EL ZORRO Y EL CUY Cuento Andino

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EL ZORRO Y EL CUY

Esto sucedió hace mucho tiempo, cuando todavía todos se podían entender, cuando la magia existía y el
hombre con los animales podían comunicarse.
Hacía un tiempo que un campesino, cada mañana encontraba destrozos en su chacra. Alguien amparado en la
noche estaba haciendo daño, las plantas estaban tiradas y rotas, el suelo escarbado y las raíces a medio comer.
Entonces, muy molesto construyó una trampa y la puso en un lugar que consideró el más adecuado. Luego se
escondió y esperó atento, muy despierto. A eso de la media noche, escuchó unos gritos, alguien había caído en
la trampa!!.
Sigiloso se acercó a la trampa, era un hermoso cuy grande y gordo. El campesino lo ató a una estaca y regresó
a su casa para avisar a su esposa y a sus tres hijas: “Mañana temprano hiervan agua para pelar un cuy,
almorzaremos cuycito”.
Mientras tanto, el cuy amarrado a la estaca, forcejeaba y mordía inútilmente la soga, queriendo liberarse.
Cuando de repente apareció el zorro que paseaba por allí.
- Compadrito - le dijo el zorro - ¿Qué has hecho para que te tengan así?
-¡Ay, compadrito! si supieras mi suerte -le dijo el cuy - Yo enamoraba a la hija más gorda del dueño de esta
chacra y nos pilló, ahora quiere que me case con ella. Pero, la verdad, esa joven ya no me gusta. Ah!! También
quiere que aprenda a comer carne de gallina y a mí me da asco.
Mintiendo así, el cuy, como haciéndose el sonso, exclamó: - Creo que a ti sí te gusta la carne de gallina. A lo
que respondió el zorro: “A veces” como también haciéndose el sonso. -¿Por qué entonces no me desatas y te
pones en mi lugar? Así te casarías con una joven gorda y comerías carne de gallina todos los días. -Te haré ese
favor, compadre - dijo el zorro y dicho esto desató al cuy y dejó que lo atara a la estaca.
Al día siguiente, muy temprano, cuando el campesino volvió a la chacra para llevarse al cuy, encontró al zorro.
- ¡Desgraciado! ¡maldecido! ¡Anoche eras cuy y ahora eres zorro! Igual te voy a zurrar - dijo el dueño dándole
latigazos, mientras el zorro gritaba:
- ¡Sí me voy a casar con tu hija! ¡Te lo prometo! También te prometo que comeré carne de gallina todos los
días- gritaba el zorro. Luego de un rato, el campesino puso más atención a lo que con voz chillona decía el
zorro y se calmó, entonces escuchó el engaño del cuy.
El campesino se echó a reír, tanto que avergonzó al zorro y lo soltó, un tanto arrepentido de haber descargado
su ira en otro, mientras que el zorro comenzó a buscar al cuy. Quería cobrarse la revancha de todos los
latigazos que recibió del chacarero.
Hasta que un día lo encontró y pensó que había llegado la hora de la venganza. El cuy, viendo que ya no tenía
escapatoria se puso a empujar una enorme roca y el zorro se le acercó para cumplir su cometido, pero, el cuy
reaccionó:
- Compadrito zorro - le dijo - a tiempo has venido. Tienes que ayudarme a sostener esta roca. La tierra se va a
voltear y esta roca puede aplastarnos a todos. Al comienzo el zorro dudó, pero la cara de asustado que ponía
el cuy y el grito simulando gran esfuerzo ¡apúrate compadrito, ven ayúdame! terminó por convencerlo.Y se le
unió para sostener la gigantesca roca.
Después de un buen rato, el cuy le dijo: - Compadre, mientras tú empujas yo voy a buscar una piedra grande o
un palo para acuñar esta roca. Pero, paso uno, dos días, el cuy no volvía con la cuña y el zorro ya no podía más.
"Soltaré la roca, aunque me mate", pensó. Así es que dio un salto hacia atrás, pero la roca no se movió.
- Otra vez me ha engañado- dijo-. Pero, ésta será la última porque lo voy a matar. Día y noche le siguió el rastro
hasta que lo encontró junto a un corral abandonado. El cuy lo vio de reojo, calculó que ya no podía escapar.
Entonces se puso a escarbar el suelo - ¡Rápido, rápido! -decía como hablando para sí mismo - Ya viene el juicio
final, va a caer lluvia de fuego- seguía hablando.
- Bueno, compadre mentiroso, hasta aquí has llegado - le dijo el zorro- ¡Te voy a comer!
- Está bien, compadre - le dijo el cuy- pero ahora hay que hacer algo más importante, ayúdame a cavar un
hueco porque va a llover fuego. El zorro se puso a ayudar. Cuando el hueco ya estuvo hondo, el cuy saltó
dentro de él.
- ¡Échame tierra, compadre zorro! - le rogaba el cuy- ¡Tápame por favor, no quiero que me queme la lluvia de
fuego!
El zorro, asustado, le contestó: - Viendo bien las cosas, tú eres menos pecador que yo, compadrito. A ti no te
castigará demasiado la lluvia de fuego. Mejor tápame tú.
- Tienes razón compadre. Cambiemos, pues, de lugar - le dijo el cuy, saliendo del hueco. El cuy no solamente le
echó tierra, sino también, ortigas y espinas. Y mientras lo tapaba, gritaba: ¡Achachau, achachau, ya empezó la
lluvia de fuego compadre!
Cuando terminó, se limpió las manos y se fue riendo. Pasaron los días y dentro del hueco el zorro empezó a
sentir hambre.
Quiso sacar una mano y se topó con las ortigas.
- Achachau- dijo-. Deben ser las brasas de la lluvia de fuego Guardó su mano y esperó. Días después, el hambre
le hizo arriesgarse: salió entre el ardor de las ortigas y los pinchos de las espinas. Vio que afuera todo seguía
igual.
"Ya se habrá enfriado el fuego ", pensó. Estaba más flaco que una paja. Finalmente, se convenció de que había
sido burlado, nuevamente. Lo buscó sin descanso, día tras día y noche tras noche. Y una noche que andaba
buscando comida, encontró al cuy al borde de un pozo de agua. El cuy, al verlo, se puso a lloriquear.
-¡Qué mala suerte tienes, compadre! - le dijo -. Yo estaba llevando un queso grande, pero se me ha caído en
este pozo. El zorro se asomó al pozo y efectivamente vio en el fondo “un queso grande”, era el reflejo redondo
de la luna.
- Ése es el queso - le dijo el cuy. - Tenemos que sacarlo - dijo el zorro. - Hagamos esto, compadre: Usted entra
de cabeza y yo lo sujeto de los pies. - Y así lo hicieron por un buen rato.
El cuy, sosteniéndolo, le decía:
- Está usted muy pesado, compadre. Ya casi no puedo sostenerlo. Dicho esto, lo soltó. El zorro, gritando, cayó
de cabeza al fondo del pozo.
Dicen que así murió el compadre zorro…

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