El Siervo de Dios
El Siervo de Dios
El Siervo de Dios
Jesús defiende con firmeza esta verdad sobre el Mesías, pretendiendo realizarla
en El hasta las últimas consecuencias, ya que en ella se expresa la voluntad
salvífica del Padre: 'El Justo, mi siervo, justificará a muchos' (Is 53,11 ). Así se
prepara personalmente y prepara a los suyos para el acontecimiento en que el
'misterio mesiánico' encontrará su realización plena: la Pascua de su muerte y de
su resurrección.
1. 'Se ha cumplido el tiempo, está cerca el reino de Dios' (Mc 1, 15). Con estas
palabras Jesús de Nazaret comienza su predicación mesiánica. El reino de Dios,
que en Jesús irrumpe en la vida y en la historia del hombre, constituye el
cumplimiento de las promesas de salvación que Israel había recibido del Señor.
Jesús se revela Mesías, no porque busque un dominio temporal y político según la
concepción de sus contemporáneos, sino porque con sumisión se culmina en la
pasión-muerte-resurrección, 'todas las promesas de Dios son !sí!' (2 Cor 1, 20).
2. Para comprender plenamente la misión de Jesús es necesario recordar el
mensaje del Antiguo Testamento que proclama la realeza salvífica del Señor. En
el cántico de Moisés (Ex 15, 1)18), el Señor es aclamado 'rey' porque ha liberado
maravillosamente a su pueblo y lo ha guiado, con potencia y amor, ala comunión
con El y con los hermanos en el gozo de la libertad. También el antiquísimo Salmo
28/29 da testimonio de la misma fe: el Señor es contemplado en la potencia de su
realeza, que domina todo lo creado y comunica a su pueblo fuerza, bendición y
paz (Sal 28/29, 10). Pero la fe en el Señor 'rey', se presenta completamente
penetrada por el tema de la salvación, sobre todo en la vocación de Isaías. El
'Rey' contemplado por el Profeta con los ojos de la fe 'sobre un trono alto y
sublime' (Is 6, 1 ) es Dios en el misterio de su santidad transcendente y de su
bondad misericordiosa, con la que se hace presente a su pueblo como fuente de
amor que purifica, perdona, salva: 'Santo, Santo, Santo, Yahvéh de los ejércitos.
Está la tierra llena de tu gloria' (Is 6,3). Esta fe en la realeza salvífica del Señor
impidió que, en el pueblo de la alianza, la monarquía se desarrollase de forma
autónoma, como ocurría en el resto de las naciones: El rey es el elegido, el ungido
del Señor y, como tal, es el instrumento mediante el cual Dios mismo ejerce su
soberanía sobre Israel (Cfr. 1 Sm 12, 12-15). 'El Señor reina', proclaman
continuamente los Salmos (Cfr. 5, 3; 9, 6; 28/29, 10; 92/93, 1; 96/97, 1)4; 145/146,
10).
3. Frente a la experiencia dolorosa de los límites humanos y del pecado, los
Profetas anuncian una nueva Alianza, en la que el Señor mismo será el guía
salvífico y real de su pueblo renovado (Cfr. Jer 31, 31-34; Ez 34, 7-16; 36,24-28).
En este contexto surge la expectación de un nuevo David, que el Señor suscitará
para que sea el instrumento del éxodo, de la liberación, de la salvación (Ez 34, 23-
25; cfr. Jer 23, 5)6). Desde ese momento la figura del Mesías aparece en relación
íntima con la manifestación de la realeza plena de Dios.
Tras el exilio, aun cuando la institución de la monarquía decayera en Israel, se
continuó profundizando la fe en la realeza que Dios ejerce sobre su pueblo y que
se extenderá hasta 'los confines de la tierra'. Los Salmos que cantan al Señor rey
constituyen el testimonio más significativo de esta esperanza (Cfr Sal 95/96-
98/99).
Esta esperanza alcanza su grado máximo de intensidad cuando la mirada de la fe,
dirigiéndose más allá del tiempo de la historia humana, llegará a comprender que
sólo en la eternidad futura se establecerá el reino de Dios en todo su poder:
entonces, mediante la resurrección, los redimidos se encontrarán en la plena
comunión de vida y de amor con el Señor (Cfr. Dan 7,9-10; 12, 2-3).
4. Jesús alude a esta esperanza del Antiguo Testamento y proclama su
cumplimiento. El reino de Dios constituye el tema central de su predicación, como
lo demuestran sobre todo las parábolas.
La parábola del sembrador (Mt 13, 3)8) proclama que el reino de Dios está ya
actuando en la predicación de Jesús; al mismo tiempo invita a contemplar a
abundancia de frutos que constituirán la riqueza sobreabundante del reino al final
de los tiempos. La parábola de la semilla que crece por sí sola (Mc 4, 26-29)
subraya que el reino no es obra humana, sino únicamente don del amor de Dios
que actúa en el corazón de los creyentes y guía la historia humana hacia su
realización definitiva en la comunión eterna con el Señor. La parábola de la cizaña
en medio del trigo (Mt 13, 24-30) y la de la red para pescar (Mt 13, 47-52) se
refieren, sobre todo, a la presencia, ya operante, de la salvación de Dios. Pero,
junto a los 'hijos del reino', se hallan también los 'hijos del maligno', los que
realizan la iniquidad: sólo al final de la historia serán destruidas las potencias del
mal, y quien hay cogido el reino estará para siempre con el Señor. Finalmente, las
parábolas del tesoro escondido y de la perla preciosa (Mt 13, 44-46), expresan el
valor supremo y absoluto del reino de Dios: quien lo percibe, está dispuesto a
afrontar cualquier sacrificio y renuncia para entrar en él.
5. De la enseñanza de Jesús nace una riqueza muy iluminadora. El reino de Dios
en su plena y total realización, es ciertamente futuro, 'debe venir' (Cfr. Mc 9, 1; Lc
22, 18); la oración del Padrenuestro enseña a pedir su venida: 'Venga a nosotros
tu reino' (Mt 6, 10). Pero al mismo tiempo, Jesús afirma que el reino de Dios 'ya ha
venido' (Mt 12, 28), 'está dentro de vosotros' (Lc 17, 21) mediante la predicación y
las obras, de Jesús. Por otra parte, de todo el Nuevo Testamento se deduce que
la Iglesia, fundada por Jesús, es el lugar donde la realeza de Dios se hace
presente, en Cristo, como don de salvación en la fe, de vida nueva en el Espíritu,
de comunión en la caridad.
Se ve así la relación íntima entre el reino y Jesús, una relación tan estrecha que el
reino de Dios puede llamarse también 'reino de Jesús' (Ef 5, 5;2 Pe 1, 11), como
afirma, por lo demás, el mismo Jesús ante Pilato al decir que 'su' reino no es de
este mundo (Cfr. 18, 36).
6. Desde esta perspectiva podemos comprender las condiciones indicadas por
Jesús para entrar en el reino se pueden resumir en la palabra 'conversión'.
Mediante la conversión el hombre se abre al don de Dios (Cfr. Lc 12, 32), que
llama 'a su reino y a su gloria' (1 Tes 2, 12); acoge como un niño el reino (Mc 10,
15) y está dispuesto a todo tipo de renuncias para poder entrar en él (Cfr. Lc 18,
29; Mt 19, 29; Mc 10, 29)
El reino de Dios exige una 'justicia' profunda o nueva (Mt 5, 20); requiere empeño
en el cumplimiento de la 'voluntad de Dios' (Mt 7, 21), implica sencillez interior
'como los niños' (Mt 18, 3; Mc 10, 15); comporta la superación del obstáculo
constituido por las riquezas (Cfr. Mc 10, 23-24).
7. Las bienaventuranzas proclamadas por Jesús (Cfr. Mt 5, 3-12) se presentan
como la 'Carta magna' del reino de los cielos, dado a los pobres de espíritu, a los
afligidos, a los humildes, a quien tiene hambre y sed de justicia, a los
misericordiosos, a los puros de corazón, a los artífices de paz, a los perseguidos
por causa de la justicia. Las bienaventuranzas no muestran sólo las exigencias del
reino; manifiestan ante todo la obra que Dios realiza en nosotros haciéndonos
semejantes a su Hijo (Rom 8, 29) y capaces de tener sus sentimientos (Flp 2, 5
ss.) de amor y de perdón (Cfr. Jn 13, 34-35; Col 3, 13)