Ecob, 115-128

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DOSIER

Cuadernos de Historia Contemporánea


ISSN: 0214-400X
http://dx.doi.org/10.5209/CHCO.60325

Sexo y Razón (1997), diecisiete años después1


Francisco Vázquez García2


Recibido: 16 de marzo de 2017 / Aceptado: 9 de abril de 2018

Resumen. En este artículo, uno de los autores del libro Sexo y Razón. Una genealogía de la moral se-
xual en España (1997), hace balance de esta obra en el campo de la historia de la sexualidad. Después
de explicar las circunstancias de su redacción, analiza sus principales argumentos y da cuenta de su
recepción en la comunidad científica. La segunda parte del artículo se dedica a realizar una valoración
del libro, indicando qué aspectos del mismo siguen vigentes y cuáles se encuentran ya superados.
Palabras clave: Historia de la sexualidad; España; historiografía; Foucault.

[en] Sexo y Razón (1997), seventeenth years later


Abstract. In this article, one of the authors of Sexo y Razón. Una genealogía de la moral sexual en
España (1997) takes stock of this work in the field of the history of sexuality. After explaining the
circumstances of its drafting, it analyzes their main arguments and accounts for its reception in the
scientific community. The second part of the article evaluates the book, indicating which aspects of it
are still valid and which are already outdated.
Keywords: History of sexuality; Spain; historiography; Foucault.

Sumario. Introducción: un ejercicio de autoanálisis. 2. Cómo nació Sexo y Razón. 3. La trastienda del
libro: argumento, objeto y método. 4. Una recepción generosa. 5. Los avatares de una “mala digestión”
foucaultiana: elementos de autocrítica.

Cómo citar: Vázquez García, F. (2018). “Sexo y Razón (1997), diecisiete años después”. Cuadernos de
Historia Contemporánea, 40, 115-128.

1  Estetrabajo es una versión reducida del que se publicará, junto a Andrés Moreno Mengíbar, en el libro de ho-
menaje al profesor Raphaël Carrasco, con el título: “Sexo y Razón, veinte años después”.
2  Universidad de Cádiz, España. Departamento de Historia, Geografía y Filosofía.
e-mail: [email protected]

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Cuad. hist. cont. 40, 2018: 115-128
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1. Introducción: un ejercicio de autoanálisis

Sólo por la sugerencia de mi amigo y colega Jean-Louis Guereña, me atrevo a rom-


per la reticencia y el pudor natural que me impiden hablar retrospectivamente de un
antiguo trabajo,3 del que he sido coautor junto al historiador Andrés Moreno Mengí-
bar. Quiebro así el venerable adagio baconiano y kantiano (de nobis ipsis silemus),
esperando que la evocación de ese viejo proyecto sirva para ponderar cuánto se ha
avanzado desde entonces en el terreno de la historia cultural de la sexualidad en
España.
Mi exposición se divide en cuatro momentos. En el primero recordaré las cir-
cunstancias que llevaron a los autores a involucrarse en semejante investigación.
El segundo servirá para resumir el argumento, el objeto y el método del libro en
cuestión. En un tercer momento aludiré brevemente a su recepción por parte de la
comunidad académica. Por último, y con intención de evaluar los progresos realiza-
dos desde 1997 en este ámbito, señalaré algunas de las carencias y debilidades que
hoy advierto en aquel trabajo.

2. Cómo nació Sexo y Razón

La idea de escribir ese libro vino como resultado de un encargo que nos hizo el fi-
lósofo y catedrático de la Universidad Autónoma de Madrid, Félix Duque, para la
colección Universitaria de la editorial Akal. Félix había leído los estudios introduc-
torios que Andrés y yo habíamos redactado para la edición de una serie de documen-
tos sobre la prostitución sevillana, publicados respectivamente en los números de
1988-89 y 1990-91, de Er. Revista de Filosofía, hoy desaparecida. Andrés y yo, que
éramos viejos amigos, decidimos a finales de los ochenta colaborar en una línea de
investigación que combinara sus competencias de historiador con mi formación en
filosofía (yo había defendido en 1987 una tesis doctoral sobre Michel Foucault). No
se trataba tanto de una cooperación interdisciplinar como de una experiencia com-
partida, un aprendizaje encaminado más bien a “desdisciplinarnos”, de modo que,
en cierto modo, intercambiáramos nuestros papeles de partida. Con esta perspectiva
iniciamos la exploración de la historia de la prostitución sevillana desde el despegue
de la edad moderna hasta la Guerra Civil. La publicación de los mencionados docu-
mentos se inscribía en ese programa, que luego culminaría, en la segunda mitad de
los años noventa, con la edición de Poder y prostitución en Sevilla.4
Félix Duque encontró en esos estudios preliminares los gérmenes de una empresa
de más alcance y enjundia. Por eso nos encargó la elaboración de un libro que sin-
tetizara la historia de la moral sexual española desde el arranque de los tiempos mo-
dernos. El primer guión que le entregamos se redactó a finales de los años ochenta,
de modo que la confección del libro se prolongó durante casi una década. Este pro-
yecto fue una nueva ocasión para aunar los intereses investigadores de Andrés con

3  Vázquez García, Francisco; Moreno Mengíbar, Andrés: Sexo y Razón. Una genealogía de la moral sexual en
España (siglos XVI-XX), Madrid, Akal, 1997.
4  Vázquez García, Francisco y Moreno Mengíbar, Andrés: Poder y Prostitución en Sevilla. Tomo I. La edad mo-
derna, Sevilla, Universidad de Sevilla, 1995 y Vázquez García, Francisco; Moreno Mengíbar, Andrés: Poder y
Prostitución en Sevilla. Tomo II. La edad contemporámea, Sevilla, Universidad de Sevilla, 1996.
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los míos. Iniciado como estudioso en el dominio de la historia económica, Andrés


Moreno había virado hacia la historia cultural, entonces en pleno despegue. Empezó
a ocuparse de áreas entonces poco frecuentadas, como la historia cultural y social
del espectáculo musical (su tesis versó sobre la ópera en Sevilla) o, casi al mismo
tiempo, la historia de la sexualidad. Por otra parte, mi formación en un género de lo
que podríamos denominar “historia de la racionalidad” de tradición francesa (hice
la tesina sobre Georges Canguilhem y la tesis sobre Michel Foucault), me llevaba a
considerar la sexualidad como un observatorio privilegiado para estudiar la génesis
del sujeto y del saber modernos, tomando como referencia el peculiar caso español.
Canguilhem y Foucault enseñaban que lo considerado como verdadero y con va-
lor normativo, surge siempre como respuesta a una experiencia del error y de la des-
viación.5 Pues bien, en la España de finales de los ochenta y primeros noventa, como
una especie de resaca de la pudibundez sexual típica del franquismo, tenía lugar una
verdadera inflación del discurso sexológico en la opinión pública. Ya no se trataba,
como había sucedido durante los primeros tiempos de la Transición, de evocar la
revolución sexual como una faceta más del gran relato emancipatorio de izquierdas.
En el reflujo de los discursos revolucionarios y de las pasiones utópicas que acom-
pañó al largo periodo de los gobiernos socialistas, la sexualidad interesaba a las
clases medias como asunto relacionado con el cuidado de sí, no con la redención de
la sociedad. La búsqueda de la salud psíquica y del bienestar personal, la estilización
y personalización de la propia vida eran las coordenadas que encuadraban entonces
la cuestión de la sexualidad, machaconamente planteada por legos y especialistas
en los medios de comunicación, las instituciones educativas y la literatura de au-
toayuda. Programas de éxito como “Hablemos de Sexo”, presentado por la Doctora
Elena Ochoa y emitido por TVE en 1990, conformaban una típica expresión de esta
coyuntura. Por otro lado, la creciente tolerancia oficial hacia la diversidad sexual y
de género y la movilización social de las diversas minorías LGTB no acababan de
arrumbar los viejos prejuicios. Ejemplos de ello lo constituían las añejas conexiones
entre homosexualidad y enfermedad, celibato y pedofilia, aristocracia y perversión
o entre homoerotismo y pederastia, asociaciones renovadas al hilo de la expansión
del SIDA o de sucesos como la detención del Duque de Medinaceli por corrupción
de menores (1993), el escándalo del caso Arny, en Sevilla (1995) o los primeros
estudios españoles sobre abusos sexuales de menores por parte de eclesiásticos (rea-
lizados en 1995 por José Rodríguez y Félix López Sánchez) ampliamente jaleados
por los medios de comunicación.6
Sexo y Razón se escribió con el propósito de entender en clave histórica esta
actualidad marcada por una inflación sexológica de condición ambivalente, que
apuntaba a la vez a la salud y autorrealización individuales y a la expresión de páni-
cos colectivos. Era pues necesario asumir, frente al lugar común reinante durante la
Transición, que no se nos gobierna contra la sexualidad sino a través de ella. De ahí
la adopción, de la “hipótesis productiva” sugerida por Foucault y presentada como
alternativa a la “hipótesis represiva”. En primer lugar, la sexualidad no se afrontaba

5  En esta idea ha insistido Macherey, Pierre: De Canguilhem à Foucault. La forcé des normes, Paris, La Fabrique
Éditions, 2009, pp. 98-109.
6  López Sánchez, Félix: “Efecto de los abusos sexuales de menores”, en José Luis González de Rivera y Revuelta,
Francisco Rodríguez Pulido, Enrique Esbec Rodríguez y Santiago Delgado Bueno (eds.), Psiquiatría legal y
forense, vol. 2, Madrid, Colex, 1994, pp. 333-352 y Rodríguez, José: La vida sexual del clero, Barcelona, Edi-
ciones B, 1995.
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como una invariante antropológica sino al modo de una experiencia históricamente


construida. En segundo lugar, esa experiencia no se vislumbraba como lo otro nega-
do y censurado por el poder, sino como el resultado mismo de su ejercicio.
La articulación del proyecto nos condujo, entre finales de los ochenta y primeros
años noventa, a entrar en contacto con investigadores situados en este mismo hori-
zonte de preocupaciones. Así sucedió con el equipo de estudiosos del CSIC que se
ocupaban de la historia de la sexualidad desde el ámbito de la historia de la medicina
(Raquel Álvarez, Rafael Huertas, Ricardo Campos, entre otros), editando en 1990 un
número de la revista Asclepio verdaderamente pionero (“La sexualidad y sus lími-
tes”), consagrado monográficamente al asunto. También entramos en comunicación
con algunos de los profesores del Departamento de Historia Moderna de la Univer-
sidad de Extremadura (Isabel Testón, Ángel Rodríguez Sánchez), interesados por
este tema, y finalmente, con investigadores franceses y británicos que se ocupaban
del asunto desde el campo de los estudios hispánicos (Raphaël Carrasco, Bernard
Vincent, Jean Louis Guereña, Richard Cleminson). En esa estela se inscribe también
la beca de movilidad concedida por el Ministerio de Educación, que me permitió
disfrutar de una estancia en el Centre de Recherches Historiques de la EHESS du-
rante el curso 1994-95. La ingente cantidad de lecturas que realicé en esa etapa y la
generosa ayuda que recibí de Jean Louis Flandrin, en cuyo seminario participé con
asiduidad, fueron decisivos para llevar a buen término mi colaboración en el proyec-
to de Sexo y Razón.

3. La trastienda del libro: argumento, objeto y método

Por tanto, el desafío de Sexo y Razón era estudiar cómo se nos gobierna mediante la
construcción de la sexualidad. No se trataba de una historia de los comportamientos
sexuales como la que se advierte, por ejemplo, en los trabajos clásicos de Jean Louis
Flandrin, Edward Shorter o Lawrence Stone. Estos autores, por ejemplo, apoyándose
en las series reconstruidas por la demografía histórica, se preguntaron si conductas
sexuales ilegítimas, como la masturbación (en un contexto de matrimonio tardío y
cifras bajas de nacimientos ilegítimos), habían proliferado en Europa entre los siglos
XVII y XVIII. ¿La campaña médica antionanista, promovida en la Europa de las
Luces, sería entonces la respuesta a un aumento real de esta práctica…?
Nuestro cuestionario era de otra índole. No nos interesaba la historia efectiva
de los comportamientos, esto es, por seguir con el ejemplo anterior, si las conductas
masturbatorias se incrementaban o no. ¿Se trataba entonces de una historia de las
ideas? Sin duda esta dimensión del análisis cuidadoso de las transformaciones con-
ceptuales, evitando el anacronismo (aquí se dejan sentir las enseñanzas de Canguil-
hem), desempeña un papel importante en el libro. Así, por ejemplo, se pone mucha
atención en mostrar que la “polución voluntaria” o la “molicie” que aparece en los
catálogos penitenciales de la Contrarreforma, tiene poco que ver con la noción de
“placer solitario” o de “vicio escolar”, utilizada en los tratados de higiene y pedago-
gía de mediados del siglo XIX. Estos términos, que remiten simultáneamente a un
desequilibrio de la economía orgánica y a una distorsión del contrato social, pertene-
cen a su vez a un registro muy distinto del que encuadra, ya en las primeras décadas
del siglo XX, al concepto de “autoerotismo”, proyectado en un espacio psíquico en
desarrollo y modelado por las influencias del medio familiar.
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La sensibilidad a los cambios en las formaciones discursivas, muy resaltadas en


nuestro libro, no lo convierten sin embargo en una aportación a la historia de las
ideas o los conceptos. Lo importante en él no son las transformaciones semánticas
descritas, sino el modo en que estas responden a cambios pragmáticos, esto es, a des-
plazamientos en el modo de gobernar a las personas, en las que Foucault denominó
“tecnologías de poder-saber”. Por eso en Sexo y Razón el análisis de los discursos
con el análisis de estas tecnologías, trátese de la confesión (en sus distintas modali-
dades), las disciplinas (“anatomopolítica”) o las regulaciones (“biopolítica”).
Sexo y Razón por tanto no se ocupaba ni de las conductas ni de las ideas, sino
de una región intermedia situada entre los discursos y las técnicas de gobierno. Se
trataba de una historia de la racionalidad, de la constitución, en el caso español, de
nuevos saberes (como la pedagogía sexual, la venerología o la psicopatología de las
perversiones) y subjetividades (como la mujer histérica o el homosexual) que han
compuesto una racionalidad sexológica. Para ello se exploraba el cambio tecnológi-
co (referido a las técnicas de poder-saber) que llevó a medicalizar una experiencia
jurídica y religiosa designada en los tiempos de la Contrarreforma con vocablos
como los de “lujuria” y “concupiscencia carnal”.
Este ir y venir entre las técnicas de gobierno, las formaciones discursivas y los
tipos de subjetividad explica la diversidad de fuentes utilizadas en el libro. Por una
parte, la referencia a documentos que indican cambios normativos, referidos a la
manera de gobernar las conductas: legislación, reglamentos de internados escolares,
seminarios y burdeles, diseños arquitectónicos, descripciones de artefactos. Por otra
parte, representaciones, esto es, discursos teóricos especializados (teología, trata-
dística jurídica, higiene y medicina legal, psiquiatría, demografía, antropología cri-
minal, pedagogía) o ficciones literarias. Por último, repertorios de casos (casuística
penitencial, procesos inquisitoriales y penales, descripciones clínicas).
En este guión, la presencia más ostensible, tanto en el método como en la articu-
lación de los materiales, es la de Foucault. En efecto, siguiendo la estela del método
arqueológico y genealógico, tal como se había utilizado hasta entonces fuera (Castel,
Donzelot, A. Davidson, Hacking)7 y dentro de España (Julia Varela y Álvarez Uría,
Antonio Campillo, Pedro Trinidad),8 se pretendía explorar conjuntamente la trama
de las técnicas de poder-saber y la de las formaciones discursivas para seguir la gé-
nesis de diversos tipos de subjetividad, del niño masturbador a la prostituta nata, del
hermafrodita peligroso al sacerdote perverso, de la histérica a la ninfómana. La idea
directriz, inspirada en Canguilhem y Foucault, como antes señalé, era que las sub-
jetividades normativas o no marcadas, esto es, correctas y saludables, se componían
a contrario, partiendo de la conformación y persecución de figuras estigmatizadas.
Así, el joven sexualmente sano se gestaba como negativo del adolescente masturba-
dor o del “calavera prostibulario”; el adulto heterosexual y psíquicamente maduro

7  Donzelot, Jacques: La police des familles, Paris, Minuit, 1977; Castel, Robert: El orden psiquiátrico. La edad de
oro del alienismo, Madrid, La Piqueta, 1980; Davidson, Arnold I.: “Sex and the emergence of sexuality”, Criti-
cal Enquiry, 14 (1987-88), pp. 16-48 y Hacking, Ian: La domesticación del azar. La erosión del determinismo y
el nacimiento de las ciencias del caos, Barcelona, Gedisa, 1992.
8  Álvarez Uría, Fernando: Miserables y locos. Medicina mental y orden social en la España del siglo XIX, Bar-
celona, Tusquets, 1983; Varela, Julia: Modos de educación en la España de la Contrarreforma, Madrid, La
Piqueta, 1985; Varela, Julia y Álvarez Uría, Fernando: Arqueología de la escuela, Madrid, La Piqueta, 1991;
Campillo, Antonio: La fuerza de la razón. Guerra, Estado y ciencia en los tratados militares del Renacimiento,
de Maquiavelo a Galileo, Murcia, Universidad de Murcia, 1986 y Trinidad Fernández, Pedro: La defensa social.
Cárcel y delincuencia en España (siglos XVIII-XX), Madrid, Alianza Universidad, 1991.
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era el envés del perverso sexual; la mujer honesta como contrafigura de la prostituta
y la madre eugénica como contrapartida de la histérica y la ninfómana.
También está muy presente en el libro, como cualquiera puede advertir, el es-
quema narrativo sugerido por Foucault en La volonté de savoir, aunque ligeramente
modificado. En ese volumen se ofrecía un esquema cuatripartito: la pedagogización
del sexo infantil, con el personaje del niño masturbador; la implantación perversa,
destacando al varón homosexual; la histerización del cuerpo femenino, con el paso
de la endemoniada a la mujer histérica, y la socialización de las conductas procrea-
doras, con la referencia a la pareja eugenésica.9 En nuestro proyecto se concede mu-
cha importancia al hermafrodita (y a la persona que muda de sexo), pues siguiendo al
propio Foucault, este es situado como antepasado genealógico del monstruo sexual,
esto es, del perverso. En segundo lugar, en el apartado acerca de la mujer, insuficien-
temente tratado por Foucault según muchas de sus críticas procedentes del feminis-
mo, optamos por ampliar el repertorio. Por una parte, se dedica un lugar destacado a
la prostitución y a las políticas del lenocinio, que considerábamos capital en el dis-
positivo sexológico de los siglos XIX y XX. Por otra parte, se introduce una amplia
exposición histórica del proceso de “encierro femenino” y el personaje de la histérica
se completa con la genealogía de la ninfómana. Finalmente, en vez de consagrar un
capítulo específico a la construcción de la pareja eugenésica y al control social de la
reproducción, esto es, a las políticas demográficas, se opta por afrontar la cuestión
de un modo transversal. Así, a partir de mediados del siglo XIX, aproximadamente,
las estrategias que afrontan las distintas contrafiguras estudiadas en el libro (desde
el niño masturbador hasta la ninfómana) comparten el lenguaje y los procedimientos
propios de la gestión médico-social de poblaciones y la eugenesia. Esta fórmula
ayuda a cohesionar el conjunto del libro, pero a costa de dejar sin tratamiento espe-
cífico problemas importantes como el de los debates acerca de la anticoncepción y el
aborto, que ya entonces habían sido estudiados, al menos en parte, por historiadoras
como Mary Nash y Raquel Álvarez.10
Un riesgo que advertimos a medida que avanzaba nuestro trabajo era el de ceder
a lo que podríamos llamar el obstáculo “funcionalista” o la obsesión con el “control
social”, esto es enfatizar unilateralmente la eficacia de los dispositivos de poder y
de las evoluciones discursivas de carácter anónimo, en detrimento de la acción y la
creatividad de las personas. Para paliar este riesgo optamos por intercalar, en los
análisis conceptuales y de las técnicas de poder, estudios de casos individuales, de lo
que Foucault denominaba “vidas infames”, donde había que hacer patente la tensión
entre el gobierno de las conductas y la resistencia de los actores, entre la sujeción y
la subjetivación.
Entre estas existencias “infames” cabe mencionar la del paciente de “locura mas-
turbatoria” tratado por el Dr. Dionisio Sanz (1861), el sacerdote cántabro U.C., diag-
nosticado de “psicopatía homo-sexual” por el Dr. Fernando Bravo y Moreno (1904),
los hermafroditas Heleno de Céspedes (1587) y Reyes Carrasco (1864), el joven
sevillano Juan Godo y el aristócrata valenciano Gesualdo Felices, reos de la Inquisi-
ción por delitos de proposiciones (a comienzos del siglo XVII) y sodomía (a finales

9  Foucault, Michel: La volonté de savoir 1. Historire de la sexualité, Paris, Gallimard, 1976, pp. 136-138.
10  Nash, Mary: “Género, cambio social y la problemática del aborto”, Historia Social, 2 (1988), pp. 19-35 y Ál-
varez Peláez, Raquel: “La mujer española y el control de natalidad en los comienzos del siglo XX”, Asclepio.
Revista de Historia de la Medicina y de la Ciencia, 42 (1990), 2, pp. 175-201.
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del siglo XVIII) respectivamente, o la ninfómana descrita por el Dr. F.R.B. (1846),
que mató a su padre del disgusto.
Otro peligro inherente a un trabajo de esta índole, tan deudor en la metodología
y en la arquitectura narrativa de las enseñanzas de Foucault, era el de adoptar los
criterios y el relato del filósofo francés como si se tratara de un corsé dogmático,
imponiéndolo, sin crítica alguna, en el análisis de una realidad histórica peculiar y
ajena, en muchos sentidos, a las coordenadas espaciotemporales donde se emplazaba
La volonté de savoir. La historia de la moral sexual en España ofrecía perfiles pro-
pios que no siempre casaban con el molde francés, o a lo sumo noroccidental al que
remitían los análisis de Foucault.
Un ejemplo de esa adaptación crítica y no dogmática a la que aspirábamos lo
ofrece el examen que se efectúa, en el primer capítulo, de los códigos teóricos que
subyacían a la naciente sexología española durante las primeras décadas del siglo
XX. En La volonté de savoir, Foucault contraponía dos regímenes discursivos en las
ciencias de la sexualidad; por un lado, los modelos organicistas, que explicaban las
psicopatías sexuales en términos biológicos, remitiendo a procesos degenerativos
o estigmas atávicos (v.g. el degeneracionismo francés o la antropología criminal
lombrosiana), y por otro, el psicoanálisis, que daba cuenta de lo patológico explicán-
dolo a partir de traumas y bloqueos relacionados con la comunicación intrafamiliar.
Pues bien, frente a esta contraposición de modelos, una de las singularidades de la
psicopatología sexual española fue su eclecticismo teórico. Esto permitía combinar,
en un mismo discurso, argumentos referidos a la degeneración o al proceso de dife-
renciación hormonal con razonamientos derivados de la teoría freudiana acerca de
las etapas de la vida sexual.
Este es solo un ejemplo de nuestra tentativa para marcar las distancias respecto al
“esquema foucaultiano”. Sólo más tarde llegaría a darme cuenta de lo limitado que
era, en el fondo, ese distanciamiento y de lo insuficiente que era asimismo el intento
de superar el “obstáculo funcionalista” salpicando nuestro relato con la introducción
al algunas “biografías infames”. Pero ese es un asunto al que más adelante aludiré.

4. Una recepción generosa

Hay que decir que Sexo y Razón fue acogido por la comunidad de investigadores
de un modo bastante generoso. El libro se presentó en Madrid (con intervencio-
nes de los filósofos Félix Duque y Celia Amorós) y en Sevilla (con la intervención
de Alberto González Troyano). Fue recensionado bastante favorablemente en once
publicaciones periódicas, cuatro de ellas de letras o de alcance general (Babelia,
Revista de Libros, El Viejo Topo, Archipiélago), cuatro de filosofía (Daimon, Er,
Telos y Contrastes), antropología (Gaceta de Antropología), historia de la ciencia
(Asclepio) y filología (Cuadernos Hispanoamericanos).11 La mayoría de los autores

Manuel: “Reseña de Sexo y Razón”, Babelia. Suplemento Cultural de El País, 9 de agosto de 1997, p.
11  Cruz,
11; Sauquillo, Julián: “Escucha hombrecito, la voz de tu sexo”, Revista de Libros, 17 (1998), pp. 22-23; Her-
nando, Alberto: “Recensión de Sexo y Razón”, El Viejo Topo, 113 (1997), p. 80; Seoane Cegarra, José Benito:
“Recensión de Sexo y Razón”, Archipiélago. Cuadernos de Crítica de la Cultura, 39 (1999), p. 142; Campillo,
Antonio: “Recensión de Sexo y Razón”, Daimon. Revista de Filosofía, 14 (1997), pp. 213-14; Rosa, Miguel Án-
gel: “Recensión de Sexo y Razón”, Er, Revista de Filosofía, 24-25 (1998-1999), pp. 239-54; Carracedo Leirós,
Ángel: “Recensión de Sexo y Razón”, Telos. Revista Iberoamericana de Estudios Utilitaristas, 6 (1997), 2, pp.
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de las reseñas eran profesores de filosofía, lo cual puede hacer pensar que el impacto
del libro se redujo a este restringido círculo disciplinar.
No obstante, y en contraste con esta recepción inicial, la consulta del impacto del
libro a partir de Google Académico arroja un resultado muy distinto. De las ochenta
referencias allí recogidas, 39 corresponden a obras de historia, 19 al dominio de los
estudios literarios, 12 a la sociología y a los queer studies, 6 a filosofía y 4 a psicolo-
gía.12 Es decir, el aparente silencio de los historiadores, si nos atenemos a las recen-
siones, se convierte en algo muy diferente si se atiende a los usos efectivos del libro.
Alguien podría pensar que esta utilización historiográfica de Sexo y Razón es en
realidad infrecuente, porque buena parte de las referencias proceden de campos peri-
féricos de la disciplina, como sucede con la historia de la medicina, de las relaciones
de género o de la marginalidad. Sin embargo, tres estados de la cuestión relativamen-
te recientes sobre historia de la sexualidad, uno acerca de la España moderna (Pablo
Pérez García),13 y otros dos sobre la España contemporánea (Jean Louis Guereña y
Jorge Uría),14 valoran favorablemente el libro.
Otra cosa es la percepción internacional. En el mundo del hispanismo francés o
anglosajón, Sexo y Razón ha tenido una buena acogida, pero no sucede lo mismo
entre aquellos que se han ocupado de la historia de la sexualidad en Europa o en el
conjunto del mundo occidental. Los historiadores que frecuentan casi en exclusiva la
abundante bibliografía anglófona sobre el asunto (un ejemplo característico de esto
lo constituyen los trabajos de síntesis y estado de la cuestión publicados por Dagmar
Herzog en 2009 y 2011),15 desconocen el libro. Sin embargo, un investigador tan
reconocido como Alain Corbin,16 ponderando precisamente la necesidad de leer los
trabajos editados en otras lenguas, le concede a Sexo y Razón mucho valor.
Teniendo en cuenta la época en que se elaboró, cuando empezaban a proliferar
estudios sobre la historia de la sexualidad en España, pero se carecía de síntesis de
conjunto, Sexo y Razón pudo servir de guía a los estudiosos, sobre todo por su énfasis
en la condición históricamente construida de la sexualidad, y su prevención frente
a anacronismos como los que, desde los tiempos de la “clínica arqueológica” de
Gregorio Marañón, eran moneda corriente entre muchos historiadores y científicos

173-178; Hurtado Valero, Pedro M.: “Recensión de Sexo y Razón”, Contrastes (Revista Interdisciplinar de Filo-
sofía), 3 (1998), pp. 422-23; Moreno Pestaña, José Luis: “Recensión de Sexo y Razón”, Gazeta de Antropología,
13 (1998), pp. 100-102; Álvarez Peláez, Raquel: “Recensión de Sexo y Razón”, Asclepio. Revista de Historia
de la Medicina y de la Ciencia, 53 (2001), 1, pp. 328-330 y Matamoros, Blas: “Recensión de Sexo y Razón”,
Cuadernos Hispanoamericanos, 572 (1998), pp. 128-129.
12  http://scholar.google.es/citations?user=jMnni-0AAAAJ&hl=es [consultado el 8 de septiembre de 2014].
13  Pérez García, Pablo: “La criminalización de la sexualidad en la España Moderna”, en José I. Fortea, Juan E.
Gelabert y Tomás A. Mantecón (eds.), Furor et Rabies. Violencia, conflicto y marginación en la Edad Moderna,
Santander, Universidad de Cantabria, 2002, pp. 355-402, p. 355.
14  Guereña, Jean-Louis: “La sexualidad en la España contemporánea. Introducción”, en Jean-Louis Guereña (ed.),
La sexualidad en la España contemporánea (1800-1950), Cádiz, Universidad de Cádiz, 2011, pp. 11-22, pp. 14-
15 y Uría, Jorge: “A propósito de La sexualidad en la España contemporánea, editada por Jean-Louis Guereña”,
Cahiers de Civilisation Espagnole Contemporaine, 10 (2013), http://ccec.revues.org/4635#text.
15  Herzog, Dagmar: “Syncopated sex: transforming European sexual cultures”, American Historical Review, 114
(2009), 5, pp. 1287-1308 y Herzog, Dagmar: Sexuality in Europe. A Twentietth-Century History, Cambridge,
Cambridge University Press, 2011.
16  Corbin, Alain: “Les principales étapes de l’histoire du sexe en Occident”, en Odile Redon, Line Sallmann, Syl-
vie Steinberg: Le Désir et le Gôut. Une autre histoire (XIIIe-XVIIIe siècles). Actes du Colloque International à
la mémoire de Jean-Louis Flandrin, Saint-Denis, septiembre 2003, Paris, Presses Universitaires de Vincennes,
2005, pp. 33-52, p. 39 y Corbin, Alain: L’harmonie des plaisirs. Les manières de jouir du siècle des Lumières à
l’avènement de la sexologie, Paris, Perrin, 2008, p. 458.
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sociales en España. Sin embargo, ya se ha visto que el libro no era en realidad una
síntesis histórica de las conductas, los discursos o las representaciones, sino una
historia de la racionalidad. Por otro lado, a la luz de las investigaciones de historia
de la sexualidad publicadas en los últimos veinte años, es obvio que Sexo y Razón
ha envejecido. De hecho, mis propias indagaciones posteriores en este ámbito pasan
por renunciar, en muchos aspectos, a lo que, con cierta ingenuidad, daba por sentado
en 1997.

5. Los avatares de una “mala digestión” foucaultiana: elementos de autocrítica

Sexo y Razón, junto a los trabajos sobre prostitución, constituyó en cierto modo el
punto de partida de mi dedicación a la historia de la sexualidad, y consolidó algunas
convicciones que siempre he mantenido en este ámbito de investigación. Así, por
ejemplo, considerar la sexualidad como una institución y no como un hecho natural,
o abordarla como enclave y resultado de las relaciones de poder, en vez de contem-
plarla como lo reprimido por esas relaciones. También existe una continuidad entre
Sexo y Razón y mis trabajos posteriores a la hora de analizar la sexualidad como un
espacio privilegiado para la producción de subjetividades.
Ahora bien, más allá de esas premisas, la línea de trabajo que inicié, a partir del
año 2000 más o menos, junto a Richard Cleminson, se caracteriza por un distancia-
miento abierto respecto a lo que podría denominarse la “ortodoxia foucaultiana”.
Esto se advierte, por ejemplo, en el texto de Los Invisibles (2007)17 que se inicia
con una crítica de lo que llamamos “vulgata foucaultiana” acerca de la historia del
homosexual. La volonté de savoir ofrecía un guión para escribir la historia del sujeto
homosexual, un programa que había tenido bastante éxito. El homosexual habría
sido fabricado en la segunda mitad del siglo XIX por la naciente psicopatología de
las perversiones, en ruptura con la añeja figura jurídico-teológica de la sodomía.
Este esquema había dado bastante juego en los estudios sobre homosexualidad
promovidos en la década de los setenta y ochenta. Venía a concretar, en términos
históricos, una hipótesis presentada desde el ámbito de la sociología de la desvia-
ción por Mary McIntosh en un célebre artículo (“The homosexual role”), publicado
en 1968 en la revista Social Problems.18 Se trata de la conocida como “hipótesis
construccionista”. Pues bien, la mayoría de los estudios históricos publicados en
las mencionadas décadas, o bien disentían de esa hipótesis (como era el caso de los
conocidos trabajos de John Boswell),19 o bien se atenían a ella rectificando el guión
foucaultiano en aspectos secundarios, ya fuera alterando la cronología (el psiquismo
homosexual habría sido identificado con más o menos antigüedad que lo sugerido en
La volonté de savoir) o introduciendo personajes históricamente intermedios entre el
sodomita y el homosexual (los “sodomitas afeminados” londinenses, estudiados por

17  Cleminson, Richard; Vázquez García, Francisco: “Los Invisibles”. A History of Male Homosexuality in Spain
(1850-1940), Cardiff, Wales U.P., 2007 (trad. española, Granada, Comares, 2011), pp. 1-21.
18  McIntosh, Mary: “The homosexual role”, Social Problems, 16 (1968), pp. 182-192.
19  Boswell, John: Cristianismo, Tolerancia Social y Homosexualidad, Barcelona, Muchnik Editores, 1993.
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Randolph Trumbach y Rictor Norton,20 los “pederastas” parisinos de Michel Rey21


o los “invertidos” neoyorkinos de Georges Chauncey).22
Pues bien, en el capítulo sobre historia de la homosexualidad contenido en Sexo
y Razón, nos ateníamos estrictamente al guión foucaultiano. Sin embargo, trabajos
empíricos, como el de Chauncey (1995) sobre el nacimiento de una subcultura gay
en Nueva York o el de Harry Oosterhuis acerca de Kraft-Ebing (2000)23 y reflexiones
teóricas como la publicada por David Halperin (2000)24 trastocaban por completo la
perspectiva abierta en La volonté de savoir. De estas exploraciones se derivaban al
menos dos conclusiones que contradecían el relato foucaultiano. En primer lugar, la
historia de la homosexualidad no era una sucesión lineal de formas de subjetividad,
una larga cadena donde, por ejemplo, el sodomita viril (analizado por algunos estudios
en las ciudades italianas de la Baja Edad Media y el Renacimiento) era un eslabón
sustituido por el del sodomita afeminado (descubierto por Trumbach en el Londres de
la Restauración y luego por Federico Garza en el México colonial)25 y este a su vez por
el del invertido decimonónico, hasta llegar al homosexual contemporáneo.
Las cosas eran más complicadas. Frente a este modelo de la cadena se imponía
el modelo de la red; distintos modos de subjetividad homoerótica podían coexistir
en una misma sociedad. En segundo lugar, se ponía de relieve el limitado alcance
social de discursos expertos como el de la psiquiatría. El homosexual no había sido
fabricado por los médicos; la explicación de su génesis histórica remitía más bien a
un polígono de factores –desde la concentración de varones jóvenes en las grandes
ciudades, ligada al éxodo rural y la industrialización, hasta la promoción de culturas
eróticas de clase, pasando por la proliferación urbana de lugares de ocio y la gesta-
ción de una cultura de la intimidad y la escritura de sí, donde la psicopatología de
las perversiones aparecía más como un efecto que como una causa. Esta quiebra de
la narrativa foucaultiana acerca de la historia de la homosexualidad se hace paten-
te al leer Los Invisibles o la introducción al monográfico sobre homosexualidades
que coordiné para la revista Ayer (2012), y marca una clara evolución respecto a
la perspectiva de Sexo y Razón. En ese libro que elaboramos Richard Cleminson y
yo, se hace también muy explícita la necesidad de adaptar el análisis histórico a las
peculiares coordenadas del caso español, que no coinciden totalmente con el molde
noroccidental subyacente al argumento de La volonté de savoir. Por eso en el libro
ponderábamos la necesidad de efectuar estudios de historia comparada y nos refe-
ríamos a un “modelo mediterráneo” de homoerotismo –algo que ya había indicado
Chauncey en 1995, que no era compatible con el énfasis en las narrativas identita-
rias, más propias de la cultura protestante y noroccidental.

20  Trumbach, Randolph: “Sodomitical subcultures, sodomitical roles and the gender revolution in the Eighteenth
Century: the recent historiography”, en Robert Purks Maccubin (ed.): “Tis Nature’s fault. Unauthorized sexu-
ality during the Enlightenment, Cambridge, Cambridge University Press, 1985, pp. 129-121 y Norton, Rictor:
Mother’s clap Molly house: the gay subculture in England 1700-1830, London, GMP, 1992.
21  Rey, Michel: “Parisian homosexuals create a lifestyle, 1700-1750: the Police Archives”, Eighteenth-Century
Life, 9 (1985), pp. 179-191.
22  Chauncey, George: Gay New York: The Making of the Gay Male World, 1890-1940, London, Flamingo, 1995
23  Oosterhuis, Harry: Stepchildren of Nature: Krafft-Ebing, Psychiatry, and the Making of Sexual Identity, Chica-
go/London, University of Chicago Press, 2000.
24  Halperin, David, (2000), “How to do the History of Homosexuality”, GLQ: A Journal of Lesbian and Gay
Studies, 6 (2000), 1, pp. 87-124.
25  Garza, Federico: Quemando mariposas. Sodomía e imperio en Andalucía y México, siglos XVI-XVII, Barcelona,
Laertes, 2002.
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En esta misma tendencia a cuestionar lugares comunes establecidos por Foucault


y mantenidos en nuestro libro de 1997, se localizan también los trabajos que he reali-
zado junto a Richard Cleminson sobre historia del hermafroditismo y la ambigüedad
sexual. En la obra de Foucault, que se ocupa de los hermafroditas en el dossier edi-
tado sobre Herculine Barbin y en el curso titulado Les Anormaux,26 prevalece cierta
visión idílica acerca de la situación de los hermafroditas antes de su exclusión por la
medicina en la era del “verdadero sexo”. Esto le lleva a confundirse sugiriendo que,
desde el Medioevo hasta la era moderna, el derecho civil y canónico permitía a los
hermafroditas, llegada la edad adulta, decidir por sí mismos el sexo de su preferen-
cia. Esta misma representación idílica le hace considerar la experiencia de Herculine
Barbin, antes de su normalización médica y jurídica, como un horizonte utópico de
“cuerpos y placeres”, ajeno a toda definición identitaria. Las páginas que, en Sexo y
Razón, se dedican al hermafroditismo, no rompen del todo (véanse por ejemplo las
dedicadas a Helena de Céspedes o Reyes Carrasco) con esa visión arcádica. Judith
Butler, en El género en disputa,27 criticó este utopismo foucaultiano en relación con
el caso de Herculine Barbin, viendo en él una suerte de recaída en el naturalismo.
Nuestros trabajos sobre el hermafroditismo y la institución de la identidad sexual
en la España moderna y contemporánea (Hermaphroditism 2009 y Sex, Identity and
Hermaphrodites in Iberia 2013),28 cuestionan, en clave histórica, toda visión idílica
relacionada con el personaje del hermafrodita antes y después de la modernidad.
Pese a lo dicho hasta ahora, mi trayectoria en el terreno de la historia de la se-
xualidad se ha alejado de Sexo y Razón, no sólo en los argumentos y en el conte-
nido, tomando distancia respecto a la fiebre foucaultiana de juventud. También ha
cambiado el estilo. El texto de 1997 se abre con un extenso prolegómeno teórico de
casi cincuenta páginas, con el ambicioso título de “Elementos para una crítica de la
razón sexológica”. Este pecado de hybris especulativa, que hoy me hace enrojecer
de vergüenza, se me debe achacar a mí y en ningún caso a mi compañero Andrés
Moreno. En esa época yo estaba todavía muy marcado por las maneras de la filosofía
académica española, de modo que el tratamiento de un problema –en este caso la
conceptualización de la sexualidad en términos de institución y no de instinto, exigía
un amplio ejercicio de comentario de textos, pasando revista a las opiniones de los
grandes autores (Durkheim, Bataille, Weber, Norbert Elias y Foucault, principal-
mente).
Desde entonces, y en esto fue para mí decisiva la lectura de Pierre Bourdieu, he
aprendido que la buena teoría debe ser discreta, esto es, debe estar siempre encofrada
en las descripciones y los análisis empíricos, estructurando los datos y no sobrevo-
lando por encima de ellos como si se tratara de un alarde o exhibicionismo especu-
lativo. ¿Significa esto que Sexo y Razón es un texto más filosófico que otros trabajos
como los que dediqué a la prostitución, la homosexualidad o el hermafroditismo,
realizados en compañía de Andrés Moreno o de Richard Cleminson?

26  Foucault, Michel: “Le vrai sexe”, en Dits et Écrits 1954-1988, vol. IV, Paris, Gallimard, 1994, pp. 115-123 y
Foucault, Michel: Les anormaux. Cours au Collège de France, 1974-1975, Paris, Gallimard, Le Seuil, 1999,
pp. 62-68.
27  Butler, Judith: El género en disputa, 2010, Barcelona, Paidós, pp. 197-98.
28  Cleminson, Richard y Vázquez García, Francisco: Hermaphroditism. Medical Science and Sexual Identity in
Spain (1850-1960), Cardiff, Wales U.P., 2009 (trad. española, Granada, Comares, 2012) y Cleminson, Richard
y Vázquez García, Francisco: Sex, Identity and hermaphrodites in Iberia 1500-1800, London, Pickering and
Chatto, 2013.
126 Vázquez García, F. Cuad. hist. cont. 40, 2018: 115-128

La respuesta es negativa. Me he formado en la tradición de un filosofar híbrido,


inseparable del trabajo empírico en las ciencias humanas, donde, como decía Geor-
ges Canguilhem, toda materia verdaderamente valiosa, es extraña a la filosofía,29 esto
es, al comentario de los grandes autores. La actividad de pensadores como Comte,
Marx, Durkheim, Weber, Habermas, Foucault y Bourdieu, no consiste en glosar lo
que habían dicho sus predecesores, sino en explorar por su cuenta, empíricamente,
cuestiones relevantes, ya fuera la crisis de la religión, el capitalismo, el suicidio, la
ética protestante, la opinión pública, la locura o los mundos académicos. El proble-
ma es que la filosofía universitaria obliga a juzgar las aportaciones teóricas de estos
gigantes dejando a un lado el trabajo empírico que las acompaña, pero esta mutila-
ción artificial de sus contribuciones no nos debe confundir.
Desde estas coordenadas, Sexo y Razón es un trabajo tan filosófico como Poder y
prostitución en Sevilla, Los Invisibles o Hermaphroditism. En todos los casos se trata
de diagnosticar los perfiles de nuestra razón sexológica a partir de sus condiciones
históricas de ejercicio. Se trata de hacer filosofía de la sexualidad a partir de mate-
riales históricos, no comentando a Freud, a Foucault o a Marcuse. En Sexo y Razón,
a diferencia de los otros libros, el problema está en una integración menos lograda
entre la teoría y los hechos, el ajuste entre un marco conceptual foucaultiano y unos
materiales españoles resulta más externo, más artificial.
Otro defecto, retrospectivamente considerado, de Sexo y Razón, es su énfasis en
los discursos expertos y normativos, que reflejan el gobierno de las personas a través
de la sexualidad. Sin embargo, la voz propia y la creatividad de los gobernados, la
resistencia de las culturas eróticas a la normalización, no aparecen suficientemente
atendidas. Esto se trató de paliar intercalando, como se dijo, biografías “infames”
que evidenciaban la resistencia de los actores al ejercicio del poder. Pero el recurso
es insuficiente. En los libros sucesivos, que edité junto a Richard Cleminson, aprendí
la lección, dando mucha más cancha a las culturas de resistencia y a la experiencia
vivida de los dominados. Para captar adecuadamente la creatividad y agencia de las
personas debería haber dotado de más presencia a los discursos “populares” sobre el
sexo, dando más cabida a las manifestaciones de una cultura erótica y pornográfica
que, por ejemplo, proliferó entre finales del siglo XIX y la Guerra Civil, y que ha
sido muy bien estudiada, entre otros, por Jean-Louis Guereña, Pura Fernández o
Maite Zubiaurre.30 De este modo se resaltaría mejor la capacidad inventiva de los
individuos cogidos en los dispositivos.
Por último, puede decirse también que, en su análisis de las tecnologías de poder
y de la formación de identidades subjetivas, Sexo y Razón no atiende a lo que se ha
denominado “interseccionalidad”. Este concepto, importado a la teoría social desde
el feminismo radical, alude a las interacciones que se producen entre los distintos
tipos de estigmatización y discriminación: sexual, de género, de clase, étnica o por

29  Canguilhem, Georges: Le normal et le pathologique, Paris, PUF, 1972, p. 7. Entre nosotros, es Ortega quien
encarna mejor esta tradición de la filosofía como saber híbrido: “Pero la filosofía no es nada en sí, a hablar claro:
es sólo un procedimiento químico con que tratar una primera materia extraña a ella y esenciarla. Es decir, que
el filósofo tiene que buscar su materia en una ciencia especial. Sólo ahondar y ahondar y llegar hasta el mismí-
simo fondo de una cosa especial, de una ciencia, da al filósofo el secreto universal”, “Carta a Francisco Navarro
Ledesma, 30 de julio de 1905” (Ortega y Gasset, José: Epistolario, Madrid, Revista de Occidente, 1974, p. 22).
30  Fernández, Pura: “Moral y scientia sexualis en el siglo XIX: el eros negro de la novela naturalista”, Analecta
Malacitana, 11 (1997), pp. 187-207; Guereña, Jean-Louis: Un infierno español. Un ensayo de bibliografía de
publicaciones eróticas españolas clandestinas (1812-1939), Madrid, Libris, 2011 y Zubiaurre, Maite: Cultures
of the erotic in Spain, 1898-1939, Nashville, Vanderbilt University Press, 2012.
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nacionalidad. Estas conexiones no aparecen exploradas en Sexo y Razón con la de-


bida profundidad. En Los Invisibles o en los trabajos que Richard Cleminson y yo
publicamos posteriormente acerca del hermafroditismo, pusimos mucho cuidado en
dar cuenta de estas relaciones.
Sin duda, los capítulos de Sexo y Razón dedicados a la sexualidad femenina atien-
den a la dimensión del género, y la referencia a la construcción de las identidades
de clase mediante la sexualidad atraviesa todo el libro. La etnia y la alusión a las
relaciones coloniales apenas están presentes y la “nación”, identificada con los dis-
cursos regeneracionistas sobre la “raza” y su declive sólo se invoca de soslayo. Pero
el problema no consiste sólo en que no se capten los nexos entre las distintas dimen-
siones de la identidad afrontadas por el gobierno sexual de las conductas. El error,
en este caso, consiste en haber seguido demasiado al pie de la letra las orientaciones
de Foucault en este punto.
Centrémonos por ejemplo en la interacción entre gobierno sexual y lucha de
clases. En La volonté de savoir se presentaba un esquema de las relaciones entre
sexualidad y dominación de clase, que en Sexo y Razón seguimos de forma muy
dogmática. Se trata del argumento que expone la sexualidad como marca simbólica e
identitaria que distingue al sujeto burgués, el equivalente, en su clase, a lo que había
sido la “sangre” de la nobleza.
Este argumento se traducía en una explicación de la relación entre sexualidad y
lucha de clases, alternativa al viejo planteamiento freudomarxista, donde la burgue-
sía reprimía el goce sexual del proletariado considerándolo como un obstáculo para
el rendimiento laboral y la extracción de plusvalías. Foucault, en cambio, conside-
raba que la sexualidad era una experiencia cultural cuya producción implicaba una
acción normalizadora, biopolítica, de las élites burguesas sobre sí mismas con objeto
de dotarse de un cuerpo máximamente saludable y poderoso. El niño masturbador, el
adulto perverso y la mujer histérica eran figuras de procedencia burguesa. El interés
por dotarse de una progenie de calidad, es decir, la preocupación eugenésica concer-
nía, asimismo, al menos en su arranque, a una burguesía obsesionada con su declive
demográfico en contraste con la fertilidad del proletariado. Sólo después de dotarse
a sí misma de una sexualidad sana y de una idoneidad reproductiva, apuntaría la bur-
guesía a extender el control de la vida sexual sobre las clases trabajadoras.
En Sexo y Razón se adaptaba este esquema de la intersección entre identidad
de clase y sexualidad al caso español.31 El problema es que en este planteamiento
subyacían algunos prejuicios que solo los estudios posteriores sobre historia cultu-
ral de la sexualidad pusieron en evidencia. Aparte de utilizar, como denunció Ro-
ger Chartier,32 un concepto muy monolítico y esquemático de burguesía, se tendía
a considerar a las clases dominadas como una instancia puramente pasiva. Después
de la normalización biopolítica de sí misma, interiorizando en el propio cuerpo, a
través de los discursos y las tecnologías expertas, la dimensión de la sexualidad, la
burguesía habría colonizado los cuerpos de las clases populares, exportando en las
mismas su propio modelo de subjetividad sexual. Esto supone olvidar la existencia

31  Es lo que Platero, Lucas: “Introducción. La interseccionalidad como herramienta de estudio de la sexualidad”,
en Lucas Platero: Intersecciones: cuerpos y sexualidades en la encrucijada, Barcelona, Bellaterra, 2012, pp.
15-73, ha denominado “interseccionalidad”.
32  Chartier, Roger: “La quimera del origen. Foucault, la Ilustración y la Revolución Francesa”, en Escribir las
prácticas. Foucault, De Certeau, Marin, Buenos Aires, Ediciones Manantial, 1996, pp. 13-54, pp. 37-38.
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de una pluralidad de culturas eróticas, y también de una cultura erótica popular que,
como mostró Georges Chauncey en Gay New York (1994) a propósito del discurso
psiquiátrico sobre la homosexualidad, es lo bastante fuerte como para resistir a la
colonización de los expertos y hacer valer sus propias formas de convivencia y sub-
jetividad. El prejuicio elitista o “miserabilista”, como lo denominaban Grignon y
Passeron siguiendo a Bourdieu,33 que lleva a considerar a las clases populares como
culturalmente inermes, no es ajeno al error sociológico cometido por Foucault a la
hora de indagar los vínculos entre sexualidad e identidad de clase. Debido a una falta
de sentido crítico, ese mismo prejuicio se contagió a los argumentos presentados en
Sexo y Razón.
Concluyo aquí mi reflexión sobre este libro. Aunque a ratos haya parecido un
ejercicio de autoflagelación, mi exposición ha tratado de vislumbrar las debilidades
de un texto, cuya enmienda ha sido el principal acicate de lo que he ido haciendo
después.

33  Grignon, Claude y Passeron, Jean-Claude: Lo culto y lo popular. Miserabilismo y populismo en sociología y la
literatura, Madrid, La Piqueta, 1992.

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