Catequesis Juan Pablo II
Catequesis Juan Pablo II
Catequesis Juan Pablo II
2. El Concilio declara, en efecto, que 'fue voluntad de Dios el santificar y salvar a los hombres, no
aisladamente, sin conexión alguna con otros, sino constituyendo un pueblo, que le confesara en
verdad y le sirviera santamente' (Lumen Gentium, 9). Este plan de Dios comenzó a manifestarse
desde la historia de Abrahán, con las primeras palabras que Dios le dirigió: 'El Señor dijo a
Abrahán: Vete de tu tierra (...) a la tierra que yo te mostraré. De ti haré un gran pueblo y te
bendeciré' (Gen 12, 1.2).
Esta promesa fue confirmada posteriormente con una alianza (Gen 15,18; 17, 1-14) y proclamada
solemnemente después del sacrificio de Isaac. Abrahán, siguiendo el mandato de Dios, estaba
dispuesto a sacrificarle su hijo único, que el Señor le había dado a él y a su esposa Sara en la vejez.
Pero lo que Dios quería era sólo probar su fe. Isaac, por tanto, en este sacrificio, no sufrió la
muerte, sino que permaneció vivo. Ahora bien, Abrahán había aceptado el sacrificio en su corazón,
y este sacrificio del corazón, prueba de una fe magnifica, le obtuvo la promesa de una gran
descendencia innumerable: 'Por mi mismo juro, oráculo de Yahvéh, que por haber hecho esto, por
no haberme negado tu hijo, tu único, yo te colmaré de bendiciones y acrecentaré muchísimo tu
descendencia como las estrellas del cielo y como las arenas de la playa' (Gen 22, 16.17).
3. La realización de esta promesa debía comprender diversas etapas. En efecto, Abrahán estaba
destinado a convertirse en 'padre de todos los creyentes' (Cfr. Gen 15, 6; Gal 3, 6)7; Rom 4, 16)17).
La primera etapa se realizó en Egipto, donde 'los israelitas fueron fecundos y se multiplicaron;
llegaron a ser muy numerosos y fuertes y llenaron el país' (Ex 1, 7). El linaje de Abrahán ya se había
convertido en 'el pueblo de los israelitas' (Ex 1, 9), pero se encontraba en una situación humillante
de esclavitud. Fiel a su alianza con Abrahán, Dios llamó a Moisés y le dijo: 'Bien vista tengo la
aflicción de mi pueblo en Egipto y he escuchado su clamor (...). He bajado para librarle sraelitas, de
Egipto' (Ex 3, 7-10).
Así fue llamado Moisés para sacar a ese pueblo de Egipto, pero Moisés era sólo el ejecutor del
plan de Dios, el instrumento de su poder, porque, según la Biblia, es Dios mismo quien saca a
Israel de la esclavitud de Egipto...Cuando Israel era niño, yo le amé, y de Egipto llamé a mi hijo',
leemos en el libro del profeta Oseas (11, 1). Israel es, por tanto, el pueblo de la predilección divina:
'No porque seáis el más numeroso de todos los pueblos se ha prendado Yahvéh de vosotros y os
ha elegido, pues sois el menos numeroso de todos los pueblos; sino por el amor que os tiene y por
guardar el juramento hecho a vuestros padres' (Dt 7, 7.8). Israel es el pueblo de Dios no por sus
cualidades humanas, sino sólo por la iniciativa de Dios.
4. La iniciativa divina, esa elección soberana del Señor, toma forma de alianza. Así sucedió con
respecto a Abrahán. Y así acontece también después de la liberación de Israel de la esclavitud
egipcia. El mediador de esa alianza establecida a los pies del monte Sinaí es Moisés: Vino, pues,
Moisés y refirió al pueblo todas las palabras del Señor y todas sus normas. Y todo el pueblo
respondió a una voz: cumpliremos todas las palabras que ha dicho el Señor .Entonces escribió
Moisés todas las palabras del Señor y, levantándose de mañana, alzó al pie del monte un altar y
doce estelas por las doce tribus de Israel'. Luego, se ofrecieron sacrificios y Moisés derramó sobre
el altar una parte de la sangre de las víctimas. 'Tomó después el libro de la Alianza y lo leyó ante el
pueblo', tras lo cual recibió una vez más de los presentes la promesa de obediencia a las palabras
de Dios. Y al fin, roció con la sangre al pueblo (Cfr. Ex 24, 3.8).
5. En el libro del Deuteronomio se explica el significado de ese acontecimiento: ' Has hecho decir al
Señor que él será tu Dios )tú seguirás sus caminos, observarás sus preceptos, sus mandamientos y
sus normas, y escucharás su voz.. Y el Señor te ha hecho decir hoy que serás su pueblo propio' (Dt
26, 17.18). La Alianza con Dios es para Israel una 'elevación' particular. De este modo, Israel se
convierte en 'un pueblo consagrado al Señor su Dios' (Cfr. Dt 26, 19), y eso significa una particular
pertenencia a Dios. Más aún: se trata de una pertenencia reciproca: 'Yo seré vuestro Dios y
vosotros seréis mi pueblo' (Jer 7, 23). Esta es la disposición divina. Dios se compromete a si mismo
en la Alianza. Todas las infidelidades del pueblo, en las diversas etapas de su historia, no alteran la
fidelidad de Dios a esa alianza. Si acaso, se puede decir que esas infidelidades abren, en cierto
sentido, el camino a la Nueva Alianza, anunciada ya en el libro del profeta Jeremías: 'Esta será la
alianza que yo pacte con la casa de Israel, después de aquellos días (...): pondré mi ley en su
interior y sobre sus corazones le escribiré' (Jer 31, 33).
7. Dios, por su parte, no cesa de dirigirse al pueblo elegido con su palabra. Le habla muchas veces
por medio de los profetas. El principal mandamiento sigue siendo siempre el del amor a Dios sobre
todas las cosas: 'Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu
fuerza' (Dt 6, 5). A este mandamiento se halla unido el mandamiento del amor al prójimo: 'Yo soy
el Señor. No oprimirás a tu prójimo (...). No te vengarás ni guardarás rencor contra los hijos de tu
pueblo. Amarás a tu prójimo como a ti mismo' (Lv 19,13.18).
8. Otro elemento emerge de los textos bíblicos: el Dios que establece la alianza con Israel quiere
estar presente de un modo particular en medio de su pueblo. Esa presencia, durante la
peregrinación a través del desierto, se expresa mediante la tienda del encuentro. Más adelante, se
expresará mediante el templo, que el rey Salomón construirá en Jerusalén.
Con respecto a la tienda del encuentro, leemos en el Éxodo: 'Cuando salía Moisés hacia la tienda,
todo el pueblo se levantaba y se quedaba de pie ala puerta de su tienda, siguiendo con la vista a
Moisés hasta que entraba en la tienda. Y una vez entrado Moisés en la tienda, bajada la columna
de nube y se detenía a la puerta de la tienda mientras el Señor hablaba con Moisés. Todo el
pueblo veía la columna de nube detenida en la puerta de la tienda y se levantaba el pueblo, y cada
cual se postraba junto a la puerta de su tienda. El Señor hablaba con Moisés cara a cara, como
habla un hombre con su amigo' (Ex 33, 8.11). El don de esa presencia era un signo particular de
elección divina, que se manifestaba en formas simbólicas y casi en presagios de la realidad futura:
la Alianza de Dios con su nuevo pueblo en la Iglesia.
IDEA PRINCIPAL:
La
1. Según el programa y el método que nos hemos propuesto, podemos comenzar también esta
catequesis con la lectura de un pasaje de la constitución conciliar Lumen Gentium que dice así:
'Fue voluntad de Dios el santificar y salvar a los hombres, no aisladamente, sin conexión alguna de
unos con otros, sino constituyendo un pueblo, que lo confesara en verdad y lo sirviera santamente
(...). Pactó con él una alianza y lo instruyó gradualmente, revelándose a sí mismo y los designios de
su voluntad a través de la historia de este pueblo, y santificándolo para sí' (n. 9). El objeto de la
catequesis anterior era ese pueblo de Dios en la Antigua Alianza. Pero el Concilio agrega en
seguida que 'todo esto sucedió como preparación y figura de la Alianza nueva y perfecta que había
de pactarse en Cristo y de la revelación completa que había de hacerse por el mismo Verbo de
Dios hecho carne' (Lumen Gentium, 9). Todo este pasaje de la constitución conciliar sobre la Iglesia
que hemos citado se encuentra al comienzo del capítulo 11, titulado 'El pueblo de Dios'.
Efectivamente, según el Concilio, la Iglesia es el pueblo de Dios de la Nueva Alianza. Este es el
pensamiento que san Pedro transmite y las primeras comunidades cristianas: 'Vosotros que en un
tiempo no erais pueblo y que ahora sois el pueblo de Dios' (1 Pe 2, 10).
San Pablo nos da otra confirmación de esta perspectiva, durante su primera estancia en la ciudad
pagana de Corinto, donde oyó estas palabras de Cristo: 'No tengas miedo, sigue hablando y no
calles (...) pues tengo yo un pueblo numeroso en esta ciudad' (Hech 18, 9)10). Finalmente, en el
Apocalipsis se proclama: 'Esta es la morada de Dios con los hombres. Pondrá su morada entre ellos
y ellos serán su pueblo y él, Dios-con-ellos , será su Dios' (Ap 21, 3).
De todo esto se trasluce la conciencia que desde el principio existe en la Iglesia sobre la
continuidad y al mismo tiempo la novedad de su realidad como pueblo de Dios.
3. Ya en el Antiguo Testamento, Israel debió el hecho de ser pueblo de Dios a una elección y a una
iniciativa divina. Pero estaba limitada a una única nación. El nuevo pueblo de Dios supera esa
frontera. Comprende en sí a hombres de todas las naciones, lenguas y razas. Tiene carácter
universal, es decir, católico. Como dice el Concilio: 'Ese pacto nuevo, a saber, el Nuevo Testamento
en su sangre' (Cfr. 1 Cor 11, 25), lo estableció Cristo convocando un pueblo de judíos y gentiles,
que se unificara no según la carne, sino en el Espíritu, y constituyera el nuevo pueblo de Dios'
(Lumen Gentium, 9). El fundamento de esa novedad .el universalismo. es la redención obrada por
Cristo. Por eso, 'también Jesús, para santificar al pueblo con su sangre, padeció fuera de la puerta'
(Hb 13,12). 'Por eso tuvo que asemejarse en todo a sus hermanos, para ser misericordioso y Sumo
Sacerdote fiel en lo que toca a Dios, en orden a expiar los pecados del pueblo' (Hb 2, 17).
4. Así se ha formado el pueblo de Dios de la Nueva Alianza, que había sido anunciada por los
profetas del Antiguo Testamento, en particular por Jeremías y Ezequiel. Leemos en Jeremías: 'He
aquí que días vienen (oráculo del Señor): pondré mi Ley en su interior y sobre sus corazones la
escribiré, y yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo' (Jer 31, 33).
El profeta Ezequiel hace que se transparente aún más la perspectiva de una efusión del Espíritu
Santo en la que se cumplirá la Nueva Alianza: 'Os daré un corazón nuevo, quitaré de vuestra carne
el corazón de piedra y os daré un corazón de carne. Infundiré mi espíritu en vosotros y haré que os
conduzcáis según mis preceptos y observéis y practiquéis mis normas' (Ez 36, 2627).
6. El Concilio describe la novedad de 'este pueblo mesiánico' que 'tiene por cabeza a Cristo, que
'fue entregado por nuestros pecado y resucitó para nuestra salvación' (Rom 4, 25) (...). La
condición de este pueblo es la dignidad y la libertad de los hijos de Dios, en cuyos corazones habita
el Espíritu Santo como en un templo. Tiene por ley el nuevo mandato de amar como el mismo
Cristo nos amó a nosotros (Cfr. Jn 13, 34). Y tiene en último lugar, como fin, el dilatar más y más el
reino de Dios, incoado por el mismo Dios en la tierra, hasta que al final de los tiempos él mismo
también lo consume, cuando se manifieste Cristo, vida nuestra (Cfr. Col 3, 4), y la misma criatura
sea libertada de la servidumbre de la corrupción para participar en la libertad de los hijos de Dios
(Rom 8, 21)' (Lumen Gentium, 9).
7. Se trata de la descripción de la Iglesia como pueblo de Dios de la Nueva Alianza (Cfr. Lumen
Gentium, 9), núcleo central de la humanidad nueva llamada en su totalidad a formar parte del
nuevo pueblo. En efecto, el Concilio añade que 'el pueblo mesiánico (...) aunque no incluya a todos
los hombres actualmente y con frecuencia parezca una grey pequeña, es, sin embargo, para todo
el género humano, un germen segurísimo de unidad, de esperanza y de salvación. Cristo, que lo
instituyó para ser comunión de vida, de caridad y de verdad, se sirve también de él como de
instrumento de la redención universal y lo envía a todo el universo como luz del mundo y sal de la
tierra (Cfr. Mt 5,13.16)' (Lumen Gentium, 9). La próxima catequesis la dedicaremos a este tema
fundamental y fascinante.
IDEA PRINCIPAL:
La Iglesia pueblo universal (13.XI.91)
1. La Iglesia es el pueblo de Dios de la Nueva Alianza, como he nos visto en la catequesis anterior.
Este pueblo de Dios tiene una dimensión universal: es el tema de la catequesis de hoy. Según la
doctrina del concilio Vaticano II, 'el pueblo mesiánico, aunque no incluya a todos los hombres
actualmente y con frecuencia parezca una grey pequeña, es, sin embargo, para todo el género
humano, un germen segurísimo (firmissimum germen) de unidad, de esperanza y de salvación'
(Lumen Gentium, 9). Esa universalidad de la Iglesia como pueblo de Dios está en íntima relación
con la verdad revelada sobre Dios como Creador de todo lo que existe, Redentor de todos los
hombres y Autor de santidad y de vida en todos con el poder del Espíritu Santo.
2.. Sabemos que la Antigua Alianza fue establecida con un solo pueblo elegido por Dios, Israel. Sin
embargo, ya en el Antiguo Testamento se hallan textos que anuncian la futura universalidad. Esta
universalidad aparece insinuada en la promesa hecha por Dios a Abrahán: 'Por ti se bendecirán
todos los linajes de la tierra' (Gen 12, 3), promesa renovada en otras ocasiones y extendida a 'los
pueblos todos de la tierra' (Gen 18, 8). Otros textos precisan que esta bendición universal sería
comunicada por medio de la descendencia de Abrahán (Gen 22, 18), de Isaac (Gen 6, 4) y de Jacob
(Gen 28, 14). La misma perspectiva, con otros términos, aparece en los profetas, y en especial en
el libro de Isaías: 'Sucederá en días futuros que el monte de la casa de Yahvéh será asentado en la
cima de los montes y se alzará por encima de las colinas. Confluirán a él todas las naciones, y
acudirán pueblos numerosos. Dirán Venid, subamos al monte de Yahvéh, a la casa del Dios de
Jacob, para que él nos enseñe sus caminos y nosotros sigamos sus senderos ... El juzgará entre las
gentes, será árbitro de pueblos numerosos' (Is 2, 2.4). 'El Señor de los ejércitos hará a todos los
pueblos en este monte un convite de manjares frescos, convite de buenos vinos... Consumirá en
este monte el velo que cubre a todos los pueblos y la cobertura que cubre a todas las gentes' (Is
25, 6.7).Del Deutero.Isaías provienen las predicciones referentes al 'Siervo de Yahvéh': Yo,
Yahvéh,... te formé y te he destinado a ser alianza del pueblo y luz de las gentes' (Is 42, 6). Es
también significativo el libro de Jonás, cuando describe la misión del profeta en Nínive, fuera del
ámbito de Israel (Cfr. Jon 4, 10.11).
Estos y otros pasajes nos dan a entender que el pueblo elegido de la Antigua Alianza era una
prefiguración y una preparación al futuro pueblo de Dios, que tendría una dimensión universal.
Por esto, después de la resurrección de Cristo, la 'Buena Nueva' fue anunciada sobre todo a
Israel(Hech 2, 36; 4,10).
3. Jesucristo fue el fundador del pueblo nuevo. El anciano Si meón había descubierto ya en Jesús
niño la 'luz de las gentes', anunciada en la profecía de Isaías que hemos citado (Is 42, 6). Fue él
quien abrió el camino de los pueblos de Dios, como escribe san Pablo: 'Porque él es nuestra paz: el
que de los dos pueblos hizo uno, derribando el muro que los separaba, la enemistad' (Ef 2,14). Por
eso, 'ya no hay judío ni griego..., ya que todos vosotros sois uno en Cristo Jesús' (Gal 3, 28). El
apóstol Pablo fue el principal heraldo del alcance universal del nuevo pueblo de Dios.
Especialmente de su enseñanza y acción, que derivaba de Jesús mismo, pasó a la Iglesia la firme
convicción acerca de la verdad según la cual en Jesucristo todos han sido elegidos, sin ninguna
distinción de nación, lengua o cultura. Como dice el concilio Vaticano II, 'el pueblo mesiánico', que
nace del Evangelio y de la redención mediante la cruz, es un firmissimum germen ('germen
segurísimo') de unidad, de esperanza y de salvación para todo el género humano (Cfr. Lumen
Gentium, 9)
La afirmación de esta universalidad del pueblo de Dios en la nueva Alianza se encuentra, para
iluminarla desde lo alto, con las aspiraciones y los esfuerzos con que los pueblos, especialmente en
nuestros días, buscan la unidad y la paz obrando sobre todo en el ámbito de la vida internacional y
de su organización vital. La Iglesia no puede menos de sentirse involucrada en ese movimiento
histórico, en virtud de su misma vocación y misión originaria.
4. El Concilio prosigue asegurando que Cristo instituyó el pueblo mesiánico (la Iglesia) para ser
comunión de vida, de caridad y de verdad, y 'se sirve también de él como instrumento de la
redención universal y lo envía a todo el universo como luz del mundo y sal de la tierra' (ib.). Esta
apertura a todo el mundo, a todos los pueblos, a todo lo humano, pertenece a la constitución
misma de la Iglesia, brota de la universalidad de la redención obrada en la cruz y en la resurrección
de Cristo (Cfr. Mt 28, 19; Mc 16, 15) y encuentra su consagración el día de Pentecostés, a través de
la venida del Espíritu Santo sobre los Apóstoles y sobre la comunidad de Jerusalén, primer núcleo
de la Iglesia. Desde aquellos días, la Iglesia tiene conciencia de la llamada universal de los hombres
a formar parte del pueblo de la nueva Alianza.
5. Dios ha convocado a formar parte de su pueblo a toda la comunidad de los que miran con fe a
Jesús, autor de la salvación y fuente de paz y de unidad. Esta 'comunidad convocada' es la Iglesia,
instituida 'a fin de que fuera para todos y cada uno el sacramento visible de esta unidad salutífera.
Debiendo difundirse en todo el mundo, entra, por consiguiente, en la historia de la humanidad, si
bien transciende a los tiempos y las fronteras de los pueblos' (Lumen Gentium, 9). Es la enseñanza
del Concilio, que prosigue: 'Así como el pueblo de Israel, según la carne, peregrinando por el
desierto, se le designa ya como Iglesia (Cfr. 2 Esd 13, 1; Nm 20, 4; Dt 23, 1 ss), así el nuevo Israel,
que caminando en el tiempo presente busca la ciudad futura y perenne (Cfr. Hb 13,14), también es
designado como Iglesia de Cristo (Cfr. Mt 16,18), porque fue El quien la adquirió con su sangre
(Cfr. Hech 20, 28), la llenó de su Espíritu y la dotó de los medios apropiados de unión visible y
social' (ib.).
La universalidad de la Iglesia responde, por tanto, al designio trascendente de Dios, que obra en la
historia humana en virtud de la misericordia 'que quiere que todos los hombres se salven' (1 Tim
2, 4).
6. Esta voluntad salvífica de Dios Padre es la razón y el objetivo de la acción que la Iglesia lleva a
cabo desde el principio para responder a su vocación de pueblo mesiánico de la Nueva Alianza,
con dinamismo abierto a la universalidad, como Jesús mismo indica en el mandato y en la garantía
que da a Pablo de Tarso, el Apóstol de los gentiles: 'Yo te libraré de tu pueblo y de los gentiles, a
los cuales yo te envío, para que les abras los ojos; para que se conviertan de las tinieblas a la luz, y
del poder de Satanás a Dios; y para que reciban el perdón de los pecados y una parte en la
herencia entre los santificados, mediante la fe en mí' (Hech 26, 17.18).
7. La Nueva Alianza, a la que está llamada la humanidad, es también una alianza eterna (Cfr. Hb
13, 20), y por eso el pueblo mesiánico está marcado con una vocación escatológica. Es lo que nos
asegura de modo especial el último libro del Nuevo Testamento, el Apocalipsis, que pone de
relieve el carácter universal de una Iglesia extendida en el tiempo y, más allá del tiempo, en la
eternidad. En la gran visión celeste, que sigue en el Apocalipsis a las cartas dirigidas a las siete
Iglesias, el Cordero es alabado solemnemente porque ha sido inmolado y ha rescatado para Dios
con su sangre 'hombres de toda raza, lengua, pueblo y nación' y ha hecho de ellos para nuestro
Dios un reino de sacerdotes (Cfr. Ap 5, 9 10). En una visión sucesiva, Juan ve 'una muchedumbre
inmensa, que nadie podría contar, de toda nación, razas, pueblos y lenguas, de pie delante del
trono (de Dios) y del Cordero' (Ap 7, 9), Iglesia de los bienaventurados, Iglesia de los hijos de Dios
en el tiempo y en la eternidad: es la única realidad del pueblo mesiánico, que se extiende más allá
de todos los límites de espacio y de toda época histórica, según el plan divino de la salvación, que
se refleja en la catolicidad.
IDEA PRINCIPAL:
La Iglesia, cuerpo de Cristo (20.XI.91)
1. San Pablo utiliza la imagen del cuerpo para representar la Iglesia: 'En un solo Espíritu hemos sido
todos bautizados, para no formar más que un cuerpo, judíos y griegos, esclavos y libres. Y todos
hemos bebido de un solo Espíritu' (1 Cor 12,13). Es una imagen nueva. Mientras el concepto de
'pueblo de Dios' que hemos explicado en las últimas catequesis, pertenece al Antiguo Testamento,
y es recogido y enriquecido en el Nuevo, la imagen de 'cuerpo de Cristo', empleada también por el
concilio Vaticano II al hablar de la Iglesia, no tiene precedentes en el Antiguo Testamento. Se
encuentra en las cartas de san Pablo, a las que acudiremos, sobre todo, en esta catequesis.
Muchos exegetas y teólogos de nuestro siglo han estudiado esa imagen en san Pablo, en la
tradición patrística y teológica .que deriva de él. y en la validez que posee para presentar a la
Iglesia hoy. También el Magisterio pontificio la ha recogido, y el Papa Pío XII le dedicó una
memorable encíclica, titulada precisamente Mystici Corporis Christi (1943).
Conviene notar, asimismo, que en las cartas de san Pablo no encontramos el calificativo 'místico',
que aparecerá sólo más tarde; en las cartas paulinas se habla del 'cuerpo de Cristo', estableciendo
simplemente una comparación realista con el cuerpo humano. En efecto, escribe el Apóstol que
'del mismo modo que el cuerpo es uno, aunque tiene muchos miembros, y todos los miembros del
cuerpo, no obstante su pluralidad, no forman más que un solo cuerpo, así también Cristo' (1 Cor
12,12).
2. El Apóstol, con esas palabras, quiere poner de relieve la unidad y, al mismo tiempo, la
multiplicidad que es propia de la Iglesia. 'Pues, así como nuestro cuerpo, en su unidad, posee
muchos miembros, y no desempeñan todos los miembros la misma función, así también nosotros,
siendo muchos, no formamos más que un solo cuerpo en Cristo, siendo cada uno por su parte los
unos miembros de los otros' (Rom 12, 4.5). Se podría decir que, mientras el concepto de 'pueblo
de Dios' subraya la multiplicidad, el de 'cuerpo de Cristo 'destaca la unidad dentro de la
multiplicidad, indicando sobre todo el principio y la fuente de esa unidad: Cristo. 'Vosotros sois el
cuerpo de Cristo, y sus miembros' (1 Cor 12, 27). 'También nosotros, siendo muchos, no formamos
mas que un solo cuerpo en Cristo' (Rom 12, 5). Por consiguiente, pone de relieve la unidad
Cristo.Iglesia, y la unidad de los muchos miembros de la Iglesia entre si, en virtud de la unidad de
todo el cuerpo con Cristo.
4. Es una exigencia de armonía 'biológica' del organismo humano que, trasladada a modo de
analogía al plano eclesiológico, indica la necesidad de la solidaridad entre todos los miembros de
la comunidad)Iglesia. En efecto, escribe el Apóstol: 'Si sufre un miembro, todos los demás sufren
con él. Si un miembro es honrado, todos los demás toman parte en su gozo' (1 Cor 12, 26).
5. Se puede decir, por tanto, que el concepto de Iglesia como 'cuerpo de Cristo' es
complementario con respecto al concepto de 'pueblo de Dios'. Se trata de la misma realidad,
expresada según los dos aspectos de unidad y de multiplicidad, con dos analogías diversas.
La analogía del cuerpo pone de relieve sobre todo la unidad de vida: los miembros de la Iglesia se
hallan unidos entre sí en virtud del principio de la unidad en la idéntica vida que proviene de
Cristo. '¿No sabéis que vuestros cuerpos son miembros de Cristo' (1 Cor 6, 15). Se trata de la vida
espiritual, más aún, de la vida en el Espíritu Santo. Cristo .como leemos en la constitución conciliar
sobre la Iglesia. 'a sus hermanos, congregados de entre todos los pueblos, los constituyó
místicamente su cuerpo, comunicándoles su Espíritu' (Lumen Gentium, 7). De este modo, Cristo
mismo es 'la cabeza del cuerpo, de la Iglesia' (Col 1, 18). La condición para participar en la vida del
cuerpo es la unión con la cabeza, 'de la cual todo el cuerpo, por medio de junturas y ligamentos,
recibe nutrición y cohesión, para realizar su crecimiento en Dios' (Col 2, 19).
6. El concepto paulino de 'cabeza' (Cristo)cabeza del cuerpo que es la Iglesia) significa en primer
lugar el poder que le pertenece sobre todo el cuerpo: un poder supremo, a propósito del cual
leemos en la carta a los Efesios que Dios 'bajo sus pies sometió todas las cosas y le constituyó
cabeza suprema de la Iglesia' (Ef 1, 22). Como cabeza, Cristo transmite a la Iglesia.cuerpo su vida
divina, a fin de que crezca 'en todo hasta aquel que es la cabeza, Cristo, de quien todo el cuerpo
recibe trabazón y cohesión por medio de toda clase de junturas que llevan la nutrición según la
actividad propia de cada una de las partes, realizando así el crecimiento del cuerpo para su
edificación en el amor' (Ef 4, 15 16).
Como cabeza de la Iglesia, Cristo es el principio y la fuente de cohesión entre todos los miembros
del cuerpo (Cfr. Col 2, 19). Es el principio y la fuente de crecimiento en el Espíritu: de él todo el
cuerpo recibe el crecimiento para su edificación en el amor (Cfr. Ef 4, 16). Por eso el Apóstol
exhorta a ser 'sinceros en el amor' (Ef 4, 15). El crecimiento espiritual del cuerpo de la Iglesia y de
cada uno de sus miembros es un crecimiento 'desde Cristo '(principio) y, al mismo tiempo, ..hacia
Cristo' (fin). Nos lo dice el Apóstol, cuando completa su exhortación así: 'Siendo sinceros en el
amor, crezcamos en todo hasta aquel que es la cabeza, Cristo' (Ef 4, 15).
7. Debemos añadir también que la doctrina de la Iglesia como cuerpo de Cristo-cabeza tiene una
relación muy intima con la Eucaristía. En efecto, el Apóstol pregunta: 'La copa de bendición que
bendecimos "no es acaso comunión con la sangre de Cristo? Y el pan que partimos ¿no es
comunión con el cuerpo de Cristo?' (1 Cor 10, 16). Se trata, desde luego, del cuerpo personal de
Cristo, que recibimos de modo sacramental en la Eucaristía bajo la especie del pan. Pero,
siguiendo su idea, san Pablo responde a la pregunta planteada: 'Porque aun siendo muchos, un
solo pan y un solo cuerpo somos, pues todos participamos de un solo pan' (1 Cor 10,17). Y este 'un
solo cuerpo' son todos los miembros de la Iglesia, unidos espiritualmente a la cabeza, que acaba
de identificar con Cristo en persona.
La Eucaristía, como sacramento del cuerpo y la sangre personal de Cristo, forma la Iglesia, que es
el cuerpo social de Cristo en la unidad de todos los miembros de la comunidad eclesial. Baste por
ahora esta breve explicación de una admirable verdad cristiana, sobre la cual hemos de volver
cuando, Dios mediante, tratemos sobre la Eucaristía.
IDEA PRINCIPAL: