El Siervo de Dios

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EL MESÍAS PROMETIDO

Jesucristo, el Siervo de Yahvéh


1. Durante el proceso ante Pilato, Jesús, al ser interrogado si era rey, primero
niega que sea rey en sentido terreno y político; después, cuando Pilato se lo
pregunta por segunda vez, responde: 'Tú dices que soy rey. Yo para esto he
nacido y para esto he venido al mundo, para dar testimonio de la verdad' (Jn 18,
37). Esta respuesta une la misión real y sacerdotal del Mesías con la característica
esencial de la misión profética. En efecto, el Profeta es llamado y enviado a dar
testimonio de la verdad. Como testigo de la verdad él habla en nombre de Dios.
En cierto sentido es la voz de Dios. Tal fue la misión de los Profetas que Dios
envió a lo largo de los siglos a Israel.
En la figura de David, rey y profeta, es en quien especialmente la característica
profética se une a la vocación real.
2. La historia de los Profetas del Antiguo Testamento indica claramente que la
tarea de proclamar la verdad, al hablar en nombre de Dios, es antes que nada un
servicio, tanto en relación con Dios que envía, como en relación con el pueblo al
que el Profetas se presenta como enviado de Dios. De ello se deduce que el
servicio profético no sólo es eminente y honorable, sino también difícil y fatigoso.
Un ejemplo evidente de ello es lo que le ocurrió al Profeta Jeremías, quien
encuentra resistencia, rechazo y finalmente persecución, en la medida en que la
verdad proclamada es incómoda. Jesús mismo, que muchas veces se refirió a los
sufrimientos que padecieron los Profetas, los experimentó personalmente de
forma plena.
3. Estas primeras referencias al carácter ministerial de la misión profética nos
introducen en la figura del Siervo de Dios (Ebed Yahvéh) que se encuentra en
Isaías (y precisamente en el llamado 'Deutero-Isaías'). En esta figura la tradición
mesiánica de a antigua Alianza encuentra una expresión especialmente rica, e
importante, si consideramos que el Siervo de Yahvéh, en el que sobresalen sobre
todo las características del Profeta, une en sí mismo, en cierto modo, también la
cualidad del sacerdote y del rey. Los Cantos de Isaías sobre el Siervo de Yahvéh
presentan una síntesis veterotestamentaria del Mesías, abierta a ulteriores
desarrollos. Si bien están escritos muchos siglos antes de Cristo, sirven de modo
sorprendente para la identificación de su figura, especialmente en cuanto a la
descripción del Siervo de Yahvéh sufriente: un cuadro tan justo y fiel que se diría
que está hecho teniendo delante los acontecimientos de la Pascua de Cristo.
4. Hay que observar que el término 'Siervo, 'Siervo de Dios' se emplea
abundantemente en el Antiguo Testamento. A muchos personajes eminentes se
les llama o se les define 'siervos de Dios'. Así Abrahán (Gen 26, 24), Jacob (Gen
32, 11), Moisés, David y Salomón, los Profetas. La Sagrada Escritura también
atribuye este término a algunos personajes paganos que cumplen su papel en la
historia de Israel: así, por ejemplo, a Nabucodonosor (Jer 25, 8-9), y a Ciro (Is 44,
26). Finalmente, todo Israel como pueblo es llamado 'siervo de Dios' (Cfr. Is 41, 8-
9; 42, 19; 44, 21; 48, 20), según un uso lingüístico del que se hace eco el Canto de
María que alaba a Dios porque 'auxilia a Israel, su siervo' (Lc 1, 54).
5. En cuanto a los Cantos de Isaías sobre el Siervo de Yahvéh constatamos ante
todo los que se refieren no a una entidad colectiva, como puede ser un pueblo,
sino a una persona determinada a la que el Profeta distingue en cierto modo de
Israel pecador: 'He aquí a mi siervo, a quien sostengo yo (leemos en el primer
Canto), mi elegido en quien se complace mi alma. He puesto mi espíritu sobre él;
él dará el derecho a las naciones. No gritará, no hablará recio ni hará oír su voz en
las plazas. No romperá la caña cascada ni apagará la mecha que se extingue. . .
sin cansarse ni desmayar, hasta que establezca el derecho en la tierra...' (Is 42, 1-
4). 'Yo, Yahvéh, te he formado y te he puesto por alianza del pueblo y para luz de
las gentes, para abrir los ojos de los ciegos, para sacar de la cárcel a los presos,
del calabozo a los que moran en las tinieblas' (Is 42, 6-7).
6. El segundo Canto desarrolla el mismo concepto: 'Oídme, islas; atended,
pueblos lejanos: Yahvéh me llamó desde el seno materno, desde las entrañas de
mi madre me llamó por mi nombre. Y puso mi boca como cortante espada, me ha
guardado a la sombra de su mano, hizo de mí aguda saeta y me guardó en su
aljaba' (Is 49, 6). 'Dijo: ligera cosa es para mí que seas tú mi siervo, para
restablecer las tribus de Jacob Yo te he puesto para luz de las gentes, para llevar
mi salvación hasta los confines de la tierra' (Is 49,6). 'EL Señor, Yahvéh, me ha
dado lengua de discípulo, para saber sostener con palabras al cansado' (Is 50, 4).
Y también: 'Así se admirarán muchos pueblos y los reyes cerrarán ante él su boca'
(Is 52, 15). 'El Justo, mi Siervo, justificará a muchos y cargará con las iniquidades
de ellos' (Is 53, 11).
7. Estos últimos textos, pertenecientes a los Cantos tercero y cuarto, nos
introducen con realismo impresionante en el cuadro del Siervo Sufriente al que
deberemos volver nuevamente. Todo lo que dice Isaías parece anunciar de modo
sorprendente lo que en el alba misma de la vida de Jesús predecirá el santo
anciano Simeón, cuando lo saludó como 'luz para iluminación de las gentes' y al
mismo tiempo como 'signo de contradicción' (Cfr. Lc 2, 32. 34).Ya en el libro de
Isaías la figura del Mesías emerge como Profeta, que viene al mundo para dar
testimonio de la verdad, y que precisamente a causa de esta verdad será
rechazado por su pueblo, llegando a ser con su muerte motivo de justificación para
'muchos'.
8. Los Cantos del Siervo de Yahvéh encuentran amplia resonancia en el Nuevo
Testamento, desde el comienzo de a actividad mesiánica de Jesús. Ya la
descripción del bautismo en el Jordán permite establecer un paralelismo con los
textos de Isaías. Escribe Mateo: 'Bautizado Jesús. .. he aquí que se abrieron los
cielos, y vio al Espíritu de Dios descender como paloma y venir sobre El' (Mt 3 16);
en Isaías se dice: 'He puesto mi espíritu sobre El' (Is 42, 1). El Evangelista añade:
'Mientras una voz del cielo decía: Esté es mi Hijo amado, en quien tengo mis
complacencias' (Mt 3, 17), y en Isaías Dios dice del Siervo: 'Mi elegido en quien se
complace mi alma' (Is 42, 1 ). Juan Bautista señala a Jesús que se acerca al
Jordán, con las palabras: 'He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del
mundo' (Jn 1, 29), exclamación que representa casi una síntesis del contenido del
Canto tercero y cuarto sobre el Siervo de Yahvéh sufriente.
9. Una relación análoga se encuentra en el fragmento en que Lucas narra las
primeras palabras mesiánicas pronunciadas por Jesús en la sinagoga de Nazaret,
cuando Jesús lee el texto de Isaías: 'EL Espíritu del Señor está sobre mi, porque
me ungió para evangelizar a los pobres; me envió a predicar a los cautivos la
libertad, a los ciegos la recuperación de la vista: para poner en libertad a los
oprimidos, par anunciar un año de gracia del Señor' (Lc 4, 17-19). Son las
palabras del primer Canto sobre el Siervo de Yahvéh (Is 42, 1-7; cfr. también Is 61,
1-2).
10. Si miramos también la vida y el ministerio de Jesús. El se nos manifiesta como
el Siervo de Dios, que trae la salvación a los hombres, que los sana, que los libra
de su iniquidad, que los quiere ganar para Sí no con la fuerza, sino con la bondad.
El Evangelio, especialmente el de San Mateo, hace referencia muchas veces al
libro de Isaías, cuyo anuncio profético se realiza en Cristo: así cuando narra que 'y
atardecido, le presentaron muchos endemoniados, y arrojaba con una palabra los
espíritus, y a todos los que se sentían mal los curaba, para que se cumpliese lo
dicho por el Profeta Isaías, que dice: El tomó nuestras enfermedades y cargó con
nuestras dolencias' (Mt 8, 16-17; cfr. Is 53, 4). Y en otro lugar: 'Muchos le
siguieron, y los curaba a todos... para que se cumpliera el anuncio del Profeta
Isaías: He aquí a mi siervo..' (Mt 12, 15-21), y aquí el Evangelista narra un largo
fragmento del primer Canto sobre el Siervo de Yahvéh.
11. Como los Evangelios, también los Hechos de los Apóstoles demuestran que la
primera generación de los discípulos de Cristo, comenzando por los Apóstoles,
está profundamente convencida de que en Jesús se cumplió todo lo que el Profeta
Isaías había anunciado en sus Cantos inspirados: que Jesús es el elegido Siervo
de Dios (Cfr. por ejemplo, Hech 3, 13; 3, 26; 4, 27; 4, 30; 1 Pe 2, 22-25), que
cumple la misión del Siervo de Yahvéh y trae la nueva ley, es la luz y alianza para
todas las naciones (Cfr. Hech 13, 46-47). Esta misma convicción la volvemos a
encontrar también en la 'didajé', en el 'Martirio de San Policarpo', y en la primera
Carta de San Clemente Romano.
12. Hay que añadir un dato de gran importancia: Jesús mismo habla de Sí como
de un siervo, aludiendo claramente a Is 53, cuando dice: 'El Hijo del hombre no ha
venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida en rescate por muchos' (Mc 10,
45; Mt 20, 28) y expresa el mismo concepto cuando lava los pies a los Apóstoles
(Jn 13, 3-4; 12-15). En el conjunto del Nuevo Testamento, junto a los textos y a las
alusiones a al primer Canto del Siervo de Yahvéh (Is 42, 1-7), que subrayan la
elección del Siervo y su misión profética de liberación, de curación y de alianza
para todos los hombres, el mayor número de textos hace referencia al Canto
tercero y cuarto (Is 50, 4-11; 52, 13-53, 12) sobre el Siervo Sufriente. Es la misma
idea expresada de modo sintético por San Pablo en la Carta a los Filipenses,
cuando hace un himno a Cristo: 'el cual, siendo de condición divina, no retuvo
ávidamente el ser igual a Dios. Sino que se despojó de Sí mismo tomando la
condición de siervo y apareciendo en su porte como hombre; y se humilló a Sí
mismo, obedeciendo hasta la muerte' (Flp 2, 6-8).

En Cristo se cumplen las profecías


1. En las catequesis precedentes hemos intentado mostrar lo aspectos más
relevantes de la verdad sobre el Mesías tal como fue preanunciada en la Antigua
alianza y tal como fue heredada por la generación de los contemporáneos de
Jesús de Nazaret, que entraron en la nueva etapa de la Revelación divina. De esta
generación, los que siguieron a Jesús lo hicieron porque estaban convencidos de
que en El se había cumplido la verdad sobre el Mesías que El es el Mesías, el
Cristo. Son muy significativas las palabra con que Andrés, el primero de los
Apóstoles llamados por Jesús anuncia a su hermano Simón: 'Hemos encontrado
al Mesías (que significa el Cristo)' (Jn 1,41). Sin embargo, hay que reconocer que
constataciones tan explícitas como ésta son más bien raras en los Evangelios. Ello
se debe también al hecho de que en la sociedad israelita de entonces se hallaba
difundida una imagen de Mesías al que Jesús no quiso adaptar su figura y su
obra, a pesar del asombro y a admiración suscitados por todo lo que 'hizo y
enseñó' (Hech 1, 1).
2. Es más, sabemos incluso que el mismo Juan Bautista, que había señalado a
Jesús junto al Jordán como 'El que tenía que venir' (Cfr. Jn 1, 15-30), pues, con
espíritu profético, había visto en El al 'Cordero de Dios' que venía para quitar los
pecados del mundo; Juan, que había anunciado el 'nuevo bautismo' que
administraría Jesús con la fuerza del Espíritu, cuando se hallaba ya en la cárcel,
mandó a sus discípulos a preguntar a Jesús: '¿Eres Tú que ha de venir o
esperamos a otro?' (Mt 11, 3).
3. Jesús no deja sin respuesta a Juan y a sus mensajeros: 'Id y comunicad a Juan
lo que habéis visto y oído: los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan
limpios, los sordos oyen, los muertos resucitan y los pobres son evangelizados' (Lc
7, 22). Con esta respuesta Jesús pretende confirmar su misión mesiánica y
recurre en concreto a las palabras de Isaías (Cfr. Is 35, 4-5; 6, 1). Y concluye:
'Bienaventurado quien no se escandaliza de mí' (Lc 7, 23). Estas palabras finales
resuenan como una llamada dirigida directamente a Juan, su heroico precursor,
que tenía una idea distinta del Mesías. Efectivamente, en su predicación, Juan
había delineado la figura del Mesías como la de un juez severo. En este sentido
había hablado 'de la ira inminente', del 'hacha puesta y la raíz del árbol' (Cfr. Lc 3,
7. 9), para cortar todas las plantas 'que no de buen fruto' (Lc 3, 9). Es cierto que
Jesús no dudaría en tratar con firmeza e incluso con aspereza, cuando fue
necesario, la obstinación y la rebelión contra la Palabra de Dios; pero El iba a ser,
sobre todo, el anunciador de la 'buena nueva a los pobres' y con sus obras y
prodigios revelaría la voluntad salvífica de Dios, Padre misericordioso
4. La respuesta que Jesús da a Juan presenta también otro el momento que es
interesante subrayar: Jesús evita proclamarse Mesías abiertamente. De hecho, en
el contexto social de la época es título resultaba muy ambiguo: la gente lo
interpretaba por lo general en sentido político. Por ello Jesús prefiere referirse al
testimonio ofrecido por sus obras, deseoso sobre todo de persuadir y de suscitar
la fe.
5. Ahora bien, en los Evangelios no faltan casos especiales, como el diálogo con
la samaritana, narrado en el Evangelio de Juan. A la mujer que le dice: 'Yo sé que
el Mesías, el que se llama Cristo está para venir y que cuando venga nos hará
saber todas las cosas', Jesús le responde: 'Yo soy, el que habla contigo' (Jn 4, 25-
26).
Según el contexto del diálogo, Jesús convenció a la samaritana, cuya
disponibilidad para la escucha había intuido; de hecho cuando esta mujer volvió a
su ciudad, se apresuró a decir a la gente: 'Venid a ver un hombre que me ha dicho
todo cuanto he hecho. ¿No será el Mesías?' (Jn 4, 28-29).Animados por su
palabra muchos samaritanos salieron al encuentro de Jesús, lo escucharon, y
concluyeron a su vez: 'Este es verdaderamente el Salvador del mundo' (Jn 4, 22).
6. Entre los habitantes de Jerusalén, por el contrario, las palabras y los milagros
de Jesús suscitaron cuestiones en torno a su condición mesiánica. Algunos
excluían que pudiera ser el Mesías. 'De éste sabemos de dónde viene, mas del
Mesías, cuando venga nadie sabrá de dónde viene' (Jn 7, 27). Pero otros decían:
'El Mesías, cuando venga, ¿podrá hacer signos más grandes de los que ha hecho
éste' (Jn 7, 31). '¿No será éste el Hijo de David?'. (Mt 12,23). Incluso llegó a
intervenir el Sanedrín, decretando que 'si alguno lo confesaba Mesías fuera
expulsado de la sinagoga' (Jn 9, 22).
7. Con estos elementos podemos llegar a comprender el significado clave de la
conversación de Jesús con los Apóstoles cerca de Cesarea de Filipo. 'Jesús les
preguntó: ¿Quién dicen los hombres que soy yo? Ellos le respondieron, diciendo:
Unos, que Juan Bautista; otros, que Elías y otros, que uno de los Profetas. Pero El
les preguntó: Y vosotros, ¿quién decís que soy yo? Respondiendo Pedro, le dijo:
Tú eres el Cristo' (Mc 8, 27-29; cfr. Además Mt 16, 13-16 y Lc 9, 18-21), es decir,
el Mesías.
8. Según el Evangelio de Mateo esta respuesta ofrece a Jesús la ocasión para
anunciar el primado de Pedro en la futura Iglesia (Cfr. Mt 16, 18). Según Marcos,
tras la respuesta de Pedro, Jesús ordenó severamente a los Apóstoles 'que no
dijeran nada a nadie' (Mc 8 30). De lo cual se puede deducir que Jesús no sólo no
proclamaba que El era el Mesías, sino que tampoco quería que los Apóstoles
difundieran por el momento la verdad sobre su identidad. Quería, en efecto, que
sus contemporáneos llegaran a tal convencimiento contemplando sus obras y
escuchando su enseñanza. Por otra parte, el mismo hecho de que los Apóstoles
estuvieran convencidos de lo que Pedro había dicho en nombre de todos al
proclamar: 'Tú eres el Cristo', demuestra que las obras y palabras de Jesús
constituían una base suficiente sobre la que podía fundarse y desarrollarse la fe
en que El era el Mesías.
9. Pero la continuación de ese diálogo tal y como aparece en los dos textos
paralelos de Marcos y Mateo es aún más significativa en relación con la idea que
tenía Jesús sobre su condición de Mesías (Cfr. Mc 8, 31-33; Mt 16, 21-23).
Efectivamente; casi en conexión estrecha con la profesión de fe de los Apóstoles,
Jesús 'comenzó a enseñarles como era preciso que el Hijo del Hombre padeciese
mucho, y que fuese rechazado por los ancianos y los príncipes de los sacerdotes y
los escribas y que fuese muerto y resucitado al tercer día' (Mc 8, 31). El
Evangelista Marcos hace notar: 'Les hablaba de esto abiertamente' (Mc 8, 32).
Marcos dice que 'Pedro, tomándole aparte, se puso a reprenderle' (Mc 8, 32).
Según Mateo, los términos de la reprensión fueron éstos: 'No quiera Dios, Señor,
que esto suceda' (Mt 16, 22). Y esta fue la reacción del Maestro: Jesús 'reprendió
a Pedro diciéndole: Quítate allá, Satán, pues tus pensamientos no son los de Dios,
sino los de los hombres' (Mc 8, 33; Mt 16, 23).
10. En esta reprensión del Maestro se puede percibir algo así como un eco lejano
de la tentación de que fue objeto Jesús en el desierto en los comienzos de su
actividad mesiánica (Cfr. Lc 4, 1-13), cuando Satanás quería apartarlo del
cumplimiento de la voluntad del Padre hasta el final. Los Apóstoles, y de un modo
especial Pedro, a pesar que habían profesado su fe en la misión mesiánica de
Jesús afirmando 'Tú eres el Mesías', no lograban librarse completamente de
aquella concepción demasiado humana y terrena del Mesías, y admitir la
perspectiva de un Mesías que iba a padecer y a sufrir la muerte. Incluso en el
momento de a ascensión, preguntarían a Jesús: '¿...vas a reconstruir el reino de
Israel' (Cfr. Hech 1, 6).
11. Precisamente ante esta actitud Jesús reacciona con tanta decisión y
severidad. En El, la conciencia de la misión mesiánica correspondía a los Cantos
sobre el Siervo de Yahvéh de Isaías y, de un modo especial, a lo que había dicho
el Profeta sobre el Siervo Sufriente: 'Sube ante él como un retoño, como raíz en
tierra árida. No hay en él parecer, no hay hermosura...Despreciado y abandonado
de los hombres, varón de dolores, y familiarizado con el sufrimiento, y como uno
ante el cual se oculta el rostro, menospreciado sin que le tengamos en cuenta...
Pero fue él ciertamente quien soportó nuestros sufrimientos y cargó con nuestros
dolores... Fue traspasado por nuestras iniquidades y molido por nuestros pecados'
(Is 53, 2)5).

Jesús defiende con firmeza esta verdad sobre el Mesías, pretendiendo realizarla
en El hasta las últimas consecuencias, ya que en ella se expresa la voluntad
salvífica del Padre: 'El Justo, mi siervo, justificará a muchos' (Is 53,11 ). Así se
prepara personalmente y prepara a los suyos para el acontecimiento en que el
'misterio mesiánico' encontrará su realización plena: la Pascua de su muerte y de
su resurrección.

Jesucristo inicia el Reino de Dios

1. 'Se ha cumplido el tiempo, está cerca el reino de Dios' (Mc 1, 15). Con estas
palabras Jesús de Nazaret comienza su predicación mesiánica. El reino de Dios,
que en Jesús irrumpe en la vida y en la historia del hombre, constituye el
cumplimiento de las promesas de salvación que Israel había recibido del Señor.
Jesús se revela Mesías, no porque busque un dominio temporal y político según la
concepción de sus contemporáneos, sino porque con sumisión se culmina en la
pasión-muerte-resurrección, 'todas las promesas de Dios son !sí!' (2 Cor 1, 20).
2. Para comprender plenamente la misión de Jesús es necesario recordar el
mensaje del Antiguo Testamento que proclama la realeza salvífica del Señor. En
el cántico de Moisés (Ex 15, 1)18), el Señor es aclamado 'rey' porque ha liberado
maravillosamente a su pueblo y lo ha guiado, con potencia y amor, ala comunión
con El y con los hermanos en el gozo de la libertad. También el antiquísimo Salmo
28/29 da testimonio de la misma fe: el Señor es contemplado en la potencia de su
realeza, que domina todo lo creado y comunica a su pueblo fuerza, bendición y
paz (Sal 28/29, 10). Pero la fe en el Señor 'rey', se presenta completamente
penetrada por el tema de la salvación, sobre todo en la vocación de Isaías. El
'Rey' contemplado por el Profeta con los ojos de la fe 'sobre un trono alto y
sublime' (Is 6, 1 ) es Dios en el misterio de su santidad transcendente y de su
bondad misericordiosa, con la que se hace presente a su pueblo como fuente de
amor que purifica, perdona, salva: 'Santo, Santo, Santo, Yahvéh de los ejércitos.
Está la tierra llena de tu gloria' (Is 6,3). Esta fe en la realeza salvífica del Señor
impidió que, en el pueblo de la alianza, la monarquía se desarrollase de forma
autónoma, como ocurría en el resto de las naciones: El rey es el elegido, el ungido
del Señor y, como tal, es el instrumento mediante el cual Dios mismo ejerce su
soberanía sobre Israel (Cfr. 1 Sm 12, 12-15). 'El Señor reina', proclaman
continuamente los Salmos (Cfr. 5, 3; 9, 6; 28/29, 10; 92/93, 1; 96/97, 1)4; 145/146,
10).
3. Frente a la experiencia dolorosa de los límites humanos y del pecado, los
Profetas anuncian una nueva Alianza, en la que el Señor mismo será el guía
salvífico y real de su pueblo renovado (Cfr. Jer 31, 31-34; Ez 34, 7-16; 36,24-28).
En este contexto surge la expectación de un nuevo David, que el Señor suscitará
para que sea el instrumento del éxodo, de la liberación, de la salvación (Ez 34, 23-
25; cfr. Jer 23, 5)6). Desde ese momento la figura del Mesías aparece en relación
íntima con la manifestación de la realeza plena de Dios.
Tras el exilio, aun cuando la institución de la monarquía decayera en Israel, se
continuó profundizando la fe en la realeza que Dios ejerce sobre su pueblo y que
se extenderá hasta 'los confines de la tierra'. Los Salmos que cantan al Señor rey
constituyen el testimonio más significativo de esta esperanza (Cfr Sal 95/96-
98/99).
Esta esperanza alcanza su grado máximo de intensidad cuando la mirada de la fe,
dirigiéndose más allá del tiempo de la historia humana, llegará a comprender que
sólo en la eternidad futura se establecerá el reino de Dios en todo su poder:
entonces, mediante la resurrección, los redimidos se encontrarán en la plena
comunión de vida y de amor con el Señor (Cfr. Dan 7,9-10; 12, 2-3).
4. Jesús alude a esta esperanza del Antiguo Testamento y proclama su
cumplimiento. El reino de Dios constituye el tema central de su predicación, como
lo demuestran sobre todo las parábolas.
La parábola del sembrador (Mt 13, 3)8) proclama que el reino de Dios está ya
actuando en la predicación de Jesús; al mismo tiempo invita a contemplar a
abundancia de frutos que constituirán la riqueza sobreabundante del reino al final
de los tiempos. La parábola de la semilla que crece por sí sola (Mc 4, 26-29)
subraya que el reino no es obra humana, sino únicamente don del amor de Dios
que actúa en el corazón de los creyentes y guía la historia humana hacia su
realización definitiva en la comunión eterna con el Señor. La parábola de la cizaña
en medio del trigo (Mt 13, 24-30) y la de la red para pescar (Mt 13, 47-52) se
refieren, sobre todo, a la presencia, ya operante, de la salvación de Dios. Pero,
junto a los 'hijos del reino', se hallan también los 'hijos del maligno', los que
realizan la iniquidad: sólo al final de la historia serán destruidas las potencias del
mal, y quien hay cogido el reino estará para siempre con el Señor. Finalmente, las
parábolas del tesoro escondido y de la perla preciosa (Mt 13, 44-46), expresan el
valor supremo y absoluto del reino de Dios: quien lo percibe, está dispuesto a
afrontar cualquier sacrificio y renuncia para entrar en él.
5. De la enseñanza de Jesús nace una riqueza muy iluminadora. El reino de Dios
en su plena y total realización, es ciertamente futuro, 'debe venir' (Cfr. Mc 9, 1; Lc
22, 18); la oración del Padrenuestro enseña a pedir su venida: 'Venga a nosotros
tu reino' (Mt 6, 10). Pero al mismo tiempo, Jesús afirma que el reino de Dios 'ya ha
venido' (Mt 12, 28), 'está dentro de vosotros' (Lc 17, 21) mediante la predicación y
las obras, de Jesús. Por otra parte, de todo el Nuevo Testamento se deduce que
la Iglesia, fundada por Jesús, es el lugar donde la realeza de Dios se hace
presente, en Cristo, como don de salvación en la fe, de vida nueva en el Espíritu,
de comunión en la caridad.
Se ve así la relación íntima entre el reino y Jesús, una relación tan estrecha que el
reino de Dios puede llamarse también 'reino de Jesús' (Ef 5, 5;2 Pe 1, 11), como
afirma, por lo demás, el mismo Jesús ante Pilato al decir que 'su' reino no es de
este mundo (Cfr. 18, 36).
6. Desde esta perspectiva podemos comprender las condiciones indicadas por
Jesús para entrar en el reino se pueden resumir en la palabra 'conversión'.
Mediante la conversión el hombre se abre al don de Dios (Cfr. Lc 12, 32), que
llama 'a su reino y a su gloria' (1 Tes 2, 12); acoge como un niño el reino (Mc 10,
15) y está dispuesto a todo tipo de renuncias para poder entrar en él (Cfr. Lc 18,
29; Mt 19, 29; Mc 10, 29)
El reino de Dios exige una 'justicia' profunda o nueva (Mt 5, 20); requiere empeño
en el cumplimiento de la 'voluntad de Dios' (Mt 7, 21), implica sencillez interior
'como los niños' (Mt 18, 3; Mc 10, 15); comporta la superación del obstáculo
constituido por las riquezas (Cfr. Mc 10, 23-24).
7. Las bienaventuranzas proclamadas por Jesús (Cfr. Mt 5, 3-12) se presentan
como la 'Carta magna' del reino de los cielos, dado a los pobres de espíritu, a los
afligidos, a los humildes, a quien tiene hambre y sed de justicia, a los
misericordiosos, a los puros de corazón, a los artífices de paz, a los perseguidos
por causa de la justicia. Las bienaventuranzas no muestran sólo las exigencias del
reino; manifiestan ante todo la obra que Dios realiza en nosotros haciéndonos
semejantes a su Hijo (Rom 8, 29) y capaces de tener sus sentimientos (Flp 2, 5
ss.) de amor y de perdón (Cfr. Jn 13, 34-35; Col 3, 13)

8. La enseñanza de Jesús sobre el reino de Dios es testimoniada por la Iglesia del


Nuevo Testamento, que vivió esta enseñanza con a alegría de su fe pascual. La
Iglesia es la comunidad de los 'pequeños' que el Padre 'ha liberado del poder de
las tinieblas y ha trasladado al reino del Hijo de su amor' (Col 1,13); es la
comunidad de los que viven 'en Cristo', dejándose guiar por el Espíritu en el
camino de la paz (Lc 1, 79), y que luchan para no 'caer en la tentación' y evitar la
obras de la 'carne', sabiendo muy bien que 'quienes tales cosas hacen no
heredarán el reino de Dios' (Gal 5, 21). La Iglesia es la comunidad de quienes
anuncian, con su vida y con sus palabras, el mismo mensaje de Jesús: 'El reino de
Dio está cerca de vosotros' (Lc 10, 9).
9. La Iglesia, que 'camina a través de los siglos incesantemente a la plenitud de la
verdad divina hasta que se cumpla en ella las palabras de Dios' (Dei Verbum, 8),
pide al Padre en cada una de las celebraciones de la Eucaristía que 'venga su
reino'. Vive esperando ardientemente la venida gloriosa del Señor y Salvador
Jesús, que ofrecerá a la Majestad Divina un reino eterno y universal: el reino de la
verdad y la vida, el reino de la santidad y la gracia, el reino de la justicia, el amor la
paz' (Prefacio de la solemnidad de Jesucristo, Rey del universo).
Esta espera del Señor es fuente incesante de confianza de energía. Estimula a los
bautizados, hechos partícipes de la dignidad real de Cristo, a vivir día tras día 'en
el reino del Hijo de su amor', a testimoniar y anunciar la presencia del reino con las
mismas obras de Jesús (Cfr. Jn 14, 12). En virtud de este testimonio de fe y de
amor, enseña el Concilio, el mundo se impregnará del Espíritu de Cristo y
alcanzará con mayor eficacia su fin en la justicia, en la caridad y en la paz.

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