Tratamiento Cognitivo Conductual en Un Caso de Trastorno Hipocondríaco Severo

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Mujer de 37 años de edad, la menor de tres hermanas, casada y con un hijo de tres años.

Había sido atendida previamente en el año 2005 (problemas ansiosos en relación a


sobrecarga laboral) y en el año 2011 (conductas agorafóbicas y bajo estado de ánimo).

En ambas ocasiones recibió tratamiento farmacológico con buena respuesta y había sido
dada de alta sin recibir tratamiento psicológico. Como antecedentes médicos de interés
cabe señalar la existencia de un síndrome de ovario poliquístico.

Historia del problema

El episodio actual se inicia cuando la paciente acude derivada con una cita preferente al
centro de salud mental (CSM), a instancias de su médico de atención primaria. El
problema había comenzado dos meses antes de ser atendida en el centro, coincidiendo
con el diagnóstico de cáncer de recto de su padre, que se agravó con metástasis
hepática.

Pocos días después de conocer este diagnóstico, la paciente acudió a la consulta de su


médico de primaria en un estado de visible ansiedad. Muy nerviosa y llorosa, refería
tener un gran temor a padecer cáncer, había perdido hasta cuatro kilos de peso y se
quejaba de dolores gástricos y frecuentes deposiciones diarreicas. En vista del estado
clínico de la paciente, su médico comenzó tratamiento con un inhibidor selectivo de la
recaptación de serotonina (paroxetina, 20 mg, 1-0-0) y un ansiolítico a demanda
(alprazolam 0.5mg) para momentos de mayor angustia.

Durante los dos meses que transcurrieron desde esa consulta hasta que finalmente fue
derivada y atendida en salud mental, la paciente visita a su médico de atención primaria
en más de quince ocasiones. Verbalizaba diversas molestias físicas (malestar en la zona
costal, en laringe, cambios en el flujo vaginal y varias infecciones urinarias) por las que
recibe diversos tratamientos, incluidos varios ciclos de antibióticos. Durante todas estas
consultas mantiene un estado de gran ansiedad y la convicción irreductible de que, en el
fondo, padece una enfermedad grave no diagnosticada. Llegó a recibir tratamiento
psiquiátrico privado (con un número muy limitado de sesiones) donde se procedió al
cambio de tratamiento farmacológico: se instaura sertralina 100 mg (1-0-1) y se
incrementa la pauta de alprazolam 0,5 mg (1-1-1), con escaso resultado.

En vista de la mala evolución del cuadro, su médico decide derivarla a asistencia


especializada en su CSM correspondiente. Cabe señalar que el día previo a la primera
consulta acudió al servicio de urgencias hospitalario, quejándose de llevar quince días
con infección urinaria (estaba siendo tratada con antibiótico) y aterrorizada ante el color
amarillento de sus heces. Tras descartar organicidad y repetir las correspondientes
pruebas de laboratorio que ya se habían realizado en atención primaria, se le recomendó
acudir al día siguiente a su cita en el CSM.

En las tres consultas de evaluación realizadas en nuestro centro (una con psiquiatría y
dos con psicología clínica) la paciente manifiesta su convicción absoluta de padecer
alguna enfermedad grave, en el estómago, en la vesícula… En algunos momentos señala
que podría tratarse de un cáncer y reconoce haber advertido a sus familiares de que,
cuando ella muriese, se arrepentirían de no haberle prestado la atención suficiente.
Indica estar incapacitada para desarrollar su vida normal, pues desde primera hora de la
mañana se ve asaltada por sus temores, hasta el punto de presentar frecuentemente
“ataques de ansiedad”. Reconoce vigilar cada vez que va al baño el aspecto de sus heces
e incluso haber intentado observarlas con una lupa y rociarlas con agua oxigenada, para
descubrir si presentaban sangre oculta. Pese a que los médicos le habían indicado que el
aspecto de sus heces probablemente estaba relacionado con los tratamientos
farmacológicos que venía tomando, ella se muestra totalmente escéptica ante esta
explicación. Reconoce buscar de forma persistente en internet información al respecto y
llamar en repetidas veces al día a su marido, a su hermana o a su médico de cabecera en
busca de tranquilización. Además, comprueba su temperatura corporal varias veces al
día porque “necesita” que no suba de 36.

Reconoce que la mayor parte del día permanece angustiada, llorando, con tendencia a
encamarse y a descuidar actividades rutinarias (tareas de casa, quedar con amigas, ir a
buscar a su hijo al colegio…). Trata de evitar ir a casa de sus padres porque reconoce
que le incrementa la angustia, con el consiguiente malestar y culpabilidad asociados.

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