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l’Espagne
51 | 2017
Les forces politiques durant la Seconde République
espagnole
Las fuerzas políticas en la Segunda República española
Edición electrónica
URL: http://journals.openedition.org/bhce/627
DOI: 10.4000/bhce.627
ISSN: 1968-3723
Editor
Presses Universitaires de Provence
Edición impresa
Fecha de publicación: 1 junio 2017
ISSN: 0987-4135
Referencia electrónica
Bulletin d’Histoire Contemporaine de l’Espagne, 51 | 2017, « Les forces politiques durant la Seconde
République espagnole » [En línea], Publicado el 09 octubre 2018, consultado el 06 octubre 2020. URL :
http://journals.openedition.org/bhce/627 ; DOI : https://doi.org/10.4000/bhce.627
ÍNDICE
Dossier
Études
Thèses
«¡A los pintores les ha dado por mojar el pincel en lágrimas !»La pauvreté au miroir des
Salons (Espagne, 1890-1910)
Stéphanie Demange
Genre et classe : poétiques gay dans l’espace public de l’Espagne postfranquiste (1970-1988)
Brice Chamouleau De Matha
Comptes rendus
Francisco Luis Díaz Torrejón, Las águilas vencidas de Badén. Éxodo de prisioneros
napoleónicos por Andalucía (julio-diciembre 1808)
Gérard Dufour
Ana Martínez Rus, La persecución del libro. Hogueras, infiernos y buenas lecturas
(1936-1951)
Matilde Eiroa
Joseba Arregi Aranburu (coord.), La secesión de España. Bases para un debate desde el
País Vasco
Gaizka FERNÁNDEZ SOLDEVILLA
Dossier
experiencia republicana, sobre todo en los años de la guerra civil, pero también en los
que la precedieron.3 Una encuesta de 2011 mostró que casi la mitad de los españoles
consideraba que, en principio y en términos generales, la monarquía era preferible a la
república, pero casi un 39% opinaba lo contrario, con los electores del PSOE divididos al
respecto en dos mitades casi idénticas. Respecto a la experiencia de la Segunda
República, un 45% la consideraba positiva, pero con una diferencia sustancial entre los
electores del PSOE, un 58% de los cuales la valoraba positivamente, y los del PP, entre
los cuales sólo un 26% lo hacía. Por otra parte, y ello me parece muy significativo, un
57% de los electores del PSOE y un 48% de los del PP estaban de acuerdo en que la
radicalización de sectores extremistas, tanto de derecha como de izquierda, había
hecho que la República no llegara a consolidarse.4
3 Existe pues una politización del tema, a la que no son ajenos los propios historiadores
profesionales, pero al mismo tiempo la investigación ha seguido avanzando y el período
de 1930 a 1936 es hoy uno de los mejor estudiados de toda la historia española. Se da la
paradoja, no demasiado insólita, de que los historiadores conocemos cada vez mejor los
fenómenos ocurridos en aquellos años, pero no nos ponemos de acuerdo al
interpretarlos. En este dossier no se ha tratado de disimular esa realidad, ni tampoco se
ha tratado de primar una interpretación sobre otra. Todos los colaboradores del mismo
tienen en común el haber realizado contribuciones relevantes en la investigación de los
temas que abordan, pero cada uno ha escrito con entera libertad desde su propia
perspectiva interpretativa.
4 El ensayo de Juan Avilés sostiene la tesis de que la radical ruptura entre los dos grandes
sectores del republicanismo español, el sector encabezado por Azaña (que el autor ha
estudiado en trabajos anteriores5) y el que seguía a Lerroux (objeto de un excelente
estudio de Nigel Townson6,) surgida cuando la República iniciaba apenas su trayectoria,
representó un obstáculo importante para su consolidación. El problema no estuvo en
que el republicanismo se escindiera entre una corriente progresista y otra
conservadora, cuya alternancia en el gobierno habría sido una muestra de normalidad
democrática, sino que una y otra, incapaces de obtener una mayoría parlamentaria
propia, se vieron impelidas a depender de unos aliados, el PSOE y la CEDA
respectivamente, cuya lealtad a la Constitución de 1931 y a los principios democráticos
que la inspiraban fue siempre discutible. Azaña no tomó en consideración las
implicaciones de la orientación revolucionaria que el PSOE adoptó a partir de 1933 y fue
desautorizado en las urnas en las elecciones de aquel año, en la que los socialistas se
negaron a coaligarse con sus hasta entonces aliados republicanos. La respuesta de las
izquierdas al triunfo conservador de 1933 fue negar legitimidad a las Cortes nacidas en
las elecciones parlamentarias más limpias que nunca se hubieran celebrado en España.
Lerroux, que en aquellos años cruciales demostró una completa incapacidad para el
liderazgo político, se vio por su parte arrastrado a realizar crecientes concesiones a sus
aliados “accidentalistas” de la derecha, lo que condujo a que su partido perdiera todo
significado propio y fuera barrido en las elecciones de 1936. La victoria en éstas del
Frente Popular llevó a un gobierno minoritario de la izquierda republicana,
dependiente del apoyo externo de un Partido Socialista, cuya ala caballerista no
ocultaba su orientación revolucionaria, y aunque el golpe militar de julio de 1936 hizo
imposible saber qué posibilidades tenía aquella situación política, cabe dudar de que se
pudiera haber evitado una ruptura de éste.
NOTAS
1. A VILÉS, Juan: “Veinticinco años después: la memoria de la transición”, en Historia del Presente
(Madrid), nº 1 (2002).
2. La bibliografía sobre este debate es amplia. Véanse, entre otros, los puntos de vista
contrapuestos de: RANZATO, Gabriele: El pasado de bronce : la herencia de la Guerra Civil en la España
democrática, Barcelona, Destino, 2007; MaRTÍN P ALLÍN, José Antonio y ESCUDERO A LDAY, Rafael:
Derecho y memoria histórica, Madrid, Trotta, 2008; ERICE, Francisco: Guerras de la memoria y fantasmas
del pasado. Usos y abusos de la memoria colectiva, Oviedo, Eikasia, 2009; J ULIÁ, Santos: Hoy no es ayer:
ensayos sobre la España del siglo XX, Barcelona, RBA, 2009. V INYES, Ricard: Asalto a la memoria:
impunidades y reconciliaciones, símbolos y éticas, Barcelona, Lince, 2011.
3. Véanse, por ejemplo, las ponencias recopiladas en BULLÓN DE MENDOZA, Alfonso y TOGORES, Luis,
eds.: La otra memoria, Madrid, Actas, 2011.
4. “El 14 de abril, 80 años después”, El País, 14-4-2011.
AUTOR
JUAN AVILÉS FARRÉ
UNED
internacionales. Su voz tampoco se oyó en las Cortes cuando estaba en Madrid, así es
que no jugó papel alguno en los decisivos debates constitucionales en los que se jugaba
la orientación de la naciente democracia republicana. En palabras de su colaborador
Diego Martínez Barrio, Lerroux había asumido el papel de “gran ausente”. 8
6 En esas condiciones, quedaba en el aire su autoproclamado papel de integrador de los
sectores conservadores en una República “para todos los españoles”, tal como había
proclamado en la campaña electoral.9 Al no haber intentado evitar que se aprobaran los
artículos más polémicos de la Constitución, especialmente el 26, de fuerte contenido
anticlerical, se había situado en una situación difícil para cuando tuviera la ocasión de
aplicar su proyecto de centrar a la República. Cierto es que Lerroux no debía suponer
por entonces que su futuro gobierno iba a depender de una derecha católica con fuerte
representación parlamentaria. Su estrategia en diciembre de 1931 parece haber sido la
de esperar a que la coalición de izquierdas presidida por Azaña fracasara, para recibir a
continuación del presidente de la República el encargo de formar un gobierno que
presidiera la celebración de nuevas elecciones. No se olvide que, en la tradición
española, el gobierno que organizaba unas elecciones siempre las ganaba. Sin embargo,
a principios de septiembre, Alcalá Zamora había asegurado a Azaña que ningún
presidente de la República entregaría a un gobierno presidido por Lerroux el decreto de
disolución de las Cortes Constituyentes, “porque volver a las mayorías homogéneas,
sacadas a la fuerza, sería destruir la República”.10
7 La desconfianza del presidente Alcalá Zamora se convertiría, en 1934 y 1935, en un serio
obstáculo para los planes de Lerroux, pero las relaciones de aquél con Azaña, en 1932 y
1933, fueron también difíciles. En realidad, en sus esfuerzos por evitar que la República
se escorara demasiado hacia la izquierda o hacia la derecha, Alcalá Zamora tendió a
excederse en sus intervenciones presidenciales. Cuando en junio de 1933 aprovechó que
Azaña le planteara una remodelación de su gobierno para forzar su dimisión, éste lo
consideró una “atrocidad”, porque consideraba que en un régimen parlamentario el
presidente de la República sólo podía retirar su confianza a un gobierno en el caso de
que éste hubiera perdido unas elecciones o recibido un voto desfavorable de las Cortes.
11
8 No le faltaba razón, pero lo cierto es que para entonces la posición política de Azaña era
mucho más endeble de lo que él parecía suponer. Sus dos años de gobierno habían sido,
por diversos motivos, muy difíciles. La política laboral de los socialistas, con el líder de
la UGT Francisco Largo Caballero en el ministerio de Trabajo, exasperó a los
propietarios grandes y pequeños y no contribuyó para nada a reducir la hostilidad
hacia la República de la CNT, que se negó a aceptar el marco de relaciones laborales
diseñado por sus rivales de la UGT. En julio de 1933 un sector del propio Partido Radical
Socialista, encabezado por Félix Gordón Ordax, exigió a Azaña una revisión de la
política laboral impulsada por Caballero, que en su opinión implicaba un ataque a la
libertad de trabajo en beneficio de los afiliados a la UGT. 12 La aprobación del estatuto de
Cataluña satisfizo viejas aspiraciones catalanas, pero irritó a los sectores que veían en
ello una concesión al separatismo, y aunque Azaña fue un firme impulsor del mismo, no
faltaban incluso en su partido los diputados hostiles al estatuto, hasta el punto de que
en el verano de 1932 su aprobación en las Cortes pareció peligrar, aunque fue
finalmente votado tras el fracaso de la intentona golpista del general Sanjurjo. 13 La ley
de Confesiones y congregaciones religiosas de 1933, que implicaba la prohibición de los
centros de enseñanza regidos por las órdenes religiosas, presentada por el diputado
radical socialista Fernando Valera como un “ley de paz”, no lo fue en absoluto y dio
mayor fuerza a la movilización de la derecha católica.14 Y en fin, la política de orden
público se vio dificultada por protestas violentas de los trabajadores, a veces
impulsadas por los socialistas, frente a las cuales la respuesta de las fuerzas del orden
fue a menudo brutal y letal. Lo más grave fueron las sucesivas insurrecciones
promovidas por la CNT, una de las cuales, la de enero de 1933, dio lugar a la matanza de
Casas Viejas, en la que una docena de campesinos detenidos fueron asesinados a sangre
fría por un grupo de guardias de asalto, lo que a su vez se convirtió en un escándalo que
explotaron a fondo contra Azaña todos los enemigos del gobierno, incluidos los
radicales.15
9 El propio Azaña concebía inicialmente la colaboración con el PSOE como una etapa
temporal, necesaria para el afianzamiento de la República, que más tarde había de dar
paso a gobiernos exclusivamente republicanos. En el verano de 1931 había anotado en
su diario que, dado el estado de “guerra civil” existente entre UGT y CNT, sería
conveniente que los socialistas se retiraran del gobierno, aunque no veía clara la
posibilidad de una coalición alternativa.16 Sin embargo, tras su ruptura con los
radicales, no tardó en otorgar un valor histórico a la incorporación de los socialistas a
la República, más allá de su presencia o no en el gobierno. Lo afirmó en un importante
discurso pronunciado el 14 de febrero de 1933, en el que concluyó que se trataba de
saber si era posible hacer “una transformación profunda de la sociedad española” que
le evitara “los horrores de una revolución social”.17 El problema fue que un sector
numeroso del PSOE, encabezado por Caballero, se fue orientando progresivamente
hacia la revolución social, sin que Azaña pareciera inquietarse por ello. No se
encuentra, por ejemplo, ningún comentario en su diario a un discurso pronunciado por
Caballero el 15 de agosto de 1933, cuando todavía era ministro, en el que afirmó estar
convencido de que realizar una obra socialista dentro de una “democracia burguesa”
era imposible y que después de la República sólo podría venir un régimen socialista,
“nuestro régimen”.18
10 El choque entre socialistas y radicales había comenzado mucho antes, incluso cuando
ambos partidos formaban parte del gobierno provisional, pues el 30 de junio de 1931 el
ministro socialista Indalecio Prieto había afirmado que un gobierno Lerroux no
contaría ni con la colaboración, ni con el apoyo, ni con la confianza del PSOE. 19 En el
ámbito rural, los choques entre los afiliados radicales de clase media y los jornaleros
afiliados a la UGT daban un trasfondo social a la rivalidad política de ambos partidos y
algo similar ocurría también en el ámbito urbano.20 En octubre de 1931, los socialistas
ya veían en Lerroux al “caudillo de las derechas”, mientras que se presentaban a ellos
mismos como “la fuerza única” que impulsaba la revolución. 21 Lerroux, por su parte,
calificó a los socialistas de “asesinos de la libertad” en un discurso que pronunció el 10
de julio de 1932, en el que denunció además al gobierno de Azaña por estar provocando
unos “actos de rebeldía” que no podrían ser reprimidos sólo por la fuerza, porque se
apoyaban “en fundamentos de razón”.22 Era una forma muy poco disimulada de
estimular a quienes estaban preparando un golpe militar y ello nos conduce a la
cuestión de la complicidad de Lerroux con la intentona del general Sanjurjo del 10 de
agosto de 1932. El análisis de Nigel Townson lleva a la conclusión de que el líder radical
estaba al corriente de que el general tramaba un golpe y que probablemente esperaba
beneficiarse del mismo, aunque se mantuvo en una posición discreta y optó por
ausentarse de Madrid la noche en que se produjo. Sin embargo sólo un estrecho grupo
de colaboradores de Lerroux estaban al tanto y el Partido Radical en su conjunto no
estuvo implicado. Martínez Barrio había denunciado las actividades conspirativas y los
radicales sevillanos se opusieron activamente al golpe de Sanjurjo en la ciudad
andaluza.23
11 El renacimiento de la solidaridad republicana provocado por la intentona de Sanjurjo,
que permitió la aprobación del estatuto de Cataluña y de la reforma agraria, fue sin
embargo de escasa duración. La matanza de Casas Viejas, en enero de 1933, proporcionó
a los radicales la coartada necesaria para lanzarse a una oposición implacable contra el
gobierno de Azaña. En un discurso que parecía justificar en parte el recurso a las armas
por parte de los extremistas de derecha e izquierda, Lerroux afirmó en las Cortes que
así como el fracaso político del gobierno había culminado en el intento de golpe de
Estado de agosto, su fracaso social había dado lugar al levantamiento de la CNT. 24
Durante varios meses los radicales y otros grupos de la oposición obstruyeron la labor
del gobierno mediante la presentación de centenares de enmiendas a sus proyectos,
que quedaban así paralizados a no ser que el gobierno recurriera a la drástica medida
de hacer votar el final del debate, lo que se conocía como “guillotina”. Los radicales
apoyaron, sin embargo, la aprobación en mayo de la anticlerical ley de congregaciones.
25
14 Sin embargo, en aquel mes de julio el gobierno de Azaña había hecho aprobar por las
Cortes una ley electoral que pretendía forzar a los partidos a coaligarse, al menos en la
segunda vuelta, y para ello establecía que para vencer en la primera una candidatura
debía alcanzar al menos el 40% de los votos, un porcentaje difícilmente alcanzable para
un partido aislado. A Alcalá Zamora ello le había parecido un error gravísimo porque,
según le explicó a Azaña, iba a forzar a los electores a dividirse en dos bandos y, si
tenían que elegir entre los socialistas y las derechas, la mayoría preferiría a estas,
mientras que los republicanos se verían obligados a mendigar el apoyo de los unos o de
las otras. Eran palabras proféticas, porque escindidos los republicanos en un ala
izquierda y un ala derecha incapaces de entenderse, un sistema electoral mayoritario
que primaba a las coaliciones les forzaría a depender de aliados incómodos, como lo
demostrarían ser tanto la CEDA como los socialistas. En julio de 1933 Azaña parecía
creer que la coalición republicano-socialista era sólida, pero unas semanas después de
aprobada la ley electoral, se dio cuenta del peligro que se avecinaba. “Los socialistas -
escribió en su diario el 26 de agosto- acaban de votar una nueva ley electoral que hemos
planteado juntos partiendo del supuesto de la coalición, que nos aseguraría grandes
mayorías. Que ahora, vigente esa ley, quieran, como piden ya algunos, romper la
coalición, sería un suicidio.” 29
15 Aunque no faltaron, en algunas localidades, las coacciones y los incidentes violentos, de
los que fueron responsables elementos de todos los partidos, las elecciones generales de
1933 fueron las más honestas que se hubieran celebrado en España hasta entonces. El
gobierno de Martínez Barrio intervino en su desarrollo menos que cualquiera de sus
predecesores y en especial destacó por su limpieza la gestión del ministro de
Gobernación, el independiente Manuel Rico Avello.30 En contra de lo supuesto por
Azaña, el 80% de los diputados fueron elegidos en la primera vuelta, que resultó
catastrófica para los republicanos de izquierda, excepto en Cataluña. En conjunto, los
partidos de derechas ajenos a la coalición fundadora de la República obtuvieron 250
escaños, los republicanos de centro 127, los de la izquierda obrera 62 y los de la
izquierda republicana 33.31 De estos últimos, dieciocho correspondieron a los
nacionalistas catalanes de Esquerra Republicana, lo que significa que los republicanos
de izquierda del resto de España, que en muy pocas circunscripciones lograron
coaligarse con los radicales o con los socialistas, sólo obtuvieron quince.
16 En su conjunto las izquierdas obtuvieron aproximadamente un tercio de los votos, que
debido al carácter mayoritario del sistema electoral les proporcionaron tan sólo un 20%
de los escaños, y es importante destacar que ello no se debió sólo a la ruptura entre
socialistas y republicanos. Si los partidos representados en el gobierno de Azaña
hubieran sumado sus votos, sus resultados hubieran sido mejores, pero aun así sólo
habrían triunfado en la cuarta parte de las circunscripciones. En cambio la coalición del
primer gobierno Azaña, que incluía a los socialistas y los radicales, habría triunfado en
dos tercios de ellas, mientras que una coalición republicana lo habría hecho en casi la
mitad. Los enfrentamientos del primer bienio habían supuesto, sin embargo, la escisión
definitiva del republicanismo y lo que las urnas demostraron en 1933 es que la mayoría
de los ciudadanos rechazaba la política de Azaña y los socialistas. 32 En cuanto a la
hipótesis de que el voto femenino, que se ejerció por primera vez en 1933, pudo haber
resultado decisivo para el triunfo de las derechas, como arguyeron algunos portavoces
de las izquierdas, parece que puede descartarse a la luz del estudio más reciente y
exhaustivo de estas elecciones.33
14 de julio Caballero le explicó que los socialistas habían acordado “no colaborar con los
republicanos ni para la paz ni para la guerra”, porque iban a hacer la revolución ellos
solos.46 A aquella reunión entre republicanos y socialistas asistió también Joan Lluhí,
consejero de Justicia de la Generalitat catalana, quien agradeció al PSOE su apoyo a la
Generalitat en el caso de que se le pretendiera arrebatar a Cataluña su autonomía, pero
advirtió que la Esquerra no apoyaría un gobierno exclusivamente socialista, como el
que Caballero pretendía implantar.47
23 Fracasadas las gestiones con Alcalá Zamora y con Largo Caballero, el único posible
aliado que le restaba a Azaña para impulsar un cambio de rumbo era el gobierno de la
Generalitat, enfrascado en un grave conflicto institucional por su negativa a aceptar la
anulación de la ley catalana de cultivos por el Tribunal de Garantías constitucionales.
Ahora bien, Azaña se trasladó aquel verano a Cataluña, para tomar las aguas en un
balneario, y regresó de nuevo a fines de septiembre, para asistir al entierro de un
colaborador. Así es que se hallaba en Barcelona cuando el 6 de octubre, en respuesta a
la entrada de la CEDA en el gobierno, el presidente de la Generalitat, Lluis Companys,
proclamó el Estado catalán, iniciando una insurrección que fue aplastada en pocas
horas. Qué conversaciones tuvo Azaña con los políticos catalanes y cuál fue el propósito
de su permanencia en Barcelona son cuestiones que no se han esclarecido, pero lo
cierto es que no apoyó la insurrección nacionalista de Companys, aunque en mi opinión
sí habría estado dispuesto a apoyar desde Barcelona un pronunciamiento pacífico
encaminado a cambiar el rumbo de la República, traicionada en su opinión por quienes
habían dado entrada en el gobierno a la derecha accidentalista. 48 Un propósito de
ruptura con la legalidad que había expresado en un discurso pronunciado el 30 de
agosto en Barcelona, cuando afirmó que si un día la República se viera “en poder de los
monárquicos más o menos disfrazados”, no habría justificación constitucional que
valiera y “sería hora de pensar que habiendo fracasado el camino del orden y de la
razón, habríamos de conquistar a pecho descubierto las garantías de el porvenir no
volviera a ponerse tan oscuro”. 49
24 Gil Robles, muy descontento con la moderación centrista de Samper, había anunciado
en agosto que, de seguir en esa línea, le retiraría su apoyo cuando el 1 de octubre se
reabrieran las Cortes. El propio Lerroux consideró correcta esta posición de la CEDA y el
ministro de Gobernación Rafael Salazar Alonso, miembro destacado del ala derecha del
Partido Radical, consideraba incluso que la entrada del gobierno de la CEDA tendría la
ventaja de que forzaría a los socialistas a precipitar la revolución que habían anunciado.
En el grupo parlamentario radical había disparidad de opiniones respecto a la CEDA,
pero la única opción alternativa a la aceptación de sus exigencias era la disolución de
las Cortes, algo que ni los radicales ni el propio Alcalá Zamora deseaban. Así es que el 4
de octubre se anunció la formación de un nuevo gobierno de Lerroux, con la
participación de tres ministros de la CEDA, pero sin la presencia de Salazar Alonso, a
quien Alcalá Zamora era contrario.50 El resultado fue el pronunciamiento de Companys,
fácilmente aplastado, y una insurrección socialista que en Asturias se convirtió en una
pequeña guerra civil. Los republicanos de izquierda no participaron en el uno ni en la
otra, pero ello no evitó que algunos de ellos fueran perseguidos por su supuesta
complicidad. El propio Azaña fue detenido y las Cortes concedieron el suplicatorio para
procesarle por la rebelión de Barcelona, pero el Tribunal Supremo no encontró
fundamento suficiente para hacerlo y el 28 de diciembre fue puesto en libertad.
izquierdas, como para la derecha lo eran las víctimas de la insurrección, incluidos los
clérigos asesinados en Asturias, y en ese estado de ánimo, los casi tres meses de
encarcelamiento de Azaña le convirtieron en el símbolo de la República izquierdista del
primer bienio, que había que recuperar. Intelectuales de primera fila como Azorín,
Américo Castro, León Felipe, Federico García Lorca, Juan Ramón Jiménez, Gregorio
Marañón y Ramón del Valle Inclán figuraron entre los firmantes de una carta colectiva
en favor del encarcelado Azaña, en noviembre de 1934.57 Y una vez liberado, los
llamados discursos en campo abierto que el líder de Izquierda Republicana pronunció
en mayo en Valencia, en julio en Baracaldo y en octubre en el campo de Comillas, junto
a Madrid, atrajeron a multitudes y demostraron la inmensa fuerza política que volvía a
tener. Su discurso volvía a ser de centro-izquierda, sin las veleidades revolucionarias
del año anterior. En Comillas defendió “una política estrictamente basada en la
Constitución”, la cual era “reformista en lo social, pero no socialista ni socializante” y
llamó a “desterrar de todas partes el espíritu de venganza”. Había que “destruir
absolutamente los privilegios de las clases adineradas”, pero no con un espíritu de
desquite, sino con el propósito de dar estabilidad a la sociedad española. En concreto
llamó a que la coalición vencedora en las próximas elecciones restableciera y aplicara la
legislación educativa y laboral del primer bienio, reorganizara la justicia, impulsara la
reforma agraria, y adoptara una política fiscal y presupuestaria encaminada a “romper
las grandes concentraciones de riqueza territorial y mobiliaria”. 58
29 La aplicación de ese programa exigía sin embargo ganar las elecciones y ello implicaba
un acuerdo electoral con un Partido Socialista escindido en dos alas, la encabezada por
Prieto, que deseaba un nuevo acuerdo con los republicanos, y la encabezada por
Caballero, que mantenía la línea estrictamente revolucionaria adoptada en 1934.
Martínez Barrio, que coincidía con Azaña y Prieto en la necesidad de una coalición
republicano-socialista, se sentía sin embargo inquieto ante el peligro de verse
arrastrados hacia una política demasiado izquierdista y en un discurso de noviembre de
1935 advirtió que lo primero que necesitaba el país era consolidar la República y que
cualquier otro salto hacia delante, impetuoso e imprudente, “aparejaría rápidamente la
vuelta a una situación de tiranía y esclavitud.59
30 La derrota de Largo Caballero en el consejo nacional del PSOE, abrió la puerta a una
nueva coalición republicano-socialista, esta vez con la incorporación de los comunistas
como socios menores, que ha pasado a la historia con la denominación de Frente
Popular. El 16 de enero se dio a conocer el manifiesto conjunto suscrito por las
organizaciones que integraron el Frente Popular, cuyo programa quedó encomendado a
un gobierno exclusivamente republicano, porque los socialistas no quisieron
comprometerse de nuevo en la responsabilidad del poder. Sólo un pequeño partido
republicano, el encabezado por Felipe Sánchez Román, que había participado en la
negociación del acuerdo, se negó a suscribir el manifiesto, debido a que no habían sido
aceptadas dos exigencias que presentó: que los firmantes renunciaran expresamente a
la táctica revolucionaria, incluso en su propaganda, y que pusieran fin la militarización
de sus juventudes.60 En definitiva lo que Sánchez Román exigía era que la izquierda
obrera se reintegrara a los cauces exclusivos de la legalidad, pero ello iba en contra de
la estrategia revolucionaria caballerista, a pesar de lo cual Azaña y Martínez Barrio
siguieron adelante con el Frente Popular.
31 En la primera vuelta, que fue decisiva en la gran mayoría de las circunscripciones, las
candidaturas del Frente Popular recibieron aproximadamente los votos de un tercio del
censo electoral, las de derechas otro tanto y las estrictamente de centro, auspiciadas
por el gobierno, las de un 5 %, mientras que algo más de la cuarta parte de los electores
se abstuvieron.61 La ley electoral dio al Frente Popular una holgada mayoría absoluta,
pero lo cierto es que el gobierno que Azaña formó en febrero de 1936 fue tan
minoritario como el que Lerroux había formado en diciembre de 1933. Los dos partidos
que lo integraban, Izquierda Republicana y Unión Republicana, sumaban tan sólo 125
escaños, así es que dependían del apoyo externo de los 99 diputados socialistas, de los
37 de la Esquerra y otros partidos catalanes, y de los 17 comunistas. Con el agravante de
que la identificación de caballeristas y comunistas con la Constitución de 1931 no era
mayor que la de Gil Robles y la CEDA.
32 Es probable que este factor fuera uno de los que Azaña tuviera en mente cuando el 19
de febrero anotó en su diario que siempre había temido volver al gobierno en malas
condiciones y que aquellas no podían ser peores.62 A finales de marzo escribió a su
cuñado Cipriano Rivas Cherif que “lo del Frente Popular” andaba mediano, porque en
los pueblos sus componentes no se entendían.63 Pocos días antes le había manifestado
su “negra desesperación” por noticias como estas: “Hoy nos han quemado Yecla: 7
iglesias, 6 casas, todos los centros políticos de derecha, y el Registro de la propiedad”. 64
El 10 de abril concluyó sin embargo una carta a Rivas Cherif con un toque de
optimismo, un broche de oro, porque tres días antes había logrado que las Cortes votaran
la destitución de Alcalá Zamora, “que se disponía a jugarnos una mala partida”. 65 Ello le
abrió la puerta a la presidencia de la República, que desde hacía tiempo ambicionaba:
“ya desde el verano pasado, antes de formarse el Frente y de disolverse las Cortes, al
ver la oleada del ‘azañismo’, solía decir, y muchos lo oyeron, que yo no podía ser más
que Presidente de la República, no sólo por mi comodidad, sino porque es el único
modo de que el ‘azañismo’ rinda lo que pueda dar de sí, en vez de estrellarlo en la
Presidencia del Consejo”.66
33 En realidad, ni Azaña en la presidencia de la República ni su correligionario Santiago
Casares Quiroga en la del gobierno rindieron demasiado: no pudieron frenar ni la
creciente división del Frente Popular, ni el inquietante deterioro del orden público, ni
el auge de las tendencias golpistas en las Fuerzas Armadas. Cabía entonces suponer que
la coalición del azañismo con el caballerismo no iba a resultar más estable que la del
lerrouxismo con la CEDA y que la fachada de unidad del Frente Popular no tardaría en
quebrarse abiertamente, pero no podemos saber si ello habría llegado a acudir, porque
el alzamiento militar de julio de 1936 cambió radicalmente el panorama político.
Cuando en septiembre de aquel año, ya en plena guerra civil, formó gobierno Largo
Caballero, la izquierda republicana quedó reducida a una posición marginal. Era no sólo
el fin del azañismo, sino de la República de 1931.
34 ¿Hasta qué punto contribuyó la escisión del republicanismo al fracaso de la democracia
republicana? Sin entrar en un ejercicio de historia contrafactual, me limitaré a unas
breves reflexiones. En primer lugar, los efectos centrífugos de la competición electoral
suelen hacer difícil que se impongan las tendencias estrictamente de centro, por lo que
lo habitual en las democracias suele ser la alternancia de gobiernos de derecha e
izquierda, de un sólo partido o de coalición, que sin embargo coinciden en los
principios democráticos. En ese sentido si Azaña hubiera retenido a los socialistas en el
terreno de la legalidad republicana y Lerroux hubiera atraído hacia ella a la CEDA, el
resultado muy bien podría haber sido la consolidación de la democracia republicana y
España podría haberse evitado la guerra civil. No fue así y los republicanos fueron en
NOTAS
1. GIL PECHARROMÁN, Julio: Historia de la Segunda República Española, Madrid, Biblioteca Nueva, 2002,
p. 58.
2. Sobre el Partido Radical, la obra pionera es la de RUIZ MANJÓN, Octavio: El Partido Republicano
Radical, Madrid, Tebas, 1976, y la más completa es la de TOWNSON, Nigel: La República que no pudo
ser, Madrid, Taurus, 2002. Sobre los partidos de Azaña véase: AVILÉS, Juan: La izquierda burguesa y la
tragedia de la II República, Comunidad de Madrid, 2006. Sobre la trayectoria inicial de Lerroux:
ÁLVAREZ JUNCO, José: El emperador del Paralelo, Madrid, Alianza Editorial, 1990. La mejor biografía de
Azaña es la de JULIÁ, Santos: Vida y tiempo de Manuel Azaña, Madrid, Taurus, 2008. Añádase: ÁLVAREZ
REY, Leandro: Diego Martínez Barrio: palabra de republicano, Ayuntamiento de Sevilla, 2007.
3. Ahora, 11-7-1931 y 14-7-1931. AZAÑA, Manuel: Obras Completas, Madrid, Centro de Estudios
Políticos y Constitucionales, 2008, v. III, pp. 611-612-
4. Sobre las coaliciones electorales de ambos partidos véase AVILÉS: La izquierda…, p. 103. Sobre el
Partido Radical Socialista véase también ÁLVAREZ TARDÍO, Manuel: “La democracia de los radical-
socialistas”, en REY, Fernando del, ed.: Palabras como puños: la intransigencia política en la Segunda
República española, Madrid, Tecnos, 2011.
5. AVILÉS: La izquierda…, pp. 130-131.
6. El Sol, 18-7-1931.
7. AZAÑA: Obras…, v. III p. 686 y 697.
8. MARTÍNEZ BARRIO, Diego: Memorias, Barcelona, Planeta, 1983, p. 58. TOWNSON: La República…, pp.
115-116.
9. Sobre el papel integrador asumido por Lerroux, véase TOWNSON: La República…, pp. 53-55.
10. AZAÑA: Obras…, v. III, p. 711.
11. AZAÑA: Obras…, v. IV, pp. 748 y 753.
12. El Sol, 6 a 9-7-1933. PARTIDO REPUBLICANO RADICAL SOCIALISTA: Texto taquigráfico del III Congreso
Nacional Extraordinario, pp. 143-145 y 197-199.
13. AVILÉS, La izquierda…, pp. 196-200.
14. Discurso de Valera en Diario de Sesiones de las Cortes, 18-2-1933.
15. Este asunto ha sido minuciosamente esclarecido por RAMOS, Tano: El caso Casas Viejas,
Barcelona, Tusquets, 2012.
16. AZAÑA: Obras…, v. III, p. 649.
17. AZAÑA: Obras…, v. IV, pp. 193-204.
18. El Socialista, 13-8-1933.
RESÚMENES
Los partidos republicanos tradicionales, que en coalición con los socialistas y con los
republicanos conservadores de procedencia monárquica fundaron la República, obtuvieron la
mayoría de los escaños en las Cortes Constituyentes. Sin embargo muy pronto se escindieron en
dos grandes tendencias, cuyos principales dirigentes fueron Manuel Azaña y Alejandro Lerroux.
Azaña se apoyó en los socialistas para impulsar una política de reformas sociales, mientras que
Lerroux se erigió en líder de la oposición a esas reformas. Las elecciones de 1933 demostraron
que la mayoría de los ciudadanos no apoyaba la gestión de Azaña, pero tampoco Lerroux obtuvo
una mayoría suficiente para gobernar, por lo que hubo de recurrir al apoyo de la derecha
accidentalista. Esta escisión de los republicanos, cuyas dos tendencias enfrentadas hubieron de
gobernar con el apoyo de fuerzas que no se identificaban con el sistema republicano, fue un
factor que dificultó la consolidación de la democracia republicana.
The traditional Republican parties, which in coalition with the Socialists ant the conservative
Republicans of monarchical origin founded the Republic, won a majority of the seats in the
Constituent Assembly. Nevertheless they soon divided in two great political tendencies, whose
main leaders were Manuel Azaña and Alejandro Lerroux. Azaña got the support of the Socialists
for a policy of social reforms, whereas Lerroux rose as the leader of the opposition to those
reforms. The 1933 elections probed that most of the citizens didn’t support Azaña´s policy but
Lerroux did not achieve either a majority large enough to govern and therefore had to rely in the
support the “accidentalista” right (which declared itself neither committed to the Monarchy or
the Republic). This cleavage of the Republicans, whose two opposed tendencies were forced to
govern with the support of forces not committed to the Republican system, was a factor which
made difficult the consolidation of the Republican democracy.
Les partis républicains traditionnelles, qui en coalition avec les socialistes et les républicains
conservateurs d’origine monarchiste avaient fondé la République, gagnèrent une majorité de
sièges dans l’Assemblée Constituante. Ils se divisèrent cependant en deux grands tendances
politiques, dont les dirigeants principales furent Manuel Azaña et Alejandro Lerroux. Azaña eut
l’appui des socialistes pour une politique de reformes sociales, tandis que Lerroux devint le
dirigeant de l’opposition à ces reformes. Les élections de 1933 prouvèrent que la majorité des
citoyens n’appuyé pas la politique d’Azaña, mais Lerroux n’obtint pas non plus une majorité
suffisant à gouverner et en conséquence il dut relier dans l’appui de la droite « accidentalista »
(qui ne se déclaré pas ni royaliste ni républicaine). Cette division des républicains, dont les deux
tendances opposées durent gouverner avec l’appui de forces qui ne s’identifient pas avec le
système républicain, fut un facteur qui renduit difficile la consolidation de la démocratie
républicaine.
ÍNDICE
Palabras claves: Azaña, Lerroux, franquismo, España, siglo XX
Keywords: Azaña, Lerroux, Francoism, Spain, 20th century
Mots-clés: Azaña, Lerroux, franquisme, Espagne, XXe siècle
AUTOR
JUAN AVILÉS FARRÉ
UNED
1 Entre los diversos puntos de vista que pueden seleccionarse para abordar un hecho
histórico, cada vez estimo de la mayor importancia precisar bien los contornos de los
sucesos o los sujetos que se va a analizar. Por no haberlo hecho en la historia de la II
República española nos hemos metido en un mundo ideológico más que histórico. Digo
esto porque entiendo por ideología una concepción abstracta de la realidad, que no la
hace inteligible, porque sólo tiene validez en la esfera del pensamiento. Desde este
presupuesto mantengo que los hechos acaecidos durante la II República continúan
presos de una concepción ideológica, hasta el punto que los debates académicos giran
más sobre su apreciación que sobre los límites y características de los mismos en sí. Los
ejemplos son numerosísimos. Puede ser uno de ellos la quema de iglesias en mayo de
1931. Si se repasan los manuales o lo libros de síntesis, que son los que llegan a nuestros
alumnos y al público, solemos leer que aquéllos se debieron a la provocación de unos
monárquicos en Madrid. Con esto nos ahorramos explicar cómo un hecho tan
minúsculo protagonizado por un exiguo grupo se extendió a otras ciudades. Tampoco
sabemos hoy cuantas iglesias ardieron, ni tenemos medidas las reacciones de miedo de
los católicos. En cambio sí conocemos, aunque lo silenciamos, el tremendo impacto que
causaron los sucesos en el cuerpo diplomático acreditado en Madrid. Otro ejemplo, por
el que me preguntaban mis alumnos cuando daba clases, era por qué se ponen en plano
de igualdad los asesinatos del teniente Castillo y de Calvo Sotelo. Uno más es seguir
arguyendo, para justificar la ilegitimidad de la CEDA para formar Gobierno en 1934, que
no había jurado la Constitución. También sorprendía a mis alumnos, como a cualquiera
que haya consultado las proclamas, discursos y acción de las organizaciones políticas de
la época, continuar diciendo que las de derechas eran antidemocráticas en contraste
con el fervor democrático de las izquierdas. Por último, expondré un hecho más: el 31
de mayo de 1936, Indalecio Prieto, Juan Negrín y González Peña fueron tiroteados en
transmisión del partido sino al revés. El partido estaba para ayudar a conseguir los
objetivos que la UGT se había marcado y que ella no podía alcanzar por sí sola. Esto era
así porque únicamente la UGT era “la clase obrera organizada”, mientras que el PSOE se
limitaba a ser “la organización socialista”. Esto explica que Largo Caballero, en su toma
de posesión como ministro de Trabajo, hablase no como miembro del PSOE, que era un
partido del Gobierno, sino en nombre de la UGT, de la clase trabajadora, que venía,
nada menos, que a organizar “a los funcionarios con ellos y contra los que se opongan”.
6 Desde esta bicefalia, armoniosa por el momento, se ha de entender que al proclamarse
la República los socialistas se hubieran dirigido a la opinión pública en nombre de
“nuestras organizaciones obreras y socialistas”. Ellos eran conscientes de que por el
momento no podían ir a la “República social”, que era su meta. Mientras ese momento
llegaba, y siendo conscientes de la debilidad de los partidos republicanos, “la clase
obrera organizada será el más firme sostén del régimen republicano”. Eso sí, sostén
para “que la República tenga un contenido social, un fondo sustantivo, sin el cual
perdería su razón de ser”. Fondo y contenido que tenía una medida precisa: El
“fortalecimiento de nuestras organizaciones obreras y socialistas”, ya que su
participación gubernamental les permitiría ir “estructurándonos en sociedad de clase”.
Por si la cosa no estuviera diáfana, a los pocos días de la proclamación de la República,
las ejecutivas de la UGT y el PSOE, declararon: “Esta República española que ahora
empieza, y de la cual hemos de ser nosotros guardianes y vigilantes, es algo
esencialmente nuestro porque a nuestro calor ha nacido y a nuestro calor ha de
afirmarse y perfeccionarse en el futuro. De la proporción en que nosotros influyamos
en su destino depende la vitalidad que alcance la República”.
7 El sentido patrimonial de la República que contenían estas afirmaciones no admitía
dudas. Ellas nos ayudarán a entender que un socialista moderado como Fernando de los
Ríos afirmara que ellos pensaban mantener la democracia política para poder ir hacia
una organización socialista de la economía. Prueba de ello, afirmó el periódico del
PSOE, eran los decretos agrarios de mayo de Largo Caballero, que estaban estableciendo
“el principio de la colectivización, en todos los sentidos, de España” 5. Y así debía ser,
porque ellos reafirmaron de manera oficial que estaban en el Gobierno para ayudar a
mantener a la República, sí, pero además, y como requisito sine qua non, para afianzar
las reformas que les llevasen al socialismo el día de mañana. Por eso exigieron que sus
reformas quedaran consagradas en la Constitución, para que ningún otro Gobierno
pudiera anularlas. Y de inmediato amenazaron a los republicanos: si no aceptaban esta
exigencia, significaría que no había habido verdadera revolución; entonces tendrían
que salir a la calle para hacerla.
8 ¿Bravatas? Sí en cuanto los socialistas eran conscientes de su debilidad para hacer
revolución alguna por su cuenta. No olvidemos que a pesar de ser el partido y el
sindicato más fuerte de España, todavía en mayo de 1931 estaban organizando sus
federaciones regionales, que no tenían, y el gran sindicato agrario, la FNTT, estaba
comenzando a constituirse desde la nada. Punto de vista éste que no debe olvidarse
para entender la República: si el PSOE y la UGT tenían una estructura nacional
extremadamente precaria en 1931, y eran las organizaciones más fuertes de España, el
resto de partidos y sindicatos apenas eran nada desde el punto de vista organizativo.
Afirmación que vale también para las cifras míticas e insostenibles de la CNT.
9 Pero no eran bravatas cuando se dirigieron a los republicanos en noviembre, recién
aprobada la Constitución. Es conocido que éste fue el momento en que los republicanos
de los organismos de arbitraje. Por si no bastara esta protesta, los jornaleros de los
pueblos de las sierras estaban casi en pie de guerra, porque la Ley de Términos los tenía
sitiados en sus paupérrimos pueblos, sin dejarles bajar a las campiñas durante las
recolecciones, como lo habían hecho toda la vida. La situación se iba encrespando día a
día, hasta llegar a ser explosiva como pasó en Jaén, en el momento en que los Delegados
de Trabajo o los presidentes de los Jurados Mixtos, a la hora de arbitrar algún conflicto
determinante, llegaron a votar en contra de la propuesta que ellos mismos habían
formulado, al ver que sus compañeros de la UGT la rechazaban 8.
18 Otro tópico vigente hasta hoy es el que encierra la famosa frase “que os de de comer la
República”. La frase se pudo pronunciar, sin duda, pero no porque los propietarios
decidieran dejar de labrar sus fincas para arrinconar por el hambre a los jornaleros.
Esto hubiera supuesto una conciencia y fortaleza de clase desconocida en la historia: la
de preferir arruinarse con tal de acabar con los enemigos de clase, como un nuevo
Sansón que gritara “muera yo y conmigo todos los filisteos”. Los propietarios
esgrimieron la frase cuando se encontraron con que no podían pagar los salarios
impuestos por las bases de trabajo aprobadas por los Jurados Mixtos. Esto había
sucedido pronto en Jaén, en 1931, como admitieron los socialistas, y como venía
pasando en otros muchos pueblos como reconocieron los diputados del PSOE en las
Cortes en 1932. Este reconocimiento en las Cortes merece ser rememorado, pues
cuando se argumentó en ellas que las bases de trabajo estaban arruinando a la
economía agraria, los portavoces socialistas reconocieron que era cierto, pero que la
responsabilidad de que sucediera así no era de ellos ni de la FNTT sino del capitalismo 9.
La cadena de sinsentido culminó en 1933 en Sevilla, cuando la Federación Socialista
tuvo que pedir al Gobierno que arbitrase préstamos para los grandes terratenientes,
pues reconocía que se habían quedado sin dinero para pagar los salarios de la
recolección. Realidad ésta que, por mucho que la documentemos en nuestras
publicaciones, sigue descansando en el limbo de la historiografía políticamente
correcta, incomprensiblemente denominada progresista.
19 Como he escrito en otro lugar, con estos mimbres es fácil entender por qué en 1933 la
reacción contra los socialistas llegó a ser tremenda, y no sólo por parte de la derecha y
de los republicanos radicales, sino por quienes resultaron determinantes en la ofensiva:
los republicanos de izquierdas10. Las acusaciones por parte de todos fueron
inmisericordes: los tildaron de tiranos, de incultos, de sectarios, de implantar la
dictadura en el campo, de estar arruinando al país, de apropiarse de la República
haciéndola socialista…11
20 La respuesta de muchos socialistas fue sorprendente. Así la de los diputados por
Granada, quienes proclamaron: “contra la dictadura burguesa, la dictadura socialista”.
Para más inri, estos diputados pertenecían al sector moderado del partido. Otros
consideraron que salir del Gobierno sería dejar avanzar al fascismo; más aún: sólo el
hecho de abandonarlo ya sería “en el fondo, fascista”(sic). Cuando Fernando de los Ríos
mostró su malestar por estas “contaminaciones terribles” que veía en el partido, la
contestación de sus compañeros fue que tenía agotado “el sentido humanista del
socialismo”. Algunos más añadieron: nosotros respetaremos la democracia burguesa
mientras ésta no entorpezca nuestro camino. Besteiro, muy preocupado por lo que
escuchaba, se enfrentó a la deriva de sus correligionarios. Les advirtió que no podían
confundir a Marx con Lenin. Por eso no tenían derecho a amenazar a la República
porque pudieran salir de su Gobierno. Un testigo del momento, como muchos otros,
25 La lógica que contenía esta reflexión de Besteiro – algo más sólida que “la cosa de tipo
fascista” caballerista- sólo tenía una salida política desde el punto de vista interno de la
organización: o el PSOE la aceptaba y, consecuentemente, frenaban su discurso
insurreccional, o tenía que anular políticamente a D. Julián, que es lo que quería Largo
Caballero, confesamente harto de él. La batalla se inició de inmediato, pues aunque el
acuerdo de compromiso de las ejecutivas se limitó a anunciar que estaban alerta ante
cualquier desvirtuación de la República, el periódico oficial venía llamando
constantemente a tomar el poder. Ante la deriva de la situación, los besteiristas de la
UGT pidieron insistentemente que se convocara un congreso que aclarara la línea
política a seguir. Pretensión a la que Largo Caballero se oponía. Él, como buen ugetista,
sabía que la organización socialista de masas, la que proporcionaba músculo político al
PSOE, era la UGT. Como ésta estaba controlada por los seguidores de Besteiro, si se
reunía su congreso éstos marcarían la política a seguir. Entonces la ejecutiva del PSOE
inició una campaña para ir controlando las diversas federaciones de la UGT, sin tener
que recurrir al congreso nacional que ésta exigía. En enero de 1934 las controlaban
todas menos la de los ferroviarios. El grupo de Besteiro, en manifiesta minoría, hubo de
dimitir. El partido y el sindicato ya estaban controlados por la gente de Largo Caballero,
que en este momento contaba con el apoyo de la mayoría de los socialistas.
26 A Besteiro sólo le quedó hacer una durísima advertencia a los vencedores. Esos
compañeros, dijo, estaban llevando las organizaciones “a los molinos del comunismo”.
“Por ese camino de locuras decimos a la clase trabajadora que se la lleva al desastre, a la
ruina y en último caso se la lleva al deshonor, porque una clase trabajadora que se deja
embaucar de esta manera (…) acaba de deshonrarse” 12.
27 Tan durísima denuncia no parece que haya sido puesta de relieve como merece por la
historiografía sobre la República. Y es necesario recalcarla, porque estaba denunciando
en fecha tan temprana como 1933, que el amor por la República de la mayoría de sus
compañeros socialistas había sido sólo instrumental y, consecuentemente, insustancial
el que pudieran haber tenido por la democracia. Prueba de esta afirmación es como
descalificaron a la República, arguyendo que los republicanos de izquierda habían sido
quienes comenzaron la campaña contra la legislación social y los ayuntamientos
socialistas. Un régimen “donde cualquier majaderete” podía actuar así merecía una
única respuesta: en el pasado fuimos republicanos, ahora sólo socialistas. Otros fueron
más lejos al afirmar, “no somos republicanos, no lo hemos sido nunca. Somos
socialistas. Sólo socialistas”.
28 Los artículos de El Socialista eran incendiarios. “Queremos el Poder para nuestro
Partido. Queremos la victoria para el Socialismo. Antes de ahora hemos avisado que
nuestra obligación reside en no atarnos a la democracia y al parlamentarismo,
obligación tanto más imperiosa cuanto la democracia y el parlamentarismo nos
obstruyen el paso”. Frente a las llamadas a la concordia que venía haciendo el diario de
la derecha católica El Debate, el portavoz del PSOE respondió: “¿Concordia? No. ¡Guerra
de clases! Odio a muerte a la burguesía criminal. ¿Concordia? Sí, pero entre los
proletarios de todas las ideas que quieran salvarse y librar a España del ludibrio. Pase lo
que pase, ¡atención al disco rojo!”13
29 Otra amenaza más ya la había formulado Prieto, al anunciar solemnemente en las
Cortes que si la CEDA entraba en el Gobierno, “decimos desde aquí al país entero, que
públicamente contrae el Partido Socialista el compromiso de desencadenar la
revolución”14.
partido y al grupo parlamentario, sino al sindicato como cabeza del bloque obrero que
formaba con las juventudes y el PCE. Con esta propuesta los caballeristas querían tener
el control para impedir cualquier amago del PSOE de volver a gobernar con los
republicanos, porque eso sería volver a la denostada colaboración de clases. Como es
lógico, el PSOE rechazó la propuesta y la calificó de inaudita, pues por primera vez en
su historia la UGT quería mandar en el PSOE.
53 El sujeto histórico al que nos referíamos al inicio de estas páginas se había quebrado. La
distinción entre “nuestras organizaciones obreras y socialistas” mostraba ser tan real,
que tenía descompuesto al socialismo español en unos momentos críticos para él y para
la República.
54 Cuando hubo que nombrar compromisarios para elegir al presidente de la República, la
UGT se negó a firmar el manifiesto del PSOE porque ella no había participado en ese
nombramiento de compromisario hecho por el partido. Lo de menos para nuestro tema
es que al final todos votaran a Azaña, porque la izquierda socialista recordó que ello no
podía dar paso a la formación de un gobierno de coalición con participación de Prieto.
No podía ser porque la UGT, la organización más fuerte del Frente Popular, como
recalcaron, estaba en el Frente Popular bajo la condición de que ningún socialista
formara parte del Gobierno. Si se incumplía esa condición, la UGT consideraría roto su
compromiso con el Frente Popular y actuaría conforme a los intereses de la clase
trabajadora.
55 La “clase obrera”, es decir, la UGT y la izquierda socialista, actuaba como si el papel
histórico de los republicanos estuviese a punto de concluir, como si la derecha hubiera
dejado de existir, y como si el destino del Frente Popular fuese el de agotarse para
dejarle el poder a ella, así, por las buenas. Esto era pura vaciedad política. Impedir que
el Gobierno se fortaleciese con la entrada de Prieto en él, para dejarlo que se agotara
era optar por la simpleza de la inacción. Más aún en unos momentos en que la
República demandaba de los socialistas una política activa, la que fuese, pero nunca la
simple espera. Para salir de esta parálisis los socialistas no pudieron hacer otra cosa que
recurrir a los mecanismos estatutarios y convocar un congreso. Esperándolo les cogió el
inicio de la guerra.
56 Entre tanto, quienes controlaban la ejecutiva del PSOE estaban desesperados por la
irresponsabilidad de la izquierda socialista. Le dijeron a ésta una y otra vez que el
momento en Europa no era el de la lucha entre capitalismo y socialismo, sino entre
fascismo y democracia. Por eso se había formado el Frente Popular. Además, no había
que confundir el verbalismo revolucionario con la revolución, porque ese camino sólo
conducía a la contrarrevolución. Prieto afirmó en Bilbao el 25 de mayo que el fascismo
estaba creciendo merced al desorden, y que la burguesía estaba en tal estado de miedo
que podía ir a buscar al hombre providencial que asegurase un mínimo de vida
civilizada en España. El mismo día, en Cádiz, Largo Caballero dijo lo contrario: la clase
obrera estaba luchando contra la capitalista; la UGT no quería la actual República
burguesa, y si la mantenía era para ir emancipando a los trabajadores; lo principal era
constituir una alianza entre la UGT, la CNT y el PCE para que no pudieran vencerlos ni
sus enemigos ni “las fuerzas coercitivas del Estado” 24.
57 El 31 de mayo los socialistas organizaron un mitin en Écija, en el que intervendrían
Prieto y dos diputados asturianos líderes de la revolución de Octubre. Las Juventudes
Socialistas Unificadas sevillanas –unificadas porque ya se habían fusionado con las
comunistas- fueron a la ciudad astigitana para boicotear el acto. Así lo hicieron, y al
NOTAS
1. Una de las reflexiones más brillante y profunda que conozco sobre la II República es la de DEL
REY REGUILLO, F., “Policies of Exclusion during the Second Repúblic: A View from de Grass
Roots”, en ÁLVAREZ TARDÍO, M. y DEL REY REGUILLO, F. (eds.), The Spanish Second Republic
Revisited. From Democratic Hopes to Civil War (1931-1936), Brighton, Portland, Toronto, Sussex
Academic Press, 2012, p.167-187. Esta obra acaba de ser publicada en español por los mismos
autores con el título El laberinto republicano. La democracia española y sus enemigos (1931-1936),
Madrid, RBA Libros, 2012. Los mismos calificativos merece la contribución de ÁLVAREZ TARDÍO,
M., p. 1-8. Aunque desbordan el tema concreto de estas páginas, es de obligada referencia el
capítulo de S. G. Payne, “A Critical Overview of the Second Spanish Republic”, y el riguroso y
meditado de L. ARRANZ “Could the Second Republic have become a Democracy?”
2. Como sucede cuando uno ha publicado varios títulos sobre un mismo tema, las reiteraciones,
hasta textuales, son inevitables. Pido disculpas por ello al lector. En la obra citada se encuentra
un capítulo mío, “The Socialists and Revolution”, p. 40-57, en el que se exponen muchas de las
cosas que escribo en las presentes páginas. Mi libro de referencia sobre el tema, que me sirve de
sustento para cuanto digo -de referencia al menos para mí, porque me ayudó a ser catedrático-,
es Socialismo, República y revolución en Andalucía, Sevilla, Universidad, 2000. En él se dan cuenta de
las fuentes que uso, junto con una cita de mis publicaciones al respecto.
3. Sugerentes son los artículos de CABRERA, M., “Algo más que un tiempo digno de ser descifrado:
la Segunda República”, y PÉREZ LEDESMA, M., “Los socialistas y la política española. Un recorrido
y una síntesis”, en ÁLVAREZ JUNCO, J., CABRERA, M., (Eds.), La mirada del historiador. Un viaje por la
obra de Santos Juliá. Madrid, Taurus, 2011. Hay que añadir el número monográfico coordinado por
ANDRÉS-GALLEGO, J. y BORRÁS, R., “II República. Historia y mito”, en Nueva Revista. De política,
cultura y arte, 2011, donde contribuyo con “La Reforma agraria en la II República”.
4. Sobre los socialistas hay un texto de profundidad inhabitual, que casi hace ociosas estas
páginas mías: el capítulo de DEL REY REGUILLO, F., “La República de los socialistas”, en la obra
dirigida por él Palabras como puños. La intransigencia política en la Segunda República española”,
Madrid, Tecnos, 2011.
5. “La colectivización de España”, en El Socialista, 2-6-1931.
6. Sobre Martínez Barrio y los radicales, la magna obra de ÁLVAREZ REY, L., Diego Martínez Barrio.
Palabra de republicano. Sevilla, Ayuntamiento, 2007.
7. El Socialista, 24-11-1931.
8. El desarrollo de los acontecimientos en “M. Barrios. Delegado Regional de Trabajo en
Andalucía”, El Socialista, 3-1-1932; El Sol, 8 y 30-1-1932; Diario de Sesiones de Cortes, 2-2-1932, p. 3544.
9. A mediados de noviembre de 1931 el Gobernador Civil de Sevilla pronunció una conferencia en
la que atacó a los socialistas. En los inicios de 1932 se publicó de manera más detallada como
informe mandado al Gobierno, que contenía un ataque demoledor a la política agraria de los
socialistas. Se acusaba a ésta de ser la responsable de la ruina de los agricultores y, por tanto del
aumento del paro. En él se desmentía de forma rotunda que los propietarios hubieran dejado de
cultivar sus tierras. En El Liberal y ABC, ambos de Sevilla, 12-1-1932. La respuesta socialista, con el
cometario añadido de que el responsable era el capitalismo, en “Los diputados socialistas
contestan al Gobernador de Sevilla”, El Socialista, 20-11-1931. Una ampliación de la cuestión se
encuentra en un debate esencial sobre el tema agrario realizado en las Cortes, en Diario de
Sesiones, 18-10-1932, p. 8924-8927; 19-10-1932, p. 8963; 20-10-1932, p. 9007-9052. En él los
diputados del PSOE fueron incapaces de responder a las razones económicas que esgrimieron los
de la oposición. Fue García Valdecasas, miembro entonces de la Agrupación al Servicio de la
República, el que hizo la pregunta de si no había economistas en el PSOE.
10. Para las izquierdas republicanas remito al enjundioso libro de AVILÉS, J., La izquierda burguesa
y la tragedia de la II República. Madrid, Servicio de Documentación de la Comunidad Autónoma,
2006.
11. El apoyo documental de estas descalificaciones se encuentra en las p. 170-189, dentro de los
epígrafes “La unión de las ofensivas” y “La marea antisocialista” de mi libro citado Socialismo,
República y revolución en Andalucía.
12. Toda la conmoción socialistas tras perder las elecciones, con los debates subsiguientes, en
Fundación Pablo Iglesias, AH-20-2, “Actas CE PSOE”, 9-11 y 20-12-1933; 10-18-1-1934; “Actas CE
UGT”, 24-11-1933; AH-24-1, “Actas CN PSOE”, 26-11-1933.
13. “¡Atención al disco rojo! No puede haber concordia”, El Socialista, 3-1-1934. Las otras
expresiones en el mismo diario, 5 y 6-12-1933, “Tenemos que adueñarnos del Poder” y “El
momento clerical de España”.
14. El Socialista, 21-12-1933.
15. A esta afirmación tan historiográficamente incorrecta le he dedicado un epígrafe, “El arma
política de los atropellos”, y un capítulo, “La tierra”, en mi libro Socialismo, República y revolución
en Andalucía, p. 319-330 y 191-229. La FETT, el poderoso sindicato agrario de la UGT, se había
encargado de hacer una campaña denunciando la vuelta a los salarios de hambre. Pues bien,
cuando se leen con detenimiento sus denuncias, se constata que siempre se refieren a unos
minúsculos pueblos de Salamanca. Así en El Socialista, 13-5-1934 y El Obrero de la Tierra, 24-2, y 3,
24, 31-3-1934.
16. La información más jugosa al respecto se encuentra en Diario de Sesiones de Cortes, 7-2-1934, p.
942-954; 23-3-1934, p. 1776-1783; 28-3-1934, p. 1962
17. La preparación y desarrollo de la huelga campesina de 1934 está documentada en Fundación
Pablo Iglesias, Actas CE UGT, 1934 y Diario de Sesiones de Cortes, 30-5-1934.
18. Que el representante de los enseñantes fuera un izquierdista no sé si sería por cuestión de
azar o por una carga genética del destino. Sea como sea, la discusión citada está en Boletín de la
UGT, nº 68, 8-1934.
19. Para esta cuestión remito a las modélicas investigaciones de ÁLVAREZ TARDÍO, M., “La CEDA
y la democracia republicana”, en la obra citada de DEL REY, F., Palabras como puños, y El camino de
la democracia en España: 1931 y 1978, Madrid, Gota a Gota, 2005. Va más allá y merece elogios el libro
de ÁLVAREZ TARDÍO, M. y VILLA, R., El precio de la exclusión. La política durante la Segunda República,
Madrid, Encuentro, 2010.
20. Reitero las disculpas al lector, porque lo que escribo a partir de ahora es una reproducción
casi textual de mi “The Socialists and Revolution”, citado en la nota segunda.
21. El Comité Nacional en Fundación Pablo Iglesias, “Comité Nacional”, AH-24-1, “Actas”, 17-2-1935.
22. La autoridad de Santos Juliá en este tema es conocida, por lo que es ocioso recordar sus
publicaciones.
23. Las actas de la negociación del acuerdo electoral en Fundación Pablo Iglesias, AH 25-29,
“Documentación CN del Frente Popular”.
24. El Socialista y El Sol, 26-5-1936.
25. “La fraternidad socialista ha sido ensangrentada por una prole de cainitas”, escribió El
Socialista. La negativa a condenar el atentado, en Fundación Pablo Iglesias, “Actas CE-UGT”,
4-6-1936.
26. Fundación Pablo Iglesias, “Actas CE-UGT”, 16 y17-7-1936.
RESÚMENES
Muchos hechos de la II República se explican ideológicamente, deformados. Se intentan explicar
antes de haberlos descrito objetivamente. En el caso del socialismo se ha olvidado que no era un
sujeto único, sino un movimiento constituido por un partido y un sindicato con direcciones,
estatutos y normas distintos. El socialismo se rompió a partir de 1934. La causa fundamental de la
ruptura fue la no aceptación de la derrota electoral de 1933. A partir de esta derrota la mayoría
de los socialistas renegaron de la República y de la democracia mientras que otros las
defendieron. En esta disputa se quebró la unidad entre el PSOE y la UGT.
Due to ideological biases, most discussions of the Second Spanish Republic and the surrounding
historical period have not been objective. This is largely due to a tendency to explain and
comment on the period before analyzing historical facts. Socialism, for instance, has been
mistreated as a uniform subject when it was in fact a complex movement driven by the political
party and the trade union, each one with its own rules, statutes and leadership. What was
initially the socialist bloc split into two groups in 1934, the main reason being the majority's
refusal to accept the electoral defeat in 1933. After these elections, most socialists disowned
democracy and the Republic. A small percentage defended the democratic system and asserted
loyalty to the new regime. The argument ended the socialist bloc, which was henceforth divided
in two separate parts, PSOE and UGT.
ÍNDICE
Palabras claves: PPSOE, UGT, Segunda República española (1931-1936), España, siglo XX
Keywords: PSOE, UGT, Second Republic, Spain, 20th century
Mots-clés: PSOE, UGT, Seconde République, Espagne, XXe siècle
AUTOR
JOSÉ MANUEL MACARRO VERA
Universidad de Sevilla
El republicanismo conservador en
los años treinta
The conservative republicanism in the thirties
Le républicanisme conservateur dans les années trente
1 Parece adecuado dar comienzo a esta breve colaboración precisando a qué nos
referimos exactamente con el título que la encabeza, pues no faltará incluso quien
encuentre en él una verdadera contradictio in terminis, un caprichoso oxímoron de
difícil asimilación. Porque, se preguntarán, ¿acaso existió, durante el período que nos
ocupa, un republicanismo que no fuera progresista? ¿No eran, quizá, sinónimos
evidentes izquierda y República en la España de los años treinta del siglo pasado?
2 En realidad, semejante identificación sólo podría tenerse por cierta si se refiere a la
mayoría del republicanismo español, pero no a su totalidad. Porque, de hecho, sí existió
algo que podemos denominar republicanismo conservador, republicanismo de centro o,
más sencillamente, republicanismo moderado, aunque se trataba de una corriente del
todo minoritaria. La integraban, como hemos precisado en algún otro lugar, 1 varios
partidos, dos en los primeros años de la República, tres a partir de 1932, bastante
similares desde cualquiera de los parámetros que delimitan el estudio de las fuerzas
políticas, como la ideología, el programa, la organización o las bases sociales. Provenían
tales fuerzas de orígenes bien diversos. Unos no eran sino republicanos históricos que,
años atrás, se habían tornado monárquicos con condiciones y regresaban ahora, en
1931, a las dilatadas falanges del republicanismo; otros, monárquicos que, hastiados de
una Monarquía errada en sus planteamientos y cada vez más alejada de la opinión
pública, terminaron por mudarse en republicanos. Pero todos ellos recibían sus
auténticas señas de identidad de un proyecto político orientado hacia la implantación
de una República liberal y democrática, sin marcas ideológicas, aunque abierta, eso sí, a
reformas moderadas, lentas y progresivas en el campo de lo social y lo cultural, y capaz
de integrar en su seno a la gran mayoría de la opinión pública. Y todos ellos, como es
fácil suponer, sellaron su ejecutoria política en el seno del régimen con un rotundo
fracaso que condujo a su práctica desaparición como opción política en los meses
previos al golpe de estado fallido que dio comienzo a la Guerra Civil.
3 Explicar por qué se produjo el fracaso de esta opción política y relacionarlo, en la
medida de lo posible, con las características propias de los partidos que la secundaban y
con el contexto mismo en el que se vieron obligados a impulsarla será el objetivo de las
líneas que siguen.
lerrouxismo, un socio de mayor peso cuya alianza esperaban les ofreciera mejores
oportunidades de acceder al poder y de poner así en práctica siquiera una parte de su
programa. Alcalá-Zamora, en cambio, atribuyó el fiasco de la DLR a una imagen
conservadora en exceso y optó por dotarla de una apariencia más centrista, que le llevó
incluso a cambiar su nombre por el de Partido Republicano Progresista, pero sin
contemplar siquiera la posibilidad de sumar sus esfuerzos a los del Partido Radical, a
pesar de la creciente similitud entre los postulados de ambas fuerzas. En ambos casos,
sin embargo, la derrota electoral y la respuesta de inmediato adoptada ante ella
generaron tensiones que acabaron por producir deserciones e incluso, en el caso de los
progresistas, una verdadera escisión. Algunas figuras bastante relevantes del ala
izquierda del melquiadismo, como Luis de Zulueta o Gustavo Pittaluga, la abandonaron
para incorporarse a fuerzas más comprometidas con una interpretación reformista de
la República y mayor peso parlamentario. Miguel Maura, en compañía de algunos
dirigentes de segunda fila, dejó también el PRP.
10 Ninguna de estas respuestas solucionó nada. La táctica elegida por el PLD durante el
primer bienio de la República obviaba algunos elementos relevantes. El radicalismo era,
desde luego, una fuerza emergente y poderosa, cuya vitalidad provenía de la creciente
incorporación a sus filas de gentes de sensibilidad conservadora que se habían unido a
la República en la esperanza de que ésta garantizara la defensa de sus intereses. Pero el
partido dirigido por Alejandro Lerroux se revelaría incapaz de digerir sin problemas
tales adhesiones, que, al determinar de un modo cada vez más intenso la política
radical, acabaron por producir el descontento, primero, y el abandono del partido,
después, de los integrantes de su sector más fiel a su viejo espíritu izquierdista. Roto en
dos el PRR tras la escisión liderada por Diego Martínez Barrio, el radicalismo residual
quedó, bajo la dirección de Lerroux, del todo desequilibrado en favor de su ala derecha,
muy limitado en sus posibilidades de acción política y, sobre todo, infeudado de forma
creciente a la CEDA, que arrastró, sin protesta alguna por su parte, al melquiadismo.
Éste, embarcado en la alianza con los radicales con la intención de centrar la República
mediante la rectificación de los que ambos partidos consideraban excesos del primer
bienio, terminó así por convertirse en un mero satélite de la CEDA, sin fuerza alguna
para oponerse a sus deseos cada vez más evidentes de acabar con la República o, al
menos, transmutarla en un régimen de carácter autoritario y confesional.
11 Miguel Maura, por el contrario, rectificando su intención inicial de no crear ningún
partido nuevo tras su salida del PRP, trató, con la fundación en enero de 1932 del
Partido Republicano Conservador, de tomar el testigo de la misión histórica para la que
había nacido en su momento la DLR y que los progresistas, sin liderazgo ni orientación
clara, elevado su fundador a la presidencia de la República, se revelaban ya incapaces
de asumir: la incorporación al régimen de las masas conservadoras. Tras unos
comienzos ciertamente prometedores, que se concretaron en una intensa campaña de
propaganda de alcance nacional, la creación por vez primera en la derecha republicana
de una verdadera red de periódicos afines, la simpatía de la prensa moderada, un
considerable ritmo de creación de Comités locales y provinciales, y un importante
protagonismo en el Parlamento de, Miguel Maura, erigido en líder de la política de
obstrucción de las oposiciones al Gobierno de Manuel Azaña, el republicanismo
maurista reveló su verdadera dimensión al enfrentarse a las urnas en noviembre de
1933. Sus exiguos resultados, inferiores a los obtenidos por la DLR dos años antes,
confirmaron la incapacidad de la derecha republicana, democrática, reformista y
aconfesional para ganar la batalla del voto conservador a la derecha católica,
a estas alturas, sino restos humeantes de lo que otrora pareció capaz de encarnar las
esperanzas de la opinión conservadora.
pena de exponernos, si no lo hacemos, a que un día las fuerzas ocultas que mueven
el mundo nos hagan dar uno de esos saltos tremendos que registra la Historia como
cataclismos».20
25 Pero ese conservadurismo suyo no era tampoco el de las derechas españolas, como su
republicanismo no era el de las izquierdas. Y por ello, aislados por ambos lados, no
podían influir en gran medida en la política del régimen, que les condenaba a la
marginalidad. Programas e ideología, por tanto, actuaron, en cierta medida, como
factores negativos en la lucha de estos partidos por acceder al poder. La España de los
años treinta no parecía un buen lugar para las medias tintas.
26 Sin embargo, ni la ideología ni el programa fueron con mucho los factores más
determinantes del fracaso del republicanismo conservador. En realidad, ni una ni otro
se mostraban demasiado alejados de la sensibilidad de muchos de los más recientes
afiliados y votantes del exitoso Partido Radical, por ejemplo. Un peso mucho mayor
corresponde a la organización.
27 La estructura general de la Derecha Liberal Republicana quedó ya definida en una carta
que remitía en fecha tan temprana como el 26 de agosto de 1930 su Secretaría Central al
secretario de un Comité local que, como tantos otros por entonces, se había dirigido a
ella para informarle de su constitución y solicitarle instrucciones. 21 Aunque en aquellos
instantes, previos a la celebración de la primera Asamblea Nacional del partido, no
podemos sino considerar la información como orientativa, sabemos que, al menos en
sus grandes líneas, resultó válida. La carta diseñaba un entramado organizativo similar
a lo que había sido la práctica habitual de los partidos republicanos, aunque matizada
por la intención de adaptarla a los nuevos tiempos, que imponían una creciente
participación política de las masas, y, por ende, hacían conveniente introducir
mecanismos de representación y movilización de los simpatizantes y afiliados. La célula
básica era el Comité municipal, que en las localidades en las que el volumen de afiliados
así lo aconsejara, podía articularse en Comités de distrito. Por encima de aquéllos, los
Comités provinciales y regionales coordinarían la labor de sus homónimos locales y
servirían de intermediarios, aunque no en todas las actividades, entre estos y la
organización central del partido, encarnada en un órgano permanente de carácter
burocrático, la Secretaría Central, afecto a otro de índole política, el Comité Nacional,
que lo gobernaría siguiendo las pautas marcadas por las Asambleas Nacionales anuales.
28 Nos encontramos, pues, en apariencia, ante un partido que intenta incorporarse a los
usos y costumbres políticos de la democracia de masas. De la lectura de sus reglamentos
se deduce que su organización ejercía un control considerable sobre sus afiliados.
Tamizaba su admisión, imponiéndoles incluso en ocasiones el requisito de ser
presentados por militantes de probada lealtad; se aseguraba de arrancar de ellos el
acatamiento a las ideas y la disciplina del partido; registraba con detalle sus derechos y
obligaciones, cargándoles con el pago de cuotas regulares, y no se olvidaba de
entregarles un carnet para fortalecer su sentido de pertenencia a la comunidad de
sentimientos y fines que el partido pretendía constituir.
29 No debemos, sin embargo, llamarnos a engaño. La realidad del progresismo no era ni
tan moderna ni tan democrática como aparentaba. La representatividad de sus órganos
de gobierno era ficticia. En las asambleas, decenas de Comités de la misma región o
provincia elegían a una misma persona, que, elocuentemente, solía ser el prohombre
del partido en la circunscripción. 22 El programa de gobierno nada tenía que ver con la
opinión de los afiliados. Su aprobación en la Primera Asamblea Nacional del partido se
Conclusiones
33 En síntesis, el trágico destino del republicanismo conservador se debió, como
anticipábamos en nuestra hipótesis inicial, a la conjunción de dos tipos de factores. El
primero es de índole interna y se relaciona con la carencia de los partidos de esta
corriente de los instrumentos necesarios para competir con probabilidades de éxito en
la nueva era de la política de masas: mecanismos de financiación adecuados, medios
eficaces de difusión del ideario y cauces de participación de los afiliados en la dirección
del partido. Todo ello convierte al PLD y la DLR, primero, y al PRP y el PRC, después, en
meros apéndices de las decisiones de sus líderes, cuyo criterio personal, a menudo
enturbiado por sus prejuicios, sus intereses, sus simpatías y antipatías e incluso sus
estados de ánimo, acaba por erigirse en determinante a la hora de decidir la orientación
política de cada partido, lo que explica su falta de coherencia generalizada o el hecho de
que ni siquiera llegue a plantearse en serio una fusión que en la izquierda, por el
contrario, sí tiene lugar.
34 El segundo tipo de factores es de índole externa y se refiere al contexto histórico en el
que se veía obligado a operar el republicanismo conservador. Por una parte, su
mensaje, que ofrecía a la derecha española la alternativa de una nueva forma de ser
conservador que separaba por vez primera la religión y la política y vinculaba de
manera inseparable a ésta con las formas del parlamentarismo democrático, era quizá
en exceso avanzado para el nivel de desarrollo cultural de la sociedad española. Por
otra parte, es posible que su tímido reformismo evolucionista hubiera captado la
atención de las clases medias conservadoras en una coyuntura de menores tensiones
sociales. Pero la derecha social percibía en las masas izquierdistas y en sus líderes una
creciente radicalización que incrementaba su pánico a la revolución y tendía a arrojarla
en brazos de las opciones más extremas.
35 Para terminar, resta preguntarse qué papel desempeñó el fracaso de la derecha
republicana, si es que desempeñó alguno, en el destino final del régimen. La respuesta,
por supuesto, no es simple. Cabe señalar, no obstante, que cualquier régimen
democrático requiere para subsistir de la existencia de al menos dos fuerzas políticas
capaces de turnarse pacíficamente en el ejercicio del poder. Y la Segunda República no
contó con ninguna de esas fuerzas. A la izquierda, el PSOE sólo era republicano por
conveniencia, y su respeto por las formas del parlamentarismo liberal se limitaba a la
utilidad que pudiera extraer de ellas, de modo que la adhesión al régimen de buena
parte de sus masas y algunos de los más conspicuos entre sus líderes comenzó a
flaquear desde el instante mismo en que consideraron que no servía a sus intereses. Y
en cuanto a la derecha, la CEDA tenía de la República una percepción no muy distinta,
puramente instrumental, pues sólo veía en ella un paso previo a la implantación de un
régimen autoritario, corporativo y confesional del todo incompatible con la democracia
parlamentaria. Cabe pensar que la tarea de sustentar el régimen recaía, por tanto, sobre
las espaldas de los partidos republicanos burgueses. La izquierda, que parecía
entenderlo así, se embarcó de hecho en un proyecto que la condujo a un notable grado
de integración, encarnado en la constitución de la denominada Izquierda Republicana.
La derecha, por el contrario, no lo hizo, y sin una derecha republicana fuerte, capaz
incluso de concertar con la izquierda burguesa un gran pacto de Estado que asegurase,
llegado el momento, la supervivencia del régimen frente a los crecientes ataques de la
izquierda marxista y la derecha autoritaria, la República estaba casi condenada.
NOTAS
1. ÍÑIGO FERNÁNDEZ, Luis: «El republicanismo conservador en la España de los años treinta»,
Revista de Estudios Políticos, nº 110, octubre-diciembre de 2000, p. 281. Véase también ÍÑIGO
FERNÁNDEZ, Luis E.: La derecha liberal en la Segunda República española. Madrid, UNED, 2000.
2. ÍÑIGO FERNÁNDEZ, Luis: Melquíades Álvarez. Un liberal en la Segunda República. Oviedo, Real
instituto de Estudios Asturianos, 2000. Para la ejecutoria anterior del partido, la mejor síntesis es
SUÁREZ CORTINA, Manuel: El reformismo en España. Madrid, Siglo XXI, 1986.
3. El acta de la reunión fundacional del partido puede consultarse en el Archivo Histórico
Nacional, Sección Guerra Civil, en Salamanca (en adelante AHNS), Sección Político-Social, Madrid,
carpeta 630, legajo 873.
4. Según un documento hallado en al Archivo Histórico Nacional de Madrid, la «derecha
republicana » presentó en las elecciones de junio de 1931 un total de 124 candidatos en sesenta y
tres circunscripciones («Ministerio de Gobernación, Sección de Orden Público, Proclamación de
candidatos de diputados a Cortes Constituyentes», AHNM, Ministerio del Interior, Serie A, Legajo
31). No obstante, no todos los candidatos recogidos pertenecen al partido. Realmente, DLR debió
de presentar unos 115.
5. Para un breve estudio de las relaciones entre ambos líderes, puede consultarse ÍÑIGO
FERNÁNDEZ, Luis: «Niceto Alcalá-Zamora y Miguel Maura. Una relación tempestuosa», en CASAS
SÁNCHEZ, José Luis y DURÁN ALCALÁ, Francisco (coords.): V Jornadas Niceto Alcalá-Zamora y sus
contemporáneos, Priego de Córdoba, Patronato Niceto Alcalá-Zamora y Torres-Diputación de
Córdoba, 2000, pp. 141-164.
6. No se trataba tan sólo de eso; los mismos republicanos de izquierda estaban admitiendo
también en sus filas a personas de nítida significación monárquica. En el fondo, la izquierda
estaba convencida de que la República sólo tenía sentido si servía a sus ideales profundamente
reformistas; un régimen moderado en el que todos tuvieran cabida no entraba en sus cálculos.
Como síntesis reciente de estos planteamientos puede consultarse ÁLVAREZ TARDÍO, Manuel y
VILLA GARCÍA, Roberto: El precio de la exclusión. La política durante la Segunda República. Madrid,
Encuentro, 2010, en especial pp. 17-46.
7. Discurso de Melquíades Álvarez en el Teatro de la Comedia de Madrid, 3 de enero de 1932,
Ahora. 5 de enero de 1932.
8. Índice Ideario del Partido Republicano Progresista, VII. Economía. AHNS, Político-Social, Madrid,
carpeta 1897.
9. ALCALÁ-ZAMORA, Niceto: Discursos. Madrid, Tecnos, 1979, p. 494.
10. CUBER, Mariano: «Sobre el acto del Palace. Melquíades Álvarez. Criterio (III)», El Noroeste, 7 de
junio de 1931
11. Discurso pronunciado en la plaza de toros de Jaén el 21 de junio de 1931, en ALCALÁ-ZAMORA,
Niceto: Discursos, p. 543.
12. CUBER, M.: Antisocialismo. Madrid, Reus, 1935, p. 93.
13. Programa del Partido Republicano Conservador, epígrafe «Política Social», Archivo de la Real
Academia de la Historia (en adelante ARAH), 11/8987.
14. ALCALÁ-ZAMORA, Niceto: Discursos, p.319.
15. El Noroeste. 4 de mayo de 1932.
16. AHNS, Político-Social, Madrid, carpeta 1987.
17. De hecho, su denominado Programa Mínimo afirma la necesidad de limitar la exagerada
concentración de la propiedad, pero «…con índices suficientemente altos para fomentar el gran
cultivo y la explotación ganadera» (AHNS, Político-Social, Madrid, Carpeta 630, Legajo 873).
18. Diario de Sesiones de las Cortes Constituyentes, nº 26, 25 de agosto de 1931, Apéndice nº 9.
19. Diario de Sesiones de las Cortes, nº 41, 23 de febrero de 1934, Apéndice 4º.
20. Editorial sin título, El Noroeste, 18 de octubre de 1931.
21. AHNS, Político-Social, Madrid, carpeta 625, legajo 869.
22. Las actas de los Comités locales confirman que esta práctica debía de ser bastante habitual.
Así, en Ávila, diez de los doce Comités representados en la Cuarta Asamblea Nacional habían
elegido como representante a San Román; todos los gaditanos habían escogido a Manuel Rodrigo,
y veintiuna de las veintidós agrupaciones jienenses se habían pronunciado por Miguel Pastor
(AHNS, Político-Social, Madrid, carpeta 1897).
23. Así lo relató Sánchez-Covisa, uno de los vicepresidentes de la mesa de La Asamblea (El Sol, 4 de
agosto de 1931).
RESÚMENES
Bajo la denominación de republicanismo conservador, el artículo estudia la formación, evolución
y características de una rama del republicanismo español de los años treinta del siglo XX
integrada por tres partidos: el Republicano Liberal Demócrata, liderado por Melquíades Álvarez,
la Derecha Liberal Republicana, luego renombrada Partido Republicano Progresista, liderado,
directa o indirectamente por Niceto Alcalá-Zamora, y el Republicano Conservador, desgajado del
anterior en 1932 bajo la presidencia de Miguel Maura. Entendiendo a estos partidos como una
opción política concreta y coherente, definida por unos rasgos ideológicos, programáticos y
organizativos claros, el autor analiza las razones de su fracaso y el papel que éste desempeñó en
el destino final de la Segunda República española.
Under the denomination of conservative republicanism, this article aims to examine the
formation, evolution and main characteristics of a branch of the Spanish republicanism in the
thirties of the 20th century. The selected faction consisted of three parties: the Republican
Liberal Democrat Party, led by Melquíades Álvarez, the Liberal Republican Right, then renamed
Republican Progressive Party, led, directly or indirectly, by Niceto Alcalá-Zamora, and the
Conservative Republican Party, detached from the previous one in 1932, under the presidency of
Miguel Maura. Understanding these parties as concrete and coherent political choices defined by
clear ideological, organizational and programmatic features, the author analyzes the reasons for
their failure and the role they played in the evolution of the second Spanish Republic.
ÍNDICE
Keywords: Conservative Republicanism, Second Republic, Spain, 20th century
Palabras claves: republicanismo conservador, Segunda República española (1931-1936), España,
siglo XX
Mots-clés: républicanisme conservateur, Seconde République, Espagne, XXe siècle
AUTOR
LUIS E. ÍÑIGO FERNÁNDEZ
Consejería de Educación de la Comunidad de Madrid
I
1 En un trabajo de síntesis publicado a comienzos de los años noventa, Martin Blinkhorn
relataba los aspectos fundamentales de la evolución de los «conservadores» en la
España del primer tercio del siglo XX. Llegado el turno de la Segunda República, el
autor señalaba con acierto lo importante que era «enfatizar» el hecho de que la derecha
monárquica alfonsina no fue, durante los treinta, «un verdadero partido político» sino
un «grupo» de personas bien situadas en la escala social que «nunca» llegó a ser un
movimiento de masas. Renovación Española, como señalaría un carlista, fue «un alto
mando sin ejército». Quizá por eso, por su escasa capacidad de seducir y movilizar a las
masas, los alfonsinos se centraron en una estrategia propia de un grupo de presión
consciente de su debilidad, bien tratando de influir sobre las elites políticas o bien
dedicándose a la conspiración y la «desestabilización» de la República.
2 Para Blinkhorn, el «fracaso» de los monárquicos alfonsinos era «atribuible
directamente» al «éxito» de eso que suele llamarse «accidentalismo». Este principio
habría sido propuesto fundamentalmente por el sector de los Propagandistas y El
Debate y aprovechado, con éxito, por la organización de Acción Popular. Estos, sobre
todo después del fracaso de la Sanjurjada en agosto de 1932, impulsaron una línea de
acción conservadora basada en una combinación calculada de respeto a la legalidad
vigente y denuncia de algunos aspectos de la legislación y el marco constitucional. Así,
en marzo de 1933, con la fundación de la CEDA y la separación de caminos entre
cedistas y monárquicos de Renovación Española, surgió una derecha nueva, de hecho el
«partido político más grande» nunca visto antes en España, al menos por número de
afiliados1.
3 De acuerdo con Blinkhorn, bajo el liderazgo de Gil Robles la CEDA siguió una estrategia
orientada a lograr el poder dentro del régimen para luego transformarlo en un estado
corporativo, fijándose no tanto en el caso alemán como en el modelo de los social-
cristianos austriacos. Pero Blinkhorn, a diferencia de otras interpretaciones algo
frívolas sobre la naturaleza de la CEDA, puntualizaba con acierto que la base de la
derecha católica era una inspiración tradicionalista que les llevaba a desconfiar por
encima de todo del Estado moderno, fuera este inspirado por principios liberales,
socialistas o fascistas. Anhelaban un Estado vinculado a una visión de una armonía
social premoderna.
4 No todos los que han escrito sobre la CEDA compartirían un análisis como éste, en el
que el acento está puesto en la comprensión de los aspectos que diferenciaban a la
CEDA de otras derechas radicales y/o autoritarias, recordando que, dadas sus bases
ideológicas, la mayoría de los cedistas estaban poco predispuestos a abanderar opciones
fascistas o fascistizantes. Es evidente que esta forma de analizar a los cedistas no encaja
con la de todos aquellos que han asumido, como principio indiscutible que no necesita
ser refutado, que la CEDA era sólo una táctica de los conservadores autoritarios para
destruir la República y que su verdadero propósito se revelaba en las tramas
conspirativas y contrarrevolucionarias que buscaban dar el golpe de gracia a la
democracia republicana e imponer una vía española hacia el corporativismo fascista. 2
5 La historia del nacimiento de la CEDA y de los rasgos más sobresalientes de su evolución
a lo largo del período republicano es bien conocida. Sin embargo, durante décadas las
consideraciones de fondo sobre su papel y su relación con el régimen republicano no
han estado exentas de polémica. No es que haya habido un debate profuso, basado en
fuentes primarias. Al contrario, ha predominado un discurso ideológico en virtud del
cual la CEDA actuó como un caballo de Troya cuyo objetivo era destruir la democracia
republicana. En ese sentido, lejos de toda discusión desapasionada y argumentada sobre
el papel de la derecha católica, a menudo se ha desestimado y desacreditado cualquier
planteamiento que supusiera cuestionar ese modelo explicativo.
6 De este modo, durante mucho tiempo el análisis de la CEDA ha estado sometido a la
tensión provocada por la idea preconcebida de que aquella fue una opción táctica
legalista, pero con fines similares a los de los monárquicos autoritarios. A esto ha
contribuido, sin duda, la constante referencia a lo que por entonces estaba ocurriendo
en la República de Weimar, o al mismo caso austriaco, para certificar así ese peligro de
utilización fraudulenta de los mecanismos democráticos con el objetivo final de
destruir la democracia. Por otro lado, la ambivalencia del discurso de muchos cedistas,
el radicalismo verbal en algunos mítines y la famosa apelación al «Estado nuevo» han
fortalecido la imagen de una CEDA no ya antirrepublicana o corporativa, sino
autoritaria e incluso parafascista. A eso se ha sumado siempre la referencia a los
dislates de algunos sectores de las juventudes cedistas, especialmente en el duro
contexto de finales de 1935, tras la negativa de Alcalá Zamora a encargar la formación
de gobierno a la CEDA, aspecto éste que algunos autores han elevado a la categoría de
principio general.3
7 La CEDA no aceptó plenamente la Constitución republicana porque consideró que
lesionaba los derechos de los católicos y había sido diseñada para poner el Estado en
manos de las izquierdas, al servicio de su revolución. Sabemos que, desde un punto de
II
9 La revolución de Octubre fue un shock para las derechas. Contribuyó a degradar la
percepción sobre el adversario izquierdista y facilitó la explotación propagandística de
la violencia revolucionaria. Por un momento se dejaron a un lado diferencias de calado
entre los distintos grupos conservadores, compartiendo una imagen polarizada de la
política española en la que la defensa de los principios formaba parte de una lucha
existencial entre dos modelos de sociedad. Sin embargo, la hoja de ruta de la CEDA no
cambió drásticamente. Uno de los nuevos ministros cedistas insistió en que ellos
seguían «dispuestos a servir a la República» y creían que todos podían «resolver dentro
de la legalidad sus aspiraciones». Gil Robles fue tajante al sostener que su grupo
apoyaba al gobierno republicano de Lerroux e insistió en que la CEDA seguiría con la
misma línea de conducta: «jamás, ni antes ni ahora, nos hemos colocado ni hemos de
colocarnos en ningún terreno de violencia.» Y varias editoriales de El Debate ratificaron
la línea legalista.6
10 En los últimos meses de 1934 la CEDA no puso en marcha una acción para aprovechar la
situación posterior a Octubre y suspender la Constitución, como cabía haber esperado
de un partido que quisiera acabar con la democracia republicana –y como, de hecho,
pedía Calvo Sotelo–.7 Si las conversaciones en los círculos de los monárquicos alfonsinos
y carlistas estaban presididas por una creciente ansiedad sobre la posibilidad de dar un
golpe de gracia a la República aprovechando el contexto posrevolucionario, ese no fue
III
15 El contexto para la celebración de unas generales en febrero de 1936 no podía ser
menos propicio. El Debate explicó tras la constitución del nuevo gobierno que se había
levantado «una muralla» para impedir que la CEDA pudiera hacer desde el gobierno lo
que las urnas habían legitimado en noviembre de 1933.16 Ciertamente, para éstos el giro
inesperado de la situación política fue una noticia difícil de encajar, precisamente en el
momento en que más cerca estaba la posibilidad de cumplir con su compromiso
electoral y modificar la Constitución. Además, las heridas abiertas por lo de Octubre no
estaban cicatrizadas; y ahora tocaba hacer frente en las urnas a unos partidos que
habían prometido impedir a toda costa que la CEDA pudiera influir para cambiar el
rumbo de la República del 31. En esas circunstancias, ¿cómo convencer a un votante
conservador de que el posibilismo seguía teniendo sentido? ¿Cómo contrarrestar el
discurso radical de un Calvo Sotelo que aseguraba abiertamente que la conciliación
entre católicos y democracia republicana era inviable?
16 Los cedistas, además, estaban tan asustados como el resto de las derechas y el centro
republicano, los progresistas, los de la Lliga y los Liberal Demócratas, por la vuelta al
poder de quienes se habían salido de la ley en Octubre. Cabía esperar, por tanto, que el
partido de Gil Robles se lanzara de inmediato a tejer una coalición electoral con la
derecha monárquica para conseguir «todo el poder» en las elecciones y, ya sin la
servidumbre de los radicales, cambiar la República y «aplastar» la revolución. Eso
deseaban, desde luego, los extremistas monárquicos. La Nochebuena de 1935 el
editorial de ABC daba por hecha la «unión de derechas». Pero se trataba más de un acto
de fe y de una forma de presión, pues lo visto en los mítines durante el fin de semana
anterior apuntaba en una dirección bien distinta: la comunión de programas en las
derechas era casi una entelequia.
17 Ese fin de semana Calvo Sotelo había dicho que la revolución triunfaba en las alturas (se
refería al Presidente de la República) porque se había impedido que la CEDA formara
gobierno y se había permitido la vuelta a la legalidad de las organizaciones marxistas.
En lo primero coincidía, más o menos, con los cedistas. Pero no era así en aspectos más
importantes de cara a una alianza electoral y un programa conjunto de gobierno. El
líder monárquico no ahorraba críticas a la CEDA, como venía haciendo durante todo el
segundo bienio. Para él, si bien «todas las derechas esta[ban] de acuerdo en que [la
República] no ha[bía] implantado las esencias» que ellos personificaban, no podía
entender por qué «un sector de ellas s[eguía] en el régimen creyendo que podr[ía]
transformarlo desde dentro». Ellos, sentenciaba, «no compart[ían] esa ingenuidad»,
pues la «República no adoptará nunca formas moderadas». Es decir, los monárquicos no
esperaban que los «fundadores» de la República dejaran de considerarla «con sentido
patrimonialista». Aunque luego Calvo puntualizara que esa diferencia «no estorba[ba]
al frente antirrevolucionario», eso era una cuestión discutible. De hecho, él formulaba
unas exigencias que, como bien sabía, planteaban graves problemas a los cedistas: pedía
que ese frente lo integraran sólo cedistas, monárquicos e independientes; pero «Nada
de partido radical». Y además, confirmaba que ya no era posible hacer campaña para
revisar la Constitución; la de 1931 estaba «cancelada» y era necesaria una «nueva». 17
18 Calvo estaba decidido a tensar la cuerda. Así afrontó su relación con la CEDA y así
planteó su estrategia para el pacto electoral. Pero Gil Robles, que durante esos días y
hasta mediados de enero también criticó duramente a Alcalá Zamora, dejando incluso
que sus juventudes avivaran el fuego y pusieran sobre la mesa reivindicaciones
maximalistas, iba a jugar su propia partida. Hay varios aspectos de su discurso en esos
días que son muy significativos. Uno, en absoluto menor, es que para él el problema no
era tanto una «mala» Constitución como un mal funcionamiento del Parlamento. Su
afán no era suprimir la cámara sino disponer de una mayoría que hiciera gobernable el
país y permitiera evitar la intromisión del Presidente en el juego parlamentario. Y decía
confiar plenamente en las urnas para resolver ese problema, sin descartar además el
pacto con todos aquellos que estaban contra la revolución, incluidos los republicanos –
que, en definitiva, eran esenciales para lograr una mayoría parlamentaria que facilitara
gobiernos estables–.18
19 Los días posteriores a la Navidad y hasta la primera semana de enero fueron un
hervidero de rumores sobre si habría o no acuerdo entre la CEDA y los monárquicos.
Calvo siguió presionando a favor del frente derechista tal y como él lo había definido.
Pero esa presión pública reflejaba, en verdad, una cierta derrota en el terreno de las
conversaciones privadas. De hecho, el mismo 26 de diciembre se producía una
entrevista entre Maura y Gil Robles cuyo objetivo era extender el frente conservador, si
bien las diferencias entre ambos no eran menores. Parte de la prensa interpretaba que
Maura no estaba de acuerdo en la alianza con «algunos radicales» y había vetado la
unidad con los monárquicos. Por otro lado, estaba planteado el problema de la coalición
con los grupos que habían apoyado al gobierno Portela, a los que Gil Robles, en un
primer momento, había excluido de todo acuerdo. A su vez, en esos días se producían
otras reuniones, con Gil Robles como protagonista. En una de ellas, con Abilio Calderón,
se confirmaba el acuerdo con la derecha independiente.19
20 El 27, tras una nueva entrevista entre Gil Robles y Calvo Sotelo, todo eran rumores y,
pese a la impaciencia monárquica, no se confirmaba el frente antirrevolucionario. Es
más, la CEDA seguía jugando su partida, que nada tenía que ver con las pretensiones de
Calvo. Su secretario general, Geminiano Carrascal, la mano derecha de Gil Robles en
aquellas semanas de intensa negociación, daba a conocer una nota que dejaba muy
claros algunos aspectos, asegurando que en esos mismos términos se iba a pronunciar
el Consejo Nacional convocado para el día 30. La CEDA salía al paso de los rumores
asegurando que eran partidarios de «un amplísimo frente contrarrevolucionario» que
se amoldara «a las particularidades electorales de cada provincia.» Ese frente –por el
momento– era incompatible con el «pretendido partido de centro que quiere
improvisar el Sr. Portela» y, por tanto –y con esto metían presión, entre otros, a los
agrarios y los melquiadistas-, con los partidos que «coadyuven desde el Gobierno» a ese
propósito. Carrascal aseguraba, además, que, aun yendo sola, la CEDA tenía aseguradas
las mayorías en veinte provincias y las minorías en las restantes. Así pues, su
advertencia era implícita pero contundente: no cederían a presión alguna incluso a
riesgo de que no hubiera frente electoral conservador. La reunión del Consejo Nacional
de la CEDA confirmó esos términos, abriendo la puerta a pactos en las provincias con
los republicanos que quisieran combatir la revolución. Y para desesperación de los
monárquicos, hizo público un comunicado preciso en el que descartaba que el acuerdo
electoral fuera acompañado de «un compromiso para programas mínimos» o «un pacto
de carácter general para toda España». Es más, rechazaban tajantemente todo aquello
«que ligue a la Ceda con los partidos monárquicos una vez terminada la contienda de
las elecciones».20
21 No es extraño que durante las dos primeras semanas de enero los monárquicos
estuvieran cada vez más angustiados por algo que no podían reconocer en público pero
que era un secreto a voces: la CEDA no se plegaba a sus presiones para una alianza sin
los republicanos y no estaba por la labor de pactar nada que supusiera un compromiso
postelectoral. Es evidente que ambas cosas habrían supuesto una especie de haraquiri
de los posibilistas y una humillación ante las duras críticas que los monárquicos venían
dedicándoles desde mucho antes de octubre de 1934.
22 Significativamente, la prensa monárquica criticaba, un día sí y otro también, que el
pacto incluyera a aquellos que como el Partido Agrario «acaban de dar nueva prueba de
su versatilidad»; o a los que, como Maura, se asociaba con las trágicas jornadas de
anticlericalismo violento de mayo de 1931. Para ellos, además, el pacto debía ser un
«compromiso permanente».21 Pero a Gil Robles esa presión parecía importarle poco,
sumergido como estaba en negociaciones a varias bandas y empeñado en el
compromiso con sus antiguos socios de gobierno, los radicales. Poco antes de Reyes,
tras una larga conversación entre Gil Robles y Lerroux, el Comité Nacional del Partido
Radical ratificaba el acuerdo de «ir a la lucha electoral con partidos afines y
especialmente con la Ceda.» Es más, Gil Robles sabía no sólo que la unidad programática
que pedían los monárquicos implicaba una claudicación en toda regla, sino que
distintos sectores de la CEDA no veían con buenos ojos la unidad con aquéllos. Y no
eran sólo los próximos a Luis Lucia o Giménez Fernández. El sevillano Jesús Pabón atacó
por escrito a la minoría de Renovación Española. Y era lógico que así fuese cuando
durante muchos meses esa minoría, y especialmente los amigos de Calvo Sotelo, habían
hecho todo lo posible para impedir que la coalición radical-cedista siguiera en pie.
Además, pese a su propio lenguaje antimarxista, muchos cedistas no podían compartir
los exabruptos que se oían en las filas monárquicas, como cuando el día de Reyes el
marqués de la Eliseda insistió en que las «formas no son accidentales» y que era «más
fácil restaurar la Monarquía que cambiar la República»22.
23 Por el contrario, el discurso electoral cedista, aun siendo muy beligerante contra el
Presidente de la República, en lo demás se mantuvo dentro de los límites del
posibilismo de forma si cabe más clara que en 1933; ningún cedista pidió, de forma
autorizada, la destrucción de la República23. Y a diferencia de alfonsinos y carlistas, la
participación democrática era considerada como el mejor cortafuego de la revolución,
en tanto en cuanto permitiese un parlamento conservador gobernable. En un polémico
discurso dado en Vigo a comienzos de enero, Gil Robles atacó duramente a Alcalá
Zamora, pronunciando unas palabras que fueron censuradas, aunque se publicaron días
más tarde, una vez restablecidas las garantías. Dijo que no era demagogo «el jefe de un
partido que denuncia las infracciones de la Constitución» sino el «el jefe del Estado que
la infringe» y «el Gobierno que sanciona extralegalmente la actuación del jefe del
Estado.» Pero también repitió algo que marcaba una distancia capital –no una mera
diferencia táctica– con los monárquicos:
«Yo tengo respeto a los hombres que profesan noblemente una ideología, aunque
ésta sea distinta a la mía. A mí no me importa que en este lugar haya quien no
comulgue con mis ideas. Si hay alguien, yo trataré de convencerle, utilizando los
«palanca del socialismo», «la sociedad» necesita «apelar también a la fuerza» para una
«defensa eficaz»; luego, un «Estado fuerte» requiere de un «ejército poderoso» 28.
29 Nada de todo esto casaba con el discurso del líder cedista. Es significativo que ese
mismo día, en Córdoba, Gil Robles no dudase en contestar a una parte del público que
pronunció palabras contra el régimen justo en el momento en el que él estaba
criticando el comportamiento de Alcalá Zamora. «Seamos demócratas», dijo,
«enjuiciando bien sobre la democracia. Y no se nos diga que esto es atacar al régimen
(…) Se puede atacar al presidente de la República y salvar la Presidencia de la República
en el ataque. Eso es lo lógico, lo democrático, lo republicano y lo legal. Porque los vicios
de un hombre no pueden confundirse con los errores de un sistema. (Gran ovación)» Y
añadió algo que bien puede interpretarse como una respuesta a las continuas
apelaciones de Calvo Sotelo: «El ejército es un instrumento nacional al servicio de la
Patria, y no ha de estar, ni puede estar, ni debe estar, a la orden de ningún partido». 29
30 Pese a la presión monárquica, Gil Robles volvía a la carga en público y el día 13 advertía:
«Francamente. Creo que habrá unión contrarrevolucionaria... Ahora, sí no la hubiera la
Ceda no sería la que más perdería, porque creo que para sacar las minorías en toda
España, no tendríamos que hacer un gran esfuerzo. En este caso tendríamos seguros,
como punto de partida, ciento diecinueve diputados (...) De modo que si a alguien le
interesa que haya unión, debe ser a los otros partidos. Ellos verán si quieren luchar
solos contra los socialistas y disputarles las mayorías. Sí vamos unidos, las tendremos
en toda España. Si no, yo me llevo las minorías, y ellos verán lo que hacen.»
31 Nada podía exasperar más a quienes estaban a su derecha que el hecho de que la CEDA
insistiera en no acordar un pacto para terminar con la República después de las
elecciones, recalcando además que seguiría negociando con los republicanos. Es
evidente que, por otro lado, esas tensiones reflejaban un desacuerdo en cuanto al
reparto de puestos en las listas electorales. Por eso los cedistas no sólo no cedían sino
que amenazaban. Y los monárquicos ponían el grito en el cielo: la CEDA se «cree la
dueña absoluta del país y en condiciones de imponer exigencias (...) Lo que se pretende
es mermar, reducir hasta lo inverosímil, la representación monárquica, y con eso,
naturalmente, no podemos estar de acuerdo los que hemos sacrificado toda la vida a
una convicción, mucho menos aún, a sabiendas de que nuestro sacrificio sólo ha de
servir para acrecentar las posibilidades de consolidación de la República, como ha
ocurrido en los dos últimos años.»30
32 Así pues, en un momento muy delicado de las relaciones entre cedistas y monárquicos,
la segunda quincena de enero resultó decisiva para facilitar un acuerdo que,
finalmente, respondió básicamente a los planteamientos de los primeros. Fue posible
porque entre el 16 y el 24 se sucedieron tres hechos importantes. El primero y más
tangencial es que Gil Robles cortó en seco toda posible insubordinación en los japistas,
facilitando así la relación con sus aliados republicanos y las demandas de los sectores
socialcristianos de su propio partido. Por otra parte, ya no le interesaban las críticas
exacerbadas contra don Niceto. El día 18 ordenaba la retirada del número más reciente
del semanario J.A.P.31 Lo segundo es que, para colmo de los monárquicos, la CEDA se
estaba acercando a los portelistas, de tal forma que no sólo no habría bloque de
derechas antirrepublicanas sino que Gil Robles aceptaba alguna lista conjunta con
candidatos del gobierno allí donde la lucha triangular resultaba muy peligrosa 32. Y el
tercer aspecto, en absoluto menor, fue la ruptura entre Gil Robles y Calvo Sotelo, harto
el primero tanto de las salidas de tono de su interlocutor como de sus pretensiones de
hegemonizar las derechas. De hecho, si entre el 19 y el 23 se lograba por fin aclarar las
condiciones del acuerdo con los monárquicos, esto ocurría tras la sustitución de Calvo
Sotelo por Goicoechea en las negociaciones.33
33 Pero para llegar a ese acuerdo hubo primero que salvar el obstáculo principal, que no
era solamente una cuestión de reparto de puestos: los monárquicos querían un acuerdo
de programa, mientras que los republicanos radicales y conservadores presionaban a
Gil Robles en sentido contrario. Aceptaban estos últimos, después de muchas
negociaciones, que hubiera listas en las que la CEDA pactara con los monárquicos, pero
no cedían en ningún tipo de pretensión que pudiera ser interpretada como una victoria
del afán monárquico por convertir las próximas Cortes en el inicio de un período
constituyente y el principio del fin de la República. Hubo un momento, entre el 20 y el
22, en el que la negociación estuvo a punto de naufragar. De hecho, el titular de ABC el
día 21 era totalmente engañoso: «Ayer se concertó entre los jefes de la fuerzas de
derechas la unión contrarrevolucionaria».34 Se refería a un posible acuerdo cerrado por
Gil Robles con los monárquicos la tarde del 20 y que, al día siguiente, Calvo Sotelo
presentaría en público, en un discurso pronunciado en Cáceres, como algo cerrado 35.
Miguel Maura, muy inquieto por esos rumores y por las exigencias monárquicas, visitó
a Gil Robles, seguramente para escuchar de su boca que la Ceda no respaldaba todas las
peticiones de los monárquicos para el día después de las elecciones. Más tarde, tras una
reunión conjunta entre Alba, Maura, Cid y el líder cedista, los tres primeros publicaron
una nota la noche del lunes 20. Reconocían haber reiterado a Gil Robles su apoyo a «las
candidaturas de centro y derecha coaligadas» pero «sintiendo, ante todo, una
preocupación legítima por las instituciones republicanas y por la vida fecunda de las
próximas Cortes». Le habían pedido, así, que con la confección de candidaturas «no se
p[usiera] en riesgo el normal cumplimiento de aquellos dos postulados esenciales:
Defensa de la República y función útil del Parlamento.» 36
34 A la presión por la izquierda se sumó la del propio partido de Gil Robles. Al parecer, el
día 22 Luis Lucia le pidió que no firmara ningún pacto con los monárquicos; según
algunos medios, llegó incluso a amenazar con la escisión. De cualquier forma, el líder de
la Derecha Regional Valenciana reconoció ante la prensa su «asombro» ante las
manifestaciones hechas por Calvo Sotelo en Cáceres –en las que éste anunció un pacto
programático con la CEDA que incluía las exigencias maximalistas de los monárquicos–
y tuvo palabras contundentes en cuanto a la naturaleza de la CEDA: «se es un grupo
gubernamental o no se es. El que no lo sea puede decir lo que le dé la gana; pero el que
sea gubernamental tiene que atenerse a los medios legales para conseguir sus fines.»
Además, dijo estar autorizado por Gil Robles para desmentir rotundamente que las
palabras de Calvo Sotelo contaran con el beneplácito de aquél. Se habría podido firmar
un manifiesto electoral con las derechas, reconoció, pero ahora, tras las palabras de
Calvo, quedaba descartado37.
35 La constitución del frente electoral antirrevolucionario pasó ayer por un momento
delicado, aseguraba Ahora en su edición del día 23. Y así había sido. Según algunos, la
posibilidad de una coalición monárquico-cedista se había evitado gracias a la amenaza
de los partidos republicanos de acercarse al gobierno y pactar con Portela. 38 Pero lo
cierto era, primero, que los planteamientos hechos públicos por Calvo Sotelo no
respondían a un pacto previo con Gil Robles que significara la firma de un acuerdo
postelectoral y la demanda expresa de la reforma «total» de la Constitución, aunque
parece que el líder cedista sí podría haber aceptado, como dijo Lucia, algún tipo de
manifiesto conjunto, aunque redactado por los cedistas y los radicales. 39 Por otra parte,
las exigencias de número de puestos en las candidaturas que llegaron a realizar los
monárquicos, de hasta 68, eran a todas luces inasumibles para los cedistas y no se
correspondían con la escasa presencia y organización de Renovación Española en
muchas provincias.
36 No ya la prensa cercana a la CEDA, como El Debate o Ya, sino otros medios de alcance
nacional interpretaron que, una vez desplazado Calvo Sotelo y descartado cualquier
acuerdo programático con los monárquicos, Gil Robles había dado un paso más en el
sentido de robustecer la opción legalista. El Sol, un medio en absoluto sospechoso de
antirrepublicanismo, venía asegurando desde días antes que Gil Robles «está resuelto a
gobernar con la República y no quiere que nada estorbe esta aspiración de su partido.»
Y La Vanguardia del día 23 consideraba «innegable que con su actitud de hoy el señor
Gil Robles fortalece su posición política dentro de la República» 40.
IV
37 Lo cierto es que después de esas tensas jornadas, Alba, que era la voz cantante de los
radicales en la negociación electoral con la CEDA, podía declarar que estaba satisfecho
con las explicaciones y la actuación de Gil Robles. «El pacto está desde hoy más firme, y
a él vamos con más entusiasmo que nunca (…) El señor Gil Robles ha aceptado las
reflexiones que hacíamos en nuestra nota para procurar a todo trance la consolidación
de la República y que el nuevo Parlamento realice una labor útil para la República.» Y
Maura, siempre dado a un cierto sensacionalismo, aseguraba: «Yo, que asistía a esta
reunión como republicano (…) he salido satisfecho y más entusiasta del bloque electoral
que nunca. He visto en el señor Gil Robles (…) un gran sentido de cordialidad, y sobre
todo, un marcado espíritu liberal. Estoy, por tanto, sumamente satisfecho, pues se ha
reconocido por todos que hay que impedir a todo trance que se malogre esta coalición y
hay que alcanzar la mayoría republicana de centro-derecha que sea instrumento de
Gobierno después del triunfo electoral».41
38 Ciertamente, en esto último residía uno de los puntos clave. La CEDA mantendría sus
conversaciones con los monárquicos, pues lo contrario podía suponer perder escaños
en algunas provincias. Pero no aceptaba las peticiones de los monárquicos de
involucrarse en un pacto postelectoral con ellos. Y esta era una cuestión central, pues
significaba que el partido de Gil Robles, al que muchos medios, a diestra y siniestra,
auguraban el grupo mayoritario en las próximas Cortes, rechazaba hacer campaña
contra la República y postular la revisión total de la Constitución. Para la CEDA lo
fundamental era orientar las alianzas y el discurso de tal forma que se pudiera
conseguir después de las elecciones una mayoría de gobierno que incluyera al centro-
derecha republicano y que hiciera, ante todo, gobernable el parlamento.
39 De ahí que a partir de ese momento y hasta el 16 de febrero, además de moderar algo
sus ataques a Alcalá Zamora, Gil Robles no dejara de insistir en que la «alianza
contrarrevolucionaria» era algo «amplísimo» que empezaba allí donde «acaba[ba]n los
contubernios revolucionarios». Como aseguró en un importante y multitudinario mitin
en Toledo, celebrado poco después de la ruptura con Calvo Sotelo, si él estaba dispuesto
a pactar con los monárquicos, pese a los «extremos» que aquellos habían usado contra
los cedistas, por qué no iba a pactar con el centro y la derecha republicanos, que sin
embargo habían sido sus aliados de gobierno. Dicho con el lenguaje apocalíptico y
frentista del momento: «Yo no pregunto a nadie de dónde viene cuando viene a luchar
por España y por nuestra civilización». Por lo tanto, la gente del Bloque Nacional debía
tener algo claro, a juzgar por la cantidad de veces que lo repetían los cedistas en sus
mítines: «Nosotros mantenemos nuestra posición y nuestra táctica, porque entendemos
que hay que mirar no al momento inmediato, sino a un momento un poco más lejano».
42
40 Pero no sólo era eso. También se trataba, como advirtió El Debate tras ese importante
mitin de Gil Robles, de establecer una línea divisoria con su extrema derecha. Y para
eso había que reiterar que no se luchaba en las urnas contra la legalidad sino en su
defensa. «La victoria de los comicios, que será plenamente legal, que en modo alguno
puede significar un átomo de de imposición y de violencia, nada valdría si no la
consolidaran en sus efectos las mismas vías de la legalidad.» 43 Y esta no era una
cuestión baladí, pues Calvo Sotelo y otros monárquicos andaban haciendo una campaña
en la que se justificaba el derecho de rebeldía de los católicos contra el régimen en la
medida en que consideraban conculcada la legalidad. Ellos, como volvió a repetir Calvo
Sotelo en esos días, tenían claro que: «La República será (siempre) lo que es ahora: un
pretexto para la revolución».44
41 Es decir, que los monárquicos, como reconocía La Nación tras el jarro de agua fría que
había supuesto la ratificación del acuerdo cedista-republicano, si bien admitían –con
resignación evidente– que «en las circunstancias actuales es necesario llegar a
inteligencias con los menos peligrosos», querían –en directa alusión a los cedistas–
«proclamar también a voces que no se puede ser monárquico de corazón y republicano
de conducta, sino que todos los que se llamen republicanos no son nuestros afines, y
que todos los que piensen en monárquico y actúan en republicano (…) ocasionan
también un enorme estrago al interés supremo de la Patria.» 45
42 Pero la presión no hizo mella en el cedismo. Es más, según se entró en la primera
semana de febrero Gil Robles decidió, finalmente, desdecirse de sus propias palabras y
aceptar acuerdos puntuales en algunas provincias con candidatos portelistas. Entre el 6
y el 9 de febrero concedió dos o tres entrevistas importantes en las que ratificó su idea
de alianzas «variadísimas». Lo fundamental no era el dilema monarquía o república
sino «derrotar en las urnas a las izquierdas». Y hacerlo dejando claro que
«esas alianzas no prejuzgan nuestra actitud en orden a los problemas de la política
futura. A ella iremos cada uno de nosotros con nuestro programa, nuestra táctica y
nuestro criterio (...) De igual modo que nosotros no hipotecamos nuestro criterio,
no queremos tampoco que lo hipotequen los demás».46
43 Con el típico pragmatismo y esa ambigüedad calculada que había caracterizado buena
parte de su trayectoria anterior, Gil Robles marcaba distancias con unos monárquicos
cada vez más enojados, no ya por los acuerdos con los republicanos sino por el empeño
de la CEDA en no variar sus objetivos postelectorales. El líder cedista reconocía, y esto
abiertamente, que no le preocupaba tanto la reforma de la Constitución como impedir
que las futuras Cortes fueran ingobernables: «España no puede aguantar por más
tiempo unas Cortes estériles». Por lo tanto, lo fundamental era, entonces, que el
gobierno no se empeñara en promocionar candidatos que dificultaran la formación de
una mayoría de centro-derecha después de las elecciones. Lo de la Constitución estaba
bien, incluso, como le dijo a un periodista de El Sol, era «esencial». Pero antes de eso
había que lograr un «estado espiritual de España, cuya preparación puede exigir
V
45 Para el conjunto de las derechas, y los cedistas no eran menos, aquella consulta
electoral era vista como «la batalla definitiva a la revolución». Lo que se iba a «ventilar»
era «si España [iba] a vivir un período revolucionario permanente, o si vencida
totalmente y para siempre la subversión, podr[ía] comenzar una época de auténtica
construcción nacional».49 Y si de lucha para salvar a España se trataba, no resulta
extraño que también el lenguaje de campaña de los cedistas, pese a las diferencias
evidentes que los separaban de la derecha monárquica, alcanzara límites difícilmente
soportables en un sistema de pluralismo democrático. Es conocido que la CEDA no era
una excepción en cuanto al peso del tradicionalismo católico y antiliberal que campaba
a sus anchas por las derechas españolas de los treinta. Además, Gil Robles inició la
campaña profundamente disgustado con el modo en que se había cerrado la anterior
legislatura; la experiencia de la últimas Cortes le había ratificado en que el
parlamentarismo, si no iba acompañado de mayorías estables, imposibilitaba el
gobierno del país. Por eso, dentro de la tónica general del lenguaje antimarxista, llegó a
hablar de «aplastar» a los adversarios que defendieran ideas «ilícitas», como las de la
lucha de clases.50 También los cedistas, a veces, calificaron a sus adversarios de
«traidores», «renegados», o «aliados de pistoleros», como señaló Tusell. 51 Con todo,
aunque el discurso cedista se viera contagiado por la dura controversia que mantenían
los oradores de derechas con sus rivales del Frente Popular, es una burda simplificación
quedarse en ese nivel para el análisis; por no hablar de lo poco honesto que resulta citar
sólo fragmentos de los discursos de Gil Robles –como el mencionado más arriba en el
que usó el término «aplastar»- previa manipulación y recorte.
46 En 1936 no hubo, a diferencia de 1933, una coalición nacional con los monárquicos, pese
a que estos la pidieron a gritos durante la segunda quincena de diciembre. Como ya
señalara Tusell, no hubo ningún comité coordinador de una candidatura única de
derechas. De hecho, la CEDA acordó alianzas electorales muy variadas, que incluyeron
finalmente a distintos republicanos radicales, conservadores, independientes y
agrarios. No se pactó un programa con los monárquicos no ya porque eso hubiera
impedido el acuerdo con los republicanos, sino también porque las exigencias de los
primeros pasaban por abandonar el posibilismo. En la línea abierta por Tusell, se ha
venido sosteniendo que si Gil Robles no aceptó el acuerdo programático propuesto por
Calvo Sotelo no fue porque él y una parte de la CEDA no estuvieran de acuerdo en, por
ejemplo, la revisión de la Constitución y la destitución de Alcalá Zamora, sino porque el
sector de Lucia y Giménez Fernández amenazó con romper la disciplina. Es casi seguro
que el líder de la DRV mostró a Gil Robles su desacuerdo con un pacto de esas
características, pero también lo es que la evolución de las conversaciones privadas y el
discurso público sostenido por la cúpula gilroblista desde finales de diciembre indican
que era una pura fantasía monárquica esperar que la CEDA firmara un acuerdo con
ellos que implicase el reconocimiento público de la defunción del posibilismo y nada
menos que la formación de un «gobierno provisional» con un general, posiblemente
Sanjurjo, presidiendo el régimen. Y es inverosímil sostener, además, que sólo por la
intervención de Lucia la CEDA no terminó en manos de los monárquicos. Como dijo
Tusell, podía haber acuerdo entre Gil Robles y Calvo Sotelo en promover la destitución
del Presidente; ahora bien, eso, a diferencia de lo que señaló este mismo autor, no era
una declaración de antirrepublicanismo sino una medida que se podía promover dentro
de las previsiones de la propia Constitución. Un detenido análisis de todas las fuentes
periodísticas disponibles, y no sólo de las memorias de algunos protagonistas, apunta a
que Gil Robles no se apartó sustancialmente de la verdad en sus Memorias cuando dijo
que había varios puntos del programa propuesto por los monárquicos que eran
inasumibles para la CEDA, con independencia de la presión o no de su sector
socialcristiano. Y eso tanto porque era necesario pactar con los republicanos y algunos
portelistas para tener buenos resultados, como porque, tal y como se ha mostrado en
este artículo, Gil Robles mantuvo un criterio pragmático, pero más o menos coherente,
durante todas esas semanas, un criterio que suponía una diferencia sustantiva con los
monárquicos y una firme defensa de los postulados posibilistas. En ese sentido, por
tanto, no parece haber razones bien fundadas para sostener tajantemente la idea de
que Gil Robles mantuvo inicialmente una posición «dubitativa» ante las propuestas de
Calvo Sotelo y sólo la presión de Lucia y los republicanos conservadores «hizo que el
plan acabara abortando».52
47 La campaña del Bloque Nacional no fue solamente antimarxista, sino «antirrepublicana
y antidemocrática».53 Mientras que la CEDA, a pesar del radicalismo inicial de sus
juventudes y los famosos gritos de «¡Jefe!, ¡Jefe!», concentró su discurso en, primero,
atacar al Presidente de la República en términos que pudieron resultar groseros y,
segundo, el miedo a la revolución; además, buena parte de sus mítines se dedicaron a
defender la gestión realizada en el segundo bienio, sin arrepentirse, sino todo lo
contrario, de la colaboración con los republicanos radicales. Las diferencias de fondo
entre el discurso cedista y el monárquico fueron más que notables, tanto en las palabras
de los líderes nacionales como en el ámbito de las campañas locales. 54 No es que algunos
cedistas no compartieran aspectos doctrinales con los monárquicos y un mismo afán
antimarxista; también ellos estaban fuertemente mediatizados por el miedo a que los
protagonistas de Octubre recuperaran el poder y cumplieran con las promesas que
hacían en campaña. Y lo que sí hubo en la campaña cedista, una vez que las alianzas se
fragmentaron y hubo que convivir con compañeros tan diferentes, fue una cierta
inconcreción de las propuestas para el día después de las elecciones –algo, por lo
demás, propio de un catch-all party como ya era la derecha gilroblista–. En cualquier
caso, como revela el devenir de las negociaciones que se han relatado más arriba, hubo
algo más que una diferencia táctica entre la CEDA y los partidos antirrepublicanos de la
derecha radical. Ni siquiera el hecho de que la CEDA hubiera sufrido la muerte de no
menos de dos decenas de japistas en los años previos y que durante la campaña
recogiera no menos de 4 muertos y 7 heridos graves más, además de ver cómo la mitad
de todos los mítines reventados en esos días eran suyos, llevó a Gil Robles a posiciones
parecidas, en cuanto a la apología de la violencia, a las de otros líderes políticos de la
derecha monárquica o la izquierda revolucionaria.55 Y ésta no es, obviamente, una
cuestión menor.
NOTAS
1. M. BLINKHORN, “Conservatism, Traditionalism and fascism in Spain, 1898-1937”, en Blinkhorn, M
(ed.), Fascists and Conservatives. The radical right and the establishment in twentieth-century Europe,
Londres, Routledge, 2005, pp. 127-131.
2. El trabajo de referencia ha sido el J.R. MONTERO, La CEDA. El catolicismo social y político en la Segunda
República, Madrid, Ediciones de la Revista de Trabajo, 1977.
3. Un ejemplo reciente de cómo forzar una interpretación de la CEDA a la luz de ciertos aspectos
de las juventudes de AP, en S. LOWE, Catholicism, War and the Foundation of Francoism. The Juventud de
Acción Popular in Spain, 1931-1939, Brighton, Sussex Academic Press, 2010.
4. No hago esta valoración a la ligera. Es fruto de mi exhaustivo estudio sobre la CEDA, la
violencia y la intransigencia política, publicado en:“La CEDA y la democracia republicana”, en F. DEL
REY, (ed.): Palabras como puños. La intransigencia política en la Segunda República española, Madrid,
Tecnos, 2011, pp. 397-409. También M. ÁLVAREZ TARDÍO, “Politics, Violence and Electoral Democracy
in Spain: the case of the CEDA, 1933-1934”, Bulletin for Spanish and Portuguese Historical Studies, nº
35 (1), 2011.
5. N. ALCALÁ-ZAMORA, Memorias (Segundo texto de mis memorias), Barcelona, Planeta, 1977, pp.
341-343.
6. J. TUSELL, Historia de la Democracia Cristiana en España, Sarpe, Madrid, 1986, vol. I, pp. 240-243. J.M.
GIL ROBLES, Discursos parlamentarios , Madrid, Taurus, 1971, p. 303. Y El Debate, 18-11, 15 y
18-12-1934.
7. Es muy significativa la polémica entre los firmantes del manifiesto fundacional del Bloque
Nacional y Gil Robles a finales de 1934. En La Nación, 26-12-1934 y ABC, 27-12-34. Cit. en S. GALINDO
HERRERO, Los partidos monárquicos bajo la Segunda República, Madrid, Rialp, 1956, p. 259. La evolución
de las derechas autoritarias, en J. GIL PECHARROMÁN, Conservadores subversivos. La derecha autoritaria
alfonsina, 1913-1936, Madrid, Eudema, 1994.
8. Son muy esclarecedoras las palabras que escribió Fal Conde a Sanjurjo a finales de 1934,
refiriéndose a los cedistas no como aliados, sino todo lo contrario: “Es que vamos como los
cangrejos o que los cangrejos del cedismo pueden más que los corceles de la reacción y nos hacen
retroceder terreno. Y eso, que no dejamos de empujar, porque si paráramos, hace tiempo que
nuestros antiguos aliados, nos habían [habrían] consolidado y echado raíces en la Niñita.” Carta
fechada el 30-12-1934, en Archivo Privado Sanjurjo (s/c). Un estudio fundamental de la reacción
de ese complejo mundo del conservadurismo autoritario después de octubre de 1934, en F. DEL REY,
“Percepciones contrarrevolucionarias. Octubre de 1934 en el epistolario del general Sanjurjo”
(en prensa).
9. DSC, n. 115, 5-11-1934, p. 4505.
10. ABC, 5 y 6-12-1935.
unanimidad; los dos segundos, rechazados por el Sr. Gil Robles”. El Sol, 22-1-1936. En sus
memorias Gil Robles confirma que habría aceptado el primero, pero discrepando “de la
formulación y el planteamiento”. No fue posible…, p. 410. El ejemplar de Ahora (22-1) dice, sin
embargo, que Gil Robles habría llegado a un “completo acuerdo” con los monárquicos, incluido el
manifiesto. Pero Martínez de Velasco, en El Heraldo de Madrid (22-1) desmintió que se hubiera
pactado nada de lo que se rumoreaba.
36. Ahora, 21-1-1936; El Sol, 21-1-1936; La Vanguardia, 21-1-1936; El Heraldo de Madrid, 21-1-1936.
37. El Sol, 22 y 23-1-1936 En la versión de El Heraldo de Madrid, 22 y 23-1-1936, se daba a entender
que las palabras de Calvo Sotelo pidiendo unas cortes constituyentes habrían sido fruto de un
acuerdo en una reunión previa con Gil Robles en la casa del marqués de la Vega de Anzó. Y
también se indicaba que una gestión de Lucia con Maura había sido clave para convencer a los
republicanos de que la CEDA no cedería a las pretensiones monárquicas. En su Memorias, Gil
Robles califica estas versiones de “falsedades” de los “periódicos de izquierdas” y señala que las
gestiones y declaraciones de Lucia se hicieron con su conformidad y dirección previa. No fue
posible…, p. 411. Javier Tusell, sin embargo, hizo una interpretación contraria a lo sostenido por
Gil Robles; un comentario crítico sobre esto puede verse al final de este artículo.
38. “Nota política” de La Vanguardia, 23-1-1936.
39. Ahora, 23-1-1936, que da por seguro que se “había aprobado (…) la redacción de un manifiesto
electoral en la pasada reunión del señor Gil Robles con los representantes monárquicos;
documento al que no concedía el jefe de la CEDA la trascendencia que le han atribuido los
partidos republicanos”. En declaraciones recogidas por El Debate, 23-1-1936, Calvo aseguraba
haber hablado de manifiesto porque “el lunes pasado se acordó que a la noche siguiente se
reunirían los señores Goicoechea y Gil Robles para firmar[lo]”.
40. El Sol, 19-1-1936. “Nota política” de La Vanguardia, 23-1-1936.
41. Ahora, 23-1-1936. El Heraldo de Madrid, 23-1-1936.
42. Todo del mitin en Toledo, en ABC, 24-1-1936, pp. 17-21.
43. El Debate, 24-1-1936.
44. Ahora, 24-1-1936 y La Vanguardia, 23-1-1936.
45. La Nación, 4-2-1936.
46. Declaraciones de Gil Robles al diario Ya (6-2) transcritas por Ahora, 6-2-1936.
47. El Sol, 9-2-1936.
48. Mitin de Gil Robles en Sevilla, El Debate, 12-2-1936.
49. Entrevista a Gil Robles, en Ahora, 6-2-1936 y El Debate, 6-2-1936.
50. Mitin del 9 de febrero, en El Debate, 11-2-1936 y Ahora, 11-2-1936.
51. TUSELL, Historia de la…, vol. I, p. 216.
52. GIL ROBLES, No fue posible…, p. 410-411. Dubitativo, en J. TUSELL, Las elecciones del Frente Popular,
Madrid, Cuadernos para el Diálogo, vol. I, p. 193. La versión de Vicente Comes, biógrafo de Lucia,
en un libro por lo demás notable, está basada en el relato de la prensa de izquierdas, tanto La Voz
como El Heraldo de Madrid; por lo tanto, en la línea de Tusell, muy crítica con lo señalado por Gil
Robles en sus memorias y haciendo de Lucia un personaje decisivo para centrar a la CEDA. En el
filo de la navaja. Biografía política de Luis Lucia Lucia (1888-1943), Madrid, Biblioteca Nueva, 2002, p.
329.
53. ROBINSON, Los orígenes…, p. 411.
54. Las diferencias entre la campaña de la derecha monárquica y la de los cedistas son también
significativas en el ámbito regional. Véase J.M. MACARRO, Socialismo, República y revolución en
Andalucía (1931-1936), Universidad de Sevilla, 2000, pp. 396-397; J. SANZ HOYA, De la Restauración a la
reacción. Las derechas frente a la Segunda República (Cantabria, 1931-1936), Universidad de Cantabria,
Santander, 2006, p. 239; TUSELL, Las elecciones…, vol. I, pp. 226-277.
55. Datos de violencia electoral, en M. ÁLVAREZ TARDÍO, “The Impact of Political Violence During the
Spanish General Election of 1936”, Journal of Contemporary History, 2012 (en prensa). Las cifra de
dos decenas, en S.G. PAYNE, El colapso de la República, Madrid, Esfera de los Libros, 2005, p. 271.
RESÚMENES
Este artículo estudia la posición adoptada por la derecha católica posibilista en las elecciones
generales celebradas en España a comienzos de 1936. No es un estudio de propaganda y discurso
ideológico sino de acción y estrategia electoral. El propósito del artículo es investigar cómo y en
qué condiciones decidió la CEDA una estrategia para esas elecciones. Para llevar a cabo esa tarea
se ha rastreado con cuidado la información aparecida en prensa, contrastando esta información
con otras fuentes. Los resultados de esta investigación muestran que la CEDA no tuvo una postura
claramente definida desde el principio a favor de pactar con la derecha monárquica y compartir
un programa inequívocamente antirrepublicano. Su estrategia fue más matizada y compleja de lo
que hasta ahora se había sostenido.
Cet article examine la position de la droite catholique espagnole lors de l’élection générale de
1936. Ce n’est pas une recherche de discours de propagande et idéologique, mais d’action et de
stratégie électorale. L’objectif de ce papier est d’étudier comment et dans quelles conditions la
CEDA a décidé d’une stratégie pour ces élections nationales. Les rapports de presse ont été
soigneusement étudiés pour mener à bien cette tâche, et cette information a également été
contrastée avec d’autres sources. Les résultats de cette recherche montrent que la CEDA n’eut pas
une position clairement définie dès le départ en faveur de l’accord avec la droite monarchiste, et
de partager sans équivoque un eagenda antirépublicaine. Sa stratégie fut plus nuancée et plus
complexe que ce qui a été expliqué jusqu’à présent.
This article examines the position of the Spanish Catholic right in the general election of 1936. It
is not a research of propaganda and ideological speech but of action and electoral strategy. This
paper’s aim is to investigate how and under what conditions the CEDA party decided a strategy
for these national elections. Press reports have been carefully investigated to carry out this task;
and this information has also been contrasted with other sources. The paper reveals the CEDA did
not have -at the beginning of the process- a clearly defined position to reach a national
agreement with the monarchist right; they did not share a clearly anti-republican agenda. Its
strategy was more nuanced and complex than has so far been explained.
ÍNDICE
Mots-clés: droite, partis, Espagne, XXe siècle, catholicisme, Seconde République
Keywords: right, parties, Spain, 20th century, Catholicism, Second Republic
Palabras claves: derecha, partidos, España, siglo XX, catolicismo, Segunda República española
(1931-1936)
AUTOR
MANUEL ÁLVAREZ TARDÍO
Universidad Rey Juan Carlos
Conatos y tanteos
3 Las primeras iniciativas pre-fascistas, correspondientes a lo que se conoce
genéricamente como derecha radical, respondieron a una reacción defensiva de la masa
social conservadora –las “gentes de orden”- ante los ecos de la Revolución Rusa y el
caos causado en Europa por el final de la Gran Guerra. Y, sobre todo, ante la presión
ejercida por la izquierda obrera española a través de las movilizaciones de lo que se
conoció como el Trienio Bolchevique, que tuvo su primera y más seria manifestación en
la "huelga general revolucionaria" de 1917. Fue en este contexto en el que las ligas
ciudadanas, o uniones cívicas, arraigadas especialmente entre los sectores más
conservadores y nacionalistas de la clase media urbana, vislumbraron en el fascismo
una metodología de acción y una racionalización doctrinal contrarrevolucionarias que
iban más allá de las meras actitudes defensivas2. Tal fue el caso de la Liga Patriótica
Española, creada en Barcelona al calor del crecimiento de la presión catalanista en
1918-1919, y dirigida por el carlista Ramón Sales, líder de los Sindicatos Libres. En
paralelo con los Libres, la Liga se implicó en las luchas sociales a partir de la dura
huelga de La Canadiense (febrero-abril de 1919). Y por entonces comenzó, también en
Cataluña, a intervenir en los conflictos sociales el Somatén, una milicia local con tareas
de auxilio a las fuerzas policiales en defensa del orden y de la propiedad, pero que a raíz
de la huelga de La Canadiense asumió un componente político que implicaba un abierto
rechazo al sistema constitucional, al que los somatenistas acusaban de debilidad
intrínseca frente a las fuerzas revolucionarias del obrerismo.
4 También contribuyeron a crear suelo para un futuro fascismo algunas iniciativas
similares en Madrid y otras ciudades, donde las Juventudes Mauristas llevaban años
preparando la movilización callejera de la derecha radical. Surgieron ligas como
Defensa Ciudadana y Unión Ciudadana, dispuestas a respaldar con la violencia el
mantenimiento del orden público y a profundizar en la radicalización política de la
derecha conservadora3. No eran iniciativas relacionadas directamente con el fascismo,
por el que mostraban simpatías pero también un conocimiento muy superficial, sino
más bien con el nacionalismo radical y el antiliberalismo de la konservative revolution.
Contribuyeron a dotar al régimen dictatorial surgido del golpe de Estado militar de
1923, de justificaciones autoritarias y le aportaron cierta base social de activismo
militante.
5 Hubo, sin embargo, dos conatos de partido que buscaban abiertamente identificarse
con el fascismo. El impulsor del primero representó luego un papel de cierta
importancia en la concreción de la opción fascista durante la República. El periodista
canario Manuel Delgado Barrero, diputado y director del diario maurista madrileño La
Acción, intuyó enseguida que la vía mussoliniana de conquista del Poder era factible en
España si se forzaban algo las condiciones políticas para atraer a un amplio sector de las
gentes de orden a “la senda de un fascismo español”. A finales de 1922, mientras desde
su periódico se realizaban abiertas llamadas al golpe de Estado, animando a ello incluso
al rey, Delgado sacó a la calle una revista, La Camisa Negra, que sufragaban algunos
empresarios vinculados al maurismo y que nacía con el propósito de facilitar la
aparición de “un Mussolini español”. La meta debía ser la creación de una organización
política militarizada, la Legión Nacional, directamente inspirada en los fasci di
combattimento, a la que se convocaría a los excombatientes de la guerra de Marruecos,
descontentos con el sesgo político del conflicto y con su situación personal 4. El intento
no llegó a ninguna parte.
6 La segunda iniciativa tuvo lugar en Barcelona donde, en marzo de 1923, se dio a conocer
un grupo denominado La Traza, de carácter básicamente anticatalanista y encuadrado
por oficiales de la guarnición militar. La Traza, que no habría pasado de tres centenares
de miembros, apelaba a las masas para luchar contra el sistema parlamentario
utilizando un modelo organizativo paramilitar y un lenguaje adaptados del fascismo
italiano. Pero no parece que la visión doctrinal de los “camisas azules” trazistas fuese
más allá del regeneracionismo autoritario que compartían con los generales golpistas
de septiembre de 19235.
7 El establecimiento de la dictadura de Primo de Rivera representaba, en cierto modo, el
triunfo de esta línea de derecha radical filo-fascista. Pero, como se demostraría
reiteradamente a escala europea en el período de entreguerras, la existencia de un
régimen autoritario de regeneracionismo conservador no era el medio adecuado para el
crecimiento del fascismo, que precisaba de la amenaza revolucionaria de la izquierda
obrera y de un sistema democrático liberal, garantista y "decadente", para consolidarse
como alternativa totalitaria.
8 Durante los primeros meses de la Dictadura se desató una carrera entre las diversas
opciones de la derecha anti-liberal -conservadurismo autoritario, catolicismo social,
tradicionalismo- por aportar componentes doctrinales y estructuras de militancia
política a la nueva situación. En tales condiciones, los pre-fascistas tenían pocas
opciones. El grupo de La Traza se unió a un sector radicalizado del Somatén en una
Federación Cívico-Somatenista que buscaba asumir un papel de organización oficialista
amparada por el Directorio. Pero la creación del Somatén Nacional, institucionalizado y
puesto bajo control militar a los cuatro días del golpe de Estado, redujo su función a un
activismo local en paralelo con otros grupúsculos de derecha radical, como la Peña
Ibérica o el Grupo Alfonso. La Traza desapareció formalmente en 1926.
9 La Unión Patriótica Española (UPE), la organización de masas que Primo de Rivera
asumió como base de apoyo popular a su régimen y “madre” de un nuevo sistema de
partidos en un futuro de política regenerada, recogía las diversas tradiciones de la
Derecha española6. De hecho, el partido había sido creado, pocas semanas después del
golpe de Estado, como Unión Patriótica Castellana, por Ángel Herrera Oria, presidente
de la Asociación Católica Nacional de Propagandistas (ACNP) e impulsor de un
“catolicismo social” antiliberal y propugnador de un Estado confesional y corporativo
de índole tradicional. Esta Unión Patriótica, ofrecida a Primo de Rivera como
alternativa política al somatenismo y oficializada como partido del régimen, se
convirtió en una poco operativa plataforma de masas, con cerca de un millón de
adherentes, atraídos por su carácter oficialista y la promesa de promoción personal que
ofrecía su proximidad al Poder. Respondía la UPE al modelo de partidos “privilegiados”
que, como el polaco Bloque No Partidista de Colaboración con el Gobierno, el Frente
Patriótico austríaco, o el rumano Frente del Renacimiento Nacional, buscaban integrar
al conjunto de fuerzas “nacionales” en una organización al servicio del orden
conservador que amparaban sus dictaduras. Por lo tanto, la vinculación doctrinal de la
UPE con el fascismo era prácticamente nula, entre otras cosas porque en la Unión
predominaba la “mentalidad” sobre la “ideología”7, más bien confusa esta, aunque no
cabe duda sobre la abierta simpatía de una parte de su militancia hacia el régimen
italiano.
10 En este contexto, la coyuntural aproximación diplomática a Italia, el modelo de Estado
corporativo diseñado en la nonata Constitución de 1929, o los proyectos de
organización corporativa del ministro de Trabajo, Eduardo Aunós, que viajó a Italia
para estudiar el modelo laboral fascista, podían responder a una genérica simpatía por
el sistema dictatorial impulsado por Mussolini, pero no implicaban identificación con
sus parámetros totalitarios y se atenían más bien a las esencias del catolicismo social de
raíz tradicionalista. Y esto era especialmente claro en el caso de Primo de Rivera, que
nunca comprendió lo que había tras el fascismo. En fecha tan tardía como la primavera
de 1929 avalaba que su Somatén era “lo que puede parecerse más a un fascismo”, ya que
constituía “una unión de gente honesta y armada para la defensa y el orden” 8.
El experimento jonsista
11 La caída de la Dictadura y el proceso de vuelta a la normalidad constitucional
auspiciado por el Gobierno del general Berenguer, con la convocatoria de elecciones
parlamentarias a corto plazo, obligaron a recomponer el sistema de partidos de la
Derecha. Perdida su posición de privilegio, la Unión Patriótica se disolvió rápidamente
y el primorriverismo se refugió en un nuevo partido, de afiliación mucho menor pero
mayor coherencia doctrinal, que adoptó el nombre de Unión Monárquica Nacional y
lanzó una campaña en defensa de la obra del Directorio y en contra del retorno a las
prácticas de la “vieja política”9.
12 La disolución de la UPE propició, por otra parte, un reagrupamiento de la derecha
radical en una serie de grupúsculos que pretendían reanudar la movilización
antirrevolucionaria de las “uniones cívicas”. Aunque la mayoría de ellos respondían a
modelos de conservadurismo autoritario, o de neotradicionalismo –la Juventud
Monárquica Independiente, el Partido Socialista Monárquico- algunos jugaban ya con
elementos de proximidad al fascismo, como era el caso del Partido Laborista, de Aunós
y, sobre todo, del Partido Nacionalista Español. El PNE fue fundado, en abril de 1930,
por el neurólogo valenciano José María Albiñana, pero en su creación jugó un papel
fundamental Delgado Barreto, que buscaba relanzar su frustrado proyecto de Legión
Nacional y que puso el diario que dirigía, La Nación –antiguo órgano de la UPE- al
servicio del nuevo partido. Este se dotó de algunos elementos fascistizantes, como el
saludo brazo en alto o, más tarde, un uniforme con camisa azul celeste y gorro
legionario. Pero, sobre todo, creó la primera milicia de partido de la Derecha española,
los violentos legionarios de España, "voluntariado ciudadano con intervención directa,
fulminante y expeditiva en todo acto atentatorio o depresivo para el prestigio de la
Patria", como los definía su fundador10. Aunque Albiñana mostraba abiertas simpatías
por el fascismo, carecía de capacidades como ideólogo y tanto el carácter de sus
seguidores como su propia concepción de la acción política parecen fijar como modelo
del PNE las Ligas Patrióticas de la derecha radical francesa, y no el italiano Partido
Nacional Fascista11.
13 En los años de la Dictadura se mantuvo activo un frente intelectual de difusión de las
ideas fascistas, integrado por gentes de diversa procedencia ideológica a las que el
inicio de la experiencia mussoliniana ofrecía “una seducción compartida” 12. La
recepción de esas ideas, estimulada por las autoridades culturales italianas, se producía
en varios niveles, desde las disquisiciones doctrinales y filosóficas de La Gaceta
Literaria, la revista vanguardista que editaba Ernesto Giménez Caballero a partir de
192713, hasta los artículos de divulgación con trazo grueso de la prensa popular, entre la
que La Nación de Delgado Barreto destacó por su entusiasmo filo-fascista. Estos
esfuerzos de difusión del fascismo resultaban, no obstante, bastante dispersos y sus
propagandistas tenían dificultades para adaptarlos a una realidad española en la que, a
partir de septiembre de 1923, el peligro de la revolución obrera o del separatismo
catalán y, por tanto, la necesidad de estimular el cortafuego fascista, habían dejado de
ser percibidos como una prioridad por los sectores más radicalizados de la Derecha.
14 Las cosas cambiaron a lo largo de 1930 y, sobre todo, en los primeros meses de 1931. Los
esfuerzos del Gobierno Berenguer por recuperar el sistema liberal-parlamentario, así
como el crecimiento de la presión de las izquierdas republicana y socialista, que
alcanzaron un acuerdo político e intentaron un golpe de Estado antimonárquico a
mediados de diciembre, parecieron favorecer las condiciones de confrontación precisas
para el cultivo de un fascismo español. Pero los pequeños partidos de derecha radical,
meramente defensivos y con un grado mínimo de fascistización en el mejor de los
casos, no podían asumir esa tarea.
15 Fue en este contexto en el que Ramiro Ledesma Ramos, un joven funcionario de
Correos, intelectual que bebía de las teorías de Heiddeger, Gentile, Ortega y Gasset y
Giménez Caballero, de cuya revista era colaborador, aglutinó la iniciativa de un grupo –
Juan Aparicio, Giménez Caballero, Antonio Bermúdez Cañete, Emiliano Aguado, etc.- ya
con el abierto objetivo de dar paso a un movimiento político de carácter fascista 14. El 14
de marzo de 1931 apareció un semanario, La Conquista del Estado, cuyo manifiesto
político marcaba abiertas diferencias con el lenguaje de la derecha radical. Así,
afirmaba que "en todas partes se desmorona la eficacia del Estado liberal-burgués",
mientras que el marxismo es "la primera visión clara del carácter de nuestra
civilización industrial y técnica", pero contra el que "nosotros lucharemos", ya que sus
propuestas eran inasumibles. El manifiesto, del que podía inferirse una predilección por
un sistema republicano, se pronunciaba por una "soberanía del Estado, indiscutible y
absoluta", que llevaría a la "extirpación de los focos regionales que den a sus aspiración
un sentido de autonomía política" y proponía una economía bajo control estatal y
sindical, que incluiría "la expropiación de los terratenientes". La creación del Nuevo
Estado requeriría no del voto de las masas, sino de "minorías audaces y valiosas,
jóvenes equipos militantes, sin hipocresía frente al fusil y la disciplina de guerra". Una
organización constituida por pequeñas "células sindicales y políticas", con miembros
menores de 45 años -el culto a la juventud propio de la doctrina fascista- sería la
encargada de asumir la conquista del Estado liberal-burgués y su trasformación en otro
revolucionario, basado en los principios del pan-estatismo:
"Al hablar de supremacía del Estado se quiere decir que el Estado es el mismo valor
político y que el mayor crimen contra la civilidad sería ponerse frente al nuevo
Estado. Pues civilidad -la convivencia civil- es algo que el Estado, y sólo él, hace
posible. ¡¡Nada pues sobre el Estado!!"15.
16 Aunque no se mencionaba la palabra fascismo, la aparición del grupo de La Conquista
del Estado representaba la irrupción de la primera opción política inequívocamente
fascista en España. Surgido en un momento de fuerte tensión política, con la Derecha en
plena reorganización y a escasas semanas del inicio de una serie de consultas
electorales en las que la Monarquía se jugaba el futuro, su nacimiento pasó un tanto
desapercibido. Sufría el grupo, además, un problema común a todas las organizaciones
del fascismo español anterior a la guerra civil: la escasez extrema de medios
económicos. Aun así, a través del financiero José Félix de Lequerica y del diplomático
José Antonio de Sangróniz, consiguieron algunos fondos que les permitieron mantener
la edición del periódico hasta octubre de 1931.
17 En paralelo con el grupo madrileño habían aparecido en Valladolid unas Juntas
Castellanas de Actuación Hispánica. Su líder, Onésimo Redondo, licenciado en Derecho,
había sido lector de español en la universidad alemana de Mannheim, entre 1927 y
1928, donde parece haberse familiarizado con la doctrina nazi 16. Militante católico e
impulsor de un sindicato de pequeños labradores, fundó las Juntas con una visión
doctrinal que "apenas tenía algo que ver con el radicalismo fascista de Ledesma" 17.
Predominaban el nacionalismo imperialista y tradicionalismo católico, la apelación a la
juventud a construir un Estado totalitario mediante una "revolución hispánica", y una
retórica antisemita y antiliberal parejas a un antimarxismo visceral 18. Las JCAH, que
contaron desde junio de 1931con su propio semanario, Libertad, no superaron el ámbito
provincial, donde poseían una modesta base de militancia en la que predominaban
estudiantes y pequeños agricultores.
18 Los dos grupúsculos fascistas estaban obligados a entenderse, si querían superar sus
precarias condiciones. En octubre de 1931 se fusionaron en las Juntas de Ofensiva
Nacional Sindicalista (JONS). Durante los meses siguientes, con Ledesma como principal
ideólogo, los jonsistas refinaron su programa, hasta darle una estructura doctrinal que
denominaron nacionalsindicalismo, en la que el radicalismo social ledesmista, con
fuertes ecos sorelianos, se aunaba con el más marcado componente nacionalista y
católico del grupo vallisoletano. Las Juntas atrajeron alguna financiación, procedente
de medios empresariales, y extendieron su ámbito a diversas ciudades con universidad,
donde se formaron pequeños grupos de activistas. Pero sus primeras acciones de
“violencia saludable”19, sobre todo contra los estudiantes izquierdistas de la FUE, y el
fracasado golpe de Estado derechista de agosto de 1932 frustraron su desarrollo por la
reacción de los responsables del orden público. A consecuencia de la sanjurjada
Ledesma, que no había participado en la trama, fue encarcelado y Redondo, que sí
estaba implicado, huyó a Portugal, mientras que las JONS fueron ilegalizadas, aunque
siguieron manteniendo actividad clandestina. Por su parte, el Partido Nacionalista
Español, semillero de jóvenes fascistizantes, tuvo una actuación demasiado evidente en
apoyo del golpe y también fue ilegalizado. Aún sin pretenderlo, el fascismo hispano
tenía ya su putsch de Múnich.
fascistas, fascistizantes y fascistizados del país, el éxito del NSDAP era una
irrenunciable incitación a la acción.
22 Por otro lado, la trabajosa reorganización de la Derecha nacional culminó, en febrero de
1933, con la creación por los monárquicos partidarios de Alfonso XIII de un partido
conservador autoritario, Renovación Española21. El desarrollo de RE se vio enseguida
seriamente limitado por la rivalidad con los dos grandes bloques derechistas: la
naciente Confederación Española de Derechas Autónomas (CEDA), que aglutinaba al
confesionalismo católico, y la Comunión Tradicionalista, que reunificó al carlismo. Con
una reducida afiliación integrada por aristócratas y burgueses, RE carecía de la masa
popular que apoyaba a sus dos rivales. Pero disponía, en cambio, de abundantes
recursos económicos, de influyentes medios de comunicación, de amplias simpatías en
la oficialidad del Ejército y de una militancia decidida a terminar con la República por
cualquier medio. No es extraño que, en el año de Hitler, se les apareciera como solución
lo que atrajo a muchos conservadores alemanes e italianos: la utilización de un fascismo
"domesticado" como catalizador de las masas hacia el objetivo de acabar con el régimen
parlamentario liberal y proscribir la actuación de la izquierda obrera.
23 A lo largo de 1933 se dieron tres intentos de relanzar el fascismo en España. La base de
partida organizativa era prácticamente inexistente, por lo que estaba casi todo por
hacer en lo tocante a la puesta en marcha de un partido que tendría que aspirar a ser
una organización de masas. Pero se podían sacar lecciones de los fracasos anteriores y
existía un aceptable nivel de asimilación de las doctrinas fascistas entre algunos
elementos de la derecha radical, además de los jonsistas, de fascismo ya acreditado. Y
estaba la voluntad de patrocinio de los monárquicos alfonsinos y, entre ellos, de Manuel
Delgado Barreto, el "periodista garduño", como le definió Ledesma, dispuesto a
recuperar su papel de muñidor de operaciones políticas.
24 Quienes primero se descolgaron con una reivindicación de partido fascista fueron los
albiñanistas. Durante la primera mitad de 1933, el PNE pudo reorganizarse, aún en la
clandestinidad, y su Juventud Nacionalista, con el apoyo de La Nación, el periódico de
Delgado, y de alguna otra publicación filo-fascista vinculada a Renovación Española -
Renacer, Aspiraciones- se embarcó en una campaña de exaltación de las virtudes del
fascismo. Existen testimonios gráficos mostrando a los legionarios de España portando
brazaletes con la cruz gamada sobre sus camisas azules en actos públicos durante la
primavera. Pero Albiñana no era, desde luego, un líder fascista y, tras retornar de un
largo confinamiento gubernativo, acabó desautorizando al sector fascistizado del
partido, cuyos jóvenes terminaron integrándose en las JONS y en Falange. El PNE volvió
entonces a la senda de la derecha radical monárquica y acabaría su peripecia
integrándose, en 1937, en la Comunión Tradicionalista.
25 Ledesma y Redondo asumieron el relanzamiento de las JONS y lograron que sus
protectores, banqueros vizcaínos, reanudaran la siempre parca financiación, con los
alfonsinos Lequerica y José María de Areilza como intermediarios. Pero, una vez más, el
empeño resultó frustrante. Sacaron una publicación doctrinal, la revista JONS, donde
Ledesma y sus colaboradores siguieron fijando las bases del nacionalsindicalismo 22.
Pero era cada vez más evidente que su defensa una "revolución" fascista, anticapitalista
y republicana, disgustaba a monárquicos y cedistas y alejaba cualquier apoyo
substancial que los medios conservadores pudieran aportar al jonsismo. Este volvió, por
otra parte, a ejercer la violencia política a través del escuadrismo, pero sus actuaciones,
como el violento saqueo de la sede madrileña de la Asociación de Amigos de la Unión
los tradicionalistas españoles del XIX, pero también por Ortega y Spengler, y que
mantenía estrechas relaciones con la cúpula alfonsina y con los intelectuales
neotradicionalistas -Maeztu, Vegas Latapié- de la revista Acción Española 26.
30 Los monárquicos patrocinaron, con el asentimiento de los cedistas, la candidatura a
Cortes de José Antonio por Cádiz, que a finales de 1933 le convirtió en diputado. Para
entonces había tenido lugar el "acto de afirmación españolista" del Teatro de la
Comedia, en Madrid (29 de octubre) en el que el triunvirato dirigente del MES presentó
un proyecto político, aunque sin concretar sus bases programáticas, de fascismo
nacional, católico, antiliberal, antimarxista y defensor de la "dialéctica de los puños y
las pistolas" como método legítimo de acción política. Cuatro días después, el MES
cambió su nombre por el de Falange Española (FE).
FE de las JONS
31 Falange arrancó con unos pocos centenares de afiliados, especialmente en Madrid y
Andalucía occidental, mientras que en diversas capitales de provincias surgían
pequeños núcleos, en no pocas ocasiones por iniciativa personal de quien se convertía
en jefe provincial. Desde el principio, la Falange y su rama estudiantil, el Sindicato
Español Universitario (SEU) -que, pese a su nombre, permitía encuadrar a adolescentes
sin edad legal para afiliarse a FE- se vieron implicados en una espiral de violencia
callejera frente a los sectores más radicalizados del movimiento obrero, que dejó un
creciente número de muertos y heridos. La Milicia juvenil de FE, la "primera línea",
organizada por exmilitares monárquicos y con uno de ellos, el exaltado aviador Juan
Antonio Ansaldo como "jefe de objetivos", parecía, en principio destinada a ser el
elemento de atracción y encuadramiento que facilitara el crecimiento del partido. Pero
este era tan pequeño que la Milicia distaba de ser efectiva. Entre diciembre de 1933 y
febrero del año siguiente, murieron cinco falangistas en enfrentamientos callejeros sin
que, por prudencia o por incapacidad, la naciente "primera línea" de FE replicara con
un nivel de violencia similar. Ello disgustaba a los monárquicos, que esperaban un
rápido incremento de la violencia desestabilizadora y que constataban que "un
fascismo así no es más que literatura, sin riesgo alguno para los adversarios" 27.
32 Uno de los problemas que se le planteaban a FE a corto plazo era la competencia por el
marchamo de "fascista" que le hacían las JONS. Existía una cierta hostilidad entre
ambos grupos, que los monárquicos parecían dispuestos a estimular con criterio
darwiniano. Pero Falange tenía casi todas las ventajas: mayor afiliación, una
financiación más abundante y dos diputados en Cortes, Primo de Rivera y el marqués de
la Eliseda, cuya inmunidad parlamentaria les garantizaba una libertad de acción que no
poseían los líderes jonsistas. Pero las estrecheces económicas y la debilidad de la
afiliación y de la estructura territorial de los dos grupos aconsejaban el pacto. Tras
varios contactos renuentes, ambos llegaron a un acuerdo de fusión en un único partido,
Falange Española de las JONS28.
33 En teoría, la unificación de los dos sectores fascistas se producía en igualdad de
condiciones. Pero pronto fue evidente que los primorriveristas le habían sacado mayor
partido. En adelante, el fascismo español sería "falangismo", obviando la aportación
jonsista. El triunvirato director lo formaron dos falangistas, Primo de Rivera y Ruíz de
Alda, y un jonsista, Ledesma, aunque inmediatamente fue José Antonio, aristócrata y
diputado, quien acaparó la atención política y mediática y comenzó a dejar entrever su
intención de reclamar ´para sí el caudillaje único del partido. No obstante, las JONS
aportaron importantes elementos a la fusión: una incipiente estructura sindical, que se
formalizó en el verano de 1934 en la Central Obrera Nacional Sindicalista (CONS) 29; un
concepto triunviral en el conjunto del organigrama del partido; símbolos, como la
bandera rojinegra o el emblema del yugo y las flechas; y, sobre todo, una variante
hispánica de las doctrinas del fascismo, el nacionalsindicalismo, elaborada por
Ledesma, Redondo y otros teóricos jonsistas a lo largo de tres años y de la que, sin
embargo, Primo de Rivera acabaría siendo el referente fundamental en un futuro muy
próximo.
34 Un movimiento anti-sistema como era el fascismo en la España de los primeros años
treinta, necesitaba de unas condiciones duras de confrontación política y social para
crecer y recabar apoyos exteriores. En el momento en que apareció el MES en el
escenario político, existían las condiciones favorables para su desarrollo: coalición de
gobierno del centro-izquierda con participación socialista, políticas estatales
reformistas rechazadas por los sectores conservadores, laicismo oficial con orientación
anticlerical, implantación de un sistema autonómico al que la Derecha veía como una
seria amenaza para la unidad nacional, desarrollo de una recesión económica que
generaba un amplio paro en el sector industrial, etc. Pero tras la aparición de Falange,
gran parte de esas condiciones variaron en favor de los intereses de las derechas,
comenzando por el cambio de mayorías parlamentarias en noviembre de 1933.
35 La formación de gobiernos de centro-derecha republicano con apoyo cedista y, luego, la
entrada de la propia CEDA en el Ejecutivo, crearon en la mayoría del espectro
conservador y en el aparato eclesial fuertes expectativas posibilistas sobre una
modificación legislativa del proyecto republicano. A partir de los sucesos de octubre de
1934 -fracaso del movimiento revolucionario socialista y de la sedición de las
instituciones autonómicas catalanas, gobernadas por la izquierda nacionalista- la
situación conservadora pareció consolidada mediante un proceso que podía incluso
conducir a una dictadura confesional y corporativa en manos de la CEDA o, al menos, a
un sistema semi-autoritario de "democracia vigilada" similar a los que se deban en la
Polonia de los coroneles o en la Hungría del regente Horty. Y esas no eran,
evidentemente, las condiciones adecuadas para el crecimiento de un fascismo que, en el
bienio "rectificador" fue contemplado por las autoridades como un molesto problema
de orden público que había que controlar, pues si su mera existencia era una amenaza
para la izquierda, no estaban dispuestas a permitir que supusiera un peligro para el
orden constitucional o para el sistema socio-económico vigente.
36 El naciente fascismo español sólo podía acudir, por lo tanto, a la ayuda extranjera, o a la
colaboración con otras fuerzas anti-sistema, que no podían ser sino los monárquicos.
Tras el fiasco de El Fascio, el fascismo italiano se mostró siempre crítico con las
posibilidades de desarrollo de sus correligionarios hispanos, y sus aportaciones
económicas fueron relativamente escasas incluso cuando, a partir de abril de 1935,
Roma se convirtió en la principal fuente de subvenciones externas para la Falange, una
vez que los alfonsinos le hubieron retirado su ayuda30.
37 Las relaciones de las JONS y de Falange con estos, antes y después de la unificación de
ambas formaciones, constituyen todavía hoy uno de los aspectos más oscuros de la
historia del fascismo español. Hasta el otoño de 1934, los dirigentes de RE ejercieron un
evidente tutelaje, apoyado en su aportación financiera al sostenimiento de FE y en la
ayuda logística que suponían diversos elementos "prestados", como los militares que
encuadraban a la milicia o los medios de comunicación amigos, ante las dificultades del
falangismo para sostener sus escasas y efímeras publicaciones. El punto cenital de esta
dependencia estaría marcado por el pacto alcanzado entre José Antonio y el presidente
de RE, Goicoechea, en agosto de 1934, por el que a cambio de una financiación regular
de los alfonsinos los falangistas se comprometían a lograr "el máximo incremento de
las milicias de combate" de FE, embarcadas en una espiral de violencia, y a potenciar su
"organización obrera antimarxista".
38 A la altura de ese verano, Falange había dado ya los pasos necesarios para entrar en una
confrontación abierta con las organizaciones de la izquierda obrera. Era,
fundamentalmente, una lucha de jóvenes radicalizados en la que no cabían las finuras
doctrinales a la hora de combatir al enemigo o crear crispación en la ciudadanía. Y era
una lucha con una progresión en el grado de la violencia. A los iniciales choques
callejeros entre voceadores de prensa, o a las peleas en universidades e institutos,
siguió una violencia más institucionalizada, que se alimentaba con la mística de los
"caídos" del movimiento. Ansaldo organizó una sección de pistoleros -hoy los
definiríamos como terroristas- que se conoció como "la Falange de la sangre" y que se
especializó, apoyándose en la justificación doctrinal de los teóricos del partido, en
provocaciones y represalias, comenzadas con el asesinato a sangre fría de la joven
socialista Juana Rico, en una calle de Madrid31.
39 Para el sector del falangismo que se sentía más próximo a los principios
"revolucionarios" del fascismo, la dependencia de los monárquicos era un elemento
sumamente negativo, por cuanto situaba a FE en el campo de la ultraderecha
reaccionaria. Y esto sucedía también con Primo de Rivera, cuya aspiración a convertirse
en líder único del fascismo español se veía seriamente limitada por su imagen de
aristócrata políticamente criado a los pechos de los monárquicos. La fusión con el
jonsismo, y probablemente un viaje que realizó a Alemania en mayo de 1934, facilitaron
a José Antonio una profundización en su proceso de fascistización que le llevó a
mostrarse cada vez más renuente con el control político que demandaban sus
financiadores monárquicos. En las Cortes renunció a actuar en la minoría de
Renovación Español y, como diputado independiente, tuvo intervenciones que sonaban
manifiestamente antimonárquicas. Cuando, en la primavera de 1934, retornó del exilio
José Calvo Sotelo y quiso afiliarse a Falange con el consentimiento de Ledesma y Ruíz de
Alda, José Antonio entendió, probablemente con razón, que el exministro pretendía
disputarle su puesto en la jefatura y vetó su ingreso, tachándole de reaccionario. Y
luego, en octubre, protagonizó el rechazo falangista a unirse al Bloque Nacional, la
plataforma de fuerzas contrarrevolucionarias que estaba poniendo en marcha Calvo
Sotelo con el apoyo de las minorías parlamentarias monárquicas.
40 Estas actitudes de creciente autonomía tendrían un precio. Durante el verano de 1934,
Ansaldo intentó un mal conocido golpe de mano para desplazar a José Antonio de la
dirección falangista. Fracasó, pero los monárquicos no tardaron mucho en retirar a sus
asesores militares, lo que dificultó el encuadramiento de la Milicia falangista. Y cuando,
en octubre, se publicaron los 27 puntos programáticos, debidos fundamentalmente a la
pluma de Primo de Rivera, el otro diputado falangista, el acaudalado marqués de la
Eliseda, acusó a madrileño de "hereje" por defender la separación del Estado y de la
Iglesia y retiró su fundamental aportación económica a FE, al igual que hicieron los
responsables de Renovación Española. Incluso el diario La Nación, hasta entonces el
principal medio de difusión del falangismo, cerró prácticamente sus páginas a la
monarquía de Alfonso XIII, a quien no perdonaba la forma que había despojado del
poder a su padre, el dictador. Derechas e izquierdas tenían, pues, motivos, aunque muy
distintos, para combatir el auge de un fascismo que preconizaba un modelo de Estado
totalitario a través de la Revolución nacionalsindicalista.
44 Experimentó José Antonio, por otra parte, un proceso de radicalización ideológica que,
en esos meses, fue compartido por la militancia falangista 33. En sus inicios políticos -tan
sólo dos años atrás- el líder de FE, preocupado tanto o más por el “estilo” que por la
acción, había gustado de rodearse de intelectuales, políticamente diletantes 34, y había
sido identificado con planteamientos monárquicos y católicos, socialmente
conservadores, que chocaban con la "modernidad" totalitaria de un Ledesma Ramos.
Pero tras la marcha de este y tras la ruptura política con los alfonsinos, convertido en
ideólogo del nacionalsindicalismo, José Antonio asumió posiciones crecientemente
radicalizadas, que expuso en una serie de actos públicos y en numerosos artículos:
Estado "fuerte" de partido único, con economía dirigida y en gran parte estatalizada,
reforma agraria, control de las plusvalías empresariales por las corporaciones laborales
estatales, que integrarían en pie de igualdad a patronos y obreros, rechazo a la
intromisión clerical en las políticas estatales, etc. Por otro lado, fortaleció en su
discurso una negativa cada vez más firme a identificar falangismo con fascismo,
afirmando las peculiaridades específicas del nacionalsindicalismo con respecto a los
modelos italiano o alemán. Sin embargo, la opinión pública no llegaba a captar tales
sutilezas y en los medios de comunicación se siguió identificando a los falangistas como
fascistas.
45 Si algo preocupaba a los estrategas del partido casi tanto como el triunfo de una
revolución de tipo bolchevique era una dictadura confesional y ultraconservadora,
como la que en los meses centrales de 1935 parecía dispuesto a impulsar el líder de la
CEDA y ministro de la Guerra, Gil-Robles. En tal caso, las posibilidades de crecimiento
de FE, incluso su misma existencia, se verían seriamente comprometidas en el marco de
un régimen de conservadurismo autoritario. Pero este ni siquiera podría implantarse si
se cumplían las predicciones de José Antonio sobre la inminencia de una revolución
marxista en España.
46 En estos meses, pues, la dirección falangista se preocupó de acelerar la preparación
paramilitar de la Milicia del partido, y planificó una suerte de "marcha sobre Roma"
que llevaría a sus milicianos, con la ayuda de los numerosos oficiales del Ejército que
simpatizaban con sus ideas, a hacerse con el control de Madrid a fin de acabar con la
amenaza izquierdista e instalar rápidamente el Nuevo Estado nacionalsindicalista. José
Antonio difundió escritos en los cuarteles animando a la colaboración de los militares,
se entrevisto a tal efecto con el general Francisco Franco, que no le hizo caso alguno, e
incluso, en diciembre, quiso poner en marcha el plan golpista sublevando a la
guarnición militar de Toledo para que marchara sobre la capital en compañía de la
Milicia falangista. Pero la pequeña FE no tenía capacidad para acabar con el sistema
constitucional republicano y los generales, sin cuya participación eso era imposible, no
estaban dispuestos a subordinarse a los planificadores civiles del futuro Estado
nacionalsindicalista.
47 Cuando se convocaron las elecciones de febrero de 1936, FE-JONS estaba, pues, en un
riguroso aislamiento político, destinado a preservar su autonomía, con muy escasos
medios materiales y sin un proyecto realista que le permitiera convertirse en una
fuerza hegemónica de la Derecha a corto plazo. Los comicios supusieron un fuerte
NOTAS
1. Glicerio SÁNCHEZ RECIO, Sobre todos, Franco. Coalición reaccionaria y grupos políticos en el
Franquismo, Barcelona, Flor del Viento, 2008, pp. 32-37.
2. F. DEL REY y S. BENGOECHEA, “”En vísperas de un golpe de Estado. Radicalización patronal e
imagen del fascismo en España”, en J. TUSELL, J. GIL PECHARROMÁN y F. MONTERO (eds.),
Estudios sobre la derecha española contemporánea, Madrid, UNED, 1993, pp. 301-326; E.
GONZALEZ CALLEJA y F. DEL REY, La defensa armada contra la revolución. Una historia de las
«guardias cívicas» en la España del siglo XX. Madrid, 1995.
Antonio. El extraño caso del fascismo español, Barcelona, Planeta, 1997 y A. IMATZ, José Antonio,
entre el amor y el odio. Su historia como fue, Madrid, Altera, 2006.
25. El número completo se puede consultar en http://www.filosofia.org/hem/193/fas/index.htm
26. M. ARGAYA ROCA, Entre lo espontáneo y lo difícil. (Apuntes para una revisión de lo ético en el
pensamiento de José Antonio Primo de Rivera), Oviedo, Tarfe, 1996. Un estudio de sus primeros
escritos políticos en M. SIMANCAS, José Antonio. Génesis de su pensamiento, Madrid, Plataforma
2003.
27. Álvaro Alcalá Galiano en ABC, 13-2-1934
28. Entre los estudios sobre FE-JONS pueden señalarse los clásicos de S. G. PAYNE, Falange.
Historia del Fascismo Español, París, Ruedo Ibérico, 1965 y J. JIMÉNEZ CAMPO, El fascismo en la
crisis de la II República, Madrid, CIS, 1979, y obras más recientes, como J. M. THOMÀS, Lo que fue
la Falange, Barcelona, Plaza & Janés, 1999; J. L. RODRÍGUEZ GIMÉNEZ, Historia de Falange
Española de las JONS, Madrid, Alianza Editorial, 2000; M. PENELLA, La Falange teórica, Barcelona,
Planeta, 2006; y M. PEÑALBA, Falange española: historia de un fracaso (1933-1945), Pamplona,
Eunsa, 2009.
29. J. A. LLOPART (ed.), Central Obrera Nacional Sindicalista. Textos de y sobre los primeros
sindicatos falangistas (1934-1937), Barcelona, Ediciones Nueva República, 2012.
30. I. SAZ CAMPOS, Mussolini contra la II República, Valencia, Edicions Alfons el Magnànim, 1986,
pp. 138-146.
31. E. GONZÁLEZ CALLEJA, “Puños y pistolas. Doctrinas y justificaciones de la violencia en el
fascismo español durante la Segunda República”, en Bulletin d’Histoire Contemporaine de
l’Espagne, nº 44, 2010, pp. 233-262
32. J. ONRUBIA REVUELTA, Manuel Mateo y la CONS, Oviedo, Nuevo Cauce, 1985
33. Existe una amplia, e irregular bibliografía de exégesis del pensamiento joseantoniano. La
mejor referencia son las obras completas de José Antonio, aunque no las sucesivas ediciones de
"obras escogidas", cuya selección respondía a criterios muy discutibles. La edición canónica de
las Obras Completas es la recopilada en dos tomos por A. DEL RÍO CISNEROS para la Editora
Nacional, en 1976 (hay una edición virtual en rumbos.net). Existe, sin embargo, una edición con
nuevas aportaciones, recopiladas por R. IBÁÑEZ para Plataforma 2003.
34. Sobre este entorno, P. y M. CARBAJOSA, La corte literaria de José Antonio. La primera
generación cultural de la Falange, Barcelona, Crítica, 2003.
35. “Justificación de la violencia”, en No Importa, nº, 2, 5-6-1936
36. J. A. PRIMO DE RIVERA, Obras completas, Madrid, Editora Nacional, 1976, vol. II p. 1012-1014
37. Estudios fundamentales sobre el falangismo tras la Unificación son los de R. CHUECA
RODRÍGUEZ, El fascismo en los comienzos del régimen de Franco. Un estudio sobre FET-JONS,
Madrid, CIS, 1983, y J. M. THOMÀS, La Falange de Franco. El proyecto fascista del Régimen,
Barcelona, Plaza & Janés, 2001
RESÚMENES
El fascismo constituyó una fuerza relativamente marginal en las instituciones representativas de
la Segunda República española y en su sistema de partidos. En los 1.415 escaños que
distribuyeron las tres elecciones parlamentarias celebradas entre 1931 y 1936, sólo hubo dos
diputados fascistas, elegidos en 1933 como independientes en listas monárquicas. Y en los únicos
comicios en que concurrió Falange Española, los de 1936, obtuvo el 0,4 por ciento de los votos.
Pero el fascismo español, con su práctica de la violencia política y la crítica radical a la
democracia republicana, contribuyó poderosamente a crear el clima de ruptura social que sirvió
de justificación al golpe militar de julio de 1936. Y aportó luego al franquismo un modelo de
encuadramiento político de masas extendido por toda Europa, un acervo doctrinal, el
nacionalsindicalismo, que la dictadura reinterpretó, y una mitificada figura de precursor en la
persona de José Antonio Primo de Rivera.
Le fascisme a constitué une force relativement marginale dans les institutions représentatives de
la Deuxième République espagnole et dans son système de partis. Pour 1.415 sièges distribués par
les trois élections parlementaires célébrées entre 1931 et 1936, seulement deux députés fascistes
ont été choisis, en 1933, comme indépendants dans des listes monarchiques. Et dans les seules
comices auxquels elle a participé -1936-, Falange Española a obtenu 0,4 pour cent des votes. Mais
le fascisme espagnol, avec sa pratique de la violence politique et sa critique radicale envers la
démocratie républicaine, a contribué puissamment à créer le climat de rupture sociale qui a servi
de justification au coup militaire de juillet de 1936. Et il a apporté, ensuite, au franquisme: un
modèle d’encadrement politique de masses étendu sur toute l’Europe, un ensemble doctrinal -le
national-syndicalisme-, que la dictature a réinterprété, ainsi qu’une figure mythique de précurseur,
en la personne de José Antonio Primo de Rivera.
The fascism constituted a relatively marginal force in the representative institutions of the
Spanish Second Republic and in its party system. In the 1.415 benches distributed by the three
parliamentary elections celebrated between 1931 and 1936, there where only two fascist
deputies, chosen in 1933 as independents in monarchical lists. And in the only elections in which
the Falange Española participated, those of 1936, they obtained 0,4 per cent of the votes.
However, the Spanish fascism, with its practice of political violence and its radical criticism to
the republican democracy, contributed powerfully to create the climate of social rupture that
served as justification to the military coup of July 1936. And, then, they contributed to the
Francoism whit a model of political framing of masses spread over the whole Europe, a doctrine,
the national-syndicalism, which the dictatorship reinterpreted, and a mythical precursor in the
person of José Antonio Primo de Rivera.
ÍNDICE
Mots-clés: fascisme, Phalange, Primo de Rivera (José Antonio), Espagne, XXe siècle
Palabras claves: fascismo, Falange, Primo de Rivera (José Antonio), España, siglo XX
Keywords: fascism, Falange, Primo de Rivera (José Antonio), Spain, 20th century
AUTOR
JULIO GIL PECHARROMÁN
UNED
exclusivamente en aquel caso, por lo que me pude enterar después, de hacer la revisión
de los pertrechos de guerra. Este era realmente el trabajo principal del comité de radio,
además de cobrar las cotizaciones».El extremismo conducía a casos como el de la
agrupación comunista de Sestao, donde «se pasaron varios días discutiendo si
aceptaban las condiciones de vida legal del Partido, es decir, las posibilidades de trabajo
legal y abierto que se podía realizar durante el régimen monárquico constitucional,
porque muchos lo consideraban atentatorio a la dignidad de revolucionario aceptar y
aprovecharse de las pocas libertades que concedía la monarquía. No queremos nada
concedido por la burguesía, decían, se lo arrancaremos, como si lo poco logrado hasta
entonces no fuese también arrancado y logrado después de decenas de años de lucha de
la clase obrera y de las fuerzas democráticas españolas» 3.
menguado en sus fuerzas: en 1931 contaba con unos 4.950 miembros para todo el
territorio nacional. En las elecciones a Cortes Constituyentes del 28 de junio de 1931 los
comunistas recolectaron unas pocas decenas de miles de votos, insuficientes para
obtener representación parlamentaria.
6 En 1932 tuvo lugar la caída de la cúpula dirigente del PCE y su sustitución, a instancias
de la Komintern y de su delegado en España, el argentino Luis Codovilla, por el nuevo
núcleo de dirección encabezado por José Díaz7. Se produjo un desembarco en el aparato
de la organización de una hornada de jóvenes procedente de la Escuela Leninista de
Moscú, dispuesta a la bolchevización del partido.8 Se formó un nuevo equipo directivo,
en el que figuraban Jesús Hernández, Vicente Uribe, Dolores Ibárruri –Pasionaria-,
Pedro Checa y Antonio Mije, que sería el que dirigiera el partido durante la guerra civil.
7 Hasta mediados de 1934, la nueva dirección siguió aplicando las directrices de la
Internacional Comunista: la confrontación con el «socialfascismo» y con el
«anarquismo pequeño-burgués» en la línea de «clase contra clase» 9. En diciembre de
1933 Jesús Hernández y Pasionaria participaron en las sesiones del XIII Plenario del
Comité Ejecutivo de la Komintern en que se analizó la expansión del fascismo.
Abundando en la retórica sectaria, los representantes españoles se preocuparon de
largar una andanada contra los anarquistas, a quienes calificaban de demagogos,
pustchistas, aventureros, pistoleros y abonadores del terreno para el fascismo. Lo más
destacado de su aportación fue la identificación del peligro de implantación del
fascismo en España con la ofensiva de los grupos monárquicos y agrarios y la
autocrítica sobre la debilidad del PCE para acometer en solitario la lucha sin contar con
el Partido Socialista10.
8 La evolución de la situación española iba a hacer cambiar muy pronto el panorama de
las relaciones entre las distintas corrientes del movimiento obrero organizado. La
Confederación Española de Derechas Autónomas (CEDA), de Gil Robles, y el Partido
Republicano Radical (PRR) de Alejandro Lerroux obtuvieron la mayoría en las
elecciones de noviembre de 1933. La izquierda, que se presentó a ellas dividida, cosechó
una rotunda derrota. Los comunistas presentaron 188 candidatos en 40 provincias.
Aunque no superaron el 1,2% de los votos totales emitidos, consiguieron su primer
diputado de los 474 que componían la cámara al ser elegido el doctor Cayetano Bolívar,
candidato por Málaga, en segunda vuelta11.
9 Aunque la CEDA no se integró de momento en el nuevo gobierno, el fortalecimiento de
un partido católico que apenas ocultaba su reticencia hacia el sistema republicano y su
admiración por el corporativismo antiparlamentario encendió las alarmas de la
izquierda, que temía una reedición del proceso alemán. Largo Caballero juzgó llegada la
hora de prepararse para pasar a la ofensiva en el caso de que se produjera la entrada de
la CEDA en el gabinete. A tal fin, impulsó las Alianzas Obreras, con el fin de agrupar a
las fuerzas políticas y sindicales de izquierda con el objetivo de preparar la huelga
general revolucionaria cuando la ocasión se presentase12.
10 Desde la Komintern también se emitían señales de alerta. El 14 de enero de 1934 las
antenas de los servicios secretos británicos descifraron un mensaje emitido desde
Moscú13, en el que se instaba al PCE a iniciar de inmediato una campaña para la
creación en todas las fábricas y poblaciones de comités de Frente Único contra la
reacción y el peligro fascista. Al mismo tiempo, debía dirigirse a las direcciones locales
de PSOE, UGT, CNT, sindicatos autónomos y, en general, a todos los trabajadores a fin de
organizar manifestaciones reivindicando la reapertura de los sindicatos clausurados, la
noble intención y decidido propósito a dar a la clase obrera un solo mando, un solo
partido»21.
14 Poco menos de una semana antes, el PCE había recibido de Moscú el placet para dirigir
una carta abierta a la organización de las JJSS proponiéndoles la unificación sobre las
bases de la Internacional Juvenil Comunista (IJC) o, en última instancia, en el Frente
Único en la lucha contra la reacción y por las reivindicaciones de la juventud,
plataforma de la que quedarían incondicionalmente excluidos los seguidores del
trotskismo22. La invitación contenía elementos que combinaban lo viejo y lo nuevo: la
pulsión por conseguir la unidad con los socialistas aún sin contar con el acuerdo de su
dirección, propio de la línea del frente único por la base, con la novedosa posibilidad de
renunciar a condiciones hasta entonces inexcusables –la ruptura inmediata con la
organización ligada a la Internacional Obrera y la adhesión a la correspondiente de la
Komintern- con tal de avanzar en el proceso unitario. Se abría por primera vez la
posibilidad de llegar a una entente con el hasta entonces rival «socialfascista», y para
ello era vital alejarlo primero de toda veleidad con el considerado por los comunistas
principal enemigo dentro del campo proletario, el trotskismo 23.
15 El 18 de septiembre se advirtió al PCE de la tarea perentoria de dirigir un manifiesto a
las organizaciones y trabajadores explicando la gravedad del momento y llamando a la
formación de Alianzas Obreras en todas las fábricas y localidades. Esta sería la auténtica
preparación para la conquista del poder. Su programa consistiría, entre otros objetivos,
en la expropiación de los latifundistas y de la Iglesia, en el desarme de las fuerzas
contrarrevolucionarias y en el armamento de los trabajadores y los campesinos 24. En
vísperas de los hechos de octubre se intentaron procesos de acercamiento a Largo
Caballero, al que se requirió para mantener encuentros con representantes del Comité
Central o de la Komintern, si no en Moscú, en cualquier otro lugar del extranjero que él
determinara25.
16 El anuncio de la entrada de la CEDA en el gobierno, la noche del 3 de octubre de 1934,
desencadenó el movimiento de respuesta de la Alianza Obrera. Durante las agitadas
jornadas de octubre apenas hay disponible constancia de los mensajes cruzados entre
Madrid y Moscú, pero es muy revelador que desde el corazón de la Komintern las
directrices emanadas para su sección española planteasen medidas tan radicales como
«extender la huelga general y la lucha armada de los trabajadores» junto a la
aproximación con los republicanos burgueses, es decir Azaña y Esquerra Republicana
de Cataluña (ERC), con el objetivo de derrocar el gobierno Lerroux, la inmediata
disolución de las Cortes, la convocatoria de nuevas elecciones y la celebración de un
referéndum para la confiscación de la tierra de los latifundistas 26. Se mezclaban, de esta
forma, una táctica que no dudaba en recurrir a métodos insurreccionales en pos de una
estrategia cuyos objetivos de planteaban en términos de consolidación de una nueva
mayoría parlamentaria y en reformas sociales plebiscitadas. A medida que avanzaron
los días y se evidenció la derrota de las organizaciones obreras, el secretariado de la IC
apenas pudo hacer nada más que repetir los consabidos llamamientos a la solidaridad
para organizar mítines y manifestaciones en defensa de los obreros y campesinos
españoles, al tiempo que dirigía un llamamiento a la Segunda Internacional en idéntico
sentido27.
17 Como es conocido, el resultado fue una derrota sin paliativos para la izquierda que,
salvo en Asturias –donde se llegaron a crear órganos de poder revolucionario- mostró
imprevisión en el planeamiento, vacilación en la ejecución e incapacidad para arrastrar
al movimiento a la mayor parte de la clase trabajadora organizada 28. Una buena parte
de la cúpula dirigente de los sindicatos y de los partidos de la izquierda ingresó en
prisión, y su prensa fue clausurada. En la confusión de la derrota se llegó a especular
erróneamente con la muerte de Pasionaria mientras cubría supuestamente la retirada
de los revolucionarios de Oviedo29.
18 Octubre del 34 trajo consigo consecuencias que trascendieron al fracaso y a la represión
subsiguiente. Uribe se entrevistó en la cárcel con Caballero, por intermediación de
Álvarez del Vayo, para plantearle, entre otros asuntos, la oportunidad de que
convirtiera las sesiones de su proceso en un acta de acusación contra el tribunal y el
gobierno, al estilo de lo que había hecho Dimitrov en Leipzig. El líder socialista,
amparándose en un sometimiento a la voluntad de su organización, persistió en negar
toda participación personal y toda responsabilidad en el movimiento. Uribe piafaba
ante esta respuesta: «Con esto se llegaba a la peregrina situación de que el máximo
responsable del movimiento aparecía ente las masas como una inocente paloma que no
conocía nada ni se había enterado de nada. Muchos obreros fueron a la huelga
impulsados por Caballero; en ella dejaron la vida unos y perdieron la libertad otros,
pero a la hora de asumir la responsabilidad la rehusaron poco elegantemente».
19 Con menos que perder, el PCE reivindicó abiertamente la responsabilidad del
movimiento insurreccional, ganando el terreno que le dejó expedito la retracción de los
dirigentes socialistas. A pesar de la represión policial y de la posibilidad de incurrir en
al última pena para sus máximos dirigentes, los comunistas desarrollaron una amplia
campaña de propaganda en el interior y en el extranjero30. Al mismo tiempo, las
enseñanzas del episodio, junto a las extraídas de otros recientes acontecimientos
europeos –la amenaza de las Ligas de extrema derecha en Francia-, abrieron el camino a
la formulación de una nueva estrategia unitaria, materializada en el abandono de la
línea sectaria, en el acercamiento de sindicatos y partidos obreros y en la postulación
de los Frentes Populares Antifascistas31.
que había sido enérgicamente rechazado por el PCE39. Paradójicamente, Cartón salió
elegido diputado por la provincia extremeña, lo que no habría ocurrido en el caso de
porfiar por figurar en Toledo. En Alicante, la retirada por el propio PC de la candidatura
de Francisco Galán –en compensación por la retirada del PSOE a favor de candidatos
republicanos- fue muy mal comprendida por la bases.
24 Si bien Uribe atribuyó, de forma despectiva, al «cretinismo parlamentario» de los
socialistas estas discusiones, no es menos cierto que en las filas del propio PCE la
posibilidad, por primera vez en su historia, de alcanzar grupo parlamentario suscitó
movimientos de rivalidad interna en Madrid, Vizcaya o Pontevedra. A menos de quince
días de la celebración de los comicios Madrid informó a Moscú que habían logrado
colocarse 21 candidatos del partido, de los que se esperaba que al menos la mitad
fueran elegidos40. También refirió que la intensificación de la campaña y el entusiasmo
desatado estaban llevando a un incremento considerable del número de miembros del
partido41. No contenía datos, pero algo más un mes después, en un Pleno del CC con
delegados de 47 provincias se informó que el partido contaba con 50.348 miembros y
estaba en rápido crecimiento. La mayoría de los nuevos miembros procedían de las
regiones agrícolas, y más de la tercera parte eran mujeres. La Juventud Comunista tenía
en ese momento 32.600 miembros42
25 El 16 de febrero de 1936 los comunistas recogieron el 3,5% de los votos y obtuvieron 17
diputados43. La suma de las nuevas expectativas que se abrían para las clases populares
y del temor suscitado entre los sectores conservadores bosquejó el cuadro de tensión
creciente que se completaría en los meses siguientes. Desde febrero, a la grave situación
económica que afectaba al bajo nivel de vida de la clase trabajadora había que sumar la
crisis artificial creada tras el triunfo del Frente Popular. Previendo la aplicación de la
reforma agraria y las expropiaciones sin indemnización, los grandes terratenientes
habían decidido abandonar las faenas agrícolas para la siguiente temporada. Se
detectaban fugas de capitales, retirada de fondos bancarios, torpedeo contra el valor de
la peseta, y en el aire planeaba la amenaza de un cierre patronal si el gobierno obligaba
a las empresas a pagar las indemnizaciones a los represaliados de octubre del 34.
26 La constitución del nuevo gobierno Azaña fue objeto de valoraciones confusas por parte
de la Komintern. Si en primera instancia se consideró no como un gobierno de Frente
Popular, sino como un gobierno burgués de izquierda44, sin embargo Moscú consideró
que debía ser apoyado contra los ataques y el posible golpe de estado de los
reaccionarios para garantizar que pudiera llevar a cabo el programa electoral del frente
popular, sin perjuicio de que el PCE mantuviese una acción independiente y se
reservase el derecho a la crítica y a la movilización cuando los métodos del gobierno
fueran dirigidos contra los intereses de las clases trabajadoras 45.
27 Las semanas siguientes transcurrieron agitadas, bajo el triple signo de la presión
popular para que el gobierno llevase a cabo reformas profundas, con verosímiles
amenazas de desbordamiento46; de la lucha interna en el PSOE, en la que la facción
caballerista parecía abonarse a ese radicalismo que podía terminar con la ruptura del
bloque popular; y de los movimientos para llevar a cabo la consecución de la unidad
orgánica del proletariado, empezando por la fusión de las juventudes.
28 El PCE, según informó Codovilla a Dimitrov, apostaba por el programa de la revolución
democrático-burguesa (al que atribuyó, de forma sin duda exagerada, un aplastante
apoyo de masas)47. Los comunistas apoyaban las ocupaciones de tierra de forma
organizada, como forma de obligar al IRA a acelerar sus pasos, pero limitándose «sólo
evitar que las masas fuesen arrastradas a ellos por los anarquistas, que pretendían
convertir la huelga general en indefinida53. La actitud comunista de firme de apoyo al
gobierno se reiteró en el mensaje en que se daba cuenta del final del paro dos días más
tarde. El PCE se atribuyó, junto con la mayor parte de los socialistas, el mérito del
rumbo impreso a la movilización, de protesta contra las actividades de los grupos
fascistas y apoyo a las fuerzas de policía. No significaba ello que no hubiese habido en el
seno del propio partido contradicciones e incomprensiones hacia una línea tan
moderada. «En algunos casos, -se informaba- la presión de los socialistas de izquierda y
los anarquistas se ha hecho sentir en nuestras filas, y para no parecer menos
“revolucionarios”, se han hecho algunas concesiones». Se hizo necesario, para ajustar el
rumbo, discutir las directrices de la IC en el BP con el objeto de confirmar
definitivamente la línea táctica del partido en este momento, y lograr que todos los
miembros la entendieran54.
33 La dirección comunista española estaba preocupada por la táctica adoptada por la
izquierda socialista, consistente, a su juicio, en incitar a las masas «contra el odiado
sector militar y por lo tanto llevar a cabo la revolución proletaria inmediatamente».
Como muestra, una parte de los incidentes durante el desfile del 14 de abril tuvieron
lugar cuando, al paso de unidades de la Guardia Civil, sectores del público, con los
puños en alto, prorrumpieron en gritos de ¡UHP! Asturias quedaba todavía muy cerca. A
ello se añadía el peligro de un pustch anarquista, apoyado en la impaciencia
revolucionaria de esas mismas masas. Todo ello hacía sumamente necesario el
mantenimiento de una actitud de vigilancia por parte del PC 55.
34 Mientras tanto, seguía la estrategia unitaria, dependiente en buena parte de las
tensiones internas y el juego de tendencias en el PSOE. Los comunistas fijaron la fecha
de su congreso el 12 de julio, unos días después del congreso socialista, para orientarse
hacia la fusión de ambas organizaciones. Entre los dirigentes comunistas locales se
extendía la impresión de que los socialistas de izquierda maniobraban para evitar la
fusión y la adhesión a la IC, porque lo que deseaban era la entrada en masas de los
comunistas en el partido socialista para incrementar su fuerza fraccional 56. En este
proceso emergió la obsesión por la actividad trotskista. Desde Moscú, Dimitrov alertó al
PCE contra antiguos comunistas expulsados y por aquel entonces activos en el seno de
otras organizaciones de izquierda: en concreto, aludió a las posibles maniobras de
Bullejos en la JS y a la creciente actividad de Maurín en Cataluña. Este último era, con
mucho, el más peligroso. El partido y su prensa no estaban haciendo prácticamente
ninguna campaña contra el trotskismo. Era imperativo concentrar todas las baterías
sobre él, empleando la denuncia pública para «desenmascarar la política aventurera de
Maurín y Cia, sus relaciones con Doriot57, un agente de Hitler, sus actividades
escisionistas, [y] su hostilidad al frente popular». La unificación de las fuerzas
proletarias de Cataluña adquiría una finalidad específica: arrancar a las masas de la
influencia de Maurín. En esta tarea resultaba prioritario educar a los nuevos miembros
del partido en el papel contrarrevolucionario de los trotskistas en la URSS, España y
otros países58.
35 La lucha entre facciones socialistas estaba poniendo en riesgo la unidad del FP y la
estabilidad del gobierno. Con la elevación de Azaña a la presidencia de la República, tras
la destitución de Alcalá Zamora, Caballero y la UGT declararon su voluntad de separarse
del FP. En vista de la gravedad de la situación, Codovilla mantuvo una entrevista con
Caballero, a quien después de alguna discusión, logró convencer de que la ruptura sería
higienización de los pueblos, para lo cual era necesaria una fuerte inversión estatal,
cuyos fondos procederían de un impuesto progresivo sobre la propiedad rústica y sobre
la renta en general, sobre los beneficios de los bancos, las sociedades anónimas y las
grandes industrias. Si ello no bastaba, sería necesario un empréstito forzoso sobre el
Banco de España y los grandes capitales.
39 El gobierno, en cumplimento de sus compromisos electorales, adoptó medidas para
reparar a los represaliados y perseguidos durante lo que se conoció como bienio negro:
Se promulgó el decreto sobre readmisión con indemnización (3 a 6 meses de salario) de
los despedidos de octubre, se aprobó la amnistía general, se puso en vigor de nuevo el
estatuto de autonomía catalán y se aprobó el vasco, se revisaron los desahucios de
campesinos y se restableció la legislación social del primer bieno. Por otra parte, se
ilegalizó a Falange y se procedió a una depuración superficial de las fuerzas represivas y
del ejército, con el nombramiento de una comisión de investigación sobre la represión.
40 Sin embargo, en el ámbito económico y social el gobierno, integrado en exclusiva por
republicanos burgueses, no actuaba con diligencia a no ser que se le sometiera a
presión mediante huelgas económicas, políticas, de ocupados y parados, parciales y
generales, con ocupación de fábricas e invasiones en masas de fincas. Era en estas
circunstancias cuando el Estado se veía obligado a intervenir a través de sus delegados
de trabajo, y en general su dictamen, según Hernández, era favorable a los obreros.
41 Respecto a la inquietud que generaban en el extranjero incidentes como el incendio de
establecimientos religiosos, Hernández procuró alejar de la responsabilidad sobre ello a
los comunistas. El PCE era contrario al anticlericalismo visceral, lo que no fue óbice
para que diera pábulo a los extendidos rumeores que hablaban de que en el interior de
algunos templos se encontraban “depósitos de armas fascistas o que desde ellas se ha
hecho fuego contra manifestaciones populares”.
42 Adecuándose rápidamente a la nueva estrategia, el PCE iba ganando aceleradamente
espacios de visibilidad y respetabilidad. En ese contexto, y sin olvidar que el gobierno
no era más que un gobierno republicano de izquierda, o sea, burgués, los comunistas
españoles llegaron a la conclusión de que «podemos seguir un gran trecho del camino
en común, para mejorar las condiciones de vida, de trabajo, de cultura y bienestar de
las masas laboriosas de nuestro país y asestar golpes serios a las fuerzas de la reacción y
el fascismo». El giro hacia la política de Frente Popular en la acepción canónica de
Dimitrov había llegado a su conclusión. Al calor del antifascismo crecían las dinámicas
unitarias entre las organizaciones marxistas de la clase trabajadora española. Tras la
fusión de la comunista Confederación General del Trabajo Unitaria (CGTU) con la UGT,
esta central sindical contaba con 745.000 obreros industriales, unos 253.000 campesinos
y más de 200.000 obreros en trance de afiliación. La CNT, que declaraba 559.000
adherentes, también se reforzaba aunque no al ritmo impetuoso de la UGT. El gran
éxito unitario lo constituía la creación de la Juventud Socialista Unificada (JSU) 67. Desde
el punto de vista orgánico, el resultado de la fusión iba más allá de la mera suma de
efectivos, desencadenando efectos sinérgicos: si la Juventud Comunista tenía antes del
16 de febrero 14.000 miembros y en el momento de la fusión contaba con 50.680; y la JS
contaba con unos 65.000, dos o tres semanas después de la fusión la Juventud Unificada
tenía ya 140.000 miembros. A ellos había que añadir decenas de miles de pioneros, entre
40 y 50.000 mujeres y unos 30.000 jóvenes en la Federación Deportiva Obrera.
43 Las relaciones con el Partido Socialista fueron objeto de especial atención,
particularmente con el sector que seguía a Largo Caballero. Los comunistas se
NOTAS
1. Congreso Extraordinario del PSOE, 1921. Nacimiento del Partido Comunista Español, Madrid,
ZYX, 1975, p. 3. Para este periodo, AVILÉS FARRÉ, J: La fe que vino de Rusia: La revolución
bolchevique y los españoles (1917-1931). Madrid, UNED, 1999; y “Le origini del Partito Comunista
di Spagna, 1920-1923”. Ricerche di Storia Politica, Año 3, nº1, Enero, 2000, pp 3-28.
2. MEAKER, G. H: La izquierda revolucionaria en España (1914-1923). Ariel, Barcelona, 1978, p.
571.
3. Archivo Histórico del Partido Comunista de España (AHPCE), Manuscritos, tesis y memorias,
Memorias de Vicente Uribe, 60/6, sin paginar, Praga, 1959; para el mismo periodo, AHPCE,
Manuscritos, tesis y memorias, Autobiografía de Leandro Carro, 2/7.11
4. PACHECHO PEREIRA, J: Álvaro Cunhal. Uma biografía política“Daniel”, o jovem revolucionario
(1913-1941), Lisboa, Temas e Debates, 200, v. 1, pp. 81-82.
5. El expediente está recogido en AHN, Fondos contemporáneos, Fondos reservados del Tribunal
Supremo, Exp. 32, carpeta 8. Causa: Comunismo, 1928. Proceso por conspiración para la rebelión
… ejecutado por individuos pertenecientes al Partido Comunista Español.
6. BULLEJOS, La Comintern en España. Recuerdos de mi vida. México D.F., Impresiones Modernas,
1972, p. 123.
7. El proceso de sustitución de la dirección está analizado en ELORZA, A, y BIZCARRONDO, M:
Queridos camaradas. La internacional comunista y España (1919-1939), Barcelona, Planeta, 1999,
p. 161-169.
8. Ibid. P. 483.
9. La prensa comunista tronaba con este tipo de polémicas: “En este cincuentenario de la muerte
del maestro, opongámonos a las traiciones de los jefes socialfascistas al grito de ¡Marx nos
pertenece!” (Mundo Obrero –M.O.-, 14 de marzo de 1933). “¿Contra quien luchan los jefes
anarquistas?” (M.O., 17 de febrero de 1933); y “Reunión de la Mesa de la IOS: La forja de la
mentira y de la capitulación” (M.O., 3 de abril de 1933).
10. COMÍN COLOMER, E: Historia del Partido Comunista de España. Tomo II. Madrid, Editora
Nacional, 1967, p. 632.
11. BARRANQUERO, E: “Orígenes y carácter del Frente Popular”, en Políticas de alianza y
estrategias unitarias en la historia del PCE. Papeles de la FIM, nº 24, 2ª época, 2006, pp.35-40.
12. JULIÁ, S: “Preparados para cuando la ocasión se presente”: Los socialistas y la revolución, en
Violencia política en la España del siglo XX, Taurus, Madrid, 2000, p. 145-148.
13. Los servicios de inteligencia británicos lograron descifrar los mensajes transmitidos por cable
entre Moscú y Madrid, al menos hasta septiembre de 1936. Se encuentran en The National
Archive (TNA), en los fondos HW 17/26 y HW 17/27. El cotejo con algunos de los textos
encontrados por Elorza y Bizcarrondo en los archivos exsoviéticos (RGASPI) demuestra que son
los mismos que emitía y recibía la Comintern.
14. TNA, HW 17/26, 1692/Sp, 14/1/1934.
15. TNA, HW 17/26, 1693/Sp,29/1/1934.
16. TNA, HW 17/26, 169y y 1698/Sp, 14 y 28/2/1934.
17. DUCLOS, J: Mémoires. Aux jours ensoleillés du front populaire, 1935-1939. París, Fayard, 1969,
T.II, pp. 99-100.
18. “Una interviú de La Libertad. El camarada Jesús Hernández expone, en nombre del CC, su
criterio sobre el frente único” (M.O., 2 de agosto de 1934).
19. “De las batallas parciales a las jornadas decisivas” (M.O., 6 y 9 de agosto de 1934).
20. “Discurso del camarada Jesús Hernández. Cordial llamamiento a los camaradas de la CNT”
(M.O., 14 de septiembre de 1934);
21. “Un discurso, pleno de doctrina revolucionaria y de afirmación comunista en la lucha por el
frente único, pronunciado por el camarada Jesús Hernández” (M.O. 15 de septiembre de 1934).
22. TNA, HW 17/26, 1757/Sp, 8/9/1934.
23. TNA, HW 17/261762/Sp. 29/9/1934.
24. TNA, HW 17/26, 1758/Sp, 18/9/1934.
25. TNA, HW 17/26, 1759 y 1761/Sp, 22/9/y 2/10/1934.
26. TNA, HW 17/26, 1763/Sp., 7/10/1934.
27. TNA, HW 17/26, 1765/Sp., 10/10/1934.
28. JULIÁ, S: “Preparados para cuando la ocasión se presente…”, p. 184. Un testimonio de primera
mano sobre los hechos de octubre sigue siendo la obra clásica de Rosal, Amaro del: 1934: El
movimiento revolucionario de Octubre, Madrid, Akal, 1984.
29. TNA, HW 17/26,1770/Sp., 27/10/1934
30. TNA, HW 17/26, 3428/Sp. 9/1/1935.
31. TNA, HW 17/26, 1774/Sp., 12/11/1934 y TNA, HW 17/26, 1773/Sp., 9/11/1934: “El 12 de
noviembre tendrá lugar una manifestación por el Frente Unido en París, en conexión con el mitin
de la Segunda Internacional. Enviad (...) uno de vuestros representantes”.
32. Citado en Comín, E: op. Cit., p. 514 y siguientes.
33. Sobre el contexto internacional que coadyuvó a la formulación de la política unitaria de la
izquierda, GABRIEL, P: “Contexto internacional y Frente Popular”, en Políticas de alianza y
estrategias unitarias en la historia del PCE, Papeles de la FIM, Madrid, nº 24, 2ª época, 2006, pp.
19-30.
34. TNA, HW-26, 5995/Sp., 30/11/1935. “Caballero ha sido absuelto y nos ha informado de que va
a cumplir su promesa”.
35. TNA, HW-26, 5994/Sp. 19/12/1935.
36. TNA, HW-26, 5985/Sp. 21/12/1935.
37. TNA, HW-26, 5891/Sp,. 15/1/1936.
38. TNA, HW-26, 5901/Sp., 16/1/1936.
39. Codovilla llegó a transmitir a Manuilski que esto obedecía a alguna maniobra oculta del
aparato socialista controlado por Prieto: “El comité ejecutivo del PS ha maniobrado para remover
invitamos a hablar con Caballero para que eleve una proposición en nombre de la UGT al comité
nacional de CNT con el objeto de abrir una comisión parlamentaria de investigación y
conciliación con el fin de liquidar las hostilidades entre los partidarios de las dos organizaciones
en Málaga”. TNA, HW-26, 6199/Sp., 21/6/1936.
64. TNA, HW-26, 5834/Sp., 1/5/1936. “Díaz, Luís. Luís debe venir inmediatamente con
información de la situación. Sería bueno que viniera con él uno de los miembros del BP, si no hay
dificultad. Dios”.
65. Russian State Archive of Socio-Political History (RGASP) I, f. 495, op2. d. 245, pp. 124-163. Hay
también una copia en francés. Agradezco la referencia de este informe a Ángel Viñas.
66. El estudio más reciente sobre la situación en el agro meridional en este momento es el de
ESPINOSA, F: La primavera del Frente Popular Los campesinos de Badajoz y el origen de la guerra
civil (marzo-julio de 1936). Barcelona, Crítica, 2008.
67. Para este proceso, ver Vinyes, R: La formación de las Juventudes Socialistas Unificadas,
(1934-1936). Madrid, Siglo XXI,1978.
68. Los acontecimientos, tal como ocurrieron, iban a desbordar las previsiones: A raíz del
levantamiento militar, los afiliados pasaron a ser 118.763; casi un año más tarde, en marzo de
1937, alcanzaba el cuarto de millón. AHPCE, Film XVI, 1937.
69. En el entierro del capitán Faraudo, instructor de milicias asesinado por falangistas,
Hernández puso de manifiesto que los comunistas “no somos enemigos de los militares ni del
ejército, ni queremos destruir la disciplina sino simplemente depurarlos de todos los elementos
fascistas”.
RESÚMENES
La historia del Partido Comunista de España (PCE) durante la Segunda República es la de la
transición desde una localización periférica dentro del sistema de fuerzas políticas a una posición
central en un plazo muy breve de tiempo. En este proceso jugó un papel determinante la nueva
estrategia diseñada por el VII Congreso de la Internacional Comunista en 1935 con la constitución
de los frentes populares. El PCE asumió progresivamente posiciones menos sectarias y se hizo
visible para la clase trabajadora, sobre todo a partir de los hechos de octubre de 1934. Con la
formación de la coalición del Frente Popular en febrero de 1936, el compromiso fundamental del
PCE fue el de garantizar, mediante su labor de movilización e intensificación de su presencia, que
su contenido reformista llegaría hasta sus últimas consecuencias.
L’histoire du Parti communiste d’Espagne (PCE) au cours de la Seconde République est celle du
passage d’une situation périphérique au sein du système politique à une position centr ale dans
un délai très court. Dans ce processus a joué un rôle déterminant la nouvelle stratégie conçue par
le septième Congrès de l’Internationale communiste en 1935 avec la formation de fronts
populaires. Le PCE a pris des positions de moins en moins sectaires et s’est rendu visible pour la
classe ouvrière, en particulier depuis les événements d’Octobre 1934. Avec la formation de la
coalition du Front populaire en Février 1936, l’engagement fondamental du PCE était d’assurer,
grâce à son travail de mobilisation et de renforcement de sa présence, que son programme serait
conduit jusqu'au but final.
The history of the Communist Party of Spain (PCE) during the Second Republic is that of the
transition from a peripheral location within the political system to a central position within a
very short time. In this process played a role the new strategy designed by the Seventh Congress
of the Communist International in 1935 with the formation of popular fronts. The PCE took
progressively less sectarian positions and made itself visible for the working class, especially
since the events of October 1934. With the formation of the Popular Front coalition in February
1936, the fundamental commitment of the PCE was to ensure, through its work of mobilization
and strengthening of its presence, that its reformist program would be pushed to its logical
conclusion.
ÍNDICE
Palabras claves: Partido Comunista, Internacional Comunista, Frente Popular, Segunda
República española (1931-1936), España, siglo XX
Keywords: Communist Party, Communist International, Popular Front, Second Republic, Spain,
20th century
Mots-clés: Parti communiste, Internationale communiste, Front populaire, Seconde République,
Espagne, XXe siècle
AUTOR
FERNANDO HERNÁNDEZ SÁNCHEZ
Universidad Autónoma, Madrid
El insurreccionalismo anarquista
durante la II República
L’insurrectionnalisme anarchiste pendant la Seconde République
The anarchistic insurrectionnisme during the Second Republic
El contexto republicano
6 Para contestar a la primera pregunta es necesario abordar, aunque sea de forma breve,
dos asuntos que influyeron en la actuación anarquista: el enfrentamiento interno en el
seno de la CNT por el control de la organización y la acción del gobierno republicano
socialista en materia laboral y de orden público.
7 En la CNT siempre han existido dos grupos que han luchado por dirigir la organización.
En tiempos de la II República los podemos denominar como anarcosindicalistas y
anarquistas – que a su vez se encuadraban en la Federación Anarquista Ibérica (FAI) -.
La lucha por el control de la organización implicaba, como es lógico, la realización de
los planteamientos que defendía cada grupo. Los anarcosindicalistas entendieron la
instauración de la República como el espacio necesario para perfeccionar y ampliar la
organización sindical, lo que permitiría, al mismo tiempo, la mejora de las condiciones
de vida de la clase obrera. No renunciaban a alcanzar la sociedad libertaria, sino que
aplazaban la revolución a largo plazo. Tiempo en el que fortalecerían el sindicato y
alcanzarían reformas, lo que implicaba negociación, pero también la lucha a través de
actividad individual basada en el atentado para «evitar crear la epidemia terrorista que
actúa sobre el cuerpo social como elemento estrangulador de la revolución». Para los
anarquistas no era el tiempo del individualismo valiente, sino de la insurrección
popular. El momento, claramente revolucionario, requería dejar de prestar «atención a
pequeñeces», y como tales se entendían las luchas por las mejoras en las condiciones de
vida de los trabajadores, por lo tanto, era necesario:
«que no se planteara ninguna clase de conflicto de orden económico, moral o
personal que no tuvieran una estrecha relación con las necesidades revolucionarias
del momento, pues resulta paradójico que mientras se vive al afán de la Revolución
Social, se planteen huelgas o conflictos para obtener mejoras materiales, y, acaso
también, para vengar ciertas injusticias de carácter personal que ninguna de ellas
quedaría sin venganza o sanción en una revolución triunfante» 10.
12 Pero los anarquistas necesitaban el control de la organización para avanzar por el
camino de la revolución. La ofensiva faísta comenzó en el mismo verano de 1931 y tuvo
su primer resultado en la destitución de Juan Peiró - figura señalada del
anarcosindicalismo -, al frente de la redacción de Solidaridad Obrera, en septiembre del
mismo año. Su puesto sería ocupado por el faísta Felipe Alaiz al mes siguiente. La
ofensiva estuvo marcada por una huelga general en la metalurgia, un levantamiento en
la cárcel Modelo de Barcelona y la consiguiente represión a cargo del gobernador civil,
Anguera de Sojo. Circunstancias que dificultaban la actuación moderada de los
anarcosindicalistas con respecto a la República11. De todas formas, todavía a finales de
año el secretariado general de la CNT estaba en manos de un destacado treintista como
Ángel Pestaña, mientras que una regional tan emblemática como la catalana, lo estaba
en las del moderado Emilio Mira. Situación que se mantuvo poco tiempo, pues la crítica
por la actuación de ambos durante el levantamiento de enero de 1932, y,
principalmente, su respuesta a la represión ejercida desde el Estado, implicó su
sustitución por dirigentes de la FAI en los meses siguientes.
13 Lo cierto es que la actuación del gobierno republicano-socialista iba a dar argumentos a
los faístas en su lucha contra los moderados en la CNT. En primer lugar, por la política
que el dirigente de la Unión General de Trabajadores (UGT), Francisco Largo Caballero,
puso en marcha al frente del Ministerio de Trabajo. El enfrentamiento de la CNT con la
UGT tenía que ver con su disputa por el control del movimiento obrero. Un
enfrentamiento que venía de lejos y que había tenido su representación más cercana
durante la Dictadura de Primo de Rivera. Los socialistas no promovieron ningún tipo de
actuación contra el golpe del general, y pasaron de la neutralidad a la colaboración con
la Dictadura. Largo Caballero participó como vocal en el Consejo de Trabajo y también
en el Consejo de Estado, órgano consultivo de ayuda al Directorio Militar. La UGT
colaboró también en la organización corporativa creada por el Ministerio de Trabajo. El
modelo se basaba en el sistema fascista italiano, aunque con ciertas diferencias. La base
de la nueva organización era los «comités paritarios», donde obreros y empresarios
discutían sus diferencias. Los ugetistas pusieron como condición para su participación
ser la única central presente en dichos comités. Con esta actuación, no sólo evitaban su
posible ilegalización, sino que consolidaron su organización y aumentaron el número
de afiliados. Por el contrario, la CNT se vio abocada a la clandestinidad, con la
consiguiente represión y el desmantelamiento de sus estructuras 12.
14 Los cenetistas no olvidaban esta reciente historia de colaboración socialista con la
dictadura y mostraban sus recelos hacia la persona de Largo Caballero. La puesta en
marcha de los Jurados Mixtos, versión republicana de los comités paritarios, implicó el
se producía por una reivindicación concreta, como podía ser un aumento salarial, sino
por el incumplimiento de la legislación social18.
17 La situación era aún más delicada en el campo que en la ciudad. Los campesinos
llevaban una existencia mísera que el Gobierno Provisional había intentado paliar con
urgencia mediante decretos que también sufrieron la oposición de los grandes
terratenientes. Pero, además, la actuación de las fuerzas del orden público era mucho
más complicada en el medio rural. Estas fuerzas estaban «más cercanas» al poder de los
grandes propietarios que al del Ministro de Gobernación en Madrid. No resultaba nada
excepcional que el propietario de unas tierras solicitara la presencia de la Guardia civil,
a la que daba alojamiento en sus tierras y pagaba los gastos de manutención y
hospedaje, cuando se iban a realizar labores de recolección o ante la posibilidad de una
manifestación o huelga19. El propio dirigente ugetista Enrique de Santiago señalaba que
la lucha era más difícil «en los pueblos y en las aldeas, donde el cacique, en buenas
migas con el sargento de la guardia civil, es amo y señor de la libertad y de la vida de los
ciudadanos»20. En este contexto, los dirigentes republicanos y socialistas tuvieron que
enfrentarse a situaciones de difícil explicación, como los hechos acaecidos en
localidades como Arnedo o Casas Viejas. Represión que los faístas utilizaron ya no sólo
contra la República, con el objeto de convencer a los trabajadores de la imposibilidad de
mejora con el nuevo régimen, sino también contra sus compañeros más moderados
para lograr el control de la CNT. Un control que no sólo se ejerció desde la dirección del
sindicato, sino también a través del dominio en organizaciones supuestamente
supeditadas a la CNT, como eran los comités de defensa y los comités pro-presos.
18 Las reivindicaciones laborales, que mediante importantes huelgas comenzaron en mayo
de 1931, junto a las ocupaciones de fincas, de septiembre y octubre, dieron paso a
levantamientos revolucionarios en el año siguiente.
acuerdo confederal que señalaba la huelga ferroviaria como paso previo para el
levantamiento. Más bien al contrario, adelantaron los preparativos tras la explosión de
uno de sus arsenales, y convocaron a la revolución con fecha y hora determinada: el día
8 de enero a las 8 de la tarde34. Esperaban que, una vez en la calle, su espíritu
revolucionario contagiara ya no sólo al resto de la organización, sino también al pueblo
en general. La convocatoria contó, además, con una ambigüedad que hace dudar de los
medios utilizados para conseguir su objetivo. La llamada al movimiento partió del
Comité de Defensa catalán, que intuyó la futura actuación policial contra la
organización, «estudió la situación de represión que se estaba gestando y procedió a
intensificar aceleradamente la preparación de efectivos…», sin esperar a que estallara
la huelga, con la esperanza que el movimiento sería secundado por el resto de la
organización35. El Comité de Defensa catalán contó con el apoyo del secretario del
Comité Nacional de los propios Comités de Defensa, Manuel Rivas, quien, a su vez, era
secretario general del Comité Nacional de la CNT. Así que cuando Rivas firmó el
documento que llamaba a la movilización como secretario de defensa, buena parte de la
organización creyó que quien convocaba el movimiento era la organización sindical, y
no dichos comités, que, por otro lado, estaban en manos faístas y no tenían potestad
para tomar una decisión de esas características36.
32 En consecuencia, la CNT se desvinculaba del levantamiento, mientras la FAI lo hacía
suyo. De hecho, el Pleno de Locales y Comarcales de Cataluña, de finales de enero,
eximió de responsabilidades al Comité Regional de la CNT en Cataluña en el
levantamiento, al considerar que el movimiento fue declarado al margen de la
organización. En el mismo sentido, el Comité Nacional de la CNT señaló que la lucha
quedó desautorizada desde el momento en que la Federación ferroviaria desconvocó la
huelga. Toda esta situación, abrió la crítica a la actuación de los comités de defensa y a
un debate que intentó limitar, de una vez por todas, sus atribuciones. El Pleno Nacional
de Regionales, celebrado en junio de 1933, acordó la incompatibilidad entre las
secretarías generales de la CNT y del Comité de Defensa; acuerdo que se extendió a los
secretariados de las comarcales, locales y regionales. Al mismo tiempo, recordaba que
los comités de defensa debían centrar su actuación, exclusivamente, en la preparación
de los movimientos revolucionarios, nunca en su ejecución, papel que quedaba en
manos de la organización sindical37.
33 La insurrección tuvo especial seguimiento en Cataluña, Levante y Andalucía. Al igual
que había sucedido un año antes, los anarquistas izaron la bandera roja y negra de la
Confederación en algunos pueblos y proclamaron el comunismo libertario. La dinámica
que la revolución tuvo en estas localidades retrotraía a modos de actuación del último
cuarto del siglo anterior, que deberían estar superados. Los revolucionarios se dirigían
al cuartel de la guardia civil para conminar a los agentes a unirse a la rebelión, a
continuación se apoderaban del ayuntamiento y del archivo de la propiedad, para la
destrucción «en auto de fe» de los títulos; posteriormente se atrincheraban en el pueblo
y no trataban de extender la lucha más allá de su demarcación –seguramente ante la
creencia de que la misma acción estaba teniendo lugar en el resto de localidades de la
zona -, así que esperaban a la comunicación del triunfo de la revolución o a que las
fuerzas del orden llegaran38.
34 Estos levantamientos estaban relacionados, en muchos casos, con la situación de
miseria en la que se desenvolvía la vida de los campesinos españoles. A este respecto,
habría que preguntarse hasta qué punto la proclamación del comunismo libertario
significaba para los lugareños algo más que un reparto de tierras, que consideraban
necesario para su supervivencia. El gobierno republicano-socialista había aprobado una
serie de decretos, como el de laboreo forzoso y el de términos municipales, que
pretendían mejorar la situación del campesinado, pero cuyo desarrollo fue
controvertido y lento. Igual sucedió con la legislación más importante con la que se
pretendía solucionar los problemas del campo, como fue la ley de Reforma Agraria, que
se aprobó en agosto de 1932; es decir, tras un año y cuatro meses de la instauración de
la República y gracias al impulso que para las fuerzas en el gobierno supuso el fracaso
de la rebelión protagonizada por el general Sanjurjo. Pero es que, además de la lentitud,
la legislación vigente chocó, como ya he mencionado, con la intransigencia de los
terratenientes, que incumplían sistemáticamente ya no sólo decretos y leyes
republicanas, sino los acuerdos alcanzados con los trabajadores en el marco de los
Jurados Mixtos. Son muchos los latifundistas que dejaban de cultivar sus tierras, y miles
los labriegos que no ganaban jornal alguno; a los que los primeros decían: «¿No queríais
República? ¡Pues comed República!»39.
35 Esta situación se agravaba con la actuación de las fuerzas del orden en el campo, que
provocó actos de represión de difícil justificación. El caso más conocido es lo sucedido
en Casas Viejas, el 11 y 12 enero de 1933. Lejos de pretender realizar un análisis
pormenorizado de los hechos, es importante señalar que con anterioridad a la
insurrección libertaria estaba planteada una huelga campesina en las provincias de
Cádiz y Sevilla, como protesta por el paro forzoso en el que se encontraban miles de
jornaleros desde que acabó la siega, con los consiguientes problemas de hambre. Los
jornaleros recibían como subsidio de paro, lo que se denominaba el bono - que los
campesinos llamaban «la limosna» -, consistente en el pago de 1 peseta a los solteros y
1,50 a los casados; cuando el kilo de pan costaba 95 céntimos 40.
36 Con este ambiente de fondo, los campesinos de Casas Viejas se unieron a la insurrección
anarquista y ocuparon la localidad. La llegada de las fuerzas del orden, al mando del
capitán Rojas, significó la puesta en marcha de una represión que supuso: el incendio de
una casa con ocho miembros de la familia de uno de los anarquistas – Seisdedos - en su
interior, de los que murieron seis, el fusilamiento de otros 14 campesinos y la detención
de varias decenas, con las correspondientes denuncias de tortura 41.
37 La República tenía un grave problema con la actuación de las fuerzas del orden en el
campo español, ya que cualquier actuación, hasta aquellas que eran pacíficas, eran
tomadas como un acto de agresión o, cuando menos, de ruptura del orden. Es evidente
que el gobierno de la República tenía derecho a reprimir cualquier levantamiento que
se produjera contra el orden público, pero no es menos cierto que también estaba
obligado tanto a hacer cumplir la legalidad, como a controlar que la actuación de las
fuerzas del orden fuera de acuerdo a la ley. Pues bien, en ambos asuntos, la actuación
del gobierno favoreció los intereses de los poderosos en detrimento de los más débiles;
no obligó a los primeros a cumplir las leyes y acuerdos firmados dentro de la legalidad,
ni sancionó la actuación desmedida de las fuerzas del orden contra los segundos; más
bien al contrario, los miembros del gobierno se apresuraban a justificar su actuación.
Así, por ejemplo, Azaña señalaba en las Cortes, el 2 de febrero, que «en Casas Viejas no
ha ocurrido, sino lo que tenía que ocurrir». Palabras que fueron acogidas con «fuertes
rumores y protestas en los bancos de las minorías; contraprotestas en la mayoría»; para
continuar diciendo: «planteado un conflicto de rebeldía a mano armada contra la
sociedad y contra el Estado, lo que ha ocurrido en Casas Viejas era absolutamente
inevitable...»42. Azaña defendía la actuación de las fuerzas del orden antes de conocer la
realidad de lo ocurrido en Casas Viejas, sin guardar ningún tipo de cautela en sus
manifestaciones. Por su parte, el ministro socialista Fernando de los Ríos decía al jefe
del ejecutivo que lo ocurrido en Casas Viejas era muy necesario, «dada la situación del
campo andaluz y los antecedentes anarquistas en la provincia de Cádiz», mientras que
el titular de Trabajo, Largo Caballero, aconsejaba que mientras durara la refriega, el
rigor era «inexcusable»43. Sin embargo, diputados de la oposición como Eduardo Ortega
y Gasset o Rafael Guerra del Río se hacían eco de otras informaciones que ya aparecían
en la prensa de Madrid44.
38 No menos sorprendente era la actuación de la Justicia cuando acontecimientos como
este llegaban a los tribunales. En el proceso sobre los sucesos de Casas Viejas no se
juzgaron los hechos relacionados con la quema de la casa de Seisdedos, con toda su
familia dentro, sino, exclusivamente, el fusilamiento de las 14 personas: «diez de ellas
esposadas, cuatro inermes y todas ellas impotentes ante un pelotón de hombres
armados». Ningún guardia de asalto que participó en las ejecuciones fue procesado,
mientras que el primer juicio contra el capitán Rojas, único encausado, quedó anulado.
El segundo juicio se celebró en junio de 1935, y el jurado condenó a Rojas a 98 años de
prisión, que por límite legal quedaron en 21. Sin embargo, la defensa del acusado
presentó un recurso ante el Tribunal Supremo, que calificó los asesinatos como simples
homicidios y redujo la condena a 14 años, un año por cada uno de los ejecutados. Pero
esta condena se redujo a 3 años por la regla del triple de la pena más alta en el caso de
varios delitos. En fin, que Rojas salió en libertad en marzo de 1936 45.
39 Todos estos hechos facilitaban la reconducción de la propaganda anarquista sobre el
resultado de las insurrecciones. El movimiento libertario volvía a poner en marcha lo
que he denominado la «propaganda por la represión», término que ya he utilizado para
referirme a las actuaciones de los anarquistas a finales del siglo XIX. En aquel período,
los resultados negativos cosechados con los atentados amparados en lo que
denominaban la «propaganda por el hecho», les obligó a desviar la atención sobre la
ilegal y cruenta represión ejercida por los gobiernos de la Restauración 46. Ahora, en
tiempos de la II República, la CNT veía como con los movimientos insurreccionales ya
no sólo no conseguía alcanzar la revolución social, sino que la organización era
desmantelada, sus militantes muertos o encarcelados, los sindicatos cerrados y la
prensa libertaria prohibida. Pero es que los trabajadores que secundaban el movimiento
tampoco obtenían resultados positivos, pues lejos de alcanzar cualquier mejora en sus
condiciones de trabajo o aumento salarial, a la represión general tenían que añadir el
despido de sus puestos de trabajo. Así que la CNT se volcaba en centrar sus protestas
por la represión sufrida, en lugar de hacer autocrítica del camino emprendido. En los
plenos se proponían propagandas que iban desde «atacar al gobierno en las personas de
los socialistas, quienes son los responsables de todo», hasta la edición de un folletos que
cantara “el gesto heroico del camarada Seisdedos de Casas Viejas, como elemento de
agitación que daría un resultado formidable a favor de la causa de los presos» 47. Pero
también se proponían nuevos movimientos y huelgas para protestar contra la
represión. Como la huelga general de 48 horas convocada para el 9 y 10 de mayo de
1933, con un seguimiento escaso, motivado, precisamente, por la clausura de un buen
número de sindicatos en toda España como consecuencia de las insurrecciones
anteriores48.
40 En fin, que por mucho que desde las filas anarquistas se insistiera en el heroísmo de los
compañeros «masacrados, diezmados, de nuevo sometidos, aunque no vencidos», y se
dijera que esta era la «pauta a seguir»49, lo cierto era que la CNT estaba al borde del
colapso; y, sin embargo, a pesar de que la organización reconocía la necesidad, por
encima de todo, de reorganizarse, se insistía en el maximalismo revolucionario. Volvía
a plantearse la restricción de la huelga con fines concretos «en holocausto al
movimiento revolucionario», lo que suponía prepararse «para la revolución dejando de
lado los movimientos serviles para convertirlos en actos decisivos» 50. Era una huida
hacia adelante de consecuencias previsibles.
Esta situación llevó a la Regional de Aragón, Rioja y Navarra, que fue la más combativa,
a señalar:
«Que siempre, y en todos nuestros comicios, tengamos por norma la expresión
sincera de nuestra labor informativa y deductiva, para que nunca fuera la verborrea
más o menos cálida y el temperamento frío o apasionado de los delegados, quienes
influyan o cambien el fondo del acuerdo con el que son enviados; que las regionales
avalen o envíen sus delegados con los acuerdos tomados, en síntesis, sin perjuicio
de que estos, y aquí caben todos los recursos teóricos, den la forma que puedan
producir los mejores efectos, pero siempre sin alterar las líneas esenciales y el
fondo de los acuerdos»53.
44 Así que, aunque los delegados transmitieran la predisposición de sus regionales a la
acción, lo cierto era que la mayoría no estaban preparadas, como reconocieron las de
Andalucía y Extremadura, Norte, Galicia, Asturias y Centro. Otras, aún sin admitirlo
abiertamente, tampoco lo estaban. Era el caso de la emblemática regional catalana.
Aquí las esperanzas estaban depositadas en Barcelona, donde los militantes más
significados sustentaban el criterio «de que el momento no era oportuno», aunque, no
obstante, si el movimiento estallaba, «ellos cumplirían con su deber». El secretariado
del Comité Regional decidió editar una hoja clandestina, «que no llegó a ver la luz
pública», por el retraso en su edición y por «la lamentable situación económica de este
Secretariado». De todas formas, se lanzaron unos manifiestos en la capital, y se decidió
que el día 8 de diciembre arrancara la insurrección. El día 9, «en muy pocas localidades
de Cataluña, el movimiento había tenido repercusión», con excepción del Bajo
Llobregat, especialmente en Hospitalet. Mientras que en Barcelona, hubo «unos actos
de sabotaje en algún punto de poca importancia». Un pleno de sindicatos acordó
impulsar el movimiento en los días siguientes, pero el 11 y 12 pasaron «sin que nada
anormal ocurra en Barcelona, salvo unas escaramuzas ocurridas en las barriadas de
Sans y Coll-Blanch». Un nuevo pleno, celebrado el día 12, acordó volver al trabajo «ante
la imposibilidad de hacer nada práctico». Tras lo acontecido, el Comité Regional
presentó su dimisión y el Comité de Defensa Local aseguraba que «siempre
mantuvieron que Barcelona no estaba en condiciones de acometer o de iniciar el ataque
por carecer de medios combativos». El informe terminaba concluyendo que en el resto
de Cataluña no se hizo prácticamente nada54.
45 El único lugar dónde los acontecimientos alcanzaron proporciones de insurrección fue
en la regional de Aragón, Rioja y Navarra. Los propios militantes reconocieron
«ciertamente, que a nuestra Regional se la ha dejado sola». Las acciones no se
circunscribieron, exclusivamente, a las capitales, sino que se extendieron por los
pueblos de alrededor: Mas de las Matas, Alcoriza, Alcañiz... La ciudad de Zaragoza fue
testigo de una auténtica batalla campal en sus calles. El ejército utilizó todos los medios
a su alcance, desde ametralladoras a tanques, para reducir a los insurrectos
parapetados tras barricadas.
46 La insurrección se cobró la vida de 125 personas y hubo 186 heridos; entre los
insurrectos 65 muertos y 38 heridos; entre los ciudadanos que no tenían que ver con el
movimiento hubo 44 muertos y 85 heridos. Las fuerzas del orden tuvieron 16 muertos y
63 heridos55. Además, hubo cientos de detenidos, y no faltaron denuncias de torturas,
incluidos fusilamientos simulados. Otra cuestión a señalar es el salto cualitativo en la
represión ejercida por los revolucionarios, que fue superior a la de anteriores
movimientos. En algunos pueblos se colgaron bandos conminando a la población a
someterse al nuevo régimen para salvar su vida. En el mismo sentido, hubo detención
Conclusiones
49 Los anarquistas estaban convencidos de que lo acontecido el 14 de abril de 1931 había
sido una revolución, pero que la falta de acción de los militantes cenetistas en esos días
decisivos había facilitado a republicanos y socialistas controlar los resortes de poder y
derivar los hechos a la implantación de una república burguesa. De todas formas, para
los anarquistas, el momento revolucionario no había pasado, todavía era posible un
cambio de rumbo que permitiera la implantación de una sociedad libertaria. Para
conseguir este objetivo necesitaban, por un lado, hacerse con el control de los puestos
directivos de la CNT y, por otro lado, promover acciones que crearan las circunstancias
adecuadas para movilizar a la ciudadanía y desencadenar una auténtica revolución
social.
50 Aunque la historiografía siempre ha señalado que fueron tres las insurrecciones
protagonizadas por la CNT en tiempos republicanos - en enero de 1932 y enero y
diciembre del año siguiente -, hay que añadir un matiz importante: la primera de ellas
no puede considerarse como una insurrección promovida y dirigida por la organización
confederal. El levantamiento en el Alto Llobregat fue un movimiento huelguístico
circunscrito a una comarca catalana que derivó en insurrección en algunos pueblos de
la zona; pero que no contó con la implicación - ni tan siquiera con el conocimiento - de
la dirección de la CNT a nivel regional ni nacional. Sin embargo, este movimiento tuvo
una importancia destacada para el devenir del sindicato confederal; en primer lugar,
por la repercusión que tuvo en la lucha interna de la organización, con la sustitución de
los anarcosindicalistas por los faístas al frente del sindicato confederal; y, en segundo
lugar, porque lo sucedido en la comarca catalana se quiso interpretar como el camino a
seguir en cuyo final se vislumbraba, aunque fuera remotamente, la futura sociedad
libertaria.
51 La actuación del gobierno republicano, tanto en materia de legislación laboral como de
orden público, facilitó la labor de los más radicales en la CNT. A finales de 1932, los
faístas controlaban todos los puestos claves de la organización sindical; mientras que la
República era denostada, con la consiguiente decepción de un buen número de obreros
y campesinos. En esta aventura, la CNT pasó de actuaciones que, en los años anteriores,
habían tenido un marcado carácter sindical, con huelgas que permitieron mejorar las
condiciones de vida de los trabajadores a movimientos insurreccionales de carácter
nacional, ahora sí con la organización y dirección confederal, que pretendían la
consecución de la revolución social.
52 Pero estas insurrecciones no consiguieron su objetivo. No hubo posibilidad real de que
estos movimientos terminaran con el triunfo de la revolución. Les faltaba organización
y medios, así como un auténtico apoyo popular y las armas necesarias, o el apoyo de
aquellos que las tenían, los militares. Sin embargo, las insurrecciones consiguieron
desestabilizar a la República y desgastar, de forma especial, al gobierno republicano-
socialista. Pero nunca supusieron una amenaza real para el sistema, nunca podían
triunfar mientras las fuerzas que defendían el orden permanecieran unidas. Solamente
cuando una parte del ejército se levantó contra la República y hubo desunión en su
seno, como sucedió en la rebelión militar de julio de 1936, se abrió, aunque sea
paradójico, el camino de la revolución.
NOTAS
1. Véase: LORENZO, Anselmo, El proletariado militante. Memorias de un internacional, Madrid, Zero,
1974; TERMES, Josep, Anarquismo y sindicalismo en España (1864-1881), Barcelona, Crítica, 2000.
2. El gobierno republicano ordenó la represión a generales como Pavia o Martínez Campos, que
causaron cientos de muertos. En Alcoy, dónde Martínez Campos sofocó la insurrección con un
ejército de 6.000 soldados, hubo 16 fallecidos, más de una veintena de heridos, unos 400 detenidos
y casi 300 personas fueron procesadas; HENNESSY, C.A.M. (2010): La República Federal en España. Pi
y Margall y el movimiento republicano Federal, 1868-1874, Los libros de la catarata, Madrid, pp.
201-220; LIDA, Clara E. (1972): Anarquismo y revolución en la España del siglo XIX, Siglo XXI, Madrid,
pp. 212-227; GUERRERO, Ana et al. (2004), Historia política, 1818-1874, Istmo, Madrid, pp. 412-413.
3. HERRERÍN, Ángel, Anarquía, dinamita y revolución social. Violencia y represión en la España de entre
siglos (1868-1909), Madrid, Los libros de la catarata, 2011, pp. 36-39.
4. Solidaridad Obrera, 14 de mayo de 1931.
5. Solidaridad Obrera, 1 de mayo de 1931
6. Varias obras han abordado la actuación de la CNT durante la II República y, en consecuencia,
han tratado estas cuestiones, véase: PEIRATS, José, La CNT en la revolución española, tomo 1, Cary-
Colombes, Ruedo Ibérico, 1971; ELORZA, Antonio, La utopía anarquista durante la guerra civil
española, Madrid, Editorial Ayuso, 1973 (la primera vez publicado en Revista de Trabajo, 1971, nº
32); BRADEMAS, John, Anarcosindicalismo y revolución en España (1930-1937), Barcelona, Horas de
España, 1973; CASANOVA, Julián, De la calle al frente. El anarcosindicalismo en España (1931-1939),
Madrid, Crítica, 1997.
7. Los firmantes del documento fueron: Juan López, Juan Peiró, Agustín Gibanel, Ricardo Fornells,
Ángel Pestaña, José Girona, Daniel Navarro, Jesús Rodríguez, Antonio Valladriga, Miguel Portoles,
Joaquín Roura, Joaquín Lorente, Progreso Alfarache, Antonio Peñarroya, Camilo Piñón, Joaquín
Cortés, Isidoro Gabín, Pedro Massoni, Francisco Arín, José Cristiá, Juan Dinarés, Roldán Cortada,
Sebastián Clará, Ramón Viñas, Federico Uleda, Pedro Cané, Mariano Prat, Espartaco Puig, Narciso
Marcó, Jenaro Minguet; PEIRATS, José (1971), pp. 59-63.
8. Tierra y Libertad, 15 de agosto de 1931; en BRADEMAS, John (1973), p. 74.
9. Instituto Internacional de Historia Social de Amsterdam (en adelante IIHS), sig. CNT, 93 B.
Informe del Comité Nacional de Defensa Confederal. Orientaciones Revolucionarias.
10. IIHS, sig. CNT, 93 B. Organización de Defensa Confederal. Comité Nacional. Orientaciones
Revolucionarias.
11. ELORZA, Antonio (1973), p. 449.
12. JULIÁ, Santos, Los socialistas en la política española, 1879-1982, Madrid, Taurus, 1997, pp. 126-131.
13. PEIRATS, José (1971), p. 52.
14. AVILÉS, Juan y otros, Historia política, 1875-1939, Madrid, Istmo, 2002, pp. 343.
15. BRADEMAS, John (1973), pp. 72-75.
16. BIZCARRONDO, Marta, Historia de la UGT. Entre la democracia y la revolución, 1931-1936, Madrid,
Siglo XXI, 2008, pp. 69-83.
17. AZAÑA, Manuel, Discursos parlamentarios , Madrid, Publicaciones del Congreso de los
Diputados, 1992, p. 133.
18. BIZCARRONDO, Marta (2008), pp. 76-80.
19. CASANOVA, Julián (1997), p. 37.
20. Boletín de la UGT nº 35, noviembre de 1931; en BIZCARRONDO, Marta (2008), p. 72
21. BORDERÍAS, Cristina y VILANOVA, Mercedes, “Cronología de una insurrección: Figols en
1932”, Estudios de Historia Social, nº 24-25, 1983, pp. 187-199.
22. IIHS, sig. CNT, 93 B. Acta de la Federación Local de Barcelona de finales de enero de 1932 para
analizar la insurrección de este mes. Copia firmada por el secretario de esta Federación el 3 de
marzo de 1932.
23. IIHS, sig. CNT, 93 B. Acta de la Federación Local de Barcelona de finales de enero de 1932 para
analizar la insurrección de este mes. Copia firmada por el secretario de esta Federación el 3 de
marzo de 1932.
24. Federica Montseny, “Pueblos mineros y pueblos heroicos de España”, El Luchador, 12 de
febrero de 1931; en BRADEMAS, John (1973), p. 87.
25. Federica Montseny, “Ante un momento grave de la historia de España”, El Luchador, 29 de
enero de 1931; en BRADEMAS, John (1973), p. 87.
26. IIHS, sig. CNT, 93 B. Acta de la Federación Local de Barcelona de finales de enero de 1932 para
analizar la insurrección de este mes. Copia firmada por el secretario de esta Federación el 3 de
marzo de 1932.
27. AZAÑA, Manuel, Memorias políticas y de guerra, I, Barcelona, Crítica, 1981, p. 417.
28. ELORZA, Antonio (1973), pp. 452-453.
29. Federica Montseny, “Yo acuso”, El Luchador, 19 de febrero de 1932; en BRADEMAS, John
(1973), p. 90.
30. ELORZA Antonio (1973), p. 454.
31. Juan Peíró, “Después de los sucesos”, Cultura Libertaria; en ELORZA, Antonio (1973), p. 452.
32. IIHS, sig. CNT, 93 B. Actas del Pleno de Regionales de la CNT, celebrado en Madrid, el 2 de
diciembre de 1932 y actas del Pleno de locales y comarcales del Comité Regional del Trabajo de
Cataluña del 10 de diciembre de 1932.
33. IIHS, sig. CNT, 93 B. Extracto de las actas del Pleno Nacional de Regionales celebrado en
Madrid, el 30 de enero de 1933.
34. BRADEMAS, John (1973), p. 101.
35. IIHS, sig. CNT, 93 B. Extracto de las actas del Pleno Nacional de Regionales celebrado en
Madrid, el 30 de enero de 1933.
36. BRADEMAS, John (1973), pp. 101-103; ELORZA, Antonio (1973), pp. 455-456.
37. IIHS, sig. CNT, 93 B. Extracto de las actas del Pleno Nacional de Regionales celebrado en
Madrid, el 12 de junio de 1933.
38. Vease, HERRERÍN, Ángel (2011), pp. 208-214; los acuerdos de las conferencias comarcales de
julio y agosto de 1876, en TERMES, Josep (2000), p. 267.
39. De GUZMÁN, Eduardo. La tragedia de Casas Viejas, 1933, Madrid, Vosa, 2007, p. 27
40. SENDER, Ramón J., Casas Viejas, Zaragoza, Larumbe, 2004, p. 19; De GUZMÁN, Eduardo (2007),
pp. 19-20 y 27.
41. SENDER, Ramón J., (2004); De GUZMÁN, Eduardo (2007); RAMOS, Tano, Casas Viejas: crónica de
una insidia (1933-1936), Barcelona, Tusquets, 2012.
42. AZAÑA, Manuel (1992), p. 480.
43. AZAÑA, Manuel, Diarios, 1932-1933. Los cuadernos robados, Barcelona, Crítica, 1997, p. 136.
44. Ramón J. Sender y Eduardo de Guzmán, que se personaron en el Casas Viejas tres días después
de los sucesos, publicaron diferentes artículos en La Libertad y La Tierra desde el 19 de enero;
SENDER, Ramón J., (2004), pp. XXXIV-XXXVI; De GUZMÁN, Eduardo (2007), p. 41; AZAÑA, Manuel
(1997), p. 160.
45. RAMOS, Tano, (2012), pp. 341-342 y 350.
46. HERRERIN, Ángel (2011), pp. 185-186.
47. IIHS, sig. CNT, 93 B. Extracto de las actas del Pleno Nacional de Regionales celebrado en
Madrid, el 30 de enero de 1933.
48. IIHS, sig. CNT, 93 B. Extracto de las actas del Pleno Nacional de Regionales celebrado en
Madrid, el 12 de junio de 1933.
49. Federica Montseny, “Los pueblos que proclaman el Comunismo libertario”, El Luchador; en
ELORZA, Antonio (1973), p. 456.
50. IIHS, sig. CNT, 93 B. Extracto de las actas del Pleno Nacional de Regionales celebrado en
Madrid, el 12 de junio de 1933.
51. IIHS, sig. CNT, 93 B. Circular del Comité Regional de Cataluña, 25 de marzo de 1933.
52. IIHS, sig. CNT, 93 B. Actas del Pleno Nacional de Regionales celebrado en Barcelona, en
febrero de 1934.
53. IIHS, sig. CNT, 93 B. Actas del Pleno Nacional de Regionales celebrado en Barcelona, en
febrero de 1934.
54. IIHS, sig. CNT, 93 B. Actas del Pleno Nacional de Regionales celebrado en Barcelona, en
febrero de 1934.
55. VILLA, Roberto (2011), "La CNT contra la república: La insurrección revolucionaria de
diciembre de 1933", Historia y Política nº 5, enero-junio 2011, pp. 177-205.
56. IIHS, sig. CNT, 93 B. Actas del Pleno Nacional de Regionales celebrado en Barcelona, en
febrero de 1934; ELORZA, Antonio (1973), pp. 462-463.
57. IIHS, sig. CNT, 93 B. Actas del Pleno Nacional de Regionales celebrado en Barcelona, en
febrero de 1934.
58. IIHS, sig. CNT, 93 B. Informe del Comité Nacional de la CNT del 20 de enero de 1934, firmado
en Barcelona el 26 de febrero de 1934.
RESÚMENES
A pesar de que la proclamación de la Segunda República fue acogida con grandes muestras de
entusiasmo entre la clase trabajadora, los anarquistas de la CNT mantuvieron el escepticismo
ante el nuevo régimen y las mismas ansias revolucionarias que en períodos anteriores.
Planteamientos que les llevaron a protagonizar huelgas generales, levantamientos y dos
insurrecciones promovidas por la organización confederal en enero y diciembre de 1933. Este
artículo trata de analizar las acciones más importantes y responder a dos cuestiones
fundamentales: por un lado, por qué la CNT protagonizó estos levantamientos contra un régimen
que puso en marcha importantes reformas para mejorar la vida de las clases más humildes, y, por
otro lado, si estos levantamientos supusieron una amenaza real para la II República.
Bien que la proclamation de la Seconde République fut accueillie avec de grandes manifestations
d’enthousiasme par la classe des travailleurs, les anarchistes de la CNT continuèrent à exprimer
leur scepticisme face au nouveau régime et les mêmes espérances révolutionnaires qu’au cours
des périodes antérieures. Ce point de vue les conduisit a organiser des grèves générales, des
soulèvements et deux insurrections provoquées par l’organisation confédérale en janvier et
décembre 1933. Cet article essaye d’analyser les actions les plus importantes et de répondre à
deux questions essentielles. D’une part, il demande pourquoi la CNT organisa ces soulèvements
contre un régime qui mit en route d’importantes réformes pour améliorer la vie des classes les
plus humbles, et, d’autre part, si ces soulèvements constituèrent une menace pour la Seconde
République.
Although the proclamation of the Second Republic is welcomed with big demonstrations of
enthusiasm by the class of the workers, the anarchists of the CNT continued to express their
skepticism in front of new regime and the same revolutionary expectations as during the
previous periods. This point of view led them has to organize general strikes, uprisings and two
uprisings caused by the confederate organization in January and December, 1933. This article
tries to analyze the most important actions and to answer two essential questions. On one hand,
he asks why for the CNT organized these uprisings against a regime which started important
reforms to improve the life of the most humble classes, and, on the other hand, if these uprisings
constituted a threat for the Second Republic.
ÍNDICE
Palabras claves: anarquismo, CNT, insurrección, España, Segunda República española
(1931-1936), siglo XX
Keywords: anarchism, CNT, uprising, Second Republic, Spain, 20th century
Mots-clés: anarchisme, CNT, insurrection, Seconde République, Espagne, XXe siècle
AUTOR
ÁNGEL HERRERÍN LÓPEZ
UNED
PSOE desde 1914 (polémica sobre la doble vía, social y nacional), acrecentadas con la
recepción del “wilsonismo” (1918) y que desembocarían en la polémica de 1923 entre
Antoni Fabra Ribas y Rafael Campalans (secundado por Manuel Serra i Moret), antesala
de la escisión catalanista que daría origen a la Unió Socialista de Catalunya aquel mismo
año42.
21 Los años de clandestinidad durante la dictadura incentivaron los contactos, divisiones y
fusiones de manera muy especial en el campo obrerista, así como la primera aparición
de un comunismo catalán43. La minoritaria USC reclamaría sin éxito en 1924 la creación
de un amplio frente anti dictatorial. Luego, a la caída de la dictadura inició su
reestructuración interna (bajo la presidencia de Gabriel Alomar) manteniéndose fiel a
su concepción federal inicial pero con unos tintes particularistas que ponían el énfasis
en el reconocimiento de la voluntad mayoritaria de los catalanes (adopción del
principio de autodeterminación), y sumándose sin participar a la visión catalana de lo
pactado en San Sebastián como primer paso de su confluencia con la corriente que
acabaría creando ERC. Frente a la proclamación de Macià el 14 de abril Campalans
lanzaría el manifiesto “Al Poble de Barcelona” donde la consideraba la declaración “de
la plena independencia” de Cataluña con voluntad de confederarse con el resto de
pueblos ibéricos, un hecho revolucionario que según él representaba la “liberación
nacional y su consolidación como nuevo estado nacional”44.
22 La colaboración catalanista de la USC con ERC llevaría a su líder Campalans a integrar la
ponencia redactora del Estatut, a participar activamente en la campaña del Referéndum
y en las protestas posteriores frente al trato de las Constituyentes para con el texto
catalán llegando, al punto de verse obligados a declarar que no les movía un ánimo
chauvinista, sino que actuaban tácticamente para acelerar la resolución satisfactoria
del pleito político catalán, que dejaría las manos libres a la juventud para avanzar en la
vía de la revolución social45. Estuvieron presentes en muchos de los gobiernos de la
Generalitat, colaboraron activamente con Companys con la idea que Cataluña era el
último “refugio de la revolución”, y ante el peligro de derechización general
declararían luchar por la independencia de Cataluña “total i absoluta”. “Però no som
catalanistas”, precisarían. En 1933 se frustró el intento de fusión entre la USC y la
Federación Socialista Catalana que sí se consumaría en julio de 1936 con la creación del
PSUC46.
23 En el mundo anarcosindicalista la dictadura estimuló la creación de la FAI (Valencia,
1927 aunque inoperante hasta 1930-1), organización mucho más radical que fue vista
como un cuerpo extraño a la tradición anarquista catalana por parte de un grupo (Joan
Peiró y otros) que crearía una tendencia conocida como los “Trentistes” (1930), en
principio favorable a la proclamación del 14 de abril y al proceso estatutario 47. Frente a
la posterior obra legislativa de la Generalitat, amplios sectores de la CNT se mostraron
favorables a ella, especialmente en el campo de la legislación social, aunque fuese de
forma más táctica que otra cosa, puesto que pensaban que la cercanía y su creciente
peso social en Cataluña les darían mayor posibilidad de influencia y control. Aún en la
más radical FAI existieron elementos favorables al “particularismo catalán”: así,
Federico Urales (Joan Montseny), quien además teorizó sobre el determinismo
geográfico y económico acerca del carácter catalán distinto del español.
24 Se ha hablado de una cierta “luna de miel” del obrerismo catalán con el gobierno de la
Generalitat y la historiografía ha debatido hasta qué punto la crisis económica mundial
afectó a la estabilidad de la República española48; sea como fuere, lo cierto es que existe
una cierta relación entre el paro forzoso y la agitación social 49; y que el “faïsmo”
mayoritario provocó el levantamiento del Alto Llobregat (enero de 1933) y desencadenó
la agitación insurreccional en el enero siguiente. Sin embargo, el tema nacional estuvo
siempre presente en la movilización de los grupos obreristas del período, muy activos
dado el grado creciente de insatisfacción que se producía en un medio que seguía
pensando que la liberación social debía producirse en meses y culpaba a la democracia
burguesa de su retraso, a la irrupción del marxismo y a la tendencia natural a producir
escisiones y refundaciones.
25 Los grupos en un grado u otro marxistas fueron numerosos: en 1924 se había creado la
Federació Comunista Catalano-Balear (que en 1933 pasará a denominarse Federación
Comunista Ibérica); en 1928 Jordi Arquer y otros pocos crearan el Partit Comunista
Català; en 1930 y fruto de la unión de gente procedente del Partit Comunista Català
(independent), de la Federación Catalano-Balear y disidentes de la IIIª Internacional
fundaron el Bloc Obrer i Camperol (Arquer y Jaume Miravitlles) 50; en 1932, Jaume Comte
impulsará la escisión Estat Català-Front Separatista d’Extrema Esquerra (enero de
1932), poco después denominada Estat Català Proletari51. Todos ellos incorporar las tesis
leninistas relativas al reconocimiento del derecho a la autodeterminación y fueron
favorables al referéndum del Estatuto52. A su lado existirá el Partit Català Proletari
(partidario de incorporar Cataluña en una Unión Mundial de Repúblicas Socialistas) y el
Partit Obrer d’Unificació Marxista (POUM) de 1935, de corte leninista pero que no
integraba el tema nacional en sus prioridades sino que se preparaba para cuando los
acontecimientos acabasen con la política pequeño burguesa de ERC. Finalmente, en
julio de 1936, el PSUC no escondió su voluntad de remplazar la hegemonía de ERC y
captar a la masa nacionalista con sus propuestas socialdemócratas.
pesimismo de aquellos momentos: los catalanes –decía- debemos tener plena conciencia
de nuestros derechos, pero también de nuestra debilidad material y de nuestra
vulnerabilidad74.
NOTAS
1. Vid. Antoni Rovira i Virgili, Resum d’història del catalanisme, Barcelona, 1936 (1983), y Josep
Termes , (Nou) resum d’història del catalanisme, Barcelona, 2009, y Història del catalanisme fins el
1923,Barcelona, 2000
2. Vid Pierre Vilar, Catalunya dins l’Espanya moderna. Recerques sobre els fonaments econòmics de les
estructures nacionals, Vol.I: Introducció. El medi natural, Barcelona, 1964
3. J.Casassas (coord..), Els intel·lectuals i el poder a Catalunya (1808-1975), Barcelona, 1999
4. Vid. Isidre Molas, El sistema de partits polítics a Catalunya, Barcelona, 1972 y Idem, ed., Diccionari
dels partits polítics de Catalunya.Segle XX,, Barcelona, 2000
5. Vid. A.Rovira i Virgili, La nacionalització de Catalunya. Debats sobre’l catalanisme, Barcelona, 1914
6. Vid. J.M. Roig i Rosich, La dictadura de Primo de Rivera a Catalunya. Un assaig de repressió cultural,
Barcelona, 1992
7. Termes, Immigració i qüestió nacional, dentro de Les arrels populars del catalanisme, Barcelona,
1999, ps.113-129
8. J.A. González Casanova, Federalisme i autonomia a Catalunya (1868-1938), Barcelona, 1975
9. Vid M. Baras, Acció Catalana (1922-1936), Barcelona, 1984
10. Vid. Jesús Rodés, Socialdemocràcia catalana i questio nacional (1910-1934), “Recerques”, 7 (1978) y
J.Lluís Martín Ramos, La Unió Socialista de Catalunya (1923-1936), “Recerques”,4 (1973)
11. Vid. Albert Balcells, El sindicalisme a Barcelona (1916-1923), Barcelona, 1965
12. Vid. Xosé Estévez, De la triple Alianza al pacto de san Sebastián (1923-1930), San Sebastián, 1991 y
idem, Galeuzca: la rebelión de la periferia (1923-1998), Madrid, 2009
13. Casassas, Jordi coord.., 1899-1988. Tarradellas o la reivindicació de la memoria, Lleida, 2003
14. Vid Joan B. Culla, El catalanisme d’esquerra (1928-1936, Barcelona, 1977
15. Vid A.Balcells, Cataluña ante España. Los diálogos entre intelectuales catalanes y castellanos
(1888-1984), Lleida, 2011
16. Vid. I.Molas, Lliga Catalana. Un estudi d’estasiologia, Barcelona, 1972
17. Vid. Manuel Carrasco i Formiguera, El pacte de Sant Sebastià, Barcelona, 1931 (su visión será
criticada y desautorizada por Azaña y Maura)
18. Vid. M. Dolors Ivern, Esquerra Republicana de Catalunya (1931-1936), Barcelona, 1989
19. Vid. Enric Jardí, Francesc Macià, Barcelona, 1991
20. Vid. J.M. Poblet, Història de l’Esquerra Republicana de Catalunya (1931-1936), Barcelona,1975
21. Vid. Jaume Aiguader, Catalunya i la Revolució, Barcelona, 1931 i Ferran Soldevila Història de la
proclamació de la República a Caralunya (ed. A cargo de Pere Gabriel) , Barcelona, 1977
22. Vid Joan Estelrich, Catalanismo y reforma hispánica (prólogo de A. Ossorio y Gallardo),
Barcelona, 1932
23. Una visión general española en Justo G. Beramendi / R. Maiz, edts., Los nacionalismos en la
España de la IIª República, Madrid, 1991
24. La teorización, con final en el predominio nacional del proletariado en Joaquim Maurín, La
revolución española: de la monarquía a la revolución social, Madrid, 1930 (1977)
25. Vid. Rovira i Virgili, Catalunya i la República, Barcelona, 1931 (reedición de 1977)
26. Arnau González, La irrupció de la dona en el catalanisme, 1931-1936, Barcelona, 2006
27. Vid. A. Rovira i Virgili, La Constitució interior de Catalunya, Barcelona, 1932 (facsímil de 2005)
28. Vid. I.Molas (1972)
29. Vid. Hilari Raguer, La Unió Democrática de Catalunya i el seu temps (1931-1939), Barcelona, 1976
30. Vid., por ejemplo, A. Royo Villanova, Treinata años de política antiespañola, Valladolid, 1940
31. Rovira i Virgili, La igualtat de les regions, “La Publicitat”, Barcelona (18/09/1931)
32. Rovira i Virgili, De Núñez de Arce a Unamuno, “La Publicitat” (1/10/1931)
33. Uno de los principales negociadores del catalanismo, junto con Jaume Carner, frente al
gobierno central será Amadeu Hurtado, del que recomendamos la utilización de la nueva edición
de sus memorias, Quaranta anys d’advocat. Història del meu temps (1894-1936), Barcelona, reedición
de 2011
34. Vid. Oriol Malló, Tarradellas. Un segle de catalanisme, Barcelona, 2003
35. Vid. Mercedes Vilanova, Atles electoral de Catalunya durant la Segona República, Barcelona,1986
36. Vid. Ismael Pitarch, L’estructura del Parlament de Catalunya i les seves funcions polítiques
(1932-1939), Barcelona, 1977
37. Vid. Teresa Abelló / J. M. Solé Sabaté (coord), Lluís Companys, president de Catalunya: biografia
humana i política, 2 vols., Barcelona,2007
38. Vid. Claudi Ametlla, Memòries polítiques, vol. II, Barcelona, 1979
39. Vid Balcells,Ideari de Rafael Campalans, Barcelona, 1973; y J. Rodés, Moviment obrer i catalanisme
durant la Segona República. Una aproximació estasiològica: la USC, UAB. tesi doct.)
40. Seguí consideraba que quien pondría más trabas a una hipotética independencia de Cataluña
sería la derecha de la Lliga; vid. I. Molas comp.,Salvador Seguí. Escrits, Barcelona, 1975
41. Una teorización de estas tensiones con su marco internacional en Andreu Nin, Els moviments
d’emancipació nacional. L’aspecte teòric i la solución pràctica de la qüestió, París, 1970 y La cuestión
nacional en el estado español, Barcelona,1979: con duras críticas a la filiación nacional de la
socialdemocracia y su contribución al paroxismo ultranacionalista a partir de 1914
42. Vid. J. Rodés, comp, Catalanisme i socialismo. El debat de 1923 , Biblioteca dels Clàssics del
Nacionalisme Català, 10, Barcelona, 1985
43. Vid. Balcells, Marxismo y catalanismo (1930-1936),Barcelona, 1977
44. Vid. Manuel Gerpe, El estado integral y el Estatuto de Autonomía de Cataluña , Barcelona, 1974
45. Vid. Rafael Campalans , Hacia la España de todos. Palabras castellanas de un diputado por Cataluña
(prólogo de Gabriel Alomar), Barcelona, 1932
46. Vid. J.Lluís Martín Ramos, Els orígens del Partit Socialista Unificat de Catalunya (1930-1936),
Barcelona, 1977
47. Vid. Eulalia Vega, El trentisme a Catalunya. Divergències ideològiques en la CNT (1930-1933),
Barcelona, 1980
48. Vid. Artal/Guasch/Massana/Roca, El pensament econòmic català durant la República i la Guerra
(1931-1939), Barcelona, 1977
49. Vid. Balcells, Crisis económica y agitación social (1930-1936), Barcelona, 1971
50. Vid. Francesc Bonamusa, El Bloc Obrer i Camperol (1930-1932), Barcelona, 1974
51. Vid. Imma Tubella, Jaume Comte i el Partit Català Proletari, Barcelona, 1979
52. Vid. Rioger Arnau (Josep Benet), Marxisme català i qüestió nacional catala (1930-1936), Barcelona,
1974
53. Vid. Morley, captain (seudónimo de Rovira i Virgili), La guerra de les nacions: història
documentada, 5 vols., Barcelona, 1914-1925 (especialmente vol. 5)
54. Vid. Francesc Roca, Política económica i territorio a Catalunya (1901-1939), Barcelona, 1979
55. Resulta de especial interés Enric Ucelay Da Cal, La Catalunya populista: imatge, cultura i política
en l’etapa republicana (1931-1939), Barcelona, 1982
56. Vid. Jordi Casassas, Jaume Bofill i Mates: l’adscripció social i l’evolució política, Barcelona, 1980
57. Citemos el caso de C. Pi i Sunyer y su intento de democratización cultural siguiendo las pautas
del noucentista, en L’aptitud econòmica de Catalunya, 2 vols. (1927 y 1929), reedición , Barcelona,
1983
58. Vid. Lluís Duran, Intel·ligència i carácter. Palestra i la formació dels joves (1928-1939), Catarroja,
2007
59. Vid. Félix Cucurull, Catalunya, republicana i autónoma (1931-1936), Barcelona, 1984
60. Doménech Guansé, Política i cultura.L’entrada de la massa en el catalanisme, “La Rambla”, 228
(30/04/1934), citado por E.U. Da Cal (1982) ps. 17-8
61. Vid. Pere Bosch Gimpera, Memòries, Barcelona, 1980
62. Vid. Oriol Bohigas, Arquitectura i urbanisme durant la Segona República, Barcelona, 1970
63. Vid. Sánchez Costa, Fndo., Memòria pública i debat polític a Barcelona (1931-1936). L’ERC i la Lliga
Catalana davant el passat i el futur de Catalunya (tesis doctoral), “Cahiers de civilisation espagnole
contemporaine”, 8 (2012)
64. Vid. Carles Pi i Sunyer, La República y la Guerra. Memorias de un político catalán, México, 1975
65. Vid. Pere Coromines, La República i la Guerra Civil, diaris i records, Vol. III, Barcelona, 1975
66. Vid. M. Cruells, El separatisme català durant la Guerra Civil, Barcelona, 1978
67. Vid. Ramon Alquezar coord.. Esquerra Republicana de Catalunya.70 anys d’història (1931-2001),
Barcelona, 2001
68. Vid. Francesc Cambó Memòries (1876-1936), Barcelona, 1981
69. J.Termes/Jaume Miravitlles/Carles Fontserè,Carteles de la República y la Guerra Civil, Barcelona,
1978
70. Vid. J.M. Caparrós, El cine republicano español (1931-1939), Baarcelona, 1977
71. Vid. AA.VV., L’obra de govern de Josep Tarradellas (1936-1977), Lleida, 2008
72. Vid. Azaña, La velada de Benicarló, Madrid, 1974
73. El fundamento cultural de este desencuentro de largo recorrido en Horts Hina, Castilla y
Cataluña en el debate cultural, Barcelona, 1986
74. Rovira i Virgili, Catalunya i Espanya, “Catalunya”, Buenos Aires, 1939
RESÚMENES
Tras un intenso proceso de puesta al día motivado por el impacto de la Gran Guerra, y de
radicalización como rechazo de la Dictadura de Primo de Rivera, el catalanismo iba a plantear a
partir de abril de 1931 la necesidad de solucionar definitivamente el problema de la estructura
territorial del Estado español. Luego, la creciente tensión del período republicano le afectaría de
lleno, sin que ello fuese inconveniente para intentar desarrollar funciones de Estado durante la
Guerra Civil, hasta las reacciones gubernamentales tras los hechos de mayo de 1937. La entrada
de las tropas franquistas en Cataluña significaría la derogación del Estatuto y la persecución
sistemática del catalanismo.
Après un intense processus de mise à jour motivé par l’impact de la Grande Guerre, et de
radicalisation comme refus de la Dictature de Primo de Rivera, le catalanisme fut confronté, à
partir du mois d’avril 1931, à la nécessité de résoudre définitivement la question de la structure
territoriale de l’Etat espagnol. Ensuite, il sera affecté de plein fouet par la croissante tension de la
période républicaine, sans que cela l’empêche d’essayer de développer des fonctions étatiques au
cours de la Guerre civile, jusqu’aux réactions gouvernementales consécutives aux événements de
mai 1937. L’entrée des troupes franquistes en Catalogne signifierait l’abolition du Statut de la
Catalogne et la persécution systématique du catalanisme.
After an intense process of update motivated by the impact of the Great War, and the toughening
as refusal of the Dictatorship of Primo de Rivera, the catalanisme was confronted, from April
1931, in the necessity of solving definitively the question of the territorial structure of the
Spanish State. Then, it will be quite hard allocated by increasing tension of republican period,
without it prevents it to try to develop state functions during the Civil war, until the
governmental reactions consecutive to the events of May, 1937. The entry of the pro-Franco
troops to Catalonia would mean the abolition of the Status of Catalonia and the systematic
persecution of the catalanisme.
ÍNDICE
Mots-clés: catalanisme, Seconde République, guerre civile espagnole (1936-1939)
Keywords: catalanism, Second Republic, Spanish Civil War (1936-1939)
AUTOR
JORDI CASASSAS YMBERT
Universitat de Barcelona
1 El sistema de partidos es la parte del sistema político referida a las relaciones de los
partidos entre sí y sus vinculaciones con otros sectores del sistema político, como el
régimen electoral, el régimen parlamentario, la forma de Estado o de Gobierno, etc.
Analizar el sistema de partidos es más que examinar cada una de las fuerzas políticas en
liza de forma aislada. El profesor Manuel García Pelayo dedicó un libro a estudiar El
Estado de partidos (1986), cuyo nacimiento situó en la Constitución alemana de Weimar
en 1919. Cabe afirmar que la II República fue un Estado de partidos o una democracia de
partidos, por vez primera en España, porque desempeñaron un papel fundamental y
contribuyeron a la inestabilidad gubernamental y a la crisis política del régimen
republicano.
2 El sistema de partidos en la España de los años treinta se caracterizó por su novedad
con respecto a la Monarquía de la Restauración, su gran fragmentación por la
proliferación de grupos políticos y su multidimensionalidad por la confluencia de varias
líneas de fractura en la sociedad española de la época. Una de ellas, la cuestión
nacional, fue tan importante en Cataluña que dio lugar a un sistema catalán de
partidos, bien diferenciado del español, debido a la preponderancia de la Esquerra
Republicana entre las izquierdas y de la Lliga Catalana entre las derechas, con
tendencia al bipartidismo.
3 En menor medida que en el caso catalán, existió también un sistema propio de partidos
en Vasconia, entendiendo por ésta la suma de Euskadi y Navarra. Si bien sus rasgos
característicos coincidieron con el español al ser ambos pluralistas polarizados, el
sistema vasco difirió claramente en su composición y en su evolución a lo largo de la II
República. A continuación analizamos las analogías y las diferencias entre ambos
sistemas.
5 En el caso vasco solo hubo en uno de los polos del espectro político, pues el anarquismo
y el comunismo no tuvieron una fuerza significativa. La ventaja que esto suponía con
relación al caso español, en el que existieron en ambos extremos, quedó contrapesada
por el hecho de que el principal partido antisistema tuvo una implantación mucho
mayor en Vasconia que en el resto de España: se trataba del carlismo, la segunda fuerza
política en el territorio vasco-navarro, que constituyó el mayor enemigo civil de la
República. En cambio, los otros partidos antisistema de las derechas españolas tuvieron
muy escasa implantación en Vasconia, donde solo se presentó a las elecciones
Renovación Española, el partido de José Calvo Sotelo, logrando un único diputado
(Ramiro de Maeztu, por Guipúzcoa, en 1933) gracias a su coalición con el carlismo.
6 El centro del espectro político vasco estuvo representado y casi monopolizado, dada la
insignificancia del Partido Radical de Alejandro Lerroux, por el PNV después de que
rompió su alianza con el carlismo en 1932. En los comicios de 1933 y 1936, el PNV fue
atacado tanto por el Bloque de derechas, que le disputaba el electorado católico, como
por las izquierdas, que asumieron el Estatuto de autonomía, encontrándose entre dos
fuegos, en especial en 1936. A diferencia de lo que había sucedido en Vizcaya a finales
de la Restauración (la entente entre el socialista Indalecio Prieto y los monárquicos
contra el nacionalismo vasco), durante la República la exacerbación de la lucha política
impedía una alianza entre las derechas y las izquierdas contra el PNV para desbancarle
como primera fuerza electoral. Ambas se hallaban mucho más cerca del PNV que entre
sí, siendo imposible que pactasen los mayores enemigos de la República (los carlistas y
los monárquicos) con los principales valedores de ella (los republicanos y los
socialistas), aunque aquéllos y éstos rechazasen al nacionalismo vasco. En cambio, sí fue
factible que el PNV se aliase primero con las derechas en defensa de la religión católica
(la coalición pro Estatuto de Estella en 1931) y después con las izquierdas para
conseguir la autonomía vasca (su pacto con el Frente Popular en 1936).
guarde (…) el voto es el arma de hoy, pero no lo será el de mañana si los enemigos de
Dios y de España se lanzan a la calle como en octubre de 1934», proclama El
Pensamiento Navarro, órgano oficial de la CT, el mismo día de los comicios.
ciento de los votos en los tres comicios generales y encabezan las tres opciones
principales del electorado vasco: la CT, el PNV y el PSOE. Los otros dos, la CEDA e IR,
menos implantados y fundados en 1934 en Euskadi, superan por poco ese umbral del
diez por ciento en 1936, yendo en coalición con el carlismo y el socialismo,
respectivamente.
12 Los demás partidos tenían escaso arraigo en Vasconia y apenas posibilidades
electorales, salvo si se aliaban con alguno de los anteriores. Como esto ocurrió con
frecuencia en el quinquenio republicano, por su capacidad de coalición hay que tener
en cuenta también a Renovación Española, Acción Nacionalista Vasca (ANV), varios
partidos republicanos y en 1936 el PCE, constituido como Partido Comunista de Euskadi
desde el año anterior. De todos ellos tuvo importancia el Partido Radical por controlar
las Diputaciones vascas en el segundo bienio republicano, al estar regentadas por las
Comisiones Gestoras designadas por los Gobiernos de Lerroux y de Samper. Entre los
partidos que nunca concurrieron a las urnas en Vasconia, cabe mencionar a la Falange
de José Antonio Primo de Rivera y a la Derecha Liberal Republicana de Niceto Alcalá-
Zamora y Miguel Maura. El anarquismo no tuvo apenas incidencia, en cuanto al
fenómeno del abstencionismo electoral, por la escasa implantación de la CNT.
13 La tendencia a formar coaliciones, propiciada por la legislación electoral republicana,
fue muy fuerte en Vasconia, donde el único gran partido que se sustrajo a ellas desde
1933 fue el PNV. Solía haber dos grandes bloques. El de derechas, presente en los tres
comicios, lo integraban el carlismo, el monarquismo alfonsino y el catolicismo político,
a los que sumó el PNV en 1931. Por su parte, el bloque de izquierdas era heredero de la
Conjunción republicano-socialista, procedente de la Restauración y liderada por Prieto,
quien hizo de la alianza entre socialistas y republicanos el eje de su acción política,
hasta el punto de mantenerla en su feudo de Vizcaya incluso en las legislativas de 1933,
incorporando a Manuel Azaña y Marcelino Domingo a su lista por Bilbao. A esas dos
fuerzas principales de las izquierdas vascas se sumaron, en el Frente Popular, ANV y el
PCE, cuyas candidaturas aisladas en 1931 y 1933 habían sido testimoniales.
14 Este pluralismo político reflejaba el pluralismo social y cultural del pueblo vasco en los
años treinta, que vino a culminar el ciclo histórico iniciado en 1876 y clausurado en la
Guerra Civil. Como se trataba de una sociedad segmentada por factores religiosos,
étnicos y lingüísticos, cabe denominar pluralismo segmentado al que existió en la
Vasconia de la República, cuya multidimensionalidad política era consecuencia de su
heterogeneidad cultural, de la virulencia alcanzada por la cuestión religiosa y de una
estructura socioeconómica muy desigual. Por todo ello, había diferencias sustanciales
en el comportamiento electoral entre las capitales y sus provincias, entre el mundo
rural y el urbano e industrial, entre las provincias costeras y las del interior, que
permiten distinguir tres zonas muy diversas, a saber: 1ª La mayor parte de Álava y de
Navarra se caracterizaban por su predominio agrario, la ausencia de industrialización,
la escasez de población vascoparlante, el enraizamiento de la Iglesia y la primacía
política del carlismo y la derecha católica, siendo minoritarios el nacionalismo y el
movimiento obrero. 2ª Buena parte de Guipúzcoa y de Vizcaya, de carácter pesquero,
agrícola o semi-industrial, conservaba la lengua y la cultura autóctonas, mantenía muy
arraigada la religión católica y se inclinaba cada vez más por el PNV, aunque las
derechas seguían teniendo bastante fuerza, permaneciendo impermeable a la
penetración de las izquierdas. 3ª Las capitales y las aglomeraciones urbanas e
industriales de Vizcaya y de Guipúzcoa concentraban a la población inmigrante y
19 Las mayores se refieren a los dos principales partidos, el PNV y la CT, porque el primero
no existe y el segundo es marginal en el resto de España. El PNV no es homologable a
ninguno de los grandes partidos españoles de la época, ni se alía con ninguno de ellos
antes de la Guerra Civil. No cabe equiparar al PNV con la CEDA, aun siendo ambos
católicos. A lo largo de su historia, la esencia del PNV no ha sido su componente
religioso, sino su nacionalismo de raíz aranista, esto es, antiespañolista: esta seña de
identidad chocaba frontalmente con el nacionalismo español encarnado por el partido
de José María Gil Robles. Por eso, en cuanto su minoría parlamentaria se pronunció en
contra del Estatuto vasco en las Cortes en la primavera de 1934, el PNV se desmarcó de
la CEDA y se enfrentó a ella en la rebelión de los Ayuntamientos vascos en defensa del
Concierto económico en el verano de ese año. Y ante las elecciones de 1936, el PNV
rechazó aliarse con la CEDA, a pesar de las presiones del Vaticano con motivo de la
visita de sus máximos dirigentes a la Santa Sede. En la República el PNV solo se coaligó,
en 1931, con el carlismo, que seguía enraizado en Vasconia.
20 El PNV mantuvo mejores relaciones con los nacionalistas gallegos y catalanes que con
las derechas y las izquierdas españolas. Con los galleguistas y los catalanistas llegó a
constituir un organismo común, denominado Galeuzca y surgido del Pacto de
Compostela de 1933: se trató de una efímera y fallida alianza de los tres nacionalismos
periféricos. En el primer bienio republicano la Lliga de Francesc Cambó fue el
interlocutor principal del PNV en Cataluña, mientras que lo fue la Esquerra de Lluís
Companys en el segundo bienio; pero ninguno de los dos eran homologables al PNV: la
Esquerra, por su laicismo, republicanismo e izquierdismo; la Lliga, por su mayor
conservadurismo y vinculación a la burguesía, como quedó patente en 1934, cuando los
diputados del PNV se retiraron de las Cortes en solidaridad con la Esquerra en el
conflicto por la ley de contratos de cultivos, que enfrentaba a los dos grandes partidos
catalanes. Sin duda, el grupo más semejante ideológicamente al PNV, por aunar
nacionalismo y catolicismo, fue la Unió Democràtica de Catalunya, cuyo líder, Manuel
Carrasco Formiguera, era admirador del PNV; pero su debilidad política contrastaba
con la fortaleza del partido de Aguirre e Irujo.
21 El mayor hecho diferencial del sistema vasco de partidos era la existencia de un potente
movimiento nacionalista, integrado por dos organizaciones de fuerza muy desigual: el
PNV y ANV. Ésta, nacida en 1930 como escisión del PNV por la izquierda, fue un
pequeño partido extraparlamentario, que fracasó en las elecciones constituyentes de
1931, por lo que no le quedó más remedio que subordinarse a las izquierdas
republicano-socialistas, con las que pactó en 1931 y 1936, o al PNV, al que se aproximó
en 1933, siempre con el objetivo de conseguir el Estatuto de autonomía.
25 Si hubo un partido antisistema por excelencia en la República, ése fue el carlismo, que
desde abril de 1931 se posicionó en contra del nuevo régimen y comenzó a prepararse
para derribarlo por la fuerza, convirtiéndose, como en el Sexenio democrático de
1868-1874, en el último bastión de la contrarrevolución en España. Para ello organizó el
Requeté, grupo paramilitar que alcanzó gran desarrollo en Navarra y desempeñó un
papel fundamental dentro del ejército sublevado en la Guerra Civil. Dada su
importancia, esta organización antidemocrática e insurreccional condicionó mucho el
sistema vasco de partidos, incidiendo en temas clave como la legitimidad del régimen
republicano (negada por la CT), el problema religioso o la cuestión autonómica.
Además, dio un tono virulento a la lucha política, aunque en modo alguno monopolizó
la violencia política en Vasconia, que fue ejercida por bastantes partidos por medio de
sus grupos de choque (caso de los montañeros nacionalistas y de las milicias socialistas
y comunistas).
26 La mayor influencia del tradicionalismo vasco-navarro se dio al principio de la
República debido a su alianza con el PNV, con el que ganó las elecciones de 1931 y creó
graves problemas de orden público a los Gobiernos de Alcalá-Zamora y Azaña. Desde la
ruptura de esa coalición en 1932 por el fracaso del Estatuto vasco en Navarra, la
incidencia de la CT disminuyó en Euskadi (salvo en Álava, donde intentó sin éxito
abandonar el proceso estatutario), pero se incrementó en Navarra, donde contó con
cuatro parlamentarios y controló la Diputación, la única en toda España no gobernada
por el Frente Popular en 1936. Su predominio en la mayor parte de Navarra le permitió
preparar a sus anchas la sublevación contra la República, en connivencia con el general
Mola, jefe de la Comandancia militar de Pamplona y el director de la conspiración de
1936.
27 Así pues, el nacionalismo y el carlismo constituyeron los principales factores de
diferenciación del sistema vasco de partidos en la República. El PNV y la CT, partidos
que no existían o apenas contaban en el resto de España, sumaban entre la mitad y los
dos tercios de los 24 diputados vasco-navarros y controlaban casi todo el territorio,
salvo las poblaciones más industriales, dada su implantación complementaria: el PNV
era la primera fuerza en Vizcaya y Guipúzcoa, mientras que la CT lo era en Álava y
Navarra. Así se explica la intensa singularidad política de Vasconia en la España
republicana.
28 Además, hubo otras peculiaridades de menor importancia en los partidos vascos, que
afectaban al resto del espectro político y examinaremos de forma somera. Las derechas
fascistas, monárquicas y católicas (la CEDA) tuvieron poca fuerza, bastante menos que
en otras regiones españolas. Esto se debió a la hegemonía del tradicionalismo, que
copaba el espacio de extrema derecha; de ahí la debilidad de la Falange y de Renovación
Española (con la excepción de esta última en Bilbao). Su papel como organizaciones
dedicadas a subvertir el régimen republicano lo cumplía mucho más el carlismo, que
contaba con masas, a diferencia de aquéllas. En cuanto a la CEDA de Gil Robles, su
fundación fue tardía en Euskadi (avanzado el año 1934), donde su espacio político era
reducido por la competencia de un partido católico tan pujante como el PNV. El
desplazamiento de éste hacia el centro permitió a la CEDA ocupar el espacio de una
derecha moderada, flanqueada por la CT y el PNV. En el descenso electoral de este
último en 1936 influyó la presencia de la CEDA, que consiguió dos diputados en Navarra
(en alianza con la CT) y una buena votación en Álava, donde concurrió en solitario y
restó bastantes votos al candidato del PNV, Javier Landaburu, quien perdió su escaño.
apoyó incondicionalmente a Prieto en su dura pugna con Largo Caballero por hacerse
con el control del PSOE a finales de la República.
32 Ésta fue muy dispar de la seguida por el sistema español. Al igual que en otras
coyunturas históricas significativas de la contemporaneidad (las guerras carlistas, la
Guerra Civil o la Transición), Vasconia marchó a un ritmo distinto al del conjunto de
España durante la República; de ahí su flagrante discordancia política. En la mayor
parte de España no existió bipolarización en 1931, cuando el nuevo régimen llegó de
forma pacífica y con gran entusiasmo popular, y sí en 1936 con dos bloques muy
enfrentados y altas cotas de violencia política y social. En cambio, la trayectoria política
vasca fue la contraria: pasó de la bipolaridad de 1931, con la confrontación entre la
coalición católica de Estella y la Conjunción republicano-socialista, a la triangulación de
1936 con tres grandes opciones: el Bloque contrarrevolucionario, el PNV y el Frente
Popular.
33 Las elecciones legislativas constituyen el mejor baremo para medir la importancia de
las peculiaridades vascas y para comprobar su evolución. En las de junio de 1931, la
distancia que separaba a Vasconia del resto de España era inmensa, al ser la única
región en que las derechas, bien organizadas y más unidas que nunca al incluir al PNV,
derrotaron a las izquierdas, también unidas. Empero, su victoria no fue abrumadora:
quince diputados carlistas, católicos y nacionalistas versus nueve republicanos y
socialistas. De hecho, las izquierdas lograron el mayor número de escaños por las
circunscripciones vasco-navarras antes de la Guerra Civil: en ello influyó la proximidad
del cambio de régimen y la coyuntura favorable para las fuerzas pro republicanas. Esta
gran divergencia política entre Vasconia y España, patente en la actuación de la
minoría vasco-navarra en las Cortes Constituyentes, perduró a lo largo del bienio
azañista, durante el cual hubo frecuentes choques violentos entre las derechas y las
izquierdas vascas debido sobre todo a la candente cuestión religiosa.
34 Los comicios de noviembre de 1933 supusieron un acercamiento entre el mapa político
español y el vasco. En éste la bipolaridad había desaparecido y había sido sustituida por
una situación multidimensional: las derechas se presentaban en coalición; el PNV, ya en
solitario, en el centro, y las izquierdas desunidas, como en el resto de España, con la
notable excepción de Vizcaya, donde Prieto mantuvo el Bloque republicano-socialista.
Al contrario de 1931, en 1933 la tendencia de voto coincidió en ambos casos: ganaron
las fuerzas de la derecha y el centro y se hundieron las izquierdas. Sin embargo, los
partidos vencedores no tenían nada que ver: la CEDA y el Partido Radical consiguieron
más de cien diputados cada uno en las Cortes, pero ninguno de ellos en Vasconia, donde
vencieron el PNV (doce diputados) y la CT (seis). Ni el carlismo era equiparable al
partido de Gil Robles, ni el nacionalismo al partido de Lerroux.
35 Una vez más, las elecciones de febrero-marzo de 1936 reflejaron la singularidad vasca,
reflejada en esta ocasión por la lucha triangular antes mencionada, en vez de la
polarización existente en la mayor parte de España. Como en 1933, en 1936 la tendencia
de voto fue similar: ascenso de izquierdas y derechas en detrimento del centro; pero de
nuevo las diferencias eran mayores que las semejanzas: el centro, ausente del resto de
España por el desplome del desprestigiado Partido Radical, sobrevivió en Euskadi
gracias al PNV, que continuó siendo la primera fuerza al conseguir nueve escaños, uno
más que el Bloque contrarrevolucionario y dos más que el Frente Popular. Éste, que
logró una amplia mayoría absoluta en las nuevas Cortes, era el lado más débil del
triángulo político vasco de 1936.
Catolicismo
Derechas Antirrepublicanismo Antiautonomismo Antirreformismo
clerical
la CNT y el PCE, si bien este último se incorporó al campo republicano al formar parte
del Frente Popular en 1936. Neutrales sobre la forma del Estado español eran los
nacionalistas vascos con dos excepciones: ANV fue un partido pro republicano, que se
coaligó con republicanos y socialistas para conseguir el Estatuto vasco en el marco de la
Constitución de 1931; en cambio, el pequeño grupo Jagi-Jagi fue muy antirrepublicano,
pues consideraba a la República tan opresora de Euskadi como la Monarquía y su meta
era la creación de un Estado vasco independiente.
38 En cuanto al PNV, cabe considerarlo accidentalista (como lo fue la CEDA) durante la
mayor parte del quinquenio republicano. En 1930 se declaró neutral ante el dilema de
Prieto, no asistió al Pacto de San Sebastián y no hizo nada por traer la República. Al
llegar ésta en abril de 1931 manifestó su acatamiento al nuevo régimen español, pero
dos meses después se alió con los mayores enemigos de la República, los carlistas. Al
igual que éstos, los diputados nacionalistas abandonaron el Parlamento en protesta por
la regulación de la cuestión religiosa en la Constitución, que no votaron; pero sí
apoyaron el nombramiento de Alcalá-Zamora como presidente de la República. Era una
prueba de su aceptación del régimen político, aunque el PNV no fuese un partido pro
republicano y abogase por la revisión constitucional, sobre todo en materia religiosa.
Su respaldo a la vía estatutaria abierta por la Constitución y su ruptura con el carlismo
en 1932 le llevaron a integrarse paulatinamente en el régimen republicano, a lo que
coadyuvaron también su marcha hacia el centro político y su evolución ideológica hacia
la democracia socialcristiana bajo el liderazgo de Aguirre e Irujo. Su integración era
evidente en la primavera de 1936, cuando sus diputados votaron a Azaña como
presidente de la República y negociaron el Estatuto con Prieto, y se consumó al inicio de
la Guerra Civil, que le hizo decantarse por la República para que se aprobase
rápidamente la autonomía de Euskadi, según demostró su pacto con el Frente Popular,
tanto en el Gobierno de Largo Caballero, con Irujo de ministro, como en el primer
Gobierno vasco de Aguirre, de coalición entre el PNV y las izquierdas.
La cuestión regional-nacional
39 Ésta tiene relación con los Estatutos de autonomía, que existieron porque la República
no fue unitaria sino un Estado integral, según la Constitución de 1931, que contemplaba
la autonomía de las regiones no como regla general sino como excepción; una
excepción arbitrada sobre todo para Cataluña, conforme a lo acordado en el Pacto de
San Sebastián, pero susceptible de aplicarse al País Vasco. En ambos casos obedecía a la
existencia de importantes partidos nacionalistas, que propugnaban la autonomía más
que la independencia. De hecho, el tema del Estatuto fue el eje central de la vida
política vasca de 1931 a 1936 y la principal línea divisoria del sistema de partidos, que
tuvieron que posicionarse a favor o en contra primero del Estatuto vasco-navarro y
después del vasco, cabiendo también una tercera posición: los que no lo rechazaban,
pero tampoco sentían entusiasmo por él.
40 Al igual que los catalanistas y los galleguistas en sus territorios, los mayores
promotores y defensores del Estatuto fueron los nacionalistas vascos, que hicieron del
logro de la autonomía de Euskadi su objetivo político prioritario, aunque sin renunciar
a su meta última: la restauración de los Fueros para el PNV y la autodeterminación para
ANV. Sin su constante presión no hubiese habido Estatuto vasco, el cual fue aprobado
por las Cortes del Frente Popular el 1 de octubre de 1936, en plena guerra, porque el
PNV lo exigió como conditio sine qua non para entrar en el Gobierno de Largo Caballero
y, por ende, para participar más activamente en el conflicto bélico, ya que la causa
fundamental por la que combatía no era la República española sino la autonomía vasca.
41 Enemigos de ésta fueron la derecha navarrista y el carlismo, que contribuyeron al
fracaso del proyecto de las Comisiones Gestoras provinciales en Navarra en 1932.
Posteriormente, la CT intentó, sin éxito, la retirada de Álava del proceso autonómico
vasco y acabó oponiéndose al Estatuto también en Guipúzcoa y Vizcaya. Su actitud fue
secundada por Renovación Española y la CEDA en las Cortes de 1934, cuando se debatió
la cuestión alavesa, planteada por el diputado carlista José Luis Oriol. Las derechas
rechazaban las autonomías por estar vinculadas a la Constitución republicana y por su
acendrado nacionalismo español, sin importarles que el Estatuto vasco estuviese
impulsado por un partido católico y moderado como el PNV. Así lo manifestó con
rotundidad Calvo Sotelo, el líder del Bloque Nacional, cuando en 1935 atacó a los
diputados nacionalistas con estas frases que se hicieron famosas: «entregaros el
Estatuto (…) sería un verdadero crimen de lesa patria» y «antes una España roja que
una España rota». Las derechas se caracterizaron por su antirrepublicanismo y su
antiautonomismo.
42 En una posición intermedia se encontraban en general los partidos republicanos y el
PSOE, que eran proclives a la autonomía vasca en teoría, pero mostraban reticencias en
la práctica a hacerla efectiva, porque beneficiaba a su gran rival, el PNV, con el que
estuvieron muy enfrentados durante el primer bienio; de ahí que ralentizasen el
proceso estatutario en 1932-1933, pese a tener una clara mayoría en la comisión
redactora del proyecto. Y es que su mayor interés político no radicaba en la autonomía
sino en la consolidación de la República en el País Vasco. Cuando se percataron de que
ambas cosas no eran incompatibles, sino todo lo contrario: el régimen republicano se
consolidaría gracias al Estatuto al integrar en él al nacionalismo, las izquierdas
asumieron la reivindicación autonomista, que llevaron en el programa electoral del
Frente Popular de Euskadi, y la apoyaron en las Cortes de 1936, hasta el punto de que el
Estatuto aprobado en la Guerra Civil ha sido denominado por los historiadores el
Estatuto de las izquierdas o el Estatuto de Prieto, su principal artífice como presidente
de la Comisión de Estatutos, junto con Aguirre, secretario de dicha Comisión.
El problema religioso
sitio para una tercera vía, como la encarnada por ANV, partido aconfesional pero no
anticlerical, siendo ésta una de las causas de su reducida implantación.
45 El tema religioso desempeñó un papel crucial en 1931 y tuvo una fuerte incidencia en la
política vasca a lo largo del primer bienio. En una sociedad tan católica como la vasca
alcanzaron enorme repercusión sucesos como la quema de conventos en Madrid y otras
ciudades españolas o la expulsión del obispo de Vitoria, Mateo Múgica, y del cardenal-
primado de Toledo, Pedro Segura, que le granjearon a la República la enemistad de
buena parte de la opinión pública de Vasconia. La respuesta inmediata de los católicos
fue unirse en un bloque de carlistas, nacionalistas e independientes en defensa de la
Iglesia: la coalición pro Estatuto de Estella, cuya esencia fue el Concordato vasco con la
Santa Sede, con el que pretendían evitar la aplicación de la legislación republicana
anticlerical. Tal fue el tema estrella de la campaña electoral de junio de 1931, en la cual
las izquierdas denunciaron el intento de las derechas de convertir a Vasconia en «un
nuevo Gibraltar reaccionario y clerical» o «una seudorrepubliquita católica dirigida por
los jesuitas de Loyola», en palabras de Prieto, el político que más contribuyó al
naufragio del Estatuto de Estella en las Cortes Constituyentes.
46 El problema religioso, causa principal del fracaso del proceso autonómico vasco en
1931, continuó siendo un tema candente en los dos años siguientes con el Gobierno de
Azaña, que desarrolló las cláusulas constitucionales laicas, como la disolución de la
Compañía de Jesús (tan enraizada en Euskadi) y la ley de congregaciones religiosas, a
las que se opusieron frontalmente las derechas y el PNV, dificultando así el acuerdo
entre éste y las izquierdas, imprescindible para que avanzase el proceso estatutario. En
el segundo bienio se mitigó el anticlericalismo de las izquierdas, lo que facilitó el
acercamiento entre ellas y el PNV en el verano de 1934. El Frente Popular no enarboló
el laicismo en la campaña electoral de 1936, en la que nacionalistas y derechistas
rivalizaron por lograr el voto católico independiente. Sin el obstáculo religioso, fue
factible la entente cordial entre el PNV y el Frente Popular para aprobar el Estatuto.
47 Por consiguiente, existió una relación inversa entre las cuestiones religiosa y
autonómica desde que se separaron tras el fracaso del Estatuto de Estella, que las había
entrecruzado, a finales de 1931. Si el problema religioso representó el mayor factor de
deslegitimación de la República en Vasconia durante el bienio azañista, la autonomía
constituyó el principal factor de integración del nacionalismo católico en el régimen
republicano. La defensa de la Iglesia fue la clave de la alianza antirrepublicana del PNV
y el carlismo en 1931, mientras que la aprobación del Estatuto fue la clave del pacto pro
republicano entre el PNV y el Frente Popular en la Guerra Civil. Si el cleavage religioso
fue esencial en la división del sistema de partidos en 1931-1933, el cleavage autonómico
cambió la línea divisoria de las fuerzas políticas desde 1934. En la medida en que la
principal fractura dejó de ser la cuestión religiosa y pasó a ser la autonómica, el PNV
pudo invertir su política de alianzas y así trastocó por completo el mapa político de
Euskadi: la mayoría católica y antirrepublicana de 1931 fue reemplazada por la mayoría
autonomista y republicana de 1936.
La cuestión social
48 Ésta estuvo relacionada con la depresión económica de los años treinta, que afectó
sobremanera a la importante industria vasca y tuvo como grave consecuencia el
aumento considerable del paro obrero, sobre todo en el hinterland de Bilbao. Aunque
esta crisis provocó huelgas laborales, la conflictividad social fue decreciente en Vizcaya
durante el primer bienio debido a la debilidad de los sindicatos revolucionarios
(anarquistas y comunistas) y al talante negociador y reformista de las organizaciones
obreras mayoritarias, la UGT y STV, vinculadas al PSOE y al PNV, respectivamente. La
radicalización del socialismo vasco, aun siendo prietista, no obedeció a causas
socioeconómicas sino políticas: la salida del PSOE del Gobierno republicano y la derrota
electoral de las izquierdas a finales de 1933. Desde los primeros meses del año siguiente,
la conflictividad sociopolítica se incrementó y hubo varias huelgas generales por
motivos extralaborales en la comarca de Bilbao, al mismo tiempo que tuvo lugar un
proceso de convergencia antifascista en el movimiento obrero vasco, cuya culminación
fue la revolución de octubre de 1934, muy secundada en Vizcaya y Guipúzcoa, y la
proliferación de las Alianzas Obreras de socialistas y comunistas en 1935.
49 A diferencia del conservadurismo de las derechas vascas, que rechazaron la reforma
agraria y la legislación laboral promovida por Largo Caballero como ministro de
Trabajo en 1931-1933, el PNV asumió un reformismo social de inspiración cristiana y
trató de aplicar la doctrina social de la Iglesia, presentando en 1935 sus diputados una
proposición de ley sobre el salario familiar y la participación de los obreros en los
beneficios de las empresas, que no fue tenida en cuenta por las Cortes radical-cedistas.
Y en las elecciones de 1936 el PNV resaltó su preocupación por la justicia social como
forma de diferenciarse de las derechas, insensibles a la cuestión social. Buen ejemplo de
ello fue la condena del PNV de los desahucios de caseros acaecidos en Guipúzcoa y
Vizcaya al aplicar propietarios conservadores la ley de arrendamientos rústicos
aprobada por las derechas en 1935. En el campo vasco, el PNV y STV propugnaban el
acceso de los inquilinos a la propiedad de los caseríos y de las tierras que cultivaban.
Este reformismo agrario del PNV era otro factor que le aproximaba a las izquierdas, que
criticaron también los desahucios campesinos, y le enfrentaba a las derechas.
50 Así pues, cabe afirmar que los planteamientos reformistas en materia socioeconómica
predominaron tanto entre los nacionalistas como entre los republicanos y socialistas y
que las actitudes revolucionarias tuvieron escaso eco en Vasconia, y cuando se
produjeron fueron por motivos políticos y no económicos: tal fue el caso de la
revolución de octubre de 1934. Quizás por ello los problemas socioeconómicos no
fueron los más importantes en los manifiestos y las campañas de los partidos vascos,
ocupando un lugar muy secundario en comparación con las cuestiones religiosa y
autonómica, las cuales centraron las polémicas entre las derechas, el nacionalismo y las
izquierdas. Prueba de ello fueron sus eslóganes electorales en 1936: «Contra la
revolución y sus cómplices» (derechas), «Por la civilización cristiana, por la libertad de
la patria, por la justicia social» (PNV) y «Amnistía, Estatuto, ni un desahucio más»
(Frente Popular). Por tanto, el Bloque contrarrevolucionario ni mencionaba la
problemática socioeconómica; el PNV situaba en el último lugar de su tríada una
alusión genérica a la justicia social, a la cual anteponía la religión y la libertad de
Euskadi, concretada en el Estatuto; y el Frente Popular centraba sus reivindicaciones
sociales en acabar con los desahucios campesinos, tema que colocaba después de
reivindicaciones políticas como la amnistía a los presos por los sucesos de octubre y la
autonomía vasca.
51 Precisamente, el predominio de las cuestiones de índole ideológica sobre los problemas
de orden pragmático es un rasgo característico de los sistemas pluripartidistas y
polarizados, tal y como fue el sistema vasco de partidos en la II República española.
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RESÚMENES
Durante la II República española (1931-1936), Vasconia (entendiendo por tal Euskadi y Navarra)
contó con un sistema propio de partidos políticos, diferente del español. Aunque ambos se
caracterizaron por su pluralismo polarizado, el sistema vasco difirió del español en su
composición, debido al fuerte arraigo del nacionalismo y del carlismo, y en su evolución, al pasar
de la bipolarización de 1931 a la triangulación política de 1936 por la subsistencia del centro,
representado por el PNV, al contrario de la España bipolar en vísperas de la Guerra Civil. Este
artículo analiza las cuatro principales líneas de ruptura que dividían a las derechas, el
nacionalismo vasco y las izquierdas: la forma de Estado (Monarquía o República), la cuestión
regional-nacional (centralismo o autonomía), el problema religioso (clericalismo o
anticlericalismo) y la cuestión social (reacción, reforma o revolución).
Pendant la IIème République espagnole (1931-1936), le Pays Basque eut un système de partis
politiques différent de l’espagnol. Même si tous les deux se caractérisèrent par son pluralisme
polarisé, le système basque divergea de l’espagnol dans sa composition, à cause du fort
enracinement du nationalisme et du carlisme, et dans son évolution, car il passa de la
bipolarisation de 1931 à la triangulation politique de 1936 grâce à la subsistance du centre,
représenté par le Parti Nationaliste Basque, tout le contraire de l’Espagne bipolaire à la veille de
la Guerre Civile. Cet article analyse les quatre clivages principaux qui divisaient la droite, le
nationalisme basque et la gauche: la forme d’État (Monarchie ou République), la question
régionale-nationale (centralisme ou autonomie), le problème religieux (cléricalisme ou
anticléricalisme) et la question sociale (réaction, réforme ou révolution).
During the 2nd Republic (1931-1936), the Basque Country had its own system of political parties
which was different from the Spanish one. Even if both systems were characterized by their
polarized pluralism, the Basque system had a different composition due to the strong social roots
of nationalism and Carlism. Furthermore, it had a different evolution, since it moved from a
bipolarization in 1931 to a political triangulation in 1936 due to the persistence of the center,
which was represented by the PNV. On the contrary, Spain was politically bipolar on the eve of
the Civil War. This article analyzes the four main cleavages that divided the political forces of the
right, the Basque nationalism and the left: the shape of the State (Monarchy or Republic), the
regional and national issue (centralism or autonomy), the religious problem (clericalism or anti-
clericalism), and the social question (reaction, reform or revolution).
ÍNDICE
Keywords: Basque Country, political parties, Basque nationalism, Spanish Second Republic
(1931-1936)
Mots-clés: Pays Basque, partis politiques, nationalisme basque, Deuxième République espagnole
(1931-1936)
Palabras claves: Vasconia, partidos políticos, nacionalismo vasco, Segunda República española
(1931-1936)
AUTOR
JOSÉ LUIS DE LA GRANJA SAINZ
Universidad del País Vasco UPV/EHU
valor y no ofrece un diagnóstico del fracaso republicano, pero sí una síntesis clara de
los orígenes de la República, de la coyuntura económica y social, de la articulación del
Estado republicano, de su política exterior y de cada una de las etapas en que se
desarrolló su convulsa historia.
3 Con estilo más narrativo y una mayor propensión a interpretar y valorar, el libro de
Gabriele Ranzato L’eclissi della democracia: la guerra civile spagnola e le sue origini, 1931-1939
(2004), se plantea también la pregunta de por qué la democracia liberal, que con la
República de 1931 había tenido una gran ocasión de afirmarse en España, fracasó de
manera tan clamorosa. La primera parte de la respuesta estriba, por supuesto, en la
fuerza que adquirieron los enemigos de la democracia, pero Ranzato sostiene que para
tener una explicación completa de ese fracaso hay que tener en cuenta que sus amigos
“carecían de la tradición, la cultura y la madurez necesarias para salvaguardar el
sistema democrático, para lo cual habría sido necesario poner límites a los objetivos y
aspiraciones populares”. Por último, entre las grandes síntesis debidas a un solo autor,
es necesario mencionar la de Julián Casanova, República y guerra civil (2007), una obra
bien escrita que analiza las dificultades de la República en función del abismo abierto
entre mundos culturales antagónicos: “entre católicos practicantes y anticlericales
convencidos, amos y trabajadores, Iglesia y Estado, orden y revolución”.
4 Respecto a las obras colectivas sobre la experiencia republicana en su conjunto,
mencionaré en primer lugar las actas de un coloquio internacional celebrado en Roma
en 1991, que fueron editadas por Giuliana Di Febo y Claudio Natoli en un volumen,
Spagna anni Trenta: società, cultura, istituzioni (1993), que reúne importantes ensayos
sobre el debate historiográfico, los movimientos políticos y sociales, las relaciones
entre la Iglesia y la sociedad, los intelectuales y la cultura en el período de la República
y la guerra civil. Las actas de otro coloquio internacional celebrado diez años después
en París, editadas por Marie-Claude Chaput y Thomas Gomez en el volumen Histoire et
mémoire de la Seconde République espagnole (2002), abordan también aspectos políticos,
económicos y culturales, así como la memoria de la República en la etapa franquista, en
el exilio y en la España democrática de hoy. La historia y la memoria de la República, en
sus diversas facetas, se analizan así mismo en la obra colectiva coordinada por Ángeles
Egido Memoria de la Segunda República: mito y realidad (2006).
5 Muy recientemente se han publicado varios libros que profundizan en la línea de
atribuir el fracaso de la Segunda República a la ausencia de una cultura democrática en
la España de los años treinta, es decir en la falta de una voluntad de aceptar que el
respeto a los principios democráticos está por encima de los objetivos de cada partido y
que los resultados de unas elecciones libres deben ser siempre respetados. En esa línea
se inscribe el libro de Manuel Álvarez Tardío y Roberto Villa El precio de la exclusión: la
política durante la Segunda República (2010), que destaca como el advenimiento de la
República fue vivido por sus protagonistas como un revolución pacífica, es decir como
una ruptura con un pasado demonizado, y que el asentamiento de la democracia se
resintió de esa convicción, porque la mayoría de los diputados en las Cortes
Constituyentes “consideraban virtuosa una actitud contraria a la inclusión de quienes
pensaban diferente”. Un año después se publicó una obra colectiva dirigida por
Fernando del Rey, Palabras como puños: la intransigencia política en la Segunda
República española (2011), cuyo título expresa fielmente su tesis. Incluye una decena de
ensayos, entre los que cabe destacar el del propio Fernando del Rey sobre los
socialistas, el de Álvarez Tardío sobre la CEDA y el de Pedro González Cuevas sobre el
en 1990, editadas por Jean-Pierre Amalric y Paul Aubert, Azaña et son temps (1993), y las
recopilaciones de ensayos editada por Alicia Alted, Ángeles Egido y María Fernanda
Mancebo, Manuel Azaña, pensamiento y acción (1996), y por la propia Egido, Azaña y los
otros (2001). Otro estudio biográfico importante es el de Leandro Álvarez Rey: Diego
Martínez Barrio: palabra de republicano (2007).
12 El amplio panorama de publicaciones sobre el republicanismo contrasta con la menor
abundancia de los estudios sobre el socialismo. Disponemos sin embargo de un
importante estudio regional, Socalismo, República y revolución en Andalucía, 1931-1936
(2000), en el José Manuel Macarro analiza las contradicciones y los enfrentamientos
internos que caracterizaron la historia de las organizaciones socialistas en aquellos
años. Y también se han publicado estudios interesantes sobre algunos de los principales
líderes socialistas del período. Sobre Largo Caballero puede consultarse la biografía de
Juan Francisco Fuentes, Largo Caballero, el Lenin español (2005), en la el papel del “mal
llamado Lenin español”, como le llama Fuentes, en la radicalización del socialismo a
partir de 1933, mientras que Octavio Ruiz-Manjón ha publicado una biografía de
Fernando de los Ríos, un intelectual del PSOE (2007).
13 A diferencia del PSOE, cuya pertenencia a la Internacional Socialista tenía escasa
relevancia práctica, el Partido Comunista de España de hecho formaba parte de un
partido supranacional, era la sección española de la Internacional Comunista, cuyas
orientaciones marcaban las líneas maestras de la política del partido. Debido a ello, la
correspondencia cruzada entre la dirección del PCE y la cúpula de la Internacional en
Moscú presenta un gran interés histórico, como se ha demostrado cuando, tras la
desaparición de la Unión Soviética, sus archivos se han abierto a los investigadores.
Fruto de ello ha sido un libro de Antonio Elorza y Marta Bizcarrondo, Queridos
camaradas: la Internacional Comunista y España, 1919-1939 (1999), que representa una
aportación fundamental a la historia del comunismo español en los años de la
República. Por otra parte, el peso de la dirección comunista soviética sobre las
decisiones de la Internacional, de donde se derivaba un complejo juego entre la política
soviética, la línea de la Internacional y las decisiones del PCE, que había de aplicar esa
línea en las particulares circunstancias de España. Este es el tema del interesante libro
de Payne Unión Soviética, comunismo y revolución en España, 1931-1939 (2003).
14 La historiografía sobre el anarquismo español durante la Segunda República ha
experimentado también un avance considerable, aunque menor que en el caso del
comunismo. La mejor síntesis es la de Julián Casanova, De la calle al frente: el
anarcosindicalismo en España, 1931-1939 (1997), que subraya como el ciclo de
insurrecciones protagonizado por la CNT en el primer bienio republicano se tradujo en
una radical caída de la afiliación. Una profundización en el tema de la afiliación y del
funcionamiento interno de la CNT se encuentra en la obra de Anna Monjo Militants:
participació i democracia a la CNT als anys trenta (2003).
15 Respecto a las organizaciones de derechas, el interés de los investigadores se ha
centrado en los últimos años no tanto en la gran organización posibilista que era la
CEDA, como en los sectores más radicales, dispuestos a acabar con la República. El
sector de la derecha católica que experimentó una mayor radicalización en los años de
la República, la Juventud de Acción Popular, ha sido estudiado por Sid Lowe en una
obra, Catholicism, war and the foundation of Francoism (2010), que sostiene la tesis de la
contribución fundamental de la CEDA a que surgiera el clima favorable en que se gestó
el alzamiento militar de 1936: “la guerra –escribe Lowe- representó la continuación de
la cruzada de la JAP contra la República”. Una posición que contrasta con el análisis
más matizado que de la actitud de la CEDA ante la democracia republicana han llevado
a cabo autores como Manuel Álvarez Tardío, sobre todo en su ensayo sobre el tema en
Palabras como puños, la obra colectiva dirigida por Fernando el Rey.
16 Acerca de la derecha alfonsina, que se alejó de los postulados liberales de la monarquía
constitucional para defender una salida autoritaria para los problemas de España,
destacan los libros de Julio Gil Pecharromán, Conservadores subversivos: la derecha
autoritaria Alfonsina, 1913-1936 (1994), y de Pedro Carlos González Cuevas, Acción Española:
teología política y nacionalismo autoritario en España, 1913-1936 (1998). La tesis de González
Cuevas es que la ideología de la revista Acción Española, la más influyente en el plano
intelectual, y la del conjunto de la derecha monárquica, representaba una
manifestación tardía del tradicionalismo, que fundamentaba la acción política en las
creencias religiosas y representaba el punto de vista de la aristocracia frente al cambio
social. Hay que destacar también el interés de la documentada biografía de quien fue la
gran figura de la derecha monárquica en los años de la República, escrita por Alfonso
Bullón de Mendoza, José Calvo Sotelo (2004), que le presenta como “un tenaz defensor
de Dios, la Patria y el Rey”, aunque nunca fue tradicionalista, y partidario de “un Estado
autoritario que garantizase la armonía social”, que en sus últimos meses aceptó
definirse como fascista, pero cuya profunda radicalización no fue un caso excepcional
en su tiempo.
17 Una útil aproximación a la historia de la Comunión Tradicionalista en la Segunda
República es la que realiza Cristina Barreiro a través del estudio de su prensa, El carlismo
y su red de prensa en la Segunda República (2003), en el que destaca la contribución de los
medios de comunicación tradicionalistas a la caída de la República, mediante una
campaña radical de descrédito de las instituciones que planteaba el empleo de la fuerza
como la única vía de salvación para España. En cuanto a la relación de los carlistas con
la Iglesia española y el Vaticano, es interesante la obra de Antonio Manuel Moral
Roncal, La cuestión religiosa en la Segunda República española: Iglesia y carlismo (2009).
18 Respecto al fascismo español, José Luis Rodríguez Jiménez, estudioso de la extrema
derecha en España y en Europa, es el autor de una útil síntesis, Historia de Falange
Española de las JONS (2000), que cubre desde la primera recepción de la ideología fascista
italiana hasta la “domesticación” de Falange por Franco, en los primeros años de su
régimen. Respecto al fundador de la Falange, Julio Gil Pecharromán ha escrito una
buena biografía, que destaca por su ponderación: José Antonio Primo de Rivera, retrato de
un visionario (1996). Finalmente, acerca del conjunto de las derechas extremas, Eduardo
González Calleja ha publicado recientemente un libro en que enfatiza su creciente
proclividad hacia el empleo de la violencia: Contrarrevolucionarios; radicalización violenta
de las derechas durante la Segunda República, 1931-1936 (2011), en el que enfatiza como, a
pesar de su diversidad, “a la altura de 1936 todas las formaciones
contrarrevolucionarias estaban de acuerdo en que era la fuerza militar quien debía
acabar con la República”. La gran cuestión que González Calleja no aborda fue la de en
como interactuó la radicalización violenta de las derechas con la de las izquierdas
obreristas para generar un clima favorable a la guerra civil, una cuestión que, como
hemos visto ocupa un lugar central en los diferentes análisis del colapso de la República
por parte de autores como Stanley Payne, Rafael Cruz, Gabriele Ranzato o Fernando del
Rey.
BIBLIOGRAFÍA
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AUTOR
JUAN AVILÉS FARRÉ
UNED
Études
Estudios
1 Aquí venimos «nosotros, los heterodoxos españoles que somos los hijos de los
erasmistas». Son palabras del ministro socialista de Justicia, Fernando de los Ríos, en su
crucial discurso del 8 de octubre en 1931 en el Congreso de los Diputados, cuando se
debatía intensamente la cuestión religiosa en el proyecto de Constitución de la II
República1. Ese mismo día, Federico García Lorca, amigo y protegido, le dedica unas
coplas en las que le identifica como «Fernando, el erasmista» 2.
2 Sobre el erasmismo del intelectual y político socialista, rector de la política laica de la II
República, escribe el constitucionalista Gregorio Peces-Barba, que cuando De los Ríos, al
término de la Guerra Civil, solicita residencia en los EE.UU. cumplimentando el
formulario de inmigración, al ser requerido sobre su afiliación religiosa, no
encontrando casilla adecuada entre las denominaciones al uso, escribió «cristiano
erasmista3. También se refiere a esta anécdota José Prat4, su estimado alumno,
destacado humanista y subsecretario de la Presidencia del gobierno republicano
(1937-38). Explica esta adscripción diciendo que «se sentía inmerso en la gran tradición
del humanismo cristiano de los erasmistas del siglo XVI, los ilustrados del XVIII, los
doceañistas y los institucionistas de don Francisco Giner, ciertamente nada ajeno al
mensaje evangélico»5. ¿Es el erasmismo en De los Ríos algo más que una anécdota? Esta
es la pregunta que guía la investigación de este artículo.
3 Ángel del Río, recordando esta declaración de cristiano erasmista ante las autoridades
norteamericanas de inmigración, en el prólogo al libro postumo Religión y Estado en la
España del siglo XVI, escribe que más allá de un pasadizo puntual «lo cierto es que
reiteradamente afirmó su admiración hacia un movimiento que, si bien malogrado por
el triunfo de la Contrarreforma, dejó escondidos caminos en la espiritualidad española»
cuyas actitudes mutatis mutandis «podrían descubrirse en cuantos reformadores han
ido surgiendo a lo largo del azaroso rumbo de la historia de España, de un Jovellanos a
un Giner»6. Este testimonio es corroborado tras la muerte de Femando de los Ríos en
1949, por varias figuras políticas e intelectuales como Prieto, Jiménez de Asúa o Dardo
lo que significó el edicto de Nantes, una oportunidad para pasar página e inaugurar una
etapa de paz religiosa.
8 De los Ríos se refiere asimismo al «nosotros erasmistas» el 30 de septiembre de 1938, en
plena Guerra Civil, cuando Franco ya ha abolido el Estatuto de Cataluña, cuatro meses
antes de la victoria de la ocupación franquista. En La Vanguardia, de un modo que
rezuma desesperación en defensa de la democracia, habla de los «erasmistas de la
República» y de su misión. Una misión que no se reduce a salvar la democracia sino un
régimen de vida. Una misión que arranca en el siglo XVI con miembros de la Corte de
Carlos V y sigue con Giner de los Ríos y Unamuno, incluyéndose el propio Femando. Su
misión no es otra que «realizar el sentido cristiano de la vida», fuera de dogmas y ritos,
fuera del catolicismo, pero incluso valorando aspectos de la Contrarreforma -«el
Espíritu es más que la Razón»-.
Nosotros los erasmistas de la República somos responsables de desarrollar el
sentido humano, de la democracia que es algo más, mucho más que una forma de
gobierno. Es nada menos y nada más que un régimen de vida. Desde el monje
compañero de Carlos V hasta la España moderna de Don Francisco Giner de los Ríos,
e incluyendo a Miguel de Unamuno, todos nosotros, en el fondo, somos erasmistas
que aspiramos a realizar el sentido cristiano de la vida, aunque fuera de dogmas y
ritos, y tomando de la Contra- Refonna el mensaje de que el Espíritu es más que la
Razón y ésta un pequeño islote del espíritu humano.
9 Una tercera mención del «nosotros erasmistas» se produce en 1945, el 17 de enero,
cuando la victoria aliada de la II Guerra Mundial alienta las esperanzas sobre el fin del
franquismo y la reconstitución de las instituciones de la República. De los Ríos
impartirá una conferencia en México DF, en el Círculo Socialista Pablo Iglesias, bajo el
título «Sentido y significación de España». En ella los erasmistas configuran un
nosotros colectivo presente pero que arraiga en un pasado que se remonta a
Prisciliano10, primer obispo condenado por heterodoxia en el siglo IV, y que se proyecta
a la edad contemporánea con los enciclopedistas, prolongándose hasta el krausismo,
Giner de los Ríos y la Institución Libre de Enseñanza. Una línea que, por su disidencia
respecto del dogma establecido, ha sufrido persecución surcando toda la historia de
España desde la aparición de un cristianismo fundido con el poder político.
De aquí las persecuciones, cuando llega el momento del florecimiento renacentista,
contra los erasmistas que son -o somos- descendientes de Prisciliano. Es la
persecución contra todas las formas de disidencia respecto del dogma tal y como
entonces estaba regulado. Es la posición, en el siglo XVIII, de la flor de nuestros
enciclopedistas, y aludo a la gran figura, a la maravillosa figura de Jovellanos; es en
el siglo XIX el creador y fundador de la Institución Libre de Enseñanza; es el
movimiento krausista que, en realidad, representa una floración española de este
espíritu y de esta actitud que vemos aparecer ya en el siglo IV 11.
10 Son tres menciones del erasmismo en las que éste no es simplemente pasado
petrificado sino realidad viva y presente, de carácter colectivo, que identifica una
corriente histórica: la otra España, la España liberal, no menos espiritual que la España
del dogma católico. En la II República identifica esta España con los hijos de los
erasmistas, en la Guerra Civil presentiza esta identidad colectiva como «los erasmistas
de la República» y en el exilio proyecta la existencia de los erasmistas remontándose
hasta el siglo IV, coincidiendo con el inicio del Constantinismo. Ciertamente De los Ríos
no habla de una mera identificación individual, sino de una interpretación de un
conflicto entre dos mentalidades que recorren la historia de España, un conflicto que
acaba por estallar de la forma más dramática y violenta en la Guerra Civil.
Ríos describe con profusión de detalles uno de los puntos críticos de esta batalla, las
Juntas de Valladolid, convocadas por Carlos I en 1527 para decidir sobre la ortodoxia de
las doctrinas de Erasmo».
50 Hay una tercera referencia al erasmismo en el capítulo VI «España en la época de la
colonización americana»71. Es relevante para conocer una nueva dimensión del
erasmismo en De los Ríos.
51 En estos párrafos, después de mencionar las dicotomías que dividen Europa, que se
sustancian en la Reforma y la Contrarreforma, y de describir la derrota de Carlos V en
su denodado intento de salvar la unidad de la cristiandad, reivindica la memoria del
erasmismo. Dice, con énfasis dramático, «pero aún ahora, muchos estudiosos
desconocen que el erasmismo representó en España una verdadera guerra civil» 72.
Cuando usa la expresión guerra civil ¿está pensando De los Ríos en la suerte de la
República? ¿Está efectuando De los Ríos mi paralelismo histórico entre los erasmistas y
los republicanos? Probablemente sí. Unos y otros pretendían reformas, querían un
cristianismo interior, alcanzaron el poder del Estado, gozando del apoyo de las elites
modemizadoras y cultas; sin embargo, la reacción hostil e intolerante de las fuerzas
inmovilistas, del cristianismo exterior, desatan la reacción, declaran la herejía, la
condenan y la persiguen con violencia, hasta la eliminación física. Así en el XVI, como
en el XX. De los Ríos proyecta el significado de la guerra civil, incluso con su
terminología, a la contienda entre los dos ejércitos, que viene del XVI. El conflicto no
sólo termina con la guerra civil española, sino que también se inició con una guerra
civil que aún perdura.
52 Finalmente es preciso mencionar las obras de Erasmo que De los Ríos destaca, el
Enchiridion. Manual del caballero cristiano (1503), que traducida y publicada en
español en 1526 se convierte en «un acontecimiento sin precedentes» e Instituido
Principis Christi ani (1516), dedicada a Carlos V «sobre la educación que debe darse a un
príncipe y a los deberes que éste debe observar»73. Ambas conectan con temas muy
queridos por el institucionismo.
53 La educación del hombre interior. Del Enchiridion subraya la relevancia de la educación
cristiana del hombre interior frente a un cristianismo del hombre exterior, de las obras
aparentes y la piedad visible, basado en la coacción secular, pero vacío de Dios. En este
punto De los Ríos establece el duelo entre los erasmistas y los antierasmistas, la pugna
entre los partidarios del cristianismo interior y los partidarios de la iglesia visible, un
duelo que vive contemporáneamente De los Ríos en la instauración de la República
frente a la Iglesia católica y que estalla en la Guerra Civil.
Así comenzó el duelo que existe entre los defensores de un cristianismo interno
inclinado hacia la concepción de lo que más tarde se llamará la iglesia invisible y
aquellos partidarios de la iglesia visible que tratan de evitar todo cambio en el
orden existente74.
54 De los Ríos reivindica la vuelta al hombre interior. En 1941 imparte una conferencia
bajo el título «Necesidad de volver al hombre interior» en un Seminario en Nueva York.
Es un contexto marcado por el final de la Guerra Civil y por la invasión de Europa por el
nazismo. Ve en ellos un desastre provocado por una racionalidad científica
unidimensional. Reivindica el ideal humanista del Renacimiento del hombre interior:
«tenemos que volver al hombre interior. Hemos de educar la sensibilidad, las fuentes
que alimentan la emoción estética, la voluntad moral, el sentimiento religioso. Hemos
las experiencias y los requerimientos que, conforme el gran humanista, deberían darse
en un príncipe, para que, como repite muchas veces, pudiese conservar la paz» 85.
57 La paz y la concordia entre los príncipes en Europa bajo el dominio del emperador en
una fórmula de confederación de reinos cristianos es el ideal erasmista que hace propio
Carlos V. Este ideal es admirado por De los Ríos. «¡La Confederación de los Estados
Cristianos, que equivalía a decir en aquella época la Confederación de los pueblos
cultos!»86. Un ideal que no es pasado sino que remozado y amplificado tiene la máxima
actualidad, en lo que acabará por ver nacer, la Sociedad de Naciones. Dice De los Ríos:
«mas al íntimo deseo expresado por aquella España, vuelve sus ojos, a veces sin saberlo
buena parte de Europa, y en el ideal internacional expresado por Carlos V está
contenido, con el remozamiento y amplificación que imponen los siglos, el ideal
político de la nueva edad: el de la unidad plural a que aspira la Sociedad de las
Naciones, asilo de algunas de nuestras esperanzas» 87. Una histórica propuesta del
krausoinstitucionismo.
58 Frente al ideal humanista de la Universitas Christiana de Carlos V se interpondrán
primero el rey francés Francisco I y el Papa y después la Reforma. Dice De los Ríos que
«la agitación de aquella turbulenta época no era propicia para realizar este sueño [de
paz y concordia] de los espíritus superiores»88.
el erasmismo del XVI: «qué larga progenie tiene desde el siglo XVI! ¡Desde los días del
erasmismo y de Juan de Valdés!»123.
82 José Àlvarez Junco, en su libro Mater dolorosa sobre catolicismo y españolidad donde
investiga el papel de la religión católica en la conformación de la identidad nacional a
partir del Dos de Mayo de 1808, a lo largo del siglo XIX y el primer tercio del XX, expone
las dos versiones incompatibles de la historia que construyen por una parte los
nacional-católicos124 y por la otra los liberales. Basado en el esquema de pensamiento
mítico Paraíso-Caída-Redención describe el mitologema nacional católico de esta forma:
a partir del hito de la conversión de Recaredo, la edad de oro se encuentra en los Reyes
Católicos y en el Imperio de los Austrias, Carlos V y Felipe II, en el concilio de Trento y
en la contrarreforma, la batalla de Lepanto, la mística y los autos sacramentales. Es la
alianza entre el Trono y el Altar. Pertenecen a la decadencia de la historia de España los
reyes débiles del XVII, el reformismo antiespañol del XVIII y las revoluciones liberales
del XIX. En esta construcción de la historia la esperanza de redención descansa en la
unidad política y religiosa y en la acción imperial (en Marruecos). Por el contrario el
mitologema laico-liberal, según el estudio de Álvarez Junco, proyecta la edad de oro de
la historia de España a la Edad Media, con la convivencia de las tres culturas; las Cortes
de Aragón, más limitadoras del poder monárquico y menos comprometidas con los
Habsburgo que las de Castilla; y los fueros municipales, como pacto del pueblo con el
rey basado en el derecho consuetudinario. La decadencia se sitúa en la época de los
Austrias y el absolutismo. La redención es proyectada no sobre la unidad político-
religiosa, sino sobre la soberanía nacional y la democracia municipal 125.
83 El pensamiento de Femando de los Ríos permite considerar el erasmismo como un
contenido a insertar en la edad de oro del mitologema laico-liberal. En esta
reconstmcción discursiva. De los Ríos asume como icono de la historia liberal parte del
periodo de los Habsburgo, no el de Felipe II, pero sí el de Carlos V. Incluso hasta el
punto de borrar de la memoria de esta reconstrucción de su papel histórico la
intolerancia hacia judíos y musulmanes que practicó -no menos que los Reyes
Católicos-.
84 La última fase de los Estatutos de limpieza de sangre, vetando el acceso de los conversos
a ciertos oficios, cargos eclesiásticos e incluso territorios, fue aplicada con extrema
dureza ya en el reinado de Carlos V. Pero, sin duda, si la Contrarreforma ocupa un lugar
central en la asignación de contenidos del mitologema nacional-católico, en el
mitologema laico- liberal debe asignarse un papel simétrico al Erasmismo, de ahí la
importancia que concede De los Ríos a su memoria y a su difusión en el siglo XX. El
erasmismo comparte con el relato nacional-católico la idea de la religiosidad como nota
del carácter histórico de los españoles, pero al servicio de una nación soberana, liberal
y democrática, en un régimen político como el que rige en los principales países
europeos.
NOTAS
1. Fernando de Los Ríos, Discursos parlamentarios, ed. de Gregorio Cámara Villar, Madrid,
Congreso de los Diputados, 1999, p. 316.
2. «¡Viva Fernando, viva Fernando! Fernando de los Ríos, barbas de santo. Besteiro es elegante,
pero no
tanto, ¡viva Fernando, viva Fernando! Fernando, el erasmista, barbas de santo». Cfr. Federico
García
Lorca, citado por Virgilio Zapatero, Fernando de los Ríos. Biografía intelectual Valencia, Pre-
textos,
1999, p. 327.
3. Gregorio Peces-Barba, «Religión y Estado en Fernando de los Ríos», en Gregorio Cámara Villar
(ed.), Fernando de los Ríos y su tiempo, Granada, Universidad de Granada, 2000, p. 464.
4. «Don Fernando pasó de embajador de la República española en Washington a exiliado en
Estados
Unidos. Fue tratado con consideración pero, claro está, tuvo que cumplir las estrictas
formalidades de
los servicios de inmigración norteamericanos, se pedía entonces la declaración de religión
profesada y
don Fernando la formuló así: cristiano erasmista». Cfr. Octavio Ruiz-Manjón, Fernando de los
Ríos. Un
intelectual en el PSOE, Madrid, Síntesis, 2007, p. 442.
5. Ibid.
6. Ángel Del Río, prólogo a Religión y estado en la España del siglo XVI, México, Fondo de Cultura
económica, 1957, p. 24.
7. Indalecio Prieto, «Femando de los Ríos. Semblanza», Adelante, México, 9 de junio de 1949; Luís
Jiménez de Asúa, Presentación de Fernando de los Ríos. Esquema manuscrito, Buenos Aires, 1949,
Archivo del Movimiento Obrero, Alcalá de Henares, [al5a-437-7]; Dardo Cúneo, «Femando de los
Ríos y el socialismo humanista». Cuadernos americanos, México, n° 78, 1954, p. 85-113.
8. Virgilio Zapatero, Fernando de los Ríos..., op. cit.; Gregorio Peces-Barba, «Religión y estado en
Femando de los Ríos», Sistema 152/153 (1999), p. 157-177; Juan Francisco García Casanova,
«Humanismo y política en Femando de los Ríos» en Gregorio Cámara Villar (ed.), Fernando de los
Ríos y ..., op. cit., p. 429-448; Octavio Ruiz-Manjón, Fernando de los Ríos. Un intelectual..., op. cit.;
Rafael Díaz-Salazar, España laica, Madrid, Espasa, 2008.
9. Fernando de Los Ríos, Discursos parlamentarios, op. cit., p. 316.
10. Prisciliano de Ávila (340-aprox. 385), obispo hispano, que junto a otros compañeros, fue el
primer sentenciado a muerte acusado de herejía, ejecutado por el gobierno secular, en nombre de
la Iglesia.
11. Fernando de Los Ríos. Obras completas, voi. 5. Teresa Rodríguez de Lecea (ed.), Barcelona,
Anthropos-
Fundación Caja Madrid, 1997, p. 348. (De ahora en adelante O.C. y n° de vol.)
12. Marcel Bataillon, Erasmo y España, México, Fondo de Cultura Económica, 1966, p. 807; y
Erasmo y
el erasmismo, Barcelona, Crítica, 2000, p. 141. Así lo viene a corroborar Américo Castro quien
había
sido alumno de doctorado de Menéndez Pelayo en 1904 en un artículo titulado «Recordando a
Erasmo»
publicado en La Nación, de Buenos Aires en 1925, donde escribe que «al salir de la universidad
habíamos aprendido en los heterodoxos de Menéndez Pelayo que Erasmo fue un heterodoxo, es
decir,
un creyente a su modo». A continuación se queja Américo Castro de que tal concepción de la
historia
no sirve sino para desorganizar nuestras ideas pues si hablamos de una excepción esta sólo se
podrá
comprender si damos con la regla a que pertenece, en lo que suena a impugnación radical de la
visión
de Menéndez Pelayo continúa castro «decir que un escritor es heterodoxo, y pretender alzar
sobre tal
concepto una construcción histórica es del todo imposible» (Américo Castro, Teresa la santa y
otros
ensayos, Madrid, Alianza Editorial, 1982, p. 127).
13. Francisco Giner de Los Ríos, Estudios filosóficos y religiosos. Obras completas, vol. VI, Madrid,
La
Lectura, 1922, p. 506.
14. Ibid., p. 507.
15. Marcelino Menéndez Pelayo, Historia de los heterodoxos españoles, México, Porrúa, 1995, p.
xv.
16. Ibid., p. xvi.
17. Ibid., p. XX.
18. Francisco Giner de Los Ríos, Estudios filosóficos y religiosos..., op. cit, 1922, p. 308.
19. Marcelino Menéndez Pelayo, Historia de los heterodoxos españoles I, Madrid, BAC 150, 1956,
p.
44-45.
20. Ibid., p. 53.
21. Ibid., p. 28.
22. Femando de Los Ríos, O.C. 5, p. 348.
23. Marcelino Menéndez Pelayo, Historia de los heterodoxos españoles II, Madrid, BAC 151, 1956,
p. 1192.
24. Ibid, p. 1193-1194.
25. Ibid.,p. 1193.
26. Ibid, p. 1194.
27. de Los Ríos, O.C. 2, p. 476.
28. «Una polémica secular, más violenta y pasional que preocupada por su propia veracidad, nos
ha ido
arrastrando a todos a tomar posiciones en uno u otro bando; esto es, de la historia en sí misma se
ha
hecho inicialmente un campo de combate entre dos ejércitos del siglo xvi, cuyas mutuas
invectivas
y causas de reto han seguido cruzando el escenario histórico no obstante haber cambiado éste
por
completo» (de Los Ríos, O.C. 2., p. 396).
29. Femando de Los Ríos, Religión y Estado en la España del siglo XVI, Nueva York, Instituto de
las
Españas en los Estados Unidos, 1927, p. 25.
30. Inicialmente, en septiembre, había tratado el tema en una comunicación en el Congreso
Internacional
de Filosofía de Harvard bajo el título «Carácter religioso del Estado español en el siglo XVI y su
influjo
en el derecho colonial español» (de Los Ríos, O.C. 3, p. 260-263). Un libro con el título del
publicado
en 1927 será nuevamente publicado en 1957 de forma postuma obedeciendo al propósito con el
que De
los Ríos estuvo trabajando hasta las vísperas de su muerte. La edición de 1957, preparada por su
amigo y profesor Ángel del Río -había presentado también la edición de 1927- cuadriplica con
diferentes
trabajos del exilio la edición inicial.
31. de Los Ríos, O.C. 2, p. 413.
32. Ibid., p. 400.
33. Ibid., p. 201.
34. Ibid., p. 208.
35. Ibid., p. 201.
36. Ibid., p. 202.
37. Ibid., p. 399.
38. Ibid., p. 400.
39. Ibid., p. 203.
40. Ibid., p. 401.
41. Ibid, p. 402-403.
42. Ibid., p. 404.
43. Ibid., p. 405. En carta a Gloria Giner dice que «el problema español, lo que ha sido y es, no se
ve más
que desde América: ¡que esfuerzo el del XVI y qué profunda la actitud de Carlos V! El día, tal vez
más
próximo de lo que puede creerse, en que el mundo cultural comprenda que es preciso ir a la
superación
de lo que significan Reforma y Contrarreforma, va a aparecer con una enorme grandeza nuestra
primera
parte de siglo XVI. Hay un discurso de C[arlos] V ante el Vaticano en 1532 ó 35 que es la divisoria
de una época. (Carta de Femando de los Ríos a Gloria Giner. Nueva York, 10 de septiembre de
1926.
Centro de Documentación de la Memoria Histórica, Salamanca, PS Madrid 1369, Exp. n°. 3, f.
46-47).
44. Ibid., p. 404.
45. Ibid., p. 436-441.
46. Ibid., p. 440.
47. Ibid., p. 447.
48. Ibid., p. 401.
49. Ibid., p. 412.
50. Ibid., p. 406.
51. Ibid., p. 407.
52. Ibid., p. 476.
53. Marcel Bataillon, «Fernando de los Ríos. Religión y Estado en la España del siglo XVI»,
Bulletin
hispanique, 31-2, 1929, p. 170-171 y «Femando de los Ríos. El pensamiento vivo de Giner de los
Ríos»,
Bulletin hispanique 51 -2, 1949, p. 198-200.
54. Marcel Bataillon, Erasmo y España, op. cit, p. vii.
55. Marcel Bataillon, Erasmo y el erasmismo, Barcelona, Crítica, 2000, p. 149.
56. Marcel Bataillon, «L’Espagne religieuse dans son histoire. Lettre ouverte à Américo Castro»,
Bulletin
hispanique, 52 -1-2, 1950, p. 7.
57. Marcel Bataillon, Erasmo y el erasmismo, op.cit, p. 147.
58. Fernando de Los Ríos, O. CL 2, p. 453 y 478. Tal recepción se atribuye fundamentalmente a tres
razones:
el precedente de los iluminados o alumbrados que investiga Bataillon, así como la reforma de la
Iglesia
emprendida por Cisneros, citada por De los ríos; los conversos, los cristianos nuevos de
ascendencia
judaica que se identifican con un cristianismo espiritual que reduce las distancias entre los
cristianos de
rancio abolengo y los recién llegados, como investiga Américo Castro; y, en tercer lugar, un
contexto político y cultural, el del reinado de Carlos V en que España mira a Europa y adquiere en
ella una
posición preponderante.
59. Esta es una tesis que sostiene Menéndez Pelayo en la Historia de los heterodoxos españoles.
Sostiene
que la reforma de la Iglesia en España se produce con el cardenal Cisneros: «que la reforma se
pedía por
todos los buenos y doctos; que le reforma empezó en tiempo de los Reyes católicos y continuó en
todo
el siglo XVI; que a ella contribuyó en gran manera la severísima Inquisición; pero que la gloria
principal
debe recaer en la magnánima Isabel y en fray Francisco Jiménez de Cisneros» Marcelino
Menéndez
Pelayo, Historia de los heterodoxos..., op. cit,. 756-757.
60. Femando de Los Ríos, O.C. 2, p. 402.
61. «No se olvide cuantos eran en España los partidarios de Erasmo, así como el hecho expresivo
de que
en la comisión de investigación reunida en Valladolid, constituyeran los erasmistas mayoría» (de
Los
Ríos, O.C. 2, p. 402).
62. Américo Castro, El pensamiento de Cervantes, Barcelona, Editorial Noguer, 1972, p. 300.
63. Ibid., p. 248-249.
64. Femando de Los Ríos, O.C. 2, p. 402. Es preciso llamar la atención sobre el significado de
antipopular
en De los Ríos, que se refiere a su carácter culto y de amplias miras culturales, lo que en su
tiempo era
sólo accesible a las elites.
65. Femando de Los Ríos, O.C. 2, p. 411.
66. En el discurso de Castro, en el ingreso a la Real Academia de la Historia, y en el comentario
que sobre
él publica Giner de los Ríos, se dice que lo que pide el desarrollo del hombre en el conjunto de sus
dimensiones antropológicas es mantener el pensamiento de lo divino en medio de esta lucha
incesante
de lo humano: «firme el pie en la tierra y la mirada en el cielo». Se pone como ejemplo de ello e
inspiración a los sabios teólogos, humanistas y santos del siglo XVI que «vieron la necesidad de
unificar
el desarrollo de todas las dimensiones del hombre» y lo hicieron postulando «una vida
verdaderamente
religiosa y cristiana». (Francisco Giner de los Ríos, Estudios filosóficos..., op. cit., p. 307. Lamenta
y se pregunta Giner de los Ríos en 1866: «¡ah! ¡por qué se oscureció aquel nobilísimo espíritu cuyo
definitivo triunfo acaso se encuentra todavía lejos de nosotros!» (p. 308).
67. Femando de Los Ríos, O.C. 2, p. 453.
68. Ibid, p. 454.
69. El secretario del Cardenal Cisneros, Juan de Vergara (1492-1557), fue apresado por la
Inquisición
acusado de erasmista y sospechoso de luterano. La cárcel arruinó su carrera.
70. Fernando de Los Ríos, O.C. 2, p. 454.
71. Fernando de Los Ríos, O.C. 2, p. 468-484.
72. «No saben que desde el emperador hasta el inquisidor general podían encontrarse erasmistas;
que la
traducción del enchiridion [de Erasmo] constituyó un éxito sin precedentes; que el arzobispo de
Toledo,
confesor de Carlos I, el secretario del emperador y los sabios más distinguidos hallaron en el
erasmismo
inmanente sentido de la religión, la idea de la interiorización, tan congènita al estoicismo
español».
Fernando de los Ríos, O.C. 2, p. 477.
73. Fernando de Los Ríos, O.C. 2, p. 453.
74. Ibid., p. 455.
75. Fernando de Los Ríos, O.C.. 5, p. 193.
76. Adolfo Posada, Breve historia del krausismo español, Oviedo, Universidad de Oviedo-Servicio
de publicaciones, 1981, p. 29.
77. Francisco Giner de Los Ríos, La persona social Estudios y fragmentos, Obras Completas, voi.
viii.
Madrid, Espasa-Calpe, 1923, p. 21-22.
78. Adolfo Posada, Breve historia del krausismo..., op. cit., p. 105.
79. Ibid., p. 29. Adolfo Posada resume el krausismo en una «filosofía de la libertad» que se traduce
para la
vida real, primero, en «la necesidad ética y política de la formación y elevación del hombre
interior»,
que compete a la educación, y, en segundo lugar, en la «necesidad de un régimen jurídico» que lo
haga
posible, lo que es función del Estado. Cfr. Ibid., p. 110.
80. Fernando de Los Ríos, O.C. 2, p. 453.
81. Ibid., p. 454.
82. Erasmo De Rotterdam, Educación del príncipe cristiano, Madrid. Tecnos, 2007, p. 174-175.
83. Ibid., p. 171.
84. Ibid., p. 172.
85. Fernando de Los Ríos, O.C. 2, p. 455.
86. Ibid., p. 404.
87. Ibid., p. 405.
88. Ibid., p. 454.
89. Ibid., p. 477.
90. Francisco Giner de Los Ríos, Estudios filosóficos. ..,op. cit., p. 307.
91. Tema básico de la disputa entre krausistas y neocatólicos, la llamada «polémica de la ciencia
española».
Gumersindo de Azcárate sostenía esta tesis, mientras que Menéndez Pelayo en La ciencia
española
(1887), postulaban que el mantenimiento de la pureza de la fe católica no había impedido el
desarrollo
de una ciencia autóctona.
92. Alonso de Virués fue recluido en un convento y privado de licencias por dos años en 1537.
Contra el
secretario del emperador, Alfonso de Valdés se abrió causa en 1531, posiblemente por
conversaciones
mantenidas con Melanchton. Se le acusaba de irreverencias contra las indulgencias, la invocación
a
la virgen al comienzo de los sermones, sobrevaloración del matrimonio frente a la virginidad y de
la
oración mental por encima de la vocal. La muerte en 1532 le sustrajo de la prisión que le
esperaba. Cfir.
Marcel Bataillon, Erasmo y España, op. cit., p. 480-481.
93. Marcel Bataillon, Erasmo y España, op. cit., p. 491.
94. Fernando de Los Ríos, O.C.. 2, p. 479.
95. Marcel Bataillon, Erasmo y España, op. cit., p. 699.
96. Ibid., p. 701.
97. Ibid., p. 479.
98. Fernando de Los Ríos, O.C.. 2, p. 478.
99. Ibid., p. 478-479.
100. Marcel Bataillon, Erasmo y España, op. cit., p. 704.
101. Fernando de Los Ríos (1997), O.C. 2, p. 479.
102. Marcelo Bataillon, «Honneur et Inquisition: Michael Server pursuivi par l'Inquistion»,
Bulletin
hispanique, 27-1 (1925) p. 5-17.
103. Ibid, p. 12-13.
104. Fernando de Los Ríos, O.C. 2, p. 481.
105. 105 Ibid.
106. Fernando de Los Ríos, O.C.. 5, p. 350.
107. Ibid., p. 342.
108. Ibid., p. 344-351.
109. Ibid., p. 348.
110. Ibid.
111. Ibid., p. 347.
112. Ibid., p. 348.
113. Ibid.
114. Ibid.
115. Ibid., p. 350.
116. Ibid., p. 348.
117. Ibid., p. 350.
118. Ibid., p. 351.
119. Ibid, p. 348.
120. Ibid., p. 347.
121. Ibid., p. 348.
122. Fernando de Los Ríos, O.C. 3, p. 285.
123. Fernando de Los Ríos, O.C. 4, p. 257.
124. Cfr. José Álvarez Junco, Mater Dolorosa, Madrid, Taurus, 2001. Identificar a «España» con el
catolicismo requería «una labor de reelaboración de la historia» (p. 388). Es una tarea que es
acometida
en los últimos años del reinado isabelino, «con un apreciable retraso de las historias nacionales
de
inspiración liberal» en el contexto del romanticismo y bajo la influencia de Balmes. Los autores y
las
obras principales que van esbozando el mito hi storio gráfico nacional-católico son: Antonio
Cavaniles,
Compendio de historia de España, Madrid, Imp. J. M. Alegría, 1860, 5 vols.; Francisco Belamr,
Reflexiones sobre la España, Madrid, Imp. de la Esperanza, 1861; Amador de Los Ríos, Historia
crítica
de la literatura española, Madrid, Imp. de José Rodríguez, 1861-1865; José Ferrer De Couto, Crisol
histórico español y restauración de glorias nacionales. La Habana, 2a edición, Imprenta de la Vda.
De
Barcina y Comp., 1862; Bernardo Monreal y Ascaso, Historia de España, 5a edición, Madrid,
Imprenta
y Fundición de M. Tello, 1890; Félix Sánchez y Casado, Prontuario de Historia de España y de la
Civilización española, Madrid, Lib. Hernando, 1867; Eduardo Orodea e Ibarra, Curso de lecciones
de historia de España, Valladolid, Imp. de Hijos de Rodríguez, 1876; Manuel Merry, Historia de
España. 2a ed. Sevilla, Imp. de Díaz Carballo, 1886-1888, 6 vols. El colofón de esta reconstrucción
es precisamente Menéndez Pelayo (José Álvarez Junco, «La difícil nacionalización de la derecha
en
española en la primera mitad del siglo XIX», Hispania, LXI/3, 209, 2001, 831-858).
125. Ibid., p. 401.
RESÚMENES
Fernando de los Ríos no es ningún estudioso del erasmismo pero hace del término un uso
reiterado en contextos de gran tensión socio-político. Se trata de una pieza clave de su
interpretación liberal de la historia de España. Para él, este movimiento del siglo XVI es el
precursor del reformismo liberal en España. Femando de los Ríos utiliza el término erasmista con
un significado colectivo y discursivo en 1931, en el debate sobre la cuestión religiosa en la
Constitución de la II República; en 1938, en un artículo en La Vanguardia cuando se va acercando
la victoria de los sublevados en Cataluña, y en 1945, cuando la victoria aliada en la II Guerra
Mundial alienta las esperanzas del restablecimiento de la República, conformándose el Gobierno
de Girai en el exilio, del que él va a formar parte como ministro de Estado. El artículo está
dedicado al estudio de esta referencia.
Fernando de los Ríos n’est pas un chercheur préoccupé par l’étude de ce mouvement mais il s’y
réfère régulièrement dans des contextes de grande tension socio-politique. Il s’agit d’une pièce-
clef de son interprétation libérale de l’histoire d’Espagne. Pour lui, l’érasmisme est le précurseur
du réformisme libéral en Espagne. Femando de los Ríos utilise le terme érasmiste avec un sens
collectif et discursif en 1931, lors du débat sur la question religieuse dans la Constitution de la II e
République ; en 1938, dans un article de La Vanguardia lorsque la victoire des troupes rebelles est
imminente en Catalogne, et en 1945, au moment de la victoire alliée lors de la Deuxième Guerre
mondiale fait naître l’espoir d’un possible rétablissement de la République, au moment de la
formation du Gouvernement Girai en exil, dont il fera partie comme ministre des Affaires
étrangères. Notre article est consacré à l’étude de cette référence.
Fernando de los Ríos is not a researcher interested in the study of this movement but he refers o
it regularly in contexts of big sociopolitical tension. It is about a key of its liberal interpretation
of the history of Spain. For him, the erasmism is the precursor of the liberal reformism in Spain.
Fernando de los Rios uses the term erasmist with a collective and discursive signification in 1931,
during the debate on the religious question in the Constitution of the Second Republic; in 1938, in
an article of La Vanguardia when the victory of rebel troops is close in Catalonia, and in 1945,
when the victory allied during the World War II creates the hope of a possible restoring of the
Republic, at the time of the formation of the Government Girai in exile, of which it will be a part
as Minister of Foreign Affairs. Our article is dedicated of the study of this reference.
ÍNDICE
Mots-clés: érasmisme, réformisme, libéralisme, de los Ríos (Fernando), Deuxième République
espagnole (1931-1936), Espagne, XXe siècle
Keywords: erasmism, reformism, liberalism, de los Ríos (Fernando), Spanish Second Republic
(1931-1936), 20th century
Palabras claves: erasmismo, reformismo, liberalismo, de los Ríos (Fernando), Segunda República
española (1931-1936), España, siglo XX
AUTOR
CARLOS GARCÍA DE ANDOIN
Instituto Diocesano de Teología y Pastoral. Bilbao
1 Al proclamarse la Segunda República, una de las cuestiones que con mayor urgencia se
planteaban era la de la reforma agraria. Las actividades agropecuarias eran, en abril de
1931, el elemento principal de la estructura socioeconómica de España. El porcentaje de
personas que vivían en zonas rurales y dependían económicamente de las actividades
agrarias superaba el 50%. Más de cuatro millones de españoles, de una población activa
de ocho millones y medio, se empleaban en este sector, que aportaba casi la tercera
parte de la producción total1. No es extraño, por tanto, que, en un país con aquellas
características y ante las expectativas elevadas por el cambio político, fuera inevitable
afrontar desde el primer momento el gran problema socioeconómico del momento.
2 La agricultura planteó tres problemas, interrelacionados entre sí, a los nuevos
dirigentes republicanos: en primer lugar, un elevado desempleo campesino, sobre todo
en el sur del país; en segundo, la concentración de la propiedad de la tierra en tomo a
pocas manos y las consecuencias derivadas de este hecho; y, por último, la reducida
productividad de las explotaciones agrarias2. Habría que añadir a estos tres, además, la
enorme carga de conflictividad social y política que portaban en su interior. Por tanto,
la llamada reforma agraria iría dirigida hacia la consecución de tres objetivos: acabar
con el paro, repartir mejor la tierra y aumentar el rendimiento de las explotaciones 3. En
este sentido, la República significó, como ha afirmado Malefakis, el primer intento serio
de la historia de España de cambiar la situación secular del agro 4.
3 Se desconoce si los grupos políticos que integraron el Gobierno provisional llegaron a
un acuerdo previo sobre la cuestión agraria y tampoco se sabe si trataron el tema antes
del 14 de abril de 1931. El hecho es que en su Estatuto jurídico se acudió a una fórmula
muy amplia, que se limitaba a afirmar el respeto por la propiedad privada y la intención
de introducir cambios en el Derecho agrario vigente5. Poco después, el Gobierno
provisional acordó que las futuras Cortes Constituyentes se encargaran de adoptar las
medidas pertinentes sobre la reforma agraria6. Sin embargo, el Ejecutivo presidido por
Niceto Alcalá-Zamora tomó durante su mandato dos decisiones que se revelarían
trascendentales: en primer término, una serie de decretos impulsados por el ministro
de Trabajo, el socialista Francisco Largo Caballero, que modificaron sustancialmente las
condiciones de trabajo en el campo7; y, en segundo, la creación de una Comisión
Técnica, a la que se encargó proponer la estructura normativa sobre la que tendría que
pivotar la reforma. En julio de 1931, la Comisión ultimó un primer proyecto, que se
ceñía al problema de los latifundios del sur y recomendaba su entrada en vigor por
decreto8. La oposición manifestada por el PRR (Partido Republicano Radical) y el PSOE
(Partido Socialista Obrero Español), por razones distintas, determinó que el Consejo de
Ministros lo desestimara9. Sin embargo, este proyecto terminaría convirtiéndose en el
punto de referencia sobre el que acabaría construyéndose la reforma agraria.
4 A partir de ese momento, el protagonismo correspondería a las Cortes. En la Legislatura
Constituyente ( 1931 -193 3) se celebraron en la Cámara tres debates importantes
relacionados con el problema agrario: el que se produjo con motivo del artículo 44 de la
Constitución, en el que quedaban estipuladas las competencias del Estado respeto de la
propiedad privada10; el que tuvo lugar en la primavera y el verano de 1932 para la
aprobación de la Ley de Reforma Agraria11, y, finalmente, el que se desarrolló en tomo
al proyecto de Ley de Arrendamientos Rústicos, que quedó inconcluso por la crisis
gubernamental de septiembre de 1933 y la subsiguiente convocatoria anticipada de
elecciones12.
5 En la siguiente Legislatura (1933-1935), la primera intervención de las Cortes tuvo que
ver con la derogación de la Ley de Términos Municipales, la más polémica norma y la
que más oposiciones había generado de las impulsadas por Largo Caballero 13. Casi a la
vez, se discutió y aprobó una ley para engrandecer la superficie cultivable en
Extremadura14. A finales de 1934, el ministro de Agricultura, Manuel Giménez
Fernández, anunció una serie de proyectos, de los que el Parlamento solo llegaría a
aprobar la Ley de Yunteros15 y la de Arrendamientos 16. Su sucesor en el cargo, Nicasio
Velayos, presentó en el verano de 1935 una modificación sustancial de la Ley de
Reforma Agraria, que salió adelante tras un breve debate17.
6 En la Legislatura de 1936, Mariano Ruiz-Funes trató de actuar enérgica y rápidamente.
Junto a las medidas urgentes aprobadas por el Gobierno del Frente Popular, destinadas
a encauzar el problema de las ocupaciones ilegales de tierras, el nuevo ministro
presentó ante el Parlamento un conjunto de proyectos de ley, de los cuales solo se
aprobaron los relativos a la revisión de desahucios18 y a la reposición de la Ley de
Reforma Agraria de 193219. Cuando las Cortes fueron suspendidas en julio de 1936, días
antes del estallido de la Guerra Civil, se estaba discutiendo mi texto que permitiría a los
municipios recuperar los bienes comunales20.
7 Esta fue, resumidamente, la actividad desplegada por las Cortes republicanas en
materia agraria y esta será, en consecuencia, la materia del análisis que se plantea en
este artículo21.
8 Si se hace recuento de lo hecho entre abril de 1931 y julio de 1936, se llega a la sencilla
conclusión de que los términos del problema agrario no sufrieron prácticamente
alteración.
9 Al contrario, la intensificación de los conflictos políticos en tomo a ellos los agravó. Por
esta razón, se puede afirmar el fracaso de la política agraria de la Segunda República,
pues no logró ninguno de sus objetivos, cifrados en la modernización social y
erario público y dispersó los esfuerzos del Estado, que deberían haberse concentrado
sobre los grandes terratenientes y sus fincas46.
24 Lo peor fue que la actitud socialista alimentó que los partidos situados en la oposición
al Gobierno cimentasen su desacuerdo con los proyectos en las tesis socialistas sobre la
propiedad, como si en realidad aquéllos estuvieran inspirados por éstas. Y así, los
debates sobre la reforma agraria se plantearon como una lucha entre colectivismo e
individualismo. En un lado de la contienda se situaron los partidos republicanos de
oposición, que denunciaron el «sometimiento» de la izquierda republicana en el
Gobierno a los planteamientos del PSOE como el escollo que obstaculizaba la unidad
entre republicanos y que justificaba su desacuerdo con los proyectos. El radical Rafael
Guerra del Río representaría esta postura al afirmar: «Ya empezamos a no hacemos la
ilusión de que volvamos a encontrar los votos republicanos [...]; por eso decimos que si
una vez más volviera a triunfar aquí el criterio exclusivamente socialista, si esa mayoría
se sometiera una vez más al criterio socialista, tened en cuenta que a nosotros nos
queda un derecho: podréis gobernar con esa mayoría aquí. Con nuestros votos, en este
sentido, no gobernaréis un día solo»47. Junto a éstos, las derechas negaron incluso la
posibilidad de una alternativa reformista, manifestando, como hiciera el diputado
agrario Cándido Casanueva, que su único enemigo era el socialismo: «Soy castellano
viejo y [...] al pan, pan, y al vino, vino. La Ley de Arrendamientos [...] la han impuesto
ésos, los socialistas [...]. En la Ley de Arrendamientos a mí me han puesto la ceniza en la
frente los socialistas y los demás de la mayoría. Los radicales han contribuido a impedir
que me la pongan por completo»48.
25 Las contradicciones del PSOE contagiaron pronto a todo el Gobierno, cuyo «motor»
parlamentario no era otro el que le proporcionaba la minoría socialista 49. Como los
líderes socialistas, las principales figuras de la mayoría gubernamental se abstuvieron
de intervenir en el Parlamento, no por falta de interés, sino por carecer de unos
criterios definidos al respecto. Y esta inhibición fue la causa del éxito de la obstrucción
practicada en la Cámara por la minoría agraria50. Sobre todo con la Ley de
Arrendamientos Rústicos de 1933, el debate fue un diálogo entre los miembros de la
Comisión y los diputados agrarios, sin participación de los ministros y los primeros
espadas de los principales partidos. El ministro Marcelino Domingo solo hizo uso de la
palabra en mía ocasión, para trazar las líneas generales de la Ley de Reforma Agraria de
193251, y ni siquiera eso cuando se discutió la Ley de Arrendamientos el año siguiente.
Azaña intervendría en tres ocasiones, pero con objetivos más políticos que sociales o
económicos: dos veces para obtener de las Cortes la expropiación de las tierras de los
implicados en el golpe de Estado de Sanjurjo y de los Grandes de España, como
«determinación de carácter político» que diera «una satisfacción a la conciencia
republicana española»52; y una tercera, en el verano de 1933, para dar un toque de
atención a los diputados de la mayoría, que con su repetida ausencia del hemiciclo
durante los debates de la Ley de Arrendamientos ponían en peligro «la continuidad de
la política que nosotros representamos»53.
26 La fragmentación dentro de la mayoría gubernamental se manifestó en lo que Tamames
llama «falta de una línea básica»54, es decir, coherencia a la hora de poner en práctica la
Ley de Reforma Agraria de 1932. Frecuentemente se adujo que la reforma era producto
de una serie de pactos en virtud de los cuales se habían aparcado los principios en aras
del consenso. Y, en efecto, algunos expertos de la época ya apuntaron, no sin alarma,
que tales transacciones había tenido como resultado contradicciones importantes. El
38 Sin embargo, a partir de ese momento se dispararon las tensiones dentro de la CEDA a
cuenta del problema agrario, como el propio Gil-Robles reconocería, pese a las
protestas manifestadas sobre la unidad «abnegada» de su grupo 85. En primer lugar, los
diputados católicos dejaron desasistido a su ministro en la defensa de los proyectos 86. Y
otro tanto hicieron el presidente del Gobierno, Lerroux, y el jefe de la CEDA, Gil-Robles,
aduciendo el peligro de que, si «tomaban postura», la unidad de la coalición
gubernamental y del propio partido mayoritario se vinieran abajo 87. También por
entonces empezaron a reproducirse las intervenciones de diputados de la CEDA que
estaban abiertamente en contra de las reformas de Giménez Fernández y las votaciones
en que la minoría popular agraria apareció completamente dividida 88. Además, serían
los parlamentarios cedistas los principales responsables de que los proyectos del
ministro que seguían en la Comisión de Agricultura quedaran allí bloqueados y no
pasaran a debate en el Pleno.
39 La lógica consecuencia de todo esto fue el fracaso del nuevo programa reformista
llamado a solucionar el sempiterno problema agrario. Las contradicciones y luchas
internas de la CEDA, similares, aunque de signo contrario, a las que había sufrido el
PSOE durante la Legislatura Constituyente, hicieron imposible la puesta en marcha de
las medidas propuestas. La Ley de Yunteros sufrió, como hemos visto, un retraso en su
aprobación que afectó negativamente a sus teóricos beneficiarios. La Ley de
Arrendamientos quedó irreconocible en relación al proyecto ministerial, de tal manera
que lo que debía ser una herramienta de defensa al servicio de los arrendatarios se
convirtió en un ariete empleado por los grandes propietarios para acelerar los
desahucios89. Un texto que regulaba el aumento de las zonas de pequeño cultivo fue
frenado primero en la Comisión de Agricultura y luego en el Pleno, después de que
varios diputados de la CEDA iniciaran una ofensiva contra él 90. Otro proyecto, capital
para Giménez Fernández, como era el de acceso de los colonos a la propiedad, después
de haberse desgajado del de Arrendamientos -donde se encontraba al principio
incluido- ni siquiera llegó a discutirse como consecuencia del obstruccionismo de la
Comisión91. Por ultimo, el nuevo proyecto de Reforma Agraria ni siquiera llegaría a ser
presentado ante las Cortes92. Con este abultado bagaje de derrotas, Giménez Fernández
abandonó el Ministerio en abril de 1935.
40 Después de su cese, la política agraria entró en un período, más que «rectificador» -
como a veces se ha tildado eufemisticamente-, contrarreformista. El centro de gravedad
de la coalición gubernamental se había deslizado hacia la derecha y las
responsabilidades del Departamento de Agricultura fueron encomendadas a figuras del
PAE93. La estrategia de retraimiento del PSOE hizo que la oposición parlamentaria a las
medidas propuestas, reducida a los partidos republicanos de izquierda, quedara muy
mermada. El PRR, en pleno proceso de descomposición tras la salida de Diego Martínez
Barrio y sus fieles94, apenas pudo corregir la derechización dentro de la mayoría.
Finalmente, la experiencia de Giménez Fernández había demostrado el corto alcance
del reformismo auspiciado por la CEDA: haciendo abstracción de la cuestión religiosa, el
ya ex ministro tenía más apoyos en los partidos situados a la izquierda del hemiciclo
que en los de la derecha, que le profesaban una añadida antipatía por su
republicanismo sin reservas95. Como ha escrito Montero Gibert, «la rama demócrata-
cristiana de la CEDA [...] vióse anegada por el tronco cedista, cuya tendencia dominante
y contrarrevolucionaria dio tono y pautas diferentes al partido como un todo» 96.
una pequeña burguesía rural, llamada a ser el principal sostén de la República. Por eso,
el ministro de Trabajo, Joan Lluhí, afirmaba: «Debo decir que, en tanto pueda yo influir
en una obra de Gobierno, nada se hará que vaya en contra de los pequeños propietarios
del campo. Yo no permito que se juegue con eso de que el Gobierno tolera que se vaya a
una socialización. Eso es falso, porque si los propios socialistas ocuparan el poder,
tampoco podrían hacer esa política»118.
50 A la consistencia interna del discurso socio-económico manifestado por el Gobierno
contribuyó en no poca medida el hecho de que el PSOE no tuviera carteras, a diferencia
de 1931-1933. Las luchas entre las tendencias reformista y revolucionaria dentro del
socialismo español prosiguieron en estas fechas, pero se desarrollaron en un marco
extragubernamental y, por tanto, sin afectar a la estabilidad y cohesión del Gabinete.
Tanto el partido como el sindicato socialista, PSOE y UGT, se dedicaron durante la
primavera de 1936 a animar la presión en el campo, y no a contenerla, como había
sucedido en el primer bienio, cuando estaban en el Gobierno. Incluso pudieron
coordinarse con otros grupos obreros, como comunistas y anarquistas, dentro de una
estrategia de acción común para el mundo agrario, lo cual habría sido imposible cuando
los socialistas ocupaban responsabilidades en el Ejecutivo 119. Por eso Ricardo Zabala,
secretario general de la FNTT, pudo decir en el Parlamento que encabezaba un «grupo
obrero» que aunaba a los diputados del PSOE y los del PCE (Partido Comunista de
España), quienes compartían a este respecto una «identidad absoluta» de criterio 120.
51 En el lado derecho del arco parlamentario, la oposición a la nueva reforma agraria tuvo
un carácter distinto en 1936 al que había tenido en las Cortes Constituyentes. En
general, se huyó del obstruccionismo y se abandonó la agresividad mostrada contra los
proyectos anteriores. La reacción de Gil-Robles a las palabras de Azaña presentando los
planes del Gobierno es muy ilustrativa: reconoció el fracaso de su partido en el terreno
de las reformas sociales y económicas cuando estuvo en el poder y ofreció la
colaboración de la CEDA al Gobierno, siempre y cuando éste no modificara su programa
reformista ante las demandas del «bloque obrero» : «Para evitar injusticias sociales,
para llegar a una más justa distribución de la riqueza, para acabar con esos desniveles
[...] yo le digo que nuestros votos estarán a la disposición de S.S. [...] Lo que temo, señor
Azaña, es que puesto S.S. a desarrollar ese programa tan nutrido de excelentes
intenciones, tropiece con [...] la contradicción evidente entre el sentido que S.S. quiere
imprimir a esa política y la trayectoria que quieren darla sus aliados circunstanciales de
hoy»121.
52 Contribuyó a esta actitud de la CEDA el reforzamiento que dentro de este partido
consiguió el sector socialcristiano tras las elecciones de febrero de 1936. Giménez
Fernández ejerció un liderazgo tácito, a pesar de las reticencias 122, y fue prácticamente
el único portavoz de su partido en materia agraria en las Cortes, de manera que,
durante la discusión de los proyectos de Ruiz-Funes, éste apenas encontró oposición
entre los diputados cedistas. El propio Giménez Fernández diría estar en «un plan de
leal colaboración, de leal aviso, no en un plan de obstrucción y de obstaculización a una
obra que el Frente Popular estima necesaria»123.
53 La CEDA y los agrarios centraron sus ataques no en el contenido de las medidas
reformadoras propuestas, que a menudo fueron pasadas por alto, sino en los
desórdenes públicos y en la inseguridad que, consideraban, reinaba en el campo por el
descontrol en la ocupación de las fincas124. Solo los diputados monárquicos y carlistas
agrupados en tomo al Bloque Nacional mostraron una oposición abierta a cualquier tipo
NOTAS
1. Gabriel Tortella y Clara Eugenia Núñez, El desarrollo de la España contemporánea. Historia
económica de los siglos XIX y XX, 3a ed., Madrid, Alianza, 2011, p. 334-336; y Grupo de Estudios de
Historia Rural (GEHR), «El sector agrario hasta 1935», en Albert Carreras (coord.). Estadísticas
históricas de España. Siglos XIX-XX, Madrid, Fundación Banco Exterior, 1989. p. 92-129. Sobre la
situación social y económica de España al advenimiento de la República, vid. Leandro Benavides,
La política económica en la Segunda República, Madrid, Guadiana, 1972; Ramón Tamames,
Estructura económica de España. Vol I: Introducción y sector agrario, Madrid, Guadiana, 1974;
Salustiano Del Campo, «Composición, dinámica y distribución de la población española», en
Manuel Fraga Iribarne et al, La España de los años 70. Vol. I: La sociedad, Madrid, Moneda y
Crédito, 1974. p. 15-145; y lordi Palafox, Atraso económico y democracia: ¡a Segunda República y
la economía española. 1892-1936, Madrid, Crítica, 1991.
2. Las dos obras clásicas para conocer la situación del campo español al proclamarse la Segunda
República son las de Pascual Carrión, Los latifundios en España: su importancia, origen,
consecuencias y solución, Madrid, Gráficas Reunidas, 1932 (con prólogo de Femando de los Ríos),
y Edward Malefakis, Reforma agraria y revolución campesina en la España del siglo XX,
Barcelona, Ariel. 1971. Vid. también Jacques Maurice, La reforma agraria en España en el siglo XX
(1900-1936), Madrid, Siglo XXI, 1975.
3. Cfr. las finalidades mencionadas por el ministro de Agricultura, Marcelino Domingo, en Diario
de Sesiones de las Cortes Constituyentes (DSCC), n° 183, 15 de junio de 1932, p. 6.214-6.218, donde
puso fin al debate sobre la totalidad del proyecto de Ley de Reforma Agraria.
4. Edward Malefakis, Reforma agraria, op. citp. 20.
5. Según la declaración quinta del Estatuto (Gaceta de Madrid, n° 105, 15 de abril de 1931, p. 195):
«El Gobierno provisional declara que la propiedad privada queda garantizada por la ley; en
consecuencia, no podrá ser expropiada sino por causa de utilidad pública y previa indemnización
correspondiente. Mas este Gobierno, sensible al abandono absoluto en que ha vivido la inmensa
masa campesina española, al desinterés de que ha sido objeto la economía agraria del país y a la
incongruencia del derecho que la ordena con los principios que inspiran y deben inspirar las
legislaciones actuales, adopta como norma de su actuación el reconocimiento de que el derecho
agrario debe responder a la función social de la tierra».
6. Edward Malefakis, Reforma agraria, op. cit., p. 199.
7. En ibidem, p. 200-206, se puede encontrar un buen resumen de los decretos de Largo Caballero,
de sus implicaciones y de las reacciones que provocaron. Una perspectiva jurídica la ofrece Luis
Enrique De la Villa, «El derecho del trabajo en España, durante la Segunda República», en Revista
de la Facultad de Derecho de la Universidad de Madrid, vol. XIII, n° 34-36, 1969, p. 237-270.
8. La Comisión Técnica Agraria fue creada por decreto del Ministerio de Justicia en mayo de 1931
(Gaceta de Madrid, n° 142,22 de mayo de 1931, p. 863). De ella se formó una Subcomisión -
días, Madrid, Marcial Pons, 2009, p. 245-281, y Fernando del Rey Reguillo (dir.). Palabras como
puños. La intransigencia política en la Segunda República, Madrid, Tecnos, 2011.
23. Sobre el concepto de «agregación de intereses», vid. Manuel Ramírez, Los grupos de presión
en la Segunda República española, Madrid, Tecnos, 1969, y, resumen de esta obra, su artículo «La
agregación de intereses en la II República: partidos y grupos», en Manuel Ramírez et al. Estudios
sobre la II República, Madrid, Tecnos, 1975, p. 25-46.
24. DSC, n° 54, 1 de julio de 1936, p. 1.762.
25. Gabriel Jackson, La República española y la guerra civil, México, Grijalbo, 1967, p. 399.
26. Antonio Ramos Oliveira, Historia de España, vol. III, México, Compañía General de Ediciones,
1952, p. 93-111.
27. Francisco Murillo Ferrol, «Un balance desde la perspectiva», en Manuel Ramírez et al.
Estudios sobre la II República, op. cit, p. 251-264.
28. Edward Malefakis, Reforma agraria, op. cit., p. 21-22 y 442-455.
29. Gabriel Jackson, La República española, op. cit., p. 80.
30. De hecho, como ha puesto de relieve Paloma Biglino (El socialismo español y la cuestión
agraria, 1890-1936, Madrid, Ministerio de Trabajo y Seguridad Social, 1986), la preocupación por
los problemas de la población campesina ocupó tradicionalmente un lugar marginal en el
conjunto de la práctica y del ideario socialistas. Para un análisis de conjunto de las
contradicciones internas del PSOE durante la Segunda República es interesante el artículo de
Manuel Contreras, «El partido socialista: análisis de un conflicto interno», en Manuel Ramírez et
al., Estudios sobre la II República, op. cit., p. 201-215. Del mismo autor, un estudio más amplio es
su libro El PSOE en la II República: organización e ideología, Madrid, Centro de Investigaciones
Sociológicas, 1981.
31. En el Congreso extraordinario del PSOE que tuvo lugar en julio de 1931, con el objeto de fijar
la actitud que los diputados socialistas debían adoptar en las Cortes Constituyentes, las posiciones
en torno a la reforma agraria fueron ambiguas. Vid. El Socialista, 12 de julio de 1931. En el XIII
Congreso ordinario del partido de octubre de 1932 tampoco se avanzó mucho, limitándose el
PSOE a adoptar las propuestas del III Congreso que la FNTT (Federación Nacional de Trabajadores
de la Tierra) había celebrado días antes. Vid. Actas del XIII Congreso del Partido Socialista Obrero
Español, Madrid, Gráfica socialista, 1932, p. 126-135.
32. Por ejemplo, en la intervención de Lucio Martínez Gil, secretario general de la FNTT, DSCC, n°
166, 17 de mayo de 1932, p. 5.494-5.501.
33. Gerald Brenan, El laberinto español Antecedentes sociales y políticos de la guerra civil, París,
Ruedo ibérico, 1962, p. 185-186; Manuel Ramírez, Los grupos de presión, op. cit, p. 170-171.
34. DSCC, n° 194, 5 de julio de 1932, p. 6.693.
35. DSCC, n° 198, 12 de julio de 1932, p. 6.945-6.946.
36. DSCC, n° 399, 1 de septiembre de 1933, p. 15.251-15.253.
37. Un hecho que llama mucho la atención si se atiende a la importancia social y económica de
los Ministerios de Trabajo y Obras Públicas, que ocupaban Francisco Largo Caballero e Indalecio
Prieto, respectivamente, y el papel de experto en cuestiones agrarias que desempeñaba Fernando
de los Ríos dentro del PSOE. Virgilio Zapatero, Fernando de los Ríos: los problemas del socialismo
democrático, Madrid, Edicusa, 1974, p. 100-103.
38. Edward Malefakis, Reforma agraria, op. cit., p. 213-214.
39. Según Manuel Azaña (Memorias políticas, op. cit., p. 322), cuando el Consejo de Ministros
discutió estos proyectos a inicios de 1932, «Prieto, que “nunca creyó en la Reforma Agraria”, dice
que ahora empieza a ser viable. Largo también cede fácilmente. El que se resiste más es Ríos;
tiene una especie de fanatismo de intelectual y disputa por entelequias. A veces, parece un niño
consentido».
40. DSCC, II° 391, 18 de agosto de 1933, p. 14.945.
41. Sobre este «ascenso» y para un análisis del dilema reforma/revolución, vid. Santos Julia, La
izquierda del PSOE (1935-1936), Madrid, Siglo XXI, 1977; y Andrés de Blas, El socialismo radical en
la II República, Madrid, Túcar, 1978.
42. Palabras de Luis Jiménez de Asúa en Actas del XIII Congreso, op. cit., p. 404. Vid. también
sobre este tema Manuel Tuñón de Lara, Tres claves de la Segunda República. La cuestión agraria,
los aparatos del Estado, Frente Popular, Madrid, Alianza, 1985, p. 87 y ss.
43. DSCC, n° 194, 5 de julio de 1932, p. 6.693-6.694.
44. Cfr. la defensa del voto particular de Anastasio de Gracia -que sería elegido presidente de UGT
ese mismo año- contra el dictamen de la Comisión de Trabajo, en DSC, n° 29, 26 de enero de 1934,
p. 718-720.
45. DSCC, n° 50, 6 de octubre de 1931, p. 1.432.
46. Cfr., en este sentido, las extensas consideraciones de Edward Malefakis, Reforma agraria, op.
cit., p. 243-277; y las más breves de Pascual Carrión, La reforma agraria de la Segunda República,
op. cit., p. 123-126. Un análisis jurídico del contenido de la Ley de Reforma Agraria de 1932 en
Gregorio Peces- Barba del Brío, La Ley de Reforma Agraria. Precedentes y estado actual del
problema en Europa, Madrid, Imprenta José Murillo, 1932.
47. DSCC, n° 385, 9 de agosto de 1933, p. 14.713.
48. DSCC, n° 399, 1 de septiembre de 1933, p. 15.253.
49. De hecho, como ha estudiado Edward Malefakis (Reforma agraria, op. cit., p. 305-381), los
enfrentamientos en el seno de la mayoría gubernamental, que desembocaron en la ruptura entre
republicanos y socialistas en 1933, tuvieron como causa principal las diferencias en la política
social y económica.
50. Especialmente enconada durante los debates del proyecto de Ley de Arrendamientos
Rústicos, a cuyo artículo Io presentaron 205 enmiendas.
51. DSCC, n° 183, 15 de junio de 1932, p. 6.214-6.221.
52. DSCC, n° 220, 18 de agosto de 1932, p. 8.045-8.047; y n° 232, 8 de septiembre de 1932, p.
8.674-8.676.
53. DSCC, n° 395, 25 de agosto de 1933, p. 15.088.
54. Ramón Tamames, Estructura económica de España, op. cit., vol. I, p. 71.
55. Poco antes del advenimiento de la República había publicado Historia de las agitaciones
campesinas andaluzas, Madrid, Revista de Derecho Privado, 1929; libro considerado por Manuel
Tuñón de Lara («Un adelantado de la historia social: Juan Díaz del Moral», en El País, 13 de abril
de 1980) como «cimiento insoslayable» de la historia social española, en el que estudiaba las
organizaciones obreras y patronales de Córdoba durante el «trienio bolchevista» (1918-1920).
56. DSCC, n° 162, 10 de mayo de 1932, p. 5.481.
57. Xosé María Beiras, «La economía española durante la Segunda República», en Manuel
Ramírez et al.. Estudios sobre la II República, op. cit., p. 157-158.
58. La base segunda del proyecto elaborado por la Comisión Técnica Agraria en 1931 limitaba el
alcance de aplicación de la reforma a las provincias de Andalucía y Extremadura, más Ciudad Real
y Toledo.
59. DSCC, n° 175, 1 de junio de 1932, p. 5.951.
60. Según Gerald Brenan (El laberinto español, op. cit, p. 187): «No se hizo nada para remediar a
las innumerables familias del norte que tenían pocas tierras ni para convertir la variable y
usualmente excesiva renta de Castilla en un censo fijo o bail héréditaire. Podemos decir aquí que
los partidos republicanos perdieron una gran oportunidad, no solamente de remediar los abusos
escandalosos que se producían en el campo, sino también de ganar aliados que hubieran
fortalecido considerablemente el régimen».
61. Pascual Carrión, La reforma agraria de la Segunda República, op. cit, p. 124.
62. En este sentido, vid., por ejemplo, las intervenciones de Ramón Otero Pedrayo (Partido
Nazonalista Repubricán de Ourense), DSCC, n° 167. 18 de mayo de 1932, p. 5.654-5.659; de Leandro
78. José María Gil-Robles (No fue posible la paz, Barcelona, Planeta, 1968, p. 187) reconocería años
más tarde que no se «atrevió» a mantener a Giménez Fernández en el Gobierno por el «riesgo que
ello supondría para la estabilidad del bloque gubernamental» y dado que, dentro de la CEDA, «el
grupo de los descontentos arreciaba en la ofensiva».
79. DSC, n° 137, 12 de diciembre de 1934, p. 5.420.
80. José María Gil-Robles, No fue posible la paz, op. cit, p. 182-183.
81. Vid, sobre la problemática que condujo al planteamiento de esta norma, Sergio Riesco, «La
cuestión yuntera en Extremadura durante la II República», en Historia Social, n° 65, 2009, p.
41-69.
82. Para que el proyecto de Ley de Yunteros fuera definitivamente aprobado hubo que esperar a
que entrara en vigor el Reglamento definitivo de las Cortes, cuyo art. 91 rebajaba
considerablemente, respecto al provisional de 1931, el número de diputados necesarios para que
una ley saliera adelante. DSC, n° 131 y 142-143, 30 de noviembre y 19 y 20 de diciembre de 1934, p.
5.174-5.186, 5.620-5624 y 5.661-5.663. Edward Malefakis {Reforma agraria, op. cit., p. 402) calificó
de «repugnante» esta pieza de filibusterismo parlamentario, habida cuenta de que, ante lo
avanzado de la época de siembra, los yunteros se vieron muy perjudicados.
83. Como reconoció el propio Giménez Fernández en DSC, n° 137, 12 de diciembre de 1934, p.
5.408.
84. DSC, n° 133, 5 de diciembre de 1934, p. 5.263-5.268.
85. José María Gil-Robles, No fue posible la paz, op. cit., p. 177-182.
86. Giménez Fernández intervino en veintiuna de las sesiones dedicadas a discutir el proyecto de
Ley de Arrendamientos, y más de una vez en alguna ocasión.
87. El apoyo de José María Gil-Robles (No fue posible la paz, op. cit, p. 175.) se limitaba a,
colocándose «en alguno de los pasillos de acceso al salón de sesiones» y «a cubierto de miradas
indiscretas», «animar con el gesto a Giménez Fernández en su lucha generosa o moderar en lo
posible sus naturales reacciones violentas».
88. Entre los diputados de la CEDA que intervinieron en las Cortes para oponerse a Giménez
Fernández, casi todos ellos grandes terratenientes, destacamos a Adolfo Rodríguez Jurado
(presidente de la Asociación de Propietarios Rústicos de España), Cándido Casanueva, Mateo
Azpeitia, Jaime Oriol de la Puerta, José María Femández-Ladreda, Luis Alarcón de la Lastra, José
Finat y Escrivá de Romani (conde de Mayalde) y Mariano de la Hoz.
89. Hasta en el diario católico El Debate, 14 de febrero de 1935, se denunció «toda la labor
desfiguradora de la ley que han hecho los dominadores de la Comisión de Agricultura».
90. Javier Tusell, Historia de la Democracia Cristiana, op. cit., vol. I, p. 299-302. Vid. el proyecto de
ley en DSC, ap. 15° al n° 146, 23 de enero de 1935. Fue rechazado primero por la Comisión de
Agricultura y posteriormente por el Pleno de la Cámara. DSC, n° 166 y 172, 27 de febrero y 15 de
marzo de 1935, p. 6.674-6.680 y 6.961-6.973.
91. El proyecto de ley en DSC, ap. 6o al n° 132, 4 de diciembre de 1934. Las maniobras de la
Comisión de Agricultura en José María Gil-Robles, No fue posible la paz, op. cit., p. 184-185.
92. Ibidem, p. 185-186. Giménez Fernández concedió una entrevista a El Debate, 1 de enero de
1935, en el que exponía las líneas maestras de la reforma agraria que proyectaba.
93. Juan José Benayas (abril-mayo), Nicasio Velayos (mayo-septiembre) y José Martínez de
Velasco (septiembre-octubre) ocuparían sucesivamente la cartera de Agricultura durante 1935.
Una prueba elocuente de la vía muerta en que entró la reforma agraria a lo largo de aquel año la
da el hecho de que en septiembre de 1935 se refundiera Agricultura con Industria y Comercio en
un solo Ministerio.
94. Sobre esta escisión, que en 1934 daría lugar al Partido Radical Demócrata y, tras la fusión con
el Partido Republicano Radical Socialista, a Unión Republicana, vid. Octavio Ruiz-Manjón, El
Partido Republicano Radical, op. cit, p. 413-454.
95. José María Gil-Robles, No fue posible la paz, op. cit., p. 174. Para indignación de las derechas,
Giménez Fernández reiteraría insistentemente, en las Cortes de 1936, su «amor a la República».
Vid. DSC, n° 31, 21 de mayo de 1936, p. 794.
96. José Ramón Montero Gibert, «La CEDA; el partido contrarrevolucionario hegemónico de la
Segunda República», en Manuel Ramírez et al. Estudios sobre la II República, op. cit, p. 121. Vid.
también, de este mismo autor, su trabajo La CEDA. El catolicismo social y político de la II
República, 2 vols., Madrid, Editorial Revista del Trabajo, 1977.
97. Su contenido ha sido analizado por Edward Malefakis, Reforma agraria, op. cit, p. 411-415.
98. DSC, n° 229, 24 de julio de 1935, p. 9.401.
99. DSC, n° 228, 23 de julio de 1935, p. 9.358.
100. too DSC, n° 227, 20 de julio de 1935, p. 9.320.
101. Ibidem, p. 9.320-9.322.
102. DSC, n° 229, 24 de julio de 1935, p. 9.396-9.400.
103. DSC, n° 230, 25 de julio de 1935, p. 9.442-9.443.
104. Ibidem, p. 9.448-9.450.
105. Vid. la intervención de Claudio Sánchez-Albornoz y las reacciones de Gil-Robles, Martínez
Barrio, Miguel Maura y Juan Ventosa, criticando la actitud de Izquierda Republicana, en ibidem,
p. 9.440-9.447.
106. DSC, n° 228, 23 de julio de 1935, p. 9.379-9.382.
107. Vid. las intervenciones de ambos en ibidem, p. 9.357-9.359 y 9.375-9.377, respectivamente.
108. Luis Jiménez de Asúa, La Constitución de la democracia española y el problema regional,
Buenos Aires, Losada, 1946, p. 346.
109. Edward Malefakis, Reforma agraria, op. cit., p. 436.
110. El manifiesto electoral del Frente Popular fue publicado el 16 de enero de 1936 y se puede
consultar en cualquier periódico de aquellas fechas. Asimismo, en Javier Tusell, Las elecciones del
Frente Popular en España, vol. II, Madrid, Edicusa, 1971, p. 352-359 y Miguel Artola, Partidos y
programas políticos, 1808-1936. Tomo II: Manifiestos y programas políticos, Madrid, Aguilar,
1975, p. 454-459. El apartado tercero del programa estaba dedicado en su mayor parte a la
cuestión agraria y reconocía, como luego apuntaremos, las diferencias existentes en el seno de la
coalición. Tras la victoria en las elecciones, Azaña concretó ante las Cortes (DSC, n° 17, 15 de abril
de 1936, p. 286-287) los propósitos del Gobierno y anunció el envío inminente de cinco proyectos
de ley (sobre derogación de la «contrarreforma» de 1935 y restitución de la Ley de Refonna
Agraria de 1932, sobre devolución de bienes comunales a los municipios, sobre revisión de
desahucios, sobre arrendamientos de fincas rústicas y sobre tierras procedentes de donaciones
reales) y, para más adelante, la remisión de otros que contemplarían la creación de un Banco
Agrario y la reorganización del crédito agrícola. En cumplimiento de este mensaje, Ruiz-Funes
empezó a presentar ante la Cámara (DSC, aps. 5°-9° al n° 19, 17 de abril de 1936) los primeros
proyectos solo dos días después.
111. Edward Malefakis, Reforma agraria, op. cit., p. 433. Vid. también Sergio Riesco, «La
aceleración de la reforma agraria durante el Frente Popular», en Manuel Ballarín y José Luis
Ledesma (coords.), La República del Frente Popular. Reformas, conflictos y conspiraciones,
Zaragoza, Fundación Rey del Corral, 2010, p. 83-96.
112. «¡Si parece hecho por nosotros!», exclamó Ruiz-Funes (DSC, n° 34, 27 de mayo de 1936, p.
921) al referirse a dicho artículo de la ley de 1936, que fue desarrollado a través de una serie de
decretos dictados durante el mes de marzo de 1936.
113. Manuel Ramírez, «La agregación de intereses», op. cit., p.32.
114. «Los republicanos no aceptan el principio de la nacionalización de la tierra y su entrega
gratuita a los campesinos, solicitada por los delegados del Partido Socialista. Consideran
convenientes las siguientes medidas, que se proponen la redención del campesino y del
cultivador medio y pequeño, no solo por ser obra de justicia, sino porque constituyen la base más
finne de reconstrucción económica nacional». Vid. Miguel Artola, Partidos y programas, op. cit.,
p. 455.
115. Edward Malefakis, «The parties of the left and the Second Republic», en Raymond Carr (ed.),
The Republic and the Civil War in Spain, London, Macmillan, 1971, p. 40.
116. DSC, n° 58, 8 de julio de 1936, p. 1.972.
117. Joaquín Maurín, Revolución y contrarrevolución en España, París, Ruedo ibérico, 1965, p.
58-59.
118. DSC, n° 54, 1 de julio de 1936, p. 1.755.
119. Edward Malefakis, Reforma agraria, op. cit, p. 422-426.
120. DSC, n° 54, 1 de julio de 1936, p. 1.736. Cuestión aparte era que dicho «grupo obrero», de
momento, se viera obligado a «atemperar su política en el orden agrario a las necesidades que le
impone la alianza circunstancial con la burguesía liberal que forma con nosotros, en estos
instantes, el Frente Popular».
121. DSC, n° 17, 15 de abril de 1936, p. 298-299.
122. Los conflictos en el seno de la CEDA tras la derrota ante el Frente Popular pueden verse en
Javier Tusell, Historia de la Democracia Cristiana, op. cit., vol. I, p. 334-362.
123. DSC, n° 31, 21 de mayo de 1936, p. 795.
124. El debate que provocó mayores enfrentamientos en el Parlamento durante aquellos meses
tuvo lugar cuando el agrario José María Cid presentó una interpelación al Gobierno consensuada
con todas las minorías de la derecha y que versaba sobre el problema del orden público en el
campo. DSC, n° 54, 1 de julio de 1936, p. 1.743-1.753.
125. Ibidem, p. 1.775-1.776.
126. Manuel Ramírez, «La agregación de intereses», op. cit., p. 33.
127. Jesús Pabón, Cambó, 1876-1947, voi. Ill, Barcelona, Alpha, 1969, p. 480.
128. Claudio Sánchez-Albornoz, Mi testamento histórico-político, Barcelona, Planeta, 1975, p. 50.
129. Paul Preston, The Coming of the Spanish Civil War: Reform, Reaction and Revolution,
London, Macmillan, 1978, p. 361.
130. La opinion de Giménez Fernández aparece citada en una entrevista que recogió Carlos Seco
Serrano, Historia de España. Tomo VI: Época contemporánea, Barcelona, Instituto Gallach, 1971,
p. 164.
131. Vid. la versión de José María Gil-Robles, en No fue posible la paz, op. cit., p. 616-627. Según
escribe Javier Tusell, (Historia de la Democracia Cristiana, op. cit., p. 357), el intento de Gil-Robles
de preservar la cohesión de la CEDA, «aparte de difícil, resultaba contraproducente para la
estabilidad del régimen».
132. Rafael Méndez, «Memoria de Don Juan Negrín», en Índice, n° 298-300, 1971, p. 103. Sobre el
encargo de Azaña a Prieto para la formación de Gobierno en mayo de 1936, y la renuncia de éste,
ante un sector de su partido, vid. Juan Simeón Vidarte, Todos fuimos culpables, México, Fondo de
Cultura Económica, 1973, p. 117-129; Santos Julia, La izquierda del PSOE, op. cit., p. 95-108 y
Octavio Cabezas, Indalecio Prieto. Socialista y español, Madrid, Algaba, 2005, p. 306-315.
133. Juan Benet, Herrumbrosas lanzas. Libros VIII-XII, Madrid, Alfaguara, 1986, p. 49.
RESÚMENES
Durante la Segunda República no se puso en marcha otro programa para solucionar el
sempiterno problema del campo español que el reformista. La reforma agraria, sin embargo,
resultó un fracaso por cuanto las fuerzas políticas llamadas a ponerla en marcha carecían de un
programa socioeconómico cohesionado. Las fisuras del reformismo socioeconómico se hicieron
especialmente patentes en las Cortes. La legislación resultante de los debates parlamentarios fue
desordenada e ineficaz porque los partidos y bloques gobernantes, heterogéneos en su
composición, vieron comprometida su unidad interna y fueron incapaces de llevar adelante un
programa coherente en materia agraria. Así, si durante el primer bienio las luchas internas del
PSOE afectaron a los proyectos de la coalición republicano- socialista en el poder, durante el
segundo serían las tensiones dentro de la CEDA las que harían naufragar los planes del Ejecutivo.
Solo tras la victoria del Frente Popular pareció vislumbrarse la posibilidad de una mayoría
reformista verdaderamente cohesionada, pero el estallido de la Guerra Civil la frustró
abruptamente.
During the Second Republic the only strategy put into practice to solve the everlasting problem
of the Spanish land was the reformist one. The agrarian reform, nevertheless, turned out to be a
failure as the political forces called to implement it lacked a cohesive program. The splits of the
socioeconomic reformism were especially obvious at the Cortes. The resulting legislation of the
parliamentary debates was disorganized and ineffective because the parties and governmental
coalitions, heterogeneous in its composition and concerned about its unity, were unable to
present a coherent plan on the agrarian matter. In this way, if during the first two-year period
the internal disputes of the PSOE affected the projects of the republican-socialist coalition in
power, in the second biennium the discussions inside the CEDA wrecked the efforts of the
Government. Only after the triumph of the Popular Front appeared in sight a truly united
reformist majority, but the burst of the Civil War prevented it abruptly.
ÍNDICE
Palabras claves: Segunda República española (1931-1936), reforma agraria, partidos políticos,
Cortes
Mots-clés: Deuxième République espagnole (1931-1936), réforme agraire, partis politiques,
Cortès
Keywords: Spanish Second Republic (1931-1936), agrarian reform, political parties, Parliament
AUTOR
MIGUEL ÁNGEL GIMÉNEZ MARTÍNEZ
Universidad de Castilla-La Mancha
Introducción
1 De acuerdo con el esquema de José Luis de la Granja, podemos dividir el nacionalismo
vasco en tres grandes ramas: la moderada, la heterodoxa y la extremista 1. La moderada,
que se ha decantado por el gradualismo y la vía institucional, ha estado encarnada,
excepto en períodos muy concretos, por el PNV, Partido Nacionalista Vasco. La
vertiente heterodoxa, intermitente y de menor relevancia política, ha estado
históricamente representada por ANV, Acción Nacionalista Vasca, y EE, Euskadiko
Ezkerra (Izquierda de Euskadi). La tercera corriente, la radical, fue iniciada por Sabino
Arana, el fundador del PNV, quien es considerado el primer abertzale (patriota) radical,
especialmente hasta 1898. Continuaron tal senda la tendencia independentista de la
formación jeltzale, Aberri (Patria) en la década de 1920, Jagi-Jagi (Arriba-Arriba) durante
la II República, ciertos grupúsculos de exiliados durante la dictadura franquista, ETA,
Euskadi ta Askatasuna (Euskadi y Libertad), a partir de 1958 y, más adelante, los partidos
que han girado en torno a su órbita: la autodenominada «izquierda abertzale» 2.
2 Esta gran rama, la de los ultranacionalistas, se caracteriza por rasgos como la
autodesignación de sus miembros como únicos portavoces autorizados de la voluntad
del pueblo vasco, su secesionismo a ultranza, desestimando un eventual estatuto de
compañero de este, José Antonio Etxebarrieta Ortiz, teórico de ETA cuyo hermano
Javier (Txabi) 1'ue el primer activista de la organización que mató y el primero que
murió en 1968. De esta manera, los hermanos Arana quedaban unidos a los hermanos
Etxebarrieta por medio de Gudari, hurtándole la herencia de su fundador al PNV. Por
añadidura, así se justificaba a posteriori la opción terrorista de los etarras, que
únicamente habrían puesto en práctica lo que ya estaba presente (en potencia) en el
primer nacionalismo vasco5.
5 La teoría del eslabón perdido es atractiva por su simplicidad, pero la realidad es más
compleja. Nos acercaremos a dicha cuestión a lo largo del presente trabajo, en el que se
analizan la naturaleza y la trascendencia de las conexiones que se establecieron entre el
movimiento ultranacionalista anterior a la Guerra Civil y el de la nueva generación
encarnada por ETA. No obstante, antes de empezar a indagar en las rupturas y
continuidades que experimentó el abertzalismo radical durante la dictadura franquista
es indispensable comenzar haciendo un breve repaso de la historia del PNV-Aberri y
Jagi-Jagi.
Francese Maciá, pero su participación en las conspiraciones que este auspiciaba fue
meramente testimonial. Verbigracia, cuando los catalanistas radicales estaban
preparando mía insurrección contra el dictador, el llamativo ofrecimiento del delegado
del PNV-Aberri consistió en un grupo de trescientos hombres, que, fingiendo peregrinar
a Lourdes, pasaran a Francia para armarse. A su regreso en barco desde el puerto de
Burdeos, tomarían Bilbao. Nadie se lo tomó en serio. Entretanto, a decir de los autores
de El péndulo patriótico, en el interior de Euskadi los mendigoxales «repartían algunos
panfletos, realizaban concentraciones y colocaban ikurriñas», así como se reunían en
homenaje ante la tumba de Sabino Arana10.
a su esfuerzo poderosísimo, mira que falta muy poco para ver realizado el sueño de
Sabin... el Mártir Libertador... »13.
15 Uno de los elementos nucleares del aranismo de los mendigoxales fue su racismo
apellidista y su aversión a los inmigrantes, a quienes identificaban con sus enemigos
políticos, las izquierdas, en un contexto de crisis económica y confiictividad obrera. Es
cierto que el antimaketismo fue cuestionado por el líder montañero Manuel de la Sota
Aburto (Txanka), quien, adelantándose varias décadas a lo que plantearon algunos
dirigentes de ETA en los años sesenta, propuso que la raza fuera sustituida por la
ideología como elemento constituyente de la nación vasca. Sin embargo, su postura era
minoritaria y fue duramente contestada en Jagi-Jagi, semanario en el que el maketo solía
ser presentado como un «extranjero que contamina a la raza y en ella encuentra sus
víctimas mejores», además de robar el trabajo a los autóctonos. El director de dicho
semanario, Trifón Echebarria (Etarte), definió la relación «Euzkadi-España» como una
«lucha de razas»14.
16 Otra constante en su semanario, que en cierto modo derivaba del anti-industrialismo
del primer Sabino Arana, fue su «anticapitalismo», ya que los montañeros consideraban
que el «capitalismo vasco» (el de los grandes industriales) era «antivasco,
antipatriótico, [...] anticristiano», «profundamente egoísta y españolista», así como
culpable de haber incentivado la inmigración a Euskadi del obrero maketo. La postura de
los mendigoxales no tenía nada que ver con el marxismo, sino que se trataba de su
particular interpretación de la doctrina social de la Iglesia Católica. En palabras de
Trifón Echebarria, «se nos ha achacado como de enemigos del capital, gran error; no
odiamos al capital, no; lo que odiamos es el capitalismo, es decir, el abuso o mal uso del
capital, y este odio al capitalismo, lo tenemos refrendado en las encíclicas de los Papas».
En otro artículo aparecido en Jagi-Jagi solicitaba, en nombre del «humanismo» y la
«fraternidad que Jesucristo predicó», que, en vez «de ricos y pobres, todos tuvieran un
“Buen vivir»». Para Lezo de Urreztieta «éramos partidarios de una organización social
avanzada, como la marcada por el sindicalismo de Utrecht, avanzada pero siempre
vasca y cristiana. No estábamos en la izquierda, pero se trataba de mantenemos en
posiciones honestas». Y, en cualquier caso, la patria era lo prioritario. Como
sentenciaba Gallastegui, «el problema social -como el problema religioso antes- ha de
quedar enmarcado y resuelto también dentro del problema nacional, sin desbordarlo,
ni anularlo»15.
17 A su regreso del exilio, Gudari había recuperado su papel como figura de referencia de
los jóvenes nacionalistas exaltados. «Era el hombre carismático, sin ninguna duda»,
rememoraba el jagi-jagi Agustín Zumalabe. Según Irujo, «pasó a ocupar puesto de
santón, profeta y verbo» para los mendigoxales. En septiembre de 1931, tras la muerte
violenta de un republicano, se entabló un tiroteo que acabó con la detención de catorce
jóvenes nacionalistas, entre ellos Gallastegui. Siguiendo el ejemplo del alcalde de Cork,
los presos abertzales prometieron formalmente «ante la figura del Maestro, Arana-Goiri,
y de la enseña de la Patria» ponerse en huelga de hambre. Se declaraban «dispuestos a
cumplirla y llegar hasta el fin, dejando que nuestra vida vaya apagándose poco a poco,
lentamente, gozosos de poder rendirla a la Patria esclava para su liberación». Aquella
táctica, hasta aquel momento inédita en la historia del nacionalismo vasco, fue efímera.
No obstante, se trataba de toda una declaración de intenciones respecto a la II
República, contra la que Jagi-Jagi mostró tal virulencia que fue castigado con multas,
secuestros e incluso el encarcelamiento de alguno de sus redactores, al igual que les
nacionalista, se exclamaba: «¡Loor a ti, Iñaki, por haber sido el primero que ostentando
un nombre euzkeldun que nuestro Maestro Sabino nos dio a conocer, has sacrificado tu
vida por nuestra santa causa!»17.
19 A pesar de esta mística del sufrimiento, de sus contactos con otros movimientos
ultranacionalistas y de la fascinación que el IRA ejercía en Gudari y los mendigoxales, el
pistolerismo no derivó en una estrategia terrorista propiamente dicha. Tal vez su
apuesta por este tipo de violencia fue abortada por el estallido de la Guerra Civil, pero
no conviene olvidar que, pese a su belicoso seudónimo, Gallastegui era más propenso a
las tácticas de resistencia civil y a la violencia retórica que a la violencia real. Como
años después reconoció en una carta destinada a Manuel Irujo, «mi inclinación natural,
por instinto, por formación, ha tendido más hacia la resistencia activa o pasiva: huelgas
del hambre o colectivas, boycots». Por esta razón, José Antonio Etxebarrieta, el
supuesto «eslabón perdido» que le uniría a ETA, reprochaba a Gudari su «indecisión», la
cual había sumido en «el desconcierto» a sus adeptos mendigoxales. «La masa
abstencionista comprende instintivamente el lenguaje insurreccional; pero el régimen
de arrebatadas arengas sucedidas por baños de agua fría gandhiana a que les someten
sus líderes les deja perplejo. El problema abstencionista ha consistido siempre [...] en la
ausencia de una táctica política coherente»18.
20 Volviendo al periodo republicano, la orientación posibilista y autonomista del PNV,
cuyas cabezas visibles eran los diputados José Antonio Aguirre y Manuel Irujo,
soliviantó a sus militantes más extremistas, ante todo a los Qxaberrianos, para algunos
de los cuales el revival aranista no era suficiente. Gallastegui no tardó en abandonar sus
cargos orgánicos en el partido, al igual que Luis Arana, quien dimitió como presidente
del PNV en 1933. Reaparecía la división entre el sector moderado y el radical de la
formación. Las páginas de Jagi-Jagi fueron dedicadas a criticar a los parlamentarios,
hacer campaña a favor de un frente independentista con ANV y promocionar el libro
Por la libertad vasca de Gallastegui, cuyo contenido había molestado a los
excomunionistas. Acusando de indisciplina a los mendigoxales, la dirección del PNV
intentó controlar su semanario, lo que terminó por romper las relaciones entre el
partido y el grupo de montañeros. Entre diciembre de 1933 y mayo de 1934 se produjo
la nueva escisión extremista que dio lugar a una organización conocida como Jagi-Jagi
por el título de su órgano de expresión, aunque más adelante fue bautizada
oficialmente EMB, Euzkadi Mendigoxale Batza (Federación de Montañeros de Euskadi). Se
nutrió tanto de antiguos miembros de Aberri como de jóvenes mendigoxales. Además de
Eli Gallastegui, cabe nombrar a Manuel de la Sota Aburto, Lezo de Urreztieta, Fidel de
Rotaeche (Errotari), Salvador Jordán de Zárate (Txirrika), Trifón Echebarria, Angel
Aguirreche, Cándido Arregui... Empero, Eli Gallastegui no supo o no quiso aprovechar la
ocasión para acaudillar un proceso similar al que en 1921 había conducido al
nacimiento del PNV-Aberri. Sintomáticamente, exaberrianos tan destacados como
Ceferino Jemein, Manu Eguileor y Manuel Robles Aranguiz prefirieron permanecer en
las filas del PNV, al igual que muchos mendigoxales, sobre todo los de fuera de Vizcaya.
En la práctica, según José María Tapiz, Jagi-Jagi quedó reducido a un «grupúsculo
marginal de carácter radicalizado»19.
21 Si bien es cierto que la debilidad de la escisión respondió a diversas causas, una de las
más importantes fue la desidia de Gudari. Tres décadas después, en 1965, todavía se lo
reprochaba uno de sus admiradores. «En aquellos momentos se estima que a Eli
Gallastegi le habría seguido todo el grueso del PNV», escribía Manuel Fernández
Etxeberria (Matxari) en su Euzkadi, patria de los vascos. «Pero ¿qué manes de la fortuna
protegen a este PNV, que se separa de él Don Luis Arana-Goiri y les pide a sus
“correligionarios” [...] que, sin embargo, ellos continúen en el seno de la organización;
se separa también Eli Gallastegui y desdeña a los que le buscan como dirigente
supremo, y rehúye inmiscuirse en nada, etc.?» Uno y otro «carecieron del valor
necesario para llevar las cosas más adelante». ¿Fue por cobardía, como insinúa Matxaril
Es imposible saberlo, pero hay indicios que invitan a pensar que la emoción que
embargaba a Gallastegui era de naturaleza distinta. En opinión de su amigo Lezo, a esas
alturas Gudari «estaba totalmente desilusionado»20.
22 Al igual que habían hecho en 1933, los mendigoxales propusieron formar un frente
nacionalista para las elecciones de 1936. Con un programa secesionista, los miembros
de la candidatura conjunta de las fuerzas aber ízales debían comprometerse a que, en
caso de ser elegidos, no acudirían «al Parlamento español, por tener el convencimiento
de que España jamás dará la libertad a Euzkadi, y de no prestar acatamiento a la
Constitución española». Solo en el hipotético caso de que sus socios insistieran, los jagi-
jagis permitirían que los diputados electos fuesen a las instituciones «con el único y
exclusivo objeto de reclamar de España la independencia que nos arrebató, o de
oponerse decidida y energéticamente a que toda ley y todo acto de soberanía española
tenga vigencia en Euzkadi». ANV, que formaba parte del Frente Popular, y el PNV, que
se estaba acercando a esta coalición en busca de apoyo para la autonomía del País
Vasco, ignoraron la invitación de los montañeros. Tras el fiasco de su proyecto
frentista, los mendigoxales prefirieron llamar a la abstención (exactamente lo mismo que
ETA militar hizo en 1977 al fracasar las conversaciones de Chiberta). EMB fue incapaz
de frenar el posibilismo jeltzale, que dio su fruto en forma de estatuto de autonomía, lo
que soliviantó a los intransigentes. En mayo se podía leer en las páginas de Jagi-Jagi que
los dirigentes del PNV, mediante «contubernios y vergonzosas claudicaciones» y
«escudándose en el nombre de Sabino, pactan y colaboran con el opresor de la Patria,
traicionando al nacionalismo vasco». Cinco meses después Luis Arana volvió a
abandonar la disciplina del partido21.
consultaron a sus más prestigiosos referentes ideológicos: Gudari, Luis Arana y Ángel
Zabala, primer presidente del PNV tras la muerte de Sabino. Los tres argumentaron en
contra de intervenir en una guerra «española». Por ejemplo, Zabala manifestó que
«conociendo como yo conocía a Sabino, creo que antes de embarcar a su pueblo en una
aventura como la presente, se habría suicidado». Sin embargo, como señala José Luis de
la Granja, la de EMB era una «neutralidad imposible». En opinión del también
historiador Lorenzo Sebastián García, «la fuerza de los hechos les obligará a tomar
partido». Siguiendo la estela de ANV y el PNV, los montañeros se acabaron sumando al
bando republicano22.
24 Alistados como gudaris (voluntarios de adscripción nacionalista vasca, mientras que los
de izquierdas eran denominados milicianos), los mendigoxales formaron dos batallones:
Lenago il (Antes morir) y Zergaitik ez (Por qué no). Además de sus correspondientes
capellanes castrenses, cosa impensable en las milicias republicanas, el primero contaba
con 650 gudaris y el segundo con 516. Como indica Francisco Manuel Vargas, «las
unidades de EMB destacaron menos [que las de las otras fuerzas nacionalistas] en la
guerra, debido a que su participación en combates fue escasa». Caída Bilbao en junio de
1937, el Zergaitik ez se disolvió mientras el Lenago il se acuarteló en Colindres (Cantabria)
hasta su rendición en agosto, obedeciendo las cláusulas del Pacto de Santoña firmado
por la dirección del PNV y las tropas expedicionarias que había enviado la Italia fascista
en auxilio de los sublevados. Quizá mayor trascendencia que aquellos dos batallones
tuvo el papel que jugó el jagi-jagi Lezo de Urreztieta, quien, burlando el bloqueo
franquista, consiguió comprar armas en Europa para las tropas vascas leales a la II
República23.
25 Al contrario que el resto del nacionalismo, los jagi-jagis no solo no se integraron en el
Gobierno vasco transversal (PNV, PSOE, PCE, republicanos y ANV) emanado del Estatuto
aprobado por las Cortes, sino que en ocasiones desafiaron su autoridad. Así, el mismo
día de la constitución del Ejecutivo, el 7 de octubre de 1936, los mendigoxales reunidos
en Guemica dieron gritos a favor de la independencia delante del recién elegido
lehendakari (presidente) José Antonio Aguirre. Lejos de conformarse con la autonomía,
creían ver en la Guerra Civil la ocasión propicia para lograr la tan anhelada secesión de
Euskadi. Verbigracia, Trifón Echebarria le sugirió al lehendakari Aguirre que los
mendigoxales se apoderasen de la primera partida de armas antes de que pudiera ser
descargada. Así se asegurarían la hegemonía militar de los nacionalistas vascos y luego
la independencia. Etarte recordaba que «Aguirre se mostró horrorizado. “Eso sería
traicionar al Frente Popular”. Yo, que tenía sólo 25 años, repliqué: “La única traición
que conozco es la traición a mi país”». Por otra parte. Patria Libre retomó con ímpetu la
campaña a favor de una alianza abertzale en pro de la secesión. En mayo de 1937, tras
una iniciativa similar de STV, Sindicato de Trabajadores Vascos, los jagi-jagis
presentaron un proyecto con «finalidad exclusivamente independentista», lo que
suponía «romper toda colaboración con el extraño». El plan consistía en que los
batallones nacionalistas evitaran «en lo posible su participación en la actual lucha
antifascista, entre otras muchas razones para ahorrar vidas» mientras se adquiría
«material de guerra». Estas tropas se lanzarían «conjuntamente a la lucha
independentista» por medio de «un movimiento bélico», lo que inevitablemente les
llevaría a enfrentarse con los milicianos del Frente Popular. Los planes de los jagi-jagis
fueron ignorados por el PNV y ANV, que compartían con sus aliados de izquierdas tanto
el Gobierno vasco como el Gobierno de España, del que fueron ministros el jeltzale
Manuel Irujo y el aeneuvista Tomás Bilbao. Como explica Francisco Manuel Vargas, las
conspiraciones secesionistas de los mendigoxales tenían escaso recorrido, ya que «el
conjunto de fuerzas nacionalistas vascas -PNV, STV, EMB, ANV- no representaron
nunca más del 50% de las fuerzas vascas», correspondiendo la mayor parte del resto al
Frente Popular24.
26 Justo antes del estallido de la guerra, en la primavera de 1936, los mendigoxales se
plantearon la creación de un nuevo partido. Por consiguiente, reproduciendo el modelo
del PNV-Aberri, durante la contienda instituyeron organismos sectoriales en el ámbito
femenino, estudiantil e infantil como satélites. El traumático fin de la Guerra Civil
abortó el proceso, por lo que EMB nunca llegó a configurarse como una formación
propiamente dicha. Como se admitía en 1947, «Jagi Jagi no es un partido político; es un
órgano de opinión nacionalista vasco». No obstante, siempre fue algo más que una
federación de montañeros. En lo que se refiere a sus publicaciones, Jagi-Jagi fue
sustituido por el también semanario Patria Libre (1936-1937), dirigido por Trifón
Echebarria. En sus páginas se mantuvo la misma ortodoxia aranista e idéntica
admiración por el movimiento republicano irlandés, dedicándose un número
extraordinario a la rebelión de Pascua de 1916. No obstante, en Patria Libre también
hubo espacio para experimentar brevemente con un nuevo léxico político. Por ejemplo,
en marzo de 1937 se clamaba por una «Euzkadi orgánica, corporativa y confedera!» 25.
27 Pese a la exaltación abertzale y al independentismo de sus publicaciones periódicas,
nada indica que la represión franquista se cebara con especial saña con los mendigoxales
ni con sus referentes intelectuales, probablemente por su catolicismo, el exiguo tamaño
del grupo y su discreto papel durante la Guerra Civil. Valgan como muestra dos
botones. Luis Arana regresó del exilio en mayo de 1942. Al año siguiente, a pesar de que
había estado condenado a muerte, Trifón Echebarria salió de la presión en libertad
condicional. Tampoco era un trato de favor: el resto de los nacionalistas vascos
apresados durante la contienda también fueron excarcelados en 1943. Todo lo cual,
evidentemente, no pretende negar la represión franquista sobre las fuerzas abertzales,
sino delimitar su alcance. De cualquier modo, el peso de la derrota, la posterior
persecución, la frustración, la falta de medios y la inevitable clandestinidad resultaron
casi fatales para un colectivo pequeño y que no había tenido tiempo para consolidarse.
EMB continuó existiendo a duras penas. «¿Y cuántos son los de Jagi?», se preguntaban
ellos mismos en julio de 1946. «Somos una insignificancia numérica al comparamos con
[...] las Organizaciones políticas hoy existentes». En el interior se mantuvieron en activo
algunos veteranos, entre los que destacaba Trifón Echebarria. Prueba inequívoca de la
continuación de su compromiso político fue su detención en 1959 o, durante las dos
décadas siguientes, su apoyo a iniciativas a favor de los presos de ETA, de lo cual se
tratará más adelante. En el exilio Jagi-Jagi sobrevivió gracias a labor de hombres como
su presidente, Cándido Arregui. Fue precisamente Arregui quien estampó su firma en el
Pacto de Bayona, documento suscrito el 31 de marzo de 1945 por el PNV, el PSOE, el
PCE, Izquierda Republicana, el Partido Republicano Federal, ANV, la UGT, STV, la CNT y
EMB. El documento suponía un apoyo explícito al «Gobierno de Euzkadi» constituido
«de acuerdo con el Estatuto votado por las Cortes Republicanas», al que se consideraba
«representación legítima del pueblo vasco». También se prometía «continuar al lado de
los pueblos, partidos políticos y organizaciones sindicales de la península, en la lucha,
en todos sus órdenes, contra el Gobierno de Franco», así como contra los «intentos
antidemocráticos y de restauración monárquica que pudieran surgir». Refrendar el
Pacto de Bayona suponía dar un sorprendente giro posibilista y autonomista por parte
de los mendigoxales, pero hay que enmarcarlo en mías circunstancias muy concretas: el
fin de la II Guerra Mundial y la esperanza de que las potencias aliadas interviniesen
para acabar con la dictadura franquista26.
28 En realidad, aunque con algún titubeo, EMB mantuvo sus objetivos maximalistas, entre
ellos la independencia de Euskadi. Como medio para lograrlo, se siguió defendiendo la
constitución de un frente abertzale que excluyera a las izquierdas «españolas», lo que
hubiera supuesto el fin del Gobierno vasco transversal que presidía el lehendakari
Aguirre. Ya en octubre de 1938, en Bayona, los mendigoxales Antonio Goenechea y Angel
Aguirreche, junto a militantes de las otras fuerzas nacionalistas, habían propuesto la
formación de una alianza estratégica de ese cariz. Ocho años después, en 1946, a
iniciativa de Euzko Gaztedi (Juventud Vasca), dependiente del PNV, delegados de los
organismos juveniles jeltzales, aeneuvistas y mendigoxales se reunieron con vistas a
establecer un pacto que fijara cómo actuar en su relación con las juventudes socialistas,
comunistas, anarquistas y republicanas. A esas reuniones acudieron en nombre de EMB
primero Cándido Arregui, quien reiteró las ventajas de un frente nacionalista y su
negativa a reconocer la legitimidad del Gobierno vasco, y más adelante Eustaquio
Luzarraga y Julio Azaola. El proyecto que los mendigoxales presentaron a EG y ANV en
julio rezaba así: «las Juventudes patrióticas [...] se comprometen a actuar en conjunto,
para proclamar, defender y reafirmar la personalidad nacional de Euzkadi, así como
para por todos los medios, conseguir la Independencia». No tuvo ningún recorrido.
Tampoco fructificó la enésima tentativa de Cándido Arregui, cuando a principios de
1948 invitó a la dirección del PNV a dialogar sobre las «cosas que nos separan».
Exceptuando al Qxaberriano Ceferino Jemein, que sí contestó a sus cartas, las
pretensiones de Arregui chocaron con el frío desinterés de los jeltzales, quienes no
deseaban dar relevancia a EMB27.
29 Las publicaciones que los mendigoxales editaron a lo largo de los años siguientes a la
firma del Pacto de Bayona, lejos de la mesura, mostraban la misma línea exaltada que
antaño, como demuestra el contenido de los cuatro números de Jagí-Jagí que
aparecieron entre 1946 y 1947 y el de su manifiesto de enero de 1947. En esos textos no
se ahorraban críticas al Gobierno vasco y al PNV por su entente con las izquierdas y su
estrategia antifranquista. Así, se denunciaba que «la vida de la nación vasca ha sido
involucrada en la vida nacional de España y en sus conflictos» cuando solo era legítimo
luchar por la «República Vasca Independiente». Y es que «nuestra causa es la
independencia nacional vasca, y no otra. Vamos a ella directamente, sin rodeos, y sin
escalonar nuestras conquistas en etapas políticas». Condición indispensable para
lograrlo era el frente abertzale y, por consiguiente, la expulsión de las fuerzas de
izquierdas del Gobierno vasco del lehendakari Aguirre. Aparte de su independentismo a
ultranza, los mendigoxales mantuvieron la pureza de la doctrina aranista, cimentada en
«la raza» y la religión católica. «Para nosotros, vascos conscientes del deber, la
realización de nuestra esperanza, está en el programa de JEL, que es una proyección de
la Patria inmortal». El jagi-jagi había sido «fiel custodio del caudal sabiniano». El fervor
por Sabino en ocasiones adquiría un tinte religioso: «¡volvemos a oír tu voz, oh
maestro! [...]. Y es hoy el día sin fecha de esta nueva resurrección». O, en otro número,
«tú, mendigoxale, que sigues firme en tu puesto y fiel al Maestro, abre tus brazos y
estrecha contra ti a esta juventud que vuelve, atraída por la verdad de Sabin». El «
problema social» seguía ocupando un lugar específico, pero quedaba aparcado hasta la
secesión de Euskadi, momento en el que se «acabará con el régimen que esquilma al
trabajador, -importado del extranjero-, y pondrá en vigor lo que tiene adormecido en
sus entrañas de Justicia»; una «legislación social para los vascos». En ese sentido, se
proponía una especie de capitalismo humanizado en el que, si bien estaba garantizada
«la propiedad y posesión individual», «todo trabajo» debía implicar «convivencia y
participación en el fruto del esfuerzo realizado». Además, «todo conflicto social, todo
problema económico, toda disposición política, serán considerados a la luz de la
mentalidad vasca y se le dará la solución que en cada caso exige ese criterio nacional».
Por el contrario, «ninguna teoría extranjera solucionaría nuestros problemas», ni el
«obrerismo» ni el «capitalismo», porque «chocan con nuestra alma y por ello las
repelemos». Al fin y al cabo, ambos sistemas eran «el aplastamiento del hombre, y
medios para esclavizare. Por eso el sabinismo rechaza uno y otro» 28.
30 En el primer número de Jagi-Jagi de 1946 se había constatado que «nuestros muertos
nos empujan a la lucha». Siguiendo el esquema narrativo del conflicto, se emparentaba
a los gudaris de la Guerra Civil con «los héroes que supieron morir y vencer a Roldán [en
la batalla de Roncesvalles] y antes lo hicieron a Visigodos y Romanos». Precisamente
«esta línea de conducta, esta tradición, queremos los de hoy». «Así renace Jagi, de las
cenizas de los que fueron, de las que aún están candentes». La idea se retomó en el
manifiesto de enero de 1947, en el que se aseveraba que «muchos han caído ya por esta
causa [la secesión de Euskadi], muchos han sido los sufrimientos por ella; otros, aún,
caerán y vendrán nuevos sufrimientos; pero los que sobrevivan y resistan, mantendrán
incólume la lucha. Nuestros muertos, nuestros mártires, no lo habrán sido en vano». Se
trataba de ejemplos tempranos de uno de los principales tropos del discurso
nacionalista durante la dictadura: la glorificación e instrumentación simbólica de los
gudaris29.
quedó empañado por su actitud durante la guerra». Aquella apatía casi derrotista en un
momento crucial dilapidó en gran medida el capital simbólico que había acumulado y le
apartó del liderazgo carismático de los mendigoxales, quienes, en cierto sentido,
quedaron huérfanos, ya que nadie ocupó ese lugar30.
32 Gallastegui se refugió en Irlanda, donde acogió a su amigo Manu Eguileor y luego
coincidió con Manuel Irujo, quien lo encontró, comentaba por escrito a Jon Bilbao,
«enquistado en la sombra de sus recuerdos». Y es que a su abstencionismo de la Guerra
Civil le sucedió una inhibición casi total en los asuntos públicos. Según le reprochaba
Irujo, quien había pretendido involucrarlo en ciertas iniciativas culturales, Gudari se
había refugiado «en el Nirvana de [su] soledad». La suya era una «actitud de intocable»
porque «tú estabas puro y puro querías seguir». En una misiva dirigida a los jeltzales
Ceferino Jemein y Javier Gortázar, el propio Gudari reconocía su «actitud de
apartamiento de toda organización y [... ] mi inactividad en relación con ellas». En
aquel texto se apuntaban dos razones para su automarginación política. Por un lado,
«cierto sentido de responsabilidad y patriotismo», al considerar que el abertzalismo se
había degenerado al tomar «el camino desnacionalizador». Por el otro, «el problema de
vivir, máxime cuando se trata de una familia completa, tiene no pocas exigencias y hay
que trabajar duro»31.
33 A lo largo de la dictadura franquista únicamente las publicaciones periódicas y
manifiestos de los grupúsculos radicalizados del exilio, sobre los que se tratará en el
siguiente apartado, hacían referencias elogiosas a su figura o a sus escritos. Las
escasísimas menciones que se hicieron desde las filas del PNV eran menos compasivas.
En un Euzko Deya (México) de 1965, Pedro de Loyola rememoraba que «en vísperas de la
caída de Bilbao [...] el conspicuo Jagista Elias de Gallastegui [...] huía abandonando a sus
secuaces en dura lucha». El director de esa revista, Antonio Ruiz de Azua, escribía a
Irujo que «aquí sus propios amigos le tratan de traidor, por no querer haberse hecho
cargo» del Frente Nacional Vasco, sobre el que hablaremos más adelante. Tal vez
exageraba, pero no hay duda de que Gudari había defraudado a bastantes de sus
antiguos partidarios. Ceferino de Jemein, en carta a Julio de Jáuregui, sentenciaba que
Eli Gallastegui «fue el niño mimado del pueblo patriota [...] y hoy es un hombre muerto
para la Patria». En sentido político lo estaba: incluso su recuerdo se desvanecía. El
grueso de los nacionalistas olvidaron su sobrenombre, Gudari. El término se había
popularizado tanto durante la contienda que acabó convirtiéndose en apodo y firma
habitual de distintos militantes abertzales. Había demasiados exgudaris con minúscula
como para que Gudari con mayúscula tuviese algún significado especial. Ahora bien, ese
no fue el punto y final de la trayectoria del antiguo líder de Aberri y Jagi-Jagi. Si bien
resulta desorbitado decir que fue el «eslabón perdido» entre los nacionalistas radicales
de preguerra y posguerra, es cierto que ejerció un pequeño papel en pro de la siguiente
generación de ultranacionalistas, la de ETA32.
esta última generación formada patrióticamente, con ella sepultemos nuestra doctrina
de Libertad Nacional». Para evitarlo había que «formar patrióticamente a la nueva
juventud, salvar el alma nacional, vigorizar la conciencia nacional». Aunque los
calificaba como «los pocos “jagi-jagistas” que quedan», el dirigente del PNV Javier
Gortázar advertía a Irujo de que era «un peligro el dejarles hacer sin oponerles un
"mentís”, ni dar una explicación», ya que tenían la intención de «sembrar cizaña en
nuestras filas, encontrando un terreno abonado». En 1954 los montañeros reclamaban
una República Vasca independiente, advirtiendo que los gudaris «mártires [... ] nos
dieron la medida de su devoción por la Patria; y esta, bajo los designios de Jaun-Goikoa,
no desaparecerá de la tierra. ¡Renacerá y triunfará!» Y, en 1958, al igual que harían
luego en 1967, los mendigoxales retomaron con nulo resultado la «campaña patriótica
por la constitución de un Frente Nacional Vasco pro-Independencia de Euzkadi». En
1961 los j agi-j agis le dedicaron a Irujo un durísimo panfleto, titulado «Carta abierta»,
en el que se aludía constantemente a pleitos de un pasado, que parecían obsesionarlos.
Así pues, Agustín Zumalabe no era del todo sincero cuando ese mismo año se quejaba de
esta manera: «¡Cuándo nos dejarán en paz, a nosotros que no nos metemos en nada!». Sí
que se metían con alguien, solo que cada vez menos a menudo 33.
35 El testigo de la intransigencia mendigoxale fue recogido por los grupúsculos
nacionalistas radicales que se fueron formando en el exilio latinoamericano en tomo a
distintas revistas. Baste como muestra un botón, extraído del Frente Nacional Vasco de
Caracas: «Gora Euzkadi Azkatuta, Muera España, no hay otro nacionalismo». Sus
similitudes doctrinales con Jagi-Jagi eran tales que no es de extrañar que en 1964 ETA
confundiese a EMB con los ultranacionalistas del Nuevo Continente o que dos años
antes Manuel Imjo estuviese convencido de que el propio Eli Gallastegui era «fundador,
cerebro y jefe» del Frente Nacional Vasco. Erraba, como le aclaró Gudari tiempo
después. No obstante, añadió el antiguo líder aberri ano, «esto no quiere decir que me
parezca mal, ni mucho menos, la existencia de organismos que, con ese u otro nombre
semejante, tengan esa patriótica orientación de unir a los vascos abertzales, a través de
sus propios organismos, en su lucha contra el opresor». Idéntico equívoco se repitió
años después en el diario Dei a, al que Trifón Echebarria escribió mía carta explicando
que la revista caraqueña Irrintzi (Grito) «no tenía vinculación con BMB ni EMB», así
como que el que fuera su director «ni perteneció ni fue miembro del mendigoxale». De
cualquier modo, en las publicaciones de los extremistas no faltaron las loas al
independentismo de preguerra. Así, en un ejemplar de Irrintzi de 1958, que se
autoadscribía a la estela de los «galla stegitarrak» y publicaba periódicamente las
colaboraciones que le enviaban los jagi-jagis, se recomendaba como lectura de
formación de los jóvenes nacionalistas Por la libertad vasca, de Gallastegui. En 1970 en su
sucesora, la también venezolana Sabindarra, se llamaba la atención sobre los errores
históricos del PNV: «los aberrianos y los “jagi-jagistas” tenían razón». Al año siguiente
se reconocía a Gudari como «un patriota de significación sabindarra». Y en 1974, en el
obituario que le dedicó APV, Ayuda Patriótica Vasca, se calificaba la de Gallastegui
como «ima vida ejemplar y de sacrifìcio por su Patria». En las filas de estos grupos había
mendigoxales, mas resulta imposible conocer su número exacto. En un texto de
mediados de los años sesenta un ultranacionalista afincado en Venezuela afirmaba que
«nadie nos quita que somos los hijos de Eli Gallastegi (a mucha honra en este sentido)»,
pero «nos encontramos con que ni Eli Gallastegi está con nosotros trabajando ni hay ya
por lo menos en el Frente Nacional Vasco de Caracas más que un “antiguo” jagi-jagista
[...]. Los demás, o Jaungoikoa [Dios] se los llevó [... ] o brillan por su ausencia». A
consecución de sus postulados». No tuvo ocasión, ya que, una vez más, la vida de esta
entente entre los nacionalismos radicales de la periferia fue fugaz 37.
39 Sus continuos ataques al Gobierno vasco hicieron que Matxari fuera expulsado del PNV
en 1960, año en el que, no por casualidad, se publicó el primer número de Frente
Nacional Vasco, aunque la revista no tendría periodicidad regular hasta 1964. También
ese mismo 1960 apareció un «Manifiesto de Caracas» con unas coordenadas ideológicas
tan parecidas a las de EMB e Irrintzi que no es de extrañar que Gurutz Jáuregui lo
identificara en su momento como obra del «ala extrema del jagi-jagismo». No lo era,
pero lo parecía. En realidad, detrás de aquel texto estaban algunos militantes disidentes
del PNV, como José Estornes Lasa y Augusto Miangolarra, así como abertzales sin
partido, como Francisco Miangolarra {Paco). En 1963 Matxari y sus seguidores fundaron
(un nuevo y) «legítimo Partido Nacionalista Vasco (Euzko Alderdi Jeltzalia)» que se
pretendía contraponer al «sedicente» PNV, que habría traicionado sus principios
fundacionales. Aquella formación publicó anuncios y envió impresos a los vascos
residentes en Venezuela en los que, suplantando las históricas siglas peneuvistas, se
solicitaba su adhesión: «es el llamamiento de Sabino. La invocación del Maestro: que ni
puedes ni debes desoír [...]. Incorpórate [al partido]. Engrosa sus filas». A decir del
jeltzale Martín de Ugalde, ese «supuesto PNV» no era más que una «entidad clandestina
que no creo deba preocupamos excesivamente». «No sorprenderá a muchos, pero
alguno caerá». Probablemente fueron pocos, pero lo cierto es que la campaña provocó
cierta confusión entre los propios jeltzales. La dirección del partido tuvo que recordar a
la delegación de Venezuela que «la entidad vinculada al PNV son Vds., es esa Junta
Extraterritorial quien lo representa, con todas las prerrogativas que establece nuestra
Organización, en todo el territorio de Venezuela. Se trata pues de una patente
usurpación»38.
40 Aquella apropiación del nombre del PNV no prosperó y el grupúsculo de Matxari tuvo
que cambiar de denominación. A partir de 1964 se presentó como la delegación
venezolana del FNV, Frente Nacional Vasco (bautizado en euskera EAA, Euzko Aberri
Alkartasuná). Su homóloga argentina editaba Tximistak (1961-1967), y la mexicana, cuya
cabeza visible era Jacinto Suárez Begoña (Jakinda), tenía como órgano de expresión
Euzkadi Azkatuta (1956-1965)39 40. La sección de Caracas, primus inter pares tanto por la
cantidad de sus militantes como por la presencia de, Matxari, publicaba una revista
titulada, precisamente. Frente Nacional Vasco. En una declaración de enero de 1967 se
anunciaba que la «misión principal» del FNV consistía «en tratar de conseguir y
fundirse en la unión de todas las organizaciones vascas a los fines de acelerar la
reconquista de la independencia de Euzkadi», recuperar el PNV «original», del que «era
ala exigente el movimiento reconocido como “jagista”», y «denunciar con lenguaje
crudo, la actitud que representa toda desviación», es decir, el Gobierno vasco. Ahora
bien, como reconocía uno de los militantes del Frente, el proyecto se frustró por la
indiferencia del resto del nacionalismo. El FNV solo era «un grupo más. Y, lo peor, un
grupo de abertzales (dicen ellos) sin sentido de la realidad, “locos”, “extremistas”, etc.
Este “sambenito” no nos lo quita nadie». Fue, desde luego, el mismo sambenito que
persiguió a la última creación de Matxari, la revista Sabindarra, que desapareció poco
después de la muerte de su «fundador y alma»41.
vasca». De no hacer algo, «Euzkadi se acabará como entidad nacional de una raza: la
nuestra»42.
42 La preocupación por la situación de los trabajadores autóctonos fue relegada a los
últimos puestos en la lista de prioridades del nacionalismo radical del destierro. Las
malas condiciones de vida se achacaban a la llegada masiva de inmigrantes o a la
avaricia de los empresarios «dineristas», lo que llevaba a Irrintzi apedir «menos
fábricas, pues, y más justicia social», pero, por lo general, se daba por supuesto que
todo mejoraría automáticamente en cuanto se crease el estado-nación vasco. En
palabras de Matxari, «el problema social [...] se reduce a la premisa de recuperar la
independencia; y cuando ésta se haya logrado serán nuestros economistas, nuestros
sociólogos y las organizaciones competentes, las que determinarán para la patria libre,
las condiciones sociales más adecuadas». Desde luego, el marxismo quedaba muy lejos
de las coordenadas ideológicas de estos exiliados, los cuales se posicionaban claramente
a favor de uno de los dos bandos enfrentados en la Guerra Fría: el de los EEUU. No es de
extrañar que Matxari atacase abiertamente cualquier tipo de socialismo, que Sabindarra
alertase de que «la voz comunista resuena en la sociedad vasca, como blasfemia» o que
Euzkadi Azkatuta mostrara su «más profundo desprecio a todos nuestros enemigos,
empezando por los españoles, siguiendo por los pseudonacionalistas y acabando por los
traidores máximos, los vasco-españoles comunistas»43.
43 Los grupúsculos ultranacionalistas apostaban decididamente por la, según Matxari,
«reindependencia nacional» de Euskadi, descartando, por desleal, cualquier otra
fórmula. «Todos los nacionalistas somos intransigentes... o no somos nacionalistas»,
puntualizaba Irrintzi. En la primera circular del nuevo PNV venezolano de Matxari se
señalaba que Sabino Arana esperaba de todo abertzale «que te enfrentes al parasitismo
político patriotero. Que luches contra los autonomismos seudo-nacionalistas. Contra los
contubernios, contra las componendas. Contra las mixtificaciones. Contra la anti-
Euzkadi». «Una cosa es Nacionalismo Vasco y otra Regionalismo Vascongado»,
conminaba Euzkadi Azkatuta en 1965. «Una cosa es Independencia y otra Estatutismo.
Nada de confusionismos: o Patriotas o traidores». Se trataba de una disyuntiva
maniquea que los veteranos habían copiado de los boletines de ETA. De cualquier
manera, su independentismo a ultranza les hacía abominar de la política del PNV, a
cuyas cabezas visibles tachaban de infieles. Los «profesionales de la política» más
denostados eran José Antonio Aguirre y Jesús María Leizaola, a quienes se negaba el
título de lehendakari, así como Manuel Irujo y Telesforo Monzón, el cual era ridiculizado
por postular un acercamiento del PNV a los monárquicos. En palabras de la agrupación
mexicana del FNV, «si Sabino resucitase, moriría de asco, al ver la conducta de algunos
que se dicen sus seguidores»44.
44 Los extremistas negaban toda legitimidad al Gobierno vasco, el cual, según Matxari y sus
seguidores, no era más que un «Gobierno-sucursal de la autonomía para el País Vasco»,
«sub-gobierno español de Autonomía para el País Vasco», «gobierno español de
autonomía para las tres provincias vascongadas», «seudo-gobierno vasco (en minúscula
porque no es nombre propio, ya que abarca a “especies” vascas y españolas y sabido es:
vascos + españoles= españoles)» o incluso «los criados -morroiak- de España». La
institución era considerada ilícita por, entre otras cosas, su «regionalismo», incluir a
consejeros de partidos no abertzales y no de las nuevas fuerzas nacionalistas, como ETA,
emanar del «engendro de aquel abominable Estatuto» y respetar el marco de la
Constitución republicana, habiendo renunciado al sagrado propósito independentista.
Borrachos de vino las más veces -auténtico-; y borrachos, al fin y al cabo españoles, de
sangre vasca que les interesaba exterminar». Según Sabindarra, «el drama de Euzkadi,
es conmovedor. A ojos vista, se hunde la moralidad vasca ejemplar; a ojos vista, se
muere la lengua más anciana de Europa; a ojos vista, desaparece una raza». Empero, no
había que perder la esperanza. «Hoy como hace mil años, luchando por existir, los
vascos resisten en casa. Ahora con la casa invadida, y como huéspedes en el seno de la
Patria». Como se declaraba una y otra vez, «estamos en guerra contra España y
Francia». Había que emular el ejemplar sacrificio de los gudaris. Para Euzkadi Azkatuta,
«aquellos que murieron no lo hicieron en vano. ¡Queda para quienes están vivos la
obligación de completar la labor de los muertos!» Al fin y al cabo, sentenciaba la filial
venezolana del FNV, «no hemos perdido la guerra todavía, sino una batalla, y seguimos
luchando contra Franco porque luchamos contra España»48.
48 El ejemplo del martirio de los gudaris, la guerra étnica en la que los vascos y los
invasores españoles llevaban más de un siglo envueltos y la agonía de la patria
requerirían de una solución drástica, que los ultranacionalistas plantearon
explícitamente a finales de los años cincuenta y principios de los sesenta. Según los
redactores de Euzkadi Azkatuta, «nuestra lucha es a muerte, y por tanto, la acción
violenta es nuestra única arma». En efecto, «el árbol de la libertad debe ser regado de
vez en cuando con la sangre de patriotas y tiranos. No podemos ser transportados del
despotismo a la libertad en un lecho de plumas». Tximistak denunciaba la «engañosa
atmósfera de pacifismo» que se había «creado en tomo al Nacionalismo Vasco», lo que
hacía «el juego al adversario». En cambio, «la sangrienta Rebelión de Pascua y el
Ejército Republicano Irlandés... Un holocausto como aquél, una rebelión de ese tipo, un
ejército como el IRA necesita Euzkadi. Y los tendrá, porque se lo darán nuevos hombres
que hoy actúan con nuevas ideas». Desde Buenos Ares se llamaba abiertamente a
«rehacer los cuadros del ejército vasco, con los métodos y tácticas más modernas, y
también con las armas más convenientes». En esta cuestión las secciones mexicana y
argentina del Frente Nacional Vasco estaban en consonancia con la venezolana, la cual
recomendaba luchar «de acuerdo con los métodos modernos de combatir a los Imperios
que hemos aprendido de los israelitas, los chipriotas y los argelinos». Es decir, de los
crecientemente exitosos movimientos de liberación nacional del Tercer Mundo, los
mismos que deslumbraban a los jóvenes etarras. En una entrevista de 1966 en la revista
Euzko Gaztedi un portavoz del FNV de Caracas declaraba que «entendemos que
necesitamos imperativamente una violencia organizada». En su manifiesto de ese
mismo año, los seguidores de Matxari señalaban «el camino: las armas, en pie de guerra
contra España. Y como podamos, apostados en las esquinas de las calles, poniendo
dinamita donde fuere, más para que el invasor de la Patria se resienta en territorio
vasco». Ahora bien, ¿quién iba a continuar la contienda de los gudaris de 1936? Desde
luego, no los veteranos refugiados en Latinoamérica, quienes, como ironizaba el jeltzale
Luis Ibarra Enciondo, predicaban «la violencia con un Atlántico de por medio».
Agotados, aquellos extremistas anhelaban una nueva contienda armada, pero también
un relevo generacional. Baste leer la convocatoria, casi desesperada, que Euzkadi
Azkatuta hacía en una fecha tan emblemática como 1959, el año de las primeras acciones
de ETA: «Joven euzkotar... recuerda... piensa... e incorpórate en cuerpo y alma al nuevo
ejército de gudaris. ¡¡Joven patriota, te esperamos en “Euzkotar Naizko Gudaroste”!!
¡¡La Patria confía en ti!! »49.
contrario, había sufrido un corte drástico tras la Guerra Civil y la casi desaparición
orgánica de EMB. Cuando los jóvenes abertzales despertaron, Jagi-Jagi ya no estaba allí
para encuadrarlos y el grupúsculo de Matxari se encontraba demasiado lejos. El propio
José María Lorenzo admite que «el eslabón había sido cortado durante la posguerra».
De hecho, los primeros etarras apenas habían oído hablar de Gudari o los mendigoxales.
Cuando a principios de los años cincuenta la policía detuvo a Txillardegi, fue acusado de
pertenecer a EMB. «Puedo decir la verdad», confesaba en sus memorias: «no sabía
absolutamente nada de Jagi-Jagi» .En 1979 las revistas Muga y Punto y Hora de Euskal
Herria fueron escenario de una polémica sobre Ekin y los orígenes de ETA en la que
terciaron bastantes de los fundadores de la organización dando su testimonio sobre
aquellos años. Ninguno de ellos mencionó a Aberri, a los mendigoxales o a Gudari, como
tampoco a las revistas editadas en el exilio latinoamericano. Lo corroboraba José
Antonio Etxebarrieta: «la honda ruptura de la continuidad histórica dificultaba, cuando
no hacía imposible, la toma de contacto con lo que debía haber sido nuestro ''pasado” y
se transformaba en el "pasado de ellos”». A los miembros de la nueva generación solo
les llegaban «paupérrimas briznas de información», que, para más inri, les «dejaban
indiferentes». Según Lorenzo, a Gudari le causó un «dolor vivo» que los etarras
colmaran de elogios la trayectoria del PNV mientras mostraban un desconocimiento
absoluto de la de Aberri y Jagi-Jagi, esto es, de la suya propia 55.
55 A pesar de todo, ETA acabó recibiendo una parte de aquel legado. Valgan como prueba
dos hechos. Por un lado, el mismo Txillardegi que más de una década antes «no sabía
absolutamente nada de Jagi-Jagi» consideraba en 1964 que los mendigoxales eran los
únicos abertzales mayores de cuarenta años con los que ETA podía contar. El resto eran
«cosa perdida a nuestra causa, totalmente e irremisiblemente perdidos». Por otro lado,
Eduardo Uñarte (Teo), que conoció a alguno de ellos, rememora que «los comentarios
que [los etarras] hacían sobre su pasado [el de los veteranos] era de tíos muy burros,
aunque en el fondo creo que por eso yacía cierta admiración». El trasvase tuvo lugar
tardíamente, a mediados de la década de los sesenta, y en muchos casos de manera
indirecta: a través de intermediarios como Federico Krutwig, José Antonio Etxebarrieta
y los extremistas del destierro, en quienes se centran los siguientes apartados. Por
añadidura, aquel influjo coincidió en el tiempo con la fascinación que entre los etarras
despertó el modelo de los movimientos anticoloniales y los teóricos del nacionalismo
revolucionario, como Frantz Fanon, por lo que su alcance fue limitado. En palabras de
Uñarte, «sí que hubo relación con alguno de esos viejillos que organizaron Ayuda
Patriótica Vasca [...]. Hicieron algún panfleto, ingenuo y algo racista, pero
aparentemente no creo que hubiera demasiada influencia, al menos en el grupo
dirigente, encauzado ya en aquellos momentos hacia el marxismo» 56.
56 EMB saludó con alegría la aparición de ETA. Así, los jagi-jagis escribían en 1961:
«nosotros, que ya perdimos la juventud, comprendemos, sin embargo, a estas nuevas
generaciones que son más sinceras, más honestas que las nuestras y que se rebelan a las
constricciones de conveniencia de los pragmáticos». Uno de aquellos veteranos, Lezo de
Urreztieta, confesó años después que «en un primer momento estuve con ellos [los
militantes de ETA], les aconsejé e incluso participé en algunas acciones». Lo cierto es
que, de forma natural, era común que los etarras que se refugiaban en el País Vasco
francés tuviesen trato, incluso muy cercano, con algunos de los mendigoxales que
llevaban tiempo instalados allí. Por ejemplo, cuando llegó allí tras escapar de España a
principios de los años sesenta, Txillardegi fue recibido por Agustín Zumalabe. Mas, como
matiza uno de aquellos activistas de ETA, Eneko Irigarai, «manteníamos relaciones con
gentes muy diferentes». No había un vínculo preferente entre los cada vez más
numerosos miembros de la organización y los escasos militantes que le quedaban a Jagi-
Jagi. Tampoco en Latinoamérica. En 1969 ETA, ANV y EMB publicaron en Caracas la
efímera revista BAI, pero no hay pruebas de que aquella colaboración cuajase. Es
sintomática, además, la inclusión en aquel efímero proyecto de Acción Nacionalista
Vasca, que por su autonomismo había sido la bestia negra de los mendigoxales 57.
admiraba su padre, Gudari. José Antonio Etxebarrieta escribía en la ya citada misiva que
aquella intervención «estaba absolutamente dentro de la línea sabiniana y del PNV
verdadero, no del que algunos nos presentan como una tertulia de viejas» 60.
61 Krutwig añadió las charlas al apéndice documental de Vasconia. También fueron
reproducidas por distintas publicaciones abertzales, incluyendo las del exilio
latinoamericano. Así, el grupúsculo extremista de Matxari no dejó pasar la ocasión:
editó el texto de Iker Gallastegui añadiendo un duro prólogo en el que cargaba contra
Manuel Irujo. Indignado tanto por este panfleto como por el contenido de la
conferencia de Iker Gallastegui, el histórico dirigente jeltzale replicó con varios artículos
en Alderdi (Partido), la revista del PNV, En el primero de ellos alertaba contra «la
violencia inútil». En el segundo, aunque sin citar expresamente su nombre, criticó a
Gatari y, por extensión, al resto de «“blousons noirs” gamberros del patriotismo». «El
concepto absoluto, aplicado a la patria es doctrina fascista, como lo son otras
expresiones que acompañan a ese absolutismo totalitario, que trata de proceder “por
todos los medios a su alcance”». Al fin y al cabo, «que la guerra “no es cosa mala”
solamente lo dicen los fascistas. Los demócratas, los cristianos, afirmamos por el
contrario que la guerra es un castigo para la humanidad y una negación, siquiera
transitoria, de su condición racional y espiritual. Frente a la guerra, afirmamos la paz,
la moral, el derecho, la caridad, la solidaridad; y en política, el diálogo». Eli Gallastegui
salió en defensa de su hijo escribiendo una larguísima carta a Irujo, a raíz de la cual se
desató una agria polémica epistolar entre ambos que se prolongó desde 1962 a 1965,
con un epílogo en 1974. Ahí acabó su amistad. Rencillas aparte, aquellos textos indican
que Irujo tenía el convencimiento de que Eh Gallastegui estaba detrás tanto del Frente
Nacional Vasco de Venezuela como de la conferencia de Iker: «su discurso suena
exactamente igual que los de su padre». Por otro lado, el intercambio de misivas nos
permite comprobar que el pensamiento de Gudari apenas había evolucionado, pues se
repetían los mismos principios de siempre: aranismo, repulsa xenófoba a la «invasión
coreana», antiespañolismo («el enemigo no es Franco, sino España»), resistencia civil,
etc. En realidad, tenía unas opiniones casi idénticas a las que se reflejaban en las
revistas de los grupúsculos ultranacionalistas del destierro. Bastante más significativo
resulta que, aunque no comulgase con alguna de sus ideas (era comprensivo con la
defensa de la violencia, aunque personalmente no era partidario de esa vía), mostrara
un fervoroso entusiasmo por la nueva generación de nacionalistas radicales que
representaban tanto la EGI de Gatari y Etxebarrieta como la primera ETA. «¡Aún hay
patria!... pensaba yo conmovido» al leer la disertación que iba a dar su hijo en París.
«Recordando todo eso, me olvido de cualquier pero, de cualquier error en que hayan
podido caer, emocionado al ver que hay algo vivo y noble que surge del pudridero que
se ha formado en Bilbao y en otros pueblos de Euzkadi». Desde el punto de vista de
Gudari, el choque generacional entre los jóvenes abertzales y la dirección del PNV
repetía, en cierto modo, el que él había protagonizado en los años veinte al crear Aberri.
«Los árboles sanos, todos los años florecen con frutos nuevos, los mismos en esencia
que produjo en el pasado»61.
65 Aquel no fue el final de la vinculación de la saga Gallastegui con ETA. Cuatro de los
nietos de Eli han sido declarados culpables de delitos relacionados con el terrorismo:
Usune Gallastegi Sasieta (hija de Iker) fue condenada por colaboración con banda
armada; su prima Lexuri Gallastegi Sodupe (hija de Lander Gallastegi, al igual que los
dos siguientes) por un atentado con coche bomba en Madrid que ocasionó casi cien
heridos; Qrkatz Gallastegi Sodupe por actos de violencia callejera y por facilitar a ETA
información crucial para el asesinato del magistrado José María Lidón (2001); e Irantzu
Gallastegi Sodupe (Amaia) por, entre otros crímenes, acabar con la vida del político
socialista Femando Múgica en 1996 y del joven concejal del PP Miguel Ángel Blanco en
julio de 1997. Saliendo en defensa de su sobrina Irantzu, un ya anciano Iker Gallastegui
ensalzó la violencia terrorista ante las cámaras de televisión, declarando, entre otras
cosas, que los etarras asesinaban «como un deber patriótico». Al ser juzgado por la
Audiencia Nacional G atari se negó a pedir perdón a las víctimas de ETA, ya que «a los
vascos nunca les han pedido perdón [...]. Nadie pide perdón en los conflictos armados»
65
.
67 El nuevo grupo juvenil tardó muy poco en contar con presencia orgánica en el Nuevo
Continente. A principios de 1959 una parte de los militantes de EGI en Venezuela se
escindieron para crear la primera célula de ETA, que editaba su propio Zutik (1960-
1970/1975), cuyos primeros números se subtitulaban En tierras americanas. En 1963 uno
de los fundadores de la organización, José Manuel Aguirre, se trasladó a México, lo que
supuso el nacimiento de la delegación etarra en dicho país. Al año siguiente sendos
comandos de ETA llevaron a cabo acciones de propaganda en Caracas y Buenos Aires.
En 1965 otro de sus fundadores, José María Benito del Valle, recaló en Venezuela. Para
entonces el Frente Nacional Vasco ya colaboraba de forma estable con los jóvenes
activistas, pero, dado el temprano entusiasmo que mostraron Irrintzi, Tximistak y
Euzkadi Azkatuta, no parece aventurado suponer que la ayuda financiera de Matxari y sus
partidarios a los miembros de ETA fuera anterior a esa fecha. En el primer Zutik de
Caracas, de 1960, se había anunciado que los objetivos de la publicación etarra eran
«avivar la conciencia dormida de tantos vascos» y reclamar «su aportación decidida, en
todos los campos y, singularmente, en el económico». Las peticiones de esta índole
fueron habituales en aquella revista. Por ejemplo, su número 10 se quejaba en 1961 de
que «muchos miles de vascos en América desoyen todavía esa doble llamada, personal y
económica. Y sólo unos pocos han aguantado el peso de la tarea». «¡No demores ni un
día más tu colaboración a Euzkadi!». Al contrario que otros nacionalistas exiliados, más
remisos, los veteranos extremistas no se demoraron en responder a las peticiones de
ETA, recaudando fondos para la organización. Ya en 1961 Euzkadi Azkatuta alertaba a los
abertzales de que «la juventud combatiente, nuestros gudaris de la Resistencia Vasca,
necesitan millones, muchos millones, procura darlos generosamente antes de que sea
tarde». La Memoria del Gobierno Civil de Guipúzcoa de ese mismo año señalaba que ETA
estaba «económicamente apoyada desde Venezuela». Gregorio Morán corrobora que la
organización «siempre» recibió «un goteo económico de poca monta desde Méjico y
Venezuela». Además, como ya se ha mencionado en el apartado anterior, en 1962 el
colectivo de Matxari aportó 1.000 dólares a la abortada aventura guerrillera de la EGI de
Gatari y Etxebarrieta67.
68 En enero de 1964 el primer «Manifiesto Nacional» del Comité Ejecutivo de ETA exigía
que se apoyara a la organización «con dinero, cada cual conforme a sus posibilidades»
por medio del futuro «Consejo Nacional de Contribuciones». Unos meses después el
número 48 de Zutik de Caracas reproducía un texto del boletín homónimo editado en
Euskadi en el que se avisaba de que, debido a los «enormes medios» necesarios para la
lucha, «todo ciudadano vasco está obligado a contribuir moral y legalmente a la
Resistencia». Pese a tales autoritarias pretensiones, todavía faltaba más de una década
para que ETA comenzase a extorsionar a los empresarios del País Vasco y Navarra por
medio de lo que lo que acabaría denominándose «impuesto revolucionario». Como
señala John Sullivan, en 1964 el grupo carecía «de la infraestructura, y acaso de la
voluntad, para imponer una contribución a sus fondos sistemática y forzosa». Ahora
bien, las demandas de los etarras sí tuvieron la virtud de incentivar la colaboración
voluntaria de sus simpatizantes del otro lado del Atlántico. Ese mismo año las
agrupaciones del FNV crearon el Consejo de Contribución a la Resistencia Vasca, un
órgano avalado por ETA cuyo objeto era «fomentar y encauzar, en el continente
americano, la cooperación económica destinada a la Nueva Resistencia». En su Boletín
(1964-1969), editado en México, se informaba de las novedades de la organización
etarra y se promocionaban las donaciones a la causa ultranacionalista. Así en 1965 se
intentaba conmover a los abertzales desterrados en América detallándoles las pésimas
condiciones en las que actuaban los nuevos gudaris, obligados a dormir en «panteones
de cementerios, y a proveerse de alimentos acogiéndose a la benevolencia de conventos
y entidades caritativas». Ante tal situación, el «vasco decente» había de cooperar
económicamente para atenuar «las vicisitudes de nuestros mejores» y que de esa
manera tuvieran a su alcance «unos medios de acción mínimamente efectivos».
Además, en el Boletín no faltó espacio para, sirviendo de eco amplificador de Zutik,
acusar públicamente al empresario Ramón de la Sota de ser un «traidor» no solo por
haberse negado a financiar a ETA, sino también por haber denunciado los intentos de
extorsión que había sufrido. La denuncia se repetía en Euzkadi Azkatuta. «este
degenerado de la Sota pasa a la lista con los que hay que arreglar cuentas». En otro
número del Boletín del Consejo de Contribución a la Resistencia Vasca de 1965 se daba cuenta
de uno de los actos de recaudación a favor de los «gudaris presos» que se habían
organizado en Venezuela: «los tradicionales coros de Santa Águeda». La sección
caraqueña de ETA había solicitado «la cooperación de las demás organizaciones,
topándose, una vez más, con el espíritu exclusivista e irresponsable del monopolismo
patriotero que alimenta nuestras muy lamentables disensiones intestinas. En efecto,
tan sólo el Frente Nacional Vasco dio prueba, y magnífica por cierto, de consecuencia
patriótica». En aquella ocasión se recaudaron 1.345 dólares. En 1971 la revista de
Matxari se enorgullecía de que «desde el primer momento, bien como FNV, bien como
“Sabindarra”, hemos contribuido a todas las colectas de ETA; y en alguna ocasión, con
algún sacrificio por la suma de contribución de cada uno de nosotros». A la labor del
Consejo de Contribución a la Resistencia Vasca hay que sumar la del exmendigoxale
Mario Salegi, quien por su cuenta recogía dinero para la banda terrorista entre vascos y
descendientes de vascos con residencia en los EEUU, así como de la guerrilla urbana
uruguaya de los «Tupamaros»68.
69 Las alabanzas que los ultranacionalistas del exilio habían dedicado a los primeros
atentados de ETA se multiplicaron a lo largo de los años sesenta y principios de los
setenta, hasta el punto de que muchas veces la organización era el principal cuando no
el único tema de sus publicaciones periódicas. En ellas se informaba puntualmente de
las actividades de la organizacióny de la situación de sus presos, se reproducía su
propaganda y sus documentos oficiales, se daba cuenta de sus asambleas y se escribían
artículos defendiendo su honor de cualquier crítica proveniente del exterior,
especialmente del PNV. En un Tximistak de 1964 se podía leer que «bien puede llamarse
a Euzkadi cima de mártires. Convertido nuestro pueblo en gigantesco anfiteatro, nuevas
promociones de heroicos combatientes ocupan el puesto de los que caen en la lucha».
En otro número se rendía «homenaje emocionado al patriotismo en armas». En 1966
esta revista afirmaba que lo que la unía a ETA era «la lucha por la independencia total
de Euzkadi, a cualquier precio». Cuando el dirigente etarra José Luis Zalbide fue
detenido, Tximistak le reconfortó de esta manera: «estamos orgullosos de ti, de tu
testimonio valiente, rotundo, sin tapujos». El FNV, se leía en un Euzkadi Azkatuta de
1964, estaba a favor de ETA porque ambas fuerzas coincidían «en lo fundamental». Si
bien durante la década de los cincuenta el nacionalismo había permanecido inactivo,
los extremistas nunca perdieron la «fe absoluta de que la sangre de nuestros gudaris
era semilla fecunda que llegado el momento reventaría en una floración abundante de
patriotas, dignos y ejemplares; el sacrificio de millares de gudaris muertos y el
sacrificio de tantos patriotas no podía tirarse por la borda. Y llegó el momento». ETA
era, por tanto, un «milagro hecho realidad [...], que lanza a los cuatro vientos de la
patria su irrintzi de combate con un programa de puro e inmaculado nacionalismo». Un
Frente Nacional Vasco de 1964 animaba a los jóvenes etarras a «incrementar la violencia
hasta donde humanamente sea posible». Acto seguido se los comparaba no solo con los
gudaris de la Guerra Civil, sino también con los de las batallas medievales de
Roncesvalles y Padura, así como con «los valientes gudaris que se pusieron bajo las
banderas de Don Tomás de Zumalakarregi, a quien no queremos olvidar. Y del Cura
Santa Cruz...». En 1965 se imploraba a los activistas de ETA: «lucha, dinamita,
insurrección, no dando tregua y haciendo la vida imposible al ocupante de nuestro
territorio». Al año siguiente el FNV venezolano aplaudía «entusiasmado a ETA y deplora
el inmovilismo del PNV». A ojos de los ultranacionalistas del destierro, «ahora, como
consecuencia de las circunstancias que van a darse, resultará que el Mendigoizale
estaba cargado de razón como no podía por menos». Empezaba a sonar «la hora
histórica del Euzko Mendigoizale Batza o “Jagi-Jagi”» 69.
70 Textos posteriores, de 1970, confirman que Matxari y su grupo de exiliados fueron los
primeros que creyeron detectar un hilo de continuidad entre Aberri, Jagi-Jagi y ETA. Al
año siguiente, tras el cisma de la organización en dos ramas enfrentadas, el órgano de
expresión de la obrerista ETA VI se sumaba a dicha teoría al acusar a la
ultranacionalista ETA V de ser «el heredero actual de dicha corriente radicalista
pequeño-burguesa iniciada por el hermano de Sabino Arana» y continuada por los
seguidores de Gudari. La revista de Matxari corrigió tal declaración: la ya por entonces
organización terrorista no descendía directamente de Aberri y Jagi-Jagi, sino que era
«hija del grupo sabindarra», es decir, del grupúsculo radicado en Venezuela. «Hemos
tenido siempre para nosotros», se aseguraba con orgullo, «que somos (el grupo
sabindarra, y antes Frente Nacional Vasco extendido en secciones en toda la América
Latina) los "padres” de ETA»70.
71 Y un día, como se había pronosticado, llegaron los tiros. El 7 de junio de 1968 el
automóvil robado en el que iban los etarras Iñaki Sarasketa y Txabi Etxebarrieta,
hermano pequeño de José Antonio y líder carismático de la banda, fue detenido en un
control rutinario de tráfico por el guardia civil José Antonio Pardines. El agente
comprobó que los números de la documentación y del bastidor del coche no coincidían.
En vez de desarmarlo, Txabi disparó a Pardines por la espalda. Una vez en el suelo, lo
remató. Al poco tiempo, el propio Etxebarrieta falleció en un tiroteo con agentes de la
Benemérita, sin que hayan sido aclaradas las circunstancias exactas del suceso.
Siguiendo la estela de la propaganda etarra, Frente Nacional Vasco aducía que «el pueblo
vasco sabe que los patriotas no mataron al guardia civil Pardines» mientras que la
muerte «de manera alevosa» de Txabi era un «monstruoso crimen de la Guardia Civil».
Ahora bien, cuando el 2 de agosto de 1968 un comando de ETA asesinó al comisario
Melitón Manzanas, las dudas se disiparon. «Ya está en marcha el nacionalismo vasco
por el único camino que se puede seguir para recuperar los derechos avasallados de la
Patria: la violencia». El FNV reconoció oficialmente que «la actual imponente
reactivación del sentimiento nacionalista vasco que se confronta en Euzkadi es honor
que le corresponde a la juvenil organización “ETA”, que ha desbordado todas las
timideces del viejo nacionalismo». Ese fue el tono dominante desde aquel momento en
las publicaciones editadas por los veteranos71.
72 En 1970 Sabindarra observaba que, «frente a la actitud de ETA, no encontramos ningún
argumento que oponer». Se trataba del «frente militar de la defensa de Euzkadi» que
iba a evitar que la patria desapareciese «a manos de las mismas manos criminales que
destruyeron Gemika». No respaldar a la organización era, en muchos sentidos, traición.
«Aplaudimos que ETA asalte Bancos (requisas); que se dinamite todos los días; que se
vuelen puentes; que se intente acabar con todas las Manzanas que pueda haber, que no
se le deje con vida a ningún chivato Otaegi...», se leía en otro número. «Hay “trabajo”
en Euzkadi, por Euzkadi, que no deja tiempo para descansar; y ha llegado la hora de
dominar el espíritu mojigato y lanzarse a recuperar la independencia de Euzkadi por la
violencia». Más explícitamente, en enero de 1971 el grupo de Matxari se ponía
literalmente «a la orden» de ETA y de EGI- Batasuna (Unidad), una escisión de las
juventudes del PNV que acabó integrándose en la banda, la cual constituía «la más
brillante organización juvenil patriótica vasca de todos los tiempos». En 1972 los
etarras secuestraron al industrial Lorenzo Zabala, lo que festejó Sabindarra: «el pueblo
vasco ha logrado imponer en Euzkadi una ley vasca, la ley de ETA, ley popular a
despecho de la invasora España». Y, tras la muerte del terrorista Jon Ugutz Goikoetxea
al ser abatido cuando huía de la policía, desde Venezuela se reclamaba «la hora del
lenguaje de los explosivos. A los crímenes no se les puede responder sino con crímenes.
¿Mata el Estado? ¡Hay que matar a los guardianes del Estado! Sin pena». Y así lo
hicieron los etarras, para alborozo de Sabindarra, el cual calificaba a un policía
asesinado como «perro guardián muerto». A fin de cuentas, «cuanto está haciendo ETA
son operaciones de guerra, guerra contra los invasores y contra los colonos o
“colaboracionistas”»72.
73 Entre los grupúsculos radicales del exilio y la organización etarra nunca hubo una
relación de igual a igual. Al hacer un repaso a la historia de sus conexiones, el grupo de
Matxari reconocía que «ETA, como hijo díscolo, no ha hecho sino buscarnos
inconvenientes, algunos hasta de cierta gravedad, como fue la tirantez que se estableció
a causa de ellos, entre el FNV de Caracas y el de México, entonces animado
fervorosamente por el gran patriota Jakinda (Gb)». Por otra parte, «en una ocasión
tuvimos que hacer verdaderos esfuerzos para no ser absorbidos por ETA, a quienes no
les importábamos como personas, ni como grupo, pero sí por las contribuciones que
siempre hemos podido arbitrar». En ese sentido, “no faltaron entre nosotros mismos,
miembros que titubearon (entre ellos México y Argentina), siendo que nos costó Dios y
ayuda y muchos disgustos, mantenemos como Frente Nacional Vasco, o como
“Sabindarra” después para no cejar en el nacionalismo de Jaungoikoa eta Lagizarra» 73.
74 A pesar de todo, en el haber de Matxari y sus partidarios podemos contar la transmisión
a ETA del objetivo estratégico de constituir un frente abertzale. Las distintas
agrupaciones del FNV llevaban años impulsando la idea pero la organización etarra no
la adoptó con todas sus consecuencias hasta 1964, año en que se hizo un primer
llamamiento público al resto de fuerzas nacionalistas para formar una alianza
estratégica contra «el opresor extranjero». Obtuvo respuesta de los más extremistas,
incluyendo a EMB, pero no así del PNV. Lo mismo ocurrió en 1965 y en 1967, cuando se
puso en marcha una campaña frentista con el lema BAI, Batasuna (Unidad), Askatasuna
(Libertad), Indarra (Fuerza). En aquella ocasión, como se reconoció posteriormente en
un boletín de ETA VI, se utilizaron «numerosos argumentos de unas hojas publicadas en
1965-1966 por Jagi-Jagi con el título “Frente Nacional Vasco”». Se trataba (una vez más)
de una confusión entre el nacionalismo radical de preguerra y sus epígonos
americanos. En realidad, los sextos se referían a las publicaciones de la sección
venezolana del FNV. El frentismo, es decir, la invitación al PNV para que se alejase de
los cauces parlamentarios y rompiera sus vínculos con las fuerzas vascas no
nacionalistas es una de las huellas indelebles que Gudari y sus continuadores han dejado
en el nacionalismo vasco radical de posguerra. Desde entonces la «izquierda abertzale»
comunista en base a los ingredientes maketos». Los miembros de ETA solo podían ser
«o nacionalistas o sólo socialistas; función completa, o sólo parcial y ésta discutible» 75.
76 Solo la Parca pudo acabar con la fidelidad que el grupúsculo venezolano guardaba a la
nacionalista ETA V. El número 37 de Sabindarra anunciaba la muerte de Matxari en 1973.
La revista fue editada tres veces más, pero al año siguiente desapareció. Por
consiguiente y careciendo de otras fuentes, la suerte de aquel colectivo a partir de 1974
nos es completamente desconocida. No obstante, y aunque este punto necesitaría una
mayor investigación, cabe plantearse que las actividades que los veteranos
ultranacionalistas habían desarrollado a favor de ETA pudieron servir de humus para
que posteriormente nacieran otras iniciativas en el mismo sentido. Por ejemplo, en
abril de 1979 se constituyó en Venezuela un Comité de apoyo a presos y exiliados
vascos, cuyo órgano divulgativo se denominó Iritzi (Opinión, 1979-1980), nombre cuya
grafía evocaba a la primera revista que Matxari había editado allí: Irrintzi. La finalidad
oficial de aquel organismo era «ayudar a nuestros gudaris», a quienes se animaba a
«continuar la lucha», pero, según Florencio Domínguez, en realidad se dedicó a
«facilitar la instalación de miembros de ETA» en Venezuela. Durante los dos años que
estuvo en funcionamiento se asentaron en el país un total de 25 etarras. El Comité se
desvaneció cuando en noviembre de 1980 el Batallón Vasco Español asesinó a su
presidente, Jokin Etxeberria, y a su esposa, Esperanza Arana. Esa ya es otra historia,
pero es necesario constatar que, como ha estudiado Domínguez, las conexiones de ETA
en Venezuela han sido duraderas y muy provechosas para la banda terrorista 76.
A modo de conclusión
77 Cuando en 1977 un periodista de Punto y Hora le preguntó a Trifón Echebarria qué había
sido de EMB, su respuesta fue: «no preguntes lo que era, porque aún lo es. Somos ya
viejos, pero “somos”». Y es que durante la Transición hubo un efímero intento de
reactivar el Euzkadi Mendigoxale Batza. Los supervivientes de sus dos batallones, como
probablemente ya venían haciendo durante la dictadura, se reunieron anualmente el
primer domingo de octubre para vivir «una jomada patriótica», que incluía misa y
comida. Tenemos constancia de algunos encuentros. Por ejemplo, 150 antiguos gudaris
de EMB acudieron a Santurce en 1977 y 250 a Loyola al año siguiente 77.
78 Los mendigoxales no se dedicaron solo a cultivar la nostalgia. También tuvieron una
discreta participación en la vida política del País Vasco. El más activo fue, sin duda,
Trifón Echebarria quien escribió diversos artículos y cartas al director en la prensa
nacionalista (Egin, Deia, Punto y Hora, etc.), en los que se opinaba sobre multitud de
cuestiones, como un eventual frente abertzale, la pureza del nacionalismo, el Estatuto de
Autonomía, la industria vasca («antivasca»), la construcción de la central nuclear de
Lemóniz, la amnistía a los presos de ETA o el homenaje a figuras como los hermanos
Arana y Telesforo Monzón. Pero también hubo posicionamientos colectivos. En 1976 los
jagi-jagis ya habían editado una hoja con motivo del Aberri Eguna: «la lucha que sostiene
el Pueblo Vasco ha sido, es y será dura. Cruenta. Ahora mismo, centenares de sus
mejores hijos se hallan huidos, encarcelados. Muchos son nuestros muertos. Hace aim
muy poco cayeron los últimos. Todos murieron con el nombre de Euzkadi en sus
labios». En el 100° aniversario de la Ley del 21 de julio de 1876 se señalaba que en
aquella ocasión «fuimos despojados de nuestra independencia económica y de nuestra
independencia militar, imponiéndonos, definitivamente, la ley extraña. Actualmente,
mujeres. Pero en ocasiones, algunos son, como lo fuera Eli Gallastegi, tan entregados,
dignos y elevados sobre la mediocridad, que se les parecen mucho». Sus ideas habrían
pasado a ETA a través de un «eslabón perdido», su hijo Gatari y José Antonio
Etxebarrieta. Gracias a ellos, el testigo lo habrían podido recoger otros etarras más
jóvenes, como los propios nietos de Gudari, a quienes en un artículo en Gara Lorenzo
consideraba «presos políticos del ocupante». Se trataba de «la misma guerra». Eli
Gallastegui y sus descendientes, según este autor, «han llevado la luz con el pulso firme
de tres generaciones. Hoy, cuando una parte de aquella historia se desvanece,
recordamos años de entrega, de lucha, de esperanzas. Ejemplo y memoria de futuro
donde vivirán y resistirán otras generaciones, en lucha por los mismos ideales» 81.
83 El hallazgo de un supuesto eslabón perdido entre Aberri y ETA ha sido utilizado por el
entorno intelectual de la «izquierda abertzale» para apuntalar la narrativa histórica de
un secular conflicto entre vascos y españoles y, por ende, para legitimar a posteriori el
terrorismo etarra. Sin embargo, como hemos visto a lo largo de estas páginas, el
contacto entre los ultranacionalistas de preguerra y posguerra tuvo poco que ver con
un proceso lineal y no puede personalizarse en Eli Gallastegui y su familia. Si es que
hubo cierta influencia de Gudari en la configuración de ETA, esta fue indirecta, a través
de intermediarios como APV o los grupúsculos del exilio americano, y es dudoso que
resultara crucial. Al menos hasta donde alcanzan las fuentes que hemos manejado, la
teoría del eslabón perdido carece de una base sólida. No tiene que ver con la
investigación rigurosa, sino con la propaganda: es una simplificación que responde a la
necesidad política de encajar los acontecimientos históricos en el rígido molde
narrativo del conflicto, incluso cuando para conseguirlo se hace preciso hacer una
lectura selectiva del pasado, deformándolo. Todo lo cual nos lleva a plantear una
reflexión que va más allá de este caso concreto: un historiador puede hacer historia o
puede hacer patria, pero no las dos cosas a la vez.
NOTAS
1. Este trabajo ha sido posible gracias a una subvención concedida por la Dirección de Víctimas y
Derechos Humanos del Gobierno vasco. Doy las gracias a Jesús Casquete, Virginia Gallego, Idoia
Estornes, José Luis de la Granja y Raúl López Romo por sus valiosas sugerencias para mejorar el
texto
original, así como a Florencio Domínguez, Javier Gómez Calvo, David Mota y Marco Perez por las
útiles referencias que me han aportado.
2. José Luis de la Granja, El siglo de Euskadi. El nacionalismo vasco en la España del siglo XX,
Madrid,
Tecnos, 2003. José Luis de la Granja y Gaizka Fernández Soldevilla, «Los nacionalistas heterodoxos
en la Euskadi del siglo XX », Alcores, n° 13, 2012, p. 165-186. Los afiliados al PNV son conocidos
como jeltzales (amantes o seguidores de JEL). El PNV se llama en euskera EAJ, Eusko Alderdi
Jeltzalea
(Partido Vasco de JEL) y JEL es el acrónimo del principal lema de Sabino Arana: «Jaungoikua eta
Lagizarra» (Dios y Ley Vieja o Fueros). Por economía del lenguaje, emplearé «nacionalistas» o
«abertzales» para referirme a los nacionalistas vascos en general.
3. Eugenio Ibarzabal, Manuel de Irujo, San Sebastián, Erein, 1977a, p. 159. Emilio López Adán, El
nacionalismo vasco en el exilio, 1937-1960, San Sebastián, Txertoa, 1977, p. 91. Gurutz Jáuregui,
Ideología y estrategia política de ETA. Análisis de su evolución entre 1959y 1968, Madrid, Siglo
XXI,
1985 (Ia de.: 1981), p. 123 y 143, y «ETA: orígenes y evolución ideológica y política», en Antonio
Elorza (coord.). La historia de ETA, Madrid, Temas de hoy, 2006, p. 179. Francisco Letamendia,
Historia del nacionalismo vasco y de ETA, San Sebastián, R&B, 1994, vol. I, p. 217. Jon Juaristi,
El bucle melancólico. Historias de nacionalistas vascos, Madrid, Espasa, 1997, p. 267. Antonio
Elorza, Ideologías del nacionalismo vasco 1876-1937 (De los «euskaros» Jagi Jagi), San Sebastián,
Haranburu, 1978, p. 464, y «Vascos guerreros», en Antonio Elorza (coord.), op. cit, 2006, p. 53-
59. José Luis Unzueta en Andrés de Blas Guerrero (dir.). Enciclopedia del nacionalismo, Madrid,
Tecnos, 1997, p. 149 y 346. José Luis de la Granja, El nacionalismo vasco. Un siglo de historia,
Madrid, Tecnos, 2002 (Ia ed.: 1995), p. 21. Santiago de Pablo, En tierra de nadie. Los nacionalistas
vascos en Alava, Vitoria, Ikusager, 2008, p. 382.
4. Iñaki Errasti, «Luces y sombras sobre Eli Gallastegi», Muga, n° 84, III-1993. Santiago de Pablo,
«Eli Gallastegi», en Santiago de Pablo et all. Diccionario ilustrado de símbolos del nacionalismo
vasco, Madrid, Tecnos, 2012, p. 395-406.
5. Iñaki Egaña Sevilla, Diccionario histórico-político de Euskal Herria, Tafaila, Txalaparta, 1996, p.
344. José Antonio Etxebarrieta Ortiz, Los vientos favorables. Euskal Herria 1839-1959, Tafaila,
Txalaparta, 1999. Elias Gali, astegui, Por la libertad vasca, Bilbao, E. Verdes, 1933, y Tafaila,
Txalaparta, 1993 (ed. de José María Lorenzo Espinosa). José María Lorenzo, Gudari. una pasión
útil.
Vida y obra de Eli Gallastegi (1892-1974), Tafaila, Txalaparta, 1992. Eduardo Renobales, Jagi-Jagi.
Historia del independentismo vasco, Bilbao, Ahaztuak 1936-1977, 2010. El primero que indicó que
Catari y Etxebarrieta servían de empalme entre Gudari y ETA fue Emilio López Adán, op. cit., p.
91.
En cierto modo también lo hacía Telesforo Monzón al afirmar que los «hombres más
trascendentes y
representativos que ha producido Euskadi en su historia nacional contemporánea han sido
Arana-Goiri,
Agine, Gallastegi y Argala». Telesforo Monzón, Hitzeko gizona, Bilbao, Anai Altea, 1993, p. 267.
6. Antonio Elorza, op. cit., 1978, p. 363-384. Jon Juaristi, op. cit., 1997, p. 236-244. Ludger Mees,
Entre
nación y clase. El nacionalismo vasco y su base social en perspectiva comparativa, Bilbao,
Fundación
Sabino Arana, 1991, p. 81-96. Santiago de Pablo, Ludger Mees y José Antonio Rodríguez Ranz, El
péndulo patriótico. Historia del Partido Nacionalista Vasco I: 1895-1936, Barcelona, Crítica, 1999,
p.
126-148.
7. Antonio Elorza, op. cit., 1978, p. 385-405. Ludger Mees, op. cit., 1991, p. 81-96.
8. Antonio Elorza, op. cit., 1978, p. 389-390. Jon Juaristi, op. cit., 1997, p. 207-268. Xosé M. Núñez
Seixas, «Irlanda», en Santiago de Pablo et al., op. cit., p. 547-562. José María Lorenzo, op. cit.,
1992,
p. 49-68.
9. Xosé Estévez, De la Triple Alianza al pacto de San Sebastián (1923-1930). Antecedentes de
Galeuzca,
San Sebastián, Universidad de Deusto, 1991, p. 363-458. José Luis de la Granja, op. cit., 2003, p.
82-84
y 102-103. Véanse los Aberri, 6 al 15-IX-1923.
10. Xosé Estévez, op. cit., p. 459 en adelante. José Luis de la Granja, op. cit., 2003, p. 59. José María
Lorenzo, op. cit., 1992, p. 156. Santiago de Pablo, Ludger Mees y José Antonio Rodríguez Ranz, op.
cit., vol. I, p. 170-184. Patria Vasca, n° 1, V-1928, y n° 5, IV-1930.
11. Santiago de Pablo, Ludger Mees y José Antonio Rodríguez Ranz, op. cit, vol. I, p. 195-208.
12. José Luis de la Granja, « El culto a Sabino Arana: la doble resurrección y el origen histórico de
Aberri
Eguna », Historia y Política, n° 15, 2006, p. 65-116. Sobre la evolución posterior del PNV, además
de
El péndulo patriótico, véanse Leyre Arrêta, Estación Europa: la política europeista del PNV en el
exilio (1945-1977), Madrid, Tecnos, 2007; y Ludger Mees, José Luis de la Granja, Santiago de Pablo,
y José Antonio Rodríguez Ranz, La política como pasión. El lehendakari José Antonio Aguirre
(1904-
1960), Madrid, Tecnos, 2014.
13. Polixene Trabudua, Artículos de amama, Bilbao, Fundación Sabino Arana, 1991, p. 127. Muga,
n° 4,
III-1980. Jagi-Jagi, n° 4, 8-X-1932, n° 11, 3-XII-1932 y n° 49, 16-IX-1933.
14. Gaizka Fernández Soldevilla y Raúl López Romo, Sangre, votos, manifestaciones. ETA y el
nacionalismo vasco radical (1958-2011), Madrid, Tecnos, 2012, p. 46-48.
15. Jagi-Jagi, n° 7, 29-X-1932, n° 36, 10-VI-1933, n° 47, 2-IX-1933, n° 62, 27-1-1934, n° 72, 14-
VII-1934,
y n° 74, 28-VII-1934. El testimonio de Urreztieta en Muga, n° 4, III-1980.
16. José Luis de la Granja, El oasis vasco. El nacimiento de Euskadi en la República y la Guerra
Civil, Madrid, Tecnos, 2007, p. 278. «Cárcel de Larrínaga», 16-IX-1931, ATEE (Archivo de Trifón
Echeberria, Etarte). La entrevista a Zumalabe en Garaia, n° 5, 30-IX-1976. «Carta de Manuel Irujo a
Jon Bilbao», 5-XI-1953 (http://www.euskomedia.org/fondo/4843). Jagi-Jagi, n° l, 17-IX-1932.
17. Iñaki Egaña Sevilla, Mario Salegi. La pasión del siglo XX, Tafalla, Txalaparta, 1999, p. 22.
Eugenio
Ibarzabal, Koldo Mitxelena, San Sebastián, Erein, 1977b, p. 39. José María Tápiz, El PNV durante
la II República (organización interna, implantación territorial y bases sociales), Bilbao, Fundación
Sabino Arana, 2001, p. 261 y 351-363. Carmelo Landa Montenegro, «Violencia política y represión
en la II República: el nacionalismo vasco», Cuadernos de Alzate, n° 27, 2002, p. 89-119. Femando
del
Rey, «Reflexiones sobre la violencia política en la II República», en Mercedes Gutiérrez Sánchez y
Diego Palacios Cerezales (eds.). Conflicto político, democracia y dictadura. Portugal y España en
la
década de 1930, Madrid, Centro de Estudios Políticos y Constitucionales, 2007, p. 17-97. Garaia, n°
5, 30-IX-1976. Jagi-Jagi, n° l, 17-IX-1932, n° 4, 08-X-1932, n° 11, 3-XII-1932, n° 27, l-IV-1933, y n° 33,
20-V-1933.
18. «Carta de Eli Gallastegui a Manuel Irujo», 19-VII-1962 (http://www.euskomedia.org/fondo/
2445). José
Antonio Etxebarrieta, op. cit., p. 105. Los mendigoxales tuvieron relación con el sector más
extremista
del movimiento nacionalista catalán. A través de esa vía el grupo de Gallastegui pudo haber
mantenido
cierto contacto con el nacionalsocialismo alemán. Al menos eso se deduce de la documentación
que ha
estudiado Xosé M. Núñez Seixas, «Nacionalismos periféricos y fascismo. Acerca de un
memorándum
catalanista a la Alemania nazi (1936)», Historia Contemporánea, n° 7, 1992, p. 311-333.
19. Antonio Elorza, op. cit., 1978, p. 441-443. José Luis de la Granja, Nacionalismo y II República en
el País Vasco. Estatutos de autonomía, partidos y elecciones. Historia de Acción Nacionalista
Vasca: 1930-1936, Madrid, Siglo XXI, 2008 (Ia ed.: 1986), p. 465-468. José María Tapiz, op. cit, p.
359. Las fronteras entre el partido y la Federación de Montañeros no estaban del todo claras.
Todavía en los años cuarenta algunos nacionalistas creían seguir militando, a la vez, en el PNV y
en Jagi-Jagi, como se puede comprobar en las cartas de dos mendigoxales en AN (Archivo del
Nacionalismo Vasco de la Fundación Sabino Arana), DP 0932 02.
20. Manuel Fernández Etxeberria {Matxari), Euzkadi, patria de los vascos. 125 años en pie de
guerra contra España, Pamplona, Ami-Vasco, 1965, p. 104. Muga, n°4, III-1980.
21. José Luis de la Granja, op. cit., 2007, p. 161 y 278. Jagi-Jagi, n° 85, 18-1-1936, n° 86, 25-1-1936
y n° 101, 16-V-1936. La idea de crear un «frente nacional» también estaba presente en el libro del
Qxaberriano Manuel Eguileor, Nacionalismo vasco, s.l., s.e., 1936, p. 76-82. Sobre posteriores
proyectos de constitución de un frente abertzale véase Gaizka Fernández Soldevilla y Raúl López
Romo, op. cit, p. 97-116.
22. Jon Juaristi, op. cit., 1997, p. 261-266. José Luis de la Granja, op. cit., 2007, p. 313-316. Lorenzo
Sebastián García, «Euzkadi Mendigoxale Balza durante la guerra civil española», Cuadernos de
Sección. Historia-Geografía, n° 23, 1995, p. 344. Interesantes documentos, así como las opiniones
de
Arana, Zabala y Gallastegui en Federico Krutwig, Vasconia, Pamplona, Herritar Berri, 2006 (Ia ed.:
1963), p. 385-399 y 407-408. Algún antiguo mendigoxale se unió al bando franquista. Fue el caso
de
José Ignacio Preciado Mues, exredactor jefe de Euzkadi en Álava, quien escribía desde el frente de
Somosierra: «Religión, Patria, Ley, Familia, Propiedad. A su defensa se ha entregado» el
voluntario
del bando «nacional». «El espiritualismo contra el materialismo. La luz en guerra contra las
tinieblas»
(Pensamiento alavés, 26-X-1936).
23. Lorenzo Sebastián García, op. cit., p. 347. Francisco Manuel Vargas, «Los Batallones de los
Nacionalismos Minoritarios en Euzkadi: ANV, EMB, STV (1936-1937)», Vasconia, n° 32, 2002, p.
539-543 y 546. Martín Ugalde, Lezo Urreiztieta (1907-1981). Biografia, San Sebastián, Elkar, 1990.
24. José Luis de la Granja, op. cit, 2007, p. 314-315. Lorenzo Sebastián García, op. cit., p. 342-347.
Francisco Manuel Vargas, «El Partido Nacionalista Vasco en guerra: Euzko Gudarostea
(1936-1937)
», Vasconia, n° 31, 2001, p. 310-311. Xosé M. Núñez Seixas, «Los nacionalistas vascos durante la
Guerra Civil (1936-1939): una cultura de guerra diferente», Historia Contemporánea, n° 35, 2007,
p.
559-599. Ronald Fraser, Recuérdalo tú y recuérdalo a otros. Historia oral de la Guerra civil
española,
Barcelona, Crítica, 2001 (Ia ed. 1979), p. 256-257. Patria Libre, n° 14, 2-IV-1937. Las citas en
Federico
Krutwig, op. cit., 2006, p. 401-411.
25. Lorenzo Sebastián García, op. cit., p. 339-354. Patria Libre, n° 10, 4-III-1937, y n° 13, 28-
III-1937.
Jagi-Jagi, n° 113, 1-1947.
26. Jagi-Jagi, n° 111, VII-1946. «Pacto de Bayona», 31-III-1945, en Santiago de Pablo, José Luis de la
Granja, y Ludger Mees, Documentos para la historia del nacionalismo vasco, Madrid, Ariel, 1998,
p. 129-130. A dicho acuerdo habría que sumar, según Renobales, el hecho de que en octubre de
1947
la dirección de EMB acatase el Estatuto de autonomía, aunque siempre «como punto de partida
de
reivindicaciones futuras». Eduardo Renobales, op. cit., p. 145.
27. La propuesta de 1938 en Federico Krutwig, op. cit., 2006, p. 409-411. Las otras en AN, PNV
025907,
AN, DP 093202, AN, EBB 030403 y AN, EMB 47-50 Microfilm.
28. Jagi-Jagi, n° 111, VII-1946, n° 112, X-1946,n° 113,1-1947,y n° 114, IV-1947. «Vascos!
Compatriotas!»,
1-1947, AN, PNV 016019.
29. Jagi-Jagi, n° 111, VII-1946. «Vascos! Compatriotas!», 1-1947, AN, PNV 016019. Gaizka
Fernández
Soldevilla, «Ecos de la Guerra Civil. La glorificación del gudari en la génesis de la violencia de
ETA (1936-1968)», Bulletin d'histoire contemporaine de l’Espagne, n° 49, 2014a, p. 247-262. Jesús
Casquete, En el nombre de Euskal Herria. La religión política del nacionalismo vasco radical,
Madrid,
Tecnos, 2009.
30. José Luis de la Granja, op. cit., 2003, p. 58. «Carta de Manuel Irujo a Antonio Ruiz de Azua», 11-
X-
1962 (http://www.euskomedia.org/fondo/2046). La cita de Gallastegui en Federico Krutwig, op.
cit.,
2006, p. 407. Jon Juaristi, op. cit., 1997, p. 262. Iñaki Errasti, op. cit.
31. «Carta de Eli Gallastegui a Javier Gortázar y Ceferino Jemein», 13-XII-1950, AN, PNV 0249 03.
«Carta
de Manuel Irujo a Eli Gallastegui», 31-XII-1964 (http://www.euskomedia.org/fondo/26351).
«Carta de
Manuel Irujo a Jon Bilbao», 5-XI-1953 (http://www.euskomedia.org/fondo/4843).
32. La cita de Loyola en Euzko Deya, n° 303, IX-1965. «Carta de Antonio Ruiz de Azua a Manuel
Irujo»,
X-1962 (http://www.euskomedia.org/fondo/2046). La carta de Jemein, fechada el 12-VII-1950, cit.
en
Marco Perez, «Luis Arana e la corrente ortodossa del PNV nel dopoguerra spagnolo (1939-1951) »,
Spagna Contemporanea, n° 43,2013, p. 72. Gaizka Fernández Soldevilla, op. cit, 2014a. Mucho
tiempo
después, durante la Transición democrática, el sector aranista del PNV vizcaíno encabezado por
Anton
Ormaza, luego denominado Euzkotarrak, reivindicó simbólicamente las figuras de Luis Arana y
Eli
Gallastegui en su pugna contra el liderazgo de Xabier Arzalluz (Egin, 7-VI-1980, y El País, 30-
III-1982).
33. «Los vascos unidos en el día de su patria», 1950, AN, PNV 030403. «¡Euzkadi Nación, lo
primero»,
1950, y «Carta de Javier Gortázar a Manuel Irujo», 18-XI-1950 (http://www.euskomedia.org/
PDFFondo/irujo/12217.pdí). «Euzkotarrak!», 25-XI-1954, AN, PNV 008706. «Euzkotarrak! Vascos!
Compatriotas!», III-1958, AN, PNV 0087 06. «Carta abierta a Manuel de Iruxo», 1961, AN, PNV
0020 08. «Carta de Agustín Zumalabe a Francisco Javier de Landáburu», 4-XII-1961 (http://
www.euskomedia.org/fondo/7874). «Frente Nacional Vasco», X-1967, AN, PNV 008706.
34. Santiago de Pablo, Ludger Mees y José Antonio Rodríguez Ranz, El péndulo patriótico.
Historia
del Partido Nacionalista Vasco, II: 1936-1979, Crítica, Barcelona, 2001, p. 262. «Carta de Manuel
Irujo a Antonio Ruiz de Azua», ll-X-1962 (http://www.euskomedia.org/fondo/2046). «Carta de Eli
43. Manuel Fernández Etxeberria, op. cit., p. 224 y 228. Irrintzi, n° 15, 1961. Sabindarra, n° 3,
IV-1970,
n° 5, VI-1970, n° 17, VI-1971, y n° 18, 1971. Euzkadi Azkatuta, s.f., y n° 66, IV-1963.
44. Manuel Fernández Etxeberria, op. cit., p. 101-102. Irrintzi, n° 8, 1959. «JEL. Euzko Alderdi
Jeltzalia.
Carta circular», n° 1, 1963, AN, PNV 0075 06. Euzkadi Azkatuta, s.f., 1958, n° 66, IV-1963, y n° 87,
1-1965. La disyuntiva «patriotas o traidores» ya aparecía en Zutik (Caracas), n° 4, 1960. El difunto
Aguirre era calificado como «antiguo abertzale y luego recalcitrante político profesional»
caracterizado
por ser «tergiversados, «traidor» y «españolizante» («Manifiesto informe del Frente Nacional
Vasco
(Euzko Aberri Alkartasuna) Delegación de Venezuela», 1966). Leizaola era considerado un
«tristemente
famoso traidor vasco» {Frente Nacional Vasco, n° 5,1-1965) y, cinco años después, un «agente
español
del Estatuto», cuya visita a Venezuela respondía al objetivo de «sembrar la discordia entre los
vascos»
(Sabindarra, n° 11, XII-1970). A Monzón se le acusaba de haberse «entregado» a las derechas
españolas
(Irrintzi, n° 12, 1960). Euzkadi Azkatuta, s.f., ironizaba: «en la reunión celebrada en San Sebastián
por
el Partido Monárquico Vascongado Autónomo, ha sido nombrado presidente honorario el Sr.
Telesforo
Monzón».
45. Manuel Fernández Etxeberria, op. cit., p. 101-102 y 115-116. Irríntzi, n° 11, 1960, y n° 14, 1961.
Euzkadi Azkatuta, s.f., 1958, y n° 66, IV-1963. Tximistak, 1-1966. Frente Nacional Vasco, n° 9, 1965,
n° 15, 1966, y n° 16. 1966. Sabindarra, n° 8, IX-1970, n° 11, XII-1970, y n° 18, 1971.
46. Manuel Fernández Etxeberria, op. cit., p. 101-102 y 115-116. Irrintzi, n° 11, 1960, y n° 14, 1961.
Euzkadi Azkatuta, s.f., 1958, y n° 66, IV-1963. Tximistak, 1-1966. Frente Nacional Vasco, n° 9, 1965,
n°
15, 1966, y ii° 16, 1966. Sabindarra, n° 8, IX-1970,n° 11, XII-1970, y n° 18, 1971.
47. Euzkadi Azkatuta, 1958, y n° 66, IV-1963. Irrintzi, n° 13, 1960. Euzko Gaztedi, VI-1966.
Sabindarra, n°
11, XII-1970. «Manifiesto de Caracas», X-1960, AN, PNV 007506.
48. Gaizka Fernández Solde villa, op. cit., 2014a. Euzkadi Azkatuta, s.f. y 1964. Frente Nacional
Vasco,
n° 2, 1964, n° 7, 1964, y n° 9, 1965. Sabindarra, n° 3, IV-1970, y n° 34, III-1973. Manuel Fernández
Etxeberria, op. cit., p. 87 y 100.
49. Tximistak, VI-1961. III-1962, VIII-1963, 28-XM963, y VI-1966. Euzkadi Azkatuta, s.f., n°
15,1-1959,
y n° 30, IV-1960. Frente Nacional Vasco, n° 1, 1960. Euzko Gaztedi, VI-1966, y V/VI-1966.
«Manifiesto
informe del Frente Nacional Vasco (Euzko Aberri Alkartasuna) Delegación de Venezuela», 1966.
La
cita de Itarko en Gudari, n° 7,1-1962.
50. José Luis Álvarez Enparantza, Euskal Herria en el horizonte, Tafalla, Txalaparta, 1997, p. 177.
Gurutz
Jáuregui, op. cit., 1985, p. 460. Gaizka Fernández Soldevilla y Raúl López Romo, op. cit. Gaizka
Fernández Soldevilla, «El simple arte de matar. Orígenes de la violencia terrorista en el País
Vasco»,
Historia y Política, n° 32, 2014b, p. 271-298.
51. Gaizka Fernández Soldevilla, Héroes, heterodoxos y traidores. Historia de Euskadiko Ezkerra
(1974-
1994), Madrid, Tecnos, 2013a, p. 50-52. Gaizka Fernández Soldevilla, op. cit., 2014a, p. 255-258. El
testimonio de Madariaga en Punto y Hora, 18 al 14-VIII-1977. El de Benito y Aguirre en Muga, n°
3,
11-1980.
52. El Manifiesto de ETA en Santiago de Pablo, Ludger Mees y José Antonio Rodríguez Ranz, op.
cit, vol.
II, p. 235.
53. Gurutz Jáuregui, op. cit., 1985, p. 75-83. Gaizka Fernández Soldevilla y Raúl López Romo, op.
cit. La
cita de Krutwig en Muga, n° 2, IX-1979.
54. Antoni Batista, Madariaga. De las armas a la palabra, Barcelona, RBA, 2008, p. 67. José Luis
Álvarez
Enparantza, op. cit., p. 168 y 170. José Luis Unzueta, Los nietos de la ira. Nacionalismo y violencia
en el País Vasco, Madrid, El País Aguilar, 1988, p. 59. Cameron J. Watson, Basque Nationalism and
Political Violence: The Ideological and Intellectual Origins of ETA, Reno, Universidad de Nevada,
2007, p. 223. Punto y Hora de Euskal Herria, n° 49, 18 al 14-VIII-1977. «Carta de Txillardegi a
Manuel Irujo», 23-VII-1971, AN, PNV 009002. Zutik (Caracas), n° 8, 1960. Otro ejemplo del respeto
que la nueva generación sentía hacia sus mayores fue la reseña que Txillardegi escribió de
Vasconia
en Zutik, n° 16, 1963. El texto era favorable a la obra, pero contenía algunos reproches. Uno de
ellos
era que Krutwig había criticado con demasiada dureza la actuación del PNV durante la II
República
y la Guerra Civil. Como desagravio, Álvarez Enparantza proclamaba «aquí, pública y
sinceramente,
y no es la primera vez, mi respeto y mi reconocimiento a los hombres que encamaron la voluntad
de
Euzkadi en aquellos dificilísimos momentos». «No se puede poner en duda el mérito enorme del
Partido
Nacionalista Vasco en aquellos años». Para concluir, Txillardegi brindaba «el homenaje sincero
de
admiración a aquella generación de héroes. En esto “Vasconia” es injusto, y no dialéctico».
55. José Luis Álvarez Enparantza, op. cit., p. 172 y 175. José Antonio Etxebarrieta, op. cit, p. 142.
Gurutz
Jáuregui, op. cit, 1985, p. 123. José María Lorenzo, op. cit, 1992, p. 265-266. Eduardo Renobales, op.
cit., p. 174. José María Lorenzo, « Emon argia », en José Antonio Etxebarrieta, op. cit, p. 21. Muga,
n° 1, VI-1979, n° 2, LX-1979 y n° 3,11-1980, y Punto y Hora de Euskal Herria, n° 134, 27-VII-1979,
n°
150, 8 al 15-XI-1979, y n° 151, 15 al 22-XI-1979. Txillardegi sí conoció a Eguileor, quien le pareció
«muy viejo». «Solo mucho más tarde me he dado cuenta de que aquel Manu Egileor, seguidor de
Eli
Gallastegi, había pertenecido a Jagi-Jagi». Se seguía equivocando en este último dato, pues no fue
así.
De cualquier manera, «cuando en 1971 estaba con Monzón en Salles d’Armagnac, conocí a Manu
Sota,
ya sólo supe muchos años más tarde que él también había sido de Jagi-Jagi». «A Eguileor»,
recordaban
sus hijas, «le visitaron algunos de los fundadores de ETA: no estaba de acuerdo con ellos. Fue
contrario
a ETA por la violencia» («Entrevista a Teresa y Karmele Eguileor», Bilbao, 27-III-2006, realizada y
cedida por José Luis de la Granja).
56. «Carta de Txillardegi a un miembro de ETA de Caracas», 10-IV-1964, AN, PNV 036802. Email
de
Eduardo Uri arte al autor, 20-IV-2014.
57. «Carta abierta a Manuel de Iruxo», 1961, AN, 032204. Muga, n° 4, III-1980. El testimonio de
Eneko
Irigarai en Pilar Iparragirre, Félix Likiniano. Miliciano de la utopía, Tafalla, Txalaparta, 1994, p.
83. El de Txillardegi en Eugenio Ibarzabal (ed.), 50 años de nacionalismo vasco 1928-1978 (a través
de sus
protagonistas), San Sebastián, Ediciones Vascas, 1978, p. 371. José Luis de la Granja,
«Mendigoizale», en Enciclopedia Auñamendi (http : //www. euskomedia. orgIaunamendi/78073).
58. José Luis Álvarez Enparantza, op. cit, p. 207. Amaia Eregaña, Marc Légasse. Un rebelde burlón,
Tafalla, Txalaparta, 1997, p. 116-117. Federico Krutwig, op. cit., 2006. Federico Krutwig, Años de
peregrinación y lucha, Tafalla, Txalaparta, 2014, p. 26-27 y 68-69. Federico Krutwig, La cuestión
vasca. ETA Askatasuna ala hil, s.l. s.e., 1965, sin paginación. Henrike Knörr, «Federico Krutwig
ya en el recuerdo», El País, 17-XI-1998. Francisco Letamendia, op. cit, p. 282. Gaizka Fernández
Soldevilla y Raúl López Romo, op. cit., p. 55-57 y 264-266. Gaizka Fernández Soldevilla, op. cit.,
2013a, p. 53-54 y 57. Muga, n° 2, IX-1979. Zutik, n° 16, 1963, y n° 19, 1964. Alderdi, n° 203, III-1964.
59. José Antonio Etxebarrieta, op. cit., p. 92. Iker Gallastegi Miñaur, «El año en Donibane», en José
Antonio Etxebarrieta, op. cit. p. 31-35. José María Garmendia, «ETA: nacimiento, desarrollo y
crisis
(1959-1978)», en Antonio Elorza (coord.), op. cit, p. 102-103. Equipo Hordago, Documentos Y,
San Sebastián, Hordago, 1979-1981, voi. VII, p. 77. Federico Krutwig, op. cit, 2014, p. 29 y 73-89.
Emilio López Adán, op. cit., p. 91. José María Lorenzo, Txabi Etxebarrieta. Armado de palabra y
obra.
Tafalla, Txalaparta, 1993, p. 59-62. Gregorio Morán, Los españoles que dejaron de serlo. Cómo y
por
quéEuskadi se ha convertido en la gran herida histórica de España, Barcelona, Planeta, 2003 (Ia
ed.:
1982), p. 320-323. José Luis Unzueta, op. cit., 1988, p. 161-167. Muga, n° 2, IX-1979. Azkatuta, n° 2,
XL 1961. Euzkadi Azkatuta, IX-1961. Sabindarra, n° 22, XI/XII-1971. Las cartas entre José Antonio
Etxebarrieta y su amigo Jokin I., 13 y 22-III-1962, en AN, PNV 036802.
60. Eugenio Ibarzabal, op. cit., 1977a, p. 149. Federico Krutwig, op. cit., 2006, p. 609-618. José Luis
Unzueta, «Epílogo: Regreso a casa», en Antonio Elorza (coord.), op. cit., p. 445-446. Zutik
(Caracas),
II° 15, 1961, y n° 16, 1962. Gudari, n° 8, II/III-1962. Tximistak, III-1962. Euzkadi Azkatuta, s.f., y n°
53, IiI-1962. «Caita de José Antonio Etxebarrieta a JI», 13-III-1962. «Carta de Manuel Irujo a
Ignacio
Unceta», 7-XI-1961, en AN, PNV 009002.
61. Los artículos de Irujo en Alderdi, n° 180-181, 1962, y n° 182, V-1962, y EuzkoDeya, n° 265,
VII-1962.
Itarko publicó otro texto en la misma línea en Euzko Deya, n° 266, VIII-1962. Gallastegui creía que
otro
artículo de este mismo autor, publicado en Gudari, n° 7,1-1962, contenía un ataque personal
contra él,
pero aquella acusación parece fruto de su por entonces exacerbada susceptibilidad. Las decenas
de cartas
entre Eli Gallastegui y Manuel Irujo en AN, PNV 009002, http://www.euskomedia.org/PDFFondo/
iruj0/2445.pdf, http ://www.euskomedia.org/fondo/2046 y http://www.euskomedia.org/fondo/
26351.
En enero de 1974 Irujo escribió por última vez a su antiguo amigo. «Un incidente desagradable
nos
alejó. Déjame que te pida perdón en lo que falté y te ruegue seas generoso conmigo y volvamos a
las relaciones de amistad que antes tuvimos». «Afortunadamente, pues le hubiese causado un
nuevo
disgusto, ha llegado demasiado tarde», le contestaron los hijos de Eli Gallastegui devolviéndole su
carta. Gudari ya había fallecido.
62. «Euzko Abertzale Laguntza», X-1958, AN, PNV 008706. Punto y Hora de Euskal Herria, n° 68,
29-
XII-1977 al 4-1-1978. José María Lorenzo, «Trifón Etxebarría “Etarte”. Una biografía nacionalista»,
en Iñigo Urkullu (coord.). Cien años de nacionalismo vasco: de la clandestinidad al autogobierno,
Bilbao, Fundación Sabino Arana, 1998, p. 142 y 144. De sus escritos se desprende que fitarfó
también
tuvo cierto papel en la creación de Anai Artea (Entre Hermanos) en 1969, asociación fundada por
Telesforo Monzón y el sacerdote Piarres Larzabal para dar cobijo a los etarras refugiados en el
País
Vasco francés (Sin título, 1977, ATEE).
63. Euzko Abertzale Laguntza-Ayuda Patriótica Vasca, VII-1972. Los datos sobre las delegaciones
de APV
en José María Lorenzo y Eduardo Renobales, Trifón Etxebarría «Etarte». Biografía de un
abertzale,
<https://borrokagaraia.files.wordpress.com/2013/02/etarte-jmle.pdf>.
64. Euzko Abertzale Laguntza-Ayuda Patriótica Vasca, IV-1974. Lo cual, añadía el texto, «no
impedía
su posición inquebrantable de retiro voluntario, que siempre fue respetada e interpretada por sus
correligionarios».
65. Jon Juaristi, «Fanatismos», Abc, 14-VI-2009, y «Breve historia de una saga sabinista. Cuando la
estupidez precede al crimen», Papeles de Ermua, n° 4, XII-2002. Las declaraciones de Gatari en El
País, 23-VI-2009. Véase también Lander Gallastegi, «Réplica a Jon Juaristi», Gara, 25-VIII-2002.
Sobre otras sagas de etarras véase Florencio Domínguez, «Terrorismo en familia», El Correo, 20-
IV-
2009.
66. Irrintzi, n° 8, 1959. Tximistak, 1-1961, III-1962. Euzkadi Azkatuta, n° 30, IV-1960, y IX-1961.
Zutik
(Caracas), n° 4, 1960.
67. Peru Ajuria y Koldo San Sebastián, op. cit, p. 101-102 y 146-147. Florencio Domínguez, ETA:
Estrategia organizativa y actuaciones, 1978-1992, Bilbao, UPV-EHU, 1998, p. 122. Equipo Hordago,
op. cit., vol. I, p. 432. Gregorio Morán, op. cit., p. 33. Zutik (Caracas), n° 1, 1960, n° 4, 1960, n° 10,
1961, n° 11, 1961, n° 48, X-1964, n° 49, XI-1964 y n° 58, EXX-1965. Memoria del Gobierno Civil de
Guipúzcoa de 1961, 1962, AHPG (Archivo Histórico Provincial de Guipúzcoa), Caja 3673/0/1.
Frente
Nacional Vasco, n° 1, 1960, y n° 2, 1964. Euzkadi Azkatuta, IX-1961, n° 81, VII-1964, y n° 87,1-1965.
Boletín del Consejo de Contribución a la Resistencia Vasca, n° 7, 1965.
68. Iñaki Egaña Sevilla, op. cit., 1999, p. 131-133. John Sullivan, El nacionalismo vasco radical,
1959-
1986, Madrid, Alianza, 1988, p. 57. «Manifiesto de ETA al Pueblo Vasco», 1-1-1964, en Equipo
Hordago, op. cit., voi. III, p. 195. Zutik, n° 22, 1964, n° 26, 1964 y n° 27, 1965. Zutik (Caracas), n° 48,
X-1964. Frente Nacional Vasco, n° 2, 1964. Euzkadi Azkatuta, n° 81, VII-1964, y n° 87,1-1965.
Boletín
del Consejo de Contribución a la Resistencia Vasca, n° 4, 1965, n° 7, 1965, y n° 10, 1965.
Sabindarra, n°
22, XI/XII-1971. En 1965 ETA reconocía que «hoy nos llegan cantidades más importantes que
nunca»
(Zutik, n° 32, 1965). A pesar de lo cual la organización siguió sufriendo un crónico déficit
financiero,
lo que llevó a su Comité Ejecutivo a ensayar un fallido atraco en Vergara, tras el que fue detenido
su
máximo dirigente, José Luis Zalbide. Los etarras no consiguieron realizar con éxito una «requisa»
hasta
1967.
69. Frente Nacional Vasco, n° 2, 1964, n° 7, 1965, n° 13, 1965, n° 21, 1966, y n° 38, 1968. Tximistak,
1-1964,
V-1964, VII-1964, 1-1966, VI-1966, IV-1966, y VII-1966. Euzkadi Azkatuta, 1961, n° 75, 1-1964, y n°
76,11-1964. Manuel Fernández Etxeberria, op. cit., p. 101 y 105.
70. Tximistak, I-1966, Sabindarra, n°2, 1970, n°5, VI-1970, n°13, 11-1971, n°19, VIII-1971 y n°22,
XI/XII-
1971. Zutik, n° 53, IX-1971. También Manuel Irujo percibía las similitudes entre los
ultranacionalistas
del exilio americano y la nueva generación. Según este dirigente del PNV, «ETA es, en su
programa,
como el FN, pero con la diferencia de que es aconfesional, escribe en anticlerical y se propone
lograr
sus finalidades por la violencia como norma». En su opinión, la diferencia esencial entre ambos
grupos
radicaba en que el Frente era de «extrema derecha» y ETA de «extrema izquierda». Cit. en José
Félix
Azurmendi, op. cit., p. 45.
71. Frente Nacional Vasco, n° 40, 1968, y n° 41, 1968.
72. Sabindarra, n° 2, 1970, n° 3, IV-1970, n° 7, VIII-1970, n° 8, IX-1970, n° 11, 1970, n° 12,1-1971, n°
13,
11-1971, n° 17, VI-1971, n° 23,1-1972, n° 24, 11-1972, n° 25, 1972, n° 27, VI-1972, n° 29, VIII-1972, y
n° 31,11-1973.
73. Sabindarra, n° 22, XI/XII-1971. En el Irrintzi, n° 5, 1958, se reproduce una carta de unos
militantes
donostiarras de EGI en la que se podía leer la «alegría» que les había producido la lectura de la
revista.
«Nos parecen muy acertadas sus tendencias. Es preciso hablar duro en estos tiempos en que los
abertzales, la mayoría por lo menos, están sumidos en un profundo sueño». Dada la fecha (17-
IX-1958)
es imposible saber a cuál de las dos facciones en las que por entonces estaba dividida EGI
pertenecían los
remitentes, si a los que poco después formaron ETA o a los que continuaron como juventudes del
PNV.
74. Peru Ajuria y Koldo San Sebastián, op. cit., p. 101. Gaizka Fernández Soldevilla y Raúl López
Romo,
op. cit., p. 97-116. José María Garmendia, Historia de ETA, San Sebastián, Haranburu, 1996 (Ia ed.:
1979-1980), p. 328. Gurutz Jáuregui, op. cit., 1985, p. 120, 273-279 y 288-289. Eduardo Renobales,
op. cit., p. 157. Zutik (Caracas), n° 47, IX-1964. Zutik, n° 44,1-1967. Zutik (ETA VI), n° 53, IX-1971.
«Informe de la reunión tenida lugar en Biarritz», 27-III-1971, AN, PNV 008201.
75. Gaizka Fernández Soldevilla y Raúl López Romo, op. cit., p. 299-300. Gaizka Fernández
Soldevilla,
«El precio de pasarse al enemigo. ETA, el nacionalismo vasco radical y la figura del traidor»,
Cuadernos
de Historia Contemporánea, n° 35, 2013b, p. 89-110. Frente Nacionalista Vasco, n° 13, 1965, n° 14,
1966, n° 20, 1966, n° 27, 1967, n° 31, 1967, y n° 37, 1968. Sabindarra, n° 2, 1970, n° 4, V-1970, n° 5,
VI-1970, n° 7, VIII-1970, n° 8, IX-1970, n° 17, VI-1971, n° 19, VIII-1971, y n° 22, XI/XII-1971. Zutik
(Caracas), n°58, IX/X-1965.
76. Sabindarra, n° 37, 1973, y n° 40, 1974. Egin, 21-IV-1979. El País, 15-XI-1980. Iritzi, n° 1, X-1979.
Florencio Domínguez, op. cit., 1998, p. 123. Florencio Domínguez, Las conexiones de ETA en
América,
RBA, Barcelona, 2010.
77. Punto y Hora de Euskal Herria, 22 al 28-EX-1977. Egin, 4-X-1977, y 5-X-1978.
78. «Nación e independencia», 25-X-1977, y «Al pueblo vasco», 25-XI-1978, BBL (Biblioteca de los
Benedictinos de Lazcano). «Aberri-Eguna 1976», 1976, «Menpetasuna. Azkatasuna», 21-VII-1976,
«Al pueblo vasco», VI-1977, «De independencia a autonomía», 21-VII-1977, «Aberri-Eguna 1882-
1932-1977», 1977, «Azkatasuna. Independencia», 26-1-1978, «Aberri-Eguna 1978», 1978, ATEE.
Garaia, 6 al 13-1-1977. Punto y Hora de Euskal Herria, 9 al 15-III, 3 al 11-V y 22 al 28-IX-1977, 21
al 28-VI, 13 al 20-IX y 18 al 25-X-1979. Trifón Echebarria conservó numerosos borradores, cartas
al
director y artículos en su archivo personal.
79. Punto y Hora de Euskal Herria, 22 al 28-IX-1977. Muga, n° 4, III-1980. «Carta de Kerman Ortiz
de
Zarate a Trifón Echebarria», 22-IX-1977, ATEE.
80. En una carta en la que le reprochaba al presidente del PNV vizcaíno su asistencia al funeral de
una
víctima del terrorismo, confesó: «no me da vergüenza decir que ni soy de ETA ni valgo para
matar una
mosca. Si lo fuera, lo diría igual. Simplemente soy un patriota sabiniano» («Carta de Trifón
Ecebarria a
Antón Ormaza», 22-X-1977, ATEE).
81. José María Lorenzo, op. cit., 1992, p. 49-68, «15 de julio de 1998: El día que murió “Egin”»,
Gara,
15-VII-2008, « Gudari: 120 años, tres generaciones », Gara, 3-V-2012, y « La muerte de un patriota
»,
Gara, 13-VII-2014.
RESÚMENES
Este artículo analiza la historia del nacionalismo vasco radical desde el ocaso de la Restauración
hasta los años setenta del siglo XX, identificando las rupturas y continuidades que se
experimentaron en su seno. El objetivo del trabajo es dilucidar si hubo o no un hilo entre el
Cet article analyse l’histoire du nationalisme basque radical depuis le déclin de la Monarchie de la
Restauration jusqu’aux années 1970. Il identifie ses ruptures et ses continuités. Le but de ce
travail est déterminer s’il y a eu un fil entre le mouvement ultranationaliste avant la Guerre
d’Espagne, celui d’Aberri et Jagi-Jagi, et la nouvelle génération nationaliste apparue pendant la
dictature de Franco et représentée par ETA.
This article discusses the history of Basque radical nationalism from the 1920s to the 1970s, and
identifies its ruptures and continuities. The aim of this work is to determine whether there was a
thread between the Basque ultranationalist movement before the Spanish Civil War and the new
nationalist generation which appeared during Franco’s dictatorship and was embodied by ETA.
ÍNDICE
Mots-clés: ETA, nationalisme basque radical, Jagi-Jagi, Frente Nacional Vasco, Gallastegui (Eli)
Keywords: ETA, Basque radical nationalism, Jagi-Jagi, Frente Nacional Vasco, Gallastegui (Eli)
Palabras claves: ETA, nacionalismo vasco radical, Jagi-Jagi, Frente Nacional Vasco, Gallastegui
(Eli)
AUTOR
GAIZKA FERNÁNDEZ SOLDEVILLA
Mario Onaindia Fundazioa
Thèses
Tesis
1 La presente tesis doctoral es una biografía política de Mariano Luis de Urquijo, uno de
los personajes más relevantes de la crisis del Antiguo Régimen en España. Debido a la
época de cambios que le tocó vivir, una de las ideas conductoras del texto es el carácter
morboso del personaje, partiendo de la noción gramsciana del término aplicada a los
fenómenos que se producen en las épocas de transición, donde lo viejo está muriendo
sin que termine de nacer lo nuevo. En este sentido, Urquijo, conocido por su carácter
ilustrado, no cuestionó, como burócrata que fue, los fundamentos últimos del poder, lo
que tendría grandes repercusiones en la aplicación de las innovaciones que él
representaba.
2 La investigación parte de una constatación obvia: Mariano Luis de Urquijo es uno de los
malditos de la historia contemporánea española. Su adscripción al denostado siglo
XVIII y su «afrancesamiento» -es decir, el firme y decidido apoyo que prestó al Rey
Intruso José Bonaparte- le convierten en todo un heterodoxo, condicionando
notablemente el tratamiento dispensado al personaje. En el repaso bibliográfico se hace
entendiéndola como una cosa propia de los funcionarios. Urquijo trabajó tanto para
monarquías absolutistas como constitucionales, adaptándose a las circunstancias. No
son extrañas las paradojas en su biografía, con contradicciones tan llamativas como que
un traductor de Voltaire persiguiera desde la Secretaría de Estado la primera impresión
de una versión en castellano de El contrato social, de Rousseau. Se trata, por tanto, de
una biografía, característica de unos tiempos de crisis.
13 La tesis está realizada en la modalidad de compendio por publicaciones, recogiéndose
en los apéndices cuatro artículos: «Mariano Luis de Urquijo, testigo y protagonista
involuntario del motín de la Zamacolada (1804)» -aparecido en Brocar. Cuadernos de
investigación histórica, n° 33-; «Mariano Luis de Urquijo. Biografía de un ilustrado» -
recogido en Sancho el Sabio: revista de investigación y cultura vascas, n° 34-; «Our
brave sans-culotte. Mariano Luis de Urquijo según los escritos de Blanco White y Lord
Holland» -publicado en Cuadernos de Historia Moderna, n° 36-; y «Cuadro de grosería,
desunión y chismografía: conflictos y divisiones internas en la Secretaría de Estado
durante los últimos años del siglo XVIII» -Hispania nova, n° 10- Asimismo se recoge
también un quinto por la estrecha relación que ofrece su contenido con la tesis: «La
forja de un mito historiográfico: Mariano Luis de Urquijo, el Voltaire español» -Rúbrica
contemporánea, n° 1-.
NOTE DE L’ÉDITEUR
Thèse en Études Romanes, Espagnol, soutenue le 22 novembre 2014 à l’université de
Paris IV devant un jury composé de Mmes et MM. les Professeurs Antonio Elorza
Domínguez (Univ. Complutense), Géraldine Galeote (Univ. Paris- Sorbonne Paris IV),
María de los Santos García Felguera (Univ. Pompeu Fabra), Dominique Kalifa (Univ.
Paris 1 Panthéon-Sorbonne), Javier Pérez Segura (Co-directeur, Univ. Complutense) et
Michel Ralle (Directeur, Univ. Paris-Sorbonne Paris IV).
public pour une thématique (la pauvreté) a priori peu séduisante ; le succès et la
promotion d’un répertoire social dans les concours officiels d’un régime peu enclin à
considérer la misère comme un scandale, ou tout simplement comme une question
politique. Elle vise aussi à caractériser les manières de peindre la souffrance sociale et
plus encore, à analyser les regards portés sur ces toiles par les contemporains, dans la
mesure où la réception des œuvres offre un matériau de premier choix pour saisir
d’éventuelles variations dans les seuils de sensibilité à la misère et les paradigmes de
compréhension des situations de pauvreté dans la société espagnole du tournant de
siècle. La thèse situe ainsi son objet au carrefour de plusieurs histoires - l’histoire
esthétique et des courants artistiques, l’histoire sociale et institutionnelle de l’art,
l’histoire du goût, l’histoire des sensibilités et des représentations - qu’elle fait
dialoguer en diversifiant les sources de l’étude et en multipliant les approches.
3 Les modalités de conversion de l’académisme pictural espagnol au réalisme font l’objet
des deux premiers chapitres (« Origines et avènement du réalisme » ; « Un nouveau
chapitre des arts espagnols. Bouillons de culture »). La présentation détaillée du
système des Beaux-Arts, à travers l’analyse de la documentation administrative de
l’Académie Royale des Beaux-Arts de San Fernando (académie mère en charge de la
formation des peintres et de l’organisation des concours officiels) et de celle des
discours de réception de ses membres numéraires, fait apparaître un contexte d’accueil
hostile à tout renouveau esthétique. L’émergence d’une peinture réaliste dans les
Salons s’inscrit en effet en porte-à-faux avec l’enseignement imparti et les principaux
piliers la doctrine artistique officielle en vigueur dans l’Espagne de 1890 : l’idéalisme et
la hiérarchie des genres. À la faveur d’une enquête sur les origines et la gestation
progressive du réalisme dans les arts de la péninsule, mais aussi sur les échanges, les
circulations artistiques et les influences reçues d’autres arts, d’autres peintres et
d’autres pays, ces chapitres mettent en évidence le poids de l’exigence de
contemporanéité dans le champ artistique et montrent que l’Espagne rejoint, sur le
tard, un programme européen des arts, qui fait encore en 1900 la part belle aux petites
gens, tant dans la littérature que dans les arts plastiques.
4 Le chapitre 3 s’attache à élucider les mobiles du ralliement massif des artistes à la
peinture de thématique sociale, l’entrée par les courants et les circulations artistiques
ne suffisant pas à expliquer l’importance quantitative et la nature centripète du
phénomène (« Mécaniques d’une institutionnalisation. Regard sur les conditions de
production »). La quête d’un dénominateur commun conduit d’abord à explorer les
postures idéologiques, mais également les origines, les trajectoires sociales et la
sociabilité de ces artistes. L’absence cependant manifeste de profil type, qu’il soit
idéologique ou sociologique, réoriente rapidement l’enquête sur le terrain de
l’économie de l’art. L’analyse des systèmes existants de promotion des artistes et des
conditions matérielles d’exercice du métier de peintre fournit alors un pendant
structurel aux éclairages artistiques en mesure d’expliquer l’ampleur du phénomène
étudié. Il faut en effet rapporter cette peinture aux conditions sociales de sa production
pour identifier le profil dominant du peintre des détresses sociales (la règle, confirmée
par ses multiples exceptions) : un primo-exposant cherchant à triompher et suivant
pour ce faire les directives suggérées par les palmarès, à l’heure où les Salons espagnols
constituent, de par les défaillances du marché de l’art, l’unique tremplin dont disposent
les artistes pour lancer leur carrière. C’est aussi ce qui explique que la peinture des
couches populaires n’occupe souvent qu’un temps ces jeunes artistes, qui seront
finalement peu nombreux à bâtir leur carrière sur ce répertoire de motifs.
5 Si la peinture de thématique sociale est un passage obligé, c’est parce que l’insistance
avec laquelle les jurés des concours récompensent ce répertoire contribue à le
pérenniser. Le chapitre 4 s’occupe de cette fabrique institutionnelle et médiatique
d’une forme esthétique. Il resserre, pour résoudre la question de l’omniprésence de ce
type d’œuvres dans les palmarès, le cadre d’analyse, afin de mettre en lumière les
pratiques et le rôle joué par d’autres acteurs de cette histoire, les jurés et les salonniers
(« Les coulisses des Salons. Promoteurs et formes de promotion de la peinture
d’actualité sociale »). La documentation administrative (les legs des Expositions
Nationales du Fonds Éducation et Culture de Y Archivo General de la Administración
d’Alcalá de Henares) et les comptes rendus des Salons publiés dans la presse de l’époque
y sont utilisés pour mener, à l’échelle des individus, une histoire interne du milieu qui
apporte plusieurs éléments de réponse. Ceux-ci tiennent d’une part aux dynamiques
extra-artistiques à l’œuvre dans le champ de l’art, étant donné que l’intrigue et le
favoritisme fonctionnent à plein régime dans cet environnement. Ils tiennent d’autre
part à la reconfiguration du champ artistique qui a lieu dans ces années, que deux
éléments caractérisent : le renouveau générationnel (les disciples passés maîtres
siègent désormais dans les jurys) et le poids sans précédents qu’acquièrent les
salonniers. Les écrits des critiques d’art contribuent largement à la fabrique des
réputations au gré desquelles évoluent les goûts et les modes ; or, leurs faveurs vont
aux représentations des démunis. Pour comprendre et expliquer ce penchant pour la
peinture de la détresse sociale, le chapitre 5 s’emploie à restituer la façon dont ces
tableaux ont été perçus et ressentis (« Le goût des larmes »). L’analyse des modalités de
réception de ces œuvres permet de redonner toute son importance à la dimension
récréative de cette peinture, car elle met en évidence un goût patent chez ces critiques
pour le mélodrame, élément fédérateur de cette peinture « tire- larmes » dont ces
pages offrent aussi une caractérisation esthétique. La thèse ancre enfin l’analyse de
cette peinture dans le contexte historique agité qui est le sien, celui d’une Espagne
sujette à d’importants bouleversements sociaux à l’heure où le pays, même timidement,
s’industrialise. La peinture exposée dans les Salons donne à voir ces transformations
sociales : elle montre le coût humain du développement économique avec ses
accidentés de la nouvelle machinerie industrielle, ses chômeurs, ses familles ouvrières
affamées, malades, expulsées de leur logis ; elle révèle aussi un envers politique, en
reflétant dans des scènes de grève l’émergence d’un prolétariat qui commence à se
mobiliser. Ce travail assume l’hypothèse selon laquelle cette peinture offre au public
des Salons, essentiellement madrilène et d’origine sociale aisée, des formes
d’objectivation de ces transformations sociales, permettant une meilleure lisibilité de
cette société espagnole en pleine mutation. Les chapitres 6 et 7 (« La pauvreté au miroir
des Salons » ; « Pobres, pero alegres : le besoin d’idéal ou la réalité recomposée »)
caractérisent ainsi l’apport de cette peinture aux représentations que le siècle produit
sur la pauvreté et la « question sociale », à travers un travail inédit d’analyse conjointe
des œuvres et de leur réception, dont les catalogues humoristiques, les études critiques,
les guides et surtout les comptes rendus des Expositions Nationales des Beaux-Arts
gardent la trace. Il en ressort essentiellement des représentations fortes de la cohésion
sociale, données tantôt par des mises en scène consensuelles de la pauvreté vertueuse
et méritante, dont les bonheurs simples sont des gages de paix sociale, tantôt par les
Photogravure de la toile El tesoro del pobre de José Maria Angoloti (médaille de 3° classe à l’Exposition
Nationale des Beaux-Arts de 1899, R. O. 20-05-1899), La Ilustración Española y Americana, Madrid, Año
XLIV, n° V, 08-02-1900, p. 74.
6 Si cette peinture est conventionnelle, c’est aussi parce qu’elle se heurte aux clôtures
propres à son cadre d’exposition, comme permet de le montrer l’étude menée dans le
chapitre 8 des toiles refusées dans les Salons (« Le périmètre du regard ou les
conditions de visibilité de la pauvreté »). Consacré aux formes et figures discordantes,
ce chapitre explore, en creux, la norme par ses écarts et montre que le pendant de
l’interdit des transgressions, qu’elles soient d’ordre esthétique, politique ou moral, est
la disparition de toute possibilité de poser un regard critique sur les causes et les effets
de la misère.
7 Souvent reléguée dans les réserves des musées nationaux, cette peinture demeure peu
connue, y compris des spécialistes. À cet égard, le dernier apport de cette étude est
d’ordre documentaire. À la faveur d’une incursion dans le monde de la muséographie,
un travail systématique d’identification des auteurs et des œuvres, de collecte de
reproductions de toiles, et de centralisation de données sur cette production a été
mené tout au long de la thèse, en vue de redécouvrir cette peinture en grande partie
tombée dans l’oubli. Une base de données relationnelle recueille l’ensemble de ces
informations.
8 Consultable en ligne (stephaniedemange.com) et livrée avec le travail comme pièce
maîtresse des annexes, cette base fournit 550 fiches biographiques d’auteurs et 1150
fiches techniques d’œuvres, qui devraient permettre une meilleure connaissance des
acteurs et de la production académiques de la fin de siècle.
NOTES
1. «Este tipo de pintura anecdótica o de intención social fue, en realidad, más o menos cultivada
por todos los pintores del último tercio del siglo», Enrique Lafuente Ferrari, Breve historia de la
pintura española, Madrid, Tecnos, 1953, p. 510.
NOTE DE L’ÉDITEUR
Thèse soutenue le 22 novembre 2014 à l’Université de Paris III Sorbonne nouvelle, sous
la direction du prof. Serge Salaün, devant un jury composé de Mme et MM. les
professeurs Zoraida Carandell (Univ. de Paris X), rapporteur, Javier Huerta Calvo (Univ.
Complutense, Madrid), Evelyne Ricci (Univ. de Paris III), présidente, Jean-Claude Yon
(Univ. de Saint-Quentin).et Serge Salaün.
les auteurs sont loin d’être tous des dramaturges de second rang, que les compositeurs,
eux, sont des musiciens de tout premier ordre qui participeront à l’exceptionnelle
renaissance de la musique espagnole à partir de 1850 et que les équipes d’artistes et de
professionnels rassemblés pour la mise en scène des spectacles constituaient des niches
de talents.
8 La recherche menée pour ce travail n’est pas circonscrite aux « scènes capitales », mais
tente d’appréhender la comédie de magie en tant que phénomène culturel hispanique,
au sein des mondes du spectacle européens. L’exhaustivité est bien entendu
impensable, mais les études de cas menées dans les archives municipales de Madrid,
Barcelone, Burgos et Cadix se sont révélées fructueuses et substantielles, puisqu’elles
m’ont permis de découvrir un véritable thesaurus documentaire relatif aux spectacles
féeriques. Et l’examen des sources périodiques, qui a complété ce travail de terrain, est
venu confirmer la grande diffusion du théâtre de l’enchantement sur l’ensemble du
territoire.
9 Les recherches et analyses portent systématiquement sur tous les champs de la
création (texte, paratexte, scène, réception). Il est en effet nécessaire de croiser des
perspectives variées afin de questionner ce théâtre, tant du point de vue
dramaturgique que de celui de la théâtralité et des moyens scéniques. L’angle
d’approche est aussi bien technique qu’esthétique ou budgétaire, dans la lignée des
travaux de Pascal Ory sur L’histoire culturelle (2004) où le théâtre est analysé comme «
art d’élaboration collective » et tributaire du « système technique ». Il s’agit en effet d’«
étudier la production artistique dans un spectre élargi incluant des auteurs aujourd’hui
inconnus », mais aussi, dans la mesure du possible « toute la chaîne de production
culturelle » (Goetschel, Yon, in Martin, Venayre, 2005, 193-220). La thèse s’appuie sur
les décors, les costumes, la musique, la machinerie et le corps des textes.
10 L’inscription de l’objet d’étude dans le large panorama de la scène espagnole et des
créations contemporaines aux œuvres féeriques est un autre point primordial. Il s’agit
de confronter ce genre dramatique au reste de l’offre théâtrale, afin de mettre en
lumière les spécificités de ces comédies, tout en faisant apparaître les ponts existants
avec d’autres genres appelés, eux, à une plus grande renommée.
11 Par ailleurs, l’universalité des thèmes de la magie me fait entrevoir dans la thèse la
perspective d’approches comparatistes. Il existe, en plus du corpus espagnol et français,
un corpus de pièces féeriques autrichiennes, très appréciées du public viennois, qui
pourrait encore élargir l’horizon, déjà très vaste, du sujet, mais nous ne nous y référons
que de manière ponctuelle. L’objectif est d’analyser tous les contours de la culture
théâtrale féerique hispanique au sein de la culture théâtrale féerique européenne, dans
sa continuité culturelle, autour des concepts-clés de théâtralité sensorielle et
d’exubérance spectaculaire, ou encore de théâtre-spectacle.
12 La problématique de ma thèse se construit autour des multiples contradictions qui
entourent ce genre et en font un objet énigmatique et inédit: un théâtre aimé, mais
vivement critiqué; pourchassé, voire interdit, mais qui connut un succès indéniable
jusqu’au début du XXe siècle; baroque dans son esthétique de l’excès, mais innovant
dans ses effets scéniques; « paralittérature », mais vivier théâtral. L’enjeu est d’analyser
cet objet culturel en tant qu’observatoire privilégié du laboratoire des avant-gardes
scéniques en Espagne, que les historiens du théâtre situent pourtant unanimement plus
tard, dans le tout dernier tiers du XIXe siècle et surtout au début du XXe siècle.
1 El final de la Guerra Civil significó la derrota del movimiento obrero. No sólo porque en
el campo de batalla la República había perdido, sino porque los principios sobre los que
se había sustentado la lucha obrera en España desde la llegada de la Primera
Internacional habían sido derrotados por la fuerza de las armas. El modelo de
relaciones laborales y las conquistas de los derechos de los trabajadores que se habían
fraguado durante más de setenta años fueron aniquilados por el franquismo. Los
militantes de las organizaciones obreras de la izquierda, tuvieran las ideas que
tuvieran, sufrieron una represión que sólo tuvo parangón en la historia de España con
la ejercida por la Inquisición. El objetivo del franquismo era la eliminación física y
psicológica de todos aquellos que se habían opuesto a la sublevación militar del 18 de
julio de 1936.
2 El modelo de relaciones laborales que surgió tras la Guerra Civil poco o nada tuvo que
ver con las por las que había luchado el movimiento obrero revolucionario desde su
origen. Incluso el catolicismo social quedó en un segundo plano. El dictador lo dejó muy
claro en una de sus primeras alocuciones: «El trabajo, considerado como el más
ineludible de los deberes, será el único exponente de la voluntad popular». Una
declaración de intenciones que dejaba muy claro cuál era el papel de los trabajadores
en la España franquista. La ciudad de Alcalá de Henares no fue menos en todo este
proceso. El final de la Guerra Civil significó el fin para un movimiento obrero que no
había parado de crecer desde inicios del siglo XX, y que había tenido antecedentes de
más directo. El yerno de Karl Marx, Paul Lafargue, acudió como delegado de la sección
de Alcalá de Henares al congreso de Zaragoza de 1872.
7 El golpe de Estado de Pavía, el fin de la República y la vuelta de los Borbones, puso fin a
la primera experiencia democrática en España. El movimiento obrero fue perseguido y
pasó a la clandestinidad. En Alcalá pasó por una auténtica travesía en el desierto. Si
bien Max Nettlau legó la existencia de una sección de la Internacional anarquista en la
ciudad complutense en 1877, no se tuvo más noticias de la actividad de la misma. El
movimiento republicano se dotó de contenido y canalizó el descontento obrero,
presentándose con el inicio del siglo XX como una opción obrerista de carácter
reformista, apostando por la transformación política como solución al problema
económico. La articulación de un Partido Democrático, donde participaron antiguos
militantes del obrerismo como Florencio Navarro, adoptó esa línea. Pero la
fragmentación del republicanismo dificultó esa labor. Como contraposición a ello, a
finales del siglo XIX, la Iglesia Católica intervino para restar influencia al
republicanismo y al socialismo. Surgió el catolicismo social alrededor de la encíclica
Rerum Novarum, que tuvo en Alcalá un fuerte bastión.
8 La crisis finisecular en todas sus variables se dejó sentir también en la ciudad
complutense. Distintos motines y movilizaciones de subsistencia se dieron en la ciudad
entre 1893 y 1900. Los más importantes fueron el de 1898, encabezado por mujeres, que
acabó con la proclamación del estado de guerra en la ciudad, y la huelga de panaderos
de 1900.
9 El siglo XX se presentó en Alcalá con un movimiento republicano que fue adquiriendo
fuerza en el último tramo del siglo XIX. Pero pronto se le unió y superó el incipiente
movimiento socialista. En agosto de 1902, nació la Asociación de Obreros de Todos los
Oficios, gracias a un socialista madrileño, Jerónimo Carnicero, y un alcalaíno, Antonio
Fernández Quer. Fue el embrión de la UGT. Unas sociedades obreras en perfecta
armonía con los acuerdos de la Segunda Internacional nacida en París en 1889. A partir
de ese momento los socialistas fueron cosechando éxito tras éxito en la ciudad, gracias
a la figura de Antonio Fernández Quer, verdadero impulsor del movimiento. La
culminación de todo este proceso fue la celebración en la ciudad del Primero de Mayo
en 1903, la fundación ese mismo año de la Agrupación Socialista (PSOE) y la elección de
Fernández Quer como primer concejal socialista de Alcalá y de toda la provincia de
Madrid. Esta labor municipal de Antonio Fernández Quer se extendió hasta 1914 cuando
ya era una figura conocida a nivel nacional.
10 Como contraposición, a partir de 1905, se desarrolló el catolicismo social gracias a
varias personalidades, entre las que destacaron el canónigo doctoral de la Magistral
Víctor Marín, el filipense Francisco María Arabio Urrutia, el magistrado Francisco
García Cuevas y Félix Yuste. Juntos impulsaron el que será el periódico más longevo de
la ciudad: El Amigo del Pueblo.
11 El final de la década de 1900 presentó un panorama con una clara ventaja del
catolicismo social. El socialismo alcalaíno sólo mantuvo entonces una sociedad obrera
de albañiles. Los republicanos, a pesar de su influencia, siguieron disgregados. Y los
católicos sociales entendieron que, para captar al mayor número de trabajadores, no
sólo hacía falta mantener un estado de opinión sino que había que pasar a la
organización. En 1909, fundaron el Centro Católico de Acción Social Popular y la Mutual
Obrera Complutense. El objetivo era doble: organizar a la clase obrera en el
asistencialismo y en todas las coberturas que daban, como el cooperativismo católico, y
social y laboral que fue emanando del Ministerio del Trabajo encabezado por Largo
Caballero.
16 El cambio de estrategia sindical, unido al crecimiento de la ciudad de Alcalá de Henares,
provocó el desarrollo de nuevos modelos de organización obrera. Fue el momento de
surgimiento del anarcosindicalismo, que creció al calor del sector de la construcción y
que ganó terreno paulatinamente a la UGT. Al amparo de dicho sindicalismo
aparecieron nuevos dirigentes a nivel local como Ignacio España, Leandro García o
Mauricio Heredero. El anarcosindicalismo de la CNT en Alcalá tiene algunas
peculiaridades propias. Fue una organización puramente sindicalista, alejada de
algunos debates que se estaban dando en el seno del movimiento libertario en aquellos
momentos. Buscaron desde el inicio el pacto con la UGT, provocando un corrimiento de
fuerzas en el propio movimiento socialista.
17 La armonía que caracterizó al socialismo durante su desarrollo en Alcalá se rompió
también con la aparición de los comunistas en el seno de sus estructuras políticas y
sindicales. En pocos años estos provocaron la aparición del Socorro Rojo Internacional,
las Juventudes Socialistas Unificadas y el Partido Comunista de España. Quedaba así
configurado el movimiento obrero que se desarrollará en la Guerra Civil.
18 La del Frente Popular devolvió la alcaldía a la izquierda, en este caso a los socialistas
que alcanzaron por primera vez el poder local en la ciudad. Pero se dejó notar la
dualidad de poder en el socialismo. Los prietistas controlaban las instituciones y los
caballeristas el PSOE y se repartían de las sociedades obreras de la UGT, donde ya se
dejaba sentir la influencia comunista. Tal división se mostró durante la primavera de
1936 en los sucesivos conflictos laborales y sirvió también para que libertarios y
comunistas fueran ganando terreno.
19 El golpe militar del 18 de julio de 1936 fue decisivo para el devenir del movimiento
obrero. Los sindicatos obreros dirigieron en muchos puntos de España la resistencia al
golpe de Estado. Los sindicatos eran los máximos enemigos de los golpistas, que tenían
como misión esencial descabezar a todas las organizaciones del Frente Popular o que
hubiesen apoyado a éste. La actitud de los sindicatos obreros fue crucial en el fracaso
del Golpe de Estado.
20 Aunque el franquismo acusó al movimiento obrero de la violencia en la retaguardia, el
caso de Alcalá de Henares demuestra que ni la represión fríe tan amplia ni las
organizaciones obreras tuvieron una responsabilidad en la misma. El análisis de las
fuentes da una visión muy distinta a la que se había tenido hasta ahora. Sin embargo, el
movimiento obrero durante la Guerra Civil adquirió una dimensión política, social y
económica que no había conocido en otro lugar del mundo. Los sindicatos obreros se
hicieron con la mayor parte del control político de la ciudad. La CNT que había
defendido siempre una acción fuera de las instituciones se integró en ellas continuando
con la opción ya debatida en su Congreso de Zaragoza de mayo de 1936.
21 Igualmente el movimiento obrero gestionó parte de la defensa militar, creando milicias
primero e integrando ampliamente el Ejército Popular de la República después. Alcalá
de Henares formó sus unidades milicianas y facilitó la llegada de las milicias y el
Ejército para aplastar la sublevación de julio. Muchas unidades del Ejército Popular se
establecieron en Alcalá de Henares.
22 La ciudad no fue ajena a los enfrentamientos entre las distintas fuerzas antifascistas.
Sobre todo entre anarquistas y comunistas, dos fuerzas que se disputaron el control del
NOTE DE L’ÉDITEUR
Thèse d'Études Hispaniques et Latino- américaines, soutenue à l'Université de Paris III,
le 29 novembre 2014. Dir.: M. le prof. Serge Salaún. Jury: MM. et Mme. les profs. Paul
Aubert, président (Aix-Marseille Université), Serge Salaün, Manuel Aznar Soler (Univ.
Autònoma, Barcelone), Eliseo Treno (Univ. de Champagne), Evelyne Ricci (Univ. de
Paris III).
1 La compagnie des Ballets russes, fondée par Diaghilev en 1911, constitue un tournant
dans l’histoire de la scène occidentale. Reprenant le principe de l’œuvre d’art totale -
rendu célèbre par la théorie du Gesamtkunstwerk de Wagner -, la troupe propose des
spectacles composés par des peintres, des chorégraphes et des musiciens. Son succès
est fulgurant et son influence décisive. Alors que l’Europe est en guerre, l’Espagne
constitue une terre d’accueil propice aux échanges. Les intellectuels du pays
s’interrogent sur les possibilités de rénover la scène théâtrale et sont attentifs aux
expériences qui viennent de l’étranger. Les ballets de la compagnie entrent en
résonance avec leurs propres préoccupations : ils posent à la fois la question de la
tradition au sein de la modernité, de la dimension nationale avisée internationale et
s’exportent à l’étranger.
2 Malgré le nombre important de saisons données en Espagne, la Péninsule est le plus
souvent absente des études consacrées aux Ballets russes. Les rares ouvrages qui
l’évoquent s’intéressent principalement aux échanges qui ont eu lieu entre la troupe et
les artistes espagnols. La perspective choisie dans cette thèse est autre : nous nous
sommes proposée d’étudier l’influence qu’ont eue les Ballets sur leur pays d’accueil afin
d’entrevoir, non une réception unique, mais une série de lectures, parfois divergentes,
menées à un moment donné, par des intellectuels et artistes espagnols. A travers la
compagnie, ce sont tour à tour les interrogations liées au renouvellement de la scène, à
NOTES
1. Le Grupo de los Ocho, parfois nommé également Grupo de Madrid, réunissait les musiciens
suivants: les frères Ernesto (1905- 1989) et Rodolfo (1900-1987) Halffter, Juan José Mantecón
(1895-1964), Julián Bautista (1901-1961), Fernando Remacha (1898-1984), Rosa García Ascot
(1902-2002), Salvador Bacarrise (1898-1963) et Gustavo Pittaluga (1906-1975).
2. François Madurell, « Situation de découverte et écoute répétée : deux clés pour la réception de
l’œuvre », in Anne-Marie Gouiffès, Emmanuel Reibel (coord.). Esthétique de la réception
musicale, Actes de la Rencontre interartistique du 22 mars 2005, Paris, Observatoire Musical
Français, 2007, p. 41-47.
3. Id., p. 26.
4. « En 1917 (sic), definitivamente desarraigada de
su patria nativa por la revolución, la Compañía de Bailes Rusos del señor Diaghilef (sic)
asombraba al público del Teatro Real de Madrid, no más levantarse el telón. [...] El prestigio de su
arte había hecho más en sus excursiones por Europa que todas las disquisiciones y polémicas en
pro de la renovación escénica », Cipriano de Rivas Cherif, Cómo hacer teatro : apuntes de
orientación profesional en las artes y oficios del teatro español. Valencia, Pre-Textos, 1991, p. 40.
1 Esta tesis trata de la influencia del mundo editorial de vanguardia sobre el cambio
cultural de los años sesenta y primeros setenta en España. Particularmente, se abordan
las tensiones entre el dirigismo cultural del régimen y las ideas que la creciente
disidencia intelectual trataba de divulgar, valiéndose del estudio de una serie de
editoriales de vanguardia, minoritarias pero de gran trascendencia. Se entiende por
dirigismo cultural la tendencia exacerbada de las autoridades del régimen al control de
toda manifestación política y cultural que no se adecuase a sus presupuestos
ideológicos, fomentando al mismo tiempo la prevalencia de los mismos. Así, el
dirigismo cultural puede ser positivo (en forma de propaganda, de mecenazgo cultural
y de la concesión del permiso necesario para constituir una empresa editorial y la
publicación de cada uno de sus libros), y negativo, con el empleo de elementos
represivos como la censura, el secuestro de libros y el silencio administrativo.
Cronológicamente, el trabajo abarca los años comprendidos entre 1962 y 1973. Desde la
llegada del «aperturista» Manuel Fraga Iribarne al Ministerio de Información y
Turismo, hasta el asesinato del almirante Luis Carrero i Blanco. Un período de cambio
económico y social, pero sobre todo cultural, crucial en nuestra historia reciente, y de
gran importancia para entender el derrumbe del edificio político del franquismo y el
comienzo del proceso de transición política a la democracia parlamentaria en España.
Las editoriales disidentes frieron una realidad. El régimen las tuvo muy en cuenta y no
tardó en identificarlas como elementos política y socialmente distorsionadores, como
se demuestra a lo largo de este estudio.
2 Como hipótesis de trabajo se ha intentado explicar de qué forma la disidencia editorial
trataba de divulgar una serie de ideas que hasta entonces habían sido consideradas
«subversivas», teniendo por objetivo socavar los cimientos ideológicos del régimen; y
por otra parte, cómo el propio régimen se valió del dirigismo cultural para impedirlo en
la medida de lo posible. Todo ello, con la pretensión de demostrar en qué medida
contribuyó este tipo de publicaciones al cambio cultural de los años sesenta y al retorno
de las libertades en España, partiendo de la idea de que la democracia no es el simple
correlato del desarrollo económico y social.
3 Las fuentes fueron diversas y numerosas. Empezando por las fuentes bibliográficas (es
decir, los propios libros, cargados de claves y pistas), las hemerográficas y los
testimonios personales, pero prestando especial atención a las archivísticas, referidas
sobre todo al Ministerio de Información y Turismo, donde se indica buena parte de las
claves y las estrategias propias del dirigismo cultural del régimen en cada momento.
Fondos tales como la correspondencia intra e interministerial, los expedientes de
censura bibliográfica y el «Registro de Empresas Editoriales».
4 En cuanto al esquema expositivo, la tesis ha sido estructurada en cinco capítulos,
siguiéndose un criterio temático y cronológico, con un último apartado en el que se han
expuesto las conclusiones principales, que en esencia serían las siguientes.
5 La política de «apertura» emprendida por Manuel Fraga Iribarne y su equipo
ministerial, al menos en el caso que nos ocupa, se redujo a permitir publicar mayor
número de libros considerados «de minorías», es decir, aquéllos cuya complejidad de
lectura, tiradas limitadas y elevado precio restringieran su acceso a una minoría
intelectual económicamente solvente. No hubo voluntad de establecer una
liberalización cultural más allá de una simple estrategia de propaganda. De hecho, la
Ley de Prensa e Imprenta de 1966 fue enormemente restrictiva, y sólo vino a consolidar
en el plano político y judicial la normativa interna sobre libros «de minorías»
previamente dictada desde 1963. Sin embargo, hubo un proceso de divulgación de obras
de vanguardia a una escala mucho mayor que la deseada por el franquismo. Y se debió,
precisamente, a ciertas «fisuras» en la nueva normativa, pero también a la directriz que
obligaba a los censores a atender en todos los casos «más a lo que se dice que a lo que
parece que se quiere decir». Es decir, a la literalidad del texto, lo cual supuso un cambio
prácticamente radical en las reglas de juego. Así, desde los años sesenta, el conflicto
principal se libró en un terreno muy específico. El intento de los editores de ampliar el
estrecho marco de los «libros para minorías», popularizando su lectura. Por un lado,
valiéndose del quality paperback, es decir, libros de pequeño formato con tiradas más
amplias y precios asequibles; y al mismo tiempo, orientando la lectura y codificando el
verdadero mensaje dentro del texto publicado. ¿De qué forma? Mediante un proceso de
selección. Selección de las temáticas, de los autores, de los textos y de los prologuistas.
Como también de todo tipo de añadidos editoriales, tales como notas al pie,
dedicatorias, prólogos, estudios introductorios, índices bibliográficos, y un largo
etcétera. Todo ello con el propósito de conseguir una lectura alegórica, una «doble
lectura». El medio se convirtió en el mensaje. Desde este punto de vista, el concepto de
«autocensura editorial» de dichos años no tiene cabida, aunque haya sido utilizado a
menudo incluso por los propios editores. Las ideas permanecen en el texto, sólo cambia
la forma en que son expresadas. Así, la censura de los años sesenta se movió en esos
términos: reescribiendo, orientando y manipulando el significante, sin alterar el
significado. El dirigismo cultural del régimen fue consciente de ello. Su objetivo, no
obstante, fue evidente: si el medio era el mensaje, el régimen buscaba los medios para
restringir la difusión de dicho mensaje mediante una codificación lo más extrema
posible. Así, la política de «apertura cultural» significó, en definitiva, la posibilidad de
que el mensaje pudiera circular, pero siempre de forma restringida. De ese modo, el
Ministerio de Información y Turismo pretendía justo lo contrario de lo que buscaban
los editores: es decir, orientar la lectura para evitar toda posible aplicación del texto
sobre las realidades del régimen; que fuera una lectura «sólo para eruditos». Fracasados
sus intentos (a partir sobre todo de 1968), se optó por controlar directamente las
editoriales. Y de una forma completamente extralegal. Primero, utilizando el chantaje
administrativo y colocando agentes del Ministerio en sus puestos directivos; y si esto
fallaba, procediendo a su cierre administrativo. El «Registro de Empresas Editoriales»
no tenía validez más allá de su función coercitiva. El Ministerio cerró con total
arbitrariedad editoriales registradas y sin registrar. Sabiendo que el cierre de una
editorial suponía un verdadero drama para sus socios y empleados, siendo empresas
privadas que permitían a ciertas personas ganarse la vida. Los cierres fueron un
atropello en toda regla. Y el miedo, un factor constante durante toda la dictadura. El
Ministerio también se valió del dirigismo cultural positivo en forma de mecenazgo de
tipo monopolístico. El mejor ejemplo de ello se encuentra en la colección de «Libros
RTV» (de manos de las editoriales punteras Salvai y Alianza) lanzada en mayo de 1969
con varios propósitos. El propagandístico fue el más evidente, pero también se buscaba
lograr un control más directo sobre el proceso de «aperturismo», monopolizándolo, y al
mismo tiempo, fortalecer la red de intereses que hasta entonces había sido la base
principal integradora del franquismo, una red de intereses cuyos lazos se estaban
desarticulando a un ritmo cada vez mayor. El estallido del affaire MATESA evitó recoger
los frutos políticos. En todo caso, fue una propuesta interesante con efectos culturales
muy positivos, que supuso la entrada en España del libro de bolsillo en estado puro (es
decir, obras ya consagradas, de edición en grandes tiradas).
6 Las empresas editoriales de vanguardia configuraron una serie de «espacios libres» por
iniciativa íntegramente privada, para constituir y articular -cada una por separado y
todas en conjunto- un espacio público privado de naturaleza política y cultural. Ahora
bien, hubo una evolución en la dinámica de todo el proceso, donde la iniciativa corrió
siempre por parte de los editores de la disidencia. Inicialmente (y teniendo presente
que toda clasificación bibliográfica es discutible), se partió de cuatro grandes bloques
principales. En primer lugar, la renovación del Pensamiento, las Artes y las Ciencias
Sociales, que fue una renovación basada en traducciones, y también en fuentes clásicas,
donde la introducción del marxismo resultó esencial. En segundo lugar, el catolicismo
posconciliar progresista, con dos vertientes: la intelectual, y la proyectada por el
apostolado seglar, de corte sindicalista, más combativa y por ende más combatida desde
la Administración. En tercer lugar, el uso de la reconstrucción histórica como forma de
disidencia, con un triple objetivo: recuperar la historia y la memoria, atacar al régimen
en sus mismos cimientos ideológicos, y proponer un sistema alternativo para el futuro,
siendo consecuente con el pasado recuperado. En cuarto lugar, teorizar sobre la España
alternativa, es decir, ofrecer una visión de la realidad nacional, alternativa a la
Cuanto menos, suficiente para que se formase una elite política alternativa que
alcanzaría el protagonismo durante los años setenta y ochenta. Además, la aparición de
toda esa bibliografía en los escaparates de las librerías seguramente ofreció por sí
misma otro factor de la «percepción de cambio» en gran parte de la sociedad. Al mismo
tiempo, y dado que «el medio era el mensaje», la posesión de un libro de bolsillo de
vanguardia tuvo que ejercer una poderosa influencia psicológica sobre gentes incapaces
de comprender el texto en toda su profundidad. Tras la muerte de Carrero Blanco, y
sobre todo tras la muerte del dictador, las actitudes y los objetivos de la disidencia
editorial cambiaron. Ya no se trataba de seguir identificando medio con mensaje: se
trataba de una lucha, en campo abierto, por la libertad de expresión.
1 La presente tesis doctoral analiza la acción exterior del Gobierno vasco en Estados
Unidos entre 1937 y 1979. Esa acción vino definida por una estrategia atlantista
orientada a la búsqueda de una relación privilegiada con el Gobierno de Estados Unidos
como vía idónea para la recuperación del autogobierno vasco, previa restauración de la
legalidad democrática en España. La tesis reconstruye y analiza el proceso de diseño de
esta estrategia, sus diferentes fases cronológicas y su evolución, atendiendo a los
diversos agentes e instrumentos de la acción exterior del Gobierno vasco. Todo ello en
el marco de las relaciones bilaterales entre los Estados Unidos y la España franquista y
en el variable contexto internacional determinado por la II Guerra mundial y la Guerra
Fría. Asimismo, se analiza la mencionada estrategia atlantista tomando en
consideración no sólo las instituciones que representaron esta relación tan singular -y
asimétrica-, sino también las personas que la hicieron posible.
2 Para ello, se han establecido dos planos de análisis: el plano oficial, de las relaciones
políticas institucionales con el Departamento de Estado y otras agencias
estadounidenses; y el plano de las relaciones personales extraoficiales, mantenidas con
margen del Gobierno republicano español, como había ocurrido desde abril de 1939, a
trabajar como sus interlocutores políticos ante las autoridades estadounidenses. Su
objetivo: convencer a las autoridades estadounidenses de que sí existía una alternativa
al franquismo y que esta, en caso de hacerse con el poder en España, no significaba en
absoluto el progreso en ella del comunismo. En este sentido, los planificadores políticos
de la acción exterior del Gobierno vasco conjugaron la estrategia atlantista con la
doctrina política demócrata- cristiana, utilizando esta última como una de sus
principales bases discursivas para llevar a cabo campañas propagandistas
antifranquistas en Estados Unidos en las que se pusiera en valor la alternativa
democrática para España. De este modo, la confusión entre el PNV y el Gobierno
presidido por Aguirre se puso de manifiesto en esta estrategia, quedando marcada por
la ideología del principal partido del Ejecutivo (situación que se produjo a lo largo de
casi todo el exilio). Ciertamente, la mayor parte de los partidos que compusieron el
Gobierno vasco no fueron en absoluto demócrata-cristianos, hasta el punto de que
entre 1946 y 1948 contaron con un consejero comunista, pero la imagen que
presentaron los delegados vascos en los Estados Unidos fue básicamente la del PNV.
12 En buena manera, el objetivo principal fue participar de cualquier iniciativa que
permitiera la recuperación de la democracia en España, porque sólo así podrían
restaurar el autogobierno vasco. De este modo, cuando la cuestión española comenzó a
ser debatida en el Consejo de Seguridad y la Asamblea General de la ONU en 1945, los
dirigentes vascos se implicaron con decisión, al interpretar que la clave de la batalla
antifranquista se encontraba en las arenas políticas de la ONU. Esta institución
internacional y la conexión con los Estados Unidos, el principal inspirador de este
organismo, se presentaron así como la mejor opción para combatir al franquismo,
aislándolo diplomática y económicamente.
13 Los dirigentes vascos apostaron, entonces, por obtener el apoyo de los Estados Unidos
en este organismo, convencidos de que así conseguirían acabar con el régimen
franquista. En consecuencia, entre 1945 y 1953 avalaron la utilidad práctica del
Gobierno de la República y del plan monárquico-socialista de Indalecio Prieto como
alternativas democráticas viables para la contención del comunismo. Un giro
estratégico del Gobierno vasco que, impulsado y protagonizado por José Antonio
Aguirre, Antón Irala y Jesús Galíndez, se llevó a cabo con una visión demasiado
optimista tanto del contexto internacional como de la posibilidad real de que los
Estados Unidos tomara medidas efectivas contra Franco.
14 El origen de esta propensión a ver y juzgar la política exterior estadounidense de la
forma más favorable a sus intereses se ha encontrado en la estrategia atlantista
diseñada por Aguirre que, desde el momento de su planificación, estuvo plagada de
ensoñaciones utópicas que sobrevaloraron la capacidad organizativa y efectiva del
Gobierno vasco y que colocaron a los estadounidenses en una hipotética disposición a
trabajar a favor de la restauración democrática en España. Partiendo de esta
concepción, el lehendakari y los planificadores de la acción exterior vasca, entendieron
que detrás de la política española del Gobierno de Washington había algún tipo de
compromiso ideológico y moral con el exilio democrático español, y que en el fondo
había una jugada maestra para acabar con el franquismo. Evidentemente,
malinterpretaron las claves de la política estadounidense. No contaron con que el
Departamento de Estado dejara en un segundo plano las valoraciones de los dirigentes
NOTE DE L’ÉDITEUR
Thèse d’Études Hispaniques en cotutelle soutenue le 12 décembre 2014 à l’Université
Paris Ouest Nanterre La Défense, devant un jury composé de Mmes et MM. les
Professeurs Bénédicte Brémard, Marie-Claude Chaput (directrice) Francis Dernier,
Géraldine Galeote, Pilar Martinez Vasseur, Julio Pérez Serrano (directeur).
1 Le Movimiento Ibérico de Liberación (MIL) fait partie de ces groupes politiques qui
surgissent dans les années soixante- dix et qui, refusant de se limiter à des objectifs
antifranquistes, portent un projet révolutionnaire imprégné d’une conception
internationaliste de la lutte. Ce travail de recherche cherche à approcher ce petit
groupe anticapitaliste essentiellement au travers de ses représentations médiatiques.
Pour ce faire, la thèse privilégie une approche double, qui croise perspective
diachronique - un parcours de la presse sous le franquisme jusqu’aux médias en
démocratie - et regard synchronique - une étude conjointe et comparative de différents
journaux. L’examen du discours de presse relatif au MIL présente en effet un intérêt
méthodologique majeur, dans la mesure où il fait apparaître une constellation d'ethos
qui tient lieu d’identité politique au MIL. Les procédures de nomination ou de
qualification du groupe, si elles en disent long sur les différentes configurations
discursives dont elles émanent, contribuent à donner du MIL un portrait au
kaléidoscope, qui cristallise toujours les langages et les problématiques
contemporaines. En confrontant les textes du groupe lui-même à ceux des médias, la
thèse aborde ce qui advient dans les jeux d’écart, de distorsion ou de recouvrement que
cette mise en regard fait apparaître. Il s’agit d’étudier ce qui se joue au cœur de ces
dispositifs rhétoriques, pour comprendre i ce que les médias font au MIL et au projet
politique dont il était porteur.
2 Les hypothèses de départ qui président à cette étude pourraient être formulées ainsi :
bien que les médias écrits aient indéniablement contribué à faire connaître le MIL, ils
ont systématiquement déformé ou passé sous silence l’idéal révolutionnaire défendu
par le groupe, soit en dépolitisant son action, soit en utilisant politiquement l’histoire
ou la mémoire du groupe pour établir, affirmer, ou renforcer des narrations exogènes.
Ces procédés de mystification aboutiraient à une disqualification de facto de l’option
politique défendue par le MIL, et, partant, à une restriction du champ des possibles
idéologiques. L’analyse du cas du traitement du MIL par la presse dominante depuis une
perspective diachronique devait permettre de mettre en évidence quels sont les
présupposés catégoriels sous-jacents dans les débats propres à chaque moment
historique. En ce sens, elle devait non seulement montrer par l’exemple la radicale
historicité de toute interprétation, mais également élucider les mécanismes de
construction d’une mémoire idéalisée, mythifiée ou mystifiée, du MIL. L’hypothèse de
départ est que tout pouvoir, y compris celui à l’œuvre en démocratie, cherche à
imposer l’univocité de sa narration canonique et qu’il a besoin pour ce faire de
délégitimer ou d’absorber un certain nombre de narrations parallèles.
3 Pour éprouver ces hypothèses, la thèse adopte une structure tripartite.
4 Afin d’apprécier à quel point les récits que la presse véhicule sur le MIL sont mystifiants
ou mythifiants, il fallait revenir en premier lieu sur le MIL lui-même. La première
partie s’attache ainsi à présenter le contexte de parution du MIL en le replaçant dans le
cadre national et international, le but étant d’historiciser les discours qu’il produit. La
naissance d’un groupe comme le MIL est indissociable de la forte activité qui
caractérise les « années 68 » au niveau international. Le contexte de la guerre froide et
notamment de Paprès-68 est marqué par le surgissement de nouvelles formations
politiques, par de nouvelles revendications, mais également par un intense débat au
sein de la gauche sur les modes d’action à adopter au moment même où le modèle de
l’Etat providence semble entrer en crise, et dévoiler pleinement son rôle normatif. Se
développent un certain nombre de groupes révolutionnaires qui, n’aspirant plus à
conquérir le pouvoir, font de l’Etat et de la violence qu’il représente la cible privilégiée
de leur lutte. Si l’Espagne est souvent présentée comme un cas à part dans le monde
occidental, les problématiques qui lui sont propres sont toutefois intimement liées à la
situation internationale. Au cours des années soixante, d’importantes transformations
sociales et économiques se produisent, qui font miroiter à l’Espagne une intégration
dans la Communauté Économique Européenne, et qui relancent par ailleurs
l’organisation syndicale, tandis que l’opposition au franquisme s’organise, malgré une
répression toujours féroce. C’est précisément dans ce contexte que le MIL fait son
apparition à Barcelone à la fin des années soixante. Inextricablement relié au
développement des luttes ouvrières qui se succèdent dans la capitale catalane, il hérite
à la fois d’une composante libertaire certaine, mais s’inscrit également dans la filiation
des nouveaux mouvements internationaux. L’analyse de la production du MIL,
notamment des deux numéros de la revue C.I.A. Conspiración Internacional Anarquista,
et des publications qu’il effectue au travers de la maison d’édition « Ediciones Mayo-37
», a permis d’en produire une définition précise sur le plan politique. Point de
confluence de diverses trajectoires vitales, le MIL a pour signes distinctifs un anti-
autoritarisme et un anti-dirigisme notoires, qui font de lui un groupe hétérodoxe au
NOTE DE L’ÉDITEUR
Thèse soutenue à l’Université de Bordeaux III, le 24 novembre 2014, devant un jury
composé de Mmes et MM. les profs. Marie Franco (Univ. de Paris III, rapporteur),
François Godicheau (Univ. de Bordeaux III, directeur), Jesús Izquierdo Marín (Univ.
Autónoma, Madrid), Aránzazu Sarria Buil (Univ. de Bordeaux III) et Mercedes Yusta
(Univ. de Paris VIII, présidente).
archives barcelonaises, s’ajoutent des voix militantes en 1984 qui, face à l’urgence vitale
que suppose l’expérience du sida, s’élèvent pour souligner leur non-identification aux
logiques de représentation homosexuelles à Barcelone. Elles expliquent que le mot «
gay » a cessé d’être un cri en Espagne : si quelques années plus tôt, ces subjectivités
parvenaient à connecter le sexuel et le social grâce à une participation active dans
certaines associations de quartier de Barcelone, dans des espaces politiques où la «
marginalité » était appropriée et resignifiée pour politiser la vie quotidienne, au milieu
des années 1980, elles font l’expérience d’une désaffiliation sociale marquée.
L’expérience qu’elles vivent, située, incarnée dans des désaccords sur le sens des mots
des luttes politico-sexuelles dans la démocratie, n’est jamais incorporée à la narration
LGBT sur la reconnaissance politique des minorités sexuelles: avec la Constitution,
l’Etat pourvoit les citoyens de droits, l’égalité indépendamment des questions de sexe
et un droit à P intimité, à une « sphère privée » que la dictature niait.
2 La thèse s’intéresse aux pratiques citoyennes qui ne sont pas prises en compte par cette
histoire du sujet de droit de la démocratie espagnole. Comment se produit le passage
d’une critique homosexuelle et situationniste contre la morale patriarcale et
capitaliste, vers la restriction des revendications LGBT en Espagne dans les stricts
termes du droit, et en particulier sur l’accès à la famille ? Si les sciences sociales
insistent sur le changement militant, dans les années 1980, par lequel le mariage
devient le moyen d’accéder à une égalité effective, rares sont les contributions qui se
risquent à formuler des hypothèses sur la motivation d’un tel changement militant.
L’étude des archives militantes et des archives judiciaires entre 1970 et 1989
notamment, permet d’avancer certaines de ces hypothèses pour le cas espagnol.
Comprendre pourquoi « gay » n’est plus un cri à Barcelone en 1984 suppose de tenter
de reconstituer les contours de communautés d’interprétation passées, qui ne se
positionnent pas toutes de la même manière que ce qu’en dit la mémoire de la
transition au moment où la démocratie s’institutionnalise en Espagne. Si la
Constitution est pour certains le point de départ de la reconnaissance par l’État des
minorités sexuelles, pour d’autres, elle incarne la violence symbolique du « consensus
», mot-clé de l’immédiat post- franquisme. À Barcelone, en 1978, les collectifs qui
politisent les homosexualités se divisent, les uns plaidant pour le respect de l’ordre
démocratique en cours de normalisation, les autres en dénonçant la violence : comment
accepter une démocratie qui maintient des instruments de répression contre les
subjectivités homosexuelles ? La Loi de dangerosité perd son article sur les « actes
d’homosexualité » en décembre 1978, mais elle continuera de réprimer les individus qui
portent atteinte aux « normes de cohabitation sociale » jusqu’en 1985; le Code Pénal
réprime le « scandale public » jusqu’en 1988. La reconnaissance des uns s’accompagne
de l’exposition au biopouvoir de l’État de communautés importantes en Espagne :
l’historiographie a déjà souligné combien la jeunesse espagnole est en rupture avec les
générations éduquées sous le franquisme, avec les classes moyennes de l’essor
économique des années 1960 en Espagne. Les subjectivités homosexuelles s’inscrivent
dans ce mouvement : elles font les expériences chimiques de la transition, elles
consomment des drogues, des hormones, investissent l’espace public, les associations
de quartier, et luttent pour changer les rapports sociaux quotidiens. Si l’État les
poursuit, des expériences montrent que les ruptures morales de la transition sont
importantes, dès lors que ces subjectivités trouvent dans les associations de quartier
des espaces de débat et d’action politique.
Comptes rendus
Reseñas
RÉFÉRENCE
Thérèse Charles-Vallin, François Cabarrus, un corsaire aux finances, Paris, A2C Medias,
2013, 181 p. [21 pl.].
1 La Ilustración, déclarait Gérard Dufour avec le sens de la formule qu’on lui connaît, « ce
sont les Lumières émasculées, auxquelles on a interdit d’aborder l’essentiel : ce qui
touche à la monarchie et à la religion » 1. Rien d’étonnant au bout du compte dans une
Espagne où, comme chacun sait, la soif de réformes et la volonté de régénérer le pays
naissent dans le giron du pouvoir et des « clases pudientes », où « raison et fanatisme
absurde » (pour reprendre une citation bien connue de Voltaire) se côtoient
allègrement et où l’Inquisition, loin d’être moribonde, ne ménage pas sa peine pour
endiguer la propagation des idées nouvelles. Il n’en reste pas moins que, dans cette
Espagne où, comme le souligna, au lendemain de la Révolution française, le comte de
Floridabianca (premier secrétaire d’Etat de Charles IV), la Ilustración était un nectar à
consommer avec modération (idée d’ailleurs partagée par nombre d’ilustrados dont la
prudence l’emportait bien souvent sur l’audace), se distinguent quelques individus
résolument en avance sur leur temps et dont la pensée annonce les bouleversements
politiques que devait connaître l’Espagne à partir de 1808. On peut y voir, ce que
souligna Antonio Elorza dans son introduction aux Cartas económica-políticas de León
de Arroyal 2, des « prérévolutionnaires ». Parmi ces partisans d’une Ilustración que l’on
pourrait peut-être qualifier de radicale ou de libérale figure en bornie place François de
Cabarrus.
2 Né à Bayonne en 1752, au sein d’une famille de corsaires, d’armateurs et de négociants
ayant pignon sur rue, il n’a que dix-neuf ans lorsqu’il franchit les Pyrénées pour aller
parfaire sa formation à Valence auprès de l’un des correspondants de son père, Antoine
Galabert. Le fougueux jeune homme, dont les affaires ne sont pas le seul centre
d’intérêt, succombe aussitôt au charme de l’une des filles de son hôte, la belle Maria
Antonia avec qui il s’enfuira et qu’il épousera en secret en 1782. Peu de temps après, il
s’établira, avant de partir à l’assaut de la capitale, à Carabanchel, où le grand-père de sa
femme possédait une fabrique de savon, et ce sera là le début d’une extraordinaire
aventure qui le liera à l’Espagne, sa patrie d’adoption (il fut naturalisé en 1781 et anobli
par Charles III en 1789), jusqu’à son dernier souffle. Son esprit brillant, passionné,
curieux de tout lui ouvrit les portes des cercles les plus huppés de la Villa y Corte et lui
permit de frayer avec l’élite politique. Grâce à ses talents de financier et d’économiste,
Cabarrus sut s’attirer les grâces du pouvoir. On lui doit, notamment, la fondation en
1782 de la première banque espagnole (le célèbre Banco de San Carlos) dont il assura la
direction jusqu’en 1790. Mais ce n’est là que l’un des hauts faits d’un homme qui connut
une ascension fulgurante, émaillée de quelques chutes retentissantes, la réussite
entraînant son lot d’ennemis, et de zones d’ombre. De fait rien ne fut ordinaire dans le
parcours du « sublime Cabarrus » (comme disait de Valentín de Foronda).
3 La trajectoire et l’œuvre de celui que Thérèse Charles-Vallin qualifie très justement de
« corsaire aux finances » ne pouvaient que retenir l’attention des historiens de
l’économie et c’est tout naturellement qu’il trouva une place de choix dans la thèse
d’État de Michel Zylberberg: Une si douce domination. Les milieux d’affaires français et
l’Espagne vers 1780-1808 (Comité pour l’Histoire économique et financière de la France,
1993). Pedro Tedde de Lorca, qui porta un intérêt tout particulier à la Banque de Saint
Charles, s’intéressa également à cette facette de Cabarrus que l’on retrouve également
dans bien des travaux d’Ovidio García Regueiro dont Francisco de Cabarrus. Un
personaje y su época paru en 2003 (Madrid, Centro de Estudios constitucionales). Les
Cartas Josefinas : epistolario de José Bonaparte al conde de Cabarrus (1808-1810), que
Francisco Luis Diaz Torrejón publia en 2003 (Sevilla, Fundación Genesian), sont celles
que Joseph I adressa à son ministre des finances. Mais Cabarrus offre bien d’autres
facettes. Ainsi, l’expert en économie, le financier passe bien souvent le relai à
l’intellectuel éclairé, à Y arbitrista qui lui s’intéresse à tout et aspire à ime réforme
générale de l’Espagne, comme on peut le constater dans ses célèbres Cartas sobre los
obstáculos que la naturaleza, la opinion y las leyes oponen a las felicidad pública
(Vitoria, 1808) que José Antonio Maravall remit à l’honneur en 1973 (Madrid,
Castellote).
4 Thérèse Charles-Vallin dans son ouvrage nous ramène sur les traces de ce « corsaire
aux finances », personnage complexe qui, comme elle le rappelle dans le Prologue, fut «
un homme à paradoxes » et « une personnalité contradictoire », faite « d’ombre et de
lumière », selon Ovidio García Regueiro. Au fil des huit chapitres qui composent cette
monographie, l’auteur revient sur les origines familiales du comte de Cabarrus
(Chapitre I Sang de corsaire et réseaux marchands), sur ses premiers pas en Espagne et
dans le monde des affaires, sur la mise en circulation des fameux vales reales et la
fondation du Banco de San Carlos qui vont asseoir sa réputation comme expert
financier, lui ouvrir le chemin de la fortune (Chapitre II - Un jeune basque bondissant)
et, au passage, lui procurer son lot d’ennemis de part et d’autre des Pyrénées (Chapitre
III - De l’ombre à la lumière: un prince à Madrid). Thérèse Charles-Vallin ne manque pas
d’évoquer l’affaire de Y Elogio de Carlos III qui mit à terre Cabarrus (Chapitre IV - Des
lumières à l’ombre : « Que Madrid est cruelle ». Comme chacun sait, cet hommage
appuyé à un monarque qui avait promu une politique éclairée (lu devant la Real
Sociedad Económica Matritense le 25 juillet 1789 - quelques jours après la prise de la
Bastille - et publié au mois de décembre) lui valut les affres d’un procès inquisitorial et
de goûter au froid des cachots. Et c’est à l’ombre du château de Batres qu’il rédigea les
fameuses Cartas sobre los obstáculos que la naturaleza, la opinion y las leyes oponen a
la felicidad pública dont les idées majeures sont rappelées au chapitre V (Lettres d’un
prisonnier d’Etat sur la félicité publique). L’épreuve fut rude, mais il en fallait plus pour
abattre Cabarrus. Libéré en 1792 et réhabilité en 1795 (ce à quoi Godoy ne fut pas
étranger), il se vit confier par le Prince de la Paix diverses missions diplomatiques
d’importance, fut même nommé Conseiller d’Etat en 1797 (Chapitre VI - Ambassades
extraordinaires) et endossa, par ailleurs, avec enthousiasme et détermination, l’habit
d’« agriculteur éclairé », mu par l’espoir d’apporter sa pierre à la résolution du
problème agraire qui frappait l’Espagne et, bien sûr, d’en tirer au passage quelque
menu bénéfice (Chapitre VII - Rêves bucoliques et réalités terrestres). Cette dernière
expérience ne fut assurément pas à la hauteur de ses espérances. Mais c’est une autre
aventure, bien plus exaltante, qui l’attendait. En 1808, alors qu’éclatait la Guerre
d’indépendance et que chacun était appelé à choisir son camp, ce Français devenu
espagnol opta pour l’afrancesamiento. Porté par le désir de contribuer à la
régénération de son pays d’adoption et de mettre en pratique les principes énoncés
dans ses Cartas... (qu’il pensait « condamnées au secret» lorsqu’il les rédigea, mais qu’il
publia, partiellement, à Vitoria en 1808), il servit sans la moindre réserve Joseph Ier («
Roi philosophe » pour les uns, « L’Intrus », pour les autres) qui lui confia la
Surintendance de la Caisse de Consolidation et d’Amortissement puis le ministère des
Finances (Chapitre VIII - « Hasta la muerte »: le ministère des Finances de Joseph
Bonaparte). Cabarrus, pièce essentielle de l’appareil d’État joséphin et donc l’un des «
célèbres traîtres à la nation » (comme dirait le Père Martinez) mourut à Séville le 27
avril 1810, avant que ne soit promulguée, dans le camp adverse, la Constitución política
de la monarquía española (dont l’esprit ne lui aurait pas déplu) et que le sort de
l’Espagne ne fût scellé.
5 Malgré la diversité des sources citées, l’ouvrage que Thérèse Charles-Vallin a consacré à
son illustre aïeul ne réservera guère de surprises aux historiens connaisseurs de cette
page essentielle de l’histoire de l’Espagne et les laissera parfois sur leur faim. Mais le
récit du parcours de cet aventurier de la finance et de la politique où, comme le
souligne l’auteur, le romanesque n’est pas absent, ne manquera pas d’intéresser et de
séduire un public moins spécialisé, mais épris d’histoire.
NOTES
1. Gérard DUFOUR, Lumières et Ilustración en Espagne sous les règnes de Charles III et de Charles IV
(1759-1808), Paris, Ellipses, 2006, p. 149.
2. Lors de la première édition en 1841 ces Cartas furent attribuées à tort au comte de CABARRUS.
AUTEURS
ELISABEL LARRIBA
Aix-Marseille Université, CNRS, UMR 7303 TELEMME
REFERENCIA
Francisco Luis Díaz Torrejón, Las águilas vencidas de Badén. Éxodo de prisioneros
napoleónicos por Andalucía (julio-diciembre 1808), Foro para la Historia Militar de España,
2015, 666 p.
1 La publicación de este libro por el Foro par la Historia Militar de España nos da la
oportunidad de rendir homenaje a esta asociación (de la que el autor, Francisco Díaz
Torrejón, fue uno de los cofundadores) por la magnífica labor que realizó con motivo de
la conmemoración del bicentenario de la Guerra de la Independencia, organizando o
patrocinando encuentros científicos, y asumiendo el papel de editor, tanto de la revista
Cuadernos del Bicentenario como de libros.
2 De las tres actividades citadas, la edición de libros, era, últimamente, la que menos
satisfacía al historiador de la Guerra peninsular (como dicen nuestros amigos ingleses)
ya los dos últimos consistían en una obra de ficción (novela histórica, muy bien
documentada, pero novela, al fin) y la traducción de una obra sobre Goya en la que el
autor pasa como sobre ascuas sobre la Guerra de la Independencia, haciendo caso omiso
de los más recientes descubrimientos sobre la obra del genial pintor como el de un
retrato inacabado de José I inicialmente pintado sobre el lienzo en el que figura hoy el
de Ramón Satué conservado en el Rijksmuseum de Amsterdam.
3 Gracias a la obra de Francisco Luis Díaz Torrejón, Las águilas vencidas de Bailén..., el
Foro para la Historia Militar de España vuelve a presentarse como una editorial de
6 El libro se beneficia de una edición muy pulcra con poquísimas erratas (lo que,
desgraciadamente, no es siempre el caso) entre las cuales la única notable es la
repetición de la misma frase al final de la página y principio de la siguiente. En cambio,
se observa un importantísimo número de errores (sobre todo al principio del texto) en
las abundantes citas en francés. Y nos cuesta creer que Jean-René Aymes, al que todos
conocemos como muy servicial y desinteresado, no los señaló al autor cuando leyó el
manuscrito para hacer el prólogo. Respecto a estas citas (mayoritariamente en francés
y, en algunos casos, en inglés) Francisco Luis Díaz Torrejón optó por dar el original en
el texto, con traducción en nota a pié de página. Si ello no supone ninguna dificultad
para el que escribe estas líneas por lo que se refiere al francés, no es el caso respecto al
inglés. Y como, desgraciadamente, se va perdiendo cada día más la práctica del francés
en España, supone que será una molestia para la mayoría de los lectores tener que
interrumpir la lectura para buscar la nota correspondiente. Cada sistema tiene sus
partidarios, pero nosotros abogamos decididamente a favor de la unidad lingüística de
los textos, con la traslación de la versión original exclusivamente en el aparato crítico.
7 Estas últimas consideraciones no deben ocultar lo esencial : Las águilas vencidas de
Bailén. Éxodo de prisioneros napoleónicos por Andalucía {julio-diciembre 1808),
constituyen una nueva aportación importantísima a la historiografía de la Guerra de la
Independencia de parte de un especialista autor de numerosas obras de primerísima
categoría entre las cuales destacan, a nuestro juicio, Guerrilla, contraguerrilla y
delincuencia en la Andalucía napoleónica (1810-1812) (tres tomos, 2005) y José
Napoleón I e el sur de España: un viaje regio por Andalucía (enero-mayo 1810) (2008),
sin olvidar la edición de Cartas Josefinas: epistolario de José Bonaparte al conde de
Cabarrus (1808-1811). ¡Ojalá siga Francisco Luis Díaz Torrejón ofreciéndonos trabajos
tan interesantes y útiles! ¿Y por qué no con una continuación del destino de estos
vencidos de Bailén tanto en los pontones de Cádiz como en la isla de Cabrera?
AUTORES
GÉRARD DUFOUR
Aix-Marseille Université, CNRS, UMR 7303 TELEMME
REFERENCIA
Antonio Rivera y Santiago de Pablo, Profetas del pasado. La conformación de una
cultura política. III. Las derechas en Alava, Vitoria-Gasteiz, Ikusager, 2014, 752 p.+32 en
dos cuadernillos de imágenes.
1 El libro que reseñamos culmina una trilogía que comenzó con la publicación por la
misma editorial de la obra de Antonio Rivera La utopía futura. Las izquierdas en Alava
(2008) y siguió con la de Santiago de Pablo En tierra de nadie. Los nacionalistas vascos
en Alava (2008). Se trata de un conseguido intento de trazar los principales rasgos y
evolución de las tres grandes tradiciones o culturas políticas del País Vasco y más en
concreto de Álava en los siglos XIX y XX. Precisamente de las tres la derecha
españolista, en sus diferentes versiones y salvo etapas muy breves, fue la cultura
hegemónica en el territorio alavés.
2 Los dos autores de Profetas del pasado, expresión de Émile Faguet que apunta a que el
pasado «alimenta las lógicas discursivas hacia el futuro de las derechas del universo
mundo» (p. 18), que escriben distintos capítulos del libro pero que se responsabilizan
en común de su contenido (el estilo de Rivera es más barroco y el de De Pablo más
lineal), han estudiado a fondo la historia contemporánea de Álava, a la que han
dedicado numerosos libros desde 1989. Además del «Prefacio. Una historia de familias»,
el libro se organiza en torno a cinco capítulos: «Nacimiento como reacción», desde
comienzos del siglo XIX hasta la tercera guerra carlista; «Gobernando
conservadoramente». Restauración cano vista y dictadura de Primo de Rivera;
14 Desde la segunda mitad de los sesenta se siguieron produciendo cambios en los puestos
institucionales de mayor responsabilidad; fueron elegidos concejales de Vitoria
hombres que jugarían un papel importante después de 1975 (Alfredo Marco Tabar, José
Ángel Cuerda) y varias mujeres, aunque, a diferencia de otras ciudades como Pamplona,
nunca estuvo en peligro la mayoría adicta al régimen. En los 60 se encuentran
interesantes ejemplos de foralismo y regionalismo, como los proyectos de
regionalización de 1961, 1967 y 1973 (este último muy parecido al diseñado en su
Vasconia y su destino por José Miguel de Azaola).
15 Recordemos también otros fenómenos específicos del tardofranquismo en la provincia:
el incremento de los conflictos laborales; el recrudecimiento de la oposición al régimen
y de la consiguiente represión por parte de este, aunque fue menor que en otras
provincias; la despolitización de las principales instituciones alavesas, más preocupadas
por la promoción del desarrollo económico; la continuidad-no solo entre las derechas-
de determinadas élites locales del final del franquismo y de la Monarquía de Juan Carlos
I; la cuasi desaparición de algunos grupos derechistas alaveses como los falangistas o
los «monárquicos antifranquistas» y su no sustitución por nuevos partidos sino más
bien por la presencia de ese «espacio intermedio entre el régimen y la oposición»
(Hunneus) tan característico del tardofranquismo; por último, la definitiva crisis del
que había sido el primer partido de masas de la derecha alavesa, el carlismo, con el
desconcierto que entre los carlistas de a pie supuso el viraje hacia la izquierda que
desde 1967-68 dio al movimiento José Ma Zavala.
16 Con el título significativo de «Compitiendo sin ventajas», el último capítulo del libro
muestra a la derecha alavesa durante el reinado de Juan Carlos I -una derecha en la que
se entrecruzaban apellidos de siempre y gente «nueva»-, que, después de la difícil
transición, consiguió, haciendo política, jugar un papel de primera importancia, como
siempre, en la política alavesa, a pesar del fardo del inmediato pasado franquista y de la
competencia del nacionalismo vasco y de los partidos de izquierda. Pero la transición
en Álava no comenzó bien: es obligado referirse a los dramáticos sucesos del 3 de marzo
de 1976, que entre otras cosas demostraron que la unidad entre las derechas
gobernantes se había roto. Todavía en las elecciones a Cortes de 1977 los alaveses
eligieron la opción que representaba el proyecto de transición del presidente Adolfo
Suárez y su partido, la UCD. Ganó la «mayoría silenciosa» alavesa y se estrellaron, en
cambio, las candidaturas de Alianza Popular, a pesar de que la constituían los
principales representantes de la derecha local (entre ellos muchos carlistas), y de la
Democracia Cristiana Vasca, cuya cabeza de lista fue el futuro socialista Femando
Buesa, asesinado por ETA en 2000.
17 Durante los años ochenta la derecha alavesa pasó por su «espiral de silencio», fruto de
la hegemonía nacionalista, los efectos sociales de la crisis económica y los «años de
plomo» del terrorismo de ETA. La refundación de la derecha alavesa en 1990 en el
Partido Popular, obra en la provincia entre otros de Ramón Rabanera (buen exponente
de lo que era el nuevo centro-derecha alavés), se encontró ese mismo año con el gran
obstáculo de la escisión de Unidad Alavesa, liderada por Pablo Mosquera -la última,
hasta ahora, manifestación del «alavesismo»-, que tuvo sus años dorados en la década
de los noventa. Como afirman los autores, «el siglo XXI, incluso con sendos gobiernos
socialistas en España y en el País Vasco, viene siendo política y electoral mente exitoso
para la derecha alavesa» (p. 692). Hoy las derechas alavesas afrontan el futuro desde
una posición hegemónica, con unos líderes que ocupan un espacio muy ancho -e incluso
AUTORES
IGNACIO OLÁBARRI GORTÁZAR
Universidad de Navarra
REFERENCIA
Ángeles Barrio Alonso, Por la razón y el derecho. Historia de la negociación colectiva en
España (1850-2012), Granada, Editorial Comares, 2014, 247 p.
derechos, los derechos sociales, que eran, no individuales como los del liberalismo
clásico, sino colectivos». Fue precisamente bajo esta premisa como comenzó a dar sus
primeros pasos el proceso de institucionalización normativa sobre esta materia. No fue
una tarea fácil. El trabajo de la profesora Barrio pone de relieve los problemas que
surgieron desde finales del siglo XIX y subraya mi aspecto relevante: la importancia que
tuvieron, no solo la filosofía y teoría económica del liberalismo y la propia intervención
del Estado en la cuestión social, sino las prácticas políticas y la actuación legislativa que
se derivaron de ella. Sin estas instancias en las que se revela la relación entre el Estado
y las asociaciones, entre el individuo y la colectividad en términos de derechos y
deberes, sería imposible desentrañar, por ejemplo, las claves de las luchas sindicales a
favor de los derechos sociales como derechos colectivos.
3 El libro se articula en seis capítulos. El primero de ellos está dedicado a la definición del
marco histórico de la negociación colectiva y resulta especialmente interesante para
sentar las bases conceptuales y teóricas del objeto de estudio. A lo largo de los otros
cinco capítulos se traza un recorrido que va poniendo el acento en las condiciones,
características y evolución del marco normativo de relaciones laborales, pero también
proporciona un interesante análisis de los diferentes actores que intervinieron en el
proceso de institucionalización de la negociación colectiva, con una atención especial al
importante papel que ha jugado el Estado a lo largo de este ciclo. Esta larga y
problemática historia arrancó con la puesta en marcha de la Comisión de Reformas
Sociales (1883), continuó con el importante impulso que dio el Instituto que heredó el
mismo nombre (1903) y siguió dos décadas más tarde con la creación de un Ministerio
propio (1924), tras haber desarrollado una abundante legislación social protectora. Sin
embargo, la falta de eficacia de los instrumentos del Estado en esta materia no
consiguió atraer ni convencer a las otras dos partes implicadas en esta relación
triangular, es decir, los trabajadores y los empresarios, que durante años se aplicaron
con fruición en una lucha sin cuartel, al menos hasta el final de la Restauración.
4 Durante la dictadura corporativista de Primo de Rivera, el nuevo régimen trató de
ofrecer un marco normativo para el desarrollo de las relaciones laborales, y lo hizo a
partir del Código del Trabajo de 1926. A pesar de ello, su institucionalización no se
produjo plenamente hasta la Segunda República, gracias al impulso y determinación de
Largo Caballero y a través de una trama normativa que conectó con las tendencias
reformistas europeas. La Ley de Contrato de Trabajo de 1931 y la Ley de Asociaciones
Profesionales de 1932 constituyeron dos importantes avances en esta materia. El fallido
golpe de Estado y la posterior guerra civil frustraron el camino emprendido unos pocos
años antes y abrieron paso a una larguísima dictadura que heredó en cierto modo la
orientación corporativa e intervencionista de épocas anteriores, adaptándola a un
sistema aún más rígido y estricto, como el impuesto por el sindicalismo vertical. Solo a
partir de 1958, con la promulgación de la Ley de Convenios Colectivos, comenzarían a
producirse algunos cambios que permitieron, aunque con importantes limitaciones,
una progresiva negociación de las condiciones laborales entre las partes.
5 Aquel enorme edificio verticalista fue el primero en resentirse de los cambios que se
estaban produciendo dentro de la sociedad española. La Organización Sindical Española
y su arquitectura política e institucional fueron desmoronándose a medida que se
encaraba el final de la dictadura, como consecuencia de la presión de las nuevas
organizaciones sindicales de clase y muy especialmente de las Comisiones Obreras. A
pesar de ello, o quizás como consecuencia de este mismo proceso, el régimen de Franco
dejó en herencia una importante función tutelar e interventora del Estado que los
impulsores del nuevo sistema democrático adaptaron al nuevo marco democrático. La
crítica situación económica y laboral que se dibujó en España a finales de la década de
los años setenta del siglo XX obligó a los actores sociales, incluidos los dos grandes
sindicatos, a instaurar una posibilista política de concertación social de inspiración
neocorporativa, que se consolidó a través de los numerosos acuerdos alcanzados
durante la primera mitad de la década siguiente. Todo ello posibilitó una relativa paz
social que solo se vio interrumpida de forma abrupta a raíz de la huelga general de
1988, un conflicto de singular trascendencia que ha marcado un hito dentro del
movimiento obrero en España. A pesar de este episodio e incluso de otros posteriores,
como las diferentes reformas del mercado laboral impulsadas en 1994 y 1997, o de las
duras medidas impuestas en 2010 por el presidente Rodríguez Zapatero, el diálogo
social entre las partes se mantuvo dentro de unos determinados canales de
entendimiento.
6 Sin embargo, este largo periodo se vio interrumpido recientemente y de forma brusca
por la reforma laboral de 2012, que ha devuelto a los trabajadores y al marco legal de
relaciones laborales prácticamente a la situación de finales del siglo XIX; un episodio
que forma parte del último capítulo de este libro y que sirve de colofón para dejar en el
aire un interrogante sobre el futuro de la concertación social en este país. Todo esto y
mucho más analiza este espléndido trabajo, riguroso y documentado, que aborda una
de las cuestiones fundamentales, la de la negociación colectiva, para comprender
también el largo y tortuoso proceso de democratización del sistema político en España.
AUTORES
JOSÉ ANTONIO PÉREZ PÉREZ
Universidad del País Vasco/Euskal Herriko Unibertsitatea
REFERENCIA
Julio Aróstegui Sánchez, Largo Caballero. El tesón y la quimera, Barcelona, Debate, 2013,
966 p.
1 El 28 de enero de 2013, nos dejaba Julio Aróstegui Sánchez. Antes de publicar en 2013 su
enciclopédica biografía de Largo Caballero, Aróstegui había consagrado distintos
trabajos al dirigente socialista. Desde 1987, venía trabajando en particular la figura del
dirigente obrero del PSOE y de la UGT, aunque también la había abordado en trabajos
más generales. Incluso en 1990 escribió una biografía sobre Largo Caballero en el exilio.
Aróstegui también contribuyó con sus conocimientos al rescate de los escritos y la
publicación de las obras completas de Largo Caballero. Pero en 2013 se completaba esa
trayectoria investigadora con el monumental Largo Caballero. El tesón y la quimera. Un
repaso pormenorizado a la trayectoria biográfica de este dirigente obrero. Pero lejos de
ofrecer una biografía al uso, Aróstegui incide en el entorno del biografiado, saliendo de
este magnífico trabajo de investigación una mezcla de biografía y prosopografía.
2 Francisco Largo Caballero se sitúa entre la primera generación de militantes obreros
(Pablo Iglesias, Francisco Mora, Anselmo Lorenzo) y la de militantes que vio nacer la
Segunda República y participó en la Guerra civil y el exilio. El que llegó a ser primer
presidente del gobierno del PSOE podría ser definido, parafraseando al profesor Manuel
Pérez Ledesma, como un obrero consciente. Nacido en el barrio madrileño de Chamberí
en 1869, fue estuquista de profesión si bien pasó por diversos empleos hasta su
especialización. Debido a las condiciones a las que estaba sometido en el trabajo
adquirió una fuerte conciencia de clase que le llevó a afiliarse en 1890 a la Sociedad de
Albañiles «El Trabajo» de la Unión General de Trabajadores, situada en la calle Jardines
número 2. Más tarde constituirían la Sociedad de Estuquistas. En marzo de 1894, Largo
Caballero se afilió a la Agrupación Socialista Madrileña del PSOE, donde fue adquiriendo
Para Largo Caballero las reformas sociales facilitaban la acción obrera, pero nunca eran
suficientes para la emancipación total. Igualmente, se fue convirtiendo en una
referencia internacional del obrerismo. En los organismos europeos e internacionales,
Largo Caballero tuvo la oportunidad de conversar con dirigentes como Oudegeest,
Jouhaux, Schevenels, Citrine, etc. Uno de los periodos más conflictivos de la vida de
Largo Caballero coincidió con el régimen de Primo de Rivera. La participación de la UGT
en los órganos de representación obrera de la Dictadura, así como el cargo de Consejero
de Estado que tuvo el dirigente obrero de Chamberí, fueron objeto de muchas polémicas
tanto dentro del movimiento socialista como en el movimiento obrero en general. Para
Caballero acceder a los cargos de la Dictadura no significaba colaborar, sino llevar la
voz de los trabajadores donde tenía que estar. Siguiendo su estrategia de
intervencionismo, sólo se participaría en organismos de elección directa y democrática.
Si no era así, no acudirían a los Comités Paritarios. Este enfrentamiento en el seno del
movimiento obrero socialista comenzó a forjar las tendencias que se plasmaron en la
República (caballerismo, besteirismo, prietismo), pero a pesar de las críticas que Largo
Caballero recibió, consiguió reforzar la posición de los ugetistas frente a otras
tendencias del obrerismo que se vieron abocadas a la clandestinidad. Siendo como fue
una figura poliédrica, pasada la participación en los organismos de la dictadura nació el
Largo Caballero republicano (1930-1932). Para Caballero, la República fue un acto
revolucionario, muy cercano al programa mínimo de los socialistas. Tuvo una idea fija:
la necesidad de seguir interviniendo en la gobernación del Estado pero sin renunciar a
la finalidad del socialismo. En esto chocó con Besteiro, para quien la colaboración con la
República tendría que acabar cuando finalizase la labor de la Asamblea Constituyente,
mientras que Indalecio Prieto, Femando de los Ríos y Largo Caballero consideraron que
había que seguir participando en el gobierno de la República más allá de este plazo
perentorio.
8 El XIII Congreso del PSOE marcó una profunda disyuntiva entre seguir siendo un
partido de clase o pasar a ser un partido de la nación. El mayor revés de Caballero vino
en el XVII congreso de la UGT, donde a pesar de ser reelegido Secretario General tuvo
que lidiar con la mayoría besteirista de la dirección, circunstancia que condujo a su
dimisión. Si la Dictadura significó una quiebra en el seno del socialismo, la colaboración
o no con la República vino a ahondar esa ruptura.
9 Al frente del Ministerio del Trabajo, Largo Caballero llevó a cabo lo que Aróstegui
define como «la obra de un socialista, no la obra socialista». Una obra social-laboral que
llevó a aprobar la Ley de Contratos de Trabajo, la Ley de Jurados Mixtos, la Ley de
Colocación Obrera, la Ley de Control Obrero, la reorganización del Ministerio, la
creación de Delegaciones Provinciales, la Ley de Asociaciones de Trabajadores y la Ley
de Cooperativas (con la importante colaboración en este última de Regino González).
Faltó llevar adelante un proyecto de Ley de Seguridad Social, que falló al ser
competencia del Instituto de Previsión Social que no pertenecía al Ministerio de
Trabajo, aunque Caballero lo intentó incorporar infructuosamente a su cartera. Todo
un corpus legislativo laboral que conducía a la fundamentación de un Estado social,
pero la legislación contó con la crítica del anarcosindicalistas y comunistas que lo
criticaron por reformista. Llegó un momento en el que Largo Caballero vio que la
colaboración con la República estaba desgastada. Había que dar un paso más hacía un
Estado socialista. Surgió entonces el mito del «Lenin español», que Aróstegui desvincula
de cualquier invento comunista, que ha sido malinterpretado en el tiempo. Caballero
consideró que la democracia burguesa no daba más de sí y había que pasar a la
aceptar. Esta unidad antifascista débil también se pudo constatar en los intentos de
Caballero por frenar los intentos colectivistas en la retaguardia republicana.
14 A pesar de las divisiones en el seno del gobierno, Largo Caballero fundamentó y
desarrolló la organización militar de la República. Se crearon las Milicias Populares, el
Estado Mayor, el Consejo Superior de Guerra y las Milicias de Vigilancia en Retaguardia.
Aróstegui mantiene que el error del presidente del Gobierno fue no dar la dirección del
Consejo Superior de Guerra a un militar, ya que fue el propio Caballero quien lo dirigió.
Todo esto rompe también con la idea común de que fue el gobierno de Negrín quien
fundamentó la organización militar de la República española.
15 A nivel internacional, Largo Caballero mantuvo tensas relaciones con los diplomáticos
soviéticos que le llevaron a enfrentamientos con políticos como Alvarez del Vayo. Hubo
incluso movimientos polémicos bajo su mandato, como el intento de Luis Araquistáin
de llegar a un acuerdo con la Italia fascista y la Alemania nazi para que abandonasen la
beligerancia en España.
16 Las victorias militares en el Jarama y en Guadalajara retrasaron la crisis de gobierno
que se avecinaba. Los detractores de Largo Caballero le acusaban de instigar la
constitución de un gobierno sindical, pero ni la UGT (muy dividida) ni la CNT
plantearon nada de eso. Aun así, la sintonía entre caballeristas y cenetistas era cada vez
mayor. En paralelo, Caballero comenzó a culpar de todos sus males a comunistas,
nacionalistas y prietistas. Los sucesos de mayo de 1937 fueron leídos de forma errónea
por nuestro personaje. Largo Caballero los consideró un problema de orden público de
Barcelona, que no concernía al Gobierno. Sin embargo, la asonada fue el estallido de un
proceso larvado mucho más profundo. Aun así, fue firme en su decisión de no firmar la
ilegalización del POUM (Partido Obrero de Unificación Marxista) ni de ninguna otra
organización obrera.
17 Tras estos sucesos, Largo Caballero abandonó el Gobierno y fue designado para
sucederle Juan Negrín, que dejó fuera de la participación gubernamental a los
sindicatos. Surgió entonces el negrinismo más como oposición al caballerismo que
como un proyecto político autónomo. El fin de la presidencia de Largo Caballero supuso
prácticamente la derrota del caballerismo, pero sus seguidores continuaron teniendo
influencia en muchas sociedades de la UGT y en la Agrupación Socialista Madrileña del
PSOE. La UGT fue el último caballo de batalla de Caballero, y aquí el pacto con la CNT
era fundamental, ya que los sindicatos eran protagonistas de las colectividades y
explotaciones obreras del campo y la industria. Todo esto llevó a una división de la
UGT, en cuyo seno surgieron dos ejecutivas: una dirigida por Largo Caballero y otra por
González Peña y Rodríguez Vega. Una división que dejaba fuera de juego a los
caballeristas excepto en sectores como Madrid. El caballerismo había sido
definitivamente derrotado.
18 Los caballeristas apoyaron al Consejo Nacional de Defensa de Casado, más como parte
de una venganza personal contra sus rivales internos que para respaldar al propio
Casado. Una lectura que también se puede hacer extensiva al anarcosindicalismo. Para
ese entonces, Caballero se había trasladado previamente a Barcelona y de ahí al exilio,
de donde nunca regresó. El final de la Guerra y el exilio hicieron desaparecer las
divisiones de prietismo/caballerismo/besteirismo. La vida de Largo Caballero en el
exilio fue muy difícil: primeramente residió en París, y desde allí se desplazó a otros
sitios de Francia. Su intento por exiliarse a México fue abortado. No participó de la JARE
ni del SERE, organismos de ayuda los refugiados españoles. En 1943, fue capturado por
BIBLIOGRAFÍA
- FRANCISCO LARGO CABALLERO EN EL EXILIO: LA ÚLTIMA ETAPA DE UN LÍDER OBRERO, MADRID, FUNDACIÓN LARGO
CABALLERO, 1990.
- «LARGO CABALLERO: TRAYECTORIA SINDICALISTA» EN TUÑÓN DE LARA, M (COORD.): LA GUERRA CIVIL ESPAÑOLA,
BARCELONA, FOLIO, 1996.
- «LARGO CABALLERO, REPUBLICANO» EN CASAS SÁNCHEZ, J.L. Y DURÁN ALCALÁ, F. (COORD.), HISTORIA Y BIOGRAFÍA EN
LA HISTORIA DEL SIGLO XX. II CONGRESO SOBRE EL REPUBLICANISMO HISTÓRICO EN LA HISTORIA DE ESPAÑA,
PATRONATO NICETO ALCALÁ ZAMORA, PRIEGO DE CÓRDOBA, 2003.
- «LARGO CABALLERO, PRESO 60090 DE LOS NAZIS», LA AVENTURA DE LA HISTORIA, 126, MADRID, 2009. -LARGO
CABALLERO. EL TESÓN Y LA QUIMERA, MADRID, DEBATE, 2013.
AUTORES
JULIÁN VADILLO MUÑOZ
Universidad Complutense, Madrid
REFERENCIA
Virginia López De Maturana, La reinvención de una ciudad. Poder y política simbólica en
Vitoria durante el franquismo (1936-1975), Bilbao, Universidad del País Vasco / Euskal
Herriko Unibertsitatea, 2014, 394 p.
sesenta del siglo XX, pero el proceso comenzó a fraguarse unos años antes, durante el
mandato del alcalde Gonzalo Lacalle, «un abogado del Estado que trabajó con alma de
tecnócrata». Él fue, sin duda, el verdadero artífice de la puesta en marcha de los planes
encaminados a la industrialización y modernización de Vitoria. No resultó una tarea
fácil. Para ello desató un importante conflicto con la Diputación, a la que solicitó la
modificación del régimen tributario de la Hacienda municipal con el fin de conseguir
mayores ingresos con los que financiar este proceso. La labor de Gonzalo Lacalle dejó
encauzado el trabajo de su sucesor, Luis Ibarra Landete (1957-1966), bajo cuyo mandato
se produjo el cambio más espectacular de la ciudad. La autora analiza como se produjo
el relevo del equipo municipal a partir de un estudio exhaustivo de las diferentes
elecciones. La incorporación de empresarios e industriales como concejales durante la
primera fase del mandato de Ibarra fue determinante. Su paso a la política activa, tras
ocupar diversos puestos de responsabilidad, puso de manifiesto la importancia del
proceso que se estaba produciendo y, sobre todo, el interés de las élites económicas por
liderar e influir en él.
8 Sin embargo, la sociedad estaba cambiando y los sectores más sensibles a los problemas
sociales procedentes de la Iglesia también se percataron de ello. Tras las elecciones
municipales de 1963, varios concejales vinculados a la Hermandad Obrera de Acción
Católica y de la Juventud Obrera Católica pasaron a formar parte del equipo municipal.
Esta novedad alertó a los sectores más ortodoxos del Movimiento Nacional. Para estos
último la incorporación de los concejales vinculados al catolicismo social, que
proponían la integración de los inmigrantes procedentes de otras provincias de España
en una Vitoria «más humana, más justa y más fraternal», significaba la entrada de la
oposición en la corporación municipal, una especie de entrismo como el que estaban
protagonizando en aquellas misma fechas esos grupos dentro de la Organización
Sindical Española.
9 Durante esa época la ciudad, creció en todos los sentidos. Se instalaron nuevas
empresas, vivió un incremento espectacular de la demografía como consecuencia de la
llegada de inmigrantes en busca de nuevas oportunidades, se construyeron nuevos
barrios y la ciudad dio un salto trascendental para equipararse a otros territorios que
llevaban ya décadas de industrialización. En definitiva, el espacio urbano y social fue
adoptando el aspecto de una nueva ciudad que una década más tarde, durante los
primeros meses tras la muerte de Franco, viviría una de las convulsiones más
importantes y dramáticas de su historia.
10 Otro de los aspectos más destacable del estudio es su capacidad para integrar de forma
rigurosa aspectos de gran interés, como el análisis de las políticas públicas de la
memoria que impulsó el régimen desde el Ayuntamiento de Vitoria. La política de
símbolos que describe y analiza la autora constituyó un pilar fundamental en la
legitimación del régimen franquista y en la difusión de todo un corolario de personajes
y efemérides que contribuye, además, a completar el estudio sobre la importante labor
política que se impulsó desde el Ayuntamiento. Desde la corporación municipal se supo
combinar hábilmente la exaltación de genuinos referentes franquistas con la de otros
personajes, menos marcados políticamente, que tenían un fuerte arraigo local. Como en
otras facetas de la vida política, social y cultural, este elemento identitario que fue el
vitorianismo jugó un papel fundamental. Gracias a él se consiguió aglutinar a la mayor
parte de la población en torno a elementos y referentes comunes.
AUTORES
JOSÉ ANTONIO PÉREZ PÉREZ
Universidad del País Vasco/Euskal Herriko Unibertsitatea
REFERENCIA
Mario Martín Gijon, La Resistencia franco-española (1936-1950). Una historia compartida,
Badajoz, Departamento de Publicaciones de la Diputación, 2014, 549 p.
1 Las épocas de crisis global son, quizás, las circunstancias más adecuadas para abordar
estudios de historia comparada y constatar los factores recurrentes de su origen,
desarrollo y resolución. Mario Martín Gijón revela las profundas conexiones de las
crisis políticas que afectaron a Francia y España en los quince años que van de la Guerra
civil al declive del movimiento político-militar-cultural que llamamos Resistencia, y la
estabilización política de ambos países en el contexto de la Guerra Fría. En el caso
hispano-francés existe una indudable proximidad de circunstancias: gobiernos de
Frente Popular amenazados por la subversión de la extrema derecha fascistizante, un
derrumbamiento de la democracia a raíz de una crisis bélica (una guerra civil con
intervención extranjera en la española, una invasión extranjera con secuela de guerra
civil en la francesa), dos regímenes dictatoriales en sintonía con el Nuevo Orden
europeo nazi, y movimientos de resistencia armada que les disputaron la legitimidad.
Sin embargo, a partir de 1945-1946 los senderos se bifurcaron: mientras Francia
disfrutaba de la Liberación (y una parte de su población sufría la depuración) el
franquismo logró sobrevivir por motivos domésticos e internacionales de sobra
conocidos, entre los que no fue el menor la crónica división de las fuerzas republicanas.
2 Aunque no estoy de acuerdo con enmarcar el fenómeno resistencialista franco-español
de estos años bajo el paraguas conceptual de una presunta «guerra civil europea» (una
noción de las postrimerías de la Guerra Fría, que aspira a englobar realidades
conflictivas demasiado diferentes), no cabe duda de que las crisis políticas española y
periodista español Manuel Chaves Nogales, Pétain (que en la derrota se dolía de que no
hubiesen muerto más españoles en lugar de franceses) creyó que Francia se salvaría
sacrificando su democracia, y no pudo o no quiso salvaguardar ni la una ni la otra.
8 Este capítulo se detiene en resaltar las concomitancias entre pétainismo y franquismo:
ambos fueron regímenes nacionalistas reaccionarios (basados en la exaltación de la
tierra), personalistas (la idealización del anciano Pétain corrió en paralelo a la
exaltación del caudillaje de Franco), de exclusión (eran antiliberales, antimarxistas,
antilaicos, xenófobos y misóginos) y antiintelectualistas. En uno de los mejores pasajes
del libro, Martín Gijón analiza la querella sobre los «malos maestros», que al igual que
en el bando franquista fueron objeto de depuraciones masivas, al tiempo que la
propaganda más clerical, que en España la emprendió contra la Institución Libre de
enseñanza, dirigió sus dardos en Francia contra la Ecole Normale Supérieure,
quintaesencia del sistema meritocrático de educación republicana. A pesar de su
discurso fundamentalmente reaccionario, el Estado francés también abordó su propio
proceso de fascistización, que no llegó tan lejos como el del franquismo.
9 El tercer capítulo comprende un estudio pormenorizado de la formación de las redes de
resistencia de los exiliados, alentada por la ruptura y la marginación social y anímica
respecto de la sociedad francesa que facilitó su articulación. Por ejemplo, el servicio
sindical de Main-d'Œuvre Immigrée (MOI) propició un agrupamiento de emigrados por
lenguas que luego sería dirigido hacia actitudes de oposición armada por la
Organisation Spéciale del PCF. En paralelo a la unificación de la Resistencia francesa se
produjo la vertebración de la resistencia de los exiliados españoles, liderada por la
Unión Nacional Española (UNE) de Jesús Monzón en paralelo al Front National
preconizado por el PCF. Martín Gijón hace un completo relato de la participación
española en los grupos de resistencia región por región y departamento por
departamento. 14.000 españoles militaron en el maquis en todas las regiones de
Francia. 72 combatientes españoles murieron en Vercors, 25 en Gliéres y 35 en Mont
Mouchet, y 19 civiles refugiados engrosaron la lista de víctimas de la masacre nazi de
Oradour-sur-Glane. Los combatientes republicanos españoles liberaron gran parte del
tercio meridional de Francia, pero también libraron una no menos trascendente batalla
propagandística que el autor describe con su profundo conocimiento de la literatura y
los escritores del movimiento resistente. La prensa española del exilio, de enorme
variedad ideológica, fue la más importante tras la polaca. El entrecruzamiento de las
experiencias de intelectuales, combatientes, editores, grupos clandestinos franceses y
españoles cobró coherencia y eficacia gracias a la argamasa ideológica que
proporcionaba la común militancia antifascista. El ejemplo más señero fue el semanario
bilingüe L'Espagne Républicaine, donde participaron las grandes firmas de la literatura
antifascista francesa. 1944 fue el momento culminante de la prensa clandestina, con
frecuentes ediciones en castellano, hasta la prohibición del gobierno gaullista de 13 de
febrero de 1945.
10 El capítulo cuarto relata la efímera fiesta de la liberación, entreverada con la esperanza
en un retomo inmediato a España, que seguía siendo la gran herida sin cicatrizar de la
conciencia francesa desde 1939. Para Albert Camus, la guerra europea, que había
comenzado en España, no podía «acabarse sin España». Pero la polémica sobre los
exiliados se recrudeció cuando la extrema derecha acusó a los republicanos de
protagonizar los hechos más notorios y brutales de la depuración. En septiembre de
1944, se produjeron incidentes en la frontera que hubieron de ser cortados por las
AUTORES
EDUARDO GONZÁLEZ CALLEJA
Universidad Carlos III de Madrid
REFERENCIA
Carmen Fernández Casanova (ed.), Estudios sobre Pablo Iglesias y su tiempo, Universidade
da Coruña, 2013, 287 p.
1 Esta obra recoge en gran medida el resultado de un congreso sobre la figura de Pablo
Iglesias que se celebró en noviembre de 2010 en Ferrol, su ciudad natal, para
conmemorar el centenario de la obtención de su acta como diputado en las Cortes, que
marcó asimismo la entrada de la socialdemocracia en el parlamento español. Ya el
congreso estuvo dirigido y coordinado en su día por Carmen Fernández Casanova,
catedrática de la Universidad de A Coruña, que ahora lo hace con este volumen
colectivo, al que aporta una breve introducción y su capítulo inicial. En él, aparte de
ella, colaboran otros nueve especialistas que enfocan el problema central del pablismo
desde diversos ángulos. En realidad va más allá de un libro sobre la figura del líder
socialista o sobre su pensamiento político y actividades organizativas, aunque todo esto
también se aborda, pues la idea del volumen es acercarse a varias de las circunstancias
que convergieron e influyeron, o pudieron hacerlo, en su trayectoria vital en distintas
etapas de ésta. Es decir, los vectores económicos, familiares, sociales, ideológicos y
culturales, tocando casi todos los palos.
2 El trabajo se estructura en cuatro bloques temáticos. El primero dedicado a la
experiencia ferrolana de la infancia del pequeño Paulino en sus diez primeros años de
vida (1850-1860). De modo muy inteligente Fernández Casanova no sólo se centra en
cómo era el Ferrol de la época, las oportunidades laborales que lo habían convertido en
un centro de inmigración de cierta importancia local (el Arsenal), lo que pudo atraer a
su padres, procedentes de otras partes de Galicia, o las malas condiciones del barrio de
Esteiro en que creció, sino la relación de un Iglesias ya maduro y líder obrero con su
ciudad natal, o por así decirlo la influencia de Ferrol en la memoria del propio Iglesias.
Este estudio es acompañado por una minuciosa reconstrucción a cargo de Narciso de
Gabriel sobre lo que podría definirse como las posibilidades educativas de la ciudad
para un niño de familia obrera. Independientemente de las especulaciones acerca de
dónde exactamente estudió Paulino, lo que el autor sostiene con acopio de datos es que
Ferrol era un importante centro de alfabetización, es decir un polo de atracción
educativo-cultural, y no solo económico-laboral, y de esto se benefició Iglesias, cuya
desmedida afición por la lectura está más que atestiguada.
3 Un segundo bloque ilustra sobre la problemática de su infancia y adolescencia en
Madrid, similar a la de muchos trabajadores urbanos del siglo XIX, en particular si
fueron hospicianos, es decir si acabaron siendo, como Paulino, huérfanos (de padre,
primero aquejado de una enfermedad mental y después fallecido) y obligados por las
circunstancias a entrar en una institución de beneficencia para salvarlos de la muerte
segura. De hecho sus dos hermanos murieron antes de llegar a la vida adulta. Su
carácter de superviviente, su profundo desarraigo emocional separado obligadamente
de su madre, su afición a la lectura de pliegos de cordel, la inexistente «adolescencia»
de los hijos de los trabajadores y el temprano aprendizaje de los oficios en ese tipo de
instituciones son descritos con mano maestra por el especialista Jorge Uria, junto a
otros muchos detalles de la vida cotidiana de la época (desde el coste del transporte
desde Galicia a Madrid a la expansión del sector juguetero). El panorama de la pobreza
y lo que suponía el régimen del salario en el siglo XIX es completado por Ángeles
Barrio, facilitando la comprensión de una de las ideas clave de Iglesias, arraigada en su
propia experiencia societaria y en el debate teórico de la época en el movimiento
obrero sobre el particular: que la dependencia del salario pagado por otros negaba la
libertad de las personas que lo percibían. Y que semejante condición solo se aliviaría o
desaparecería como resultado de la presión de los trabajadores sobre las autoridades.
Como es sabido la mayoría de los asalariados y militantes del movimiento obrero eran
varones, y esta triple condición la compartía Iglesias, y a sus ideas acerca de la
emancipación de las mujeres, en particular en el mundo del trabajo de la época, pero
también en el ámbito doméstico, está consagrado el capítulo de Mary Nash. Al centrarse
esta aportación en el discurso de las organizaciones y publicaciones obreras sobre el
particular y la influencia de las ideas de Iglesias sobre este discurso quizá habría
resultado más lógico que este capítulo hubiese estado insertado en el siguiente bloque
(sobre su liderazgo personal). En cualquier caso, lo que deja claro la autora es que las
ideas de Iglesias, muy partidario de la igualdad de salarios entre hombres y mujeres, de
la inclusión de estas últimas en las organizaciones obreras en pie de igualdad (y no
expulsarlas de ellas como revienta-salarios) e incluso de la igualdad en el ámbito
doméstico, eran muy minoritarias en las organizaciones filosocialistas y tenían que
luchar en particular en los sindicatos con una visión radicalmente opuesta a la suya
sobre el tema. Dato muy significativo porque muestra los límites de su liderazgo
personal (y el de cualquier otro en organizaciones más o menos democráticas) y
también los del discurso igualitario socialista. La concepción de que la mujer era la
especialista en las tareas domésticas y debía ser protegida por ello en el trabajo
asalariado para compensarla siguió siendo una idea tan arraigada que aún aparecía en
los escritos de Margarita Nelken de entreguerras. Al mismo tiempo sin embargo el
feminismo socialista también se había desarrollado lo suficiente para amparar ataques
integrales contra la sociedad patriarcal a cargo de María Cambrils.
monárquica, El Socialista prefiere siempre la primera» (p. 181, los subrayados son
míos). No parece esto un manifiesto «accidentalista» o «indiferente» ante las formas de
estado, se mire por donde se mire.
7 Por último, habría redondeado la gran utilidad del volumen la inclusión de una
bibliografía común con las referencias usadas por los ponentes, habida cuenta que
algunas son ineludibles, la lista no resulta demasiado larga en un volumen bastante
manejable, y se repiten continuamente, desde los trabajos de Morato y el propio
Santiago Castillo, a la última biografía de Serrallonga (2007) y los trabajos de Esperanza
Piñeiro y Andrés Gómez Blanco sobre la presencia de Iglesias en Ferrol que aparecieron
en ocasión del centenario de 2010.
AUTORES
FRANCISCO SÁNCHEZ PÉREZ
Universidad Carlos III de Madrid
REFERENCIA
Paul Preston, El final de la Guerra civil. La ultima puñalada a la República, Barcelona,
Debate, 2014, 414 p.
1 El golpe de Estado contra la República del 17-18 de julio de 1936 fue la causa del
estallido de la Guerra civil. Casi tres años de batallas y combates que finalizaron con la
victoria de los golpistas y la imposición de una dictadura personificada en Francisco
Franco que no tuvo piedad con los vencidos. La derrota de la República se debió después
a distintos factores, unos con más peso que otros. Analizar las últimas semanas del
conflicto, es acercarse a alguno de esos otros factores. Quizá no el principal, pero sí
subsidiario y con suficiente peso como para merecer la atención de diversos
historiadores.
2 Recientemente el catedrático de historia contemporánea de la Universidad Carlos III de
Madrid, el profesor Ángel Bahamonde, publicó un interesante libro sobre este tema:
Madrid, 1939. La conjura del coronel Casado (Cátedra, Madrid, 2014), un análisis más
centrado en los aspectos militares y en la figura de Segismundo Casado. También hace
falta mencionar aquí la obra de Ángel Viñas y de Femando Hernández Sánchez El
desplome de la República (Crítica, Barcelona, 2009). Ambos libros se editaron
cumpliéndose aniversarios concretos. Por el 75 aniversario del final de la Guerra civil el
primero y por el 70 aniversario el segundo. Sin embargo, cuando parecía que las obras
en liza marcaban casi a la perfección aquellos trágicos días finales de la Guerra civil,
Paul Preston nos sorprende con una magnífico libro que los analiza
pormenorizadamente. La obra de Preston recorre desde las figuras fundamentales de
aquel proceso (Juan Negrín, Segismundo Casado, Julián Besteiro, Cipriano Mera, etc.),
hasta el posicionamiento de las distintas organizaciones en el conflicto. Como buen
conocedor de la realidad española del momento, Preston analiza los antecedentes que
llevaron al final de la Guerra. Las fuertes disputas que se dieron en el seno del campo
republicano marcaron la pauta de aquellas semanas. Igualmente esta obra se convierte
en un estudio mucho más profundo al analizar no sólo el conflicto que surgió en la
capital de la España republicana sino en otras zonas leales.
3 La obra de Preston tiene tres protagonistas. Por una parte Juan Negrín, presidente del
Gobierno de la Segunda República, según el autor, víctima de una conjura en la que
participan distintos intereses que confluyen en ideas comunes. Por otra parte,
Segismundo Casado, militar leal a la República pero al mismo tiempo ambicioso y
fuertemente anticomunista que pretendía acaparar un protagonismo que no le
correspondía. Y por último, Julián Besteiro, una de las figuras más importantes del
socialismo español. El libro de Preston es riguroso y completo. Y no es sencillo por lo
complejo del tema. El final de la Guerra civil es un cúmulo de factores diversos que solo
un investigador ducho en el tema puede tener en cuesta, un mapa en el que
recomponer las distintas piezas para comprender que lleva a cada grupo o a cada
persona a apoyar determinadas medidas. El golpe que Casado da en Madrid el 5 de
marzo de 1939 tuvo distintas motivaciones tanto para los que lo apoyaron como para
los que se opusieron. Porque no es lo mismo la motivación de un militar como Casado,
que se veía relegado de lo que él mismo quería representar, un militar que pretendía
pasar a la historia de España como quien trajo la paz en la Guerra civil, que las
pretensiones de un ya viejo Besteiro que se veía como un factor de reconciliación entre
los sublevados y los leales. No es lo mismo tampoco el presidente Juan Negrín, que
había planteado la posibilidad de una salida dialogada en la Guerra pero siempre
salvaguardando la vida de los leales, que los dirigentes del Partido Comunista de España
que tenían una posición de resistencia numantina en la que en febrero de 1939 nadie ya
creía. Tampoco fueron iguales las motivaciones que llevaron tanto a socialistas
caballeristas como a una parte del anarcosindicalismo a apoyar el golpe de Casado
teniendo en cuenta la gran cantidad de querellas internas que habían acumulado contra
Negrín los primeros y contra los comunistas, los segundos.
4 Siguiendo el libro de Preston, nos damos cuenta que Negrín, como los libertarios, como
los comunistas y los socialistas caballeristas no esperaban nada de Franco y los
sublevados. El caso de los anarquistas es complejo. Su apoyo a Casado se debe
exclusivamente a su deseo de echar del poder a los comunistas que en mayo de 1937 les
habían desalojado a ellos. Pero tenían claro que frente a Franco sólo cabía la resistencia.
Una resistencia en la que no creía absolutamente para nada Casado. Cuestión que se
comprueba no sólo en el libro de Preston sino en las propias memorias de Cipriano
Mera, el albañil anarquista que había tomado el mando del IV Cuerpo del Ejército
Popular de la República. El peso del anticomunismo en un sector importante del
anarquismo era más que evidente.
5 Por otra parte, la definición de Besteiro como «ingenuo» por parte de Preston no puede
ser más acertada. El histórico dirigente ugetista, que durante la Guerra civil apenas
tuvo importancia, creyó tener la llave para negociar con Franco. Esa ingenuidad que le
llevó a quedarse en la capital con la entrada de las tropas franquistas y que le condujo
ante un Consejo de Guerra y al presidio en Carmona falleciendo apenas un año después.
Con él también se quedó Melchor Rodríguez, el «Ángel Rojo», uno de los representantes
del anarquismo humanista, que salvó la vida de muchas personas y que también fue a la
cárcel tras la guerra.
6 Pero los dos grandes protagonistas de aquellas jomadas fueron Casado, por una parte, y
Negrín, por otra. Casado, a pesar de decir que pretendía una paz honrosa y salida
pactada de la Guerra, pocas condiciones podía ofrecer a Franco en Burgos. Su famosa
frase «La entrega se verificará en tales condiciones que no exista precedente en la
historia y que será el asombro del mundo» era papel mojado teniendo en cuenta que
Franco nada quería negociar ni pactar. Cuando las conversaciones de Gamonal
fracasaron entre los emisarios de Casado (alguno de ellos integrante de la Quinta
Columna) y los sublevados de Franco, los argumentos del coronel quedaron
completamente anulados. Aquí estriba el punto de fricción entre Casado y su equipo de
militares, esos apoyos circunstanciales de los que se dotó para que su golpe llegase a
buen puerto. La idea de un «abrazo de Vergara» nunca se produjo.
7 Juan Negrín, que había tomado el poder del ejecutivo tras la crisis de mayo de 1937, era
partidario de una paz negociada desde 1938. Algo que no sólo Preston plantea sino
también Gabriel Jackson en su Juan Negrín. Médico, socialista y jefe del Gobierno de la II
República española (Crítica, Barcelona, 2008). Lo que el presidente del Gobierno no iba a
tolerar es una rendición sin condiciones, que era la idea de Franco. Los puntos débiles
de Negrín eran el escaso apoyo que contó en el seno del Frente Popular, muy dividido
ya a finales de 1938, la nula comprensión del presidente de la República, Manuel Azaña,
y el abandono definitivo y tácito de Francia e Inglaterra, cuando en febrero de 1939
reconocieron al gobierno de Franco.
8 La obra de Preston no sólo recuerda las divergencias políticas entre los distintos grupos
del Frente Popular que desembocó en el golpe de marzo de 1939 sino que narra también
de forma pormenoriza los enfrentamientos tanto de Cartagena como de Madrid. El
primero, menos conocido para la historiografía, presentó un panorama caótico en
aquellas jomadas: por una parte, unos grupos falangistas y franquistas que ven en el
caos generalizado de la ciudad la oportunidad de hacerse con control; por otra, las
fuerzas leales al gobierno de Negrín. Y por último, algunos republicanos no conformes
con el negrisnismo que se sublevan contra su propio gobierno pero que combaten a los
franquistas. Un ejemplo de cómo la Quinta Columna estaba organizada en esta ciudad
mediterránea. La posición en Madrid fue distinta. La Quinta Columna estaba al tanto de
los movimientos que Casado iba a hacer y no intervino directamente. Alguno de los
militares más cercanos a Casado, como José Centaño de la Paz, eran integrantes de la
Quinta Columna. Otros como Manuel Matallana tenían posiciones ambigüas. El triunfo
del golpe en Madrid no se debió a los militares tibios que Casado tenía a su alrededor,
sino a las fuerzas de los «casadistas» que lograron vencer las unidades leales a Negrín y
que mayoritariamente eran de mandos adscritos al Partido Comunista. El IV Cuerpo de
Ejército de Cipriano Mera fue fundamental para ello.
9 Tras la victoria de Casado vino la represión contra las fuerzas derrotadas y el
desencanto de aquellos que esperaban que con su acción las circunstancias hubiesen
discurrido por otros derroteros. Todo ello, unido a unas negociaciones imposibles,
provocó el final de la Guerra y la entrada de Franco en Madrid. Lo que Preston deja
claro es que la represión actuó contra todos. Si bien algún alto cargo de Casado se pudo
ver beneficiado por su labor ambigua, el destino de muchos de ellos fue el presidio, el
paredón o el exilio. Incluso tibios como Matallana tuvieron un periodo de prisión y
nunca más volvieron a estar en el Ejército. Hay que recordar que una de las obsesiones
de Casado era que el bando vencedor respetase los grados militares del Ejército
republicano. Nada de eso sucedió. Otros casos fueron más llamativos. Julián Besteiro fue
detenido, juzgado y condenado (se llegó a pedir la pena de muerte) a treinta años de
prisión. Falleció un año después, en 1940, enfermo en la cárcel de Carmona. Cipriano
Mera logró alcanzar Orán. Pero, con el inicio de la Guerra mundial, fue detenido y
extraditado a España. Juzgado, fue condenado a muerte y se le conmutó la pena. Salió
de prisión y continuó su lucha contra Franco hasta que se vio obligado a salir exiliado,
muriendo en París en octubre de 1975. Melchor Rodríguez también fue detenido y
condenado. Penó en muchas prisiones y al salir se ganó la vida como vendedor de
seguros, falleciendo en Madrid en 1972. Otros como Mauro Bajatierra fueron asesinados
con la llegada de las tropas rebeldes a Madrid en marzo de 1939. Feliciano Benito fue
fusilado en Guadalajara en octubre de 1940. Esto demostró que haber sido «casadista»
no libraba a nadie de nada.
10 Casado logró huir. Se estableció en Inglaterra un tiempo y luego fue a Venezuela.
Aunque tuvo contacto durante algún tiempo con personalidades del exilio, su objetivo
era volver a España. En 1961 regresó a España. Por la petición de una pensión fue
investigado y procesado por su pasado republicano. Intentó congraciarse re-
escribiendo su libro de memorias Así cayó Madrid. Tal como Preston lo muestra la
versión que publicó en Londres en 1939 a la que editó en España en 1967 poco tenían
que ver. Falleció en 1968.
11 El libro de Preston es completo, muy bien documentado y acerca un poco más a lo que
fueron aquellos últimos días. Un magnífico y excelente compendio tanto de las luchas
intestinas como de alguna de las personalidades que jugaron un papel fundamental en
aquella historia. Si bien el libro se centra mucho más en las figuras antagónicas de
Casado y Negrín, las razones de fondo y de peso que llevaron a apoyar el golpe a fuerzas
como la Agrupación Socialista de Madrid (de corte caballerista) y el Movimiento
Libertario Español quedan en un segundo plano. Pero eso ya de por sí podría ser una
nueva obra. Quizá una idea para que uno de los mejores historiadores del momento,
como Paul Preston, nos vuelva a sorprender.
AUTORES
JULIÁN VADILLO MUÑOZ
Universidad Complutense de Madrid
REFERENCIA
Ana Martínez Rus, La persecución del libro. Hogueras, infiernos y buenas lecturas
(1936-1951),Gijón, Ediciones Trea, 2015, 220 p.
1 Los estudios sobre la actitud de los militares golpistas y del posterior franquismo hacia
la sociedad que no compartía su modelo político, son ya muy abundantes en todo el
territorio español. Conocemos gran parte de la persecución y represión efectuada a las
mujeres, los hombres e incluso los niños que se vieron aquejados por una compleja y
precisa legislación que afectaba al modo de vida de sus familias y a ellos. La economía,
los diferentes colectivos sociales, el arte, los medios de comunicación o la cultura
sufrieron las consecuencias de una ideología tradicionalista, excluyente y restrictiva
amparándose en la Iglesia Católica, los militares y Falange Española.
2 El caso de la cultura impresa es uno más a añadir al largo catálogo de destrucción y
expurgo que el franquismo realizó. Sabemos que los periódicos y las revistas que no se
atenían a los principios ideológicos explicitados en la denominada Ley Serrano Súñer
de 1938 fueron incautados o cerrados, y sus plantillas enviadas a la cárcel, al paredón o
huidas al exilio. Sobre el destino de los libros sabemos algo menos, aunque contamos
hoy día con algunos trabajos, como el que reseñamos aquí, que van desgranando las
políticas aplicadas al patrimonio bibliográfico del país que atentaba contra el régimen
implantado en abril de 1939. Las obras pioneras de Manuel Abellán, Alicia Alted o las de
Antonio y Juan Beneyto, marcaron el camino a las más actuales de Jesús Martínez, José
Andrés de Blas o Ana Martínez Rus, cuya contribución a la historia del libro y la lectura
ha sido fundamental.
AUTORES
MATILDE EIROA
Universidad Carlos III de Madrid
REFERENCIA
Alejandro Quiroga Fernández De Soto, Goles y banderas. Fútbol e identidades nacionales en
España, Madrid, Marcial Pons, 2014.
1 Muchas veces habremos oído aquello de «el fútbol no es importante». Sin embargo
estamos hablando de un deporte que cuenta con millones de aficionados y casi igual
número que lo práctica en distintas categorías. Luce más hacer un trabajo de
investigación sobre un rey o un movimiento político concreto que sobre un equipo de
fútbol o algo relacionado con el deporte. Y eso es injusto. Sobre todo porque hay
importantes trabajos de investigación que tienen al deporte como eje central y aportan
mucho a la materia humanística.
2 El libro de Alejandro Quiroga entraría dentro de esos trabajos de investigación que
aportan un gran valor a la ciencia histórica tratando un tema de esos que algunos
denominan «poco serios» y que para nada lo son.
3 Sobre fútbol se han escrito varias cosas. Desde historias de algunos de los equipos de
fútbol más emblemáticos hasta la relación del fútbol como movimientos como el
obrero. En estos aspectos hay que destacar obras como la de Eduardo Galeano El fútbol
a sol y sombra, donde de una forma sencilla nos acerca a algunas curiosidades
futbolísticas de un aficionado a este deporte como Galeano. O el más reciente de Quique
Peinado Futbolistas de izquierdas donde en un buceo de documentación se cuenta
alguno de los casos más carismáticos de gente del mundo del fútbol comprometida con
la izquierda política (Sócrates, Breitner, Lucarelli, etc.)
como una entidad que en la clandestinidad mantuvo unido los sentimientos del
catalanismo. La prensa catalana comenzó a presentar al Barcelona como el equipo de la
descentralización y la modernidad democrática frente al Real Madrid concebido como
un equipo centralista y autoritario. Numerosos políticos de distintas tendencias
mostraron sus simpatías y eran socios del FC Barcelona. El Español también fue
entrando en la dinámica de presentarse como un equipo catalán y de «catalanidad»,
aunque de forma mucho más tardía.
16 El País Vasco tuvo una evolución un tanto distinta. En los orígenes el fútbol no significó
tanto un vehículo de socialización y unión de los vascos. Más bien miraban a otros
deportes o tradiciones. Sin embargo, paulatinamente, el Athletic Club y la Real Sociedad
fueron concebidos y presentados durante tiempo, al igual que el Barcelona, como los
equipos del nacionalismo vasco. Aun así durante el franquismo también hubo
peculiaridad. Mientras el resto de equipos, junto con los jugadores de sus canteras
fichaban a jugadores de primer orden mundial, el Athletic solo jugaba con jugadores
salidos de su cantera. Esto hizo que el franquismo presentara el fútbol de Athletic como
el verdaderamente español.
17 A pesar de ello jugadores y directivos se fueron vinculando o acercando a los
movimientos políticos de independentistas vascos. No dejó de ser impactante ver a un
jugador como Iribar sentarse en la Mesa Nacional de Herri Batasuna (HB) una vez que
Franco murió. Fueron jugadores que apoyaban el movimiento vasco independentista
pero que se alejaron de la violencia terrorista de ETA en los años sucesivos. Grabada
queda también la imagen de los jugadores de la Real Sociedad y del Athletic de salir en
el antiguo campo de Atocha con la ikurriña cuando estaba aun prohibida.
18 El libro de Alejandro Quiroga logra demostrar como aficionados, gente en general se
sienten vinculados a una idea nacional a un concepto de identidad a través del fútbol.
Lo que hace que este deporte tenga muchas más aristas de análisis de las que se quieren
mostrar en muchas ocasiones. La obra de Quiroga gira en torno a tres ejes:
19 Una narrativa nacional determinada por el contexto histórico en el que se genera.
Fundamental para entenderla en su justa medida. No es lo mismo analizar a la selección
española en la década de 1950 que hacerlo en la actualidad.
20 Una narrativa surgida de la imagen futbolística de España en la prensa española e
internacional. Para unos España era víctima de injusticias. Para otro el fútbol de España
era tosco y típico del carácter español.
21 Un paralelismo entre lo que sucede en España y en el resto del mundo. Lo que pasa en
las fronteras nacionales españoles no es exclusivo de aquí. Se comprueba viendo como
países como Argentina o Francia viven y encarna su sentimiento nacional a través de su
selección de fútbol.
22 La obra de Quiroga viene a completar, con otro tema, su buen bagaje investigador en los
nacionalismos y las identidades nacionales, de las que ya dio buena cuenta en obras
como Los orígenes del nacionalcatolicismo, Haciendo españoles. La nacionalidad de las
masas en la dictadura de Primo de Rivera (1923-1930) y la conjunta con Sebastián
Balfour España reinventada. Nación e identidad desde la Transición. Este Goles y
banderas. Fútbol e identidades nacionales en España no dejará indiferente a aficionados
o profanos al deporte futbolístico.
AUTORES
JULIÁN VADILLO MUÑOZ
Universidad Complutense de Madrid
REFERENCIA
Joseba Arregi Aranburu (coord.), La secesión de España. Bases para un debate desde el País
Vasco, Madrid, Tecnos, 2014, 233 p.
2 A decir de Arregi, para salir de ese bucle es necesario «dotar al Estado español de
instrumentos legales que, sin poner en duda la residencia de la soberanía en el conjunto
del pueblo español, permitan conocer la dimensión real del cuestionamiento de la
Constitución a través de un procedimiento legal de consulta», pero que permanezcan
en manos del parlamento español y el Gobierno central. Sin embargo, «no tiene ningún
sentido argumentar a favor de la Ley de Claridad si al mismo tiempo no se hace el
esfuerzo de colocar la tesis en un contexto de comprensión que le dote de significado»
(p. 14). Y este es el objetivo que se propone La secesión de España. Bases para un debate
desde el País Vasco, obra fruto del trabajo de un equipo interdisciplinar de juristas,
historiadores y otros científicos sociales, compuesto por Joseba Arregi, Luis Castells
Aateche, Alberto López Basaguren, Matías Múgica, José V. Rodríguez Mora, Bárbara
Ruiz Balzola y José María Ruiz Soroa. El proyecto, escrito desde Euskadi, aunque mucho
de lo expuesto es perfectamente aplicable al caso de Cataluña, ha sido iniciativa de la
Mario Onaindia Fundazioa y está financiado por la Diputación de Alava.
3 En el primer capítulo, Ruiz Soroa estudia los diferentes conceptos y denominaciones
que se utilizan en el debate público sobre la secesión de un territorio, término que
considera mucho más correcto que otros como el mal llamado «derecho a decidir». Al
fin y al cabo, «los nacionalismos independentistas plantean su reclamación como si
fuera un ejercicio del derecho de autodeterminación internacionalmente reconocido y
sancionado, en lugar de como lo que es, como una demanda de secesión o separación de
parte de la población territorializada de un Estado con respecto a su conjunto» (p. 19).
Además, el autor se pregunta sobre el carácter democrático de dicho derecho a la
separación y la posibilidad y conveniencia de regularlo en las presentes circunstancias.
Concluye que la secesión no constituye un derecho, sino una demanda ciudadana, a
pesar de lo cual una consulta secesionista sería eventualmente posible si se reformase
la Carta Magna «por el procedimiento agravado del artículo 167, lo cual supone una
enorme dificultad práctica si se intenta abordar directamente» (p. 35). Por último, Ruiz
Soroa subraya que «la regulación de la secesión como posibilidad real actuaría como
una fuente de relegitimación democrática del sistema político español». En tal sentido,
sería un error identificar apriorísticamente referéndum con independencia, ya que
«una consulta de los deseos ciudadanos es también una posibilidad a favor de la unión»
(p. 36).
4 En segundo término, López Basaguren hace un análisis comparado sobre el tratamiento
democrático de las reclamaciones secesionistas, indagando en la afirmación de la
indivisibilidad nacional de las constituciones democráticas, y tomando como referencia
los procesos auspiciados por los pujantes nacionalismos de Quebec, Escocia y Kosovo.
En el tercer epígrafe de La secesión de España, Ruiz Balzola reflexiona sobre las, dadas
las normas jurídicas aplicables (y pese a la ausencia de precedentes claros), escasas
posibilidades que tiene un territorio escindido de un estado miembro de permanecer (o
ingresar) en la Unión Europea.
5 En cuarto lugar, Joseba Arregi se centra en la desintegración del estado multiétnico por
antonomasia, el Imperio Austrohúngaro, tras la Primera Guerra Mundial. El autor
repasa la historia de dicho estado y las basculantes relaciones entre los muy distintos
pueblos que lo componían, así como la ruptura y disgregación que supuso la aplicación
del principio de las nacionalidades y del derecho de autodeterminación al amparo de la
doctrina Wilson tras su derrota militar. El resultado fue nefasto, debido a que «en
muchos territorios vivían entremezcladas distintas nacionalidades y era imposible
separarlas geográficamente sin dañar a unos o a otros, o a todos de una manera u otra»
(p. 121). De este modo, la doctrina Wilson, en vez de estados-nacionales, terminó
creando estados multinacionales, «multiplicando así el problema, y creando fuertes
minorías nacionales ansiando en términos literales la repatriación, pero no personal,
sino territorial, negando el derecho de autodeterminación a etnias sin respaldo ni
interés internacional» (ps. 128-129). La lección que se extrae de la vista al pasado es
que, lejos de resolver las tensiones étnicas, la creación de nuevos estados supuso la
multiplicación de los problemas, la intolerancia y, a la postre, la violencia política.
6 El quinto apartado, escrito por Luis Castells, analiza desde una perspectiva histórica el
encaje de las provincias vascongadas (luego País Vasco o Euskadi) en el seno de España
hasta la actualidad, lo que inevitablemente echa por tierra algunos mitos abertzales
como el del «secular conflicto» entre invadidos vascos e invasores españoles. Como
recuerda Castells, «el vínculo histórico que ha existido entre el País Vasco y España ha
sido muy estrecho. Basta con repasar la participación de los vascos en la sociedad
española, su influyente intervención en distintos ámbitos artísticos, en el pensamiento,
en la ciencia, en el deporte..., a lo largo del siglo XX para poder convenir que la España
Contemporánea [citando a José Miguel de Azaola], con sus defectos y virtudes, es obra
de nosotros, de los vascos, tanto o más que de cualquier otro pueblo de la Península»
(p. 167).
7 En el sexto capítulo. Rodríguez Mora, basándose en estudios comparativos y fórmulas
matemáticas, dibuja el panorama en el que previsiblemente quedaría la economía del
País Vasco en caso de separarse del resto de España. Concluye que la secesión sería
desastrosa para la renta de los habitantes de una hipotética Euskadi independiente, que
disminuiría drásticamente. «El motivo es que el País Vasco tiene poco que ganar. El
régimen fiscal es tal que está ahora en el mejor de los mundos. Tiene los beneficios de la
cercanía con el resto de España sin ninguno de sus costes. Suena impensable que
pudiese, bajo ninguna circunstancia, mejorar en lo económico» (p. 190).
8 El último epígrafe de La secesión de España es un ensayo de Matías Múgica sobre la
cuestión lingüística. ¿En qué situación quedaría el euskera y el español en el País Vasco
tras una hipotética secesión? Según el autor, al nacionalismo no le quedaría más
remedio que elegir entre varias opciones: asegurarse la primacía del primero sobre el
segundo mediante un insistente intervencionismo estatal, que incluya la segregación
idiomática de la ciudadanía, o «una sociedad abierta y libre, donde la perduración del
euskera sea desgraciadamente incierta» (p. 226).
9 La deriva radical del nacionalismo catalán ha reavivado la controversia sobre el
derecho a la secesión de las comunidades autónomas, dando pie a la aparición de una
ingente y muy desigual producción bibliográfica. En este debate puede tener su espacio
la autorizada voz de La secesión de España. Se trata de una obra seria y rigurosa y está
escrita por reconocidos especialistas en la materia, que prestan atención tanto al
fenómeno en general como al caso específico del País Vasco. No obstante, tiene más de
ensayo que de manual y una finalidad más divulgadora que académica. Sus autores se
han esforzado por hacer inteligibles conceptos complejos y reflexiones teóricas de
calado, lo cual se agradece mucho. Sin duda, se trata de un libro valiente que hacía
falta.
AUTORES
GAIZKA FERNÁNDEZ SOLDEVILLA
Mario Onaindia Fundazioa