Adaptación Sueño de Una Noche de Verano
Adaptación Sueño de Una Noche de Verano
Adaptación Sueño de Una Noche de Verano
(LISANDRO yace en el suelo dormido, PUCK lo hechiza con su flor. Entra DEMETRIO y ELENA
tras él, no ven a LISANDRO.)
ELENA.— Tú me atraes, imán de corazón empedernido; pero no es hierro lo que atraes, pues
mi corazón es fiel como el acero. Deja tu poder de atracción y no tendré poder para seguirte.
DEMETRIO.—¿Te pretendo yo? ¿Te llamo hermosa? o por el contrario, ¿no te digo claramente
que no te amo ni puedo amarte?
ELENA.—Y aun por eso mismo os amo más. Soy tu sabueso, y cuanto más me pegues,
Demetrio, más te acariciaré. Trátame sólo como a tu sabueso; recházame, golpéame,
olvídame, piérdeme, pero, por indigna que sea, permíteme siquiera que te siga. ¿Qué puesto
más humilde puedo implorar en tu afecto, y sin embargo lo estimo muy alto, que el de ser
tratada como tratas a tu perro?
DEMETRIO.— ¡No tientes demasiado el odio de mi alma, pues me pongo enfermo cuando te
miro!
ELENA.—Me sirve de escudo vuestra virtud. Para mí no es noche cuando veo tu rostro, y así no
me parece que estemos en la noche. Ni falta a este bosque un mundo de sociedad, pues para
mí eres el mundo entero. ¿Cómo decir, pues, que estoy sola, si todo el mundo está aquí para
mirarme?
ELENA.—La más feroz no tiene un corazón como el tuyo. Huye adonde quieras; se cambiará la
leyenda: Apolo huye y Dafne le da caza; la paloma persigue al gavilán; la mansa cierva se
apresura a cazar al tigre. ¡Inútil prisa cuando la cobardía persigue y el valor huye!
DEMETRIO.—No quiero discusiones contigo. Déjame ir, y si me persigues, ten por seguro que
te haré algún mal en el bosque.
(Sale DEMETRIO.)
ELENA.—¡Ah! ¡Estoy sin aliento por esta caza amorosa! Cuanto más ardiente es mi súplica,
menos merced alcanza. Dichosa Hermia, dondequiera que esté, porque tiene ojos benditos y
seductores. ¿Qué es lo que los hace tan brillantes? No las acerbas lágrimas. De ser así, más lo
estarían los míos, que han llorado más. No, no. Soy fea como un oso, porque las fieras que me
encuentran huyen atemorizadas. No es extraño que Demetrio, como de un monstruo, huya de
mi presencia. ¿Qué engañoso y maligno espejo puede hacer que comparare mis ojos con los de
Hermia? Pero, ¿quién hay aquí? ¡Lisandro! ¡En el suelo! ¿Está muerto o dormido? No veo
sangre ni herida. Lisandro, buen caballero, si estáis vivo, despertad.
ELENA.—No digáis eso, Lisandro, no lo digáis. ¿Qué importa que él ame a vuestra Hermia?
¿Qué importa, mientras Hermia os ame a vos? Debéis estar contento.
ELENA.— ¿Y he nacido para sufrir esta burla? ¿Merezco que me despreciéis de este modo?
¿No basta, joven, no basta que yo jamás haya alcanzado, ni siquiera pueda alcanzar una
mirada afectuosa de Demetrio, sino que además habéis de escarnecer mi insuficiencia? En
verdad me hacéis agravio; a fe que me lo hacéis en cortejarme de tan desdeñosa manera. Pero
adiós. Debo confesar que os creía dotado de más franca gentileza. ¡Dios mío! ¡Que una mujer
rechazada por un hombre, tenga que ser insultada por otro!
(Entra DEMETRIO y se tiende a dormir, seguido por PUCK que lo hechiza y sale)
LISANDRO.—¿Por qué pensáis que os pido amor por burla? La burla y el sarcasmo jamás
vierten lágrimas, ved: lloro al hablaros, y eso es una prueba de la sinceridad de mis palabras.
Todo en mí lleva el sello de la buena fe. ¿Cómo podéis ver en ello signos de desprecio?
ELENA.—Seguís la impostura con sumo talento. Cuando la verdad mata la verdad, ¡qué lucha
más infernal y celeste! Esos homenajes pertenecen a Hermia. ¿Renunciáis a ella? Juramentos
pesados con juramentos nada pesan. El homenaje que le tributabais y el que me ofrecéis
ahora, puesto en los platos de la balanza, tienen igual peso: los dos son tan leves como
palabras al viento.
LISANDRO.—Malo sois, Demetrio. No seáis así. Sabéis que conozco vuestro amor a Hermia, y
aquí, con toda voluntad, con todo corazón, os cedo mi parte en su amor. Dadme la vuestra en
el de Elena, a quien amo y amaré hasta la muerte.
DEMETRIO.—Lisandro, quédate con tu Hermia; no la quiero. Si alguna vez la amé, ese amor se
ha apagado. Mi corazón estuvo con ella sólo como un huésped pasajero, y ahora vuelve a su
hogar, vuelve a Elena para quedarse aquí.
LISANDRO.—Elena, no es verdad.
DEMETRIO.—No intentes rebajar unos sentimientos que no conoces, o teme pagar cara tu
audacia…
ELENA.—Fingid tristes miradas y haceos señas cuando vuelvo la espalda; guiñaos uno a otro;
continuad la burla, llevadla hasta el extremo, se hablará en el mundo de ella. Si tuvieseis un
poco de humanidad, de honor o de cortesía, no me tomaríais por objeto de vuestras burlas.
Pero, adiós. En parte es culpa mía, pero la muerte o la ausencia la repararán.
LISANDRO.—Deteneos, amable Elena, y oíd mi justificación. ¡Hermosa Elena, amor mío, vida
mía, alma mía!
(Sale ELENA)
DEMETRIO.—Al instante, ven. Hablas como si la acción fuera a seguir a la palabra, pero no te
mueves. Eres un cobarde.