Noviembre 1 - El Cuento Policial
Noviembre 1 - El Cuento Policial
Noviembre 1 - El Cuento Policial
Para Poirot era mucho mejor investigar un asesinato antes de consumarse es por ello que pidió ayuda a
Harrison para evitarlo.
Había algo que llamó la atención en el jardín de Harrison, era un nido de avispas, por lo que Poirot preguntó
por qué no lo destruía y la respuesta fue que lo haría Claude Langton usando petróleo porque no usaría
cianuro de potasio ya que creía que era peligroso.
Poirot hizo todas estas preguntas porque había observado en el libro de venenos que Claude Langton adquirió
cianuro de potasio, lo cual contó a Harrison pero le extrañó mucho, por ello Poirot pregunta a Harrison la hora
que vendría Langton a matar las avispas a lo que Harrison lo engaña diciendo que a las nueve.
Mientras llegaba la hora fijada Harrison se mostraba dudoso y Poirot llegó antes de lo acordado, cuando de
pronto se encontró a Langton en la puerta, quien se fue presuroso.
Poirot encontró a Harrison en la terraza y le confesó que sabía lo que iba a ocurrir por eso cambió el veneno
de su bolsillo, quien tenía una enfermedad mortal pero no podía soportar que Molly Deane lo haya dejado, por
eso buscaba venganza. Después de mucho, Harrison termina agradeciendo a Poirot su vida.
EL GATO NEGRO
Un asesino nos cuenta desde su celda una de sus espeluznantes vivencias. Cuenta que él era un hombre de
buen carácter, se casó joven, con una mujer complaciente, y a ambos les encantaban los animales, por lo que
tenían pájaros, peces, perros y un gato negro, que era su preferido. Sin embargo, los gatos suelen albergar los
espíritus de las brujas.
Gradualmente, el hombre va modificando su carácter y se vuelve cada vez más violento, se emborracha y pega
a su mujer y animales. Una noche, hastiado, le saca un ojo a su gato en un ataque de rabia. Y poco después
decide ahorcarlo en un árbol cercano a la casa. A los pocos días su casa se incendia en extrañas circunstancias
y de los despojos solo queda una pared en pie. Cuando el hombre se acerca, ve que en esa pared ha quedado
dibujada la imagen de un gato atado a una soga. Se asusta, pero asume, de forma racional, que alguien tuvo
que tirar al gato dentro de la casa para avisar del fuego y el animal quedó sepultado allí y dejó, por ello, su
huella.
El hombre sigue su vida junto a su mujer y, una noche, en una taberna encuentra otro gato, igual al anterior,
pero con una mancha blanca en el lomo como única diferencia. Se lo lleva a su casa en un arrebato y una vez
allí, se percata de que le falta un ojo, igual que al anterior. Esto le recuerda al otro gato y hace que lo
aborrezca.
El gato, sin embargo, está continuamente rozándose con él, hasta el punto de que le hace tropezar
continuamente, y tiene la manía de acurrucarse sobre su pecho a la altura del corazón. El hombre lo detesta.
Un día, bajando al sótano, el gato le hace tropezar. El hombre se enfada tanto que alza un hacha para matarlo,
pero su mujer lo detiene. El hombre, loco de rabia, clava el hacha en la cabeza de su mujer acabando con su
vida.
Tras el asesinato decide ocultar el cadáver emparedándolo en una pared del sótano. Lo oculta en la pared y se
afana en hacer un buen trabajo para dejar la pared perfecta. La policía no tarda en hacer presencia en la casa y
le interroga, inspeccionan toda la casa pero no encuentran nada que le inculpe. Vuelven otro día y bajan al
sótano en compañía del narrador y asesino, no ven nada raro, pero, cuando ya se iban, y el asesino iba
diciendo que las paredes de la casa eran muy fuertes, en una especie de autosabotaje inconsciente. Se oyen
unos gemidos, como el sollozo de un bebé. Los policías comienzan a golpear la pared hasta tirarla abajo y allí
estaba el cadáver y junto al cadáver, el gato, al que había emparedado dentro sin darse cuenta.