Glosado clase 9-9
La primera интеллигенция rusa, la de los años 40, reunía a hombres de distintas
extracciones sociales (разночинцы), aunque, según Isaiah Berlin, ninguno era “pobre”.
En una atmósfera opresiva donde el único canal más o menos habilitado de expresión
era la literatura (a pesar de la “censura tártara”, como la llama Bielinski), en ella se
condensaba lo mejor de las energías de entonces. Esta primera интеллигенция es la que
luego podremos identificar como “la de los padres” (ateniéndonos un tanto a la
formulación de Iván Turguéniev en su novela Padres e hijos o a la de Dostoievski en
Los demonios), en contraste con “la de los hijos”.
Entre las figuras más descollantes tenemos al propio Bielinski, a su amigo Alexandr
Herzen, a Mijaíl Bakunin, a Nikolái Ogariov (que junto con Herzen publicaría en
Londres la revista revolucionaria clandestina Кóлокол, “La Campana”, de tremenda
influencia en Rusia), al joven Iván Turguéniev, a los hermanos Iván y Serguéi Axákov,
al historiador Mijaíl Pogodin. Entre ellos, pronto se distinguieron el ala de los
зáпадники (“occidentalistas”) de la de los славянофилы (“eslavófilos”), alas que a
menudo se identifican con las posiciones respectivas de “progresistas” y
“conservadores”. A estos últimos se los tachaba de defensores de la народность oficial.
Es cierto, entre los primeros había “ateos” y “socialistas utópicos”, mientras que los
segundos defendían la impronta de la ortodoxia cristiana en la conformación particular
de la cultura rusa. Ambas facciones, sin embargo, amaban con parejo ardor a su patria.
Estas posiciones encontraban su expresión en las revistas literarias de la época.
Así, a un órgano conservador como la Библиотека для чтения (“Biblioteca de
Lectura”), defensor de las posiciones oficiales, se le oponían (en una sorda lucha) las
Отечественные записки (“Apuntes/notas/anales de la Patria”), que desde 1839 dirigió
el publicista Andréi Kraievski. Los eslavófilos, a pesar de que criticaban muchos
defectos de la vida rusa, buscaban su ideal de organización social en el pasado lejano,
en la Rus’ moscovita, a la vez que defendían el carácter autónomo, particular de Rusia.
Los occidentalistas, por su parte, veían el modelo en el desarrollo de pacíficas
relaciones burguesas al modo europeo. Entre estos, solo los demócratas revolucionarios
aspiraban al socialismo, a una sociedad con justicia social, sin explotación ni propiedad
privada.
Los “Anales Patrios o de la Patria” adquirieron gran popularidad gracias a Bielinski, en
su tarea crítica y publicística, que dirigió la tendencia de la revista hacia temas
candentes como el derecho de servidumbre, el atraso, el asiatismo; es decir,
progresivamente, la convirtió en una tribuna política; realista en su concepción de la
literatura (defensor de la “escuela natural”), rechazando todo lo que pudiera leerse como
idealismo filosófico, en ella eran publicados autores como Niekrásov, Herzen,
Lérmontov, Turguéniev.
En 1836, Alexandr Pushkin había fundado la revista Современник (“El
Contemporáneo”), conducido desde 1846 por el poeta Nikolái Niekrásov. También
Bielinski colaboró allí, y se convirtió en su guía ideológico, luego de su salida de la
revista de Kraievski. Con el tiempo, “El Contemporáneo” reflejaría la mirada de las
tendencias democrático-revolucionarias.
Estas revistas de tendencia occidentalista y progresista eran publicadas en Petersburgo y
contrastaban con publicaciones moscovitas como Москвитянин (“El Moscovita”), que
defendía la autonomía nacional de Rusia y tenía tendencia paneslavista (publicaba
autores serbios, búlgaros, checos). La dirigían los hermanos Axákov, y desde allí se
trataba de discutir las miradas de Bielinski (sobre todo en su relación con Gógol y la
interpretación del poema Almas muertas).
LA FILOSOFÍA ALEMANA
En su ensayo “Una década notable” Isaiah Berlin (filósofo británico de origen judío-
ruso), al hablar de los pensadores como Herzen, Bielinski, Ánnienkov, dice que
“pusieron en movimiento ideas destinadas a surtir efectos cataclísmicos no solo en
Rusia” y que “es difícil que las grandes novelas rusas hubiesen podido brotar sin la
atmósfera específica que estos hombres crearon y fomentaron. En la esfera de la
literatura, por ejemplo, inventaron la crítica social, “una crítica en que la línea entre la
vida y el arte no se traza muy claramente”.
Estas “ideas que andaban en el aire” eran abrevadas, fundamentalmente, en el
pensamiento filosófico alemán, de cuño romántico: contra el mecanicismo (ciencias
mecánicas y naturales) de la Ilustración, la concepción del hombre como tabula rasa,
los metafísicos románticos volvieron a modos que atribuían a la tradición platónica:
vislumbre espiritual, conocimiento “intuitivo” de conexiones vedadas al análisis
científico.
Señala Berlin que, siguiendo esta concepción, se necesita una capacidad de penetración
imaginativa para comprender la vida interna, mental y emocional, la vida espiritual,
donde juegan la actividad inconsciente de la imaginación, los factores irracionales, el
papel de los símbolos y los mitos, todo lo que escapa a una clasificación racional. Así,
los metafísicos alemanes explicaron de otro modo fenómenos como inspiración poética,
experiencia religiosa, genio político, ideales morales.
Por eso el arte y la estética van a ocupar un lugar tan importante en la indagación de la
“idea trascendental” o del “espíritu absoluto”. Según esto, un poeta tiene genio hasta el
grado en que es “inspirado por el espíritu de su pueblo y lo expresa” (idea de Bielinski
sobre Pushkin, y también sobre el primer Gógol, y luego de Dostoievski sobre Pushkin).
Nikolái Stankiévich fue el gran difusor de la metafísica alemana en Rusia hasta su
muerte a los 27 años en 1840. Enseñaba que había una razón de ser en todo lo
aparentemente desordenado, injusto y cruel. Las reformas sociales eran solo
“exteriores”, si no cambiaba el hombre. Fue en torno a él que germinó, a partir de 1838,
el primer núcleo de la intelliguentsia.
El filósofo ruso Vadím Nikoláievich Bielopolski, recientemente fallecido, en su libro
Dostoievski y los otros, propone un recorrido por las figuras de la filosofía alemana que
influyeron directa o indirectamente en Dostoievski. Según Bielopolski, en Rusia por
mucho tiempo no hubo filosofía, y su función entonces la cumplió la literatura: es en
ella donde aparece una filosofía del ser humano. La literatura de entonces, no obstante,
deja a la filosofía alemana pensar los problemas gnoseológicos, no tiene su carácter
abstracto, no se expresa en complejas categorías y filosofemas, sino en imágenes
artísticas vivas. Así, mientras las ideas del filósofo hacen sistema, las ideas del escritor
componen un todo artístico.
• Entre las influencias que menciona, se encuentra en primer lugar Kant:
La filosofía alemana aspira a incluir las posiciones cristianas en la metafísica. Así, para
Kant, detrás del mundo de los fenómenos está el noumeno, esto es, para Kant (y luego
para Hegel), la realidad/el mundo no se agota en lo existente, sino que incluye la
posibilidad de desarrollo ulterior. Que existan la posibilidad y la potencia hacen al
mundo infinito. La filosofía de Kant, entonces, pone al hombre en el límite de 1. lo
empírico (sensible) y 2. lo que puede alcanzarse con la mente (suprasensible).
Respecto de lo moral, para Kant el “imperativo categórico” del hombre es cumplir la
voluntad de la especie. Sobre los impulsos naturales del hombre y los morales, dice que
el hombre debe someter los primeros a los segundos. No obstante, y conforme con la
concepción cristiana, para Kant el hombre no es simple, sino complejo. Pueden habitar
en él el bien y el mal.
También debemos a Kant, en relación con Dostoievski, sus Observaciones sobre lo
bello y lo sublime, que continúan sus pensamientos estéticos formulados en la Crítica
del juicio, y que también llevan implícita una concepción del ser humano.
• Sucesor de Kant, a la vez que precursor de Schelling y de Hegel, Fichte continúa a
Kant, pero librándose del noumeno. Hay una mayor relación con lo religioso: plantea la
lucha del YO con el NO YO, que resignifica la dualidad cristiana entre cuerpo y alma.
También (y para acercarlo a Dostoievski) Fichte da gran importancia a la infancia,
porque allí el ser humano se reconoce parte del género.
Para Fichte (y luego para Dostoievski), el problema principal es una filosofía de la
historia. Según esta concepción, la civilización actual es el reino del egoísmo burgués
que hay que superar. (Solo que Fichte se apoyará en la razón, apuesta a la razón, en
tanto Dostoievski pensará en una idea integradora, en tanto la razón opera por
desmembramiento). Siguiendo a Fichte, en su ensayo “El socialismo y el cristianismo”,
de 1864, Dostoievski dividirá la historia en tres estadios: 1) primitivo-patriarcal, donde
se vive espontáneamente y de manera colectiva: la masa, 2) el actual, la Civilización,
donde se vive según el principio de la personalidad, del individuo, y donde el socialismo
sería el extremo del espíritu burgués, 3) el Cristianismo, que implicaría volver a lo
espontáneo, a la masa, a la entrega de sí.
• A Schelling lo aproximan el tema del mal y la libertad. Esta es el suelo de donde nace
el mal, pues puede volverse arbitrariedad. Por eso el mal nace del alma y no del cuerpo.
Para Schelling el mal es deformación (mentira) del bien, no tiene base propia,
fundamento propio. Está relacionado con lo único/singular, la mismidad, no con la
unidad y lo general. Así, traducido a lo social, el mal tiene que ver con el egoísmo
burgués, con la transformación de la libertad en arbitrariedad.
Para Schelling el mal es la base primera de la existencia: “Para que no existiera el mal
sería preciso que no existiera el propio Dios”. El tema es que la individualidad no tiende
hacia la “voluntad universal”.
• Pero sin duda la estrella dominante en el universo de esa época fue Hegel, si bien dirá
Berlin que la lealtad a Hegel (y quizá a Schelling) luego se trasladaría a Darwin, a
Spencer (“supervivencia del más apto”, darwinismo social), a Marx.
Para Hegel, el individuo es solo una forma de existencia del género. “La existencia del
Estado es la marcha de Dios en el mundo”. De hecho, no le preocupa a la Razón que
algunos individuos sean ofendidos, importa lo general (incluso, para Hegel, la muerte es
“la victoria del género sobre lo individual”). Al someterse a lo general, el individuo
hace realidad su “libre voluntad” racional. Así, el sometimiento a la razón de la especie
diferencia la libertad de la arbitrariedad.
Pertenece a Hegel la elaboración de la idea de que hay una ideología, un conjunto de
ideas que influyen sobre otras ideas (lo social, lo económico, lo teológico, lo jurídico),
de nexos invisibles con las ideologías anteriores, lo que forma un desarrollo coherente
continuo (la Historia). No obstante, para Hegel el espíritu evoluciona mediante una
lucha dialéctica (el choque de puestos para llegar a una síntesis).
László Földényi dirá que la interpretación hegeliana de la historia subordina todo lo
divino a lo que está bajo control humano, es decir, a la política. Ello desplazaría la fe en
la trascendencia por la fe en las soluciones políticas. Así, la historia desde la
perspectiva de Hegel es la historia de la secularización. A la vez que, en su concepción,
era historia solo lo que la censura de su sistema racional admitía como tal. Lo excluido,
censurado por la mente europea, es el terror a lo incomprensible, pues, según Hegel, no
todos los pueblos forman parte de la historia universal, y además algunos la encarnan
mejor que otros. (Por supuesto que toda esta filosofía podía tener sus contactos
estructurales con el pensamiento de Dostoievski, pero las divergencias serán
fundamentales; no obstante, según Alexandr Wrangel, un fiscal que fuera su amigo en
Siberia, en 1854 Dostoievski quería traducir a Hegel).
• Un filósofo que también tuvo su influencia en los debates de la época (el joven
Dostoievski llegó a presentar una monografía sobre él en el círculo de Petrashevski:
“Sobre la personalidad y el egoísmo humano”.) fue Max Stirner, el autor de El único y
su propiedad, obra donde fundamenta su filosofía del individualismo absoluto.
Discípulo de Hegel, le criticará a este su defensa de la primacía de la especie, cuando lo
que importa es el YO concreto. (También fue crítico de Feuerbach y su “humanismo
ateo”, por hurtarse al hombre concreto y defender solo una “idea” del hombre).
Entre los pensamientos de Stirner cuya influencia es notoria en Dostoievski está el de
que el hombre moderno está embargado por una idea fija, que subordina a sí a la
persona (alienación de la que invita a liberar el YO).
Este culto del Yo que propone Stirner encontrará su reflejo en muchos personajes
“nihilistas” de Dostoievski, sobre todo los de la etapa post-siberiana.
***
Con todos estos filósofos está ligado Dostoievski por su concepción dual del hombre.
De todas maneras, debemos pensar que todas estas “influencias” contribuyen a dar una
base filosófica a ideas y percepciones que Dostoievski ha abrevado en otras fuentes: la
propia concepción cristiana del ser humano, la observación y el estudio empírico de este
que tanto atraía a Dostoievski (no en vano Berdiáiev lo llama antopólogo, y su amigo
Wranguel contará que en Siberia “a Dostoievski no le interesaban los cuadros de la
naturaleza, le interesaba el hombre”). La amistad con el filósofo Nikolái Nikoláievich
Strájov en los 60 le brindó a Dostoievski la posibilidad de acceder a una mejor
comprensión de los temas filosóficos. Strájov fue un filósofo idealista, crítico de la
secularización de Occidente, partidario del почвеничество (“arraigo en el propio
suelo”) y profesor de ciencias naturales. Pero el contacto más inmediato y palpable, en
razón de los debates que suscitaban, lo tuvo sin dudas Dostoievski en su primera etapa
intelectual.
Es patente el modo en que Alexandr Herzen ironiza sobre la atmósfera intelectual de
esos años de 1840:
Un hombre que fue a dar un paseo por Sokólniki [un suburbio de Moscú] fue allí no
solo por el paseo, sino también a entregarse al sentimiento panteísta de su identificación
con el cosmos. Si por el camino encontró a un soldado ebrio a una campesina que le
dijo algo, el filósofo no solo conversó con ellos, sino que determinó la sustancialidad
del elemento popular, tanto en la presentación inmediata cuanto en la accidental. La
lágrima misma que acudió a su ojo fue estrictamente clasificada y remitida a su propia
categoría: Gemüth, “el elemento trágico del corazón”.
Después de sus primeros “fracasos” en la arena literaria (los críticos del El
Contemporáneo lo habían persuadido de que la “escuela natural” no se avenía en
absoluto con él), Dostoievski empezó a escribir para un diario aristocrático y
conservador de la capital: Noticias de San Petersburgo, una columna de contenido libre:
“Crónicas petersburguesas”. Tales crónicas eran fisiologías de la ciudad, que es la gran
protagonista, pero en ellas comienza Dostoievski a desarrollar un tipo (literario): el del
“Soñador”.
¿Saben ustedes lo que es un soñador, señores? Es una pesadilla petersburguesa, es un
pecado personificado, es una tragedia, callada, misteriosa, sombría, salvaje, con todos
sus frenéticos horrores, con todas sus catástrofes, peripecias, nudos y desenlaces, y
decimos esto para nada en broma. Ustedes a veces encuentran a una persona distraída,
con una mirada indefinidamente nebulosa, a menudo con el rostro pálido, demacrado,
siempre como si estuviera ocupado en algo tremendamente pesado, algún asunto de
esos que rompen la cabeza, a veces agotado, extenuado como si fuera por trabajos
pesados, pero que en el fondo no ha producido redondamente nada; así suele ser el
soñador por fuera. El soñador es siempre alguien pesado, porque es irregular hasta el
extremo: o está demasiado alegre, o está sombrío, o es grosero, o es atento y tierno, o
egoísta, o capaz de sentimientos nobles… Se alojan en su mayor parte en profundo
aislamiento, en rincones inaccesibles, como ocultándose de las gentes y de la luz, y en
general incluso algo melodramático salta a los ojos a la primera mirada que les
echas… Les gusta leer… pero habitualmente desde la segunda tercera página dejan la
lectura, pues se han satisfecho por completo. Su fantasía, móvil, volátil, ligera, ya está
excitada, la impresión está en marcha, y todo un mundo de ensueños, con sus alegrías,
sus amarguras, con su infierno y paraíso, con sus mujeres cautivantes, con hazañas
heroicas, con una noble actividad, siempre con alguna lucha gigantesca, con sus
crímenes y horrores varios, de repente domina con todo su ser al soñador. La
habitación desaparece, el espacio también, el tiempo se detiene o vuela tan
rápidamente que una hora pasa en un minuto. A veces noches enteras pasan en
placeres indescriptibles. A menudo unas cuantas horas se vive un paraíso de amor o
toda una vida, inmensa, gigante, inaudita, maravillosa como un sueño, grandiosamente
bella. Por algún arbitrio desconocido se acelera el pulso, saltan las lágrimas, arden con
fuego febril las húmedas mejillas… Los momentos de recuperar la sobriedad son
horrorosos: el desdichado no los tolera e inmediatamente toma su veneno en nuevas
dosis aumentadas… En la calle anda con la cabeza gacha, prestando poca atención a
los que lo rodean, pero si advierte algo, esa misma nimiedad de lo más corriente
adopta en él un colorido fantástico… La imaginación está en marcha: de inmediato
nace toda una historia, un relato, una novela… No es raro que la realidad produzca
una impresión pesarosa, hostil al corazón del soñador, y él se apura a meterse en su
arcano rinconcito dorado… De modo inadvertido comienza a embotarse en él el
talento de la vida real… Finalmente, en su extravío pierde por completo el olfato
moral con el que el ser humano es capaz de percibir toda la belleza de lo verdadero, y,
en su apatía, perezosamente cruza los brazos y no quiere saber que la vida humana es
una ininterrumpida autocontemplación en la naturaleza y en la realidad material… ¡Y
no es una tragedia una vida así! ¡No es un pecado y un horror! ¡No es una caricatura!
¡Y no somos todos nosotros más o menos soñadores!
Se expresa aquí el tema de la confrontación entre la realidad y los sueños, o, mejor
dicho, de la no correspondencia entre ambos, las ideas fijas, que agregan sufrimiento, y
no encuentran su realización pretendida: es el drama de Makar Diévushkin, del sr.
Goliadkin, de un gran personaje como Efímov en la frustrada novela Niétochka
Niezváanova, de la Katerina Ivánovna de Crimen y castigo…
Quizá la novela El doble represente la mejor expresión de este aspecto en este momento
de la creación dostoievskiana. En esta novela se conjugan el romanticismo alemán
(donde el Yo racionalista pierde certeza, se amplía hacia espacios e instancias
insondables y misteriosas) con las tendencias de la “escuela natural” (el “hombre
pequeño” como simple engranaje alienado en el servicio del Estado, el ambiente
burocrático, la vida sórdida en algún sórdido rincón de la espléndida ciudad). Todavía
sin la base filosófico-existencial que adquirirá a posteriori, esta duplicidad del
protagonista está fuertemente historizada: el sr. Goliadkin es un producto de
Petersburgo, de la Rusia de Pedro, y su locura es expresión de una “rebeldía” del
“hombre pequeño” contra el orden de cosas que esta representa, contra la Tabla de
Rangos, que ordenaba mecánica y forzadamente la vida social de acuerdo con los
servicios prestados al Zar.
• Para ahondar en este período histórico y los debates mencionados, puede leerse el
capítulo 6 de Desarrollo de las ideas revolucionarias en Rusia, de Herzen (uno de sus
protagonistas principales, al fin y al cabo): “Paneslavismo moscovita y europeísmo
ruso”.
• Para trabajar en foros y a propósito de la ciudad de Petersburgo seleccionaremos uno
de estos dos artículos: “Guía para una ciudad rebautizada”, del poeta Iósif Brodski (está
en la carpeta Algunos Materiales de la pestaña PRESENTACIÓN), y “Petersburgo y
Moscú”, de Vissarión Bielinski (en https://eslavia.com.ar/petersburgo-y-moscu-2/ )
Seleccionamos uno de los dos y reflexionamos sobre qué imagen propone de la ciudad
de Pedro el Grande.
IMPORTANTE: la idea es que interactuemos lo más posible, que agreguemos algo o
cuestionemos algo que ya haya sido dicho por otro participante, por ejemplo; es decir,
no limitarnos solamente a dejar en el foro nuestro parecer, sino que nuestra presentación
también dialogue con lo ya expresado por otros/as.
SEGUNDA PARTE
Abordamos esta pequeña obra tan poco frecuentada como genial que es La aldea
Stepánchikovo y sus moradores: micromundo, al modo de las aldeas donde luego tendrá
lugar la acción de novelas de un calibre monumental como Los demonios y Los
hermanos Karamázov. No obstante, tiene de particular que es la única obra de
Dostoievski de ambiente rural, pues se refiere a la organización de la Rusia feudal,
previa a la abolición del derecho de servidumbre el 19 de febrero de 1861.
La atmósfera provinciana Dostoievski la había conocido apenas de niño, pero estamos
en un momento de interés por esa vida, la vida de las haciendas, antes de la reforma.
Nos referimos brevemente a esta obra, humorística en su esencia, pero donde hace su
presentación un personaje, o más bien un tipo, que tendrá su descendencia en la obra
ulterior de Dostoievski: Fomá Fomich Opískin, preceptor de los hijos del coronel dueño
de la aldea, escritor fracasado (=AMOR PROPIO OFENDIDO), bufonesco (se humilla
con voluptuosidad ante los demás) y despótico (en cuanto alcanzan sus posibilidades
para serlo, ¡ay de esas posibilidades!). En esta combinación: escritor (intelectual), bufón
y déspota, se encierra el germen de los más complejos personajes posteriores de
Dostoievski.
Dice un estudioso de la obra de Dostoievski, Alexandr Leonídovich Renanski, en su
artículo subtitulado “Fomá Fomich como profeta de un renacimiento moral”:
En las últimas décadas la sociedad rusa ha tratado de pensar la naturaleza autoritaria de su
concepción estatal. A partir de allí, se ha establecido que la mayoría de las veces la
ideología del autoritarismo ruso se ha autoafirmado en las formas de la prédica mesiánica
y se presentado al pueblo no de otro como que en las figuras del profeta o del moralista-
salvador. Fomá Fomich como tipo del moralista encarna no solo el fenómeno específico
ruso del impostor sino también las eternas pretensiones mesiánicas del literato nacional al
rol de intérprete irrefutable de la voluntad de Dios y juez de los hechos humanos, sin
hablar de las funciones estatales de maestros de la vida o ingenieros del alma humana.
La tradición nacional de la impostura refiere a los falsos zariévichs Dmitris que
reclamaron el trono de Rusia durante el reinado de Borís Godunov, entre fines del siglo
XVI y comienzos del XVII (alguno de los cuales llegó incluso a gobernar), al falso
emperador Pedro III en tiempos de Catalina la Grande, y otros.
Renanski aclara que a pesar de lo insignificante del papel de Fomá Opiskin y su
inacabamiento artístico, “así y todo alcanzó a decir su palabrita en el campo de la
ideología rusa, dejando a sus descendientes el programa de su renacimiento moral”.
En su célebre ensayo “Un talento cruel”, dedicado a Dostoievski, el crítico Nikolái
Mijailóvski dedica todo un apartado a la figura de Fomá:
El propietario de la aldea de Stepánchikovo, Egor Illich Rostániev, coronel de húsares
retirado, es una verdadera oveja, humilde y generosa hasta la estupidez. Cualquiera que
tenga ganas puede montársele encima cuanto a su alma le plazca, injuriarlo, tiranizarlo, y él
mismo va a considerarse culpable ante su tirano y pedirle perdón. Tales son justamente sus
relaciones con su madre, una viuda generala, mujer insoportable hasta la estupidez y el
descaro, la cual, viviendo colgada del cuello de su hijo y martirizándolo de todas las
maneras, siempre encuentra que él es un egoísta y no suficientemente atento con ella. Pero
la tiranía de la madre palidece por completo ante aquello que soporta el coronel Rostániev,
y además todos los habitantes de la aldea de Stepánchikovo, de cierto Fomá Fomich
Opiskin. Es este un ejemplar extraordinario de raza lobuna. Había caído al principio en la
casa del difunto marido de la generala “en calidad de lector y mártir”, dicho abiertamente,
un agregado, que mucho había soportado la mofa del general. Pero en el sector de las
damas de la casa generalicia jugaba completamente otro rol. La generala experimentaba
hacia él cierto respeto místico, que él sostenía con pláticas edificantes, interpretación de
sueños, vaticinios, idas a misa y maitines y demás. Y cuando el general murió y la generala
se mudó a lo de su hijo, Fomá Opiskin se convirtió decididamente en la primera persona en
la casa. Del pasado de Fomá se sabe de modo fidedigno solamente que había sufrido un
fracaso en la actividad literaria y después cantidad de ofensas de su general. También él,
entonces, fue una oveja, con toda probabilidad rabiosa, mala y en general horrible, pero en
cualquier caso una oveja humillada y ofendida por su posición social. Y ahora de repente
tuvieron la posibilidad de desatarse sus instintos de lobo. “Ahora figúrense ustedes”, dice
Dostoievski, “qué puede salir de Fomá, durante toda su vida oprimido y aplastado e
incluso, quizá, realmente apaleado, de Fomá, libidinoso y lleno de amor propio, de Fomá
literato frustrado, de Fomá bufón por el pan de cada día, de Fomá déspota de alma, a pesar
de toda la precedente insignificancia e impotencia, de Fomá jactancioso, y ante un logro,
descarado, de este Fomá, que se encuentra de repente en el honor y la gloria, entre
algodones y ensalzado gracias a la idiota protectora y al hechizado, en todo de acuerdo
protector, en cuya casa finalmente él ha caído luego de largos peregrinajes…”
Realmente, ¡puede uno imaginarse qué flor de canalla debía resultar en tales condiciones!
Pero por otra parte, si al lector le pareciera que representarse un canalla semejante es muy
fácil, se equivocará. Como fácil es fácil, pero no para él, aunque sea un lector
extraordinariamente perspicaz, que no se sumerge largo tiempo y de buena gana en todas
las sinuosidades de los oscuros laberintos de la cochina alma humana. Fácil para un
conocedor y aficionado a ello como es Dostoievski. Dostoievski, no obstante, deseó esta
vez por alguna razón mostrar a su fiera con algunas iluminaciones cómicas: capricho del
artista, que puede siempre regresar una y otra vez a su tema y probar en él todas las
iluminaciones posibles. Tanto más cuanto que aquí el colorido cómico solamente sazona la
impresión, haciendo que ustedes de tiempo en tiempo sonrían; pero, retirada la sonrisa de
los labios, de inmediato comprenderán que ante ustedes en cualquier caso hay un tirano
maligno y un torturador.
He aquí una muestra de las torturas de Fomá Opiskin.
“–¿Antes qué era usted? –dice, por ejemplo, Fomá, repantigándose después de una
abundante comida en un reposado sillón, anta la vez que un sirviente, parado tras el sillón,
debe espantarle las moscas con una rama de tilo recién cortada–. ¿Qué parecía usted antes
que llegara yo? Pero ahora yo he dejado caer sobre usted la chispa de ese fuego celestial
que arde ahora en vuestra alma. ¿Dejé caer sobre usted la chispa del fuego celestial o no?
Conteste: ¿dejé caer sobre usted la chispa o no?
Fomá Fomich, a decir verdad, ni siquiera sabía él mismo para qué hizo esa pregunta. Pero
el silencio y la turbación del tío (el coronel Rostániev) de inmediato lo enfervorizaron. Él,
antes paciente y aplastado, ahora se inflamaba como pólvora ante cada mínima
contradicción. El silencio del tío le pareció ofensivo, y ya ahora insistía en la respuesta.
–Pero contésteme: ¿arde en usted la chispa o no?
El tío se estruja, se encoge y no sabe qué hacer.
–Permítame advertirle que estoy esperando –señala Fomá con voz susceptible.
–Mais respondez donc [pero contesta (en francés)], Egórushka –se entromete la generala,
apretando los hombros.
–Pregunto: ¿arde en usted esta chispa o no? –condescendiente repite Fomá, tomando un
caramelo de la bombonera, que siempre se coloca ante él sobre la mesa. Esto es ya una
disposición de la generala.
–Como hay Dios que no sé, Fomá –responde finalmente el tío con desesperación en la
mirada–. Seguramente, alguna cosa hay de este género, y, de veras, mejor no preguntes, si
no mentiré alguna cosa…
–¡Muy bien! Entonces, según usted, yo soy tan insignificante que ni siquiera valgo una
respuesta. ¿Esto ha querido decir? Bien, así sea, sea yo nada.
–¡Pero no, Fomá, Dios me libre! A ver, ¿cuándo yo he querido decir esto?
–No, usted justamente eso ha querido decir.
–¡Pero te juro que no!
–¡Muy bien! ¡sea yo un mentiroso! que yo, según vuestra acusación, busque a propósito
pretexto para reñir; que a todas las injurias se agregue también esta… todo lo soportaré…
–Mais, mon fils! [Pero, hijo mío (en francés)] –suelta un grito asustada la generala.
–¡Fomá Fomich! ¡Mámienka! –exclama el tío con desesperación–. ¡Como hay Dios que yo
no tengo la culpa! ¡Quizá, se me escapó sin querer! Tú no me mires, Fomá: es que soy
tonto, yo mismo siento que soy tonto”.
Y así. Por supuesto, Fomá es ridículo, nimio y tonto con sus cargoseos; pero para ser un
tirano cruel no se necesita en absoluto una fisonomía majestuosa y trágica. En general a los
torturadores les hacen demasiado mucho honor al representárselos sin falta como unos
gigantes. Al contrario, junto con un aguijón de mosquito chupasangre ellos poseen en su
mayor parte también una estatura de mosquito. Ejemplo: Fomá Opiskin, una lastimosa
insignificancia barata, que sin embargo puede envenenar la vida de personas demasiado
delicadas o débiles con su mísero pero importunante y descarado zumbido. Sopesen las
penas devenidas de algún fuerte y agudo sufrimiento y compárenlas con las tonterías que
crónicamente soporta la persona condenada a convivir con Fomá Opiskin, y aún no se sabe
cuál platillo de la balanza va a preponderar. Ustedes ven que la desdichada oveja-coronel
está completamente aplastada, asustada por aquella sierra de madera con la que Fomá lo
sierra incansablemente a cada día. El coronel está dispuesto a dar a su torturador el rescate
que le plazca, humillarse, llamarse imbécil, dejarse tragar por la tierra, ponerse del revés,
solo con tal de que termine su aserradura verbal. Pero Fomá Opiskin no necesita ningún
rescate, él necesita solamente alimento para la maldad y la tortura, y su voracidad es
insaciable: que el coronel se encoja todavía más, que dé vueltas, que se mortifique, y
cuando el torturador, finalmente, se canse, dejará a su víctima hasta la próxima vez. Solo el
cansancio puede poner un fin a semejante tortura; el cansancio, no la saciedad, pues en esto
no puede haber saciedad. Por más concesiones que la víctima haga, cada nuevo paso que dé
es solamente motivo para martirizarlo; al igual que cada movimiento del pez en el anzuelo
inevitablemente martiriza sus entrañas; Fomá no logra ningún resultado determinado, cuyo
alcance pondría fin a su operación; para él el propio proceso de la tortura es importante, es
un proceso autosuficiente y, en consecuencia, por sí mismo imparable.
Una vez el coronel le propuso a Fomá quince mil para que se mandara a mudar de forma
callada de la casa. Fomá interpretó una escena trágica con estos “millones”, como él se
expresó, revoleó el dinero por la habitación, cubrió de denuestos al coronel, lo forzó a que
le pidiera perdón y al fin y al cabo no tomó el dinero pero tampoco se fue de la casa. Un tal
Mizínchikov se expresa así sobre este hecho: “Rechazó quince mil para después tomar
treinta. Por otra parte, sabe qué: yo dudo de que Fomá tuviera algún cálculo. Es persona no
práctica, es también en su género un poeta. Quince mil… ¡hm! Verá usted, él habría
tomado el dinero, pero no se contuvo ante la tentación de hacer pose, de alardear”. A
posteriori, cuando por un caso absolutamente particular el coronel, finalmente, la
emprendió con su torturador físicamente y lo revoleó literalmente por la puerta, Fomá se
sosegó. Incluso construyó la felicidad del coronel, por supuesto que con todo tipo de
melindres y requiebros. Pero ello no obstante Mizínchikov tiene razón: Fomá es persona no
práctica, él necesita lo innecesario.
[…]
Según las condiciones actuales de nuestra vida es necesario matar un pollo para el
almuerzo o matar un toro, pero ante eso torturar al toro y al pollo, estirar su agonía,
arrancarle previamente las patas, someterlos al suplicio de la rueda, no es necesario. Este
espectáculo por supuesto que no adornará vuestro almuerzo, y acaso lo estropee. Para
Fomá, al contrario, es importante justamente esto innecesario. Él expresamente estirará la
matanza del pollo, para tardar con el almuerzo, enfurecerse todo el tiempo y seguir con
redoblada crueldad los estertores convulsivos de la víctima. Esta aspiración a lo innecesario
llega en Fomá hasta la absoluta estupidez, que sería ridícula por sí sola si no sufriera gente
por ella. Había, por ejemplo, en la aldea de Stepánchikovo un joven criado, Falalei, muy
hermoso, muy ingenuo, tonto y mimado de todos, y esto último fue por completo suficiente
para que Falalei se convirtiera en objeto de la envidiosa rabia de Fomá. Pero la principal
protectora de Falalei era la propia generala, que lo ataviaba como una muñeca, y además lo
quería como una muñeca bonita. Este obstáculo Fomá no podía vencerlo directamente, por
eso eligió un camino indirecto pero seguro. Él mismo había deseado ser benefactor de
Falalei y comenzó sus acciones benéficas enseñando al muchachuelo “la moral, las buenas
maneras y francés”. “¡Cómo! –decía Fomá–. Él siempre está arriba, junto a su señora, de
repente ella, olvidando que él en francés no entiende, le dirá por ejemplo: doné muá mon
mushuar [dame mi pañuelo (en francés)]… ¡él tiene que también en esto poder ubicarse y
servir!”. Pero Falalei resultó tonto en todos los dialectos, y para la enseñanza libresca, tanto
más en francés, incapaz del todo. De aquí la fuente de sus torturas. Lo fastidiaba Fomá, lo
fastidiaban los criados con el apodo de “el francés”. De repente Fomá se entera de que el
ayuda de cámara del coronel, el viejo Gavrila, se había atrevido a expresar la duda sobre la
utilidad de la alfabetización en francés. Y Fomá feliz de eso, feliz con esta alegría rabiosa
que se agarra de cualquier ocasión para aplicar en el caso lo especialmente innecesario, el
virtuoso ultraje: de castigo puso a estudiar francés al propio Gavrila. Y luego tiene lugar,
por ejemplo, esta escena. En presencia de toda la compañía se dirige al viejo ayuda de
cámara:
–¡Eh tú, corneja, ven acá! ¡Pero dígnate acercarte un poco más, Gavrila Ignátych! Este,
aquí lo ve usted, Pável Semiónych, es Gavrila; por su grosería y en castigo estudia el
dialecto francés. Yo, como Orfeo, suavizo los usos y costumbres locales, solo que no con
canciones, sino con el dialecto francés. Bueno, francés musiú shematón –no puede
soportar que le digan: musié shematón–, ¿sabes la lección?
–La estuve repitiendo –contestó suspendiendo la cabeza Gavrila.
–¿Y parlé vu francé? [¿Habla usted francés? (en francés)]
–Vui, musié, ye le parl’ en pe… [Sí, señor, yo lo hablo un poco (en francés)]
Se entiende, carcajada general de la alegre compañía; el viejo se ofende; se arma un terrible
escándalo, que nosotros vamos a dejar de lado. Todavía nos espera el desdichado Falalei.
Presten solo atención a este rasgo maligno: Fomá, mofándose de Gavrila en general, no
pierde ocasión de plantarle todavía la especial puya musiú shematón, lo cual el otro no
puede soportar. Esto es lo que es necesario a Fomá. Él estudia esmeradamente, en la
medida de sus fuerzas y posibilidades, qué cosa no le gusta a quién, justamente para,
cuando se presente el caso, aguzar de los materiales reunidos una puya ponzoñosa.
Así como Fomá enseña a Falalei, además del francés, la moral y las buenas maneras, una
vez lo presenta al público en la siguiente salsa:
–Ven acá, ven acá, alma absurda; ven acá, idiota, ¡jeta sonrosada!
Falalei se acerca, llorando, secándose los ojos con ambas manos.
–¿Qué es lo que dijiste, cuando te zampaste tu pastel? ¡repítelo ante todos!
Falalei no contesta y se deshace en amargas lágrimas.
–Entonces lo diré por ti, si es así. Dijiste, dándote golpes en tu panza repleta e indecente:
“¡Me atraqué de pastel, como Martyn de jabón!”. Tenga la bondad, coronel, ¿acaso se
habla con tales frases en la sociedad educada, tanto más en la alta? ¿Dijiste esto o no?
¡habla!
–¡Lo dije! –afirma Falalei, moqueando.
–Bueno, entonces dime ahora: ¿acaso Martyn come jabón? ¿Dónde concretamente has
visto a ese Martyn que come jabón? ¡Habla pues, dame una noción sobre este fenomenal
Martyn!
Silencio.
–Te estoy preguntando –lo importuna Fomá–: ¿quién es concretamente este Martyn?
Quiero verlo, quiero entablar trato con él. Bien, ¿quién es? Un registrador, un astrónomo,
un tarambana, un poeta, un capitán de armas, un criado… alguien tiene que ser. ¡Responde!
–Un cri-a-do –responde finalmente Falalei, que sigue llorando.
–¿De quién? ¿De qué señores?
Pero Falalei no sabe decir de qué señores es. Se entiende, la cosa termina con Fomá
enojado que sale corriendo de la habitación y grita que lo han ofendido; a la generala le
empiezan los ataques, y el tío maldice la hora de su nacimiento, pide a todos perdón y toda
la restante parte del día anda en puntillas en sus propias habitaciones.
Al día siguiente mismo después de la historia con el jabón de Martyn Falalei como si nada,
sirviéndole por la mañana el té a Fomá, le contó que soñó “con un toro blanco”. Fomá se
horrorizó, erizó al coronel, y a Falalei lo sometió, además de eso, a un castigo: estar de
rodillas en un rincón. La causa de semejante ira puede uno examinarla por la siguiente
reprimenda: “¿Acaso no puedes –decía Fomá a Falalei–, acaso no puedes soñar con alguna
cosa elegante, tierna, ennoblecedora, con alguna escena de la buena sociedad, por ejemplo
aunque sea señores que juegan a las cartas, o damas que pasean en un magnífico jardín?”.
A Fomá el toro blanco lo ha indignado como prueba de “la grosería, ignorancia, la
condición de muyik de vuestro no pulido Falalei”. Falalei prometió corregirse, pero ¡ay!, al
día siguiente, al tercero, y toda la semana seguida siguió soñando con el mismo toro
blanco, incluso aunque en la noche rezó paro no verlo. Mentir, por su estupidez y justeza
no se le ocurría. Todo en la casa estaba en vilo por la furia de Fomá, Falalei incluso
enflaqueció, y las mujeres caritativas ya lo habían asperjado con agua con carbón, cuando
de repente la historia terminó por sí misma, esfumándose, porque Fomá se distrajo con
otros asuntos.
Es suficiente, me parece. Bien podemos dejar de lado otras hazañas de Fomá, que son
todavía muchas, y todas de este mismo género. Fomá es uno de los más curiosos
ejemplares de raza lobuna, de esto no puede haber por supuesto ninguna duda: todas sus
acciones e incluso sus palabras llevan impresas la más furiosa crueldad. Pero junto con
ello, según la acertada definición de Mizínchikov, es una persona no práctica y, tal vez, “en
su género un poeta”: todas sus acciones mencionadas arriba impactan por su
innecesariedad. Con las palabras “crueldad innecesaria” se agota casi que toda la fisonomía
moral de Fomá, y si agregamos aquí el desmedido amor propio siendo una insignificancia
absoluta, aquí tienen entero a Fomá Opiskin. Ningún provecho saca él de su crueldad, se
entrega a la tortura por exigencia espontánea de su naturaleza de lobo, lo que se dice
porque sí. Es un puro artista, un poeta de la maldad y la tiranía sin el más mínimo
fundamento utilitario. Y cuanto más rebuscado, más inusual, es el proyecto de tortura que
ha sombreado su cabeza, más agradable es para él. Denle a Fomá Opiskin la fuerza exterior
de Iván el Terrible o Nerón, y no se les quedará atrás ni en un pelito, “asombrará al mundo
con su maldad”. Denle ustedes cualquier fuerza interior y sucederán cosas en cierto sentido
mucho más curiosas.
Imagínense, como ya se ha dicho más arriba, que Fomá Opiskin sea no alguien sin dotes,
que ha sufrido un fiasco en su carrera literaria, sino, por el contrario, un gran talento. Antes
que nada un gran talento, por supuesto, suavizaría en Fomá Opiskin los rasgos
caricaturescamente groseros de su fisonomía. “El genio y la maldad no pueden ir de la
mano”, dice Pushkin por boca de su Mozart.1 Esto no es verdad, muy bien pueden ir de la
mano. Pero así y todo con un gran talento no pueden ir de la mano esas formas imbéciles
con las cuales se rodea la tiranía de Fomá: el talento les añadiría determinada elegancia,
belleza, atractivo, de modo incluso que por lejos no cualquiera adivinaría que se las está
viendo con un torturador por llamado de la naturaleza. Luego, en tanto ante nosotros hay
un hombre de letras, nosotros debemos tener en cuenta por sobre todo justamente esta
actividad, y de su vida privada, tal vez, no tiene por qué importarnos. Sobre el auténtico
Fomá Opiskim, es decir aquel que nos es mostrado en el bestiario de Dostoievski, unos
suponían que era persona de vida elevada y santa, otros eran de la opinión completamente
1
De la “pequeña tragedia” “Mozart y Salieri”, de A. Pushkin.
contraria. En lo relativo a nuestro Fomá no puede haber siquiera una conversación a este
respecto. A nosotros solo nos interesa saber como se refleja en un gran talento literario la
crueldad innecesaria, liberada de la estupidez, la suciedad y la insignificancia de Fomá
Opiskin.