrechos de guerra. Este era realmente el trabajo principal del comité de radio,
además de cobrar las cotizaciones».El extremismo conducía a casos como el de la
agrupación comunista de Sestao, donde «se pasaron varios días discutiendo si
aceptaban las condiciones de vida legal del Partido, es decir, las posibilidades de trabajo
legal y abierto que se podía realizar durante el régimen monárquico constitucional,
porque muchos lo consideraban atentatorio a la dignidad de revolucionario aceptar y
aprovecharse de las pocas libertades que concedía la monarquía. No queremos nada
concedido por la burguesía, decían, se lo arrancaremos, como si lo poco logrado hasta
entonces no fuese también arrancado y logrado después de decenas de años de lucha de
la clase obrera y de las fuerzas democráticas españolas» 3.

Los años de plomo (1923-1931)


3 La Dictadura de Primo de Rivera llevó al PCE a la clandestinidad. Sus fuerzas eran tan
menguadas que el aparato clandestino se encubría bajo la denominación de un equipo
de fútbol, el Oriente CF. La escasa proyección del partido apenas permitió ampliar su
base desde los primeros tiempos. La casi totalidad de los militantes del partido, según
Uribe, estaban en él desde el momento de su fundación y la organización carecía
prácticamente de plataformas de expresión: La Antorcha, su primer órgano oficial,
estaba suspendida, y los pocos números legales que pudieron aparecer del Joven
Obrero, editado en Bilbao, fueron retirados por la policía.
4 Bajo la dirección de José Bullejos, Gabriel León Trilla, Manuel Adame y Etelvino Vega, el
PCE se debatía entre el radicalismo, los conflictos intestinos y una deficiente praxis
conspirativa. La Juventud Comunista operó durante este tiempo como el brazo ejecutor
de la política más radical del partido. Las juventudes constituían el sector más dinámico
de la organización, el más aguerrido y dispuesto a la lucha y el que aportaba el mayor
contingente de detenidos y presos4. La mayoría de sus miembros eran obreros,
aprendices y empleados que se implicaban en un estilo global de vida arriesgada y
entregada a la revolución. Estaban integradas por la primera generación formada ya
políticamente en el ideario comunista, sin ligaduras a la cultura socialista que aún teñía
la mentalidad de los adultos que habían participado en la escisión tercerista. Por ello se
convirtieron en un bastión para la bolchevización de los respectivos partidos
comunistas y en una fértil cantera de futuros dirigentes. En 1927, con motivo del
intento de desencadenar una huelga general en Asturias, se produjo la caída más
importante del aparato comunista bajo la dictadura de Primo de Rivera 5. Prácticamente
toda la dirección del partido y de las juventudes fue procesada por intento de rebelión
contra la seguridad del Estado, ingresando en prisión hasta la caída de Primo de Rivera.

Contra la “República burguesa” (1931-1933)


5 El día en que se proclamó la República, el 14 de abril de 1931, un reducido grupo de
militantes -apenas un centenar- se encaminó hacia el Palacio Real para quitar la
bandera monárquica y sustituirla por la roja con la hoz y el martillo, mientras proferían
consignas contra la República burguesa y a favor de un gobierno obrero y campesino.
Fueron recibidos con hostilidad por la mayoría de manifestantes que aclamaban
enfervorizadamente al nuevo régimen6. El PCE recuperó la legalidad, aunque muy

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menguado en sus fuerzas: en 1931 contaba con unos 4.950 miembros para todo el
territorio nacional. En las elecciones a Cortes Constituyentes del 28 de junio de 1931 los
comunistas recolectaron unas pocas decenas de miles de votos, insuficientes para
obtener representación parlamentaria.
6 En 1932 tuvo lugar la caída de la cúpula dirigente del PCE y su sustitución, a instancias
de la Komintern y de su delegado en España, el argentino Luis Codovilla, por el nuevo
núcleo de dirección encabezado por José Díaz7. Se produjo un desembarco en el aparato
de la organización de una hornada de jóvenes procedente de la Escuela Leninista de
Moscú, dispuesta a la bolchevización del partido.8 Se formó un nuevo equipo directivo,
en el que figuraban Jesús Hernández, Vicente Uribe, Dolores Ibárruri –Pasionaria-,
Pedro Checa y Antonio Mije, que sería el que dirigiera el partido durante la guerra civil.
7 Hasta mediados de 1934, la nueva dirección siguió aplicando las directrices de la
Internacional Comunista: la confrontación con el «socialfascismo» y con el
«anarquismo pequeño-burgués» en la línea de «clase contra clase» 9. En diciembre de
1933 Jesús Hernández y Pasionaria participaron en las sesiones del XIII Plenario del
Comité Ejecutivo de la Komintern en que se analizó la expansión del fascismo.
Abundando en la retórica sectaria, los representantes españoles se preocuparon de
largar una andanada contra los anarquistas, a quienes calificaban de demagogos,
pustchistas, aventureros, pistoleros y abonadores del terreno para el fascismo. Lo más
destacado de su aportación fue la identificación del peligro de implantación del
fascismo en España con la ofensiva de los grupos monárquicos y agrarios y la
autocrítica sobre la debilidad del PCE para acometer en solitario la lucha sin contar con
el Partido Socialista10.
8 La evolución de la situación española iba a hacer cambiar muy pronto el panorama de
las relaciones entre las distintas corrientes del movimiento obrero organizado. La
Confederación Española de Derechas Autónomas (CEDA), de Gil Robles, y el Partido
Republicano Radical (PRR) de Alejandro Lerroux obtuvieron la mayoría en las
elecciones de noviembre de 1933. La izquierda, que se presentó a ellas dividida, cosechó
una rotunda derrota. Los comunistas presentaron 188 candidatos en 40 provincias.
Aunque no superaron el 1,2% de los votos totales emitidos, consiguieron su primer
diputado de los 474 que componían la cámara al ser elegido el doctor Cayetano Bolívar,
candidato por Málaga, en segunda vuelta11.
9 Aunque la CEDA no se integró de momento en el nuevo gobierno, el fortalecimiento de
un partido católico que apenas ocultaba su reticencia hacia el sistema republicano y su
admiración por el corporativismo antiparlamentario encendió las alarmas de la
izquierda, que temía una reedición del proceso alemán. Largo Caballero juzgó llegada la
hora de prepararse para pasar a la ofensiva en el caso de que se produjera la entrada de
la CEDA en el gabinete. A tal fin, impulsó las Alianzas Obreras, con el fin de agrupar a
las fuerzas políticas y sindicales de izquierda con el objetivo de preparar la huelga
general revolucionaria cuando la ocasión se presentase12.
10 Desde la Komintern también se emitían señales de alerta. El 14 de enero de 1934 las
antenas de los servicios secretos británicos descifraron un mensaje emitido desde
Moscú13, en el que se instaba al PCE a iniciar de inmediato una campaña para la
creación en todas las fábricas y poblaciones de comités de Frente Único contra la
reacción y el peligro fascista. Al mismo tiempo, debía dirigirse a las direcciones locales
de PSOE, UGT, CNT, sindicatos autónomos y, en general, a todos los trabajadores a fin de
organizar manifestaciones reivindicando la reapertura de los sindicatos clausurados, la

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libertad para la prensa obrera, el desarme y disolución de las bandas fascistas, la


derogación de la Ley de Orden Público, la disolución de los jesuitas y la confiscación de
todos sus bienes14. Pocos días después, por la misma vía, llegaron directrices para
apoyar con toda la intensidad posible la campaña del Socorro Rojo Internacional contra
la extensión del terror y el peligro de guerra15. Los acontecimientos de Austria, con el
brutal aplastamiento de la municipalidad socialista de Viena por las fuerzas del
gobierno de Dollfus entre el 12 y el 16 de febrero, alarmaron aún más a la izquierda.
Moscú giró orden a los partidos comunistas de que organizaran demostraciones de
masas en solidaridad con los obreros vieneses, campañas de prensa contra el fascismo
austríaco y por el acogimiento de huérfanos de la represión 16.
11 La primera mitad de 1934 se desarrolló en medio de grandes luchas en las que se
mezclaban la acción reivindicativa de los trabajadores, el movimiento campesino y el
nacionalismo democrático. Comenzó con la huelga del 19 de febrero convocada en
solidaridad con los obreros austríacos, y continuó con el paro del 17 de abril contra el
terrorismo fascista, la movilización contra la concentración de la CEDA en El Escorial, la
gran huelga campesina del verano y la de más de 200.000 obreros de Madrid,
movilizaciones a las que se sumaron los labradores catalanes el 8 de septiembre en
protesta por la anulación de la Ley de Contrato y Cultivo aprobada por el parlamento
autónomo. Se convocaron grandes mítines unitarios de las juventudes socialistas y
comunistas y manifestaciones de repudio a los asesinatos, a manos de pistoleros
falangistas, de la joven socialista Juanita Rico y del comunista Joaquín de Grado;
también tuvo lugar la primera gran movilización de mujeres contra la movilización de
reservistas y las acciones contra la concentración derechista de Covadonga 17.
12 Los llamamientos a unidad de acción, sin embargo, apenas se tradujeron en resultados.
Todavía el 2 de agosto Mundo Obrero explicaba la negativa comunista a ingresar en las
Alianzas Obreras por considerarlas órganos estériles si no se planteaban seriamente el
asalto al poder. Para los comunistas, las Alianzas debían ser la trasposición de los
soviets al contexto español, los órganos de un poder de nuevo tipo, el del gobierno de
los obreros, campesinos y soldados18. Los días 6 y 9 se denunciaba la contradicción entre
el uso de un lenguaje radical y la parálisis conspirativa por parte de los líderes
socialistas: «El objetivo de toda revolución es la toma del Poder. Pues bien, llegar a ese
fin es lo preciso. No decir a grandes voces queremos esto, sino marchar a tomarlo,
diciendo cómo y de qué manera. Hasta hoy sólo voces y encendidas promesas han
hecho los jefes socialistas, y a cada zarpazo de la reacción, recrudecen las amenazas.
Amagan, pero no dan. Y no solamente no dan, sino que impiden que se dé, so pretexto
de que ‘se gastan energías’» 19. Sin embargo, el 14 de septiembre, dando un giro a sus
anteriores posiciones, el pleno del Comité Central de los comunistas tendió puentes
hacia la CNT y el PSOE, aprobando el ingreso del PCE en las Alianzas Obreras. José Díaz,
lo justificó afirmando: «Cuando los bolcheviques estaban en minoría en los soviets,
supieron conquistar la mayoría. Es lo que haremos en las Alianzas Obreras» 20.
13 El 15 de septiembre, en una concentración de las milicias juveniles socialistas y
comunistas, Jesús Hernández defendió por primera vez la unidad de las fuerzas
marxistas en una sola central sindical y en un partido único del proletariado: «Ahora
que vemos al Partido y a la Juventud Socialista que se orientan por el camino de la
Revolución, después de comprender sus errores pasados, nuestro Comité Central ha
planteado la cuestión de que el Ejército de la revolución necesita una sola dirección,
que el proletariado necesita un solo partido dirigente, que hay que caminar, ir con

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noble intención y decidido propósito a dar a la clase obrera un solo mando, un solo
partido»21.
14 Poco menos de una semana antes, el PCE había recibido de Moscú el placet para dirigir
una carta abierta a la organización de las JJSS proponiéndoles la unificación sobre las
bases de la Internacional Juvenil Comunista (IJC) o, en última instancia, en el Frente
Único en la lucha contra la reacción y por las reivindicaciones de la juventud,
plataforma de la que quedarían incondicionalmente excluidos los seguidores del
trotskismo22. La invitación contenía elementos que combinaban lo viejo y lo nuevo: la
pulsión por conseguir la unidad con los socialistas aún sin contar con el acuerdo de su
dirección, propio de la línea del frente único por la base, con la novedosa posibilidad de
renunciar a condiciones hasta entonces inexcusables –la ruptura inmediata con la
organización ligada a la Internacional Obrera y la adhesión a la correspondiente de la
Komintern- con tal de avanzar en el proceso unitario. Se abría por primera vez la
posibilidad de llegar a una entente con el hasta entonces rival «socialfascista», y para
ello era vital alejarlo primero de toda veleidad con el considerado por los comunistas
principal enemigo dentro del campo proletario, el trotskismo 23.
15 El 18 de septiembre se advirtió al PCE de la tarea perentoria de dirigir un manifiesto a
las organizaciones y trabajadores explicando la gravedad del momento y llamando a la
formación de Alianzas Obreras en todas las fábricas y localidades. Esta sería la auténtica
preparación para la conquista del poder. Su programa consistiría, entre otros objetivos,
en la expropiación de los latifundistas y de la Iglesia, en el desarme de las fuerzas
contrarrevolucionarias y en el armamento de los trabajadores y los campesinos 24. En
vísperas de los hechos de octubre se intentaron procesos de acercamiento a Largo
Caballero, al que se requirió para mantener encuentros con representantes del Comité
Central o de la Komintern, si no en Moscú, en cualquier otro lugar del extranjero que él
determinara25.
16 El anuncio de la entrada de la CEDA en el gobierno, la noche del 3 de octubre de 1934,
desencadenó el movimiento de respuesta de la Alianza Obrera. Durante las agitadas
jornadas de octubre apenas hay disponible constancia de los mensajes cruzados entre
Madrid y Moscú, pero es muy revelador que desde el corazón de la Komintern las
directrices emanadas para su sección española planteasen medidas tan radicales como
«extender la huelga general y la lucha armada de los trabajadores» junto a la
aproximación con los republicanos burgueses, es decir Azaña y Esquerra Republicana
de Cataluña (ERC), con el objetivo de derrocar el gobierno Lerroux, la inmediata
disolución de las Cortes, la convocatoria de nuevas elecciones y la celebración de un
referéndum para la confiscación de la tierra de los latifundistas 26. Se mezclaban, de esta
forma, una táctica que no dudaba en recurrir a métodos insurreccionales en pos de una
estrategia cuyos objetivos de planteaban en términos de consolidación de una nueva
mayoría parlamentaria y en reformas sociales plebiscitadas. A medida que avanzaron
los días y se evidenció la derrota de las organizaciones obreras, el secretariado de la IC
apenas pudo hacer nada más que repetir los consabidos llamamientos a la solidaridad
para organizar mítines y manifestaciones en defensa de los obreros y campesinos
españoles, al tiempo que dirigía un llamamiento a la Segunda Internacional en idéntico
sentido27.
17 Como es conocido, el resultado fue una derrota sin paliativos para la izquierda que,
salvo en Asturias –donde se llegaron a crear órganos de poder revolucionario- mostró
imprevisión en el planeamiento, vacilación en la ejecución e incapacidad para arrastrar

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al movimiento a la mayor parte de la clase trabajadora organizada 28. Una buena parte
de la cúpula dirigente de los sindicatos y de los partidos de la izquierda ingresó en
prisión, y su prensa fue clausurada. En la confusión de la derrota se llegó a especular
erróneamente con la muerte de Pasionaria mientras cubría supuestamente la retirada
de los revolucionarios de Oviedo29.
18 Octubre del 34 trajo consigo consecuencias que trascendieron al fracaso y a la represión
subsiguiente. Uribe se entrevistó en la cárcel con Caballero, por intermediación de
Álvarez del Vayo, para plantearle, entre otros asuntos, la oportunidad de que
convirtiera las sesiones de su proceso en un acta de acusación contra el tribunal y el
gobierno, al estilo de lo que había hecho Dimitrov en Leipzig. El líder socialista,
amparándose en un sometimiento a la voluntad de su organización, persistió en negar
toda participación personal y toda responsabilidad en el movimiento. Uribe piafaba
ante esta respuesta: «Con esto se llegaba a la peregrina situación de que el máximo
responsable del movimiento aparecía ente las masas como una inocente paloma que no
conocía nada ni se había enterado de nada. Muchos obreros fueron a la huelga
impulsados por Caballero; en ella dejaron la vida unos y perdieron la libertad otros,
pero a la hora de asumir la responsabilidad la rehusaron poco elegantemente».
19 Con menos que perder, el PCE reivindicó abiertamente la responsabilidad del
movimiento insurreccional, ganando el terreno que le dejó expedito la retracción de los
dirigentes socialistas. A pesar de la represión policial y de la posibilidad de incurrir en
al última pena para sus máximos dirigentes, los comunistas desarrollaron una amplia
campaña de propaganda en el interior y en el extranjero30. Al mismo tiempo, las
enseñanzas del episodio, junto a las extraídas de otros recientes acontecimientos
europeos –la amenaza de las Ligas de extrema derecha en Francia-, abrieron el camino a
la formulación de una nueva estrategia unitaria, materializada en el abandono de la
línea sectaria, en el acercamiento de sindicatos y partidos obreros y en la postulación
de los Frentes Populares Antifascistas31.

El giro hacia el Frente Popular


20 En agosto de 1935 se celebró en Moscú el VII Congreso de la Internacional Comunista.
Jesús Hernández, que figuraba como segundo responsable oficial de la delegación
española tras José Díaz., aportó la visión española del frentepopulismo a la luz de las
enseñanzas de los acontecimientos de octubre de 193432. Comenzó haciéndose eco del
informe presentado por Dimitrov, que consideró plenamente ajustado a la situación
planteada por las experiencias francesa –el intento de asalto a la Asamblea Nacional de
las Ligas Fascistas y de Excombatientes- y española del año anterior 33. Pasó después a
analizar los hechos de Asturias como la expresión de la línea de conformación del
frente único y la superación histórica, por parte del movimiento obrero español, de los
clásicos e ineficaces métodos insurreccionales del anarquismo. Todo ello era
considerado por los dirigentes españoles como un mérito exclusivo de su partido y de la
política de frente único. Tras la derrota de Octubre el PCE lanzó un llamamiento a la
unidad y al agrupamiento de fuerzas al Partido Socialista y a los sindicatos obreros, al
tiempo que formuló la creación de un frente popular antifascista que abarcara desde los
sectores del republicanismo de izquierda, a gran parte de la intelectualidad antifascista.
Todo ello unido al impulso de los Comités contra la guerra y el fascismo, en los cuales se

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enrolaron gran número de mujeres, y de los Comités pro-amnistía de los represaliados


y presos de Asturias.
21 A comienzos de 1936 Mundo Obrero pudo aparecer de nuevo. La dirección comunista
entró en un estado de agitación febril preparando las elecciones. La formulación de una
amplia coalición para la recuperación de la República por parte de Azaña y los
socialistas de Prieto y la aproximación táctica de un Caballero sumido en la lucha por el
control del socialismo34, en plena batalla interna contra sus adversarios, marcaría el
proceso de génesis del Frente Popular. El 19 de diciembre el partido español comunicó a
Moscú la aceptación crítica de un bloque electoral de izquierdas, pero declarando su
disposición a «luchar junto con la izquierda por un frente unido proletario, por las
alianzas obreras»35. Dos días después, Codovilla refirió a Manuilski una entrevista con
Caballero para acordar posiciones. Codovilla llegó a la conclusión de que, aún estando
de acuerdo con la propuesta unitaria, Caballero –que acababa de cesar en sus cargos en
el partido- y los socialistas de izquierda, inmersos en las disputas internas con los
centristas de Prieto, minusvaloraban el asunto central. Por su parte, la organización del
PSOE había invitado ya a dos delegados del PC para decidir sobre el frente popular y las
próximas elecciones36. Durante las semanas previas a los comicios conocemos
principalmente las comunicaciones que Codovilla remitió a Moscú. De ellos se deducen
tanto los meandros del proceso de conformación de programa y candidaturas como las
maniobras de Caballero para utilizar el FP en apoyo de su lucha partidaria: «Caballero
habló en un mitin y enfatizó la necesidad de unificar las organizaciones sindicales y
políticas del proletariado. Su discurso, a pesar de que suele ser bastante oscuro,
favorece la presente política del PC»37.
22 Las negociaciones del pacto del Frente Popular no resultaron fáciles. Los republicanos
no querían que los comunistas participaran en las discusiones y Caballero no hizo
ninguna fuerza para que las deliberaciones se efectuasen entre todos los representantes
de las fuerzas políticas participantes. Según Uribe, «asomaba ya la oreja de su singular
concepción del PC; nos consideraba únicamente como una fuerza de apoyo para el PS y
especialmente para él, para sus planes». Entre las propuestas programáticas que
propuso el PCE figuraban que el gobierno disolviera los partidos con formaciones
paramilitares y la expropiación sin indemnización de las tierras de los grandes
terratenientes y su entrega gratuita a los obreros agrícolas y campesinos trabajadores.
El manifiesto contenía cuestiones que iban más allá del programa electoral, como el
rápido establecimiento de relaciones con la URSS. Para Codovilla, la impresión general
era buena y se estaba trabajando ya en la cuestión de los candidatos 38.
23 Los negociadores socialistas, encabezados por Vidarte, plantearon el tema de la
incorporación de candidatos comunistas en las listas comunes en términos de que éstos
alcanzaran un número de diputados «no menor que el necesario para tener derecho a
constituir minoría y participar en las comisiones, es decir 10. Con esto, ellos los
socialistas, tendrían un apoyo en las comisiones que es donde se elaboraban los
proyectos». Hubo tira y afloja en algunas circunscripciones, como Toledo, Alicante y
Sevilla, donde a pesar de los esfuerzos del PCE no se pudo incluir a ninguno de sus
candidatos. Para Toledo, donde se descontaba un triunfo claro del Frente Popular, los
comunistas proponían a Pedro Martínez Cartón. A este le sentó muy mal no verse
incluido por dicha provincia, y se le acabó incluyendo, aunque de mala gana por su
parte, en la lista de Badajoz, en el lugar un trotskista de Llerena –donde el POUM poseía
una importante organización local- al que había propuesto como candidato Vidarte, y

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que había sido enérgicamente rechazado por el PCE39. Paradójicamente, Cartón salió
elegido diputado por la provincia extremeña, lo que no habría ocurrido en el caso de
porfiar por figurar en Toledo. En Alicante, la retirada por el propio PC de la candidatura
de Francisco Galán –en compensación por la retirada del PSOE a favor de candidatos
republicanos- fue muy mal comprendida por la bases.
24 Si bien Uribe atribuyó, de forma despectiva, al «cretinismo parlamentario» de los
socialistas estas discusiones, no es menos cierto que en las filas del propio PCE la
posibilidad, por primera vez en su historia, de alcanzar grupo parlamentario suscitó
movimientos de rivalidad interna en Madrid, Vizcaya o Pontevedra. A menos de quince
días de la celebración de los comicios Madrid informó a Moscú que habían logrado
colocarse 21 candidatos del partido, de los que se esperaba que al menos la mitad
fueran elegidos40. También refirió que la intensificación de la campaña y el entusiasmo
desatado estaban llevando a un incremento considerable del número de miembros del
partido41. No contenía datos, pero algo más un mes después, en un Pleno del CC con
delegados de 47 provincias se informó que el partido contaba con 50.348 miembros y
estaba en rápido crecimiento. La mayoría de los nuevos miembros procedían de las
regiones agrícolas, y más de la tercera parte eran mujeres. La Juventud Comunista tenía
en ese momento 32.600 miembros42
25 El 16 de febrero de 1936 los comunistas recogieron el 3,5% de los votos y obtuvieron 17
diputados43. La suma de las nuevas expectativas que se abrían para las clases populares
y del temor suscitado entre los sectores conservadores bosquejó el cuadro de tensión
creciente que se completaría en los meses siguientes. Desde febrero, a la grave situación
económica que afectaba al bajo nivel de vida de la clase trabajadora había que sumar la
crisis artificial creada tras el triunfo del Frente Popular. Previendo la aplicación de la
reforma agraria y las expropiaciones sin indemnización, los grandes terratenientes
habían decidido abandonar las faenas agrícolas para la siguiente temporada. Se
detectaban fugas de capitales, retirada de fondos bancarios, torpedeo contra el valor de
la peseta, y en el aire planeaba la amenaza de un cierre patronal si el gobierno obligaba
a las empresas a pagar las indemnizaciones a los represaliados de octubre del 34.
26 La constitución del nuevo gobierno Azaña fue objeto de valoraciones confusas por parte
de la Komintern. Si en primera instancia se consideró no como un gobierno de Frente
Popular, sino como un gobierno burgués de izquierda44, sin embargo Moscú consideró
que debía ser apoyado contra los ataques y el posible golpe de estado de los
reaccionarios para garantizar que pudiera llevar a cabo el programa electoral del frente
popular, sin perjuicio de que el PCE mantuviese una acción independiente y se
reservase el derecho a la crítica y a la movilización cuando los métodos del gobierno
fueran dirigidos contra los intereses de las clases trabajadoras 45.
27 Las semanas siguientes transcurrieron agitadas, bajo el triple signo de la presión
popular para que el gobierno llevase a cabo reformas profundas, con verosímiles
amenazas de desbordamiento46; de la lucha interna en el PSOE, en la que la facción
caballerista parecía abonarse a ese radicalismo que podía terminar con la ruptura del
bloque popular; y de los movimientos para llevar a cabo la consecución de la unidad
orgánica del proletariado, empezando por la fusión de las juventudes.
28 El PCE, según informó Codovilla a Dimitrov, apostaba por el programa de la revolución
democrático-burguesa (al que atribuyó, de forma sin duda exagerada, un aplastante
apoyo de masas)47. Los comunistas apoyaban las ocupaciones de tierra de forma
organizada, como forma de obligar al IRA a acelerar sus pasos, pero limitándose «sólo

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[a] ocupar la tierra de la exnobleza, de los terratenientes reaccionarios importantes, de


la Iglesia, tierras excomunales, etc. Lo mismo con los almacenes de grano». El partido
hacía todos los esfuerzos «para consolidar las posiciones conquistadas y para apoyar,
pero no precipitar, luchas prematuras».
29 En aquel contexto resultaba suicida creer, como lo hacían los socialistas de izquierda,
que el bloque popular había cumplido su misión y había que disolverlo. De cara a las
elecciones municipales los comunistas propusieron a Caballero acordar un programa
común que contuviera las reivindicaciones esenciales de la revolución democrático-
burguesa, reforzar la unidad proletaria organizando conjuntamente las alianzas
obreras y campesinas y discutir sobre la formación del partido único. Sobre este último
aspecto se dieron pasos decisivos a últimos de marzo. En concreto, en su reunión del
último día del mes el CC aprobó unánimemente las razones adoptadas para la fusión de
las juventudes comunista –que decía contra con 35.246 miembros 48- y socialista. Es
interesante señalar que ya en esta reunión del órgano de dirección comunista tomó
parte Santiago Carrillo, que «hizo una magnífica sugerencia política, declarar que la JS
se propone adherirse definitivamente a la KIM [Internacional Juvenil Comunista] y
procurar que el PS reformado junto con el PC se adhiera a la IC» 49.
30 En el rampante clima de tensión a que estaba conduciendo la actuación de los pistoleros
falangistas convenía no caer en provocaciones y evitar responder al atentado con el
atentado. A ello se sumaba, además, la preocupación de la Komintern, expresada por
boca de Dimitrov y Mauilski, por la actuación, calificada como “contrarrevolucionaria”,
de dos vectores: los socialistas de izquierda – junto con los inevitables «trotskistas«-,
con sus intentos de destruir el frente popular; y los anarquistas, de los que se temía un
putsch. La colusión de ambas fuerzas no podría dejar de tener fatales consecuencias
para la unidad del frente popular en el parlamento.
31 La IC realizó un llamamiento dramático a su sección española para que no cayera en
ninguna provocación, ya que «sería perjudicial a la revolución en este momento y
podría solo favorecer el triunfo de loa antirrevolucionarios». Había que impedir que se
produjera una ruptura con los republicanos burgueses de Azaña, ni siquiera darles el
pretexto para que se apoyasen en elementos reaccionarios. Se debían emplear todos los
medios para acelerar la realización del programa del FP, particularmente la cuestión
agraria. La directriz terminaba haciendo hincapié en la necesidad de apartar el
espantajo del peligro rojo: «En todas las actividades del partido que realicéis se debe
resaltar que la creación del poder soviético no está en el orden del día, sino que por el
momento, es solamente cuestión de establecer un estado democrático que haga posible
ejercer una barrera contra el avance del fascismo y la contrarrevolución, y para
fortalecer en general las posiciones del proletariado y sus aliados» 50.
32 Por más que se apelase a la contención, la tensión siguió aumentando. El 14 de abril se
produjeron incidentes en el Paseo de la Castellana, durante los cuales unos falangistas
dispararon contra la presidencia del desfile conmemorativo de la fiesta nacional,
resultando muerto durante los enfrentamientos un alférez de la Guardia Civil 51. Su
entierro derivó en nuevos tiroteos entre los participantes en el cortejo –simpatizantes
de la extrema derecha- y miembros de las milicias socialistas que los hostilizaban en su
marcha hacia el cementerio del Este52, con un balance de tres víctimas mortales más. Se
desencadenó una huelga general en Madrid, de la que Codovilla dio cuenta a Manuilski.
El PCE habría hecho todo lo posible por evitarla y, aunque no se atreviera a manifestar
en público su disconformidad con el paro, iba a instar el retorno al trabajo en pos de

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evitar que las masas fuesen arrastradas a ellos por los anarquistas, que pretendían
convertir la huelga general en indefinida53. La actitud comunista de firme de apoyo al
gobierno se reiteró en el mensaje en que se daba cuenta del final del paro dos días más
tarde. El PCE se atribuyó, junto con la mayor parte de los socialistas, el mérito del
rumbo impreso a la movilización, de protesta contra las actividades de los grupos
fascistas y apoyo a las fuerzas de policía. No significaba ello que no hubiese habido en el
seno del propio partido contradicciones e incomprensiones hacia una línea tan
moderada. «En algunos casos, -se informaba- la presión de los socialistas de izquierda y
los anarquistas se ha hecho sentir en nuestras filas, y para no parecer menos
“revolucionarios”, se han hecho algunas concesiones». Se hizo necesario, para ajustar el
rumbo, discutir las directrices de la IC en el BP con el objeto de confirmar
definitivamente la línea táctica del partido en este momento, y lograr que todos los
miembros la entendieran54.
33 La dirección comunista española estaba preocupada por la táctica adoptada por la
izquierda socialista, consistente, a su juicio, en incitar a las masas «contra el odiado
sector militar y por lo tanto llevar a cabo la revolución proletaria inmediatamente».
Como muestra, una parte de los incidentes durante el desfile del 14 de abril tuvieron
lugar cuando, al paso de unidades de la Guardia Civil, sectores del público, con los
puños en alto, prorrumpieron en gritos de ¡UHP! Asturias quedaba todavía muy cerca. A
ello se añadía el peligro de un pustch anarquista, apoyado en la impaciencia
revolucionaria de esas mismas masas. Todo ello hacía sumamente necesario el
mantenimiento de una actitud de vigilancia por parte del PC 55.
34 Mientras tanto, seguía la estrategia unitaria, dependiente en buena parte de las
tensiones internas y el juego de tendencias en el PSOE. Los comunistas fijaron la fecha
de su congreso el 12 de julio, unos días después del congreso socialista, para orientarse
hacia la fusión de ambas organizaciones. Entre los dirigentes comunistas locales se
extendía la impresión de que los socialistas de izquierda maniobraban para evitar la
fusión y la adhesión a la IC, porque lo que deseaban era la entrada en masas de los
comunistas en el partido socialista para incrementar su fuerza fraccional 56. En este
proceso emergió la obsesión por la actividad trotskista. Desde Moscú, Dimitrov alertó al
PCE contra antiguos comunistas expulsados y por aquel entonces activos en el seno de
otras organizaciones de izquierda: en concreto, aludió a las posibles maniobras de
Bullejos en la JS y a la creciente actividad de Maurín en Cataluña. Este último era, con
mucho, el más peligroso. El partido y su prensa no estaban haciendo prácticamente
ninguna campaña contra el trotskismo. Era imperativo concentrar todas las baterías
sobre él, empleando la denuncia pública para «desenmascarar la política aventurera de
Maurín y Cia, sus relaciones con Doriot57, un agente de Hitler, sus actividades
escisionistas, [y] su hostilidad al frente popular». La unificación de las fuerzas
proletarias de Cataluña adquiría una finalidad específica: arrancar a las masas de la
influencia de Maurín. En esta tarea resultaba prioritario educar a los nuevos miembros
del partido en el papel contrarrevolucionario de los trotskistas en la URSS, España y
otros países58.
35 La lucha entre facciones socialistas estaba poniendo en riesgo la unidad del FP y la
estabilidad del gobierno. Con la elevación de Azaña a la presidencia de la República, tras
la destitución de Alcalá Zamora, Caballero y la UGT declararon su voluntad de separarse
del FP. En vista de la gravedad de la situación, Codovilla mantuvo una entrevista con
Caballero, a quien después de alguna discusión, logró convencer de que la ruptura sería

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un grave error y le comprometió a no sólo no romper el FP, sino fortalecerlo, y a


preservar el frente unido de los partidos obreros y la UGT59.
36 La tensión no daba tregua. En unos casos se trataba de la reedición de viejos episodios
de violencia entre campesinos y fuerza pública. El 29 de mayo de 1936, en Yeste
(Albacete) se produjo un enfrentamiento de esta naturaleza que culminó con un
balance de 18 muertos (17 vecinos y un guardia civil), más de 17 heridos y un gran
número de detenidos60. Dimitrov hizo llegar a Díaz un cable en el que manifestaba
conceder «extraordinaria importancia a los hechos que han ocurrido en la provincia de
Albacete (...) porque estas acciones perjudican al FP, comprometen al gobierno y
favorecen a los contrarrevolucionarios». Recomendaba tomar las medidas necesarias
para que estos acontecimientos no volvieran a ocurrir y la formación de una comisión
parlamentaria para investigar y descubrir a los autores «de esta criminal provocación»
61
.
37 En otros casos, la violencia era resultado de la rivalidad entre las propias
organizaciones obreras. El 10 de junio de 1936 fue asesinado de un disparo, durante una
huelga convocada por el Sindicato de Pescadería de la CNT, el concejal comunista de
Málaga Andrés Rodríguez, opuesto a las reivindicaciones de los huelguistas. Al día
siguiente, cuando salía de su domicilio para asistir al sepelio, fue también asesinado el
Presidente de la Diputación Provincial, el socialista Antonio Román Reina 62. El
Secretariado de la IC instaba nuevamente, para rebajar tensiones, a la apertura de una
comisión de investigación y al diálogo al máximo nivel entre las dos centrales obreras
para acabar con las hostilidades63.
38 La agudización de las tensiones sociales y políticas en España tras el triunfo del Frente
Popular y la preparación del V Congreso que el PCE debería celebrar a partir del 12 de
julio hizo que Moscú convocara a los dirigentes del partido al Presidium del Comité
Ejecutivo de la IC, en la sesión del 22 de mayo de 1936 64. En esta reunión, Hernández
presentó a la Internacional el programa del próximo congreso del partido, cuyo orden
del día, aparte de los aspectos sectoriales y orgánicos, tendría como eje principal la
formación del Partido Único del Proletariado65. Comenzó pasando revista a la situación
del país en los convulsos meses de la primavera de 1936. Las elecciones, a pesar de los
condicionamientos en contra – «la derecha hizo campaña con el lema: Votar al Frente
Popular es votar a Dimitrof (sic), votad por España y contra Dimitrof»- habían sido un
triunfo de las masas antifascistas, gracias fundamentalmente a la política de Frente
Popular que el PCE no dudaba en arrogarse como propia. A ello habían contribuído
factores inéditos como la orientación hacia la izquierda del voto de las mujeres y la
participación electoral de las bases anarcosindicalistas. A la clásica cuestión ¿qué
hacer?, Hernández respondía que la situación obligaba al partido a plantearse el
problema de la reorganización de la economía del país sobre una nueva base. En
concreto, postulaba la nacionalización de algunas industrias, en primer lugar la del
carbón, para después obligar a las industrias del transporte, ferrocarril, barcos, etc. a
consumir carbón nacional. En el campo, cuya situación era explosiva 66, proponía llevar
a cabo una campaña de agitación nacional bajo el lema Es necesario salvar al país del
hambre, planteando la alternativa de expropiar las tierras que no se trabajasen para ser
distribuidas entre los campesinos, con el compromiso de entrega por parte del Estado
de stocks de semillas y la habilitación de créditos al consumo. Para aliviar la situación
del campo y la de los obreros sin trabajo, el PCE proponía realizar un vasto plan de
obras públicas, de irrigación, de electrificación, construcción de caminos e

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higienización de los pueblos, para lo cual era necesaria una fuerte inversión estatal,
cuyos fondos procederían de un impuesto progresivo sobre la propiedad rústica y sobre
la renta en general, sobre los beneficios de los bancos, las sociedades anónimas y las
grandes industrias. Si ello no bastaba, sería necesario un empréstito forzoso sobre el
Banco de España y los grandes capitales.
39 El gobierno, en cumplimento de sus compromisos electorales, adoptó medidas para
reparar a los represaliados y perseguidos durante lo que se conoció como bienio negro:
Se promulgó el decreto sobre readmisión con indemnización (3 a 6 meses de salario) de
los despedidos de octubre, se aprobó la amnistía general, se puso en vigor de nuevo el
estatuto de autonomía catalán y se aprobó el vasco, se revisaron los desahucios de
campesinos y se restableció la legislación social del primer bieno. Por otra parte, se
ilegalizó a Falange y se procedió a una depuración superficial de las fuerzas represivas y
del ejército, con el nombramiento de una comisión de investigación sobre la represión.
40 Sin embargo, en el ámbito económico y social el gobierno, integrado en exclusiva por
republicanos burgueses, no actuaba con diligencia a no ser que se le sometiera a
presión mediante huelgas económicas, políticas, de ocupados y parados, parciales y
generales, con ocupación de fábricas e invasiones en masas de fincas. Era en estas
circunstancias cuando el Estado se veía obligado a intervenir a través de sus delegados
de trabajo, y en general su dictamen, según Hernández, era favorable a los obreros.
41 Respecto a la inquietud que generaban en el extranjero incidentes como el incendio de
establecimientos religiosos, Hernández procuró alejar de la responsabilidad sobre ello a
los comunistas. El PCE era contrario al anticlericalismo visceral, lo que no fue óbice
para que diera pábulo a los extendidos rumeores que hablaban de que en el interior de
algunos templos se encontraban “depósitos de armas fascistas o que desde ellas se ha
hecho fuego contra manifestaciones populares”.
42 Adecuándose rápidamente a la nueva estrategia, el PCE iba ganando aceleradamente
espacios de visibilidad y respetabilidad. En ese contexto, y sin olvidar que el gobierno
no era más que un gobierno republicano de izquierda, o sea, burgués, los comunistas
españoles llegaron a la conclusión de que «podemos seguir un gran trecho del camino
en común, para mejorar las condiciones de vida, de trabajo, de cultura y bienestar de
las masas laboriosas de nuestro país y asestar golpes serios a las fuerzas de la reacción y
el fascismo». El giro hacia la política de Frente Popular en la acepción canónica de
Dimitrov había llegado a su conclusión. Al calor del antifascismo crecían las dinámicas
unitarias entre las organizaciones marxistas de la clase trabajadora española. Tras la
fusión de la comunista Confederación General del Trabajo Unitaria (CGTU) con la UGT,
esta central sindical contaba con 745.000 obreros industriales, unos 253.000 campesinos
y más de 200.000 obreros en trance de afiliación. La CNT, que declaraba 559.000
adherentes, también se reforzaba aunque no al ritmo impetuoso de la UGT. El gran
éxito unitario lo constituía la creación de la Juventud Socialista Unificada (JSU) 67. Desde
el punto de vista orgánico, el resultado de la fusión iba más allá de la mera suma de
efectivos, desencadenando efectos sinérgicos: si la Juventud Comunista tenía antes del
16 de febrero 14.000 miembros y en el momento de la fusión contaba con 50.680; y la JS
contaba con unos 65.000, dos o tres semanas después de la fusión la Juventud Unificada
tenía ya 140.000 miembros. A ellos había que añadir decenas de miles de pioneros, entre
40 y 50.000 mujeres y unos 30.000 jóvenes en la Federación Deportiva Obrera.
43 Las relaciones con el Partido Socialista fueron objeto de especial atención,
particularmente con el sector que seguía a Largo Caballero. Los comunistas se

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mostraban preocupados por el peligro de escisión que se había acentuado


considerablemente en el seno del PSOE. El PCE se comprometía a impedir, en la medida
de sus posibilidades, la escisión socialista y a «apoyar la labor de depuración de los
elementos derechistas y de la parte más podrida del centro» liderado por Indalecio
Prieto, en pos del objetivo de formar a medio plazo el partido único del proletariado.
44 En lo tocante a las propias fuerzas, el PCE señaló que pudo salvar a la mayoría de
cuadros dirigentes tras la derrota de Octubre, a excepción de Asturias, donde el partido
fue casi deshecho. Desde entonces, al calor de las campañas frentepopulistas, la
recuperación había sido un hecho: Antes de las elecciones de febrero el partido tenía
alrededor de 20.000 miembros; en el mes de mayo tenía registrados 83.967. El PCE se
estaba transformando en un partido de masas entre cuyos objetivos figuraban alcanzar
los 100.000 afiliados para la fecha de la celebración del V Congreso 68. El reclutamiento
más importante procedía de las zonas agrícolas y de las ciudades de tipo semi-industrial
(Málaga, Sevilla, Jaén, Valencia, Badajoz, etc.), y de los centros mineros (Asturias y, en
menor medida, Vizcaya). La mayoría de los nuevos miembros eran obreros organizados
en la UGT y solo una mínima parte no habían estado organizados con anterioridad. Era
escaso el número de nuevos adherentes procedentes del PSOE, «ya que el partido no
hace una campaña especial para lograr miembros del ala izquierda del PS puesto que la
perspectiva es la de fusionar sus fuerzas y las nuestras» y mucho más escaso aún el de
procedentes del anarquismo. Los puntos débiles del fortalecimiento de la organización
eran dos: la carencia de cuadros formados para educar a la avalancha de nuevos
militantes y la escasa presencia en Cataluña. En buena lógica leninista, el primer
objetivo debía ser fortalecer la cadena de responsabilidad entre la cúspide y las bases
«para garantizar que las instrucciones se trasmiten a las células se cumplen». En lo
tocante a Cataluña, el partido apenas sobrepasaba los 2.000 adherentes en aquel
territorio a causa de la gran fragmentación de organizaciones (PCC, Partí Catalá
Proletari, Unió Socialista…) y la incomprensión del problema nacional catalán –una
carencia endémica entonces y después para la dirección central del comunismo
español-. Por si fuera poco había que sumar la larga tradición fraccional sufrida por el
marxismo en aquel territorio, lo que pasaba factura en forma de debilidad del sector
ortodoxo frente a la organización encabezada por el disidente Joaquín Maurín, el
Bloque Obrero y Campesino. El primer paso hacia la lucha por la hegemonía –que tantos
conflictos iba a generar en la Cataluña en guerra- se estaba comenzando a dar con la
aproximación de las fuerzas simpatizantes de la IC para la formación del Partido
Socialista Unificado de Cataluña (PSUC).
45 El análisis de Hernández sobre los peligros que se cernían a corto y medio plazo sobre el
gobierno combinaba a partes iguales preocupación, apreciaciones clamorosamente
erróneas y declaraciones de profundización en la línea frentepopulista. En cuanto al
problema del peso de los sectores reaccionarios en el ejército y a su capacidad para
desencadenar un levantamiento lo consideraba preocupante, si bien se dejaba llevar
por lo que juzgaba “un cierto desplazamiento de la oficialidad hacia el Frente Popular
como asimismo hacia nuestro partido”69. Con respecto al futuro, consideraba que «la
lucha actual está planteada entre fascismo y antifascismo, entre revolución y
contrarrevolución, lucha que aún no está terminada ni decidida. El Partido se desarrolla
rápidamente, pero la dirección no olvida que los éxitos logrados no están aún
consolidados definitivamente. Justamente porque la lucha tiene este carácter todavía
en nuestro país es por lo cual nosotros no planteamos como perspectiva inmediata la
instauración del poder soviético sino la lucha por la consolidación de la República

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democrática, es decir, que tomamos la orientación de la terminación de la Revolución


democrático burguesa, punto en el cual discrepamos de los socialistas que estiman aún
en su inmensa mayoría que el problema actual es la lucha directa por la dictadura del
proletariado y por el socialismo».
46 Con este conjunto analítico el PCE consolidaba una trasformación fundamental. En
menos de una década –si se considera en un tiempo largo- o de un lustro, mirándolo a
corto plazo, el partido comunista había pasado de ocupar un lugar marginal, alojado en
el extremo radical, violento y sin capacidad alguna de influencia del sector político de
la izquierda, limitado a un puñado de activistas con una estereotipada, escasa e ineficaz
percepción de la realidad, a ubicarse en un espacio de centralidad, al calor del
movimiento unitario desplegado por la oposición a la extensión del fascismo en la
segunda mitad de los años 30. Todos, -o casi todos- los temas que agitarían la relación
entre las fuerzas de la izquierda, la pugna por la hegemonía y la filosofía de la
naturaleza del proceso que se abriría con la guerra civil se encontraban ya en el arsenal
estratégico del PCE antes de iniciarse el conflicto.

NOTAS
1. Congreso Extraordinario del PSOE, 1921. Nacimiento del Partido Comunista Español, Madrid,
ZYX, 1975, p. 3. Para este periodo, AVILÉS FARRÉ, J: La fe que vino de Rusia: La revolución
bolchevique y los españoles (1917-1931). Madrid, UNED, 1999; y “Le origini del Partito Comunista
di Spagna, 1920-1923”. Ricerche di Storia Politica, Año 3, nº1, Enero, 2000, pp 3-28.
2. MEAKER, G. H: La izquierda revolucionaria en España (1914-1923). Ariel, Barcelona, 1978, p.
571.
3. Archivo Histórico del Partido Comunista de España (AHPCE), Manuscritos, tesis y memorias,
Memorias de Vicente Uribe, 60/6, sin paginar, Praga, 1959; para el mismo periodo, AHPCE,
Manuscritos, tesis y memorias, Autobiografía de Leandro Carro, 2/7.11
4. PACHECHO PEREIRA, J: Álvaro Cunhal. Uma biografía política“Daniel”, o jovem revolucionario
(1913-1941), Lisboa, Temas e Debates, 200, v. 1, pp. 81-82.
5. El expediente está recogido en AHN, Fondos contemporáneos, Fondos reservados del Tribunal
Supremo, Exp. 32, carpeta 8. Causa: Comunismo, 1928. Proceso por conspiración para la rebelión
… ejecutado por individuos pertenecientes al Partido Comunista Español.
6. BULLEJOS, La Comintern en España. Recuerdos de mi vida. México D.F., Impresiones Modernas,
1972, p. 123.
7. El proceso de sustitución de la dirección está analizado en ELORZA, A, y BIZCARRONDO, M:
Queridos camaradas. La internacional comunista y España (1919-1939), Barcelona, Planeta, 1999,
p. 161-169.
8. Ibid. P. 483.
9. La prensa comunista tronaba con este tipo de polémicas: “En este cincuentenario de la muerte
del maestro, opongámonos a las traiciones de los jefes socialfascistas al grito de ¡Marx nos
pertenece!” (Mundo Obrero –M.O.-, 14 de marzo de 1933). “¿Contra quien luchan los jefes
anarquistas?” (M.O., 17 de febrero de 1933); y “Reunión de la Mesa de la IOS: La forja de la
mentira y de la capitulación” (M.O., 3 de abril de 1933).

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10. COMÍN COLOMER, E: Historia del Partido Comunista de España. Tomo II. Madrid, Editora
Nacional, 1967, p. 632.
11. BARRANQUERO, E: “Orígenes y carácter del Frente Popular”, en Políticas de alianza y
estrategias unitarias en la historia del PCE. Papeles de la FIM, nº 24, 2ª época, 2006, pp.35-40.
12. JULIÁ, S: “Preparados para cuando la ocasión se presente”: Los socialistas y la revolución, en
Violencia política en la España del siglo XX, Taurus, Madrid, 2000, p. 145-148.
13. Los servicios de inteligencia británicos lograron descifrar los mensajes transmitidos por cable
entre Moscú y Madrid, al menos hasta septiembre de 1936. Se encuentran en The National
Archive (TNA), en los fondos HW 17/26 y HW 17/27. El cotejo con algunos de los textos
encontrados por Elorza y Bizcarrondo en los archivos exsoviéticos (RGASPI) demuestra que son
los mismos que emitía y recibía la Comintern.
14. TNA, HW 17/26, 1692/Sp, 14/1/1934.
15. TNA, HW 17/26, 1693/Sp,29/1/1934.
16. TNA, HW 17/26, 169y y 1698/Sp, 14 y 28/2/1934.
17. DUCLOS, J: Mémoires. Aux jours ensoleillés du front populaire, 1935-1939. París, Fayard, 1969,
T.II, pp. 99-100.
18. “Una interviú de La Libertad. El camarada Jesús Hernández expone, en nombre del CC, su
criterio sobre el frente único” (M.O., 2 de agosto de 1934).
19. “De las batallas parciales a las jornadas decisivas” (M.O., 6 y 9 de agosto de 1934).
20. “Discurso del camarada Jesús Hernández. Cordial llamamiento a los camaradas de la CNT”
(M.O., 14 de septiembre de 1934);
21. “Un discurso, pleno de doctrina revolucionaria y de afirmación comunista en la lucha por el
frente único, pronunciado por el camarada Jesús Hernández” (M.O. 15 de septiembre de 1934).
22. TNA, HW 17/26, 1757/Sp, 8/9/1934.
23. TNA, HW 17/261762/Sp. 29/9/1934.
24. TNA, HW 17/26, 1758/Sp, 18/9/1934.
25. TNA, HW 17/26, 1759 y 1761/Sp, 22/9/y 2/10/1934.
26. TNA, HW 17/26, 1763/Sp., 7/10/1934.
27. TNA, HW 17/26, 1765/Sp., 10/10/1934.
28. JULIÁ, S: “Preparados para cuando la ocasión se presente…”, p. 184. Un testimonio de primera
mano sobre los hechos de octubre sigue siendo la obra clásica de Rosal, Amaro del: 1934: El
movimiento revolucionario de Octubre, Madrid, Akal, 1984.
29. TNA, HW 17/26,1770/Sp., 27/10/1934
30. TNA, HW 17/26, 3428/Sp. 9/1/1935.
31. TNA, HW 17/26, 1774/Sp., 12/11/1934 y TNA, HW 17/26, 1773/Sp., 9/11/1934: “El 12 de
noviembre tendrá lugar una manifestación por el Frente Unido en París, en conexión con el mitin
de la Segunda Internacional. Enviad (...) uno de vuestros representantes”.
32. Citado en Comín, E: op. Cit., p. 514 y siguientes.
33. Sobre el contexto internacional que coadyuvó a la formulación de la política unitaria de la
izquierda, GABRIEL, P: “Contexto internacional y Frente Popular”, en Políticas de alianza y
estrategias unitarias en la historia del PCE, Papeles de la FIM, Madrid, nº 24, 2ª época, 2006, pp.
19-30.
34. TNA, HW-26, 5995/Sp., 30/11/1935. “Caballero ha sido absuelto y nos ha informado de que va
a cumplir su promesa”.
35. TNA, HW-26, 5994/Sp. 19/12/1935.
36. TNA, HW-26, 5985/Sp. 21/12/1935.
37. TNA, HW-26, 5891/Sp,. 15/1/1936.
38. TNA, HW-26, 5901/Sp., 16/1/1936.
39. Codovilla llegó a transmitir a Manuilski que esto obedecía a alguna maniobra oculta del
aparato socialista controlado por Prieto: “El comité ejecutivo del PS ha maniobrado para remover

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candidatos de la izquierda socialista y comunistas, usando a los candidatos trotskistas en las


provincias con intención de forzar a nuestro partido a romper con el bloque. Nuestro partido ha
[¿denunciado?] la maniobra pero no ha roto. TNA. HW-26, 5232/Sp. 4/2/1936.
40. TNA. H.W, 26. 5232/Sp. 4/2/1936.
41. TNA, HW-26, 5232/Sp., 4/2/1936.
42. TNA, HW-26 5631/Sp., 31/3/1936.
43. Archivo del Congreso de los Diputados (ACD), Documentación electoral, 141, nº 16.
44. TNA, HW-26, 5300/Sp., 26/2/1936. La argumentación se basaba en que: “1. Las organizaciones
de los trabajadores no están representadas en este gobierno, solo el partido republicano (sic). 2.
Este gobierno no ha entregado tierra de los propietarios, el estado y la iglesia a los campesinos. 3.
Necesariamente vacilará”.
45. Para no dejar lugar a dudas, en la misma fecha que se dio la directriz anterior se remitió un
segundo cable que suprimía las consideraciones negativas sobre el gobierno: “Cancelad [el
anterior mensaje]. Sustituidlo por este que sigue a continuación (Suprime la primera mitad,
donde figuran los tres puntos numerados)”. TNA, HW-26, 5308/Sp., 26/2/1936.
46. La situación política es la siguiente: El gobierno Azaña, bajo la presión política de las masas,
está llevando a cabo el programa del bloque popular, y va más allá (...)La situación revolucionaria
se desarrolla rápidamente. La solución del problema de la tierra por métodos revolucionarios, no
pasará mucho tiempo en plantearse con el desarrollo de la lucha, así como el problema del
poder”. TNA. HW-26, 5382/Sp., 4/3/1936.
47. “En la manifestación del 1 de marzo en Madrid, en la que tomaron parte más de 500.000
personas, nuestros slogans sobre la revolución democrático-burguesa fueron aclamados por una
inmensa mayoría de los manifestantes”. TNA. HW-26, 5382/Sp., 4/3/1936.
48. TNA. HW-26,5316/Sp., 4/4/1936
49. TNA. HW-26, 5631/Sp., 31/3/1936.
50. TNA, HW-26, 5810/Sp., 9/4/1936
51. Los sucesos están prolijamente descritos en La Vanguardia de los días 15 al 19 de abril.
También hace referencia a ellos Tagüeña, M: Testimonio de dos guerras. Barcelona, Planeta, 2005,
pp. 93-94)
52. La prensa señaló que algunos de los disparos efectuados desde las azoteas lo fueron por
“individuos con boina y camisas rojas”. La Vanguardia, 17/4/1936.
53. TNA, HW-26, 5743/Sp., 16/4/1936.
54. TNA, HW-265733/Sp. 18/4/1936.
55. TNA, HW-26, 5811/Sp., 26/4/1936.
56. TNA, HW-26, 5808/Sp., 27/4/1936.
57. Antiguo dirigente comunista francés, expulsado del partido en abril de 1934 por sus
discrepancias frente a la línea, mantenida por la Comintern y por Thorez, de rechazo a la alianza
con los socialistas. Experimentó un giro a la derecha que le llevó a la creación del Partido Popular
Francés (PPF), de corte fascista.
58. TNA, HW-26, 5828/Sp., 29/4/1936.
59. TNA, HW-26, 5923/Sp., 9/5/1936.
60. Sepúlveda Losa, R.M: “La primavera conflictiva de 1936 en Albacete”, en Pasado y Memoria.
Revista de Historia Contemporánea, nº2 (2003), edición digital:
http://publicaciones.ua.es/filespubli/pdf/15793311RD26129438.pdf
61. TNA, HW-26, 6098/Sp., 2/6/1936.
62. Brenes Cobos, S.J: “Andrés Rodríguez, concejal comunista de Málaga (1931-1936)”, en Revista
Jabega, nº 88, Centro de ediciones de la Diputación de Málaga, 2001. Edición digital: http://
www.cedma.com/archivo/jabega_pdf/jabega88_71-81.pdf
63. “Díaz, Luís. Estamos enormemente perturbados por la feroz lucha desatada entre
trabajadores de la UGT y la CNT que ha tenido lugar en Málaga y en otras provincias. Os

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invitamos a hablar con Caballero para que eleve una proposición en nombre de la UGT al comité
nacional de CNT con el objeto de abrir una comisión parlamentaria de investigación y
conciliación con el fin de liquidar las hostilidades entre los partidarios de las dos organizaciones
en Málaga”. TNA, HW-26, 6199/Sp., 21/6/1936.
64. TNA, HW-26, 5834/Sp., 1/5/1936. “Díaz, Luís. Luís debe venir inmediatamente con
información de la situación. Sería bueno que viniera con él uno de los miembros del BP, si no hay
dificultad. Dios”.
65. Russian State Archive of Socio-Political History (RGASP) I, f. 495, op2. d. 245, pp. 124-163. Hay
también una copia en francés. Agradezco la referencia de este informe a Ángel Viñas.
66. El estudio más reciente sobre la situación en el agro meridional en este momento es el de
ESPINOSA, F: La primavera del Frente Popular Los campesinos de Badajoz y el origen de la guerra
civil (marzo-julio de 1936). Barcelona, Crítica, 2008.
67. Para este proceso, ver Vinyes, R: La formación de las Juventudes Socialistas Unificadas,
(1934-1936). Madrid, Siglo XXI,1978.
68. Los acontecimientos, tal como ocurrieron, iban a desbordar las previsiones: A raíz del
levantamiento militar, los afiliados pasaron a ser 118.763; casi un año más tarde, en marzo de
1937, alcanzaba el cuarto de millón. AHPCE, Film XVI, 1937.
69. En el entierro del capitán Faraudo, instructor de milicias asesinado por falangistas,
Hernández puso de manifiesto que los comunistas “no somos enemigos de los militares ni del
ejército, ni queremos destruir la disciplina sino simplemente depurarlos de todos los elementos
fascistas”.

RESÚMENES
La historia del Partido Comunista de España (PCE) durante la Segunda República es la de la
transición desde una localización periférica dentro del sistema de fuerzas políticas a una posición
central en un plazo muy breve de tiempo. En este proceso jugó un papel determinante la nueva
estrategia diseñada por el VII Congreso de la Internacional Comunista en 1935 con la constitución
de los frentes populares. El PCE asumió progresivamente posiciones menos sectarias y se hizo
visible para la clase trabajadora, sobre todo a partir de los hechos de octubre de 1934. Con la
formación de la coalición del Frente Popular en febrero de 1936, el compromiso fundamental del
PCE fue el de garantizar, mediante su labor de movilización e intensificación de su presencia, que
su contenido reformista llegaría hasta sus últimas consecuencias.

L’histoire du Parti communiste d’Espagne (PCE) au cours de la Seconde République est celle du
passage d’une situation périphérique au sein du système politique à une position centr ale dans
un délai très court. Dans ce processus a joué un rôle déterminant la nouvelle stratégie conçue par
le septième Congrès de l’Internationale communiste en 1935 avec la formation de fronts
populaires. Le PCE a pris des positions de moins en moins sectaires et s’est rendu visible pour la
classe ouvrière, en particulier depuis les événements d’Octobre 1934. Avec la formation de la
coalition du Front populaire en Février 1936, l’engagement fondamental du PCE était d’assurer,
grâce à son travail de mobilisation et de renforcement de sa présence, que son programme serait
conduit jusqu'au but final.

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The history of the Communist Party of Spain (PCE) during the Second Republic is that of the
transition from a peripheral location within the political system to a central position within a
very short time. In this process played a role the new strategy designed by the Seventh Congress
of the Communist International in 1935 with the formation of popular fronts. The PCE took
progressively less sectarian positions and made itself visible for the working class, especially
since the events of October 1934. With the formation of the Popular Front coalition in February
1936, the fundamental commitment of the PCE was to ensure, through its work of mobilization
and strengthening of its presence, that its reformist program would be pushed to its logical
conclusion.

ÍNDICE
Palabras claves: Partido Comunista, Internacional Comunista, Frente Popular, Segunda
República española (1931-1936), España, siglo XX
Keywords: Communist Party, Communist International, Popular Front, Second Republic, Spain,
20th century
Mots-clés: Parti communiste, Internationale communiste, Front populaire, Seconde République,
Espagne, XXe siècle

AUTOR
FERNANDO HERNÁNDEZ SÁNCHEZ
Universidad Autónoma, Madrid

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El insurreccionalismo anarquista
durante la II República
L’insurrectionnalisme anarchiste pendant la Seconde République
The anarchistic insurrectionnisme during the Second Republic

Ángel Herrerín López

1 La proclamación de la II República en España abrió un período de entusiasmo o, cuando


menos, de esperanza entre diversos grupos políticos y clases sociales. La caída de la
monarquía y la instauración de un régimen democrático suponían el inicio de un
camino de reformas para los republicanos, mientras que para los socialistas era un paso
intermedio hacia la instauración de una sociedad más justa e igualitaria. Sin embargo,
para los anarquistas, la instauración de la república no representaba ningún cambio
significativo y le asignaban los mismos defectos que a la monarquía derrocada. Su lucha
estaba muy alejada de un simple cambio de régimen, su objetivo era la consecución de
la auténtica revolución social.
2 Pero los anarquistas eran conscientes de las simpatías y esperanzas que despertaba la
proclamación de la república en la clase trabajadora. Anarquistas y republicanos habían
mantenido estrechas relaciones desde finales del siglo XIX. Dirigentes pertenecientes a
grupos republicanos, como Farga Pellicer y González Morago, crearon los primeros
grupos internacionalistas en nuestro país, aunque sufrieron una rápida transformación
en sus planteamientos ideológicos hacia posiciones anarquistas. Una evolución que
estuvo relacionada, por un lado, con la dinámica de las secciones de la Internacional y,
principalmente, por los contactos con aquellos que representaban la posición más
radical dentro de la organización: los bakuninistas; pero, por otro lado, y quizá más
importante, por el desarrollo de los acontecimientos en España, que provocaron la
desconfianza y facilitaron la crítica a la actividad política por parte de los anarquistas
más radicales1. Baste señalar el devenir de la I República - con las reformas frustradas
anunciadas por los federales, la conspiración de las clases poderosas contra la I
República y la actividad política de los defensores del antiguo régimen -, a lo que había
que añadir el uso desmedido de la represión para sofocar el movimiento cantonalista en
lugares como Sanlúcar de Barrameda o Alcoy, donde el protagonismo correspondió a

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los internacionalistas2. Actuaciones que reafirmaron a los anarquistas en su ideología,


basada en la negación del Estado, el apoliticismo y la acción directa - entendida como
oposición a cualquier tipo de representación, ya sea política, social o sindical – y
facilitaron las críticas a cualquier régimen democrático3. A pesar de todo, anarquistas y
republicanos siguieron compartiendo elementos importantes de sus culturas políticas,
como el anticlericalismo, el federalismo, la enseñanza racionalista y el
insurreccionalismo.
3 Los recelos de los anarquistas no impidieron que una inmensa mayoría de trabajadores
mantuvieran sus esperanzas en la instauración de un régimen republicano. Situación
que quedó patente el 14 de abril de 1931, cuando miles de personas ocuparon las calles
de España para festejar su advenimiento. Entra ellas, un buen número de afiliados a la
Confederación Nacional del Trabajo (CNT), de tendencia anarquista, que mantenían sus
expectativas de mejorar las condiciones sociales y económicas en las que se
desenvolvían sus vidas.
4 Sin embargo, los dirigentes anarquistas se alejaban del entusiasmo generalizado. Su
discurso insistía en que el problema no era la forma, ya fuera república o monarquía,
sino que la cuestión era el fondo: el sistema capitalista que los sustentaba. Así que a
pesar de que eran conscientes de lo que la República representaba «en el alma de las
multitudes»4, la CNT anunciaba que mantendría el ojo avizor, con el objetivo de iniciar
«su gigantesca obra»5. Un objetivo que le llevó a protagonizar huelgas generales,
levantamientos e insurreccionales.
5 El análisis de estas acciones, con especial atención a las realizadas en enero de 1932 y
enero y diciembre de 1933, es el objetivo principal de este trabajo. Aunque, al mismo
tiempo, habría que preguntarse, por un lado, por qué la CNT se lanzó a conseguir la
revolución durante un régimen como el republicano, dónde las libertades eran mayores
que en tiempos anteriores y permitían la lucha por los derechos de los trabajadores con
más posibilidades de éxito. Por otro lado, el análisis de estos levantamientos nos tiene
que ayudar a responder otra cuestión fundamental: hasta qué punto estos movimientos
tuvieron la fuerza necesaria para acabar con la II República y conseguir la ansiada
revolución social6.

El contexto republicano
6 Para contestar a la primera pregunta es necesario abordar, aunque sea de forma breve,
dos asuntos que influyeron en la actuación anarquista: el enfrentamiento interno en el
seno de la CNT por el control de la organización y la acción del gobierno republicano
socialista en materia laboral y de orden público.
7 En la CNT siempre han existido dos grupos que han luchado por dirigir la organización.
En tiempos de la II República los podemos denominar como anarcosindicalistas y
anarquistas – que a su vez se encuadraban en la Federación Anarquista Ibérica (FAI) -.
La lucha por el control de la organización implicaba, como es lógico, la realización de
los planteamientos que defendía cada grupo. Los anarcosindicalistas entendieron la
instauración de la República como el espacio necesario para perfeccionar y ampliar la
organización sindical, lo que permitiría, al mismo tiempo, la mejora de las condiciones
de vida de la clase obrera. No renunciaban a alcanzar la sociedad libertaria, sino que
aplazaban la revolución a largo plazo. Tiempo en el que fortalecerían el sindicato y
alcanzarían reformas, lo que implicaba negociación, pero también la lucha a través de

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huelgas. Su labor se basaba en la educación y concienciación de la clase obrera, y su


fuerza la obtenían del sindicato, de la organización de masas que representaban.
8 Esta tendencia tuvo su plasmación más visible en el documento firmado por treinta
militantes que salió a la luz el 1º de septiembre de 1931 en contra de la deriva que
estaba tomando la Confederación por la acción de los faístas. En el documento se
señalaba que la revolución no podía ser obra y acción de una minoría audaz, sino que
debía ser una acción constructiva de las masas. Los «treintistas», como fueron
conocidos, defendían la actuación bajo el control de los sindicatos y, sin renunciar a la
revolución, la posponían para cuando lo decidiera la CNT como consecuencia de una
maduración y preparación adecuada7.
9 Por su parte, los anarquistas pensaban en alcanzar la revolución de una manera
inmediata. La República sólo representaba ese régimen de libertades en el que era más
fácil desarrollar su actividad. Su organización era mucho más individualista y estaba
basada en pequeños grupos con una fuerte cohesión ideológica. Si los
anarcosindicalistas se basaban en la negociación y concienciación de los trabajadores,
los anarquistas tenían en la acción de sus grupos la base de su prestigio y fuerza en la
organización. Para la FAI había llegado la hora, era el momento de «declarar la huelga
general revolucionaria en toda España y dar definitivamente la batalla a esos
miserables» que detentaban el poder8.
10 Había llegado el momento, por lo menos eso pensaba un grupo de anarquistas que había
vivido los sucesos de mediados de abril desde la sorpresa y sentían haber dejado pasar
una oportunidad histórica. Lo que había sucedido en España era, según su
interpretación, una revolución a la que ellos no habían sabido dar la orientación
adecuada. Así lo reflejaba un escrito del Comité Nacional de Defensa Confederal, que
señalaba como partidos que no tenían suficiente crédito o simplemente no existían
hacía pocos meses, como era el caso de Acción Republicana o el Partido Radical
Socialista, se habían hecho los dueños de la situación. Una República, continuaba el
comité, que «si en realidad es burguesa y no proletaria» se debía sola «y
exclusivamente a la falta de preparación revolucionaria de la CNT o lo que es mejor, de
sus militantes». Los anarquistas habían desaprovechado lo que denominaban el
«momento psicológico de las revoluciones», es decir, ese instante de indecisión en el
que se impone una idea, un programa o un grupo ante la vacilación del resto. Si la CNT
no se hubiera visto sorprendida y hubiera estado al tanto de la «conspiración de los
políticos» hubiera sabido impregnar el 14 de abril con un sentido revolucionario y no
burgués. La enseñanza que sacaban los anarquistas era clara: los militantes de la CNT se
tenían que haber echado a la calle, ocupado los edificios municipales e incitado al
pueblo a la revolución, deberían haber penetrado «tumultuosamente en los cuarteles
abrazando a los soldados (desarmándolos), dando gritos de ¡Viva los hijos del Pueblo!, y
órdenes confederales de desmilitarización y disolución del ejército nacional», si se
hubiera hecho esto, se hubiera iniciado «la liberación social» 9.
11 Pero no todo estaba perdido, los anarquistas pensaban que la situación se podía
reconducir y hacerla propicia para mantener el impulso de la revolución. El
convencimiento de estar viviendo un momento revolucionario en la historia de España,
explica el cambio de rumbo que la CNT puso en marcha en este período. Si en tiempos
pretéritos sus luchas eran, primordialmente, sindicales; con el derrocamiento de la
monarquía y advenimiento de la Republica, las acciones tuvieron pretensiones
nacionales con el objetivo de la revolución social. Se despreciaba, igualmente, la

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actividad individual basada en el atentado para «evitar crear la epidemia terrorista que
actúa sobre el cuerpo social como elemento estrangulador de la revolución». Para los
anarquistas no era el tiempo del individualismo valiente, sino de la insurrección
popular. El momento, claramente revolucionario, requería dejar de prestar «atención a
pequeñeces», y como tales se entendían las luchas por las mejoras en las condiciones de
vida de los trabajadores, por lo tanto, era necesario:
«que no se planteara ninguna clase de conflicto de orden económico, moral o
personal que no tuvieran una estrecha relación con las necesidades revolucionarias
del momento, pues resulta paradójico que mientras se vive al afán de la Revolución
Social, se planteen huelgas o conflictos para obtener mejoras materiales, y, acaso
también, para vengar ciertas injusticias de carácter personal que ninguna de ellas
quedaría sin venganza o sanción en una revolución triunfante» 10.
12 Pero los anarquistas necesitaban el control de la organización para avanzar por el
camino de la revolución. La ofensiva faísta comenzó en el mismo verano de 1931 y tuvo
su primer resultado en la destitución de Juan Peiró - figura señalada del
anarcosindicalismo -, al frente de la redacción de Solidaridad Obrera, en septiembre del
mismo año. Su puesto sería ocupado por el faísta Felipe Alaiz al mes siguiente. La
ofensiva estuvo marcada por una huelga general en la metalurgia, un levantamiento en
la cárcel Modelo de Barcelona y la consiguiente represión a cargo del gobernador civil,
Anguera de Sojo. Circunstancias que dificultaban la actuación moderada de los
anarcosindicalistas con respecto a la República11. De todas formas, todavía a finales de
año el secretariado general de la CNT estaba en manos de un destacado treintista como
Ángel Pestaña, mientras que una regional tan emblemática como la catalana, lo estaba
en las del moderado Emilio Mira. Situación que se mantuvo poco tiempo, pues la crítica
por la actuación de ambos durante el levantamiento de enero de 1932, y,
principalmente, su respuesta a la represión ejercida desde el Estado, implicó su
sustitución por dirigentes de la FAI en los meses siguientes.
13 Lo cierto es que la actuación del gobierno republicano-socialista iba a dar argumentos a
los faístas en su lucha contra los moderados en la CNT. En primer lugar, por la política
que el dirigente de la Unión General de Trabajadores (UGT), Francisco Largo Caballero,
puso en marcha al frente del Ministerio de Trabajo. El enfrentamiento de la CNT con la
UGT tenía que ver con su disputa por el control del movimiento obrero. Un
enfrentamiento que venía de lejos y que había tenido su representación más cercana
durante la Dictadura de Primo de Rivera. Los socialistas no promovieron ningún tipo de
actuación contra el golpe del general, y pasaron de la neutralidad a la colaboración con
la Dictadura. Largo Caballero participó como vocal en el Consejo de Trabajo y también
en el Consejo de Estado, órgano consultivo de ayuda al Directorio Militar. La UGT
colaboró también en la organización corporativa creada por el Ministerio de Trabajo. El
modelo se basaba en el sistema fascista italiano, aunque con ciertas diferencias. La base
de la nueva organización era los «comités paritarios», donde obreros y empresarios
discutían sus diferencias. Los ugetistas pusieron como condición para su participación
ser la única central presente en dichos comités. Con esta actuación, no sólo evitaban su
posible ilegalización, sino que consolidaron su organización y aumentaron el número
de afiliados. Por el contrario, la CNT se vio abocada a la clandestinidad, con la
consiguiente represión y el desmantelamiento de sus estructuras 12.
14 Los cenetistas no olvidaban esta reciente historia de colaboración socialista con la
dictadura y mostraban sus recelos hacia la persona de Largo Caballero. La puesta en
marcha de los Jurados Mixtos, versión republicana de los comités paritarios, implicó el

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enfrentamiento con la central socialista y con el gobierno de la República. La


implantación de los Jurados Mixtos fue entendida, además de cómo una actitud
ventajista que favorecía a la UGT, cómo «una flecha apuntando al corazón de la CNT y a
sus tácticas de acción directa»13. La CNT no estaba dispuesta a aceptar una ley que
eliminaba una de sus señas de identidad más significativa, en la que había basado su
actividad sindical en el pasado. La oposición a aceptar la nueva norma supuso la
ausencia de la organización anarcosindicalista en muchas de las negociaciones
laborales, lo que implicó la omnipresencia de la UGT en dichas negociaciones y el
consiguiente incremento de afiliados. No hay que olvidar que la República se
desenvolvió en tiempos de crisis económica y que los sindicatos eran centros de
contratación, lo que implicaba el enfrentamiento entre ambas centrales por el control
del trabajo. Estas circunstancias se reflejaron, de una manera especial, en el medio
rural, donde la Federación Nacional de Trabajadores de la Tierra (FNTT), sección
integrada en la UGT, pasó de contar con 35.000 afiliados en junio de 1930 a más de
390.000 en junio de 193214. La CNT, por su parte, convocaba un buen número de huelgas,
con duros enfrentamientos, que dejaban varios muertos en las calles de España. El
movimiento obrero estaba dividido, al tiempo que el paro aumentaba sin que las
huelgas o la nueva legislación laboral consiguieran mejorar las condiciones de vida de
los trabajadores15.
15 El gobierno republicano se encontró con el importante problema del incumplimiento
de la legislación laboral por parte de empresarios y latifundistas. La UGT utilizó, sobre
todo, la negociación a través de los Jurados Mixtos para conseguir el acuerdo entre
trabajadores y patronal, y evitar, de este modo, las huelgas. Pero los empresarios no
respetaban los acuerdos alcanzados si no eran de su agrado. Los ugetistas veían como la
posición ultramontana de una patronal anclada en el pasado de la arbitrariedad, daba al
traste con sus intentos de reforma. Frustración que ya quedó reflejada en el XVII
congreso de la UGT celebrado en los meses finales de 1932, y que fue en aumento según
se acercaba el fin de la legislatura16.
16 Todas estas cuestiones eran utilizadas por los anarquistas, en su política de desprestigio
del régimen republicano, para señalar, invariablemente, la imposibilidad de un cambio
real si no era mediante la revolución social. Argumentos que tomaban mayor
consistencia cuando se oía al Presidente del Gobierno, Manuel Azaña, decir en las
Cortes, el 21 enero de 1932, que «nada tenemos que ver aquí,..., con los conflictos
específicos del trabajo. No. Había unas bases entre patronos y obreros. Yo no sé ni me
interesa para este momento que se cumplan o se dejen de cumplir. Unas bases de
trabajo pactadas jamás dan derecho a nadie para ocupar fábricas, para asaltar
Ayuntamientos, para apoderarse de centrales telefónicas y agredir a la fuerza pública.
Para eso no hay motivo nunca»17. Palabras que tomaban un significado excepcional para
una clase obrera que había esperado mucho tiempo la llegada de un régimen
republicano que, supuestamente, traería la justicia social. Sin embargo, veía como la
represión se ejercía de forma especial contra ellos a pesar de que, como he señalado, los
patronos eran los primeros en tener una actitud de rebeldía contra el nuevo régimen, al
no aceptar los acuerdos que se alcanzaban dentro de la legislación laboral republicana.
De hecho, se puede hablar de una «ofensiva patronal», en palabras de Marta
Bizcarrondo, con una clase empresarial que no aplicaba la legislación social. Cuestión
que era fundamental en las relaciones laborales, pues el mayor número de huelgas no

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se producía por una reivindicación concreta, como podía ser un aumento salarial, sino
por el incumplimiento de la legislación social18.
17 La situación era aún más delicada en el campo que en la ciudad. Los campesinos
llevaban una existencia mísera que el Gobierno Provisional había intentado paliar con
urgencia mediante decretos que también sufrieron la oposición de los grandes
terratenientes. Pero, además, la actuación de las fuerzas del orden público era mucho
más complicada en el medio rural. Estas fuerzas estaban «más cercanas» al poder de los
grandes propietarios que al del Ministro de Gobernación en Madrid. No resultaba nada
excepcional que el propietario de unas tierras solicitara la presencia de la Guardia civil,
a la que daba alojamiento en sus tierras y pagaba los gastos de manutención y
hospedaje, cuando se iban a realizar labores de recolección o ante la posibilidad de una
manifestación o huelga19. El propio dirigente ugetista Enrique de Santiago señalaba que
la lucha era más difícil «en los pueblos y en las aldeas, donde el cacique, en buenas
migas con el sargento de la guardia civil, es amo y señor de la libertad y de la vida de los
ciudadanos»20. En este contexto, los dirigentes republicanos y socialistas tuvieron que
enfrentarse a situaciones de difícil explicación, como los hechos acaecidos en
localidades como Arnedo o Casas Viejas. Represión que los faístas utilizaron ya no sólo
contra la República, con el objeto de convencer a los trabajadores de la imposibilidad de
mejora con el nuevo régimen, sino también contra sus compañeros más moderados
para lograr el control de la CNT. Un control que no sólo se ejerció desde la dirección del
sindicato, sino también a través del dominio en organizaciones supuestamente
supeditadas a la CNT, como eran los comités de defensa y los comités pro-presos.
18 Las reivindicaciones laborales, que mediante importantes huelgas comenzaron en mayo
de 1931, junto a las ocupaciones de fincas, de septiembre y octubre, dieron paso a
levantamientos revolucionarios en el año siguiente.

El levantamiento de enero de 1932


19 Aunque la historiografía siempre ha considerado que la CNT protagonizó tres
movimientos insurreccionales, en enero de 1932 y en enero y diciembre de 1933, lo
cierto es que el análisis del primero de ellos niega la organización o dirección de este
movimiento al sindicato confederal, como veremos a continuación.
20 El 18 de enero de 1932, los mineros del Alto Llobregat y Cardoner declararon una huelga
que derivó en levantamiento insurreccional. Enero estaba siendo un mes con
importantes movilizaciones obreras y campesinas que sufrieron la respuesta de una
represión brutal. Más de una decena de trabajadores habían caído por la acción de las
fuerzas del orden en lugares como Castilblanco, Salamanca, Jeresa, Epila, Arnedo..., al
tiempo que se convocaban huelgas en buena parte de España. En el Alto Llobregat, todo
comenzó en Figols y se extendió por otras localidades de la zona. Los motivos que
llevaron a los mineros a la insurrección estaban relacionados con los derechos de
reunión y asociación que, a pesar de la legislación republicana, les eran negados, a lo
que había que añadir las duras condiciones de trabajo existentes en las minas, la falta
de seguridad y la negativa de los patronos a respetar los acuerdos alcanzados 21. La
insurrección no tuvo preparación alguna. Lo que comenzó como una huelga para
conseguir mejoras concretas, derivó, por acción de los más radicales, en un intento
revolucionario. De hecho, el Comité Regional de Cataluña de la CNT no tenía
conocimiento de lo que se avecinaba en Figols. Su secretario general, Emilio Mira, al

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enterarse del levantamiento, se desplazó de forma urgente a la zona, donde le


informaron que estaban «en armas» con el objetivo de hacer la revolución. Mira, que
había pertenecido a la FAI, formaba ahora parte de la fracción moderada de la
organización, por lo que, para evitar que su informe pudiera interpretarse como
tendencioso, decidió hacerse acompañar por la persona que estaba al frente del
movimiento, un tal Prieto. Éste presentó un manifiesto, ante la organización reunida en
Barcelona, en el que se decía que «Figols se había insurreccionado creyendo que iba a
implantarse una dictadura en España»22. Planteamiento que, seguramente, tenía su
origen en las noticias que llegaban sobre la cruenta represión que tenía lugar en
distintos lugares del territorio nacional.
21 En una reunión celebrada en la Ciudad Condal el viernes 22, tres comarcales solicitaron
libertad de acción para sumarse al movimiento, pero, aunque fue concedida, no se
incorporaron al levantamiento. Algo parecido sucedió entre los sindicatos barceloneses.
Según Mira, los militantes, reunidos en la noche del 23, estaban indecisos, aunque en
último término decidieron proclamar la huelga revolucionaria. La decisión era
importante porque la interpretación que se hacía del momento era que Cataluña
miraba hacia Barcelona y España hacia Cataluña. Sin embargo, para Mira el problema
era que «faltaba entusiasmo o no estaba la organización en condiciones» para un
intento de ese nivel. Además, el Secretario catalán señalaba otra cuestión bastante más
mundana: el día acordado para la proclamación de la huelga era sábado, día de cobro, lo
que, según parece, disminuía las apetencias revolucionarias. A pesar de los análisis poco
halagüeños para el éxito del movimiento, los sindicatos barceloneses, con el apoyo
explícito de los Comités local, Regional y Nacional de la CNT, decidieron continuar con
la acción, ante la posibilidad de que en esos momentos hubiera compañeros que
estuvieran «batiéndose en las calles de Barcelona», ya que las 6 era «la hora señalada
para que ocurran hechos de gran violencia». El domingo por la tarde, todos los comités
reunidos reconocieron que estos hechos no se habían producido y el Comité Nacional
acordó retirar la orden de huelga que había dado para toda España 23.
22 Mientras esto sucedía en Barcelona, en Figols y localidades de la zona como Cardona,
Berga, Sallent y Suria se cerraban comercios y se tomaban ayuntamientos proclamando
el comunismo libertario. En un total de 10 municipios llegó a ondear la bandera roja y
negra24. El gobierno envió al ejército que redujo a los revolucionarios y restableció el
orden. La represión incluyó la detención de decenas de militantes detenidos, mineros
que fueron despedidos de sus trabajos, cierres de locales de la CNT y la prohibición de
su prensa.
23 Había pasado «el primer intento serio de revolución social en España» 25, según defendía
Federica Montseny. Llegaban las consecuencias y, entre ellas, la búsqueda de
responsabilidades ante el fracaso del movimiento, cuestión que no puede separarse de
la lucha por el control de la CNT. Jover, del sindicato de la madera en Barcelona y
miembro del Comité Nacional, denunciaba la actitud que tanto el Comité Regional
catalán como el propio Nacional habían tenido en la marcha de los acontecimientos,
con mención especial de sus dirigentes, Emilio Mira y Ángel Pestaña. Para Jover, el
triunfo o fracaso del movimiento había dependido de algo tan sencillo como era el
lanzamiento de un manifiesto para toda España en el que se llamara a secundar el
levantamiento. El manifiesto no vio la luz, como tampoco se llegó a constituir un comité
ejecutivo que dirigiese la sublevación, por lo que afirmaba que «consciente o
inconscientemente se ha traicionado al movimiento»26.

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24 La situación se complicó en mayor medida con la detención de más de un centenar de


cenetistas que fueron embarcados en el vapor Buenos Aires para su deportación a causa
de la reciente insurrección. Entre los detenidos figuraban militantes tan conocidos
como Buenaventura Durruti o los hermanos Francisco y Domingo Ascaso. El barco
partió a principios de febrero de 1932 con destino a los dominios españoles en África. El
secretario general del Comité Nacional, Ángel Pestaña, realizó gestiones de clemencia
para los deportados ante el propio Azaña, quien planteó acortar el confinamiento de los
desterrados a cambio de una «paz duradera»27. Además, Pestaña transformó la
propuesta de la Regional de Aragón, Rioja y Navarra de declarar una huelga general, en
respuesta a las deportaciones, en una simple jornada de protesta cuando contactó con
el resto de regionales; lo que recrudeció los ataques de elementos anarquistas contra
los dirigentes moderados de la organización28.
25 Lo cierto era que lo sucedido en el Alto Llobregat en enero de 1932 no fue ningún
movimiento insurreccional promovido por la organización confederal; no contó con
ningún tipo de planificación ni convocatoria a nivel nacional, ni siquiera con una
comunicación de la comarcal a la regional catalana que informara sobre la preparación
de una acción revolucionaria; fue una huelga a nivel comarcal que derivó en
levantamiento en algunos pueblos de la zona. Levantamiento que no supuso ninguna
mejora en la situación de los trabajadores, como tampoco reportó nada positivo para la
CNT, por mucho que desde las filas anarquistas se pusiera el acento en el heroísmo de
los revolucionarios y en los momentos de libertad que habían vivido los pueblos en los
que había hondeado la bandera confederal. Así que los anarquistas insistían en la
denuncia de la represión sufrida por los militantes confederales, con especial referencia
a los deportados. Sin embargo, la organización confederal no abrió, tras la insurrección,
ningún debate serio que analizara lo que había pasado en el Alto Llobregat, que
delimitara las responsabilidades de cada parte en los sucesos, que buscara los errores
cometidos para que futuros movimientos, de producirse, no supusieran una debacle ni
para los trabajadores ni para la CNT. Las reacciones anarquistas se dirigieron más hacía
la descalificación furibunda de los responsables confederales, que al análisis de los
hechos y la búsqueda de soluciones.
26 Al frente de esta campaña se situaba Federica Montseny, que en un artículo titulado
«Yo acuso» - copia del título del artículo en que Emilio Zola denunció la injusticia del
caso Dreyfus -, culpaba a los treintistas como responsables del fracaso de la revolución
y, en consecuencia, de las deportaciones. Federica señalaba que cuando en toda España
se esperaba sólo una indicación para lanzarse al levantamiento, en referencia al
manifiesto que no llegó a salir, cuando la CNT veía la «posibilidad de realizar su ideario,
traicionaron una vez más al movimiento». Aunque su crítica más incendiaria se dirigió
hacia los responsables de la organización: Emilio Mira y Ángel Pestaña. Sobre el
primero, se preguntaba: «...qué enchufe, qué sinecura, qué ventajoso empleo le han
prometido...» por evitar que el levantamiento se extendiera a toda Cataluña, para
contestarse que «esto bien vale al menos un sueldo mensual de quinientas pesetas...».
Sobre el segundo, «...qué diputación, ministerio o gobierno civil le han prometido...»
por haber saboteado el movimiento por retrasar la huelga y conseguir que «la gente,
desorientada, indecisa, se reintegrara al trabajo», para terminar diciendo: «¡Oh, esto
bien vale más de mil pesetas mensuales...»29.
27 Acusaciones sin base, pero que tuvieron unos resultados inmediatos: Pestaña dejaba la
secretaría general de la CNT en marzo de 1932; un mes después, Mira salía de la

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dirección de la regional catalana. Ambos fueron sustituidos, en sus respectivos cargos,


por los faístas Manuel Rivas y Alejandro Gilabert. En los meses finales de ese año, los
dirigentes de la FAI habían conseguido el control de la organización tras la expulsión de
un buen número de anarcosindicalistas, entre otros, Juan López, Agustín Gibanel o el
propio Ángel Pestaña, y hasta de federaciones locales enteras, como fue el caso de la de
Sabadell30.
28 Por su parte, anarcosindicalistas, como Juan Peiró, señalaban el fracaso que había
supuesto el movimiento de Figols, al tiempo que recordaban las advertencias que desde
el famoso manifiesto de los treinta se hacía a la actuación irresponsable de los
cabecillas de la FAI. Además, hacía una reflexión importante sobre la conveniencia de
ajustar futuros movimientos a la realidad que suponía el fuerte poder defensivo del
Estado31. Poder que iba a quedar demostrado en las insurrecciones siguientes.

La insurrección de enero de 1933


29 El inicio de la insurrección de enero de 1933 se encuentra, al igual que en el
movimiento anterior, en el intento de hacer derivar una huelga en un hecho
revolucionario. Aunque, ahora sí, era la organización en pleno quien intentaba
planificar esta iniciativa. El origen estuvo en las reivindicaciones que los ferroviarios
hicieron llegar al gobierno, y que el socialista Indalecio Prieto se había negado a
aceptar. Los ferroviarios cenetistas, adscritos a la Federación Nacional de la Industria
Ferroviaria (FNIF), se dirigieron a la CNT para conseguir el apoyo en sus pretensiones y
en la supuesta huelga que iban a realizar. En un Pleno de Regionales celebrado en
Madrid a principios de diciembre de 1932, la mayoría de representantes de los comités
regionales señalaban los síntomas inequívocos que presentaba el país para promover
una sublevación. Regionales, como la de Cataluña, no dudaban en mostrar su apoyo al
movimiento ferroviario para darle una «mayor vitalidad», en fin, para hacerlo derivar
hacia un hecho revolucionario. En la estrategia no faltaba la segura represión del
Estado, que valdría para impulsar la sublevación. Los ferroviarios cenetistas entendían
que la huelga derivaría «a un hecho de fuerza aún en contra de la voluntad de los
trabajadores, por la acción represora del Gobierno», a lo que irremisiblemente serían
empujados «para no ser aplastados»32.
30 A pesar de que la mayoría de los representantes regionales defendían que la situación
general en España era «francamente revolucionaria», la realidad indicaba que esta
apreciación se sustentaba más en las ansias de un grupo, que en el análisis de la
realidad. Por un lado, porque la huelga que tenía que dar paso al levantamiento estaba
lejos de convocarse. La mayoría de los ferroviarios estaban afiliados a la Sociedad
Nacional Ferroviaria, perteneciente a la UGT, que apostaba más por la negociación que
por la huelga. Pero es que, por otro lado, la situación no estaba clara dentro de la propia
Federación ferroviaria cenetista. De hecho, en una votación entre sus subsecciones, 36
declararon no estar preparadas para la huelga, mientras que 35 lo hicieron en sentido
afirmativo. Además de esta importante división, el gobierno concedió alguna de las
peticiones, por lo que la huelga no llegó a producirse. La propia Federación cenetista
tuvo que desistir porque, como era evidente, no «contaba con la adhesión de todos los
ferroviarios»33.
31 Estas nuevas circunstancias no influyeron en el ánimo de los faístas, que continuaron
con sus pretensiones de lanzarse a la revolución, indiferentes a la nueva situación y al

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acuerdo confederal que señalaba la huelga ferroviaria como paso previo para el
levantamiento. Más bien al contrario, adelantaron los preparativos tras la explosión de
uno de sus arsenales, y convocaron a la revolución con fecha y hora determinada: el día
8 de enero a las 8 de la tarde34. Esperaban que, una vez en la calle, su espíritu
revolucionario contagiara ya no sólo al resto de la organización, sino también al pueblo
en general. La convocatoria contó, además, con una ambigüedad que hace dudar de los
medios utilizados para conseguir su objetivo. La llamada al movimiento partió del
Comité de Defensa catalán, que intuyó la futura actuación policial contra la
organización, «estudió la situación de represión que se estaba gestando y procedió a
intensificar aceleradamente la preparación de efectivos…», sin esperar a que estallara
la huelga, con la esperanza que el movimiento sería secundado por el resto de la
organización35. El Comité de Defensa catalán contó con el apoyo del secretario del
Comité Nacional de los propios Comités de Defensa, Manuel Rivas, quien, a su vez, era
secretario general del Comité Nacional de la CNT. Así que cuando Rivas firmó el
documento que llamaba a la movilización como secretario de defensa, buena parte de la
organización creyó que quien convocaba el movimiento era la organización sindical, y
no dichos comités, que, por otro lado, estaban en manos faístas y no tenían potestad
para tomar una decisión de esas características36.
32 En consecuencia, la CNT se desvinculaba del levantamiento, mientras la FAI lo hacía
suyo. De hecho, el Pleno de Locales y Comarcales de Cataluña, de finales de enero,
eximió de responsabilidades al Comité Regional de la CNT en Cataluña en el
levantamiento, al considerar que el movimiento fue declarado al margen de la
organización. En el mismo sentido, el Comité Nacional de la CNT señaló que la lucha
quedó desautorizada desde el momento en que la Federación ferroviaria desconvocó la
huelga. Toda esta situación, abrió la crítica a la actuación de los comités de defensa y a
un debate que intentó limitar, de una vez por todas, sus atribuciones. El Pleno Nacional
de Regionales, celebrado en junio de 1933, acordó la incompatibilidad entre las
secretarías generales de la CNT y del Comité de Defensa; acuerdo que se extendió a los
secretariados de las comarcales, locales y regionales. Al mismo tiempo, recordaba que
los comités de defensa debían centrar su actuación, exclusivamente, en la preparación
de los movimientos revolucionarios, nunca en su ejecución, papel que quedaba en
manos de la organización sindical37.
33 La insurrección tuvo especial seguimiento en Cataluña, Levante y Andalucía. Al igual
que había sucedido un año antes, los anarquistas izaron la bandera roja y negra de la
Confederación en algunos pueblos y proclamaron el comunismo libertario. La dinámica
que la revolución tuvo en estas localidades retrotraía a modos de actuación del último
cuarto del siglo anterior, que deberían estar superados. Los revolucionarios se dirigían
al cuartel de la guardia civil para conminar a los agentes a unirse a la rebelión, a
continuación se apoderaban del ayuntamiento y del archivo de la propiedad, para la
destrucción «en auto de fe» de los títulos; posteriormente se atrincheraban en el pueblo
y no trataban de extender la lucha más allá de su demarcación –seguramente ante la
creencia de que la misma acción estaba teniendo lugar en el resto de localidades de la
zona -, así que esperaban a la comunicación del triunfo de la revolución o a que las
fuerzas del orden llegaran38.
34 Estos levantamientos estaban relacionados, en muchos casos, con la situación de
miseria en la que se desenvolvía la vida de los campesinos españoles. A este respecto,
habría que preguntarse hasta qué punto la proclamación del comunismo libertario

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significaba para los lugareños algo más que un reparto de tierras, que consideraban
necesario para su supervivencia. El gobierno republicano-socialista había aprobado una
serie de decretos, como el de laboreo forzoso y el de términos municipales, que
pretendían mejorar la situación del campesinado, pero cuyo desarrollo fue
controvertido y lento. Igual sucedió con la legislación más importante con la que se
pretendía solucionar los problemas del campo, como fue la ley de Reforma Agraria, que
se aprobó en agosto de 1932; es decir, tras un año y cuatro meses de la instauración de
la República y gracias al impulso que para las fuerzas en el gobierno supuso el fracaso
de la rebelión protagonizada por el general Sanjurjo. Pero es que, además de la lentitud,
la legislación vigente chocó, como ya he mencionado, con la intransigencia de los
terratenientes, que incumplían sistemáticamente ya no sólo decretos y leyes
republicanas, sino los acuerdos alcanzados con los trabajadores en el marco de los
Jurados Mixtos. Son muchos los latifundistas que dejaban de cultivar sus tierras, y miles
los labriegos que no ganaban jornal alguno; a los que los primeros decían: «¿No queríais
República? ¡Pues comed República!»39.
35 Esta situación se agravaba con la actuación de las fuerzas del orden en el campo, que
provocó actos de represión de difícil justificación. El caso más conocido es lo sucedido
en Casas Viejas, el 11 y 12 enero de 1933. Lejos de pretender realizar un análisis
pormenorizado de los hechos, es importante señalar que con anterioridad a la
insurrección libertaria estaba planteada una huelga campesina en las provincias de
Cádiz y Sevilla, como protesta por el paro forzoso en el que se encontraban miles de
jornaleros desde que acabó la siega, con los consiguientes problemas de hambre. Los
jornaleros recibían como subsidio de paro, lo que se denominaba el bono - que los
campesinos llamaban «la limosna» -, consistente en el pago de 1 peseta a los solteros y
1,50 a los casados; cuando el kilo de pan costaba 95 céntimos 40.
36 Con este ambiente de fondo, los campesinos de Casas Viejas se unieron a la insurrección
anarquista y ocuparon la localidad. La llegada de las fuerzas del orden, al mando del
capitán Rojas, significó la puesta en marcha de una represión que supuso: el incendio de
una casa con ocho miembros de la familia de uno de los anarquistas – Seisdedos - en su
interior, de los que murieron seis, el fusilamiento de otros 14 campesinos y la detención
de varias decenas, con las correspondientes denuncias de tortura 41.
37 La República tenía un grave problema con la actuación de las fuerzas del orden en el
campo español, ya que cualquier actuación, hasta aquellas que eran pacíficas, eran
tomadas como un acto de agresión o, cuando menos, de ruptura del orden. Es evidente
que el gobierno de la República tenía derecho a reprimir cualquier levantamiento que
se produjera contra el orden público, pero no es menos cierto que también estaba
obligado tanto a hacer cumplir la legalidad, como a controlar que la actuación de las
fuerzas del orden fuera de acuerdo a la ley. Pues bien, en ambos asuntos, la actuación
del gobierno favoreció los intereses de los poderosos en detrimento de los más débiles;
no obligó a los primeros a cumplir las leyes y acuerdos firmados dentro de la legalidad,
ni sancionó la actuación desmedida de las fuerzas del orden contra los segundos; más
bien al contrario, los miembros del gobierno se apresuraban a justificar su actuación.
Así, por ejemplo, Azaña señalaba en las Cortes, el 2 de febrero, que «en Casas Viejas no
ha ocurrido, sino lo que tenía que ocurrir». Palabras que fueron acogidas con «fuertes
rumores y protestas en los bancos de las minorías; contraprotestas en la mayoría»; para
continuar diciendo: «planteado un conflicto de rebeldía a mano armada contra la
sociedad y contra el Estado, lo que ha ocurrido en Casas Viejas era absolutamente

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inevitable...»42. Azaña defendía la actuación de las fuerzas del orden antes de conocer la
realidad de lo ocurrido en Casas Viejas, sin guardar ningún tipo de cautela en sus
manifestaciones. Por su parte, el ministro socialista Fernando de los Ríos decía al jefe
del ejecutivo que lo ocurrido en Casas Viejas era muy necesario, «dada la situación del
campo andaluz y los antecedentes anarquistas en la provincia de Cádiz», mientras que
el titular de Trabajo, Largo Caballero, aconsejaba que mientras durara la refriega, el
rigor era «inexcusable»43. Sin embargo, diputados de la oposición como Eduardo Ortega
y Gasset o Rafael Guerra del Río se hacían eco de otras informaciones que ya aparecían
en la prensa de Madrid44.
38 No menos sorprendente era la actuación de la Justicia cuando acontecimientos como
este llegaban a los tribunales. En el proceso sobre los sucesos de Casas Viejas no se
juzgaron los hechos relacionados con la quema de la casa de Seisdedos, con toda su
familia dentro, sino, exclusivamente, el fusilamiento de las 14 personas: «diez de ellas
esposadas, cuatro inermes y todas ellas impotentes ante un pelotón de hombres
armados». Ningún guardia de asalto que participó en las ejecuciones fue procesado,
mientras que el primer juicio contra el capitán Rojas, único encausado, quedó anulado.
El segundo juicio se celebró en junio de 1935, y el jurado condenó a Rojas a 98 años de
prisión, que por límite legal quedaron en 21. Sin embargo, la defensa del acusado
presentó un recurso ante el Tribunal Supremo, que calificó los asesinatos como simples
homicidios y redujo la condena a 14 años, un año por cada uno de los ejecutados. Pero
esta condena se redujo a 3 años por la regla del triple de la pena más alta en el caso de
varios delitos. En fin, que Rojas salió en libertad en marzo de 1936 45.
39 Todos estos hechos facilitaban la reconducción de la propaganda anarquista sobre el
resultado de las insurrecciones. El movimiento libertario volvía a poner en marcha lo
que he denominado la «propaganda por la represión», término que ya he utilizado para
referirme a las actuaciones de los anarquistas a finales del siglo XIX. En aquel período,
los resultados negativos cosechados con los atentados amparados en lo que
denominaban la «propaganda por el hecho», les obligó a desviar la atención sobre la
ilegal y cruenta represión ejercida por los gobiernos de la Restauración 46. Ahora, en
tiempos de la II República, la CNT veía como con los movimientos insurreccionales ya
no sólo no conseguía alcanzar la revolución social, sino que la organización era
desmantelada, sus militantes muertos o encarcelados, los sindicatos cerrados y la
prensa libertaria prohibida. Pero es que los trabajadores que secundaban el movimiento
tampoco obtenían resultados positivos, pues lejos de alcanzar cualquier mejora en sus
condiciones de trabajo o aumento salarial, a la represión general tenían que añadir el
despido de sus puestos de trabajo. Así que la CNT se volcaba en centrar sus protestas
por la represión sufrida, en lugar de hacer autocrítica del camino emprendido. En los
plenos se proponían propagandas que iban desde «atacar al gobierno en las personas de
los socialistas, quienes son los responsables de todo», hasta la edición de un folletos que
cantara “el gesto heroico del camarada Seisdedos de Casas Viejas, como elemento de
agitación que daría un resultado formidable a favor de la causa de los presos» 47. Pero
también se proponían nuevos movimientos y huelgas para protestar contra la
represión. Como la huelga general de 48 horas convocada para el 9 y 10 de mayo de
1933, con un seguimiento escaso, motivado, precisamente, por la clausura de un buen
número de sindicatos en toda España como consecuencia de las insurrecciones
anteriores48.

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40 En fin, que por mucho que desde las filas anarquistas se insistiera en el heroísmo de los
compañeros «masacrados, diezmados, de nuevo sometidos, aunque no vencidos», y se
dijera que esta era la «pauta a seguir»49, lo cierto era que la CNT estaba al borde del
colapso; y, sin embargo, a pesar de que la organización reconocía la necesidad, por
encima de todo, de reorganizarse, se insistía en el maximalismo revolucionario. Volvía
a plantearse la restricción de la huelga con fines concretos «en holocausto al
movimiento revolucionario», lo que suponía prepararse «para la revolución dejando de
lado los movimientos serviles para convertirlos en actos decisivos» 50. Era una huida
hacia adelante de consecuencias previsibles.

La insurrección de diciembre de 1933


41 En repetidas ocasiones se ha señalado la incongruencia que significaba la advertencia
de la CNT de lanzarse a un movimiento insurreccional si las derechas ganaban las
elecciones de finales de 1933, sobre todo teniendo en cuenta que había defendido de
forma activa la abstención. También se ha planteado que el objetivo de la CNT era
provocar una baja participación que deslegitimara el sistema y justificara el intento
revolucionario. Pero si se atiende a las reuniones cenetistas, que se celebraron desde la
primera mitad de 1933, se percibe el sentimiento de intranquilidad que para el
movimiento suponía la posibilidad de la instauración de un régimen fascista en España.
Un régimen que «se ensañaría contra los militantes de la Confederación de una forma
cruel», y cuya entronización supondría perder las «posibilidades revolucionarias para
un sin fin de años más»51.
42 Era evidente, después del fracaso de los dos intentos anteriores, que la CNT no se
bastaba por si sola para alcanzar la revolución, y necesitaba la colaboración de otras
fuerzas de la izquierda. La estrategia confederal pasaba, en primer lugar, por desalojar
del poder a los socialistas para, a continuación, empujarles al campo insurreccional. La
necesidad de la acción conjunta venía determinada por el ejemplo del ascenso del
fascismo en países como Italia y Alemania, o de regímenes autoritarios, como en el caso
de Austria. En el Pleno Nacional de Regionales, que la CNT celebró en febrero de 1934, el
delegado de la regional de Centro indicaba que tras la importante abstención registrada
en los comicios, la mayoría de la organización pensaba, con «criterio irrefutable», que
«como consecuencia de haber escalado el poder las derechas, se sumarían al
movimiento revolucionario todos cuantos hombres de izquierdas desearan un mañana
mejor»52. Pero los cenetistas volvían a errar en el análisis de la realidad. Porque una
cosa era no ir a votar en las elecciones y otra muy diferente lanzarse a la insurrección,
por mucho que se señalara el ejemplo de la fuerte represión y pérdida de la libertad que
sucedía en otros países de Europa.
43 Así que la CNT volvió a protagonizar en solitario el intento revolucionario de diciembre
de 1933. Un intento que ha sido destacado como el de mayor organización y
envergadura de los realizados en tiempos republicanos. Sin embargo, la lectura de los
documentos emanados por la propia organización ponen, cuando menos, en duda que
la Confederación contara con más medios y presencia que en acciones anteriores y, en
consecuencia, con más posibilidades de éxito. En primer lugar, porque las
intervenciones de los delegados en las reuniones confederales donde se decidió la
insurrección no se correspondían con los acuerdos de las regionales que representaban.

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Esta situación llevó a la Regional de Aragón, Rioja y Navarra, que fue la más combativa,
a señalar:
«Que siempre, y en todos nuestros comicios, tengamos por norma la expresión
sincera de nuestra labor informativa y deductiva, para que nunca fuera la verborrea
más o menos cálida y el temperamento frío o apasionado de los delegados, quienes
influyan o cambien el fondo del acuerdo con el que son enviados; que las regionales
avalen o envíen sus delegados con los acuerdos tomados, en síntesis, sin perjuicio
de que estos, y aquí caben todos los recursos teóricos, den la forma que puedan
producir los mejores efectos, pero siempre sin alterar las líneas esenciales y el
fondo de los acuerdos»53.
44 Así que, aunque los delegados transmitieran la predisposición de sus regionales a la
acción, lo cierto era que la mayoría no estaban preparadas, como reconocieron las de
Andalucía y Extremadura, Norte, Galicia, Asturias y Centro. Otras, aún sin admitirlo
abiertamente, tampoco lo estaban. Era el caso de la emblemática regional catalana.
Aquí las esperanzas estaban depositadas en Barcelona, donde los militantes más
significados sustentaban el criterio «de que el momento no era oportuno», aunque, no
obstante, si el movimiento estallaba, «ellos cumplirían con su deber». El secretariado
del Comité Regional decidió editar una hoja clandestina, «que no llegó a ver la luz
pública», por el retraso en su edición y por «la lamentable situación económica de este
Secretariado». De todas formas, se lanzaron unos manifiestos en la capital, y se decidió
que el día 8 de diciembre arrancara la insurrección. El día 9, «en muy pocas localidades
de Cataluña, el movimiento había tenido repercusión», con excepción del Bajo
Llobregat, especialmente en Hospitalet. Mientras que en Barcelona, hubo «unos actos
de sabotaje en algún punto de poca importancia». Un pleno de sindicatos acordó
impulsar el movimiento en los días siguientes, pero el 11 y 12 pasaron «sin que nada
anormal ocurra en Barcelona, salvo unas escaramuzas ocurridas en las barriadas de
Sans y Coll-Blanch». Un nuevo pleno, celebrado el día 12, acordó volver al trabajo «ante
la imposibilidad de hacer nada práctico». Tras lo acontecido, el Comité Regional
presentó su dimisión y el Comité de Defensa Local aseguraba que «siempre
mantuvieron que Barcelona no estaba en condiciones de acometer o de iniciar el ataque
por carecer de medios combativos». El informe terminaba concluyendo que en el resto
de Cataluña no se hizo prácticamente nada54.
45 El único lugar dónde los acontecimientos alcanzaron proporciones de insurrección fue
en la regional de Aragón, Rioja y Navarra. Los propios militantes reconocieron
«ciertamente, que a nuestra Regional se la ha dejado sola». Las acciones no se
circunscribieron, exclusivamente, a las capitales, sino que se extendieron por los
pueblos de alrededor: Mas de las Matas, Alcoriza, Alcañiz... La ciudad de Zaragoza fue
testigo de una auténtica batalla campal en sus calles. El ejército utilizó todos los medios
a su alcance, desde ametralladoras a tanques, para reducir a los insurrectos
parapetados tras barricadas.
46 La insurrección se cobró la vida de 125 personas y hubo 186 heridos; entre los
insurrectos 65 muertos y 38 heridos; entre los ciudadanos que no tenían que ver con el
movimiento hubo 44 muertos y 85 heridos. Las fuerzas del orden tuvieron 16 muertos y
63 heridos55. Además, hubo cientos de detenidos, y no faltaron denuncias de torturas,
incluidos fusilamientos simulados. Otra cuestión a señalar es el salto cualitativo en la
represión ejercida por los revolucionarios, que fue superior a la de anteriores
movimientos. En algunos pueblos se colgaron bandos conminando a la población a
someterse al nuevo régimen para salvar su vida. En el mismo sentido, hubo detención

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de caciques y grandes propietarios, se registraron quemas de iglesias y la muerte de


algún religioso56.
47 De todas formas, los cenetistas no contaron, como era habitual, con el dinero ni las
armas suficientes para «combatir al bien pertrechado enemigo». Aunque, también
como solía suceder, «hubo heroísmo que es lo que viene derrochando a raudales
muchos militantes de la CNT»57. Heroísmo, pero también falta de planificación y análisis
real del momento, que había llevado a la organización al borde del colapso, con:
«organizaciones enteras de la CNT completamente hundidas; Locales y Comarcales
destrozadas con la mayoría de militantes presos y sometidos al rigor de los
tribunales de urgencia; trenes repletos de militantes que partían hacia el presidio
de Chinchilla...; Clausurados los sindicatos gubernativamente y con una orden
judicial del tribunal de urgencia de Zaragoza, de disolución de la CNT y
procesamiento de todos los Comités de la misma. Así Regionales como Comarcales y
Locales; nuestros periódicos suspendidos y prohibidos los actos públicos. Éramos el
Comité Nacional de una organización que por cien motivos distintos, estaba
condenada a muerte...»58.
48 En estas circunstancias, regionales como Centro y Asturias comenzaron a promover una
nueva corriente partidaria de un acuerdo con la UGT. Su representación más
importante tuvo lugar en los meses siguientes con la famosa revolución de octubre.

Conclusiones
49 Los anarquistas estaban convencidos de que lo acontecido el 14 de abril de 1931 había
sido una revolución, pero que la falta de acción de los militantes cenetistas en esos días
decisivos había facilitado a republicanos y socialistas controlar los resortes de poder y
derivar los hechos a la implantación de una república burguesa. De todas formas, para
los anarquistas, el momento revolucionario no había pasado, todavía era posible un
cambio de rumbo que permitiera la implantación de una sociedad libertaria. Para
conseguir este objetivo necesitaban, por un lado, hacerse con el control de los puestos
directivos de la CNT y, por otro lado, promover acciones que crearan las circunstancias
adecuadas para movilizar a la ciudadanía y desencadenar una auténtica revolución
social.
50 Aunque la historiografía siempre ha señalado que fueron tres las insurrecciones
protagonizadas por la CNT en tiempos republicanos - en enero de 1932 y enero y
diciembre del año siguiente -, hay que añadir un matiz importante: la primera de ellas
no puede considerarse como una insurrección promovida y dirigida por la organización
confederal. El levantamiento en el Alto Llobregat fue un movimiento huelguístico
circunscrito a una comarca catalana que derivó en insurrección en algunos pueblos de
la zona; pero que no contó con la implicación - ni tan siquiera con el conocimiento - de
la dirección de la CNT a nivel regional ni nacional. Sin embargo, este movimiento tuvo
una importancia destacada para el devenir del sindicato confederal; en primer lugar,
por la repercusión que tuvo en la lucha interna de la organización, con la sustitución de
los anarcosindicalistas por los faístas al frente del sindicato confederal; y, en segundo
lugar, porque lo sucedido en la comarca catalana se quiso interpretar como el camino a
seguir en cuyo final se vislumbraba, aunque fuera remotamente, la futura sociedad
libertaria.
51 La actuación del gobierno republicano, tanto en materia de legislación laboral como de
orden público, facilitó la labor de los más radicales en la CNT. A finales de 1932, los

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faístas controlaban todos los puestos claves de la organización sindical; mientras que la
República era denostada, con la consiguiente decepción de un buen número de obreros
y campesinos. En esta aventura, la CNT pasó de actuaciones que, en los años anteriores,
habían tenido un marcado carácter sindical, con huelgas que permitieron mejorar las
condiciones de vida de los trabajadores a movimientos insurreccionales de carácter
nacional, ahora sí con la organización y dirección confederal, que pretendían la
consecución de la revolución social.
52 Pero estas insurrecciones no consiguieron su objetivo. No hubo posibilidad real de que
estos movimientos terminaran con el triunfo de la revolución. Les faltaba organización
y medios, así como un auténtico apoyo popular y las armas necesarias, o el apoyo de
aquellos que las tenían, los militares. Sin embargo, las insurrecciones consiguieron
desestabilizar a la República y desgastar, de forma especial, al gobierno republicano-
socialista. Pero nunca supusieron una amenaza real para el sistema, nunca podían
triunfar mientras las fuerzas que defendían el orden permanecieran unidas. Solamente
cuando una parte del ejército se levantó contra la República y hubo desunión en su
seno, como sucedió en la rebelión militar de julio de 1936, se abrió, aunque sea
paradójico, el camino de la revolución.

NOTAS
1. Véase: LORENZO, Anselmo, El proletariado militante. Memorias de un internacional, Madrid, Zero,
1974; TERMES, Josep, Anarquismo y sindicalismo en España (1864-1881), Barcelona, Crítica, 2000.
2. El gobierno republicano ordenó la represión a generales como Pavia o Martínez Campos, que
causaron cientos de muertos. En Alcoy, dónde Martínez Campos sofocó la insurrección con un
ejército de 6.000 soldados, hubo 16 fallecidos, más de una veintena de heridos, unos 400 detenidos
y casi 300 personas fueron procesadas; HENNESSY, C.A.M. (2010): La República Federal en España. Pi
y Margall y el movimiento republicano Federal, 1868-1874, Los libros de la catarata, Madrid, pp.
201-220; LIDA, Clara E. (1972): Anarquismo y revolución en la España del siglo XIX, Siglo XXI, Madrid,
pp. 212-227; GUERRERO, Ana et al. (2004), Historia política, 1818-1874, Istmo, Madrid, pp. 412-413.
3. HERRERÍN, Ángel, Anarquía, dinamita y revolución social. Violencia y represión en la España de entre
siglos (1868-1909), Madrid, Los libros de la catarata, 2011, pp. 36-39.
4. Solidaridad Obrera, 14 de mayo de 1931.
5. Solidaridad Obrera, 1 de mayo de 1931
6. Varias obras han abordado la actuación de la CNT durante la II República y, en consecuencia,
han tratado estas cuestiones, véase: PEIRATS, José, La CNT en la revolución española, tomo 1, Cary-
Colombes, Ruedo Ibérico, 1971; ELORZA, Antonio, La utopía anarquista durante la guerra civil
española, Madrid, Editorial Ayuso, 1973 (la primera vez publicado en Revista de Trabajo, 1971, nº
32); BRADEMAS, John, Anarcosindicalismo y revolución en España (1930-1937), Barcelona, Horas de
España, 1973; CASANOVA, Julián, De la calle al frente. El anarcosindicalismo en España (1931-1939),
Madrid, Crítica, 1997.
7. Los firmantes del documento fueron: Juan López, Juan Peiró, Agustín Gibanel, Ricardo Fornells,
Ángel Pestaña, José Girona, Daniel Navarro, Jesús Rodríguez, Antonio Valladriga, Miguel Portoles,
Joaquín Roura, Joaquín Lorente, Progreso Alfarache, Antonio Peñarroya, Camilo Piñón, Joaquín
Cortés, Isidoro Gabín, Pedro Massoni, Francisco Arín, José Cristiá, Juan Dinarés, Roldán Cortada,

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Sebastián Clará, Ramón Viñas, Federico Uleda, Pedro Cané, Mariano Prat, Espartaco Puig, Narciso
Marcó, Jenaro Minguet; PEIRATS, José (1971), pp. 59-63.
8. Tierra y Libertad, 15 de agosto de 1931; en BRADEMAS, John (1973), p. 74.
9. Instituto Internacional de Historia Social de Amsterdam (en adelante IIHS), sig. CNT, 93 B.
Informe del Comité Nacional de Defensa Confederal. Orientaciones Revolucionarias.
10. IIHS, sig. CNT, 93 B. Organización de Defensa Confederal. Comité Nacional. Orientaciones
Revolucionarias.
11. ELORZA, Antonio (1973), p. 449.
12. JULIÁ, Santos, Los socialistas en la política española, 1879-1982, Madrid, Taurus, 1997, pp. 126-131.
13. PEIRATS, José (1971), p. 52.
14. AVILÉS, Juan y otros, Historia política, 1875-1939, Madrid, Istmo, 2002, pp. 343.
15. BRADEMAS, John (1973), pp. 72-75.
16. BIZCARRONDO, Marta, Historia de la UGT. Entre la democracia y la revolución, 1931-1936, Madrid,
Siglo XXI, 2008, pp. 69-83.
17. AZAÑA, Manuel, Discursos parlamentarios , Madrid, Publicaciones del Congreso de los
Diputados, 1992, p. 133.
18. BIZCARRONDO, Marta (2008), pp. 76-80.
19. CASANOVA, Julián (1997), p. 37.
20. Boletín de la UGT nº 35, noviembre de 1931; en BIZCARRONDO, Marta (2008), p. 72
21. BORDERÍAS, Cristina y VILANOVA, Mercedes, “Cronología de una insurrección: Figols en
1932”, Estudios de Historia Social, nº 24-25, 1983, pp. 187-199.
22. IIHS, sig. CNT, 93 B. Acta de la Federación Local de Barcelona de finales de enero de 1932 para
analizar la insurrección de este mes. Copia firmada por el secretario de esta Federación el 3 de
marzo de 1932.
23. IIHS, sig. CNT, 93 B. Acta de la Federación Local de Barcelona de finales de enero de 1932 para
analizar la insurrección de este mes. Copia firmada por el secretario de esta Federación el 3 de
marzo de 1932.
24. Federica Montseny, “Pueblos mineros y pueblos heroicos de España”, El Luchador, 12 de
febrero de 1931; en BRADEMAS, John (1973), p. 87.
25. Federica Montseny, “Ante un momento grave de la historia de España”, El Luchador, 29 de
enero de 1931; en BRADEMAS, John (1973), p. 87.
26. IIHS, sig. CNT, 93 B. Acta de la Federación Local de Barcelona de finales de enero de 1932 para
analizar la insurrección de este mes. Copia firmada por el secretario de esta Federación el 3 de
marzo de 1932.
27. AZAÑA, Manuel, Memorias políticas y de guerra, I, Barcelona, Crítica, 1981, p. 417.
28. ELORZA, Antonio (1973), pp. 452-453.
29. Federica Montseny, “Yo acuso”, El Luchador, 19 de febrero de 1932; en BRADEMAS, John
(1973), p. 90.
30. ELORZA Antonio (1973), p. 454.
31. Juan Peíró, “Después de los sucesos”, Cultura Libertaria; en ELORZA, Antonio (1973), p. 452.
32. IIHS, sig. CNT, 93 B. Actas del Pleno de Regionales de la CNT, celebrado en Madrid, el 2 de
diciembre de 1932 y actas del Pleno de locales y comarcales del Comité Regional del Trabajo de
Cataluña del 10 de diciembre de 1932.
33. IIHS, sig. CNT, 93 B. Extracto de las actas del Pleno Nacional de Regionales celebrado en
Madrid, el 30 de enero de 1933.
34. BRADEMAS, John (1973), p. 101.
35. IIHS, sig. CNT, 93 B. Extracto de las actas del Pleno Nacional de Regionales celebrado en
Madrid, el 30 de enero de 1933.
36. BRADEMAS, John (1973), pp. 101-103; ELORZA, Antonio (1973), pp. 455-456.

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37. IIHS, sig. CNT, 93 B. Extracto de las actas del Pleno Nacional de Regionales celebrado en
Madrid, el 12 de junio de 1933.
38. Vease, HERRERÍN, Ángel (2011), pp. 208-214; los acuerdos de las conferencias comarcales de
julio y agosto de 1876, en TERMES, Josep (2000), p. 267.
39. De GUZMÁN, Eduardo. La tragedia de Casas Viejas, 1933, Madrid, Vosa, 2007, p. 27
40. SENDER, Ramón J., Casas Viejas, Zaragoza, Larumbe, 2004, p. 19; De GUZMÁN, Eduardo (2007),
pp. 19-20 y 27.
41. SENDER, Ramón J., (2004); De GUZMÁN, Eduardo (2007); RAMOS, Tano, Casas Viejas: crónica de
una insidia (1933-1936), Barcelona, Tusquets, 2012.
42. AZAÑA, Manuel (1992), p. 480.
43. AZAÑA, Manuel, Diarios, 1932-1933. Los cuadernos robados, Barcelona, Crítica, 1997, p. 136.
44. Ramón J. Sender y Eduardo de Guzmán, que se personaron en el Casas Viejas tres días después
de los sucesos, publicaron diferentes artículos en La Libertad y La Tierra desde el 19 de enero;
SENDER, Ramón J., (2004), pp. XXXIV-XXXVI; De GUZMÁN, Eduardo (2007), p. 41; AZAÑA, Manuel
(1997), p. 160.
45. RAMOS, Tano, (2012), pp. 341-342 y 350.
46. HERRERIN, Ángel (2011), pp. 185-186.
47. IIHS, sig. CNT, 93 B. Extracto de las actas del Pleno Nacional de Regionales celebrado en
Madrid, el 30 de enero de 1933.
48. IIHS, sig. CNT, 93 B. Extracto de las actas del Pleno Nacional de Regionales celebrado en
Madrid, el 12 de junio de 1933.
49. Federica Montseny, “Los pueblos que proclaman el Comunismo libertario”, El Luchador; en
ELORZA, Antonio (1973), p. 456.
50. IIHS, sig. CNT, 93 B. Extracto de las actas del Pleno Nacional de Regionales celebrado en
Madrid, el 12 de junio de 1933.
51. IIHS, sig. CNT, 93 B. Circular del Comité Regional de Cataluña, 25 de marzo de 1933.
52. IIHS, sig. CNT, 93 B. Actas del Pleno Nacional de Regionales celebrado en Barcelona, en
febrero de 1934.
53. IIHS, sig. CNT, 93 B. Actas del Pleno Nacional de Regionales celebrado en Barcelona, en
febrero de 1934.
54. IIHS, sig. CNT, 93 B. Actas del Pleno Nacional de Regionales celebrado en Barcelona, en
febrero de 1934.
55. VILLA, Roberto (2011), "La CNT contra la república: La insurrección revolucionaria de
diciembre de 1933", Historia y Política nº 5, enero-junio 2011, pp. 177-205.
56. IIHS, sig. CNT, 93 B. Actas del Pleno Nacional de Regionales celebrado en Barcelona, en
febrero de 1934; ELORZA, Antonio (1973), pp. 462-463.
57. IIHS, sig. CNT, 93 B. Actas del Pleno Nacional de Regionales celebrado en Barcelona, en
febrero de 1934.
58. IIHS, sig. CNT, 93 B. Informe del Comité Nacional de la CNT del 20 de enero de 1934, firmado
en Barcelona el 26 de febrero de 1934.

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RESÚMENES
A pesar de que la proclamación de la Segunda República fue acogida con grandes muestras de
entusiasmo entre la clase trabajadora, los anarquistas de la CNT mantuvieron el escepticismo
ante el nuevo régimen y las mismas ansias revolucionarias que en períodos anteriores.
Planteamientos que les llevaron a protagonizar huelgas generales, levantamientos y dos
insurrecciones promovidas por la organización confederal en enero y diciembre de 1933. Este
artículo trata de analizar las acciones más importantes y responder a dos cuestiones
fundamentales: por un lado, por qué la CNT protagonizó estos levantamientos contra un régimen
que puso en marcha importantes reformas para mejorar la vida de las clases más humildes, y, por
otro lado, si estos levantamientos supusieron una amenaza real para la II República.

Bien que la proclamation de la Seconde République fut accueillie avec de grandes manifestations
d’enthousiasme par la classe des travailleurs, les anarchistes de la CNT continuèrent à exprimer
leur scepticisme face au nouveau régime et les mêmes espérances révolutionnaires qu’au cours
des périodes antérieures. Ce point de vue les conduisit a organiser des grèves générales, des
soulèvements et deux insurrections provoquées par l’organisation confédérale en janvier et
décembre 1933. Cet article essaye d’analyser les actions les plus importantes et de répondre à
deux questions essentielles. D’une part, il demande pourquoi la CNT organisa ces soulèvements
contre un régime qui mit en route d’importantes réformes pour améliorer la vie des classes les
plus humbles, et, d’autre part, si ces soulèvements constituèrent une menace pour la Seconde
République.

Although the proclamation of the Second Republic is welcomed with big demonstrations of
enthusiasm by the class of the workers, the anarchists of the CNT continued to express their
skepticism in front of new regime and the same revolutionary expectations as during the
previous periods. This point of view led them has to organize general strikes, uprisings and two
uprisings caused by the confederate organization in January and December, 1933. This article
tries to analyze the most important actions and to answer two essential questions. On one hand,
he asks why for the CNT organized these uprisings against a regime which started important
reforms to improve the life of the most humble classes, and, on the other hand, if these uprisings
constituted a threat for the Second Republic.

ÍNDICE
Palabras claves: anarquismo, CNT, insurrección, España, Segunda República española
(1931-1936), siglo XX
Keywords: anarchism, CNT, uprising, Second Republic, Spain, 20th century
Mots-clés: anarchisme, CNT, insurrection, Seconde République, Espagne, XXe siècle

AUTOR
ÁNGEL HERRERÍN LÓPEZ
UNED

Bulletin d’Histoire Contemporaine de l’Espagne, 51 | 2017


133

El catalanismo durante la Segunda


República (1931-1939)
catalanismo, Segunda República, Guerra Civil española (1936-1939)
Le catalanisme pendant la Seconde République (1931-1939)
The catalanisme during the Second Republic (1931-1939)

Jordi Casassas Ymbert

1 El catalanismo constituye, a un mismo tiempo, un sentimiento (previsiblemente


masificado a través de los procesos de nacionalización a medida que avanza el período
contemporáneo) y una acción, con una tendencia natural a la politización, que pone a la
nación en el centro de los intereses colectivos. En este doble sentido podemos afirmar
que el catalanismo llegó a los años de la Segunda República con un grado de madurez
considerable a pesar de no disponer de la estructura de un estado propio para canalizar
el doble proceso de la politización moderna y de nacionalización de las masas.
2 Existían diversos factores que estimulaban esta maduración y que convertía al
nacionalismo catalán en un caso destacado y temprano dentro del panorama europeo
de los nacionalismos reivindicativos1. Sin ánimo de profundizar en su análisis sí que
debemos destacar, entre estos factores: la existencia, como mínimo desde el siglo XVIII,
de una estructura económica diferenciada y que promociona una integración territorial
moderna2; la presencia de unos movimientos sociales durante la primera mitad del
ochocientos con un componente de clara reivindicación anti centralista (federalismo,
carlismo) según han destacado Termes, Seco, Joan Camps y Anguera; la existencia de un
importante sector intelectual-profesional que se identifica con el movimiento
romántico de la Renaixença3; la relevancia de una corriente regionalista conservadora
con voluntad de presión ante el poder central desde la década de 1860; la
estructuración de un rico entramado de sociedad civil desde el inicio de la
Restauración; la presencia de teorizadores del “hecho catalán” y de estrategias
particulares para su defensa y promoción de distinto signo político e ideológico
(Almirall, Torras i Bages, Sebastià Farnés, etc.); presencia electoral ininterrumpida
desde 1901 y con una “oferta” rica y bien diferenciada, aunque a menudo muy
atomizada4; acción nacionalizadora del organismo supra provincial Mancomunitat de

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134

Catalunya5; capacidad de resistencia a las agresiones externas, especialmente de la


Dictadura de Primo de Rivera, por la coexistencia de la acción política y de la sociedad
civil6.
3 Claro está que existían al mismo tiempo elementos internos de debilidad que ayudaban
a limitar, desde el interior de la propia Catalunya, la consolidación, promoción y éxito
de este catalanismo. Podemos citar cuatro: el problema demográfico derivado de ser
una área de industrialización con unos índices “franceses” de baja natalidad desde el
ochocientos, de basarse por tanto en una constante inmigración (de la montaña y la
periferia catalana hasta la inmigración de murcianos “charnegos” de los años veinte)
con los consiguientes problemas para fijar una identidad nacional diferenciada 7; el
efecto radicalizador derivado de las características del proceso de industrialización
fundamentalmente desregularizado, de erosión constante del mundo rural y la
persistencia de altos índices de violencia moderna, con lo que muy a menudo se hará
realmente difícil compaginar la emancipación social con la nacional; las dudas de la
burguesía autóctona, especialmente a partir de la Gran Guerra, sobre si apoyar a la
Monarquía como elemento de seguridad y paz social o embarcarse en la aventura
desestabilizadora del nacionalismo reivindicativo; la tendencia al desánimo, al
abandono (hasta apolítico electoral) y al “rebentisme” (“o tot o rès”, “totoressisme”: o
el todo o nada), al fraccionalismo político y al empezar en cada nueva ocasión de cero
frente a la constatación del hermetismo político centralizador y uniformizador de la
política española.
4 Para analizar de forma sucinta la evolución y significación de este catalanismo durante
la Segunda República abordaremos cuatro aspectos: las relaciones políticas del
catalanismo con el Estado; la difícil convivencia entre catalanismo y obrerismo; los
logros y límites de la nacionalización catalana (alternativa de la española) de la masa; y
la difícil pervivencia de la política catalanista durante la Guerra Civil.

El catalanismo político frente al Estado español


5 El efecto acelerador de la vida social, cultural y económica catalana que había tenido la
Gran Guerra alcanzó, como no podía ser de otro modo, al catalanismo político: notable
ampliación de su base social, desplazándose hacia sectores de la pequeña burguesía y de
la clase trabajadora, en especial del sector servicios, ambos desestabilizados y
radicalizados por la Guerra; nuevo estímulo nacionalista en el contexto determinado
por los “Catorce Puntos” del presidente Wilson y la subsiguiente aparición de la
Sociedad de Naciones; estructuración de la alternativa autonómica (1918-9) tras el
fracaso del intento de reforma constitucional impulsado en buena parte por Cambó y la
Lliga en la Asamblea de Parlamentarios (1917) que sitúa al catalanismo en el centro de
la política española8; aparición del radicalismo nacionalista y de la primera opción
separatista (la Federació Democràtica Nacionalista de Macià, de 1919); o la actualización
de la oferta política catalanista, anteriormente monopolizada por la Lliga Regionalista,
con la creación de la centrista Acció Catalana9 y el separatista Estat Català (1922) y de la
Unió Socialista de Catalunya (1923), una opción socialdemócrata netamente catalana
partidaria del establecimiento de un estado federal que no fuese el resultado de una
concesión desde arriba sino de un reconocimiento de la voluntad colectiva del pueblo
catalán10

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6 Todo este dinamismo, se producía y pervivía pese al desencadenamiento de la


denominada “guerra social” (de una radicalidad e índice de violencia superiores a los de
la Italia prefascista11) y a desembocar en el otro radicalismo antiparlamentario del
golpe de estado de Primo de Rivera y la posterior dictadura, de una espacial virulencia
anticatalanista. El dinamismo social, el inmovilismo oficial de la Restauración y los
entreguerras, la aparición de grupos inicialmente muy minoritarios partidarios de la
lucha armada. Mucho más numerosa fue la proliferación de ateneos, casas de cultura,
grupos, círculos, peñas locales y de barrio, o de redacciones de publicaciones siempre
efímeras, que tras el fracaso electoral de la Federació Democrática Nacionalista en las
municipales de 1920 constituyeron un fundamental espacio apolítico de sociabilidad
catalanista que iba a tener un protagonismo esencial en los años de la República. En
ocasión de la celebración del 11 de setiembre de 1923 (en Barcelona se produjeron
algunas muertes) el catalanismo lanzó la estrategia de la Triple Alianza, firmada en los
locales del Centre Autonomista de Dependents del Comerç i la Industria con
representantes vasquistas y galleguistas. Este pacto, con el nombre de GALEUSCA, sería
ratificado en Guernica en 1934 (y posteriormente en México, en 1944) 12.
7 La Dictadura llevó al exilio a muchos líderes catalanistas, el más destacado el “cabdill”
(caudillo) Francesc Macià, y dio alas al insurreccionalismo (en su ala más dura
representado por Daniel Cardona; a destacar la organización “Bandera Negra”, por los
hechos de 1714, afín a Estat Català); incluso la moderada Acció Catalana creó el grupo
secreto Serveis d’Estudis Militars para organizar la respuesta armada a la represión
militar. En mayo de 1925 se frustró un atentado separatista en Garraf contra el tren que
conducía al Rey, y en 1926 la policía francesa y los servicios secretos fascistas
desbarataron el intento de invasión de Cataluña proyectado por Macià desde Prats de
Molló. El posterior juicio en París dio gran popularidad a Macià, que tras su expulsión
de Francia se lanzó a una intensa campaña propagandista, teórica (Constitución de La
Habana, setiembre de 1928, redactada por Josep Conangla i Fontanilles y la creación del
efímero Partit Separatista Revolucionari de Catalunya) y política con una notable
repercusión en el interior de Cataluña.
8 Los fracasos del exilio reforzaron la vía interior, con una progresiva alianza entre Estat
Català (que dirigía el médico socialista Jaume Aiguader), los grupos republicanos de
Marcel·li Domingo y Lluis Companys, sectores de la agrarista Unió de Rabassaires, un
grupo menestral y catalanista reunido en la asociación La Falç (con protagonismo del
joven Josep Tarradellas13), los sectores elitistas republicanos y catalanistas reunidos
alrededor del semanario “L’Opinió” (1928)14 y contactos con sectores
anarcosindicalistas: todos ellos tenían relación con la Alianza Republicana de Lerroux y
un casi desconocido Azaña y la voluntad de crear un frente amplio antidictatorial. Otro
aspecto relevante fue el movimiento de concordia intelectual promovido por Jiménez
Caballero y su “La Gaceta Literaria” en 1927, concretando una notable movilización
tanto en Cataluña como en España; esta iniciativa iba a trascender el espacio de la
cultura por el mero hecho de representar un alegato antidictatorial frente a la dura
represión padecida por la lengua y cultura catalanas; mucho más cuando en marzo de
1930 fue completada por los intelectuales catalanes al invitar a los colegas castellanos
en agradecimiento de su solidaridad de 1927. Lo más significativo es que a principios de
la “Dictablanda” la intelectualidad, con algunos de sus miembros comprometidos con la
oposición política, explicitó por vez primera la idea de que la causa de Cataluña era
indisociable a la consecución de la democracia en España 15.

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El catalanismo y la aceleración política republicana


9 Los meses de transición hacia la República fueron de una especial intensidad para el
campo catalanista, quien junto a las campañas a favor de los presos sociales y políticos
y las de demanda del restablecimiento democrático iba a centrar la vida política del
período. La Lliga Regionalista fue la que más padeció los efectos erosionadores de la
dictadura y, en especial, la falta de su líder, Francesc Cambó, que se recuperaba de una
operación muy delicada en Londres16. Por su parte, los moderados de Acció Catalana
superaron un intento de escisión de Antoni Rovira i Virgili (Acció Republicana y el
periódico “La Nau”) y terminaran por crear el Partit Catalanista Republicà, al que la
prensa predecía el máximo protagonismo político. Existía, además, la movilización de la
izquierda catalanista, que intentaba promover con éxito escaso la convocatoria de una
“Conferència d’Esquerres”. La convocatoria de una reunión de la oposición española en
San Sebastián (agosto de 1930) partió de la convicción de que la presencia del
catalanismo era imprescindible, por lo que al Casino Republicano de la capital
donostiarra acudieron Jaume Aiguader (Estat Català y Unió Socialista de Catalunya),
Manuel Carrasco i Formiguera (Acció Catalana) y Macià Mallol (Acció Republicana). La
resolución final preveía un alzamiento revolucionario (que a la postre fracasaría en
todos sus frentes y llevaría a la cárcel a todos los miembros del Comité revolucionario)
y, fuente de futuros conflictos sobre su interpretación, la adopción por las Cortes
Constituyentes del texto de estatuto que Cataluña presentase una vez refrendado por el
pueblo catalán17.
10 Tras el fracaso de la “revolución de diciembre” el catalanismo se centró en el
posicionamiento frente a los sucesivos intentos de los gobiernos de Berenguer y Aznar
de regresar a la normalidad constitucional y sus correspondientes convocatorias
electorales. La Lliga fue la única fuerza partidaria del mantenimiento de la monarquía
(en España promovió la candidatura del Centro Constitucional) y ello le acarrearía un
importante retroceso electoral. El Partit Catalanista Republicà definió su alternativa en
solitario. El resto de grupos promovió la convocatoria de una Conferència d’Esquerres a
celebrar los días 18 y 19 de marzo de 1931 en el Foment Republicà de Sants. Pocas
semanas antes había regresado del exilio Macià, rodeado de un indiscutible carisma de
líder de multitudes y de gran prestigio en los medios catalanistas. En Sants se reunieron
representantes del grupo de “L’Opinió” que intentaran sin éxito (dado el claro rechazo
de los centros comarcales) aportar un giro “socializante”, la parte del nacionalismo
radical de Estat Català afín a Macià, representantes de centros y ateneos locales,
republicanos “tradicionales” con Companys de figura máxima, sectores disidentes de
Estat Català y gente afín al doctor Josep Dencàs, que un par de días antes había fundado
el efímero Partit Social-Demòcrata Català. De esta conferencia resultará el nuevo
partido, Esquerra Republicana de Catalunya, una veintena de días antes de la
celebración de las elecciones municipales18. Ya desde el inicio, Estat Català no disolvió
su organización sino que la incrementó con los más radicales de Daniel Cardona y el
grupo de “Nosaltres Sols!”, de reminiscencia irlandesa (diciembre de 1930), y con la
movilización de las Juventudes, todo ello bajo el amparo del indiscutido Macià 19.
11 Tras la inesperada victoria electoral del 12 de abril de 1931, el conglomerado de ERC
aún crecerá más, se llenará de políticos de procedencias e intereses muy diversos, a
menudo divergentes, y de arribistas con ansias de figurar; todo ello, más la dificultad de

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atender a tantos frentes de poder, convertirá a la Esquerra en una plataforma de


equilibrio inestable tan sólo operativa por la gran capacidad de maniobra de Macià 20.
Una de estas disidencias se manifestó el 14 de abril con la doble proclamación en
Barcelona, de una República sin definición (por lo tanto española) por Lluís Companys y
la inmediata de Macià como República Catalana como “estat integrant de la Federació
ibèrica”21. La proclamación secesionista del “Avi” (el abuelo, como se conocía
popularmente a Macià) alarmó a algunos sectores catalanes (la Lliga apoyará la
República, “però dins l’Estat español, amb una perfecta concòrdia amb tots els elements
que el constitueixen22) y, especialmente, al Gobierno provisional de Madrid, alarma que
se tradujo con la llegada a Barcelona (en avión, primera ocasión en la historia) de tres
ministros negociadores: Marcel·li Domingo (Educación), Nicolau d’Olwer (Economía) y
Fernando de los Ríos (Justícia). La verdad es que a Macià le costó relativamente poco
ceder la independencia a cambio de presidir el gobierno provisional de la Generalitat de
Catalunya (organismo de origen medieval sugerido por de los Ríos, especialista en
derecho medieval). Ni que decir tiene que esta renuncia fue muy mal vista entre los
sectores nacionalistas más radicales, que hablaron de traición, acentuó la
heterogeneidad del partido (especialmente dentro de los cuadros dirigentes) y daría los
primeros argumentos para la escisión de 193323.
12 Con todo, ERC se había convertido en la fuerza política hegemónica en Cataluña
(confirmada en las elecciones a Cortes Constituyentes del mes de junio) y durante un
par de años pareció haber substituido definitivamente a la Lliga, desplazando el eje
central del catalanismo de la burguesía hacia las clases medias y pequeño burguesas 24.
Con esta nueva hegemonía el catalanismo se lanzó a la redacción del Estatuto y a la
campaña de sensibilización para implicar al conjunto del país 25. Claro está que debió
plegarse a las exigencias españolas de subordinar la autonomía a la aprobación de la
nueva Constitución, procedimiento unitarista que hacía olvidar cualquier veleidad
confederal “pactada” en San Sebastián.
13 Sobre la base del proyecto de Estatuto de 1919 una comisión catalana se reunió en el
monasterio de Nuria y redactó un texto que sería plebiscitado el 2 de agosto (75% de
participación y 99,45% de votos afirmativos; las mujeres, aún sin derecho a voto,
reunieron unos centenares de miles de firmas en apoyo al texto 26). El momento era de
notable efervescencia, con grandes fiestas patrióticas aguadas por las crecientes
denuncias de la prensa madrileña por un hipotético pacto entre catalanistas y
anarcosindicalistas, y de consenso alrededor de la iniciativa catalanista, como se
manifestaría en el triunfal viaje de Macià a Madrid para entregar el texto al Presidente
de la República. A partir de este momento, sin embargo, el catalanismo entraría en la
fase del desengaño. El Gobierno no crearía una comisión parlamentaria para discutir el
texto catalán hasta enero del 1932 y aún ésta iniciaría los debates el mes de mayo y de
forma intermitente (Azaña consideraba el tema autonómico equivalente al de la
reforma agraria). Además, esta comisión laminaria el texto estatutario
considerablemente, dejando a Cataluña como una “región autónoma” dentro del
“Estado integral compatible con la autonomía de los municipios y las regiones”. A pesar
de las restricciones impuestas, en relación al uso del catalán, a la enseñanza en catalán,
al mayor control estatal, a la disminución de las facultades autonómicas o a la falta de
garantías de continuidad, el catalanismo no separatista confirió al nuevo texto un valor
positivo27.

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14 La Lliga Regionalista aceptó el nuevo contexto autonómico y a fines de 1932 se


reorganizó como Lliga Catalana, asumiendo un tono más liberal y una estructura
moderna, para convertirse en portavoz de los sectores industriales y de la propiedad
agraria y en la principal fuerza de oposición a la ERC 28. En el sector moderado, el
catalanismo católico y liberal, molesto con el laicismo de la Constitución, fundó Unió
Democrática de Catalunya29.
15 En España, la discusión del Estatuto desencadenó reacciones de todo tipo: campañas en
contra, boicot a productos catalanes (Castilla y Andalucía), manifestaciones
universitarias (Sevilla, en contra de la enseñanza en catalán), etc. En el plano
intelectual y político los ataques fueron constantes, demostrando que la concordia de
1930 había desaparecido a partir de que el catalanismo había llevado a la práctica su
planteamiento reivindicativo30. Rovira i Virgili observó que las viejas declaraciones
favorables se habrían desvanecido dejando paso al “alma unitaria”, a los “sentimientos
de nacionalismo español, de nacionalismo castellano”, a las propuestas minimizadoras
en el sentido de que pudieran ser todas las regiones las que pudiesen ejercer las mismas
facultades (Ortega y Gasset)31. El mismo Rovira i Virgili, destacado historiador,
periodista y representante del republicanismo catalanista, recuperó una frase de
Almirall de 1886, muy indicativa del estado de ánimo que se afianzaba en Cataluña:
“Vosaltres, castellans castellanistes, sou més entusiastes que el més intransigent dels
defensors del catalanisme” (es decir que sarcásticamente los presentaba como agentes
pro catalanistas involuntarios), añadiendo que el hecho de la Cataluña nación no
precisaba de ninguna definición ni constitucional, ni estatutaria o legal: lo que se
necesitaba era el reconocimiento democrático de la voluntad de un pueblo con
personalidad propia32.
16 En medio de un creciente desánimo, ante la constatación de que solo prevalecía la
fuerza del Estado y de que tan sólo el intento de golpe de Estado protagonizado por el
general Sanjurjo en Sevilla (10 agosto de 1932) iba a precipitar la aprobación del
Estatuto (9 de setiembre), la vida política catalana entraría en la fase autónoma con
pocos traspasos y menor financiación33.
17 Dentro del catalanismo reaparecieron las tensiones: críticas, hasta internas, sobre la
baja calidad y la improvisación de los dirigentes de la ERC, descalificaciones y burlas
personales, creciente acidez de la prensa política y satírica, proliferación de
manifestaciones de las Juventudes separatistas y sus “escamots” con formas cada vez
más “fascistas”. Estas tensiones provocaron la crisis del gobierno de diciembre de 1932
en el que colaboraban republicanos y socialdemócratas (Tarradellas, Xirau, Lluhí
Vallescà, Pi i Sunyer, etc.), en polémica creciente con la gente de Estat Català. La
solución de Macià fue la convocatoria de un congreso extraordinario (7 de octubre de
1933) en que se consumó la expulsión del grupo de “L’Opinió” (conocidos como los
“lluhins”) los cuales no tardaran en fudar su partido, el Partit Nacionalista Republicà
d’Esquerra (PNRE, conocido despectivamente como “Panarra”, los que se hartan de
pan)34.
18 Estas divisiones del catalanismo de izquierdas van a comportar, en las elecciones
generales de noviembre de 1933, un gran retroceso de sus candidaturas, junto al avance
de la Lliga Catalana que se convertirá en la primera fuerza política del país 35. Además,
una gripe mal curada precipitará la muerte de Francesc Macià, el día de Navidad de
aquel año. En medio de esta crisis fue elegido nuevo presidente de la Generalitat Lluís
Companys (31 de diciembre), quien formó gobierno el 3 de enero siguiente con la

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pretensión de minimizar la fuerza de influencia del separatismo y de establecer los


contactos, ahora defensivos, con las izquierdas españolas en la oposición frente al
triunfo de la CEDA en España (la lucha contra las fuerzas “monarquizantes y fascistas”,
dirá). Propuso una alianza con la USC e incluso con grupos marxistas de reciente
creación y radicalizó progresivamente los planteamientos para responder a las
expectativas de la izquierda española, que empezó a considerar Cataluña como el
“baluarte de la República”.
19 Como es sabido, el pleito abierto entre, por un lado, ERC y, por el otro, la Lliga y la
asociación de propietarios (Institut Agrícola Català de Sant Isidre), en colaboración con
el Partido Agrario Español, que en concurrencia con otras fuerzas de derechas crearan
Acció Popular Catalana, a raíz de la aprobación en el Parlamento catalán de la Llei de
Contractes de Conreu (de arrendamientos) y la posterior intervención del Tribunal de
Garantías crispó el clima político, con el resultado de la proclamación confederal de
Companys el 6 de octubre de 193436. La proclamación de Companys, en la línea de la de
Macià el 14 de abril, parece que le llevó a susurrar “ja no diran que no soc catalanista”
en frase significativa de las tensiones internas del mundo catalanista 37. A pesar de la
prudencia del general Batet en controlar la situación (esta moderación y la negativa a
sumarse al Alzamiento le valieron ser fusilado por Franco en 1937), el gobierno catalán
y otras autoridades fueron encarceladas, Catalunya fue sometida a un gobierno militar
hasta que en enero de 1935 se nombró Gobernador General de Cataluña a Manuel
Portela Valladares, los registros policiales y las clausuras de sociedades catalanistas se
multiplicaron y la autonomía quedó prácticamente anulada (la lengua oficial de la
Generalitat pasó a ser el castellano, se prohibió izar la bandera catalana, etc.) 38. En esta
coyuntura tan negativa (“Bienio Negro”), la Lliga Catalana se convirtió en un elemento
de relativa moderación del ensañamiento anti autonómico general; pero ello no fue
óbice para que se acrecentase su descalificación como fuerza anticatalana. Tras los
hechos de octubre la Lliga creará el semanario “Después” de un tono antiseparatista
muy acusado (con gente como J. M. Tallada, Ferran Valls i Taberner, M. Vidal i
Guardiola, Andreu Bausili, etc.).

La difícil convivencia entre catalanismo y obrerismo


20 Junto al catalanismo, el obrerismo es la otra gran fuerza dominante de la Cataluña del
primer tercio del siglo XX y como en el caso del primero su trayectoria durante la
Segunda República debe entenderse desde la dinámica retrospectiva que parte de la
coyuntura de impacto de la Gran Guerra y desemboca en los años nefastos de la “guerra
social” (1919-1921) y de la represión y desmovilización producidas por la dictadura 39. En
esta secuencia de tanta tensión, las críticas contra el “nacionalismo burgués”
alimentadas por el lerrouxismo desde principios de siglo fueron constantes y
determinaron en gran medida las enormes dificultades que encontró el obrerismo para
compaginar la liberación social con la nacional. Existieron puntos de contacto, durante
los años de Solidaritat Catalana y durante la Gran Guerra y la radicalización del
catalanismo progresista y de izquierdas: a través de los contactos entre el
anarcosindicalista Salvador Seguí (“El Noi del Sucre”) 40 y Francesc Layret, ambos
asesinados por el pistolerismo “blanco” en 1923 y 1920 respectivamente; o los contactos
en el mundo socialista, tradicionalmente contrario al nacionalismo (y por extensión al
catalanismo41), con las disputas más académicas dentro de la Federación Catalana del

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PSOE desde 1914 (polémica sobre la doble vía, social y nacional), acrecentadas con la
recepción del “wilsonismo” (1918) y que desembocarían en la polémica de 1923 entre
Antoni Fabra Ribas y Rafael Campalans (secundado por Manuel Serra i Moret), antesala
de la escisión catalanista que daría origen a la Unió Socialista de Catalunya aquel mismo
año42.
21 Los años de clandestinidad durante la dictadura incentivaron los contactos, divisiones y
fusiones de manera muy especial en el campo obrerista, así como la primera aparición
de un comunismo catalán43. La minoritaria USC reclamaría sin éxito en 1924 la creación
de un amplio frente anti dictatorial. Luego, a la caída de la dictadura inició su
reestructuración interna (bajo la presidencia de Gabriel Alomar) manteniéndose fiel a
su concepción federal inicial pero con unos tintes particularistas que ponían el énfasis
en el reconocimiento de la voluntad mayoritaria de los catalanes (adopción del
principio de autodeterminación), y sumándose sin participar a la visión catalana de lo
pactado en San Sebastián como primer paso de su confluencia con la corriente que
acabaría creando ERC. Frente a la proclamación de Macià el 14 de abril Campalans
lanzaría el manifiesto “Al Poble de Barcelona” donde la consideraba la declaración “de
la plena independencia” de Cataluña con voluntad de confederarse con el resto de
pueblos ibéricos, un hecho revolucionario que según él representaba la “liberación
nacional y su consolidación como nuevo estado nacional”44.
22 La colaboración catalanista de la USC con ERC llevaría a su líder Campalans a integrar la
ponencia redactora del Estatut, a participar activamente en la campaña del Referéndum
y en las protestas posteriores frente al trato de las Constituyentes para con el texto
catalán llegando, al punto de verse obligados a declarar que no les movía un ánimo
chauvinista, sino que actuaban tácticamente para acelerar la resolución satisfactoria
del pleito político catalán, que dejaría las manos libres a la juventud para avanzar en la
vía de la revolución social45. Estuvieron presentes en muchos de los gobiernos de la
Generalitat, colaboraron activamente con Companys con la idea que Cataluña era el
último “refugio de la revolución”, y ante el peligro de derechización general
declararían luchar por la independencia de Cataluña “total i absoluta”. “Però no som
catalanistas”, precisarían. En 1933 se frustró el intento de fusión entre la USC y la
Federación Socialista Catalana que sí se consumaría en julio de 1936 con la creación del
PSUC46.
23 En el mundo anarcosindicalista la dictadura estimuló la creación de la FAI (Valencia,
1927 aunque inoperante hasta 1930-1), organización mucho más radical que fue vista
como un cuerpo extraño a la tradición anarquista catalana por parte de un grupo (Joan
Peiró y otros) que crearía una tendencia conocida como los “Trentistes” (1930), en
principio favorable a la proclamación del 14 de abril y al proceso estatutario 47. Frente a
la posterior obra legislativa de la Generalitat, amplios sectores de la CNT se mostraron
favorables a ella, especialmente en el campo de la legislación social, aunque fuese de
forma más táctica que otra cosa, puesto que pensaban que la cercanía y su creciente
peso social en Cataluña les darían mayor posibilidad de influencia y control. Aún en la
más radical FAI existieron elementos favorables al “particularismo catalán”: así,
Federico Urales (Joan Montseny), quien además teorizó sobre el determinismo
geográfico y económico acerca del carácter catalán distinto del español.
24 Se ha hablado de una cierta “luna de miel” del obrerismo catalán con el gobierno de la
Generalitat y la historiografía ha debatido hasta qué punto la crisis económica mundial
afectó a la estabilidad de la República española48; sea como fuere, lo cierto es que existe

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una cierta relación entre el paro forzoso y la agitación social 49; y que el “faïsmo”
mayoritario provocó el levantamiento del Alto Llobregat (enero de 1933) y desencadenó
la agitación insurreccional en el enero siguiente. Sin embargo, el tema nacional estuvo
siempre presente en la movilización de los grupos obreristas del período, muy activos
dado el grado creciente de insatisfacción que se producía en un medio que seguía
pensando que la liberación social debía producirse en meses y culpaba a la democracia
burguesa de su retraso, a la irrupción del marxismo y a la tendencia natural a producir
escisiones y refundaciones.
25 Los grupos en un grado u otro marxistas fueron numerosos: en 1924 se había creado la
Federació Comunista Catalano-Balear (que en 1933 pasará a denominarse Federación
Comunista Ibérica); en 1928 Jordi Arquer y otros pocos crearan el Partit Comunista
Català; en 1930 y fruto de la unión de gente procedente del Partit Comunista Català
(independent), de la Federación Catalano-Balear y disidentes de la IIIª Internacional
fundaron el Bloc Obrer i Camperol (Arquer y Jaume Miravitlles) 50; en 1932, Jaume Comte
impulsará la escisión Estat Català-Front Separatista d’Extrema Esquerra (enero de
1932), poco después denominada Estat Català Proletari51. Todos ellos incorporar las tesis
leninistas relativas al reconocimiento del derecho a la autodeterminación y fueron
favorables al referéndum del Estatuto52. A su lado existirá el Partit Català Proletari
(partidario de incorporar Cataluña en una Unión Mundial de Repúblicas Socialistas) y el
Partit Obrer d’Unificació Marxista (POUM) de 1935, de corte leninista pero que no
integraba el tema nacional en sus prioridades sino que se preparaba para cuando los
acontecimientos acabasen con la política pequeño burguesa de ERC. Finalmente, en
julio de 1936, el PSUC no escondió su voluntad de remplazar la hegemonía de ERC y
captar a la masa nacionalista con sus propuestas socialdemócratas.

La nacionalización catalana de las masas


26 Llegados a la altura de la Gran Guerra (a la que el catalanista progresista, historiador y
agudo periodista Rovira i Virgili denominó “la guerra de las naciones”) 53, todo
nacionalismo de una sociedad mínimamente industrializada, como era el caso de la
catalana, tenía perfectamente claro que uno de sus objetivos principales consistía en la
nacionalización de su ciudadanía. El nacionalismo catalán se hallaba en esta tesitura
pese a no disponer de la estructura de un estado propio (por lo tanto se trataba de una
nacionalización alternativa a la general española), y a ello dedicó todos los esfuerzos de
aquel organismo supra provincial y de competencias exclusivamente administrativas
que se puso en marcha en 1914 con el nombre de Mancomunitat de Catalunya y que
pervivió hasta su definitiva disolución por Primo de Rivera en 1925.
27 Recogiendo iniciativas de diversa procedencia (organismos profesionales, escolares, de
excursionismo cultural, técnicos, científicos, etc.), sistematizando y ampliando lo
avanzado por los equipos de Prat de la Riba en la Diputación de Barcelona y agrupando
a los mejores especialistas sin reparar en su filiación política (se hablará de
intelectualidad burocrática), la Mancomunitat llevó a cabo una tarea ingente
(denominada de “Catalunya endins”, hacia dentro) que no guardaba relación con sus
capacidades legales ni con sus posibilidades y recursos. Destacaron la atención hacia las
infraestructuras y la integración territorial54, la obra cultural (de la alta cultura a la
popular), la promoción de la mujer y la obra educativa en todos sus grados
(sobresaliendo la puesta en marcha de una Universidad Industrial para la capacitación

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y promoción de la masa obrera)55. Especialmente tras la Guerra del 14 buena parte de


los dirigentes de este organismo, a pesar de provenir algunos de los sectores
conservadores de la Lliga Regionalista, tuvieron muy clara la necesidad de atender
como una prioridad a la “cuestión social”; hablaban asiduamente de “concordia de
clases”, de intervención pública en las relaciones entre capital y trabajo, de “socialismo
liberal” (crearon en 1922 un Institut Català de Previsió, Treball i Estalvi”, ahorro) e
intentaron contrarrestar el anticatalanismo de los sindicatos y de la Federación
Patronal. La actuación más significativa en el orden nacionalizador fue la puesta en
marcha de una Comisión de Educación General (1920-2) como organismo técnico
encargado de estructurar el Institut d’Educació Nacional ideado por Prat de la Riba para
atender a la formación física, moral y social del pueblo. Antes de la dictadura se
organizaron o proyectaron, entre otros, el servicio de “ensenyament domèstic i
agrícola ambulant”, ciclos de conferencias, campañas como la del “menjar i del bon
gust català”, de embellecimiento de los hostales de Cataluña, un “servicio de
subvenciones”para acciones de mejora y promoción de actividades lúdicas, una
campaña de protección de la imaginería popular, de educación física, de higiene
individual y “social”, de “profilaxis general”, de educación musical, de estética urbana,
de moral sexual, de educación moral, de catalanización de la enseñanza, de atención a
las “dolencias sociales” (alcoholismo, prostitución, juego, narcóticos, violencia, etc.),
con distribución masiva de folletos, fijación de carteles, etc. 56
28 La dictadura desbarató todos estos planes pero se mantuvieron los equipos, la
sensibilidad para con la tarea nacionalizadora y el funcionamiento de instituciones de
la sociedad civil orientadas explícitamente a estos fines 57. Entre estas instituciones
podemos destacar la Associació Protectora de l’Ensenyança Catalana, Nostra Parla y
Palestra Organització Nacional de la Joventut Catalana. Nostra Parla había sido creada
en 1916 para impulsar la unidad lingüística de todos los territorios de habla catalana y
desaparecería en 1923, a causa de la política represiva en materia lingüística de la
dictadura. De mayor trascendencia fue la APEC, creada en 1898 por impulso de la Unió
Catalanista, reflotada por la Mancomunitat bajo la presidencia de Manuel Folguera i
Duran: organizó cursos, campañas de difusión de la cultura catalana y animó una
Editorial Pedagògica (presidida por Pompeu Fabra) que entre 1917 y 1936 publicó una
cuarentena de libros; durante la República tendría unos 8000 socios.
29 El organismo más significativo del periodo republicano fue Palestra, creado en 1930 por
el patriota J. M. Batista i Roca y del que fue presidente hasta la Guerra Pompeu Fabra
(con una leve interrupción a raíz de los hechos de octubre de 1934) 58. El objetivo de
Palestra era la formación de la juventud entendida como los futuros ciudadanos y
realizarlo expresamente al margen de los partidos políticos, equidistante de la derecha
y la izquierda, sin ayudas oficiales y neutral en materia religiosa. Su fundador se había
inspirado en el movimiento Checo “Sókol” y como éste combinaba la formación
deportiva con la intelectual y la difusión de los valores sobre los que se asentaba la
identidad catalana en lo que denominan la “tarea ingente de recatalanización de la
sociedad” (crearan un Servei de Difusió Cultural”), luchando por contrarrestar el
anticatalanismo y poniendo fin a la etapa de las teorizaciones para pasar a la acción con
un acercamiento real al pueblo. Primaron la educación patriótica de la infancia y
afirmaran la intención de recuperar los ideales del “imperativo ético” y del
“tradicionalismo evolutivo” que habían inspirado a Prat de la Riba en su proyecto de
despertar en la masa “la conciencia de patria”. De hecho puede decirse que, en buena
medida, el proyecto de Palestra proviene de la Comisión de Educación General ya

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comentada. No obstante, los jóvenes de 1930 tienen plena consciencia de participar de


una nueva generación, con menos límites que la de principios de siglo, plenamente
consciente de que la tarea nacionalizadota era indisociable de la de la democratización
del país59.
30 La marcha de la República convenció a algunos comentaristas de que el republicanismo
catalán, diversamente de lo que sucedía en el resto de España, había conseguido
introducir cambios reales en la sociedad catalana, e impulsado una “revolución
política” que habría generado un “nuevo estado social” con el resultado de atraer
finalmente las masas hacia el catalanismo; aunque eran plenamente conscientes de que
la masificación conllevaba una mengua de la conciencia nacional y de la calidad de los
cuadros intermedios. Pero, como apuntó el periodista y novelista Doménech Guansé (y
en ello coincidían gente como Gabriel Alomar, Pere Coromines, Rovira i Virgili, etc.), la
izquierda nacional habría realizado por vez primera la conexión entre la esencia del
pueblo (la catalanidad) y la cultura entendida como el vehículo de expresión de esta
esencia (el catalanismo); la política del nacionalismo de izquierdas debía centrarse,
pues, en proporcionar a las masas la cultura de que no disponían (escuelas,
instituciones de enseñanza, bibliotecas, etc.) y estimular una creación cultural
inasequible hasta entonces para el pueblo, sin caer en “el perill de les democràcies”,
que era el de el de “diluir la cultura”60.
31 Palestra dedicó una atención especial a la historia y a las conmemoraciones, a la
geografía y a la economía. En 1933 promocionó la celebración del centenario de la
Renaixença y repartió 20.000 ejemplares de un folleto explicativo con estadísticas, un
compendio de artículos y unos trabajos dedicados a glosar la situación política de su
presente y a presentar un resumen de la evolución del catalanismo.
32 Que se había avanzado en la nacionalización catalana de la masa parece bastante claro:
la escuela catalana hacía su función y un activo sistema de colonias escolares, la
proliferación de ciclos y cursos nocturnos y dominicales, etc. sirvieron para ampliar el
abanico social de los nacionalizados; todo contando con el estímulo que significó la
euforia política que envolvió el cambio de régimen y su mantenimiento con la campaña
pro Estatuto y (ahora ya más en negativo) todo el proceso de su tramitación
parlamentaria y los agravios que se iban acumulando. Entre las élites políticas, esta
catalanización parece indiscutible y se dejaba entrever por debajo la lógica
confrontación de proyectos políticos distintos61. Los cambios en la toponimia urbana y
su tramitación, su correspondiente en la monumentalística62, el tono de los discursos
conmemorativos, la actualización de los libros de texto, las constantes referencias
histórico-patrióticas de los discursos políticos o la proliferación de trabajos de reflexión
retrospectiva en la prensa y en las cada vez más numerosas revistas de calidad
(Mirador, La Rambla, D’Ací D’Allà, etc.) confirman el alcance de esta nacionalización.
Por otra parte, puede constatarse una cierta coincidencia en una única y coincidente
memoria histórica nacional entre los políticos de derechas (Lliga Catalana) y de
izquierdas (ERC): la referencia a 1640 y 1714 (y la interpretación del 14 de abril como la
definitiva victoria sobre los Borbones), a la gloriosa Edad Media y su expansionismo
mediterráneo o a diversos aspectos de la Renaixença de 1833, se van convirtiendo en
recurrentes en todos los campos. En todo caso, la confrontación se centró en las
distintas lecturas que se daban a una identidad nacional que no se cuestionaba: así, la
interpretación conservadora, sensibilizada por el debate constituyente, cargaba las
tintas en la filiación tradicional y religiosa de la identidad, mientras que la de

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izquierdas ponía el acento en la vertiente progresista y laica, soportando estas visiones


las respectivas lecturas que se hacían de las personas-símbolo, de las instituciones
representativas y de las coyunturas históricas aleccionadoras 63.

Grandes dificultades durante la Guerra Civil


33 Desde fines de 1935 dirigentes de ERC que se habían librado de la cárcel (como Carles Pi
i Sunyer64) establecieron contactos en Cataluña y Madrid para reconstruir un Frente de
Izquierdas, al estilo del Ressamblement Populaire que se acababa de poner en marcha
en Francia para luchar contra el peligro fascista; incluso adoptaron su emblema de las
tres flechas apuntando hacia abajo y cubriendo las siglas SFIO, aquí convertidas en
cuatro flechas rojas hacia arriba que recuerdan las cuatro barras de la bandera
catalana. De esta movilización surgiría el Frente Popular y su triunfo en las elecciones
del 16 de febrero de 1936. En Cataluña, la victoria de las izquierdas y el viaje triunfal de
Companys y los otros dirigentes de regreso a Barcelona dio la sensación de que ERC se
recuperaba de la gran crisis abierta en 1933 y agudizó la confrontación entre derechas e
izquierdas65. Durante la campaña e inmediatamente después de la victoria se
reincorporaron a ERC grupos como Renovació Catalanista Republicana o el grupo de
“L’Opinió” y su PNRE y contribuyeron a subordinar en parte la hegemonía de Estat
Català y las corrientes separatistas66. Por unos meses, y pese a la tensión creciente,
pareció que ERC recuperaba aquella vitalidad social que había singularizado la vida
catalana durante los dos primeros años de la República 67.
34 Como es lógico, el inicio de la guerra y el desencadenamiento de la revolución social
crearon una situación excepcional que hicieron muy difícil la vida para las posturas
republicanas y demócratas (ni que decir tiene para las conservadoras), espacios donde
se asentaba con mayor fuerza el catalanismo68. La intelectualidad que había dado
sentido y profundidad al catalanismo se vería enseguida desbordada por la guerra y en
una situación a menudo muy comprometida a pesar de que entre ellos eran sólo una
ínfima minoría los simpatizantes con el bando sublevado. Los afines a la Lliga Catalana
o de significación católica debieron exiliarse o tratar de pasar desapercibidos, situación
que también alcanzó a intelectuales de la órbita de ERC, como Ventura Gassol. Otros, de
izquierdas, combatieron incluso con las armas (Pere Calders, Joan Sales, Avel·lí Artís-
Gener y otros) o se afiliaron a sindicatos y partidos marxistas (especialmente en el
recién creado PSUC) para trabajar con cierta protección.
35 La máxima labor de esta intelectualidad se desarrolló alrededor de la Conselleria de
Cultura de la Generalitat y sus programas de popularización cultural en catalán bajo la
batuta de Antoni M. Sbert o Carles Pi i Sunyer. La Conselleria creó premios literarios, de
periodismo, ensayo o teatro e incluso confiscó instituciones (Ateneo Barcelonés) y
obras culturales (como la Colección Bernat Metge) para salvarlas de la furia
revolucionaria. Se creó el Serveis de Cultura al Front i el Servei de Biblioteques al Front
(algunas con unidades móviles) donde se publicaron obras de divulgación de la realidad
y la cultura catalanas de una notable calidad, de parte de gente como el historiador
Ferran Soldevila o el geógrafo Pau Vila, así como antologías de poesía de gran calidad.
36 Destacó la creación del Comissariat de Propaganda (octubre de 1936) del que se encargó
el periodista Jaume Miravitlles y que desarrolló una actividad intensa con
publicaciones, exposiciones, campañas propagandísticas con carteles de una calidad
notable (por ejemplo, el cartel de Ricard Fábregas con la leyenda “Sempre!

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Catalans=Catalunya!”)69, cuadernos fotográficos (destacará la labor de Agustí Centelles),


con revistas y boletines, cine (la productora Laia Films 70) o la campaña de distribución
masiva de la estatuilla “El més petit de tots” representando a un chico con el puño en
alto sosteniendo la bandera catalana y que se convirtió en uno de los emblemas de la
Cataluña en guerra. También debemos destacar la creación por la Generalitat del
Consell de l’Escola Nova Unificada (CENU) que actuó desde fines de julio del mismo
1936. Con él se imponía un modelo de escuela pública y gratuita en catalán, no
confesional y en régimen de coeducación. Actuó con relativa normalidad hasta 1937, no
así en 1938, cuando entre otras cosas había una carestía real de papel, los bombardeos
sobre núcleos urbanos eran frecuentes y la llegada masiva de inmigrantes de las zonas
que iba ocupando el ejército sedicioso contribuyó a desintegrar la obra del CENU.
37 En el plano político, el catalanismo debió centrar sus esfuerzos en mantener la
existencia y la operatividad de la Generalitat, inicialmente frente al predominio
cenetista y revolucionario, pero especialmente tras los hechos de mayo de 1937 frente a
los embates anti autonómicos del estado central. Durante los primeros meses de la
guerra, las dificultades bélicas limitaron la capacidad de control del Estado central y
ello permitió que la Generalitat (en buena parta gracias a la gran decisión de personas
como Josep Tarradellas) ejerciera competencias no previstas en el Estatuto 71. El mismo
Azaña escribió que la Generalitat actuó “insurreccionada” contra el Gobierno de la
República, llegando a legislar y usurpar competencias centrales (servicio de aduanas,
Banco de España, policía de fronteras, Industrias de Guerra, etc.) utilizando de forma
“miserable” la coartada de actuar para impedir los abusos de la FAI 72
38 Se fue extendiendo la idea del egoísmo catalán, de que Cataluña se preocupaba tan solo
de sus asuntos y de defender su territorio, despreocupada por la suerte que pudiese
correr la República73. Indalecio Prieto y Juan Negrin opinaban abiertamente que
Catalunya no había participado en la guerra sino que la había aprovechado en provecho
propio. Ahora, en función de la defensa suprema de la República, se lanzaron fuertes
campañas de exaltación patriótica española y en contra de Cataluña: unas campañas
que “olvidaban” la movilización emprendida por la Generalitat de Catalunya en defensa
de Madrid (“Defensem Madrid”). Este discurso se recrudecería tras los hechos de mayo
de 1937 y, aún más, a partir del traslado del gobierno central de Valencia a Barcelona, el
mes de octubre. Tras la derrota, los mismos conflictos lastraron la política del
catalanismo (disputas entre ERC y el PSUC) e incluso la gestión del exilio en dura pugna
entre la Generalitat y el gobierno central.
39 Después de la caída de Teruel y de la derrota republicana en el Ebro, el Ejército de
Franco inició la conquista de Cataluña. El 5 de abril de 1938, ya en territorio catalán,
Franco firmaría el decreto de derogación del Estatuto de Cataluña “en mala hora
concedido por la República”, para restablecer “un régimen de derecho público que, de
acuerdo con el principio de unidad de la Patria, devuelva a aquellas provincias el honor
de ser gobernadas en pie de igualdad con sus hermanas del resto de España”.
40 Uno de los políticos, periodistas, historiadores y teóricos del catalanismo, el ya citado
Antoni Rovira i Virgili, tras la derrota y en el exilio afirmaba que para los catalanes
había llegado un “temps de meditació”. Recordaba que habían sido dos militares, dos
dictadores, quienes habían terminado por la fuerza con la Mancomunitat y la
Autonomía, y realizaba un breve repaso histórico de la persistencia del espíritu anti
catalán para concluir que “la solución del problema català dintre d’Espanya, és si no
imposible, almenys extremadament difícil”. Su conclusión estaba de acorde con el

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pesimismo de aquellos momentos: los catalanes –decía- debemos tener plena conciencia
de nuestros derechos, pero también de nuestra debilidad material y de nuestra
vulnerabilidad74.

NOTAS
1. Vid. Antoni Rovira i Virgili, Resum d’història del catalanisme, Barcelona, 1936 (1983), y Josep
Termes , (Nou) resum d’història del catalanisme, Barcelona, 2009, y Història del catalanisme fins el
1923,Barcelona, 2000
2. Vid Pierre Vilar, Catalunya dins l’Espanya moderna. Recerques sobre els fonaments econòmics de les
estructures nacionals, Vol.I: Introducció. El medi natural, Barcelona, 1964
3. J.Casassas (coord..), Els intel·lectuals i el poder a Catalunya (1808-1975), Barcelona, 1999
4. Vid. Isidre Molas, El sistema de partits polítics a Catalunya, Barcelona, 1972 y Idem, ed., Diccionari
dels partits polítics de Catalunya.Segle XX,, Barcelona, 2000
5. Vid. A.Rovira i Virgili, La nacionalització de Catalunya. Debats sobre’l catalanisme, Barcelona, 1914
6. Vid. J.M. Roig i Rosich, La dictadura de Primo de Rivera a Catalunya. Un assaig de repressió cultural,
Barcelona, 1992
7. Termes, Immigració i qüestió nacional, dentro de Les arrels populars del catalanisme, Barcelona,
1999, ps.113-129
8. J.A. González Casanova, Federalisme i autonomia a Catalunya (1868-1938), Barcelona, 1975
9. Vid M. Baras, Acció Catalana (1922-1936), Barcelona, 1984
10. Vid. Jesús Rodés, Socialdemocràcia catalana i questio nacional (1910-1934), “Recerques”, 7 (1978) y
J.Lluís Martín Ramos, La Unió Socialista de Catalunya (1923-1936), “Recerques”,4 (1973)
11. Vid. Albert Balcells, El sindicalisme a Barcelona (1916-1923), Barcelona, 1965
12. Vid. Xosé Estévez, De la triple Alianza al pacto de san Sebastián (1923-1930), San Sebastián, 1991 y
idem, Galeuzca: la rebelión de la periferia (1923-1998), Madrid, 2009
13. Casassas, Jordi coord.., 1899-1988. Tarradellas o la reivindicació de la memoria, Lleida, 2003
14. Vid Joan B. Culla, El catalanisme d’esquerra (1928-1936, Barcelona, 1977
15. Vid A.Balcells, Cataluña ante España. Los diálogos entre intelectuales catalanes y castellanos
(1888-1984), Lleida, 2011
16. Vid. I.Molas, Lliga Catalana. Un estudi d’estasiologia, Barcelona, 1972
17. Vid. Manuel Carrasco i Formiguera, El pacte de Sant Sebastià, Barcelona, 1931 (su visión será
criticada y desautorizada por Azaña y Maura)
18. Vid. M. Dolors Ivern, Esquerra Republicana de Catalunya (1931-1936), Barcelona, 1989
19. Vid. Enric Jardí, Francesc Macià, Barcelona, 1991
20. Vid. J.M. Poblet, Història de l’Esquerra Republicana de Catalunya (1931-1936), Barcelona,1975
21. Vid. Jaume Aiguader, Catalunya i la Revolució, Barcelona, 1931 i Ferran Soldevila Història de la
proclamació de la República a Caralunya (ed. A cargo de Pere Gabriel) , Barcelona, 1977
22. Vid Joan Estelrich, Catalanismo y reforma hispánica (prólogo de A. Ossorio y Gallardo),
Barcelona, 1932
23. Una visión general española en Justo G. Beramendi / R. Maiz, edts., Los nacionalismos en la
España de la IIª República, Madrid, 1991
24. La teorización, con final en el predominio nacional del proletariado en Joaquim Maurín, La
revolución española: de la monarquía a la revolución social, Madrid, 1930 (1977)

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147

25. Vid. Rovira i Virgili, Catalunya i la República, Barcelona, 1931 (reedición de 1977)
26. Arnau González, La irrupció de la dona en el catalanisme, 1931-1936, Barcelona, 2006
27. Vid. A. Rovira i Virgili, La Constitució interior de Catalunya, Barcelona, 1932 (facsímil de 2005)
28. Vid. I.Molas (1972)
29. Vid. Hilari Raguer, La Unió Democrática de Catalunya i el seu temps (1931-1939), Barcelona, 1976
30. Vid., por ejemplo, A. Royo Villanova, Treinata años de política antiespañola, Valladolid, 1940
31. Rovira i Virgili, La igualtat de les regions, “La Publicitat”, Barcelona (18/09/1931)
32. Rovira i Virgili, De Núñez de Arce a Unamuno, “La Publicitat” (1/10/1931)
33. Uno de los principales negociadores del catalanismo, junto con Jaume Carner, frente al
gobierno central será Amadeu Hurtado, del que recomendamos la utilización de la nueva edición
de sus memorias, Quaranta anys d’advocat. Història del meu temps (1894-1936), Barcelona, reedición
de 2011
34. Vid. Oriol Malló, Tarradellas. Un segle de catalanisme, Barcelona, 2003
35. Vid. Mercedes Vilanova, Atles electoral de Catalunya durant la Segona República, Barcelona,1986
36. Vid. Ismael Pitarch, L’estructura del Parlament de Catalunya i les seves funcions polítiques
(1932-1939), Barcelona, 1977
37. Vid. Teresa Abelló / J. M. Solé Sabaté (coord), Lluís Companys, president de Catalunya: biografia
humana i política, 2 vols., Barcelona,2007
38. Vid. Claudi Ametlla, Memòries polítiques, vol. II, Barcelona, 1979
39. Vid Balcells,Ideari de Rafael Campalans, Barcelona, 1973; y J. Rodés, Moviment obrer i catalanisme
durant la Segona República. Una aproximació estasiològica: la USC, UAB. tesi doct.)
40. Seguí consideraba que quien pondría más trabas a una hipotética independencia de Cataluña
sería la derecha de la Lliga; vid. I. Molas comp.,Salvador Seguí. Escrits, Barcelona, 1975
41. Una teorización de estas tensiones con su marco internacional en Andreu Nin, Els moviments
d’emancipació nacional. L’aspecte teòric i la solución pràctica de la qüestió, París, 1970 y La cuestión
nacional en el estado español, Barcelona,1979: con duras críticas a la filiación nacional de la
socialdemocracia y su contribución al paroxismo ultranacionalista a partir de 1914
42. Vid. J. Rodés, comp, Catalanisme i socialismo. El debat de 1923 , Biblioteca dels Clàssics del
Nacionalisme Català, 10, Barcelona, 1985
43. Vid. Balcells, Marxismo y catalanismo (1930-1936),Barcelona, 1977
44. Vid. Manuel Gerpe, El estado integral y el Estatuto de Autonomía de Cataluña , Barcelona, 1974
45. Vid. Rafael Campalans , Hacia la España de todos. Palabras castellanas de un diputado por Cataluña
(prólogo de Gabriel Alomar), Barcelona, 1932
46. Vid. J.Lluís Martín Ramos, Els orígens del Partit Socialista Unificat de Catalunya (1930-1936),
Barcelona, 1977
47. Vid. Eulalia Vega, El trentisme a Catalunya. Divergències ideològiques en la CNT (1930-1933),
Barcelona, 1980
48. Vid. Artal/Guasch/Massana/Roca, El pensament econòmic català durant la República i la Guerra
(1931-1939), Barcelona, 1977
49. Vid. Balcells, Crisis económica y agitación social (1930-1936), Barcelona, 1971
50. Vid. Francesc Bonamusa, El Bloc Obrer i Camperol (1930-1932), Barcelona, 1974
51. Vid. Imma Tubella, Jaume Comte i el Partit Català Proletari, Barcelona, 1979
52. Vid. Rioger Arnau (Josep Benet), Marxisme català i qüestió nacional catala (1930-1936), Barcelona,
1974
53. Vid. Morley, captain (seudónimo de Rovira i Virgili), La guerra de les nacions: història
documentada, 5 vols., Barcelona, 1914-1925 (especialmente vol. 5)
54. Vid. Francesc Roca, Política económica i territorio a Catalunya (1901-1939), Barcelona, 1979
55. Resulta de especial interés Enric Ucelay Da Cal, La Catalunya populista: imatge, cultura i política
en l’etapa republicana (1931-1939), Barcelona, 1982
56. Vid. Jordi Casassas, Jaume Bofill i Mates: l’adscripció social i l’evolució política, Barcelona, 1980

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148

57. Citemos el caso de C. Pi i Sunyer y su intento de democratización cultural siguiendo las pautas
del noucentista, en L’aptitud econòmica de Catalunya, 2 vols. (1927 y 1929), reedición , Barcelona,
1983
58. Vid. Lluís Duran, Intel·ligència i carácter. Palestra i la formació dels joves (1928-1939), Catarroja,
2007
59. Vid. Félix Cucurull, Catalunya, republicana i autónoma (1931-1936), Barcelona, 1984
60. Doménech Guansé, Política i cultura.L’entrada de la massa en el catalanisme, “La Rambla”, 228
(30/04/1934), citado por E.U. Da Cal (1982) ps. 17-8
61. Vid. Pere Bosch Gimpera, Memòries, Barcelona, 1980
62. Vid. Oriol Bohigas, Arquitectura i urbanisme durant la Segona República, Barcelona, 1970
63. Vid. Sánchez Costa, Fndo., Memòria pública i debat polític a Barcelona (1931-1936). L’ERC i la Lliga
Catalana davant el passat i el futur de Catalunya (tesis doctoral), “Cahiers de civilisation espagnole
contemporaine”, 8 (2012)
64. Vid. Carles Pi i Sunyer, La República y la Guerra. Memorias de un político catalán, México, 1975
65. Vid. Pere Coromines, La República i la Guerra Civil, diaris i records, Vol. III, Barcelona, 1975
66. Vid. M. Cruells, El separatisme català durant la Guerra Civil, Barcelona, 1978
67. Vid. Ramon Alquezar coord.. Esquerra Republicana de Catalunya.70 anys d’història (1931-2001),
Barcelona, 2001
68. Vid. Francesc Cambó Memòries (1876-1936), Barcelona, 1981
69. J.Termes/Jaume Miravitlles/Carles Fontserè,Carteles de la República y la Guerra Civil, Barcelona,
1978
70. Vid. J.M. Caparrós, El cine republicano español (1931-1939), Baarcelona, 1977
71. Vid. AA.VV., L’obra de govern de Josep Tarradellas (1936-1977), Lleida, 2008
72. Vid. Azaña, La velada de Benicarló, Madrid, 1974
73. El fundamento cultural de este desencuentro de largo recorrido en Horts Hina, Castilla y
Cataluña en el debate cultural, Barcelona, 1986
74. Rovira i Virgili, Catalunya i Espanya, “Catalunya”, Buenos Aires, 1939

RESÚMENES
Tras un intenso proceso de puesta al día motivado por el impacto de la Gran Guerra, y de
radicalización como rechazo de la Dictadura de Primo de Rivera, el catalanismo iba a plantear a
partir de abril de 1931 la necesidad de solucionar definitivamente el problema de la estructura
territorial del Estado español. Luego, la creciente tensión del período republicano le afectaría de
lleno, sin que ello fuese inconveniente para intentar desarrollar funciones de Estado durante la
Guerra Civil, hasta las reacciones gubernamentales tras los hechos de mayo de 1937. La entrada
de las tropas franquistas en Cataluña significaría la derogación del Estatuto y la persecución
sistemática del catalanismo.

Après un intense processus de mise à jour motivé par l’impact de la Grande Guerre, et de
radicalisation comme refus de la Dictature de Primo de Rivera, le catalanisme fut confronté, à
partir du mois d’avril 1931, à la nécessité de résoudre définitivement la question de la structure
territoriale de l’Etat espagnol. Ensuite, il sera affecté de plein fouet par la croissante tension de la
période républicaine, sans que cela l’empêche d’essayer de développer des fonctions étatiques au
cours de la Guerre civile, jusqu’aux réactions gouvernementales consécutives aux événements de

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mai 1937. L’entrée des troupes franquistes en Catalogne signifierait l’abolition du Statut de la
Catalogne et la persécution systématique du catalanisme.

After an intense process of update motivated by the impact of the Great War, and the toughening
as refusal of the Dictatorship of Primo de Rivera, the catalanisme was confronted, from April
1931, in the necessity of solving definitively the question of the territorial structure of the
Spanish State. Then, it will be quite hard allocated by increasing tension of republican period,
without it prevents it to try to develop state functions during the Civil war, until the
governmental reactions consecutive to the events of May, 1937. The entry of the pro-Franco
troops to Catalonia would mean the abolition of the Status of Catalonia and the systematic
persecution of the catalanisme.

ÍNDICE
Mots-clés: catalanisme, Seconde République, guerre civile espagnole (1936-1939)
Keywords: catalanism, Second Republic, Spanish Civil War (1936-1939)

AUTOR
JORDI CASASSAS YMBERT
Universitat de Barcelona

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El sistema de partidos en Vasconia


(1931-1936): caracterización,
peculiaridades y líneas de ruptura
Le système de partis au Pays Basque (1931-1936): caractérisation, particularités
et clivages
The party system in the Basque Country (1931-1936): characterization,
peculiarities and cleavages

José Luis de la Granja Sainz

NOTA DEL EDITOR


Este artículo forma parte de un proyecto de investigación subvencionado por la
Secretaría de Estado de Investigación, Desarrollo e Innovación (HAR2011-24387), en el
marco de un Grupo de Investigación de la Universidad del País Vasco (GIU 11/21).

1 El sistema de partidos es la parte del sistema político referida a las relaciones de los
partidos entre sí y sus vinculaciones con otros sectores del sistema político, como el
régimen electoral, el régimen parlamentario, la forma de Estado o de Gobierno, etc.
Analizar el sistema de partidos es más que examinar cada una de las fuerzas políticas en
liza de forma aislada. El profesor Manuel García Pelayo dedicó un libro a estudiar El
Estado de partidos (1986), cuyo nacimiento situó en la Constitución alemana de Weimar
en 1919. Cabe afirmar que la II República fue un Estado de partidos o una democracia de
partidos, por vez primera en España, porque desempeñaron un papel fundamental y
contribuyeron a la inestabilidad gubernamental y a la crisis política del régimen
republicano.
2 El sistema de partidos en la España de los años treinta se caracterizó por su novedad
con respecto a la Monarquía de la Restauración, su gran fragmentación por la
proliferación de grupos políticos y su multidimensionalidad por la confluencia de varias
líneas de fractura en la sociedad española de la época. Una de ellas, la cuestión

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nacional, fue tan importante en Cataluña que dio lugar a un sistema catalán de
partidos, bien diferenciado del español, debido a la preponderancia de la Esquerra
Republicana entre las izquierdas y de la Lliga Catalana entre las derechas, con
tendencia al bipartidismo.
3 En menor medida que en el caso catalán, existió también un sistema propio de partidos
en Vasconia, entendiendo por ésta la suma de Euskadi y Navarra. Si bien sus rasgos
característicos coincidieron con el español al ser ambos pluralistas polarizados, el
sistema vasco difirió claramente en su composición y en su evolución a lo largo de la II
República. A continuación analizamos las analogías y las diferencias entre ambos
sistemas.

Caracterización del sistema vasco de partidos: el


pluralismo polarizado
4 Según el sociólogo Juan José Linz, «la polarización en un sistema de partidos es el
resultado de la distancia ideológica entre los partidos extremos relevantes. Distancia
ideológica en la concepción de la sociedad y del sistema político y, en el caso de los
partidos nacionalistas, de la identidad nacional». Es fácil probar la polarización del
sistema vasco de partidos, cuyos extremos están representados por la Comunión
Tradicionalista (CT) y Renovación Española, en la derecha, y por los partidos obreros
(PSOE y PCE), en la izquierda. La distancia que separa sus concepciones sociales,
religiosas y políticas es inmensa, como se constata en su prensa y su propaganda
electoral. Pero en Vasconia la polarización afecta no solo a esa dimensión derecha/
izquierda, sino también a la dimensión españolismo/abertzalismo, dada la existencia de
la cuestión nacional y la presencia de partidos nacionalistas. En este terreno, la
distancia ideológica mayor se da entre los nacionalistas vascos, que abogan por la
autonomía e incluso la independencia de Euskadi, y las derechas españolistas, que
sacralizan la unidad de España y rechazan la vía autonómica de la Constitución de 1931,
oponiéndose al Estatuto vasco. La gran separación existente entre los extremos en esta
doble dimensión del sistema vasco de partidos muestra su carácter polarizado, que se
confirma aplicando los rasgos del pluralismo extremo señalados por el politólogo
Giovanni Sartori en su obra clásica Partidos y sistemas de partidos (1980).

Partidos antisistema relevantes

5 En el caso vasco solo hubo en uno de los polos del espectro político, pues el anarquismo
y el comunismo no tuvieron una fuerza significativa. La ventaja que esto suponía con
relación al caso español, en el que existieron en ambos extremos, quedó contrapesada
por el hecho de que el principal partido antisistema tuvo una implantación mucho
mayor en Vasconia que en el resto de España: se trataba del carlismo, la segunda fuerza
política en el territorio vasco-navarro, que constituyó el mayor enemigo civil de la
República. En cambio, los otros partidos antisistema de las derechas españolas tuvieron
muy escasa implantación en Vasconia, donde solo se presentó a las elecciones
Renovación Española, el partido de José Calvo Sotelo, logrando un único diputado
(Ramiro de Maeztu, por Guipúzcoa, en 1933) gracias a su coalición con el carlismo.

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Oposiciones bilaterales incompatibles y excluyentes

6 El centro del espectro político vasco estuvo representado y casi monopolizado, dada la
insignificancia del Partido Radical de Alejandro Lerroux, por el PNV después de que
rompió su alianza con el carlismo en 1932. En los comicios de 1933 y 1936, el PNV fue
atacado tanto por el Bloque de derechas, que le disputaba el electorado católico, como
por las izquierdas, que asumieron el Estatuto de autonomía, encontrándose entre dos
fuegos, en especial en 1936. A diferencia de lo que había sucedido en Vizcaya a finales
de la Restauración (la entente entre el socialista Indalecio Prieto y los monárquicos
contra el nacionalismo vasco), durante la República la exacerbación de la lucha política
impedía una alianza entre las derechas y las izquierdas contra el PNV para desbancarle
como primera fuerza electoral. Ambas se hallaban mucho más cerca del PNV que entre
sí, siendo imposible que pactasen los mayores enemigos de la República (los carlistas y
los monárquicos) con los principales valedores de ella (los republicanos y los
socialistas), aunque aquéllos y éstos rechazasen al nacionalismo vasco. En cambio, sí fue
factible que el PNV se aliase primero con las derechas en defensa de la religión católica
(la coalición pro Estatuto de Estella en 1931) y después con las izquierdas para
conseguir la autonomía vasca (su pacto con el Frente Popular en 1936).

Ocupación del centro por un partido que es centrista no por su


ideología sino por su posición con respecto a los extremos

7 En contra de la opinión del constitucionalista Maurice Duverger de que «el centro no


existe en política», Sartori sostiene que «cuando no hay un partido de centro es
probable que haya una tendencia de centro». Precisamente, esto es lo que sucedió en la
Vasconia de los años treinta. El PNV no era un partido centrista: la supervivencia de su
ideología aranista (de su fundador: Sabino Arana), de carácter clerical y conservador, le
ubicó en el campo derechista al instaurarse la II República, como corroboraron su
alianza con el carlismo en las elecciones generales de 1931 y la actuación de sus
diputados en las Cortes Constituyentes durante el primer bienio republicano. Sin
embargo, su situación política cambió a partir de 1933. En los comicios celebrados ese
año, el PNV se presentó en solitario, compitiendo tanto con los carlistas y monárquicos
como con los republicanos y socialistas. Desde entonces, aun manteniéndose
ideológicamente en la derecha, ocupó el espacio político de centro: así lo confirman su
neutralidad ante la revolución de octubre de 1934 y su aislamiento en las elecciones de
1936, en las que recibió duros ataques del Frente Popular y, sobre todo, del Bloque
contrarrevolucionario, en el que se encontraban sus antiguos aliados.

Distancia ideológica máxima

8 El predominio de las tendencias centrífugas sobre las centrípetas en la competencia


política aumenta la distancia ideológica entre los extremos, que es muy grande en este
tipo de sistema. Si se comparan las campañas electorales de 1931 y 1936, se observa
como la separación derechas/izquierdas es menor entre las coaliciones de 1931 que
entre los bloques de 1936. Ello obedece no a la integración del PCE en el Frente Popular,
que lidera Prieto, sino a la radicalización de las derechas, hegemonizadas por el
carlismo insurreccional, que preconiza abiertamente la ruptura violenta del conflicto
político mediante la sustitución de las urnas por las armas: «El que tenga un fusil que lo

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guarde (…) el voto es el arma de hoy, pero no lo será el de mañana si los enemigos de
Dios y de España se lanzan a la calle como en octubre de 1934», proclama El
Pensamiento Navarro, órgano oficial de la CT, el mismo día de los comicios.

Debilitamiento del centro

9 En la Vasconia de 1936, el centro político no desapareció, como sucedió en el resto de


España por la debacle del Partido Radical, sino que subsistió debido a la fortaleza del
PNV, pero retrocedió de forma notable al perder 30.000 votantes y tres diputados,
bajando de doce a nueve en las Cortes. Es obvio que la bipolarización de la lucha política
en la España de 1936 perjudicó a los partidos de centro, incluido el PNV; pero también
lo es que continuó siendo la primera fuerza parlamentaria en el mapa político vasco.

Intensa ideologización del sistema

10 Se manifiesta en que los partidos divergen en cuestiones fundamentales: así, la mayoría


de las derechas no aceptaba el régimen republicano ni su Constitución, mientras que
muchos nacionalistas cuestionaban la unidad del Estado español y propugnaban la
creación de un Estado vasco. También se refleja en que los programas de los partidos se
basaban más en argumentos ideológicos que pragmáticos, según se constata en las
campañas electorales, en las cuales el tema religioso incidió mucho más que los
problemas socioeconómicos a pesar de la gravedad de la crisis industrial y del paro
obrero en la Euskadi de los años treinta. Esta gran intensidad ideológica culminó en las
elecciones de 1936, planteadas por izquierdas y derechas como una lucha a vida o
muerte, en la que estaba en juego mucho más que la composición del Parlamento y del
Gobierno: así, para el diario bilbaíno de Prieto «el 16 de febrero se ventila el porvenir de
España. O hundimos a los enemigos de toda libertad o nos hunden ellos» (El Liberal, 8-
I-1936), mientras que para el citado órgano carlista «estas elecciones no son unas
elecciones políticas como tantas otras, sino un caso de decidirse por la revolución o la
contrarrevolución, por España o la antipatria, por Roma o Moscú» (El Pensamiento
Navarro, 16-II-1936). Esto permite concluir que el sistema de partidos en la República es
un ejemplo de sistema ideológico y no pragmático, en la tipología de los politólogos La
Palombara y Weiner.
11 El pluralismo vasco de los años treinta se concreta en un multipartidismo, que se
atenúa en los comicios, a los que concurren diez o doce partidos, en su mayoría
coaligados. De hecho, el PNV es el único que tiene éxito yendo en solitario en 1933 y
1936, fracasando todos los demás partidos que se presentaron aislados. La escasez
relativa de grandes partidos de masas y la formación de bloques electorales son dos
factores que mitigan los efectos atomizadores propios de este tipo de sistemas. El
pluralismo hace referencia al número de partidos relevantes que integran el sistema. La
relevancia viene determinada no solo por el tamaño de los partidos, sino también por
su capacidad de coalición o de chantaje, aunque sean pequeños. En la mayoría de los
casos de pluralismo polarizado analizados por Sartori existen cinco o seis partidos
importantes en esa doble acepción. Así sucede en el caso vasco al contar con cinco
grandes partidos a finales de la República: la Comunión Tradicionalista y la CEDA en la
derecha, el PNV en el centro, Izquierda Republicana (IR) y el PSOE en la izquierda. Tres
de ellos son partidos electorales de masas pues sobrepasan claramente el diez por

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ciento de los votos en los tres comicios generales y encabezan las tres opciones
principales del electorado vasco: la CT, el PNV y el PSOE. Los otros dos, la CEDA e IR,
menos implantados y fundados en 1934 en Euskadi, superan por poco ese umbral del
diez por ciento en 1936, yendo en coalición con el carlismo y el socialismo,
respectivamente.
12 Los demás partidos tenían escaso arraigo en Vasconia y apenas posibilidades
electorales, salvo si se aliaban con alguno de los anteriores. Como esto ocurrió con
frecuencia en el quinquenio republicano, por su capacidad de coalición hay que tener
en cuenta también a Renovación Española, Acción Nacionalista Vasca (ANV), varios
partidos republicanos y en 1936 el PCE, constituido como Partido Comunista de Euskadi
desde el año anterior. De todos ellos tuvo importancia el Partido Radical por controlar
las Diputaciones vascas en el segundo bienio republicano, al estar regentadas por las
Comisiones Gestoras designadas por los Gobiernos de Lerroux y de Samper. Entre los
partidos que nunca concurrieron a las urnas en Vasconia, cabe mencionar a la Falange
de José Antonio Primo de Rivera y a la Derecha Liberal Republicana de Niceto Alcalá-
Zamora y Miguel Maura. El anarquismo no tuvo apenas incidencia, en cuanto al
fenómeno del abstencionismo electoral, por la escasa implantación de la CNT.
13 La tendencia a formar coaliciones, propiciada por la legislación electoral republicana,
fue muy fuerte en Vasconia, donde el único gran partido que se sustrajo a ellas desde
1933 fue el PNV. Solía haber dos grandes bloques. El de derechas, presente en los tres
comicios, lo integraban el carlismo, el monarquismo alfonsino y el catolicismo político,
a los que sumó el PNV en 1931. Por su parte, el bloque de izquierdas era heredero de la
Conjunción republicano-socialista, procedente de la Restauración y liderada por Prieto,
quien hizo de la alianza entre socialistas y republicanos el eje de su acción política,
hasta el punto de mantenerla en su feudo de Vizcaya incluso en las legislativas de 1933,
incorporando a Manuel Azaña y Marcelino Domingo a su lista por Bilbao. A esas dos
fuerzas principales de las izquierdas vascas se sumaron, en el Frente Popular, ANV y el
PCE, cuyas candidaturas aisladas en 1931 y 1933 habían sido testimoniales.
14 Este pluralismo político reflejaba el pluralismo social y cultural del pueblo vasco en los
años treinta, que vino a culminar el ciclo histórico iniciado en 1876 y clausurado en la
Guerra Civil. Como se trataba de una sociedad segmentada por factores religiosos,
étnicos y lingüísticos, cabe denominar pluralismo segmentado al que existió en la
Vasconia de la República, cuya multidimensionalidad política era consecuencia de su
heterogeneidad cultural, de la virulencia alcanzada por la cuestión religiosa y de una
estructura socioeconómica muy desigual. Por todo ello, había diferencias sustanciales
en el comportamiento electoral entre las capitales y sus provincias, entre el mundo
rural y el urbano e industrial, entre las provincias costeras y las del interior, que
permiten distinguir tres zonas muy diversas, a saber: 1ª La mayor parte de Álava y de
Navarra se caracterizaban por su predominio agrario, la ausencia de industrialización,
la escasez de población vascoparlante, el enraizamiento de la Iglesia y la primacía
política del carlismo y la derecha católica, siendo minoritarios el nacionalismo y el
movimiento obrero. 2ª Buena parte de Guipúzcoa y de Vizcaya, de carácter pesquero,
agrícola o semi-industrial, conservaba la lengua y la cultura autóctonas, mantenía muy
arraigada la religión católica y se inclinaba cada vez más por el PNV, aunque las
derechas seguían teniendo bastante fuerza, permaneciendo impermeable a la
penetración de las izquierdas. 3ª Las capitales y las aglomeraciones urbanas e
industriales de Vizcaya y de Guipúzcoa concentraban a la población inmigrante y

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contaban con una población vasca escasamente euskaldun (con excepciones en


Guipúzcoa: caso de Éibar); de tradición liberal, se decantaban mayoritariamente por el
republicanismo y el socialismo, si bien con creciente influencia del nacionalismo, sobre
todo en Bilbao y San Sebastián, al mismo tiempo que disminuía rápidamente la
implantación de los monárquicos y carlistas.
15 Por tanto, no había ninguna fuerza política ni tendencia ideológica hegemónica en el
conjunto de Vasconia durante la II República. En efecto, aun con su enorme auge en el
primer bienio, el PNV no representaba más que un tercio del electorado vasco-navarro,
quedando los dos tercios restantes bajo el control de las derechas y las izquierdas no
nacionalistas. En cambio, sí existían partidos predominantes en varios territorios: así,
la CT en buena parte de Navarra y de Álava, el PNV en la Vizcaya rural y pesquera, y el
PSOE en la zona industrial de la ría de Bilbao y en la cuenca minera vizcaína.
16 Ahora bien, el pluralismo se notaba mucho más en Euskadi que en Navarra, que
abandonó el proceso autonómico vasco en 1932. El equilibrio entre las principales
fuerzas y la lucha política triangular eran manifiestos en Euskadi, según reflejaron los
resultados electorales, que en 1936 dieron lugar a un triángulo casi equilátero entre el
Bloque de derechas, el PNV y el Frente Popular, sobre todo en Guipúzcoa. Las otras tres
circunscripciones vascas tuvieron claros vencedores, pero distintos: la CT ganó en
Álava, el PNV en Vizcaya-provincia y la coalición de izquierdas en Vizcaya-capital. Por
el contrario, la vida política navarra se caracterizó por la neta superioridad de la
derecha carlista y católica: su hegemonía se corroboró en los comicios de 1933 y 1936,
en los que copó los siete escaños de la provincia en las Cortes al lograr el setenta por
ciento de los votos, mientras que las fuerzas republicanas y obreras sumaban el veinte y
el PNV no llegaba al diez por ciento.
17 Un partido hegemónico es aquel que controla de tal manera un territorio que no hay
posibilidad de alternancia política por otros grupos. Tal situación se dio en la Navarra
de la República con el Bloque contrarrevolucionario, en cuyo seno prevalecía el
carlismo. Su hegemonía solo era cuestionada en la Ribera del Ebro, donde existía un
problema agrario con latifundios y jornaleros sin tierras, en su mayoría afiliados a la
UGT. El mantenimiento de las estructuras de la sociedad tradicional en casi toda la
provincia hizo posible la persistencia del dominio político de un movimiento
preindustrial y antiliberal como el carlismo, aliado a la derecha navarrista, celosa de
conservar intacto el estatus foral de la ley mal llamada paccionada de 1841 y enemiga
de la inclusión de Navarra en el Estatuto de autonomía del País Vasco. En suma, durante
la República hay que tener en cuenta la particularidad de Navarra, que contaba con un
sistema de partidos diferente al de Euskadi, porque, aunque existiesen las mismas
fuerzas políticas, su implantación era muy dispar, como prueban estas cifras: el PNV y
las izquierdas sumaban del setenta al setenta y cinco por ciento del electorado vasco,
mientras que no superaban el treinta por ciento del navarro. Esta provincia constituía
el talón de Aquiles del nacionalismo vasco, hasta el punto de que su principal dirigente
navarro, Manuel Irujo, llegó a denominarla el «Ulster vasco», refiriéndose sobre todo a
las merindades de Tafalla y Tudela en el sur del Viejo Reino.

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Principales peculiaridades en comparación con el


sistema español de partidos
18 La caracterización general no permite hablar de la existencia de un sistema vasco de
partidos diferenciado del español, puesto que ambos son ejemplos de pluralismo
extremo. Las divergencias entre ellos afectan a su composición y a su evolución a lo
largo del quinquenio republicano.

Peculiaridades en la composición del sistema vasco de partidos

19 Las mayores se refieren a los dos principales partidos, el PNV y la CT, porque el primero
no existe y el segundo es marginal en el resto de España. El PNV no es homologable a
ninguno de los grandes partidos españoles de la época, ni se alía con ninguno de ellos
antes de la Guerra Civil. No cabe equiparar al PNV con la CEDA, aun siendo ambos
católicos. A lo largo de su historia, la esencia del PNV no ha sido su componente
religioso, sino su nacionalismo de raíz aranista, esto es, antiespañolista: esta seña de
identidad chocaba frontalmente con el nacionalismo español encarnado por el partido
de José María Gil Robles. Por eso, en cuanto su minoría parlamentaria se pronunció en
contra del Estatuto vasco en las Cortes en la primavera de 1934, el PNV se desmarcó de
la CEDA y se enfrentó a ella en la rebelión de los Ayuntamientos vascos en defensa del
Concierto económico en el verano de ese año. Y ante las elecciones de 1936, el PNV
rechazó aliarse con la CEDA, a pesar de las presiones del Vaticano con motivo de la
visita de sus máximos dirigentes a la Santa Sede. En la República el PNV solo se coaligó,
en 1931, con el carlismo, que seguía enraizado en Vasconia.
20 El PNV mantuvo mejores relaciones con los nacionalistas gallegos y catalanes que con
las derechas y las izquierdas españolas. Con los galleguistas y los catalanistas llegó a
constituir un organismo común, denominado Galeuzca y surgido del Pacto de
Compostela de 1933: se trató de una efímera y fallida alianza de los tres nacionalismos
periféricos. En el primer bienio republicano la Lliga de Francesc Cambó fue el
interlocutor principal del PNV en Cataluña, mientras que lo fue la Esquerra de Lluís
Companys en el segundo bienio; pero ninguno de los dos eran homologables al PNV: la
Esquerra, por su laicismo, republicanismo e izquierdismo; la Lliga, por su mayor
conservadurismo y vinculación a la burguesía, como quedó patente en 1934, cuando los
diputados del PNV se retiraron de las Cortes en solidaridad con la Esquerra en el
conflicto por la ley de contratos de cultivos, que enfrentaba a los dos grandes partidos
catalanes. Sin duda, el grupo más semejante ideológicamente al PNV, por aunar
nacionalismo y catolicismo, fue la Unió Democràtica de Catalunya, cuyo líder, Manuel
Carrasco Formiguera, era admirador del PNV; pero su debilidad política contrastaba
con la fortaleza del partido de Aguirre e Irujo.
21 El mayor hecho diferencial del sistema vasco de partidos era la existencia de un potente
movimiento nacionalista, integrado por dos organizaciones de fuerza muy desigual: el
PNV y ANV. Ésta, nacida en 1930 como escisión del PNV por la izquierda, fue un
pequeño partido extraparlamentario, que fracasó en las elecciones constituyentes de
1931, por lo que no le quedó más remedio que subordinarse a las izquierdas
republicano-socialistas, con las que pactó en 1931 y 1936, o al PNV, al que se aproximó
en 1933, siempre con el objetivo de conseguir el Estatuto de autonomía.

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22 Durante la República el PNV llegó a ser la primera fuerza política y el mayor


movimiento de masas en Euskadi, contando con una base social interclasista. Gracias a
su gran crecimiento orgánico de 1931-1933 (correlativo al de su sindicato afín:
Solidaridad de Trabajadores Vascos), triunfó claramente en los comicios de 1933, con
doce diputados (el mayor número en toda su historia), y, pese a retroceder en 1936,
continuó siendo el partido con mayor representación parlamentaria del País Vasco, con
nueve escaños. El PNV fue no solo el primer partido de Euskadi, sino que se convirtió en
el eje central del sistema vasco de partidos al desplazarse políticamente desde la
derecha, donde se ubicaba en 1931, hasta el centro a partir de las elecciones de 1933,
espacio que ocupó por completo en 1936. Esta evolución fue la causa del mayor cambio
de la contienda política en Euskadi, que pasó de una situación bipolar en 1931 a
triangular en 1936. Al mismo tiempo, supuso una diferencia significativa con respecto
al caso español: en éste el centro, representado sobre todo por el lerrouxismo, se
debilitó hasta casi desaparecer en 1936, mientras que en el caso vasco el centro,
inexistente en 1931, se mantuvo fuerte en 1936 gracias al PNV, que lo monopolizó en
Euskadi.
23 A finales de la República, el descenso del PNV fue consecuencia de su estancamiento
organizativo en el segundo bienio y de sus crisis internas. La primera fue la escisión, en
1934, de la Federación de Montañeros de Vizcaya, grupo independentista liderado por
Elías Gallastegui y disconforme con la política autonomista de la dirección y de los
diputados nacionalistas, siendo su órgano de prensa el semanario radical bilbaíno Jagi-
Jagi. La crisis del PNV se agravó tras su posición neutral ante la revolución socialista de
octubre de 1934 («en la vida de nuestro partido (…) jamás ha padecido crisis como
ésta», llegó a escribir su diputado Javier Landaburu) y se manifestó en las disensiones
internas en sus organizaciones alavesa y navarra. El PNV sufría la contradicción de ser
un partido católico y de orden que se había trasladado al centro político e incluso se
había acercado a las izquierdas en la rebelión de los Ayuntamientos vascos en el verano
de 1934. Los constantes ataques de las derechas al PNV, al que acusaban de ser
«cómplice de la revolución» y hasta de tener vínculos con la masonería, hicieron mella
en su electorado católico independiente, que en buena medida le abandonó y votó al
Bloque contrarrevolucionario en febrero de 1936, contribuyendo al retroceso electoral
del PNV. Después de los comicios, el partido de José Antonio Aguirre prosiguió su
aproximación a las izquierdas de Prieto para lograr el anhelado Estatuto vasco, que fue
la clave de su pacto con el Frente Popular iniciada ya la Guerra Civil.
24 El segundo partido en importancia en Vasconia fue la Comunión Tradicionalista,
surgida de la reunificación de las tres ramas en que se había dividido este movimiento
en la Restauración: el carlismo del conde de Rodezno, el integrismo de Juan Olazábal y
el mellismo de Víctor Pradera, fusión que culminó en Pamplona en 1932. Aunque la CT
no era un partido exclusivamente de ámbito vasco, es bien conocido que desde sus
orígenes en el siglo XIX el carlismo arraigó sobre todo en las Provincias Vascongadas y
Navarra. Así continuó sucediendo durante la República, en la cual, pese a su
resurgimiento, no pasaba de ser una fuerza muy minoritaria en la mayor parte de
España, al mismo tiempo que era el primer partido de Navarra y Álava y conservaba
bastante implantación en comarcas rurales de Guipúzcoa y, en menor medida, de
Vizcaya. En las elecciones republicanas, la CT encabezó el Bloque derechista y obtuvo
cinco o seis diputados en las circunscripciones vasco-navarras.

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25 Si hubo un partido antisistema por excelencia en la República, ése fue el carlismo, que
desde abril de 1931 se posicionó en contra del nuevo régimen y comenzó a prepararse
para derribarlo por la fuerza, convirtiéndose, como en el Sexenio democrático de
1868-1874, en el último bastión de la contrarrevolución en España. Para ello organizó el
Requeté, grupo paramilitar que alcanzó gran desarrollo en Navarra y desempeñó un
papel fundamental dentro del ejército sublevado en la Guerra Civil. Dada su
importancia, esta organización antidemocrática e insurreccional condicionó mucho el
sistema vasco de partidos, incidiendo en temas clave como la legitimidad del régimen
republicano (negada por la CT), el problema religioso o la cuestión autonómica.
Además, dio un tono virulento a la lucha política, aunque en modo alguno monopolizó
la violencia política en Vasconia, que fue ejercida por bastantes partidos por medio de
sus grupos de choque (caso de los montañeros nacionalistas y de las milicias socialistas
y comunistas).
26 La mayor influencia del tradicionalismo vasco-navarro se dio al principio de la
República debido a su alianza con el PNV, con el que ganó las elecciones de 1931 y creó
graves problemas de orden público a los Gobiernos de Alcalá-Zamora y Azaña. Desde la
ruptura de esa coalición en 1932 por el fracaso del Estatuto vasco en Navarra, la
incidencia de la CT disminuyó en Euskadi (salvo en Álava, donde intentó sin éxito
abandonar el proceso estatutario), pero se incrementó en Navarra, donde contó con
cuatro parlamentarios y controló la Diputación, la única en toda España no gobernada
por el Frente Popular en 1936. Su predominio en la mayor parte de Navarra le permitió
preparar a sus anchas la sublevación contra la República, en connivencia con el general
Mola, jefe de la Comandancia militar de Pamplona y el director de la conspiración de
1936.
27 Así pues, el nacionalismo y el carlismo constituyeron los principales factores de
diferenciación del sistema vasco de partidos en la República. El PNV y la CT, partidos
que no existían o apenas contaban en el resto de España, sumaban entre la mitad y los
dos tercios de los 24 diputados vasco-navarros y controlaban casi todo el territorio,
salvo las poblaciones más industriales, dada su implantación complementaria: el PNV
era la primera fuerza en Vizcaya y Guipúzcoa, mientras que la CT lo era en Álava y
Navarra. Así se explica la intensa singularidad política de Vasconia en la España
republicana.
28 Además, hubo otras peculiaridades de menor importancia en los partidos vascos, que
afectaban al resto del espectro político y examinaremos de forma somera. Las derechas
fascistas, monárquicas y católicas (la CEDA) tuvieron poca fuerza, bastante menos que
en otras regiones españolas. Esto se debió a la hegemonía del tradicionalismo, que
copaba el espacio de extrema derecha; de ahí la debilidad de la Falange y de Renovación
Española (con la excepción de esta última en Bilbao). Su papel como organizaciones
dedicadas a subvertir el régimen republicano lo cumplía mucho más el carlismo, que
contaba con masas, a diferencia de aquéllas. En cuanto a la CEDA de Gil Robles, su
fundación fue tardía en Euskadi (avanzado el año 1934), donde su espacio político era
reducido por la competencia de un partido católico tan pujante como el PNV. El
desplazamiento de éste hacia el centro permitió a la CEDA ocupar el espacio de una
derecha moderada, flanqueada por la CT y el PNV. En el descenso electoral de este
último en 1936 influyó la presencia de la CEDA, que consiguió dos diputados en Navarra
(en alianza con la CT) y una buena votación en Álava, donde concurrió en solitario y
restó bastantes votos al candidato del PNV, Javier Landaburu, quien perdió su escaño.

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Además, existía un catolicismo independiente o neutro, esto es, no adscrito a ningún


partido, que contaba con diarios importantes en las cuatro capitales (La Gaceta del
Norte en Bilbao, El Pueblo Vasco en San Sebastián, Heraldo Alavés en Vitoria y Diario de
Navarra en Pamplona) y propugnaba la unión de todos los católicos en un gran bloque
electoral, que solo se dio en 1931 con la coalición pro Estatuto de Estella; por ello, en los
comicios posteriores estos católicos independientes tuvieron que optar entre el PNV, la
CT y, en 1936, la CEDA.
29 El republicanismo era el sector más fragmentado políticamente en Vasconia, al estar
compuesto por las agrupaciones provinciales de los numerosos partidos republicanos
españoles y por los grupos republicanos autónomos que existían en las cuatro
provincias y no querían ser sucursales de los partidos estatales aun coincidiendo
ideológicamente con ellos. De ahí que el mapa republicano fuese muy prolijo a pesar de
su reducida implantación, centrada principalmente en las capitales y ciudades
importantes como Baracaldo, Irún y Tudela, todas ellas con alcaldes republicanos. Su
éxito en las urnas dependía de la unión entre ellos y de su alianza con el PSOE, como
demostró su debacle electoral de 1933 con un solo diputado de los 24 vasco-navarros:
Manuel Azaña, cunero en Bilbao para más inri. Esta derrota aceleró la tendencia de los
grupos autónomos a integrarse en partidos de ámbito español, que culminó con su
ingreso en la naciente Izquierda Republicana de Azaña en 1934: así pudo constituirse un
partido republicano de masas, que aglutinó a casi todo el voto republicano en 1936.
30 Los rasgos principales de las izquierdas obreras vascas fueron la neta hegemonía del
socialismo prietista y la correlativa debilidad del comunismo y del anarquismo. En
flagrante contraste con Cataluña, llama la atención el escaso arraigo de la CNT en
Euskadi, donde apenas tuvieron repercusión sus periódicas insurrecciones contra la
República (salvo en la Rioja alavesa) y su habitual abstencionismo electoral. Algo más
importante, pero también secundario, fue el comunismo vasco, que tuvo en la zona
minera vizcaína uno de sus principales focos en toda España. Aun así, el mejor
resultado del PCE, yendo en solitario a los comicios de 1931 y 1933, fue un ocho por
ciento de votos en la circunscripción de Vizcaya-capital. En 1935 se fundó en Bilbao el
Partido Comunista de Euskadi, pero siguió siendo un mero satélite del Partido
Comunista de España y, por ende, de la Komintern; de ahí que al año siguiente
ingresase en el Frente Popular de Euskadi, que llevaba en su programa electoral la
aprobación del Estatuto de autonomía, el mismo que los comunistas vascos habían
rechazado, tildándolo de burgués, en el referéndum de 1933. Su alianza con el PSOE y
los republicanos le permitió sacar su primer diputado en Euskadi: Leandro Carro.
31 A diferencia del anarquismo, el socialismo contaba con larga tradición y fuerte arraigo
en las zonas mineras e industriales del País Vasco, en donde se había introducido a
finales del siglo XIX. La especificidad del socialismo vasco radicó en la impronta que le
dio su líder indiscutido, Indalecio Prieto, diputado por Bilbao de 1918 a 1936 y ministro
de los Gobiernos republicanos en el primer bienio, hasta el punto de asumir
posicionamientos políticos opuestos a la dirección nacional del PSOE en momentos
cruciales, como el año 1930 (asistencia de Prieto a título personal al Pacto de San
Sebastián), las elecciones de 1933 (su pacto con los republicanos de Azaña en Vizcaya) y
el año 1935 (gestación del Frente Popular). Desde la crisis de la Restauración hasta la
Guerra Civil, el socialismo vasco fue sinónimo de prietismo, esto es, un socialismo
liberal y republicano, reformista y democrático, no doctrinario ni marxista. Por eso,

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apoyó incondicionalmente a Prieto en su dura pugna con Largo Caballero por hacerse
con el control del PSOE a finales de la República.

Peculiaridades en la evolución del sistema vasco de partidos

32 Ésta fue muy dispar de la seguida por el sistema español. Al igual que en otras
coyunturas históricas significativas de la contemporaneidad (las guerras carlistas, la
Guerra Civil o la Transición), Vasconia marchó a un ritmo distinto al del conjunto de
España durante la República; de ahí su flagrante discordancia política. En la mayor
parte de España no existió bipolarización en 1931, cuando el nuevo régimen llegó de
forma pacífica y con gran entusiasmo popular, y sí en 1936 con dos bloques muy
enfrentados y altas cotas de violencia política y social. En cambio, la trayectoria política
vasca fue la contraria: pasó de la bipolaridad de 1931, con la confrontación entre la
coalición católica de Estella y la Conjunción republicano-socialista, a la triangulación de
1936 con tres grandes opciones: el Bloque contrarrevolucionario, el PNV y el Frente
Popular.
33 Las elecciones legislativas constituyen el mejor baremo para medir la importancia de
las peculiaridades vascas y para comprobar su evolución. En las de junio de 1931, la
distancia que separaba a Vasconia del resto de España era inmensa, al ser la única
región en que las derechas, bien organizadas y más unidas que nunca al incluir al PNV,
derrotaron a las izquierdas, también unidas. Empero, su victoria no fue abrumadora:
quince diputados carlistas, católicos y nacionalistas versus nueve republicanos y
socialistas. De hecho, las izquierdas lograron el mayor número de escaños por las
circunscripciones vasco-navarras antes de la Guerra Civil: en ello influyó la proximidad
del cambio de régimen y la coyuntura favorable para las fuerzas pro republicanas. Esta
gran divergencia política entre Vasconia y España, patente en la actuación de la
minoría vasco-navarra en las Cortes Constituyentes, perduró a lo largo del bienio
azañista, durante el cual hubo frecuentes choques violentos entre las derechas y las
izquierdas vascas debido sobre todo a la candente cuestión religiosa.
34 Los comicios de noviembre de 1933 supusieron un acercamiento entre el mapa político
español y el vasco. En éste la bipolaridad había desaparecido y había sido sustituida por
una situación multidimensional: las derechas se presentaban en coalición; el PNV, ya en
solitario, en el centro, y las izquierdas desunidas, como en el resto de España, con la
notable excepción de Vizcaya, donde Prieto mantuvo el Bloque republicano-socialista.
Al contrario de 1931, en 1933 la tendencia de voto coincidió en ambos casos: ganaron
las fuerzas de la derecha y el centro y se hundieron las izquierdas. Sin embargo, los
partidos vencedores no tenían nada que ver: la CEDA y el Partido Radical consiguieron
más de cien diputados cada uno en las Cortes, pero ninguno de ellos en Vasconia, donde
vencieron el PNV (doce diputados) y la CT (seis). Ni el carlismo era equiparable al
partido de Gil Robles, ni el nacionalismo al partido de Lerroux.
35 Una vez más, las elecciones de febrero-marzo de 1936 reflejaron la singularidad vasca,
reflejada en esta ocasión por la lucha triangular antes mencionada, en vez de la
polarización existente en la mayor parte de España. Como en 1933, en 1936 la tendencia
de voto fue similar: ascenso de izquierdas y derechas en detrimento del centro; pero de
nuevo las diferencias eran mayores que las semejanzas: el centro, ausente del resto de
España por el desplome del desprestigiado Partido Radical, sobrevivió en Euskadi
gracias al PNV, que continuó siendo la primera fuerza al conseguir nueve escaños, uno

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más que el Bloque contrarrevolucionario y dos más que el Frente Popular. Éste, que
logró una amplia mayoría absoluta en las nuevas Cortes, era el lado más débil del
triángulo político vasco de 1936.

Las líneas de ruptura del sistema vasco de partidos

36 La multidimensionalidad de un sistema de partidos implica la existencia de varias


cuestiones fundamentales que segmentan a la sociedad. Estas fracturas o cleavages son
principalmente cuatro, tanto en España como en Vasconia, durante la II República. La
primera se refiere a la forma de Estado (Monarquía o República), que divide a los
partidos en republicanos, antirrepublicanos y neutrales o accidentalistas. La segunda es
la cuestión regional-nacional, por la existencia de los nacionalismos periféricos que
reivindican la autonomía para sus países, y clasifica a los partidos en autonomistas y
centralistas. La tercera es la cuestión religiosa, que fragmenta a las fuerzas políticas en
confesionales o clericales y laicas o anticlericales. Y la última es la problemática
socioeconómica, que trae aparejada la clásica división en derechas e izquierdas, así
como en conservadores, reformistas y revolucionarios. Estas cuatro cuestiones
constituyen los ejes en torno a los cuales gira la vida política vasca, tal y como figura de
forma esquemática en el cuadro siguiente:

Líneas de ruptura del sistema vasco de partidos en la II República

Tendencias Forma Cuestión Cuestión Cuestión

políticas de Estado regional-nacional religiosa social

Catolicismo
Derechas Antirrepublicanismo Antiautonomismo Antirreformismo
clerical

PNV Accidentalismo Autonomismo Catolicismo Reformismo

(centro desde 1933) clerical socialcristiano

Izquierdas Republicanismo Autonomismo Laicismo Reformismo

sin entusiasmo anticlerical social

El problema de la forma de Estado

37 El dilema de Monarquía o República fue trascendental en la España de los años treinta,


en la medida en que bastantes fuerzas políticas y sociales rechazaban el régimen
republicano. Éste contaba en Vasconia con el apoyo decidido de los partidos
propiamente republicanos y del socialismo de Prieto, el político que más había
contribuido a la caída de la Monarquía con su célebre disyuntiva «con el rey o contra el
rey», que convirtió las elecciones municipales de 1931 en un plebiscito sobre el régimen
político. Antirrepublicanos eran las derechas vascas, en especial el carlismo, cuya
prioridad era destruir la República manu militari e instaurar en su lugar una
Monarquía tradicionalista. En el polo opuesto, también fueron contrarios a la República

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la CNT y el PCE, si bien este último se incorporó al campo republicano al formar parte
del Frente Popular en 1936. Neutrales sobre la forma del Estado español eran los
nacionalistas vascos con dos excepciones: ANV fue un partido pro republicano, que se
coaligó con republicanos y socialistas para conseguir el Estatuto vasco en el marco de la
Constitución de 1931; en cambio, el pequeño grupo Jagi-Jagi fue muy antirrepublicano,
pues consideraba a la República tan opresora de Euskadi como la Monarquía y su meta
era la creación de un Estado vasco independiente.
38 En cuanto al PNV, cabe considerarlo accidentalista (como lo fue la CEDA) durante la
mayor parte del quinquenio republicano. En 1930 se declaró neutral ante el dilema de
Prieto, no asistió al Pacto de San Sebastián y no hizo nada por traer la República. Al
llegar ésta en abril de 1931 manifestó su acatamiento al nuevo régimen español, pero
dos meses después se alió con los mayores enemigos de la República, los carlistas. Al
igual que éstos, los diputados nacionalistas abandonaron el Parlamento en protesta por
la regulación de la cuestión religiosa en la Constitución, que no votaron; pero sí
apoyaron el nombramiento de Alcalá-Zamora como presidente de la República. Era una
prueba de su aceptación del régimen político, aunque el PNV no fuese un partido pro
republicano y abogase por la revisión constitucional, sobre todo en materia religiosa.
Su respaldo a la vía estatutaria abierta por la Constitución y su ruptura con el carlismo
en 1932 le llevaron a integrarse paulatinamente en el régimen republicano, a lo que
coadyuvaron también su marcha hacia el centro político y su evolución ideológica hacia
la democracia socialcristiana bajo el liderazgo de Aguirre e Irujo. Su integración era
evidente en la primavera de 1936, cuando sus diputados votaron a Azaña como
presidente de la República y negociaron el Estatuto con Prieto, y se consumó al inicio de
la Guerra Civil, que le hizo decantarse por la República para que se aprobase
rápidamente la autonomía de Euskadi, según demostró su pacto con el Frente Popular,
tanto en el Gobierno de Largo Caballero, con Irujo de ministro, como en el primer
Gobierno vasco de Aguirre, de coalición entre el PNV y las izquierdas.

La cuestión regional-nacional

39 Ésta tiene relación con los Estatutos de autonomía, que existieron porque la República
no fue unitaria sino un Estado integral, según la Constitución de 1931, que contemplaba
la autonomía de las regiones no como regla general sino como excepción; una
excepción arbitrada sobre todo para Cataluña, conforme a lo acordado en el Pacto de
San Sebastián, pero susceptible de aplicarse al País Vasco. En ambos casos obedecía a la
existencia de importantes partidos nacionalistas, que propugnaban la autonomía más
que la independencia. De hecho, el tema del Estatuto fue el eje central de la vida
política vasca de 1931 a 1936 y la principal línea divisoria del sistema de partidos, que
tuvieron que posicionarse a favor o en contra primero del Estatuto vasco-navarro y
después del vasco, cabiendo también una tercera posición: los que no lo rechazaban,
pero tampoco sentían entusiasmo por él.
40 Al igual que los catalanistas y los galleguistas en sus territorios, los mayores
promotores y defensores del Estatuto fueron los nacionalistas vascos, que hicieron del
logro de la autonomía de Euskadi su objetivo político prioritario, aunque sin renunciar
a su meta última: la restauración de los Fueros para el PNV y la autodeterminación para
ANV. Sin su constante presión no hubiese habido Estatuto vasco, el cual fue aprobado
por las Cortes del Frente Popular el 1 de octubre de 1936, en plena guerra, porque el

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PNV lo exigió como conditio sine qua non para entrar en el Gobierno de Largo Caballero
y, por ende, para participar más activamente en el conflicto bélico, ya que la causa
fundamental por la que combatía no era la República española sino la autonomía vasca.
41 Enemigos de ésta fueron la derecha navarrista y el carlismo, que contribuyeron al
fracaso del proyecto de las Comisiones Gestoras provinciales en Navarra en 1932.
Posteriormente, la CT intentó, sin éxito, la retirada de Álava del proceso autonómico
vasco y acabó oponiéndose al Estatuto también en Guipúzcoa y Vizcaya. Su actitud fue
secundada por Renovación Española y la CEDA en las Cortes de 1934, cuando se debatió
la cuestión alavesa, planteada por el diputado carlista José Luis Oriol. Las derechas
rechazaban las autonomías por estar vinculadas a la Constitución republicana y por su
acendrado nacionalismo español, sin importarles que el Estatuto vasco estuviese
impulsado por un partido católico y moderado como el PNV. Así lo manifestó con
rotundidad Calvo Sotelo, el líder del Bloque Nacional, cuando en 1935 atacó a los
diputados nacionalistas con estas frases que se hicieron famosas: «entregaros el
Estatuto (…) sería un verdadero crimen de lesa patria» y «antes una España roja que
una España rota». Las derechas se caracterizaron por su antirrepublicanismo y su
antiautonomismo.
42 En una posición intermedia se encontraban en general los partidos republicanos y el
PSOE, que eran proclives a la autonomía vasca en teoría, pero mostraban reticencias en
la práctica a hacerla efectiva, porque beneficiaba a su gran rival, el PNV, con el que
estuvieron muy enfrentados durante el primer bienio; de ahí que ralentizasen el
proceso estatutario en 1932-1933, pese a tener una clara mayoría en la comisión
redactora del proyecto. Y es que su mayor interés político no radicaba en la autonomía
sino en la consolidación de la República en el País Vasco. Cuando se percataron de que
ambas cosas no eran incompatibles, sino todo lo contrario: el régimen republicano se
consolidaría gracias al Estatuto al integrar en él al nacionalismo, las izquierdas
asumieron la reivindicación autonomista, que llevaron en el programa electoral del
Frente Popular de Euskadi, y la apoyaron en las Cortes de 1936, hasta el punto de que el
Estatuto aprobado en la Guerra Civil ha sido denominado por los historiadores el
Estatuto de las izquierdas o el Estatuto de Prieto, su principal artífice como presidente
de la Comisión de Estatutos, junto con Aguirre, secretario de dicha Comisión.

El problema religioso

43 De su importancia en la República da idea el hecho de que fuese la cuestión más


conflictiva y la que más fomentó la polarización política en el primer bienio, hasta el
punto de que Azaña la consideró la causa principal de su derrota y del triunfo de la
CEDA en 1933. Tanta o más trascendencia tuvo en Vasconia, considerada la región más
católica y con mayor peso de la Iglesia, incluso numéricamente: su porcentaje de
clérigos por habitantes era el más elevado de toda España, sobre todo en Navarra.
44 En este campo la división de las fuerzas políticas era tajante, pues solo había dos
sectores: el católico y clerical versus el laico y anticlerical. En el primero militaban las
derechas españolistas, en especial el carlismo, que mantenía aún el ideal de cruzada, los
católicos independientes y la CEDA, así como el PNV, que conservaba la marca religiosa
de que le dotó Sabino Arana con su lema Dios y Ley Vieja. En el polo opuesto del
laicismo se encontraban los partidos republicanos y las izquierdas obreras, ambos con
una dilatada trayectoria anticlerical. Entre ambos sectores antagónicos apenas había

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sitio para una tercera vía, como la encarnada por ANV, partido aconfesional pero no
anticlerical, siendo ésta una de las causas de su reducida implantación.
45 El tema religioso desempeñó un papel crucial en 1931 y tuvo una fuerte incidencia en la
política vasca a lo largo del primer bienio. En una sociedad tan católica como la vasca
alcanzaron enorme repercusión sucesos como la quema de conventos en Madrid y otras
ciudades españolas o la expulsión del obispo de Vitoria, Mateo Múgica, y del cardenal-
primado de Toledo, Pedro Segura, que le granjearon a la República la enemistad de
buena parte de la opinión pública de Vasconia. La respuesta inmediata de los católicos
fue unirse en un bloque de carlistas, nacionalistas e independientes en defensa de la
Iglesia: la coalición pro Estatuto de Estella, cuya esencia fue el Concordato vasco con la
Santa Sede, con el que pretendían evitar la aplicación de la legislación republicana
anticlerical. Tal fue el tema estrella de la campaña electoral de junio de 1931, en la cual
las izquierdas denunciaron el intento de las derechas de convertir a Vasconia en «un
nuevo Gibraltar reaccionario y clerical» o «una seudorrepubliquita católica dirigida por
los jesuitas de Loyola», en palabras de Prieto, el político que más contribuyó al
naufragio del Estatuto de Estella en las Cortes Constituyentes.
46 El problema religioso, causa principal del fracaso del proceso autonómico vasco en
1931, continuó siendo un tema candente en los dos años siguientes con el Gobierno de
Azaña, que desarrolló las cláusulas constitucionales laicas, como la disolución de la
Compañía de Jesús (tan enraizada en Euskadi) y la ley de congregaciones religiosas, a
las que se opusieron frontalmente las derechas y el PNV, dificultando así el acuerdo
entre éste y las izquierdas, imprescindible para que avanzase el proceso estatutario. En
el segundo bienio se mitigó el anticlericalismo de las izquierdas, lo que facilitó el
acercamiento entre ellas y el PNV en el verano de 1934. El Frente Popular no enarboló
el laicismo en la campaña electoral de 1936, en la que nacionalistas y derechistas
rivalizaron por lograr el voto católico independiente. Sin el obstáculo religioso, fue
factible la entente cordial entre el PNV y el Frente Popular para aprobar el Estatuto.
47 Por consiguiente, existió una relación inversa entre las cuestiones religiosa y
autonómica desde que se separaron tras el fracaso del Estatuto de Estella, que las había
entrecruzado, a finales de 1931. Si el problema religioso representó el mayor factor de
deslegitimación de la República en Vasconia durante el bienio azañista, la autonomía
constituyó el principal factor de integración del nacionalismo católico en el régimen
republicano. La defensa de la Iglesia fue la clave de la alianza antirrepublicana del PNV
y el carlismo en 1931, mientras que la aprobación del Estatuto fue la clave del pacto pro
republicano entre el PNV y el Frente Popular en la Guerra Civil. Si el cleavage religioso
fue esencial en la división del sistema de partidos en 1931-1933, el cleavage autonómico
cambió la línea divisoria de las fuerzas políticas desde 1934. En la medida en que la
principal fractura dejó de ser la cuestión religiosa y pasó a ser la autonómica, el PNV
pudo invertir su política de alianzas y así trastocó por completo el mapa político de
Euskadi: la mayoría católica y antirrepublicana de 1931 fue reemplazada por la mayoría
autonomista y republicana de 1936.

La cuestión social

48 Ésta estuvo relacionada con la depresión económica de los años treinta, que afectó
sobremanera a la importante industria vasca y tuvo como grave consecuencia el
aumento considerable del paro obrero, sobre todo en el hinterland de Bilbao. Aunque

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esta crisis provocó huelgas laborales, la conflictividad social fue decreciente en Vizcaya
durante el primer bienio debido a la debilidad de los sindicatos revolucionarios
(anarquistas y comunistas) y al talante negociador y reformista de las organizaciones
obreras mayoritarias, la UGT y STV, vinculadas al PSOE y al PNV, respectivamente. La
radicalización del socialismo vasco, aun siendo prietista, no obedeció a causas
socioeconómicas sino políticas: la salida del PSOE del Gobierno republicano y la derrota
electoral de las izquierdas a finales de 1933. Desde los primeros meses del año siguiente,
la conflictividad sociopolítica se incrementó y hubo varias huelgas generales por
motivos extralaborales en la comarca de Bilbao, al mismo tiempo que tuvo lugar un
proceso de convergencia antifascista en el movimiento obrero vasco, cuya culminación
fue la revolución de octubre de 1934, muy secundada en Vizcaya y Guipúzcoa, y la
proliferación de las Alianzas Obreras de socialistas y comunistas en 1935.
49 A diferencia del conservadurismo de las derechas vascas, que rechazaron la reforma
agraria y la legislación laboral promovida por Largo Caballero como ministro de
Trabajo en 1931-1933, el PNV asumió un reformismo social de inspiración cristiana y
trató de aplicar la doctrina social de la Iglesia, presentando en 1935 sus diputados una
proposición de ley sobre el salario familiar y la participación de los obreros en los
beneficios de las empresas, que no fue tenida en cuenta por las Cortes radical-cedistas.
Y en las elecciones de 1936 el PNV resaltó su preocupación por la justicia social como
forma de diferenciarse de las derechas, insensibles a la cuestión social. Buen ejemplo de
ello fue la condena del PNV de los desahucios de caseros acaecidos en Guipúzcoa y
Vizcaya al aplicar propietarios conservadores la ley de arrendamientos rústicos
aprobada por las derechas en 1935. En el campo vasco, el PNV y STV propugnaban el
acceso de los inquilinos a la propiedad de los caseríos y de las tierras que cultivaban.
Este reformismo agrario del PNV era otro factor que le aproximaba a las izquierdas, que
criticaron también los desahucios campesinos, y le enfrentaba a las derechas.
50 Así pues, cabe afirmar que los planteamientos reformistas en materia socioeconómica
predominaron tanto entre los nacionalistas como entre los republicanos y socialistas y
que las actitudes revolucionarias tuvieron escaso eco en Vasconia, y cuando se
produjeron fueron por motivos políticos y no económicos: tal fue el caso de la
revolución de octubre de 1934. Quizás por ello los problemas socioeconómicos no
fueron los más importantes en los manifiestos y las campañas de los partidos vascos,
ocupando un lugar muy secundario en comparación con las cuestiones religiosa y
autonómica, las cuales centraron las polémicas entre las derechas, el nacionalismo y las
izquierdas. Prueba de ello fueron sus eslóganes electorales en 1936: «Contra la
revolución y sus cómplices» (derechas), «Por la civilización cristiana, por la libertad de
la patria, por la justicia social» (PNV) y «Amnistía, Estatuto, ni un desahucio más»
(Frente Popular). Por tanto, el Bloque contrarrevolucionario ni mencionaba la
problemática socioeconómica; el PNV situaba en el último lugar de su tríada una
alusión genérica a la justicia social, a la cual anteponía la religión y la libertad de
Euskadi, concretada en el Estatuto; y el Frente Popular centraba sus reivindicaciones
sociales en acabar con los desahucios campesinos, tema que colocaba después de
reivindicaciones políticas como la amnistía a los presos por los sucesos de octubre y la
autonomía vasca.
51 Precisamente, el predominio de las cuestiones de índole ideológica sobre los problemas
de orden pragmático es un rasgo característico de los sistemas pluripartidistas y
polarizados, tal y como fue el sistema vasco de partidos en la II República española.

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BIBLIOGRAFÍA

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RESÚMENES
Durante la II República española (1931-1936), Vasconia (entendiendo por tal Euskadi y Navarra)
contó con un sistema propio de partidos políticos, diferente del español. Aunque ambos se
caracterizaron por su pluralismo polarizado, el sistema vasco difirió del español en su
composición, debido al fuerte arraigo del nacionalismo y del carlismo, y en su evolución, al pasar
de la bipolarización de 1931 a la triangulación política de 1936 por la subsistencia del centro,
representado por el PNV, al contrario de la España bipolar en vísperas de la Guerra Civil. Este
artículo analiza las cuatro principales líneas de ruptura que dividían a las derechas, el
nacionalismo vasco y las izquierdas: la forma de Estado (Monarquía o República), la cuestión
regional-nacional (centralismo o autonomía), el problema religioso (clericalismo o
anticlericalismo) y la cuestión social (reacción, reforma o revolución).

Pendant la IIème République espagnole (1931-1936), le Pays Basque eut un système de partis
politiques différent de l’espagnol. Même si tous les deux se caractérisèrent par son pluralisme
polarisé, le système basque divergea de l’espagnol dans sa composition, à cause du fort
enracinement du nationalisme et du carlisme, et dans son évolution, car il passa de la
bipolarisation de 1931 à la triangulation politique de 1936 grâce à la subsistance du centre,
représenté par le Parti Nationaliste Basque, tout le contraire de l’Espagne bipolaire à la veille de
la Guerre Civile. Cet article analyse les quatre clivages principaux qui divisaient la droite, le
nationalisme basque et la gauche: la forme d’État (Monarchie ou République), la question
régionale-nationale (centralisme ou autonomie), le problème religieux (cléricalisme ou
anticléricalisme) et la question sociale (réaction, réforme ou révolution).

During the 2nd Republic (1931-1936), the Basque Country had its own system of political parties
which was different from the Spanish one. Even if both systems were characterized by their
polarized pluralism, the Basque system had a different composition due to the strong social roots
of nationalism and Carlism. Furthermore, it had a different evolution, since it moved from a
bipolarization in 1931 to a political triangulation in 1936 due to the persistence of the center,
which was represented by the PNV. On the contrary, Spain was politically bipolar on the eve of
the Civil War. This article analyzes the four main cleavages that divided the political forces of the
right, the Basque nationalism and the left: the shape of the State (Monarchy or Republic), the
regional and national issue (centralism or autonomy), the religious problem (clericalism or anti-
clericalism), and the social question (reaction, reform or revolution).

ÍNDICE
Keywords: Basque Country, political parties, Basque nationalism, Spanish Second Republic
(1931-1936)
Mots-clés: Pays Basque, partis politiques, nationalisme basque, Deuxième République espagnole
(1931-1936)
Palabras claves: Vasconia, partidos políticos, nacionalismo vasco, Segunda República española
(1931-1936)

AUTOR
JOSÉ LUIS DE LA GRANJA SAINZ
Universidad del País Vasco UPV/EHU

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Ensayo bibliográfico: dos décadas de


historiografía política sobre la
Segunda República
Juan Avilés Farré

1 El avance acelerado de la investigación en aquellos campos que despiertan el interés de


los historiadores y de su público, hace que en veinte años pueda renovarse el
conocimiento de un período y esto es lo que ha ocurrido en el caso de la Segunda
República española. En este breve ensayo trataré de dar cuenta de algunas de las
publicaciones más importantes que sobre el tema han aparecido entre 1991 y 2012, sin
ánimo de exhaustividad y sin la pretensión de no haber omitido obras que también son
relevantes, pero con el propósito de que queden reflejadas las diferentes tendencias
historiográficas y los principales campos de interés. A fin de acotar el tema, he
prescindido de los artículos publicados en revistas, que a menudo ofrecen la primicia de
una investigación, pero cuya información suele ser luego relaborada por sus autores en
forma de libro, ya que sigue siendo éste el principal medio de difusión del conocimiento
histórico. Y he prescindido también de los estudios de ámbito local, que representan
uno de los campos más importantes en el avance de la investigación, pero cuyo análisis
detallado habría exigido un ensayo de dimensiones mucho más amplias.
2 Mencionaré en primer lugar algunas obras que proporcionan una visión de conjunto
del período republicano, bien hasta el estallido de la guerra civil en 1936, bien hasta su
conclusión en 1939. Una aportación temprana, dentro del período considerado, la
realizó el gran historiador estadounidense Stanley Payne, en su libro Spain’s first
democracy: the Second Republic, 1931-1936 (1993), cuyo capítulo final respondía a la
cuestión básica de por qué fracasó la República, para responder a la cual aludía a
factores económicos y sociales de tipo estructural, a un factor coyuntural, como fue la
coincidencia temporal con un momento de máxima intensidad del conflicto
sociopolítico en Europa, y sobre todo a factores estrictamente políticos, es decir a la
incapacidad de las distintas fuerzas políticas para atenerse a los principios del consenso
democrático. El ponderado, breve y bien documentado libro de Julio Gil Pecharromán,
Historia de la Segunda República española, 1931-1936 (2002), recurre menos a los juicios de

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valor y no ofrece un diagnóstico del fracaso republicano, pero sí una síntesis clara de
los orígenes de la República, de la coyuntura económica y social, de la articulación del
Estado republicano, de su política exterior y de cada una de las etapas en que se
desarrolló su convulsa historia.
3 Con estilo más narrativo y una mayor propensión a interpretar y valorar, el libro de
Gabriele Ranzato L’eclissi della democracia: la guerra civile spagnola e le sue origini, 1931-1939
(2004), se plantea también la pregunta de por qué la democracia liberal, que con la
República de 1931 había tenido una gran ocasión de afirmarse en España, fracasó de
manera tan clamorosa. La primera parte de la respuesta estriba, por supuesto, en la
fuerza que adquirieron los enemigos de la democracia, pero Ranzato sostiene que para
tener una explicación completa de ese fracaso hay que tener en cuenta que sus amigos
“carecían de la tradición, la cultura y la madurez necesarias para salvaguardar el
sistema democrático, para lo cual habría sido necesario poner límites a los objetivos y
aspiraciones populares”. Por último, entre las grandes síntesis debidas a un solo autor,
es necesario mencionar la de Julián Casanova, República y guerra civil (2007), una obra
bien escrita que analiza las dificultades de la República en función del abismo abierto
entre mundos culturales antagónicos: “entre católicos practicantes y anticlericales
convencidos, amos y trabajadores, Iglesia y Estado, orden y revolución”.
4 Respecto a las obras colectivas sobre la experiencia republicana en su conjunto,
mencionaré en primer lugar las actas de un coloquio internacional celebrado en Roma
en 1991, que fueron editadas por Giuliana Di Febo y Claudio Natoli en un volumen,
Spagna anni Trenta: società, cultura, istituzioni (1993), que reúne importantes ensayos
sobre el debate historiográfico, los movimientos políticos y sociales, las relaciones
entre la Iglesia y la sociedad, los intelectuales y la cultura en el período de la República
y la guerra civil. Las actas de otro coloquio internacional celebrado diez años después
en París, editadas por Marie-Claude Chaput y Thomas Gomez en el volumen Histoire et
mémoire de la Seconde République espagnole (2002), abordan también aspectos políticos,
económicos y culturales, así como la memoria de la República en la etapa franquista, en
el exilio y en la España democrática de hoy. La historia y la memoria de la República, en
sus diversas facetas, se analizan así mismo en la obra colectiva coordinada por Ángeles
Egido Memoria de la Segunda República: mito y realidad (2006).
5 Muy recientemente se han publicado varios libros que profundizan en la línea de
atribuir el fracaso de la Segunda República a la ausencia de una cultura democrática en
la España de los años treinta, es decir en la falta de una voluntad de aceptar que el
respeto a los principios democráticos está por encima de los objetivos de cada partido y
que los resultados de unas elecciones libres deben ser siempre respetados. En esa línea
se inscribe el libro de Manuel Álvarez Tardío y Roberto Villa El precio de la exclusión: la
política durante la Segunda República (2010), que destaca como el advenimiento de la
República fue vivido por sus protagonistas como un revolución pacífica, es decir como
una ruptura con un pasado demonizado, y que el asentamiento de la democracia se
resintió de esa convicción, porque la mayoría de los diputados en las Cortes
Constituyentes “consideraban virtuosa una actitud contraria a la inclusión de quienes
pensaban diferente”. Un año después se publicó una obra colectiva dirigida por
Fernando del Rey, Palabras como puños: la intransigencia política en la Segunda
República española (2011), cuyo título expresa fielmente su tesis. Incluye una decena de
ensayos, entre los que cabe destacar el del propio Fernando del Rey sobre los
socialistas, el de Álvarez Tardío sobre la CEDA y el de Pedro González Cuevas sobre el

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fascismo, mientras que llama la atención la ausencia de un ensayo sobre el azañismo,


dado el papel fundamental que Manuel Azaña jugó en la democracia republicana. Tras
ello los citados Álvarez Tardío y Rey han unido sus esfuerzos como editores de un
nuevo libro colectivo El laberinto republicano: La democracia española y sus enemigos,
1931-1936 (2012), lo que parece marcar la consolidación de una escuela dispuesta a poner
en cuestión la interpretación de la Segunda República difundida por la historiografía
progresista.
6 Tres aspectos de la historia republicana han atraído especialmente el interés de los
investigadores: la cuestión de las autonomías regionales y los nacionalismos, la de las
relaciones entre la Iglesia y el Estado y el auge del anticlericalismo, y la del papel de la
violencia en los meses que precedieron al estallido de la guerra civil. Sobre el primer
tema, que ha adquirido una gran relevancia en la España actual, resulta muy útil la obra
colectiva editada por Justo G. Beramendi y Ramón Maíz Los nacionalismos en la España de
la II República (1991), que incluye más de veinte ensayos sobre los partidos e ideologías
nacionalistas, sus bases sociales y la remodelación del Estado español, que no se limitan
a los casos catalán y vasco, sino que se ocupan también de la experiencia, gallega,
valenciana, aragonesa y andaluza. Sobre la historia vasca en los años de la República
resulta también útil el libro de Juan Pablo Fusi, El País Vasco, 1931-1937: autonomía,
revolución, guerra civil, 2002, una recopilación de trabajos anteriores del autor que presta
especial atención al complejo debate autonómico y la actuación de las organizaciones
obreras, mientras que de la magna obra de José Luis de La Granja sobre el nacionalismo
vasco me limitaré a destacar aquí la recopilación de ensayos de su libro El oasis vasco: el
nacimiento de Euskadi en la República y la Guerra Civil (2007). Una obra interesante sobre
un personaje clave del catalanismo republicano es la editada por Teresa Abelló y Josep
Maria Solé i Sabaté Lluis Companys, president de Catalunya: biografia humana i política,
Barcelona, 2007.
7 La bibliografía reciente sobre la cuestión religiosa en la Segunda República se ha
ampliado de manera considerable en los últimos años, con un predominio de estudios
que examinan la política laicista de la República desde una perspectiva crítica. Es el
caso de Anticlericalismo y libertad de conciencia (2002), un libro en el que Manuel Álvarez
Tardío analiza la política religiosa de los gobernantes republicanos y concluye que el
anticlericalismo como “una manifestación más del exclusivismo político”, es decir de la
negativa de las izquierdas a admitir la pluralidad ideológica de los españoles. Muy útil
es el libro colectivo editado por Julio de la Cueva y Feliciano Montero Laicismo y
catolicismo: el conflicto político-religioso en la Segunda República, que aborda los proyectos y
políticas secularizadoras, las reacciones y adaptaciones católicas y los principales
ámbitos de confrontación, entre los que destacaban el ámbito escolar y la regulación de
las órdenes religiosas.
8 Si hay un tema polémico en la historia de la Segunda Republica es el de la relación entre
el clima de enfrentamiento que se vivió en la primavera de 1936 y el subsiguiente
estallido de la guerra civil, tema sobre el que se han publicado en los últimos años tres
obras importantes. Stanley Payne lo abordó en El colapso de la República: los orígenes de la
guerra civil, 1933-1936 (2005), llegando a una conclusión radical: “El carácter y la
extensión del colapso del orden público con el gobierno republicano de izquierda de
1936 carecen de un precedente histórico de tales proporciones en la Europa
occidental”. En particular destaca Payne que el gobierno no hizo un esfuerzo serio por
contener la violencia de ambas partes y se apoyaba en los socialistas, que eran “la

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principal fuente de violencia”, para mantenerse en el Poder. Muy distinta es la


conclusión a la que llega Rafael Cruz en su libro En el nombre del pueblo: República,
rebelión y guerra en la España de 1936 (2006), en el que da una cifra de víctimas mortales
de la violencia política en aquellos meses muy similar al de Payne, pero observa que
algo más de la mitad de las víctimas eran militantes de izquierda y que cerca de la
mitad de quienes las causaron eran miembros de las fuerzas de seguridad o de las
fuerzas armadas. La deducción obvia era que buena parte de las muertes se produjeron
en enfrentamientos entre fuerzas del orden y militantes de izquierda, lo que obliga a
matizar bastante las tesis de Payne acerca de la pasividad del gobierno frente a la
violencia izquierdista y la responsabilidad de los socialistas: sólo una de cada cinco
víctimas pereció a manos de la izquierda.
9 Uno de los epígrafes del libro de Cruz se titula “el gran miedo” y alude a que “entre
distintos grupos sociales existía una sensación de peligro y amenaza”. Resulta obvia,
aunque no se explicite, la referencia a la Grande Peur de la Revolución Francesa, al
pánico que se difundió en los campos en el verano de 1789 por el rumor de que existía
una conspiración aristocrática para armar a los bandidos, lo que contribuyó de rechazo
la movilización antiseñorial de los campesinos. El miedo es un sentimiento y por tanto
no se explica sólo por los hechos, sino por las percepciones, fundadas o no, que se
tienen. La expresión ha sido retomada por Gabriele Ranzato en un libro muy reciente,
La grande paura del 1936: come la Spagna precipitò nella guerra civile (2011), cuya tesis es que
el temor a la revolución, que favoreció notablemente al alzamiento militar, no se
circunscribía a las clases dominantes, hostiles a toda reforma que redujera su poder,
sino que estaba ampliamente difundido, sobre todo entre las clases medias y los
católicos de toda condición social.
10 Los protagonistas principales de la experiencia democrática de los años treinta fueron
los partidos republicanos, cuyos líderes encabezaron casi todos los gobiernos hasta
después de iniciada la guerra civil. El de mayor raigambre histórica era el Partido
Radical, sobre el cual Nigel Townson publicó un libro que resulta esencial para
comprender la historia política de la República, The crisis of democracy in Spain: centrist
politics under the Second Republic, 1931-1936 (2001), en el que muestra como el partido de
Lerroux pudo haber sido, pero no supo ser, un factor de moderación y consolidación de
la democracia republicana. Respecto a la otra corriente republicana de centro, que tuvo
como principal líder al controvertido primer presidente de la República, Niceto Alcalá
Zamora, hay que mencionar la obra de Luis Íñigo, La derecha liberal en la Segunda
República española (2000), centrada en los partidos de esta orientación, y el estudio
biográfico de Julio Gil Pecharromán: Niceto Alcalá Zamora: un liberal en la encrucijada
(2005).
11 Sobre la izquierda republicana, Juan Avilés ha publicado La izquierda burguesa y la
tragedia de la II República (2006), versión renovada de una obra anterior, que analiza la
trayectoria de unos partidos que jugaron un papel decisivo en la política española tanto
en el primer bienio reformista de la República como en la convulsa primavera de 1936.
La figura más notable de esa corriente política fue por supuesto Manuel Azaña, una
figura que sigue despertando un gran interés entre los historiadores. La principal
biografía es la de Santos Juliá, Vida y tiempo de Manuel Azaña (2008), un libro que destaca
por la calidad de su estilo narrativo. Hay que mencionar también la biografías de
Ángeles Egido, Manuel Azaña, entre el mito y la leyenda (1998), y José María Marco, Azaña
(1990), y varias obras colectivas, como las actas de un coloquio celebrado en Montauban

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en 1990, editadas por Jean-Pierre Amalric y Paul Aubert, Azaña et son temps (1993), y las
recopilaciones de ensayos editada por Alicia Alted, Ángeles Egido y María Fernanda
Mancebo, Manuel Azaña, pensamiento y acción (1996), y por la propia Egido, Azaña y los
otros (2001). Otro estudio biográfico importante es el de Leandro Álvarez Rey: Diego
Martínez Barrio: palabra de republicano (2007).
12 El amplio panorama de publicaciones sobre el republicanismo contrasta con la menor
abundancia de los estudios sobre el socialismo. Disponemos sin embargo de un
importante estudio regional, Socalismo, República y revolución en Andalucía, 1931-1936
(2000), en el José Manuel Macarro analiza las contradicciones y los enfrentamientos
internos que caracterizaron la historia de las organizaciones socialistas en aquellos
años. Y también se han publicado estudios interesantes sobre algunos de los principales
líderes socialistas del período. Sobre Largo Caballero puede consultarse la biografía de
Juan Francisco Fuentes, Largo Caballero, el Lenin español (2005), en la el papel del “mal
llamado Lenin español”, como le llama Fuentes, en la radicalización del socialismo a
partir de 1933, mientras que Octavio Ruiz-Manjón ha publicado una biografía de
Fernando de los Ríos, un intelectual del PSOE (2007).
13 A diferencia del PSOE, cuya pertenencia a la Internacional Socialista tenía escasa
relevancia práctica, el Partido Comunista de España de hecho formaba parte de un
partido supranacional, era la sección española de la Internacional Comunista, cuyas
orientaciones marcaban las líneas maestras de la política del partido. Debido a ello, la
correspondencia cruzada entre la dirección del PCE y la cúpula de la Internacional en
Moscú presenta un gran interés histórico, como se ha demostrado cuando, tras la
desaparición de la Unión Soviética, sus archivos se han abierto a los investigadores.
Fruto de ello ha sido un libro de Antonio Elorza y Marta Bizcarrondo, Queridos
camaradas: la Internacional Comunista y España, 1919-1939 (1999), que representa una
aportación fundamental a la historia del comunismo español en los años de la
República. Por otra parte, el peso de la dirección comunista soviética sobre las
decisiones de la Internacional, de donde se derivaba un complejo juego entre la política
soviética, la línea de la Internacional y las decisiones del PCE, que había de aplicar esa
línea en las particulares circunstancias de España. Este es el tema del interesante libro
de Payne Unión Soviética, comunismo y revolución en España, 1931-1939 (2003).
14 La historiografía sobre el anarquismo español durante la Segunda República ha
experimentado también un avance considerable, aunque menor que en el caso del
comunismo. La mejor síntesis es la de Julián Casanova, De la calle al frente: el
anarcosindicalismo en España, 1931-1939 (1997), que subraya como el ciclo de
insurrecciones protagonizado por la CNT en el primer bienio republicano se tradujo en
una radical caída de la afiliación. Una profundización en el tema de la afiliación y del
funcionamiento interno de la CNT se encuentra en la obra de Anna Monjo Militants:
participació i democracia a la CNT als anys trenta (2003).
15 Respecto a las organizaciones de derechas, el interés de los investigadores se ha
centrado en los últimos años no tanto en la gran organización posibilista que era la
CEDA, como en los sectores más radicales, dispuestos a acabar con la República. El
sector de la derecha católica que experimentó una mayor radicalización en los años de
la República, la Juventud de Acción Popular, ha sido estudiado por Sid Lowe en una
obra, Catholicism, war and the foundation of Francoism (2010), que sostiene la tesis de la
contribución fundamental de la CEDA a que surgiera el clima favorable en que se gestó
el alzamiento militar de 1936: “la guerra –escribe Lowe- representó la continuación de

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la cruzada de la JAP contra la República”. Una posición que contrasta con el análisis
más matizado que de la actitud de la CEDA ante la democracia republicana han llevado
a cabo autores como Manuel Álvarez Tardío, sobre todo en su ensayo sobre el tema en
Palabras como puños, la obra colectiva dirigida por Fernando el Rey.
16 Acerca de la derecha alfonsina, que se alejó de los postulados liberales de la monarquía
constitucional para defender una salida autoritaria para los problemas de España,
destacan los libros de Julio Gil Pecharromán, Conservadores subversivos: la derecha
autoritaria Alfonsina, 1913-1936 (1994), y de Pedro Carlos González Cuevas, Acción Española:
teología política y nacionalismo autoritario en España, 1913-1936 (1998). La tesis de González
Cuevas es que la ideología de la revista Acción Española, la más influyente en el plano
intelectual, y la del conjunto de la derecha monárquica, representaba una
manifestación tardía del tradicionalismo, que fundamentaba la acción política en las
creencias religiosas y representaba el punto de vista de la aristocracia frente al cambio
social. Hay que destacar también el interés de la documentada biografía de quien fue la
gran figura de la derecha monárquica en los años de la República, escrita por Alfonso
Bullón de Mendoza, José Calvo Sotelo (2004), que le presenta como “un tenaz defensor
de Dios, la Patria y el Rey”, aunque nunca fue tradicionalista, y partidario de “un Estado
autoritario que garantizase la armonía social”, que en sus últimos meses aceptó
definirse como fascista, pero cuya profunda radicalización no fue un caso excepcional
en su tiempo.
17 Una útil aproximación a la historia de la Comunión Tradicionalista en la Segunda
República es la que realiza Cristina Barreiro a través del estudio de su prensa, El carlismo
y su red de prensa en la Segunda República (2003), en el que destaca la contribución de los
medios de comunicación tradicionalistas a la caída de la República, mediante una
campaña radical de descrédito de las instituciones que planteaba el empleo de la fuerza
como la única vía de salvación para España. En cuanto a la relación de los carlistas con
la Iglesia española y el Vaticano, es interesante la obra de Antonio Manuel Moral
Roncal, La cuestión religiosa en la Segunda República española: Iglesia y carlismo (2009).
18 Respecto al fascismo español, José Luis Rodríguez Jiménez, estudioso de la extrema
derecha en España y en Europa, es el autor de una útil síntesis, Historia de Falange
Española de las JONS (2000), que cubre desde la primera recepción de la ideología fascista
italiana hasta la “domesticación” de Falange por Franco, en los primeros años de su
régimen. Respecto al fundador de la Falange, Julio Gil Pecharromán ha escrito una
buena biografía, que destaca por su ponderación: José Antonio Primo de Rivera, retrato de
un visionario (1996). Finalmente, acerca del conjunto de las derechas extremas, Eduardo
González Calleja ha publicado recientemente un libro en que enfatiza su creciente
proclividad hacia el empleo de la violencia: Contrarrevolucionarios; radicalización violenta
de las derechas durante la Segunda República, 1931-1936 (2011), en el que enfatiza como, a
pesar de su diversidad, “a la altura de 1936 todas las formaciones
contrarrevolucionarias estaban de acuerdo en que era la fuerza militar quien debía
acabar con la República”. La gran cuestión que González Calleja no aborda fue la de en
como interactuó la radicalización violenta de las derechas con la de las izquierdas
obreristas para generar un clima favorable a la guerra civil, una cuestión que, como
hemos visto ocupa un lugar central en los diferentes análisis del colapso de la República
por parte de autores como Stanley Payne, Rafael Cruz, Gabriele Ranzato o Fernando del
Rey.

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19 La selección de libros en la que se basa este comentario historiográfico (cuarenta y


cinco en total, de los que cuatro publicados ya en la segunda década del siglo XXI) deja
inevitablemente fuera muchas obras de interés, pero basta para mostrar el grado en
que se han renovado en las dos últimas décadas los estudios sobre el período
republicano. A libros como los de Albert Balcells (Crisis económica y agitación social en
Cataluña, 1931-1936, 1971), Mercedes Cabrera (La patronal ante la II República:
organizaciones y estrategia, 1931-1936, 1983), Maria Dolors Ivern (Esquerra Republicana de
Catalunya, 1931-1939, 1989), Santos Juliá (Orígenes de Frente Popular en España, 1979),
Edward Malefakis (Reforma agraria y revolución campesina en la España del siglo XX, 1971),
José Ramón Montero (La CEDA: el catolicismo social y político en la II República, 1977), Paul
Preston (La destrucción de la democracia en España: reacción, reforma y revolución en la II
República, 1978), Richard Robinson (Los orígenes de la España de Franco, 1974), Octavio
Ruiz-Manjón (El Partido Republicano Radical, 1908-1936, 1976), Manuel Tuñón de Lara (La II
República, 1976) y Javier Tusell (Historia de la democracia cristiana en España, 1974), que en
los años setenta y ochenta sentaron las bases de un conocimiento sólido de la historia
de la República, algunos de los cuáles siguen siendo hoy de consulta obligada, se ha
añadido una nueva generación de estudios y no hay ningún síntoma de que el interés de
los investigadores sobre el tema vaya a decaer en los próximos años.

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AUTOR
JUAN AVILÉS FARRÉ
UNED

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Études
Estudios

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El erasmismo de Fernando de los Ríos


L’érasmisme de Fernando de los Ríos
The erasmism of Fernando de los Ríos

Carlos García De Andoin

1 Aquí venimos «nosotros, los heterodoxos españoles que somos los hijos de los
erasmistas». Son palabras del ministro socialista de Justicia, Fernando de los Ríos, en su
crucial discurso del 8 de octubre en 1931 en el Congreso de los Diputados, cuando se
debatía intensamente la cuestión religiosa en el proyecto de Constitución de la II
República1. Ese mismo día, Federico García Lorca, amigo y protegido, le dedica unas
coplas en las que le identifica como «Fernando, el erasmista» 2.
2 Sobre el erasmismo del intelectual y político socialista, rector de la política laica de la II
República, escribe el constitucionalista Gregorio Peces-Barba, que cuando De los Ríos, al
término de la Guerra Civil, solicita residencia en los EE.UU. cumplimentando el
formulario de inmigración, al ser requerido sobre su afiliación religiosa, no
encontrando casilla adecuada entre las denominaciones al uso, escribió «cristiano
erasmista3. También se refiere a esta anécdota José Prat4, su estimado alumno,
destacado humanista y subsecretario de la Presidencia del gobierno republicano
(1937-38). Explica esta adscripción diciendo que «se sentía inmerso en la gran tradición
del humanismo cristiano de los erasmistas del siglo XVI, los ilustrados del XVIII, los
doceañistas y los institucionistas de don Francisco Giner, ciertamente nada ajeno al
mensaje evangélico»5. ¿Es el erasmismo en De los Ríos algo más que una anécdota? Esta
es la pregunta que guía la investigación de este artículo.
3 Ángel del Río, recordando esta declaración de cristiano erasmista ante las autoridades
norteamericanas de inmigración, en el prólogo al libro postumo Religión y Estado en la
España del siglo XVI, escribe que más allá de un pasadizo puntual «lo cierto es que
reiteradamente afirmó su admiración hacia un movimiento que, si bien malogrado por
el triunfo de la Contrarreforma, dejó escondidos caminos en la espiritualidad española»
cuyas actitudes mutatis mutandis «podrían descubrirse en cuantos reformadores han
ido surgiendo a lo largo del azaroso rumbo de la historia de España, de un Jovellanos a
un Giner»6. Este testimonio es corroborado tras la muerte de Femando de los Ríos en
1949, por varias figuras políticas e intelectuales como Prieto, Jiménez de Asúa o Dardo

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Cúneo que le identifican como erasmista7. Esta denominación, «cristiano erasmista», es


posteriormente señalada en los trabajos que desde diferentes ópticas se han realizado
sobre su pensamiento8 9. Sin embargo, a pesar de su reiterada referencia, aún no se ha
profundizado en el significado del erasmismo de Femando de los Ríos. El no es un
investigador del erasmismo. Se informa y documenta en las obras de Marcel Bataillon y
Américo Castro. Lo que es singular, como se muestra, es el uso discursivo del erasmismo
en contextos de gran antagonismo político. Además, como se podrá comprobar, es una
pieza clave de su interpretación liberal de la historia de España. Para él, este
movimiento del siglo XVI es el precursor del reformismo liberal en España.

«Nosotros los heterodoxos, los hijos de los


erasmistas»
4 Femando de los Ríos utiliza el término «erasmistas» con un significado colectivo y
discursivo en circunstancias cruciales cargadas de dimensión histórica: en 1931, en el
debate sobre la cuestión religiosa en la Constitución de la II República; en 1938, en un
artículo en La Vanguardia cuando se acerca la victoria de los sublevados en Cataluña,
viendo ya cerca la derrota final de la República, y en 1945, cuando la victoria aliada en
la II Guerra Mundial alienta las esperanzas del restablecimiento de la República,
conformándose el Gobierno de Girai en el exilio, del que él va a formar parte como
ministro de Estado.
5 Analicemos la referencia del mencionado discurso del 8 de octubre de 1931. Dice así el
párrafo completo:
Llegamos a esta hora, profunda para la Historia española, nosotros los heterodoxos
españoles, con el alma lacerada y llena de desgarrones y de cicatrices profundas,
porque viene así desde las honduras del siglo XVI; somos los hijos de los erasmistas,
somos los hijos espirituales de aquellos cuya conciencia disidente individual fue
estrangulada durantes siglos9.
6 Es un párrafo en el que De los Ríos expresa plásticamente la dureza de una batalla
ideológica que arranca del siglo XVI, marcada por el dolor, la persecución y la
represión. En el otro lado, como se ve en la cita siguiente, como agente causante, está la
Iglesia, que, confundida con la Monarquía, no ha respetado la libertad individual.
Venimos aquí, pues -no os extrañéis-, con una flecha clavada en el fondo del alma, y
esa flecha es el rencor que ha suscitado la Iglesia, por haber vivido, durante siglos,
confundida con la Monarquía y haciéndonos constantemente objeto de las más
hondas vejaciones: no ha respetado ni nuestras personas ni nuestro honor, nada,
absolutamente nada ha respetado; incluso en la hora suprema del dolor, en el
momento de la muerte, nos ha separado de nuestros padres.
7 Se reivindica, no obstante, no en el bando de la irreligión o en la anti-religión, sino que
dice que algunos no son católicos, no por no ser religiosos, sino por querer serlo con
mayor radicalidad y autenticidad: «hasta la última célula de nuestra vida espiritual está
saturada de emoción religiosa». Prosigue dando énfasis a esta idea: «algunos de
nosotros tenemos la vida entera postergada ante la idea de lo absoluto e inspiramos
cada uno de nuestros actos en un ansia ascensional». A continuación, desde la
conciencia de estar en el bando vencedor, el «de la emoción liberal española», llama a la
prudencia y a la tolerancia a los diputados católicos -que no toquen tambores de
guerra- y al conjunto de los diputados republicanos les dice que no se dejen llevar por
el resentimiento. Finalmente, quiere que el histórico momento de 1931 sea para España

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lo que significó el edicto de Nantes, una oportunidad para pasar página e inaugurar una
etapa de paz religiosa.
8 De los Ríos se refiere asimismo al «nosotros erasmistas» el 30 de septiembre de 1938, en
plena Guerra Civil, cuando Franco ya ha abolido el Estatuto de Cataluña, cuatro meses
antes de la victoria de la ocupación franquista. En La Vanguardia, de un modo que
rezuma desesperación en defensa de la democracia, habla de los «erasmistas de la
República» y de su misión. Una misión que no se reduce a salvar la democracia sino un
régimen de vida. Una misión que arranca en el siglo XVI con miembros de la Corte de
Carlos V y sigue con Giner de los Ríos y Unamuno, incluyéndose el propio Femando. Su
misión no es otra que «realizar el sentido cristiano de la vida», fuera de dogmas y ritos,
fuera del catolicismo, pero incluso valorando aspectos de la Contrarreforma -«el
Espíritu es más que la Razón»-.
Nosotros los erasmistas de la República somos responsables de desarrollar el
sentido humano, de la democracia que es algo más, mucho más que una forma de
gobierno. Es nada menos y nada más que un régimen de vida. Desde el monje
compañero de Carlos V hasta la España moderna de Don Francisco Giner de los Ríos,
e incluyendo a Miguel de Unamuno, todos nosotros, en el fondo, somos erasmistas
que aspiramos a realizar el sentido cristiano de la vida, aunque fuera de dogmas y
ritos, y tomando de la Contra- Refonna el mensaje de que el Espíritu es más que la
Razón y ésta un pequeño islote del espíritu humano.
9 Una tercera mención del «nosotros erasmistas» se produce en 1945, el 17 de enero,
cuando la victoria aliada de la II Guerra Mundial alienta las esperanzas sobre el fin del
franquismo y la reconstitución de las instituciones de la República. De los Ríos
impartirá una conferencia en México DF, en el Círculo Socialista Pablo Iglesias, bajo el
título «Sentido y significación de España». En ella los erasmistas configuran un
nosotros colectivo presente pero que arraiga en un pasado que se remonta a
Prisciliano10, primer obispo condenado por heterodoxia en el siglo IV, y que se proyecta
a la edad contemporánea con los enciclopedistas, prolongándose hasta el krausismo,
Giner de los Ríos y la Institución Libre de Enseñanza. Una línea que, por su disidencia
respecto del dogma establecido, ha sufrido persecución surcando toda la historia de
España desde la aparición de un cristianismo fundido con el poder político.
De aquí las persecuciones, cuando llega el momento del florecimiento renacentista,
contra los erasmistas que son -o somos- descendientes de Prisciliano. Es la
persecución contra todas las formas de disidencia respecto del dogma tal y como
entonces estaba regulado. Es la posición, en el siglo XVIII, de la flor de nuestros
enciclopedistas, y aludo a la gran figura, a la maravillosa figura de Jovellanos; es en
el siglo XIX el creador y fundador de la Institución Libre de Enseñanza; es el
movimiento krausista que, en realidad, representa una floración española de este
espíritu y de esta actitud que vemos aparecer ya en el siglo IV 11.
10 Son tres menciones del erasmismo en las que éste no es simplemente pasado
petrificado sino realidad viva y presente, de carácter colectivo, que identifica una
corriente histórica: la otra España, la España liberal, no menos espiritual que la España
del dogma católico. En la II República identifica esta España con los hijos de los
erasmistas, en la Guerra Civil presentiza esta identidad colectiva como «los erasmistas
de la República» y en el exilio proyecta la existencia de los erasmistas remontándose
hasta el siglo IV, coincidiendo con el inicio del Constantinismo. Ciertamente De los Ríos
no habla de una mera identificación individual, sino de una interpretación de un
conflicto entre dos mentalidades que recorren la historia de España, un conflicto que
acaba por estallar de la forma más dramática y violenta en la Guerra Civil.

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Los erasmistas en la Historia de los heterodoxos de


Menéndez Pelayo
11 En 1882 Menéndez Pelayo (1856-1912) publica Historia de los heterodoxos españoles,
obra que se reeditará en 1910. Según el mayor investigador del erasmismo, Marcel
Bataillon, por esta obra entra el erasmismo en la historia del pensamiento español 12.
Femando de los Ríos y su generación reciben en la Universidad la primera noticia sobre
el erasmismo, siendo Menéndez Pelayo catedrático de la Universidad de Madrid (desde
1878 hasta su fallecimiento en 1912).
12 De los Ríos había encontrado en Giner de los Ríos una admiración hacia los «santos y
sabios» del siglo XVI. En Femando de Castro o en Giner de los Ríos no se mencionaba el
erasmismo como tal movimiento, pero sí se habla con alta estima del proyecto de una
Iglesia española, representada por lo mejor y más sano de su tiempo, en el polo opuesto
a la depravada Inquisición, en el que se encontraban los Luises, las Teresas, los
Carranzas y Hernandos de Talavera, los Hurtado de Mendoza, Sigüenzas, Nebrijas,
Brocenses, Arias Montanos y Marianas... Estos presintieron la necesidad de «mantener
el pensamiento de lo divino en medio de esta lucha incesante de lo humano» 13 y
propusieron «una vida religiosa más conforme con la naturaleza humana y con sus
varios fines»14.
13 Para comprender el significado que atribuye De los Rios a la Historia de los heterodoxos
es determinante tener presente el contexto de polémica entre los neo-católicos y los
krausistas. El hispanista italiano Arturo Farinelli escribe que Menéndez Pelayo siendo
muy joven «asiste al deplorable triunfo de los krausistas que oscurecían las mentes y
sofocaban las inteligencias entre sus abstrucidades»15; y reacciona rebelándose contra
«esos enemigos de la luz» a los que considera «sectarios fanáticos y bárbaros» 16. En el
centro del debate se encuentra precisamente la interpretación de la historia de España.
Menéndez Pelayo tenía la firme convicción de que en España toda verdadera grandeza,
todo florecimiento de las artes y las ciencias, se había producido gracias «a la unidad
intangible de la fe católica»17. La tesis opuesta defendía Giner de los Ríos, tal fusión
Estado y religión, era la causa del retraso cultural y científico de España: «la ciencia,
proscrita y hecha imposible por la Inquisición»18.
14 En la presentación de la primera edición, el propio Menéndez Pelayo, el 26 de
noviembre de 1877, dice que «el título de Historia de los heterodoxos me ha parecido
más general y comprensivo que el de Historia de los herejes» porque «todos mis
personajes se parecen en haber sido católicos primero y haberse apartado luego de las
enseñanzas de la Iglesia, en todo o en parte, con protestas de sumisión o sin ellas, para
tomar otra religión o para no tomar ninguna19». De esta forma resume el singular
pensamiento de su obra: «el genio español es eminentemente católico: la heterodoxia es
entre nosotros accidente y ráfaga pasajera»20. En el discurso preliminar a la edición
revisada y ampliada de julio de 1910 insiste en la idea: «la historia de los heterodoxos es
la historia de España vuelta del revés»21 .
15 Así, con un enciclopédico conocimiento de la historia del pensamiento, irá
desarrollando en sucesivos hitos esta particular historia de España. Se inicia en el siglo
IV con Prisciliano en tiempos del emperador Teodosio y la época visigótica -obsérvese
la apelación de De los Ríos a esta misma figura en sentido adverso 22-, pasa por valdenses

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y albigeases, judeizantes y moriscos, se detiene en los erasmistas y protestantes del


siglo XVI, sigue con masones, jansenistas regalistas y enciclopedistas hasta llegar a los
protestantes del primer tercio del XIX y concluir con el krausismo. De manera expresa,
la historia de los heterodoxos y el conjunto del pensamiento de Menéndez Pelayo está
basado en la idea de que la fe católica dota a España de identidad. Roma aportó a España
unidad legislativa y de lengua, pero «faltaba otra unidad más profunda: la unidad de la
creencia». Para Menéndez Pelayo en esta unidad de creencia es donde «adquiere un
pueblo vida propia y conciencia de su fuerza unánime», «sólo en ella se legitiman y
arraigan sus instituciones», «sólo por ella corre la savia de la vida hasta las últimas
ramas del tronco social».
Sin un mismo Dios, sin un mismo altar, sin unos mismos sacrificios; sin juzgarse
todos hijos del mismo Padre y regenerados por un sacramento común... ¿Qué
pueblo habrá grande y fuerte? 23.
16 Argumenta que el sentimiento de patria es moderno, que en rigor no existe hasta el
Renacimiento, pero España se forma como unidad porque hay una religión que une:
«una fe, un bautismo, una grey, un pastor, una Iglesia, una liturgia, una cruzada eterna
y una legión de santos»24. El cristianismo forjó la unidad nacional. «Esta unidad se la dio
a España el cristianismo» y «por ella [por la Iglesia] fuimos nación, y gran nación, en
vez de muchedumbre»25.
17 Menéndez Pelayo lee la historia de España como la de una nación elegida y
predestinada: «Dios nos conservó la victoria y premió el esfuerzo dándonos el destino
más alto entre todos los destinos de la historia humana, el de completar el planeta, el
de borrar los antiguos linderos del mundo»26. Así describe España, a continuación,
cargado de épica católica: «España, evangelizadora de la mitad del orbe; España,
martillo de herejes, luz de Trento, espada de Roma, cuna de San Ignacio... ; esa es
nuestra grandeza y nuestra unidad; no tenemos otra».
18 Cuando Menéndez Pelayo escribe la Historia de los heterodoxos queda poco del
esplendor del XVI. Aspira, en un anhelo compartido de la época, a la regeneración de
España, desde una nostalgia por lo que fue. Femando de los Ríos también comparte esta
aspiración, pero considera, por el contrario, que la unión Estado-Religión no es la
solución, sino el problema. La homogeneización de creencias no constituye la grandeza
de España sino su tragedia, el «drama de la libertad espiritual» 27. Es precisamente la
heterodoxia el signo y la prenda de una España en pos de la libertad política y la
modernidad. Éste es el valor de un erasmismo que acaba siendo sofocado por la ola
contrarreformista.

Fracaso de Carlos V. Interpretación de la deriva


contrarreformista de España
19 En la presentación de Religión y Estado en la España del siglo XVI en 1927 De los Ríos
inscribe este trabajo en una «polémica secular» que arrastra a unos y otros hasta el
presente a tomar partido por uno u otro bando28. Dice que «de la historia en sí misma se
ha hecho inicialmente un combate entre dos ejércitos del siglo XVI», una lucha que no
ha concluido sino que sus «mutuas invectivas y causas de reto han seguido cruzando el
escenario histórico no obstante haber cambiado éste por completo» 29.

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20 En la conferencia impartida el 6 de octubre de 1926, en la Universidad de Columbia 30,


mencionará el 50 aniversario de la Institución Libre de Enseñanza (en adelante ILE),
refiriéndose a ella corno fiel reflejo de «una minoría de singular relieve desde el siglo
XVI» que ha sido favorable al intento de conciliar aquellos elementos que pugnan desde
entonces: tradición-progreso, universal-individual, razón-religiosidad. Sostiene que la
ILE ha logrado una síntesis religiosa que de forma soterrada se sigue sosteniendo, «de
aquí el relieve al defender la supremacía incuestionable de los valores espirituales y el
sentido religioso de la existencia»31. Para Femando de los Ríos, en la década de los 20, la
ILE representa el intento de conciliación de los dualismos que aparecen en el siglo XVI y
que se enfrentan en una guerra cultural entre Reforma protestante y Contrarreforma
católica haciendo fracasar el propósito conciliador de Carlos V y de los erasmistas.
21 En la conferencia citada Femando de los Ríos sostiene, desde el pensamiento
organicista, armónico e integrador de la tradición krausista, que en el siglo XVI se
produce una escisión en la cultura occidental. Actitudes que estaban unidas en el
Renacimiento se dividen en la conciencia europea en el XVI convirtiéndose en fuerzas
antitéticas. Cada una concibe de un modo «la relación del hombre con la Naturaleza, la
relación con Dios y el modo como unos y otros explican la obra que a la razón compete»
32
.
22 El Renacimiento representa para De los Ríos un hito en el desarrollo del humanismo.
Realza la libertad y la individualidad de un modo inédito. Esta época hizo de «la libertad
la noción central y norma generativa de la acción: gracias a ella, el hombre es
considerado creador de su propia vida»33. En su regazo «se engendró el moderno
sentido de la libertad»34. La libertad eleva al hombre sobre la naturaleza sometida a su
determinación. Por la libertad se construye la historia. Asimismo destaca la
individualidad. El Renacimiento es un canto a la potencia creadora del espíritu, y «de
modo muy específico, del espíritu individual»35. El nuevo valor del hombre del
Renacimiento -dice De los Ríos- no es el de Sócrates, sino un hombre más humano «en
cuanto más individual, más real y concreto, más lleno de sí, más pleno y complejo» 36.
23 Sin embargo, todo este sentido cultural humanista se verá desgarrado por una «guerra
cultural» que se extiende por toda Europa. Lo que había estado armonizado en la
conciencia cristiana medieval se divide y da lugar a fuerzas ideales antitéticas e
irreconciliables: se oponen Autoridad y Libertad, Tradición y Progreso, Universalidad e
Individualidad, Espíritu y Razón, Patria, tierra de los padres y Patria, tierra de los hijos.
24 Estos polos antitéticos acaban por contraponerse simbólicamente en la obra de la
Reforma y de la Contrarreforma -«dos actitudes renacentistas ambas» 37- con nuevos
temas que la expresan: salvación por las obras o salvación por la fe que representan «la
ruptura de la unidad entre el pensar y el hacer, y la lucha por o contra la libertad y
responsabilidad de las acciones»38.
25 En su interpretación de la historia De los Ríos considera que con esta escisión se rompe
el primitivo compromiso cristiano entre los paganismos helenos y las fuerzas ascéticas
de Judea. Se rompe un cristianismo del que se han servido los meridionales para
revestir su politeísmo estético y los pueblos germanos para revestir su ansia de acción y
bienes terrenales. «Los unos tienden, espiritualmente al universalismo y terrenalmente
al individualismo; los otros, por el contrario, la universalidad la ven en lo terrenal, y lo
individual en lo espiritual; he aquí una de las divergencias que motivan Catolicismo y
Protestantismo». Concibe la Reforma como eco religioso del impulso histórico del
Renacimiento, no en su optimismo al que se opone, pero sí lo afirma «cuando estatuye

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la soberanía de la conciencia». La Reforma humaniza la religión «al interiorizarla en la


conciencia y en el sentimiento y hacerla, por tanto, inmanente» 39.
26 De los Ríos, por otra parte, sin caer en una simplificación maniquea subraya el carácter
renacentista de la actitud católica de valoración de la tradición. El Renacimiento exalta
la razón para la creación del futuro pero también descubre el valor del pasado clásico.
No en vano -dice- en un principio «viven más en intimidad Renacimiento y Catolicismo
que Renacimiento y Reforma la cual mira a este con faz hosca» 40.
27 Esa dualidad cultural es factor de antagonismo político y confesional. España, sin
embargo, -es su interpretación de Carlos V- antes de convertirse en vanguardia de la
contrarreforma va a intentar la conciliación. Alaba el esfuerzo de España por evitar la
ruptura cultural que amenaza a Europa y el esfuerzo por conciliar las fuerzas ideales,
cada vez más antagónicas, que resquebrajan la unidad cultural sin la que no es posible
una nación. «No hay nación posible, Renan lo vio con su habitual sagacidad, en tanto no
pueda hablarse de ella como unidad sustantiva en la vida de la cultura».
28 España había construido su unidad sobre «la identificación entre confesión y
nacionalidad» o «la equivalencia de religión y nacionalidad» 41 y con ese mismo esquema
concibe Carlos V su Imperio. Es bien consciente de las graves implicaciones políticas
que conlleva la división de una Europa en la que se enfrentan la Reforma evangélica y la
Contrarreforma católica.
29 De los Ríos recuerda el discurso pronunciado en Roma el lunes de Pascua de 1536 por
Carlos V ante el Papa, los cardenales y los embajadores, con la pretensión de restaurar
la paz de la cristiandad. En él propone una Confederación de los Estados Cristianos 42.
Atribuye ima enorme importancia a este discurso transcribiéndolo íntegramente en
nota a pie de página, porque marca «la divisoria de una época» 43.
30 Sin embargo, Carlos V no tendrá éxito. A pesar de los intentos de conciliación, la
separación luterana se consuma. Así, en 1548 Carlos V ve derrotada su pretensión: «es
el vencido idealmente quien se retira a Yuste; el que acarició la ilusión de impedir la
división de la conciencia cristiana, al que reprochan los intolerantes su flaqueza ante la
Reforma»44.
31 En la reelaboración de estas ideas en el exilio, en los años 40, De los Ríos concreta y
amplia en varias páginas la política religiosa del emperador Carlos y su pretensión de
conciliación45. Menciona la Carta-Programa (1519), cuando sucede en el trono a
Maximiliano, donde dice que seguirá las huellas de sus antepasados y los imitará en sus
luchas contra los infieles siendo su intención poner paz en la cristiandad y morir por
ella.
32 Concluye De los Ríos, que esta derrota se produce porque «Reforma y Contrarreforma
no eran meras visiones teológicas, sino dos maneras de enjuiciar los valores
trascendentes que resultaban incompatibles»46. Sistematiza así las fuerzas culturales en
pugna: «las dicotomías que dividen el último movimiento pueden expresarse de este
modo: Autoridad- Libertad; Tradición-Progreso; Comunidad sustancial-Individualidad;
Espíritu-Razón; Salvación por las obras-Salvación por la fe» 47. Fracasado el intento de
conciliación y consumada la ruptura de la conciencia cultural europea, entonces España
se decanta entre Individualidad y Universalidad, por ésta; entre Tradición y Progreso,
por aquélla; entre Autoridad y Libertad por aquélla, entre Razón y Espíritu, por éste, en
suma entregará su alma a un «ideal religioso en que prevalecen Universalidad y
Espiritualidad, Tradición y Autoridad, fe en las obras» 48.

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33 Dicho de otra manera, España opone a la individualidad de la razón, la autoridad del


espíritu universal objetivado no en el Estado, sino en la Religión: «ésa fue en cuanto
Estado la actitud de España el XVI ante la Reforma: a la individualidad de la razón
opuso la autoridad del espíritu universal objetivado en la Religión, no el Estado» 49.
34 Tras la conclusión del concilio de Trento el Estado español eleva sus acuerdos a leyes
del Reino50, transformándose España en un Estado religioso. De los Ríos subraya la
importancia de la Real Cédula de Felipe II, de 30 de julio de 1564, promulgada para
ejecución, cumplimiento, conservación y defensa de lo ordenado en el Santo Concilio de
Trento. Es el símbolo de la fusión entre Estado e Iglesia y en tal Estado «no hay lugar
para las minorías, para la heterodoxia, para las posiciones discrepantes» 51; lo que
lastrará la historia de España hasta el XX.
35 En los trabajos que reelabora en el exilio, De los Ríos dirá que en estos años el Estado
español se organizó como un Estado totalitario. Los que unificaron la conciencia
española mediante la fuerza acabaron por dividirla en el XX. Considera que aquél giro
que España dio en el siglo XVI tuvo consecuencias dramáticas que se proyectan hasta el
XX: «desde entonces la historia de España ha sido un drama de dimensiones
universales: el drama de la libertad espiritual»52.
36 Unos años antes, iniciada la Guerra Civil, en el II Congreso Internacional de Escritores
celebrado en Valencia en agosto de 1937, dice De los Ríos que todo el sentido de la
historia de España se mueve alrededor de dos opuestos aparentes. «¿Cuál es la tragedia
de nuestra historia desde el siglo XVI? La afirmación de España que procede de la
Contrarreforma, la idea de la comunidad, frente a la idea de la individualidad de la
Reforma».

El movimiento erasmista en el pensamiento de


Fernando de los Ríos
37 De los Ríos retrotrae al siglo XVI un combate cultural que aún perdura, y en este
contexto valora con admiración el movimiento que obtuvo un notable influjo en la
Corte Imperial de Carlos V, el erasmismo. La interpretación del erasmismo de Femando
de los Ríos tendrá como fuente principal la investigación histórica del hispanista
francés Marcel Bataillon. Hubo conocimiento mutuo entre ambos. Bataillon se refiere a
De los Ríos en varios artículos del Bulletin hispanique 53.
38 En el prefacio de la obra Érasme et l'Espagne (1937), Bataillon escribe que los que
conocen la historia espiritual del siglo XVI español saben que el erasmismo es uno de
los «rasgos originales de esa historia», pero «lo que no se sabe muy bien es que el
erasmismo ocupe un lugar tan central en ella». Para Bataillon las investigaciones
mostrarán que el erasmismo no es un mero episodio de la historia del Renacimiento. Su
«importancia no es sólo española sino europea» y permitirá «descubrir la continuidad
que existe entre la agitada época de Carlos V y los dramas íntimos de la
Contrarreforma»54. Bataillon reconoce su deuda con el precursor del estudio del
erasmismo español, Menéndez Pelayo, pero dice que intenta exphcar el erasmismo de
una manera bastante más profunda55.
39 Bataillon sostiene que cuanto más se estudia el erasmismo español tanto mejor se ve en
él un movimiento cultural complejo, ampliamente humano y laico sin duda, pero
también fundamentalmente religioso». El erasmismo es un conjunto espiritual que

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constituye «un privilegiado punto de mira para el estudio de la evolución religiosa de


España durante el siglo XVI»56, pero sin duda, el erasmismo tuvo un hondo significado
político, social y cultural.
40 Erasmo nunca se concibió como fundador de un movimiento más o menos herético, él
era antidogmático, pero siempre se concibió como ortodoxo. No obstante, las ideas
críticas y reformadoras de Erasmo y su género literario, mezcla de fervor e ironía,
provocaron fuertes debates que estuvieron en la base del surgimiento de los erasmistas,
los partidarios de Erasmo. Los dos rasgos por los que Erasmo fue glorificado y
combatido según Bataillon fueron: su espiritualismo, parejo a la crítica del
ceremonialismo ritual y las prácticas rutinarias, y su evangelismo, que reivindicaba el
retomo de la fe y la vida cristiana a las fuentes de la escritura y la patrística 57. Descarga
su ironía contra los monjes y el monacato y sus prácticas farisaicas, reverso del
espiritualismo. También fue particularmente crítico con los teólogos y la teología
escolástica, envés del evangelismo.
41 Las ideas de Erasmo, de gran difusión en la Europa de la época, arraigaron en España
como en ningún otro lugar. De los Ríos aduce como explicación que el «subjetivismo
religioso tan congénito con el estoicismo español» sintonizó con el inmanentismo de
Erasmo58.
42 El erasmismo en España se divide cronológicamente, según Bataillon, en tres etapas
(sobre las que no hay un consenso completo): Io) 1516-1536, el erasmismo combativo,
cuando la obra de Erasmo alcanzó una difusión extraordinaria mientras disfrutaba de la
protección de la Corte imperial de Carlos V; 2a) 1536-1556, el erasmismo discreto, desde
la muerte de Erasmo hasta la abdicación de Carlos V en que el combate cerrado contra
la Reforma extiende las sospechas sobre Erasmo como precursor de Lutero; 3a)
1556-1605, el erasmismo soterrado, desde la elevación al trono de Felipe II hasta la
publicación de El Quijote, periodo en que nadie se atreve a confesar el nombre de
Erasmo. En 1559, catorce títulos de Erasmo son incluidos en el Indice de libros
prohibidos.
43 De los Ríos se refiere al erasmismo en diversas partes de su obra.
44 La primera referencia se produce en la conferencia citada de 1926 de la Universidad de
Columbia, en un contexto en que, explicando la identificación entre patria y religión en
el proceso de creación del Estado moderno en España, va a resaltar la labor previa de
Isabel la Católica y el Cardenal Cisneros en pro de una nacionalización de la Iglesia y de
su sometimiento político al Estado para los asuntos temporales. De los Ríos subraya que
ya había mía aspiración a la reforma de la Iglesia en el propio Estado 59: «el Estado
español ansiaba una reforma de la Iglesia, si bien disciplinaria, no dogmática» 60. Como
prueba de esta voluntad reformista del Estado respecto de la Iglesia, aduce la actitud
contemporizadora de Carlos V con la Reforma y los numerosos «partidarios de Erasmo»
en España, incluso entre los teólogos, hasta el punto de que en las Juntas de Valladolid
convocadas por Carlos V para juzgar la ortodoxia de las doctrinas de Erasmo,
«constituyeran los erasmistas mayoría»61.
45 Tras este párrafo, De los Ríos menciona la obra de Américo Castro titulada El
pensamiento de Cervantes (1925). En este libro, el autor, también institucionista,
analiza la relación del autor de El Quijote con el Renacimiento y con el erasmismo.
Concretamente dedica el capítulo VI a las «Ideas religiosas» concluyendo que «sin
Erasmo, Cervantes no habría sido como fue»62. Argumenta esta tesis en la concepción de
mi cristianismo de virtudes prácticas y más sencillo, que se manifiesta en diversos

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recursos como el uso de la doble verdad a que obliga la represión de la Contrarreforma


a los católicos renacentistas, en los alardes de ortodoxia, en la crítica humanista a la
piedad supersticiosa o aspectos de la vida eclesiástica, el tratamiento de la salvación de
los gentiles y el valor de la tolerancia y la libertad hacia las minorías religiosas.
46 De los Ríos cita textualmente del libro de Castro63 que «cuando el arzobispo de Toledo,
Fonseca, y el de Sevilla, el inquisidor general Manrique, sostenían denodadamente a
Erasmo, pareció posible ir hacia mi cristianismo romano, y al mismo tiempo de carácter
crítico y, por tanto, antipopular»64. Pero esta posibilidad de un cristianismo más
cultural y europeo fue rechazada y ahogada -según De los Ríos- «cuando España se
postró de hinojos ante la idea religiosa y se entregó a ella sin permitir disidencias»
organizándose el Estado como una Iglesia, una orden militar para la causa de la fe 65.
Esta memoria de un cristianismo crítico y sabio en el XVI se encuentra en el krausismo,
en Femando de Castro y en Giner de los Ríos66.
47 De los Ríos describirá de modo más extenso el erasmismo en los trabajos sobre Religión
y Estado en el exilio, en los años 40, en Religión y Estado en la España del siglo XVI,
edición ampliada de 1957. En el contexto del siglo XVI, el de la «preponderancia
española», menciona que se produce también la aparición «de un nuevo hombre y un
nuevo reino espiritual», el de los alumbrados y erasmistas, «que se convirtieron en
centro de muchas fuerzas espirituales»67. Para subrayar su relevancia aduce la gran
difusión de la traducción del Enchiridion y la mención de diferentes personalidades de
la corte y la Iglesia de la época.
48 Considera a Erasmo «la personalidad más relevante en la corriente cristiana humanista
de la época»68. Alaba la Institutio Principis Christianis sobre la educación que debe
darse a un príncipe y los deberes que debe observar. A la cual respondió
posteriormente Maquiavelo con El Príncipe. Era la actitud opuesta, «el realismo y la
política del poder contra una concepción humanística y la fe en el resultado de una
educación social general». Extrae dos ejemplos de esta concepción humanista, el
primero sobre la innecesidad de la coacción, «si esto se hace -escribe Erasmo- no habrá
necesidad de muchas leyes penales, porque los ciudadanos acordarán hacer, por sí
mismos, lo que es justo»; y el segundo, su rechazo a la guerra, «deber de un príncipe
cristiano es mantener la paz y el fin de su educación, prepararse para conservar la paz.
¡Paz! ¡Paz! ». El mensaje de Erasmo era conservar la paz, sin embargo, los elementos
hostiles a Erasmo desencadenaron una batalla contra él. España -escribe De los Ríos- fue
«el campo de batalla elegido» porque era «el centro de gravedad político de Europa»,
Carlos V era el César en aquellos tiempos; y porque «España trataba de realizar, como
Erasmo, la Refonna sin revolución».
49 En defensa de Erasmo estaba lo más granado de la elite intelectual, eclesiástica y
política de España. Además del «propio Emperador -relata De los Ríos- contaban al Gran
Inquisidor, arzobispo de Sevilla, a Manrique, su secretario, al doctor Coronel, a los
hermanos Alfonso y Juan de Valdés, al ex secretario del Emperador tan estrechamente
relacionado con Melanchton para tratar de encontrar un camino común entre los
reformadores y la ortodoxia romana. Éste se hallaba en amistosa relación con Sebastián
Castellion, quien llegó a ser más tarde el promotor de la tolerancia religiosa». Continúa
De los Ríos, que a favor de Erasmo se encontraba «la mayoría de la elite intelectual de
España y, a su cabeza, el maravilloso humanista llamado Juan de Vergara 69, el arzobispo
de Toledo, Carranza y un benedictino como fray Alonso de Virués». Frente a ellos, los
detractores de Erasmo, «todos los monjes y sus secuaces, las masas, el pueblo» 70. De los

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Ríos describe con profusión de detalles uno de los puntos críticos de esta batalla, las
Juntas de Valladolid, convocadas por Carlos I en 1527 para decidir sobre la ortodoxia de
las doctrinas de Erasmo».
50 Hay una tercera referencia al erasmismo en el capítulo VI «España en la época de la
colonización americana»71. Es relevante para conocer una nueva dimensión del
erasmismo en De los Ríos.
51 En estos párrafos, después de mencionar las dicotomías que dividen Europa, que se
sustancian en la Reforma y la Contrarreforma, y de describir la derrota de Carlos V en
su denodado intento de salvar la unidad de la cristiandad, reivindica la memoria del
erasmismo. Dice, con énfasis dramático, «pero aún ahora, muchos estudiosos
desconocen que el erasmismo representó en España una verdadera guerra civil» 72.
Cuando usa la expresión guerra civil ¿está pensando De los Ríos en la suerte de la
República? ¿Está efectuando De los Ríos mi paralelismo histórico entre los erasmistas y
los republicanos? Probablemente sí. Unos y otros pretendían reformas, querían un
cristianismo interior, alcanzaron el poder del Estado, gozando del apoyo de las elites
modemizadoras y cultas; sin embargo, la reacción hostil e intolerante de las fuerzas
inmovilistas, del cristianismo exterior, desatan la reacción, declaran la herejía, la
condenan y la persiguen con violencia, hasta la eliminación física. Así en el XVI, como
en el XX. De los Ríos proyecta el significado de la guerra civil, incluso con su
terminología, a la contienda entre los dos ejércitos, que viene del XVI. El conflicto no
sólo termina con la guerra civil española, sino que también se inició con una guerra
civil que aún perdura.
52 Finalmente es preciso mencionar las obras de Erasmo que De los Ríos destaca, el
Enchiridion. Manual del caballero cristiano (1503), que traducida y publicada en
español en 1526 se convierte en «un acontecimiento sin precedentes» e Instituido
Principis Christi ani (1516), dedicada a Carlos V «sobre la educación que debe darse a un
príncipe y a los deberes que éste debe observar»73. Ambas conectan con temas muy
queridos por el institucionismo.
53 La educación del hombre interior. Del Enchiridion subraya la relevancia de la educación
cristiana del hombre interior frente a un cristianismo del hombre exterior, de las obras
aparentes y la piedad visible, basado en la coacción secular, pero vacío de Dios. En este
punto De los Ríos establece el duelo entre los erasmistas y los antierasmistas, la pugna
entre los partidarios del cristianismo interior y los partidarios de la iglesia visible, un
duelo que vive contemporáneamente De los Ríos en la instauración de la República
frente a la Iglesia católica y que estalla en la Guerra Civil.
Así comenzó el duelo que existe entre los defensores de un cristianismo interno
inclinado hacia la concepción de lo que más tarde se llamará la iglesia invisible y
aquellos partidarios de la iglesia visible que tratan de evitar todo cambio en el
orden existente74.
54 De los Ríos reivindica la vuelta al hombre interior. En 1941 imparte una conferencia
bajo el título «Necesidad de volver al hombre interior» en un Seminario en Nueva York.
Es un contexto marcado por el final de la Guerra Civil y por la invasión de Europa por el
nazismo. Ve en ellos un desastre provocado por una racionalidad científica
unidimensional. Reivindica el ideal humanista del Renacimiento del hombre interior:
«tenemos que volver al hombre interior. Hemos de educar la sensibilidad, las fuentes
que alimentan la emoción estética, la voluntad moral, el sentimiento religioso. Hemos

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abandonado el camino recto de la educación que tiene que ser el de vigorizar la


potencialidad de la vida interior»75.
55 Un tema, el de la formación del «hombre interior», que es clave para el
krausoinstitucionismo. En la Breve historia del krausismo español (1981), dice Adolfo
Posada que el influjo de Giner de los Ríos se basa precisamente «en el valor que el
maestro otorga a la formación del hombre interior»76, una «formación que es raíz y
asiento de la libertad cuya finalidad es, tomando palabras de Giner, «elevarse sobre el
horizonte de lo inmediato individual y sensible a que vive encadenado el animal más
inteligente»77. Posada subraya «el valor primordial que el hombre interior alcanza en la
concepción ginerista del derecho y de la pedagogía»78, lo que está en la base de su anti-
coaccionismo jurídico y de la profunda convicción, base de la ILE, sobre la función noble
y augusta de la educación, precisamente como «formación del hombre interior,
edificación ética y estética de la personalidad»79.

La concepción humanística de la política


56 La otra obra erasmiana que elogia De los Ríos es Insti tu fio Principi s Christ ioni (1516)
dedicada a Carlos I, cuando éste ha sido coronado como rey de España (1915) y tres años
antes de ser hecho Emperador Carlos V (1519). Erasmo fue designado miembro del
Consejo por el Rey y escribió este texto en «reconocimiento de este honor» 80. La
Institution como dice De los Ríos, está dedicada a «describir la educación que debe
darse a un príncipe y a los deberes que éste debe observar». De los Ríos observa que
cuando ésta aparece aún no había sido publicado El Príncipe de Maquiavelo. Para
Femando éste expresa la «actitud opuesta a la adoptada por Erasmo en la Institution.
Admira su «concepción humanística» de la política, la antítesis de Maquiavelo cuya
concepción se basa en «el realismo y la política del poder». Además destaca su
antibelicismo. La paz es uno de los temas preferidos de la ética política de Erasmo. Lo
recuerda De los Ríos, la Ins ti tut io «repite constantemente: el deber de un príncipe
cristiano es mantener la paz y el fin de su educación, prepararse para conservar la paz.
¡Paz! ¡Paz!»81. En el último capítulo de laInstitutio «XI. La declaración de guerra»
Erasmo carga con ingenio toda una batería argumentai contra la guerra: «bastante
tiene la vida humana con tantas calamidades, enfermedades, ruinas, naufragios,
terremotos y rayos como para ocasionar males mayores mediante guerras» 82. No
entiende que la guerra pueda enfrentar a príncipes que son cristianos «unidos entre sí
por tantos vínculos». Se extraña de que las leyes pontificias no reprueben toda guerra
cuando Cristo, San Pedro y San Pablo enseñan lo opuesto. Duda que alguna guerra
pueda merecer el calificativo de justa pues su móvil es «la ambición, la ira, la ferocidad,
el desenfreno o la avaricia». El buen príncipe cristiano «debe poner bajo sospecha
cualquier guerra, aunque parezca justa»83. En caso de disidencia entre príncipes
cristianos lo que deben hacer es intentar una reconciliación «antes de llegar a tantos
estragos, saqueos o calamidades para el pueblo»84. Los príncipes cristianos tendrán que
responder ante Cristo de la sangre humana derramada, de las viudas, de los ancianos
abandonados, de necesitados que no lo han merecido, de la perdición de las
costumbres, de las leyes y de la piedad. Esta idea, la de conservar la paz, como misión
del príncipe cristiano, en un contexto europeo y mundial marcado por la guerra, es la
idea central que De los Ríos subraya en la Institutio Principis Christi an is que «resume

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las experiencias y los requerimientos que, conforme el gran humanista, deberían darse
en un príncipe, para que, como repite muchas veces, pudiese conservar la paz» 85.
57 La paz y la concordia entre los príncipes en Europa bajo el dominio del emperador en
una fórmula de confederación de reinos cristianos es el ideal erasmista que hace propio
Carlos V. Este ideal es admirado por De los Ríos. «¡La Confederación de los Estados
Cristianos, que equivalía a decir en aquella época la Confederación de los pueblos
cultos!»86. Un ideal que no es pasado sino que remozado y amplificado tiene la máxima
actualidad, en lo que acabará por ver nacer, la Sociedad de Naciones. Dice De los Ríos:
«mas al íntimo deseo expresado por aquella España, vuelve sus ojos, a veces sin saberlo
buena parte de Europa, y en el ideal internacional expresado por Carlos V está
contenido, con el remozamiento y amplificación que imponen los siglos, el ideal
político de la nueva edad: el de la unidad plural a que aspira la Sociedad de las
Naciones, asilo de algunas de nuestras esperanzas» 87. Una histórica propuesta del
krausoinstitucionismo.
58 Frente al ideal humanista de la Universitas Christiana de Carlos V se interpondrán
primero el rey francés Francisco I y el Papa y después la Reforma. Dice De los Ríos que
«la agitación de aquella turbulenta época no era propicia para realizar este sueño [de
paz y concordia] de los espíritus superiores»88.

La represión inquisitorial del erasmismo en la España


del siglo XVI
59 La persecución de los erasmistas también constituye un dato central de la identificación
de Femando de los Ríos con este movimiento. Su reflexión tiene presente de forma
permanente que siendo una sensibilidad religiosa y cultural que alcanzó el corazón de
la corte imperial y sedujo a la elite cultural de la época, sin embargo, fue condenado
como heterodoxo sufriendo condena y persecución por la Inquisición en el período de
Felipe II. La persecución de los alumbrados o iluminados, que le antecedió, dio a la
Inquisición pretexto «para la persecución de los erasmistas hasta en la persona de
Carranza, el arzobispo de Toledo»89.
60 Sobre la crueldad y el carácter hispano de la Inquisición ya había escrito Giner de los
Ríos en 1866 en «La Iglesia española». Comentando la conferencia de Femando de
Castro ante la Real Academia de la Historia el 7 de enero de este mismo año manifiesta
su discrepancia con su benevolente visión de la Inquisición. Para Giner, la Inquisición
«no es extranjera en España» porque estando de acuerdo en que es «hija depravada de
la tendencia mística» debió «el ser a los reyes que simbolizan nuestra nacionalidad, se
enlaza a toda nuestra cultura y hace revivir todavía su maldita raíz en nuestro
infortunado suelo»90. Los males que acarreó la Inquisición fueron muchos. Entre otros,
había imposibilitado el desarrollo de la ciencia en España 91. En efecto, entre 1536 y 1556,
la pujanza del luteranismo y del conjunto de los movimientos de la Refonna produce un
cambio de atmósfera en el conjunto de la Iglesia católica y en los príncipes cristianos. El
protestantismo se suma al ¿luminismo como herejía a combatir. Las sospechas se
ciernen sobre Erasmo al que se considera precursor de Lutero, a pesar de su distancia
con él. En 1959 el índice de libros prohibidos del Santo Oficio incluirá la obra de Erasmo.
El Concilio de Trento (1545-1563) y el final del reinado de Carlos V, en 1556, habían
precipitado la represión del erasmismo. Sin embargo, no por ello desaparecería su

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influencia. Se abre a partir de este momento un periodo de erasmismo soterrado que se


extiende en la mística y en la literatura española y que se traslada al nuevo Continente.
61 Los erasmistas más relevantes sufrieron la persecución inquisitorial. Caso
paradigmático es el del benedictino Fray Alonso de Virués, uno de los predicadores
favoritos de Carlos V92. La represión inquisitorial española actuó con sistemática. La
represión cultural orquestada se caracterizó como un aparato burocrático, policíaco y
judicial, que cubría como una gran malla toda la Península y que alcanzaba hasta
Alemania, Italia y Francia, como se podrá ver en los casos de Servet y Castellion. Se
apoyó en el sentimiento cristiano viejo de las masas populares; también, en el oscuro
instinto igualitario hostil a quien se distingue por dinero o cultura; y en último
término, en una piedad gregaria lastimada por la crítica a las devociones tradicionales.
La Inquisición, con la orden de denuncia de los delitos por Edicto de 1525, había
asociado -como dice Bataillon- toda persona a la acción inquisitorial, de modo que «un
viento de delación» había «agostado la primavera del erasmismo español» 93.
62 No obstante, la hora de la condenación de Erasmo y el erasmismo no se produce hasta
una segunda etapa, cuando la lucha contra el protestantismo en España es exacerbada.
Así describe De los Ríos la nueva etapa: «la lucha contra el movimiento protestante se
había iniciado realmente en 1558. La actividad de la Inquisición se había reforzado por
la Pragmática del 7 de septiembre de 1558, estableciendo la vigilancia de las librerías, y
con la publicación del Indice de los Libros Prohibidos en 1559» 94.
63 Ciertamente, entre 1556, con la retirada de Carlos V en Yuste y la elevación al trono de
Felipe II, y 1563, en que se produce la clausura definitiva del Concilio de Trento,
«España cambia con gran rapidez y pro fundí simamente de clima espiritual» 95. No sólo
España, el conjunto de Europa llega a un momento crítico en que se rompe el precario
equilibrio mantenido hasta esas fechas. El sueño irenista «de una conciliación a pesar
de todo, pierde bruscamente el apoyo temporal de la política imperial» 96. El erasmismo
había repudiado el cisma, rechazando de un lado la intransigencia protestante y de otro
la intransigencia católica exigiendo una doble reforma: la de la Iglesia y la de la fe.
Finalmente, la intransigencia protestante se consolida en Francia, en Inglaterra, en
Alemania y en Suiza. Es hora de la reacción de un catolicismo disminuido. El papado
acusa a Carlos V y su política concesionista respecto al protestantismo. Se agudiza la
crisis entre la Casa de Austria y Roma. Muestra de ello es la cita expresa que De los Ríos
recoge de la excomunión del Papa contra Felipe II: «Felipe de Austria, hijo de la
iniquidad... siguiendo los pasos de su padre, compite con él y trata de sobrepasarle en
acciones infames»97.
64 Pero Felipe II necesita la alianza con Roma, y ésta necesita la España católica. Es en este
nuevo contexto europeo en el que Felipe II asumirá «el papel de campeón de la
Contrarreforma», con virtiendo -como dice De los Ríos- la misma en «objetivo de la
política de Estado y viendo «a él mismo como su heraldo y a España como el pueblo
elegido para conseguir la victoria de la verdad»98. Apreciando en él un exceso de celo
sobre «su papel histórico» y sobre «la diferenciación entre la Iglesia en sus actos y la
iglesia como debiera ser»99. En la base de la gran transformación que acontece en
España hacia 1558 se producen «vastos encadenamientos europeos mucho más fuertes
que la voluntad de algunos hombres»100. En 1554 la Inquisición española prohíbe una
parte de los libros de Erasmo, el Elogio de la Locura, el Enchiridion, los Coloquios, entre
otros. La prohibición no se limita a Erasmo. Alcanza progresivamente obras de Luis de
Granada, Juan de Avila, doctor de la Iglesia, y Francisco de Boija; también a todo tipo de

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publicación sospechosa de protestantismo o iluminismo, incluidas biblias y libros de


horas. Desde 1558, la imprenta y el comercio de libros quedan gravemente limitados so
pena de muerte y confiscación de bienes. Arzobispos y obispos deben inspeccionar
bibliotecas y librerías con ayuda del brazo secular. Se procede a la expurgación de
textos, hecha con saña, y a la quema de libros en hogueras públicas. Felipe II ordena
regresar a España a los estudiantes en Lovaina para evitar el contagio de la herejía.
También evita que los estudiantes españoles vayan al extranjero. Así lo dice De los Ríos:
«La Pragmática de 2 de noviembre de 1559 también vedaba a los estudiantes españoles
estudiar en el extranjero, excepto en Nápoles, Roma, el Colegio de Bolonia y Coimbra»
101
. Se trataba de crear un cordón sanitario frente a la peste heterodoxa.
65 Un caso paradigmático de la persecución al here je de la época es la desencadenada
contra el médico aragonés Miguel Servet (1509-1553). Bataillon, en la investigación que
realiza sobre el caso Servet en «Honneur et Inquisition»102, dice que todos los Estados de
Europa en el siglo XVI son extremadamente celosos de su ortodoxia, pero en ninguno
hay un organismo comparable a la Inquisición de España, cuyo ámbito de acción se
extendía a todo español residente en los vastos dominios del Imperio y más allá: «son
réseau couvrait tout le territoire de la Monarchie; et la Suprema avait ses antennes
exploratrices partout où vivaient des Espagnols fidèles: on en pourrait signaler, non
seulement en terre d’Empire, où Charles-Quint régnait, mais en Italie ou en France» 103.
Hay otro elemento en esta perspectiva. Que un emigrado de Aragón publicara en
Alemania opúsculos heréticos no debiera preocupar a la Inquisisión. Sin embargo, en
cuanto que era «Español de Aragón» dejaba de ser tolerable. Era considerado una
vergüenza que recaía sobre el honor de toda la nación, una afrenta que sólo podían
resarcir la penitencia o la muerte. Bataillon, subraya así, que una Inquisición que fue
creada contra los judíos y moriscos en pos de la pureza de sangre, después de la
revolución luterana, se arma contra toda herejía invasora y multiforme.
66 De los Ríos se hace eco de este caso sosteniendo que «el suplicio de Servet es una fecha
capital en el desarrollo de la idea de tolerancia», pues, como reacción, Sebastián
Castellion escribe el Manifiesto a favor de la Tolerancia. Tras el Concilio de Trento la
presión del Estado sobre la sociedad continuó, «pero la voz valiente de las minorías
españolas, más fuerte que las llamas, se dejaba oír constantemente» 104. Reivindica que
la elaboración del principio de la tolerancia por pensadores como Castellion, Milton y
Locke, ha tenido el precedente de «las minorías españolas [quej lo han defendido, desde
el siglo XVI, de toda clase de tiranía, con la pluma, la palabra y la sangre» 105. Dice De los
Ríos, una paradoja de esas típicamente españolas: «Al quemarse a Miguel de Servet,
secuaces de Calvino y discípulos de Erasmo se reúnen en tomo a la maravillosa figura de
Sebastián Castelao Castelloni y publican el primer manifiesto sobre la tolerancia. ¡El
primero!»106.

La búsqueda del sentido y significación de España


desde su historia
67 El significado del erasmismo de Fernando de los Ríos no puede comprenderse
adecuadamente al margen de una interpretación de la historia de España en búsqueda
de su sentido y significación; un país que fue la primera potencia política y cultural y
que, tras un conflictivo XIX que acabó en desastre, y un siglo XX, que prometiendo

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modernización, volvió a ver encallado el país en un enfrentamiento fraticida. De los


Ríos necesita interpretar lo que le ocurre a España desde su historia.
68 Si el conflicto entre krausismo liberal y antimodemismo católico es explicado desde un
diagnóstico cultural basado en las dualidades que se hacen antagónicas en el siglo XVI,
la Guerra Civil le llevará a De los Ríos a radicalizar y dramatizar el diagnóstico y a
retrotraer la visión sobre la historia de España, hasta el siglo IV, coincidiendo con el
inicio del constantinismo. La historia de España no era problemática para un
pensamiento nacional- católico rotundo, compacto y triunfante. Sin embargo, lo era
para la España derrotada, para los partidarios de su modernización liberal. De forma
particular y angustiosa, tras la Guerra Civil. Es esta perspectiva la que preside la
conferencia «Sentido y significado de España» que De los Ríos imparte en el Centro
Español de México el 17 de enero de 1945, organizado por el Círculo Socialista Pablo
Iglesias. En ella se observa cómo el exilio y el dolor se convierten no sólo en acicate
para pensar España sino en un privilegiado lugar epistemológico. Dice «he pensado que
precisamente por la abundancia de dolor de corazón que, como españoles, sufrimos en
el exilio, y por la intuición que engendra el dolor, estamos en mejores condiciones que
nunca para hablar de España, para rememorar el sentido que históricamente se le ha
asignado y para tratar de profundizar y conocer la significación de la tierra santa en
que nacimos»107. Desde este frontispicio hace una relectura de la historia para intentar
definir qué es España.
69 En un recorrido que arranca desde las culturas pre-romanas y llega hasta la guerra
civil, va anotando una serie de caracteres108 que en su interpretación definen el
temperamento de España: cultura ética hecha carne; pueblo fundidor de sangre de
heterogeneidad de pueblos; pueblo fundador, como necesidad esencial para
perpetuarse en la vida; pueblo que vive bajo la obsesión por convertir el sueño en
realidad; pueblo de espíritu frente a razón; pueblo con sed de absoluto, que acomete lo
imposible. Son un conjunto de rasgos que De los Ríos admira, pero en los que, con
sentido realista, también encuentra causa de dramas, como la «tendencia a eliminar al
discrepante»109.
70 En este repaso histórico hay dos momentos cruciales que van a marcar la existencia
dramática de España, de su enfrentamiento civil, las dos Españas, tomando la expresión
de F. Figueiredo (1888-1957) por su obra Asduas Espanhas (1932).
71 El primero es la condena y muerte de Prisciliano en el año 385. El segundo es el cambio
de rumbo en el siglo XVI, con la expulsión de los hebreos, de los moriscos y la
persecución de los disidentes, los erasmistas. En ambos la causa es la imposición de la
unión política por la fe: «España una por la unidad de la fe», que es la raíz de la
«persecución contra todas las formas de disidencia»110. Prisciliano había negado la
Trinidad frente al obispo Osio de Córdoba -que había presidido el concilio de Nicea- en
mi contexto en que se acababa de promulgar el Edicto del Emperador Teodosio (3 80)
declarando el cristianismo religión oficial del Imperio. De los Ríos cita partes del texto:
«360 - Publicado en Salónica-. Imponiendo a todos los súbditos la religión que a la
Iglesia romana había dado San Pedro y ahora enseñan el pontífice Dámaso y Pedro de
Alejandría, el primero en Roma, el otro en Oriente». Y añade: «Los que sigan esta ley
trinitaria serán comprendidos como cristianos católicos: los demás como herejes, que
serán castigados por la justicia divina y por la autoridad imperial» 111. Continúa De los
Ríos subrayando que este hecho «es de tal trascendencia que ya está ahí, a su vez,
perfectamente predeterminado, el drama de España de que hoy somos víctimas». En la

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condena de Prisciliano aparece el conflicto entre dos posiciones, trinitarios y


antitrinitarios, dos posturas que De los Ríos resume como religiosidad exterior frente a
religiosidad interior. Esa dualidad que va a atravesar toda la historia de España ya
desde el siglo IV112. Desde este antagonismo, que data del siglo IV, derivado del Edicto
de Teodosio, cuando llega el Renacimiento, se procederá a las persecuciones a los
erasmistas, «descendientes de Prisciliano»113 y luego a los enciclopedistas, con
Jovellanos a la cabeza, a la Institución Libre de Enseñanza, con Giner de los Ríos y «el
movimiento krausista que, en realidad, representa una floración española de este
espíritu y de esta actitud que vemos aparecer ya en el siglo IV» 114.
72 El segundo momento crítico es el cambio de rumbo de finales del siglo XVI. «Felipe II
adopta la posición de Teodosio, la posición que habían tomado los Reyes Católicos» 115.
España venía de un proceso de integración de hebreos, árabes y cristianos. En el siglo
XIII Córdoba y Toledo se convierten en los ejes de la cultura universal. La interacción
produce la mejor floración cultural de los árabes y también del movimiento cultural
hebreo. Sin embargo, ese ideal de armonía y convivencia se trunca. Nuevamente «la
pretensión de homogenizar España por la fe»116 había acabado por imponer una etapa
de desintegración y persecución con la expulsión de los hebreos, de los moriscos y la
persecución de los disidentes. Miguel de Servet es el nuevo Prisciliano.
73 De los Ríos ve en Felipe II un salto cualitativo pues «incrementa el drama con lo que ha
sido la esencia del nazismo». ¿Cuál es ésta? «La pureza de la sangre». La primera vez
que se plantea en Europa y en el mundo occidental la idea de la pureza de sangre como
factor de ciudadanía es con Felipe IL Una idea elaborada, contra la realidad de una
España hecha de mezcla de razas, porque «España es un fundidor de sangre» 117. «España
fundidora de sangre, España en proceso de integración hasta el siglo XV y en proceso de
desintegración desde fines del siglo XV; España viviendo su drama» 118.
74 Estos dos momentos son claves para definir las dos Españas: la primera que dice
«homogenizar a España por la fe; España una por la unidad de la fe», la otra «en lucha
dramática permanente, y con un heroísmo constante, sacrificando la vida por mantener
la libertad del espíritu como esencia de la dignidad» 119. En un lado la España de la
unidad de la fe, y en el otro, la España de la libertad individual.
75 Volviendo al principio, en Menéndez Pelayo la unidad de España por la fe era el
marchamo de su grandeza. Sin embargo, para De los Ríos «la unidad de la fe, la fusión
del Estado y la religión» no es sino el drama de España,«el drama para la conciencia
disidente, el drama para la libertad de espíritu»120.
76 Esta memoria histórica de los «erasmistas que son -o somos- descendientes de
Prisciliano» tiene en De los Ríos una función de reivindicación para el presente de la
libertad, la libertad de espíritu y la libertad de conciencia como condición para el pacto
y la normalización política de España. Esto se decía en un contexto de recuperación de
las instituciones republicanas en la esperanza de que el final de la II Guerra Mundial iba
a traer a España, por presión de las fuerzas aliadas, el restablecimiento de la República
y las libertades.
Y ya nos vemos nosotros retratados ahí, es decir, todos aquellos españoles fieles al
principio de que la libertad de espíritu, la libertad de la conciencia, la libertad del
hombre tiene que ser la condición sine qua non para toda España [...] Libertad de
espíritu como condición sine qua non121.

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El erasmismo, contribución de F. de los Ríos al


mitologema laico-liberal
77 El erasmismo de De los Ríos no es sólo un recurso de circunstancias sino parte esencial
de una construcción discursiva, un relato sobre la realidad para su redefinición política,
simbòlica o ideològica. Refleja una identidad colectiva sincrónica, los erasmistas de la
república, y diacrònica, que alcanza desde el siglo IV hasta el siglo XX, en la que el
significado compartido es la condición de víctima de la homogenización política por la
fe, «minoría sojuzgada por lo que quiso hacer con su conciencia el Poder» 122. El
erasmismo es una memoria, que reivindica una realización de un pasado de oro y su
dignidad, la vindicación de una injusticia cometida por persecuciones sin fin. Es, en
último término un ideal que se proyecta como estímulo para un futuro fundado en la
libertad individual, la superación del antagonismo por la conciliación y la tolerancia, y,
en definitiva, por la paz.
78 Como toda formación discursiva, el erasmismo se construye frente a un antagónico: la
intransigencia católica y su interpretación de España. Allá donde ella encuentra la
grandeza de la nación, De los Ríos sólo halla drama, el drama de la libertad espiritual,
de la libertad de conciencia. Este futuro ideal no excluye la religiosidad, pero ésta es la
del individuo, no la del Estado, basada en la libertad de espíritu, no en la coacción.
79 El uso discursivo se eleva con la experiencia de la rivalidad: en primer lugar, en las
Cortes ante la minoría católica en el debate sobre la cuestión religiosa; después, en una
guerra que ya ve perdida para la República, y finalmente, en el exilio, cuando el
antagonismo lleva a la expulsión no sólo ideológica sino también física del nosotros: la
anti-España. Desde el exilio De los Ríos radicaliza su interpretación del erasmismo.
Muchos no sabían que el erasmismo había constituido una verdadera guerra civil; era
una proyección de una realidad del presente al pasado.
80 Esta utilización política del erasmismo adquiere plausibilidad y virtualidad en un
contexto ideológico marcado por la identidad de lo español con lo católico. Lo español
es lo católico y lo católico es lo español. El erasmismo conforma una articulación
discursiva que permite la reinterpretación de esta ecuación. El erasmismo es
cristianismo y es español, pero lo es de modo compatible con la individualidad, esto es,
con la libertad de conciencia, con la libertad para investigar, con la ciencia y con el
Estado liberal.
81 El erasmismo es español. De los Ríos sostiene la tesis de que el erasmismo y su éxito en
España se produce porque aquellas elites encontraron en el inmanentismo de Erasmo el
subjetivismo religioso tan arraigado en el tradicional estoicismo español. En definitiva,
su éxito no viene del extranjero sino que encaja con uno de los rasgos del carácter
hispano: el subjetivismo. Por otro lado el erasmismo inspira al Emperador, a la corte y a
los sabios en el mismo tiempo histórico en que España se va a transformar en la
potencia hegemónica de Europa y el mundo, la época del Siglo de Oro. Hay un correlato
entre erasmismo y grandeza de España. Esta idea de la españolidad del erasmismo
también se colige en «La visión mística de Unamuno» (1926) cuando De los Ríos
hablando de la religiosidad de Unamuno dice que el problema de la Iglesia no es de
fundamento sino de medios, es que ésta yerra en «los medios dogmáticos» que adopta.
Considera que un catolicismo reformador, es una posición muy española, ya expresa en

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el erasmismo del XVI: «qué larga progenie tiene desde el siglo XVI! ¡Desde los días del
erasmismo y de Juan de Valdés!»123.
82 José Àlvarez Junco, en su libro Mater dolorosa sobre catolicismo y españolidad donde
investiga el papel de la religión católica en la conformación de la identidad nacional a
partir del Dos de Mayo de 1808, a lo largo del siglo XIX y el primer tercio del XX, expone
las dos versiones incompatibles de la historia que construyen por una parte los
nacional-católicos124 y por la otra los liberales. Basado en el esquema de pensamiento
mítico Paraíso-Caída-Redención describe el mitologema nacional católico de esta forma:
a partir del hito de la conversión de Recaredo, la edad de oro se encuentra en los Reyes
Católicos y en el Imperio de los Austrias, Carlos V y Felipe II, en el concilio de Trento y
en la contrarreforma, la batalla de Lepanto, la mística y los autos sacramentales. Es la
alianza entre el Trono y el Altar. Pertenecen a la decadencia de la historia de España los
reyes débiles del XVII, el reformismo antiespañol del XVIII y las revoluciones liberales
del XIX. En esta construcción de la historia la esperanza de redención descansa en la
unidad política y religiosa y en la acción imperial (en Marruecos). Por el contrario el
mitologema laico-liberal, según el estudio de Álvarez Junco, proyecta la edad de oro de
la historia de España a la Edad Media, con la convivencia de las tres culturas; las Cortes
de Aragón, más limitadoras del poder monárquico y menos comprometidas con los
Habsburgo que las de Castilla; y los fueros municipales, como pacto del pueblo con el
rey basado en el derecho consuetudinario. La decadencia se sitúa en la época de los
Austrias y el absolutismo. La redención es proyectada no sobre la unidad político-
religiosa, sino sobre la soberanía nacional y la democracia municipal 125.
83 El pensamiento de Femando de los Ríos permite considerar el erasmismo como un
contenido a insertar en la edad de oro del mitologema laico-liberal. En esta
reconstmcción discursiva. De los Ríos asume como icono de la historia liberal parte del
periodo de los Habsburgo, no el de Felipe II, pero sí el de Carlos V. Incluso hasta el
punto de borrar de la memoria de esta reconstrucción de su papel histórico la
intolerancia hacia judíos y musulmanes que practicó -no menos que los Reyes
Católicos-.
84 La última fase de los Estatutos de limpieza de sangre, vetando el acceso de los conversos
a ciertos oficios, cargos eclesiásticos e incluso territorios, fue aplicada con extrema
dureza ya en el reinado de Carlos V. Pero, sin duda, si la Contrarreforma ocupa un lugar
central en la asignación de contenidos del mitologema nacional-católico, en el
mitologema laico- liberal debe asignarse un papel simétrico al Erasmismo, de ahí la
importancia que concede De los Ríos a su memoria y a su difusión en el siglo XX. El
erasmismo comparte con el relato nacional-católico la idea de la religiosidad como nota
del carácter histórico de los españoles, pero al servicio de una nación soberana, liberal
y democrática, en un régimen político como el que rige en los principales países
europeos.

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NOTAS
1. Fernando de Los Ríos, Discursos parlamentarios, ed. de Gregorio Cámara Villar, Madrid,
Congreso de los Diputados, 1999, p. 316.
2. «¡Viva Fernando, viva Fernando! Fernando de los Ríos, barbas de santo. Besteiro es elegante,
pero no
tanto, ¡viva Fernando, viva Fernando! Fernando, el erasmista, barbas de santo». Cfr. Federico
García
Lorca, citado por Virgilio Zapatero, Fernando de los Ríos. Biografía intelectual Valencia, Pre-
textos,
1999, p. 327.
3. Gregorio Peces-Barba, «Religión y Estado en Fernando de los Ríos», en Gregorio Cámara Villar
(ed.), Fernando de los Ríos y su tiempo, Granada, Universidad de Granada, 2000, p. 464.
4. «Don Fernando pasó de embajador de la República española en Washington a exiliado en
Estados
Unidos. Fue tratado con consideración pero, claro está, tuvo que cumplir las estrictas
formalidades de
los servicios de inmigración norteamericanos, se pedía entonces la declaración de religión
profesada y
don Fernando la formuló así: cristiano erasmista». Cfr. Octavio Ruiz-Manjón, Fernando de los
Ríos. Un
intelectual en el PSOE, Madrid, Síntesis, 2007, p. 442.
5. Ibid.
6. Ángel Del Río, prólogo a Religión y estado en la España del siglo XVI, México, Fondo de Cultura
económica, 1957, p. 24.
7. Indalecio Prieto, «Femando de los Ríos. Semblanza», Adelante, México, 9 de junio de 1949; Luís
Jiménez de Asúa, Presentación de Fernando de los Ríos. Esquema manuscrito, Buenos Aires, 1949,
Archivo del Movimiento Obrero, Alcalá de Henares, [al5a-437-7]; Dardo Cúneo, «Femando de los
Ríos y el socialismo humanista». Cuadernos americanos, México, n° 78, 1954, p. 85-113.
8. Virgilio Zapatero, Fernando de los Ríos..., op. cit.; Gregorio Peces-Barba, «Religión y estado en
Femando de los Ríos», Sistema 152/153 (1999), p. 157-177; Juan Francisco García Casanova,
«Humanismo y política en Femando de los Ríos» en Gregorio Cámara Villar (ed.), Fernando de los
Ríos y ..., op. cit., p. 429-448; Octavio Ruiz-Manjón, Fernando de los Ríos. Un intelectual..., op. cit.;
Rafael Díaz-Salazar, España laica, Madrid, Espasa, 2008.
9. Fernando de Los Ríos, Discursos parlamentarios, op. cit., p. 316.
10. Prisciliano de Ávila (340-aprox. 385), obispo hispano, que junto a otros compañeros, fue el
primer sentenciado a muerte acusado de herejía, ejecutado por el gobierno secular, en nombre de
la Iglesia.
11. Fernando de Los Ríos. Obras completas, voi. 5. Teresa Rodríguez de Lecea (ed.), Barcelona,
Anthropos-
Fundación Caja Madrid, 1997, p. 348. (De ahora en adelante O.C. y n° de vol.)
12. Marcel Bataillon, Erasmo y España, México, Fondo de Cultura Económica, 1966, p. 807; y
Erasmo y
el erasmismo, Barcelona, Crítica, 2000, p. 141. Así lo viene a corroborar Américo Castro quien
había
sido alumno de doctorado de Menéndez Pelayo en 1904 en un artículo titulado «Recordando a
Erasmo»
publicado en La Nación, de Buenos Aires en 1925, donde escribe que «al salir de la universidad

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habíamos aprendido en los heterodoxos de Menéndez Pelayo que Erasmo fue un heterodoxo, es
decir,
un creyente a su modo». A continuación se queja Américo Castro de que tal concepción de la
historia
no sirve sino para desorganizar nuestras ideas pues si hablamos de una excepción esta sólo se
podrá
comprender si damos con la regla a que pertenece, en lo que suena a impugnación radical de la
visión
de Menéndez Pelayo continúa castro «decir que un escritor es heterodoxo, y pretender alzar
sobre tal
concepto una construcción histórica es del todo imposible» (Américo Castro, Teresa la santa y
otros
ensayos, Madrid, Alianza Editorial, 1982, p. 127).
13. Francisco Giner de Los Ríos, Estudios filosóficos y religiosos. Obras completas, vol. VI, Madrid,
La
Lectura, 1922, p. 506.
14. Ibid., p. 507.
15. Marcelino Menéndez Pelayo, Historia de los heterodoxos españoles, México, Porrúa, 1995, p.
xv.
16. Ibid., p. xvi.
17. Ibid., p. XX.
18. Francisco Giner de Los Ríos, Estudios filosóficos y religiosos..., op. cit, 1922, p. 308.
19. Marcelino Menéndez Pelayo, Historia de los heterodoxos españoles I, Madrid, BAC 150, 1956,
p.
44-45.
20. Ibid., p. 53.
21. Ibid., p. 28.
22. Femando de Los Ríos, O.C. 5, p. 348.
23. Marcelino Menéndez Pelayo, Historia de los heterodoxos españoles II, Madrid, BAC 151, 1956,
p. 1192.
24. Ibid, p. 1193-1194.
25. Ibid.,p. 1193.
26. Ibid, p. 1194.
27. de Los Ríos, O.C. 2, p. 476.
28. «Una polémica secular, más violenta y pasional que preocupada por su propia veracidad, nos
ha ido
arrastrando a todos a tomar posiciones en uno u otro bando; esto es, de la historia en sí misma se
ha
hecho inicialmente un campo de combate entre dos ejércitos del siglo xvi, cuyas mutuas
invectivas
y causas de reto han seguido cruzando el escenario histórico no obstante haber cambiado éste
por
completo» (de Los Ríos, O.C. 2., p. 396).
29. Femando de Los Ríos, Religión y Estado en la España del siglo XVI, Nueva York, Instituto de
las
Españas en los Estados Unidos, 1927, p. 25.
30. Inicialmente, en septiembre, había tratado el tema en una comunicación en el Congreso
Internacional
de Filosofía de Harvard bajo el título «Carácter religioso del Estado español en el siglo XVI y su
influjo

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en el derecho colonial español» (de Los Ríos, O.C. 3, p. 260-263). Un libro con el título del
publicado
en 1927 será nuevamente publicado en 1957 de forma postuma obedeciendo al propósito con el
que De
los Ríos estuvo trabajando hasta las vísperas de su muerte. La edición de 1957, preparada por su
amigo y profesor Ángel del Río -había presentado también la edición de 1927- cuadriplica con
diferentes
trabajos del exilio la edición inicial.
31. de Los Ríos, O.C. 2, p. 413.
32. Ibid., p. 400.
33. Ibid., p. 201.
34. Ibid., p. 208.
35. Ibid., p. 201.
36. Ibid., p. 202.
37. Ibid., p. 399.
38. Ibid., p. 400.
39. Ibid., p. 203.
40. Ibid., p. 401.
41. Ibid, p. 402-403.
42. Ibid., p. 404.
43. Ibid., p. 405. En carta a Gloria Giner dice que «el problema español, lo que ha sido y es, no se
ve más
que desde América: ¡que esfuerzo el del XVI y qué profunda la actitud de Carlos V! El día, tal vez
más
próximo de lo que puede creerse, en que el mundo cultural comprenda que es preciso ir a la
superación
de lo que significan Reforma y Contrarreforma, va a aparecer con una enorme grandeza nuestra
primera
parte de siglo XVI. Hay un discurso de C[arlos] V ante el Vaticano en 1532 ó 35 que es la divisoria
de una época. (Carta de Femando de los Ríos a Gloria Giner. Nueva York, 10 de septiembre de
1926.
Centro de Documentación de la Memoria Histórica, Salamanca, PS Madrid 1369, Exp. n°. 3, f.
46-47).
44. Ibid., p. 404.
45. Ibid., p. 436-441.
46. Ibid., p. 440.
47. Ibid., p. 447.
48. Ibid., p. 401.
49. Ibid., p. 412.
50. Ibid., p. 406.
51. Ibid., p. 407.
52. Ibid., p. 476.
53. Marcel Bataillon, «Fernando de los Ríos. Religión y Estado en la España del siglo XVI»,
Bulletin
hispanique, 31-2, 1929, p. 170-171 y «Femando de los Ríos. El pensamiento vivo de Giner de los
Ríos»,
Bulletin hispanique 51 -2, 1949, p. 198-200.
54. Marcel Bataillon, Erasmo y España, op. cit, p. vii.
55. Marcel Bataillon, Erasmo y el erasmismo, Barcelona, Crítica, 2000, p. 149.

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56. Marcel Bataillon, «L’Espagne religieuse dans son histoire. Lettre ouverte à Américo Castro»,
Bulletin
hispanique, 52 -1-2, 1950, p. 7.
57. Marcel Bataillon, Erasmo y el erasmismo, op.cit, p. 147.
58. Fernando de Los Ríos, O. CL 2, p. 453 y 478. Tal recepción se atribuye fundamentalmente a tres
razones:
el precedente de los iluminados o alumbrados que investiga Bataillon, así como la reforma de la
Iglesia
emprendida por Cisneros, citada por De los ríos; los conversos, los cristianos nuevos de
ascendencia
judaica que se identifican con un cristianismo espiritual que reduce las distancias entre los
cristianos de
rancio abolengo y los recién llegados, como investiga Américo Castro; y, en tercer lugar, un
contexto político y cultural, el del reinado de Carlos V en que España mira a Europa y adquiere en
ella una
posición preponderante.
59. Esta es una tesis que sostiene Menéndez Pelayo en la Historia de los heterodoxos españoles.
Sostiene
que la reforma de la Iglesia en España se produce con el cardenal Cisneros: «que la reforma se
pedía por
todos los buenos y doctos; que le reforma empezó en tiempo de los Reyes católicos y continuó en
todo
el siglo XVI; que a ella contribuyó en gran manera la severísima Inquisición; pero que la gloria
principal
debe recaer en la magnánima Isabel y en fray Francisco Jiménez de Cisneros» Marcelino
Menéndez
Pelayo, Historia de los heterodoxos..., op. cit,. 756-757.
60. Femando de Los Ríos, O.C. 2, p. 402.
61. «No se olvide cuantos eran en España los partidarios de Erasmo, así como el hecho expresivo
de que
en la comisión de investigación reunida en Valladolid, constituyeran los erasmistas mayoría» (de
Los
Ríos, O.C. 2, p. 402).
62. Américo Castro, El pensamiento de Cervantes, Barcelona, Editorial Noguer, 1972, p. 300.
63. Ibid., p. 248-249.
64. Femando de Los Ríos, O.C. 2, p. 402. Es preciso llamar la atención sobre el significado de
antipopular
en De los Ríos, que se refiere a su carácter culto y de amplias miras culturales, lo que en su
tiempo era
sólo accesible a las elites.
65. Femando de Los Ríos, O.C. 2, p. 411.
66. En el discurso de Castro, en el ingreso a la Real Academia de la Historia, y en el comentario
que sobre
él publica Giner de los Ríos, se dice que lo que pide el desarrollo del hombre en el conjunto de sus
dimensiones antropológicas es mantener el pensamiento de lo divino en medio de esta lucha
incesante
de lo humano: «firme el pie en la tierra y la mirada en el cielo». Se pone como ejemplo de ello e
inspiración a los sabios teólogos, humanistas y santos del siglo XVI que «vieron la necesidad de
unificar
el desarrollo de todas las dimensiones del hombre» y lo hicieron postulando «una vida

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verdaderamente
religiosa y cristiana». (Francisco Giner de los Ríos, Estudios filosóficos..., op. cit., p. 307. Lamenta
y se pregunta Giner de los Ríos en 1866: «¡ah! ¡por qué se oscureció aquel nobilísimo espíritu cuyo
definitivo triunfo acaso se encuentra todavía lejos de nosotros!» (p. 308).
67. Femando de Los Ríos, O.C. 2, p. 453.
68. Ibid, p. 454.
69. El secretario del Cardenal Cisneros, Juan de Vergara (1492-1557), fue apresado por la
Inquisición
acusado de erasmista y sospechoso de luterano. La cárcel arruinó su carrera.
70. Fernando de Los Ríos, O.C. 2, p. 454.
71. Fernando de Los Ríos, O.C. 2, p. 468-484.
72. «No saben que desde el emperador hasta el inquisidor general podían encontrarse erasmistas;
que la
traducción del enchiridion [de Erasmo] constituyó un éxito sin precedentes; que el arzobispo de
Toledo,
confesor de Carlos I, el secretario del emperador y los sabios más distinguidos hallaron en el
erasmismo
inmanente sentido de la religión, la idea de la interiorización, tan congènita al estoicismo
español».
Fernando de los Ríos, O.C. 2, p. 477.
73. Fernando de Los Ríos, O.C. 2, p. 453.
74. Ibid., p. 455.
75. Fernando de Los Ríos, O.C.. 5, p. 193.
76. Adolfo Posada, Breve historia del krausismo español, Oviedo, Universidad de Oviedo-Servicio
de publicaciones, 1981, p. 29.
77. Francisco Giner de Los Ríos, La persona social Estudios y fragmentos, Obras Completas, voi.
viii.
Madrid, Espasa-Calpe, 1923, p. 21-22.
78. Adolfo Posada, Breve historia del krausismo..., op. cit., p. 105.
79. Ibid., p. 29. Adolfo Posada resume el krausismo en una «filosofía de la libertad» que se traduce
para la
vida real, primero, en «la necesidad ética y política de la formación y elevación del hombre
interior»,
que compete a la educación, y, en segundo lugar, en la «necesidad de un régimen jurídico» que lo
haga
posible, lo que es función del Estado. Cfr. Ibid., p. 110.
80. Fernando de Los Ríos, O.C. 2, p. 453.
81. Ibid., p. 454.
82. Erasmo De Rotterdam, Educación del príncipe cristiano, Madrid. Tecnos, 2007, p. 174-175.
83. Ibid., p. 171.
84. Ibid., p. 172.
85. Fernando de Los Ríos, O.C. 2, p. 455.
86. Ibid., p. 404.
87. Ibid., p. 405.
88. Ibid., p. 454.
89. Ibid., p. 477.
90. Francisco Giner de Los Ríos, Estudios filosóficos. ..,op. cit., p. 307.
91. Tema básico de la disputa entre krausistas y neocatólicos, la llamada «polémica de la ciencia
española».
Gumersindo de Azcárate sostenía esta tesis, mientras que Menéndez Pelayo en La ciencia

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española
(1887), postulaban que el mantenimiento de la pureza de la fe católica no había impedido el
desarrollo
de una ciencia autóctona.
92. Alonso de Virués fue recluido en un convento y privado de licencias por dos años en 1537.
Contra el
secretario del emperador, Alfonso de Valdés se abrió causa en 1531, posiblemente por
conversaciones
mantenidas con Melanchton. Se le acusaba de irreverencias contra las indulgencias, la invocación
a
la virgen al comienzo de los sermones, sobrevaloración del matrimonio frente a la virginidad y de
la
oración mental por encima de la vocal. La muerte en 1532 le sustrajo de la prisión que le
esperaba. Cfir.
Marcel Bataillon, Erasmo y España, op. cit., p. 480-481.
93. Marcel Bataillon, Erasmo y España, op. cit., p. 491.
94. Fernando de Los Ríos, O.C.. 2, p. 479.
95. Marcel Bataillon, Erasmo y España, op. cit., p. 699.
96. Ibid., p. 701.
97. Ibid., p. 479.
98. Fernando de Los Ríos, O.C.. 2, p. 478.
99. Ibid., p. 478-479.
100. Marcel Bataillon, Erasmo y España, op. cit., p. 704.
101. Fernando de Los Ríos (1997), O.C. 2, p. 479.
102. Marcelo Bataillon, «Honneur et Inquisition: Michael Server pursuivi par l'Inquistion»,
Bulletin
hispanique, 27-1 (1925) p. 5-17.
103. Ibid, p. 12-13.
104. Fernando de Los Ríos, O.C. 2, p. 481.
105. 105 Ibid.
106. Fernando de Los Ríos, O.C.. 5, p. 350.
107. Ibid., p. 342.
108. Ibid., p. 344-351.
109. Ibid., p. 348.
110. Ibid.
111. Ibid., p. 347.
112. Ibid., p. 348.
113. Ibid.
114. Ibid.
115. Ibid., p. 350.
116. Ibid., p. 348.
117. Ibid., p. 350.
118. Ibid., p. 351.
119. Ibid, p. 348.
120. Ibid., p. 347.
121. Ibid., p. 348.
122. Fernando de Los Ríos, O.C. 3, p. 285.
123. Fernando de Los Ríos, O.C. 4, p. 257.
124. Cfr. José Álvarez Junco, Mater Dolorosa, Madrid, Taurus, 2001. Identificar a «España» con el
catolicismo requería «una labor de reelaboración de la historia» (p. 388). Es una tarea que es

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acometida
en los últimos años del reinado isabelino, «con un apreciable retraso de las historias nacionales
de
inspiración liberal» en el contexto del romanticismo y bajo la influencia de Balmes. Los autores y
las
obras principales que van esbozando el mito hi storio gráfico nacional-católico son: Antonio
Cavaniles,
Compendio de historia de España, Madrid, Imp. J. M. Alegría, 1860, 5 vols.; Francisco Belamr,
Reflexiones sobre la España, Madrid, Imp. de la Esperanza, 1861; Amador de Los Ríos, Historia
crítica
de la literatura española, Madrid, Imp. de José Rodríguez, 1861-1865; José Ferrer De Couto, Crisol
histórico español y restauración de glorias nacionales. La Habana, 2a edición, Imprenta de la Vda.
De
Barcina y Comp., 1862; Bernardo Monreal y Ascaso, Historia de España, 5a edición, Madrid,
Imprenta
y Fundición de M. Tello, 1890; Félix Sánchez y Casado, Prontuario de Historia de España y de la
Civilización española, Madrid, Lib. Hernando, 1867; Eduardo Orodea e Ibarra, Curso de lecciones
de historia de España, Valladolid, Imp. de Hijos de Rodríguez, 1876; Manuel Merry, Historia de
España. 2a ed. Sevilla, Imp. de Díaz Carballo, 1886-1888, 6 vols. El colofón de esta reconstrucción
es precisamente Menéndez Pelayo (José Álvarez Junco, «La difícil nacionalización de la derecha
en
española en la primera mitad del siglo XIX», Hispania, LXI/3, 209, 2001, 831-858).
125. Ibid., p. 401.

RESÚMENES
Fernando de los Ríos no es ningún estudioso del erasmismo pero hace del término un uso
reiterado en contextos de gran tensión socio-político. Se trata de una pieza clave de su
interpretación liberal de la historia de España. Para él, este movimiento del siglo XVI es el
precursor del reformismo liberal en España. Femando de los Ríos utiliza el término erasmista con
un significado colectivo y discursivo en 1931, en el debate sobre la cuestión religiosa en la
Constitución de la II República; en 1938, en un artículo en La Vanguardia cuando se va acercando
la victoria de los sublevados en Cataluña, y en 1945, cuando la victoria aliada en la II Guerra
Mundial alienta las esperanzas del restablecimiento de la República, conformándose el Gobierno
de Girai en el exilio, del que él va a formar parte como ministro de Estado. El artículo está
dedicado al estudio de esta referencia.

Fernando de los Ríos n’est pas un chercheur préoccupé par l’étude de ce mouvement mais il s’y
réfère régulièrement dans des contextes de grande tension socio-politique. Il s’agit d’une pièce-
clef de son interprétation libérale de l’histoire d’Espagne. Pour lui, l’érasmisme est le précurseur
du réformisme libéral en Espagne. Femando de los Ríos utilise le terme érasmiste avec un sens
collectif et discursif en 1931, lors du débat sur la question religieuse dans la Constitution de la II e
République ; en 1938, dans un article de La Vanguardia lorsque la victoire des troupes rebelles est
imminente en Catalogne, et en 1945, au moment de la victoire alliée lors de la Deuxième Guerre
mondiale fait naître l’espoir d’un possible rétablissement de la République, au moment de la

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formation du Gouvernement Girai en exil, dont il fera partie comme ministre des Affaires
étrangères. Notre article est consacré à l’étude de cette référence.

Fernando de los Ríos is not a researcher interested in the study of this movement but he refers o
it regularly in contexts of big sociopolitical tension. It is about a key of its liberal interpretation
of the history of Spain. For him, the erasmism is the precursor of the liberal reformism in Spain.
Fernando de los Rios uses the term erasmist with a collective and discursive signification in 1931,
during the debate on the religious question in the Constitution of the Second Republic; in 1938, in
an article of La Vanguardia when the victory of rebel troops is close in Catalonia, and in 1945,
when the victory allied during the World War II creates the hope of a possible restoring of the
Republic, at the time of the formation of the Government Girai in exile, of which it will be a part
as Minister of Foreign Affairs. Our article is dedicated of the study of this reference.

ÍNDICE
Mots-clés: érasmisme, réformisme, libéralisme, de los Ríos (Fernando), Deuxième République
espagnole (1931-1936), Espagne, XXe siècle
Keywords: erasmism, reformism, liberalism, de los Ríos (Fernando), Spanish Second Republic
(1931-1936), 20th century
Palabras claves: erasmismo, reformismo, liberalismo, de los Ríos (Fernando), Segunda República
española (1931-1936), España, siglo XX

AUTOR
CARLOS GARCÍA DE ANDOIN
Instituto Diocesano de Teología y Pastoral. Bilbao

Bulletin d’Histoire Contemporaine de l’Espagne, 51 | 2017


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El fracaso de la reforma agraria en


las Cortes de la Segunda República
L’échec de la réforme agraire aux Cortès de la Seconde République Espagnole
The failure of the agrarian reform in the Cortes of the Spanish Second Republic

Miguel Ángel Giménez Martínez

1 Al proclamarse la Segunda República, una de las cuestiones que con mayor urgencia se
planteaban era la de la reforma agraria. Las actividades agropecuarias eran, en abril de
1931, el elemento principal de la estructura socioeconómica de España. El porcentaje de
personas que vivían en zonas rurales y dependían económicamente de las actividades
agrarias superaba el 50%. Más de cuatro millones de españoles, de una población activa
de ocho millones y medio, se empleaban en este sector, que aportaba casi la tercera
parte de la producción total1. No es extraño, por tanto, que, en un país con aquellas
características y ante las expectativas elevadas por el cambio político, fuera inevitable
afrontar desde el primer momento el gran problema socioeconómico del momento.
2 La agricultura planteó tres problemas, interrelacionados entre sí, a los nuevos
dirigentes republicanos: en primer lugar, un elevado desempleo campesino, sobre todo
en el sur del país; en segundo, la concentración de la propiedad de la tierra en tomo a
pocas manos y las consecuencias derivadas de este hecho; y, por último, la reducida
productividad de las explotaciones agrarias2. Habría que añadir a estos tres, además, la
enorme carga de conflictividad social y política que portaban en su interior. Por tanto,
la llamada reforma agraria iría dirigida hacia la consecución de tres objetivos: acabar
con el paro, repartir mejor la tierra y aumentar el rendimiento de las explotaciones 3. En
este sentido, la República significó, como ha afirmado Malefakis, el primer intento serio
de la historia de España de cambiar la situación secular del agro 4.
3 Se desconoce si los grupos políticos que integraron el Gobierno provisional llegaron a
un acuerdo previo sobre la cuestión agraria y tampoco se sabe si trataron el tema antes
del 14 de abril de 1931. El hecho es que en su Estatuto jurídico se acudió a una fórmula
muy amplia, que se limitaba a afirmar el respeto por la propiedad privada y la intención
de introducir cambios en el Derecho agrario vigente5. Poco después, el Gobierno
provisional acordó que las futuras Cortes Constituyentes se encargaran de adoptar las

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medidas pertinentes sobre la reforma agraria6. Sin embargo, el Ejecutivo presidido por
Niceto Alcalá-Zamora tomó durante su mandato dos decisiones que se revelarían
trascendentales: en primer término, una serie de decretos impulsados por el ministro
de Trabajo, el socialista Francisco Largo Caballero, que modificaron sustancialmente las
condiciones de trabajo en el campo7; y, en segundo, la creación de una Comisión
Técnica, a la que se encargó proponer la estructura normativa sobre la que tendría que
pivotar la reforma. En julio de 1931, la Comisión ultimó un primer proyecto, que se
ceñía al problema de los latifundios del sur y recomendaba su entrada en vigor por
decreto8. La oposición manifestada por el PRR (Partido Republicano Radical) y el PSOE
(Partido Socialista Obrero Español), por razones distintas, determinó que el Consejo de
Ministros lo desestimara9. Sin embargo, este proyecto terminaría convirtiéndose en el
punto de referencia sobre el que acabaría construyéndose la reforma agraria.
4 A partir de ese momento, el protagonismo correspondería a las Cortes. En la Legislatura
Constituyente ( 1931 -193 3) se celebraron en la Cámara tres debates importantes
relacionados con el problema agrario: el que se produjo con motivo del artículo 44 de la
Constitución, en el que quedaban estipuladas las competencias del Estado respeto de la
propiedad privada10; el que tuvo lugar en la primavera y el verano de 1932 para la
aprobación de la Ley de Reforma Agraria11, y, finalmente, el que se desarrolló en tomo
al proyecto de Ley de Arrendamientos Rústicos, que quedó inconcluso por la crisis
gubernamental de septiembre de 1933 y la subsiguiente convocatoria anticipada de
elecciones12.
5 En la siguiente Legislatura (1933-1935), la primera intervención de las Cortes tuvo que
ver con la derogación de la Ley de Términos Municipales, la más polémica norma y la
que más oposiciones había generado de las impulsadas por Largo Caballero 13. Casi a la
vez, se discutió y aprobó una ley para engrandecer la superficie cultivable en
Extremadura14. A finales de 1934, el ministro de Agricultura, Manuel Giménez
Fernández, anunció una serie de proyectos, de los que el Parlamento solo llegaría a
aprobar la Ley de Yunteros15 y la de Arrendamientos 16. Su sucesor en el cargo, Nicasio
Velayos, presentó en el verano de 1935 una modificación sustancial de la Ley de
Reforma Agraria, que salió adelante tras un breve debate17.
6 En la Legislatura de 1936, Mariano Ruiz-Funes trató de actuar enérgica y rápidamente.
Junto a las medidas urgentes aprobadas por el Gobierno del Frente Popular, destinadas
a encauzar el problema de las ocupaciones ilegales de tierras, el nuevo ministro
presentó ante el Parlamento un conjunto de proyectos de ley, de los cuales solo se
aprobaron los relativos a la revisión de desahucios18 y a la reposición de la Ley de
Reforma Agraria de 193219. Cuando las Cortes fueron suspendidas en julio de 1936, días
antes del estallido de la Guerra Civil, se estaba discutiendo mi texto que permitiría a los
municipios recuperar los bienes comunales20.
7 Esta fue, resumidamente, la actividad desplegada por las Cortes republicanas en
materia agraria y esta será, en consecuencia, la materia del análisis que se plantea en
este artículo21.
8 Si se hace recuento de lo hecho entre abril de 1931 y julio de 1936, se llega a la sencilla
conclusión de que los términos del problema agrario no sufrieron prácticamente
alteración.
9 Al contrario, la intensificación de los conflictos políticos en tomo a ellos los agravó. Por
esta razón, se puede afirmar el fracaso de la política agraria de la Segunda República,
pues no logró ninguno de sus objetivos, cifrados en la modernización social y

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económica del campo. Normalmente, para explicar este fracaso se ha apuntado a la


inestabilidad, parálisis y contradicciones que atenazaron a los diferentes Gobiernos.
Este trabajo, sin embargo, no se centrará en esta cuestión, sino en el proceso en virtud
del cual las distintas medidas reformistas se gestaron en las Cortes, que determinó la
virtualidad de las mismas y demostró, incluso antes de su aplicación, su incapacidad
para resolver los problemas planteados.
10 Nos proponemos observar el comportamiento de los partidos con presencia
parlamentaria en tomo a la cuestión agraria. Al no haber durante la Segunda República
un eje derecha- izquierda, entendido según criterios socioeconómicos, que constituyera
la divisoria más importante dentro del sistema de partidos 22, las diferentes fuerzas y
bloques políticos carecieron de una línea coherente en sus programas socioeconómicos,
lo que dificultó que cumplieran con eficacia su función de «agregación de intereses» 23.
De este modo, se complicaría en extremo la posibilidad de que se articularan
alternativas adecuadas a un problema de tal calado. A la inversa, puede concluirse
también que dichas alternativas, al no coincidir con las líneas de división políticas,
estuvieron sometidas a una serie de tensiones que terminaron por hacer in viable
cualquier proyecto. Esto fue lo que ocurrió, una y otra vez, con la estrategia que más
veces trató de ponerse en práctica -quizá la única posible en aquellas circunstancias-
durante la Segunda República: acometer reformas legislativas graduales que no
pusieran en cuestión la estructura económica vigente. A continuación veremos cómo la
fragmentación, la dispersión y, en ocasiones, el enfrentamiento de grupos políticos que
coincidían en sus planteamientos de cambio social y económico, impidieron que
culminara con éxito una eficaz reforma agraria.

La frustración de la estrategia reformista


11 La única vía que se emprendió durante la Segunda República para atajar el problema
agrario fue la reformista. Lo que no es extraño si se tiene en cuenta que entre los
partidos políticos existía una mayoría, situada en la franja central del espectro político,
que abarcaba por la izquierda a un amplio sector del socialismo y por la derecha a los
llamados socialcristianos. De este modo, ministros de Agricultura pertenecientes a
partidos distintos, desde el radical-socialista Marcelino Domingo hasta el republicano
de izquierdas Mariano Ruiz-Funes, pasando por el progresista Cirilo del Río o el cedista
Manuel Giménez Fernández, representaron la misma política, en la que inspiraron
esencialmente sus respectivos proyectos.
12 Poco antes de estallar la Guerra Civil, cuando se acusaba al Gobierno de impulsar una
política revolucionaria en el agro español, Ruiz-Funes precisó en las Cortes que el
alcance auténtico de sus proyectos no hacía sino continuar con el espíritu mantenido
por sus antecesores en el cargo desde 1931 : «Nuestro deber es eliminar egoísmos;
nuestro deber es, llegado el momento, resolver con un criterio de justicia, que no es el
viejo mito de la espada, sino el símbolo de una balanza que pesa y mide; nuestro deber
es también, en definitiva, inclinamos por los más débiles. Todo el proteccionismo del
Estado se funda en esto, en el concepto de que ha habido clases sociales que por su
situación económica no han tenido medios para defenderse, y hay que prestárselos. No
vamos a una economía marxista, no vamos a un régimen marxista; vamos,
sencillamente, a una situación de justicia que hasta ahora no se había producido» 24. La
intervención del Estado dirigida a procurar que la propiedad cumpliera su «función

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social» y para aumentar la producción agraria concitó una coincidencia prácticamente


general en los órganos de decisión republicanos. Una coincidencia manifestada no solo
en su contenido, sino también en el procedimiento a seguir, que pasaba por el respeto a
los preceptos constitucionales y a la vía parlamentaria, así como por el carácter gradual
de las reformas.
13 Muchos autores han afirmado que la estrategia reformista fue inadecuada para resolver
un problema social y económico tan grande, lo que condenó al fracaso desde el
principio. Así, Jackson ha subrayado que «de los principales problemas con que tropezó
la República, el único para el que verdaderamente era imposible hallar una solución
moderada y legislativa era el de la reforma agraria»25. Ramos Oliveira ha hecho notar
igualmente la incapacidad de un régimen parlamentario para resolver la cuestión 26.
Murillo Ferrol ha puesto el acento en el desfase entre la política reformista y la
estructura social de España en aquella época27. Y Malefakis, menos categórico, tras
advertir problemas que la reforma agraria democrática no estaba preparada para
resolver, ha mostrado su escepticismo sobre el éxito de las medidas republicanas, aun
reconociendo que no había otra alternativa realista y que la vía reformista, aplicada de
otro modo, podía haber producido resultados distintos28.
14 Tales apreciaciones no tienen en cuenta un problema, a nuestro juicio, fundamental:
que para hablar de los límites de la política reformista socioeconómica, ésta tendría que
haberse ejecutado con una mínima vocación de perdurabilidad y efectividad. Sin
embargo, la Segunda República no lo consiguió nunca, y no precisamente por no
haberlo intentado. Si se analizan las medidas planteadas para remediar la situación del
sector agrario español se observa cómo éstas fueron complejas, contradictorias y lentas
en su gestación, lo que determinó que su puesta en vigor fuera a menudo
extemporánea. No se trata de que la reforma fuera insuficiente, tímida o careciera de
determinación, sino que fue confusa y desordenada. Estaba lleno de razón Jackson al
sostener que la Ley de Reforma Agraria de 1932 parecía «pensada por una asociación de
abogados sin empleo que deseaban asegurar no solo a ellos, sino a sus futuros hijos
abogados, un medio de ganarse bien la vida, en lugar de ser una ley escrita para los
campesinos de España»29.
15 Así pues, antes de entrar a valorar si la República burguesa fue incapaz de solucionar el
problema agrario con los instrumentos constitucionales y parlamentarios puestos a su
disposición, hay que plantearse si la estrategia reformista se puso verdaderamente en
marcha en algún momento. Ya hemos dicho que existía un amplio consenso en tomo a
la necesidad de abordar la cuestión por la vía de las reformas y que, pese a todas las
dificultades, no había otra política viable. Entonces, ¿por qué esa voluntad no se tradujo
en medidas coherentes y eficaces?
16 Para encontrar una respuesta adecuada a esta pregunta hay que mirar a los partidos
políticos presentes en las Cortes republicanas y a la poca consistencia de sus programas
socioeconómicos. Así, por un lado, las tres alternativas posibles -revolucionara,
reformadora y conservadora- se encontraban a la vez en el interior de una misma
fuerza política, mientras que, por otra parte, ninguna de ellas se concentraba
únicamente en un solo partido, sino que estaban repartidas entre todos ellos. Por tanto,
el reformismo como estrategia política estuvo fragmentando en organizaciones
diferentes que, muy a menudo y por razones diferentes, estaban enfrentadas entre sí.
De forma paralela, en algunos partidos, como el PSOE o la CEDA (Confederación
Española de Derechas Autónomas), el reformismo tuvo que competir con otras visiones

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revolucionarias o conservadoras. Y algo parecido ocurrió en las coaliciones y los


bloques, tanto gobernantes como opositores, incluso más agudamente, debido a la
heterogeneidad de su composición. Veamos a continuación cómo la necesidad de
mantener la unidad de los partidos y las coaliciones hizo que la reforma agraria fuera, a
la postre, incoherente e ineficaz.

El bienio republicano-socialista y la postura del PSOE


17 Durante la legislatura constituyente, la coalición republicano-socialista quebró su
coherencia en tomo a la reforma agraria cuando se dieron cita dos circunstancias. Por
un lado, que importantes minorías (Agrupación al Servicio de la República,
republicanos federales, progresistas, liberal-demócratas y, sobre todo, radicales) de
talante reformista se situaran en la oposición al Gobierno. Y, por otro, que el partido
más importante de la mayoría gubernamental, el PSOE, que en principio debía ser el
más decidido impulsor de los cambios sociales y económicos, se encontrara atenazado
por las luchas internas entre los partidarios de la reforma y los de la revolución.
18 En efecto, la actitud de los socialistas ante la cuestión agraria fue un ejemplo de
contradicción30. No hubo una doctrina ni una línea definida de actuación sobre esta
materia en el PSOE31. De las intervenciones parlamentarias de los diputados socialistas,
cuando se discutió la Ley de Reforma Agraria de 1932, no es posible extraer el programa
socialista para la agricultura. Éstos insistirían en mostrar un perfil posibilista y
dispuesto a la transacción a lo largo de los debates32, pero nunca estuvieron claras sus
propuestas para cualquiera de los puntos fundamentales del proyecto. Algunos autores
han apuntado a la presencia dentro del PSOE de unas tesis colectivistas 33, inspiradas en
los koljoses soviéticos, que se oponían al individualismo de los republicanos. En este
sentido, es cierto que algunos diputados socialistas, como Gabriel Morón, criticaron los
asentamientos individuales por ser «antisocialismo puro» 34. Pero también lo que es que
otros, como Juan Morán, terminaron aceptando la posibilidad de que los campesinos
optaran por explotaciones individuales o colectivas según el tipo de cultivo 35, e incluso
afirmaron, caso de Lucio Martínez Gil, que no era contradictorio favorecer la creación
de pequeños propietarios con el ideario socialista36. Es muy significativo que en los
debates parlamentarios sobre la reforma agraria nunca intervinieran los ministros
socialistas, ni cualquier otro de los líderes del partido 37. Siempre se delegó en
personajes de segunda fila, lo que revela bien la inexistencia de un criterio «oficial» o
dominante respecto al problema de la agricultura, bien el temor a que la apuesta por
una opción provocara una ruptura interna en el seno de la formación.
19 En realidad, las dudas socialistas ante el tema agrario solo pueden entenderse
completamente si se contempla la posición del PSOE en el sistema de partidos. Por un
lado, los socialistas nunca entendieron su papel dentro de la coalición gobernante del
primer bienio más que como una alianza circunstancial con otros grupos republicanos.
La visión de este rol determinó la orientación del PSOE, más reformista conforme se
consolidaba su posición dentro del Gobierno, y viceversa. Solo si se observa la inestable
relación de fuerzas en el Gobierno durante aquella etapa puede comprenderse que los
socialistas se opusieran primero a los proyectos de la Comisión Técnica Agraria y
después apoyaran fórmulas más limitadas. En este sentido, como apunta Malefakis, «la
explicación de la postura contradictoria de los socialistas durante este período parece
encontrarse en su temor a que los radicales venciesen en la pugna por conseguir el

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apoyo de los republicanos de izquierdas [...]. La continua inseguridad de los socialistas


dentro del nuevo régimen les llevaba a descontar la posibilidad -tan temida por los
propietarios- de que la “vaguedad” del proyecto de la Comisión Técnica llevase a una
ocupación permanente de las tierras dado que los campesinos, una vez instalados,
serían extraordinariamente difíciles de desalojar.
20 En su lugar, el PSOE aceptó un programa mucho más moderado con la esperanza vana
de que la menor ambigüedad de sus bases legales lo haría inalterable» 38.
21 Efectivamente, conforme la alianza con los republicanos de izquierda se afianzó, el
PSOE fue abandonando las posiciones maximalistas. Prueba de ello es la nula resistencia
que opusieron a los proyectos de reforma presentados a lo largo de 1932 por Marcelino
Domingo39. Sin embargo, a medida que, durante 1933, la coalición republicano-
socialista fue desintegrándose, el PSOE dejó de apoyar abiertamente el proyecto de Ley
de Arrendamientos que se debatió en las Cortes e incluso manifestó su disconformidad
con algunos de sus preceptos, anunciando además por boca de Lucio Martínez Gil que
intentarían cambiarlos «cuando tengamos medios para ello» 40. Ya en 1934, cuando
pasaron a la oposición, los socialistas emprenderían la escalada de la pendiente
revolucionaria41.
22 Por otra parte, la competencia de los socialistas con los anarquistas por ganarse a los
campesinos condicionó la actitud de aquellos ante la cuestión agraria. Ya en el
Congreso del PSOE de 1932 varios delegados apuntaron al peligro de un desbordamiento
por la izquierda en caso de continuar apoyando la política reformista del Gobierno y
demandaban un retomo a las «verdaderas posiciones de partido de clase y marxistas»
para que «su programa no fuera arrebatado por otras organizaciones» 42. En las Cortes,
Gabriel Morón se situó en ima línea cercana, al defender los asentamientos colectivos
frente a los individuales porque los últimos traerían consigo que «esos hombres que
asentemos han de retirarse de las organizaciones obreras» 43. De forma parecida, la
oposición en 1934 a la derogación de la Ley de Términos Municipales, que desembocó
en la obstrucción de la minoría socialista al proyecto, estaría motivada en buena
medida por el miedo a perder una herramienta legal que había permitido al PSOE y al
sindicato UGT (Unión General de Trabajadores) competir en las zonas rurales con las
organizaciones anarquistas44.
23 La permanencia de un partido como el PSOE en el bloque gubernamental que
emprendió la reforma agraria en el primer bienio tuvo consecuencias inmediatas.
Aunque es verdad que, al principio, los socialistas aceptaron e impulsaron la política
reformista, cuando había que tomar decisiones trataban de salvaguardar su imagen
obrerista y su vocación revolucionaria en el plano socioeconómico. Por ese motivo,
introducían elementos en los proyectos, muchas veces puramente simbólicos, dirigidos
a fidelizar a los campesinos y mantener la unidad entre sus bases. Sin embargo, muchos
de esos elementos contradecían la naturaleza reformista de las medidas impulsadas por
el Gobierno. Ya durante la elaboración de la Constitución, Alcalá-Zamora anunció el
peligro de que las propuestas del PSOE en tomo a la propiedad privada acarrearan una
disminución de la riqueza, sin conseguir nada más, ni siquiera desde un punto de vista
socialista45. Después, cuando se redactó la Ley de Reforma Agraria de 1932, después de
hacer concesiones en sus pilares maestros, los socialistas se encastillaron en
intransigencias y radicalismos sobre aspectos secundarios. La consecuencia fue
extender sus efectos de aplicación a pequeñas y medianas explotaciones, lo que incitó la
enemiga de sus propietarios hacia el régimen, aumentó innecesariamente los gastos del

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erario público y dispersó los esfuerzos del Estado, que deberían haberse concentrado
sobre los grandes terratenientes y sus fincas46.
24 Lo peor fue que la actitud socialista alimentó que los partidos situados en la oposición
al Gobierno cimentasen su desacuerdo con los proyectos en las tesis socialistas sobre la
propiedad, como si en realidad aquéllos estuvieran inspirados por éstas. Y así, los
debates sobre la reforma agraria se plantearon como una lucha entre colectivismo e
individualismo. En un lado de la contienda se situaron los partidos republicanos de
oposición, que denunciaron el «sometimiento» de la izquierda republicana en el
Gobierno a los planteamientos del PSOE como el escollo que obstaculizaba la unidad
entre republicanos y que justificaba su desacuerdo con los proyectos. El radical Rafael
Guerra del Río representaría esta postura al afirmar: «Ya empezamos a no hacemos la
ilusión de que volvamos a encontrar los votos republicanos [...]; por eso decimos que si
una vez más volviera a triunfar aquí el criterio exclusivamente socialista, si esa mayoría
se sometiera una vez más al criterio socialista, tened en cuenta que a nosotros nos
queda un derecho: podréis gobernar con esa mayoría aquí. Con nuestros votos, en este
sentido, no gobernaréis un día solo»47. Junto a éstos, las derechas negaron incluso la
posibilidad de una alternativa reformista, manifestando, como hiciera el diputado
agrario Cándido Casanueva, que su único enemigo era el socialismo: «Soy castellano
viejo y [...] al pan, pan, y al vino, vino. La Ley de Arrendamientos [...] la han impuesto
ésos, los socialistas [...]. En la Ley de Arrendamientos a mí me han puesto la ceniza en la
frente los socialistas y los demás de la mayoría. Los radicales han contribuido a impedir
que me la pongan por completo»48.
25 Las contradicciones del PSOE contagiaron pronto a todo el Gobierno, cuyo «motor»
parlamentario no era otro el que le proporcionaba la minoría socialista 49. Como los
líderes socialistas, las principales figuras de la mayoría gubernamental se abstuvieron
de intervenir en el Parlamento, no por falta de interés, sino por carecer de unos
criterios definidos al respecto. Y esta inhibición fue la causa del éxito de la obstrucción
practicada en la Cámara por la minoría agraria50. Sobre todo con la Ley de
Arrendamientos Rústicos de 1933, el debate fue un diálogo entre los miembros de la
Comisión y los diputados agrarios, sin participación de los ministros y los primeros
espadas de los principales partidos. El ministro Marcelino Domingo solo hizo uso de la
palabra en mía ocasión, para trazar las líneas generales de la Ley de Reforma Agraria de
193251, y ni siquiera eso cuando se discutió la Ley de Arrendamientos el año siguiente.
Azaña intervendría en tres ocasiones, pero con objetivos más políticos que sociales o
económicos: dos veces para obtener de las Cortes la expropiación de las tierras de los
implicados en el golpe de Estado de Sanjurjo y de los Grandes de España, como
«determinación de carácter político» que diera «una satisfacción a la conciencia
republicana española»52; y una tercera, en el verano de 1933, para dar un toque de
atención a los diputados de la mayoría, que con su repetida ausencia del hemiciclo
durante los debates de la Ley de Arrendamientos ponían en peligro «la continuidad de
la política que nosotros representamos»53.
26 La fragmentación dentro de la mayoría gubernamental se manifestó en lo que Tamames
llama «falta de una línea básica»54, es decir, coherencia a la hora de poner en práctica la
Ley de Reforma Agraria de 1932. Frecuentemente se adujo que la reforma era producto
de una serie de pactos en virtud de los cuales se habían aparcado los principios en aras
del consenso. Y, en efecto, algunos expertos de la época ya apuntaron, no sin alarma,
que tales transacciones había tenido como resultado contradicciones importantes. El

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historiador Juan Díaz del Moral55, adscrito a la Agrupación al Servicio de la República,


trató de advertir a los diputados de que «el proyecto ministerial y el dictamen
consiguiente adolecen [...] del defecto de que son la resultante de [...] una conveniencia
entre principios que allá, en su fondo, en su raíz más profunda, son internamente
contradictorios. De modo que en su desarrollo futuro tal vez ocasionen complicaciones
y dificultades»56.
27 Los problemas más graves se derivaron de la falta de unos límites espaciales de
aplicación de la reforma. La política social y económica progresista que se intentó
implantar en el primer bienio se encontró, como señalara Beiras, con la diversidad de
condiciones existentes en las diferentes regiones españolas 57. En este sentido, los
socialistas concebían la reforma agraria como una herramienta para paliar los agudos
problemas sociales de las áreas latifundistas meridionales 58, lo que provocaría el choque
de los grandes propietarios con el campesinado reunido en tomo a los sindicatos y
organizaciones proletarias. Por el contrario, la izquierda republicana aspiraba a una
reforma agraria centrada en los intereses de los pequeños propietarios y arrendatarios
de Castilla la Vieja, Levante y la comisa cantábrica. Hubieran sido necesarias, por tanto,
dos «reformas agrarias» diferenciadas, adaptadas a la situación del minifundio y el
latifundio, respectivamente, no una sola extendida a todo el territorio nacional. Se cayó
así en lo que Sánchez-Román calificaría de «error gravísimo» 59: aplicar soluciones
uniformes -las previstas para las condiciones del sur peninsular- a problemas distintos.
28 La consecuencia de ello fue la dispersión de los mermados recursos financieros y
humanos del Estado dedicados a la reforma agraria, además de la insatisfactoria
respuesta a las demandas específicas de los arrendatarios y pequeños propietarios 60,
quienes, como tempranamente notara Pascual Carrión, pronto se encontraron entre sus
enemigos61. Algunos diputados trataron de hacer ver la conveniencia de modular la
reforma a las distintas necesidades regionales y evitar el uniformismo 62. Al final, todo
fue en vano, con lo que bien pudo el diputado galleguista Alfonso Rodríguez Castelao
escribir: «¿Puede acaso el Estado centralista [...] preocuparse de otra cosa que no sea el
transformar la estructura de sus latifundios, quitándole la tierra a quien no la trabaja,
para constituir por fin la clase agraria que necesita? No; el Estado actual no tiene
tiempo para ocuparse del problema minifundista de Galicia, aunque éste aparezca
teñido de terribles injusticias y su desorden tenga fácil solución con solo aceptar la
necesidad de una reforma múltiple. Pero como Galicia no es una estepa y sus problemas
son minoritarios, quedará siempre excluida del “interés nacional’ en tanto la ley sea
única»63.
29 Las incoherencias y fisuras del reformismo agrario no fueron exclusivas de los partidos
de la mayoría, sino que se extendieron por todo el arco parlamentario, afectando
también a la oposición. El caso del PRR es el más significativo 64. Es cierto que los
radicales carecían de una postura consistente al respecto desde 1931, pero conforme
hubieron de desempeñar el papel de principal partido de la oposición y alternativa a la
coalición republicano-socialista gobernante, esta carencia se hizo todavía más patente.
En el esfuerzo por clarificar su programa socio-económico durante este primer bienio
se encontrarán la heterogeneidad y vacilaciones que caracterizarían al PRR en los años
siguientes, ya en el poder65.
30 Durante la discusión parlamentaria de la Ley de Reforma Agraria, los radicales se
dividieron en dos corrientes. Unos se dedicaron a romper la unidad entre republicanos
de izquierdas y socialistas, tratando de atraer a los primeros a una solución centrista

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«de amplia coincidencia republicana»66. Otros, en absoluto convencidos del éxito de la


operación de convergencia, se alinearon con los partidos de derecha, defensores de los
intereses afectados por las reformas. Ambos grupos terminaron molestándose
mutuamente, de manera que el PRR quedó incapacitado para presentar cualquier
proyecto coherente que se opusiera a la reforma concebida por el Gobierno 67. Una
incapacidad reconocida por Ricardo Samper, encargado de manifestar la postura del
radicalismo ante la Ley de Reforma Agraria de 1932: «Parece difícil, a primera vista,
interpretar la voluntad colectiva de la minoría radical, porque vosotros, como yo,
habréis advertido que hay en ella variedad de matices, que comparten su disciplina
elementos de ideas francamente avanzadas, mientras que hay otros de tono prudente y
comedido»68. Las propuestas derivadas de esta incoherencia no podían ser más
sorprendentes: «Ya que se impone al propietario el sacrificio de la expropiación, hay
que hacerlo, al menos, con un tono amable, con buen talante, si es posible hasta con
cordialidad»69.
31 Dada la falta de un criterio claro, al PRR solo le cupo aprovechar los debates
parlamentarios para desgastar al Gobierno, dejando a un lado el contenido de la
reforma agraria, hasta el punto que Andrés Orozco llegó a decir que la actitud de su
partido «se amoldaría» al trato que la mayoría le dispensara 70. Esa es la razón por la
cual los diputados radicales terminaron convirtiendo los debates agrarios en
discusiones sobre la política general, haciendo abstracción de las medidas concretas. Y
es que, como planteaba Rafael Guerra del Río, «no se trata de la ley, sino de algo más
fundamental [...]: la falta de asistencia de la mayoría a la obra del Gobierno la interpreta
éste como lo que democráticamente, parlamentariamente, tiene que significar: como
una falta de confianza y de ayuda que el Gobierno necesita en cada momento» 71.

El bienio radical-cedista y la actitud de la CEDA


32 Si durante el primer bienio el partido más dividido en tomo a la cuestión agraria fue el
PSOE, en la segunda Legislatura de la República (1933-1935) lo sería la CEDA, formación
más importante dentro de la mayoría parlamentaria. Su ala izquierda no consideraba
necesario revocar las reformas realizadas en la etapa anterior, si bien pretendía
retocarlas para introducir algunos elementos propios de la doctrina social católica,
como el fomento de los pequeños patrimonios y la defensa de las propiedades
familiares, en lo que cabía esperar el apoyo del PRR, de los republicanos conservadores
e incluso de los republicanos de izquierda ahora en la oposición. Frente a ellos se
situaba el sector motejado gráficamente por Giménez Fernández como «los
conservaduros»72, partidario de llevar el campo a la situación de 1931, aunque
incrementando las medidas de protección sobre los productos agrarios. Este grupo
contaba con el respaldo del Partido Agrario Español (PAE), de la Lliga Catalana y, fuera
de la coalición gubernamental, de los monárquicos.
33 La fragmentación de la CEDA comenzó a hacerse patente cuando el ministro de
Agricultura, Cirilo del Río, presentó ante las Cortes, en enero de 1934, su primer
proyecto sobre intensificación de cultivos en Extremadura73. Las intervenciones de los
diputados contrarios -Mateo Azpeitia, Cándido Casanueva o Adolfo Rodríguez Jurado- y
favorables al proyecto -Manuel Giménez Fernández- marcaron el inicio de las divisiones
internas74. Cuando hubo de votarse el proyecto, muchos parlamentarios cedistas
rompieron la disciplina de voto75. Al final, aunque la ley salió adelante, los

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«conservaduros» de la CEDA obstruyeron sistemáticamente todas las iniciativas que


Cirilo del Río llevó después a la Comisión de Agricultura de las Cortes 76.
34 La llegada de Giménez Fernández al Ministerio de Agricultura exacerbó las
contradicciones existentes en el seno de la mayoría parlamentaria y de la CEDA 77. Sus
proyectos de reforma colocaron al partido católico en la disyuntiva de decantarse hacia
una vertiente moderada democristiana o hacia otra abiertamente conservadora. Dado
que la CEDA era a la vez una cosa y la otra, o al menos bajo sus siglas había personajes
adscritos a ambas sensibilidades, para evitar un probable cisma en su interior, al final
se optó por postergar algunos de estos proyectos, alterar el sentido primigenio de otros
e impedir el debate parlamentario de los demás, todo ello sin perder la primera ocasión
que se presentara para provocar la destitución del titular de la cartera. Un cese que se
revelaría trascendental para mantener la unidad del partido y de la coalición
gobernante78.
35 En un principio, parecía que las reformas de Manuel Giménez Fernández tenían más
opciones de prosperar que las de Cirilo del Río. Y ello porque en aquellos meses se
ausentaron de las sesiones algunos diputados de la izquierda, como protesta por la
represión desencadenada tras los sucesos de octubre de 1934, tras lo que cabía esperar
una menor oposición. Además, al ser el nuevo ministro del ramo perteneciente a la
CEDA, las posibles resistencias que pudiera suscitar el desarrollo del programa
reformista entre los diputados del partido católico debían ser frenadas por los
mecanismos de disciplina interna que regían en la llamada «minoría popular agraria».
36 En este sentido, Giménez Fernández afirmó insistentemente en sus intervenciones
parlamentarias la unidad del grupo parlamentario cedista en tomo a sus proyectos, así
como la coincidencia entre éstos y los planteamientos de su líder, José María Gil-Robles:
«Esta minoría [...] tiene también, y tengo yo [...], el concepto claro y fundamental de la
voluntad unitaria, el criterio del jefe [...]. No cuando existan discrepancias, sino cuando
dejen de existir coincidencias entre el criterio del jefe y el mío, no seguiré un minuto
más en el banco azul. Por consiguiente, mientras esté aquí no se puede especular con
que hay diferencias de criterio entre la minoría a que pertenezco y yo» 79. En una línea
similar se expresaría, años después, Gil-Robles en sus memorias, al recalcar la
«ejemplar» disciplina de sus diputados: «No me cansaré de proclamar la abnegada
disciplina de la inmensa mayoría de los miembros del grupo parlamentario. Obligados a
secundar, por patriotismo, una política que pugnaba muchas veces con sentimientos
muy arraigados; [...] los diputados de la CEDA supieron mantenerse unidos y confiados,
acatando gustosos una disciplina que les imponía grandes sacrificios y anulando
generosamente poderosas individualidades en el anónimo de la labor colectiva» 80.
37 Es verdad que, ante las críticas lanzadas por agrarios y monárquicos contra Giménez
Fernández con motivo de la discusión de la Ley de Yunteros 81, los diputados cedistas
estuvieron, en líneas generales, apoyando al ministro, si bien en las votaciones de
algunos artículos se produjeron grietas y las abstenciones finales impidieron que el
proyecto se aprobara con rapidez, al exigir los monárquicos quorum en la votación
definitiva82. Y también lo es que, cuando se presentó un nuevo proyecto de Ley de
Arrendamientos, casi idéntico al que no había podido sacar adelante Cirilo del Río y
muy similar al de Marcelino Domingo83, éste pudo discutirse en las Cortes gracias a un
voto particular elaborado por el propio ministro y sostenido por el presidente de la
Comisión de Agricultura, Cándido Casanueva, justo quien se había mostrado más
tenazmente en contra de las anteriores reformas84.

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38 Sin embargo, a partir de ese momento se dispararon las tensiones dentro de la CEDA a
cuenta del problema agrario, como el propio Gil-Robles reconocería, pese a las
protestas manifestadas sobre la unidad «abnegada» de su grupo 85. En primer lugar, los
diputados católicos dejaron desasistido a su ministro en la defensa de los proyectos 86. Y
otro tanto hicieron el presidente del Gobierno, Lerroux, y el jefe de la CEDA, Gil-Robles,
aduciendo el peligro de que, si «tomaban postura», la unidad de la coalición
gubernamental y del propio partido mayoritario se vinieran abajo 87. También por
entonces empezaron a reproducirse las intervenciones de diputados de la CEDA que
estaban abiertamente en contra de las reformas de Giménez Fernández y las votaciones
en que la minoría popular agraria apareció completamente dividida 88. Además, serían
los parlamentarios cedistas los principales responsables de que los proyectos del
ministro que seguían en la Comisión de Agricultura quedaran allí bloqueados y no
pasaran a debate en el Pleno.
39 La lógica consecuencia de todo esto fue el fracaso del nuevo programa reformista
llamado a solucionar el sempiterno problema agrario. Las contradicciones y luchas
internas de la CEDA, similares, aunque de signo contrario, a las que había sufrido el
PSOE durante la Legislatura Constituyente, hicieron imposible la puesta en marcha de
las medidas propuestas. La Ley de Yunteros sufrió, como hemos visto, un retraso en su
aprobación que afectó negativamente a sus teóricos beneficiarios. La Ley de
Arrendamientos quedó irreconocible en relación al proyecto ministerial, de tal manera
que lo que debía ser una herramienta de defensa al servicio de los arrendatarios se
convirtió en un ariete empleado por los grandes propietarios para acelerar los
desahucios89. Un texto que regulaba el aumento de las zonas de pequeño cultivo fue
frenado primero en la Comisión de Agricultura y luego en el Pleno, después de que
varios diputados de la CEDA iniciaran una ofensiva contra él 90. Otro proyecto, capital
para Giménez Fernández, como era el de acceso de los colonos a la propiedad, después
de haberse desgajado del de Arrendamientos -donde se encontraba al principio
incluido- ni siquiera llegó a discutirse como consecuencia del obstruccionismo de la
Comisión91. Por ultimo, el nuevo proyecto de Reforma Agraria ni siquiera llegaría a ser
presentado ante las Cortes92. Con este abultado bagaje de derrotas, Giménez Fernández
abandonó el Ministerio en abril de 1935.
40 Después de su cese, la política agraria entró en un período, más que «rectificador» -
como a veces se ha tildado eufemisticamente-, contrarreformista. El centro de gravedad
de la coalición gubernamental se había deslizado hacia la derecha y las
responsabilidades del Departamento de Agricultura fueron encomendadas a figuras del
PAE93. La estrategia de retraimiento del PSOE hizo que la oposición parlamentaria a las
medidas propuestas, reducida a los partidos republicanos de izquierda, quedara muy
mermada. El PRR, en pleno proceso de descomposición tras la salida de Diego Martínez
Barrio y sus fieles94, apenas pudo corregir la derechización dentro de la mayoría.
Finalmente, la experiencia de Giménez Fernández había demostrado el corto alcance
del reformismo auspiciado por la CEDA: haciendo abstracción de la cuestión religiosa, el
ya ex ministro tenía más apoyos en los partidos situados a la izquierda del hemiciclo
que en los de la derecha, que le profesaban una añadida antipatía por su
republicanismo sin reservas95. Como ha escrito Montero Gibert, «la rama demócrata-
cristiana de la CEDA [...] vióse anegada por el tronco cedista, cuya tendencia dominante
y contrarrevolucionaria dio tono y pautas diferentes al partido como un todo» 96.

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41 La etapa contrarreformista quedaría consagrada en el plano legislativo con el nuevo


proyecto de Ley de Reforma Agraria, que vino a congelar el aprobado en la etapa de
Marcelino Domingo, presentado a las Cortes por el nuevo ministro Nicasio Velayos y
aprobado a toda velocidad, en solo cinco sesiones97. El propio Velayos aclararía que la
ley de 1932 había supuesto «que el campo y la tierra no significan nada de lo que han
significado siempre y queremos nosotros que signifiquen»; había, pues, que regresar a
la situación anterior mediante una nueva normativa «que lleve la paz a los espíritus y
permita que puedan deducirse las consecuencias y obtenerse los provechos que han de
derivarse de que en el campo haya paz y orden, de que la tierra se explote de una
manera racional y tranquila»98. Con este objetivo se introdujeron modificaciones
sustanciales en el proyecto que reforzaron de tal forma su carácter reaccionario que el
ex ministro Cirilo del Río pudo decir lo que sigue: «En el Ministerio habrá cola de
propietarios decididos a pedir por favor que incluyan sus fincas en la Reforma Agraria,
porque os habéis dado tal maña, que lo que era un sacrificio y un recorte para la
propiedad privada extensa, lo habéis convertido en un gran beneficio para ella» 99.
42 Finalmente, el proyecto sería aprobado sin dificultades por una amplia mayoría en las
Cortes. Además de los agrarios, los monárquicos de Renovación Española dieron su
conformidad por boca de Honorio Maura100, la CEDA por la de Adolfo Rodríguez
Jurado101 y la Lliga por la de Manuel Florensa 102. La minoría de ERC (Esquerra
Republicana de Catalunya) se abstuvo y su portavoz, Melchor Marial, pidió que se
respetara la competencia exclusiva del Parlamento de Cataluña sobre la materia en los
límites de su demarcación103. De manera parecida, Manuel de Irujo, en nombre del
Partido Nacionalista Vasco, se limitó a defender las particularidades agrarias de su
región104. Los diputados de IR (Izquierda Republicana) abandonaron el salón de
sesiones105. Así pues, la Ley de Reforma de la Reforma Agraria tuvo por toda oposición a
UR (Unión Republicana), cuyo punto de vista fijó Fulgencio Diez Pastor 106, y algunos
diputados aislados de distinto signo, como el ex ministro progresista Cirilo del Río o el
flamante líder falangista José Antonio Primo de Rivera 107.
43 La minoría radical y socialcristiana que permanecía dentro de la coalición
gubernamental consiguió arrancar algunas mejoras, pero no modificar el carácter
reaccionario de la ley. Así, Giménez Fernández logró lo que se le había resistido en su
etapa como ministro: la posibilidad de que los arrendatarios accedieran a la propiedad.
Y José María Alvarez - Mendizábal vio como se le admitía una enmienda que
contemplaba la facultad del Estado para expropiar fincas por razones de «utilidad
social». Esta última careció de virtualidad mientras los agrarios estuvieron al frente del
Ministerio de Agricultura, pero, como veremos a continuación, se convertiría en el
instrumento legislativo que permitió al Gobierno del Frente Popular reactivar la
reforma.

La reforma del Frente Popular: una oportunidad


perdida
44 Dice mucho de la lentitud e ineficacia de la reforma agraria ambicionada durante la
Segunda República que no fuera hasta la primavera de 1936 cuando «empezó a
cumplirse con ritmo de auténtica marcha»108. Efectivamente, solo a partir de entonces
puede hablarse de la puesta en vigor de una verdadera reforma agraria que, por lo
demás, y a pesar de estar concebida con mayor radicalismo, fue más racional e

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inteligente en la práctica, afectando a un menor número de propietarios que la ley de


1932109.
45 El programa del Frente Popular no incluía ninguna medida revolucionaria para resolver
la cuestión agraria110. La principal diferencia entre los anteriores proyectos y los nuevos
estribaba en que los últimos se aprobaron con rapidez y se pusieron en marcha con
coherencia. Resulta asombroso observar los pocos reparos que encontró en las Cortes el
nuevo ministro de Agricultura, Mariano Ruiz-Funes (IR), cuando a finales de abril de
1936 presentó ante ellas sus planes. Los resultados fueron verdaderamente
espectaculares: entre marzo y junio de 1936 se consiguió más que en los cinco años
anteriores, con la distribución de medio millón de hectáreas entre unos cien mil
campesinos111. Además, como reconoció el propio Ruiz-Funes en el Parlamento, el
reparto masivo de tierras había sido posible gracias, en parte, a la aplicación del art. 27
de la muy conservadora ley de 1935, que como dijimos permitía las expropiaciones
amparadas en motivos de «utilidad social»112.
46 Normalmente se ha aducido que si la política agraria se desarrolló enérgicamente en
1936 fue porque el escenario de tensión en el campo español, reflejado en las huelgas e
invasiones espontáneas de fincas, así lo permitió. Aunque es innegable la influencia que
ejercieron los paros y las ocupaciones, esta explicación es insuficiente, porque no
explica las condiciones políticas en que se desenvolvieron las acciones de presión social
y, tampoco, el apoyo que recibieron por parte de los órganos del Estado. Y es que, por
vez primera desde la proclamación de la Segunda República, la política agraria fue
impulsada por un Gobierno cohesionado, sin contradicciones internas, en su programa
de reformas sociales y económicas113. El bloque integrado por IR, URy ERC, en tomo al
que se compondrían los Gabinetes de Manuel Azaña y Santiago Casares Quiroga,
permitió una mayor coherencia en la acción gubernamental y un reforzamiento de los
planteamientos reformistas dentro de las Cortes, lo que redundó en una mayor eficacia
de las medidas legislativas.
47 La reforma agraria iniciada en 1936 no fue consecuencia de un previo pacto político ni
de una transacción doctrinal entre los partidos integrados en el Frente Popular. De
hecho, los republicanos de izquierda hicieron constar en el manifiesto electoral
colectivo las diferencias de criterio que les separaban, en materia agraria, del PSOE 114.
Después, en las Cortes, ningún ministro expresaría ninguna objeción ideológica a los
proyectos que se debatieron y tampoco a los fines que se querían alcanzar.
48 Malefakis ha apuntado que la normativa discutida por el Parlamento en 1936 no
contempló muchos de los postulados doctrinales en boga durante la Legislatura
Constituyente, que entonces parecían irrenunciables por la presencia del PSOE dentro
del Gobierno y que terminarían conduciendo a la impotencia a aquel inicial programa
reformista115. En esta ocasión, el ministro Ruiz-Funes excluyó de manera expresa la
influencia socialista en sus planes y subrayó, por el contrario, el influyo de otro
reformismo que se remontaba a las desamortizaciones: «Esta ley no es una ley marxista;
ésta es una ley de reparación de una tradición, que nosotros entendemos conservar al
restituir su viejo esplendor a los municipios y un ritmo de vida más elevado y más noble
a la vida económica del país»116.
49 Al contrario, de lo que se trataba era de crear una amplia clase de pequeños
propietarios agrarios, paso previo indispensable para culminar la revolución burguesa
iniciada el siglo anterior y dar paso a una auténtica democratización del país 117. Por eso,
cualquier veleidad colectivizadora se abandonó en aras de la defensa y consolidación de

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una pequeña burguesía rural, llamada a ser el principal sostén de la República. Por eso,
el ministro de Trabajo, Joan Lluhí, afirmaba: «Debo decir que, en tanto pueda yo influir
en una obra de Gobierno, nada se hará que vaya en contra de los pequeños propietarios
del campo. Yo no permito que se juegue con eso de que el Gobierno tolera que se vaya a
una socialización. Eso es falso, porque si los propios socialistas ocuparan el poder,
tampoco podrían hacer esa política»118.
50 A la consistencia interna del discurso socio-económico manifestado por el Gobierno
contribuyó en no poca medida el hecho de que el PSOE no tuviera carteras, a diferencia
de 1931-1933. Las luchas entre las tendencias reformista y revolucionaria dentro del
socialismo español prosiguieron en estas fechas, pero se desarrollaron en un marco
extragubernamental y, por tanto, sin afectar a la estabilidad y cohesión del Gabinete.
Tanto el partido como el sindicato socialista, PSOE y UGT, se dedicaron durante la
primavera de 1936 a animar la presión en el campo, y no a contenerla, como había
sucedido en el primer bienio, cuando estaban en el Gobierno. Incluso pudieron
coordinarse con otros grupos obreros, como comunistas y anarquistas, dentro de una
estrategia de acción común para el mundo agrario, lo cual habría sido imposible cuando
los socialistas ocupaban responsabilidades en el Ejecutivo 119. Por eso Ricardo Zabala,
secretario general de la FNTT, pudo decir en el Parlamento que encabezaba un «grupo
obrero» que aunaba a los diputados del PSOE y los del PCE (Partido Comunista de
España), quienes compartían a este respecto una «identidad absoluta» de criterio 120.
51 En el lado derecho del arco parlamentario, la oposición a la nueva reforma agraria tuvo
un carácter distinto en 1936 al que había tenido en las Cortes Constituyentes. En
general, se huyó del obstruccionismo y se abandonó la agresividad mostrada contra los
proyectos anteriores. La reacción de Gil-Robles a las palabras de Azaña presentando los
planes del Gobierno es muy ilustrativa: reconoció el fracaso de su partido en el terreno
de las reformas sociales y económicas cuando estuvo en el poder y ofreció la
colaboración de la CEDA al Gobierno, siempre y cuando éste no modificara su programa
reformista ante las demandas del «bloque obrero» : «Para evitar injusticias sociales,
para llegar a una más justa distribución de la riqueza, para acabar con esos desniveles
[...] yo le digo que nuestros votos estarán a la disposición de S.S. [...] Lo que temo, señor
Azaña, es que puesto S.S. a desarrollar ese programa tan nutrido de excelentes
intenciones, tropiece con [...] la contradicción evidente entre el sentido que S.S. quiere
imprimir a esa política y la trayectoria que quieren darla sus aliados circunstanciales de
hoy»121.
52 Contribuyó a esta actitud de la CEDA el reforzamiento que dentro de este partido
consiguió el sector socialcristiano tras las elecciones de febrero de 1936. Giménez
Fernández ejerció un liderazgo tácito, a pesar de las reticencias 122, y fue prácticamente
el único portavoz de su partido en materia agraria en las Cortes, de manera que,
durante la discusión de los proyectos de Ruiz-Funes, éste apenas encontró oposición
entre los diputados cedistas. El propio Giménez Fernández diría estar en «un plan de
leal colaboración, de leal aviso, no en un plan de obstrucción y de obstaculización a una
obra que el Frente Popular estima necesaria»123.
53 La CEDA y los agrarios centraron sus ataques no en el contenido de las medidas
reformadoras propuestas, que a menudo fueron pasadas por alto, sino en los
desórdenes públicos y en la inseguridad que, consideraban, reinaba en el campo por el
descontrol en la ocupación de las fincas124. Solo los diputados monárquicos y carlistas
agrupados en tomo al Bloque Nacional mostraron una oposición abierta a cualquier tipo

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de reforma agraria, ya que la consideraban la antesala de una revolución socialista


dirigida contra la burguesía. Lo que su líder, José Calvo Sotelo, ofreció como alternativa
no fue solo la monarquía, sino simple y llanamente el fascismo: «Esta es la raíz de la
revolución fascista: la reacción de las clases medias, que no se resignan a ser
proletarizadas, como lo están todos los habitantes de Rusia [...]. Por fortuna, señores -
no os indignéis mucho-, no tendréis ocasión de ensayar vuestras especulaciones
absurdas. ¡No os dejaremos! [...] Yo les digo a los agricultores españoles que la solución
de sus problemas se logrará en un Estado corporativo»125.
54 En definitiva, fue en la primavera de 1936, y no antes, cuando pareció vislumbrarse la
posibilidad de una verdadera reforma agraria, pues solo en ese momento se observó
entre las fuerzas políticas presentes en las Cortes un clima propicio para que aquélla
prosperara. La formación de un Gobierno homogéneo, compuesto exclusivamente por
republicanos y dispuesto a llevar la iniciativa en materia socio-económica, fue un paso
importante en la dirección reformista. Sin embargo, éste no dejaba de ser un Gabinete
en minoría que, además, no agrupaba a todas las sensibilidades del reformismo. Aunque
la guerra no lo hubiera desbaratado todo, el Gobierno habría estado necesitado de una
ampliación de sus bases políticas, atrayéndose a los sectores que a ambos lados del
espectro político compartían con él una posición reformadora. Esto habría supuesto la
incorporación de ministros del grupo socialista que capitaneaba Indalecio Prieto y de
los demócratas- cristianos de Giménez Fernández y Luis Lucia, y, de consuno, la escisión
de los dos principales partidos de la Segunda República, el PSOE y la CEDA. Una
posibilidad en absoluto descabellada, si se atiende a la complejidad interna de ambas
organizaciones y a la dinámica política de aquellos días 126.
55 En la primavera de 1936 se iniciaron contactos con el objetivo de formar un «Gobierno
nacional» que abarcase desde el ala prietista del PSOE al ala más progresiva de la CEDA,
pasando por los republicanos y los agrarios. Para llevar a buen puerto la formación de
una fuerza parlamentaria suprapartidista, Luis Jiménez de Asúa, Jerónimo Bugeda y el
propio Prieto, con el apoyo de Julián Besteiro, comenzaron a sondear a los diputados
socialistas; Miguel Maura, Claudio Sánchez-Albornoz y Felipe Sánchez-Román hicieron
lo propio con los diferentes sectores republicanos; dentro de la CEDA actuaron Lucia y
Giménez Fernández, mientras que en el PAE se confió en la capacidad de maniobra del
ex ministro José María Cid127. Tras la escisión en la CEDA y el PSOE, habría una crisis en
la que, según Sánchez-Albornoz, Azaña estaría conforme para solucionarla con un
Gobierno presidido por Prieto128.
56 La precipitación de los acontecimientos hizo imposible, sin embargo, el éxito de la
operación. Por un lado. Prieto temía que le consideraran un traidor y, cuando llegó la
hora de la verdad, no se atrevió a asumir el riesgo de plantear la cuestión en la minoría
socialista129. Aunque, según Giménez Fernández, en mayo de 1936 había pasado de 30 a
45 adeptos, todavía le faltaban 7 que no llegaron a decidirse a tiempo 130. El desenlace en
el seno del PSOE se aplazó hasta un Congreso extraordinario que se convocó para
octubre de 1936, pero que nunca llegó a celebrarse. Giménez Fernández encontró
también resistencias en su propio partido, sobre todo de Gil-Robles, que deseaba
mantener a toda cosa la unidad de la CEDA131.
57 Al final, quienes tenían que haber dado los pasos trascendentales no los dieron, o por lo
menos no a tiempo. Como escribió el socialista Rafael Méndez: «Si entonces hubiera
roto Prieto con la disciplina del Partido Socialista habiendo capitaneado a sus
disidentes y a una mayoría parlamentaria ansiosa de su liderazgo, se podría haber

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evitado la catástrofe de la guerra»132. El golpe de Estado de julio de 1936 convirtió la


«operación Prieto» en una oportunidad perdida para salvar «aquella policéfala
República»133 y redujo todo para protagonistas y estudiosos a un mero ejercicio de
especulación contrafactual, desbordado ya el problema agrario y abarcando la Guerra
civil.

NOTAS
1. Gabriel Tortella y Clara Eugenia Núñez, El desarrollo de la España contemporánea. Historia
económica de los siglos XIX y XX, 3a ed., Madrid, Alianza, 2011, p. 334-336; y Grupo de Estudios de
Historia Rural (GEHR), «El sector agrario hasta 1935», en Albert Carreras (coord.). Estadísticas
históricas de España. Siglos XIX-XX, Madrid, Fundación Banco Exterior, 1989. p. 92-129. Sobre la
situación social y económica de España al advenimiento de la República, vid. Leandro Benavides,
La política económica en la Segunda República, Madrid, Guadiana, 1972; Ramón Tamames,
Estructura económica de España. Vol I: Introducción y sector agrario, Madrid, Guadiana, 1974;
Salustiano Del Campo, «Composición, dinámica y distribución de la población española», en
Manuel Fraga Iribarne et al, La España de los años 70. Vol. I: La sociedad, Madrid, Moneda y
Crédito, 1974. p. 15-145; y lordi Palafox, Atraso económico y democracia: ¡a Segunda República y
la economía española. 1892-1936, Madrid, Crítica, 1991.
2. Las dos obras clásicas para conocer la situación del campo español al proclamarse la Segunda
República son las de Pascual Carrión, Los latifundios en España: su importancia, origen,
consecuencias y solución, Madrid, Gráficas Reunidas, 1932 (con prólogo de Femando de los Ríos),
y Edward Malefakis, Reforma agraria y revolución campesina en la España del siglo XX,
Barcelona, Ariel. 1971. Vid. también Jacques Maurice, La reforma agraria en España en el siglo XX
(1900-1936), Madrid, Siglo XXI, 1975.
3. Cfr. las finalidades mencionadas por el ministro de Agricultura, Marcelino Domingo, en Diario
de Sesiones de las Cortes Constituyentes (DSCC), n° 183, 15 de junio de 1932, p. 6.214-6.218, donde
puso fin al debate sobre la totalidad del proyecto de Ley de Reforma Agraria.
4. Edward Malefakis, Reforma agraria, op. citp. 20.
5. Según la declaración quinta del Estatuto (Gaceta de Madrid, n° 105, 15 de abril de 1931, p. 195):
«El Gobierno provisional declara que la propiedad privada queda garantizada por la ley; en
consecuencia, no podrá ser expropiada sino por causa de utilidad pública y previa indemnización
correspondiente. Mas este Gobierno, sensible al abandono absoluto en que ha vivido la inmensa
masa campesina española, al desinterés de que ha sido objeto la economía agraria del país y a la
incongruencia del derecho que la ordena con los principios que inspiran y deben inspirar las
legislaciones actuales, adopta como norma de su actuación el reconocimiento de que el derecho
agrario debe responder a la función social de la tierra».
6. Edward Malefakis, Reforma agraria, op. cit., p. 199.
7. En ibidem, p. 200-206, se puede encontrar un buen resumen de los decretos de Largo Caballero,
de sus implicaciones y de las reacciones que provocaron. Una perspectiva jurídica la ofrece Luis
Enrique De la Villa, «El derecho del trabajo en España, durante la Segunda República», en Revista
de la Facultad de Derecho de la Universidad de Madrid, vol. XIII, n° 34-36, 1969, p. 237-270.
8. La Comisión Técnica Agraria fue creada por decreto del Ministerio de Justicia en mayo de 1931
(Gaceta de Madrid, n° 142,22 de mayo de 1931, p. 863). De ella se formó una Subcomisión -

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compuesta por Felipe Sánchez-Román (presidente de la Comisión), los ingenieros agrónomos


Pascual Carrión y Eduardo Rodrigáñez, y los economistas Antonio Flores de Lemus, y Agustín
Viñuales-, encargada de estudiar el problema de los latiñindios. Las bases del proyecto que la
Subcomisión presentó al Gobierno pueden consultarse en Pascual Carrión, Los latifundios en
España, op. cit, p. 421-432.
9. Pascual Carrión, La reforma agraria de la Segunda República y la situación actual de la
agricultura española, Barcelona, Ariel, 1973, p. 117-118. Sobre los debates en el seno del Gobierno
en torno a la reforma agraria, vid. Manuel Azaña, Memorias políticas y de guerra. Vol. IV: Obras
Completas, México, Oasis, 1968, p. 36, 40 y 75-77.
10. DSCC, n° 50 y 51, 6 y 7 de octubre de 1931, p. 1.430-1.492.
11. Gaceta de Madrid, n° 265, 21 de septiembre de 1932, p. 2.095-2.102. DSCC, n° 162-233, 10 de
mayo - 9 de septiembre de 1932, p. 5.481-8.719.
12. Vid el proyecto de ley en DSCC, ap. 3o al n° 324, 6 de abril de 1933. Los debates en DSCC, n°
378-402, 27 de julio-7 de septiembre de 1933, p. 14.443-15.382. Además, en el verano de 1933,
Marcelino Domingo presentó otros proyectos, uno sobre creación del Banco Agrario y otro sobre
la restitución de tierras comunales a los municipios.
13. Gaceta de Madrid, n° 150, 30 de mayo de 1934, p. 1.387. Diario de las Sesiones de Cortes (DSC),
n° 29-88, 26 de enero - 24 de mayo de 1934, p. 717-3.132.
14. Gaceta de Madrid, n° 47, 16 de febrero de 1934, p. 1.274-1.275. DSC, n° 31-38, 31 de enero - 20
de febrero de 1934, p. 800-1.039.
15. Gaceta de Madrid, n° 363, 29 de diciembre de 1934, p. 2.540. DSC, n° 125-143, 21 de noviembre
- 20 de diciembre de 1934, p. 4.907-5.663.
16. Gaceta de Madrid, n° 83, 24 de marzo de 1935, p. 2.346-2.351. DSC, n° 133-171, 5 de diciembre
de 1934 - 14 de marzo de 1935, p. 5.263-6.944. Las Cortes aprobaron también otro proyecto
(Gaceta de Madrid, n° 90, 31 de marzo de 1935, p. 2.532-2.533), de menor importancia, sobre los
baldíos de Alburquerque (Badajoz). DSC, n° 176, 3 de mayo de 1934, p. 7.176-7.183.
17. Gaceta de Madrid, n° 222, 10 de agosto de 1935, p. 1.288-1.291. DSC, n° 227-231, 20 - 26 de julio
de 1935, p. 9.320-9.520.
18. Gaceta deMadrid, n° 156, 4 de junio de 1936, p. 2.019-2.020. DSC, n° 31-35, 21 - 28 de mayo de
1936, p. 794-964.
19. Gaceta deMadrid, n° 171, 19 de junio de 1936, p. 2.478. DSC, n° 34 y 35, 27 y 28 de mayo de
1936, p. 913-962.
20. DSC, n° 52-60, 26 de junio - 10 de julio de 1936, p. 1.663-2.067.
21. No nos proponemos entrar a fondo en el contenido de la cuestión agraria, lo que ya han
hecho con mérito varios autores expertos en historia económica y rural como Ricardo Robledo,
«Política y reforma agraria: de la Restauración a la IIa República (1868/74-1939)», en Ángel García
Sanz y Jesús Sanz Fernández (eds.). Reformas políticas y agrarias en la historia de España, Madrid,
Ministerio de Agricultura, 1996, p. 247-349; o Ramón Garrabou, Carlos Barcikla y José Ignacio
Jiménez Blanco (eds.). Historia agraria de la España contemporánea. 3. El fin de la agricultura
tradicional (1900- 1960), Barcelona, Crítica, 1986.
22. Sobre las diversas fuerzas políticas y el sistema de partidos en la Segunda República, vid. Juan
José Linz, El sistema de partidos en España, Madrid, Narcea, 1974, p. 109 y ss.; Richard Gunther,
Giacomo Sani y Goldie Shabad, El sistema de partidos políticos en España. Génesis y evolución,
Madrid, Centro de Investigaciones Sociológicas, 1986, p. 14-23; los artículos de Luis Arranz
Notario, «Modelos de partido» y Santos Julia, «Sistema de partidos y problemas de consolidación
de la democracia», publicados en Santos Julia (ed.), Política en la Segunda República. Ayer, n° 20,
1995, p. 81-110 y 111- 141; Manuel Alvarez Tardío, «Las Cortes de la Segunda República: ¿un
Parlamento de Partidos?», en Revista de las Cortes Generales, n° 63, 2004, p. 139-173; Ignacio
Fernández Sarasola, Los partidos políticos en el pensamiento español. De la Ilustración a nuestros

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días, Madrid, Marcial Pons, 2009, p. 245-281, y Fernando del Rey Reguillo (dir.). Palabras como
puños. La intransigencia política en la Segunda República, Madrid, Tecnos, 2011.
23. Sobre el concepto de «agregación de intereses», vid. Manuel Ramírez, Los grupos de presión
en la Segunda República española, Madrid, Tecnos, 1969, y, resumen de esta obra, su artículo «La
agregación de intereses en la II República: partidos y grupos», en Manuel Ramírez et al. Estudios
sobre la II República, Madrid, Tecnos, 1975, p. 25-46.
24. DSC, n° 54, 1 de julio de 1936, p. 1.762.
25. Gabriel Jackson, La República española y la guerra civil, México, Grijalbo, 1967, p. 399.
26. Antonio Ramos Oliveira, Historia de España, vol. III, México, Compañía General de Ediciones,
1952, p. 93-111.
27. Francisco Murillo Ferrol, «Un balance desde la perspectiva», en Manuel Ramírez et al.
Estudios sobre la II República, op. cit, p. 251-264.
28. Edward Malefakis, Reforma agraria, op. cit., p. 21-22 y 442-455.
29. Gabriel Jackson, La República española, op. cit., p. 80.
30. De hecho, como ha puesto de relieve Paloma Biglino (El socialismo español y la cuestión
agraria, 1890-1936, Madrid, Ministerio de Trabajo y Seguridad Social, 1986), la preocupación por
los problemas de la población campesina ocupó tradicionalmente un lugar marginal en el
conjunto de la práctica y del ideario socialistas. Para un análisis de conjunto de las
contradicciones internas del PSOE durante la Segunda República es interesante el artículo de
Manuel Contreras, «El partido socialista: análisis de un conflicto interno», en Manuel Ramírez et
al., Estudios sobre la II República, op. cit., p. 201-215. Del mismo autor, un estudio más amplio es
su libro El PSOE en la II República: organización e ideología, Madrid, Centro de Investigaciones
Sociológicas, 1981.
31. En el Congreso extraordinario del PSOE que tuvo lugar en julio de 1931, con el objeto de fijar
la actitud que los diputados socialistas debían adoptar en las Cortes Constituyentes, las posiciones
en torno a la reforma agraria fueron ambiguas. Vid. El Socialista, 12 de julio de 1931. En el XIII
Congreso ordinario del partido de octubre de 1932 tampoco se avanzó mucho, limitándose el
PSOE a adoptar las propuestas del III Congreso que la FNTT (Federación Nacional de Trabajadores
de la Tierra) había celebrado días antes. Vid. Actas del XIII Congreso del Partido Socialista Obrero
Español, Madrid, Gráfica socialista, 1932, p. 126-135.
32. Por ejemplo, en la intervención de Lucio Martínez Gil, secretario general de la FNTT, DSCC, n°
166, 17 de mayo de 1932, p. 5.494-5.501.
33. Gerald Brenan, El laberinto español Antecedentes sociales y políticos de la guerra civil, París,
Ruedo ibérico, 1962, p. 185-186; Manuel Ramírez, Los grupos de presión, op. cit, p. 170-171.
34. DSCC, n° 194, 5 de julio de 1932, p. 6.693.
35. DSCC, n° 198, 12 de julio de 1932, p. 6.945-6.946.
36. DSCC, n° 399, 1 de septiembre de 1933, p. 15.251-15.253.
37. Un hecho que llama mucho la atención si se atiende a la importancia social y económica de
los Ministerios de Trabajo y Obras Públicas, que ocupaban Francisco Largo Caballero e Indalecio
Prieto, respectivamente, y el papel de experto en cuestiones agrarias que desempeñaba Fernando
de los Ríos dentro del PSOE. Virgilio Zapatero, Fernando de los Ríos: los problemas del socialismo
democrático, Madrid, Edicusa, 1974, p. 100-103.
38. Edward Malefakis, Reforma agraria, op. cit., p. 213-214.
39. Según Manuel Azaña (Memorias políticas, op. cit., p. 322), cuando el Consejo de Ministros
discutió estos proyectos a inicios de 1932, «Prieto, que “nunca creyó en la Reforma Agraria”, dice
que ahora empieza a ser viable. Largo también cede fácilmente. El que se resiste más es Ríos;
tiene una especie de fanatismo de intelectual y disputa por entelequias. A veces, parece un niño
consentido».
40. DSCC, II° 391, 18 de agosto de 1933, p. 14.945.

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41. Sobre este «ascenso» y para un análisis del dilema reforma/revolución, vid. Santos Julia, La
izquierda del PSOE (1935-1936), Madrid, Siglo XXI, 1977; y Andrés de Blas, El socialismo radical en
la II República, Madrid, Túcar, 1978.
42. Palabras de Luis Jiménez de Asúa en Actas del XIII Congreso, op. cit., p. 404. Vid. también
sobre este tema Manuel Tuñón de Lara, Tres claves de la Segunda República. La cuestión agraria,
los aparatos del Estado, Frente Popular, Madrid, Alianza, 1985, p. 87 y ss.
43. DSCC, n° 194, 5 de julio de 1932, p. 6.693-6.694.
44. Cfr. la defensa del voto particular de Anastasio de Gracia -que sería elegido presidente de UGT
ese mismo año- contra el dictamen de la Comisión de Trabajo, en DSC, n° 29, 26 de enero de 1934,
p. 718-720.
45. DSCC, n° 50, 6 de octubre de 1931, p. 1.432.
46. Cfr., en este sentido, las extensas consideraciones de Edward Malefakis, Reforma agraria, op.
cit., p. 243-277; y las más breves de Pascual Carrión, La reforma agraria de la Segunda República,
op. cit., p. 123-126. Un análisis jurídico del contenido de la Ley de Reforma Agraria de 1932 en
Gregorio Peces- Barba del Brío, La Ley de Reforma Agraria. Precedentes y estado actual del
problema en Europa, Madrid, Imprenta José Murillo, 1932.
47. DSCC, n° 385, 9 de agosto de 1933, p. 14.713.
48. DSCC, n° 399, 1 de septiembre de 1933, p. 15.253.
49. De hecho, como ha estudiado Edward Malefakis (Reforma agraria, op. cit., p. 305-381), los
enfrentamientos en el seno de la mayoría gubernamental, que desembocaron en la ruptura entre
republicanos y socialistas en 1933, tuvieron como causa principal las diferencias en la política
social y económica.
50. Especialmente enconada durante los debates del proyecto de Ley de Arrendamientos
Rústicos, a cuyo artículo Io presentaron 205 enmiendas.
51. DSCC, n° 183, 15 de junio de 1932, p. 6.214-6.221.
52. DSCC, n° 220, 18 de agosto de 1932, p. 8.045-8.047; y n° 232, 8 de septiembre de 1932, p.
8.674-8.676.
53. DSCC, n° 395, 25 de agosto de 1933, p. 15.088.
54. Ramón Tamames, Estructura económica de España, op. cit., vol. I, p. 71.
55. Poco antes del advenimiento de la República había publicado Historia de las agitaciones
campesinas andaluzas, Madrid, Revista de Derecho Privado, 1929; libro considerado por Manuel
Tuñón de Lara («Un adelantado de la historia social: Juan Díaz del Moral», en El País, 13 de abril
de 1980) como «cimiento insoslayable» de la historia social española, en el que estudiaba las
organizaciones obreras y patronales de Córdoba durante el «trienio bolchevista» (1918-1920).
56. DSCC, n° 162, 10 de mayo de 1932, p. 5.481.
57. Xosé María Beiras, «La economía española durante la Segunda República», en Manuel
Ramírez et al.. Estudios sobre la II República, op. cit., p. 157-158.
58. La base segunda del proyecto elaborado por la Comisión Técnica Agraria en 1931 limitaba el
alcance de aplicación de la reforma a las provincias de Andalucía y Extremadura, más Ciudad Real
y Toledo.
59. DSCC, n° 175, 1 de junio de 1932, p. 5.951.
60. Según Gerald Brenan (El laberinto español, op. cit, p. 187): «No se hizo nada para remediar a
las innumerables familias del norte que tenían pocas tierras ni para convertir la variable y
usualmente excesiva renta de Castilla en un censo fijo o bail héréditaire. Podemos decir aquí que
los partidos republicanos perdieron una gran oportunidad, no solamente de remediar los abusos
escandalosos que se producían en el campo, sino también de ganar aliados que hubieran
fortalecido considerablemente el régimen».
61. Pascual Carrión, La reforma agraria de la Segunda República, op. cit, p. 124.
62. En este sentido, vid., por ejemplo, las intervenciones de Ramón Otero Pedrayo (Partido
Nazonalista Repubricán de Ourense), DSCC, n° 167. 18 de mayo de 1932, p. 5.654-5.659; de Leandro

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Pita Romero (galleguista independiente), DSCC, n° 179, 8 de junio de 1932, p. 6.078-6.084; de


Rafael Aizpún Santafé (tradicionalista navarro), DSCC, n° 191, 29 de junio de 1932, p. 6.554-6.557;
y de Andrés Orozco Batista (canario del PRR), DSCC, n° 195, 6 de julio de 1932, p. 6.778-6.783.
63. Alfonso Rodríguez Castelao, Sempre en Galiza (versión en castellano). Vol. 2: Obra Completa,
Madrid, Akal, 1977, p. 18.
64. Pero no el único. Ya Richard Alan Hodgson Robinson (The Origins of Franco’s Spain: The
Right, The Republic & Revolution, 1921-1936, Pittsburgh, Pittsburgh University Press, 1970, p.
88-89) puso de manifiesto las fisuras internas dentro de otras minorías parlamentarias de
oposición, incluso en algunas tan aparentemente compactas ante el problema como la agraria.
65. Los problemas para definir al PRR como una vía homogénea de agregación de intereses
fueron señaladas por Manuel Ramírez, «La agregación de intereses», op. cit., p. 35-36. Sobre la
reforma agraria y los radicales, vid. los libros de Octavio Ruiz-Manjón, El Partido Republicano
Radical, 1908-1936, Madrid, Tebas, 1976, p. 292-302, y La evolución programática del Partido
Republicano Radical, Madrid, Universidad Complutense, 1980, p. 433-435; y el más reciente de
Nigel Townson, La República que no pudo ser. La política de centro en España (1931-1936),
Madrid, Taurus, 2012, p. 167-178.
66. Vid., por ejemplo, las intervenciones de Alejandro Lerroux, durante un debate de política
general, DSCC, n° 203, 20 de julio de 1932, p. 7.194-7.202; de Eloy Vaquero, DSCC, n° 199, 13 de
julio de 1932, p. 6.987-6.991; y de José María Álvarez-Mendizábal, DSCC, n° 226, 30 de agosto de
1932, p. 8.279-8.283.
67. Resulta muy elocuente que el voto particular presentado por Diego Hidalgo, diputado del PRR,
al proyecto de Ley de Reforma Agraria, tuviera que ser defendido sin el apoyo explícito de sus
compañeros de escaño, aunque, según él, «la minoría radical estuviera identificada con dicha
propuesta en términos generales»,. DSCC, n° 163, 11 de mayo de 1932, p. 5.515.
68. DSCC, n° 170, 24 mayo de 1932, p. 5.746.
69. Ibidem, p. 5.750.
70. DSCC, n° 195, 6 de julio de 1932, p. 6.784.
71. DSCC, n° 395, 25 de agosto de 1933, p. 15.091.
72. Estos le correspondían llamándole «bolchevique blanco» y «marxista camuflado». (Hugh
Thomas, La Guerra Civil española, 1936-1939, vol. I, Barcelona, Grijalbo, 1985, p. 171).
73. Sergio Riesco, «La intensificación de los cultivos durante la reforma agraria de la Segunda
República: ¿alternativa o complemento?», en Ricardo Robledo y Santiago López García (coords.),
¿Interés particular, bienestar público? Grandes patrimonios y reformas agrarias, Zaragoza,
Universidad de Zaragoza, 2007, p. 363-388.
74. DSC, n° 31-37, 31 de enero - 9 de febrero de 1934, p. 800-1.016.
75. En la última votación nominal sobre la Ley de Yunteros (DSC, n° 37, 9 de febrero de 1934, p.
1.016- 1.018), algunos diputados de la CEDA se situaron al lado del PSOE, Izquierda Republicana,
PRR, republicanos conservadores y liberal-demócratas, mientras que otros lo hicieron junto al
PAE y los monárquicos.
76. Bloquearon especialmente el proyecto de Ley de Arrendamientos. Aunque Edward Malefakis
(Reforma agraria, op. cit., p. 347) afirma que, tras su paso por la Comisión, «los rasgos esenciales
del proyecto ministerial quedaron intactos» y las modificaciones fueron «de poca importancia»,
lo cierto es que el texto quedó tan irreconocible que el propio Cirilo del Río lo retiró antes de que
se discutiera en el Pleno, como reconocieron el propio ministro y el presidente de la Comisión,
Cándido Casanueva, en un debate que mantuvieron tiempo después y que puede consultarse en
DSC, n° 133 y 134, 5 y 6 de diciembre de 1934, p. 5.263-5.268 y 5.294-5.299
77. Un resumen del pensamiento de Giménez Fernández y, en concreto, de la política agraria que
trató de implementar, en Javier Tusell, Historia de la Democracia Cristiana en España, vol. I,
Madrid, Edicusa, 1974, p. 282-312.

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78. José María Gil-Robles (No fue posible la paz, Barcelona, Planeta, 1968, p. 187) reconocería años
más tarde que no se «atrevió» a mantener a Giménez Fernández en el Gobierno por el «riesgo que
ello supondría para la estabilidad del bloque gubernamental» y dado que, dentro de la CEDA, «el
grupo de los descontentos arreciaba en la ofensiva».
79. DSC, n° 137, 12 de diciembre de 1934, p. 5.420.
80. José María Gil-Robles, No fue posible la paz, op. cit, p. 182-183.
81. Vid, sobre la problemática que condujo al planteamiento de esta norma, Sergio Riesco, «La
cuestión yuntera en Extremadura durante la II República», en Historia Social, n° 65, 2009, p.
41-69.
82. Para que el proyecto de Ley de Yunteros fuera definitivamente aprobado hubo que esperar a
que entrara en vigor el Reglamento definitivo de las Cortes, cuyo art. 91 rebajaba
considerablemente, respecto al provisional de 1931, el número de diputados necesarios para que
una ley saliera adelante. DSC, n° 131 y 142-143, 30 de noviembre y 19 y 20 de diciembre de 1934, p.
5.174-5.186, 5.620-5624 y 5.661-5.663. Edward Malefakis {Reforma agraria, op. cit., p. 402) calificó
de «repugnante» esta pieza de filibusterismo parlamentario, habida cuenta de que, ante lo
avanzado de la época de siembra, los yunteros se vieron muy perjudicados.
83. Como reconoció el propio Giménez Fernández en DSC, n° 137, 12 de diciembre de 1934, p.
5.408.
84. DSC, n° 133, 5 de diciembre de 1934, p. 5.263-5.268.
85. José María Gil-Robles, No fue posible la paz, op. cit., p. 177-182.
86. Giménez Fernández intervino en veintiuna de las sesiones dedicadas a discutir el proyecto de
Ley de Arrendamientos, y más de una vez en alguna ocasión.
87. El apoyo de José María Gil-Robles (No fue posible la paz, op. cit, p. 175.) se limitaba a,
colocándose «en alguno de los pasillos de acceso al salón de sesiones» y «a cubierto de miradas
indiscretas», «animar con el gesto a Giménez Fernández en su lucha generosa o moderar en lo
posible sus naturales reacciones violentas».
88. Entre los diputados de la CEDA que intervinieron en las Cortes para oponerse a Giménez
Fernández, casi todos ellos grandes terratenientes, destacamos a Adolfo Rodríguez Jurado
(presidente de la Asociación de Propietarios Rústicos de España), Cándido Casanueva, Mateo
Azpeitia, Jaime Oriol de la Puerta, José María Femández-Ladreda, Luis Alarcón de la Lastra, José
Finat y Escrivá de Romani (conde de Mayalde) y Mariano de la Hoz.
89. Hasta en el diario católico El Debate, 14 de febrero de 1935, se denunció «toda la labor
desfiguradora de la ley que han hecho los dominadores de la Comisión de Agricultura».
90. Javier Tusell, Historia de la Democracia Cristiana, op. cit., vol. I, p. 299-302. Vid. el proyecto de
ley en DSC, ap. 15° al n° 146, 23 de enero de 1935. Fue rechazado primero por la Comisión de
Agricultura y posteriormente por el Pleno de la Cámara. DSC, n° 166 y 172, 27 de febrero y 15 de
marzo de 1935, p. 6.674-6.680 y 6.961-6.973.
91. El proyecto de ley en DSC, ap. 6o al n° 132, 4 de diciembre de 1934. Las maniobras de la
Comisión de Agricultura en José María Gil-Robles, No fue posible la paz, op. cit., p. 184-185.
92. Ibidem, p. 185-186. Giménez Fernández concedió una entrevista a El Debate, 1 de enero de
1935, en el que exponía las líneas maestras de la reforma agraria que proyectaba.
93. Juan José Benayas (abril-mayo), Nicasio Velayos (mayo-septiembre) y José Martínez de
Velasco (septiembre-octubre) ocuparían sucesivamente la cartera de Agricultura durante 1935.
Una prueba elocuente de la vía muerta en que entró la reforma agraria a lo largo de aquel año la
da el hecho de que en septiembre de 1935 se refundiera Agricultura con Industria y Comercio en
un solo Ministerio.
94. Sobre esta escisión, que en 1934 daría lugar al Partido Radical Demócrata y, tras la fusión con
el Partido Republicano Radical Socialista, a Unión Republicana, vid. Octavio Ruiz-Manjón, El
Partido Republicano Radical, op. cit, p. 413-454.

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95. José María Gil-Robles, No fue posible la paz, op. cit., p. 174. Para indignación de las derechas,
Giménez Fernández reiteraría insistentemente, en las Cortes de 1936, su «amor a la República».
Vid. DSC, n° 31, 21 de mayo de 1936, p. 794.
96. José Ramón Montero Gibert, «La CEDA; el partido contrarrevolucionario hegemónico de la
Segunda República», en Manuel Ramírez et al. Estudios sobre la II República, op. cit, p. 121. Vid.
también, de este mismo autor, su trabajo La CEDA. El catolicismo social y político de la II
República, 2 vols., Madrid, Editorial Revista del Trabajo, 1977.
97. Su contenido ha sido analizado por Edward Malefakis, Reforma agraria, op. cit, p. 411-415.
98. DSC, n° 229, 24 de julio de 1935, p. 9.401.
99. DSC, n° 228, 23 de julio de 1935, p. 9.358.
100. too DSC, n° 227, 20 de julio de 1935, p. 9.320.
101. Ibidem, p. 9.320-9.322.
102. DSC, n° 229, 24 de julio de 1935, p. 9.396-9.400.
103. DSC, n° 230, 25 de julio de 1935, p. 9.442-9.443.
104. Ibidem, p. 9.448-9.450.
105. Vid. la intervención de Claudio Sánchez-Albornoz y las reacciones de Gil-Robles, Martínez
Barrio, Miguel Maura y Juan Ventosa, criticando la actitud de Izquierda Republicana, en ibidem,
p. 9.440-9.447.
106. DSC, n° 228, 23 de julio de 1935, p. 9.379-9.382.
107. Vid. las intervenciones de ambos en ibidem, p. 9.357-9.359 y 9.375-9.377, respectivamente.
108. Luis Jiménez de Asúa, La Constitución de la democracia española y el problema regional,
Buenos Aires, Losada, 1946, p. 346.
109. Edward Malefakis, Reforma agraria, op. cit., p. 436.
110. El manifiesto electoral del Frente Popular fue publicado el 16 de enero de 1936 y se puede
consultar en cualquier periódico de aquellas fechas. Asimismo, en Javier Tusell, Las elecciones del
Frente Popular en España, vol. II, Madrid, Edicusa, 1971, p. 352-359 y Miguel Artola, Partidos y
programas políticos, 1808-1936. Tomo II: Manifiestos y programas políticos, Madrid, Aguilar,
1975, p. 454-459. El apartado tercero del programa estaba dedicado en su mayor parte a la
cuestión agraria y reconocía, como luego apuntaremos, las diferencias existentes en el seno de la
coalición. Tras la victoria en las elecciones, Azaña concretó ante las Cortes (DSC, n° 17, 15 de abril
de 1936, p. 286-287) los propósitos del Gobierno y anunció el envío inminente de cinco proyectos
de ley (sobre derogación de la «contrarreforma» de 1935 y restitución de la Ley de Refonna
Agraria de 1932, sobre devolución de bienes comunales a los municipios, sobre revisión de
desahucios, sobre arrendamientos de fincas rústicas y sobre tierras procedentes de donaciones
reales) y, para más adelante, la remisión de otros que contemplarían la creación de un Banco
Agrario y la reorganización del crédito agrícola. En cumplimiento de este mensaje, Ruiz-Funes
empezó a presentar ante la Cámara (DSC, aps. 5°-9° al n° 19, 17 de abril de 1936) los primeros
proyectos solo dos días después.
111. Edward Malefakis, Reforma agraria, op. cit., p. 433. Vid. también Sergio Riesco, «La
aceleración de la reforma agraria durante el Frente Popular», en Manuel Ballarín y José Luis
Ledesma (coords.), La República del Frente Popular. Reformas, conflictos y conspiraciones,
Zaragoza, Fundación Rey del Corral, 2010, p. 83-96.
112. «¡Si parece hecho por nosotros!», exclamó Ruiz-Funes (DSC, n° 34, 27 de mayo de 1936, p.
921) al referirse a dicho artículo de la ley de 1936, que fue desarrollado a través de una serie de
decretos dictados durante el mes de marzo de 1936.
113. Manuel Ramírez, «La agregación de intereses», op. cit., p.32.
114. «Los republicanos no aceptan el principio de la nacionalización de la tierra y su entrega
gratuita a los campesinos, solicitada por los delegados del Partido Socialista. Consideran
convenientes las siguientes medidas, que se proponen la redención del campesino y del
cultivador medio y pequeño, no solo por ser obra de justicia, sino porque constituyen la base más

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finne de reconstrucción económica nacional». Vid. Miguel Artola, Partidos y programas, op. cit.,
p. 455.
115. Edward Malefakis, «The parties of the left and the Second Republic», en Raymond Carr (ed.),
The Republic and the Civil War in Spain, London, Macmillan, 1971, p. 40.
116. DSC, n° 58, 8 de julio de 1936, p. 1.972.
117. Joaquín Maurín, Revolución y contrarrevolución en España, París, Ruedo ibérico, 1965, p.
58-59.
118. DSC, n° 54, 1 de julio de 1936, p. 1.755.
119. Edward Malefakis, Reforma agraria, op. cit, p. 422-426.
120. DSC, n° 54, 1 de julio de 1936, p. 1.736. Cuestión aparte era que dicho «grupo obrero», de
momento, se viera obligado a «atemperar su política en el orden agrario a las necesidades que le
impone la alianza circunstancial con la burguesía liberal que forma con nosotros, en estos
instantes, el Frente Popular».
121. DSC, n° 17, 15 de abril de 1936, p. 298-299.
122. Los conflictos en el seno de la CEDA tras la derrota ante el Frente Popular pueden verse en
Javier Tusell, Historia de la Democracia Cristiana, op. cit., vol. I, p. 334-362.
123. DSC, n° 31, 21 de mayo de 1936, p. 795.
124. El debate que provocó mayores enfrentamientos en el Parlamento durante aquellos meses
tuvo lugar cuando el agrario José María Cid presentó una interpelación al Gobierno consensuada
con todas las minorías de la derecha y que versaba sobre el problema del orden público en el
campo. DSC, n° 54, 1 de julio de 1936, p. 1.743-1.753.
125. Ibidem, p. 1.775-1.776.
126. Manuel Ramírez, «La agregación de intereses», op. cit., p. 33.
127. Jesús Pabón, Cambó, 1876-1947, voi. Ill, Barcelona, Alpha, 1969, p. 480.
128. Claudio Sánchez-Albornoz, Mi testamento histórico-político, Barcelona, Planeta, 1975, p. 50.
129. Paul Preston, The Coming of the Spanish Civil War: Reform, Reaction and Revolution,
London, Macmillan, 1978, p. 361.
130. La opinion de Giménez Fernández aparece citada en una entrevista que recogió Carlos Seco
Serrano, Historia de España. Tomo VI: Época contemporánea, Barcelona, Instituto Gallach, 1971,
p. 164.
131. Vid. la versión de José María Gil-Robles, en No fue posible la paz, op. cit., p. 616-627. Según
escribe Javier Tusell, (Historia de la Democracia Cristiana, op. cit., p. 357), el intento de Gil-Robles
de preservar la cohesión de la CEDA, «aparte de difícil, resultaba contraproducente para la
estabilidad del régimen».
132. Rafael Méndez, «Memoria de Don Juan Negrín», en Índice, n° 298-300, 1971, p. 103. Sobre el
encargo de Azaña a Prieto para la formación de Gobierno en mayo de 1936, y la renuncia de éste,
ante un sector de su partido, vid. Juan Simeón Vidarte, Todos fuimos culpables, México, Fondo de
Cultura Económica, 1973, p. 117-129; Santos Julia, La izquierda del PSOE, op. cit., p. 95-108 y
Octavio Cabezas, Indalecio Prieto. Socialista y español, Madrid, Algaba, 2005, p. 306-315.
133. Juan Benet, Herrumbrosas lanzas. Libros VIII-XII, Madrid, Alfaguara, 1986, p. 49.

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RESÚMENES
Durante la Segunda República no se puso en marcha otro programa para solucionar el
sempiterno problema del campo español que el reformista. La reforma agraria, sin embargo,
resultó un fracaso por cuanto las fuerzas políticas llamadas a ponerla en marcha carecían de un
programa socioeconómico cohesionado. Las fisuras del reformismo socioeconómico se hicieron
especialmente patentes en las Cortes. La legislación resultante de los debates parlamentarios fue
desordenada e ineficaz porque los partidos y bloques gobernantes, heterogéneos en su
composición, vieron comprometida su unidad interna y fueron incapaces de llevar adelante un
programa coherente en materia agraria. Así, si durante el primer bienio las luchas internas del
PSOE afectaron a los proyectos de la coalición republicano- socialista en el poder, durante el
segundo serían las tensiones dentro de la CEDA las que harían naufragar los planes del Ejecutivo.
Solo tras la victoria del Frente Popular pareció vislumbrarse la posibilidad de una mayoría
reformista verdaderamente cohesionada, pero el estallido de la Guerra Civil la frustró
abruptamente.

Pendant la Seconde République on décida, afin de résoudre le sempiternel problème de la


campagne en Espagne, de n’appliquer que le programme réformiste. La réforme agraire,
cependant, s’avéra être un échec car les forces politiques appelées à la mettre sur pied
manquaient d’un programme socioéconomique cohérent. Les fissures du réformisme
socioéconomique éclatèrent au grand jour aux Cortès. La législation résultant des débats
parlementaires fut désordonnée et inefficace parce que les partis et les blocs au gouvernement,
fort hétérogènes dans leur composition, virent menacée leur unité interne et furent incapables
de mener à bien un programme cohérent sur la question agraire. Donc, si pendant les deux
premières années les luttes internes du PSOE eurent une répercussion sur les projets de la
coalition républicaine-socialiste au pouvoir, pendant les deux années suivantes ce fut les tensions
à l’intérieur de la CEDA qui firent naufrager les plans de l’Exécutif. C’est seulement après la
victoire du Front Populaire qu’on put entrevoir la possibilité d’une majorité réformiste vraiment
sans fissures, mais l’éclatement de la Guerre Civil la fit échouer de façon abrupte.

During the Second Republic the only strategy put into practice to solve the everlasting problem
of the Spanish land was the reformist one. The agrarian reform, nevertheless, turned out to be a
failure as the political forces called to implement it lacked a cohesive program. The splits of the
socioeconomic reformism were especially obvious at the Cortes. The resulting legislation of the
parliamentary debates was disorganized and ineffective because the parties and governmental
coalitions, heterogeneous in its composition and concerned about its unity, were unable to
present a coherent plan on the agrarian matter. In this way, if during the first two-year period
the internal disputes of the PSOE affected the projects of the republican-socialist coalition in
power, in the second biennium the discussions inside the CEDA wrecked the efforts of the
Government. Only after the triumph of the Popular Front appeared in sight a truly united
reformist majority, but the burst of the Civil War prevented it abruptly.

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229

ÍNDICE
Palabras claves: Segunda República española (1931-1936), reforma agraria, partidos políticos,
Cortes
Mots-clés: Deuxième République espagnole (1931-1936), réforme agraire, partis politiques,
Cortès
Keywords: Spanish Second Republic (1931-1936), agrarian reform, political parties, Parliament

AUTOR
MIGUEL ÁNGEL GIMÉNEZ MARTÍNEZ
Universidad de Castilla-La Mancha

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De Aberri a ETA, pasando por


Venezuela Rupturas y continuidades
en el nacionalismo vasco radical
(1921-1977)
D’Aberri à ETA, passant par Venezuela. Ruptures et continuités au nationalisme
basque radical (1921-1977)
From Aberri to ETA, through Venezuela. Ruptures and continuities in Basque
radical nationalism (1921-1977)

Gaizka FERNÁNDEZ SOLDEVILLA

Introducción
1 De acuerdo con el esquema de José Luis de la Granja, podemos dividir el nacionalismo
vasco en tres grandes ramas: la moderada, la heterodoxa y la extremista 1. La moderada,
que se ha decantado por el gradualismo y la vía institucional, ha estado encarnada,
excepto en períodos muy concretos, por el PNV, Partido Nacionalista Vasco. La
vertiente heterodoxa, intermitente y de menor relevancia política, ha estado
históricamente representada por ANV, Acción Nacionalista Vasca, y EE, Euskadiko
Ezkerra (Izquierda de Euskadi). La tercera corriente, la radical, fue iniciada por Sabino
Arana, el fundador del PNV, quien es considerado el primer abertzale (patriota) radical,
especialmente hasta 1898. Continuaron tal senda la tendencia independentista de la
formación jeltzale, Aberri (Patria) en la década de 1920, Jagi-Jagi (Arriba-Arriba) durante
la II República, ciertos grupúsculos de exiliados durante la dictadura franquista, ETA,
Euskadi ta Askatasuna (Euskadi y Libertad), a partir de 1958 y, más adelante, los partidos
que han girado en torno a su órbita: la autodenominada «izquierda abertzale» 2.
2 Esta gran rama, la de los ultranacionalistas, se caracteriza por rasgos como la
autodesignación de sus miembros como únicos portavoces autorizados de la voluntad
del pueblo vasco, su secesionismo a ultranza, desestimando un eventual estatuto de

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autonomía o federación, su irredentismo al reclamar la anexión de los territorios


limítrofes a Euskadi, su discurso maniqueo, su antiespañolismo (la aversión a España y a
todo lo que les parezca español), su narrativa histórica acerca de un secular conflicto
étnico entre vascos y españoles, su rechazo a la colaboración con partidos no
nacionalistas, su apuesta por el frentismo abertzale, su desprecio a la democracia
parlamentaria y su preferencia por estrategias como la resistencia civil, provocar la
represión policial para crear presos y mártires a los que rendir culto y, en último
extremo, la violencia. Tales elementos en común han propiciado que, desde 1977, se
haya considerado que aberri anos y jagi-jagis fueron una especie de antecesores
históricos de los etarras. Ese año el dirigente del PNV Manuel trujo declaró que «ETA es
hoy lo que Yagi-Yagi fue antes, con la diferencia que estos últimos no tomaron las
armas» y el escritor y exlíder de la banda Emilio López Adán (Beltza) escribió que, «en
cierto modo, ETA aparece como continuadora de la intransigencia patriótica de los
aberrianos». Aunque con diversos matices, han hecho reflexiones similares Gurutz
Jáuregui, Francisco Letamendia (Ortzi), Jon Juaristi, Antonio Elorza, José Luis Unzueta
(Patxo), José Luis de la Granja y Santiago de Pablo 3.
3 No obstante, tal y como ya advertían algunos de los citados autores, las semejanzas no
implican la existencia de una cadena entre unos y otros, ya que también se detectan
rupturas organizativas (baste fijarse en el relevo de siglas diferentes) y significativas
divergencias doctrinales. Entonces, ¿hasta qué punto Aberri y Jagi-Jagi fueron un
precedente histórico de ETA? ¿Hubo algún tipo de nexo entre los ultranacionalistas de
preguerra y posguerra? ¿Influyeron los primeros en los segundos de forma directa o
indirecta? ¿Existieron contactos entre los veteranos exiliados y la nueva generación de
abertzalesl ¿Se dio un trasvase de militancia? ¿Y de experiencias? ¿El terrorismo etarra
era una estrategia realmente inédita o tenía algún precedente histórico?
4 Como han señalado Iñaki Errasti y Santiago de Pablo, hay quien cree haber encontrado
una respuesta a los interrogantes planteados4. Nos referimos a Eduardo Renobales y
José María Lorenzo, cuyas obras, en cierto modo, han permitido que la «izquierda
abertzale» se apropiara del legado simbólico de Aberri y Jagi-Jagi para compensar el
déficit de legitimidad histórica que lastra al nacionalismo radical cuando compite con el
más que centenario PNV. Para conectar a los abe rízales extremistas de antaño y los de
hogaño estos autores han exagerado sus analogías mientras minimizaban todo aquello
que les separa. Tan selectiva lectura del pasado se ha centrado en Eli Gallastegui (Gudari
[Soldado]), importante personaje histórico del nacionalismo vasco de preguerra que fue
consecutivamente secretario del hermano de Sabino, Luis Arana, y líder carismático de
Aberri y Jagi-Jagi. Ocultando su ortodoxia aranista, Lorenzo y Renobales han
interpretado en clave socialista, cuando no revolucionaria, la obra y el pensamiento de
Gudari con el fin de presentarlo como inspirador de la «izquierda abertzale». Así hay que
entender la biografía que le dedicó Lorenzo en 1992, al igual que la manipulación del
único libro de Gallastegui: sesenta años después de su primera edición apareció otra
nueva (1993) en la que sus textos menos digeribles, como aquellos en los que se
reflejaban sus prejuicios xenófobos, fueron sustituidos por otros de cosecha ajena. El
resultado final es ima narración en la que Gudari actúa como una especie de Juan el
Bautista anunciando la llegada del Mesías armado: ETA. Lo único que faltaba era un
enlace directo entre el dirigente de Jagi-Jagi y la organización terrorista. En un primer
momento se aludió vagamente a la supuesta transmisión oral u «osmosis», pero más
adelante José María Lorenzo pretendió haber descubierto (en realidad, redescubierto)
el «eslabón perdido» entre los etarras y Eli Gallastegui: su hijo, licer (Catari), y el

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compañero de este, José Antonio Etxebarrieta Ortiz, teórico de ETA cuyo hermano
Javier (Txabi) 1'ue el primer activista de la organización que mató y el primero que
murió en 1968. De esta manera, los hermanos Arana quedaban unidos a los hermanos
Etxebarrieta por medio de Gudari, hurtándole la herencia de su fundador al PNV. Por
añadidura, así se justificaba a posteriori la opción terrorista de los etarras, que
únicamente habrían puesto en práctica lo que ya estaba presente (en potencia) en el
primer nacionalismo vasco5.
5 La teoría del eslabón perdido es atractiva por su simplicidad, pero la realidad es más
compleja. Nos acercaremos a dicha cuestión a lo largo del presente trabajo, en el que se
analizan la naturaleza y la trascendencia de las conexiones que se establecieron entre el
movimiento ultranacionalista anterior a la Guerra Civil y el de la nueva generación
encarnada por ETA. No obstante, antes de empezar a indagar en las rupturas y
continuidades que experimentó el abertzalismo radical durante la dictadura franquista
es indispensable comenzar haciendo un breve repaso de la historia del PNV-Aberri y
Jagi-Jagi.

La «apelación heroica» del PNV-Aberrí


6 Tras la muerte de su fundador, el PNV fue experimentando una progresiva moderación,
lo que, para los más fieles al dogma aranista, resultaba inadmisible. Desde su punto de
vista, el nacionalismo vasco estaba cayendo en errores como el «aburguesamiento», la
adhesión a las vías institucionales, el gradualismo, el autonomismo y el acercamiento
táctico a distintas formaciones no abertzales, esto es, «españolas». Con el fin de corregir
tal desviación y recuperar la pureza del nacionalismo, la facción más extremista del
partido se escindió en dos ocasiones durante el primer tercio del siglo XX. Ambas
disidencias, el PNV-Aberri y Jagi-Jagi, cuya presencia territorial en la práctica se limitaba
a Vizcaya, estuvieron encabezadas por Eli Gallastegui y posteriormente fueron
apoyadas por Luis Arana.
7 El primer cisma se produjo tras el retroceso electoral y el fiasco de la campaña
autonomista de la formación, que había cambiado su tradicional denominación (PNV)
por la de CNV, Comunión Nacionalista Vasca. Dicho reflujo coincidió con la creciente
radicalización de Juventud Vasca, organización abanderada por Gudari. Una polémica
periodística provocó que la cúpula de Comunión expulsara a buena parte de sus
juventudes, las cuales crearon otro partido distinto, que recuperaba las históricas siglas
PNV (1921-1930). También fue conocido como Aberri por la cabecera de su órgano de
expresión, dirigido por Manuel Eguileor (Ikasle), más conocido como Manu. En 1922 se
le unió el Euzkeldun Batzokija, una exigua escisión anterior (de 1916) liderada por Luis
Arana, quien fue nombrado presidente del PNV -Aberri6.
8 La nueva formación recuperó y enalteció la versión más ortodoxa del discurso aranista:
tradicionalismo, independentismo a ultranza, negativa a cualquier colaboración con los
vascos no nacionalistas, antiespañolismo, «incondicional subordinación» de lo político
a lo religioso, puritanismo moral y antimaketismo, esto es, odio a los inmigrantes
(maketos), considerados miembros de una raza no solo inferior, sino también enemiga
acérrima de los vascos. Algunos de los artículos de Gudari, escritos desde una
perspectiva humanista- cristiana, traslucían una patente preocupación por las
condiciones de vida de los trabajadores autóctonos así como, en expresión de Ludger
Mees, «una crítica social pequeñoburguesa» con cierto tinte obrerista contra los

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grandes capitalistas, culpables de los pecados de egoísmo y avaricia. Ahora bien, la


postura de Gallastegui era una excepción que no tuvo eco entre sus propios
correligionarios. El programa oficial del YNV-Aberri, que había sido redactado por el
ultraconservador y clerical Luis Arana en 1922, apuntaba en otra dirección al confirmar
el «neutralismo social» del partido. Por consiguiente, no cabe hablar de un
acercamiento al socialismo, sino de una ratificación del aranismo 7.
9 Los abeirianos tomaron como modelo al Sinn Féin (Nosotros Solos), formación vinculada
al IRA, Irish Republican Army (Ejército Republicano Irlandés). La influencia de este
movimiento en el YEN-Aberri es perceptible en distintos planos. Por un lado, en el
rechazo a la participación en las instituciones democráticas. Por otro, en la importancia
dada a contar con organizaciones sectoriales, por lo cual el YNV-Aberri formó una
asociación de mujeres (Eniakume Abertzale Batza), además de potenciar los preexistentes
grupos de teatro y de mendigoxales (montañeros). En consecuencia, Aberri terminó por
configurarse como un partido-comunidad. Por último, en la certeza de que la
propaganda, la violencia, el autosacrificio y el culto a los presos y los mártires podían
dar réditos políticos. De ahí que Gudari tuviera siempre presentes la rebelión de Pascua
de 1916 y la posterior represión británica, clave en la victoria electoral del Sinn Féin en
1918, así como ejemplos extremos de resistencia civil tal que el de Terence MacSvviney,
alcalde de Cork y comandante del IRA que murió en octubre de 1920 tras pasar 73 días
en la cárcel en huelga de hambre8.
10 El 11 de septiembre de 1923 los delegados del YNV-Aberri, Manu Eguileor y Gallastegui,
refrendaron en Barcelona junto a los representantes de tres formaciones nacionalistas
radicales de Cataluña y otra de Galicia una «Triple Alianza» contra el «Estado español»,
que Gudari propuso infructuosamente se transformase en «Cuádruple Alianza» con la
suma de los rebeldes rifeños de Abd el-Krim. En este «tratado internacional», cuyo fin
último era «la libertad nacional de los tres pueblos», se proclamaba el propósito de
«unir las voces en el grito de justicia, darse las manos en la propaganda, unir las fuerzas
en la lucha y, si es necesario, mezclar la sangre en el sacrificio». La reivindicación del
«derecho a la apelación heroica», de resonancias republicanas irlandesas, era
inequívoca. No obstante, las fuerzas nacionalistas carecían de medios para ponerlo en
práctica. Además, como señala José Luis de la Granja, el golpe de Estado del general
Miguel Primo de Rivera «mató a la recién nacida Triple Alianza, que desapareció al
instante a pesar de encontrarse todavía en Barcelona sus firmantes, quienes optaron
por esconderse, exiliarse o abandonar la actividad política» 9.
11 Al contrario que la más acomodaticia CNV, el PNV-Aberri se opuso con firmeza a la
dictadura primorri veri sta, razón por la que sus líderes sufrieron cierto grado de
represión. Sin embargo, con la excepción de algunos episodios aislados, su resistencia
fue escasa y de índole más bien simbólica. Según José María Lorenzo, en 1923 Gudari
había elaborado un borrador programático en el que aparecía nombrada una
«Organización Militar del Cuerpo de Voluntarios». Tal puede ser el origen del «Ejército
de Voluntarios Vascos» creado por Gallastegui tras su exilio en 1925 (primero en el País
Vasco francés, luego en México). Esta fantasmal milicia solo disparó ejemplares de su
órgano oficial de prensa, Lenago il (Antes morir). Vinculado a dicho «Ejército» estaba el
Comité Pro-Independencia Vasca, que editó publicaciones en las que no faltaban los
artículos incendiarios y las alusiones a la violencia, ni otro tipo de iniciativas, como una
carta de Gallastegui a la Sociedad de Naciones solicitando apoyo para la causa
independentista. Los aberrianos en el exilio mantuvieron su pacto con el grupo de

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Francese Maciá, pero su participación en las conspiraciones que este auspiciaba fue
meramente testimonial. Verbigracia, cuando los catalanistas radicales estaban
preparando mía insurrección contra el dictador, el llamativo ofrecimiento del delegado
del PNV-Aberri consistió en un grupo de trescientos hombres, que, fingiendo peregrinar
a Lourdes, pasaran a Francia para armarse. A su regreso en barco desde el puerto de
Burdeos, tomarían Bilbao. Nadie se lo tomó en serio. Entretanto, a decir de los autores
de El péndulo patriótico, en el interior de Euskadi los mendigoxales «repartían algunos
panfletos, realizaban concentraciones y colocaban ikurriñas», así como se reunían en
homenaje ante la tumba de Sabino Arana10.

Mendigoxales, soldados de la Patria


12 La dimisión de Miguel Primo de Rivera en enero de 1930 y el establecimiento de la
«dictablanda» del general Dámaso Berenguer propiciaron la reactivación del
nacionalismo vasco y el acercamiento entre las dos facciones en las que se encontraba
dividido. En noviembre tuvo lugar la Asamblea de Vergara en la que CNV y el PNV-
Aberri se reunificaron, dando lugar a un nuevo PNV que mantuvo la tradicional doctrina
aranista. Significativamente Luis Arana fue nombrado presidente del partido en 1932.
Los descontentos con tal orientación crearon la liberal y heterodoxa ANV, formación
que se acercó a las izquierdas no abertzales. Justo la dirección contraria a la que había
tomado el refundado PNV, el cual, debido a su catolicismo militante y a su inicial
alianza con la extrema derecha carlista, tuvo un difícil acomodo en la primera etapa de
la II República11 .
13 A partir de 1933 la vieja guardia, simbolizada por Luis Arana, fue sustituida por jóvenes
diputados como José Antonio Aguirre y Manuel Irujo, lo que propició que se impusiera
el pragmatismo y se iniciara una evolución que años más tarde acabaría desembocando
en la democracia cristiana. La aprobación de un estatuto de autonomía para el País
Vasco se convirtió en el objetivo primordial del PNV. Se trató de una política impulsada
por los antiguos comunionistas, por lo que, con el fin de compensar el equilibrio
interno, los exmilitantes del PNN-Aberri llevaron a cabo, en expresión de José Luis de la
Granja, un «revival aranista que alcanzó su apogeo en 1932 con la celebración del
Aberri Eguna [Día de la Patria]», festividad político-religiosa organizada por los
exaberrianos Manu Eguileor y Ceferino Jemein (Keperin), quienes recogieron una idea
original de Eli Gallastegui12.
14 El ala extremista del PNV estaba compuesta por los mendigoxales, quienes se
posicionaron frontalmente en contra de la política institucional y las aspiraciones
autonómicas de los parlamentarios del PNV. Autoerigidos en guardianes de las esencias
aranistas, a decir de uno de ellos, Lezo de Urreztieta, «seguíamos pensando que era
necesario continuar por la senda de Sabino, luchando por su programa sin modificación
alguna». Como reconocía la propagandista Polixene de Trabudua, se encontraban
«ebrios de un fervor patriótico sabiniano». De igual manera, en el órgano de la
Federación de Montañeros de Vizcaya, el semanario bilbaíno Jagi-Jagi (1932-1936), se
podía leer que «Sabino de Arana y Goiri es un muerto que vive» o que «los vascos
hablan Sabino, escriben Sabino, piensan en Sabino y sueñan con él hasta el extremo que
sería ridículo si no mereciera tal admiración». En sus páginas, además, se solicitaba al
mendigoxale que meditase y tuviese «siempre presente en tus actos a Sabin... recuerda
su labor, su enorme sacrificio por Euzkadi, fija tu atención en la labor realizada merced

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a su esfuerzo poderosísimo, mira que falta muy poco para ver realizado el sueño de
Sabin... el Mártir Libertador... »13.
15 Uno de los elementos nucleares del aranismo de los mendigoxales fue su racismo
apellidista y su aversión a los inmigrantes, a quienes identificaban con sus enemigos
políticos, las izquierdas, en un contexto de crisis económica y confiictividad obrera. Es
cierto que el antimaketismo fue cuestionado por el líder montañero Manuel de la Sota
Aburto (Txanka), quien, adelantándose varias décadas a lo que plantearon algunos
dirigentes de ETA en los años sesenta, propuso que la raza fuera sustituida por la
ideología como elemento constituyente de la nación vasca. Sin embargo, su postura era
minoritaria y fue duramente contestada en Jagi-Jagi, semanario en el que el maketo solía
ser presentado como un «extranjero que contamina a la raza y en ella encuentra sus
víctimas mejores», además de robar el trabajo a los autóctonos. El director de dicho
semanario, Trifón Echebarria (Etarte), definió la relación «Euzkadi-España» como una
«lucha de razas»14.
16 Otra constante en su semanario, que en cierto modo derivaba del anti-industrialismo
del primer Sabino Arana, fue su «anticapitalismo», ya que los montañeros consideraban
que el «capitalismo vasco» (el de los grandes industriales) era «antivasco,
antipatriótico, [...] anticristiano», «profundamente egoísta y españolista», así como
culpable de haber incentivado la inmigración a Euskadi del obrero maketo. La postura de
los mendigoxales no tenía nada que ver con el marxismo, sino que se trataba de su
particular interpretación de la doctrina social de la Iglesia Católica. En palabras de
Trifón Echebarria, «se nos ha achacado como de enemigos del capital, gran error; no
odiamos al capital, no; lo que odiamos es el capitalismo, es decir, el abuso o mal uso del
capital, y este odio al capitalismo, lo tenemos refrendado en las encíclicas de los Papas».
En otro artículo aparecido en Jagi-Jagi solicitaba, en nombre del «humanismo» y la
«fraternidad que Jesucristo predicó», que, en vez «de ricos y pobres, todos tuvieran un
“Buen vivir»». Para Lezo de Urreztieta «éramos partidarios de una organización social
avanzada, como la marcada por el sindicalismo de Utrecht, avanzada pero siempre
vasca y cristiana. No estábamos en la izquierda, pero se trataba de mantenemos en
posiciones honestas». Y, en cualquier caso, la patria era lo prioritario. Como
sentenciaba Gallastegui, «el problema social -como el problema religioso antes- ha de
quedar enmarcado y resuelto también dentro del problema nacional, sin desbordarlo,
ni anularlo»15.
17 A su regreso del exilio, Gudari había recuperado su papel como figura de referencia de
los jóvenes nacionalistas exaltados. «Era el hombre carismático, sin ninguna duda»,
rememoraba el jagi-jagi Agustín Zumalabe. Según Irujo, «pasó a ocupar puesto de
santón, profeta y verbo» para los mendigoxales. En septiembre de 1931, tras la muerte
violenta de un republicano, se entabló un tiroteo que acabó con la detención de catorce
jóvenes nacionalistas, entre ellos Gallastegui. Siguiendo el ejemplo del alcalde de Cork,
los presos abertzales prometieron formalmente «ante la figura del Maestro, Arana-Goiri,
y de la enseña de la Patria» ponerse en huelga de hambre. Se declaraban «dispuestos a
cumplirla y llegar hasta el fin, dejando que nuestra vida vaya apagándose poco a poco,
lentamente, gozosos de poder rendirla a la Patria esclava para su liberación». Aquella
táctica, hasta aquel momento inédita en la historia del nacionalismo vasco, fue efímera.
No obstante, se trataba de toda una declaración de intenciones respecto a la II
República, contra la que Jagi-Jagi mostró tal virulencia que fue castigado con multas,
secuestros e incluso el encarcelamiento de alguno de sus redactores, al igual que les

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sucedió a otras cabeceras críticas con el nuevo régimen, ya fueran abertzales,


monárquicas, católicas o anarquistas. Como señala José Luis de la Granja, la represión
gubernativa contra el semanario bilbaíno «no hizo sino acrecentar su popularidad y su
tirada, que pasó de 10.000 a 20/25.000 ejemplares en los momentos álgidos de 1933».
Jagi-Jagi «hizo de esta persecución y de la existencia de presos nacionalistas una mística
del sufrimiento por la patria vasca, una escuela de sacrificio e incluso de martirio al
servicio del ideal». Así, Manu de la Sota defendía que «solamente conseguiremos la
libertad de nuestra Patria con nuestro sacrificio y nuestro sufrimiento, y que cuanto
mayores sean éstos, más rápidamente llegará aquélla». No es de extrañar que en 1933
los montañeros propusieron que Francisco Idiáquez, un preso nacionalista condenado
por el homicidio de un republicano el año anterior, fuera presentado como cabeza de
lista del PNV en Guipúzcoa16.
18 Los mendigoxales, quienes llegaron a ser unos 5.000, iban uniformados en sus actos y
estaban estructurados como una organización paramilitar compuesta por compañías
dirigidas por «jefes» o «capitanes». Muchos de sus miembros iban amiados con pistolas
y contaban con cierto tipo de entrenamiento. A decir de Agustín Zumalabe, «nosotros
nos considerábamos el ejército vasco». Jagi-Jagi no dejaba lugar a dudas al respecto. «Te
lo voy a decir en secreto, mendigoxale: tú no eres un deportista. Óyelo bien: tú eres un
soldado de la Patria [...]. La cumbre que tú persigues [...] termina en una Cruz. Sí; eres
soldado, soldado de un Estado que no existe, pero cuya futura existencia dependen en
gran parte de ti». Los montañeros se declaraban dispuestos a recibir «las rosas si vienen
rosas, y las balas si vienen balas». En ese sentido, al lingüista jeltzale Koldo Mitxelena se
le quedaron grabadas las palabras que escuchó pronunciar a Polixene de Trabudua en
un mitin en el frontón de Lezo. «“¿Estáis dispuestos a dar la vida por la Patria?”,
preguntó, y muchos contestaron a gritos que sí. Yo me quedé avergonzado, no sé si por
la pregunta o por la respuesta». Ahora bien, hay que dejar constancia de que la
paramilitarización de las juventudes de los partidos políticos fue un fenómeno
generalizado en la Europa de los convulsos años treinta, incluyendo la España
republicana, en la que actuaron los requetés carlistas, las escuadras de Falange, los
escamots de ERC, los grupos de autodefensa del PSOE y de ANV, las milicias comunistas,
etc. Los mendigoxales se dedicaban a tareas de propaganda y ejercieron de servicio de
orden armado en los mítines y concentraciones del PNV, así como durante las jomadas
electorales. Desde el punto de vista de Zumalabe, los líderes jeltzales «pensaban que
éramos el ejército que iba a servir a los intereses del Partido», es decir, «una
organización para-militar, sin opinión política». Fueron muy habituales los choques de
los montañeros abertzales y los grupos juveniles de izquierdas, especialmente los
socialistas. El mendigoxale Mario Salegi recordaba que «nos pegábamos todas las
semanas con ellos en la calle San Jerónimo y en Bulevar [de San Sebastián]. Eran
batallas campales a hostias. Cada vendedor de periódicos iba protegido por una
escuadra. Llevábamos porras de plomo». En algunos enfrentamientos también se echó
mano a armas de fuego, produciéndose víctimas mortales: los primeros mártires del
movimiento, a quienes los mendigoxales glorificaron y juraron emular. En octubre de
1932 apareció en Jagi-Jagi el primer «cuadro de honor» de «Nuestros muertos», a los que
había que tener «grabados en la mente». Se pedía poner «una oración en tus labios por
las almas de los que dieron sus vidas sin vacilar en holocausto de la Patria desgraciada y
no vaciles en imitarles si llega el momento [...]. De la tierra regada por la sangre de sus
hijos brotará en un día no lejano, el fruto sazonado que la alimente». El cuadro fue
ampliándose con el tiempo. En 1933, tras la muerte en un tiroteo de un niño de familia

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nacionalista, se exclamaba: «¡Loor a ti, Iñaki, por haber sido el primero que ostentando
un nombre euzkeldun que nuestro Maestro Sabino nos dio a conocer, has sacrificado tu
vida por nuestra santa causa!»17.
19 A pesar de esta mística del sufrimiento, de sus contactos con otros movimientos
ultranacionalistas y de la fascinación que el IRA ejercía en Gudari y los mendigoxales, el
pistolerismo no derivó en una estrategia terrorista propiamente dicha. Tal vez su
apuesta por este tipo de violencia fue abortada por el estallido de la Guerra Civil, pero
no conviene olvidar que, pese a su belicoso seudónimo, Gallastegui era más propenso a
las tácticas de resistencia civil y a la violencia retórica que a la violencia real. Como
años después reconoció en una carta destinada a Manuel Irujo, «mi inclinación natural,
por instinto, por formación, ha tendido más hacia la resistencia activa o pasiva: huelgas
del hambre o colectivas, boycots». Por esta razón, José Antonio Etxebarrieta, el
supuesto «eslabón perdido» que le uniría a ETA, reprochaba a Gudari su «indecisión», la
cual había sumido en «el desconcierto» a sus adeptos mendigoxales. «La masa
abstencionista comprende instintivamente el lenguaje insurreccional; pero el régimen
de arrebatadas arengas sucedidas por baños de agua fría gandhiana a que les someten
sus líderes les deja perplejo. El problema abstencionista ha consistido siempre [...] en la
ausencia de una táctica política coherente»18.
20 Volviendo al periodo republicano, la orientación posibilista y autonomista del PNV,
cuyas cabezas visibles eran los diputados José Antonio Aguirre y Manuel Irujo,
soliviantó a sus militantes más extremistas, ante todo a los Qxaberrianos, para algunos
de los cuales el revival aranista no era suficiente. Gallastegui no tardó en abandonar sus
cargos orgánicos en el partido, al igual que Luis Arana, quien dimitió como presidente
del PNV en 1933. Reaparecía la división entre el sector moderado y el radical de la
formación. Las páginas de Jagi-Jagi fueron dedicadas a criticar a los parlamentarios,
hacer campaña a favor de un frente independentista con ANV y promocionar el libro
Por la libertad vasca de Gallastegui, cuyo contenido había molestado a los
excomunionistas. Acusando de indisciplina a los mendigoxales, la dirección del PNV
intentó controlar su semanario, lo que terminó por romper las relaciones entre el
partido y el grupo de montañeros. Entre diciembre de 1933 y mayo de 1934 se produjo
la nueva escisión extremista que dio lugar a una organización conocida como Jagi-Jagi
por el título de su órgano de expresión, aunque más adelante fue bautizada
oficialmente EMB, Euzkadi Mendigoxale Batza (Federación de Montañeros de Euskadi). Se
nutrió tanto de antiguos miembros de Aberri como de jóvenes mendigoxales. Además de
Eli Gallastegui, cabe nombrar a Manuel de la Sota Aburto, Lezo de Urreztieta, Fidel de
Rotaeche (Errotari), Salvador Jordán de Zárate (Txirrika), Trifón Echebarria, Angel
Aguirreche, Cándido Arregui... Empero, Eli Gallastegui no supo o no quiso aprovechar la
ocasión para acaudillar un proceso similar al que en 1921 había conducido al
nacimiento del PNV-Aberri. Sintomáticamente, exaberrianos tan destacados como
Ceferino Jemein, Manu Eguileor y Manuel Robles Aranguiz prefirieron permanecer en
las filas del PNV, al igual que muchos mendigoxales, sobre todo los de fuera de Vizcaya.
En la práctica, según José María Tapiz, Jagi-Jagi quedó reducido a un «grupúsculo
marginal de carácter radicalizado»19.
21 Si bien es cierto que la debilidad de la escisión respondió a diversas causas, una de las
más importantes fue la desidia de Gudari. Tres décadas después, en 1965, todavía se lo
reprochaba uno de sus admiradores. «En aquellos momentos se estima que a Eli
Gallastegi le habría seguido todo el grueso del PNV», escribía Manuel Fernández

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Etxeberria (Matxari) en su Euzkadi, patria de los vascos. «Pero ¿qué manes de la fortuna
protegen a este PNV, que se separa de él Don Luis Arana-Goiri y les pide a sus
“correligionarios” [...] que, sin embargo, ellos continúen en el seno de la organización;
se separa también Eli Gallastegui y desdeña a los que le buscan como dirigente
supremo, y rehúye inmiscuirse en nada, etc.?» Uno y otro «carecieron del valor
necesario para llevar las cosas más adelante». ¿Fue por cobardía, como insinúa Matxaril
Es imposible saberlo, pero hay indicios que invitan a pensar que la emoción que
embargaba a Gallastegui era de naturaleza distinta. En opinión de su amigo Lezo, a esas
alturas Gudari «estaba totalmente desilusionado»20.
22 Al igual que habían hecho en 1933, los mendigoxales propusieron formar un frente
nacionalista para las elecciones de 1936. Con un programa secesionista, los miembros
de la candidatura conjunta de las fuerzas aber ízales debían comprometerse a que, en
caso de ser elegidos, no acudirían «al Parlamento español, por tener el convencimiento
de que España jamás dará la libertad a Euzkadi, y de no prestar acatamiento a la
Constitución española». Solo en el hipotético caso de que sus socios insistieran, los jagi-
jagis permitirían que los diputados electos fuesen a las instituciones «con el único y
exclusivo objeto de reclamar de España la independencia que nos arrebató, o de
oponerse decidida y energéticamente a que toda ley y todo acto de soberanía española
tenga vigencia en Euzkadi». ANV, que formaba parte del Frente Popular, y el PNV, que
se estaba acercando a esta coalición en busca de apoyo para la autonomía del País
Vasco, ignoraron la invitación de los montañeros. Tras el fiasco de su proyecto
frentista, los mendigoxales prefirieron llamar a la abstención (exactamente lo mismo que
ETA militar hizo en 1977 al fracasar las conversaciones de Chiberta). EMB fue incapaz
de frenar el posibilismo jeltzale, que dio su fruto en forma de estatuto de autonomía, lo
que soliviantó a los intransigentes. En mayo se podía leer en las páginas de Jagi-Jagi que
los dirigentes del PNV, mediante «contubernios y vergonzosas claudicaciones» y
«escudándose en el nombre de Sabino, pactan y colaboran con el opresor de la Patria,
traicionando al nacionalismo vasco». Cinco meses después Luis Arana volvió a
abandonar la disciplina del partido21.

EMB durante la Guerra Civil y la posguerra


23 El 18 de julio de 1936 una parte del Ejército se sublevó contra el Gobierno de la II
República, dando lugar a la Guerra Civil. Los mendigoxales no habían previsto aquella
conflagración, que acabó situándoles en la zona controlada por uno de los dos bandos
irreconciliables en los que se había dividido España: el del Frente Popular. Los
ultranacionalistas enfrentaban a una espinosa encrucijada: permanecer neutrales o
tomar partido y, de hacerlo, ¿por quién? En ciertos aspectos, como el fuerismo o la
cuestión religiosa, los jagi-jagis compartían más con los requetés carlistas que con los
militantes de las fuerzas de izquierda, quienes hasta entonces habían constituido su
enemigo por antonomasia. No obstante, mientras los republicanos respaldaban el
Estatuto de autonomía apadrinado por José Antonio Aguirre e Indalecio Prieto, el
«Alzamiento Nacional» tenía un signo inequívocamente antidemocrático,
ultranacionalista español y centralista. Por otra parte, para algunos de los abertzales
más exaltados la Guerra Civil era un asunto estrictamente «español», es decir, algo
ajeno a los (nacionalistas) vascos. Hasta septiembre de 1936 los mendigoxales estuvieron
debatiéndose entre participar en la contienda o inhibirse. Antes de tomar una decisión

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consultaron a sus más prestigiosos referentes ideológicos: Gudari, Luis Arana y Ángel
Zabala, primer presidente del PNV tras la muerte de Sabino. Los tres argumentaron en
contra de intervenir en una guerra «española». Por ejemplo, Zabala manifestó que
«conociendo como yo conocía a Sabino, creo que antes de embarcar a su pueblo en una
aventura como la presente, se habría suicidado». Sin embargo, como señala José Luis de
la Granja, la de EMB era una «neutralidad imposible». En opinión del también
historiador Lorenzo Sebastián García, «la fuerza de los hechos les obligará a tomar
partido». Siguiendo la estela de ANV y el PNV, los montañeros se acabaron sumando al
bando republicano22.
24 Alistados como gudaris (voluntarios de adscripción nacionalista vasca, mientras que los
de izquierdas eran denominados milicianos), los mendigoxales formaron dos batallones:
Lenago il (Antes morir) y Zergaitik ez (Por qué no). Además de sus correspondientes
capellanes castrenses, cosa impensable en las milicias republicanas, el primero contaba
con 650 gudaris y el segundo con 516. Como indica Francisco Manuel Vargas, «las
unidades de EMB destacaron menos [que las de las otras fuerzas nacionalistas] en la
guerra, debido a que su participación en combates fue escasa». Caída Bilbao en junio de
1937, el Zergaitik ez se disolvió mientras el Lenago il se acuarteló en Colindres (Cantabria)
hasta su rendición en agosto, obedeciendo las cláusulas del Pacto de Santoña firmado
por la dirección del PNV y las tropas expedicionarias que había enviado la Italia fascista
en auxilio de los sublevados. Quizá mayor trascendencia que aquellos dos batallones
tuvo el papel que jugó el jagi-jagi Lezo de Urreztieta, quien, burlando el bloqueo
franquista, consiguió comprar armas en Europa para las tropas vascas leales a la II
República23.
25 Al contrario que el resto del nacionalismo, los jagi-jagis no solo no se integraron en el
Gobierno vasco transversal (PNV, PSOE, PCE, republicanos y ANV) emanado del Estatuto
aprobado por las Cortes, sino que en ocasiones desafiaron su autoridad. Así, el mismo
día de la constitución del Ejecutivo, el 7 de octubre de 1936, los mendigoxales reunidos
en Guemica dieron gritos a favor de la independencia delante del recién elegido
lehendakari (presidente) José Antonio Aguirre. Lejos de conformarse con la autonomía,
creían ver en la Guerra Civil la ocasión propicia para lograr la tan anhelada secesión de
Euskadi. Verbigracia, Trifón Echebarria le sugirió al lehendakari Aguirre que los
mendigoxales se apoderasen de la primera partida de armas antes de que pudiera ser
descargada. Así se asegurarían la hegemonía militar de los nacionalistas vascos y luego
la independencia. Etarte recordaba que «Aguirre se mostró horrorizado. “Eso sería
traicionar al Frente Popular”. Yo, que tenía sólo 25 años, repliqué: “La única traición
que conozco es la traición a mi país”». Por otra parte. Patria Libre retomó con ímpetu la
campaña a favor de una alianza abertzale en pro de la secesión. En mayo de 1937, tras
una iniciativa similar de STV, Sindicato de Trabajadores Vascos, los jagi-jagis
presentaron un proyecto con «finalidad exclusivamente independentista», lo que
suponía «romper toda colaboración con el extraño». El plan consistía en que los
batallones nacionalistas evitaran «en lo posible su participación en la actual lucha
antifascista, entre otras muchas razones para ahorrar vidas» mientras se adquiría
«material de guerra». Estas tropas se lanzarían «conjuntamente a la lucha
independentista» por medio de «un movimiento bélico», lo que inevitablemente les
llevaría a enfrentarse con los milicianos del Frente Popular. Los planes de los jagi-jagis
fueron ignorados por el PNV y ANV, que compartían con sus aliados de izquierdas tanto
el Gobierno vasco como el Gobierno de España, del que fueron ministros el jeltzale

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Manuel Irujo y el aeneuvista Tomás Bilbao. Como explica Francisco Manuel Vargas, las
conspiraciones secesionistas de los mendigoxales tenían escaso recorrido, ya que «el
conjunto de fuerzas nacionalistas vascas -PNV, STV, EMB, ANV- no representaron
nunca más del 50% de las fuerzas vascas», correspondiendo la mayor parte del resto al
Frente Popular24.
26 Justo antes del estallido de la guerra, en la primavera de 1936, los mendigoxales se
plantearon la creación de un nuevo partido. Por consiguiente, reproduciendo el modelo
del PNV-Aberri, durante la contienda instituyeron organismos sectoriales en el ámbito
femenino, estudiantil e infantil como satélites. El traumático fin de la Guerra Civil
abortó el proceso, por lo que EMB nunca llegó a configurarse como una formación
propiamente dicha. Como se admitía en 1947, «Jagi Jagi no es un partido político; es un
órgano de opinión nacionalista vasco». No obstante, siempre fue algo más que una
federación de montañeros. En lo que se refiere a sus publicaciones, Jagi-Jagi fue
sustituido por el también semanario Patria Libre (1936-1937), dirigido por Trifón
Echebarria. En sus páginas se mantuvo la misma ortodoxia aranista e idéntica
admiración por el movimiento republicano irlandés, dedicándose un número
extraordinario a la rebelión de Pascua de 1916. No obstante, en Patria Libre también
hubo espacio para experimentar brevemente con un nuevo léxico político. Por ejemplo,
en marzo de 1937 se clamaba por una «Euzkadi orgánica, corporativa y confedera!» 25.
27 Pese a la exaltación abertzale y al independentismo de sus publicaciones periódicas,
nada indica que la represión franquista se cebara con especial saña con los mendigoxales
ni con sus referentes intelectuales, probablemente por su catolicismo, el exiguo tamaño
del grupo y su discreto papel durante la Guerra Civil. Valgan como muestra dos
botones. Luis Arana regresó del exilio en mayo de 1942. Al año siguiente, a pesar de que
había estado condenado a muerte, Trifón Echebarria salió de la presión en libertad
condicional. Tampoco era un trato de favor: el resto de los nacionalistas vascos
apresados durante la contienda también fueron excarcelados en 1943. Todo lo cual,
evidentemente, no pretende negar la represión franquista sobre las fuerzas abertzales,
sino delimitar su alcance. De cualquier modo, el peso de la derrota, la posterior
persecución, la frustración, la falta de medios y la inevitable clandestinidad resultaron
casi fatales para un colectivo pequeño y que no había tenido tiempo para consolidarse.
EMB continuó existiendo a duras penas. «¿Y cuántos son los de Jagi?», se preguntaban
ellos mismos en julio de 1946. «Somos una insignificancia numérica al comparamos con
[...] las Organizaciones políticas hoy existentes». En el interior se mantuvieron en activo
algunos veteranos, entre los que destacaba Trifón Echebarria. Prueba inequívoca de la
continuación de su compromiso político fue su detención en 1959 o, durante las dos
décadas siguientes, su apoyo a iniciativas a favor de los presos de ETA, de lo cual se
tratará más adelante. En el exilio Jagi-Jagi sobrevivió gracias a labor de hombres como
su presidente, Cándido Arregui. Fue precisamente Arregui quien estampó su firma en el
Pacto de Bayona, documento suscrito el 31 de marzo de 1945 por el PNV, el PSOE, el
PCE, Izquierda Republicana, el Partido Republicano Federal, ANV, la UGT, STV, la CNT y
EMB. El documento suponía un apoyo explícito al «Gobierno de Euzkadi» constituido
«de acuerdo con el Estatuto votado por las Cortes Republicanas», al que se consideraba
«representación legítima del pueblo vasco». También se prometía «continuar al lado de
los pueblos, partidos políticos y organizaciones sindicales de la península, en la lucha,
en todos sus órdenes, contra el Gobierno de Franco», así como contra los «intentos
antidemocráticos y de restauración monárquica que pudieran surgir». Refrendar el
Pacto de Bayona suponía dar un sorprendente giro posibilista y autonomista por parte

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de los mendigoxales, pero hay que enmarcarlo en mías circunstancias muy concretas: el
fin de la II Guerra Mundial y la esperanza de que las potencias aliadas interviniesen
para acabar con la dictadura franquista26.
28 En realidad, aunque con algún titubeo, EMB mantuvo sus objetivos maximalistas, entre
ellos la independencia de Euskadi. Como medio para lograrlo, se siguió defendiendo la
constitución de un frente abertzale que excluyera a las izquierdas «españolas», lo que
hubiera supuesto el fin del Gobierno vasco transversal que presidía el lehendakari
Aguirre. Ya en octubre de 1938, en Bayona, los mendigoxales Antonio Goenechea y Angel
Aguirreche, junto a militantes de las otras fuerzas nacionalistas, habían propuesto la
formación de una alianza estratégica de ese cariz. Ocho años después, en 1946, a
iniciativa de Euzko Gaztedi (Juventud Vasca), dependiente del PNV, delegados de los
organismos juveniles jeltzales, aeneuvistas y mendigoxales se reunieron con vistas a
establecer un pacto que fijara cómo actuar en su relación con las juventudes socialistas,
comunistas, anarquistas y republicanas. A esas reuniones acudieron en nombre de EMB
primero Cándido Arregui, quien reiteró las ventajas de un frente nacionalista y su
negativa a reconocer la legitimidad del Gobierno vasco, y más adelante Eustaquio
Luzarraga y Julio Azaola. El proyecto que los mendigoxales presentaron a EG y ANV en
julio rezaba así: «las Juventudes patrióticas [...] se comprometen a actuar en conjunto,
para proclamar, defender y reafirmar la personalidad nacional de Euzkadi, así como
para por todos los medios, conseguir la Independencia». No tuvo ningún recorrido.
Tampoco fructificó la enésima tentativa de Cándido Arregui, cuando a principios de
1948 invitó a la dirección del PNV a dialogar sobre las «cosas que nos separan».
Exceptuando al Qxaberriano Ceferino Jemein, que sí contestó a sus cartas, las
pretensiones de Arregui chocaron con el frío desinterés de los jeltzales, quienes no
deseaban dar relevancia a EMB27.
29 Las publicaciones que los mendigoxales editaron a lo largo de los años siguientes a la
firma del Pacto de Bayona, lejos de la mesura, mostraban la misma línea exaltada que
antaño, como demuestra el contenido de los cuatro números de Jagí-Jagí que
aparecieron entre 1946 y 1947 y el de su manifiesto de enero de 1947. En esos textos no
se ahorraban críticas al Gobierno vasco y al PNV por su entente con las izquierdas y su
estrategia antifranquista. Así, se denunciaba que «la vida de la nación vasca ha sido
involucrada en la vida nacional de España y en sus conflictos» cuando solo era legítimo
luchar por la «República Vasca Independiente». Y es que «nuestra causa es la
independencia nacional vasca, y no otra. Vamos a ella directamente, sin rodeos, y sin
escalonar nuestras conquistas en etapas políticas». Condición indispensable para
lograrlo era el frente abertzale y, por consiguiente, la expulsión de las fuerzas de
izquierdas del Gobierno vasco del lehendakari Aguirre. Aparte de su independentismo a
ultranza, los mendigoxales mantuvieron la pureza de la doctrina aranista, cimentada en
«la raza» y la religión católica. «Para nosotros, vascos conscientes del deber, la
realización de nuestra esperanza, está en el programa de JEL, que es una proyección de
la Patria inmortal». El jagi-jagi había sido «fiel custodio del caudal sabiniano». El fervor
por Sabino en ocasiones adquiría un tinte religioso: «¡volvemos a oír tu voz, oh
maestro! [...]. Y es hoy el día sin fecha de esta nueva resurrección». O, en otro número,
«tú, mendigoxale, que sigues firme en tu puesto y fiel al Maestro, abre tus brazos y
estrecha contra ti a esta juventud que vuelve, atraída por la verdad de Sabin». El «
problema social» seguía ocupando un lugar específico, pero quedaba aparcado hasta la
secesión de Euskadi, momento en el que se «acabará con el régimen que esquilma al
trabajador, -importado del extranjero-, y pondrá en vigor lo que tiene adormecido en

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sus entrañas de Justicia»; una «legislación social para los vascos». En ese sentido, se
proponía una especie de capitalismo humanizado en el que, si bien estaba garantizada
«la propiedad y posesión individual», «todo trabajo» debía implicar «convivencia y
participación en el fruto del esfuerzo realizado». Además, «todo conflicto social, todo
problema económico, toda disposición política, serán considerados a la luz de la
mentalidad vasca y se le dará la solución que en cada caso exige ese criterio nacional».
Por el contrario, «ninguna teoría extranjera solucionaría nuestros problemas», ni el
«obrerismo» ni el «capitalismo», porque «chocan con nuestra alma y por ello las
repelemos». Al fin y al cabo, ambos sistemas eran «el aplastamiento del hombre, y
medios para esclavizare. Por eso el sabinismo rechaza uno y otro» 28.
30 En el primer número de Jagi-Jagi de 1946 se había constatado que «nuestros muertos
nos empujan a la lucha». Siguiendo el esquema narrativo del conflicto, se emparentaba
a los gudaris de la Guerra Civil con «los héroes que supieron morir y vencer a Roldán [en
la batalla de Roncesvalles] y antes lo hicieron a Visigodos y Romanos». Precisamente
«esta línea de conducta, esta tradición, queremos los de hoy». «Así renace Jagi, de las
cenizas de los que fueron, de las que aún están candentes». La idea se retomó en el
manifiesto de enero de 1947, en el que se aseveraba que «muchos han caído ya por esta
causa [la secesión de Euskadi], muchos han sido los sufrimientos por ella; otros, aún,
caerán y vendrán nuevos sufrimientos; pero los que sobrevivan y resistan, mantendrán
incólume la lucha. Nuestros muertos, nuestros mártires, no lo habrán sido en vano». Se
trataba de ejemplos tempranos de uno de los principales tropos del discurso
nacionalista durante la dictadura: la glorificación e instrumentación simbólica de los
gudaris29.

Gudari no quiso ser un gudari. El retiro de Gallastegui


31 Pero, ¿qué había sido de Eli Gallastegui durante la Guerra Civil? «Cuando los patriotas
se hicieron “gudaris”», ironizaba Manuel Irujo, una vez las relaciones con su viejo
amigo ya se habían deteriorado, Gallastegui «se fue a Irlanda, fuera del alcance de las
bombas y de los tiros que acabaron con la vida de muchos gudaris y que nos han dejado
sin suelo de patria, sin fortuna y sin descanso a otros muchos». En definitiva, siguiendo
con Irujo, Gudari había sido «el único vasco patriota que no supo ser gudari cuando los
demás lo eran». José Luis de la Granja lo reformula así: Gallastegui «no hizo honor a su
seudónimo de Gudari». Es cierto que sus cuarenta y tantos años (había nacido en 1892)
deben ser considerados un razonable eximente para evitar el alistamiento, pero
también lo es que, tras la formación del Gobierno vasco, había que cubrir muchas
vacantes en la nueva administración, lejos de las trincheras. Por añadidura, él mismo
había manifestado a los mendigoxales que acudieron a recabar su opinión que «ya sabéis
que soy hombre que me gusta proceder de acuerdo con mi conciencia. Si creyera que mi
puesto de patriota estaba en el monte no estaría sentado en este café».
Metafóricamente, permaneció sentado en aquel café hasta el momento en que fue
evacuado en barco a Francia, poco antes de la caída de Bilbao. Al igual que en la escisión
de Jagi-Jagi había cedido todo protagonismo, durante la Guerra Civil, al declararse
neutral en una contienda que consideraba extranjera, se negó a jugar papel alguno
tanto en el frente como en retaguardia. A decir de Jon Juaristi, «desde que Gudari
decidió permanecer al margen de los acontecimientos dejó de pintar algo en el mundo
del nacionalismo», tesis que refrenda Iñaki Errasti: «su prestigio entre los nacionalistas

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quedó empañado por su actitud durante la guerra». Aquella apatía casi derrotista en un
momento crucial dilapidó en gran medida el capital simbólico que había acumulado y le
apartó del liderazgo carismático de los mendigoxales, quienes, en cierto sentido,
quedaron huérfanos, ya que nadie ocupó ese lugar30.
32 Gallastegui se refugió en Irlanda, donde acogió a su amigo Manu Eguileor y luego
coincidió con Manuel Irujo, quien lo encontró, comentaba por escrito a Jon Bilbao,
«enquistado en la sombra de sus recuerdos». Y es que a su abstencionismo de la Guerra
Civil le sucedió una inhibición casi total en los asuntos públicos. Según le reprochaba
Irujo, quien había pretendido involucrarlo en ciertas iniciativas culturales, Gudari se
había refugiado «en el Nirvana de [su] soledad». La suya era una «actitud de intocable»
porque «tú estabas puro y puro querías seguir». En una misiva dirigida a los jeltzales
Ceferino Jemein y Javier Gortázar, el propio Gudari reconocía su «actitud de
apartamiento de toda organización y [... ] mi inactividad en relación con ellas». En
aquel texto se apuntaban dos razones para su automarginación política. Por un lado,
«cierto sentido de responsabilidad y patriotismo», al considerar que el abertzalismo se
había degenerado al tomar «el camino desnacionalizador». Por el otro, «el problema de
vivir, máxime cuando se trata de una familia completa, tiene no pocas exigencias y hay
que trabajar duro»31.
33 A lo largo de la dictadura franquista únicamente las publicaciones periódicas y
manifiestos de los grupúsculos radicalizados del exilio, sobre los que se tratará en el
siguiente apartado, hacían referencias elogiosas a su figura o a sus escritos. Las
escasísimas menciones que se hicieron desde las filas del PNV eran menos compasivas.
En un Euzko Deya (México) de 1965, Pedro de Loyola rememoraba que «en vísperas de la
caída de Bilbao [...] el conspicuo Jagista Elias de Gallastegui [...] huía abandonando a sus
secuaces en dura lucha». El director de esa revista, Antonio Ruiz de Azua, escribía a
Irujo que «aquí sus propios amigos le tratan de traidor, por no querer haberse hecho
cargo» del Frente Nacional Vasco, sobre el que hablaremos más adelante. Tal vez
exageraba, pero no hay duda de que Gudari había defraudado a bastantes de sus
antiguos partidarios. Ceferino de Jemein, en carta a Julio de Jáuregui, sentenciaba que
Eli Gallastegui «fue el niño mimado del pueblo patriota [...] y hoy es un hombre muerto
para la Patria». En sentido político lo estaba: incluso su recuerdo se desvanecía. El
grueso de los nacionalistas olvidaron su sobrenombre, Gudari. El término se había
popularizado tanto durante la contienda que acabó convirtiéndose en apodo y firma
habitual de distintos militantes abertzales. Había demasiados exgudaris con minúscula
como para que Gudari con mayúscula tuviese algún significado especial. Ahora bien, ese
no fue el punto y final de la trayectoria del antiguo líder de Aberri y Jagi-Jagi. Si bien
resulta desorbitado decir que fue el «eslabón perdido» entre los nacionalistas radicales
de preguerra y posguerra, es cierto que ejerció un pequeño papel en pro de la siguiente
generación de ultranacionalistas, la de ETA32.

De Gudari a Matxari. El nacionalismo vasco radical en


el exilio
34 A medida que nos adentramos en el franquismo se va perdiendo el rastro de los
mendigoxales. En 1950 repartían propaganda a los jóvenes abertzales denunciando el
horizonte antifranquista del PNV como «política suicida, antinacional». De no
«sacudimos todo este españolismo de que nos hemos impregnado [...], al desaparecer

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esta última generación formada patrióticamente, con ella sepultemos nuestra doctrina
de Libertad Nacional». Para evitarlo había que «formar patrióticamente a la nueva
juventud, salvar el alma nacional, vigorizar la conciencia nacional». Aunque los
calificaba como «los pocos “jagi-jagistas” que quedan», el dirigente del PNV Javier
Gortázar advertía a Irujo de que era «un peligro el dejarles hacer sin oponerles un
"mentís”, ni dar una explicación», ya que tenían la intención de «sembrar cizaña en
nuestras filas, encontrando un terreno abonado». En 1954 los montañeros reclamaban
una República Vasca independiente, advirtiendo que los gudaris «mártires [... ] nos
dieron la medida de su devoción por la Patria; y esta, bajo los designios de Jaun-Goikoa,
no desaparecerá de la tierra. ¡Renacerá y triunfará!» Y, en 1958, al igual que harían
luego en 1967, los mendigoxales retomaron con nulo resultado la «campaña patriótica
por la constitución de un Frente Nacional Vasco pro-Independencia de Euzkadi». En
1961 los j agi-j agis le dedicaron a Irujo un durísimo panfleto, titulado «Carta abierta»,
en el que se aludía constantemente a pleitos de un pasado, que parecían obsesionarlos.
Así pues, Agustín Zumalabe no era del todo sincero cuando ese mismo año se quejaba de
esta manera: «¡Cuándo nos dejarán en paz, a nosotros que no nos metemos en nada!». Sí
que se metían con alguien, solo que cada vez menos a menudo 33.
35 El testigo de la intransigencia mendigoxale fue recogido por los grupúsculos
nacionalistas radicales que se fueron formando en el exilio latinoamericano en tomo a
distintas revistas. Baste como muestra un botón, extraído del Frente Nacional Vasco de
Caracas: «Gora Euzkadi Azkatuta, Muera España, no hay otro nacionalismo». Sus
similitudes doctrinales con Jagi-Jagi eran tales que no es de extrañar que en 1964 ETA
confundiese a EMB con los ultranacionalistas del Nuevo Continente o que dos años
antes Manuel Imjo estuviese convencido de que el propio Eli Gallastegui era «fundador,
cerebro y jefe» del Frente Nacional Vasco. Erraba, como le aclaró Gudari tiempo
después. No obstante, añadió el antiguo líder aberri ano, «esto no quiere decir que me
parezca mal, ni mucho menos, la existencia de organismos que, con ese u otro nombre
semejante, tengan esa patriótica orientación de unir a los vascos abertzales, a través de
sus propios organismos, en su lucha contra el opresor». Idéntico equívoco se repitió
años después en el diario Dei a, al que Trifón Echebarria escribió mía carta explicando
que la revista caraqueña Irrintzi (Grito) «no tenía vinculación con BMB ni EMB», así
como que el que fuera su director «ni perteneció ni fue miembro del mendigoxale». De
cualquier modo, en las publicaciones de los extremistas no faltaron las loas al
independentismo de preguerra. Así, en un ejemplar de Irrintzi de 1958, que se
autoadscribía a la estela de los «galla stegitarrak» y publicaba periódicamente las
colaboraciones que le enviaban los jagi-jagis, se recomendaba como lectura de
formación de los jóvenes nacionalistas Por la libertad vasca, de Gallastegui. En 1970 en su
sucesora, la también venezolana Sabindarra, se llamaba la atención sobre los errores
históricos del PNV: «los aberrianos y los “jagi-jagistas” tenían razón». Al año siguiente
se reconocía a Gudari como «un patriota de significación sabindarra». Y en 1974, en el
obituario que le dedicó APV, Ayuda Patriótica Vasca, se calificaba la de Gallastegui
como «ima vida ejemplar y de sacrifìcio por su Patria». En las filas de estos grupos había
mendigoxales, mas resulta imposible conocer su número exacto. En un texto de
mediados de los años sesenta un ultranacionalista afincado en Venezuela afirmaba que
«nadie nos quita que somos los hijos de Eli Gallastegi (a mucha honra en este sentido)»,
pero «nos encontramos con que ni Eli Gallastegi está con nosotros trabajando ni hay ya
por lo menos en el Frente Nacional Vasco de Caracas más que un “antiguo” jagi-jagista
[...]. Los demás, o Jaungoikoa [Dios] se los llevó [... ] o brillan por su ausencia». A

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principios de la década siguiente uno de sus compañeros mantenía que el colectivo


estaba compuesto «por miembros del Partido Nacionalista Vasco, por “jagi-jagistas”,
por solidarios; pero solamente se salva “Jagi-Jagi”» 34.
36 El principal grupo organizado se encontraba radicado en Venezuela, donde no por
casualidad se había asentado una de las más numerosas e influyentes colonias de
nacionalistas vascos en el exilio. Baste mencionar que el PNV llegó a contar con
cuatrocientos militantes en ese país durante los años cincuenta y sesenta. Su ayuda
resultó un sostén indispensable para la amplia estructura que dicha formación
mantenía tanto en Francia como en el interior de España. El colectivo ultranacionalista
al que se hace referencia tenía como abanderado a Manuel Fernández Etxeberria
(Matxari), periodista e impresor que estuvo afiliado al PNV hasta 1960. Como confesó
aquel mismo año ante el tribunal que le expulsó de las filas jeltzales, había llegado a
dicha ciudad con «una carta de recomendación del Presidente Agirre, con quien tenía
amistad personal y afectuosa», a pesar de lo cual, «cuando se dio cuenta de que su
actuación pública perjudicaba a la expansión del nacionalismo vasco estricto» lo puso
«de manifiesto tratando de que se deje a un lado el estatutismo, al fin y al cabo
español». Matxari se encargó de dirigir consecutivamente las tres revistas editadas por
el colectivo en aquel país: Irrintzi (1957-1962), Frente Nacional Vasco (1960/1964- 1968) y
Sabindarra (1970-1974)35.
37 Las páginas del combativo Irrintzi estuvieron abiertas a jagi-jagis, como Manu de la Sota
o Agustín Zumalabe, aranistas ortodoxos como Jemein y aun a Jon Mirande, un
nacionalista vascofrancés con simpatías por el nazismo, pero no así a los jeltzales
moderados y autonomistas, quienes sufrían las constantes invectivas de aquel
grupúsculo. Por ejemplo, en 1958 uno de los más sobresalientes militantes de la
agrupación venezolana del PNV, Martín de Ugalde, respondía a un ácido artículo de
Matxari criticando «el percal de los que quieren todo y no mueven un dedo ni ceden un
centímetro en su amor propio en beneficio de la causa común». Cuatro años después el
periodista jeltzale Luis Ibarra Enciondo (Itarko) reprochaba al director de Irrintzi que
hablara «el lenguaje de los que, hallándose a diez mil kilómetros de la Patria, nos dicen
alegremente a la cara que no hicimos nada los que pertenecimos a la Resistencia [...].
Para estos no puede haber más que una contestación: “El enemigo está enfrente. ¡A él!”.
Y después que hayan demostrado ser cierto lo que afirman, aceptaremos las críticas que
nos hagan. Antes no»36.
38 A finales de la década de los cincuenta EMB y el colectivo abanderado por Matxari
fueron dos de los promotores de la breve resurrección de la Triple Alianza en América.
En 1958 se creó Galeuzca en Buenos Aires, la cual anunció «la quiebra del Estado
español». El 31 de mayo del año siguiente se constituyó su homóloga de Venezuela, que
estaba conformada por el Movimiento Galleguista, Resistencia Catalana, Moviment
d’Alliberament Nacional de Catalunya, Conseil Nacional Catala, el Frente Nacional Vasco,
Jagi-Jagi, el «grupo independentista vasco Irrintzi» y algunos afiliados del PNV a título
individual. Autodefiniéndose como «una Organización de lucha contra la tiranía franco-
falangista- salazar que padecen las Naciones Ibéricas», se declaraba «la Independencia
de las Naciones gallega, vasca y catalana», aunque no se descartaba la colaboración con
«los Partidos Políticos y Organizaciones obreras peninsulares que por escrito se
comprometan a respetar la Independencia de las tres Naciones que la componen». La
coalición advirtió de que iba a utilizar «todos los medios posibles y necesarios para la

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consecución de sus postulados». No tuvo ocasión, ya que, una vez más, la vida de esta
entente entre los nacionalismos radicales de la periferia fue fugaz 37.
39 Sus continuos ataques al Gobierno vasco hicieron que Matxari fuera expulsado del PNV
en 1960, año en el que, no por casualidad, se publicó el primer número de Frente
Nacional Vasco, aunque la revista no tendría periodicidad regular hasta 1964. También
ese mismo 1960 apareció un «Manifiesto de Caracas» con unas coordenadas ideológicas
tan parecidas a las de EMB e Irrintzi que no es de extrañar que Gurutz Jáuregui lo
identificara en su momento como obra del «ala extrema del jagi-jagismo». No lo era,
pero lo parecía. En realidad, detrás de aquel texto estaban algunos militantes disidentes
del PNV, como José Estornes Lasa y Augusto Miangolarra, así como abertzales sin
partido, como Francisco Miangolarra {Paco). En 1963 Matxari y sus seguidores fundaron
(un nuevo y) «legítimo Partido Nacionalista Vasco (Euzko Alderdi Jeltzalia)» que se
pretendía contraponer al «sedicente» PNV, que habría traicionado sus principios
fundacionales. Aquella formación publicó anuncios y envió impresos a los vascos
residentes en Venezuela en los que, suplantando las históricas siglas peneuvistas, se
solicitaba su adhesión: «es el llamamiento de Sabino. La invocación del Maestro: que ni
puedes ni debes desoír [...]. Incorpórate [al partido]. Engrosa sus filas». A decir del
jeltzale Martín de Ugalde, ese «supuesto PNV» no era más que una «entidad clandestina
que no creo deba preocupamos excesivamente». «No sorprenderá a muchos, pero
alguno caerá». Probablemente fueron pocos, pero lo cierto es que la campaña provocó
cierta confusión entre los propios jeltzales. La dirección del partido tuvo que recordar a
la delegación de Venezuela que «la entidad vinculada al PNV son Vds., es esa Junta
Extraterritorial quien lo representa, con todas las prerrogativas que establece nuestra
Organización, en todo el territorio de Venezuela. Se trata pues de una patente
usurpación»38.
40 Aquella apropiación del nombre del PNV no prosperó y el grupúsculo de Matxari tuvo
que cambiar de denominación. A partir de 1964 se presentó como la delegación
venezolana del FNV, Frente Nacional Vasco (bautizado en euskera EAA, Euzko Aberri
Alkartasuná). Su homóloga argentina editaba Tximistak (1961-1967), y la mexicana, cuya
cabeza visible era Jacinto Suárez Begoña (Jakinda), tenía como órgano de expresión
Euzkadi Azkatuta (1956-1965)39 40. La sección de Caracas, primus inter pares tanto por la
cantidad de sus militantes como por la presencia de, Matxari, publicaba una revista
titulada, precisamente. Frente Nacional Vasco. En una declaración de enero de 1967 se
anunciaba que la «misión principal» del FNV consistía «en tratar de conseguir y
fundirse en la unión de todas las organizaciones vascas a los fines de acelerar la
reconquista de la independencia de Euzkadi», recuperar el PNV «original», del que «era
ala exigente el movimiento reconocido como “jagista”», y «denunciar con lenguaje
crudo, la actitud que representa toda desviación», es decir, el Gobierno vasco. Ahora
bien, como reconocía uno de los militantes del Frente, el proyecto se frustró por la
indiferencia del resto del nacionalismo. El FNV solo era «un grupo más. Y, lo peor, un
grupo de abertzales (dicen ellos) sin sentido de la realidad, “locos”, “extremistas”, etc.
Este “sambenito” no nos lo quita nadie». Fue, desde luego, el mismo sambenito que
persiguió a la última creación de Matxari, la revista Sabindarra, que desapareció poco
después de la muerte de su «fundador y alma»41.

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Ortodoxia aranista, frentismo abertzale y violencia


(verbal)
41 Los ultranacionalistas del destierro idolatraban a Arana, sobre cuya tumba se juraba en
Tximistak «luchar, a derramar hasta la última gota de sangre». Para Euzkadi Azkatuta
«nadie dio, ni nadie puede dar más por un Ideal a sus hermanos de raza. Y así Sabino es
el Hombre euzkotar que alcanza la Inmortalidad». Por tal razón había que reverenciarlo
como «nuestro Maestro inmortal y el Padre de la Patria». Los extremistas pretendían
recuperar la ortodoxia perdida, depurándola de cualquier tipo de desviación. Como
rezaba un Frente Nacional Vasco de 1967, «hay que empezar por plegarse sin excusas al
espíritu sabindarra en toda su profundidad independentista; hay que revisar todo el
periodo pasado y estrangular todos los defectos que lo caracterizaron; hay que destruir
todos los errores que se cometieron poniéndoles encima doctrina limpia». En resumen,
se debía volver a «odiar a muerte a España», idea clave que se repetía continuamente
como un mantra. Por ejemplo, para la filial venezolana del Frente Nacional Vasco
«contra los invasores: Muera España y Muera Francia...» y para la mexicana «españoles
y franceses esclavizan a Euzkadi: tu deber es odiarlos a muerte». El aranismo estaba
indisolublemente ligado al racismo apellidista. Ahora bien, el desprestigio del nazismo
tras su derrota en la Segunda Guerra Mundial invitaba a cierta discreción, por lo que se
tendió a utilizar un lenguaje más ambiguo en lo que a esa cuestión se refiere. Aunque el
disimulo no siempre funcionaba. Verbigracia, Tximistak presentaba al «español» como
un ser caracterizado por sus «costumbres espurias y decadentes». Se trataba de «un
pueblo heredero de los desperdicios de mil razas que lo sometieron». De igual manera,
España aparecía descrita en Frente Nacional Vasco como «un país de miserias,
explotaciones, inmoralidades históricas de todo género, hambre y crápula, casas o
chozas a las que se llaman casas, de adobe, reyes y mendigos, oscurantismos,
blasfemias, la hez montada en lo más retrógrado de Europa». En otro número se iba
más allá: «España es, sin disputa de ningún género, uno de los estados más atrasados de
Europa. Con casa de adobe, grandes porciones de analfabetos y miseria por doquier que
culmina en las Urdes y Extremadura como denuncia permanente de lo más típico
español...» Así, «por inercia, España es africana, mientras que, por naturaleza, Euzkadi
es europea. De territorio, de sangre, de mentalidad, de genio emprendedor y de cuanto
se quiera cotejar». Tampoco faltaba la obsesión apellidística, que Manuel Fernández
Etxeberria extendía a los nombres de pila: «cuando me dicen que alguien es
nacionalista vasco e interesándome por ellos me responden que son Manolo [...], Pepe,
Charito, etc., no puedo reprimir un gesto de decepción». Lo patrióticamente correcto
era cambiarse el antropònimo: se trataba de «un acto de rectificación bautismal hacia la
vasquización». La llama de la xenofobia también se reavivó. En el contexto del
desarrollismo de los años cincuenta y sesenta, miles de inmigrantes procedentes de la
España rural estaban dejando sus hogares para trasladarse a los polos industriales
(Madrid, Cataluña, País Vasco, etc.) en busca de trabajo. Para los nacionalistas vascos
radicales se trataba de una nueva «invasión» de la que se derivaba un proceso de
«maketización»: «Euzkadi se ha inundado de extranjeros», a los que se denominaba
«coreanos» y «colonizadores», y que por su propia naturaleza aborrecían todo lo vasco.
No había acuerdo unánime sobre en quién recaía la responsabilidad de la inmigración,
ya que lo mismo se achacaba a las «fábricas» que al «Estado invasor», pero sí sobre sus
consecuencias, que el FNV sintetizaba así: «España está destruyendo Euzkadi, la nación

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vasca». De no hacer algo, «Euzkadi se acabará como entidad nacional de una raza: la
nuestra»42.
42 La preocupación por la situación de los trabajadores autóctonos fue relegada a los
últimos puestos en la lista de prioridades del nacionalismo radical del destierro. Las
malas condiciones de vida se achacaban a la llegada masiva de inmigrantes o a la
avaricia de los empresarios «dineristas», lo que llevaba a Irrintzi apedir «menos
fábricas, pues, y más justicia social», pero, por lo general, se daba por supuesto que
todo mejoraría automáticamente en cuanto se crease el estado-nación vasco. En
palabras de Matxari, «el problema social [...] se reduce a la premisa de recuperar la
independencia; y cuando ésta se haya logrado serán nuestros economistas, nuestros
sociólogos y las organizaciones competentes, las que determinarán para la patria libre,
las condiciones sociales más adecuadas». Desde luego, el marxismo quedaba muy lejos
de las coordenadas ideológicas de estos exiliados, los cuales se posicionaban claramente
a favor de uno de los dos bandos enfrentados en la Guerra Fría: el de los EEUU. No es de
extrañar que Matxari atacase abiertamente cualquier tipo de socialismo, que Sabindarra
alertase de que «la voz comunista resuena en la sociedad vasca, como blasfemia» o que
Euzkadi Azkatuta mostrara su «más profundo desprecio a todos nuestros enemigos,
empezando por los españoles, siguiendo por los pseudonacionalistas y acabando por los
traidores máximos, los vasco-españoles comunistas»43.
43 Los grupúsculos ultranacionalistas apostaban decididamente por la, según Matxari,
«reindependencia nacional» de Euskadi, descartando, por desleal, cualquier otra
fórmula. «Todos los nacionalistas somos intransigentes... o no somos nacionalistas»,
puntualizaba Irrintzi. En la primera circular del nuevo PNV venezolano de Matxari se
señalaba que Sabino Arana esperaba de todo abertzale «que te enfrentes al parasitismo
político patriotero. Que luches contra los autonomismos seudo-nacionalistas. Contra los
contubernios, contra las componendas. Contra las mixtificaciones. Contra la anti-
Euzkadi». «Una cosa es Nacionalismo Vasco y otra Regionalismo Vascongado»,
conminaba Euzkadi Azkatuta en 1965. «Una cosa es Independencia y otra Estatutismo.
Nada de confusionismos: o Patriotas o traidores». Se trataba de una disyuntiva
maniquea que los veteranos habían copiado de los boletines de ETA. De cualquier
manera, su independentismo a ultranza les hacía abominar de la política del PNV, a
cuyas cabezas visibles tachaban de infieles. Los «profesionales de la política» más
denostados eran José Antonio Aguirre y Jesús María Leizaola, a quienes se negaba el
título de lehendakari, así como Manuel Irujo y Telesforo Monzón, el cual era ridiculizado
por postular un acercamiento del PNV a los monárquicos. En palabras de la agrupación
mexicana del FNV, «si Sabino resucitase, moriría de asco, al ver la conducta de algunos
que se dicen sus seguidores»44.
44 Los extremistas negaban toda legitimidad al Gobierno vasco, el cual, según Matxari y sus
seguidores, no era más que un «Gobierno-sucursal de la autonomía para el País Vasco»,
«sub-gobierno español de Autonomía para el País Vasco», «gobierno español de
autonomía para las tres provincias vascongadas», «seudo-gobierno vasco (en minúscula
porque no es nombre propio, ya que abarca a “especies” vascas y españolas y sabido es:
vascos + españoles= españoles)» o incluso «los criados -morroiak- de España». La
institución era considerada ilícita por, entre otras cosas, su «regionalismo», incluir a
consejeros de partidos no abertzales y no de las nuevas fuerzas nacionalistas, como ETA,
emanar del «engendro de aquel abominable Estatuto» y respetar el marco de la
Constitución republicana, habiendo renunciado al sagrado propósito independentista.

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En un primer momento el colectivo de ultranacionalistas radicados en Venezuela


atacaba al Gobierno vasco, a los «bisoños maketizantes de ciertos sedicentes periódicos
abertzales» y a algunos destacados militantes del PNV, pero no así a la cúpula de dicha
formación, por la que todavía se sentía un respeto reverencial. De este modo, en Irrintzi
se podía leer que «no reconocemos más lendakari (Presidente) de Euzkadi, de toda
Euzkadi, la patria de los vascos: el lendakari del Euzko Burn Batzarra. Él es nuestro
lendakan ideal». Con la única excepción de «nuestros amigos los de la Federación de
Mendigoizales», quien no aceptara tal potestad de la cúpula del PNV «sencillamente
entendemos que no es un buen vasco». Por el contrario, Aguirre y su gobierno eran
«“autoridades” que tragamos, pero que no digerimos. Ni con bicarbonato político».
Como era de esperar, la opinión del grupo cambió cuando Matxari fue expulsado de las
filas del PNV. Desde entonces, su actitud mudó en continua denuncia. Así en 1964,
Frente Nacional Vasco aseguraba que «desde que se salió de Santoña o por lo menos desde
el Pacto de Baiona, no solamente no se está haciendo nacionalismo vasco, sino que se la
traiciona a este», aunque en otros artículos se reprochaba las actuaciones del PNV de
épocas anteriores: la asistencia de los diputados jeltzales a las Cortes de la II República,
la apuesta por el bando perdedor en la Guerra Civil, el envío de gudaris «a luchar en
tierras españolas», la no destrucción de las industrias vizcaínas ante la caída de Bilbao,
lo que se relacionaba con el hecho de que Franco, como premio, no hubiera fusilado
«ningún político vasco de cierta altura», etc. Para la revista mexicana Euzkadi Azkatuta,
«el estatutismo es el cáncer del nacionalismo vasco. Es vital destruirlo sin
consideraciones». A decir de Matxari, para 1965 el de su antiguo partido era un
nacionalismo «hermafrodita, mixto de español y vasco», esto es, un «autonomismo
craso, politiqueril, antivasco y vergonzoso». En 1966 se afirmaba que «el PNV “oficial”,
hoy, es lo que antaño era la despreciable ANV, y ya es decir». En definitiva, se leia en
otro número de aquel boletín, «el Partido Nacionalista Vasco f... | oficialmente no
existe». Los que se hacían pasar por sus representantes eran «traidores a beneméritos
euzkeldunes que entregaron su vida, por la independencia de Euzkadi; traidores a todos
los gudaris a los que se les entusiasmó (engañó) con banderas vascas y cánticos
independentistas, para conducirlos ¡al matadero de [la batalla de] Villarreal! Y a todos
los demás mataderos...» Unos años después Sabindarra acusaba al «Partido Autonomista
Español-Vasco» de estar en manos de «unos cuantos testaferros del capitalismo y
ostensiblemente traidores de la causa vasca por españolizantes declarados y confesos»
45
.
45 Igual condena merecía la estrategia antifranquista del PNV. En términos de Euzkadi
Azkatuta, «Franco no es más que un gobernante español más. Nuestro enemigo de
siempre ha sido, es y será España y los españoles, se llamen de derecha o de izquierda».
En los de la delegación venezolana del Frente Nacional Vasco, «odiamos mucho más a
España que a Franco. Pues el general gallego [...] pasará pronto, y España no. Franco es
para Euzkadi, el “opresor” de tumo, mientras que España supone la opresión que
sojuzga a la Patria de los vascos. [...] ¿Qué Franco la está arruinando [a España]? Si así
fuera, ¡viva Franco!» En otro número de la revista se advertía de que «más dañinos que
todos los españoles juntos, son para la Patria Euzkadi, sus hijos emboscados», aquellos
que participaban en plataformas antifranquistas y apoyaban la vía autonomista: «los
judas iscariote vendidos por menos de treinta monedas a las conveniencias de los
invasores.... [...] Y que todos los “estatutistas” sean mil veces malditos ante Dios y ante
los hombres». Además de maldecidos, los jeltzales eran comparados con el régimen de
Vichy. «¡¡Abajo los traidores, mueran los colaboracionistas!!, los Laval y los Petain de...

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Euzkadi!!». Idéntica idea aparecía en Tximistak. los «colaboracionistas», es decir,


«quienes impúdicamente están a sueldo de los encubridores, protectores y testaferros
de nuestros verdugos, no pueden hablar de patria, ni de Euzkadi, pues su baba inmunda
contamina y envilece los signos de nuestra lucha». A principios de la década de los
setenta Sabindarra sentenciaba que «proceder como antifranquista es proceder como
español, es tomar parte en la cuestión de los españoles», por lo que se calificaba a los
dirigentes del PNV como «fariseos» y «judas». En resumen, «Franco es un vil testaferro;
la criminal es España. No luchamos contra Franco. Luchamos contra España» 46.
46 Siguiendo la estela de los mendigoxales de la II República, los grupúsculos
ultranacionalistas del exilio reivindicaban una doble estrategia: el frentismo y la
violencia. El ilegítimo «Gobierno Provisional Autónomo dependiente del Gobierno
Republicano Español» tenía que ser sustituido por otro formado por todas las fuerzas
abertzales existentes en aquel momento, especialmente por ETA. Hasta tal punto esta
reivindicación se convirtió en la principal consigna de los intransigentes que, como ya
se ha visto, durante un tiempo los colectivos radicados en México, Argentina y
Venezuela se autodenominaron Frente Nacional Vasco. En sus publicaciones periódicas
era habitual que se demandara un «Gobierno Nacional Vasco» del que estuvieran
excluidas las fuerzas «españolas», o sea, el PSOE y los republicanos. En 1966 el FNV
alegaba que la política era «el opio del nacionalismo», ya que las discrepancias
doctrinales impedían la alianza de los patriotas para luchar contra el secular enemigo
español. Era urgente que las fuerzas abertzales se uniesen en un frente «y que desde allí
se ocupen de hacer nacionalismo sin más retóricas, proyectándose en línea recta hacia
la independencia de Euzkadi y luego, cuando Euzkadi sea de nuevo una nación libre,
que cada quien trate de imponer su política». Como antaño, el PNV hizo caso omiso a la
invitación47.
47 Desde el punto de vista de los miembros del Frente Nacional Vasco, existía una
contienda étnica entre los agresores españoles y los agredidos vascos desde, al menos,
la I Guerra Carlista. Así, según enfatizaba la delegación venezolana del FNV en 1964,
Euskadi llevaba «125 años en Pie de Guerra contra España», esto es, desde la Ley de
1839, que, a decir de los aranistas, había abolido los fueros y, por ende, supuso el fin de
la milenaria independencia de los estados vascos. En 1965 Matxari publicó un libro que
se subtitulaba precisamente 125 años en pie de guerra contra España, un compendio de sus
ideas políticas y de su muy particular visión de la historia vasca. Sin embargo, la fecha
no era inamovible, sino que se podía desplazar para aprovechar otra efeméride. Así, en
1973, aniversario del comienzo de la I Guerra Carlista, la revista Sabindarra corregía a su
antecesora: «Euzkadi y España están en guerra desde el año 1833». De cualquier
manera, siguiendo el molde que ya había bosquejado Sabino Arana, cristalizó una
narrativa histórica basada en un maniqueísmo tan simplista como efectivo a nivel
emocional, pues incitaba al odio. Décadas después la «izquierda abe rízale» acabaría
denominando «el conflicto» a tal imaginario bélico, aunque todavía no se usaba dicho
término, prefiriéndose el de «guerra». El último episodio de la misma habría sido el
ataque de los españoles (todos ellos franquistas) contra los vascos (todos ellos
abertzales) en 1936. Y es que la Guerra Civil no habría sido «civil» en absoluto, sino que,
utilizando la expresión de Matxari, se trataría de la última «reinvasión» extranjera. A
pesar de su manifiesta superioridad numérica y material, el ejército conquistador se
habría encontrado con la tenaz y heroica resistencia de los gudaris, los defensores de la
libertad nacional. Tras la derrota, España habría intentado perpetrar un auténtico
genocidio contra la nación vasca. «Los “tribunales” falangistas, empezaron a actuar.

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Borrachos de vino las más veces -auténtico-; y borrachos, al fin y al cabo españoles, de
sangre vasca que les interesaba exterminar». Según Sabindarra, «el drama de Euzkadi,
es conmovedor. A ojos vista, se hunde la moralidad vasca ejemplar; a ojos vista, se
muere la lengua más anciana de Europa; a ojos vista, desaparece una raza». Empero, no
había que perder la esperanza. «Hoy como hace mil años, luchando por existir, los
vascos resisten en casa. Ahora con la casa invadida, y como huéspedes en el seno de la
Patria». Como se declaraba una y otra vez, «estamos en guerra contra España y
Francia». Había que emular el ejemplar sacrificio de los gudaris. Para Euzkadi Azkatuta,
«aquellos que murieron no lo hicieron en vano. ¡Queda para quienes están vivos la
obligación de completar la labor de los muertos!» Al fin y al cabo, sentenciaba la filial
venezolana del FNV, «no hemos perdido la guerra todavía, sino una batalla, y seguimos
luchando contra Franco porque luchamos contra España»48.
48 El ejemplo del martirio de los gudaris, la guerra étnica en la que los vascos y los
invasores españoles llevaban más de un siglo envueltos y la agonía de la patria
requerirían de una solución drástica, que los ultranacionalistas plantearon
explícitamente a finales de los años cincuenta y principios de los sesenta. Según los
redactores de Euzkadi Azkatuta, «nuestra lucha es a muerte, y por tanto, la acción
violenta es nuestra única arma». En efecto, «el árbol de la libertad debe ser regado de
vez en cuando con la sangre de patriotas y tiranos. No podemos ser transportados del
despotismo a la libertad en un lecho de plumas». Tximistak denunciaba la «engañosa
atmósfera de pacifismo» que se había «creado en tomo al Nacionalismo Vasco», lo que
hacía «el juego al adversario». En cambio, «la sangrienta Rebelión de Pascua y el
Ejército Republicano Irlandés... Un holocausto como aquél, una rebelión de ese tipo, un
ejército como el IRA necesita Euzkadi. Y los tendrá, porque se lo darán nuevos hombres
que hoy actúan con nuevas ideas». Desde Buenos Ares se llamaba abiertamente a
«rehacer los cuadros del ejército vasco, con los métodos y tácticas más modernas, y
también con las armas más convenientes». En esta cuestión las secciones mexicana y
argentina del Frente Nacional Vasco estaban en consonancia con la venezolana, la cual
recomendaba luchar «de acuerdo con los métodos modernos de combatir a los Imperios
que hemos aprendido de los israelitas, los chipriotas y los argelinos». Es decir, de los
crecientemente exitosos movimientos de liberación nacional del Tercer Mundo, los
mismos que deslumbraban a los jóvenes etarras. En una entrevista de 1966 en la revista
Euzko Gaztedi un portavoz del FNV de Caracas declaraba que «entendemos que
necesitamos imperativamente una violencia organizada». En su manifiesto de ese
mismo año, los seguidores de Matxari señalaban «el camino: las armas, en pie de guerra
contra España. Y como podamos, apostados en las esquinas de las calles, poniendo
dinamita donde fuere, más para que el invasor de la Patria se resienta en territorio
vasco». Ahora bien, ¿quién iba a continuar la contienda de los gudaris de 1936? Desde
luego, no los veteranos refugiados en Latinoamérica, quienes, como ironizaba el jeltzale
Luis Ibarra Enciondo, predicaban «la violencia con un Atlántico de por medio».
Agotados, aquellos extremistas anhelaban una nueva contienda armada, pero también
un relevo generacional. Baste leer la convocatoria, casi desesperada, que Euzkadi
Azkatuta hacía en una fecha tan emblemática como 1959, el año de las primeras acciones
de ETA: «Joven euzkotar... recuerda... piensa... e incorpórate en cuerpo y alma al nuevo
ejército de gudaris. ¡¡Joven patriota, te esperamos en “Euzkotar Naizko Gudaroste”!!
¡¡La Patria confía en ti!! »49.

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El encuentro I. ETA y los mendigoxales


49 Cumpliendo el sueño de los ultranacionalistas, aquellos jóvenes patriotas a los que
apelaba Euzkadi Azkatuta se presentaron a finales de los años cincuenta y principios de
los sesenta. Se trataba de una nueva generación que compartía el núcleo de la cultura
política abertzale y había experimentado la dictadura franquista y la prohibición de toda
disidencia, el desarrollismo industrial, la llegada de miles de inmigrantes, el
renacimiento de la xenofobia, la marginación y el retroceso del euskera, y, a nivel
internacional, el auge de los movimientos anticoloniales en el Tercer Mundo. Los
jóvenes no habían luchado en la Guerra Civil, pero estaban profundamente marcados
por una imagen tergiversada de la misma, que el marco autoritario y centralista hacía
verosímil: una «invasión» extranjera, el penúltimo episodio de la secular contienda
étnica entre españoles y vascos. Educada políticamente con la imagen glorificada de los
héroes y mártires gudaris, la nueva hornada se autoproclamaba su heredera: nuevos
gudaris dispuestos a continuar con la lucha por la libertad de la patria. Cobraba fuerza
la idea de que la solución más efectiva para evitar el genocidio de la nación vasca era
recoger las armas que habían abandonado los viejos gudaris. Tan alto fin justificaba el
uso de cualquier medio. Las ansias de acción de los jóvenes se tradujeron primero en
propaganda, pintadas, sabotajes y violencia de baja intensidad, como amenazas y
palizas, pero luego, a partir de 1968, también en el asesinato de quienes eran vistos
como enemigos. A juicio de un sector de esta nueva generación, solo así se conseguiría
una Euskadi independiente, «reunificada» (mediante la anexión de Navarra y el País
Vasco francés) y monolingüe en euskera50.
50 Los jóvenes nacionalistas se encuadraron en dos organizaciones: EGI, Euzko Gaztedi
(Juventud Vasca) del Interior, y ETA. La primera, dependiente del PNV, era un muy
activo organismo juvenil que operaba en el País Vasco y Navarra. La segunda, ETA,
provenía de Ekin (hacer), colectivo formado en 1952 por universitarios que pretendían
redescubrir el nacionalismo vasco. Según recordaban años después sus fundadores
Julen Madariaga, José Mari Benito del Valle, José Manuel Aguirre y José Luis Álvarez
Enparantza (Txillarderdi), Ekin «nació y se desarrolló autónomo». La confluencia
ideológica entre ambos grupos de jóvenes facilitó que en 1956 se fusionaran bajo el
nombre de EGI. Ahora bien, a consecuencia de las desconfianzas mutuas y las ansias de
control de la dirección del PNV, dos años después se produjo el cisma. Durante un
tiempo los antiguos miembros de Ekin siguieron proclamando que constituían la
auténtica EGI, pero a finales de 1958 adoptaron unas siglas diferentes: ETA 51.
51 La nueva organización se dio a conocer públicamente en julio de 1959 con un manifiesto
de contenido moderado, en el que se declaraba heredera de la trayectoria del Gobierno
vasco, «el depositario de la fe y voluntad de nuestro pueblo, libre y legalmente
manifestado». «Para nosotros», declaraban los etarras, «la salvación de las esencias
vascas» debía ser «a través de un cauce estrictamente patriótico, y por ende apolítico y
aconfesional, pues entendemos que lo político, lo partidista, tan sólo es viable en un
marco de libertad nacional». Por otra parte se sintetizaba «el ideario propio de nuestra
condición de demócratas»: se propugnaba el derecho de autodeterminación, «la
execración de toda dictadura y la exigencia por tanto, de los derechos del hombre como
ciudadano [... ] y como trabajadores»52.
52 No se trataba de una radiografía fidedigna del ideario de ETA, que, como se puede
comprobar en su órgano de expresión, Zutik, estaba más cercano a la intransigencia del

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primer Sabino Arana que a la orientación moderada y democristiana de la formación


jeltzale o a la transversalidad del Gobierno vasco. Por consiguiente, es normal que, tras
conocer en persona a los primeros etarras, Federico Krutwig concluyese que
«representaban una tendencia más retrógrada que la del PNV [...]. Volvían al aranismo
más retrógrado». Hay que matizar sus palabras: no en todo. Y es que ETA había
renunciado a dos de los elementos nucleares del pensamiento de Sabino: el integrismo
católico y el racismo apellidista, aunque los prejuicios contra los inmigrantes seguían
presentes. De todas formas, no hubo que esperar mucho para que la organización
estuviera expuesta a una influencia ajena a la tradición del nacionalismo vasco: el
socialismo, especialmente en su versión tercermundista. Visto desde otro ángulo, pese
a que no produjo su primera víctima mortal hasta 1968, es revelador que ETA apostara
por la violencia desde el principio. En diciembre de 1959 sus activistas colocaron
explosivos caseros en el Gobierno Civil de Álava, una comisaría de policía de Bilbao y el
diario Alerta de Santander. El 18 de julio de 1961 el grupo quemó tres banderas
rojigualdas en San Sebastián e intentó hacer descarrilar un tren de veteranos requetés
guipuzcoanos que acudían a dicha ciudad a conmemorar el 25° aniversario de la
sublevación franquista53.
53 En opinión de Cameron J. Watson, ETA nació como una «parodia» del PNV. Como señala
Patxo Unzueta, «la referencia política central» del nuevo colectivo era la formación
jeltzale, «cuyos símbolos, valores, mitos y ritos son asumidos de manera natural por el
nuevo movimiento». Después de todo, los etarras se habían formado leyendo las
publicaciones del partido y de sus juventudes. Txillardegi recordaba que el «mundo
abertzale clandestino» de sus primeros años de actividad en San Sebastián giraba
«totalmente alrededor del PNV». Algunos de los fundadores de ETA, como el propio
Álvarez Enparantza y José María Benito del Valle, comenzaron su militancia política en
EIA, Eus ko Ikasle Alkartasuna (Solidaridad de Estudiantes Vascos), un organismo
vinculado a la formación jeltzale. A lo que hay que añadir, además, que, según Julen
Madariaga, «nos identificábamos con él porque mayoritariamente todos los que
empezamos con EKIN teníamos por conexiones familiares muchas simpatías naturales
hacia el PNV», el cual, «con sus defectos y altibajos, era la fuerza real que más había
hecho por Euskadi». Sus palabras recuerdan a las que Txillardegi dirigió a Irujo en una
carta de 1971: «el PNV ha hecho más que nadie por la liberación del pueblo vasco». Por
añadidura, al contrario que los ultranacionalistas del exilio, la primera ETA reconocía la
legitimidad del Gobierno vasco. Por ejemplo, en un Zutik de Caracas se saludaba la
llegada de Leizaola a Venezuela en 1960 con un «ongi etorri, Lendakari». Se recibía a
dicha figura «con el respeto a que nos obliga nuestra condición de demócratas vascos,
la cual nos impone el deber de aceptar al Gobierno que eligió nuestro pueblo». Matxari y
sus partidarios difícilmente se hubieran sumado a aquella bienvenida 54.
54 Desde ese punto de vista, Ekin y ETA provenían del tronco del PNV. En cambio, a pesar
de llevar su impronta ideológica, no enlazaron con los mendigoxales ni con los
grupúsculos extremistas radicados en América. ¿Por qué? Gurutz Jáuregui mantiene
que la asunción por parte de los etarras de la «línea intransigente» de los
ultranacionalistas veteranos «no viene determinada por una influencia directa por
parte de los hombres de Jagi-Jagi que permanecen en el exilio, sino que se trata de una
convicción que surge de forma espontánea en la organización, a la vista de las
circunstancias políticas concretas del momento». El PNV había mantenido cierta
continuidad tanto en sus redes del interior del País Vasco como en sus
conmemoraciones, propaganda y publicaciones. El nacionalismo radical, por el

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contrario, había sufrido un corte drástico tras la Guerra Civil y la casi desaparición
orgánica de EMB. Cuando los jóvenes abertzales despertaron, Jagi-Jagi ya no estaba allí
para encuadrarlos y el grupúsculo de Matxari se encontraba demasiado lejos. El propio
José María Lorenzo admite que «el eslabón había sido cortado durante la posguerra».
De hecho, los primeros etarras apenas habían oído hablar de Gudari o los mendigoxales.
Cuando a principios de los años cincuenta la policía detuvo a Txillardegi, fue acusado de
pertenecer a EMB. «Puedo decir la verdad», confesaba en sus memorias: «no sabía
absolutamente nada de Jagi-Jagi» .En 1979 las revistas Muga y Punto y Hora de Euskal
Herria fueron escenario de una polémica sobre Ekin y los orígenes de ETA en la que
terciaron bastantes de los fundadores de la organización dando su testimonio sobre
aquellos años. Ninguno de ellos mencionó a Aberri, a los mendigoxales o a Gudari, como
tampoco a las revistas editadas en el exilio latinoamericano. Lo corroboraba José
Antonio Etxebarrieta: «la honda ruptura de la continuidad histórica dificultaba, cuando
no hacía imposible, la toma de contacto con lo que debía haber sido nuestro ''pasado” y
se transformaba en el "pasado de ellos”». A los miembros de la nueva generación solo
les llegaban «paupérrimas briznas de información», que, para más inri, les «dejaban
indiferentes». Según Lorenzo, a Gudari le causó un «dolor vivo» que los etarras
colmaran de elogios la trayectoria del PNV mientras mostraban un desconocimiento
absoluto de la de Aberri y Jagi-Jagi, esto es, de la suya propia 55.
55 A pesar de todo, ETA acabó recibiendo una parte de aquel legado. Valgan como prueba
dos hechos. Por un lado, el mismo Txillardegi que más de una década antes «no sabía
absolutamente nada de Jagi-Jagi» consideraba en 1964 que los mendigoxales eran los
únicos abertzales mayores de cuarenta años con los que ETA podía contar. El resto eran
«cosa perdida a nuestra causa, totalmente e irremisiblemente perdidos». Por otro lado,
Eduardo Uñarte (Teo), que conoció a alguno de ellos, rememora que «los comentarios
que [los etarras] hacían sobre su pasado [el de los veteranos] era de tíos muy burros,
aunque en el fondo creo que por eso yacía cierta admiración». El trasvase tuvo lugar
tardíamente, a mediados de la década de los sesenta, y en muchos casos de manera
indirecta: a través de intermediarios como Federico Krutwig, José Antonio Etxebarrieta
y los extremistas del destierro, en quienes se centran los siguientes apartados. Por
añadidura, aquel influjo coincidió en el tiempo con la fascinación que entre los etarras
despertó el modelo de los movimientos anticoloniales y los teóricos del nacionalismo
revolucionario, como Frantz Fanon, por lo que su alcance fue limitado. En palabras de
Uñarte, «sí que hubo relación con alguno de esos viejillos que organizaron Ayuda
Patriótica Vasca [...]. Hicieron algún panfleto, ingenuo y algo racista, pero
aparentemente no creo que hubiera demasiada influencia, al menos en el grupo
dirigente, encauzado ya en aquellos momentos hacia el marxismo» 56.
56 EMB saludó con alegría la aparición de ETA. Así, los jagi-jagis escribían en 1961:
«nosotros, que ya perdimos la juventud, comprendemos, sin embargo, a estas nuevas
generaciones que son más sinceras, más honestas que las nuestras y que se rebelan a las
constricciones de conveniencia de los pragmáticos». Uno de aquellos veteranos, Lezo de
Urreztieta, confesó años después que «en un primer momento estuve con ellos [los
militantes de ETA], les aconsejé e incluso participé en algunas acciones». Lo cierto es
que, de forma natural, era común que los etarras que se refugiaban en el País Vasco
francés tuviesen trato, incluso muy cercano, con algunos de los mendigoxales que
llevaban tiempo instalados allí. Por ejemplo, cuando llegó allí tras escapar de España a
principios de los años sesenta, Txillardegi fue recibido por Agustín Zumalabe. Mas, como
matiza uno de aquellos activistas de ETA, Eneko Irigarai, «manteníamos relaciones con

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gentes muy diferentes». No había un vínculo preferente entre los cada vez más
numerosos miembros de la organización y los escasos militantes que le quedaban a Jagi-
Jagi. Tampoco en Latinoamérica. En 1969 ETA, ANV y EMB publicaron en Caracas la
efímera revista BAI, pero no hay pruebas de que aquella colaboración cuajase. Es
sintomática, además, la inclusión en aquel efímero proyecto de Acción Nacionalista
Vasca, que por su autonomismo había sido la bestia negra de los mendigoxales 57.

El encuentro II. ETA, Krutwig, Gatari y Etxebarrieta


57 A efectos políticos tuvo mayor importancia la via que indirectamente abrieron dos de
los teóricos de la organización etarra, Federico Krutwig y José Antonio Etxebarrieta,
quienes, al haber conocido de primera mano a Eli Gallastegui y su obra, fueron capaces
de transmitir algunos de sus principios a ETA. Sin embargo, ellos mismos estaban
fuertemente condicionados por el influjo del marxismo en su variante tercermundista,
razón por la que, aunque se puede detectar la impronta de Gudari en sus textos, esta
suele ir acompañada de otros ingredientes (maoístas en el caso de Krutwig, castro-
guevaristas en el de Etxebarrieta) que nada tienen que ver con el aranismo del viejo
líder de Aberri y Jagi-Jagi.
58 Federico Krutwig conoció a Manu Eguileor en el País Vasco, pero, como contaba en una
entrevista, no le «pareció un hombre de excesivas luces». Ya en el exilio «un poco por
casualidad, me relacioné con gentes del Yagi como Agirretxe, Lezo de Urreiztieta,
Bardesi y otros [...]. Conmigo se portaron muy bien». Entró en contacto con Gudari «un
par de años más tarde». Quizá ya se relacionaba con él cuando en 1963 publicó Vasconia.
Krutwig reconoció en sus memorias que la idea original había partido de uno de los
firmantes del «Manifiesto de Caracas», Francisco Miangolarra, quien se había
trasladado de América al País Vasco francés. El mecenas venezolano no solo propuso a
Federico Krutwig que escribiera una obra que formulara un nuevo nacionalismo vasco,
sino que, además, sufragó su edición. Hubo un antes y un después de aquella
publicación. De facto, como admitió Txillardegi, Vasconia terminó por convertirse «en la
biblia de ETA», aunque el propio autor del libro todavía no militara en dicha
organización. Como señalaba el lingüista Henrike Knörr, se trataba de una tentativa «de
enlazar el viejo y el nuevo nacionalismo». La huella de Gallastegui y sus discípulos era
patente en aspectos como su secesionismo a ultranza, su antiespañolismo, su rechazo al
antifranquismo, sus críticas al PNV y al Gobierno vasco o la legitimación de la violencia
armada. En ese sentido, Francisco Letamendia considera que Vasconia contenía
«planteamientos independentistas radicales de tipo Jagi Jagi [...] más radicales que los
de la nueva ETA que coge el relevo de la antigua a partir de 1962». Por añadidura, la
obra incluía un extenso apéndice con textos de los ultranacionalistas de preguerra.
Como rememoraba Knörr, «para muchos de nosotros, la parte más importante sería la
de los documentos, ayunos como estábamos de información». En su posterior trabajo.
La cuestión vasca (1965), un ataque contra la corriente obrerista de ETA en la que se
reivindicaba a los abertzales supuestamente más progresistas, Krutwig sostenía que de
Gudari «se puede decir lo que generalmente nunca se puede decir de un discípulo, que
sobrepasó en calidad al maestro». Más aún, «hacía los años 20 de la pluma de
Gallastegui sale un nacionalismo que en muchas cosas es precursor de los movimientos
progresistas de liberación nacional», un nacionalismo «impregnado de un espíritu
altamente humanitario y, a la par, revolucionario». Con el objetivo de legitimar a ETA,

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se intentaba trazar así la genealogía de un abertzalismo libre del estigma clerical,


ultraconservador y racista del fundador del PNV. Todavía en 1979 Krutwig seguía
sosteniendo que Gudari «en su manera de teorizar y razonar sobre el nacionalismo
vasco, me parecía superior a Sabino Arana»58.
59 El segundo intermediario entre los veteranos y ETA fue José Antonio Etxebarrieta Ortiz.
Militante en EGI desde los 18 años, fue detenido en 1959, tras lo cual huyó al País Vasco
francés. Allí conoció a Iker Gallastegui Miñaur (Gatari), un hijo de Gudari que se había
educado en Irlanda. La familia de su nuevo amigo acogió en su hogar a Etxebarrieta,
donde vivió durante casi un año, por lo que pudo recibir las enseñanzas de Eli de
manera directa. «Mientras yo estaba trabajando», recordaba Iker, «él solía hablar
mucho también con mi aita [padre] sobre la historia del nacionalismo». La admiración
que José Antonio sentía hacia el antiguo adalid de los mendigoxales le llevó a adoptar el
apodo de Elias (anteriormente había utilizado Lumumba, Ibaizabal e Iparralde) y a escribir
en su obra postuma que «el jagi-jagismo vino a dar expresión a una amplia capa
popular, a la que más o menos subconscientemente desagradaba no llamar pan al pan y
enemigo al enemigo». A decir de Krutwig, quien colaboró con Iker Gallastegui y
Etxebarrieta, «cuando en 1961 llegué yo a Biarritz, todo el mundo hablaba de violencia
y de la necesidad de formar grupos annados». Gatari «estaba fuertemente influenciado
por las ideas de la revolución armada, pero no sabía plasmarlas bien», así que fue
Etxebarrieta «quien puso en orden y escribió» sus tesis, «introduciendo además algunas
cosas de maoismo». En marzo de 1962 había acabado de escribir un Manual de Resistencia
en el que se incluían secciones como «manejo de armas de fuego», «manejo de
explosivos», «técnicas de sabotajes», etc. Su grupo, por tanto, se adelantó a los etarras
en bosquejar una teoría de la «lucha armada». Y casi hizo lo propio en su puesta en
práctica. «Los primeros comandos», rememoraba Krutwig, «no fueron de ETA, sino que
los creó gente escindida de Euzko Gaztedi». En sus memorias concede el mérito a Gatari:
«fue quien empezó a organizar la primera auténtica guerrilla». El autor de Vasconia
añadía que el proyecto se pudo iniciar por la crucial aportación de un acaudalado
“patriota vasco de Venezuela”, quien habría entregado a Joseba Rezóla, dirigente
jeltzale (y vicepresidente del Gobierno vasco desde 1963), entre 13.000 y 15.000 dólares
con tal fin. Gracias a aquellos fondos y a los contactos de su familia con el IRA, Iker
Gallastegui y un puñado de voluntarios viajaron a Irlanda para recibir adiestramiento
militar. No obstante, el dinero se agotó o, según Krutwig, Rezóla impidió a los jóvenes
materializar sus aspiraciones. Sea como fuere, José María Garmendia mantiene que
Etxebarrieta se encargó «de buscar otra fuente de financiación para la nueva estrategia,
proveerse de armas y establecer contactos políticos allá donde le fuera posible». Eso
explicaría que grabase un mensaje en una cinta magnetofónica que se envió a Caracas,
donde fue escuchada durante una «cena Pro-Presos Vascos». La revista Azkatuta,
editada por un colectivo juvenil conocido como «Cabezas calientes», reprodujo una
transcripción de su discurso. «La resistencia requiere medios», se solicitaba. «Es
absurdo ir a hablar con quien atiende solo a la fuerza. Es absurdo combatir fusiles con
declaraciones de principios. Creemos en la victoria cuando al puño del invasor
responda nuestro puño, al cuchillo del invasor nuestro cuchillo, al fusil del invasor
nuestro fusil». Así pues, «el Euzkera y la dinamita harán libre a Euzkadi, pero
necesitamos dinero para el euzkera y necesitamos dinero para la dinamita». Krutwig
rememoraba en una entrevista de 1980 que se había recibido «una ayuda de 1.000
dólares que venían de Venezuela», la cual, a decir de Iker Gallastegui, provenía de
«gentes de Jagi-Jagi». No obstante, como una década después se relataba en Sabindarra,

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extremo que ha quedado confirmado con la publicación póstuma de Años de


peregrinación y lucha (2014) de Krutwig, los verdaderos benefactores de aquel sector de
EGI no fueron los mendigoxales, sino Matxari y sus correligionarios. De cualquier modo,
los planes bélicos de aquella facción de la organización juvenil jeltzale no contaban con
el beneplácito de la dirección del PNV. En una carta de marzo de 1962 Etxebarrieta le
confesaba a un compañero de Venezuela que «hace tiempo que hay ciertos miembros
de EG que tratan de crear una organización violenta», pero habían sido frenados por el
partido. Finalmente «ha habido una serie de chinchorrerías y de falta de ganas de los
viejitos que han acabado en que el último EBB y en el último Gobierno hayan dicho, sin
oír a ninguno de los interesados, que la violencia no sirve para nada» y que «ni hablar
de violencia [...]. Nosotros estamos hasta las pelotas de que nos tengan desde hace diez
años esperando no sabemos qué. Sin dejamos hacer nada». Efectivamente, no hicieron
nada. La intentona fracasó por, entre otros motivos, la expulsión de Gatari del País
Vasco francés. Al final, la única consecuencia práctica fue el acercamiento de algunos
de aquellos jóvenes a ETA. «Lo que pretendía Echebarrieta», mantiene Garmendia,
«probablemente, era reeditar la vieja política del grupo Jagi-Jagi, esta vez con las armas
en la mano». La total falta de sintonía entre su sector de EGI y el PNV llevó a que Iker
Gallastegui y Etxebarrieta abanderasen una nueva escisión de las juventudes del
partido, sintomáticamente conocida como «EG (del Frente Nacional)». Bastantes de sus
miembros, como Txabi Etxebarrieta, se integraron en ETA en 1963. José Antonio no lo
hizo hasta 1966, pero, a decir de Unzueta, su influjo, «a través sobre todo de Madariaga
y Kmtwig, se produce bastante antes de su entrada formal en la organización». Una vez
en sus filas, comenzó a redactar una obra, en la que siguió trabajando hasta su muerte.
«Para Etxebarrieta, aunque no lo diga explícitamente en su texto», señala Patxo
Unzueta, «está claro que ETA debe ser la fuerza que, enlazando con» Aberri y EMB,
«conecte con el primitivo nacionalismo aranista»59.
60 Conviene rescatar otro episodio de la breve historia del grupo de Gatari y Etxebarrieta.
En 1961, siguiendo las indicaciones que antes de su muerte había dado el lehendakari
Aguirre, Manuel Lujo organizó unas conferencias en la delegación del Gobierno vasco
de París para que los jóvenes abe rízales explicaran su punto de vista sobre la situación
política. La intención del viejo dirigente jeltzale era dejar «que los muchachos se queden
satisfechos, se desahoguen, encuentren tribuna, discutan y, a la postre, se sientan en
casa. De propina, siempre que nos parezca, tendrán que oímos. Y algo se les quedará
dentro». En distintos días hablaron desde el estrado Txillardegi, Gatari y José Antonio
Etxebarrieta, estando estos dos últimos todavía en EGI, al menos formalmente. Irujo
sentenció en una carta que «ETA y de no ETA: todos son igual», ya que en el discurso de
los tres jóvenes se percibía un fondo común ultranacionalista: críticas al PNV (por su
inacción, su estrategia antifranquista y su alianza con las izquierdas «españolas»), la
exigencia de que la vieja guardia cediera el protagonismo a la nueva generación, la
llamada a constituir un frente abertzale y una justificación de la violencia como medio
más adecuado para lograr la secesión de Euskadi. En ese sentido, Iker Gallastegui
advirtió de que «hay momentos en que únicamente las armas satisfacen la necesidad.
Los policías y los soldados son argumentos inexpugnables contra el razonamiento, pero
no lo son contra las balas. Con quien quiera razonar, razonaremos; pero únicamente el
brazo patriota que empuña un arma puede prevalecer contra el despotismo armado».
En otras palabras, «no podemos hablar de paz en estas condiciones, no puede haber paz
entre el bien y el mal [...]. La guerra es una cosa terrible, pero no es una cosa mala». Ni
siquiera faltó una referencia a Terence MacSwiney, el alcalde de Cork a quien tanto

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admiraba su padre, Gudari. José Antonio Etxebarrieta escribía en la ya citada misiva que
aquella intervención «estaba absolutamente dentro de la línea sabiniana y del PNV
verdadero, no del que algunos nos presentan como una tertulia de viejas» 60.
61 Krutwig añadió las charlas al apéndice documental de Vasconia. También fueron
reproducidas por distintas publicaciones abertzales, incluyendo las del exilio
latinoamericano. Así, el grupúsculo extremista de Matxari no dejó pasar la ocasión:
editó el texto de Iker Gallastegui añadiendo un duro prólogo en el que cargaba contra
Manuel Irujo. Indignado tanto por este panfleto como por el contenido de la
conferencia de Iker Gallastegui, el histórico dirigente jeltzale replicó con varios artículos
en Alderdi (Partido), la revista del PNV, En el primero de ellos alertaba contra «la
violencia inútil». En el segundo, aunque sin citar expresamente su nombre, criticó a
Gatari y, por extensión, al resto de «“blousons noirs” gamberros del patriotismo». «El
concepto absoluto, aplicado a la patria es doctrina fascista, como lo son otras
expresiones que acompañan a ese absolutismo totalitario, que trata de proceder “por
todos los medios a su alcance”». Al fin y al cabo, «que la guerra “no es cosa mala”
solamente lo dicen los fascistas. Los demócratas, los cristianos, afirmamos por el
contrario que la guerra es un castigo para la humanidad y una negación, siquiera
transitoria, de su condición racional y espiritual. Frente a la guerra, afirmamos la paz,
la moral, el derecho, la caridad, la solidaridad; y en política, el diálogo». Eli Gallastegui
salió en defensa de su hijo escribiendo una larguísima carta a Irujo, a raíz de la cual se
desató una agria polémica epistolar entre ambos que se prolongó desde 1962 a 1965,
con un epílogo en 1974. Ahí acabó su amistad. Rencillas aparte, aquellos textos indican
que Irujo tenía el convencimiento de que Eh Gallastegui estaba detrás tanto del Frente
Nacional Vasco de Venezuela como de la conferencia de Iker: «su discurso suena
exactamente igual que los de su padre». Por otro lado, el intercambio de misivas nos
permite comprobar que el pensamiento de Gudari apenas había evolucionado, pues se
repetían los mismos principios de siempre: aranismo, repulsa xenófoba a la «invasión
coreana», antiespañolismo («el enemigo no es Franco, sino España»), resistencia civil,
etc. En realidad, tenía unas opiniones casi idénticas a las que se reflejaban en las
revistas de los grupúsculos ultranacionalistas del destierro. Bastante más significativo
resulta que, aunque no comulgase con alguna de sus ideas (era comprensivo con la
defensa de la violencia, aunque personalmente no era partidario de esa vía), mostrara
un fervoroso entusiasmo por la nueva generación de nacionalistas radicales que
representaban tanto la EGI de Gatari y Etxebarrieta como la primera ETA. «¡Aún hay
patria!... pensaba yo conmovido» al leer la disertación que iba a dar su hijo en París.
«Recordando todo eso, me olvido de cualquier pero, de cualquier error en que hayan
podido caer, emocionado al ver que hay algo vivo y noble que surge del pudridero que
se ha formado en Bilbao y en otros pueblos de Euzkadi». Desde el punto de vista de
Gudari, el choque generacional entre los jóvenes abertzales y la dirección del PNV
repetía, en cierto modo, el que él había protagonizado en los años veinte al crear Aberri.
«Los árboles sanos, todos los años florecen con frutos nuevos, los mismos en esencia
que produjo en el pasado»61.

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El encuentro III. ETA, Ayuda Patriótica Vasca y el


último acto de Gudari
62 Retomando el hilo de nuevo, es necesario detenerse en otro nexo más directo entre los
independentistas de preguerra y los de posguerra: APV, Ayuda Patriótica Vasca (en
euskera Eusko Abertzale Laguntza), agrupación que tenía la finalidad de auxiliar
económicamente a nacionalistas vascos presos o exiliados, así como a sus familias. Las
siglas existían desde 1958, año en la que se editó un pasquín firmado por un «Frente
Nacional Vasco» radicado en San Juan de Luz (País Vasco francés), denominación bajo
la cual se camuflaba EMB. No hay noticias de APV desde entonces hasta la primavera de
1967, fecha en la que fue reconstituida por un grupo de doce abertzales de diversa
militancia: PNV, ELA-STV, ANV, Jagi-Jagi y ETA. Actuaban a título personal, a pesar de lo
cual, según uno de sus compañeros, el afiliado jeltzale fue obligado por su formación a
retirarse, probablemente porque a esas alturas era previsible que las aportaciones
recogidas se iban a destinar, ante todo, al creciente número de etarras encarcelados o
refugiados fuera de España. Uno de los más dinámicos promotores de APV fue el
antiguo dirigente mendigoxale Trifón Echebarria, quien a principios de los años de los
sesenta había coincidido en la cárcel con algunos miembros de ETA. En una entrevista
de finales de 1977 Etarte calculaba que la asociación había distribuido «unos veinticinco
millones de pesetas». Por ejemplo, en el proceso de Burgos (1970) «cubrimos con
nuestra ayuda un 90 por ciento del costo total, ya que destinamos más de un millón
doscientas mil pesetas a pagar los gastos de desplazamiento de los familiares, las
minutas de los abogados, así como a propaganda en los diversos medios informativos
europeos». APV estuvo activa hasta la Transición, periodo en el que se disolvió. Algunos
de sus miembros, como el propio Trifón, pasaron a militar en las Gestoras pro-amnistía
que respaldaban a los presos de ETA62.
63 Ayuda Patriótica Vasca tenía delegaciones en Venezuela, México y Argentina, es decir,
precisamente en los países en los que los ultranacionalistas del exilio, entre los que
había jagi-jagis, contaban con cierta presencia. Por descontado, no era una casualidad.
Como veremos en el siguiente apartado, aquellos grupúsculos también se dedicaban a
recaudar fondos para los presos etarras y sus familiares. Para estimular las donaciones
de los abertzales exiliados se organizaban actos y se recurría a la propaganda política de
tinte emotivo. Un magnífico ejemplo es el de Euzko Abertzale Laguntza-Ayuda Patriótica
Vasca (1969-1975), la publicación que en Lomas de Zamora (Argentina) editaba el
exmendigoxale Juanjo Argote, quien había renunciado a su militancia en EMB para evitar
cualquier tipo de suspicacias. En un número de 1972 se leía que «nadie aporta lo
suficiente por la Libertad de la Patria, con excepción de quienes, por ella, exponen sus
vidas»63.
64 Otro boletín de la sección argentina de Ayuda Patriótica Vasca, este de 1974, nos ofrece
un dato inédito sobre la biografía política de Eli Gallastegui. Con motivo de su
fallecimiento se le dedicó un sentido obituario que sacó a la luz la última y silenciosa
militancia de Gudari a favor de la causa del nacionalismo vasco radical, es decir, lo que
para aquel entonces era lo mismo, a favor de los miembros de ETA. «Aunque Eli vivía al
margen de toda actividad política, aparentemente, desde el año 39, solo hizo falta
pedirle desde Argentina, para ofrecerse a ser el receptor de la ayuda que APV podía
hacer llegar por su digno intermedio a nuestros hermanos en prisión. Así él fue la
persona que hasta enero del año 1972 recibía nuestros envíos» 64.

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260

65 Aquel no fue el final de la vinculación de la saga Gallastegui con ETA. Cuatro de los
nietos de Eli han sido declarados culpables de delitos relacionados con el terrorismo:
Usune Gallastegi Sasieta (hija de Iker) fue condenada por colaboración con banda
armada; su prima Lexuri Gallastegi Sodupe (hija de Lander Gallastegi, al igual que los
dos siguientes) por un atentado con coche bomba en Madrid que ocasionó casi cien
heridos; Qrkatz Gallastegi Sodupe por actos de violencia callejera y por facilitar a ETA
información crucial para el asesinato del magistrado José María Lidón (2001); e Irantzu
Gallastegi Sodupe (Amaia) por, entre otros crímenes, acabar con la vida del político
socialista Femando Múgica en 1996 y del joven concejal del PP Miguel Ángel Blanco en
julio de 1997. Saliendo en defensa de su sobrina Irantzu, un ya anciano Iker Gallastegui
ensalzó la violencia terrorista ante las cámaras de televisión, declarando, entre otras
cosas, que los etarras asesinaban «como un deber patriótico». Al ser juzgado por la
Audiencia Nacional G atari se negó a pedir perdón a las víctimas de ETA, ya que «a los
vascos nunca les han pedido perdón [...]. Nadie pide perdón en los conflictos armados»
65
.

El encuentro IV. ETA y los grupúsculos del exilio


latinoamericano
66 Los tres artefactos explosivos que ETA colocó en 1959 reavivaron la fe en el futuro de
las tres secciones que el Frente Nacional Vasco tenía en el Nuevo Continente. Irrintzi se
solazaba pronosticando que iba «a haber fuegos artificiales para largo. El ruido de esa
bomba que han puesto en Gazteiz, en el Gobierno Civil español, se ha oído en toda
América». Para Tximistak «la juventud generosa, esperanza de la Patria, que anhela tras
largos años esta oportunidad, se alista con decisión indomable bajo las banderas
inmortales que nos legó el Maestro». En la misma línea, Euzkadi Azkatuta exteriorizaba
«nuestra admiración, nuestra fe, con ese grupo de patriotas vascos [...]. ¡Gudaris
combatientes, la Patria os admira y confía en vosotros!» Tras los incidentes del 18 de
julio de 1961, la revista mexicana saludó a aquel «día glorioso en los anales de nuestra
Patria», ensalzando a ETA como «la nueva generación de gudaris». Y es que aquella
filial del FNV no dudaba en jalear a los activistas de la organización: «los vascos del
mundo entero se conmovieron de emoción y fueron felices al enterarse de vuestra
hazaña [...]. Sois un ejemplo y guía para un futuro cercano, sois dignos de vuestros
hermanos que cayeron por los años 36 y 37. ¡¡Gudaris de la Resistencia, el futuro de
Euzkadi está en vuestras manos; vuestro pueblo vasco os quiere con fervor y os
admira!!». El embelesamiento creció varios enteros cuando los discursos que Txillardegi,
Gatari y Etxebarrieta habían dado en París cruzaron el océano Atlántico. «Ante estos
hombres jóvenes y sus manifestaciones claras, tajantes, valientes», señalaba Tximistak,
«aparecen como cosa de museo los hombres del grupo que actuó en el 36, sus
pensamientos y sus métodos». Es probable que ETA de Caracas estuviese respondiendo
a los apremios de los veteranos cuando en 1960 avisaba de que «existe una clase de
patriotas para los que el hecho de comprar unas ametralladoras y lanzarse al asalto de
las costas de Euzkadi es la única estrategia que perfilan como posible para recobrar la
libertad de la patria», pero «algo nos hace desconfiar de esta postura, porque todavía
no tenemos ametralladoras y no se ha iniciado esa invasión... y ellos siguen gritando
[...]. ¡Ellos quieren ametralladoras o nada!... Claro, por ahora es nada». No obstante,
vaticinaba el boletín de ETA, «algún día llegarán los tiros. No tengas prisa» 66.

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67 El nuevo grupo juvenil tardó muy poco en contar con presencia orgánica en el Nuevo
Continente. A principios de 1959 una parte de los militantes de EGI en Venezuela se
escindieron para crear la primera célula de ETA, que editaba su propio Zutik (1960-
1970/1975), cuyos primeros números se subtitulaban En tierras americanas. En 1963 uno
de los fundadores de la organización, José Manuel Aguirre, se trasladó a México, lo que
supuso el nacimiento de la delegación etarra en dicho país. Al año siguiente sendos
comandos de ETA llevaron a cabo acciones de propaganda en Caracas y Buenos Aires.
En 1965 otro de sus fundadores, José María Benito del Valle, recaló en Venezuela. Para
entonces el Frente Nacional Vasco ya colaboraba de forma estable con los jóvenes
activistas, pero, dado el temprano entusiasmo que mostraron Irrintzi, Tximistak y
Euzkadi Azkatuta, no parece aventurado suponer que la ayuda financiera de Matxari y sus
partidarios a los miembros de ETA fuera anterior a esa fecha. En el primer Zutik de
Caracas, de 1960, se había anunciado que los objetivos de la publicación etarra eran
«avivar la conciencia dormida de tantos vascos» y reclamar «su aportación decidida, en
todos los campos y, singularmente, en el económico». Las peticiones de esta índole
fueron habituales en aquella revista. Por ejemplo, su número 10 se quejaba en 1961 de
que «muchos miles de vascos en América desoyen todavía esa doble llamada, personal y
económica. Y sólo unos pocos han aguantado el peso de la tarea». «¡No demores ni un
día más tu colaboración a Euzkadi!». Al contrario que otros nacionalistas exiliados, más
remisos, los veteranos extremistas no se demoraron en responder a las peticiones de
ETA, recaudando fondos para la organización. Ya en 1961 Euzkadi Azkatuta alertaba a los
abertzales de que «la juventud combatiente, nuestros gudaris de la Resistencia Vasca,
necesitan millones, muchos millones, procura darlos generosamente antes de que sea
tarde». La Memoria del Gobierno Civil de Guipúzcoa de ese mismo año señalaba que ETA
estaba «económicamente apoyada desde Venezuela». Gregorio Morán corrobora que la
organización «siempre» recibió «un goteo económico de poca monta desde Méjico y
Venezuela». Además, como ya se ha mencionado en el apartado anterior, en 1962 el
colectivo de Matxari aportó 1.000 dólares a la abortada aventura guerrillera de la EGI de
Gatari y Etxebarrieta67.
68 En enero de 1964 el primer «Manifiesto Nacional» del Comité Ejecutivo de ETA exigía
que se apoyara a la organización «con dinero, cada cual conforme a sus posibilidades»
por medio del futuro «Consejo Nacional de Contribuciones». Unos meses después el
número 48 de Zutik de Caracas reproducía un texto del boletín homónimo editado en
Euskadi en el que se avisaba de que, debido a los «enormes medios» necesarios para la
lucha, «todo ciudadano vasco está obligado a contribuir moral y legalmente a la
Resistencia». Pese a tales autoritarias pretensiones, todavía faltaba más de una década
para que ETA comenzase a extorsionar a los empresarios del País Vasco y Navarra por
medio de lo que lo que acabaría denominándose «impuesto revolucionario». Como
señala John Sullivan, en 1964 el grupo carecía «de la infraestructura, y acaso de la
voluntad, para imponer una contribución a sus fondos sistemática y forzosa». Ahora
bien, las demandas de los etarras sí tuvieron la virtud de incentivar la colaboración
voluntaria de sus simpatizantes del otro lado del Atlántico. Ese mismo año las
agrupaciones del FNV crearon el Consejo de Contribución a la Resistencia Vasca, un
órgano avalado por ETA cuyo objeto era «fomentar y encauzar, en el continente
americano, la cooperación económica destinada a la Nueva Resistencia». En su Boletín
(1964-1969), editado en México, se informaba de las novedades de la organización
etarra y se promocionaban las donaciones a la causa ultranacionalista. Así en 1965 se
intentaba conmover a los abertzales desterrados en América detallándoles las pésimas

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condiciones en las que actuaban los nuevos gudaris, obligados a dormir en «panteones
de cementerios, y a proveerse de alimentos acogiéndose a la benevolencia de conventos
y entidades caritativas». Ante tal situación, el «vasco decente» había de cooperar
económicamente para atenuar «las vicisitudes de nuestros mejores» y que de esa
manera tuvieran a su alcance «unos medios de acción mínimamente efectivos».
Además, en el Boletín no faltó espacio para, sirviendo de eco amplificador de Zutik,
acusar públicamente al empresario Ramón de la Sota de ser un «traidor» no solo por
haberse negado a financiar a ETA, sino también por haber denunciado los intentos de
extorsión que había sufrido. La denuncia se repetía en Euzkadi Azkatuta. «este
degenerado de la Sota pasa a la lista con los que hay que arreglar cuentas». En otro
número del Boletín del Consejo de Contribución a la Resistencia Vasca de 1965 se daba cuenta
de uno de los actos de recaudación a favor de los «gudaris presos» que se habían
organizado en Venezuela: «los tradicionales coros de Santa Águeda». La sección
caraqueña de ETA había solicitado «la cooperación de las demás organizaciones,
topándose, una vez más, con el espíritu exclusivista e irresponsable del monopolismo
patriotero que alimenta nuestras muy lamentables disensiones intestinas. En efecto,
tan sólo el Frente Nacional Vasco dio prueba, y magnífica por cierto, de consecuencia
patriótica». En aquella ocasión se recaudaron 1.345 dólares. En 1971 la revista de
Matxari se enorgullecía de que «desde el primer momento, bien como FNV, bien como
“Sabindarra”, hemos contribuido a todas las colectas de ETA; y en alguna ocasión, con
algún sacrificio por la suma de contribución de cada uno de nosotros». A la labor del
Consejo de Contribución a la Resistencia Vasca hay que sumar la del exmendigoxale
Mario Salegi, quien por su cuenta recogía dinero para la banda terrorista entre vascos y
descendientes de vascos con residencia en los EEUU, así como de la guerrilla urbana
uruguaya de los «Tupamaros»68.
69 Las alabanzas que los ultranacionalistas del exilio habían dedicado a los primeros
atentados de ETA se multiplicaron a lo largo de los años sesenta y principios de los
setenta, hasta el punto de que muchas veces la organización era el principal cuando no
el único tema de sus publicaciones periódicas. En ellas se informaba puntualmente de
las actividades de la organizacióny de la situación de sus presos, se reproducía su
propaganda y sus documentos oficiales, se daba cuenta de sus asambleas y se escribían
artículos defendiendo su honor de cualquier crítica proveniente del exterior,
especialmente del PNV. En un Tximistak de 1964 se podía leer que «bien puede llamarse
a Euzkadi cima de mártires. Convertido nuestro pueblo en gigantesco anfiteatro, nuevas
promociones de heroicos combatientes ocupan el puesto de los que caen en la lucha».
En otro número se rendía «homenaje emocionado al patriotismo en armas». En 1966
esta revista afirmaba que lo que la unía a ETA era «la lucha por la independencia total
de Euzkadi, a cualquier precio». Cuando el dirigente etarra José Luis Zalbide fue
detenido, Tximistak le reconfortó de esta manera: «estamos orgullosos de ti, de tu
testimonio valiente, rotundo, sin tapujos». El FNV, se leía en un Euzkadi Azkatuta de
1964, estaba a favor de ETA porque ambas fuerzas coincidían «en lo fundamental». Si
bien durante la década de los cincuenta el nacionalismo había permanecido inactivo,
los extremistas nunca perdieron la «fe absoluta de que la sangre de nuestros gudaris
era semilla fecunda que llegado el momento reventaría en una floración abundante de
patriotas, dignos y ejemplares; el sacrificio de millares de gudaris muertos y el
sacrificio de tantos patriotas no podía tirarse por la borda. Y llegó el momento». ETA
era, por tanto, un «milagro hecho realidad [...], que lanza a los cuatro vientos de la
patria su irrintzi de combate con un programa de puro e inmaculado nacionalismo». Un

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Frente Nacional Vasco de 1964 animaba a los jóvenes etarras a «incrementar la violencia
hasta donde humanamente sea posible». Acto seguido se los comparaba no solo con los
gudaris de la Guerra Civil, sino también con los de las batallas medievales de
Roncesvalles y Padura, así como con «los valientes gudaris que se pusieron bajo las
banderas de Don Tomás de Zumalakarregi, a quien no queremos olvidar. Y del Cura
Santa Cruz...». En 1965 se imploraba a los activistas de ETA: «lucha, dinamita,
insurrección, no dando tregua y haciendo la vida imposible al ocupante de nuestro
territorio». Al año siguiente el FNV venezolano aplaudía «entusiasmado a ETA y deplora
el inmovilismo del PNV». A ojos de los ultranacionalistas del destierro, «ahora, como
consecuencia de las circunstancias que van a darse, resultará que el Mendigoizale
estaba cargado de razón como no podía por menos». Empezaba a sonar «la hora
histórica del Euzko Mendigoizale Batza o “Jagi-Jagi”» 69.
70 Textos posteriores, de 1970, confirman que Matxari y su grupo de exiliados fueron los
primeros que creyeron detectar un hilo de continuidad entre Aberri, Jagi-Jagi y ETA. Al
año siguiente, tras el cisma de la organización en dos ramas enfrentadas, el órgano de
expresión de la obrerista ETA VI se sumaba a dicha teoría al acusar a la
ultranacionalista ETA V de ser «el heredero actual de dicha corriente radicalista
pequeño-burguesa iniciada por el hermano de Sabino Arana» y continuada por los
seguidores de Gudari. La revista de Matxari corrigió tal declaración: la ya por entonces
organización terrorista no descendía directamente de Aberri y Jagi-Jagi, sino que era
«hija del grupo sabindarra», es decir, del grupúsculo radicado en Venezuela. «Hemos
tenido siempre para nosotros», se aseguraba con orgullo, «que somos (el grupo
sabindarra, y antes Frente Nacional Vasco extendido en secciones en toda la América
Latina) los "padres” de ETA»70.
71 Y un día, como se había pronosticado, llegaron los tiros. El 7 de junio de 1968 el
automóvil robado en el que iban los etarras Iñaki Sarasketa y Txabi Etxebarrieta,
hermano pequeño de José Antonio y líder carismático de la banda, fue detenido en un
control rutinario de tráfico por el guardia civil José Antonio Pardines. El agente
comprobó que los números de la documentación y del bastidor del coche no coincidían.
En vez de desarmarlo, Txabi disparó a Pardines por la espalda. Una vez en el suelo, lo
remató. Al poco tiempo, el propio Etxebarrieta falleció en un tiroteo con agentes de la
Benemérita, sin que hayan sido aclaradas las circunstancias exactas del suceso.
Siguiendo la estela de la propaganda etarra, Frente Nacional Vasco aducía que «el pueblo
vasco sabe que los patriotas no mataron al guardia civil Pardines» mientras que la
muerte «de manera alevosa» de Txabi era un «monstruoso crimen de la Guardia Civil».
Ahora bien, cuando el 2 de agosto de 1968 un comando de ETA asesinó al comisario
Melitón Manzanas, las dudas se disiparon. «Ya está en marcha el nacionalismo vasco
por el único camino que se puede seguir para recuperar los derechos avasallados de la
Patria: la violencia». El FNV reconoció oficialmente que «la actual imponente
reactivación del sentimiento nacionalista vasco que se confronta en Euzkadi es honor
que le corresponde a la juvenil organización “ETA”, que ha desbordado todas las
timideces del viejo nacionalismo». Ese fue el tono dominante desde aquel momento en
las publicaciones editadas por los veteranos71.
72 En 1970 Sabindarra observaba que, «frente a la actitud de ETA, no encontramos ningún
argumento que oponer». Se trataba del «frente militar de la defensa de Euzkadi» que
iba a evitar que la patria desapareciese «a manos de las mismas manos criminales que
destruyeron Gemika». No respaldar a la organización era, en muchos sentidos, traición.

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«Aplaudimos que ETA asalte Bancos (requisas); que se dinamite todos los días; que se
vuelen puentes; que se intente acabar con todas las Manzanas que pueda haber, que no
se le deje con vida a ningún chivato Otaegi...», se leía en otro número. «Hay “trabajo”
en Euzkadi, por Euzkadi, que no deja tiempo para descansar; y ha llegado la hora de
dominar el espíritu mojigato y lanzarse a recuperar la independencia de Euzkadi por la
violencia». Más explícitamente, en enero de 1971 el grupo de Matxari se ponía
literalmente «a la orden» de ETA y de EGI- Batasuna (Unidad), una escisión de las
juventudes del PNV que acabó integrándose en la banda, la cual constituía «la más
brillante organización juvenil patriótica vasca de todos los tiempos». En 1972 los
etarras secuestraron al industrial Lorenzo Zabala, lo que festejó Sabindarra: «el pueblo
vasco ha logrado imponer en Euzkadi una ley vasca, la ley de ETA, ley popular a
despecho de la invasora España». Y, tras la muerte del terrorista Jon Ugutz Goikoetxea
al ser abatido cuando huía de la policía, desde Venezuela se reclamaba «la hora del
lenguaje de los explosivos. A los crímenes no se les puede responder sino con crímenes.
¿Mata el Estado? ¡Hay que matar a los guardianes del Estado! Sin pena». Y así lo
hicieron los etarras, para alborozo de Sabindarra, el cual calificaba a un policía
asesinado como «perro guardián muerto». A fin de cuentas, «cuanto está haciendo ETA
son operaciones de guerra, guerra contra los invasores y contra los colonos o
“colaboracionistas”»72.
73 Entre los grupúsculos radicales del exilio y la organización etarra nunca hubo una
relación de igual a igual. Al hacer un repaso a la historia de sus conexiones, el grupo de
Matxari reconocía que «ETA, como hijo díscolo, no ha hecho sino buscarnos
inconvenientes, algunos hasta de cierta gravedad, como fue la tirantez que se estableció
a causa de ellos, entre el FNV de Caracas y el de México, entonces animado
fervorosamente por el gran patriota Jakinda (Gb)». Por otra parte, «en una ocasión
tuvimos que hacer verdaderos esfuerzos para no ser absorbidos por ETA, a quienes no
les importábamos como personas, ni como grupo, pero sí por las contribuciones que
siempre hemos podido arbitrar». En ese sentido, “no faltaron entre nosotros mismos,
miembros que titubearon (entre ellos México y Argentina), siendo que nos costó Dios y
ayuda y muchos disgustos, mantenemos como Frente Nacional Vasco, o como
“Sabindarra” después para no cejar en el nacionalismo de Jaungoikoa eta Lagizarra» 73.
74 A pesar de todo, en el haber de Matxari y sus partidarios podemos contar la transmisión
a ETA del objetivo estratégico de constituir un frente abertzale. Las distintas
agrupaciones del FNV llevaban años impulsando la idea pero la organización etarra no
la adoptó con todas sus consecuencias hasta 1964, año en que se hizo un primer
llamamiento público al resto de fuerzas nacionalistas para formar una alianza
estratégica contra «el opresor extranjero». Obtuvo respuesta de los más extremistas,
incluyendo a EMB, pero no así del PNV. Lo mismo ocurrió en 1965 y en 1967, cuando se
puso en marcha una campaña frentista con el lema BAI, Batasuna (Unidad), Askatasuna
(Libertad), Indarra (Fuerza). En aquella ocasión, como se reconoció posteriormente en
un boletín de ETA VI, se utilizaron «numerosos argumentos de unas hojas publicadas en
1965-1966 por Jagi-Jagi con el título “Frente Nacional Vasco”». Se trataba (una vez más)
de una confusión entre el nacionalismo radical de preguerra y sus epígonos
americanos. En realidad, los sextos se referían a las publicaciones de la sección
venezolana del FNV. El frentismo, es decir, la invitación al PNV para que se alejase de
los cauces parlamentarios y rompiera sus vínculos con las fuerzas vascas no
nacionalistas es una de las huellas indelebles que Gudari y sus continuadores han dejado
en el nacionalismo vasco radical de posguerra. Desde entonces la «izquierda abertzale»

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lo ha recuperado como parte de su programa de manera intermitente, como prueban


las fallidas conversaciones de Chiberta de 1977 y el pacto de Estella de 1998, la única
ocasión en el que el frente nacionalista ha llegado a materializarse 74.
75 La veneración que los nacionalistas intransigentes sentían por ETA no evitó que desde
sus publicaciones periódicas se emitiesen juicios de valor negativos sobre la evolución
ideológica de la banda, aunque casi siempre estaban expresados en un tono
respetuosamente paternalista. Por ejemplo, en 1968 se reprochaba a Zutik que en sus
páginas apareciese la grafía castellana de algunos topónimos o apellidos vascos, cuando
«por solo negligencia se le ayuda al invasor a maketizar la patria Euzkadi con sus
haches y sus esdrújulas». Sin embargo, el grueso de las críticas a ETA estaban motivadas
por su aproximación a las distintas corrientes del marxismo, lo que era interpretado
como un olvido de los principios aranistas por los que abogaban los grupúsculos del
destierro. Cuando la organización anunció que quería formar un «Estado vasco
socialista» se disparó la «alanna» del Frente Nacionalista Vasco, porque «tan sectario» era
luchar por una Euskadi independiente «socialista, como burguesa. De donde estimamos
que no se debe involucrar en el nacionalismo nada que no sea precisamente lucha
directa por la Independencia». En el número siguiente se conminaba a los etarras así:
«todo debe sacrificarse a la independencia de Euzkadi». Íntimamente relacionado con
este punto, se recriminaba al grupo su actuación «como organismo político y no
estrictamente como un movimiento de liberación». Desde Zutik de Caracas (1965) se
reconoció que «ha habido un cambio en nuestra organización, una politización», pero
que la evolución había sido positiva: «lo que ETA ha dejado es de ser un movimiento
patriótico idealista y lunático» para convertirse en el adalid de «un auténtico
socialismo vasco». Las amonestaciones no modificaron el rumbo ideológico de los
etarras, lo que obligó a los veteranos a ir atenuando su anticomunismo visceral. Fue
sustituido por una reinterpretación sui generis de la doctrina de Arana para
modernizarla a ojos de la nueva generación. Así, en 1970 Sabindarra aseguraba que «ETA
ahínca en el socialismo exótico, cuando el nacionalismo sabindarra es tan
eminentemente socialista vasco». Y es que, con el fin de hacerlo más atractivo para los
jóvenes, el aranismo empezó a ser publicitado como un «socialismo autóctono». En otro
orden de cosas, en Venezuela no gustó nada la solidaridad que a finales de los sesenta
mostraban con grupos antifranquistas del resto de España los dirigentes de ETA, cada
vez más escorados a la izquierda. «A España ni a poner bombas», se les reprendía en
Sabindarra. De igual manera, se achacaba una disminución del «ritmo activista» a que
«los jóvenes de ETA han penetrado en los salones perfumados de la política y se
permiten recomendar que se “lucha contra el fascismo”». Su consejo para recuperar el
buen camino era gritar: «¡ ¡ ¡muera España! ! ! y no se equivocará ningún nacionalista
vasco... en ningún caso». Por supuesto, cuando en 1970 ETA se dividió en la obrerista
ETA VI y la nacionalista ETA V, los veteranos exiliados tomaron partido por la facción
abertzale, uniéndose a la campaña contra los sextos. «La guía marxista- leninista (tan
extraña a Euzkadi, simplemente, como lo es extraño lo español)» era una peligrosa
trampa. «La mente de estos ex-etarrak» de ETA VI era «más que de formación, de
substanciación españoloide». «Antes, estos ex-etarrak, parece que leían nuestras hojas
“Frente Nacional Vasco”, e iban por buen camino; pero de pronto, se han puesto a
leerle a Wladimir Ilich Ulianof, de mote o pseudónimo, Lenin». El verdadero temor de
Sabindarra era que ETA VI «se haya apercibido de la población “sudeta” que hoy padece
Euzkadi, y que quién sabe si no sería susceptible de ser movilizada, para intentar la
experiencia históricamente más antivasca, como sería la de hacer una Euzkadi

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comunista en base a los ingredientes maketos». Los miembros de ETA solo podían ser
«o nacionalistas o sólo socialistas; función completa, o sólo parcial y ésta discutible» 75.
76 Solo la Parca pudo acabar con la fidelidad que el grupúsculo venezolano guardaba a la
nacionalista ETA V. El número 37 de Sabindarra anunciaba la muerte de Matxari en 1973.
La revista fue editada tres veces más, pero al año siguiente desapareció. Por
consiguiente y careciendo de otras fuentes, la suerte de aquel colectivo a partir de 1974
nos es completamente desconocida. No obstante, y aunque este punto necesitaría una
mayor investigación, cabe plantearse que las actividades que los veteranos
ultranacionalistas habían desarrollado a favor de ETA pudieron servir de humus para
que posteriormente nacieran otras iniciativas en el mismo sentido. Por ejemplo, en
abril de 1979 se constituyó en Venezuela un Comité de apoyo a presos y exiliados
vascos, cuyo órgano divulgativo se denominó Iritzi (Opinión, 1979-1980), nombre cuya
grafía evocaba a la primera revista que Matxari había editado allí: Irrintzi. La finalidad
oficial de aquel organismo era «ayudar a nuestros gudaris», a quienes se animaba a
«continuar la lucha», pero, según Florencio Domínguez, en realidad se dedicó a
«facilitar la instalación de miembros de ETA» en Venezuela. Durante los dos años que
estuvo en funcionamiento se asentaron en el país un total de 25 etarras. El Comité se
desvaneció cuando en noviembre de 1980 el Batallón Vasco Español asesinó a su
presidente, Jokin Etxeberria, y a su esposa, Esperanza Arana. Esa ya es otra historia,
pero es necesario constatar que, como ha estudiado Domínguez, las conexiones de ETA
en Venezuela han sido duraderas y muy provechosas para la banda terrorista 76.

A modo de conclusión
77 Cuando en 1977 un periodista de Punto y Hora le preguntó a Trifón Echebarria qué había
sido de EMB, su respuesta fue: «no preguntes lo que era, porque aún lo es. Somos ya
viejos, pero “somos”». Y es que durante la Transición hubo un efímero intento de
reactivar el Euzkadi Mendigoxale Batza. Los supervivientes de sus dos batallones, como
probablemente ya venían haciendo durante la dictadura, se reunieron anualmente el
primer domingo de octubre para vivir «una jomada patriótica», que incluía misa y
comida. Tenemos constancia de algunos encuentros. Por ejemplo, 150 antiguos gudaris
de EMB acudieron a Santurce en 1977 y 250 a Loyola al año siguiente 77.
78 Los mendigoxales no se dedicaron solo a cultivar la nostalgia. También tuvieron una
discreta participación en la vida política del País Vasco. El más activo fue, sin duda,
Trifón Echebarria quien escribió diversos artículos y cartas al director en la prensa
nacionalista (Egin, Deia, Punto y Hora, etc.), en los que se opinaba sobre multitud de
cuestiones, como un eventual frente abertzale, la pureza del nacionalismo, el Estatuto de
Autonomía, la industria vasca («antivasca»), la construcción de la central nuclear de
Lemóniz, la amnistía a los presos de ETA o el homenaje a figuras como los hermanos
Arana y Telesforo Monzón. Pero también hubo posicionamientos colectivos. En 1976 los
jagi-jagis ya habían editado una hoja con motivo del Aberri Eguna: «la lucha que sostiene
el Pueblo Vasco ha sido, es y será dura. Cruenta. Ahora mismo, centenares de sus
mejores hijos se hallan huidos, encarcelados. Muchos son nuestros muertos. Hace aim
muy poco cayeron los últimos. Todos murieron con el nombre de Euzkadi en sus
labios». En el 100° aniversario de la Ley del 21 de julio de 1876 se señalaba que en
aquella ocasión «fuimos despojados de nuestra independencia económica y de nuestra
independencia militar, imponiéndonos, definitivamente, la ley extraña. Actualmente,

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los nuevos Cánovas siguen manteniendo la injusticia histórica». Tras el fracaso de la


Cumbre de Chiberta, al igual que habían hecho ETA militar y su entorno, EMB llamó a la
ciudadanía vasca a abstenerse en las elecciones de junio de 1977 porque, entre otras
razones, «un demócrata vasco no puede aceptar como democracia lo que para Euzkadi
es un imperialismo español», suponiendo el acudir a las Cortes «una colaboración con
el poder de ocupación». En Aberri Eguna de ese año hacían profesión de fe aranista, así
como admitían «la propiedad individual supeditada al fin social de la misma,
condenando el capitalismo por anticristiano y antivasco». Idéntico argumento, por
tanto, al que empleaban durante la II República. En octubre de ese mismo 1977 el grupo
editó un manifiesto contra la vía autonómica y a favor de la secesión. «Euzkadi tiene
derecho a ser independiente. Este derecho a su Independencia no es hipotecable.
Ninguna generación puede decidir que ya no necesita ser independiente». En ese
sentido, los jagi- jagis también rechazaban el derecho de autodeterminación. «Hay que
afianzar al Pueblo en su deseo de Independencia. Apagar ese anhelo es una traición». En
el texto se avisaba de que «el inmigrante en Euzkadi tiene el deber de acatar el derecho
a la independencia de Euzkadi», condición «indispensable para ser considerado
ciudadano vasco. El obrar contra ese derecho a la independencia es labor imperialista».
En enero de 1978 un panfleto de EMB advertía de que «solo hay una definición de
Abertzale: Independentista» e invitaba a las distintas fuerzas nacionalistas radicales a la
creación de un frente unido para lograr «una Euzkadi Socialista e Independiente».
Evidentemente, quedaba descartado el PNV. La única destinataria del mensaje era la
«izquierda abertzale»: tres meses después las reuniones de la Mesa de Alsasua, que
habían comenzado en octubre de 1977, desembocarían en la fundación de la coalición
HB, Herri Batasuna (Unidad Popular), brazo electoral de ETA militar. Otro manifiesto
posterior rechazaba la Constitución española «no porque sea mala, sino porque solo
Euzkadi puede hacer la Constitución de Euzkadi». En cuanto a la violencia terrorista de
las distintas ramas de ETA, que estaba en su punto álgido, EMB asumía que la
«pacificación» solo llegaría cuando «el opresor» reconociese la independencia de
Euskadi. «La claudicación de la “paz” a toda costa, es un precio fuera de nuestro alcance
y una hipoteca del sacrificio de nuestros mejores hermanos, que antes y ahora han dado
su vida por la libertad de nuestra Patria». La convergencia del discurso de EMB y el de
la «izquierda abertzale» deja pocas dudas sobre con quién se identificaba el grueso de los
mendigoxales. En palabras de Trifón Echebarria: «con ETA, creo yo» 78.
79 A lo largo del presente trabajo se ha demostrado que hay razones suficientes como para
sostener que Aberri, EMB y los grupúsculos ultranacionalistas del exilio fueron, en
muchos sentidos (pero no en todos), un antecedente histórico de ETA. Lo prueban las
similitudes detectadas entre el conjunto de los veteranos y la «izquierda abertzale»: el
independentismo a ultranza, el antiautonomismo, el antiespañolismo, la exclusión del
«otro», la intransigencia doctrinal, el irredentismo territorial, la fascinación por el
modelo irlandés, el rechazo a los cauces parlamentarios, el culto ritual a presos y
mártires del movimiento (primero gudaris de la Guerra Civil, luego terroristas), la
justificación de la violencia, la rivalidad con el PNV, al cual se esperaba arrastrar a un
frente abertzale que excluyera a los vascos no nacionalistas, la narrativa histórica de un
secular conflicto entre vascos y españoles, etc. Es plausible que algunos de estos rasgos
apareciesen en ETA como herencia de Gudari y sus sucesores, pero la influencia que los
mendigoxales y sus homólogos del exilio americano ejercieron en la nueva generación
abertzale, ya fuera de manera directa o indirecta, fue limitada. No conviene
sobredimensionarla. Tanta o más repercusión tuvieron en los etarras la dictadura

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franquista, el redescubrimiento de Sabino Arana, las publicaciones del PNV y sus


juventudes, la transmisión oral del imaginario bélico nacionalista o el ejemplo de los
movimientos anticoloniales del Tercer Mundo.
80 Volviendo de nuevo a la Transición, conviene no olvidar que algunos jagi-jagis no
opinaban lo mismo que Trifónrespecto al terrorismo. Lezo de Urreztieta dejó
meridianamente claro en una entrevista publicada en Muga que «masacrar a gente
inocente, sacar dinero asustando a las gentes... Eso no». Dicho de otro modo, «no se
puede matar a nadie, a no ser... un caso muy especial. Pero aún así hay que matar
jugándose el tipo, y no buscando la impunidad y con esa alevosía... Eso es de cobardes.
Hay que matar cara a cara». Aparte de sus diferentes puntos de vista sobre la moralidad
de la violencia, aquellos dos envejecidos mendigoxales discrepaban en otro asunto clave.
A decir de Trifón, «no somos estalinistas, pero la mayoría de los “jagi” que quedamos
pensamos que hay que adoptar del marxismo todo aquello que nos pueda ser útil y que
vaya con la conciencia vasca, que siempre ha sido colectivista». A raíz de aquellas
declaraciones, otro veterano nacionalista radical, Ricardo Kerman Ortiz de Zarate
(Petrolin), le mandó una carta con planteamientos similares: «yo sigo siendo abertzale
como entonces, pero [... ] hoy creo en una Euskadi socialista, ya que [...] el Pueblo Vasco
tiene una fuerte tradición e infraestructura de carácter colectivista». Para Lezo, en
cambio, «el socialismo es incompatible con la religión cristiana, y si se quiere seguir a
Sabino hay que ser cristiano»79.
81 La clave explicativa de dicho desacuerdo reside en que, aunque seguía considerándose
aranista, Trifón Echebarria se había ido acercando a la «izquierda abertzale» tanto en la
teoría (al menos en el vocabulario) como en la praxis, como prueba el papel que jugó en
APV y luego en la Asociación pro-Amnistía de Vizcaya80. No le ocurrió lo mismo a Lezo
de Urreztieta, quien se mantenía más o menos anclado en las mismas posiciones de
antaño. Aquella divergencia era una prueba de que entre los mendigoxales y los etarras
también había algunas cruciales diferencias. Por regla general, el ultranacionalismo
anterior a la Guerra Civil y sus epígonos se caracterizaron por su ortodoxia aranista, su
racismo apellidista, su integrismo católico, su antiindustrialismo y su conservadurismo.
ETA sustituyó dichos elementos por el euskera o la identidad nacional como criterios de
exclusión étnica, el laicismo y un socialismo sui generis. De la misma manera, entre los
veteranos y los representantes de la nueva hornada abertzale hubo una ruptura
orgánica drástica durante la posguerra: ETA no engarzó con EMB, entre otras cosas
porque los jóvenes que fundaron la organización ni siquiera habían oído hablar de los
mendigoxales. Aquel hilo roto no pudo ser reparado por los vínculos intergeneracionales
que se fueron estableciendo durante los años sesenta, el más reseñable de los cuales fue
la solidaridad económica de los viejos gudaris con los «nuevos gudaris de la Resistencia».
Era demasiado tarde. De igual manera, hay que tener en cuenta el enorme salto
estratégico que hubo entre Aberri, EMB y el colectivo Matxari por un lado y ETA por el
otro. Los primeros soñaron con la violencia, la segunda la puso en práctica con todas
sus dramáticas consecuencias.
82 La sucesión de distintos continentes y el variable contenido ideológico y estratégico
entre ambas generaciones no disipan su aire de familia, pero nos impiden presentar el
nacionalismo vasco radical como un todo homogéneo, como se ha pretendido hacer
desde la «izquierda abertzale». En ese sentido, merece la pena rescatar varias citas de
José María Lorenzo. En su biografía del antiguo líder de Aberri y Jagi-Jagi escribió que
«es cierto que no hay dioses bajo las nubes y el cielo de Euskalherria. Solo hombres y

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mujeres. Pero en ocasiones, algunos son, como lo fuera Eli Gallastegi, tan entregados,
dignos y elevados sobre la mediocridad, que se les parecen mucho». Sus ideas habrían
pasado a ETA a través de un «eslabón perdido», su hijo Gatari y José Antonio
Etxebarrieta. Gracias a ellos, el testigo lo habrían podido recoger otros etarras más
jóvenes, como los propios nietos de Gudari, a quienes en un artículo en Gara Lorenzo
consideraba «presos políticos del ocupante». Se trataba de «la misma guerra». Eli
Gallastegui y sus descendientes, según este autor, «han llevado la luz con el pulso firme
de tres generaciones. Hoy, cuando una parte de aquella historia se desvanece,
recordamos años de entrega, de lucha, de esperanzas. Ejemplo y memoria de futuro
donde vivirán y resistirán otras generaciones, en lucha por los mismos ideales» 81.
83 El hallazgo de un supuesto eslabón perdido entre Aberri y ETA ha sido utilizado por el
entorno intelectual de la «izquierda abertzale» para apuntalar la narrativa histórica de
un secular conflicto entre vascos y españoles y, por ende, para legitimar a posteriori el
terrorismo etarra. Sin embargo, como hemos visto a lo largo de estas páginas, el
contacto entre los ultranacionalistas de preguerra y posguerra tuvo poco que ver con
un proceso lineal y no puede personalizarse en Eli Gallastegui y su familia. Si es que
hubo cierta influencia de Gudari en la configuración de ETA, esta fue indirecta, a través
de intermediarios como APV o los grupúsculos del exilio americano, y es dudoso que
resultara crucial. Al menos hasta donde alcanzan las fuentes que hemos manejado, la
teoría del eslabón perdido carece de una base sólida. No tiene que ver con la
investigación rigurosa, sino con la propaganda: es una simplificación que responde a la
necesidad política de encajar los acontecimientos históricos en el rígido molde
narrativo del conflicto, incluso cuando para conseguirlo se hace preciso hacer una
lectura selectiva del pasado, deformándolo. Todo lo cual nos lleva a plantear una
reflexión que va más allá de este caso concreto: un historiador puede hacer historia o
puede hacer patria, pero no las dos cosas a la vez.

NOTAS
1. Este trabajo ha sido posible gracias a una subvención concedida por la Dirección de Víctimas y
Derechos Humanos del Gobierno vasco. Doy las gracias a Jesús Casquete, Virginia Gallego, Idoia
Estornes, José Luis de la Granja y Raúl López Romo por sus valiosas sugerencias para mejorar el
texto
original, así como a Florencio Domínguez, Javier Gómez Calvo, David Mota y Marco Perez por las
útiles referencias que me han aportado.
2. José Luis de la Granja, El siglo de Euskadi. El nacionalismo vasco en la España del siglo XX,
Madrid,
Tecnos, 2003. José Luis de la Granja y Gaizka Fernández Soldevilla, «Los nacionalistas heterodoxos
en la Euskadi del siglo XX », Alcores, n° 13, 2012, p. 165-186. Los afiliados al PNV son conocidos
como jeltzales (amantes o seguidores de JEL). El PNV se llama en euskera EAJ, Eusko Alderdi
Jeltzalea
(Partido Vasco de JEL) y JEL es el acrónimo del principal lema de Sabino Arana: «Jaungoikua eta

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Lagizarra» (Dios y Ley Vieja o Fueros). Por economía del lenguaje, emplearé «nacionalistas» o
«abertzales» para referirme a los nacionalistas vascos en general.
3. Eugenio Ibarzabal, Manuel de Irujo, San Sebastián, Erein, 1977a, p. 159. Emilio López Adán, El
nacionalismo vasco en el exilio, 1937-1960, San Sebastián, Txertoa, 1977, p. 91. Gurutz Jáuregui,
Ideología y estrategia política de ETA. Análisis de su evolución entre 1959y 1968, Madrid, Siglo
XXI,
1985 (Ia de.: 1981), p. 123 y 143, y «ETA: orígenes y evolución ideológica y política», en Antonio
Elorza (coord.). La historia de ETA, Madrid, Temas de hoy, 2006, p. 179. Francisco Letamendia,
Historia del nacionalismo vasco y de ETA, San Sebastián, R&B, 1994, vol. I, p. 217. Jon Juaristi,
El bucle melancólico. Historias de nacionalistas vascos, Madrid, Espasa, 1997, p. 267. Antonio
Elorza, Ideologías del nacionalismo vasco 1876-1937 (De los «euskaros» Jagi Jagi), San Sebastián,
Haranburu, 1978, p. 464, y «Vascos guerreros», en Antonio Elorza (coord.), op. cit, 2006, p. 53-
59. José Luis Unzueta en Andrés de Blas Guerrero (dir.). Enciclopedia del nacionalismo, Madrid,
Tecnos, 1997, p. 149 y 346. José Luis de la Granja, El nacionalismo vasco. Un siglo de historia,
Madrid, Tecnos, 2002 (Ia ed.: 1995), p. 21. Santiago de Pablo, En tierra de nadie. Los nacionalistas
vascos en Alava, Vitoria, Ikusager, 2008, p. 382.
4. Iñaki Errasti, «Luces y sombras sobre Eli Gallastegi», Muga, n° 84, III-1993. Santiago de Pablo,
«Eli Gallastegi», en Santiago de Pablo et all. Diccionario ilustrado de símbolos del nacionalismo
vasco, Madrid, Tecnos, 2012, p. 395-406.
5. Iñaki Egaña Sevilla, Diccionario histórico-político de Euskal Herria, Tafaila, Txalaparta, 1996, p.
344. José Antonio Etxebarrieta Ortiz, Los vientos favorables. Euskal Herria 1839-1959, Tafaila,
Txalaparta, 1999. Elias Gali, astegui, Por la libertad vasca, Bilbao, E. Verdes, 1933, y Tafaila,
Txalaparta, 1993 (ed. de José María Lorenzo Espinosa). José María Lorenzo, Gudari. una pasión
útil.
Vida y obra de Eli Gallastegi (1892-1974), Tafaila, Txalaparta, 1992. Eduardo Renobales, Jagi-Jagi.
Historia del independentismo vasco, Bilbao, Ahaztuak 1936-1977, 2010. El primero que indicó que
Catari y Etxebarrieta servían de empalme entre Gudari y ETA fue Emilio López Adán, op. cit., p.
91.
En cierto modo también lo hacía Telesforo Monzón al afirmar que los «hombres más
trascendentes y
representativos que ha producido Euskadi en su historia nacional contemporánea han sido
Arana-Goiri,
Agine, Gallastegi y Argala». Telesforo Monzón, Hitzeko gizona, Bilbao, Anai Altea, 1993, p. 267.
6. Antonio Elorza, op. cit., 1978, p. 363-384. Jon Juaristi, op. cit., 1997, p. 236-244. Ludger Mees,
Entre
nación y clase. El nacionalismo vasco y su base social en perspectiva comparativa, Bilbao,
Fundación
Sabino Arana, 1991, p. 81-96. Santiago de Pablo, Ludger Mees y José Antonio Rodríguez Ranz, El
péndulo patriótico. Historia del Partido Nacionalista Vasco I: 1895-1936, Barcelona, Crítica, 1999,
p.
126-148.
7. Antonio Elorza, op. cit., 1978, p. 385-405. Ludger Mees, op. cit., 1991, p. 81-96.
8. Antonio Elorza, op. cit., 1978, p. 389-390. Jon Juaristi, op. cit., 1997, p. 207-268. Xosé M. Núñez
Seixas, «Irlanda», en Santiago de Pablo et al., op. cit., p. 547-562. José María Lorenzo, op. cit.,
1992,
p. 49-68.
9. Xosé Estévez, De la Triple Alianza al pacto de San Sebastián (1923-1930). Antecedentes de
Galeuzca,
San Sebastián, Universidad de Deusto, 1991, p. 363-458. José Luis de la Granja, op. cit., 2003, p.

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82-84
y 102-103. Véanse los Aberri, 6 al 15-IX-1923.
10. Xosé Estévez, op. cit., p. 459 en adelante. José Luis de la Granja, op. cit., 2003, p. 59. José María
Lorenzo, op. cit., 1992, p. 156. Santiago de Pablo, Ludger Mees y José Antonio Rodríguez Ranz, op.
cit., vol. I, p. 170-184. Patria Vasca, n° 1, V-1928, y n° 5, IV-1930.
11. Santiago de Pablo, Ludger Mees y José Antonio Rodríguez Ranz, op. cit, vol. I, p. 195-208.
12. José Luis de la Granja, « El culto a Sabino Arana: la doble resurrección y el origen histórico de
Aberri
Eguna », Historia y Política, n° 15, 2006, p. 65-116. Sobre la evolución posterior del PNV, además
de
El péndulo patriótico, véanse Leyre Arrêta, Estación Europa: la política europeista del PNV en el
exilio (1945-1977), Madrid, Tecnos, 2007; y Ludger Mees, José Luis de la Granja, Santiago de Pablo,
y José Antonio Rodríguez Ranz, La política como pasión. El lehendakari José Antonio Aguirre
(1904-
1960), Madrid, Tecnos, 2014.
13. Polixene Trabudua, Artículos de amama, Bilbao, Fundación Sabino Arana, 1991, p. 127. Muga,
n° 4,
III-1980. Jagi-Jagi, n° 4, 8-X-1932, n° 11, 3-XII-1932 y n° 49, 16-IX-1933.
14. Gaizka Fernández Soldevilla y Raúl López Romo, Sangre, votos, manifestaciones. ETA y el
nacionalismo vasco radical (1958-2011), Madrid, Tecnos, 2012, p. 46-48.
15. Jagi-Jagi, n° 7, 29-X-1932, n° 36, 10-VI-1933, n° 47, 2-IX-1933, n° 62, 27-1-1934, n° 72, 14-
VII-1934,
y n° 74, 28-VII-1934. El testimonio de Urreztieta en Muga, n° 4, III-1980.
16. José Luis de la Granja, El oasis vasco. El nacimiento de Euskadi en la República y la Guerra
Civil, Madrid, Tecnos, 2007, p. 278. «Cárcel de Larrínaga», 16-IX-1931, ATEE (Archivo de Trifón
Echeberria, Etarte). La entrevista a Zumalabe en Garaia, n° 5, 30-IX-1976. «Carta de Manuel Irujo a
Jon Bilbao», 5-XI-1953 (http://www.euskomedia.org/fondo/4843). Jagi-Jagi, n° l, 17-IX-1932.
17. Iñaki Egaña Sevilla, Mario Salegi. La pasión del siglo XX, Tafalla, Txalaparta, 1999, p. 22.
Eugenio
Ibarzabal, Koldo Mitxelena, San Sebastián, Erein, 1977b, p. 39. José María Tápiz, El PNV durante
la II República (organización interna, implantación territorial y bases sociales), Bilbao, Fundación
Sabino Arana, 2001, p. 261 y 351-363. Carmelo Landa Montenegro, «Violencia política y represión
en la II República: el nacionalismo vasco», Cuadernos de Alzate, n° 27, 2002, p. 89-119. Femando
del
Rey, «Reflexiones sobre la violencia política en la II República», en Mercedes Gutiérrez Sánchez y
Diego Palacios Cerezales (eds.). Conflicto político, democracia y dictadura. Portugal y España en
la
década de 1930, Madrid, Centro de Estudios Políticos y Constitucionales, 2007, p. 17-97. Garaia, n°
5, 30-IX-1976. Jagi-Jagi, n° l, 17-IX-1932, n° 4, 08-X-1932, n° 11, 3-XII-1932, n° 27, l-IV-1933, y n° 33,
20-V-1933.
18. «Carta de Eli Gallastegui a Manuel Irujo», 19-VII-1962 (http://www.euskomedia.org/fondo/
2445). José
Antonio Etxebarrieta, op. cit., p. 105. Los mendigoxales tuvieron relación con el sector más
extremista
del movimiento nacionalista catalán. A través de esa vía el grupo de Gallastegui pudo haber
mantenido
cierto contacto con el nacionalsocialismo alemán. Al menos eso se deduce de la documentación
que ha
estudiado Xosé M. Núñez Seixas, «Nacionalismos periféricos y fascismo. Acerca de un

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memorándum
catalanista a la Alemania nazi (1936)», Historia Contemporánea, n° 7, 1992, p. 311-333.
19. Antonio Elorza, op. cit., 1978, p. 441-443. José Luis de la Granja, Nacionalismo y II República en
el País Vasco. Estatutos de autonomía, partidos y elecciones. Historia de Acción Nacionalista
Vasca: 1930-1936, Madrid, Siglo XXI, 2008 (Ia ed.: 1986), p. 465-468. José María Tapiz, op. cit, p.
359. Las fronteras entre el partido y la Federación de Montañeros no estaban del todo claras.
Todavía en los años cuarenta algunos nacionalistas creían seguir militando, a la vez, en el PNV y
en Jagi-Jagi, como se puede comprobar en las cartas de dos mendigoxales en AN (Archivo del
Nacionalismo Vasco de la Fundación Sabino Arana), DP 0932 02.
20. Manuel Fernández Etxeberria {Matxari), Euzkadi, patria de los vascos. 125 años en pie de
guerra contra España, Pamplona, Ami-Vasco, 1965, p. 104. Muga, n°4, III-1980.
21. José Luis de la Granja, op. cit., 2007, p. 161 y 278. Jagi-Jagi, n° 85, 18-1-1936, n° 86, 25-1-1936
y n° 101, 16-V-1936. La idea de crear un «frente nacional» también estaba presente en el libro del
Qxaberriano Manuel Eguileor, Nacionalismo vasco, s.l., s.e., 1936, p. 76-82. Sobre posteriores
proyectos de constitución de un frente abertzale véase Gaizka Fernández Soldevilla y Raúl López
Romo, op. cit, p. 97-116.
22. Jon Juaristi, op. cit., 1997, p. 261-266. José Luis de la Granja, op. cit., 2007, p. 313-316. Lorenzo
Sebastián García, «Euzkadi Mendigoxale Balza durante la guerra civil española», Cuadernos de
Sección. Historia-Geografía, n° 23, 1995, p. 344. Interesantes documentos, así como las opiniones
de
Arana, Zabala y Gallastegui en Federico Krutwig, Vasconia, Pamplona, Herritar Berri, 2006 (Ia ed.:
1963), p. 385-399 y 407-408. Algún antiguo mendigoxale se unió al bando franquista. Fue el caso
de
José Ignacio Preciado Mues, exredactor jefe de Euzkadi en Álava, quien escribía desde el frente de
Somosierra: «Religión, Patria, Ley, Familia, Propiedad. A su defensa se ha entregado» el
voluntario
del bando «nacional». «El espiritualismo contra el materialismo. La luz en guerra contra las
tinieblas»
(Pensamiento alavés, 26-X-1936).
23. Lorenzo Sebastián García, op. cit., p. 347. Francisco Manuel Vargas, «Los Batallones de los
Nacionalismos Minoritarios en Euzkadi: ANV, EMB, STV (1936-1937)», Vasconia, n° 32, 2002, p.
539-543 y 546. Martín Ugalde, Lezo Urreiztieta (1907-1981). Biografia, San Sebastián, Elkar, 1990.
24. José Luis de la Granja, op. cit, 2007, p. 314-315. Lorenzo Sebastián García, op. cit., p. 342-347.
Francisco Manuel Vargas, «El Partido Nacionalista Vasco en guerra: Euzko Gudarostea
(1936-1937)
», Vasconia, n° 31, 2001, p. 310-311. Xosé M. Núñez Seixas, «Los nacionalistas vascos durante la
Guerra Civil (1936-1939): una cultura de guerra diferente», Historia Contemporánea, n° 35, 2007,
p.
559-599. Ronald Fraser, Recuérdalo tú y recuérdalo a otros. Historia oral de la Guerra civil
española,
Barcelona, Crítica, 2001 (Ia ed. 1979), p. 256-257. Patria Libre, n° 14, 2-IV-1937. Las citas en
Federico
Krutwig, op. cit., 2006, p. 401-411.
25. Lorenzo Sebastián García, op. cit., p. 339-354. Patria Libre, n° 10, 4-III-1937, y n° 13, 28-
III-1937.
Jagi-Jagi, n° 113, 1-1947.
26. Jagi-Jagi, n° 111, VII-1946. «Pacto de Bayona», 31-III-1945, en Santiago de Pablo, José Luis de la
Granja, y Ludger Mees, Documentos para la historia del nacionalismo vasco, Madrid, Ariel, 1998,
p. 129-130. A dicho acuerdo habría que sumar, según Renobales, el hecho de que en octubre de
1947

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273

la dirección de EMB acatase el Estatuto de autonomía, aunque siempre «como punto de partida
de
reivindicaciones futuras». Eduardo Renobales, op. cit., p. 145.
27. La propuesta de 1938 en Federico Krutwig, op. cit., 2006, p. 409-411. Las otras en AN, PNV
025907,
AN, DP 093202, AN, EBB 030403 y AN, EMB 47-50 Microfilm.
28. Jagi-Jagi, n° 111, VII-1946, n° 112, X-1946,n° 113,1-1947,y n° 114, IV-1947. «Vascos!
Compatriotas!»,
1-1947, AN, PNV 016019.
29. Jagi-Jagi, n° 111, VII-1946. «Vascos! Compatriotas!», 1-1947, AN, PNV 016019. Gaizka
Fernández
Soldevilla, «Ecos de la Guerra Civil. La glorificación del gudari en la génesis de la violencia de
ETA (1936-1968)», Bulletin d'histoire contemporaine de l’Espagne, n° 49, 2014a, p. 247-262. Jesús
Casquete, En el nombre de Euskal Herria. La religión política del nacionalismo vasco radical,
Madrid,
Tecnos, 2009.
30. José Luis de la Granja, op. cit., 2003, p. 58. «Carta de Manuel Irujo a Antonio Ruiz de Azua», 11-
X-
1962 (http://www.euskomedia.org/fondo/2046). La cita de Gallastegui en Federico Krutwig, op.
cit.,
2006, p. 407. Jon Juaristi, op. cit., 1997, p. 262. Iñaki Errasti, op. cit.
31. «Carta de Eli Gallastegui a Javier Gortázar y Ceferino Jemein», 13-XII-1950, AN, PNV 0249 03.
«Carta
de Manuel Irujo a Eli Gallastegui», 31-XII-1964 (http://www.euskomedia.org/fondo/26351).
«Carta de
Manuel Irujo a Jon Bilbao», 5-XI-1953 (http://www.euskomedia.org/fondo/4843).
32. La cita de Loyola en Euzko Deya, n° 303, IX-1965. «Carta de Antonio Ruiz de Azua a Manuel
Irujo»,
X-1962 (http://www.euskomedia.org/fondo/2046). La carta de Jemein, fechada el 12-VII-1950, cit.
en
Marco Perez, «Luis Arana e la corrente ortodossa del PNV nel dopoguerra spagnolo (1939-1951) »,
Spagna Contemporanea, n° 43,2013, p. 72. Gaizka Fernández Soldevilla, op. cit, 2014a. Mucho
tiempo
después, durante la Transición democrática, el sector aranista del PNV vizcaíno encabezado por
Anton
Ormaza, luego denominado Euzkotarrak, reivindicó simbólicamente las figuras de Luis Arana y
Eli
Gallastegui en su pugna contra el liderazgo de Xabier Arzalluz (Egin, 7-VI-1980, y El País, 30-
III-1982).
33. «Los vascos unidos en el día de su patria», 1950, AN, PNV 030403. «¡Euzkadi Nación, lo
primero»,
1950, y «Carta de Javier Gortázar a Manuel Irujo», 18-XI-1950 (http://www.euskomedia.org/
PDFFondo/irujo/12217.pdí). «Euzkotarrak!», 25-XI-1954, AN, PNV 008706. «Euzkotarrak! Vascos!
Compatriotas!», III-1958, AN, PNV 0087 06. «Carta abierta a Manuel de Iruxo», 1961, AN, PNV
0020 08. «Carta de Agustín Zumalabe a Francisco Javier de Landáburu», 4-XII-1961 (http://
www.euskomedia.org/fondo/7874). «Frente Nacional Vasco», X-1967, AN, PNV 008706.
34. Santiago de Pablo, Ludger Mees y José Antonio Rodríguez Ranz, El péndulo patriótico.
Historia
del Partido Nacionalista Vasco, II: 1936-1979, Crítica, Barcelona, 2001, p. 262. «Carta de Manuel
Irujo a Antonio Ruiz de Azua», ll-X-1962 (http://www.euskomedia.org/fondo/2046). «Carta de Eli

Bulletin d’Histoire Contemporaine de l’Espagne, 51 | 2017


274

Gallastegui a Manuel Irujo», 6-III-1965 (http://www.euskomedia.org/fondo/26351). «Carta de


Trifón
Echebarria al director de Dei a», 13-IX-1982, ATEE. «Manifiesto informe del Frente Nacional
Vasco
(Euzko Aberri Alkartasuna) Delegación de Venezuela», 1966, documento cedido por José Luis de la
Granja. Zutik (Caracas), n° 47, IX-1964. Euzkadi Azkatuta, 1958. Irrintzi, n° 4, 1958, n° 5, 1958, n°
13,
1960, y n° 15, 1961. Frente Nacional Vasco (Venezuela), n° 14, 1966, n° 27, 1967, n° 30, 1967, y n°
38, 1968. Sabindarra, n° 2, 1970, n° 5, VI-1970, n° 18, 1971, y n° 22, XI/XII-1971. Euzko Abertzale
Laguntza-Ayuda Patriótica Vasca, IV-1974. «Documento sin título sobre el FNV», s.fi, AN, PNV
036802.
35. Santiago de Pablo, Ludger Mees y José Antonio Rodríguez Ranz, op. cit, vol. II, p. 262-263. Peru
Ajuria y Koldo San Sebastián, El exilio vasco en Venezuela, Vitoria, Gobierno Vasco, 1992, p. 100-
101, 129 y 145-146. La cita de Matxari en AN, PNV 007506. Véase también Koldo San Sebastián, «
Prensa vasca en .América (I). Los medios de comunicación en Venezuela », Muga, n° 70, 1989.
36. Irrintzi, n° 4, 1958, y n° 13, 1960. Euzko Gaztedi, I/II-1958. Gudari, n° 7,1-1962.
37. Irrintzi, n° 4, 1958, y n° 7, 1959.
38. Gurutz Jáuregui, op. cit. 1985, p. 120. Irrintzi, n° 13, 1960. La documentación sobre el proceso
de
expulsión de Matxari en AN, PNV 007506. «Manifiesto de Caracas», X-1960, y «Carta de Martín
Ugalde a Jesús Solaun», 1960, AN, PNV 007506. Cartas entre Jesús de Solaun y Martín de Ugalde,
25-IV-1963, 7-V-1963, y 17-V-1963, AN, PNV 007506. «JEL. Euzko Alderdi Jeltzalia. Carta circular».
39. n° 1, 1963, AN, PNV 007506. Más información sobre el «Manifiesto de Caracas» y el papel de
José
Estomes en José Félix Azurmendi, PNV-ETA. Crónica oculta (1960-1979), San Sebastián, Ttartalo,
2012, p. 28-30.
40. Una breve reseña biográfica de Jacinto Suárez en Angel Martínez Salazar y Koldo San
Sebastián, Los
vascos en México. Estudio biográfico, histórico y bibliográfico, Vitoria, Gobierno vasco, 1992, p.
368.
Para Antonio Ruiz, director de Euzko Deya, se trataba de «un tipo despreciable. Cuanto Eli
Gallastegui
residió aquí, parece tuvo contacto con él. Desde luego creo que fue abertzale desde joven en
Bilbao. A
este le envía “Machari” desde Caracas, algún dinero para aquí editar una hoja clandestina».
«Carta de
Antonio Ruiz de Azua a Manuel Irujo», 3-X-1962 (http://www.euskomedia.org/fondo/2046).
41. Frente Nacional Vasco, n° 9, 1965, y n° 26, 1967. «Documento sin título sobre el FNV», s.fi, AN,
PNV
036802. Sabindarra, n° 22, XI/XII-1971, y n° 37, 1973.
42. Euzko Gaztedi, 11-1959. Irrintzi, n° 15, 1961. Tximistak, 1-1961, VII-1961, y 28-XI-1963.
Euzkadi
Azkatuta, 1964, y n° 87, 1-1965. Frente Nacional Vasco, n° 3, 1964, n° 9, 1965, n° 13, 1965, n° 14,
1966, y n° 28, 1967. Sabindarra, n° 15, 1971. Irujo mantenía que «frente a la solidaridad
democrática
que predica y practica el PNV, el FN es separatista, insolidario, integrista de Sabino, puro-
purísimo,
inmaculado, escandalizado de las impurezas a las que los actuales gestores han conducido al
Partido que
Sabino fundó». Cit. en José Félix Azurmendi, op. cit., p. 45.

Bulletin d’Histoire Contemporaine de l’Espagne, 51 | 2017


275

43. Manuel Fernández Etxeberria, op. cit., p. 224 y 228. Irrintzi, n° 15, 1961. Sabindarra, n° 3,
IV-1970,
n° 5, VI-1970, n° 17, VI-1971, y n° 18, 1971. Euzkadi Azkatuta, s.f., y n° 66, IV-1963.
44. Manuel Fernández Etxeberria, op. cit., p. 101-102. Irrintzi, n° 8, 1959. «JEL. Euzko Alderdi
Jeltzalia.
Carta circular», n° 1, 1963, AN, PNV 0075 06. Euzkadi Azkatuta, s.f., 1958, n° 66, IV-1963, y n° 87,
1-1965. La disyuntiva «patriotas o traidores» ya aparecía en Zutik (Caracas), n° 4, 1960. El difunto
Aguirre era calificado como «antiguo abertzale y luego recalcitrante político profesional»
caracterizado
por ser «tergiversados, «traidor» y «españolizante» («Manifiesto informe del Frente Nacional
Vasco
(Euzko Aberri Alkartasuna) Delegación de Venezuela», 1966). Leizaola era considerado un
«tristemente
famoso traidor vasco» {Frente Nacional Vasco, n° 5,1-1965) y, cinco años después, un «agente
español
del Estatuto», cuya visita a Venezuela respondía al objetivo de «sembrar la discordia entre los
vascos»
(Sabindarra, n° 11, XII-1970). A Monzón se le acusaba de haberse «entregado» a las derechas
españolas
(Irrintzi, n° 12, 1960). Euzkadi Azkatuta, s.f., ironizaba: «en la reunión celebrada en San Sebastián
por
el Partido Monárquico Vascongado Autónomo, ha sido nombrado presidente honorario el Sr.
Telesforo
Monzón».
45. Manuel Fernández Etxeberria, op. cit., p. 101-102 y 115-116. Irríntzi, n° 11, 1960, y n° 14, 1961.
Euzkadi Azkatuta, s.f., 1958, y n° 66, IV-1963. Tximistak, 1-1966. Frente Nacional Vasco, n° 9, 1965,
n° 15, 1966, y n° 16. 1966. Sabindarra, n° 8, IX-1970, n° 11, XII-1970, y n° 18, 1971.
46. Manuel Fernández Etxeberria, op. cit., p. 101-102 y 115-116. Irrintzi, n° 11, 1960, y n° 14, 1961.
Euzkadi Azkatuta, s.f., 1958, y n° 66, IV-1963. Tximistak, 1-1966. Frente Nacional Vasco, n° 9, 1965,

15, 1966, y ii° 16, 1966. Sabindarra, n° 8, IX-1970,n° 11, XII-1970, y n° 18, 1971.
47. Euzkadi Azkatuta, 1958, y n° 66, IV-1963. Irrintzi, n° 13, 1960. Euzko Gaztedi, VI-1966.
Sabindarra, n°
11, XII-1970. «Manifiesto de Caracas», X-1960, AN, PNV 007506.
48. Gaizka Fernández Solde villa, op. cit., 2014a. Euzkadi Azkatuta, s.f. y 1964. Frente Nacional
Vasco,
n° 2, 1964, n° 7, 1964, y n° 9, 1965. Sabindarra, n° 3, IV-1970, y n° 34, III-1973. Manuel Fernández
Etxeberria, op. cit., p. 87 y 100.
49. Tximistak, VI-1961. III-1962, VIII-1963, 28-XM963, y VI-1966. Euzkadi Azkatuta, s.f., n°
15,1-1959,
y n° 30, IV-1960. Frente Nacional Vasco, n° 1, 1960. Euzko Gaztedi, VI-1966, y V/VI-1966.
«Manifiesto
informe del Frente Nacional Vasco (Euzko Aberri Alkartasuna) Delegación de Venezuela», 1966.
La
cita de Itarko en Gudari, n° 7,1-1962.
50. José Luis Álvarez Enparantza, Euskal Herria en el horizonte, Tafalla, Txalaparta, 1997, p. 177.
Gurutz
Jáuregui, op. cit., 1985, p. 460. Gaizka Fernández Soldevilla y Raúl López Romo, op. cit. Gaizka
Fernández Soldevilla, «El simple arte de matar. Orígenes de la violencia terrorista en el País

Bulletin d’Histoire Contemporaine de l’Espagne, 51 | 2017


276

Vasco»,
Historia y Política, n° 32, 2014b, p. 271-298.
51. Gaizka Fernández Soldevilla, Héroes, heterodoxos y traidores. Historia de Euskadiko Ezkerra
(1974-
1994), Madrid, Tecnos, 2013a, p. 50-52. Gaizka Fernández Soldevilla, op. cit., 2014a, p. 255-258. El
testimonio de Madariaga en Punto y Hora, 18 al 14-VIII-1977. El de Benito y Aguirre en Muga, n°
3,
11-1980.
52. El Manifiesto de ETA en Santiago de Pablo, Ludger Mees y José Antonio Rodríguez Ranz, op.
cit, vol.
II, p. 235.
53. Gurutz Jáuregui, op. cit., 1985, p. 75-83. Gaizka Fernández Soldevilla y Raúl López Romo, op.
cit. La
cita de Krutwig en Muga, n° 2, IX-1979.
54. Antoni Batista, Madariaga. De las armas a la palabra, Barcelona, RBA, 2008, p. 67. José Luis
Álvarez
Enparantza, op. cit., p. 168 y 170. José Luis Unzueta, Los nietos de la ira. Nacionalismo y violencia
en el País Vasco, Madrid, El País Aguilar, 1988, p. 59. Cameron J. Watson, Basque Nationalism and
Political Violence: The Ideological and Intellectual Origins of ETA, Reno, Universidad de Nevada,
2007, p. 223. Punto y Hora de Euskal Herria, n° 49, 18 al 14-VIII-1977. «Carta de Txillardegi a
Manuel Irujo», 23-VII-1971, AN, PNV 009002. Zutik (Caracas), n° 8, 1960. Otro ejemplo del respeto
que la nueva generación sentía hacia sus mayores fue la reseña que Txillardegi escribió de
Vasconia
en Zutik, n° 16, 1963. El texto era favorable a la obra, pero contenía algunos reproches. Uno de
ellos
era que Krutwig había criticado con demasiada dureza la actuación del PNV durante la II
República
y la Guerra Civil. Como desagravio, Álvarez Enparantza proclamaba «aquí, pública y
sinceramente,
y no es la primera vez, mi respeto y mi reconocimiento a los hombres que encamaron la voluntad
de
Euzkadi en aquellos dificilísimos momentos». «No se puede poner en duda el mérito enorme del
Partido
Nacionalista Vasco en aquellos años». Para concluir, Txillardegi brindaba «el homenaje sincero
de
admiración a aquella generación de héroes. En esto “Vasconia” es injusto, y no dialéctico».
55. José Luis Álvarez Enparantza, op. cit., p. 172 y 175. José Antonio Etxebarrieta, op. cit, p. 142.
Gurutz
Jáuregui, op. cit, 1985, p. 123. José María Lorenzo, op. cit, 1992, p. 265-266. Eduardo Renobales, op.
cit., p. 174. José María Lorenzo, « Emon argia », en José Antonio Etxebarrieta, op. cit, p. 21. Muga,
n° 1, VI-1979, n° 2, LX-1979 y n° 3,11-1980, y Punto y Hora de Euskal Herria, n° 134, 27-VII-1979,

150, 8 al 15-XI-1979, y n° 151, 15 al 22-XI-1979. Txillardegi sí conoció a Eguileor, quien le pareció
«muy viejo». «Solo mucho más tarde me he dado cuenta de que aquel Manu Egileor, seguidor de
Eli
Gallastegi, había pertenecido a Jagi-Jagi». Se seguía equivocando en este último dato, pues no fue
así.
De cualquier manera, «cuando en 1971 estaba con Monzón en Salles d’Armagnac, conocí a Manu
Sota,
ya sólo supe muchos años más tarde que él también había sido de Jagi-Jagi». «A Eguileor»,

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277

recordaban
sus hijas, «le visitaron algunos de los fundadores de ETA: no estaba de acuerdo con ellos. Fue
contrario
a ETA por la violencia» («Entrevista a Teresa y Karmele Eguileor», Bilbao, 27-III-2006, realizada y
cedida por José Luis de la Granja).
56. «Carta de Txillardegi a un miembro de ETA de Caracas», 10-IV-1964, AN, PNV 036802. Email
de
Eduardo Uri arte al autor, 20-IV-2014.
57. «Carta abierta a Manuel de Iruxo», 1961, AN, 032204. Muga, n° 4, III-1980. El testimonio de
Eneko
Irigarai en Pilar Iparragirre, Félix Likiniano. Miliciano de la utopía, Tafalla, Txalaparta, 1994, p.
83. El de Txillardegi en Eugenio Ibarzabal (ed.), 50 años de nacionalismo vasco 1928-1978 (a través
de sus
protagonistas), San Sebastián, Ediciones Vascas, 1978, p. 371. José Luis de la Granja,
«Mendigoizale», en Enciclopedia Auñamendi (http : //www. euskomedia. orgIaunamendi/78073).
58. José Luis Álvarez Enparantza, op. cit, p. 207. Amaia Eregaña, Marc Légasse. Un rebelde burlón,
Tafalla, Txalaparta, 1997, p. 116-117. Federico Krutwig, op. cit., 2006. Federico Krutwig, Años de
peregrinación y lucha, Tafalla, Txalaparta, 2014, p. 26-27 y 68-69. Federico Krutwig, La cuestión
vasca. ETA Askatasuna ala hil, s.l. s.e., 1965, sin paginación. Henrike Knörr, «Federico Krutwig
ya en el recuerdo», El País, 17-XI-1998. Francisco Letamendia, op. cit, p. 282. Gaizka Fernández
Soldevilla y Raúl López Romo, op. cit., p. 55-57 y 264-266. Gaizka Fernández Soldevilla, op. cit.,
2013a, p. 53-54 y 57. Muga, n° 2, IX-1979. Zutik, n° 16, 1963, y n° 19, 1964. Alderdi, n° 203, III-1964.
59. José Antonio Etxebarrieta, op. cit., p. 92. Iker Gallastegi Miñaur, «El año en Donibane», en José
Antonio Etxebarrieta, op. cit. p. 31-35. José María Garmendia, «ETA: nacimiento, desarrollo y
crisis
(1959-1978)», en Antonio Elorza (coord.), op. cit, p. 102-103. Equipo Hordago, Documentos Y,
San Sebastián, Hordago, 1979-1981, voi. VII, p. 77. Federico Krutwig, op. cit, 2014, p. 29 y 73-89.
Emilio López Adán, op. cit., p. 91. José María Lorenzo, Txabi Etxebarrieta. Armado de palabra y
obra.
Tafalla, Txalaparta, 1993, p. 59-62. Gregorio Morán, Los españoles que dejaron de serlo. Cómo y
por
quéEuskadi se ha convertido en la gran herida histórica de España, Barcelona, Planeta, 2003 (Ia
ed.:
1982), p. 320-323. José Luis Unzueta, op. cit., 1988, p. 161-167. Muga, n° 2, IX-1979. Azkatuta, n° 2,
XL 1961. Euzkadi Azkatuta, IX-1961. Sabindarra, n° 22, XI/XII-1971. Las cartas entre José Antonio
Etxebarrieta y su amigo Jokin I., 13 y 22-III-1962, en AN, PNV 036802.
60. Eugenio Ibarzabal, op. cit., 1977a, p. 149. Federico Krutwig, op. cit., 2006, p. 609-618. José Luis
Unzueta, «Epílogo: Regreso a casa», en Antonio Elorza (coord.), op. cit., p. 445-446. Zutik
(Caracas),
II° 15, 1961, y n° 16, 1962. Gudari, n° 8, II/III-1962. Tximistak, III-1962. Euzkadi Azkatuta, s.f., y n°
53, IiI-1962. «Caita de José Antonio Etxebarrieta a JI», 13-III-1962. «Carta de Manuel Irujo a
Ignacio
Unceta», 7-XI-1961, en AN, PNV 009002.
61. Los artículos de Irujo en Alderdi, n° 180-181, 1962, y n° 182, V-1962, y EuzkoDeya, n° 265,
VII-1962.
Itarko publicó otro texto en la misma línea en Euzko Deya, n° 266, VIII-1962. Gallastegui creía que
otro
artículo de este mismo autor, publicado en Gudari, n° 7,1-1962, contenía un ataque personal
contra él,
pero aquella acusación parece fruto de su por entonces exacerbada susceptibilidad. Las decenas

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278

de cartas
entre Eli Gallastegui y Manuel Irujo en AN, PNV 009002, http://www.euskomedia.org/PDFFondo/
iruj0/2445.pdf, http ://www.euskomedia.org/fondo/2046 y http://www.euskomedia.org/fondo/
26351.
En enero de 1974 Irujo escribió por última vez a su antiguo amigo. «Un incidente desagradable
nos
alejó. Déjame que te pida perdón en lo que falté y te ruegue seas generoso conmigo y volvamos a
las relaciones de amistad que antes tuvimos». «Afortunadamente, pues le hubiese causado un
nuevo
disgusto, ha llegado demasiado tarde», le contestaron los hijos de Eli Gallastegui devolviéndole su
carta. Gudari ya había fallecido.
62. «Euzko Abertzale Laguntza», X-1958, AN, PNV 008706. Punto y Hora de Euskal Herria, n° 68,
29-
XII-1977 al 4-1-1978. José María Lorenzo, «Trifón Etxebarría “Etarte”. Una biografía nacionalista»,
en Iñigo Urkullu (coord.). Cien años de nacionalismo vasco: de la clandestinidad al autogobierno,
Bilbao, Fundación Sabino Arana, 1998, p. 142 y 144. De sus escritos se desprende que fitarfó
también
tuvo cierto papel en la creación de Anai Artea (Entre Hermanos) en 1969, asociación fundada por
Telesforo Monzón y el sacerdote Piarres Larzabal para dar cobijo a los etarras refugiados en el
País
Vasco francés (Sin título, 1977, ATEE).
63. Euzko Abertzale Laguntza-Ayuda Patriótica Vasca, VII-1972. Los datos sobre las delegaciones
de APV
en José María Lorenzo y Eduardo Renobales, Trifón Etxebarría «Etarte». Biografía de un
abertzale,
<https://borrokagaraia.files.wordpress.com/2013/02/etarte-jmle.pdf>.
64. Euzko Abertzale Laguntza-Ayuda Patriótica Vasca, IV-1974. Lo cual, añadía el texto, «no
impedía
su posición inquebrantable de retiro voluntario, que siempre fue respetada e interpretada por sus
correligionarios».
65. Jon Juaristi, «Fanatismos», Abc, 14-VI-2009, y «Breve historia de una saga sabinista. Cuando la
estupidez precede al crimen», Papeles de Ermua, n° 4, XII-2002. Las declaraciones de Gatari en El
País, 23-VI-2009. Véase también Lander Gallastegi, «Réplica a Jon Juaristi», Gara, 25-VIII-2002.
Sobre otras sagas de etarras véase Florencio Domínguez, «Terrorismo en familia», El Correo, 20-
IV-
2009.
66. Irrintzi, n° 8, 1959. Tximistak, 1-1961, III-1962. Euzkadi Azkatuta, n° 30, IV-1960, y IX-1961.
Zutik
(Caracas), n° 4, 1960.
67. Peru Ajuria y Koldo San Sebastián, op. cit, p. 101-102 y 146-147. Florencio Domínguez, ETA:
Estrategia organizativa y actuaciones, 1978-1992, Bilbao, UPV-EHU, 1998, p. 122. Equipo Hordago,
op. cit., vol. I, p. 432. Gregorio Morán, op. cit., p. 33. Zutik (Caracas), n° 1, 1960, n° 4, 1960, n° 10,
1961, n° 11, 1961, n° 48, X-1964, n° 49, XI-1964 y n° 58, EXX-1965. Memoria del Gobierno Civil de
Guipúzcoa de 1961, 1962, AHPG (Archivo Histórico Provincial de Guipúzcoa), Caja 3673/0/1.
Frente
Nacional Vasco, n° 1, 1960, y n° 2, 1964. Euzkadi Azkatuta, IX-1961, n° 81, VII-1964, y n° 87,1-1965.
Boletín del Consejo de Contribución a la Resistencia Vasca, n° 7, 1965.
68. Iñaki Egaña Sevilla, op. cit., 1999, p. 131-133. John Sullivan, El nacionalismo vasco radical,
1959-
1986, Madrid, Alianza, 1988, p. 57. «Manifiesto de ETA al Pueblo Vasco», 1-1-1964, en Equipo

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Hordago, op. cit., voi. III, p. 195. Zutik, n° 22, 1964, n° 26, 1964 y n° 27, 1965. Zutik (Caracas), n° 48,
X-1964. Frente Nacional Vasco, n° 2, 1964. Euzkadi Azkatuta, n° 81, VII-1964, y n° 87,1-1965.
Boletín
del Consejo de Contribución a la Resistencia Vasca, n° 4, 1965, n° 7, 1965, y n° 10, 1965.
Sabindarra, n°
22, XI/XII-1971. En 1965 ETA reconocía que «hoy nos llegan cantidades más importantes que
nunca»
(Zutik, n° 32, 1965). A pesar de lo cual la organización siguió sufriendo un crónico déficit
financiero,
lo que llevó a su Comité Ejecutivo a ensayar un fallido atraco en Vergara, tras el que fue detenido
su
máximo dirigente, José Luis Zalbide. Los etarras no consiguieron realizar con éxito una «requisa»
hasta
1967.
69. Frente Nacional Vasco, n° 2, 1964, n° 7, 1965, n° 13, 1965, n° 21, 1966, y n° 38, 1968. Tximistak,
1-1964,
V-1964, VII-1964, 1-1966, VI-1966, IV-1966, y VII-1966. Euzkadi Azkatuta, 1961, n° 75, 1-1964, y n°
76,11-1964. Manuel Fernández Etxeberria, op. cit., p. 101 y 105.
70. Tximistak, I-1966, Sabindarra, n°2, 1970, n°5, VI-1970, n°13, 11-1971, n°19, VIII-1971 y n°22,
XI/XII-
1971. Zutik, n° 53, IX-1971. También Manuel Irujo percibía las similitudes entre los
ultranacionalistas
del exilio americano y la nueva generación. Según este dirigente del PNV, «ETA es, en su
programa,
como el FN, pero con la diferencia de que es aconfesional, escribe en anticlerical y se propone
lograr
sus finalidades por la violencia como norma». En su opinión, la diferencia esencial entre ambos
grupos
radicaba en que el Frente era de «extrema derecha» y ETA de «extrema izquierda». Cit. en José
Félix
Azurmendi, op. cit., p. 45.
71. Frente Nacional Vasco, n° 40, 1968, y n° 41, 1968.
72. Sabindarra, n° 2, 1970, n° 3, IV-1970, n° 7, VIII-1970, n° 8, IX-1970, n° 11, 1970, n° 12,1-1971, n°
13,
11-1971, n° 17, VI-1971, n° 23,1-1972, n° 24, 11-1972, n° 25, 1972, n° 27, VI-1972, n° 29, VIII-1972, y
n° 31,11-1973.
73. Sabindarra, n° 22, XI/XII-1971. En el Irrintzi, n° 5, 1958, se reproduce una carta de unos
militantes
donostiarras de EGI en la que se podía leer la «alegría» que les había producido la lectura de la
revista.
«Nos parecen muy acertadas sus tendencias. Es preciso hablar duro en estos tiempos en que los
abertzales, la mayoría por lo menos, están sumidos en un profundo sueño». Dada la fecha (17-
IX-1958)
es imposible saber a cuál de las dos facciones en las que por entonces estaba dividida EGI
pertenecían los
remitentes, si a los que poco después formaron ETA o a los que continuaron como juventudes del
PNV.
74. Peru Ajuria y Koldo San Sebastián, op. cit., p. 101. Gaizka Fernández Soldevilla y Raúl López
Romo,
op. cit., p. 97-116. José María Garmendia, Historia de ETA, San Sebastián, Haranburu, 1996 (Ia ed.:

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1979-1980), p. 328. Gurutz Jáuregui, op. cit., 1985, p. 120, 273-279 y 288-289. Eduardo Renobales,
op. cit., p. 157. Zutik (Caracas), n° 47, IX-1964. Zutik, n° 44,1-1967. Zutik (ETA VI), n° 53, IX-1971.
«Informe de la reunión tenida lugar en Biarritz», 27-III-1971, AN, PNV 008201.
75. Gaizka Fernández Soldevilla y Raúl López Romo, op. cit., p. 299-300. Gaizka Fernández
Soldevilla,
«El precio de pasarse al enemigo. ETA, el nacionalismo vasco radical y la figura del traidor»,
Cuadernos
de Historia Contemporánea, n° 35, 2013b, p. 89-110. Frente Nacionalista Vasco, n° 13, 1965, n° 14,
1966, n° 20, 1966, n° 27, 1967, n° 31, 1967, y n° 37, 1968. Sabindarra, n° 2, 1970, n° 4, V-1970, n° 5,
VI-1970, n° 7, VIII-1970, n° 8, IX-1970, n° 17, VI-1971, n° 19, VIII-1971, y n° 22, XI/XII-1971. Zutik
(Caracas), n°58, IX/X-1965.
76. Sabindarra, n° 37, 1973, y n° 40, 1974. Egin, 21-IV-1979. El País, 15-XI-1980. Iritzi, n° 1, X-1979.
Florencio Domínguez, op. cit., 1998, p. 123. Florencio Domínguez, Las conexiones de ETA en
América,
RBA, Barcelona, 2010.
77. Punto y Hora de Euskal Herria, 22 al 28-EX-1977. Egin, 4-X-1977, y 5-X-1978.
78. «Nación e independencia», 25-X-1977, y «Al pueblo vasco», 25-XI-1978, BBL (Biblioteca de los
Benedictinos de Lazcano). «Aberri-Eguna 1976», 1976, «Menpetasuna. Azkatasuna», 21-VII-1976,
«Al pueblo vasco», VI-1977, «De independencia a autonomía», 21-VII-1977, «Aberri-Eguna 1882-
1932-1977», 1977, «Azkatasuna. Independencia», 26-1-1978, «Aberri-Eguna 1978», 1978, ATEE.
Garaia, 6 al 13-1-1977. Punto y Hora de Euskal Herria, 9 al 15-III, 3 al 11-V y 22 al 28-IX-1977, 21
al 28-VI, 13 al 20-IX y 18 al 25-X-1979. Trifón Echebarria conservó numerosos borradores, cartas
al
director y artículos en su archivo personal.
79. Punto y Hora de Euskal Herria, 22 al 28-IX-1977. Muga, n° 4, III-1980. «Carta de Kerman Ortiz
de
Zarate a Trifón Echebarria», 22-IX-1977, ATEE.
80. En una carta en la que le reprochaba al presidente del PNV vizcaíno su asistencia al funeral de
una
víctima del terrorismo, confesó: «no me da vergüenza decir que ni soy de ETA ni valgo para
matar una
mosca. Si lo fuera, lo diría igual. Simplemente soy un patriota sabiniano» («Carta de Trifón
Ecebarria a
Antón Ormaza», 22-X-1977, ATEE).
81. José María Lorenzo, op. cit., 1992, p. 49-68, «15 de julio de 1998: El día que murió “Egin”»,
Gara,
15-VII-2008, « Gudari: 120 años, tres generaciones », Gara, 3-V-2012, y « La muerte de un patriota
»,
Gara, 13-VII-2014.

RESÚMENES
Este artículo analiza la historia del nacionalismo vasco radical desde el ocaso de la Restauración
hasta los años setenta del siglo XX, identificando las rupturas y continuidades que se
experimentaron en su seno. El objetivo del trabajo es dilucidar si hubo o no un hilo entre el

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movimiento ultranacionalista anterior a la Guerra Civil, el de Aberri y Jagi-Jagi, y el de la nueva


generación abertzale aparecida durante la dictadura de Franco, encamada por ETA.

Cet article analyse l’histoire du nationalisme basque radical depuis le déclin de la Monarchie de la
Restauration jusqu’aux années 1970. Il identifie ses ruptures et ses continuités. Le but de ce
travail est déterminer s’il y a eu un fil entre le mouvement ultranationaliste avant la Guerre
d’Espagne, celui d’Aberri et Jagi-Jagi, et la nouvelle génération nationaliste apparue pendant la
dictature de Franco et représentée par ETA.

This article discusses the history of Basque radical nationalism from the 1920s to the 1970s, and
identifies its ruptures and continuities. The aim of this work is to determine whether there was a
thread between the Basque ultranationalist movement before the Spanish Civil War and the new
nationalist generation which appeared during Franco’s dictatorship and was embodied by ETA.

ÍNDICE
Mots-clés: ETA, nationalisme basque radical, Jagi-Jagi, Frente Nacional Vasco, Gallastegui (Eli)
Keywords: ETA, Basque radical nationalism, Jagi-Jagi, Frente Nacional Vasco, Gallastegui (Eli)
Palabras claves: ETA, nacionalismo vasco radical, Jagi-Jagi, Frente Nacional Vasco, Gallastegui
(Eli)

AUTOR
GAIZKA FERNÁNDEZ SOLDEVILLA
Mario Onaindia Fundazioa

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Thèses
Tesis

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Mariano Luis de Urquijo


(1769-1817). Biografía política en
claroscuro de un personaje y una
época
Aleix Romero Peña

NOTA DEL EDITOR


Tesis doctoral defendida el 24 de enero de 2013 en el Departamento de Ciencias
Humanas de la Universidad de La Rioja. Directores: Carlos Navajas Zubeldia (Univ. de La
Rioja) y Bernat Muniesa Brito (Univ. de Barcelona). Presidente: Juan Sisinio Pérez
Garzón (Univ. de Castilla-La Mancha). Secretario: Gonzalo Butrón Prida (Univ. de
Cádiz). Vocales: Joseba Agirreazkuenaga (Univ. del País Vasco), Juan Pro (Univ.
Autónoma de Madrid) y Pedro Rújula (Univ. de Zaragoza).

1 La presente tesis doctoral es una biografía política de Mariano Luis de Urquijo, uno de
los personajes más relevantes de la crisis del Antiguo Régimen en España. Debido a la
época de cambios que le tocó vivir, una de las ideas conductoras del texto es el carácter
morboso del personaje, partiendo de la noción gramsciana del término aplicada a los
fenómenos que se producen en las épocas de transición, donde lo viejo está muriendo
sin que termine de nacer lo nuevo. En este sentido, Urquijo, conocido por su carácter
ilustrado, no cuestionó, como burócrata que fue, los fundamentos últimos del poder, lo
que tendría grandes repercusiones en la aplicación de las innovaciones que él
representaba.
2 La investigación parte de una constatación obvia: Mariano Luis de Urquijo es uno de los
malditos de la historia contemporánea española. Su adscripción al denostado siglo
XVIII y su «afrancesamiento» -es decir, el firme y decidido apoyo que prestó al Rey
Intruso José Bonaparte- le convierten en todo un heterodoxo, condicionando
notablemente el tratamiento dispensado al personaje. En el repaso bibliográfico se hace

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un acopio de los estereotipos, prejuicios y anacronismos que se han asociado a Urquijo,


los cuales, de forma más o menos velada, llegan hasta nuestros días. Dada la situación,
se hacía perentorio recurrir a nuevas fuentes primarias que arrojasen más luz sobre
aquellas facetas que yacían sepultadas bajo una carga de argumentos sin fundamentar y
juicios de valor.
3 La Biblioteca Nacional custodia un fondo hasta entonces inédito, Papeles varios,
compuesto por la documentación recopilada por Urquijo durante toda su vida que
portaría consigo al partir al exilio francés. Aparte de diversos títulos de nombramientos
y algunas cartas -destacando una dirigida a Godoy, un hallazgo singular por cuanto el
mismo Urquijo denunció que su antiguo amigo y protector había destruido la
correspondencia cruzada con él-, aparecen unas memorias manuscritas sobre su etapa
al frente de la Secretaría de Estado tituladas Apuntes para la memoria sobre mi vida
política, persecuciones y trabajos padecidos en ella.
4 En el Archivo Histórico Nacional se encuentra gran parte de la documentación oficial
sobre su trayectoria política y burocrática, distinguiéndose especialmente la
correspondencia mantenida con distintas embajadas y los papeles del proceso del motín
de la Zamacolada. El Archivo General de Palacio alberga parte del fondo conocido como
Papeles reservados de Fernando VII, que reúne documentos incautados a la
administración josefina, resultando particularmente relevantes las actas de los consejos
privados de José I. En el Archivo del Congreso de los Diputados, en cambio, se guarda el
valioso tomo que recopila los papeles sobre los Antecedentes y consecuencias del
fallecimiento del papa Pío VI.
5 En cuanto a fuentes impresas, los historiadores han manejado el Elogio funerario de D.
Mariano Luis de Urquijo, ministro secretario de Estado de España, escrito
supuestamente por un pariente suyo, Antonio de Beraza, y aparecido en París a los tres
años de su muerte. Conviene tener en cuenta que no se trata de una biografía al uso,
sino de una apología que canta las virtudes de Urquijo con una evidente finalidad
política: hacer frente a las acusaciones que desde la España fernandina se vertían
contra los llamados «afrancesados». No obstante, contiene algunas referencias directas
del personaje que resultan de interés.
6 Para acabar este apartado, quiero destacar la labor de identificación de los artículos
escritos por Urquijo en la Gazeta de Madrid josefina, fundándome para ello en las
informaciones ofrecidas por el embajador francés La Forest. Así es como he podido
recuperar una dimensión completamente olvidada del personaje y rescatar sus críticas
hacia la Monarquía borbónica y sus instituciones.
7 La construcción de una biografía política implica el dibujo de la estructura de redes que
determinan al individuo. La prosopografía, o análisis del background social mediante el
estudio colectivo de una serie de vidas, tiene un enorme valor como herramienta para
conocer el papel institucional desempeñado por Urquijo. Pese a ello, no puede obviarse
el hecho de que todo individuo posee una innata capacidad de resistencia frente a su
contexto, por lo que cada biografía encierra, como señala Isabel Burdiel, una
transgresión. Este último aspecto adquiere una significación excepcional en el decisivo
año de 1808, momento en que viejas lealtades y fidelidades saltan por los aires dejando
a los contemporáneos en la complicada tesitura de tener que tomar partido.
8 La biografía política de Mariano Luis de Urquijo es un buen reflejo de esta tensión.
Nacido en el seno de una familia vinculada al aparato administrativo del Señorío de
Vizcaya, Urquijo recibió una educación esmerada y siendo todavía muy joven entró a

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estudiar en la Universidad de Salamanca. Desgraciadamente, a los pocos años Urquijo


tuvo que marchar apresuradamente a Madrid a causa de su maltrecha economía
doméstica, poniendo punto y final a sus aspiraciones académicas. Entonces tomó una
determinación sorprendente: sacar a imprenta la traducción de una obra teatral de
Voltaire con un discurso sobre la necesidad de la reforma del teatro español. Se trataba
de un gesto suicida, pues encerraba un triple desafío. Con los dramaturgos madrileños,
porque era una defensa apasionada del neoclasicismo. Con la Inquisición, porque
implicaba publicar a un autor que figuraba en el Índice de libros prohibidos,
estampando además en la portada su nombre. Con la Monarquía, finalmente, porque
suponía tratar temas tan políticamente delicados como el del tiranicidio en un año,
1791, que vio cómo se arreciaban los vientos revolucionarios en la vecina Francia.
Urquijo, sin embargo, consiguió salir sano y salvo del trance por la protección de la
poderosa influencia de la minoría ilustrada, que le consideraba uno más. Por si fuera
poco, este episodio le permitió acceder a la Secretaría de Estado como oficial noveno al
año siguiente.
9 La ascendente carrera de Urquijo en dicho organismo constituye una buena muestra del
funcionamiento de las redes clientelares y de patronazgo de la época, que tenían en
Manuel Godoy a uno de sus puntales. Pero nuestro personaje no era un burócrata
cualquiera, sino un funcionario ilustrado que ansiaba una regeneración radical. Se
presupone que colaboraría con las intrigas de los ministros Gaspar Melchor de
Jovellanos y Francisco de Saavedra, que minaron el ascendiente del político extremeño.
No obstante, cuando Saavedra enfermó, Urquijo cometió nuevamente otra
transgresión, postulándose para sucederle en la Secretaría de Estado mientras reponía
su salud.
10 Los dos años y pocos meses que duró su habilitación, y posterior interinidad, han sido
elogiados como los más ilustrados del XVIII español. Destacó especialmente por
culminar la obra regalista el mal llamado «cisma de Urquijo», que implicó enajenarle al
papa la facultad de otorgar dispensas matrimoniales. El fomento de la ciencia y de la
cultura, la protección del patrimonio, la introducción de inventos como el telégrafo o la
contención de los abusos de celo inquisitorial fueron otras reformas positivas que no
impedirían su destitución a finales de 1800, a causa de la creciente oposición interna y
externa.
11 Hasta la crisis institucional de 1808 Urquijo vivió desterrado y confinado. Fue entonces
cuando Napoleón le llamó a Bayona para que contribuyera en el gobierno josefino.
Nuestro personaje, que se consideraba injuriado por los Borbones, aceptó la propuesta
pese a haber advertido con anterioridad de los riesgos que entrañaban los planes
napoleónicos con respecto a España. Los cinco años en que se mantuvo José I en el
trono resultaron el postrer intento de instaurar un gobierno ilustrado, durante los
cuales Urquijo apoyó las posturas más radicales: la supresión de las órdenes regulares,
la eliminación de las antiguas grandezas y títulos, la confiscación de los bienes de los
emigrados o la extinción de los antiguos consejos y juntas. Muchas de las medidas,
empero, tuvieron un sentido más propagandístico que efectivo.
12 La vida de Urquijo, culminada prematuramente a los tres años de exilio, fue un
compendio de varios perfiles. Político, funcionario, escritor, emigrado..., la biografía de
Urquijo es en claroscuro por presentar vertientes hasta ahora ignotas y porque las más
conocidas presentan algunas sombras. Como innovador, su trayectoria se ajusta
perfectamente a la definición que Franco Venturi diera sobre la Ilustración española,

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entendiéndola como una cosa propia de los funcionarios. Urquijo trabajó tanto para
monarquías absolutistas como constitucionales, adaptándose a las circunstancias. No
son extrañas las paradojas en su biografía, con contradicciones tan llamativas como que
un traductor de Voltaire persiguiera desde la Secretaría de Estado la primera impresión
de una versión en castellano de El contrato social, de Rousseau. Se trata, por tanto, de
una biografía, característica de unos tiempos de crisis.
13 La tesis está realizada en la modalidad de compendio por publicaciones, recogiéndose
en los apéndices cuatro artículos: «Mariano Luis de Urquijo, testigo y protagonista
involuntario del motín de la Zamacolada (1804)» -aparecido en Brocar. Cuadernos de
investigación histórica, n° 33-; «Mariano Luis de Urquijo. Biografía de un ilustrado» -
recogido en Sancho el Sabio: revista de investigación y cultura vascas, n° 34-; «Our
brave sans-culotte. Mariano Luis de Urquijo según los escritos de Blanco White y Lord
Holland» -publicado en Cuadernos de Historia Moderna, n° 36-; y «Cuadro de grosería,
desunión y chismografía: conflictos y divisiones internas en la Secretaría de Estado
durante los últimos años del siglo XVIII» -Hispania nova, n° 10- Asimismo se recoge
también un quinto por la estrecha relación que ofrece su contenido con la tesis: «La
forja de un mito historiográfico: Mariano Luis de Urquijo, el Voltaire español» -Rúbrica
contemporánea, n° 1-.

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«¡A los pintores les ha dado por


mojar el pincel en lágrimas !»La
pauvreté au miroir des Salons
(Espagne, 1890-1910)
Stéphanie Demange

NOTE DE L’ÉDITEUR
Thèse en Études Romanes, Espagnol, soutenue le 22 novembre 2014 à l’université de
Paris IV devant un jury composé de Mmes et MM. les Professeurs Antonio Elorza
Domínguez (Univ. Complutense), Géraldine Galeote (Univ. Paris- Sorbonne Paris IV),
María de los Santos García Felguera (Univ. Pompeu Fabra), Dominique Kalifa (Univ.
Paris 1 Panthéon-Sorbonne), Javier Pérez Segura (Co-directeur, Univ. Complutense) et
Michel Ralle (Directeur, Univ. Paris-Sorbonne Paris IV).

1 Cette recherche porte sur un phénomène étonnamment peu étudié, celui de la


domination relativement sans partage à la fin du XIXe siècle d’une peinture de la
pauvreté dans les concours artistiques officiels espagnols. Pauvres et vagabonds,
migrants et chômeurs, mendiants et prostituées, ouvriers et paysans précaires sont les
figures de proue d’un nouveau répertoire pictural qui déclasse la peinture d’histoire et
remporte un succès institutionnel, public et critique considérable. La thèse fait
l’histoire de cette peinture académique de la détresse sociale, « peu ou prou cultivée
par tous les peintres du dernier tiers du XIXe siècle1 », légitime et couverte d’éloges en
son temps, et pourtant marginalisée dans les histoires de l’art espagnol
traditionnellement focalisées sur les mouvements d’avant-garde.
2 Elle entreprend pour cela de cerner les ressorts esthétiques, institutionnels,
médiatiques, sociaux et politiques d’un succès à plusieurs égards paradoxal, en aspirant
tour à tour à comprendre la marche triomphale d’une peinture réaliste dans un
environnement artistique encore idéaliste ; l’engouement des peintres comme du

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public pour une thématique (la pauvreté) a priori peu séduisante ; le succès et la
promotion d’un répertoire social dans les concours officiels d’un régime peu enclin à
considérer la misère comme un scandale, ou tout simplement comme une question
politique. Elle vise aussi à caractériser les manières de peindre la souffrance sociale et
plus encore, à analyser les regards portés sur ces toiles par les contemporains, dans la
mesure où la réception des œuvres offre un matériau de premier choix pour saisir
d’éventuelles variations dans les seuils de sensibilité à la misère et les paradigmes de
compréhension des situations de pauvreté dans la société espagnole du tournant de
siècle. La thèse situe ainsi son objet au carrefour de plusieurs histoires - l’histoire
esthétique et des courants artistiques, l’histoire sociale et institutionnelle de l’art,
l’histoire du goût, l’histoire des sensibilités et des représentations - qu’elle fait
dialoguer en diversifiant les sources de l’étude et en multipliant les approches.
3 Les modalités de conversion de l’académisme pictural espagnol au réalisme font l’objet
des deux premiers chapitres (« Origines et avènement du réalisme » ; « Un nouveau
chapitre des arts espagnols. Bouillons de culture »). La présentation détaillée du
système des Beaux-Arts, à travers l’analyse de la documentation administrative de
l’Académie Royale des Beaux-Arts de San Fernando (académie mère en charge de la
formation des peintres et de l’organisation des concours officiels) et de celle des
discours de réception de ses membres numéraires, fait apparaître un contexte d’accueil
hostile à tout renouveau esthétique. L’émergence d’une peinture réaliste dans les
Salons s’inscrit en effet en porte-à-faux avec l’enseignement imparti et les principaux
piliers la doctrine artistique officielle en vigueur dans l’Espagne de 1890 : l’idéalisme et
la hiérarchie des genres. À la faveur d’une enquête sur les origines et la gestation
progressive du réalisme dans les arts de la péninsule, mais aussi sur les échanges, les
circulations artistiques et les influences reçues d’autres arts, d’autres peintres et
d’autres pays, ces chapitres mettent en évidence le poids de l’exigence de
contemporanéité dans le champ artistique et montrent que l’Espagne rejoint, sur le
tard, un programme européen des arts, qui fait encore en 1900 la part belle aux petites
gens, tant dans la littérature que dans les arts plastiques.
4 Le chapitre 3 s’attache à élucider les mobiles du ralliement massif des artistes à la
peinture de thématique sociale, l’entrée par les courants et les circulations artistiques
ne suffisant pas à expliquer l’importance quantitative et la nature centripète du
phénomène (« Mécaniques d’une institutionnalisation. Regard sur les conditions de
production »). La quête d’un dénominateur commun conduit d’abord à explorer les
postures idéologiques, mais également les origines, les trajectoires sociales et la
sociabilité de ces artistes. L’absence cependant manifeste de profil type, qu’il soit
idéologique ou sociologique, réoriente rapidement l’enquête sur le terrain de
l’économie de l’art. L’analyse des systèmes existants de promotion des artistes et des
conditions matérielles d’exercice du métier de peintre fournit alors un pendant
structurel aux éclairages artistiques en mesure d’expliquer l’ampleur du phénomène
étudié. Il faut en effet rapporter cette peinture aux conditions sociales de sa production
pour identifier le profil dominant du peintre des détresses sociales (la règle, confirmée
par ses multiples exceptions) : un primo-exposant cherchant à triompher et suivant
pour ce faire les directives suggérées par les palmarès, à l’heure où les Salons espagnols
constituent, de par les défaillances du marché de l’art, l’unique tremplin dont disposent
les artistes pour lancer leur carrière. C’est aussi ce qui explique que la peinture des

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couches populaires n’occupe souvent qu’un temps ces jeunes artistes, qui seront
finalement peu nombreux à bâtir leur carrière sur ce répertoire de motifs.
5 Si la peinture de thématique sociale est un passage obligé, c’est parce que l’insistance
avec laquelle les jurés des concours récompensent ce répertoire contribue à le
pérenniser. Le chapitre 4 s’occupe de cette fabrique institutionnelle et médiatique
d’une forme esthétique. Il resserre, pour résoudre la question de l’omniprésence de ce
type d’œuvres dans les palmarès, le cadre d’analyse, afin de mettre en lumière les
pratiques et le rôle joué par d’autres acteurs de cette histoire, les jurés et les salonniers
(« Les coulisses des Salons. Promoteurs et formes de promotion de la peinture
d’actualité sociale »). La documentation administrative (les legs des Expositions
Nationales du Fonds Éducation et Culture de Y Archivo General de la Administración
d’Alcalá de Henares) et les comptes rendus des Salons publiés dans la presse de l’époque
y sont utilisés pour mener, à l’échelle des individus, une histoire interne du milieu qui
apporte plusieurs éléments de réponse. Ceux-ci tiennent d’une part aux dynamiques
extra-artistiques à l’œuvre dans le champ de l’art, étant donné que l’intrigue et le
favoritisme fonctionnent à plein régime dans cet environnement. Ils tiennent d’autre
part à la reconfiguration du champ artistique qui a lieu dans ces années, que deux
éléments caractérisent : le renouveau générationnel (les disciples passés maîtres
siègent désormais dans les jurys) et le poids sans précédents qu’acquièrent les
salonniers. Les écrits des critiques d’art contribuent largement à la fabrique des
réputations au gré desquelles évoluent les goûts et les modes ; or, leurs faveurs vont
aux représentations des démunis. Pour comprendre et expliquer ce penchant pour la
peinture de la détresse sociale, le chapitre 5 s’emploie à restituer la façon dont ces
tableaux ont été perçus et ressentis (« Le goût des larmes »). L’analyse des modalités de
réception de ces œuvres permet de redonner toute son importance à la dimension
récréative de cette peinture, car elle met en évidence un goût patent chez ces critiques
pour le mélodrame, élément fédérateur de cette peinture « tire- larmes » dont ces
pages offrent aussi une caractérisation esthétique. La thèse ancre enfin l’analyse de
cette peinture dans le contexte historique agité qui est le sien, celui d’une Espagne
sujette à d’importants bouleversements sociaux à l’heure où le pays, même timidement,
s’industrialise. La peinture exposée dans les Salons donne à voir ces transformations
sociales : elle montre le coût humain du développement économique avec ses
accidentés de la nouvelle machinerie industrielle, ses chômeurs, ses familles ouvrières
affamées, malades, expulsées de leur logis ; elle révèle aussi un envers politique, en
reflétant dans des scènes de grève l’émergence d’un prolétariat qui commence à se
mobiliser. Ce travail assume l’hypothèse selon laquelle cette peinture offre au public
des Salons, essentiellement madrilène et d’origine sociale aisée, des formes
d’objectivation de ces transformations sociales, permettant une meilleure lisibilité de
cette société espagnole en pleine mutation. Les chapitres 6 et 7 (« La pauvreté au miroir
des Salons » ; « Pobres, pero alegres : le besoin d’idéal ou la réalité recomposée »)
caractérisent ainsi l’apport de cette peinture aux représentations que le siècle produit
sur la pauvreté et la « question sociale », à travers un travail inédit d’analyse conjointe
des œuvres et de leur réception, dont les catalogues humoristiques, les études critiques,
les guides et surtout les comptes rendus des Expositions Nationales des Beaux-Arts
gardent la trace. Il en ressort essentiellement des représentations fortes de la cohésion
sociale, données tantôt par des mises en scène consensuelles de la pauvreté vertueuse
et méritante, dont les bonheurs simples sont des gages de paix sociale, tantôt par les

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processus de disqualification qui transitent aussi par cette peinture, et concernent en


premier lieu la figure criminalisée de l’anarchiste.

Photogravure de la toile El tesoro del pobre de José Maria Angoloti (médaille de 3° classe à l’Exposition
Nationale des Beaux-Arts de 1899, R. O. 20-05-1899), La Ilustración Española y Americana, Madrid, Año
XLIV, n° V, 08-02-1900, p. 74.

6 Si cette peinture est conventionnelle, c’est aussi parce qu’elle se heurte aux clôtures
propres à son cadre d’exposition, comme permet de le montrer l’étude menée dans le
chapitre 8 des toiles refusées dans les Salons (« Le périmètre du regard ou les
conditions de visibilité de la pauvreté »). Consacré aux formes et figures discordantes,
ce chapitre explore, en creux, la norme par ses écarts et montre que le pendant de
l’interdit des transgressions, qu’elles soient d’ordre esthétique, politique ou moral, est
la disparition de toute possibilité de poser un regard critique sur les causes et les effets
de la misère.
7 Souvent reléguée dans les réserves des musées nationaux, cette peinture demeure peu
connue, y compris des spécialistes. À cet égard, le dernier apport de cette étude est
d’ordre documentaire. À la faveur d’une incursion dans le monde de la muséographie,
un travail systématique d’identification des auteurs et des œuvres, de collecte de
reproductions de toiles, et de centralisation de données sur cette production a été
mené tout au long de la thèse, en vue de redécouvrir cette peinture en grande partie
tombée dans l’oubli. Une base de données relationnelle recueille l’ensemble de ces
informations.
8 Consultable en ligne (stephaniedemange.com) et livrée avec le travail comme pièce
maîtresse des annexes, cette base fournit 550 fiches biographiques d’auteurs et 1150
fiches techniques d’œuvres, qui devraient permettre une meilleure connaissance des
acteurs et de la production académiques de la fin de siècle.

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NOTES
1. «Este tipo de pintura anecdótica o de intención social fue, en realidad, más o menos cultivada
por todos los pintores del último tercio del siglo», Enrique Lafuente Ferrari, Breve historia de la
pintura española, Madrid, Tecnos, 1953, p. 510.

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La comédie de magie espagnole


(1840- 1930) : le spectacle
flamboyant
Lise Jankovic

NOTE DE L’ÉDITEUR
Thèse soutenue le 22 novembre 2014 à l’Université de Paris III Sorbonne nouvelle, sous
la direction du prof. Serge Salaün, devant un jury composé de Mme et MM. les
professeurs Zoraida Carandell (Univ. de Paris X), rapporteur, Javier Huerta Calvo (Univ.
Complutense, Madrid), Evelyne Ricci (Univ. de Paris III), présidente, Jean-Claude Yon
(Univ. de Saint-Quentin).et Serge Salaün.

1 La présente thèse examine la comédie de magie espagnole aux XIXe-XXe siècles


(1840-1930), et plus concrètement la dimension scénographique et performantielle de
ce phénomène culturel. L’enjeu est de mettre en lumière les codes et préceptes
décoratifs associés aux motifs spectaculaires merveilleux, ainsi que la pratique
scénotechnique et les systèmes perceptifs qui alimentent la théâtralité flamboyante du
genre; autrement dit, il s’agit d analyser le « faire spectaculaire » du théâtre de la
merveille en adoptant une perspective d’histoire culturelle et une approche
comparatiste (avec la féerie théâtrale française).
2 La pata de cabra, de Juan de Grimaldi (1829) a marqué l’histoire de la scène espagnole.
Cette pièce à grand spectacle est non seulement la comédie de magie du premier XIXe
siècle la plus jouée, mais aussi la pièce qui, tous genres confondus, atteint le record de
représentations. La recherche embrasse le corpus des pièces féeriques qui suivirent ce
succès théâtral, sachant qu’au XIXe siècle, les illusions optiques et la « Fée Électricité »
vinrent décupler les possibilités scéniques.
3 La comédie de magie ne doit pas se confondre avec le spectacle de magie, mais l’offre
importante en sessions de magie est prise en compte dans l’étude du phénomène
culturel qu’a constitué le théâtre magique, car il serait arbitraire d’écarter le champ

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illusionniste du monde des spectacles de ce travail de recherche. De fait, prestige et


merveille sont souvent mis en miroir, afin d’acquérir une hauteur de vue sur les
pratiques spectaculaires hispaniques et européennes aux XIXe-XXe siècles.
4 Les origines du genre, si célèbre en son temps, remontent aux spectacles
paraliturgiques médiévaux appelés Mystères. La comédie de magie est également en
germe au Siècle d’Or, dans les représentations où les effets de théâtre sur scène étaient
déjà liés au surnaturel, et elle connut son apogée au XVIIIe siècle. Ce théâtre inspirait
des critiques ambivalentes, parfois acerbes, car il était considéré comme peu innovant
dans ses intrigues et dans sa littérarité, mais il suscitait en même temps un vif
engouement populaire, pour son époustouflante audace dans la machinerie et les effets
scéniques qu’il convoquait. Ce genre se base, en effet, presque exclusivement sur ses
machines, car l’intrigue, loin de répondre au principe de vraisemblance aristotélicien,
se tisse de coups de théâtre, tous plus spectaculaires les uns que les autres. Le
personnel dramatique, hybride et surnaturel, appartient au merveilleux et les unités de
temps et de lieu sont pulvérisées pour mieux signifier l’univers féerique. La scène
représente tous les caprices fantaisistes des auteurs qui peuvent laisser libre cours à
leur imagination. Dans la comédie de magie, les dramaturges recherchent avant tout le
spectacle, tirant parti du prodigieux: fantasmagorie, monstruosité, métamorphose,
envoûtement, nécromancie, apparitions-disparitions, invisibilité, et autres. Ajoutons
que l’action se résume souvent à l’affrontement manichéen de forces opposées, que ce
soit des puissances magiques entre elles ou bien des êtres surnaturels contre des
humains, et que le dénouement, comme dans les contes, a le plus souvent une portée
moralisante. Ces caractéristiques, spécifiques et définitoires, en font bien un genre
dramatique à part entière.
5 L’un des aspects les plus frappants est sans doute l’extraordinaire plasticité du féerique
et du surnaturel. Le corpus des comédies de magie du XIXe et du début du XXe siècles,
tout comme celui du siècle des Lumières, est ainsi un observatoire privilégié des
pratiques théâtrales, des avancées scénotechniques, mais aussi des imaginaires
collectifs et d’une certaine communauté de goût.
6 L’« inflation spectaculaire » (Laplace- Claverie, 2007, 35), si manifeste dans l’ensemble
du corpus, a menée Lise Jankovic à définir le « spectaculaire flamboyant » comme une
pratique culturelle et un répertoire décoratif en phase avec le processus
d’industrialisation du spectacle vivant au XIXe siècle. La comédie de magie est la
modalité théâtrale qui incarne le mieux le « spectaculaire flamboyant », car ce genre
définit une technique et un style artistiques de l’apparat multisensoriel qui marquent
une (r)évolution scénique parfaitement identifiable. Avec ce théâtre, les tréteaux
trouvent une nouvelle forme d’expression qui ne passe pas uniquement par le prisme
de l’acteur, mais plus que jamais — grâce au merveilleux qui envahit la scène —, par les
planches, les machines, la musique, les chorégraphies et les effets scéniques. La
comédie de magie représente la quintessence des spectacles appartenant à la tradition
dite « néo-ritualiste » (Konigson, 1995, 13), où les arts communient sur scène.
L’intention n’est pas d’enfermer ce théâtre dans une catégorie, mais de le révéler pour
ce qu’il est, à rebours des discours conventionnels concernant ce qui a pu être
considéré comme un éphémère sous-système théâtral.
7 Les bornes chronologiques délimitent un ensemble de pièces cohérent dans sa
continuité, ses métamorphoses et ses inchangés. À la lumière de ce corpus, on découvre
un théâtre abondant — un peu moins d’une centaine de pièces —, mais oublié, alors que

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les auteurs sont loin d’être tous des dramaturges de second rang, que les compositeurs,
eux, sont des musiciens de tout premier ordre qui participeront à l’exceptionnelle
renaissance de la musique espagnole à partir de 1850 et que les équipes d’artistes et de
professionnels rassemblés pour la mise en scène des spectacles constituaient des niches
de talents.
8 La recherche menée pour ce travail n’est pas circonscrite aux « scènes capitales », mais
tente d’appréhender la comédie de magie en tant que phénomène culturel hispanique,
au sein des mondes du spectacle européens. L’exhaustivité est bien entendu
impensable, mais les études de cas menées dans les archives municipales de Madrid,
Barcelone, Burgos et Cadix se sont révélées fructueuses et substantielles, puisqu’elles
m’ont permis de découvrir un véritable thesaurus documentaire relatif aux spectacles
féeriques. Et l’examen des sources périodiques, qui a complété ce travail de terrain, est
venu confirmer la grande diffusion du théâtre de l’enchantement sur l’ensemble du
territoire.
9 Les recherches et analyses portent systématiquement sur tous les champs de la
création (texte, paratexte, scène, réception). Il est en effet nécessaire de croiser des
perspectives variées afin de questionner ce théâtre, tant du point de vue
dramaturgique que de celui de la théâtralité et des moyens scéniques. L’angle
d’approche est aussi bien technique qu’esthétique ou budgétaire, dans la lignée des
travaux de Pascal Ory sur L’histoire culturelle (2004) où le théâtre est analysé comme «
art d’élaboration collective » et tributaire du « système technique ». Il s’agit en effet d’«
étudier la production artistique dans un spectre élargi incluant des auteurs aujourd’hui
inconnus », mais aussi, dans la mesure du possible « toute la chaîne de production
culturelle » (Goetschel, Yon, in Martin, Venayre, 2005, 193-220). La thèse s’appuie sur
les décors, les costumes, la musique, la machinerie et le corps des textes.
10 L’inscription de l’objet d’étude dans le large panorama de la scène espagnole et des
créations contemporaines aux œuvres féeriques est un autre point primordial. Il s’agit
de confronter ce genre dramatique au reste de l’offre théâtrale, afin de mettre en
lumière les spécificités de ces comédies, tout en faisant apparaître les ponts existants
avec d’autres genres appelés, eux, à une plus grande renommée.
11 Par ailleurs, l’universalité des thèmes de la magie me fait entrevoir dans la thèse la
perspective d’approches comparatistes. Il existe, en plus du corpus espagnol et français,
un corpus de pièces féeriques autrichiennes, très appréciées du public viennois, qui
pourrait encore élargir l’horizon, déjà très vaste, du sujet, mais nous ne nous y référons
que de manière ponctuelle. L’objectif est d’analyser tous les contours de la culture
théâtrale féerique hispanique au sein de la culture théâtrale féerique européenne, dans
sa continuité culturelle, autour des concepts-clés de théâtralité sensorielle et
d’exubérance spectaculaire, ou encore de théâtre-spectacle.
12 La problématique de ma thèse se construit autour des multiples contradictions qui
entourent ce genre et en font un objet énigmatique et inédit: un théâtre aimé, mais
vivement critiqué; pourchassé, voire interdit, mais qui connut un succès indéniable
jusqu’au début du XXe siècle; baroque dans son esthétique de l’excès, mais innovant
dans ses effets scéniques; « paralittérature », mais vivier théâtral. L’enjeu est d’analyser
cet objet culturel en tant qu’observatoire privilégié du laboratoire des avant-gardes
scéniques en Espagne, que les historiens du théâtre situent pourtant unanimement plus
tard, dans le tout dernier tiers du XIXe siècle et surtout au début du XXe siècle.

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13 La comédie de magie est un phénomène culturel d’exception en matière de technique


représentative (décors, costumes, machinerie et autres dispositifs), permettant de
réinterpréter nombre de concepts, d’ordonnances et de discours prééminents. Ainsi, le
problème de l’autorité, des prismes et des seuils est au cœur de l’analyse. À la lumière
d’un phénomène culturel comme la comédie de magie, la remise en question des
frontières entre genres et sous-genres est nécessaire. L’un des défis majeurs de ce
travail est donc de déplacer les définitions figées et de déstabiliser les évidences de
l’Histoire littéraire. C’est pourquoi la thèse est construite en trois chapitres
complémentaires — les rouages théoriques, les rouages de papier et enfin les rouages
techniques du spectaculaire — visant à redonner ses lettres de noblesse à la comédie de
magie.
14 Plus précisément, les trois enjeux problématiques autour desquels s’articule le travail
de recherche sont les suivants : premièrement, démontrer la cohérence d’une culture
spectaculaire sensorielle (visuelle et sonore) en éclairant les origines, la continuité et
les avatars d’une tradition théâtrale populaire née de l’interpénétration originelle
entre rite et spectacle merveilleux. Une généalogie théâtrale régie par des structures
décoratives et perceptives où l’impalpable se donne à percevoir. L’étude des racines
scénographiques de la « pratique de l’émerveillement » (Poirson, Perrin, 2011, 10),
c’est-à-dire de l’héritage et de la continuité des préceptes mécaniques associés au
surnaturel est fondamentale pour comprendre de nombreux réflexes décoratifs de la
comédie de magie contemporaine. Cette enquête fait apparaître une ligne
architecturale, une tradition culturelle thaumaturgique, où tout est pensé afin
d’introduire, au moyen de puissants effets machinés, une dimension pleinement
participative dans le spectacle. En outre, l’attention portée aux sources inspiratrices
des codes décoratifs de la comédie de magie révèle, par ricochet, les transferts du
théâtre de la merveille vers les genres voisins.
15 Le deuxième moteur de l’investigation concerne la fabrique textuelle, dramatique, de
l’effectisme et, conjointement, la question des sources de l’imaginaire magique des
comédies. Cette réflexion se base sur une analyse diachronique du corpus, à l’appui des
archives iconographiques et sonores, et vise à participer de l’Histoire des sensibilités du
XIXe siècle espagnol. L’analyse de la matière textuelle permet d’appréhender la genèse
de la fabrique du spectaculaire flamboyant. L’étude de l’effectisme à son état scriptural
vise à redonner une place aux dramaturges dans cette réalité vivante qu’est le théâtre
féerique. Car les auteurs sont les premiers artisans du spectacle, eux dont la critique
dénigre souvent les dispositions littéraires. C’est grâce à leur lucidité sur les goûts et les
attentes du public, grâce à leur fantaisie et grâce à leur culture théâtrale éclectique que
le répertoire féerique européen a pu circuler en Espagne et que les empresarios ont pu
faire fortune. Ce sont eux qui connaissent la recette du plaisir du public, comme cela
transparaît dans leur « écriture-régie » et l’esthétique de la surenchère qu’ils cultivent.
C’est sous leur « plume prodigieuse » qu’est anticipée la « totalisation de l’expérience »
des spectateurs.
16 Enfin, l’aspect performantiel est l’un des enjeux-clés de mon travail de recherche, car le
spectaculaire réclame des talents et des moyens. L’examen de la sociologie de la mise
en scène permet d’éclairer les innovations constantes en matière de technicité et
d’appareillage scénique, ainsi que les transferts de savoirs qui se créent entre les
décorateurs et les machinistes, issus parfois de différentes aires culturelles. L’attention
est portée sur les compositeurs, les chorégraphes et les acteurs, mais également sur les

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stratégies économiques qui peuvent subordonner la réalisation de comédies de magie


aux impératifs du spectacle, afin d’approcher au plus près la réalité spectaculaire du
théâtre de l’enchantement espagnol.
17 Ces trois volets expliquent l’assiduité constamment renouvelée du public, friand de
rêve, d’amusement et de sensations fortes. Ils sont la preuve que cette forme
d’expression scénique, loin de constituer un épiphénomène ou une mode sans
lendemain, fut un fait de société important.

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El movimiento obrero en Alcalá de


Henares (1868-1939)
Julián Vadillo Muñoz

NOTA DEL EDITOR


Director: Julio Aróstegui Sánchez (in memoriam). Fecha de lectura: 31 de enero de 2013.
Composición del Tribunal. Presidente: D. Luis Enrique Otero Carvajal. Secretario: D.
Gutmaro Gómez Bravo. Vocales: D. Eduardo González Calleja, D. Francisco Pérez
Sánchez, D. Manuel Pérez Ledesma.

1 El final de la Guerra Civil significó la derrota del movimiento obrero. No sólo porque en
el campo de batalla la República había perdido, sino porque los principios sobre los que
se había sustentado la lucha obrera en España desde la llegada de la Primera
Internacional habían sido derrotados por la fuerza de las armas. El modelo de
relaciones laborales y las conquistas de los derechos de los trabajadores que se habían
fraguado durante más de setenta años fueron aniquilados por el franquismo. Los
militantes de las organizaciones obreras de la izquierda, tuvieran las ideas que
tuvieran, sufrieron una represión que sólo tuvo parangón en la historia de España con
la ejercida por la Inquisición. El objetivo del franquismo era la eliminación física y
psicológica de todos aquellos que se habían opuesto a la sublevación militar del 18 de
julio de 1936.
2 El modelo de relaciones laborales que surgió tras la Guerra Civil poco o nada tuvo que
ver con las por las que había luchado el movimiento obrero revolucionario desde su
origen. Incluso el catolicismo social quedó en un segundo plano. El dictador lo dejó muy
claro en una de sus primeras alocuciones: «El trabajo, considerado como el más
ineludible de los deberes, será el único exponente de la voluntad popular». Una
declaración de intenciones que dejaba muy claro cuál era el papel de los trabajadores
en la España franquista. La ciudad de Alcalá de Henares no fue menos en todo este
proceso. El final de la Guerra Civil significó el fin para un movimiento obrero que no
había parado de crecer desde inicios del siglo XX, y que había tenido antecedentes de

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enorme importancia para el propio movimiento obrero español. Un movimiento obrero


que había servido para el mejoramiento paulatino de la clase trabajadora en la ciudad.
Y las bases del éxito del movimiento obrero alcalaíno tuvieron varios ejes. El primero,
la importancia de las personalidades que lo representaron fue, desde Paul Larfargue
hasta Antonio Fernández Quer, de Florencio Navarro a Pedro Blas, de Antonio Cao del
Río a Ignacio España, de Casto Ortega a Victoria Aparicio, etc. Fueron generaciones de
republicanos, de socialistas, de anarquistas, de comunistas y, también, de católicos
sociales, que nutrieron el movimiento obrero de contenido ideológico y reivindicativo.
Sus dinámicas hacen del movimiento obrero alcalaíno un factor fundamental para la
transformación que se forja desde 1868.
3 Pero esas bases del éxito también hay que buscarlas en la propia estructura de la
población alcalaína y en la difícil industrialización y desarrollo de la ciudad,
coincidente con la propia estructura del país excepto en focos muy concretos. Esa
dificultad en Alcalá de Henares hay que buscarla en la propia estructura de la
propiedad que generó el proceso de desamortización. Las tierras recayeron en pocas
manos y no se modernizó su producción, siguiendo con ello lo que Nicolás Sánchez-
Albornoz ha denominado un «neoarcaismo agrario». La intervención estatal durante el
periodo republicano posibilitó que muchas tierras fuesen explotadas por medios
distintos. Los sindicatos obreros de la tierra tienen mucho que ver en este aspecto. El
modelo colectivista que se desarrolló durante la Guerra Civil tuvieron una gestión
directa de los sindicatos haciendo productivas (con todos los problemas) tierras que
hasta entonces eran yermas.
4 Aunque de forma escasa también se produjo durante la década de 1920-1930 un
desarrollo industrial, con la instalación en Alcalá de fábricas de cerámica a gran escala
como La Estela o de metalurgia como Forjas Alcalá. Un desarrollo que durante el
periodo republicano se intentó hacer más extensivo pero que no llegó a lograrse. Junto
a este tibio desarrollo industrial había que destacar un importante sector de la
construcción así como una gran cantidad de oficios que configuraban el mapa obrero de
Alcalá de Henares hasta la Segunda República.
5 A este panorama laboral hay que añadir que la población alcalaína no paró de crecer
entre 1868 y 1939. Una población agraria, casi analfabeta y cuyas condiciones de vida no
eran buenas. El movimiento obrero vino a denunciar esa situación y a pedir una mejora
obrera que se fue conquistando con el paso de los años. Las mejoras salariales y de nivel
de vida que se produjeron en ese tiempo tuvieron al movimiento obrero como actor
principal.
6 Estas bases económicas perfilaron los cambios políticos, económicos y sociales en la
ciudad. Y el punto de partida es el año 1868, clave para el entendimiento del
movimiento obrero, aunque el establecimiento de una sección de la FRE en Alcalá es
mucho más tardío. A finales de 1871 se comenzaron a organizar los primeros núcleos. El
fotógrafo Florencio Navarro fue el impulsor de dicha sección, que será fundamental en
el proceso de ruptura entre marxistas y bakuninistas en el seno de la Internacional en
España tras el congreso de Zaragoza de 1872 y, sobre todo, tras los congresos
internacionales de La Haya y Saint-Imier. La sección de Alcalá de Henares se decantó
por el marxismo y la línea del Consejo General de Londres y fueron partidarios de la
Nueva Federación Madrileña frente a la Federación Local de Madrid de influencia
bakuninista. El magisterio que reciben los militantes obreros alcalaínos no puede ser

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más directo. El yerno de Karl Marx, Paul Lafargue, acudió como delegado de la sección
de Alcalá de Henares al congreso de Zaragoza de 1872.
7 El golpe de Estado de Pavía, el fin de la República y la vuelta de los Borbones, puso fin a
la primera experiencia democrática en España. El movimiento obrero fue perseguido y
pasó a la clandestinidad. En Alcalá pasó por una auténtica travesía en el desierto. Si
bien Max Nettlau legó la existencia de una sección de la Internacional anarquista en la
ciudad complutense en 1877, no se tuvo más noticias de la actividad de la misma. El
movimiento republicano se dotó de contenido y canalizó el descontento obrero,
presentándose con el inicio del siglo XX como una opción obrerista de carácter
reformista, apostando por la transformación política como solución al problema
económico. La articulación de un Partido Democrático, donde participaron antiguos
militantes del obrerismo como Florencio Navarro, adoptó esa línea. Pero la
fragmentación del republicanismo dificultó esa labor. Como contraposición a ello, a
finales del siglo XIX, la Iglesia Católica intervino para restar influencia al
republicanismo y al socialismo. Surgió el catolicismo social alrededor de la encíclica
Rerum Novarum, que tuvo en Alcalá un fuerte bastión.
8 La crisis finisecular en todas sus variables se dejó sentir también en la ciudad
complutense. Distintos motines y movilizaciones de subsistencia se dieron en la ciudad
entre 1893 y 1900. Los más importantes fueron el de 1898, encabezado por mujeres, que
acabó con la proclamación del estado de guerra en la ciudad, y la huelga de panaderos
de 1900.
9 El siglo XX se presentó en Alcalá con un movimiento republicano que fue adquiriendo
fuerza en el último tramo del siglo XIX. Pero pronto se le unió y superó el incipiente
movimiento socialista. En agosto de 1902, nació la Asociación de Obreros de Todos los
Oficios, gracias a un socialista madrileño, Jerónimo Carnicero, y un alcalaíno, Antonio
Fernández Quer. Fue el embrión de la UGT. Unas sociedades obreras en perfecta
armonía con los acuerdos de la Segunda Internacional nacida en París en 1889. A partir
de ese momento los socialistas fueron cosechando éxito tras éxito en la ciudad, gracias
a la figura de Antonio Fernández Quer, verdadero impulsor del movimiento. La
culminación de todo este proceso fue la celebración en la ciudad del Primero de Mayo
en 1903, la fundación ese mismo año de la Agrupación Socialista (PSOE) y la elección de
Fernández Quer como primer concejal socialista de Alcalá y de toda la provincia de
Madrid. Esta labor municipal de Antonio Fernández Quer se extendió hasta 1914 cuando
ya era una figura conocida a nivel nacional.
10 Como contraposición, a partir de 1905, se desarrolló el catolicismo social gracias a
varias personalidades, entre las que destacaron el canónigo doctoral de la Magistral
Víctor Marín, el filipense Francisco María Arabio Urrutia, el magistrado Francisco
García Cuevas y Félix Yuste. Juntos impulsaron el que será el periódico más longevo de
la ciudad: El Amigo del Pueblo.
11 El final de la década de 1900 presentó un panorama con una clara ventaja del
catolicismo social. El socialismo alcalaíno sólo mantuvo entonces una sociedad obrera
de albañiles. Los republicanos, a pesar de su influencia, siguieron disgregados. Y los
católicos sociales entendieron que, para captar al mayor número de trabajadores, no
sólo hacía falta mantener un estado de opinión sino que había que pasar a la
organización. En 1909, fundaron el Centro Católico de Acción Social Popular y la Mutual
Obrera Complutense. El objetivo era doble: organizar a la clase obrera en el
asistencialismo y en todas las coberturas que daban, como el cooperativismo católico, y

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alejarla de la influencia del republicanismo y del socialismo. Y el contrapeso a este


desarrollo católico no vino de los republicanos, sino de los socialistas. La crisis por la
que habían pasado a partir de 1906 comenzó a superarse con el inicio de la nueva
década. Y es Fernández Quer nuevamente quien está a la cabeza de dicha
recomposición. Primero con el periódico La Avispa y después, a partir de febrero de
1911, con la inauguración de la Casa del Pueblo. Siguiendo el ejemplo de la inaugurada
en Madrid, en la calle Piamonte, la Casa del Pueblo de Alcalá articuló con éxito un
movimiento obrero socialista.
12 La correlación de fuerzas volvió a cambiar a partir de 1916. Al calor de la crisis
económica, y gracias al pacto nacional UGT-CNT y a la huelga general revolucionaria de
1917 que éste provocó, el sindicalismo socialista alcalaíno tuvo un desarrollo
importante. El catolicismo social se volvió a ver desbordado e incluso dividido entre los
que consideraban que la lucha contra el socialismo era algo que competía tanto a los
trabajadores como a los patronos y aquellos que consideraron que había que
contrarrestar la influencia del sindicalismo socialista con un sindicalismo católico de
clase. Fueron momentos de tensión en la ciudad alcalaína. Y los socialistas se
convirtieron en protagonistas de una conflictividad social que condujo al cambio
político. Pero se encontraron con un doble problema: la fuerza patronal en la ciudad y
el caciquismo. Los ejemplos de manipulación de voto, que en Alcalá fueron recurrentes,
perjudicaron a los socialistas.
13 El golpe de Estado de Primo de Rivera, con beneplácito de Alfonso XIII, vino a cambiar
la situación. La oposición que mostraron hacia la misma los republicanos, los
anarquistas y los comunistas les costó la clausura de sus centros y la persecución de sus
militantes. Los socialistas tuvieron una lectura distinta del acontecimiento.
14 No promovieron una oposición frontal a la dictadura sino que intentaron beneficiarse
de ella y erosionarla: una opción no exenta de polémicas en el seno del socialismo y del
movimiento obrero. Aunque las sociedades obreras de la UGT eran toleradas, en Alcalá
de Henares el pronunciamiento militar produjo un aturdimiento de las mismas. Los
socialistas sólo accedieron a los cargos cuando la elección fue plenamente democrática.
Al no producirse esta condición quedaron al margen y fueron los católicos sociales
quienes se hicieron con el control de la situación. Ésta comenzó a cambiar para el
socialismo con el Directorio Civil cuando, desde la Oficina de Reclamaciones y
Propaganda Socialista, se impulsó la reorganización de las sociedades obreras y se
recompuso la Agrupación Socialista en 1929. Y no paró de crecer hasta la proclamación
de la República, en abril de 1931, que vino a confirmar unas estructuras obreras bien
asentadas en Alcalá. Es una de las razones que convirtió al PSOE en el partido más
votado en la ciudad. Ocho concejales alcanzaron los socialistas aquel 12 de abril de
1931. Una mayoría que nunca perdió. Aunque consiguieron sólo un concejal, los
republicanos se hicieron con la alcaldía de la ciudad tras un breve paso por la misma de
un independiente.
15 Una nueva generación de socialistas emergió. Los nombres de Pedro Blas, Simón García
de Pedro o Angel García pasaron a primer plano local, junto a la de antiguos militantes
como Antonio Fernández Quer (elegido diputado a Cortes) o Antonio Cao del Río. La
República vino aparejada con una nueva correlación de fuerzas en el movimiento
obrero. Los socialistas conjugaron sus tareas de gobierno con las sindicales y políticas.
Pedro Blas, Antonio Cao, Simón García, etc., todos fueron dirigentes sindicales de las
sociedades obreras de la UGT. Ellos trataron de hacer cumplir las leyes de protección

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social y laboral que fue emanando del Ministerio del Trabajo encabezado por Largo
Caballero.
16 El cambio de estrategia sindical, unido al crecimiento de la ciudad de Alcalá de Henares,
provocó el desarrollo de nuevos modelos de organización obrera. Fue el momento de
surgimiento del anarcosindicalismo, que creció al calor del sector de la construcción y
que ganó terreno paulatinamente a la UGT. Al amparo de dicho sindicalismo
aparecieron nuevos dirigentes a nivel local como Ignacio España, Leandro García o
Mauricio Heredero. El anarcosindicalismo de la CNT en Alcalá tiene algunas
peculiaridades propias. Fue una organización puramente sindicalista, alejada de
algunos debates que se estaban dando en el seno del movimiento libertario en aquellos
momentos. Buscaron desde el inicio el pacto con la UGT, provocando un corrimiento de
fuerzas en el propio movimiento socialista.
17 La armonía que caracterizó al socialismo durante su desarrollo en Alcalá se rompió
también con la aparición de los comunistas en el seno de sus estructuras políticas y
sindicales. En pocos años estos provocaron la aparición del Socorro Rojo Internacional,
las Juventudes Socialistas Unificadas y el Partido Comunista de España. Quedaba así
configurado el movimiento obrero que se desarrollará en la Guerra Civil.
18 La del Frente Popular devolvió la alcaldía a la izquierda, en este caso a los socialistas
que alcanzaron por primera vez el poder local en la ciudad. Pero se dejó notar la
dualidad de poder en el socialismo. Los prietistas controlaban las instituciones y los
caballeristas el PSOE y se repartían de las sociedades obreras de la UGT, donde ya se
dejaba sentir la influencia comunista. Tal división se mostró durante la primavera de
1936 en los sucesivos conflictos laborales y sirvió también para que libertarios y
comunistas fueran ganando terreno.
19 El golpe militar del 18 de julio de 1936 fue decisivo para el devenir del movimiento
obrero. Los sindicatos obreros dirigieron en muchos puntos de España la resistencia al
golpe de Estado. Los sindicatos eran los máximos enemigos de los golpistas, que tenían
como misión esencial descabezar a todas las organizaciones del Frente Popular o que
hubiesen apoyado a éste. La actitud de los sindicatos obreros fue crucial en el fracaso
del Golpe de Estado.
20 Aunque el franquismo acusó al movimiento obrero de la violencia en la retaguardia, el
caso de Alcalá de Henares demuestra que ni la represión fríe tan amplia ni las
organizaciones obreras tuvieron una responsabilidad en la misma. El análisis de las
fuentes da una visión muy distinta a la que se había tenido hasta ahora. Sin embargo, el
movimiento obrero durante la Guerra Civil adquirió una dimensión política, social y
económica que no había conocido en otro lugar del mundo. Los sindicatos obreros se
hicieron con la mayor parte del control político de la ciudad. La CNT que había
defendido siempre una acción fuera de las instituciones se integró en ellas continuando
con la opción ya debatida en su Congreso de Zaragoza de mayo de 1936.
21 Igualmente el movimiento obrero gestionó parte de la defensa militar, creando milicias
primero e integrando ampliamente el Ejército Popular de la República después. Alcalá
de Henares formó sus unidades milicianas y facilitó la llegada de las milicias y el
Ejército para aplastar la sublevación de julio. Muchas unidades del Ejército Popular se
establecieron en Alcalá de Henares.
22 La ciudad no fue ajena a los enfrentamientos entre las distintas fuerzas antifascistas.
Sobre todo entre anarquistas y comunistas, dos fuerzas que se disputaron el control del

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movimiento obrero y que crecieron de forma constante durante el conflicto. Alguno de


esos enfrentamientos tuvieron episodios sangrientos, como los sucesos de Torres de la
Alameda. Pero un objetivo de los sindicatos, siguiendo los criterios nacionales, era
conseguir la unidad de las fuerzas antifascistas, sobre todo de la UGT y de la CNT, que
llegaron a crear un Comité de Enlace en la ciudad. Igualmente durante la Guerra frieron
apareciendo distintas organizaciones que no se habían desarrollado durante el periodo
republicano: la Federación Anarquista Ibérica (FAI), las Juventudes Libertarias (JJLL), la
Solidaridad Internacional Antifascista (SIA), la Agrupación de Mujeres Antifascistas
(AMA) o la Asociación de Amigos de la Unión Soviética (AUS), todas dinamizadas por
anarquistas o comunistas. Los socialistas habían pasado a un segundo plano.
23 Pero los sindicatos obreros no sólo pasaron a controlar la política, también fueron los
principales órganos de gestión económica. El fracaso de la sublevación militar y la
huida, desaparición o muerte de algunos propietarios de fábricas y tierras de la ciudad
hizo que tanto la UGT como la CNT controlaran también la economía. Se desarrollaron
las explotaciones obreras, el control obrero de la producción y las colectivizaciones
agrarias. No sin problemas, pues en ocasiones esta situación llevó a enfrentamientos
entre ambos sindicatos. Los libertarios fueron más proclives a este control obrero y
llegaron a articular organismos de carácter comarcal para una mejor gestión de las
colectividades en todo el sector del Henares. La producción de dichas colectividades
estuvo gestionada mayoritariamente en conjunto por la CNT y la UGT, si bien las hubo
en solitario por alguna de las sindicales. Los resultados de la explotación fueron
sensiblemente mejores que antes de la Guerra. Ello fue una prueba de la capacidad y el
desarrollo que había adquirido el movimiento obrero.
24 Al final de la Guerra, Alcalá fue testigo de la batalla desatada entre los defensores del
Consejo Nacional de Defensa de Segismundo Casado y los del gobierno de Juan Negrín.
Esta última batalla en la retaguardia
25 republicana terminó por desangrar a la propia República. El 28 de marzo de 1939, las
fuerzas franquistas entraban en Madrid. El 30 de marzo, la columna Sagardía ocupaba
Alcalá de Henares.
26 La Guerra había terminado, y con ella la experiencia de más de setenta años de
obrerismo en España y Alcalá. La represión contra el mismo no conoció precedentes. La
oposición al franquismo fríe amplia pero infructuosa. Había que esperar muchos años
para que los trabajadores volvieran a dotarse de mecanismo de resistencia y lucha. Pero
los referentes de la lucha habían pasado al exilio, a la cárcel o habían sido ejecutados
por un régimen que se regodeó en su victoria y no tuvo piedad.

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La réception des Ballets russes à


Madrid et Barcelone (1916-1929)
Hélène Frison

NOTE DE L’ÉDITEUR
Thèse d'Études Hispaniques et Latino- américaines, soutenue à l'Université de Paris III,
le 29 novembre 2014. Dir.: M. le prof. Serge Salaún. Jury: MM. et Mme. les profs. Paul
Aubert, président (Aix-Marseille Université), Serge Salaün, Manuel Aznar Soler (Univ.
Autònoma, Barcelone), Eliseo Treno (Univ. de Champagne), Evelyne Ricci (Univ. de
Paris III).

1 La compagnie des Ballets russes, fondée par Diaghilev en 1911, constitue un tournant
dans l’histoire de la scène occidentale. Reprenant le principe de l’œuvre d’art totale -
rendu célèbre par la théorie du Gesamtkunstwerk de Wagner -, la troupe propose des
spectacles composés par des peintres, des chorégraphes et des musiciens. Son succès
est fulgurant et son influence décisive. Alors que l’Europe est en guerre, l’Espagne
constitue une terre d’accueil propice aux échanges. Les intellectuels du pays
s’interrogent sur les possibilités de rénover la scène théâtrale et sont attentifs aux
expériences qui viennent de l’étranger. Les ballets de la compagnie entrent en
résonance avec leurs propres préoccupations : ils posent à la fois la question de la
tradition au sein de la modernité, de la dimension nationale avisée internationale et
s’exportent à l’étranger.
2 Malgré le nombre important de saisons données en Espagne, la Péninsule est le plus
souvent absente des études consacrées aux Ballets russes. Les rares ouvrages qui
l’évoquent s’intéressent principalement aux échanges qui ont eu lieu entre la troupe et
les artistes espagnols. La perspective choisie dans cette thèse est autre : nous nous
sommes proposée d’étudier l’influence qu’ont eue les Ballets sur leur pays d’accueil afin
d’entrevoir, non une réception unique, mais une série de lectures, parfois divergentes,
menées à un moment donné, par des intellectuels et artistes espagnols. A travers la
compagnie, ce sont tour à tour les interrogations liées au renouvellement de la scène, à

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la constitution d’un langage artistique national et à la participation du pays à la


modernité européenne qui sont posées. En d’autres termes, la compagnie constitue un
révélateur des problématiques esthétiques, culturelles, sociales et idéologiques de
l’Espagne des années folles.
3 Les Ballets russes constituent un événement singulier de la vie artistique espagnole des
années 1910-1930. De l’ampleur de cette compagnie itinérante à la nature des spectacles
présentés, ce sont bien l’ensemble de ses éléments qui détonnent au sein du panorama
de la scène espagnole. Pourtant, ces ballets composés par des artistes de la modernité
font salle comble. Réfutant le peu de succès rencontré jusque-là par les différentes
expériences novatrices menées dans le pays, la compagnie réussit non seulement la
prouesse de rassembler de nombreux spectateurs mais également celle de les fidéliser.
L’un des principaux symptômes de la crise du théâtre espagnol résidait dans la
dichotomie opposant les spectacles à succès aux tentatives de rénovation. Alors que les
premiers attiraient les foules en essuyant le mépris des spécialistes de la scène, les
secondes peinaient à sortir de l’extrême confidentialité. Les Ballets russes transcendent
cette opposition : autour d’eux se pressent aussi bien les intellectuels promoteurs de
l’avant-garde que la haute bourgeoisie espagnole. Et les artistes les moins académiques
du pays investissent les salles traditionnellement réservées à la seule bonne société. Ce
ralliement constitue sans doute la première réussite de la troupe : abolir l’opposition
séculaire qui existe en Espagne entre les spectacles commerciaux et artistiques.
4 Une autre singularité caractérise la réception espagnole : les Ballets se produisent tour
à tour à Madrid et à Barcelone. Cette « ubiquité » permanente permet de mettre en
évidence les personnalités des deux capitales culturelles du pays ainsi que les
particularités de leur positionnement face à la modernité européenne.
5 À Madrid le succès est immédiat. Soutenue par les élites sociales et politiques, la troupe
bénéficie de conditions de production particulièrement avantageuses. Elle est invitée à
s’exhiber à plusieurs reprises et se produit systématiquement à guichet fermé.
Largement relayée par la presse, la notoriété internationale des personnalités de la
troupe participe également à l’engouement madrilène. Ce battage médiatique témoigne
de la montée en puissance de la culture de masse : par l’écho qu’elle donne à
l’événement, la presse réussit à inclure des individus qui n’y participent pas
directement. Non seulement les journaux multiplient les articles sur les Ballets, mais ils
proposent de nombreuses illustrations qui donnent à voir les spectacles : reproductions
d’esquisses originales, photographies des personnages et portraits des danseurs,
croquis de l’occupation de la scène. L’impact de cette diffusion est d’autant plus
important que l’ensemble de la presse, des revues illustrées aux quotidiens, y participe.
6 Parallèlement à ce succès social et mondain, Diaghilev et ses collaborateurs sont
fréquemment invités dans les cercles artistiques de la capitale. Cette réception, plus
implicite que la précédente, est primordiale en ce qui concerne les liens qui se tissent
entre les artistes. L’originalité de ces rencontres tient à la diversité des personnalités
qui s’y croisent : les Ballets interpellent aussi bien les professionnels de la scène, que les
musiciens et les intellectuels. Cette fascination s’explique par plusieurs raisons. D’une
part, les corps athlétiques présents sur scène annoncent la naissance d’une culture
moderne du sport ; ils incarnent parfaitement la jeunesse et le sang neuf qu’Ortega y
Gasset et Salazar appellent de leurs vœux. D’autre part, les Ballets constituent la
symbiose la plus aboutie entre le national et le cosmopolitisme, et prouvent que
brillamment adapté, le folklore peut s’exporter à l’international.

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7 La présence de Falla dans la capitale joue également un rôle déterminant. Récemment


rentré de son séjour parisien, le compositeur - soutenu par le critique Adolfo Salazar -
joue un rôle de « passeur » de la modernité entre les milieux avant-gardistes français et
ceux artistiques espagnols. En outre, la collaboration de Falla avec la compagnie
s’effectue au moment où le magistère du compositeur s’établit. Tout en définissant une
voie esthétique - celle de la stylisation du folklore - le compositeur participe à la
revalorisation du lien, conflictuel en Espagne, entre la scène et la musique
symphonique. Dès lors que la danse cesse d’être une pratique sclérosée, dès lors qu’il
existe en Espagne des danseurs susceptibles de porter le projet de modernité espéré par
les compositeurs, l’écriture de ballet devient une troisième voie offerte à l’élaboration
d’une musique nationale.
8 Le Grupo de los Ocho, qui réunit la jeune génération incarnant la musique nouvelle à
Madrid, témoigne de ce changement de considération1. Élaborant leur propre langage
musical, ces compositeurs qui se revendiquent de Falla et de Salazar, du Groupe des Six
et de Stravinsky, écrivent sans complexe ni réserve des partitions pour le ballet. Depuis
la fin des années 1920 jusqu’à la guerre civile, le ballet devient, dans leur répertoire, un
genre musical qui a toute sa place, au même titre que les œuvres symphoniques ou
celles de musique de chambre.
9 Dans la capitale catalane, la réception emprunte une voie oblique. Pendant que Madrid
poursuit sa quête de l’essence immémoriale du pays, Barcelone tourne ses regards vers
l’extérieur pour mieux affirmer sa singularité. La ville revendique sa différence par son
identification absolue à la modernité. Les yeux rivés sur Paris, Barcelone ne s’intéresse
guère à la place de la tradition au sein des Ballets. Mais, contrairement à ce que laissait
supposer l’exception catalane, la réception initiale de la troupe s’avère décevante par
sa tiédeur. Cette réaction révèle en creux le strict cloisonnement qui sépare les milieux
bourgeois de ceux artistiques. Alors que le Liceo fait systématiquement salle comble, les
cercles les plus avant-gardistes de la ville maintiennent leur distance avec la troupe.
Les ballets montés au Liceo sont cantonnés aux milieux bourgeois et les quelques
infiltrations qui apparaissent, restent ponctuelles et circonscrites.
10 Il faut attendre la fin des années 1920 pour dépasser ce clivage à assister à la
réhabilitation des Ballets. Dans le prolongement des saisons russes qui se renouvellent
au fil des années, d’autres compagnies intègrent Barcelone à leurs circuits. Cette
augmentation significative des spectacles de danse témoigne du changement d’horizon
qui s’opère : la danse est peu à peu revalorisée au sein des arts vivants. Celle-ci a
dorénavant son public et n’a plus besoin d’être accompagnée pour exister. Cette
affirmation prend deux aspects : d’une part, le ballet néoclassique, notamment par la
figure de Joan Magrinyà, acquiert ses lettres de noblesse sur la scène catalane ; d’autre
part, une pratique critique spécialisée s’initie sous l’impulsion de Sebastià Gasch. Ce
changement qui s’enracine au tournant des années 1930, assure une existence
posthume aux Ballets. Tour à tour vantée comme l’origine de ce mouvement
rénovateur ou posée en mètre-étalon à l’aune duquel toute danse est désormais
évaluée, la compagnie de Diaghilev devient une référence incontournable.
11 Partant du concept jaussien selon lequel une œuvre nouvelle dialogue nécessairement
avec l’horizon d’attente dans lequel elle s’inscrit, la première partie de cette thèse
s’attache à dresser un panorama de la scène espagnole contemporaine des saisons
russes afin de mettre en lumière leurs facteurs différentiels. Ce tour d’horizon s’ouvre
sur la réception des œuvres de Wagner à Madrid et à Barcelone car celles-ci constituent

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alors la référence artistique à laquelle sont systématiquement comparés les spectacles


russes. Leur réception contrastée permet d’observer la lecture différenciée d’un même
phénomène culturel. Un état des lieux des différentes pratiques théâtrales en vigueur
succède à la présentation de la réception wagnérienne : arts de la scène, danse et
musique, contemporains de la venue de Diaghilev sont ainsi exposés.
12 La réception de la première saison russe constitue le deuxième moment de cette étude.
La première saison espagnole, comme tout phénomène nouveau, a placé le spectateur
et le critique dans une position de découverte et a constitué un moment instaurateur.
Comme le rappelle François Madurell, cette situation de découverte se distingue de
celle de l’observation répétée et conditionne la perception que le spectateur a de
l’œuvre2. Il semblait donc nécessaire de différencier les jugements esthétiques issus
d’une situation de découverte à ceux portés en situation d’observation répétée. Plus
que les autres, cette saison initiatrice semblait la plus à même de révéler l’écart
esthétique perçu entre les nouveaux spectacles et l’expérience préalable du public, qui
constituait alors son unique référence. Une radiographie des différentes réceptions est
ainsi présentée afin de mettre en lumière l’altérité des Ballets aux yeux du spectateur
espagnol, attentif à une autre esthétique plus conventionnelle.
13 À cette étude synchronique, succèdent les approches diachroniques des saisons
madrilènes et barcelonaises. Ces troisième et quatrième parties se structurent de
manière parallèle et analysent, après des pages consacrées à la description des ballets
principaux et aux créations originelles, les débats qui sont apparus dans la presse et qui
ont révélé des enjeux esthétiques et idéologiques spécifiques.
14 Le cas des deux villes a été étudié séparément car celles-ci présentent des contextes de
production et des horizons d’attente différents. L’autonomie de la presse catalane a été
pour ce sujet déterminante car elle a permis de mettre en évidence les différences de
réception en se fondant sur des centres de productions distincts. Partant de l’idée que
le cadre de formulation, c’est-à-dire la nature du journal ainsi que sa ligne éditoriale,
influe sur l’élaboration du jugement, un large corpus de recherche a été retenu. Sans
chercher à analyser la totalité des articles publiés, nous avons choisi de retenir un
ensemble représentatif : journaux quotidiens et périodiques, spécialisés et grand
public, conservateurs et libéraux, laïcs et cléricaux. Ces nombreuses sources ont été
étudiées tantôt par coupes verticales, tantôt par coupes horizontales, afin « d’allier à la
continuité d’une diachronie la bigarrure de la synchronie »3.
15 La présentation en miroir des deux villes met en évidence des réceptions différentes,
inattendues et parfois contradictoires. Un point est cependant commun aux deux
capitales culturelles espagnoles : l’enthousiasme des amateurs autant que des
spécialistes face à ces spectacles d’exception qui sillonnent l’Europe :
« En 1917 (sic), définitivement déracinée de la patrie qui l’avait vu naître en raison
de la révolution, la Compagnie des Ballets russes de Diaghilev étonnait le public du
Teatro Real de Madrid, dès le lever du rideau. [...] Le prestige de son art avait
davantage œuvré, lors de ses excursions à travers l’Europe, en faveur de la
rénovation scénique que tous les exposés et polémiques qui avaient eu lieu » 4.

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NOTES
1. Le Grupo de los Ocho, parfois nommé également Grupo de Madrid, réunissait les musiciens
suivants: les frères Ernesto (1905- 1989) et Rodolfo (1900-1987) Halffter, Juan José Mantecón
(1895-1964), Julián Bautista (1901-1961), Fernando Remacha (1898-1984), Rosa García Ascot
(1902-2002), Salvador Bacarrise (1898-1963) et Gustavo Pittaluga (1906-1975).
2. François Madurell, « Situation de découverte et écoute répétée : deux clés pour la réception de
l’œuvre », in Anne-Marie Gouiffès, Emmanuel Reibel (coord.). Esthétique de la réception
musicale, Actes de la Rencontre interartistique du 22 mars 2005, Paris, Observatoire Musical
Français, 2007, p. 41-47.
3. Id., p. 26.
4. « En 1917 (sic), definitivamente desarraigada de
su patria nativa por la revolución, la Compañía de Bailes Rusos del señor Diaghilef (sic)
asombraba al público del Teatro Real de Madrid, no más levantarse el telón. [...] El prestigio de su
arte había hecho más en sus excursiones por Europa que todas las disquisiciones y polémicas en
pro de la renovación escénica », Cipriano de Rivas Cherif, Cómo hacer teatro : apuntes de
orientación profesional en las artes y oficios del teatro español. Valencia, Pre-Textos, 1991, p. 40.

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Un siglo de relaciones académicas


internacionales de la historiografía
española (1890-1990)
Oscar Adell Ralfas

NOTA DEL EDITOR


Tesis de Historia Contemporánea leída el 5 de diciembre de 2014 en la Universidad de
Zaragoza. Director: Gonzalo Pasamar (Univ. de Zaragoza). Presidente: Paul Aubert (Aix-
Marseille Université); Secretaria: Paimira Vêlez (Univ. de Zaragoza); Vocal: Juan Manuel
Santana (Univ. de Las Palmas de Gran Canaria).

1 El estudio de los intercambios intelectuales transnacionales no solo constituye un


abonado campo de trabajo dentro de la historia cultural en general, y de la historia de
la historiografía en particular. Si tenemos en cuenta las características de la
historiografía española contemporánea, marcada por la cuestión identitaria, alguna
ruptura, y por problemáticas como la dependencia teórica respecto al exterior, es
también un buen mecanismo para comprender algunos de sus principales cambios y
líneas de desarrollo. De hecho, buena parte de la renovación y normalización producida
en la historiografía española en el último cuarto del siglo XX es fruto de la aspiración de
sus historiadores por entroncar con las líneas maestras de la historiografía
internacional, tras el corte producido en 1939. Sin embargo, para comprender este
problema en toda su complejidad, es necesario valorar las relaciones académicas
exteriores de los historiadores españoles a lo largo de un amplio espectro temporal, al
menos desde finales del siglo XIX, cuando se inicia la transición de la historiografía
hacia las formas de organización, reproducción y comunicación propias de las
modernas comunidades científicas.
2 Es cierto que dentro del mundo de la historiografía académica y erudita de la segunda
mitad del siglo XIX existieron conexiones exteriores y viajes por archivos y i bibliotecas
europeas, muy relacionados con ciertas actitudes cosmopolitas de las élites liberales y

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las necesidades de construcción de las instituciones de alta cultura estatal. Sin


embargo, es en el viaje efectuado por Rafael Altamira a París en 1890 cuando se puede
datar la toma de contacto más relevante de un historiador español con las
transformaciones producidas en la historiografía europea, fundamentalmente en
Francia. A partir de este momento, ante los nuevos retos planteados por la crisis de fin
de siglo, y dentro del contexto regeneracionista, las propuestas de Altamira quedarían
integradas dentro de un discurso crítico que, unido a la herencia de la historiografía
decimonónica, desembocó a principios de siglo XX en el surgimiento de una comunidad
española de historiadores basada en la defensa de sus facultades a la hora de investigar
científicamente la historia e identidad española, y las manifestaciones del pueblo
español a lo largo del tiempo.
3 Con el cambio de siglo, y ante el impulso provocado por la reforma universitaria de
1900, la participación de historiadores como Hinojosa y Altamira en los primeros
Congresos Internacionales de Ciencias Históricas, y la aparición de nuevas revistas
universitarias atentas a publicaciones europeas como Revista de Aragón y Cultura
Española, contribuyeron a difundir en España algunas de las prácticas científicas y
discursos metodológicos surgidos en Francia y Alemania especialmente. La dotación
doctrinal efectuada por la historiografía española en la primera década de siglo, y la
recepción de debates epistemológicos como el relativo a la condición científica de la
historia, es una buena muestra de ello. En consecuencia, los historiadores españoles del
primer tercio del siglo XX participaron de una consideración de la historia como una
disciplina autónoma, independiente de la historia filosófica y la mera erudición, y
compuesta por un conjunto de técnicas especiales destinadas a averiguar la veracidad
de los hechos y de sus relaciones entre sí desde un punto de vista genético- causal,
capaz por lo tanto capaz de justificar la idea continuidad de la nación y de la
civilización española.
4 La creación de instituciones científicas modernas como la Junta para Ampliación de
Estudios y Actividades Científicas y el Institut d’Estudis Catalans en 1907, y la aparición
de Centro de Estudios Históricos en 1910, acabaron por configurar el panorama
institucional de la historiografía española. Fueron estos centros los encargados de
llevar a cabo la investigación histórica más avanzada efectuada hasta la Guerra Civil,
basada en supuestos científicos como el trabajo de seminario, la investigación
monográfica, y el rigor metodológico. Además, la Junta protagonizó las conexiones
académicas más relevantes del periodo a través de su sistema de pensionados en el
extranjero y el Centro de Estudios Históricos. En este sentido, salvo excepciones
individuales, habrá que esperar hasta los años veinte y treinta para apreciar los
resultados de la política de pensiones dentro de la historiografía española. Hasta
entonces, merece la pena destacar el proyecto frustrado de la Escuela Española de
Historia y Arqueología de Roma. Este centro, surgido en 1910 a imitación de las escuelas
francesas y alemanas en Roma y Atenas, fue quien recogió la mayor parte de los
pensionados en historia hasta la Primera Guerra mundial, acontecimiento que puso fin
a la experiencia de la Escuela, poniendo así de manifiesto las debilidades de la política
científica española.
5 Ya en la época de entreguerras, estas características institucionales, metodológicas e
intelectuales anteriores permitieron una buena comunicación de la historiografía
española con Europa, facilitada además por el desarrollo alcanzado por disciplinas
como el americanismo, la arqueología y la historia del derecho y las instituciones

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medievales. Concretamente, la historia del derecho y las instituciones medievales


mantuvo un alto grado de diálogo con el medievalismo europeo gracias a las pensiones
de la Junta y al Anuario de Historia del Derecho Español. Así, el análisis de las pensiones
detentadas por los integrantes del Anuario y de los intercambios académicos
internacionales de esta revista, refleja que los historiadores de las instituciones
medievales tuvieron una amplia y pragmática mirada hacia el medievalismo europeo, si
bien en su expresión más institucionalista y conservadora, apoyada en el método y las
referencias obtenidas de la historia del derecho clásica alemana, y favorecida por el
desembarco cultural alemán en España en los años veinte y el papel intermediario
desempeñado por el historiador Heinrich Finke y la Universidad de Friburgo. Desde
estas coordenadas iniciales, los historiadores españoles del derecho y las instituciones
encajaron con normalidad en circuitos de comunicación científica europeos,
mantuvieron conexiones con historiadores de la altura de Marc Bloch o Alfons Dopsch,
y conocieron incluso las nuevas perspectivas de la historia económica y social, aunque
bien es cierto que para rechazarlas. El objetivo de este tipo de relaciones no era otro
situar al medievo español, considerado como la base constitutiva de la nación española,
en una perspectiva comparativa con el resto de Europa, y advertir así sus
peculiaridades y rasgos distintivos. Lo cual, por otro lado, contribuye a explicar junto a
otros factores políticos e institucionales el lugar secundario que ocupó la historiografía
en las tentativas de proyección cultural exterior de la Junta, especialmente en América.
6 El estallido de la Guerra Civil y la posterior victoria franquista nos sitúan ante un nuevo
marco de estudio de la historiografía española caracterizado por el exilio, el
aislamiento internacional, el control político y el distanciamiento de la historiografía
española respecto a la evolución seguida por los estudios históricos después de 1945.
Con todo, ya en la década de los años cincuenta es posible advertir algunas relaciones
académicas exteriores de la historiografía española de entidad en aspectos como el
retorno de investigadores extranjeros a España, el regreso de historiadores españoles a
congresos internacionales, y las actividades llevadas a cabo por Jaume Vicens Vives.
Aunque estas acciones tan apenas tuvieron consecuencias en su momento, detrás de
ellas se encuentran la creación de relaciones personales que explican contactos e
influencias posteriores en determinadas universidades o grupos de historiadores más
aperturistas, la introducción embrionaria de la historia económica y social, y el
despliegue de nuevos temas y enfoques metodológicos en la historia moderna de
España que comenzaron a erosionar algunas de las características de la historiografía
imperial establecida en los años cuarenta.
7 Entre mediados de los años sesenta y los años ochenta asistimos al despliegue de un
proceso de progresiva renovación de la historiografía española y convergencia con los
estándares de la historiografía occidental a lo largo de dos contextos políticos
diferentes. La génesis de este hecho está relacionada con los cambios generacionales y
socioculturales producidos en los años sesenta y setenta. Las actividades políticas de los
jóvenes investigadores de ese tiempo, y su preocupación por desentrañar las causas del
fracaso reiterado de la modernización española y de la Guerra Civil, explican que estos
historiadores se dirigieran hacia los útiles metodológicos e intelectuales ofrecidos por
el hispanismo, el marxismo y los Anuales en busca de los mecanismos con los cuales
orientar su trabajo en contraposición a la historiografía oficial del franquismo. Así lo
demuestra por ejemplo la impronta de Pierre Vilar, que en estos momentos pasaba a
convertirse en el principal referente de la nueva historiografía española debido a su
vinculación al marxismo, al antifranquismo, y al atractivo que ofrecía su propuesta de

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interpretación de la historia de España basada en el análisis del crecimiento económico


de Cataluña en el siglo XVIII. A su lado, el papel de intermediario entre Francia y
España desempeñado por la Casa de Velázquez, y la recepción por parte de Antonio
Eiras Roel de la historia cuantitativa y estructuralista de tipo regional francesa, son dos
hechos sintomáticos del nuevo contexto historiográfico y de la ampliación de
influencias producida en este tiempo, como reflejan asimismo las primeras tensiones
teóricas entre el marxismo y los Annales aparecidas en los años setenta. Por último, la
tutela ejercida por parte de Raymond Carr y Manuel Tuñón de Lara entre el naciente
contemporaneísmo de los años sesenta y setenta, completa el panorama de relaciones
exteriores de este tiempo, y contribuye a explicar algunos de los progresos realizados,
sobre los que además se asentará la evolución posterior de la historiografía española en
un nuevo escenario de normalidad, autonomía científica y democracia.
8 Sin embargo, las circunstancias estructurales de los años sesenta y setenta, y las trabas
e impedimentos para el desarrollo científico en condiciones de normalidad limitaron y
condicionaron el diálogo con la historiografía internacional en una coyuntura en la que
además se estaba produciendo un cambio de perspectivas que tardaría en ser recibido
en España. Así pues, no será hasta los años ochenta cuando en sintonía con el derribo
de los obstáculos anteriores, la normalización académica e institucional, la integración
española en el ámbito internacional, la aparición de nuevas revistas y centros de
investigación como L Aveng, Manuscrits, Débats o Historia Social, se produzca una
progresiva penetración en España de las nuevas corrientes historiográficas y los
cambios producidos en la historiografía internacional. De este modo, los años ochenta
son susceptibles de ser analizados como un periodo de transición en la historiografía
española de forma continuista donde al tiempo que los esquemas establecidos por la
historiografía de los años sesenta y setenta mantuvieron su vigencia, se empezaron a
incorporar las novedades, cuestiones y corrientes que marcaron su devenir posterior,
con mayor o menos éxito según disciplinas, factores políticos e institucionales, o
tradiciones académicas ligadas a la geografía universitaria. Tanto es así, que en muchas
ocasiones las nuevas corrientes historiográficas fueron entendidas en un principio
como una suerte de continuidad de la historia económica y social, sin tan apenas entrar
en contradicciones con la misma. El contacto con las nuevas historias fue más bien
acumulativo, se hizo de una forma esencialmente doméstica y no trajo consigo un
replanteamiento teórico y epistemológico, sino la incorporación de temas, métodos o
sujetos históricos, que fueron aplicados además a la investigación de tipo local y
regional característica de la historiografía española reciente. Ahora bien, el contraste
entre el progresivo conocimiento de la evolución historiográfica internacional y el
camino transitado en España desde los años sesenta, situó a los historiadores españoles
de principios de los años noventa ante el espejo de tradiciones investigadoras más
potentes desarrolladas en otros países. Como consecuencia, en este tiempo es posible
apreciar dos importantes fenómenos. Uno, un notable incremento del interés de los
autores españoles por las cuestiones historiográficas. El segundo, muy relacionado, la
toma de conciencia de algunas de las contradicciones y paradojas acumuladas por la
historiografía española del siglo XX, un hecho que se vio especialmente reflejado en la
crítica realizada a la historia social española, y en la polémica sobre el secano español.
Ambas circunstancias en definitiva, junto con otros factores, son sintomáticas del
progreso alcanzado por la historiografía española a estas alturas, y anuncian un cambio
de rumbo en su evolución, ya no tan determinado por su falta de contacto con el
exterior. A partir de aquí, la historiografía española de las dos últimas décadas

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representa una nueva etapa de desarrollo histórico necesitada de estudios más


detenidos y nuevas preguntas que intenten responder a sus problemáticas más
recientes, por un lado, y a los desafíos sociales, políticos e intelectuales del contexto
histórico actual, por el otro.

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Dirigismo cultural y disidencia


editorial en España (1962-1973)
Francisco ROJAS CLAROS

NOTA DEL EDITOR


Tesis doctoral defendida el 2 de junio de 2011 en el Departamento de Humanidades
Contemporáneas de la Universidad de Alicante. Director: Glicerio Sánchez Recio (Univ.
de Alicante). Tribunal: Presidente: Salvador Forner Muñoz (Univ. de Alicante).
Secretario: Emilio La Parra López (Univ. de Alicante). Vocales: Jesús A. Martínez Martín
(Universidad Complutense de Madrid), Jordi Gracia García (Univ. de Barcelona) y Carme
Molinero Ruiz (Univ. Autónoma de Barcelona). La versión ampliada y corregida de la
misma constituyó el libro homónimo Dirigismo cultural y disidencia editorial en España
(1962-1973), Publicaciones de la Universidad de Alicante, 2013.

1 Esta tesis trata de la influencia del mundo editorial de vanguardia sobre el cambio
cultural de los años sesenta y primeros setenta en España. Particularmente, se abordan
las tensiones entre el dirigismo cultural del régimen y las ideas que la creciente
disidencia intelectual trataba de divulgar, valiéndose del estudio de una serie de
editoriales de vanguardia, minoritarias pero de gran trascendencia. Se entiende por
dirigismo cultural la tendencia exacerbada de las autoridades del régimen al control de
toda manifestación política y cultural que no se adecuase a sus presupuestos
ideológicos, fomentando al mismo tiempo la prevalencia de los mismos. Así, el
dirigismo cultural puede ser positivo (en forma de propaganda, de mecenazgo cultural
y de la concesión del permiso necesario para constituir una empresa editorial y la
publicación de cada uno de sus libros), y negativo, con el empleo de elementos
represivos como la censura, el secuestro de libros y el silencio administrativo.
Cronológicamente, el trabajo abarca los años comprendidos entre 1962 y 1973. Desde la
llegada del «aperturista» Manuel Fraga Iribarne al Ministerio de Información y
Turismo, hasta el asesinato del almirante Luis Carrero i Blanco. Un período de cambio
económico y social, pero sobre todo cultural, crucial en nuestra historia reciente, y de

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gran importancia para entender el derrumbe del edificio político del franquismo y el
comienzo del proceso de transición política a la democracia parlamentaria en España.
Las editoriales disidentes frieron una realidad. El régimen las tuvo muy en cuenta y no
tardó en identificarlas como elementos política y socialmente distorsionadores, como
se demuestra a lo largo de este estudio.
2 Como hipótesis de trabajo se ha intentado explicar de qué forma la disidencia editorial
trataba de divulgar una serie de ideas que hasta entonces habían sido consideradas
«subversivas», teniendo por objetivo socavar los cimientos ideológicos del régimen; y
por otra parte, cómo el propio régimen se valió del dirigismo cultural para impedirlo en
la medida de lo posible. Todo ello, con la pretensión de demostrar en qué medida
contribuyó este tipo de publicaciones al cambio cultural de los años sesenta y al retorno
de las libertades en España, partiendo de la idea de que la democracia no es el simple
correlato del desarrollo económico y social.
3 Las fuentes fueron diversas y numerosas. Empezando por las fuentes bibliográficas (es
decir, los propios libros, cargados de claves y pistas), las hemerográficas y los
testimonios personales, pero prestando especial atención a las archivísticas, referidas
sobre todo al Ministerio de Información y Turismo, donde se indica buena parte de las
claves y las estrategias propias del dirigismo cultural del régimen en cada momento.
Fondos tales como la correspondencia intra e interministerial, los expedientes de
censura bibliográfica y el «Registro de Empresas Editoriales».
4 En cuanto al esquema expositivo, la tesis ha sido estructurada en cinco capítulos,
siguiéndose un criterio temático y cronológico, con un último apartado en el que se han
expuesto las conclusiones principales, que en esencia serían las siguientes.
5 La política de «apertura» emprendida por Manuel Fraga Iribarne y su equipo
ministerial, al menos en el caso que nos ocupa, se redujo a permitir publicar mayor
número de libros considerados «de minorías», es decir, aquéllos cuya complejidad de
lectura, tiradas limitadas y elevado precio restringieran su acceso a una minoría
intelectual económicamente solvente. No hubo voluntad de establecer una
liberalización cultural más allá de una simple estrategia de propaganda. De hecho, la
Ley de Prensa e Imprenta de 1966 fue enormemente restrictiva, y sólo vino a consolidar
en el plano político y judicial la normativa interna sobre libros «de minorías»
previamente dictada desde 1963. Sin embargo, hubo un proceso de divulgación de obras
de vanguardia a una escala mucho mayor que la deseada por el franquismo. Y se debió,
precisamente, a ciertas «fisuras» en la nueva normativa, pero también a la directriz que
obligaba a los censores a atender en todos los casos «más a lo que se dice que a lo que
parece que se quiere decir». Es decir, a la literalidad del texto, lo cual supuso un cambio
prácticamente radical en las reglas de juego. Así, desde los años sesenta, el conflicto
principal se libró en un terreno muy específico. El intento de los editores de ampliar el
estrecho marco de los «libros para minorías», popularizando su lectura. Por un lado,
valiéndose del quality paperback, es decir, libros de pequeño formato con tiradas más
amplias y precios asequibles; y al mismo tiempo, orientando la lectura y codificando el
verdadero mensaje dentro del texto publicado. ¿De qué forma? Mediante un proceso de
selección. Selección de las temáticas, de los autores, de los textos y de los prologuistas.
Como también de todo tipo de añadidos editoriales, tales como notas al pie,
dedicatorias, prólogos, estudios introductorios, índices bibliográficos, y un largo
etcétera. Todo ello con el propósito de conseguir una lectura alegórica, una «doble
lectura». El medio se convirtió en el mensaje. Desde este punto de vista, el concepto de

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«autocensura editorial» de dichos años no tiene cabida, aunque haya sido utilizado a
menudo incluso por los propios editores. Las ideas permanecen en el texto, sólo cambia
la forma en que son expresadas. Así, la censura de los años sesenta se movió en esos
términos: reescribiendo, orientando y manipulando el significante, sin alterar el
significado. El dirigismo cultural del régimen fue consciente de ello. Su objetivo, no
obstante, fue evidente: si el medio era el mensaje, el régimen buscaba los medios para
restringir la difusión de dicho mensaje mediante una codificación lo más extrema
posible. Así, la política de «apertura cultural» significó, en definitiva, la posibilidad de
que el mensaje pudiera circular, pero siempre de forma restringida. De ese modo, el
Ministerio de Información y Turismo pretendía justo lo contrario de lo que buscaban
los editores: es decir, orientar la lectura para evitar toda posible aplicación del texto
sobre las realidades del régimen; que fuera una lectura «sólo para eruditos». Fracasados
sus intentos (a partir sobre todo de 1968), se optó por controlar directamente las
editoriales. Y de una forma completamente extralegal. Primero, utilizando el chantaje
administrativo y colocando agentes del Ministerio en sus puestos directivos; y si esto
fallaba, procediendo a su cierre administrativo. El «Registro de Empresas Editoriales»
no tenía validez más allá de su función coercitiva. El Ministerio cerró con total
arbitrariedad editoriales registradas y sin registrar. Sabiendo que el cierre de una
editorial suponía un verdadero drama para sus socios y empleados, siendo empresas
privadas que permitían a ciertas personas ganarse la vida. Los cierres fueron un
atropello en toda regla. Y el miedo, un factor constante durante toda la dictadura. El
Ministerio también se valió del dirigismo cultural positivo en forma de mecenazgo de
tipo monopolístico. El mejor ejemplo de ello se encuentra en la colección de «Libros
RTV» (de manos de las editoriales punteras Salvai y Alianza) lanzada en mayo de 1969
con varios propósitos. El propagandístico fue el más evidente, pero también se buscaba
lograr un control más directo sobre el proceso de «aperturismo», monopolizándolo, y al
mismo tiempo, fortalecer la red de intereses que hasta entonces había sido la base
principal integradora del franquismo, una red de intereses cuyos lazos se estaban
desarticulando a un ritmo cada vez mayor. El estallido del affaire MATESA evitó recoger
los frutos políticos. En todo caso, fue una propuesta interesante con efectos culturales
muy positivos, que supuso la entrada en España del libro de bolsillo en estado puro (es
decir, obras ya consagradas, de edición en grandes tiradas).
6 Las empresas editoriales de vanguardia configuraron una serie de «espacios libres» por
iniciativa íntegramente privada, para constituir y articular -cada una por separado y
todas en conjunto- un espacio público privado de naturaleza política y cultural. Ahora
bien, hubo una evolución en la dinámica de todo el proceso, donde la iniciativa corrió
siempre por parte de los editores de la disidencia. Inicialmente (y teniendo presente
que toda clasificación bibliográfica es discutible), se partió de cuatro grandes bloques
principales. En primer lugar, la renovación del Pensamiento, las Artes y las Ciencias
Sociales, que fue una renovación basada en traducciones, y también en fuentes clásicas,
donde la introducción del marxismo resultó esencial. En segundo lugar, el catolicismo
posconciliar progresista, con dos vertientes: la intelectual, y la proyectada por el
apostolado seglar, de corte sindicalista, más combativa y por ende más combatida desde
la Administración. En tercer lugar, el uso de la reconstrucción histórica como forma de
disidencia, con un triple objetivo: recuperar la historia y la memoria, atacar al régimen
en sus mismos cimientos ideológicos, y proponer un sistema alternativo para el futuro,
siendo consecuente con el pasado recuperado. En cuarto lugar, teorizar sobre la España
alternativa, es decir, ofrecer una visión de la realidad nacional, alternativa a la

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«oficial», más plural y reivindicativa de las nacionalidades históricas, y a la vez


creadora de nuevas identidades nacionales, como era el caso de la valenciana, la
andaluza y la canaria. Hubo entonces una segunda fase, donde a esos cuatro bloques
iniciales se fueron añadiendo otras grandes temáticas, sobre todo desde finales de la
década de los sesenta. En primer lugar, cuestiones de política internacional,
determinados por el devenir de los acontecimientos más que otra cosa. En segundo
lugar, la educación superior, dado el contexto de una universidad convulsa. En tercer
lugar, el empleo del humor como arma de combate político, fundamentalmente a través
de antologías de autores muy señalados, previamente aparecidos en prensa periódica y
publicados de forma unitaria en forma de ensayos de crítica sociopolítica. Y por último,
el análisis directo de las realidades del régimen, al socaire del pleno desarrollo de las
Ciencias Sociales y sobre todo del periodismo, con la aparición del moderno libro
político, que tendrá gran protagonismo durante buena parte de los años setenta. Ese
análisis directo fue el objetivo principal de la disidencia desde el principio, y por ende,
una de sus grandes conquistas. Así, desde fines de 1969 hubo cambios incluso en el
lenguaje utilizado en las publicaciones, algo estrechamente relacionado con el
desarrollo del moderno periodismo de opinión política y cultural, en detrimento del
«doble lenguaje» y la «lectura entre líneas», que se fue atenuando. Un lenguaje claro,
indispensable para lograr la plena popularización y democratización del libro que
perseguían los editores. Se estaba afrontando el miedo a la represión porque
posiblemente se percibía que ésta ya no daba más de sí: el Estado de Excepción de 1969
había sido su techo, o al menos, así se debió percibir. De ese modo, la disidencia
comenzó paulatinamente a denunciar en la prensa la persecución a la que estaban
siendo sometidos, abiertamente y con un doble lenguaje muy atenuado y cargado de
ironía. Por otra parte, varias editoriales de vanguardia se organizaron en un frente
común, integrando la plataforma «Distribuciones de Enlace», y ofreciendo la colección
«Ediciones de Bolsillo», que junto a otras como «Ariel Quincenal» y «Alianza de
Bolsillo», serán colecciones de referencia universitaria durante los últimos años de la
dictadura, con tiradas de gran entidad.
7 Para el régimen franquista, con la derrota de los «aperturistas» y el ascenso de Carrero
Blanco a la cumbre del poder, el período comprendido entre noviembre de 1969 y
diciembre de 1973 fue prácticamente homogéneo en cuanto al dirigismo cultural se
refiere, caracterizado por dos elementos fundamentales: intento de «regresión» en el
discurso y «continuismo» con la dinámica más autoritaria y represiva del último bienio
de Fraga. En un contexto de división interna en el seno del régimen y también de crisis
económica, política, social y laboral, y sin otra capacidad de respuesta ni de reacción
que recurrir a la represión. Con la muerte del Almirante Carrero Blanco ya no habrá
vuelta atrás, y aunque la censura, la represión y el control cultural siguieron activos
hasta al menos 1979, es evidente que el cambio cultural era irreversible. No se puede
entender el cambio cultural de los años sesenta sin tener en cuenta el enorme esfuerzo
de estas editoriales y, lógicamente, de los personajes que las impulsaron, cuya
procedencia política e ideológica pudo ser dispar, pero no así sus objetivos (que fueron
mucho más allá que el simple beneficio económico), en medio de un proceso donde el
concepto de «cambio generacional» resulta clave. El precio, no obstante, fue muy alto.
Y aunque el balance fue muy positivo, la mayoría de planes editoriales quedaron
incompletos. Además, muchas de las obras se editaron mutiladas y con graves
modificaciones, y todavía se publican algunas reediciones sin estar revisadas. En todo
caso, es de suponer que el impacto de la disidencia editorial tuvo que ser enorme.

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Cuanto menos, suficiente para que se formase una elite política alternativa que
alcanzaría el protagonismo durante los años setenta y ochenta. Además, la aparición de
toda esa bibliografía en los escaparates de las librerías seguramente ofreció por sí
misma otro factor de la «percepción de cambio» en gran parte de la sociedad. Al mismo
tiempo, y dado que «el medio era el mensaje», la posesión de un libro de bolsillo de
vanguardia tuvo que ejercer una poderosa influencia psicológica sobre gentes incapaces
de comprender el texto en toda su profundidad. Tras la muerte de Carrero Blanco, y
sobre todo tras la muerte del dictador, las actitudes y los objetivos de la disidencia
editorial cambiaron. Ya no se trataba de seguir identificando medio con mensaje: se
trataba de una lucha, en campo abierto, por la libertad de expresión.

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Un sueño americano. El Gobierno


vasco en el exilio y los Estados
Unidos (1937-1979)
David Mota Zurdo

NOTA DEL EDITOR


Tesis doctoral internacional defendida el 29 de abril de 2015 en el Departamento de
Historia Contemporánea de la Universidad del País Yasco-Euskal Herriko Unibertsitatea
(UPV- EHU). Directores: Coro Rubio Pobes y Santiago de Pablo Contreras (UPV-EHU).
Presidente: Ludger Mees (UPV-EHU). Secretario: Óscar Álvarez Gila (UPV-EHU).
Vocales: Xabier Irujo (Univ. de Nevada, Reno), Leyre Arrieta (Univ. de Deusto) y Ricardo
Martin de la Guardia (Univ. de Valladolid).

1 La presente tesis doctoral analiza la acción exterior del Gobierno vasco en Estados
Unidos entre 1937 y 1979. Esa acción vino definida por una estrategia atlantista
orientada a la búsqueda de una relación privilegiada con el Gobierno de Estados Unidos
como vía idónea para la recuperación del autogobierno vasco, previa restauración de la
legalidad democrática en España. La tesis reconstruye y analiza el proceso de diseño de
esta estrategia, sus diferentes fases cronológicas y su evolución, atendiendo a los
diversos agentes e instrumentos de la acción exterior del Gobierno vasco. Todo ello en
el marco de las relaciones bilaterales entre los Estados Unidos y la España franquista y
en el variable contexto internacional determinado por la II Guerra mundial y la Guerra
Fría. Asimismo, se analiza la mencionada estrategia atlantista tomando en
consideración no sólo las instituciones que representaron esta relación tan singular -y
asimétrica-, sino también las personas que la hicieron posible.
2 Para ello, se han establecido dos planos de análisis: el plano oficial, de las relaciones
políticas institucionales con el Departamento de Estado y otras agencias
estadounidenses; y el plano de las relaciones personales extraoficiales, mantenidas con

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figuras i influyentes de la vida política y social estadounidense en una actividad de


lobbying.
3 Durante una fase inicial, correspondiente a los años de la Guerra Civil española
(1936-1939), las actividades del Gobierno vasco en los Estados Unidos se limitaron al
establecimiento de la delegación en Nueva York, la propaganda antifranquista, la
búsqueda de financiación y las iniciativas para promover el levantamiento del embargo
de armas a la España republicana. Desde el primer momento, los delegados vascos
buscaron acercarse a la opinión pública católica estadounidense para ganarse su
simpatía, creyendo que con su apoyo tendrían un acceso más directo a la Casa Blanca y
que, gracias a su colaboración y presión, podrían convencer al Gobierno de Franklin D.
Roosevelt de que revocara su apoyo a la política de No Intervención en la Guerra Civil
española.
4 A tal efecto, mostraron al medio católico estadounidense su interpretación sobre la
Guerra Civil y sobre la cuestión vasca. De igual modo, emprendieron este mismo tipo de
gestiones ante miembros del Departamento de Estado, congresistas y sindicalistas. Sin
embargo, al mantenimiento de la política de No Intervención por parte del Gobierno de
los Estados Unidos -política que fue motivada por las presiones de influyentes
funcionarios del Departamento de Estado, cuyo objetivo era la salvaguarda de los
intereses estadounidenses en España- siguió el relativamente rápido reconocimiento
del Gobierno franquista el 1 de abril de 1939, coincidiendo con el final de la Guerra
Civil.
5 La nueva coyuntura trajo consigo un cambio de planes para la política vasca en los
Estados Unidos, puesto que ya no se trataba sólo de impedir la victoria de Franco en la
guerra, sino también de subrayar a sus interlocutores la naturaleza antidemocrática del
Gobierno de la España franquista. Centraron así sus esfuerzos en demostrar el carácter
profundamente antidemocrático del régimen, que entendían debía impedir a los
Estados Unidos reconocerlo otorgándole legitimidad. Así, hasta la entrada de Estados
Unidos en la II Guerra mundial en 1941, la acción exterior vasca se concentró en
obtener simpatizantes para la causa vasca, tanto en el Departamento de Estado como en
la sociedad liberal neoyorquina, y obtener canales de financiación para los refugiados.
6 El estallido de la II Guerra mundial y la derrota francesa en junio de 1940 colocó a los
miembros del Gobierno vasco en una situación muy compleja. El Gobierno de Francia
tomó la decisión de mantener las distancias con el exilio republicano español, para no
enemistarse con Franco y evitar el surgimiento de un nuevo frente militar en los
Pirineos, que se habría producido si España hubiera entrado en guerra a favor de
Alemania. Aunque Aguirre dio orden de apoyar a los Aliados sin condiciones, la actitud
del Gobierno francés llevó al Gobierno vasco a la búsqueda de otros interlocutores que
aceptaran su colaboración para acabar con el totalitarismo nazi y fascista, y también
con el franquismo. Así, mientras el lehendakari Aguirre sobrevivía a su odisea en la
Europa ocupada, Irujo buscó en Londres llegar a acuerdos con Gran Bretaña y con la
Francia del general De Gaulle, mientras los delegados vascos en los Estados Unidos
estrecharon lazos con el Gobierno de este país, todavía neutral en la guerra.
7 La reaparición de Aguirre en Nueva York en 1941 propició el establecimiento del centro
neurálgico de la política vasca en los Estados Unidos. En un principio, la política del
Departamento de Estado buscó desmarcarse de cualquier tipo de relación oficial con
una institución menor. Sin embargo, después de que Estados Unidos entrara en la
guerra en diciembre de 1941 las ofertas de colaboración brindadas por el Gobierno

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vasco al Gabinete Roosevelt comenzaron a ser tenidas en cuenta. Así, el lehendakari


encontró interlocutores dentro del Departamento de Estado y de la Casa Blanca
dispuestos a escuchar su interpretación sobre la naturaleza ideológica de la II Guerra
mundial.
8 De este modo, la acción exterior vasca se centró en ofrecer a diferentes agencias
estadounidenses del Departamento de Estado (COI, OSS, CIAA), del de Justicia (FBI) y del
de Defensa (el Servicio de Inteligencia Militar), servicios de carácter propagandístico,
informativo y de espionaje -a través del Servicio Vasco de Información- para hacer
frente a las fuerzas del Eje en Europa y Latinoamérica, brindando a todos ellos la plena
colaboración del Gobierno vasco. Precisamente, en el subcontinente americano los
ofrecimientos vascos cobraron especial relevancia, gracias a un acuerdo entre el
Gobierno vasco y los servicios de inteligencia estadounidenses, firmado en mayo de
1942 y cuyo contenido exacto aún no es conocido. Gracias a la confesionalidad católica y
al programa político demócrata- cristiano del PNV, el Gobierno vasco se perfiló como
un interesante aliado para asegurar mediante labores de propaganda e información el
patio trasero de los Estados Unidos ante la evidente influencia de las corrientes
ideológicas de carácter fascista que promovieron el antiamericanismo sobre este
territorio. Por tanto, en este contexto, en el que los dirigentes vascos contaron con
mayores posibilidades de éxito para conseguir sus objetivos, el Servicio Vasco de
Información se convirtió en un instrumento para la materialización de un proyecto
político del Gobierno vasco y también del PNV.
9 Sin embargo, esta colaboración quedó en un segundo plano cuando entraron en escena
aspectos de mayor relevancia para el Gobierno estadounidense, como la reconstrucción
europea y el auge del comunismo en Europa. Por este motivo, en este estudio se ha
puesto de manifiesto que la enorme carga de responsabilidades que adquirió el
Gobierno de Washington durante la posguerra europea llevó a que este delegara en
Gran Bretaña parte de su gestión política en Europa, justo en un momento en el que los
británicos buscaban el acercamiento a la dictadura española. El ascenso de la Unión
Soviética, que salió ampliamente reforzada de la II Guerra mundial, y el miedo a que el
comunismo pudiera expandirse por Europa, puso en alerta a los planificadores políticos
estadounidenses, que vieron peligrar la hegemonía de los Estados Unidos en la escena
internacional. Estas cuestiones, demostradas ya por otros autores, han sido utilizadas
de base contextual en este trabajo para mostrar que no sólo el Gobierno de Washington
no recompensó las labores prestadas por el exilio vasco durante la II Guerra Mundial
con una acción decidida contra Franco -mayormente porque los estadounidenses no se
comprometieron políticamente a nada-, sino que este optó por una solución
estratégica: el progresivo acercamiento a la España franquista como forma de poner
freno a la expansión del comunismo por el Mediterráneo.
10 A partir de aquel momento, los dirigentes vascos reconfiguraron su estrategia, fijando
nuevos elementos. Adecuaron la acción exterior del Gobierno vasco a los intereses
políticos y económicos de los Estados Unidos para evitar puntos de desencuentro y con
la finalidad de mostrarles que su Ejecutivo sería un útil aliado para el momento en el
que decidieran apostar por la democracia en España. De este modo, las relaciones entre
el Gobierno vasco y los Estados Unidos entraron en una nueva fase marcada por el
contexto de la Guerra Fría (1947-1991).
11 En este nuevo marco, el Gobierno vasco dio un salto cualitativo en su estrategia,
pasando de desplegar una política netamente soberanista y diferenciadora, actuando al

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margen del Gobierno republicano español, como había ocurrido desde abril de 1939, a
trabajar como sus interlocutores políticos ante las autoridades estadounidenses. Su
objetivo: convencer a las autoridades estadounidenses de que sí existía una alternativa
al franquismo y que esta, en caso de hacerse con el poder en España, no significaba en
absoluto el progreso en ella del comunismo. En este sentido, los planificadores políticos
de la acción exterior del Gobierno vasco conjugaron la estrategia atlantista con la
doctrina política demócrata- cristiana, utilizando esta última como una de sus
principales bases discursivas para llevar a cabo campañas propagandistas
antifranquistas en Estados Unidos en las que se pusiera en valor la alternativa
democrática para España. De este modo, la confusión entre el PNV y el Gobierno
presidido por Aguirre se puso de manifiesto en esta estrategia, quedando marcada por
la ideología del principal partido del Ejecutivo (situación que se produjo a lo largo de
casi todo el exilio). Ciertamente, la mayor parte de los partidos que compusieron el
Gobierno vasco no fueron en absoluto demócrata-cristianos, hasta el punto de que
entre 1946 y 1948 contaron con un consejero comunista, pero la imagen que
presentaron los delegados vascos en los Estados Unidos fue básicamente la del PNV.
12 En buena manera, el objetivo principal fue participar de cualquier iniciativa que
permitiera la recuperación de la democracia en España, porque sólo así podrían
restaurar el autogobierno vasco. De este modo, cuando la cuestión española comenzó a
ser debatida en el Consejo de Seguridad y la Asamblea General de la ONU en 1945, los
dirigentes vascos se implicaron con decisión, al interpretar que la clave de la batalla
antifranquista se encontraba en las arenas políticas de la ONU. Esta institución
internacional y la conexión con los Estados Unidos, el principal inspirador de este
organismo, se presentaron así como la mejor opción para combatir al franquismo,
aislándolo diplomática y económicamente.
13 Los dirigentes vascos apostaron, entonces, por obtener el apoyo de los Estados Unidos
en este organismo, convencidos de que así conseguirían acabar con el régimen
franquista. En consecuencia, entre 1945 y 1953 avalaron la utilidad práctica del
Gobierno de la República y del plan monárquico-socialista de Indalecio Prieto como
alternativas democráticas viables para la contención del comunismo. Un giro
estratégico del Gobierno vasco que, impulsado y protagonizado por José Antonio
Aguirre, Antón Irala y Jesús Galíndez, se llevó a cabo con una visión demasiado
optimista tanto del contexto internacional como de la posibilidad real de que los
Estados Unidos tomara medidas efectivas contra Franco.
14 El origen de esta propensión a ver y juzgar la política exterior estadounidense de la
forma más favorable a sus intereses se ha encontrado en la estrategia atlantista
diseñada por Aguirre que, desde el momento de su planificación, estuvo plagada de
ensoñaciones utópicas que sobrevaloraron la capacidad organizativa y efectiva del
Gobierno vasco y que colocaron a los estadounidenses en una hipotética disposición a
trabajar a favor de la restauración democrática en España. Partiendo de esta
concepción, el lehendakari y los planificadores de la acción exterior vasca, entendieron
que detrás de la política española del Gobierno de Washington había algún tipo de
compromiso ideológico y moral con el exilio democrático español, y que en el fondo
había una jugada maestra para acabar con el franquismo. Evidentemente,
malinterpretaron las claves de la política estadounidense. No contaron con que el
Departamento de Estado dejara en un segundo plano las valoraciones de los dirigentes

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vascos y que considerara la alternativa democrática al franquismo una opción carente


de suficiente realismo y peligrosa por su probable deriva comunista.
15 La firma de los pactos de Madrid de 1953, el convenio hispano-norteamericano de
ayuda económica y militar a España, fue el auténtico punto de inflexión en las
relaciones entre vascos y estadounidenses, ya que se constató el definitivo
acercamiento de los Estados Unidos al Gobierno franquista. A partir de aquel momento,
los dirigentes vascos fueron más conscientes de las dificultades de obtener resultados
positivos de los contactos con un Gobierno que mantenía relaciones amistosas con su
principal enemigo. Ahora bien, los dirigentes vascos persistieron en sus relaciones con
Washington. Desde ese momento, el objetivo de los representantes vascos en los
Estados Unidos se centró en tratar de evitar la renovación de los acuerdos de 1953,
denunciar la situación socio-política en el interior de España y la represión sobre la
cultura vasca.
16 Con todo, la constante en la política exterior estadounidense diseñada para España fue
dar prioridad a los intereses geoestratégicos y militares, manteniendo el statu quo,
política motivada por la desconfianza que durante todo el exilio les generó cualquier
alternativa de la oposición democrática. Sin duda, esta estrategia del Gobierno de
Washington mermó las expectativas de los dirigentes vascos, pues tuvieron que
enfrentarse con una realidad muy distinta de la que cabía esperar de un país al que
consideraban el adalid de la democracia internacional. De hecho, este desengaño les
llevó a atravesar distintos estados de ánimo que, de algún modo, quedaron plasmados
en la evolución que experimentó la estrategia atlantista; un cambio que, por otro lado,
se produjo conforme a las posibilidades reales de acción en el marco estadounidense,
europeo y español.
17 Así de la complicada etapa de la Guerra Civil, en la que los delegados vascos hicieron un
sondeo para encontrar simpatizantes para la causa antifranquista, siguió la esperanza
de los años de la II Guerra mundial, un periodo durante el que creyeron que la entrada
de Franco en el conflicto, seguida de una intervención aliada, acabaría con el
franquismo. De un estado de ánimo optimista se pasó a la progresiva y creciente
desilusión que supuso, primero, la pérdida de las expectativas puestas en la ONU, y,
segundo, la apuesta de los Estados Unidos por la continuidad del franquismo. Este
desencanto, agravado por la desaparición de Galíndez en 1956, el fallecimiento del
presidente Aguirre en 1960 y por la distinta política implementada por Leizaola (1960-
1979), su sucesor al frente de la presidencia vasca, se tornó en una adaptación a los
nuevos tiempos. La nueva coyuntura requirió que los dirigentes vascos optaran por
otro tipo de estrategia en los Estados Unidos, al margen del Departamento de Estado y
del Gobierno, y cercanas, entre otros, a congresistas, sindicalistas y periodistas
estadounidenses, simpatizantes con la causa antifranquista.
18 Este cambio de rumbo que se produjo en la política del Gobierno vasco durante la
presidencia de Leizaola no impidió que continuaran las labores de lobbying de las
delegaciones vascas de Nueva York y Washington. Un síntoma, empero, de que el exilio
vasco no tenía muchas alternativas a las que agarrarse y de que los planificadores de la
política pro-estadounidense del Gobierno vasco mantenían el convencimiento de que,
con una presión constante sobre los medios políticos estadounidenses amigos, podrían
incomodar al régimen franquista y a su política exterior. En definitiva, a pesar de que
en 1953 se constató el acercamiento de los Estados Unidos al franquismo, los impulsores

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de la acción exterior vasca en Estados Unidos siguieron confiando en el lobbying sobre


el entorno político estadounidense como forma de derribar al Caudillo.
19 Fue en este contexto en el que la figura de Pedro Beitia cobró especial relevancia. Sus
labores representativas en Estados Unidos, hasta ahora prácticamente desconocidas,
sirven para poner en valor la figura de un delegado (oficioso) que, a partir de 1956, y
especialmente después de 1960, se erigió como el principal director de la política vasca
en Estados Unidos, trasladando el eje de la estrategia política atlantista del Gobierno
vasco desde la Gran Manzana a Washington. Desde la capital estadounidense, se
encargó de trabajar cerca de senadores, congresistas y agentes del Departamento de
Estado ofreciéndoles información sobre la situación de España, distinta a la ofrecida por
el Gobierno español, y de realizar labores de propaganda antifranquista para conseguir
apoyos para la causa vasca. No obstante, aunque el eje de la política vasca en Estados
Unidos pivotara sobre las gestiones realizadas por Beitia en Washington, sus funciones
y actividades de delegado no oficial del Gobierno vasco tuvieron que ser disimuladas a
través de la delegación de Nueva York, a fin de evitar controversias que pudieran dañar
su posición de funcionario internacional en la UNESCO, la OMS y el Banco Mundial.
20 Así pues, entre 1961 y 1976, Beitia fue el principal promotor de la causa vasca en
Estados Unidos, manteniendo una estrecha colaboración con el vicelehendakari Joseba
Rezóla (1963-1971), de quien recibió directrices y con el que compartió la idea de
mantener la cohesión dentro de las comunidades vascas en América y de establecer un
contacto más asiduo entre estas y el Gobierno vasco en el exilio. La relación con el
lehendakari Leizaola no fue de lo más amistosa, al menos inicialmente, porque el
presidente vasco desatendió las peticiones de Beitia de realizar más viajes a América -
especialmente a los Estados Unidos- y de mostrar un mayor interés, más allá de lo
puramente económico, hacia los asuntos de la comunidad vasca allí asentada. Aunque la
relación entre ambos mejoró con el tiempo, el cambio estratégico con respecto a
América, solicitado por Beitia a Leizaola, no se produjo, siendo así el delegado vasco el
que continuara encargándose en solitario de mantener los contactos con los
estadounidenses durante las décadas de 1960 y 1970. Por este motivo (aunque no
exclusivamente), durante aquellos años se produjo un progresivo descenso de los
contactos entre los dirigentes vascos y los agentes del Departamento de Estado. Una
reducción motivada por las sucesivas prórrogas de diez y cinco años a los convenios de
1953, que en 1970 acabó provocando la ruptura de relaciones, a raíz de la firma de un
nuevo acuerdo bilateral entre el Gobierno de los Estados Unidos y el de la España
franquista.
21 A partir de entonces, los directores de la política vasca dejaron de colaborar con un
Gobierno que, para ellos, socavaba las iniciativas a favor de la democracia y que con sus
medidas políticas sostenía al régimen franquista. De este modo, Beitia reconvirtió la
estrategia política atlantista, centrándose sólo en aquellos simpatizantes de la causa
vasca situados en el Congreso y en los medios de comunicación, para presionar al
Gobierno de Estados Unidos y que este, a su vez, condicionara los acuerdos que firmara
con el Gobierno español al establecimiento de medidas liberalizadoras, que llevaran a
España hacia un sistema democrático. Con todo, no fue hasta mediados de la década de
1970, cuando las cosas cambiaron en un sentido positivo, aunque en parte fuera
motivado por la muerte de Franco en diciembre de 1975. Al año siguiente, las labores de
lobbying de Beitia comenzaron a obtener victorias de especial notoriedad, consiguiendo
-entre otras cosas- que sus «amigos del Capitolio» condicionaran la renovación de los

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acuerdos de ayuda mutua y de defensa (convertidos en Tratado de Amistad y


Cooperación) a la implementación de medidas democratizadoras en el aparato
institucional del Estado español. Sin embargo, para entonces, la rehabilitación de las
instituciones democráticas en el País Vasco era un objetivo completamente real y
alcanzable.

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Le Movimiento ibérico de Liberación


(MIL) et ses représentations dans la
presse : mythes et mystifications
Canela Llecha Llop

NOTE DE L’ÉDITEUR
Thèse d’Études Hispaniques en cotutelle soutenue le 12 décembre 2014 à l’Université
Paris Ouest Nanterre La Défense, devant un jury composé de Mmes et MM. les
Professeurs Bénédicte Brémard, Marie-Claude Chaput (directrice) Francis Dernier,
Géraldine Galeote, Pilar Martinez Vasseur, Julio Pérez Serrano (directeur).

1 Le Movimiento Ibérico de Liberación (MIL) fait partie de ces groupes politiques qui
surgissent dans les années soixante- dix et qui, refusant de se limiter à des objectifs
antifranquistes, portent un projet révolutionnaire imprégné d’une conception
internationaliste de la lutte. Ce travail de recherche cherche à approcher ce petit
groupe anticapitaliste essentiellement au travers de ses représentations médiatiques.
Pour ce faire, la thèse privilégie une approche double, qui croise perspective
diachronique - un parcours de la presse sous le franquisme jusqu’aux médias en
démocratie - et regard synchronique - une étude conjointe et comparative de différents
journaux. L’examen du discours de presse relatif au MIL présente en effet un intérêt
méthodologique majeur, dans la mesure où il fait apparaître une constellation d'ethos
qui tient lieu d’identité politique au MIL. Les procédures de nomination ou de
qualification du groupe, si elles en disent long sur les différentes configurations
discursives dont elles émanent, contribuent à donner du MIL un portrait au
kaléidoscope, qui cristallise toujours les langages et les problématiques
contemporaines. En confrontant les textes du groupe lui-même à ceux des médias, la
thèse aborde ce qui advient dans les jeux d’écart, de distorsion ou de recouvrement que
cette mise en regard fait apparaître. Il s’agit d’étudier ce qui se joue au cœur de ces

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dispositifs rhétoriques, pour comprendre i ce que les médias font au MIL et au projet
politique dont il était porteur.
2 Les hypothèses de départ qui président à cette étude pourraient être formulées ainsi :
bien que les médias écrits aient indéniablement contribué à faire connaître le MIL, ils
ont systématiquement déformé ou passé sous silence l’idéal révolutionnaire défendu
par le groupe, soit en dépolitisant son action, soit en utilisant politiquement l’histoire
ou la mémoire du groupe pour établir, affirmer, ou renforcer des narrations exogènes.
Ces procédés de mystification aboutiraient à une disqualification de facto de l’option
politique défendue par le MIL, et, partant, à une restriction du champ des possibles
idéologiques. L’analyse du cas du traitement du MIL par la presse dominante depuis une
perspective diachronique devait permettre de mettre en évidence quels sont les
présupposés catégoriels sous-jacents dans les débats propres à chaque moment
historique. En ce sens, elle devait non seulement montrer par l’exemple la radicale
historicité de toute interprétation, mais également élucider les mécanismes de
construction d’une mémoire idéalisée, mythifiée ou mystifiée, du MIL. L’hypothèse de
départ est que tout pouvoir, y compris celui à l’œuvre en démocratie, cherche à
imposer l’univocité de sa narration canonique et qu’il a besoin pour ce faire de
délégitimer ou d’absorber un certain nombre de narrations parallèles.
3 Pour éprouver ces hypothèses, la thèse adopte une structure tripartite.
4 Afin d’apprécier à quel point les récits que la presse véhicule sur le MIL sont mystifiants
ou mythifiants, il fallait revenir en premier lieu sur le MIL lui-même. La première
partie s’attache ainsi à présenter le contexte de parution du MIL en le replaçant dans le
cadre national et international, le but étant d’historiciser les discours qu’il produit. La
naissance d’un groupe comme le MIL est indissociable de la forte activité qui
caractérise les « années 68 » au niveau international. Le contexte de la guerre froide et
notamment de Paprès-68 est marqué par le surgissement de nouvelles formations
politiques, par de nouvelles revendications, mais également par un intense débat au
sein de la gauche sur les modes d’action à adopter au moment même où le modèle de
l’Etat providence semble entrer en crise, et dévoiler pleinement son rôle normatif. Se
développent un certain nombre de groupes révolutionnaires qui, n’aspirant plus à
conquérir le pouvoir, font de l’Etat et de la violence qu’il représente la cible privilégiée
de leur lutte. Si l’Espagne est souvent présentée comme un cas à part dans le monde
occidental, les problématiques qui lui sont propres sont toutefois intimement liées à la
situation internationale. Au cours des années soixante, d’importantes transformations
sociales et économiques se produisent, qui font miroiter à l’Espagne une intégration
dans la Communauté Économique Européenne, et qui relancent par ailleurs
l’organisation syndicale, tandis que l’opposition au franquisme s’organise, malgré une
répression toujours féroce. C’est précisément dans ce contexte que le MIL fait son
apparition à Barcelone à la fin des années soixante. Inextricablement relié au
développement des luttes ouvrières qui se succèdent dans la capitale catalane, il hérite
à la fois d’une composante libertaire certaine, mais s’inscrit également dans la filiation
des nouveaux mouvements internationaux. L’analyse de la production du MIL,
notamment des deux numéros de la revue C.I.A. Conspiración Internacional Anarquista,
et des publications qu’il effectue au travers de la maison d’édition « Ediciones Mayo-37
», a permis d’en produire une définition précise sur le plan politique. Point de
confluence de diverses trajectoires vitales, le MIL a pour signes distinctifs un anti-
autoritarisme et un anti-dirigisme notoires, qui font de lui un groupe hétérodoxe au

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niveau théorique se nourrissant de multiples influences et évoluant au gré des


discussions et des événements. À travers la réactualisation de textes de penseurs
hétérodoxes, le MIL s’emploie à critiquer les formations de la gauche classique
(notamment le PC) qu’il juge réformistes, les groupes léninistes, maoïstes et marxistes-
léninistes pour leur caractère dirigiste et, enfin, les formations trotskistes parce que
trop déconnectées du mouvement ouvrier. En contrepoint, le MIL défend l’autonomie
et l’auto- organisation de la classe ouvrière. Dès lors, il s’assigne un double rôle. D’une
part, réaliser des actions d’« agitation armée » pour prouver que le mouvement ouvrier
peut accroître le niveau de violence qu’il exerce, démontrant par là son potentiel
révolutionnaire. D’autre part, développer le projet de « bibliothèque socialiste » qui a
également pour but de provoquer l’agitation par P auto-compréhension du mouvement
révolutionnaire. Politiquement, le MIL peut être défini comme un groupe
antiautoritaire et anti-léniniste qui reçoit les influences de mai 68, notamment les idées
conseilliste s ou celles de l’Internationale Situationniste, et qui défend un
anticapitalisme internationaliste révolutionnaire.
5 La deuxième partie de ce travail aborde plus précisément les modes de saisie du MIL, en
prenant notamment en compte la concomitance entre les faits et leur mise en récit
journalistique. Lors des dernières années du franquisme, le MIL réalise ses actions les
plus retentissantes, durant une période de répression farouche. L’arrestation de
Salvador Puig Antich et son exécution le 2 mars 1974 constituent ainsi des temps forts
que la presse représentera dans les limites que permet le cadre du régime. Il est
indéniable que le contrôle étroit des moyens de communication, et notamment de
l’écrit, que continue d’exercer le régime explique très largement les narrations
dépolitisantes dont fait l’objet le MIL pendant les dernières années du franquisme. En
effet, « délinquants », « bandits », « assassins » et « anarchistes » sont les termes les
plus récurrents qu’emploie la presse pour se référer aux membres du groupe. Ils
s’inscrivent dans ce que l’on pourrait appeler une « tradition » ou un « habitus »
rhétorique et herméneutique développés dès la fin de la Guerre civile et jusqu’aux
derniers jours de vie d’un régime qui s’emploie à classer, pour mieux les dominer, tous
les mouvements de contestation sous des appellations moralement et juridiquement
accablantes. La référence à la violence politique qualifiée de terroriste, ou l’inscription
de Puig Antich, et à travers lui de l’ensemble du MIL, dans la seule famille anarchiste,
sont autant de catégories d’appréhension qui, bien que resémantisées et réinvesties à
l’aune des problématiques contemporaines, reviennent dans la presse de façon répétée,
et ce bien après la fin du régime qui les a bâties.
6 Avec le processus de Transition des années 1974-1979, et le début de la libéralisation de
l’accès à l’information, la référence au MIL ou à ses membres croît sensiblement dans la
presse. Tout d’abord, le traitement que subit dans la presse la violence politique à
laquelle est associé le MIL de façon récurrente se transforme. Le discours médiatique
développe, rejoignant ainsi la rhétorique qui a cours dans la presse des démocraties
européennes voisines, un cadre d’interprétation binaire fondé sur l’opposition entre
terrorisme et antiterrorisme. Dans le cas espagnol cependant, la désignation pendant la
Transition de tout acte violent comme ressortissant au « terrorisme extrémiste » a
permis de discréditer politiquement les options critiques du processus démocratique en
marche. Mais la saisie du MIL est également adossée à certains des mouvements
revendicatifs les plus largement investis par la société civile, qu’il s’agisse de réclamer
une véritable amnistie pour les prisonniers politiques ou de défendre la nécessité de
reconnaître la liberté d’expression pour construire une véritable démocratie. L’exemple

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de la représentation du MIL montre à quel point la période transitionnelle est à la fois


un moment de résurgence d’un certain nombre de problématiques conflictuelles que
quarante ans de franquisme ont éclipsées, mais aussi le temps de leur « désamorçage »
par intégration dans le jeu parlementaire. Malgré une volonté affichée d’inclusion
universelle, et malgré la conquête de droits fondamentaux qu’elle permet, cette
démocratie « constitutionnaliste » produit toutefois des mécanismes d’oblitération
(question de la forme de l’Etat, question de la participation citoyenne, etc.). Ainsi, la
prise en charge depuis l’Etat des questions épineuses soulevées pendant cette période
de transition par le biais de leur judiciarisation dénote une volonté de pacification de la
société civile - ce que cristallise parfaitement le terme de « consensus » tant invoqué
pour se référer à ce moment historique.
7 Si la présence médiatique du MIL ou de ses membres est particulièrement importante
dans les années 1974-1980, à première vue, la période comprise entre la fin des années
soixante-dix et le milieu des années quatre-vingt-dix semblerait correspondre à une
manière de « traversée du désert », les références au groupe et à ses membres se faisant
rares. Cependant, à y regarder de plus près, c’est une véritable mutation de la nature
des informations concernant le MIL, concomitante de leur redéploiement de la sphère
du politique vers celle du culturel ou du sociétal, qui se produit. Le mécanisme, propre
à la presse, de recherche éperdue de la nouveauté, explique que l’abandon progressif de
la référence au MIL s’accompagne d’une forte personnalisation de la représentation :
Puig Antich devient le seul membre du groupe à avoir droit de cité dans les journaux.
Ces phénomènes d’individualisation de l’information et de diversification des rubriques
de parution des articles concernant le MIL/Puig Antich témoignent de l’émergence de
nouvelles grilles interprétatives appliquées au groupe : tantôt événement historique,
tantôt repère temporel, le syntagme devient une référence culturelle et rapidement
une figure mémorielle. Cependant, si Puig Antich continue d’être cité régulièrement
dans la presse, il n’apparaît que de façon oblique, en tant que prétexte ou point de
départ pour aborder des problématiques exogènes, comme celle du régionalisme
catalan. D’autre part, son nom est toujours associé à l’anarchisme, ici réinvesti dans un
sens bien plus positif, et intégrant la famille très floue de 1’« antifranquisme » dont la
narration commence à être élaborée dans ces années- là. Finalement, dans le
prolongement de ce mouvement, c’est à la question mémorielle (qui commence à faire
l’objet de revendications dans certains secteurs de la société) que le nom de Puig Antich
se retrouve associé. Dans tous les cas, qu’il y ait « usage politicien », « culturalisation »
ou « mémorialisation » de la figure de Puig Antich - et, partant, du MIL -, c’est tout un
pan de la charge politique qu’elle portait initialement qui se trouve invariablement
oblitéré, voire évacué. Plus largement, ce qu’illustre l’évolution que connaissent les
catégories interprétatives appliquées au MIL, c’est un changement de paradigme
majeur, la référence révolutionnaire étant, en Espagne comme dans l’ensemble des
démocraties occidentales, abandonnée au profit de celle de la réforme.
8 Dans la troisième partie, la thèse analyse comment la naissance et le développement du
« mouvement pour la récupération de la mémoire historique » étaient symptomatiques
de la promotion d’un paradigme mémoriel à l’aune duquel va désormais être
appréhendé le MIL. En Espagne, initialement emmenée par les « mouvements pour la
récupération de la mémoire », la question mémorielle gagne la sphère politique et
devient un argument fort dans la bataille que se livrent les partis aspirant à gouverner.
La presse se fait ainsi largement l’écho des polémiques que suscitent, entre autres, les
discussions parlementaires sur la « Ley por la que se reconocen y amplian derechos y se

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establecen medidas en favor de quienes padecieron persecución o violencia durante la


guerra civil y la dictadura », communément appelée « Ley de memoria histórica »,
finalement approuvée en décembre 2007. Ainsi, en quelques années, la question
mémorielle est venue saturer le débat sociétal, culturel, politique, et médiatique.
Partant de cette prééminence du débat sur le passé récent de l’Espagne, l’objectif de
cette partie était de montrer comment s’élabore, notamment dans les médias, la
construction de la mémoire sur le MIL.
9 En peu de temps, la figure de Puig Antich est érigée en exemple paradigmatique des
revendications pour la révision des procès du franquisme, la presse suivant
pratiquement sur le mode de la chronique l’évolution de la demande de révision de son
procès intentée par ses sœurs. Devenant la métonymie de ces demandes, son nom est
bien souvent utilisé pour montrer les limites de la « Loi de Mémoire Historique ».
L’analyse de ce procédé de métonymisation m’a permis de comprendre comment la
question mémorielle se judiciarisait. La catégorie de « victime » étant désormais
systématiquement appliquée à Puig Antich, elle indique que cette « récupération »
s’effectue dans les limites d’une appréhension juridique de sa personne. Mais cet usage
en tant qu’arme de la lutte mémorielle induit également une réduction de Puig Antich à
un certain nombre de traits qui font de lui une figure maniable, parce que stéréotypée.
J’ai ainsi par la suite étudié les différentes nominations dont il a fait l’objet, et les
processus de construction de mémoires concurrentes que les différents qualificatifs qui
lui sont apposés signifient. Qualifié d’« anarchiste » et de « catalan », c’est finalement à
la famille antifranquiste qu’il est invariablement associé, Puig Antich étant
progressivement défini comme combattant catalan antifranquiste victime du régime.
Cette catégorisation est le résultat simultané de la judiciarisation de la « récupération »
de la mémoire, de l’élaboration d’un récit fondateur de la démocratie basé sur les luttes
antifranquistes, et partant, de la construction d’une légitimité supplémentaire pour les
institutions catalanes qui entretiennent un bras-de-fer avec le Gouvernement central.
Ainsi, la thèse montre dans quelle mesure les usages publics de la figure de Puig Antich
ont été à bien des égards intéressés. Plus largement, l’exemple des représentations et
des nominations de Puig Antich dans la presse a conduit à envisager le caractère
profondément excluant du processus de la « récupération » de la mémoire.
10 Enfin, le film Salvador de Manuel Huerga, et la polémique que sa sortie en 2006 a
suscitée, cristallisent le débat mémoriel qui a cours dans la sphère sociétale et
politique. L’étude de ce film a permis en outre d’éclairer les difficultés d’une
construction hétérodoxe de la mémoire : si le film prétend réhabiliter la mémoire de
Puig Antich que le processus transitionnel aurait oblitérée, c’est infine la mémoire
antifranquiste qui est revalorisée, les spécificités de Puig Antich, et donc du MIL, étant
soumises à l’impératif de cette réhabilitation. La récupération dans et par la mémoire
consensuelle de Puig Antich en tant que martyr romantique de l’antifranquisme étouffe
le débat public qu’une problématisation historique de ses choix idéologiques pourrait
susciter. Le film de Huerga est polémique et problématique dans la mesure où il
prétend remettre sur le devant de la scène la brutalité de la répression franquiste, mais
cette volonté de combattre l’oubli produit à son tour de l’exclusion.
11 Ces « oublis » de la mémoire consensuelle nous parlent aussi dans une certaine mesure
du présent : ils définissent, en creux, ce qui peut et ce qui ne peut pas être « récupéré »,
« remémoré ». C’est donc la bataille pour la construction de la mémoire de la fin du
franquisme et du processus de la Transition qui apparaît en filigrane, et par

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conséquent, la potentielle remise en cause du pacte fondateur de la démocratie


espagnole. C’est parce que la « récupération » de la mémoire a lieu depuis le présent, et
de façon bien souvent présentiste, que les fondements de la démocratie sont l’enjeu
majeur de la lutte et des polémiques qui ont cours. Si d’aucuns refusent obstinément de
faire retour sur le passé, considérant que le processus transitionnel Ta adéquatement
clos, le mouvement pour la « récupération » de la mémoire tente, pour sa part, de
rééquilibrer ce qui est ressenti comme un tort historique en construisant une narration
dans laquelle les luttes de l’antifranquisme viendraient légitimer la démocratie. Si le
régime sortant a assuré - notamment au travers de la figure du Roi - la légalité du
processus transitionnel, ce serait l’opposition antifranquiste qui lui fournirait une
légitimité. Dans les deux cas, c’est la démocratie telle qu’elle a été construite depuis le
pacte transitionnel qui apparaît comme le référent ultime : envisagé depuis le présent
démocratique, le passé est ainsi relu téléologiquement. C’est parce que le paradigme
mémoriel dominant dans les dernières années se construit en prenant comme point de
fuite idéal le présent démocratique que l’espace discursif occupé par les expériences
militantes hétérodoxes est restreint à l’extrême.

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Genre et classe : poétiques gay dans


l’espace public de l’Espagne
postfranquiste (1970-1988)
Brice Chamouleau De Matha

NOTE DE L’ÉDITEUR
Thèse soutenue à l’Université de Bordeaux III, le 24 novembre 2014, devant un jury
composé de Mmes et MM. les profs. Marie Franco (Univ. de Paris III, rapporteur),
François Godicheau (Univ. de Bordeaux III, directeur), Jesús Izquierdo Marín (Univ.
Autónoma, Madrid), Aránzazu Sarria Buil (Univ. de Bordeaux III) et Mercedes Yusta
(Univ. de Paris VIII, présidente).

1 Pourquoi, si la démocratisation de l’Espagne après la dictature franquiste est


exemplaire, les archives judiciaires font parfois état d’une répression contre des
subjectivités homosexuelles jusque dans la deuxième moitié des années 1980 à
Barcelone ? L’étude des archives des tribunaux de Dangerosité et de Réhabilitation
Sociale franquistes, à Barcelone, permet de mettre en tension un récit que l’Espagne
actuelle partage avec d’autres démocraties occidentales sur l’inclusion politique des
minorités sexuelles. En Espagne, cette inclusion est symptomatique du bon
ordonnancement démocratique après la dictature : si le dictateur Franco réprimait les
subjectivités homosexuelles avec la Loi de Dangerosité Sociale votée en 1970, la
démocratie les reconnaît progressivement jusqu’à en faire les sujets de la rédemption
démocratique. Elles incarnent le chemin vers la liberté entrepris par l’Espagne depuis
1975 d’après le président Zapatero lorsqu’est votée la loi sur le mariage homosexuel. Le
mariage gay et la loi de 2007 sur le changement de sexe civil qui n’exige plus d’avoir
subi une opération des organes sexuels sont les deux piliers qui constituent le point
d’arrivée de cette narration collective qui s’enracine dans la transition démocratique,
au moment où les Espagnols plébiscitent la Constitution de 1978 et qu’est abrogé
l’article pénalisant les « actes d’homosexualité ». À la répression observée dans les

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archives barcelonaises, s’ajoutent des voix militantes en 1984 qui, face à l’urgence vitale
que suppose l’expérience du sida, s’élèvent pour souligner leur non-identification aux
logiques de représentation homosexuelles à Barcelone. Elles expliquent que le mot «
gay » a cessé d’être un cri en Espagne : si quelques années plus tôt, ces subjectivités
parvenaient à connecter le sexuel et le social grâce à une participation active dans
certaines associations de quartier de Barcelone, dans des espaces politiques où la «
marginalité » était appropriée et resignifiée pour politiser la vie quotidienne, au milieu
des années 1980, elles font l’expérience d’une désaffiliation sociale marquée.
L’expérience qu’elles vivent, située, incarnée dans des désaccords sur le sens des mots
des luttes politico-sexuelles dans la démocratie, n’est jamais incorporée à la narration
LGBT sur la reconnaissance politique des minorités sexuelles: avec la Constitution,
l’Etat pourvoit les citoyens de droits, l’égalité indépendamment des questions de sexe
et un droit à P intimité, à une « sphère privée » que la dictature niait.
2 La thèse s’intéresse aux pratiques citoyennes qui ne sont pas prises en compte par cette
histoire du sujet de droit de la démocratie espagnole. Comment se produit le passage
d’une critique homosexuelle et situationniste contre la morale patriarcale et
capitaliste, vers la restriction des revendications LGBT en Espagne dans les stricts
termes du droit, et en particulier sur l’accès à la famille ? Si les sciences sociales
insistent sur le changement militant, dans les années 1980, par lequel le mariage
devient le moyen d’accéder à une égalité effective, rares sont les contributions qui se
risquent à formuler des hypothèses sur la motivation d’un tel changement militant.
L’étude des archives militantes et des archives judiciaires entre 1970 et 1989
notamment, permet d’avancer certaines de ces hypothèses pour le cas espagnol.
Comprendre pourquoi « gay » n’est plus un cri à Barcelone en 1984 suppose de tenter
de reconstituer les contours de communautés d’interprétation passées, qui ne se
positionnent pas toutes de la même manière que ce qu’en dit la mémoire de la
transition au moment où la démocratie s’institutionnalise en Espagne. Si la
Constitution est pour certains le point de départ de la reconnaissance par l’État des
minorités sexuelles, pour d’autres, elle incarne la violence symbolique du « consensus
», mot-clé de l’immédiat post- franquisme. À Barcelone, en 1978, les collectifs qui
politisent les homosexualités se divisent, les uns plaidant pour le respect de l’ordre
démocratique en cours de normalisation, les autres en dénonçant la violence : comment
accepter une démocratie qui maintient des instruments de répression contre les
subjectivités homosexuelles ? La Loi de dangerosité perd son article sur les « actes
d’homosexualité » en décembre 1978, mais elle continuera de réprimer les individus qui
portent atteinte aux « normes de cohabitation sociale » jusqu’en 1985; le Code Pénal
réprime le « scandale public » jusqu’en 1988. La reconnaissance des uns s’accompagne
de l’exposition au biopouvoir de l’État de communautés importantes en Espagne :
l’historiographie a déjà souligné combien la jeunesse espagnole est en rupture avec les
générations éduquées sous le franquisme, avec les classes moyennes de l’essor
économique des années 1960 en Espagne. Les subjectivités homosexuelles s’inscrivent
dans ce mouvement : elles font les expériences chimiques de la transition, elles
consomment des drogues, des hormones, investissent l’espace public, les associations
de quartier, et luttent pour changer les rapports sociaux quotidiens. Si l’État les
poursuit, des expériences montrent que les ruptures morales de la transition sont
importantes, dès lors que ces subjectivités trouvent dans les associations de quartier
des espaces de débat et d’action politique.

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3 Mais dans cette enquête sur les logiques de reconnaissance homosexuelle de la


transition, il est difficile de se satisfaire d’un récit sur une société civile démocrate
avant-la-lettre aux prises avec l’État. L’étude des langages et leur capacité à construire
des communautés politiques invite à comprendre comment, dans la construction des
subjectivités politiques, État et société civile partagent des mots pour classer le social et
instituer des identités sociales.
4 Cette remarque invite à identifier l’économie morale qui régit l’accès à l’espace public
de l’Espagne postfranquiste. L’Espagne transitionnelle est consensuelle, elle se met
d’accord sur l’exigence de s’aligner sur les modèles occidentaux démocrates : elle en
incorpore les langages. Concernant la reconnaissance homosexuelle, ce sont ceux des
Droits de l’Homme et de la « tolérance » qui sont invoqués et acclimatés en Espagne.
Mais l’identification des Espagnols au régime démocratique, qui est massive, ne dit pas
ce que signifie être démocrate dans l’Espagne des années 1970. Cette question exige
d’historiciser les langages de la démocratie qui comportent, d’après les exclus du
consensus, une dimension morale importante qui n’est pas identifiable si l’on oppose
démocratie et dictature, si l’on oppose encore, comme le fait la critique citoyenne
actuelle en Espagne, société civile et État. Prendre la mesure de l’interpénétration des
institutions de l’État et de la société civile permet de soutenir que ceux qui sont encore
exposés à la violence de l’État démocratique sont symptomatiques d’une économie
morale héritée de la dictature, sans être réductible au « franquisme sociologique ».
Lorsque l’Espagne devient démocratique, elle consacre son passage dans le capitalisme
de consommation et, avec lui, un sujet sociologique au capital symbolique et
économique fort : les « classes moyennes ». Selon Enrique Tierno Galván, un des ténors
du Parti Socialiste (PSOE), la démocratisation de l’Espagne sera une « rébellion des
classes moyennes », comme il l’écrit en 1976. Ces « classes moyennes » incarnent le
consensus démocratique, qui est génétiquement lié aux politiques économiques du
franquisme dès les années 1960. L’analyse doit montrer que les mots de la démocratie
sont alors pénétrés des valeurs morales du « consensus » : les subjectivités
homosexuelles et leur reconnaissance permettent d’éprouver une telle analyse des
langages démocratiques. Ce que les discours militants qui se font l’écho de la répression
policière permet de soutenir, c’est que le consensus accompagne une violence physique
et « épistémique » : il sépare les citoyens sexuels non tant selon leur orientation
sexuelle, mais sur leur identification ou non à la morale du consensus. Alors que les
associations progressivement reconnues à la fin de la transition disent qu’elles ont
porté les langages de la responsabilité et de l’ordre, du consensus démocratique, leurs
autres dénoncent la « barbarie institutionnalisée » qu’est le consensus. Les subjectivités
homosexuelles qui dénoncent cette violence politique ont incarné la dissidence morale,
sous la forme de discours politiques, mais aussi de pratiques de genre, vestimentaires,
en public ; littéralement, elles ont incorporé cette dissidence morale en modifiant la
matérialité de leurs corps, par la consommation d’hormones féminines ou d’opérations
chirurgicales. Ces subjectivités refusent de vivre dans les normes de genre qu’elles ont
héritées, elles expérimentent des sexualités marginales plus librement et s’exposent au
biopouvoir de la morale médiocratique. Elles incarnent charnellement les ruptures
morales qu’elles déclarent, elles les rendent incontournables dans l’espace public. Leurs
corps publics portent sous le regard communautaire ce qui lui fait horreur : les
sexualités non hétéronormées, et surtout, le dévoilement impudique de ce qui doit être
dissimulé.

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5 Le consensus démocratique, concept politique, prend l’allure d’un gouvernement des


populations. Tierno Galván, promoteur de la Movida madrilène des années 1980, en
appelle à une nécessaire « ascèse » démocratique. L’espace public ne doit pas être le
lieu d’expression des sexualités marginales d’une jeunesse critique à l’endroit de la
famille patriarcale : il en appelle à une « nouvelle chasteté sociale ». Le consensus, dans
ses actualisations morales, fait advenir une communauté politique qui fait parler d’une
même voix néofranquistes et « démocrates ». Si les sciences sociales remarquent
souvent la sécularisation très rapide de l’Espagne après la dictature, elles ne voient pas
ces usages « démocrates » des mots de la catholicité, effectivement sécularisée : le
consensus est catholique, parce qu’il réalise l’idéal d’une communauté politique
uniforme, le past or at chrétien comme l’appelait Michel Foucault. L’ascèse
démocratique d’Enrique Tierno Galván et la condamnation des subjectivités « violentes
» par les militants « responsables » ne sont pas dissociables. Ce sont des actes de parole
dont l’intention, désormais mieux identifiable, vise à définir moralement l’espace
public postfranquiste. Les catégories du « public » et du « privé », comprises dans leurs
usages politiques contingents, laissent entrevoir progressivement leurs significations
dans l’Espagne postfranquiste. Loin d’être dialogique, l’espace public est l’expression
d’une forme violente de gouvernement des populations, où les individus sont sommés
de respecter les normes disciplinaires, qui sont aussi des normes genrées et somatiques
dans cette Espagne-là. Partant, la conquête démocratique de la sphère privée prend
l’allure d’un retour au « placard » forcé. Les droits démocratiques « fondamentaux »,
loin de privatiser la morale, sont F expression de sa dimension éminemment publique
dans la nouvelle démocratie post-dictatoriale. L’historicisation des mots de la
démocratie oblige à ne pas restreindre la citoyenneté à ce que la mémoire de la
transition l’a réduite. Cet effort a plusieurs implications. D’une part, il permet
d’observer que l’histoire du sujet LGBT espagnol disponible actuellement en Espagne
fait prévaloir l’identification à l’ordre constitutionnel sur l’orientation sexuelle des
subjectivités dont il dit écrire l’histoire. L’historicisation des langages démocratiques
met au jour ce sous-texte d’une histoire de la différence homosexuelle qui tait
l’existence des subjectivités qu’elle n’a pas représentées. Ensuite, elle permet de
comprendre les continuités qui se tissent entre les langages de la démocratisation des
années 1970 et ceux de l’histoire de la transition aujourd’hui, qui en reproduisent la
perspective morale. Ce faisant, elle permet surtout de faire une histoire des
subjectivités ayant incarné la « révolution sexuelle» des années 1970 face à l’État: la
privatisation des sexualités en Espagne n’est pas envisageable à la seule lumière d’une
conquête de collectifs résistants. Elle repose sur le partage de langages et de valeurs
entre État et société civile. Cette interpénétration montre que cette privatisation des
sexualités, loin d’être le fait d’une autonomisation conquise par la société civile et ses
mouvements sociaux, constitue davantage l’aboutissement disciplinaire d’un
biopouvoir visant à segmenter le sexuel et le social, le « privé » et le « public ». La
question centrale est alors tout autant adressée à la mémoire de la citoyenneté
démocratique espagnole qu’aux études queer dans la généalogie politique qu’elles se
donnent en Espagne. L’interprétation proposée n’est pas réductible au cas hispanique,
puisqu’elle engage un paradigme de reconnaissance politique des démocraties
occidentales actuelles.

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Comptes rendus
Reseñas

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Thérèse Charles-Vallin, François


Cabarrus, un corsaire aux finances
Elisabel Larriba

RÉFÉRENCE
Thérèse Charles-Vallin, François Cabarrus, un corsaire aux finances, Paris, A2C Medias,
2013, 181 p. [21 pl.].

1 La Ilustración, déclarait Gérard Dufour avec le sens de la formule qu’on lui connaît, « ce
sont les Lumières émasculées, auxquelles on a interdit d’aborder l’essentiel : ce qui
touche à la monarchie et à la religion » 1. Rien d’étonnant au bout du compte dans une
Espagne où, comme chacun sait, la soif de réformes et la volonté de régénérer le pays
naissent dans le giron du pouvoir et des « clases pudientes », où « raison et fanatisme
absurde » (pour reprendre une citation bien connue de Voltaire) se côtoient
allègrement et où l’Inquisition, loin d’être moribonde, ne ménage pas sa peine pour
endiguer la propagation des idées nouvelles. Il n’en reste pas moins que, dans cette
Espagne où, comme le souligna, au lendemain de la Révolution française, le comte de
Floridabianca (premier secrétaire d’Etat de Charles IV), la Ilustración était un nectar à
consommer avec modération (idée d’ailleurs partagée par nombre d’ilustrados dont la
prudence l’emportait bien souvent sur l’audace), se distinguent quelques individus
résolument en avance sur leur temps et dont la pensée annonce les bouleversements
politiques que devait connaître l’Espagne à partir de 1808. On peut y voir, ce que
souligna Antonio Elorza dans son introduction aux Cartas económica-políticas de León
de Arroyal 2, des « prérévolutionnaires ». Parmi ces partisans d’une Ilustración que l’on
pourrait peut-être qualifier de radicale ou de libérale figure en bornie place François de
Cabarrus.
2 Né à Bayonne en 1752, au sein d’une famille de corsaires, d’armateurs et de négociants
ayant pignon sur rue, il n’a que dix-neuf ans lorsqu’il franchit les Pyrénées pour aller
parfaire sa formation à Valence auprès de l’un des correspondants de son père, Antoine
Galabert. Le fougueux jeune homme, dont les affaires ne sont pas le seul centre

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d’intérêt, succombe aussitôt au charme de l’une des filles de son hôte, la belle Maria
Antonia avec qui il s’enfuira et qu’il épousera en secret en 1782. Peu de temps après, il
s’établira, avant de partir à l’assaut de la capitale, à Carabanchel, où le grand-père de sa
femme possédait une fabrique de savon, et ce sera là le début d’une extraordinaire
aventure qui le liera à l’Espagne, sa patrie d’adoption (il fut naturalisé en 1781 et anobli
par Charles III en 1789), jusqu’à son dernier souffle. Son esprit brillant, passionné,
curieux de tout lui ouvrit les portes des cercles les plus huppés de la Villa y Corte et lui
permit de frayer avec l’élite politique. Grâce à ses talents de financier et d’économiste,
Cabarrus sut s’attirer les grâces du pouvoir. On lui doit, notamment, la fondation en
1782 de la première banque espagnole (le célèbre Banco de San Carlos) dont il assura la
direction jusqu’en 1790. Mais ce n’est là que l’un des hauts faits d’un homme qui connut
une ascension fulgurante, émaillée de quelques chutes retentissantes, la réussite
entraînant son lot d’ennemis, et de zones d’ombre. De fait rien ne fut ordinaire dans le
parcours du « sublime Cabarrus » (comme disait de Valentín de Foronda).
3 La trajectoire et l’œuvre de celui que Thérèse Charles-Vallin qualifie très justement de
« corsaire aux finances » ne pouvaient que retenir l’attention des historiens de
l’économie et c’est tout naturellement qu’il trouva une place de choix dans la thèse
d’État de Michel Zylberberg: Une si douce domination. Les milieux d’affaires français et
l’Espagne vers 1780-1808 (Comité pour l’Histoire économique et financière de la France,
1993). Pedro Tedde de Lorca, qui porta un intérêt tout particulier à la Banque de Saint
Charles, s’intéressa également à cette facette de Cabarrus que l’on retrouve également
dans bien des travaux d’Ovidio García Regueiro dont Francisco de Cabarrus. Un
personaje y su época paru en 2003 (Madrid, Centro de Estudios constitucionales). Les
Cartas Josefinas : epistolario de José Bonaparte al conde de Cabarrus (1808-1810), que
Francisco Luis Diaz Torrejón publia en 2003 (Sevilla, Fundación Genesian), sont celles
que Joseph I adressa à son ministre des finances. Mais Cabarrus offre bien d’autres
facettes. Ainsi, l’expert en économie, le financier passe bien souvent le relai à
l’intellectuel éclairé, à Y arbitrista qui lui s’intéresse à tout et aspire à ime réforme
générale de l’Espagne, comme on peut le constater dans ses célèbres Cartas sobre los
obstáculos que la naturaleza, la opinion y las leyes oponen a las felicidad pública
(Vitoria, 1808) que José Antonio Maravall remit à l’honneur en 1973 (Madrid,
Castellote).
4 Thérèse Charles-Vallin dans son ouvrage nous ramène sur les traces de ce « corsaire
aux finances », personnage complexe qui, comme elle le rappelle dans le Prologue, fut «
un homme à paradoxes » et « une personnalité contradictoire », faite « d’ombre et de
lumière », selon Ovidio García Regueiro. Au fil des huit chapitres qui composent cette
monographie, l’auteur revient sur les origines familiales du comte de Cabarrus
(Chapitre I Sang de corsaire et réseaux marchands), sur ses premiers pas en Espagne et
dans le monde des affaires, sur la mise en circulation des fameux vales reales et la
fondation du Banco de San Carlos qui vont asseoir sa réputation comme expert
financier, lui ouvrir le chemin de la fortune (Chapitre II - Un jeune basque bondissant)
et, au passage, lui procurer son lot d’ennemis de part et d’autre des Pyrénées (Chapitre
III - De l’ombre à la lumière: un prince à Madrid). Thérèse Charles-Vallin ne manque pas
d’évoquer l’affaire de Y Elogio de Carlos III qui mit à terre Cabarrus (Chapitre IV - Des
lumières à l’ombre : « Que Madrid est cruelle ». Comme chacun sait, cet hommage
appuyé à un monarque qui avait promu une politique éclairée (lu devant la Real
Sociedad Económica Matritense le 25 juillet 1789 - quelques jours après la prise de la
Bastille - et publié au mois de décembre) lui valut les affres d’un procès inquisitorial et

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de goûter au froid des cachots. Et c’est à l’ombre du château de Batres qu’il rédigea les
fameuses Cartas sobre los obstáculos que la naturaleza, la opinion y las leyes oponen a
la felicidad pública dont les idées majeures sont rappelées au chapitre V (Lettres d’un
prisonnier d’Etat sur la félicité publique). L’épreuve fut rude, mais il en fallait plus pour
abattre Cabarrus. Libéré en 1792 et réhabilité en 1795 (ce à quoi Godoy ne fut pas
étranger), il se vit confier par le Prince de la Paix diverses missions diplomatiques
d’importance, fut même nommé Conseiller d’Etat en 1797 (Chapitre VI - Ambassades
extraordinaires) et endossa, par ailleurs, avec enthousiasme et détermination, l’habit
d’« agriculteur éclairé », mu par l’espoir d’apporter sa pierre à la résolution du
problème agraire qui frappait l’Espagne et, bien sûr, d’en tirer au passage quelque
menu bénéfice (Chapitre VII - Rêves bucoliques et réalités terrestres). Cette dernière
expérience ne fut assurément pas à la hauteur de ses espérances. Mais c’est une autre
aventure, bien plus exaltante, qui l’attendait. En 1808, alors qu’éclatait la Guerre
d’indépendance et que chacun était appelé à choisir son camp, ce Français devenu
espagnol opta pour l’afrancesamiento. Porté par le désir de contribuer à la
régénération de son pays d’adoption et de mettre en pratique les principes énoncés
dans ses Cartas... (qu’il pensait « condamnées au secret» lorsqu’il les rédigea, mais qu’il
publia, partiellement, à Vitoria en 1808), il servit sans la moindre réserve Joseph Ier («
Roi philosophe » pour les uns, « L’Intrus », pour les autres) qui lui confia la
Surintendance de la Caisse de Consolidation et d’Amortissement puis le ministère des
Finances (Chapitre VIII - « Hasta la muerte »: le ministère des Finances de Joseph
Bonaparte). Cabarrus, pièce essentielle de l’appareil d’État joséphin et donc l’un des «
célèbres traîtres à la nation » (comme dirait le Père Martinez) mourut à Séville le 27
avril 1810, avant que ne soit promulguée, dans le camp adverse, la Constitución política
de la monarquía española (dont l’esprit ne lui aurait pas déplu) et que le sort de
l’Espagne ne fût scellé.
5 Malgré la diversité des sources citées, l’ouvrage que Thérèse Charles-Vallin a consacré à
son illustre aïeul ne réservera guère de surprises aux historiens connaisseurs de cette
page essentielle de l’histoire de l’Espagne et les laissera parfois sur leur faim. Mais le
récit du parcours de cet aventurier de la finance et de la politique où, comme le
souligne l’auteur, le romanesque n’est pas absent, ne manquera pas d’intéresser et de
séduire un public moins spécialisé, mais épris d’histoire.

NOTES
1. Gérard DUFOUR, Lumières et Ilustración en Espagne sous les règnes de Charles III et de Charles IV
(1759-1808), Paris, Ellipses, 2006, p. 149.
2. Lors de la première édition en 1841 ces Cartas furent attribuées à tort au comte de CABARRUS.

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AUTEURS
ELISABEL LARRIBA
Aix-Marseille Université, CNRS, UMR 7303 TELEMME

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Francisco Luis Díaz Torrejón, Las


águilas vencidas de Badén. Éxodo de
prisioneros napoleónicos por Andalucía
(julio-diciembre 1808)
Gérard Dufour

REFERENCIA
Francisco Luis Díaz Torrejón, Las águilas vencidas de Badén. Éxodo de prisioneros
napoleónicos por Andalucía (julio-diciembre 1808), Foro para la Historia Militar de España,
2015, 666 p.

1 La publicación de este libro por el Foro par la Historia Militar de España nos da la
oportunidad de rendir homenaje a esta asociación (de la que el autor, Francisco Díaz
Torrejón, fue uno de los cofundadores) por la magnífica labor que realizó con motivo de
la conmemoración del bicentenario de la Guerra de la Independencia, organizando o
patrocinando encuentros científicos, y asumiendo el papel de editor, tanto de la revista
Cuadernos del Bicentenario como de libros.
2 De las tres actividades citadas, la edición de libros, era, últimamente, la que menos
satisfacía al historiador de la Guerra peninsular (como dicen nuestros amigos ingleses)
ya los dos últimos consistían en una obra de ficción (novela histórica, muy bien
documentada, pero novela, al fin) y la traducción de una obra sobre Goya en la que el
autor pasa como sobre ascuas sobre la Guerra de la Independencia, haciendo caso omiso
de los más recientes descubrimientos sobre la obra del genial pintor como el de un
retrato inacabado de José I inicialmente pintado sobre el lienzo en el que figura hoy el
de Ramón Satué conservado en el Rijksmuseum de Amsterdam.
3 Gracias a la obra de Francisco Luis Díaz Torrejón, Las águilas vencidas de Bailén..., el
Foro para la Historia Militar de España vuelve a presentarse como una editorial de

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altísimo nivel científico y cumple, con creces, su compromiso de aportar nuevos


conocimientos a lo que el propio emperador de los franceses calificó de «desdichada
guerra» (y no «maldita», como se suele decir). En efecto, pocos investigadores han
reunido una documentación de primera mano tan importante como Francisco Luis Díaz
Torrejón que, para escribir esta historia poco menos que desconocida del Éxodo de
prisioneros napoleónicos por Andalucía (julio-diciembre 1808), no sólo consultó las
numerosas memorias que dejaron los actores (y muchas veces victimas) de los hechos
narrados y analizados, sino todos los archivos franceses y españoles, de todo tipo
(nacionales, militares, particulares, religiosos, municipales... ) susceptibles de conservar
algún que otro documento relativo al tema tratado. Gracias a esta investigación tan
sistemática, no solo el autor puede presumir de que no se le habrá escapado ningún
hecho, sino que llega a una precisión expositiva impresionante. Y para muestra, un
botón: en cuanto se refiere a un militar francés (de cualquier graduación), precisa
inmediatamente (a partir de su hoja de servicios, conservada en el Archivo Militar de
Vincennes o del dossier «Légion d’Honneur» que se encuentra en el Archivo Nacional
de Francia: la edad del interesado, su lugar de nacimiento, su graduación y
antecedentes militares. Y ello, de forma tan sistemática que el muy útil índice
onomástico que acompaña la obra puede servir, en gran parte, de diccionario de
militares franceses vencidos en Bailén.
4 Tanta precisión hubiera podido llevar a Francisco Luis Díaz Torrejón a escribir una obra
excesivamente erudita, ahogándose en un mar de detalles. Pero no es el caso, ya que
sabe sacar el mejor partido a nivel explicativo de semejantes datos que nunca aparecen
como meros detalles inútiles. Otro riesgo al que se exponía el autor de semejante obra
era aburrir a sus lectores con la reiteración de escenas sino exactamente idénticas, al
menos parecidas puesto que los distintos episodios en los que se vieron involucrados
los vencidos de Bailén siempre fueron fruto del rencor de un pueblo fanático (religiosa
y políticamente), y, con honrosas excepciones, de la generosidad de unos individuos
que, con peligro de su vida, supieron no solo estar a la altura de las circunstancias, sino
superarlas. Pero aunque la historia de las relaciones entre prisioneros y la población
civil española, en cada pueblo, siendo otra, es siempre la misma, Francisco Luis Díaz
Torrejón evitó también este segundo escollo.
5 Ello, por dos motivos. Primero, sabe investigar; pero también sabe escribir: tan
apasionante es su relato que no creo que muchos sigan el consejo de Jean-René Ay mes
en su prólogo y tarden una semana en leerlo entero (a pesar de sus 600 páginas de texto
apretado). Luego, Díaz Torrejón no se contenta con ser el cronista del éxodo de los
prisioneros de Bailén. Como historiador, analiza los acontecimientos que expone al
lector. Por ejemplo, es tan novedoso como pertinente su análisis de las circunstancias y
motivos de la ruptura de las capitulaciones de Bailén así como del papel de Moría y de
los ingleses en ella. Zanja definitivamente algunas cuestiones, como la de la
importancia de los robos cometidos por la soldadesca y oficialidad napoleónica en
Córdoba; aborda el tema (importante) de los prisioneros de otras nacionalidades que la
francesa que aceptaron pasar al servicio de España o Inglaterra a cambio de su libertad;
rectifica algunos errores históricos como las circunstancias exactas de la muerte del
general René en La Carolina, que no fue ni hervido en aceite ni aserrado entre dos
tablas, o las de La Rendición de Bailén que distó bastante de la visión que popularizó
José Casado del Alisal con el lienzo que pintó en 1864.

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6 El libro se beneficia de una edición muy pulcra con poquísimas erratas (lo que,
desgraciadamente, no es siempre el caso) entre las cuales la única notable es la
repetición de la misma frase al final de la página y principio de la siguiente. En cambio,
se observa un importantísimo número de errores (sobre todo al principio del texto) en
las abundantes citas en francés. Y nos cuesta creer que Jean-René Aymes, al que todos
conocemos como muy servicial y desinteresado, no los señaló al autor cuando leyó el
manuscrito para hacer el prólogo. Respecto a estas citas (mayoritariamente en francés
y, en algunos casos, en inglés) Francisco Luis Díaz Torrejón optó por dar el original en
el texto, con traducción en nota a pié de página. Si ello no supone ninguna dificultad
para el que escribe estas líneas por lo que se refiere al francés, no es el caso respecto al
inglés. Y como, desgraciadamente, se va perdiendo cada día más la práctica del francés
en España, supone que será una molestia para la mayoría de los lectores tener que
interrumpir la lectura para buscar la nota correspondiente. Cada sistema tiene sus
partidarios, pero nosotros abogamos decididamente a favor de la unidad lingüística de
los textos, con la traslación de la versión original exclusivamente en el aparato crítico.
7 Estas últimas consideraciones no deben ocultar lo esencial : Las águilas vencidas de
Bailén. Éxodo de prisioneros napoleónicos por Andalucía {julio-diciembre 1808),
constituyen una nueva aportación importantísima a la historiografía de la Guerra de la
Independencia de parte de un especialista autor de numerosas obras de primerísima
categoría entre las cuales destacan, a nuestro juicio, Guerrilla, contraguerrilla y
delincuencia en la Andalucía napoleónica (1810-1812) (tres tomos, 2005) y José
Napoleón I e el sur de España: un viaje regio por Andalucía (enero-mayo 1810) (2008),
sin olvidar la edición de Cartas Josefinas: epistolario de José Bonaparte al conde de
Cabarrus (1808-1811). ¡Ojalá siga Francisco Luis Díaz Torrejón ofreciéndonos trabajos
tan interesantes y útiles! ¿Y por qué no con una continuación del destino de estos
vencidos de Bailén tanto en los pontones de Cádiz como en la isla de Cabrera?

AUTORES
GÉRARD DUFOUR
Aix-Marseille Université, CNRS, UMR 7303 TELEMME

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Antonio Rivera y Santiago de Pablo,


Profetas del pasado. La conformación de
una cultura política. III. Las derechas en
Alava
Ignacio Olábarri Gortázar

REFERENCIA
Antonio Rivera y Santiago de Pablo, Profetas del pasado. La conformación de una
cultura política. III. Las derechas en Alava, Vitoria-Gasteiz, Ikusager, 2014, 752 p.+32 en
dos cuadernillos de imágenes.

1 El libro que reseñamos culmina una trilogía que comenzó con la publicación por la
misma editorial de la obra de Antonio Rivera La utopía futura. Las izquierdas en Alava
(2008) y siguió con la de Santiago de Pablo En tierra de nadie. Los nacionalistas vascos
en Alava (2008). Se trata de un conseguido intento de trazar los principales rasgos y
evolución de las tres grandes tradiciones o culturas políticas del País Vasco y más en
concreto de Álava en los siglos XIX y XX. Precisamente de las tres la derecha
españolista, en sus diferentes versiones y salvo etapas muy breves, fue la cultura
hegemónica en el territorio alavés.
2 Los dos autores de Profetas del pasado, expresión de Émile Faguet que apunta a que el
pasado «alimenta las lógicas discursivas hacia el futuro de las derechas del universo
mundo» (p. 18), que escriben distintos capítulos del libro pero que se responsabilizan
en común de su contenido (el estilo de Rivera es más barroco y el de De Pablo más
lineal), han estudiado a fondo la historia contemporánea de Álava, a la que han
dedicado numerosos libros desde 1989. Además del «Prefacio. Una historia de familias»,
el libro se organiza en torno a cinco capítulos: «Nacimiento como reacción», desde
comienzos del siglo XIX hasta la tercera guerra carlista; «Gobernando
conservadoramente». Restauración cano vista y dictadura de Primo de Rivera;

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«Contrarrevolución, política de masas y ruptura», II República y guerra civil;


«Subsumidos en la dictadura», franquismo; y «Compitiendo sin ventajas», desde la
Transición a nuestros días.
3 Dos son los temas del primer capítulo que parecen más interesantes: por un lado, la
sucesión de guerras en los tres primeros cuartos del siglo XIX, que abren el camino del
poder a los tradicionalistas por encima de los conservadores; por otro, «la
reconciliación a través del fuerismo» (p. 51), en que se reencontraron, entre 1841 y
1868, los conservadores Ortés, Otazu, Arrióla, Blas López, Egaña y otros con los carlistas
marotistas. Como interpretan bien los autores, los fueros constituyen un concepto de
semántica múltiple. Eran la esencia de la política vascongadista: ruralismo, tradición,
costumbre, antimodernidad, religión, autoridad patriarcal, identidad etnolingüística,
recelo de la centralización del poder y culto al pasado. Eran los términos que
identifican históricamente al conservadurismo en todas las partes del mundo.
4 Durante la primera etapa de la Restauración, y a pesar del sentimiento generalizado de
que la ley de 21 de julio de 1876 había supuesto una cesura entre la política cornimitaria
tradicional y una política «moderna» pero oligárquica y sucursalista, la realidad es que
quienes siguieron gobernando Álava y Vitoria eran los conservadores liberal-fueristas,
que procuraron excluir de las instituciones al carlismo, primer partido de masas de la
provincia. Eran gente como el canovista Sebastián Abreu, el marqués de la Alameda y su
hermano el Conde de Villafuertes, el catedrático Federico Baráibar, Álvaro Elio, etc.
Pero, para los autores, el factor determinante de la política alavesa durante el medio
siglo que duró la Restauración alfonsina fue el poder de los marqueses de Urquijo,
estudiados entre otros por Onésimo Díaz. Para el control de la Diputación, la institución
más poderosa después de la concesión de los Conciertos económicos, «la Casa» -como se
denominaba familiarmente al conglomerado creado por la familia- no dudó en aliarse
con políticos de otras filiaciones, ya fueran liberales o incluso integristas. Pero, además
del poder de «la Casa» hay otros fenómenos políticos dignos de señalar en la Álava de la
Restauración: el regreso a la política de los tradicionalistas, pronto divididos entre
carlistas oficiales e integristas, siendo los carlistas el mejor organizado «partido»
alavés; con el cambio de siglo, la reconversión de la fractura tradicionalistas vs.
liberales por otra de derechas vs. izquierdas contribuyeron a modernizar la
confrontación política alavesa.
5 Los autores subrayan también las diferencias sociales y políticas entre la provincia y su
capital y muestran cómo, al calor de las lentas pero innegables transformaciones
económicas de Álava durante el reinado de Alfonso XIII, aparecen, junto a las
formaciones obreras de izquierdas, y enfrentadas a ellas, los primeros grupos de
obreros católicos y los primeros sindicatos agrarios; y se plantean tres renovadas
cuestiones: la territorial-foralista, la religiosa y la social. Además, dentro del Partido
Conservador, pronto se produce la escisión entre mauristas y datistas (que daría lugar
en 1914 a la irrupción de Dato en la política local), al tiempo que empieza a tener
protagonismo, al margen del resto de las derechas, el Partido Nacionalista Vasco.
6 La crisis de 1917 no mostró en Álava la fuerza autonomista que en sus dos hermanas
costeras, pero sobre todo en la capital hubo un importante incremento de los conflictos
sociales, con la organización en 1920-1923 de la CNT. Fue también el comienzo de una
«deriva autoritaria» entre las derechas alavesas. Después del asesinato de Dato, los años
finales de la Restauración concluían con unas derechas al copo, la crisis del carlismo
(escisión mellista) y la continuada fuerza del urquijismo, hasta que la dictadura de

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Primo de Rivera concedió a las derechas alavesas, que se integraron en la Unión


Patriótica y en el Somatén, todo el poder y sin disputas. Sin embargo, hubo también
figuras y sectores de la derecha que se opusieron a la dictadura y ya en 1930 «algunos
liberales de renombre desnivelaban el equilibrio político local a favor de los
republicanos al desmarcarse abiertamente de la tutela tradicionalista y reaccionaria»
(p. 333).
7 Con la proclamación de la II República, el 14 de abril de 1931, comenzaba para las
derechas alavesas una etapa radicalmente distinta a la anterior, aunque en el contexto
de la larga duración tenía sus antecedentes. Pero los intentos de cambios radicales
hechos desde el poder pronto se encontraron con el rearme de la derecha, y de la
derecha más extrema, personificada por el tradicionalismo carlista, de amplia base
social, que tuvo como organización fundamental a Hermandad Alavesa (integrada en la
Comunión Tradicionalista) y como líder prácticamente indiscutible a José Luis de Oriol
y Urigüen. Solo a partir de 1933 aparecieron en Álava otras derechas: el Círculo Carlista
del Núcleo Lealtad, aún más tradicionalista; Acción Popular Alavesa (CEDA); Renovación
Española; por último. Falange Española y de las JONS, que, salvo excepciones, estaba
formada por jóvenes (una veintena) de clase media-alta. El único partido que supuso un
competidor real para Hermandad Alavesa en el campo confesional fue el PNV: ambos
grupos rivalizaron a la hora de atraerse a su favor a la jerarquía de la Iglesia y a los
grupos sindicales, familiares, educativos, etc., confesionales.
8 En esta etapa se presta especial atención al proceso de obtención de un Estatuto de
autonomía para el País Vasco. A partir de 1932, Oriol se opuso a la entrada de Álava en
el Estatuto. Tal y como señalan los autores, se «enlazaba así con ese sentimiento
“provincialista” vinculado a la defensa de una tradición forai uniprovincial, del que
también saldrían nuevos brotes en el futuro» (p. 393). 1933 es el momento de la
recuperación por parte de la derecha alavesa de la mayoría perdida en 1931. Mientras
en el País Vasco el gran triunfador era el PNV, en Álava Oriol obtuvo más de la mitad de
los votos emitidos (el 49% en Vitoria), frente a la gran debacle de las izquierdas (12% de
los votos, frente al 40% de 1931).
9 Durante el nuevo bienio el ambiente político fue totalmente distinto, destacando la
incidencia de la revolución socialista de octubre de 1934 que, aunque apenas tuvo
repercusión en Alava, radicalizó más a las derechas, que identificaban ya «República»
con «Revolución». La sorpresa fue que en las siguientes elecciones generales, las de
febrero- marzo de 1936, en las que las izquierdas iban unidas en el Frente Popular, las
derechas alavesas acudieron desunidas: carlistas y cedistas presentaron sus propias
candidaturas. Pese a todo, en Alava y en Vitoria la derecha españolista obtuvo el mayor
porcentaje de votos de todas las elecciones de la República. Los autores se inclinan a
considerar que, de no haber cortado en seco la Guerra civil la vida democrática, la CEDA
hubiera podido centrar la vida política alavesa: «el extremismo de las diferentes
derechas ha encajado siempre mal en Vitoria y Alava, gobernadas tradicionalmente por
élites políticas y socioculturales conservadoras, pero no reaccionarias» (p. 420).
10 De la guerra civil los autores hablan del éxito de la sublevación sin excesivas
dificultades, de los miles de jóvenes de la provincia que se enrolaron como voluntarios
especialmente en el Requeté, mientras en Vitoria se notaba cierta «frialdad» hacia el
golpe, algo que explica en parte que en Alava la represión no fuera tan dura como en
otras zonas controladas por los alzados. La actitud de las derechas en ella fue muy
variable, según momentos, partidos y zonas geográficas, aunque, tal y como ha

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estudiado Javier Gómez Calvo, no hubo una lógica exterminista o genocida en la


represión. Otro tema clave es la unificación de tradicionalistas y falangistas en abril de
1937, que no acabó con las luchas internas en el bando sublevado. Entre los antiguos
carlistas comandados por Oriol, partidario de la unificación, pronto aparecieron
disidencias.
11 En el capítulo IV se hace la historia del franquismo y de las derechas alavesas en esa
etapa. Los autores narran el fracaso de la implantación del partido único en Alava, la
domesticación del carlismo por el régimen y sus divisiones internas -muy vinculadas a
sus problemas dinásticos- y los conflictos en Falange. Se suceden los cambios en el
Gobierno civil, la Diputación y el Ayuntamiento de Vitoria, cuyo sentido explican los
autores pero que no alcanzan a atraer el interés del lector. Se habla a continuación de la
democracia «orgánica», así como de los amaños del largo tiempo gobernador civil Luis
Martín-Ballestero para controlar la «farsa» de las elecciones municipales. Es
importante la observación de que, con el paso del tiempo, parece que «el franquismo,
entendido en un sentido genérico, estaba ganando la partida a los grupos específicos
que se habían unido para combatir a la República en 1936» (p. 542).
12 Dos acontecimientos importantes marcaron, en la divisoria de la década de los cuarenta
con la de los cincuenta, la política alavesa: la decisión de la Santa Sede (julio de 1949),
presionada por el régimen, que seguía considerando la Diócesis de Vitoria como un
vivero del nacionalismo vasco, de dividirla en tres (Vitoria, Bilbao y San Sebastián) y el
subsiguiente revuelo «alavesista» y «vitorianista»; y la trascendente huelga general de
Vitoria de mayo de 1951 (en la que participaron trabajadores de todas las tendencias,
incluidos los de movimientos católicos), que enfrentó al obispo Bueno Monreal con
Martín- Ballestero. La huelga dio lugar a una fuerte represión y a un proceso judicial
que incluyó presiones gubernamentales frente a las instancias judiciales y conflictos
entre el Gobierno civil y los abogados de los huelguistas, entre los que había conocidos
monárquicos como Guillermo Elio. El manejo de la huelga desacreditó a Martín-
Ballestero, que cesó en febrero de 1956; pero antes había tomado algunas decisiones
importantes como el nombramiento del antiguo requeté Gonzalo Lacalle Leloup como
alcalde de Vitoria (octubre de 1951), quien protagonizaría el comienzo del franquismo
desarrollista y tecnocrático que mantuvo su sucesor (1957-1961) Luis Ibarra Landete.
13 Con el nombramiento por el nuevo gobernador civil, Antonio Rueda, de un nuevo
presidente de la Diputación, Manuel Aranegui (octubre de 1957), se fortalecía el nuevo
franquismo tecnocrático que ya representaba Lacalle Leloup en Vitoria y que iba a
imperar en Alava en los lustros siguientes. Ayuntamiento y Diputación actuaron
coordinadamente, el primero aprobando un nuevo Plan General de Ordenación Urbana
(1956) y la segunda aprobando nuevas medidas fiscales -el grado de autonomía que
permitía el Concierto económico fue en este punto fundamental-, que facilitaron la
llegada de nuevas industrias consideradas beneficiosas para el desarrollo de la
provincia. Como dicen los autores, en aquellos años Álava y sobre todo Vitoria se
transformaron «a velocidad de vértigo» sin que hubiera un cambio fundamental en las
élites locales ni en la política pública de memoria (en este caso hasta 1964). Iban
renovándose las derechas alavesas, como en estos años cambiaba el propio régimen,
siendo las municipales de 1963, con la presencia entre los candidatos de tres concejales
sociales -apoyados por las principales manifestaciones del «catolicismo social»- que
derrotaron a los candidatos oficiales.

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14 Desde la segunda mitad de los sesenta se siguieron produciendo cambios en los puestos
institucionales de mayor responsabilidad; fueron elegidos concejales de Vitoria
hombres que jugarían un papel importante después de 1975 (Alfredo Marco Tabar, José
Ángel Cuerda) y varias mujeres, aunque, a diferencia de otras ciudades como Pamplona,
nunca estuvo en peligro la mayoría adicta al régimen. En los 60 se encuentran
interesantes ejemplos de foralismo y regionalismo, como los proyectos de
regionalización de 1961, 1967 y 1973 (este último muy parecido al diseñado en su
Vasconia y su destino por José Miguel de Azaola).
15 Recordemos también otros fenómenos específicos del tardofranquismo en la provincia:
el incremento de los conflictos laborales; el recrudecimiento de la oposición al régimen
y de la consiguiente represión por parte de este, aunque fue menor que en otras
provincias; la despolitización de las principales instituciones alavesas, más preocupadas
por la promoción del desarrollo económico; la continuidad-no solo entre las derechas-
de determinadas élites locales del final del franquismo y de la Monarquía de Juan Carlos
I; la cuasi desaparición de algunos grupos derechistas alaveses como los falangistas o
los «monárquicos antifranquistas» y su no sustitución por nuevos partidos sino más
bien por la presencia de ese «espacio intermedio entre el régimen y la oposición»
(Hunneus) tan característico del tardofranquismo; por último, la definitiva crisis del
que había sido el primer partido de masas de la derecha alavesa, el carlismo, con el
desconcierto que entre los carlistas de a pie supuso el viraje hacia la izquierda que
desde 1967-68 dio al movimiento José Ma Zavala.
16 Con el título significativo de «Compitiendo sin ventajas», el último capítulo del libro
muestra a la derecha alavesa durante el reinado de Juan Carlos I -una derecha en la que
se entrecruzaban apellidos de siempre y gente «nueva»-, que, después de la difícil
transición, consiguió, haciendo política, jugar un papel de primera importancia, como
siempre, en la política alavesa, a pesar del fardo del inmediato pasado franquista y de la
competencia del nacionalismo vasco y de los partidos de izquierda. Pero la transición
en Álava no comenzó bien: es obligado referirse a los dramáticos sucesos del 3 de marzo
de 1976, que entre otras cosas demostraron que la unidad entre las derechas
gobernantes se había roto. Todavía en las elecciones a Cortes de 1977 los alaveses
eligieron la opción que representaba el proyecto de transición del presidente Adolfo
Suárez y su partido, la UCD. Ganó la «mayoría silenciosa» alavesa y se estrellaron, en
cambio, las candidaturas de Alianza Popular, a pesar de que la constituían los
principales representantes de la derecha local (entre ellos muchos carlistas), y de la
Democracia Cristiana Vasca, cuya cabeza de lista fue el futuro socialista Femando
Buesa, asesinado por ETA en 2000.
17 Durante los años ochenta la derecha alavesa pasó por su «espiral de silencio», fruto de
la hegemonía nacionalista, los efectos sociales de la crisis económica y los «años de
plomo» del terrorismo de ETA. La refundación de la derecha alavesa en 1990 en el
Partido Popular, obra en la provincia entre otros de Ramón Rabanera (buen exponente
de lo que era el nuevo centro-derecha alavés), se encontró ese mismo año con el gran
obstáculo de la escisión de Unidad Alavesa, liderada por Pablo Mosquera -la última,
hasta ahora, manifestación del «alavesismo»-, que tuvo sus años dorados en la década
de los noventa. Como afirman los autores, «el siglo XXI, incluso con sendos gobiernos
socialistas en España y en el País Vasco, viene siendo política y electoral mente exitoso
para la derecha alavesa» (p. 692). Hoy las derechas alavesas afrontan el futuro desde
una posición hegemónica, con unos líderes que ocupan un espacio muy ancho -e incluso

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contradictorio a veces-, evitando la secular confrontación entre conservadores y


tradicionalistas y con una significativa presencia en la política española.
18 En definitiva, el libro de Antonio Rivera y Santiago de Pablo constituye una aportación
muy considerable a nuestro conocimiento de las derechas alavesas en la Edad
Contemporánea y su trilogía sobre las culturas políticas de la provincia merece ser
imitada en otros territorios del País Vasconavarro y de España. Los autores saben que
hay que investigar más, especialmente sobre la Restauración y el franquismo. La única
objeción de importancia que encuentro a su empresa intelectual procede de una
decisión que los autores ya anuncian en el «Prefacio»: «por exigencias de diseño
editorial hemos prescindido de notas para referir las respectivas fuentes
documentales», pero el libro está basado en la «investigación directa y en la amplia
bibliografía consultada, reseñada solo en parte al final del volumen» (p. 18). Dicha
decisión es respetable, pero en bastantes ocasiones el lector no sabe de qué documentos
se toman las citas o se encuentra con referencias a autores cuyos libros no se citan,
como sucede con José Alvarez Junco, José Andrés-Gallego, Luis Castells, Gabriele
Ranzato o Walther Bernecker.
19 Una observación final: en una deseable reedición del libro sería muy útil la
incorporación de tablas con los resultados electorales, al menos para los periodos
democráticos, y genealogías de las principales familias de las derechas alavesas.

AUTORES
IGNACIO OLÁBARRI GORTÁZAR
Universidad de Navarra

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Ángeles Barrio Alonso, Por la razón y


el derecho. Historia de la negociación
colectiva en España (1850-2012)
José Antonio Pérez Pérez

REFERENCIA
Ángeles Barrio Alonso, Por la razón y el derecho. Historia de la negociación colectiva en
España (1850-2012), Granada, Editorial Comares, 2014, 247 p.

1 El desarrollo de la institucionalización de la negociación colectiva en España corrió en


paralelo al propio proceso de democratización del sistema político y, en gran medida,
estuvo sujeto a los avatares que sufrió este último. El trabajo de Ángeles Barrio, una de
las mejores especialistas en el estudio del mundo laboral contemporáneo de este país,
plantea un interesante recorrido a lo largo de un siglo de negociación colectiva, desde
sus tímidos inicios hasta culminar en la reforma laboral impuesta por el Gobierno del
presidente Mariano Rajoy en 2012. Puede parecer en este sentido un libro un tanto
atípico dentro del panorama historiográfico, pero sin duda es un libro necesario que
está llamado a convertirse en un verdadero manual, en toda una referencia sobre el
estudio de esta cuestión tan poco tratada en España. La autora lleva varias décadas
proporcionándonos excelentes trabajos sobre la historia social y el mundo laboral, con
aportaciones tan notables como sus investigaciones sobre la «democracia industrial»,
de la que es una verdadera especialista. En esta ocasión se ha centrado en un tema clave
para comprender ese complejo mundo desde una perspectiva histórica que no
desatiende en absoluto, sino todo lo contrario, las importantes implicaciones jurídicas y
políticas de la misma.
2 Como se recuerda en su introducción, «la filosofía de la reforma social no puede
entenderse sin la reformulación que sobre la responsabilidad del Estado ofrecían las
teorías del nuevo «liberalismo» y sin ella no hubiera podido pasar de la teoría a la
práctica, institucionalizando las normas de garantía del ejercicio de los nuevos

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derechos, los derechos sociales, que eran, no individuales como los del liberalismo
clásico, sino colectivos». Fue precisamente bajo esta premisa como comenzó a dar sus
primeros pasos el proceso de institucionalización normativa sobre esta materia. No fue
una tarea fácil. El trabajo de la profesora Barrio pone de relieve los problemas que
surgieron desde finales del siglo XIX y subraya mi aspecto relevante: la importancia que
tuvieron, no solo la filosofía y teoría económica del liberalismo y la propia intervención
del Estado en la cuestión social, sino las prácticas políticas y la actuación legislativa que
se derivaron de ella. Sin estas instancias en las que se revela la relación entre el Estado
y las asociaciones, entre el individuo y la colectividad en términos de derechos y
deberes, sería imposible desentrañar, por ejemplo, las claves de las luchas sindicales a
favor de los derechos sociales como derechos colectivos.
3 El libro se articula en seis capítulos. El primero de ellos está dedicado a la definición del
marco histórico de la negociación colectiva y resulta especialmente interesante para
sentar las bases conceptuales y teóricas del objeto de estudio. A lo largo de los otros
cinco capítulos se traza un recorrido que va poniendo el acento en las condiciones,
características y evolución del marco normativo de relaciones laborales, pero también
proporciona un interesante análisis de los diferentes actores que intervinieron en el
proceso de institucionalización de la negociación colectiva, con una atención especial al
importante papel que ha jugado el Estado a lo largo de este ciclo. Esta larga y
problemática historia arrancó con la puesta en marcha de la Comisión de Reformas
Sociales (1883), continuó con el importante impulso que dio el Instituto que heredó el
mismo nombre (1903) y siguió dos décadas más tarde con la creación de un Ministerio
propio (1924), tras haber desarrollado una abundante legislación social protectora. Sin
embargo, la falta de eficacia de los instrumentos del Estado en esta materia no
consiguió atraer ni convencer a las otras dos partes implicadas en esta relación
triangular, es decir, los trabajadores y los empresarios, que durante años se aplicaron
con fruición en una lucha sin cuartel, al menos hasta el final de la Restauración.
4 Durante la dictadura corporativista de Primo de Rivera, el nuevo régimen trató de
ofrecer un marco normativo para el desarrollo de las relaciones laborales, y lo hizo a
partir del Código del Trabajo de 1926. A pesar de ello, su institucionalización no se
produjo plenamente hasta la Segunda República, gracias al impulso y determinación de
Largo Caballero y a través de una trama normativa que conectó con las tendencias
reformistas europeas. La Ley de Contrato de Trabajo de 1931 y la Ley de Asociaciones
Profesionales de 1932 constituyeron dos importantes avances en esta materia. El fallido
golpe de Estado y la posterior guerra civil frustraron el camino emprendido unos pocos
años antes y abrieron paso a una larguísima dictadura que heredó en cierto modo la
orientación corporativa e intervencionista de épocas anteriores, adaptándola a un
sistema aún más rígido y estricto, como el impuesto por el sindicalismo vertical. Solo a
partir de 1958, con la promulgación de la Ley de Convenios Colectivos, comenzarían a
producirse algunos cambios que permitieron, aunque con importantes limitaciones,
una progresiva negociación de las condiciones laborales entre las partes.
5 Aquel enorme edificio verticalista fue el primero en resentirse de los cambios que se
estaban produciendo dentro de la sociedad española. La Organización Sindical Española
y su arquitectura política e institucional fueron desmoronándose a medida que se
encaraba el final de la dictadura, como consecuencia de la presión de las nuevas
organizaciones sindicales de clase y muy especialmente de las Comisiones Obreras. A
pesar de ello, o quizás como consecuencia de este mismo proceso, el régimen de Franco

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dejó en herencia una importante función tutelar e interventora del Estado que los
impulsores del nuevo sistema democrático adaptaron al nuevo marco democrático. La
crítica situación económica y laboral que se dibujó en España a finales de la década de
los años setenta del siglo XX obligó a los actores sociales, incluidos los dos grandes
sindicatos, a instaurar una posibilista política de concertación social de inspiración
neocorporativa, que se consolidó a través de los numerosos acuerdos alcanzados
durante la primera mitad de la década siguiente. Todo ello posibilitó una relativa paz
social que solo se vio interrumpida de forma abrupta a raíz de la huelga general de
1988, un conflicto de singular trascendencia que ha marcado un hito dentro del
movimiento obrero en España. A pesar de este episodio e incluso de otros posteriores,
como las diferentes reformas del mercado laboral impulsadas en 1994 y 1997, o de las
duras medidas impuestas en 2010 por el presidente Rodríguez Zapatero, el diálogo
social entre las partes se mantuvo dentro de unos determinados canales de
entendimiento.
6 Sin embargo, este largo periodo se vio interrumpido recientemente y de forma brusca
por la reforma laboral de 2012, que ha devuelto a los trabajadores y al marco legal de
relaciones laborales prácticamente a la situación de finales del siglo XIX; un episodio
que forma parte del último capítulo de este libro y que sirve de colofón para dejar en el
aire un interrogante sobre el futuro de la concertación social en este país. Todo esto y
mucho más analiza este espléndido trabajo, riguroso y documentado, que aborda una
de las cuestiones fundamentales, la de la negociación colectiva, para comprender
también el largo y tortuoso proceso de democratización del sistema político en España.

AUTORES
JOSÉ ANTONIO PÉREZ PÉREZ
Universidad del País Vasco/Euskal Herriko Unibertsitatea

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Julio Aróstegui Sánchez, Largo


Caballero. El tesón y la quimera
Julián Vadillo Muñoz

REFERENCIA
Julio Aróstegui Sánchez, Largo Caballero. El tesón y la quimera, Barcelona, Debate, 2013,
966 p.

1 El 28 de enero de 2013, nos dejaba Julio Aróstegui Sánchez. Antes de publicar en 2013 su
enciclopédica biografía de Largo Caballero, Aróstegui había consagrado distintos
trabajos al dirigente socialista. Desde 1987, venía trabajando en particular la figura del
dirigente obrero del PSOE y de la UGT, aunque también la había abordado en trabajos
más generales. Incluso en 1990 escribió una biografía sobre Largo Caballero en el exilio.
Aróstegui también contribuyó con sus conocimientos al rescate de los escritos y la
publicación de las obras completas de Largo Caballero. Pero en 2013 se completaba esa
trayectoria investigadora con el monumental Largo Caballero. El tesón y la quimera. Un
repaso pormenorizado a la trayectoria biográfica de este dirigente obrero. Pero lejos de
ofrecer una biografía al uso, Aróstegui incide en el entorno del biografiado, saliendo de
este magnífico trabajo de investigación una mezcla de biografía y prosopografía.
2 Francisco Largo Caballero se sitúa entre la primera generación de militantes obreros
(Pablo Iglesias, Francisco Mora, Anselmo Lorenzo) y la de militantes que vio nacer la
Segunda República y participó en la Guerra civil y el exilio. El que llegó a ser primer
presidente del gobierno del PSOE podría ser definido, parafraseando al profesor Manuel
Pérez Ledesma, como un obrero consciente. Nacido en el barrio madrileño de Chamberí
en 1869, fue estuquista de profesión si bien pasó por diversos empleos hasta su
especialización. Debido a las condiciones a las que estaba sometido en el trabajo
adquirió una fuerte conciencia de clase que le llevó a afiliarse en 1890 a la Sociedad de
Albañiles «El Trabajo» de la Unión General de Trabajadores, situada en la calle Jardines
número 2. Más tarde constituirían la Sociedad de Estuquistas. En marzo de 1894, Largo
Caballero se afilió a la Agrupación Socialista Madrileña del PSOE, donde fue adquiriendo

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distintos compromisos y cargos con el tiempo. La formación intelectual de Largo


Caballero fue la de un obrero que se nutría de textos a través de los periódicos, que
aprendió a leer en la adversidad y utilizaba las obras que ofrecía la Casa del Pueblo. En
ese sentido estuvo alejado tanto de los intelectuales socialistas (como Jaime Vera) como
de la aristocracia obrera (caso de Pablo Iglesias y los tipógrafos).
3 Seguidor del ideario de Jules Guesde y de toda la influencia que Lafargue dejó en el
socialismo español, Largo Caballero fue un adepto de Pablo Iglesias. Era así por las
siguientes razones: por el concepto cerrado de «clase» que defendió, muy en la línea
«pablista»; por su defensa de la organización obrerista y la visión societaria de la acción
obrera; por la formulación de un sindicalismo político encarnando en la UGT, y por su
defensa del intervencionismo en la obra legislativa del Estado burgués para la mejora
de la clase obrera. De aquí se deduce la participación de Largo Caballero en el Instituto
de Reformas Sociales o posteriormente en los órganos de representación obrera de la
Dictadura de Primo de Rivera. Aunque Largo Caballero defendía el sindicalismo, las
cuestiones anteriores le alejaban del modelo sindicalista revolucionario que defendió la
CNT.
4 Julio Aróstegui rompe en este trabajo con una idea preestablecida respecto a la
herencia de Pablo Iglesias. Para Aróstegui, el mejor continuador del «pablismo» fue
Largo Caballero y no Julián Besteiro, como se ha venido sosteniendo. En este sentido
define a Largo Caballero como un societario, sindicalista y reformista, entendiendo el
sindicalismo como el molde esencial para forjar la conciencia proletaria.
5 En noviembre de 1905, Largo Caballero fue elegido concejal del Ayuntamiento de
Madrid por el distrito que le vio nacer: Chamberí. Una elección no exenta de polémicas,
tal como reconoce Juan José Morato en Pablo Iglesias, educador de muchedumbres.
Para Largo Caballero éste fue el cargo más difícil de su vida. Tanto Pablo Iglesias como
Largo Caballero (García Ormeachea se fue alejando paulatinamente del socialismo)
defendieron a pie juntillas el programa municipal socialista. Tal era el celo de los dos
dirigentes obreros que el alcalde Alberto Aguilera llegó a definirlos como «la pareja de
la Guardia civil en el Ayuntamiento».
6 A finales de la década de 1900, comenzó el acercamiento paulatino a los republicanos
que se plasmaría en 1910 con la coalición republicano-socialista que aupó a Pablo
Iglesias a diputado. Entonces se comenzó a forjar un Largo Caballero más escritor, lo
que al dirigente socialista no le gustaba reconocer. A partir de 1916, se buscó el pacto
con la CNT con la idea de unificar al proletariado español y a las dos centrales
sindicales. En octubre de 1918, Largo Caballero fue nombrado secretario general de la
UGT. La ofensiva patronal contra el sindicalismo a partir de ese año, sobre todo contra
la CNT, hizo que Largo Caballero llevase esta situación a los organismos internacionales
como la OIT o la Federación Sindical Internacional. Los frecuentes acercamientos y
encontronazos entre la CNT y la UGT fueron producto de las distintas maneras de
entender las herramientas de la clase obrera de ambas organizaciones, sobre todo la
huelga general. En 1920, se llegó a un pacto importante, pero débil y sobre mínimos.
Sobre estas cuestiones, anarcosindicalistas y socialistas difieren. Largo Caballero
expuso sus argumentos en su obra Presente y futuro de la Unión General de
Trabajadores (1925).
7 Tanto las disputas con los anarconsidicalistas como el enfrentamiento de Largo
Caballero con los «terceristas» tras la Revolución rusa de 1917, es lo que a juicio de
Aróstegui hizo surgir el caballerismo como tendencia interna del socialismo español.

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Para Largo Caballero las reformas sociales facilitaban la acción obrera, pero nunca eran
suficientes para la emancipación total. Igualmente, se fue convirtiendo en una
referencia internacional del obrerismo. En los organismos europeos e internacionales,
Largo Caballero tuvo la oportunidad de conversar con dirigentes como Oudegeest,
Jouhaux, Schevenels, Citrine, etc. Uno de los periodos más conflictivos de la vida de
Largo Caballero coincidió con el régimen de Primo de Rivera. La participación de la UGT
en los órganos de representación obrera de la Dictadura, así como el cargo de Consejero
de Estado que tuvo el dirigente obrero de Chamberí, fueron objeto de muchas polémicas
tanto dentro del movimiento socialista como en el movimiento obrero en general. Para
Caballero acceder a los cargos de la Dictadura no significaba colaborar, sino llevar la
voz de los trabajadores donde tenía que estar. Siguiendo su estrategia de
intervencionismo, sólo se participaría en organismos de elección directa y democrática.
Si no era así, no acudirían a los Comités Paritarios. Este enfrentamiento en el seno del
movimiento obrero socialista comenzó a forjar las tendencias que se plasmaron en la
República (caballerismo, besteirismo, prietismo), pero a pesar de las críticas que Largo
Caballero recibió, consiguió reforzar la posición de los ugetistas frente a otras
tendencias del obrerismo que se vieron abocadas a la clandestinidad. Siendo como fue
una figura poliédrica, pasada la participación en los organismos de la dictadura nació el
Largo Caballero republicano (1930-1932). Para Caballero, la República fue un acto
revolucionario, muy cercano al programa mínimo de los socialistas. Tuvo una idea fija:
la necesidad de seguir interviniendo en la gobernación del Estado pero sin renunciar a
la finalidad del socialismo. En esto chocó con Besteiro, para quien la colaboración con la
República tendría que acabar cuando finalizase la labor de la Asamblea Constituyente,
mientras que Indalecio Prieto, Femando de los Ríos y Largo Caballero consideraron que
había que seguir participando en el gobierno de la República más allá de este plazo
perentorio.
8 El XIII Congreso del PSOE marcó una profunda disyuntiva entre seguir siendo un
partido de clase o pasar a ser un partido de la nación. El mayor revés de Caballero vino
en el XVII congreso de la UGT, donde a pesar de ser reelegido Secretario General tuvo
que lidiar con la mayoría besteirista de la dirección, circunstancia que condujo a su
dimisión. Si la Dictadura significó una quiebra en el seno del socialismo, la colaboración
o no con la República vino a ahondar esa ruptura.
9 Al frente del Ministerio del Trabajo, Largo Caballero llevó a cabo lo que Aróstegui
define como «la obra de un socialista, no la obra socialista». Una obra social-laboral que
llevó a aprobar la Ley de Contratos de Trabajo, la Ley de Jurados Mixtos, la Ley de
Colocación Obrera, la Ley de Control Obrero, la reorganización del Ministerio, la
creación de Delegaciones Provinciales, la Ley de Asociaciones de Trabajadores y la Ley
de Cooperativas (con la importante colaboración en este última de Regino González).
Faltó llevar adelante un proyecto de Ley de Seguridad Social, que falló al ser
competencia del Instituto de Previsión Social que no pertenecía al Ministerio de
Trabajo, aunque Caballero lo intentó incorporar infructuosamente a su cartera. Todo
un corpus legislativo laboral que conducía a la fundamentación de un Estado social,
pero la legislación contó con la crítica del anarcosindicalistas y comunistas que lo
criticaron por reformista. Llegó un momento en el que Largo Caballero vio que la
colaboración con la República estaba desgastada. Había que dar un paso más hacía un
Estado socialista. Surgió entonces el mito del «Lenin español», que Aróstegui desvincula
de cualquier invento comunista, que ha sido malinterpretado en el tiempo. Caballero
consideró que la democracia burguesa no daba más de sí y había que pasar a la

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democracia proletaria desde una posición puramente marxista. Sin renunciar a la


República y sus avances, el PSOE no podía renegar de su finalidad.
10 La derrota socialista en las elecciones de noviembre de 1933 aceleró los problemas
internos en el PSOE y en la UGT. Al llegar la CEDA al poder se fueron desencadenando
una serie de acontecimientos que desembocaron en la Insurrección de octubre de 1934
y en la marginación del ala besteirista en la UGT. Octubre fue interpretado por
Caballero como la defensa de la República frente a sus enemigos, superando las
deficiencias de la propia República por medio de la revolución social. Aun así, para
Aróstegui «el socialismo español carecía de toda tradición, técnica y capacidad
organizativa para un movimiento de este tipo». Lo que queda claro en el libro es que
octubre de 1934 fue iniciativa del socialismo español en su conjunto, y no una empresa
personal de Largo Caballero.
11 Tras el fracaso de la Revolución de octubre, comenzó el enfrentamiento con Prieto y la
necesidad para Largo Caballero de comenzar una nueva etapa obrera con la
implantación de un orden socialista. A finales de 1935 dimitió del PSOE, y Prieto se hizo
con el control de la Ejecutiva. Aunque apoyaba los acercamientos entre las Juventudes
Socialistas y las Juventudes Comunistas, Caballero consideraba que la unión del
proletariado se tenía que hacer a partir del PSOE en lo político y a partir de la UGT en lo
sindical. Nunca se planteó entrar en la Komintern. De los debates internos sobre la
conveniencia de un Frente Popular y de una nueva participación en el gobierno
republicano, el PSOE salió roto y se produjo el divorcio definitivo entre Prieto y Largo
Caballero. Este último afrontó la campaña de febrero de 1936 apoyando un Frente
Popular de mínimos y dando pautas desde el movimiento obrero a los republicanos
para garantizar la gobernabilidad del país. En su opinión, el Frente Popular era
necesario para obtener la amnistía, pero el obrerismo debía caminar hacia la revolución
y los republicanos burgueses eran una rémora para estos cometidos. Los discursos de
Largo Caballero de esta época iban dirigidos también a libertarios y comunistas con
vistas a lograr la unidad del proletariado. Aquí Julio Aróstegui rebate magistralmente,
con datos en la mano, la visión que sobre Largo Caballero se tenía como guerracivilista.
Algo que la historiografía franquista mantuvo y que hoy día es baluarte para trabajos de
dudoso rigor historiográfico. También desmitifica la responsabilidad de Caballero en la
no elección de Prieto como presidente del Gobierno. El PSOE estaba dividido y el grupo
parlamentario socialista era mayoritariamente caballerista, posicionándose por no
formar gobierno a pesar de la insistencia del sector más socialdemócrata.
12 Sin embargo, el estallido de la Guerra civil hizo cambiar la idea de gobernabilidad de
Largo Caballero. Su posición era la de formar un Frente Popular antifascista. Contrario
a la posición de Casares Quiroga y de Martínez Barrio —Caballero era partidario de
repartir armas al pueblo—, apoyó con condicionantes la elección de José Giral como
presidente del Gobierno. Aróstegui demuestra también lo absurdo de la acusación de
que Largo Caballero quería dar un golpe de fuerza con un pacto entre la UGT y la CNT.
13 En septiembre de 1936, Francisco Largo Caballero fue designado presidente del
Gobierno, y los comunistas entraron por primera vez en un gabinete. El objetivo de
Caballero era la participación anarcosindicalista en el Gobierno, algo que se produjo el 5
de noviembre. Fue mi gobierno de unidad antifascista débil, ya que los enfrentamientos
en su seno fueron cada vez más virulentos. Tras la caída de Málaga se pidió
responsabilidad a Caballero. Los comunistas consideraban que tenía que seguir siendo
Presidente pero dejando el Ministerio de la Guerra, algo que Caballero se negó a

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aceptar. Esta unidad antifascista débil también se pudo constatar en los intentos de
Caballero por frenar los intentos colectivistas en la retaguardia republicana.
14 A pesar de las divisiones en el seno del gobierno, Largo Caballero fundamentó y
desarrolló la organización militar de la República. Se crearon las Milicias Populares, el
Estado Mayor, el Consejo Superior de Guerra y las Milicias de Vigilancia en Retaguardia.
Aróstegui mantiene que el error del presidente del Gobierno fue no dar la dirección del
Consejo Superior de Guerra a un militar, ya que fue el propio Caballero quien lo dirigió.
Todo esto rompe también con la idea común de que fue el gobierno de Negrín quien
fundamentó la organización militar de la República española.
15 A nivel internacional, Largo Caballero mantuvo tensas relaciones con los diplomáticos
soviéticos que le llevaron a enfrentamientos con políticos como Alvarez del Vayo. Hubo
incluso movimientos polémicos bajo su mandato, como el intento de Luis Araquistáin
de llegar a un acuerdo con la Italia fascista y la Alemania nazi para que abandonasen la
beligerancia en España.
16 Las victorias militares en el Jarama y en Guadalajara retrasaron la crisis de gobierno
que se avecinaba. Los detractores de Largo Caballero le acusaban de instigar la
constitución de un gobierno sindical, pero ni la UGT (muy dividida) ni la CNT
plantearon nada de eso. Aun así, la sintonía entre caballeristas y cenetistas era cada vez
mayor. En paralelo, Caballero comenzó a culpar de todos sus males a comunistas,
nacionalistas y prietistas. Los sucesos de mayo de 1937 fueron leídos de forma errónea
por nuestro personaje. Largo Caballero los consideró un problema de orden público de
Barcelona, que no concernía al Gobierno. Sin embargo, la asonada fue el estallido de un
proceso larvado mucho más profundo. Aun así, fue firme en su decisión de no firmar la
ilegalización del POUM (Partido Obrero de Unificación Marxista) ni de ninguna otra
organización obrera.
17 Tras estos sucesos, Largo Caballero abandonó el Gobierno y fue designado para
sucederle Juan Negrín, que dejó fuera de la participación gubernamental a los
sindicatos. Surgió entonces el negrinismo más como oposición al caballerismo que
como un proyecto político autónomo. El fin de la presidencia de Largo Caballero supuso
prácticamente la derrota del caballerismo, pero sus seguidores continuaron teniendo
influencia en muchas sociedades de la UGT y en la Agrupación Socialista Madrileña del
PSOE. La UGT fue el último caballo de batalla de Caballero, y aquí el pacto con la CNT
era fundamental, ya que los sindicatos eran protagonistas de las colectividades y
explotaciones obreras del campo y la industria. Todo esto llevó a una división de la
UGT, en cuyo seno surgieron dos ejecutivas: una dirigida por Largo Caballero y otra por
González Peña y Rodríguez Vega. Una división que dejaba fuera de juego a los
caballeristas excepto en sectores como Madrid. El caballerismo había sido
definitivamente derrotado.
18 Los caballeristas apoyaron al Consejo Nacional de Defensa de Casado, más como parte
de una venganza personal contra sus rivales internos que para respaldar al propio
Casado. Una lectura que también se puede hacer extensiva al anarcosindicalismo. Para
ese entonces, Caballero se había trasladado previamente a Barcelona y de ahí al exilio,
de donde nunca regresó. El final de la Guerra y el exilio hicieron desaparecer las
divisiones de prietismo/caballerismo/besteirismo. La vida de Largo Caballero en el
exilio fue muy difícil: primeramente residió en París, y desde allí se desplazó a otros
sitios de Francia. Su intento por exiliarse a México fue abortado. No participó de la JARE
ni del SERE, organismos de ayuda los refugiados españoles. En 1943, fue capturado por

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los nazis y enviado al campo de concentración de Sacheshausen. Su salud empeoró e


incluso corrió el rumor que había fallecido. Liberado del campo de concentración con la
finalización de la Segunda Guerra mundial, Largo Caballero cambió en su actitud
política: no consideró negativo la posibilidad de un referéndum para España, e incluso
llegó a hablar con monárquicos. Creía en la mayor unión de las fuerzas antifascistas,
incluyendo a los comunistas que tenían relaciones difíciles con el resto de fuerzas.
Propició un acercamiento a Prieto, pero no apoyó al Gobierno de la República en el
exilio.
19 El sábado 23 de marzo de 1946, falleció en París (días antes había perdido una pierna).
Su entierro fue la despedida de alguien emblemático en la historia del movimiento
obrero español, donde hubo representación de todas las tendencias obreras y
antifascistas. Fue enterrado en el cementerio del Père Lachaise, cerca del Muro de los
Federados. Aunque su lápida se mantiene allí su cuerpo fue trasladado al cementerio
civil de Madrid una vez muerto Franco.
20 Éstas son las líneas básicas del trabajo de Julio Aróstegui, uno de los mejores
historiadores que ha tenido España en las últimas décadas.

BIBLIOGRAFÍA

Escritos de Julio Aróstegui sobre Francisco Largo


Caballero
- «LARGO CABALLERO, MINISTRO DEL TRABAJO» EN GARCÍA DELGADO, J.L. Y TUÑÓN DE LARA, M. LA

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- «NUEVAS APORTACIONES AL ESTUDIO DE LA OPOSICIÓN EN EL EXTERIOR: LARGO CABALLERO Y LA POLÍTICA DE


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- «LAS CARACTERÍSTICAS POLÍTICAS DEL PRIMER EXILIO ANTIFRANQUISTA. LA ESTRATEGIA DE “TRANSICIÓN Y


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- «LARGO CABALLERO, REPUBLICANO» EN CASAS SÁNCHEZ, J.L. Y DURÁN ALCALÁ, F. (COORD.), HISTORIA Y BIOGRAFÍA EN
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- «LARGO CABALLERO Y LA CONSTRUCCIÓN DEL SISTEMA DE RELACIONES LABORALES, 1931-1933» EN VV.AA: V


JORNADAS CONFEDERALES SOBRE MEDIACIÓN Y ARBITRAJE, UGT, MADRID, 2005.

- «LARGO CABALLERO Y LA CONSTRUCCIÓN DE UN CÓDIGO DE TRABAJO» EN ARÓSTEGUI, J.: LA REPÚBLICA DE LOS


TRABAJADORES: LA SEGUNDA REPÚBLICA Y EL MUNDO DEL TRABAJO, MADRID, FUNDACIÓN LARGO CABALLERO,
MADRID, 2006.

- «LARGO CABALLERO Y LA HERENCIA DE PABLO IGLESIAS» EN CUADERNOS DE HISTORIA CONTEMPORÁNEA, 2007


(NÚMERO EXTRAORDINARIO).

- «INDALECIO PRIETO Y LARGO CABALLERO: DIVERGENCIA Y CONVERGENCIA EN EL SOCIALISMO ESPAÑOL (1923-1946)»


EN MATEOS, A. INDALECIO PRIETO Y LA POLÍTICA ESPAÑOLA, MADRID, FUNDACIÓN PABLO IGLESIAS, 2008.

- «LARGO CABALLERO, PRESO 60090 DE LOS NAZIS», LA AVENTURA DE LA HISTORIA, 126, MADRID, 2009. -LARGO
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AUTORES
JULIÁN VADILLO MUÑOZ
Universidad Complutense, Madrid

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Virginia López De Maturana, La


reinvención de una ciudad. Poder y
política simbólica en Vitoria durante el
franquismo (1936-1975)
José Antonio Pérez Pérez

REFERENCIA
Virginia López De Maturana, La reinvención de una ciudad. Poder y política simbólica en
Vitoria durante el franquismo (1936-1975), Bilbao, Universidad del País Vasco / Euskal
Herriko Unibertsitatea, 2014, 394 p.

1 Durante los últimos años, la producción historiográfica sobre Álava y su capital en la


época contemporánea se ha visto notablemente enriquecida con la aportación de
nuevos trabajos. La mayor parte de ellos procede de historiadores formados en el
Departamento de Historia Contemporánea de la Universidad del País Vasco. A los
estudios realizados por los profesores Antonio Rivera, Santiago de Pablo, Javier Ugarte
o José María Ortiz de Orruño, con un larga trayectoria investigadora, se han sumado a
lo largo de los últimos cinco años una serie de trabajos desarrollados por una nueva
hornada de jóvenes historiadores, entre los que se encuentra la propia autora de este
libro. Especialmente interesante ha sido la aportación de los trabajos sobre el
franquismo. A las investigaciones de Iker Cantabrana, Aritza Sáenz del Castillo, Aitor
González de Langarica, Carlos Carnicero, Javier de la Fuente, Guillermo Marín o Javier
Gómez Calvo hay que añadir el estudio de Virginia López de Maturana. El libro de esta
autora es el fruto de una tesis doctoral dirigida por los profesores Santiago de Pablo y
María del Mar Larraza. El trabajo se centra en un tema sumamente interesante, como
los entresijos de la política local alavesa y el uso de una determinada simbología
durante la dictadura franquista.

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2 La peculiar situación de Álava tras el final de la Guerra civil confiere al estudio un


especial interés. Como es sobradamente conocido, frente a lo que ocurrió con
Guipúzcoa y Vizcaya, Álava, donde los alzados en armas contra la República contaron
con un importante apoyo político y social, conservó su Concierto Económico. Esta
circunstancia fue interpretada desde una perspectiva foralista y permitió a los alaveses
disponer de una Diputación con una cierta, aunque limitada autonomía administrativa
y económica muy similar a la que gozó Navarra; una peculiaridad que posteriormente
resultaría beneficiosa en la gestión de los recursos económicos, debido a su especial
régimen tributario.
3 Uno de los aspectos más notables de este trabajo es el amplio periodo que abarca, desde
el comienzo de la Guerra civil hasta el final de la dictadura franquista. Esta apuesta de
la autora, sin duda ambiciosa, constituye todo un acierto, ya que permite tener una
visión de largo recorrido sobre un periodo como el de la dictadura, donde se
produjeron continuidades evidentes en el plano político, pero también cambios
importantes que terminaron por afectar a la propia ciudad.
4 Desgraciadamente el estudio de las élites políticas franquistas del País Vasco constituye
uno de los vacíos más evidentes entre la prolífica producción historiográfica de estos
últimos años. Más allá de algunos trabajos como los de Cándida Calvo Vicente sobre
Guipúzcoa, el estudio comparativo de Antonio Canales sobre las derechas vascas, o el
diccionario biográfico sobre alcaldes franquistas de Bilbao, dirigido por los profesores
Mikel Urquijo y Joseba Agirreazkuenaga, carecemos hasta el momento de estudios
monográficos sobre esta cuestión.
5 El estudio de Virginia López de Maturana, centrado en la capital de este territorio,
profundiza en el proceso de formación del nuevo régimen franquista en Vitoria y
aporta una serie de claves fundamentales para comprender el complejo juego político
que se fue forjando desde los primeros meses de la Guerra civil. Las luchas de poder, los
cambios de composición en el personal del Ayuntamiento, las relaciones entre la
corporación municipal y las diferentes instituciones políticas, las peculiaridades del
sistema electoral de la democracia orgánica, o la labor de los diferentes alcaldes al
frente del consistorio municipal son algunos de los aspectos que se abordan en este
espléndido trabajo.
6 Al margen de la peculiar situación administrativa y económica que disfrutó la
provincia, el funcionamiento y normativa de la administración local y provincial
franquista, tremendamente centralizada, no presentó diferencias destacables respecto
al resto de España. El primer alcalde del Ayuntamiento franquista de Vitoria fue
nombrado por la máxima autoridad militar de la provincia y cumplió con su cometido
hasta el 4 de agosto de 1936. Esa misma fecha el gobernador civil designó la primera
Comisión gestora municipal, siguiendo para ello un sistema de nombramiento y cese
que se mantuvo hasta las primeras elecciones municipales de 1948. En este contexto la
figura del gobernador civil jugó un papel de primer orden hasta el final de la dictadura.
Por ello resulta fundamental, como se hace en el libro, profundizar en el perfil de este
cargo y en el de quienes ostentaron la máxima responsabilidad al frente de las otras dos
instituciones fundamentales en la provincia: la Diputación y el propio Movimiento.
7 El estudio se extiende a lo largo de todo el periodo franquista, lo que permite
reconstruir también la propia historia de la ciudad, que experimentó en el tramo final
de la dictadura uno de los procesos de transformación social más convulsos de toda
España. El gran cambio para Vitoria se produjo a partir de principios de los años

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sesenta del siglo XX, pero el proceso comenzó a fraguarse unos años antes, durante el
mandato del alcalde Gonzalo Lacalle, «un abogado del Estado que trabajó con alma de
tecnócrata». Él fue, sin duda, el verdadero artífice de la puesta en marcha de los planes
encaminados a la industrialización y modernización de Vitoria. No resultó una tarea
fácil. Para ello desató un importante conflicto con la Diputación, a la que solicitó la
modificación del régimen tributario de la Hacienda municipal con el fin de conseguir
mayores ingresos con los que financiar este proceso. La labor de Gonzalo Lacalle dejó
encauzado el trabajo de su sucesor, Luis Ibarra Landete (1957-1966), bajo cuyo mandato
se produjo el cambio más espectacular de la ciudad. La autora analiza como se produjo
el relevo del equipo municipal a partir de un estudio exhaustivo de las diferentes
elecciones. La incorporación de empresarios e industriales como concejales durante la
primera fase del mandato de Ibarra fue determinante. Su paso a la política activa, tras
ocupar diversos puestos de responsabilidad, puso de manifiesto la importancia del
proceso que se estaba produciendo y, sobre todo, el interés de las élites económicas por
liderar e influir en él.
8 Sin embargo, la sociedad estaba cambiando y los sectores más sensibles a los problemas
sociales procedentes de la Iglesia también se percataron de ello. Tras las elecciones
municipales de 1963, varios concejales vinculados a la Hermandad Obrera de Acción
Católica y de la Juventud Obrera Católica pasaron a formar parte del equipo municipal.
Esta novedad alertó a los sectores más ortodoxos del Movimiento Nacional. Para estos
último la incorporación de los concejales vinculados al catolicismo social, que
proponían la integración de los inmigrantes procedentes de otras provincias de España
en una Vitoria «más humana, más justa y más fraternal», significaba la entrada de la
oposición en la corporación municipal, una especie de entrismo como el que estaban
protagonizando en aquellas misma fechas esos grupos dentro de la Organización
Sindical Española.
9 Durante esa época la ciudad, creció en todos los sentidos. Se instalaron nuevas
empresas, vivió un incremento espectacular de la demografía como consecuencia de la
llegada de inmigrantes en busca de nuevas oportunidades, se construyeron nuevos
barrios y la ciudad dio un salto trascendental para equipararse a otros territorios que
llevaban ya décadas de industrialización. En definitiva, el espacio urbano y social fue
adoptando el aspecto de una nueva ciudad que una década más tarde, durante los
primeros meses tras la muerte de Franco, viviría una de las convulsiones más
importantes y dramáticas de su historia.
10 Otro de los aspectos más destacable del estudio es su capacidad para integrar de forma
rigurosa aspectos de gran interés, como el análisis de las políticas públicas de la
memoria que impulsó el régimen desde el Ayuntamiento de Vitoria. La política de
símbolos que describe y analiza la autora constituyó un pilar fundamental en la
legitimación del régimen franquista y en la difusión de todo un corolario de personajes
y efemérides que contribuye, además, a completar el estudio sobre la importante labor
política que se impulsó desde el Ayuntamiento. Desde la corporación municipal se supo
combinar hábilmente la exaltación de genuinos referentes franquistas con la de otros
personajes, menos marcados políticamente, que tenían un fuerte arraigo local. Como en
otras facetas de la vida política, social y cultural, este elemento identitario que fue el
vitorianismo jugó un papel fundamental. Gracias a él se consiguió aglutinar a la mayor
parte de la población en torno a elementos y referentes comunes.

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11 La capacidad de la autora para abordar todas estas cuestiones a partir de una


metodología en la que trata de integrar aspectos de la nueva historia cultural dentro de
la historia política, es verdaderamente encomiable. Virginia López de Maturana maneja
con soltura la rica documentación que ha trabajado para su tesis doctoral y lo hace con
minuciosidad, demostrando una gran madurez y rigor en el análisis de una materia
compleja. En este sentido, se trata de un trabajo novedoso, que huye deliberadamente
de presentismos y, sobre todo, de esa ola memorialista y militante que ha terminado
por afectar incluso a algunos trabajos de carácter académico durante los últimos años.
El estudio demuestra la complejidad de la política local e introduce una perspectiva que
desmonta viejos arquetipos sobre la gestión del poder durante la dictadura franquista.

AUTORES
JOSÉ ANTONIO PÉREZ PÉREZ
Universidad del País Vasco/Euskal Herriko Unibertsitatea

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Mario Martín Gijon, La Resistencia


franco-española (1936-1950). Una
historia compartida
Eduardo González Calleja

REFERENCIA
Mario Martín Gijon, La Resistencia franco-española (1936-1950). Una historia compartida,
Badajoz, Departamento de Publicaciones de la Diputación, 2014, 549 p.

1 Las épocas de crisis global son, quizás, las circunstancias más adecuadas para abordar
estudios de historia comparada y constatar los factores recurrentes de su origen,
desarrollo y resolución. Mario Martín Gijón revela las profundas conexiones de las
crisis políticas que afectaron a Francia y España en los quince años que van de la Guerra
civil al declive del movimiento político-militar-cultural que llamamos Resistencia, y la
estabilización política de ambos países en el contexto de la Guerra Fría. En el caso
hispano-francés existe una indudable proximidad de circunstancias: gobiernos de
Frente Popular amenazados por la subversión de la extrema derecha fascistizante, un
derrumbamiento de la democracia a raíz de una crisis bélica (una guerra civil con
intervención extranjera en la española, una invasión extranjera con secuela de guerra
civil en la francesa), dos regímenes dictatoriales en sintonía con el Nuevo Orden
europeo nazi, y movimientos de resistencia armada que les disputaron la legitimidad.
Sin embargo, a partir de 1945-1946 los senderos se bifurcaron: mientras Francia
disfrutaba de la Liberación (y una parte de su población sufría la depuración) el
franquismo logró sobrevivir por motivos domésticos e internacionales de sobra
conocidos, entre los que no fue el menor la crónica división de las fuerzas republicanas.
2 Aunque no estoy de acuerdo con enmarcar el fenómeno resistencialista franco-español
de estos años bajo el paraguas conceptual de una presunta «guerra civil europea» (una
noción de las postrimerías de la Guerra Fría, que aspira a englobar realidades
conflictivas demasiado diferentes), no cabe duda de que las crisis políticas española y

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francesa, que alcanzaron su paroxismo en la segunda mitad de los treinta y primera de


los cuarenta, tuvieron una fuerte impronta bélica. En España, este ciclo se inició con el
conflicto colonial en el norte de Marruecos (1909-1927), continuó con una atroz guerra
civil y culminó en una posguerra ficticia, jalonada de expediciones militares en el
contexto de la Segunda Guerra Mundial (el envío de la «División Azul» al frente oriental
entre octubre de 1941 y noviembre de 1943) y de un prolongado conflicto insurgente
como fue el «maquis»: secuela de la guerra civil, pero cuya fase culminante acaece
entre octubre de 1944 y octubre de 1948. El ciclo bélico se cerró en realidad una década
más tarde, con el epílogo sangriento de la descolonización de Marruecos que supuso «la
última guerra de África» en lini y Sahara. Para Francia, dejando a un lado las guerras
coloniales y de descolonización que anteceden y suceden el tracto histórico que cubre
el presente libro, la experiencia bélica primordial viene dada por ambas guerras
mundiales. La segunda tuvo un componente de guerra civil de resistencia antifascista
que, sin duda, la emparenta con la crisis española, por más que los autores
especializados en las «contiendas franco francesas» o las «fiebres hexagonales»
minusvaloren el trasiego de experiencias de lucha armada que se fueron sucediendo a
un lado y otro del Pirineo. La emigración de actitudes políticas y modelos culturales y
de acción colectiva es, precisamente, el tema central de esta obra.
3 A diferencia de la historiografía sobre la Resistencia francesa, amplia y bien asentada
desde los años cincuenta, su contrapartida española ha vivido muchas más vicisitudes,
ya que sufrió la demonización franquista como subversión de naturaleza delincuencial
(el inefable «bandolerismo» analizado entre otros por Eugenio Limia, Tomás Cossias o
Francisco Aguado), se incorporó al estudio general de la oposición antifranquista en los
años de la transición (Andrés Sorel, José Antonio Vidal Sales, Hartmut Heine, Daniel
Arasa, etc.) y tras una gran proliferación de estudios de caso regionales en los años
ochenta y noventa fue objeto de síntesis canónicas a fines del siglo XX, con las obras de
referencia como las de Secundino Serrano o Francisco Moreno Gómez, entre otros.
Faltaba su plena integración en los movimientos de resistencia europeos, aunque a esta
tarea ya se han aplicado autores como Mercedes Yusta. Sin embargo, hasta donde
alcanza mi información, nunca se había hecho un análisis tan estrecho e integral de la
historia de la resistencia franco-española como el que aborda Mario Martín Gijón en
este libro.
4 Con un excelente conocimiento de la publicística, y provisto de numerosos testimonios
personales que ilustran las grandes polémicas ideológicas de la época, el autor
profundiza en las diferentes crisis que se suceden en 1936, 1939, 1940 y 1944-1945. En el
preludio de la Guerra civil española, desgrana las ideas convergentes de las derechas
francesa y española, que veían los Frentes Populares como antesalas del comunismo.
Una vez estallado el conflicto en España, gran parte de la prensa parisina y provincial
se mostró favorable al bando rebelde, al que peregrinaron portavoces tan cualificados
de la extrema derecha gala como Charles Maurras, además de medio millar de
voluntarios que tuvieron una deslucida actuación en la bandera de la Legión Jeanne
d’Arc. El papel vertebral que tuvo la revista Occident en el dispositivo de propaganda
rebelde en Francia trató de ser contrarrestado por la publicación republicana La Voz de
Madrid y la plétora de comités de ayuda a la República Española, cuya actividad quedó
lastrada por la división entre neutralistas e intervencionistas que atenazaba a la
izquierda francesa de la época. A decir verdad, tanto la derecha como la izquierda galas
eran conscientes de que la defensa avanzada de «su» propia Francia se estaba
efectuando en las trincheras de España. La guerra civil en suelo hispano puso al

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desnudo las contradicciones entre el antifascismo y el pacifismo de la izquierda y la


opción por la violencia y la defensa de la legitimidad política proclamada por las
derechas. En todo caso, esta primera contienda abierta contra el fascismo no fue ni una
enseñanza ni una admonición para la mayoría de franceses, salvo para los que luego
militaron en la Resistencia. Lo que sí despertó el conflicto fue la galofobia latente en el
mundo conservador español. Un atavismo que queda perfectamente reflejado en las
tremendas declaraciones del, por demás, venal general Alfredo Kindelán cuando a la
altura de julio de 1938 amenazó públicamente: «En la primera semana de una guerra
con Francia, podríamos reducir a cenizas Burdeos, Marsella, Biarritz y Bayona, y
dislocar las redes de ferrocarril francesas. Una guerra con Francia desarrollaría nuestro
espíritu guerrero» (p. 76).
5 La crisis humanitaria que afectó a los departamentos meridionales de Francia a inicios
de 1939 es relatada por Martín Gijón con matices que van del dolor por la derrota a la
denuncia airada de la mezquindad de unas autoridades que no supieron dar un trato
digno al medio millón de refugiados españoles, que para colmo fueron difamados de
todas las formas posibles y acusados de perturbar la paz por la prensa derechista
apaciguadora de los fascismos. El sufrimiento en los campos y el acoso político de que
fueron objeto -el SERE fue disuelto por el gobierno francés en abril de 1940- cambió la
imagen canónica de Francia atesorada por muchos exiliados, que acabaron por
comparar sus lugares de detención y confinamiento con los läger nazis. Una actitud que
cambió rápidamente cuando la declaración de guerra a Alemania les indujo a salvar
«nuestra segunda patria». Esta decidida voluntad intervencionista, que recuerda la de
los francófilos de la Gran Guerra, quedó frustrada porque el Gobierno de París no
transigió en la formación de unidades de voluntarios españoles, cuando sí la aceptaron
de polacos o checoslovacos. Con todo, 7.000 españoles se enrolaron como voluntarios en
la Legión Extranjera y 50-60.000 quedaron encuadrados en las Compañías de
Trabajadores Extranjeros, siendo capturados cerca de la Línea Maginot y deportados
sumariamente a Alemania.
6 El segundo capítulo aborda las reacciones emocionales de lo que Marc Bloch llamó
étrange défaite: la debacle de mayo-junio de 1940 (donde la huida de civiles decuplicó la
española del año anterior) y la súbita caída de París fueron comparadas ventajosamente
por los publicistas republicanos españoles con la tenaz resistencia de tres años de la
población madrileña. También se produjo una diáspora por el Pirineo, esta vez en
sentido inverso: a la altura de julio de 1943 se habla de 9.000 fugitivos franceses, y más
de 10.000 fueron a parar a Miranda de Ebro y otros campos de prisioneros en el
transcurso de la guerra.
7 El derrumbamiento del Estado francés desató un impulso de autoflagelación de la
culpabilidad nacional -que Martín Gijón denomina «hipnosis de la punición»- que fue
dirigida contra la presunta degeneración del régimen republicano. Como respuesta a
estos pretendidos «males de la patria», la mayoría de franceses habría aceptado
pasivamente el camino de la «regeneración» pétainista por vía autoritaria. De este
modo se fue extendiendo un conformismo derrotista que recuerda el que mostró la
población española de la posguerra civil. Según Jean Guéhenno, «bastaron quince días
para hacer un rebaño del pueblo francés». Pero para los intelectuales de la izquierda la
responsabilidad de la derrota habría correspondido a la élite política y militar
conservadora, que habría renunciado a identificar la defensa de la nación con la de la
democracia, como había sucedido en 1871 o 1914, o en España en 1936. Como dijo el

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periodista español Manuel Chaves Nogales, Pétain (que en la derrota se dolía de que no
hubiesen muerto más españoles en lugar de franceses) creyó que Francia se salvaría
sacrificando su democracia, y no pudo o no quiso salvaguardar ni la una ni la otra.
8 Este capítulo se detiene en resaltar las concomitancias entre pétainismo y franquismo:
ambos fueron regímenes nacionalistas reaccionarios (basados en la exaltación de la
tierra), personalistas (la idealización del anciano Pétain corrió en paralelo a la
exaltación del caudillaje de Franco), de exclusión (eran antiliberales, antimarxistas,
antilaicos, xenófobos y misóginos) y antiintelectualistas. En uno de los mejores pasajes
del libro, Martín Gijón analiza la querella sobre los «malos maestros», que al igual que
en el bando franquista fueron objeto de depuraciones masivas, al tiempo que la
propaganda más clerical, que en España la emprendió contra la Institución Libre de
enseñanza, dirigió sus dardos en Francia contra la Ecole Normale Supérieure,
quintaesencia del sistema meritocrático de educación republicana. A pesar de su
discurso fundamentalmente reaccionario, el Estado francés también abordó su propio
proceso de fascistización, que no llegó tan lejos como el del franquismo.
9 El tercer capítulo comprende un estudio pormenorizado de la formación de las redes de
resistencia de los exiliados, alentada por la ruptura y la marginación social y anímica
respecto de la sociedad francesa que facilitó su articulación. Por ejemplo, el servicio
sindical de Main-d'Œuvre Immigrée (MOI) propició un agrupamiento de emigrados por
lenguas que luego sería dirigido hacia actitudes de oposición armada por la
Organisation Spéciale del PCF. En paralelo a la unificación de la Resistencia francesa se
produjo la vertebración de la resistencia de los exiliados españoles, liderada por la
Unión Nacional Española (UNE) de Jesús Monzón en paralelo al Front National
preconizado por el PCF. Martín Gijón hace un completo relato de la participación
española en los grupos de resistencia región por región y departamento por
departamento. 14.000 españoles militaron en el maquis en todas las regiones de
Francia. 72 combatientes españoles murieron en Vercors, 25 en Gliéres y 35 en Mont
Mouchet, y 19 civiles refugiados engrosaron la lista de víctimas de la masacre nazi de
Oradour-sur-Glane. Los combatientes republicanos españoles liberaron gran parte del
tercio meridional de Francia, pero también libraron una no menos trascendente batalla
propagandística que el autor describe con su profundo conocimiento de la literatura y
los escritores del movimiento resistente. La prensa española del exilio, de enorme
variedad ideológica, fue la más importante tras la polaca. El entrecruzamiento de las
experiencias de intelectuales, combatientes, editores, grupos clandestinos franceses y
españoles cobró coherencia y eficacia gracias a la argamasa ideológica que
proporcionaba la común militancia antifascista. El ejemplo más señero fue el semanario
bilingüe L'Espagne Républicaine, donde participaron las grandes firmas de la literatura
antifascista francesa. 1944 fue el momento culminante de la prensa clandestina, con
frecuentes ediciones en castellano, hasta la prohibición del gobierno gaullista de 13 de
febrero de 1945.
10 El capítulo cuarto relata la efímera fiesta de la liberación, entreverada con la esperanza
en un retomo inmediato a España, que seguía siendo la gran herida sin cicatrizar de la
conciencia francesa desde 1939. Para Albert Camus, la guerra europea, que había
comenzado en España, no podía «acabarse sin España». Pero la polémica sobre los
exiliados se recrudeció cuando la extrema derecha acusó a los republicanos de
protagonizar los hechos más notorios y brutales de la depuración. En septiembre de
1944, se produjeron incidentes en la frontera que hubieron de ser cortados por las

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nuevas autoridades francesas. De Gaulle reconoció a Franco el 16 de octubre, tres días


antes de la irrupción de 3.000 guerrilleros comunistas en el Valle de Arán. Fue, sin
duda, el momento culminante de la resistencia española, que en adelante declinaría por
las divisiones intestinas del exilio, especialmente entre negrinistas y prietistas en el
seno del PSOE (que los socialistas franceses trataron de reconciliar en agosto de 1946) o
la purga de resistentes impulsada por la cúpula del PCE a imitación de su homólogo
francés .
11 El último capítulo aborda el fin de la esperanza utópica en la revolución, que para los
republicanos españoles se cifraba en un retomo al país que quedó frustrado a partir de
1946 por el estallido de la Guerra Fría, el recrudecimiento de las tensiones partidistas y
la consolidación de las instituciones republicanas francesas en un gobierno provisional.
Como en el caso español, la Resistencia francesa no logró presentar una opción política
alternativa al gobierno presidido por De Gaulle. Pero, frente a la voluntad unitarista
que atesoraba la resistencia gala, la ejecutoria política del exilio español queda
malparada en el análisis final de Martín Gijón: el creciente anticomunismo de la mayor
parte de las fuerzas republicanas hizo que sus iniciativas políticas carecieran de la
coherencia necesaria para tener posibilidades de éxito en los foros internacionales. A
ello se añadió la hispanofobia teñida de histeria anticomunista que, al igual que en
1939-1940, manifestaron los gobiernos franceses a partir de 1948. El descrédito de la
comunidad de exiliados españoles, que tuvo su momento de no retomo en la Guerra de
Corea, culminó en la proscripción de las organizaciones del PCE (como las de todos los
partidos comunistas extranjeros) el 2 de septiembre de 1950, la designación de un
nuevo embajador francés en Madrid el 12 de enero de 1951 y la disolución de la
Federación de Españoles Inmigrantes en Francia en septiembre de 1952.
12 El fracaso de las vías insurreccional (maquis) y legitimista (gobierno republicano en el
exilio) de la oposición española a la dictadura franquista sirve de colofón a este
apasionante ensayo, que hace una reivindicación final de la Resistencia como historia
compartida, pero también como una escala de valores inconformistas que se pretenden
vigentes en los albores del siglo XXI.

AUTORES
EDUARDO GONZÁLEZ CALLEJA
Universidad Carlos III de Madrid

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Carmen Fernández Casanova (ed.),


Estudios sobre Pablo Iglesias y su
tiempo
Francisco Sánchez Pérez

REFERENCIA
Carmen Fernández Casanova (ed.), Estudios sobre Pablo Iglesias y su tiempo, Universidade
da Coruña, 2013, 287 p.

1 Esta obra recoge en gran medida el resultado de un congreso sobre la figura de Pablo
Iglesias que se celebró en noviembre de 2010 en Ferrol, su ciudad natal, para
conmemorar el centenario de la obtención de su acta como diputado en las Cortes, que
marcó asimismo la entrada de la socialdemocracia en el parlamento español. Ya el
congreso estuvo dirigido y coordinado en su día por Carmen Fernández Casanova,
catedrática de la Universidad de A Coruña, que ahora lo hace con este volumen
colectivo, al que aporta una breve introducción y su capítulo inicial. En él, aparte de
ella, colaboran otros nueve especialistas que enfocan el problema central del pablismo
desde diversos ángulos. En realidad va más allá de un libro sobre la figura del líder
socialista o sobre su pensamiento político y actividades organizativas, aunque todo esto
también se aborda, pues la idea del volumen es acercarse a varias de las circunstancias
que convergieron e influyeron, o pudieron hacerlo, en su trayectoria vital en distintas
etapas de ésta. Es decir, los vectores económicos, familiares, sociales, ideológicos y
culturales, tocando casi todos los palos.
2 El trabajo se estructura en cuatro bloques temáticos. El primero dedicado a la
experiencia ferrolana de la infancia del pequeño Paulino en sus diez primeros años de
vida (1850-1860). De modo muy inteligente Fernández Casanova no sólo se centra en
cómo era el Ferrol de la época, las oportunidades laborales que lo habían convertido en
un centro de inmigración de cierta importancia local (el Arsenal), lo que pudo atraer a
su padres, procedentes de otras partes de Galicia, o las malas condiciones del barrio de

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Esteiro en que creció, sino la relación de un Iglesias ya maduro y líder obrero con su
ciudad natal, o por así decirlo la influencia de Ferrol en la memoria del propio Iglesias.
Este estudio es acompañado por una minuciosa reconstrucción a cargo de Narciso de
Gabriel sobre lo que podría definirse como las posibilidades educativas de la ciudad
para un niño de familia obrera. Independientemente de las especulaciones acerca de
dónde exactamente estudió Paulino, lo que el autor sostiene con acopio de datos es que
Ferrol era un importante centro de alfabetización, es decir un polo de atracción
educativo-cultural, y no solo económico-laboral, y de esto se benefició Iglesias, cuya
desmedida afición por la lectura está más que atestiguada.
3 Un segundo bloque ilustra sobre la problemática de su infancia y adolescencia en
Madrid, similar a la de muchos trabajadores urbanos del siglo XIX, en particular si
fueron hospicianos, es decir si acabaron siendo, como Paulino, huérfanos (de padre,
primero aquejado de una enfermedad mental y después fallecido) y obligados por las
circunstancias a entrar en una institución de beneficencia para salvarlos de la muerte
segura. De hecho sus dos hermanos murieron antes de llegar a la vida adulta. Su
carácter de superviviente, su profundo desarraigo emocional separado obligadamente
de su madre, su afición a la lectura de pliegos de cordel, la inexistente «adolescencia»
de los hijos de los trabajadores y el temprano aprendizaje de los oficios en ese tipo de
instituciones son descritos con mano maestra por el especialista Jorge Uria, junto a
otros muchos detalles de la vida cotidiana de la época (desde el coste del transporte
desde Galicia a Madrid a la expansión del sector juguetero). El panorama de la pobreza
y lo que suponía el régimen del salario en el siglo XIX es completado por Ángeles
Barrio, facilitando la comprensión de una de las ideas clave de Iglesias, arraigada en su
propia experiencia societaria y en el debate teórico de la época en el movimiento
obrero sobre el particular: que la dependencia del salario pagado por otros negaba la
libertad de las personas que lo percibían. Y que semejante condición solo se aliviaría o
desaparecería como resultado de la presión de los trabajadores sobre las autoridades.
Como es sabido la mayoría de los asalariados y militantes del movimiento obrero eran
varones, y esta triple condición la compartía Iglesias, y a sus ideas acerca de la
emancipación de las mujeres, en particular en el mundo del trabajo de la época, pero
también en el ámbito doméstico, está consagrado el capítulo de Mary Nash. Al centrarse
esta aportación en el discurso de las organizaciones y publicaciones obreras sobre el
particular y la influencia de las ideas de Iglesias sobre este discurso quizá habría
resultado más lógico que este capítulo hubiese estado insertado en el siguiente bloque
(sobre su liderazgo personal). En cualquier caso, lo que deja claro la autora es que las
ideas de Iglesias, muy partidario de la igualdad de salarios entre hombres y mujeres, de
la inclusión de estas últimas en las organizaciones obreras en pie de igualdad (y no
expulsarlas de ellas como revienta-salarios) e incluso de la igualdad en el ámbito
doméstico, eran muy minoritarias en las organizaciones filosocialistas y tenían que
luchar en particular en los sindicatos con una visión radicalmente opuesta a la suya
sobre el tema. Dato muy significativo porque muestra los límites de su liderazgo
personal (y el de cualquier otro en organizaciones más o menos democráticas) y
también los del discurso igualitario socialista. La concepción de que la mujer era la
especialista en las tareas domésticas y debía ser protegida por ello en el trabajo
asalariado para compensarla siguió siendo una idea tan arraigada que aún aparecía en
los escritos de Margarita Nelken de entreguerras. Al mismo tiempo sin embargo el
feminismo socialista también se había desarrollado lo suficiente para amparar ataques
integrales contra la sociedad patriarcal a cargo de María Cambrils.

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4 El tercer bloque temático se centra en el liderazgo personal de Iglesias sobre las


organizaciones socialistas y ugetistas. Santiago Castillo desmiente de manera rotunda
que las líneas programática y organizativa del PSOE y la UGT se debieran a sus
opiniones personales que a su vez se impondrían al resto de la organización. Al
desmenuzar las microetapas de su ascenso al liderazgo desde 1870 y hasta 1910 deja
bastante claro que al menos hasta la etapa 1888-1898 no llegó a consolidarlo
definitivamente, que su palanca de poder fundamental fue la dirección de El Socialista
desde 1886, con lo que se convirtió en el auténtico asalariado liberado para
profesionalizarse en la organización y convertirse en líder de opinión del partido. Y que
como líder del PSOE y la UGT fue casi siempre el portavoz de las opiniones mayoritarias
de la organización a la que representaba, incluida la negativa a la alianza con los
republicanos de 1903. En su opinión el mito del «liderazgo impositivo» procedió de los
ataques de los republicanos contra él a partir de los años noventa. En sus últimos años
ejerció un liderazgo simbólico o de prestigio más que nada, siendo Besteiro y Caballero
los que entraron al relevo. Sobre su beatificación postmortem abunda la colaboración
de Pérez Ledesma, que compara su figura con la de August Bebel, el líder del SPD
alemán muerto en 1913. Certera comparación en la medida que, pese a las marcadas
influencias ideológicas francesas en el PSOE, a través de Guesde y Lafargue, tan
reiteradas por la historiografía (y aquí también), el modelo organizativo español era
calcado del de la socialdemocracia alemana, con la doble diferencia elemental, muy
señalada en ésta y en otras contribuciones, de la unión del liderazgo del partido y del
sindicato en particular sobre su persona y del escaso éxito de la fórmula a medio plazo
en el caso español (lo que contrastaba mucho con el alemán a la altura de 1914). Aunque
se echan en falta explicaciones más o menos plausibles del motivo o causa de ambas
diferencias, que no parece que puedan exclusivamente circunscribirse a motivos
endógenos de las propias organizaciones socialistas sin atender a las dinámicas del
resto del movimiento obrero y las realidades sociales y económicas de la sociedad
española de la época (frente a la alemana en particular). Sobre el papel de Iglesias en la
configuración del modelo sindical y en particular huelguístico versa la colaboración de
Michel Ralle, donde expresa muy agudamente los límites de la teoría marxista de la
primacía de la acción política que debía encamar el PSOE cuando «las posibilidades de
actuar en el campo político eran casi inexistentes» (p. 219), y que finalmente se limitaba
a la creación de una identidad social albergada por una sólida organización societaria,
por medio de la cual se alcanzaría la soñada revolución social, motivo por el que se creó
la UGT. También muestra la crisis de esta táctica de las huelgas localizadas y de
objetivos alcanzables cuando se puso a prueba a partir de la coyuntura de fin de siglo
con la emergencia de las huelgas generales como patrón de acción colectiva obrera
preferente.
5 El cuarto bloque por último alberga dos contribuciones notoriamente dispares, algo por
otra parte inevitable en este tipo de trabajos colectivos, sobre las tácticas socialistas
hasta la muerte de Iglesias, es decir hasta los años veinte. Eduardo González Calleja
defiende que los socialistas nunca dejaron de ser revolucionarios, pero que su
concepción de la «revolución» era la de un cambio político y social profundo e
irreversible y era lo suficientemente ambigua o si se prefiere flexible, siguiendo la
tradición marxista no solo en España sino fuera de ella, para oscilar entre reforzar las
organizaciones afines o abogar por reformas concretas presionando a las instituciones,
incluidas campañas básicamente políticas como contra la guerra de Cuba o la de
Marruecos, la coalición con los republicanos contra Maura (desde 1910) o las campañas

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pro-subsistencias durante la guerra mundial, y abogar por una huelga general


prerrepublicana cuando les pareció necesario (1917 o 1930). Que todo eso, es decir dar
pasos intermedios hasta llegar al poder político y a la sociedad soñada, lo consideraran
«revolucionario» les insertaba en plena ortodoxia centrista dentro de la Internacional
socialdemócrata antes y después de 1914.
6 Por el contrario Santos Juliá cree que el PSOE era un partido de retórica revolucionaria
y de práctica reformista, con lo que se abona a la explicación de Bernstein (favorable a
lo segundo) y a la de Lenin (desfavorable), que identificaban la revolución de forma
reduccionista con la preparación de una insurrección violenta y armada para tomar el
poder, a lo que desde luego no se dedicaba la mayoría de la socialdemocracia europea ni
tampoco la española, al menos en los países donde había ciertas libertades civiles y
derechos políticos, que había necesariamente que vulnerar si se pretendía tomar el
poder de forma más o menos violenta. Cuando la derecha autoritaria tras 1918 empezó
a reducir a los socialistas al silencio de forma progresiva en Europa sus percepciones sin
embargo cambiarían un tanto. Los socialistas no parece que se vieran a sí mismos como
ese tipo de «revolucionarios insurreccionales», pero sí creían que lo eran porque
estaban consagrados a formar una contra-sociedad en expansión que funcionaba de una
forma muy diferente respecto a la que les rodeaba (y a su entender lo hacía de forma
mucho más democrática), sociedad capitalista y desigual a la que se creían destinados a
sustituir. En opinión de Juliá es síntoma de «dualidad» el tener un programa máximo
(revolución social) y mínimo (reformas puntuales), como otros muchos partidos
políticos por otra parte, tener un partido y a la vez un sindicato bastante afín (como
harían otros muchos partidos en España, o lo intentarían, a partir de los años veinte o
incluso antes) y gestionar a la vez sus dirigentes las acciones que el llama «económicas»
(es decir, la acción directa ejercida por los propios trabajadores en el tajo) y las
«políticas» (es decir, la acción política o indirecta, a través de los representantes
electos). Pero además sostiene que esta actuación «dual» procede a su vez de una
concepción maniquea/dual de la sociedad, es decir dividida entre obreros (los buenos) y
burgueses (los malos), aunque no queda claro si en el maniqueísmo engloba al conjunto
del movimiento obrero, a la socialdemocracia europea, o solamente a la española, que
por otra parte afirma que está calcada en su diseño, que no en sus resultados, de la
alemana, en lo que no podemos estar más de acuerdo. Tampoco parece que la
semblanza de los socialistas como «antirrepublicanos», indiferentes a la forma de
estado («accidentalistas») y «hasta antipolíticos» (p. 277) se compadezca mucho con las
evidencias que él mismo muestra, entre otras la forma en cómo arriesgaron los
herederos de Iglesias su propia organización en pro de una causa republicana y cien por
cien política en 1917 y después en 1930-1931, lo que además les crearía serios
problemas y divisiones internas por vincularse en exceso, en opinión de muchos
militantes, a los «políticos» y a los «burgueses». Para no alargarnos demasiado, este
mismo volumen muestra evidencias múltiples del deseo socialista de república, pero de
república «social» («la social», según la inveterada fórmula decimonónica) o
«socialista», no lógicamente por la «liberal» o «burguesa», que era considerada una
mera transición, y en esto eran meridianamente ortodoxos en su época. Por poner un
ejemplo bastante antiguo véanse las bases programáticas presentadas por Iglesias en el
periódico recién fundado en 1886, donde junto al ataque a los partidos burgueses,
preferentemente «los más avanzados» (los republicanos), sostiene por dos veces:
«establecido el dilema de República o Monarquía, el Partido Obrero optará sin vacilar
por la primera [...]; haciendo constar que entre las formas de gobierno republicana y

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monárquica, El Socialista prefiere siempre la primera» (p. 181, los subrayados son
míos). No parece esto un manifiesto «accidentalista» o «indiferente» ante las formas de
estado, se mire por donde se mire.
7 Por último, habría redondeado la gran utilidad del volumen la inclusión de una
bibliografía común con las referencias usadas por los ponentes, habida cuenta que
algunas son ineludibles, la lista no resulta demasiado larga en un volumen bastante
manejable, y se repiten continuamente, desde los trabajos de Morato y el propio
Santiago Castillo, a la última biografía de Serrallonga (2007) y los trabajos de Esperanza
Piñeiro y Andrés Gómez Blanco sobre la presencia de Iglesias en Ferrol que aparecieron
en ocasión del centenario de 2010.

AUTORES
FRANCISCO SÁNCHEZ PÉREZ
Universidad Carlos III de Madrid

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Paul Preston, El final de la Guerra


civil. La ultima puñalada a la República
Julián Vadillo Muñoz

REFERENCIA
Paul Preston, El final de la Guerra civil. La ultima puñalada a la República, Barcelona,
Debate, 2014, 414 p.

1 El golpe de Estado contra la República del 17-18 de julio de 1936 fue la causa del
estallido de la Guerra civil. Casi tres años de batallas y combates que finalizaron con la
victoria de los golpistas y la imposición de una dictadura personificada en Francisco
Franco que no tuvo piedad con los vencidos. La derrota de la República se debió después
a distintos factores, unos con más peso que otros. Analizar las últimas semanas del
conflicto, es acercarse a alguno de esos otros factores. Quizá no el principal, pero sí
subsidiario y con suficiente peso como para merecer la atención de diversos
historiadores.
2 Recientemente el catedrático de historia contemporánea de la Universidad Carlos III de
Madrid, el profesor Ángel Bahamonde, publicó un interesante libro sobre este tema:
Madrid, 1939. La conjura del coronel Casado (Cátedra, Madrid, 2014), un análisis más
centrado en los aspectos militares y en la figura de Segismundo Casado. También hace
falta mencionar aquí la obra de Ángel Viñas y de Femando Hernández Sánchez El
desplome de la República (Crítica, Barcelona, 2009). Ambos libros se editaron
cumpliéndose aniversarios concretos. Por el 75 aniversario del final de la Guerra civil el
primero y por el 70 aniversario el segundo. Sin embargo, cuando parecía que las obras
en liza marcaban casi a la perfección aquellos trágicos días finales de la Guerra civil,
Paul Preston nos sorprende con una magnífico libro que los analiza
pormenorizadamente. La obra de Preston recorre desde las figuras fundamentales de
aquel proceso (Juan Negrín, Segismundo Casado, Julián Besteiro, Cipriano Mera, etc.),
hasta el posicionamiento de las distintas organizaciones en el conflicto. Como buen
conocedor de la realidad española del momento, Preston analiza los antecedentes que

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llevaron al final de la Guerra. Las fuertes disputas que se dieron en el seno del campo
republicano marcaron la pauta de aquellas semanas. Igualmente esta obra se convierte
en un estudio mucho más profundo al analizar no sólo el conflicto que surgió en la
capital de la España republicana sino en otras zonas leales.
3 La obra de Preston tiene tres protagonistas. Por una parte Juan Negrín, presidente del
Gobierno de la Segunda República, según el autor, víctima de una conjura en la que
participan distintos intereses que confluyen en ideas comunes. Por otra parte,
Segismundo Casado, militar leal a la República pero al mismo tiempo ambicioso y
fuertemente anticomunista que pretendía acaparar un protagonismo que no le
correspondía. Y por último, Julián Besteiro, una de las figuras más importantes del
socialismo español. El libro de Preston es riguroso y completo. Y no es sencillo por lo
complejo del tema. El final de la Guerra civil es un cúmulo de factores diversos que solo
un investigador ducho en el tema puede tener en cuesta, un mapa en el que
recomponer las distintas piezas para comprender que lleva a cada grupo o a cada
persona a apoyar determinadas medidas. El golpe que Casado da en Madrid el 5 de
marzo de 1939 tuvo distintas motivaciones tanto para los que lo apoyaron como para
los que se opusieron. Porque no es lo mismo la motivación de un militar como Casado,
que se veía relegado de lo que él mismo quería representar, un militar que pretendía
pasar a la historia de España como quien trajo la paz en la Guerra civil, que las
pretensiones de un ya viejo Besteiro que se veía como un factor de reconciliación entre
los sublevados y los leales. No es lo mismo tampoco el presidente Juan Negrín, que
había planteado la posibilidad de una salida dialogada en la Guerra pero siempre
salvaguardando la vida de los leales, que los dirigentes del Partido Comunista de España
que tenían una posición de resistencia numantina en la que en febrero de 1939 nadie ya
creía. Tampoco fueron iguales las motivaciones que llevaron tanto a socialistas
caballeristas como a una parte del anarcosindicalismo a apoyar el golpe de Casado
teniendo en cuenta la gran cantidad de querellas internas que habían acumulado contra
Negrín los primeros y contra los comunistas, los segundos.
4 Siguiendo el libro de Preston, nos damos cuenta que Negrín, como los libertarios, como
los comunistas y los socialistas caballeristas no esperaban nada de Franco y los
sublevados. El caso de los anarquistas es complejo. Su apoyo a Casado se debe
exclusivamente a su deseo de echar del poder a los comunistas que en mayo de 1937 les
habían desalojado a ellos. Pero tenían claro que frente a Franco sólo cabía la resistencia.
Una resistencia en la que no creía absolutamente para nada Casado. Cuestión que se
comprueba no sólo en el libro de Preston sino en las propias memorias de Cipriano
Mera, el albañil anarquista que había tomado el mando del IV Cuerpo del Ejército
Popular de la República. El peso del anticomunismo en un sector importante del
anarquismo era más que evidente.
5 Por otra parte, la definición de Besteiro como «ingenuo» por parte de Preston no puede
ser más acertada. El histórico dirigente ugetista, que durante la Guerra civil apenas
tuvo importancia, creyó tener la llave para negociar con Franco. Esa ingenuidad que le
llevó a quedarse en la capital con la entrada de las tropas franquistas y que le condujo
ante un Consejo de Guerra y al presidio en Carmona falleciendo apenas un año después.
Con él también se quedó Melchor Rodríguez, el «Ángel Rojo», uno de los representantes
del anarquismo humanista, que salvó la vida de muchas personas y que también fue a la
cárcel tras la guerra.

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6 Pero los dos grandes protagonistas de aquellas jomadas fueron Casado, por una parte, y
Negrín, por otra. Casado, a pesar de decir que pretendía una paz honrosa y salida
pactada de la Guerra, pocas condiciones podía ofrecer a Franco en Burgos. Su famosa
frase «La entrega se verificará en tales condiciones que no exista precedente en la
historia y que será el asombro del mundo» era papel mojado teniendo en cuenta que
Franco nada quería negociar ni pactar. Cuando las conversaciones de Gamonal
fracasaron entre los emisarios de Casado (alguno de ellos integrante de la Quinta
Columna) y los sublevados de Franco, los argumentos del coronel quedaron
completamente anulados. Aquí estriba el punto de fricción entre Casado y su equipo de
militares, esos apoyos circunstanciales de los que se dotó para que su golpe llegase a
buen puerto. La idea de un «abrazo de Vergara» nunca se produjo.
7 Juan Negrín, que había tomado el poder del ejecutivo tras la crisis de mayo de 1937, era
partidario de una paz negociada desde 1938. Algo que no sólo Preston plantea sino
también Gabriel Jackson en su Juan Negrín. Médico, socialista y jefe del Gobierno de la II
República española (Crítica, Barcelona, 2008). Lo que el presidente del Gobierno no iba a
tolerar es una rendición sin condiciones, que era la idea de Franco. Los puntos débiles
de Negrín eran el escaso apoyo que contó en el seno del Frente Popular, muy dividido
ya a finales de 1938, la nula comprensión del presidente de la República, Manuel Azaña,
y el abandono definitivo y tácito de Francia e Inglaterra, cuando en febrero de 1939
reconocieron al gobierno de Franco.
8 La obra de Preston no sólo recuerda las divergencias políticas entre los distintos grupos
del Frente Popular que desembocó en el golpe de marzo de 1939 sino que narra también
de forma pormenoriza los enfrentamientos tanto de Cartagena como de Madrid. El
primero, menos conocido para la historiografía, presentó un panorama caótico en
aquellas jomadas: por una parte, unos grupos falangistas y franquistas que ven en el
caos generalizado de la ciudad la oportunidad de hacerse con control; por otra, las
fuerzas leales al gobierno de Negrín. Y por último, algunos republicanos no conformes
con el negrisnismo que se sublevan contra su propio gobierno pero que combaten a los
franquistas. Un ejemplo de cómo la Quinta Columna estaba organizada en esta ciudad
mediterránea. La posición en Madrid fue distinta. La Quinta Columna estaba al tanto de
los movimientos que Casado iba a hacer y no intervino directamente. Alguno de los
militares más cercanos a Casado, como José Centaño de la Paz, eran integrantes de la
Quinta Columna. Otros como Manuel Matallana tenían posiciones ambigüas. El triunfo
del golpe en Madrid no se debió a los militares tibios que Casado tenía a su alrededor,
sino a las fuerzas de los «casadistas» que lograron vencer las unidades leales a Negrín y
que mayoritariamente eran de mandos adscritos al Partido Comunista. El IV Cuerpo de
Ejército de Cipriano Mera fue fundamental para ello.
9 Tras la victoria de Casado vino la represión contra las fuerzas derrotadas y el
desencanto de aquellos que esperaban que con su acción las circunstancias hubiesen
discurrido por otros derroteros. Todo ello, unido a unas negociaciones imposibles,
provocó el final de la Guerra y la entrada de Franco en Madrid. Lo que Preston deja
claro es que la represión actuó contra todos. Si bien algún alto cargo de Casado se pudo
ver beneficiado por su labor ambigua, el destino de muchos de ellos fue el presidio, el
paredón o el exilio. Incluso tibios como Matallana tuvieron un periodo de prisión y
nunca más volvieron a estar en el Ejército. Hay que recordar que una de las obsesiones
de Casado era que el bando vencedor respetase los grados militares del Ejército
republicano. Nada de eso sucedió. Otros casos fueron más llamativos. Julián Besteiro fue

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detenido, juzgado y condenado (se llegó a pedir la pena de muerte) a treinta años de
prisión. Falleció un año después, en 1940, enfermo en la cárcel de Carmona. Cipriano
Mera logró alcanzar Orán. Pero, con el inicio de la Guerra mundial, fue detenido y
extraditado a España. Juzgado, fue condenado a muerte y se le conmutó la pena. Salió
de prisión y continuó su lucha contra Franco hasta que se vio obligado a salir exiliado,
muriendo en París en octubre de 1975. Melchor Rodríguez también fue detenido y
condenado. Penó en muchas prisiones y al salir se ganó la vida como vendedor de
seguros, falleciendo en Madrid en 1972. Otros como Mauro Bajatierra fueron asesinados
con la llegada de las tropas rebeldes a Madrid en marzo de 1939. Feliciano Benito fue
fusilado en Guadalajara en octubre de 1940. Esto demostró que haber sido «casadista»
no libraba a nadie de nada.
10 Casado logró huir. Se estableció en Inglaterra un tiempo y luego fue a Venezuela.
Aunque tuvo contacto durante algún tiempo con personalidades del exilio, su objetivo
era volver a España. En 1961 regresó a España. Por la petición de una pensión fue
investigado y procesado por su pasado republicano. Intentó congraciarse re-
escribiendo su libro de memorias Así cayó Madrid. Tal como Preston lo muestra la
versión que publicó en Londres en 1939 a la que editó en España en 1967 poco tenían
que ver. Falleció en 1968.
11 El libro de Preston es completo, muy bien documentado y acerca un poco más a lo que
fueron aquellos últimos días. Un magnífico y excelente compendio tanto de las luchas
intestinas como de alguna de las personalidades que jugaron un papel fundamental en
aquella historia. Si bien el libro se centra mucho más en las figuras antagónicas de
Casado y Negrín, las razones de fondo y de peso que llevaron a apoyar el golpe a fuerzas
como la Agrupación Socialista de Madrid (de corte caballerista) y el Movimiento
Libertario Español quedan en un segundo plano. Pero eso ya de por sí podría ser una
nueva obra. Quizá una idea para que uno de los mejores historiadores del momento,
como Paul Preston, nos vuelva a sorprender.

AUTORES
JULIÁN VADILLO MUÑOZ
Universidad Complutense de Madrid

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Ana Martínez Rus, La persecución del


libro. Hogueras, infiernos y buenas
lecturas (1936-1951)
Matilde Eiroa

REFERENCIA
Ana Martínez Rus, La persecución del libro. Hogueras, infiernos y buenas lecturas
(1936-1951),Gijón, Ediciones Trea, 2015, 220 p.

1 Los estudios sobre la actitud de los militares golpistas y del posterior franquismo hacia
la sociedad que no compartía su modelo político, son ya muy abundantes en todo el
territorio español. Conocemos gran parte de la persecución y represión efectuada a las
mujeres, los hombres e incluso los niños que se vieron aquejados por una compleja y
precisa legislación que afectaba al modo de vida de sus familias y a ellos. La economía,
los diferentes colectivos sociales, el arte, los medios de comunicación o la cultura
sufrieron las consecuencias de una ideología tradicionalista, excluyente y restrictiva
amparándose en la Iglesia Católica, los militares y Falange Española.
2 El caso de la cultura impresa es uno más a añadir al largo catálogo de destrucción y
expurgo que el franquismo realizó. Sabemos que los periódicos y las revistas que no se
atenían a los principios ideológicos explicitados en la denominada Ley Serrano Súñer
de 1938 fueron incautados o cerrados, y sus plantillas enviadas a la cárcel, al paredón o
huidas al exilio. Sobre el destino de los libros sabemos algo menos, aunque contamos
hoy día con algunos trabajos, como el que reseñamos aquí, que van desgranando las
políticas aplicadas al patrimonio bibliográfico del país que atentaba contra el régimen
implantado en abril de 1939. Las obras pioneras de Manuel Abellán, Alicia Alted o las de
Antonio y Juan Beneyto, marcaron el camino a las más actuales de Jesús Martínez, José
Andrés de Blas o Ana Martínez Rus, cuya contribución a la historia del libro y la lectura
ha sido fundamental.

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3 La persecución del libro supone una importante aportación al conocimiento de la


situación de la bibliografía nacional al término de la guerra civil y en la inmediata
posguerra. Su autora es una reconocida investigadora que viene desarrollando esta
línea de trabajo desde hace años en diversos equipos de investigación.
4 La monografía está basada en un exhaustivo conjunto de fuentes primarias y
secundarias que avalan los planteamientos expuestos a lo largo de sus páginas. Está
estructurada en diez capítulos incluidos las conclusiones, fuentes y bibliografía, a
través de los cuales examina los distintos aspectos que conforman el conjunto de
circunstancias que explican la persecución y destrucción de los libros considerados
perniciosos para la moral franquista. Un término que podría resumir lo ocurrido en
esta primera larga década de franquismo es el de «bibliocausto», una definición que
concretaría la catástrofe cultural provocada con la quema de libros que, desde el punto
de vista de las nuevas autoridades, habían inculcado el mal y la revolución en las
mentes de los españoles. Este es el tema que la autora aborda en el capítulo primero, en
el que, además, examina las razones de la bibliofobia desatada en España, una práctica
heredada de la antigua Inquisición y revivida en el siglo XX por un gobierno que
acusaba a los libros de los males del país. En él se pueden conocer algunos de los títulos
quemados en la pira destructiva, cuya relación enfatiza la irracionalidad y la ignorancia
de sus responsables. Se expone, asimismo, la legislación aprobada para legalizar y
legitimar este desastre cultural que afectó también a bibliotecarios, editores y libreros,
muchos de los cuales acabaron fusilados.
5 La organización de las depuraciones de libros y las requisas es objeto de estudio del
capítulo dos. En él, Martínez Rus explica la formación y desarrollo de las comisiones
depuradoras de bibliotecas y centros de lectura así como la creación de la Oficina de
Investigación y Propaganda Anti-Comunista en 1937. Editoriales e imprentas
registradas y requisadas formaron parte de ese universo del enemigo que tanto temía el
régimen y que salen a la luz junto a la clasificación de libros y autores prohibidos.
Resulta especialmente llamativo el hecho de que las bibliotecas públicas municipales se
vieron despojadas de gran cantidad de volúmenes que fueron sustituidos por lecturas
patrióticas o religiosas. Incluso, según se señala, hubo apropiación de fondos por parte
de particulares que se quedaron con importantes colecciones bibliográficas.
6 El capítulo tres examina el funcionamiento y las características de la censura sobre el
libro. Como otros aspectos de la España franquista, dicha censura quedó bajo control
militar con el mismo objetivo que los medios de comunicación que no era otro sino el
de eliminar aquellos que pudieran poner en entredicho los principios ideológicos de las
nuevas autoridades. Prohibir, adoctrinar, ocultar, desinformar y manipular serían
algunas estrategias del franquismo en lo referente a su política cultural, en donde
confluyeron las tensiones entre Iglesia y Falange por imponer criterios en las oficinas
censoras. El papel impreso debía ponerse, como el resto de sectores culturales e
informativos, al servicio del Nuevo Estado, eliminando aquellos que fueran contrarios y
animando a los que fueran proclives al orden franquista. El capítulo cuatro, en
consecuencia con lo anterior, está dedicado al estudio de la producción editorial
surgida a raíz de la incipiente tendencia exaltadora de los vencedores de la guerra civil,
el surgimiento de nuevos autores, títulos, editoriales y libreros que venían a relevar a
los desaparecidos por las políticas represoras. Temas religiosos, bélicos, de héroes y
heroínas de la patria, además de versiones franquistas de la guerra civil, serían las
novedades editoriales de la época que se narran.

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7 Los protagonistas de La persecución del libido son, igualmente, los implicados en el


universo bibliográfico, desde bibliotecarios a libreros e impresores, cuyo destino se
analiza en el capítulo cinco. Los procesos de depuración y las acusaciones que
recibieron por parte de los tribunales de Responsabilidades Políticas y de Represión de
la Masonería y Comunismo, condujeron al apartamiento y/o desaparición de un cuerpo
de profesionales de alto nivel. El fuerte castigo impuesto a este colectivo de
profesionales considerados sospechosos, se suma a los correctivos que sufrieron otros
como los maestros y maestras, el personal del Cuerpo de Correos, los diplomáticos y
tantos otros.
8 Martínez Rus dedica los últimos apartados de su investigación al análisis de las lecturas
publicadas en el primer franquismo, en su mayor parte de contenidos religiosos, épicos
y patrióticos, evidenciando la concepción doctrinaria de la cultura y la determinación
de reeducar la sociedad. El intervencionismo, la burocracia, el temor a lo extranjero y a
lo diferente fueron los elementos que caracterizaron las políticas franquistas hacia la
obra escrita. Este propósito de reeducación se advierte, igualmente, en las lecturas
facilitadas a los presos de las numerosas cárceles esparcidas por la geografía española,
objeto del capítulo final.
9 Quedaría pendiente, tal vez, un aspecto cuantitativo de este ataque estatal contra el
libro referido a la recepción y lectores. Teniendo en cuenta el alto nivel de
analfabetismo en el país, nos queda la duda sobre las cifras de la destrucción y del
sector de lectores al que afectó directamente la fatal pérdida. Igualmente nos
preguntamos sobre las tiradas de la nueva bibliografía y cuál fue la recepción entre los
lectores de la «reeducada» sociedad franquista. Entendemos que los daños, tanto para
los lectores directos como para la educación general de la población, fueron de una
enorme dimensión pero, si las fuentes lo permitieran, sería interesante conocer los
datos concretos para evaluar así otro aspecto importante del franquismo, que es el del
mantenimiento del analfabetismo y la práctica de la manipulación ideológica hasta el
final de sus días.
10 La monografía plantea, por tanto, una extensión de la política franquista hacia el
amplio sector editorial. Se advierte en ella el modo en que el franquismo es coherente
en todas sus actuaciones: desde el libro a la economía, la política exterior, los medios de
comunicación, la cultura o la sociedad. Todos los ámbitos de la vida nacional sufrieron
dichas actuaciones que podríamos resumir en la coerción, el intervencionismo, la
censura, la vigilancia, el control y el apartamiento del diferente. En definitiva, la
implantación de un régimen impositivo y represor cuyo objetivo era el establecimiento
de un modelo de sociedad sometido a la disciplina, el orden y la unidad, unos principios
de inspiración ultra conservadora tomados del tradicionalismo español. Los
especialistas del franquismo podrán ver en la publicación una pieza importante de la
articulación de este modelo social que complementa las investigaciones de otros
aspectos culturales y mediáticos del primer franquismo.

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AUTORES
MATILDE EIROA
Universidad Carlos III de Madrid

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Alejandro Quiroga Fernández De


Soto, Goles y banderas. Fútbol e
identidades nacionales en España
Julián Vadillo Muñoz

REFERENCIA
Alejandro Quiroga Fernández De Soto, Goles y banderas. Fútbol e identidades nacionales en
España, Madrid, Marcial Pons, 2014.

1 Muchas veces habremos oído aquello de «el fútbol no es importante». Sin embargo
estamos hablando de un deporte que cuenta con millones de aficionados y casi igual
número que lo práctica en distintas categorías. Luce más hacer un trabajo de
investigación sobre un rey o un movimiento político concreto que sobre un equipo de
fútbol o algo relacionado con el deporte. Y eso es injusto. Sobre todo porque hay
importantes trabajos de investigación que tienen al deporte como eje central y aportan
mucho a la materia humanística.
2 El libro de Alejandro Quiroga entraría dentro de esos trabajos de investigación que
aportan un gran valor a la ciencia histórica tratando un tema de esos que algunos
denominan «poco serios» y que para nada lo son.
3 Sobre fútbol se han escrito varias cosas. Desde historias de algunos de los equipos de
fútbol más emblemáticos hasta la relación del fútbol como movimientos como el
obrero. En estos aspectos hay que destacar obras como la de Eduardo Galeano El fútbol
a sol y sombra, donde de una forma sencilla nos acerca a algunas curiosidades
futbolísticas de un aficionado a este deporte como Galeano. O el más reciente de Quique
Peinado Futbolistas de izquierdas donde en un buceo de documentación se cuenta
alguno de los casos más carismáticos de gente del mundo del fútbol comprometida con
la izquierda política (Sócrates, Breitner, Lucarelli, etc.)

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4 Tampoco sorprende como en los estudios sobre el movimiento obrero aparecen en


muchas ocasiones equipos de fútbol fundados por anarquistas o socialistas.
Destacaríamos como el actual Argentinos Juniors se llamaba «Mártires del Primero del
Mayo». También como la camiseta de equipos como New’s Old Boys argentino o el
Basañez uruguayo tienen el color rojinegro en su camiseta por estar impulsado por
anarquistas. O el equipo croata del Hajduk Split recibió al principio el nombre de
«Anarkho».
5 También ha sido común encontrarse en algunas historias sociales la enormes relaciones
que el obrerismo ha tenido con el deporte en su conjunto. Son varios de los ejemplos de
grupos excursionistas, grupos de atletismo, etc. Por ejemplo los núcleos de la CNT de
Alcalá de Henares nacieron al calor de una asociación deportiva, la Unión Ciclista
Alcalaína. Los socialistas desarrollaron números grupos deportivos y en Guadalajara
llegaron a editar un periódico con el nombre La zancadilla. No podemos olvidar que en
Madrid se jugaba durante los años treinta una Liga Obrera de fútbol donde estaban
equipos como el Rayo Vallecano.
6 Interesante sería también hacer un estudio sobre la división sociológica de los
aficionados a los equipos de fútbol. No es extraño encontrar en la documentación de
militantes socialistas y anarquistas del barrio de Cuatro Caminos y Tetuán en Madrid
carnets del Atlético de Madrid, equipo del barrio madrileño. O como directivas del Real
Madrid o del Barcelona tenían una fuerte vinculación republicana durante los años
treinta. Incluso el presidente del FC Barcelona, Josep Sunyol i Garriga fue detenido y
fusilado en la Sierra de Guadarrama por los golpistas en agosto de 1936.
7 Pero el libro de Alejandro Quiroga da un paso más a este respecto. En una perfecta
comunión de interdisciplinariedad, Alejandro Quiroga vincula la práctica y afición del
fútbol a la creación de las identidades nacionales. Un estudio histórico, sociológico y
antropológico de gran valía.
8 El eje básico del libro es comprobar cómo alrededor de la selección española de fútbol
se ha ido generando todo un discurso nacionalista así como el fomento de la identidad
nacional. La creación de unas señas de identidad de la selección española desde su
denominación de las Olimpiadas de Amberes de 1920 de la «furia española» hasta «La
Roja» triunfante en las Eurocopas de 2008 y 2012 y el Mundial de Sudáfrica de 2010.
9 Dos leitmotivos movieron a la selección española durante muchas décadas: por una
parte, el coraje y la furia por conseguir lo imposible (el autor pone un interesante
ejemplo de cómo trató la prensa algunos resultados de la selección), por otra, el
victimismo y la mala suerte, que responsabilizaron constantemente a los árbitros de los
malos resultados. Esta imagen hizo fortuna en España pero fue contraproducente a
nivel internacional porque fue tomada por la prensa extranjera, que siempre presentó a
los españoles como rudos, hoscos. No fue extraño que a lo largo de los años hubiese
disputas en la prensa entre España y otros países como Francia o Inglaterra. Las
referencias al pasado histórico de las naciones era común. La Armada Invencible, la
leyenda negra y demás cuestiones saltaban a primera páginas de los periódicos de la
forma más sensacionalista.
10 Algo que Alejandro Quiroga aborda de forma brillante es la instrumentalización que el
franquismo realizó de la selección española. A pesar de que muchos exiliados iban a ver
a la selección en los partidos que jugaban en el extranjero (también a otros equipos) y
fue siempre un núcleo de unión entre los propios españoles, el franquismo

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instrumentalizó el fútbol como adoctrinamiento. Personajes como el general Moscardo,


que fue Delegado Nacional de Deportes, contribuyeron mucho a esta faceta. Incluso tras
el cuarto puesto de España en el Mundial de Brasil de 1950, hizo que Franco se
apropiase de la victoria. De estos años viene la asimilación del Real Madrid como equipo
proclive a la dictadura. Destaquemos lo dicho anteriormente. Los republicanos
exiliados acudían a partidos de la selección española con banderas republicanas,
convirtiéndose el fútbol en una identidad común de esa parte de España fuera de sus
fronteras.
11 El clímax de esta asimilación se produjo con la victoria española en la Eurocopa de 1964
contra la URSS. Vencer a la Unión Soviética fue vendido por el franquismo como una
nueva derrotada en el campo de batalla frente al «enemigo» comunista. Además esa
victoria coincidió con los llamados 25 años de Paz y con otras victorias deportivas de los
españoles. Se hizo un hilo de unión entre la épica furia de Amberes hasta la victoria
contra la URSS. El partido se repitió de forma constante en la televisión, que comenzaba
a proliferar en los hogares españoles.
12 Importante también es el tema que se aborda con la llegada de la democracia a España.
Comenzaron a proliferar prensa deportiva de todo tipo que con las épocas más reciente
se convierte en masiva. La prensa hizo un gran despliegue con el Mundial de 1982,
mientras la prensa extranjera siempre buscó el error y la corrupción, tan típicas de un
país que había heredado esos vicios del franquismo, tal como en más de una ocasión ha
remarcado Paul Preston. Una prensa deportiva que en los últimos tiempos ha estado
muy marcado por una guerra económica entre las mismas plataformas digitales que
controlan la emisión de fútbol con implicaciones políticas de primer orden. Incluso es
interesante como con el estallido de la crisis económica los gabinetes de Zapatero y
Rajoy han mostrado al fútbol como un bálsamo coincidiendo con la época triunfal de la
selección española y con la época dorada del fútbol español que ha conquistado todos
los títulos europeos e intercontinentales (Barcelona, Real Madrid, Sevilla, Atlético de
Madrid, etc.)
13 Muchas más implicaciones aborda Quiroga en el libro, como la misma
instrumentalización de la rivalidad entre Real Madrid y Barcelona para la creación de
una identidad nacional.
14 Pero parte importante en libro es como se trata la formación de esa identidad a través
de equipos como el FC Barcelona y el Ahtletic Club de Bilbao o la Real Sociedad de San
Sebanstián. A nivel de Cataluña el Barcelona siempre fue desde el inicio un motor que
unió la identidad catalana. Ya hemos señado como incluso un presidente del Barcelona
fue asesinado por lo militares rebeldes en 1936. Durante el franquismo el Barcelona
siempre se vio como un club que guardaba las esencias catalanas, el refugio de un
nacionalismo catalán que había sido derrotado tras la guerra. Sin embargo Alejandro
Quiroga también muestra como durante el franquismo también hubo «concesiones»
por parte del régimen dictatorial. En ciclismo se siguió denominando «Volta Cataluña»
a la ronda catalana. Esa guerra de presentar al Barcelona como el elemento del
nacionalismo venía de muy atrás. El Barcelona había nacido en 1899 y un año después
nacía el Real Club Deportivo Español de Barcelona que nacía para competir en esencia y
exitencia todo lo que rodeaba al club azulgrana. Aunque por aquellos también exitían
equipos como el Español de Madrid.
15 Sin embargo los años finales de la dictadura presentan a un Barcelona combativo por la
nacionalidad catalana, por sus símbolos y colores. Algo que presentaba al Barcelona

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como una entidad que en la clandestinidad mantuvo unido los sentimientos del
catalanismo. La prensa catalana comenzó a presentar al Barcelona como el equipo de la
descentralización y la modernidad democrática frente al Real Madrid concebido como
un equipo centralista y autoritario. Numerosos políticos de distintas tendencias
mostraron sus simpatías y eran socios del FC Barcelona. El Español también fue
entrando en la dinámica de presentarse como un equipo catalán y de «catalanidad»,
aunque de forma mucho más tardía.
16 El País Vasco tuvo una evolución un tanto distinta. En los orígenes el fútbol no significó
tanto un vehículo de socialización y unión de los vascos. Más bien miraban a otros
deportes o tradiciones. Sin embargo, paulatinamente, el Athletic Club y la Real Sociedad
fueron concebidos y presentados durante tiempo, al igual que el Barcelona, como los
equipos del nacionalismo vasco. Aun así durante el franquismo también hubo
peculiaridad. Mientras el resto de equipos, junto con los jugadores de sus canteras
fichaban a jugadores de primer orden mundial, el Athletic solo jugaba con jugadores
salidos de su cantera. Esto hizo que el franquismo presentara el fútbol de Athletic como
el verdaderamente español.
17 A pesar de ello jugadores y directivos se fueron vinculando o acercando a los
movimientos políticos de independentistas vascos. No dejó de ser impactante ver a un
jugador como Iribar sentarse en la Mesa Nacional de Herri Batasuna (HB) una vez que
Franco murió. Fueron jugadores que apoyaban el movimiento vasco independentista
pero que se alejaron de la violencia terrorista de ETA en los años sucesivos. Grabada
queda también la imagen de los jugadores de la Real Sociedad y del Athletic de salir en
el antiguo campo de Atocha con la ikurriña cuando estaba aun prohibida.
18 El libro de Alejandro Quiroga logra demostrar como aficionados, gente en general se
sienten vinculados a una idea nacional a un concepto de identidad a través del fútbol.
Lo que hace que este deporte tenga muchas más aristas de análisis de las que se quieren
mostrar en muchas ocasiones. La obra de Quiroga gira en torno a tres ejes:
19 Una narrativa nacional determinada por el contexto histórico en el que se genera.
Fundamental para entenderla en su justa medida. No es lo mismo analizar a la selección
española en la década de 1950 que hacerlo en la actualidad.
20 Una narrativa surgida de la imagen futbolística de España en la prensa española e
internacional. Para unos España era víctima de injusticias. Para otro el fútbol de España
era tosco y típico del carácter español.
21 Un paralelismo entre lo que sucede en España y en el resto del mundo. Lo que pasa en
las fronteras nacionales españoles no es exclusivo de aquí. Se comprueba viendo como
países como Argentina o Francia viven y encarna su sentimiento nacional a través de su
selección de fútbol.
22 La obra de Quiroga viene a completar, con otro tema, su buen bagaje investigador en los
nacionalismos y las identidades nacionales, de las que ya dio buena cuenta en obras
como Los orígenes del nacionalcatolicismo, Haciendo españoles. La nacionalidad de las
masas en la dictadura de Primo de Rivera (1923-1930) y la conjunta con Sebastián
Balfour España reinventada. Nación e identidad desde la Transición. Este Goles y
banderas. Fútbol e identidades nacionales en España no dejará indiferente a aficionados
o profanos al deporte futbolístico.

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AUTORES
JULIÁN VADILLO MUÑOZ
Universidad Complutense de Madrid

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Joseba Arregi Aranburu (coord.), La


secesión de España. Bases para un
debate desde el País Vasco
Gaizka FERNÁNDEZ SOLDEVILLA

REFERENCIA
Joseba Arregi Aranburu (coord.), La secesión de España. Bases para un debate desde el País
Vasco, Madrid, Tecnos, 2014, 233 p.

1 No es inédito el debate sobre el grado de soberanía de los territorios que actualmente


componen España y su eventual legitimidad para determinar de manera plebiscitaria su
separación. Tal reivindicación ha formado parte del discurso de una parte de los
nacionalismos periféricos y de ciertos sectores de la izquierda desde finales del siglo
XIX hasta la actualidad, si bien de manera intermitente y bajo diferentes
denominaciones: derecho de autodeterminación, secesión o a la independencia, aunque
hoy en día suele estar camuflado bajo el eufemismo «derecho a decidir» que puso de
moda el lehendakari Juan José Ibarretxe y que ha hecho suyo el recientemente
radicalizado catalanismo encabezado por el president Artur Mas. Hoy en día este tema
se ha convertido en uno de los que más recurrentemente se tratan en la arena pública
en España en general y en el País Vasco y Cataluña en particular. Ahora bien, lejos de
ser objeto de un análisis sosegado, el debate político respecto al derecho a la secesión se
asemeja cada vez más a un diálogo de sordos en el que las distintas partes manejan
conceptos erróneos y se niegan a escuchar los argumentos del resto. Así, mientras
ciertos nacionalistas exigen el mencionado y confuso «derecho a decidir», en palabras
de Joseba Arregi Aranburu, coordinador del libro, «las instituciones del Estado han
optado por resignarse a formular una simple negativa, diciendo que esa pretensión no
tiene cabida en la Constitución, pensando que es la única forma de defender ésta» (p.
14).

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2 A decir de Arregi, para salir de ese bucle es necesario «dotar al Estado español de
instrumentos legales que, sin poner en duda la residencia de la soberanía en el conjunto
del pueblo español, permitan conocer la dimensión real del cuestionamiento de la
Constitución a través de un procedimiento legal de consulta», pero que permanezcan
en manos del parlamento español y el Gobierno central. Sin embargo, «no tiene ningún
sentido argumentar a favor de la Ley de Claridad si al mismo tiempo no se hace el
esfuerzo de colocar la tesis en un contexto de comprensión que le dote de significado»
(p. 14). Y este es el objetivo que se propone La secesión de España. Bases para un debate
desde el País Vasco, obra fruto del trabajo de un equipo interdisciplinar de juristas,
historiadores y otros científicos sociales, compuesto por Joseba Arregi, Luis Castells
Aateche, Alberto López Basaguren, Matías Múgica, José V. Rodríguez Mora, Bárbara
Ruiz Balzola y José María Ruiz Soroa. El proyecto, escrito desde Euskadi, aunque mucho
de lo expuesto es perfectamente aplicable al caso de Cataluña, ha sido iniciativa de la
Mario Onaindia Fundazioa y está financiado por la Diputación de Alava.
3 En el primer capítulo, Ruiz Soroa estudia los diferentes conceptos y denominaciones
que se utilizan en el debate público sobre la secesión de un territorio, término que
considera mucho más correcto que otros como el mal llamado «derecho a decidir». Al
fin y al cabo, «los nacionalismos independentistas plantean su reclamación como si
fuera un ejercicio del derecho de autodeterminación internacionalmente reconocido y
sancionado, en lugar de como lo que es, como una demanda de secesión o separación de
parte de la población territorializada de un Estado con respecto a su conjunto» (p. 19).
Además, el autor se pregunta sobre el carácter democrático de dicho derecho a la
separación y la posibilidad y conveniencia de regularlo en las presentes circunstancias.
Concluye que la secesión no constituye un derecho, sino una demanda ciudadana, a
pesar de lo cual una consulta secesionista sería eventualmente posible si se reformase
la Carta Magna «por el procedimiento agravado del artículo 167, lo cual supone una
enorme dificultad práctica si se intenta abordar directamente» (p. 35). Por último, Ruiz
Soroa subraya que «la regulación de la secesión como posibilidad real actuaría como
una fuente de relegitimación democrática del sistema político español». En tal sentido,
sería un error identificar apriorísticamente referéndum con independencia, ya que
«una consulta de los deseos ciudadanos es también una posibilidad a favor de la unión»
(p. 36).
4 En segundo término, López Basaguren hace un análisis comparado sobre el tratamiento
democrático de las reclamaciones secesionistas, indagando en la afirmación de la
indivisibilidad nacional de las constituciones democráticas, y tomando como referencia
los procesos auspiciados por los pujantes nacionalismos de Quebec, Escocia y Kosovo.
En el tercer epígrafe de La secesión de España, Ruiz Balzola reflexiona sobre las, dadas
las normas jurídicas aplicables (y pese a la ausencia de precedentes claros), escasas
posibilidades que tiene un territorio escindido de un estado miembro de permanecer (o
ingresar) en la Unión Europea.
5 En cuarto lugar, Joseba Arregi se centra en la desintegración del estado multiétnico por
antonomasia, el Imperio Austrohúngaro, tras la Primera Guerra Mundial. El autor
repasa la historia de dicho estado y las basculantes relaciones entre los muy distintos
pueblos que lo componían, así como la ruptura y disgregación que supuso la aplicación
del principio de las nacionalidades y del derecho de autodeterminación al amparo de la
doctrina Wilson tras su derrota militar. El resultado fue nefasto, debido a que «en
muchos territorios vivían entremezcladas distintas nacionalidades y era imposible

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separarlas geográficamente sin dañar a unos o a otros, o a todos de una manera u otra»
(p. 121). De este modo, la doctrina Wilson, en vez de estados-nacionales, terminó
creando estados multinacionales, «multiplicando así el problema, y creando fuertes
minorías nacionales ansiando en términos literales la repatriación, pero no personal,
sino territorial, negando el derecho de autodeterminación a etnias sin respaldo ni
interés internacional» (ps. 128-129). La lección que se extrae de la vista al pasado es
que, lejos de resolver las tensiones étnicas, la creación de nuevos estados supuso la
multiplicación de los problemas, la intolerancia y, a la postre, la violencia política.
6 El quinto apartado, escrito por Luis Castells, analiza desde una perspectiva histórica el
encaje de las provincias vascongadas (luego País Vasco o Euskadi) en el seno de España
hasta la actualidad, lo que inevitablemente echa por tierra algunos mitos abertzales
como el del «secular conflicto» entre invadidos vascos e invasores españoles. Como
recuerda Castells, «el vínculo histórico que ha existido entre el País Vasco y España ha
sido muy estrecho. Basta con repasar la participación de los vascos en la sociedad
española, su influyente intervención en distintos ámbitos artísticos, en el pensamiento,
en la ciencia, en el deporte..., a lo largo del siglo XX para poder convenir que la España
Contemporánea [citando a José Miguel de Azaola], con sus defectos y virtudes, es obra
de nosotros, de los vascos, tanto o más que de cualquier otro pueblo de la Península»
(p. 167).
7 En el sexto capítulo. Rodríguez Mora, basándose en estudios comparativos y fórmulas
matemáticas, dibuja el panorama en el que previsiblemente quedaría la economía del
País Vasco en caso de separarse del resto de España. Concluye que la secesión sería
desastrosa para la renta de los habitantes de una hipotética Euskadi independiente, que
disminuiría drásticamente. «El motivo es que el País Vasco tiene poco que ganar. El
régimen fiscal es tal que está ahora en el mejor de los mundos. Tiene los beneficios de la
cercanía con el resto de España sin ninguno de sus costes. Suena impensable que
pudiese, bajo ninguna circunstancia, mejorar en lo económico» (p. 190).
8 El último epígrafe de La secesión de España es un ensayo de Matías Múgica sobre la
cuestión lingüística. ¿En qué situación quedaría el euskera y el español en el País Vasco
tras una hipotética secesión? Según el autor, al nacionalismo no le quedaría más
remedio que elegir entre varias opciones: asegurarse la primacía del primero sobre el
segundo mediante un insistente intervencionismo estatal, que incluya la segregación
idiomática de la ciudadanía, o «una sociedad abierta y libre, donde la perduración del
euskera sea desgraciadamente incierta» (p. 226).
9 La deriva radical del nacionalismo catalán ha reavivado la controversia sobre el
derecho a la secesión de las comunidades autónomas, dando pie a la aparición de una
ingente y muy desigual producción bibliográfica. En este debate puede tener su espacio
la autorizada voz de La secesión de España. Se trata de una obra seria y rigurosa y está
escrita por reconocidos especialistas en la materia, que prestan atención tanto al
fenómeno en general como al caso específico del País Vasco. No obstante, tiene más de
ensayo que de manual y una finalidad más divulgadora que académica. Sus autores se
han esforzado por hacer inteligibles conceptos complejos y reflexiones teóricas de
calado, lo cual se agradece mucho. Sin duda, se trata de un libro valiente que hacía
falta.

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AUTORES
GAIZKA FERNÁNDEZ SOLDEVILLA
Mario Onaindia Fundazioa

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