Entrevista Palau Bien

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ENAMORADO DE LA IGLESIA

Presentamos en entrevista exclusiva, otro personaje de la Familia Carmelitana: el Beato Francisco Palau y Quer.
Este hombre serio y formal es un Carmelita Descalzo, buscador incansable, profeta y enamorado de la Iglesia…. Pero
mejor, que sea él mismo quien nos la cuente:

-P. Francisco, bienvenido ¿Dónde y Cuándo naciste?


Nací en un pequeño pueblo de Lérida, España, en la región de Cataluña. Era un 29 de Diciembre de 1811.

-¿Y Cómo fue tu familia?


Dios me concedió venir al mundo en un hogar sencillo, cristiano y honrado. Fui el séptimo de nueve hijos. Si bien no
fueron tiempos fáciles, el amor del hogar hizo todo mucho más llevadero.

-Tu infancia, entonces, ¿fue difícil?


Ya dije que no eran tiempos sencillos, pero fui un niño normal. Jugaba con los otros muchachos del pueblo y hacía lo
que normalmente un niño de mi edad en aquella época.
Ciertamente el ambiente era mucho más religioso que hoy. En casa rezábamos el santo rosario en familia y nos
tocaba dirigirlo por turno. Por supuesto que también me tocaba a mí… lo hacía bastante bien. Como me gustaba
cantar, además participaba en el coro de la Parroquia.

-Dicen que los niños deben jugar y estudiar. ¿En tu caso fue así?
En ese tiempo, la mayoría de los niños no estudiaba, sino que desde la infancia entraban a trabajar, normalmente en
los mismos oficios a los que se dedicaba la familia.
Yo tuve la suerte de estudiar. Me gustaba mucho y me dediqué con empeño a hacerlo. Conté con el apoyo de Rosa,
mi hermana que me ayudó para que fuera a estudiar a la capital de la provincia, a Lérida. Fue allí donde me animé, a
los 14 años de edad, a entrar en el seminario Diocesano. Me llamó la atención eso de “ser cura”. ¡Ya ve usted, cómo
son los caminos de Dios!

-Comenzaste en el Seminario Diocesano y terminaste siendo Carmelita. ¿Cómo fue eso?


En el seminario la formación era estricta religiosamente consistente. Eso mismo hizo que fueran naciendo dentro de
mí grandes ideales. Allí estudiaba Filosofía y Teología. No tardó en ir tomando forma también el ideal de ser religioso.
Cada vez me atraía más fuertemente el claustro y particularmente la espiritualidad carmelitana. Fui conociendo a los
grandes maestros espirituales San Juan de la Cruz y Santa Teresa de Jesús.

-Continúa, por favor, con eso de tu vocación de carmelita.


Simplemente quise responder a esos ideales que nacían dentro de mí. Desde niño, en la casa me inculcaron un
profundo sentido de honestidad conmigo mismo. Y quería ser sincero con lo que sentía. No tardé en ingresar en el
Carmelo de San José, donde inicié la vida de Carmelita que tantas veces había soñado. Me comprometí con Dios un
15 de noviembre de 1833, cuando tenía 22 años de edad.

-Pero, según hemos escuchado, parece ser que no fue tan sencillo. ¿Es así?
Efectivamente. Imagínese que apenas hacía tres años que disfrutaba de la vida del claustro, que tanto había
anhelado, cuando se desencadenó en España una revolución. Se perseguía a los religiosos, se quemaban los
conventos y muchos tuvieron que abandonarlos. El año 1835 le tocó el turno a nuestro convento San José y los
religiosos nos dispersamos para salvar nuestras vidas.

-¿Y a dónde fuiste, qué hiciste?


Regresé a mi pueblito, Aytona. ¿Qué más podía hacer? Allí vivía la gente que le conocía a uno desde niño y le podía
dar una mano. Allí estaba sobre todo mi familia.
Seguí estudiando teología y me ordené sacerdote pretendiendo servir a mi gente. Pero seguía buscando la soledad,
el silencio y la contemplación, además de ayudar y servir al prójimo. Terminé por irme al sur de Francia como
Misionero Apostólico.

-¿Qué resaltarías de aquellos años de vida?


Bueno, creo que puedo decir que Dios me hizo un hombre entusiasta, luchador, emprendedor…
Por otro lado, ya he comentado que aquellos tiempos eran tan difíciles y prósperos. Era la época que luego llamaron
de la revolución industrial”.
Yo buscaba enseñar la doctrina de la fe de manera original. Puse en marcha lo que yo mismo denominé “la escuela
de la virtud”, donde estudiantes, obreros, trabajadores iban abriendo los ojos iluminados por la palabra y la fe.
La escuela de la Virtud adquirió su cierta fama, tanto que después de una manifestación de obreros que reclamaban
un salario más justo, me condenaron por agitador y revolucionario y me desterraron a una pequeña isla en el
mediterráneo, llamada Ibiza.

-¿Ibiza?
Actualmente Ibiza es un centro turístico de importancia. En ese entonces, era una pequeña isla de donde no se podía
huir fácilmente, rocosa, árida y seca, con pocos campesinos y muchas cabras.
Entonces tenía dos caminos: o desesperarme y sentirme realmente prisionero, como querían quienes allá me
enviaron, o hacer de sesee lugar mi propio hogar. Opté por lo segundo. No sólo como estrategia sino porque pronto
me di cuenta de que la belleza del lugar y su soledad me ofrecían lo que tanto había buscado: soledad y posibilidad
de dedicarme a la contemplación.
En la soledad de un islote llamado “El Vedrá” viví un hermoso tiempo de búsquedas, hallazgos y plenitudes. Allí
descubrí el sentido de la misión: Ser Padre de la Iglesia.

-¿Es en ese momento que descubriste que la Iglesia es importante en tu vida…?


La Iglesia comenzó a ser para mí todo: mi cosa amada, mi novia, mi esposa… era una presencia viva, siempre la
llevaba conmigo. Había encontrado su sentido profundo tras muchos desvelos, la había llamado con voces
agonizantes y no sabía que estaba en medio de mi corazón le ofrecí mi vida y me la aceptó.

-Estas experiencias y este sentido misionero, ¿Los viviste siempre solo?


Normalmente estos dones de Dios no se viven solo. En el tiempo que estuve en Francia intenté formar un grupo de
hermanos, pero no llegó a solidificar.
En mis deseos misioneros, Dios puso en mi camino una gran mujer, Juana Gratias, que se convirtió en mi brazo
derecho para la tarea misionera. Poco a poco fue tomando forma en su corazón el Carmelo Misionero que se
concretizó en dos grupos de religiosas: las Carmelitas Misioneras y las Carmelitas Misioneras Teresianas.

-¿Ellas son tu obra de fundador…?


En ocasiones Dios concede también el don de fundar algunas comunidades o congregaciones. En un don de Dios
para la Iglesia.
En un mundo tan dividido como el que viví como el que actualmente se vive, ellas buscan ser signos de comunión.
Heredaron de mi la aspiración contemplativa y la llamada misionera. Viven este ideal de contemplación y apostolado
en pequeñas comunidades que buscan hacer suya la causa de los más débiles y marginados. María es su madre y
confidente, modelo perfecto de la mujer consagrada.
Su oración es “en la Iglesia y con la Iglesia”. Ellas hacen presente, a lo largo de la historia y de diversos lugares, los
dones que Dios me concedió gratuitamente y que son para la humanidad.

-¿Estas hermanas donde viven y a qué se dedican actualmente?


Por la bondad de Dios viven y trabajan por el Reino en los cinco continentes. En sus escuelas y colegios educan en la
justicia y la solidaridad, como hice yo mismo. Buscan ser signos de la cercanía, misericordia y ternura de Dios cuando
se dedican a la salud. Acompañan a jóvenes en el crecimiento de la fe. Y en no pocas ocasiones, se dedican a la
actividad parroquial y misionera.

-La entrevista ha sido larga, pero ¿deseas completar algo que se nos quede?
Creo que se nos queda algo importante. Yo nací muchos antes del Concilio Vaticano II y soy hijo de mi tiempo.
Aunque no pude entender el papel de laico con el alcance que hoy tiene, siempre creí en el valor del cristiano, y de la
importancia de participación activa en la Iglesia.
Hoy me alegra profundamente que haya nacido el Carmelo Misionero Seglar (CMS) donde hombres y mujeres viven
plenamente desde su condición laical el carisma que Dios hizo nacer en mí. Toda ha de ser para gloria del mismo
Dios y de su Iglesia a la que tanto me hizo amar.

-¡Gracias Francisco! Ha sido un gusto dialogar con vos y conocerte un poco más.

También yo te agradezco. Para mí también ha sido un gusto estar con ustedes. Que Dios nos conceda amarle con
pasión a él y a su Iglesia.

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