Hechos 1,4-26

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LFV 336

HECHOS 1:4-26

Continuamos estudiando hoy el capítulo 1 de los Hechos. Y en nuestro


programa anterior hablábamos de que Jesús después de Su muerte, había
resucitado y se había presentado vivo con muchas pruebas indubitables. Y
señalamos que el problema hoy en día no está en los hechos mismos, sino
en la incredulidad del ser humano. Los hechos están a disposición de
quienquiera examinarlos. ¿Dónde está entonces el problema? El
problema, está en la persona, en el ser humano. El problema no está en la
Palabra de Dios. Y usted estimado oyente, puede saber esto si es que en
verdad quiere saberlo. El problema con mucha gente hoy en día es que no
quiere realmente saberlo. El problema no está en la mente, sino en la
voluntad. Como dice el refrán: “No hay peor ciego, que el que no quiere
ver.” Comencemos hoy leyendo el versículo 4 de este capítulo 1 de los
Hechos:

4
Y estando juntos, les ordenó:
—No salgáis de Jerusalén, sino esperad la promesa del Padre, la cual
oísteis de mí,

Este es el final de la larga oración gramatical de 2 versículos. Los apóstoles


debían esperar la venida del Espíritu Santo. Hasta que aquel evento tuviese
lugar, Sus órdenes consistían en esperar la promesa del Padre. Ahora, el
versículo 5 dice:

5
porque Juan ciertamente bautizó con agua, pero vosotros seréis
bautizados con el Espíritu Santo dentro de no muchos días.
2

El Cristo resucitado se apareció a los apóstoles y les dio estas instrucciones.


Les dijo que algo les sucedería. Serían bautizados con el Espíritu Santo
dentro de no muchos días. Este bautismo del Espíritu Santo era la promesa
del Padre. Y Jesús ya les había hablado acerca de ello.

Es importante notar que aquí no se estaba hablando acerca del bautismo


con agua, el cual es un bautismo ceremonial. En este pasaje se habla del
bautismo del Espíritu Santo. El bautismo del Espíritu Santo es un
verdadero bautismo. Es este bautismo del Espíritu Santo, lo que coloca al
creyente dentro del cuerpo de los creyentes, al cual nos referimos como la
Iglesia.

Cuando lleguemos al segundo capítulo que habla de la venida del Espíritu


Santo en el día de Pentecostés, veremos que fueron llenos del Espíritu
Santo. Eso era necesario para que pudieran servir. El hecho de que fueron
llenos del Espíritu Santo para llevar a cabo su servicio, indica que los otros
ministerios del Espíritu Santo también habían sido realizados. Pero, en
nuestro estudio del capítulo 2 entraremos en más detalles al respecto.
Leamos ahora el versículo 6 de este capítulo 1 de Hechos:

6
Entonces los que se habían reunido le preguntaron, diciendo:
—Señor, ¿restaurarás el reino a Israel en este tiempo?

Usted tal vez ha notado que algunos de los comentaristas han criticado a los
apóstoles por haber hecho esta pregunta. Creen que los apóstoles se
equivocaron al hacerla. Pero, creemos que la respuesta que el Señor les
dio, indica que no se equivocaron en lo absoluto. Su pregunta fue legítima
y natural, y nuestro Señor la contestó como tal y no les reprochó nada.

Los apóstoles conocían bien el Antiguo Testamento. Habían esperado la


venida del Mesías. Comprendían que el Mesías sería el que establecería el
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reino sobre esta tierra. Ésa era su esperanza. Y ésta a propósito, es todavía
la única esperanza para esta tierra. Dios no ha acabado su trato con esta
tierra. Dios tiene un propósito eterno para la tierra, y fue precisamente en
cuanto a este reino de Dios de lo que hablaron y que incluía el
restablecimiento de la casa real de David. Éstas fueron las cosas de las
cuales habló Jesús después de Su resurrección. Vimos en el versículo 3
que les habló “acerca del reino de Dios.”. Veamos ahora la respuesta que
Jesús les dio, aquí en el versículo 7:

7
Les dijo:
—No os toca a vosotros saber los tiempos o las ocasiones que el Padre
puso en su sola potestad;

Les informó de que en este tiempo en particular, el reino no sería


establecido. Entonces, más bien, tomaría de todas las naciones un pueblo
para Su nombre, es decir, la Iglesia. En el capítulo 15 de este libro de los
Hechos, cuando los apóstoles se reunieron para el primer concilio en
Jerusalén, Jacobo les hizo notar esto. Dice en el capítulo 15, versículos 14
al 18: “Simón ha contado cómo Dios visitó por primera vez a los gentiles,
para tomar de ellos pueblo para su nombre. Y con esto concuerdan las
palabras de los profetas, como está escrito: Después de esto volveré y
reedificaré el tabernáculo de David, que está caído; y repararé sus ruinas,
y lo volveré a levantar, para que el resto de los hombres busque al Señor, y
todas las naciones, sobre las cuales es invocado mi nombre, dice el Señor,
que hace conocer todo esto desde tiempos antiguos.”

Esto es lo que Dios está haciendo en la actualidad. Está visitando a los


seres humanos para tomar de ellos un pueblo en el que se invoque Su
nombre. Dios está llamando del mundo a personas que confíen en Cristo, y
que el Espíritu Santo bautiza uniéndoles al cuerpo de creyentes, es decir, a
la iglesia.
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Por tanto, cuando los apóstoles le preguntaron a Jesús si restauraría el reino


“en este tiempo,” su respuesta fue que éste no era el tema para discutir en
aquella época. Ni tampoco es el tema para discusión hoy. Muchos
preguntan hoy: “¿No cree usted que Cristo vendrá pronto?” Bueno,
estimado oyente, permítame decirle algo. Yo sí creo que vendrá pronto,
pero no tengo ningún derecho, ni autoridad para decirle a usted que vendrá
pronto, porque no lo sé. Es que, ni a usted ni a mi nos corresponde saber
los tiempos o las ocasiones. Eso no es lo importante para nosotros. Ahora,
le aseguro que creo en la profecía. Sin embargo, creo que podemos llegar a
poner demasiado énfasis en la profecía. Creo que para crecer en la fe hace
falta algo más que un estudio profético.

Entonces, ¿cuál es nuestra misión en la actualidad? Observemos una vez


más, que nuestro Señor no reprendió a Sus discípulos por la pregunta que le
habían hecho. En lugar de eso, les enseñó que Él pensaba en otra cosa. Él
les dijo: “No os toca a vosotros saber los tiempos o las ocasiones, que el
Padre tiene autoridad para hacer. . .” Pero escuche usted, aquí está Su
misión explicada en el versículo 8:

8
pero recibiréis poder cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu
Santo, y me seréis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria y
hasta lo último de la tierra.

Ésta es la comisión que todavía está en vigor en el día de hoy. Esta


comisión no fue solamente a una institución corporativa, o sea a la Iglesia
como un cuerpo. En realidad es más bien una comisión muy personal, un
mandato que fue dado a cada creyente, individualmente. Esta comisión fue
encargada a estos hombres aun antes de que el Espíritu Santo hubiera
venido y formado la Iglesia.

Éste, pues, un mandamiento personal que es para usted y para mi, estimado
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oyente. Es nuestra misión, es nuestro trabajo, propagar la Palabra de Dios


en el mundo. No podemos decir que le toca a la Iglesia enviar a los
misioneros para proclamar el evangelio por medio de ellos, y quedarnos
nosotros de brazos cruzados. Lo verdaderamente importante es lo que
usted y yo estemos haciendo individualmente para proclamar la Palabra de
Dios. ¿Ha llegado usted hasta lo último de la tierra como testigo del
evangelio? ¿Ayuda usted a un misionero que sí lo ha hecho? ¿Colabora
usted con un programa radio que difunde la Palabra de Dios? ¿Se ha
comprometido usted personalmente con esa misión? Eso es lo importante.

Dios quiere que los seres humanos se salven. Esta es nuestra misión. Pero
para poder propagar el evangelio necesitamos poder. Esa fue su promesa -
“recibiréis poder.” Y necesitamos de la guía del Señor. Ante esta gran
tarea, no hay ningún poder en nosotros, aunque sí hay poder en el Espíritu
Santo. Es el Espíritu Santo quien se mueve a través de una persona, a través
de alguna iglesia, o por medio de un programa de radio. La cuestión es si
nosotros le permitimos actuar por medio nuestro.

El asunto es si le permitimos obrar por medio nuestro. Recordemos la


promesa: “Pero recibiréis poder, cuando haya venido sobre vosotros el
Espíritu Santo, – dice el versículo 8, y continúa diciendo – y me seréis
testigos. . . .” Es decir, nuestro testimonio es en cuanto a Cristo. Él es el
centro de atracción. Luego dice: “en Jerusalén,” es decir en nuestro pueblo
natal; si no lo hay, debiera haber un testimonio para Cristo. Toda Judea, se
refiere a la vecindad, a nuestra comunidad. Samaria, está donde viven
aquellos con quienes no nos relacionamos. Es posible que no nos
reunamos con ellos socialmente, pero tenemos la responsabilidad y el
privilegio de llevarles el evangelio.

Por último, este testimonio para Cristo debe llegar hasta los confines de la
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tierra. Nunca debemos perder de vista el hecho de que ésta es la intención


del Señor. Él nos ha dicho que si le amamos, guardemos Sus
mandamientos. Este mandamiento es personal. No podemos evadirnos de
esta carga diciendo que la Iglesia lo está cumpliendo y que por tanto, no
tenemos que comprometernos con ello. Estimado oyente, ¿hasta que punto
se ha comprometido usted? ¿Hasta donde llega usted en su testimonio
para Cristo? Pasemos ahora a considerar la ascensión y la promesa del
regreso de Jesús. Leamos el versículo 9 de este capítulo 1 de los Hechos,
para iniciar un nuevo párrafo titulado:

LA ASCENSIÓN Y LA PROMESA DEL REGRESO DE JESÚS

9
Y habiendo dicho estas cosas, viéndolo ellos, fue alzado, y lo recibió
una nube que lo ocultó de sus ojos.

La ascensión del Señor Jesucristo fue un milagro importante y significativo


en el ministerio del Señor. Las Escrituras dicen que sólo hubo una nube
para recibirle.

¿Qué clase de nube sería? ¿Sería una nube común de vapor de agua? De
ninguna manera. Ésta fue la misma nube de gloria, la gloria ‘shekina’ que
llenó el tabernáculo en los tiempos del Antiguo Testamento. En su oración
como Sumo Sacerdote, Él había orado lo siguiente en el capítulo 17 del
evangelio según San Juan, versículo 5: “Ahora pues, Padre, glorifícame tú
al lado tuyo, con aquella gloria que tuve contigo antes que el mundo
existiera.” Cuando Cristo nació en el mundo, fue envuelto en pañales.
Cuando salió de la tierra, fue envuelto en nubes de gloria. Así fue como el
regresó a la derecha del Padre celestial.

Mientras los apóstoles observaban esta escena, dos ángeles con el aspecto
de hombres se les aparecieron y les comunicaron un mensaje importante.
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Leamos los versículos 10 y 11 de este capítulo 1 de los Hechos:

10
Y estando ellos con los ojos puestos en el cielo, entre tanto que él se
iba, se pusieron junto a ellos dos varones con vestiduras blancas, 11los
cuales les dijeron:
—Galileos, ¿por qué estáis mirando al cielo? Este mismo Jesús, que ha
sido tomado de vosotros al cielo, así vendrá como lo habéis visto ir al
cielo

Fue Jesús glorificado quien subió al cielo. Este mismo Jesús, el Jesús
glorificado vendrá así como se fue, y al mismo lugar. El profeta Zacarías
en el capítulo 14 de su profecía, versículo 4, nos dijo lo siguiente: “En
aquel día se afirmarán sus pies sobre el monte de los Olivos, que está en
frente de Jerusalén, al oriente; El monte de los Olivos se partirá por la
mitad, de este a oeste, formando un valle muy grande; la mitad del monte
se apartará hacia el norte, y la otra mitad hacia el sur.” Volviendo ahora
al capítulo 1 de los Hechos, leamos el versículo 12:

12
Entonces volvieron a Jerusalén desde el monte que se llama del
Olivar, el cual está cerca de Jerusalén, recorriendo la distancia que la
ley permitía recorrer en sábado.

La limitada distancia que podían recorrer, de acuerdo con la ley mosaica,


alrededor de un kilómetro, hacía que la gente no se desplazase muy lejos de
su lugar de residencia. Por tal motivo creemos que todos los discípulos se
quedaron muy cerca del templo durante los días de fiesta, cuando llegaron a
Jerusalén para adorar. El monte de los Olivos probablemente estaba
cubierto por varios miles de personas, que estarían acampadas allí durante
la época de las fiestas. ¿Por qué? Porque según dicha ley, tenían que
quedarse dentro de un día de reposo de camino del templo. Continuemos
con los versículos 13 y 14 de este capítulo 1 de los Hechos:

13
Cuando llegaron, subieron al aposento alto, donde se alojaban Pedro
y Jacobo, Juan, Andrés, Felipe, Tomás, Bartolomé, Mateo, Jacobo hijo
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de Alfeo, Simón el Zelote y Judas hermano de Jacobo. 14Todos estos


perseveraban unánimes en oración y ruego, con las mujeres, y con
María la madre de Jesús, y con sus hermanos.

Nos alegramos que María la madre de Jesús estuviera allí. Ella entonces
estaba libre de cualquier duda que hubiera existido con relación al
nacimiento virginal de Jesús. En aquellos momentos, la actitud de los
apóstoles y de los creyentes era una actitud de unidad, de oración, y de
espera.

Y no hay ninguna manera en que nosotros podamos duplicar hoy aquel


período. Recordemos que aquel fue un período de tiempo, parecido a una
cápsula de tiempo, que se extendió entre la ascensión del Señor Jesucristo
al cielo y la venida del Espíritu Santo. Y nosotros no estamos viviendo en
ese período de tiempo. No podemos duplicarlo. El Espíritu Santo ya ha
venido en nuestro tiempo. Leamos ahora los versículos 15 al 18, para
iniciar un párrafo que incluye

EL NOMBRAMIENTO DE UN APOSTOL

15
En aquellos días Pedro se levantó en medio de los hermanos (los
reunidos eran como ciento veinte en número), y dijo:
16
—Hermanos, era necesario que se cumpliera la Escritura que el
Espíritu Santo, por boca de David, había anunciado acerca de Judas,
que fue guía de los que prendieron a Jesús, 17y era contado con
nosotros y tenía parte en este ministerio. 18Éste, pues, que había
adquirido un campo con el salario de su iniquidad, cayó de cabeza y se
reventó por la mitad, y todas sus entrañas se derramaron.

Vemos aquí a Simón Pedro hablando otra vez. Ahora tengamos en cuenta
que esto ocurrió antes de que el Espíritu Santo viniera en Pentecostés. A
este hombre le faltaba recibir la plenitud del Espíritu Santo, así como nos
falta recibirla a usted y a mí. Ahora ciertamente dio una descripción de
Judas, ¿no le parece? Continuemos pues con los versículos 19 y 20 de este
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capítulo 1 de los Hechos:

19
Y fue notorio a todos los habitantes de Jerusalén, de tal manera
que aquel campo se llama en su propia lengua, Acéldama (que significa
“Campo de sangre”), 20porque está escrito en el libro de los Salmos:
“Sea hecha desierta su habitación
y no haya quien more en ella”,
y:
“Tome otro su oficio”.

Siempre surge la pregunta en cuanto a lo que tuvo lugar aquí. ¿Debían


ellos haber efectuado esta elección para escoger a un hombre que sucediera
a Judas? Creemos que no. Leamos los versículos 21 y 22 ahora:

21
Es necesario, pues, que de estos hombres que han estado juntos con
nosotros todo el tiempo que el Señor Jesús entraba y salía entre
nosotros, 22comenzando desde el bautismo de Juan hasta el día en que
de entre nosotros fue recibido arriba, uno sea hecho con nosotros
testigo de su resurrección.

Creemos que la elección de un sucesor para Judas Iscariote fue más bien
gestionada por Pedro, sin la presencia y guía del Espíritu Santo.
Recordemos que el Espíritu Santo aún no había venido. Matías
evidentemente era un buen hombre. Eso fue indiscutible. Satisfizo todos
los requisitos de un apóstol, lo cual significaba que tuvo que haber visto al
Cristo resucitado, ya que ese era un requisito indispensable. Continuemos
con los versículos 23 al 26 de este capítulo 1 del libro de Hechos:

23
Entonces propusieron a dos: a José, llamado Barsabás, que tenía
por sobrenombre Justo, y a Matías. 24Y orando, dijeron: «Tú, Señor,
que conoces los corazones de todos, muestra cual de estos dos has
escogido, 25para que tome la parte de este ministerio y apostolado, del
cual cayó Judas por transgresión, para irse a su propio lugar».
26
Entonces echaron suertes sobre ellos, y la suerte cayó sobre Matías; y
fue contado con los once apóstoles.

No vemos cómo el echar suertes pudiera tener relación con la dirección del
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Espíritu Santo, ni que Dios pudiera revelarse por este procedimiento. Esa
no es la forma cómo Dios guía. Surge entonces la pregunta: ¿Fue pues
Matías el que ocupó el lugar de Judas? Nosotros creemos que no. Más
bien, cuando el Señor Jesucristo mismo lo consideró oportuno, nombró a
alguien para ocupar el lugar de Judas Iscariote. Resulta significativo que no
volveremos a encontrar en el relato ninguna otra mención a Matías. Nada
quedó registrado sobre su ministerio, si realmente lo tuvo. Creemos que el
Espíritu Santo ciertamente ignoró a Matías. Ahora también creemos que
aquel que el Espíritu de Dios eligió, no fue otro que Pablo el apóstol.
Alguien podría preguntar con qué autoridad hacemos esta afirmación.
Escuchemos lo que el mismo apóstol Pablo dijo en su carta a los Gálatas
capítulo 1, versículo 1: “Pablo, apóstol (no por disposición de hombres, ni
por hombre, sino por Jesucristo y por Dios el Padre que lo resucitó de los
muertos)”. Lo que Pablo dijo fue que había sido escogido por Dios el
Padre y por el Señor Jesucristo. ¿Cómo fue elegido? Por medio del
Espíritu Santo, a quien Dios había enviado al mundo. El ministerio del
apóstol Pablo ciertamente justificó el hecho de que él fuera quien debía
tomar el lugar de Judas. Otros comentaristas Bíblicos creen que fue Matías
quien ocupó el lugar de Judas.

Para concluir hoy, y aunque ya lo hemos hecho en la introducción,


queremos enfatizar que Hechos 1 conduce a los cuatro Evangelios hacia un
punto focal. Mateo concluyó con la resurrección de Jesús. Marcos con Su
Ascensión. Lucas con Su promesa del Espíritu Santo y Juan, con Su
promesa de la Segunda Venida. Hechos 1 reunió a los cuatro relatos y
mencionó cada uno de estos hechos tan importantes. Así fue como los
cuatro Evangelios se encaminaron hacia el libro de los Hechos, y el libro de
los Hechos constituyó el puente entre los Evangelios y las Epístolas o
cartas apostólicas. Estimado oyente, esperamos que al recordar estos
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grandes acontecimientos en el propósito de Dios para la humanidad, nos


referimos a la resurrección de Jesús, Su ascensión al cielo, Su promesa del
Espíritu Santo y Su segunda venida, usted sienta que Dios le ama y le
incluye a usted en su propósito salvador.

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