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NOT AS

EUCA RISTI A Y ESCATOLOGIA *

Han pasado los tiempos del aislamien to de la escatolog ía en el conjunto


de la sistemáti ca teológica . Los «novísim os» no son un apéndice final de
la
dogmátic a, sino un desarroll o necesario de la fe en Cristo resucitad o. En
él
tiene su fundame nto lo que todavía esperamo s 1, porque sólo en él se ha ma-
nifestado y expresad o el amor de Dios a los hombres de una manera total.
Por ello en Cristo comienza n ya los tiempos nuevos, de modo real aunque
todavía oculto. Real, porque en él Dios nos ha dicho de modo irreversib
le
su Palabra de salvación . Oculto, porque esta salvación no se ha realizado
todavía en nosotros plena y definitiva mente, porque no está todavía comple-
to el cuerpo de Cristo resucitad o. No se ha manifest ado todavía lo que ya
somos (cf. 1 Jn 2,28; 3,2). En su resurrecc ión Jesús ha sido constitui do Señor
y Cristo (Hch 2,36; cf. Rom 1,4, etc.) y ejerce ya su dominio sobre el mundo.
Pero falta todavía la entrega del Reino al Padre (cf. 1 Cor 15,24ss) y con ello
la consuma ción de su obra interceso ra y sacerdota l en favor de toda la hu-
manidad. No ha llegado todavía, en otras palabras, la parusía del Señor. Es-
peramos aún su advenimi ento en gloria y con él nuestra resurrecc ión
y
redención plena y la transform ación de todo el cosmos en la fuerza de su
Espíritu.
La Iglesia es depositar ia ante el mundo de esta esperanz a escatológ ica;
es signo de la salvación ya presente y todavía por venir; peregrina hacia la
plena manifest ación de la Iglesia de los santos, pero poseedor a ya de las pri-

* Estas páginas son unas reflexiones fragmentarias sugeridas por la lectura del
libro de M. GESTEIRA GARZA, La eucaristía, misterio de comunión, Ed. Cristianda
d,
Madrid 1983. No intento hacer una recensión ni presentación de esta obra, aunque
sí deseo señalar que me merece en conjunto un juicio muy positivo. Quiero agradecer
al propio M. Gesteira su disponibilidad para el diálogo y el intercambio de puntos
de vista sobre los temas aquí tratados.
1 S. HILARlO
DE PoiTIERs, De Trinitate XI, 31 (CCL 62A,560): <<Ouae enim per
adinpletionem temporum sunt gerenda, ea iam in Christo, in quo omnis est plenitudo,
consistunt.>>

59 (1984) ESTUDIOS ECLESIÁSTICOS 211-216


212 LUIS F. LADARIA

ra. En la
m1cms del Espíritu y, por consigui ente, de una santidad verdade
manifes taciones de su vida, se experim enta esta tensión
Iglesia, en todas las
del Reino
escatoló gica. En el camino hacia el Padre se gusta ya el anticipo
futuro 2 •
exprese
Nada tiene, por tanto, de extraño que esta tensión escatoló gica se
la acción
con fuerza peculiar en la acción litúrgica , culmen al que tiende 3
• Ya para
de la Iglesia, y de modo particul ar en la celebrac ión eucaríst ica
sacrame nto es un signo que no sólo rememo ra la pasión de
santo Tomás el
sino que preanun cia
Cristo y demues tra la gracia que en nosotro s causa,
eucarist ía, por consigui ente, junto a la me-
también la gloria futura 4. En la
esperan za
moria de la muerte y de la resurrec ción del Señor, se renueva la
en su venida futuras.
en la
Toda la escatolo gía cristiana , decíamo s, encuent ra su fundam ento
de Jesús. De ahí que también la tensión escatoló gica propia de
resurrec ción
resucita do, que la vivi-
la Iglesia arranqu e de la presenc ia en ella del Señor
esta pre-
fica por su Espíritu . La eucarist ía es un moment o privileg iado de
Señor resucita do en medio de los suyos; podemo s decir sin temor
sencia del
ia adquier e su máxima
a exagera r que es el moment o en que esta presenc
persona
densidad . El Señor se hace presente en toda la comunid ad, en la
eucaríst icas 6 • En los reciente s es-
del ministro , y sobre todo en las especies
Señor glo-
tudios sobre la eucarist ía se pone de relieve, con razón, que es el
en su Iglesia, en las especies del pan y del
rificado quien se hace presente
particip a 7 • Ahora bien, esta presenc ia
vino y en la comunid ad que de ellos
la propia
es, todavía, una presenc ia velada. En la celebrac ión eucaríst ica es
la presenc ia del Señor la que hace desear con más
concienc ia creyente de
ad su manifes tación definitiv a. En el banquet e del Reino la comu-
intensid
y en la
nión con el Señor (y también con los hermano s) se dará en la visión
no bajo signos que, inevitab lemente , ocultan al mismo
manifes tación plena;
la parusía
tiempo que hacen presente . También desde este punto de vista
ia en la
aún esperad a condicio na el modo de manifes tación y de presenc
en la eucarist ía, del Sefior glorifica do. Estamo s todavía
Iglesia y, por tanto,
presenc ia
en tiempo de esperanz a, no de posesión plena. La eucarist ía y la
real es el
de Jesús en ella reflejan esta situació n: presenc ia real, porque
presenc ia velada, porque no ha llegado todavía su manifes -
señorío de Cristo;
tación total.

2 Cf. VATICANO Il, Lumen Gentium , 48ss.


3 Cf. ib., Sacrosanctum Concilium, 5-10.
4 STh III, q.40,a.3: <<Unde sacramen tum est signum rememor ativum eius quod
nobis efficitur
praecessit, scilicet passionis Christi, et demonstr ativum eius quod in
, scilicet gratiae, et pronostic um, id est, praenunc iativum futurae
per Christi passionem
gloriae.>>
5 Cf. Misal Romano, plegarias eucarístic as III y IV; también las aclamaci ones
as.
que siguen a la narración de la institució n en las cuatro plegarias eucarístic
6 Sacrosan ctum Concilium , 7: <<Praesens adest (Christus ) in Missae Sacrificio cum

in ministri persona, . . . tum maxime sub speciebus eucharisticis.>>


7 Cf. GESTEIRA GARZA, o.c., 147-194.
EUCARISTÍA Y ESCATOLOGÍA 213

Sabemos que la eucaristía no agota su sentido en la presencia del Señor


en las especies. Por su misma dinámica tiende a la construcción de la Iglesia,
a la edificación de la comunidad, a hacer que todos y cada uno de los que
en ella participail. se unan personalmente al Señor. Cuerpo de Cristo es el
pan, pero lo es también la Iglesia, y entre ambos hay una relación intrínseca
y esencial (cf. ya 1 Cor 10,16s). También esta relación entre la eucaristía y
la comunión con Cristo y los hermanos ha de ser debidamente subrayada 8•
Y de nuevo podemos decir: la comunión que ahora realiza la participación
en un mismo pan y una misma copa es anticipo de la plenitud de la comu-
nión escatológica en el banquete del Reino. También allí la unión del cuerpo
con Cristo cabeza y la de los miembros entre sí será total; no necesitará de
signos que la expresen y realicen. La manifestación del Señor es salvación
para los suyos, es resurrección, plenitud humana en todas las dimensiones;
y, por consiguiente, plenitud del cuerpo de Cristo que es la Iglesia, plena
realización de la dimensión social del ser humano.
La Escritura y la tradición de la Iglesia nos hablan de la presencia de
Jesús bajo las especies del pan y del vino. Desde hace siglos se habla de
transustanciación para expresar este misterio. Pero las mismas fuentes bíbli-
cas y de la tradición nos hablan también de una transformación del cosmos
(no sólo del hombre) al final de la historia. Toda la creación tiene que par-
ticipar en la libertad de Cristo, ya que ha sufrido y sufre la esclavitud que
tiene su origen en el pecado (cf. Rom 8,18ss; Ap 21,1ss, etc.). La transforma-
ción del pan y del vino en la eucaristía y la del cosmos al final de los tiem-
pos ofrecen sin duda notables semejanzas. Hay, por tanto, buenas razones
para ponerlas en relación 9 • Pero se ha de subrayar a la vez la diferencia
que existe entre una y otra transformación. Es el poder del Señor resucita-
do y la fuerza de su Espíritu las que en ambos casos llevan a cabo las trans-
formaciones a que nos referimos; también en ambos casos la transforma-
ción va ligada a la presencia o a la manifestación del Señor. Pero las carac-
terísticas de la presencia y la manifestación de Jesús son distintas en cada
caso. Sobre este punto debemos reflexionar a continuación.
En la tradición de la Iglesia, como acabamos de recordar, la transforma-
ción de las especies que tiene lugar en la eucaristía se ha denominado tran-
sustanciación; con ello se ha querido indicar que Cristo asume de tal modo
la realidad creada que la convierte en él mismo. Pero la transformación de
la comunidad, del hombre o del cosmos, sin que pueda ser en absoluto mi-
nimizada, no es exactamente lo mismo: la Iglesia es cuerpo de Cristo (pero
no olvidemos que Cristo es cabeza del cuerpo), el hombre se ha de transfor-
mar en Cristo, pero no de tal modo que deje de ser él mismo o que cada
uno de los miembros de la comunidad pierdan su identidad personal. Más
aún: en la plena unión con Cristo alcanza cada hombre su identidad, elimi-
nada la alienación del pecado que le oprime. Algo parecido cabe decir de
la transformación del cosmos de que nos habla el Nuevo Testamento; se

s Cf. ib., 195-265; 564-572.


9 Cf. ib., 421-575, esp. 437ss.; 553-575.
214 LUIS F. LADARIA

trata de una consecuencia de la plena redención de los hombres que, a su


vez, es fruto de la manifestació n de Cristo. Pero el cosmos seguirá siendo
cosmos, seguirá siendo criatura. Y en tanto que tal se convertirá en reflejo
de la gloria del Señor en una medida incomparabl emente mayor de lo que
lo es ahora. Toda la realidad creada refleja la perfección del Creador; pero
ahora cabe todavía la posibilidad de que de hecho lo oculte y de que la
propia criatura sea confundida con el que le ha dado y le da el ser
(cf. Rom 1,18ss). Nada de esto podrá ocurrir en la transformac ión escato-
lógica, cuyas característic as concretas, por supuesto, ignoramos. Pero sí po-
demos afirmar que entonces los cielos y la tierra proclamarán la gloria del
Señor sin equívocos posibles. También la presencia de Dios en la creación
es ahora <<velada», como el señorío de Cristo. En los cielos nuevos y la
tierra nueva será plenamente manifiesta. En la eucaristía Cristo se hace
presente de modo oculto bajo las especies del pan y del vino en ia comu-
nidad que celebra su memoria; en la transformac ión escatológica todo el
cosmos será reflejo de la gloria del Señor plenamente manifestado to.
Es cierto que la teología eucarística no ha de olvidar en modo alguno el
aspecto comunitario y de transformac ión personal que entraña; en el <<hacer-
nos» cuerpo de Cristo está el sentido último de la celebración de la eucaris-
tía. Es igualmente claro que la analogía entre la transustanci ación y la trans-
formación escatológica del cosmos nos ayuda a descubrir no pocos aspectos
de la primera. Pero la analogía es justamente analogía, no univocidad. La
transformaci ón de los hombres en Cristo no puede desligarse de la presencia
personal del Señor en los dones eucarísticos; nos hacemos Cristo comiendo
y bebiendo su cuerpo y su sangre. La causalidad sacramental está ligada
al signo. La presencia sacramental de Cristo cabeza construye su cuerpo, del
que todos somos miembros; y somos miembros del cuerpo en la medida en
que nos unimos a la cabeza. Es la acción de Cristo la que la Iglesia recuer-
da y actualiza. Y en este recuerdo y actualización está presente Cristo de
modo personal, como Cabeza a la que se une el cuerpo, pero no diluida en
él. Lo mismo podemos decir de la transformaci ón escatológica del universo:
toda la creación participará de la gloria de los hijos de Dios y, consiguien-
temente, de la de Cristo; pero la realidad creada no se va a convertir en
Cristo en el mismo sentido en que los dones eucarísticos se convierten en
su carne y en su sangre. El mundo creado llegará a su plenitud en tanto que
creado, lleno de la gloria del Creador. Pero el Dios todo en todas las cosas
no elimina la realidad de estas últimas. En la eucaristía que ahora celebra-
mos el Señor se hace presente en los dones en la medida en que los asume
para convertirlos en él mismo. En la transformac ión final será la presencia
manifiesta de Cristo la que producirá la restauración de todas las cosas.
Cuando el Señor de todo se manifieste en su gloria, los hombres y el cosmos
llegaremos a ser aquello para lo que el Señor nos tiene destinados.

w Se podría tal vez añadir: ya que Cristo es el mediador de la creación y el re-


flejo de la gloria del Padre, el universo puede expresar en plenitud la gloria del
Creador sólo cuando manifiesta a su vez el señorío de Jesús.
EUCARISTÍA Y ESCATOLOGÍA 215

Ciertamente un anticipo de todo ello acontece ya en la eucaristía. De ahí


la importancia de la dimensión escatológica en la teología eucarística. Ahora
bien, el concepto central de la escatología cristiana no es, a mi juicio, el de
transformación del cosmos; ni siquiera el de resurrección, con toda la im-
portancia que tiene; el lugar central corresponde a la parusía del Señor 11 •
Lo hemos insinuado desde el comienzo de estas páginas, pero es preciso in.,
sistir en ello de modo más explícito. La fe cristiana es fe en Jesús Señor. De
su señorío deriva nuestra salvación. Porque Cristo ha resucitado tenemos
abiertas las puertas de la esperanza. Pero porque el poder del resucitado no
se ha manifestado aún de modo total, nuestra salvación todavía no es plena.
Los primeros cristianos esperaban con ansia la venida del Señor en gloria,
no directamente la resurrección. Y éste mismo ha de ser el objeto primario
de nuestra esperanza y, por consiguiente, el tema central de la escatología
cristiana. ¡Ven Señor Jesús!, seguimos diciendo nosotros, precisamente en el
contexto de la celebración eucarística (cf. 1 Cor 16,22; Ap 22,20). Para el
Nuevo Testamento la resurrección es consecuencia de la venida de Cristo
(cf. 1 Cor 15,23; Col 3,4; 1 Tes 4,13-18, etc.). La centralidad de Jesús en la fe
cristiana ha de ponerse también de manifiesto en la escatología. La manifes-
tación de Jesús es la causa y la raíz de la resurrección y de la salvación del
hombre y de la transformación del universo; él tiene poder para someterlo
todo a sí (cf. Flp 3,21).
La relación entre la eucaristía y el Reino futuro es evidente; se expresa
en las mismas palabras del Señor en la última cena (cf. Me 14,25; Mt 26,29).
Pero el Reino, como es sabido, está esencialmente vinculado al propio Jesús.
El es quien trae el Reino con su venida, primero de modo oculto, al final
de modo manifiesto. La vinculación de la eucaristía con el Reino futuro está
ligada a la presencia de Jesús y a su segunda venida. Por consiguiente, si
damos la debida primacía a la presencia personal de Jesús y a su manifes-
tación definitiva, la dimensión escatológica de la eucaristía se ha de centrar
ante todo en la parusía. En la celebración eucarística se hace presente Cristo
glorioso, que murió por nosotros, anticipando su venida en gloria. El Señor re-
sucitado se hace presente en medio de su comunidad, como un día se hará
presente a todos los hombres. La eucaristía anticipa por tanto la venida
del Señor (cf. 1 Cor 11,26) 12• Jesús se hace presente en el pan y en el vino
(sin que ello signifique olvidar las otras dimensiones de su presencia); para
hacerse presente en medio de los suyos asume la realidad creada; en función
de esta presencia tiene lugar la transustanciación. Y en la medida en que se
anticipa la parusía y se prefigura ésta realmente, se anticipa también la
transformación del universo que será consecuencia de aquélla. Pero notemos

11 Cf. la centralidad que atribuyen


a la parusía del Señor en sus respectivas sis-
tematizaciones de la escatología, C. Pozo, Teología del más allá, Madrid 21981;
J. L. Rmz DE LA PEÑA, La otra dimensión. Escatología cristiana, Madrid 1975.
12 J. RATZINGER, Escatología. La muerte y la vida
eterna, Barcelona 1980, 190:
<<Cada eucaristía es parusía, venida del señor, y cada eucaristía es, con todo, pre-
ponderantemente tensión del anhelo de que se revele su oculto resplandor.>>
216 LUIS F. LADARIA

la diferencia: ahora Jesús asume la realidad, hasta convertirla en él mismo,


para venir a nosotros. Si la transustanciació n no se produjese, no se pro-
duciría tampoco esta presencia sacramental del Señor. La asunción de la
criatura se realiza para que la presencia del Señor entre los suyos adquiera
una densidad muy peculiar. Se prolonga en cierta manera la encarnación
del Señor (de modo analógico) en nuestro mundo y en nuestra historia. Pero
no ha llegado todavía la manifestación final; cuando ésta llegue, la creación
no será transformada para que el Señor se haga presente, sino al revés: la
presencia manifiesta del Señor producirá la transformación de todo. Ahora
son necesarios los signos sacramentales. Eí1tonces no lo serán. El Señor apa-
recerá en la gloria, tal como es, y por ello transformará el universo y el
hombre para que salgan a su encuentro. En la eucaristía el Señor asume
la realidad creada para hacerse presente entre nosotros; sólo de modo oculto
viene y nos eleva a su vida divina. En la transformación final ia venida y la
elevación serán manifiestas; seremos transformados para estar con él. Ya
no es necesaria la transustanciació n, porque estaremos en la visión y no en
la fe. El signo sacramental, como decimos, habrá cumplido ya su misión. La
presencia del Señor será patente a los hombres conformados según su cuer-
po de gloria (cf. Flp 3,21) en el universo transformado en cielos nuevos y
tierra nueva.

Universidad Pontificia Comillas LUIS F. LADARIA


Madrid

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