Elementos Materiales de La Liturgia
Elementos Materiales de La Liturgia
Elementos Materiales de La Liturgia
el anillo simboliza la
continuidad y la totalidad, dada
su forma redonda o circular.
También es signo de dignidad y
de poder. Es usado en las bodas
como señal de compromiso,
amor,
Manipulo:
el manípulo representa las ataduras con que fueron ceñidas las manos de
Nuestro Señor al ser azotado.
Libros Litúrgicos
Martirologio Romano:
Ritual:
La Instrucción General del Misal Romano dispone que, terminada la oración universal, el acólito coloca sobre el altar el misal (n. 139).
No dice nada acerca de que el misal se debe colocar sobre un atril. Sin embargo, siguiendo la antigua costumbre, suele colocarse sobre
un atril.
En la actualidad existe otro tipo de atril en la liturgia, que es el que tiene una base que llega hasta el piso. Se utiliza para sostener el
misal frente al celebrante cuando se encuentra en la sede. Se parece al ambón, pero no lo es. Para que no se confunda, debe ser más
sencillo. Y debe ser móvil, de forma que se pueda retirar con facilidad. Si un acólito sostiene el misal, no se requiere. También se usa
para sostener los papeles de apoyo para la homilía, cuando se dice desde la sede.
Cubre Ambón:
Gremial:
Se pone sobre las rodillas del obispo cuando está sentado
celebrando una Misa pontifical, aunque este uso se ha
conservado generalmente es en la misa tradicional. En la
actualidad se suele usar, por un sentido práctico,
confeccionado en lino blanco. Se emplea para no manchar
la casulla con el santo crisma de las ordenaciones.
Asimismo, se utiliza el gremial durante la dedicación de un
templo, rito en el que se emplea el santo crisma para ser
derramado sobre el altar para consagrarlo y ungidas las
paredes de la Iglesia. También se utiliza el gremial en la
ceremonia del lavatorio de los pies de la Misa in coena
domini (en la Cena del Señor) del Jueves Santo.
Hijuela:
1-El agua es materia del Bautismo (CIC 849). En este sacramento debe
empelarse agua natural y limpia (RBN 18, RICA 18).
Acetre e hisopo
El vino que se utiliza para Aceite
la Santa Misa debe ser natural, Se llama aceite santo o santos óleos o aceite de unción al aceite
fruto de la vid y puro, es decir, bendito por el obispo en la misa crismal y utilizado en diversas
no mezclado con sustancias ceremonias religiosas. También sirve para óleo de los catecúmenos
extrañas (CIC, c. 924§3 e IGMR y el óleo para los enfermos, primeras comuniones, bodas y
bautismos.
n. 322). Debe de usarse vio
La diferencia material entre el crisma y los otros dos aceites es que
autorizado por los obispos pues el primero de estos era mezclado con resinas, lo que le confería
el vino comercial muchas veces buen olor; los otros dos estaban elaborados únicamente con aceite
no es natural y fruto de la vid. de oliva puro. La confección del crisma y la consagración de cada
No puede usarse vino aceite la realizaba el obispo anualmente en la Misa Crismal, primero
avinagrado (IGMR n. 323). celebrada en cuaresma y más tarde fijada para el día de Jueves
Santo.
Elementos de la Liturgia
Elementos Materiales de la Liturgia
a) El Templo
Basílica
Catedral
Iglesia abacial
Iglesias parroquiales
Iglesia conventual
c) El Altar
El mantel
Candelero, velas del altar
El crucifijo
Vasos y utensilios sagrados:
o el cáliz
o la patena
o el copón
o la custodia
o Viril y luneta
o teca o cajita, usada para llevar la comunión a los enfermos
o las crismeras
o las vinajeras
o el vasito de las abluciones
o Incensario y Naveta
o la campana o campanilla
o las bandejas
o el acetre o calderillo; lleva dentro un hisopo (asperges o rociador)
o Lámpara del Sagrario
o Asperges o Acetre e hisopo
o Lavabo (El aguamanil y la jofaina)
Paños Sagrados:
o Corporal
o Purificador
o Palia
o Manutergio
o Velo del cáliz
o Bolsa del corporal
o Velo de copón
o Conopeo o cortinas del sagrario
o Gremial
o Hijuela
D) Objetos litúrgicos
Cubre ambón
Bancos
Imágenes
Estaciones viacrucis
F) Colores litúrgicos
Blanco: simboliza la luz, la gloria, la inocencia.
Rojo: es el color más parecido a la sangre y al fuego, y por eso es el que mejor simboliza el incendio de la
caridad y el heroísmo del martirio o sacrificio por Cristo.
Verde: indica la esperanza de la criatura regenerada y el ansia del eterno descanso. Es también signo de vida y
de frescura y lozanía del alma cristiana y de la savia de la gracia de Dios.
Morado o violeta: es el rojo y negro amortiguados o si se quiere, un color oscuro y como impregnado de sangre;
es signo de penitencia, de humildad y modestia; color que convida al retiro espiritual y a una vida algo más
austera y sencilla, exenta de fiestas.
Negro: es el color de los lutos privados, domésticos y sociales. Hoy se cambia por el morado para que así
resplandezca mejor el misterio Pascual.
Rosa: es símbolo de alegría, pero de una alegría efímera, propia solamente de algunos días felices, de las
estaciones floridas de cierta edad.
Azul: color del cielo. Se puede usar en las misas de la Virgen
a) La luz
b) El fuego
c) Agua
d) Saliva
e) Aire
f) Aceite:
el óleo de los catecúmenos
El crisma se compone de aceite y bálsamo.
Óleo de los enfermos
g) Cera de abejas
h) Pan y vino
i) Sal, que sazona y preserva
j) Ceniza
k) Incienso
l) Flores
m) Campanilla
a) El Misal Romano
b) El Breviario o Liturgia de las Horas
c) El Ritual (de los sacramentos)
d) El Pontifical
e) El Leccionario
f) El Oracional
g) Martirologio
h) Ceremonial de los obispos
Actos internos
Adoración: por ser Dios.
Agradecimiento: por habernos dado todo.
Arrepentimiento: por haberle ofendido.
Súplica y petición: porque Él es la fuente de todo don.
Actos externos
Son todas las ceremonias expresadas con la boca, lengua, sentidos, gestos, movimientos.
Las Ceremonias
Las ceremonias se llevan a cabo a través de:
a) Actitudes
Estar de pie
De rodillas
Sentados
Postrados
La procesión
b) Posturas
Manos juntas
Extender las manos y elevar a la vez los brazos
Extender y volver a juntar las manos
Manos que dan y reciben la paz
Manos que reciben el Cuerpo del Señor
c) Gestos litúrgicos
Señal de la cruz
La reverencia
Las miradas
Los ósculos o besos
Golpes de pecho con la mano
La imposición de las manos
Caminar hacia el altar
Cantar
a) La música
b) El arte
Elementos de la Liturgia
a) El Templo
El templo está consagrado para el culto a Dios. Es verdad que Dios está presente en todas partes, pero quiere tener un
lugar visible de su presencia en este mundo. Y esto es el templo, la casa de Dios, que más comúnmente llamamos
“iglesia”. Por eso, siempre que vemos una iglesia, nos acordamos de que Dios está presente en el mundo y hacemos la
señal de la cruz. El templo o iglesia es también la casa del pueblo de Dios, reunido para escuchar la Palabra de Dios, para
rezar, para fraternizar como hijos de Dios.
Al inicio, los primeros cristianos daban culto a Dios en casas particulares (casas romanas de dos pisos). Lo requería la
discreción y la prudencia, pues los emperadores romanos impedían todo culto público.
Fue Constantino en año 313 d.C. el que permitió el culto público y lo revistió de solemnidad y magnificencia. Y fue él, el
que mandó construir las basílicas, que eran edificios muy grandes, en un inicio dedicadas al rey o emperador, y después
ofrecidas a Dios, el Rey de reyes.
Durante siglos se han ido construyendo diversos tipos de templos dedicados a Dios:
Basílica: la basílicas mayores son siete y están en Roma; las menores, por todo el mundo, y ha sido el papa quien ha
querido honrarlas con ese título.
Catedral: donde tiene la sede o cátedra el obispo.
Iglesia abacial: donde tiene su sede un abad mitrado.
Iglesias parroquiales: para atender espiritualmente a un grupo de fieles y a cargo del párroco y sus colaboradores
sacerdotes, en una localidad o territorio delimitado.
Iglesia conventual: que pertenece a comunidades religiosas.
Capillas, oratorios públicos, semipúblicos o privados.
Torres y campanarios: que indican la presencia de Dios en ese lugar. Las flechas de los campanarios rematan, las más
de las veces, con una cruz, una veleta o un gallo. La cruz proclama el signo de Cristo; la veleta recuerda los vaivenes de la
fama y lo efímero de la vida; y el gallo es símbolo de la vigilancia.
La cripta: los primeros cristianos la usaban como sepulcro para sus santos mártires y para sitio de reunión en el día del
aniversario de su martirio. Con el tiempo, cada cripta sepulcral se convirtió en una pequeña capilla sobre la que se
erigieron luego otras iglesias superiores, haciendo coincidir los altares de ambas.
Ahora veamos el mobiliario litúrgico del templo es decir, el conjunto de muebles que adornan o completan el templo.
Pila de agua bendita: lo primero que se encuentra, al entrar en una iglesia, es una o dos pilas de agua bendita. Es un
símbolo: purificarnos antes de comenzar una acción litúrgica en el templo sagrado. Esta agua bendita es un sacramental,
que debemos aprovechar con devoción, fe y reverencia.
Pila bautismal: los antiguos bautisterios han quedado hoy reducidos a una pila de piedra o de mármol, más o menos
grande y artística. Se la coloca en un ángulo de la Iglesia contigua al cancel, también en una capilla separada por una
verja. Hoy se tiende a emplazarlas en el presbiterio. A todo buen cristiano debe inspirar agradecida devoción la pila,
donde fue espiritualmente regenerado y hecho hijo adoptivo de Dios y miembro de la comunidad eclesial.
Púlpito: estaba adosado al muro o en alguno de los pilares de la nave o del presbiterio. Hoy lo suplen los ambones o
simples atriles de la sede presbiteral con su micrófono. Desde el púlpito se predicaban los sermones, la voz llegaba
fuerte a la gente y el sacerdote podía ver a todos desde el mismo.
Ambón: es el lugar desde donde se proclama la Palabra de Dios, hacia el cual se dirige espontáneamente la atención de
los fieles durante la liturgia de la Palabra. Conviene que sea estable y no un mueble portátil. Se usa sólo para proclamar
las lecturas, cantar o leer el salmo responsorial y el pregón pascual, hacer la homilía y la oración de los fieles. No debe
usarse para el guía ni para el cantor o director de coro.
Los confesonarios: donde Cristo, a través de su Iglesia, en la persona del sacerdote, administra y ofrece el sacramento
de la confesión para el perdón de los pecados de los hombres. A partir del concilio de Trento, en el siglo XVI, aparecieron
los confesonarios cerrados a los lados, con paredes provistas de rejilla. Los confesonarios actuales son funcionales y
prácticos, y están situados en lugares especiales de la iglesia o en capillas penitenciales.
Alcancías: destinadas a recoger las limosnas de los fieles, para el culto, la caridad de los necesitados, o necesidades de
la parroquia, para las vocaciones. Dichas alcancías sirven para fomentar la caridad y la generosidad de todos.
Bancos: para sentarnos y escuchar la Palabra de Dios, pasar un rato de meditación íntima con el Señor.
Imágenes: ya sean pinturas (cuadros, mosaicos), ya sean esculturas (estatuas). Son incentivos de devoción, medios de
instrucción y elementos decorativos para el culto de Dios y de los santos. No deben ser excesivos, deben ponerse en
justo orden, y no distraer la atención de los fieles. No son signos de superstición ni de idolatría, como creen los
protestantes. A Dios Padre se le representa como un anciano venerable. A Cristo: se le representa en el crucifijo, o el
Sagrado Corazón, o sus emblemas: Buen Pastor, el Cordero, el Pelícano. La figura típica del Espíritu Santo es la paloma, o
las lenguas de fuego. Los ángeles son figuras aladas. El Via crucis representa el camino de la cruz y las escenas de la
Pasión del Salvador, recordándonos el camino doloroso de Jesús para salvarnos.
Las lámparas: las velas se encienden para los actos litúrgicos. Siempre queda encendida una lámpara, la del sagrario.
Ella es fiel centinela que asiste día y noche, en nombre del pueblo cristiano, al Divino solitario del sagrario, Jesús. Esa
lamparita da fe de la presencia real de Jesús sacramentado. Simboliza también nuestra vida que debe ir consumiéndose
al servicio de Dios, en el silencio de nuestra entrega generosa y abnegada.
El órgano: en el rito latino ha sido el instrumento más tradicional. Existe para el órgano una bendición ritual, antes de su
inauguración para el culto. Así dice el documento del Vaticano II: “téngase en gran estima en la iglesia latina, el órgano de
tubos, como instrumento musical tradicional, cuyo sonido puede aportar un esplendor notable a las ceremonias
eclesiásticas y levantar poderosamente las almas hacia Dios y hacia las realidades celestiales” (Sacrosanctum
Concilium, n. 120).
c) El Altar Representa a Cristo y es la mesa de su sacrificio y del banquete celestial, para quienes caminamos hacia la
eternidad. Es el corazón del templo. Por eso se lo besa, se lo inciensa. Tiene que ser de piedra o mármol. ¡Es Cristo
visible! Ya desde el Antiguo Testamento se construían altares para los sacrificios a Yahvé. Tiene que ser alto, grande. El
altar tiene sus accesorios:
El mantel: pues es banquete lo que se celebra sobre el altar. En esa “mesa” Dios Padre nos servirá a su Hijo Jesús, como
Cordero inmaculado, para alimento del alma.
Vasos y utensilios sagrados: El templo es como el palacio de Dios; el sagrario su recámara y como su sala de recepción;
el cáliz, la patena, el copón y la custodia son a modo de vajilla sagrada de la mesa eucarística. Todos estos vasos y
utensilios son sagrados. El cáliz y la patena se usan para la celebración del Santo Sacrifico de la misa. El copón y la
custodia sirven para conservar, trasladar o exponer el Santísimo Sacramento. Vaso subsidiario es la teca o cajita, usada
para llevar la comunión a los enfermos.
Otros: También son objeto de culto las crismeras, las vinajeras y el vasito de las abluciones; el incensario con la naveta,
la campana o campanilla, las bandejas, el acetre o calderillo con agua bendita para las bendiciones y aspersiones; lleva
dentro un hisopo
d) Vestiduras y ornamentos sagrados Las vestiduras pertenecen también a los elementos materiales de la liturgia.
Tienen también su profundo significado. Vestir una determinada ropa significa asumir la personalidad correspondiente,
asumir una identidad, puesta de manifiesto en esas vestiduras; por ejemplo, la bata del médico, el uniforme militar, la
sotana del sacerdote, etc. Estas vestiduras no indican un poder sobre nadie; sino un servicio a los demás.
Alba: Del latín “alba”, blanca. Es una vestidura litúrgica común a todos los ministros. Es una túnica talar blanca de
mangas largas que cubre todo el cuerpo y se reviste sobre el vestido común. El sacerdote representa con esa alba la
pureza que el hombre recibe por los méritos del misterio pascual de Cristo. También significa la penitencia y la pureza de
corazón que debe llevar el sacerdote al altar. El alba se coloca sobre el clergyman o la sotana. Esta es la oración que reza
el sacerdote al ponerse el alba: “Purifícame, Señor, y limpia mi corazón, para que purificado con la sangre del Cordero,
pueda disfrutar de los goces eternos”.
Roquete: Del latín “Rochetum”, especie de alba corta, hasta la altura de las rodillas, que se usa sobre la sotana o el hábito
religioso. También se llama sobrepelliz. Puede ser usada por el sacerdote o el diácono para exponer el Santísimo, para
una celebración de Bautismo, para un matrimonio.
Cíngulo: Del latín “cingulum”, cinturón. Es cuerda o cordón con la que se ajusta el alba a la altura de la cintura. Aunque su
uso es simplemente utilitario, sin embargo, podríamos ver que con el cíngulo el sacerdote ata a la pureza del alba a todo
el mundo, a los fieles y los lleva al altar para ofrecerlos en la celebración. Esta es la oración del sacerdote al ponerse el
cíngulo: “Cíñeme, Señor, con el cinturón de la pureza y extingue en mis entrañas el fuego de la concupiscencia, para que
permanezca en mí la virtud de la continencia y de la castidad”.
Estola: Del griego “stolé”, vestido. Es prenda de tela alrededor del cuello del sacerdote, usada para las celebraciones
litúrgicas. La usan los obispos y presbíteros, colgando del cuello hacia delante; y los diáconos, desde un hombro hasta la
cintura atravesando en diagonal la espalda y el pecho. Es símbolo de los poderes sagrados que recibe el sacerdote,
como pastor que lleva a sus ovejas sobre sus hombros, como maestro que enseña a sus discípulos; como guía que
conduce a las almas hacia la vida eterna. Esta es la oración que reza el sacerdote al ponerse la estola: “Devuélveme,
Señor, la túnica de la inmortalidad, que perdí por el pecado de los primeros padres; y, aunque me acerco a tus sagrados
misterios indignamente, haz que merezca, no obstante, el gozo eterno”.
Casulla: Del latín “casula”, cabaña. Vestimenta litúrgica amplia y abierta por los costados para la celebración de la Misa.
Se usa sobre el alba y la estola. Confeccionada en tela, tiene la forma de una capa cerrada por delante o poncho. Cambia
su color según la celebración y el tiempo litúrgico. Simboliza la caridad que cubre todos los pecados y por apoyarse
sobre los hombros, el suave yugo del Señor. Esta es la oración que dice el sacerdote al ponerse la casulla: “Señor, que
dijiste: Mi yugo es suave y mi carga ligera, haz que lo lleve de tal manera que alcance tu gracia. Amén”.
Ínfulas: Cintas que cuelgan detrás de la mitra. Significan que el ministro debe poseer la ciencia del Antiguo y del Nuevo
Testamento.
Anillo: Del latín “anellus”, anillo. Insignia propia de los obispos. Simboliza su desposorio con la Iglesia local o diócesis.
También pueden usarlo algunos abades y abadesas. “El anillo que se impone al obispo significa que contrae sagradas
nupcias con la Iglesia....”Recibe este anillo, signo de fidelidad y permanece fiel a la Iglesia, esposa santa de Dios”...Este
anillo, símbolo nupcial, expresa el vínculo especial del obispo con la Iglesia. Para mí es una llamada cotidiana a la
fidelidad. Una especie de interpelación silenciosa que se hace oír en la conciencia: ¿me doy totalmente a mi Esposa, la
Iglesia?¿Soy suficientemente para las comunidades, las familias, los jóvenes y los ancianos, y también para los que
todavía están por nacer? El anillo me recuerda también la necesidad de ser sólido “eslabón” en la cadena de la sucesión
que me une a los Apóstoles...” .
Báculo: Del latín “baculum”, bastón. Insignia litúrgica propia del obispo como pastor de la comunidad; lo recibe el día de
su ordenación y lo usa cuando preside una celebración en su diócesis. Simboliza que es buen pastor de las ovejas, que
apacienta, instruye, guarda y las defiende, como Cristo, el Buen Pastor. “Es el signo de la autoridad que compete al
obispo para cumplir su deber de atender a su grey. También este signo se encuadra en la perspectiva de la preocupación
por la santidad del Pueblo de Dios... En él veo simbolizadas tres tareas: solicitud, guía, responsabilidad. No es un signo
de autoridad en el sentido corriente de la palabra. Tampoco es signo de precedencia o supremacía sobre los otros; es
signo de servicio... ¡Servir! ¡Cómo me gusta esta palabra! Sacerdocio “ministerial”, un término que sorprende...El obispo
tiene la precedencia en el amor generoso por los fieles y por la Iglesia” .
Solideo: Del latín “solus”, solo, y “Deo”, a Dios. Gorro de tela en forma de casquillo que usan los obispos, y cubre la
coronilla. Si son obispos, el color del solideo es violeta; si son cardenales, es rojo, y el Papa lo usa de color blanco.
Simboliza la protección de Dios y la dedicación a solo Dios.
Pectoral: Del latín “pectus”, pecho. Es cruz de metal, madera, marfil que llevan los obispos sobre el pecho, como insignia
de su cargo y dignidad. En la celebración de la Misa pueden llevarla sobre la casulla. El día de la ordenación episcopal
toman y aceptan sobre sus espaldas, de un modo más comprometido, la cruz de Cristo, que no faltará en su ministerio
episcopal.
e) Colores litúrgicos Después de haber explicado las vestiduras veamos ahora los diversos colores de las vestiduras que
se usan en la liturgia. Tienen también su sentido. Por un lado, expresan lo característico de los misterios de la fe que se
celebran, y por otro lado, exteriorizan con mayor eficacia el sentido progresivo de la vida cristiana a lo largo del año
litúrgico. Son como los semáforos para orientar nuestro camino y nuestra peregrinación al cielo. También nosotros nos
ponemos un vestido de color según el tiempo, la estación, la fiesta o la circunstancia que celebramos. La Iglesia es
pedagoga, maestra que enseña con todo lo que nos ofrece en la liturgia.Desde el Papa Inocencio III (siglos XII y XIII)
quedaron como oficiales, para la liturgia, los siguientes colores: blanco, rojo, verde, morado y el negro. Y, aunque el
simbolismo de los colores cambia de cultura a cultura, sin embargo, podemos dar a los colores litúrgicos un simbolismo
que hasta ahora la Iglesia ha aceptado.
Blanco: simboliza la luz, la gloria, la inocencia. Por eso se emplea en los misterios gozosos y gloriosos del Señor, en la
dedicación de las Iglesias, en las fiestas, en las conmemoraciones de la Virgen, de los ángeles, de los santos no mártires,
y en la administración de algunos sacramentos (primera comunión, confirmación, bodas, orden sagrado).
Rojo: es el color más parecido a la sangre y al fuego, y por eso es el que mejor simboliza el incendio de la caridad y el
heroísmo del martirio o sacrificio por Cristo. Se emplea para el Domingo de Pasión (domingo de Ramos), Viernes Santo,
Pentecostés, fiestas de la Santa Cruz, apóstoles, evangelistas y mártires.
Verde: Indica la esperanza de la criatura regenerada y el ansia del eterno descanso. Es también signo de vida y de
frescura y lozanía del alma cristiana y de la savia de la gracia de Dios. Se usa los domingos y días de semana del tiempo
ordinario. En la vida ordinaria debemos caminar con la esperanza puesta en el cielo.
Morado o violeta: es el rojo y negro amortiguados o si se quiere, un color oscuro y como impregnado de sangre; es signo
de penitencia, de humildad y modestia; color que convida al retiro espiritual y a una vida algo más austera y sencilla,
exenta de fiestas. Se emplea durante el Adviento y la Cuaresma, vigilias, sacramentos de penitencia, unción de enfermos,
bendición de la ceniza. Y hoy reemplaza al negro, que se utilizaba en las exequias de difuntos.
Negro: es el color de los lutos privados, domésticos y sociales. Hoy se cambia por el morado para que así resplandezca
mejor el misterio Pascual.
Rosa: es símbolo de alegría, pero de una alegría efímera, propia solamente de algunos días felices, de las estaciones
floridas de cierta edad. Se puede usar en los domingos Gaudete y Laetare , tercer domingo de Adviento y Cuaresma,
respectivamente. Es para recordar a los ayunadores y penitentes de esas dos temporadas la cercanía de la Navidad y
Pascua.
Azul: color del cielo. Se puede usar en las misas de la Virgen, sobre todo el día de la Inmaculada Concepción.Todos
estos colores deben estar marcados también en nuestro corazón:
Debemos vivir con el vestido blanco de la pureza, de la inocencia. Reconquistar la pureza con nuestra vida santa.
Debemos vivir con el vestido rojo del amor apasionado a Cristo, hasta el punto de estar dispuesto a dar nuestra vida por
Cristo, como los mártires.
Debemos vivir el color verde de la esperanza teologal, en estos momentos duros de nuestro mundo, tendiendo siempre la
mirada hacia la eternidad.
Debemos vivir el vestido morado o violeta, pues la penitencia, la humildad y la modestia deben ser alimento y actitudes
de nuestra vida cristiana.
Debemos vivir el vestido rosa, solo de vez en cuando, pues toda alegría humana es efímera y pasajera.
Debemos vivir con el vestido azul mirando continuamente el cielo, aunque tengamos los pies en la tierra.
El mismo Cristo los usó y les comunicó virtudes secretas en orden a la vida sobrenatural. Por ejemplo: el agua en el
perdón, la saliva en el ciego, el hálito en el cenáculo, etc. Jesús explotó su simbolismo en sus discursos y parábolas: la
luz, sal, vid, grano de mostaza, cizaña, etc.
¿Cuáles son?
a) La luz
De todas las obras de la creación, la luz parece ser la más excelente. Con ella empezó Dios a adornar el mundo. Es la
más hermosa de las creaturas naturales y de ella beben la belleza todas las demás. Con la luz honraron los israelitas a la
divinidad, por ejemplo, llevándola al Tabernáculo de Moisés y luego al templo de salvación y fabricando para su uso
lámparas de gran precio y suntuosos candelabros. Los mismos paganos, para los templos de sus dioses y en sus fiestas.
En la Vigilia Pascual se nos da la clave. La Iglesia bendice la luz sacándola del nuevo fuego y la introduce a la iglesia con
el cirio pascual. La luz, por tanto, representa y rinde tributo a Jesucristo, “Luz del mundo”. La luz es figura de los ángeles,
aparecidos con frecuencia envueltos en celestiales resplandores, y también de las almas justas por su pureza y fe
radiantes.
b) El fuego
Es de los elementos más misteriosos y terribles, al mismo tiempo. Sin él, apenas se podría vivir. Es fuerza que quema y
alumbra, mata y vivifica, destruye y purifica. Sobrecogidos de espanto las tribus salvajes lo adoraban como a una
divinidad. La Iglesia utiliza constantemente el fuego para sus ritos:
Con el fuego anuncia la resurrección de Cristo, el Sábado Santo en la noche de la Vigilia Pascual.
En el incensario, fuego e incienso simbolizan el fervor de la oración y la entrega de nuestra vida, que se va consumiendo
poco a poco como suave perfume en honor a Dios.
c) Agua Es uno de los elementos más indispensables para la vida, y henchido de simbolismo. Al principio del mundo, el
Espíritu de Dios la acarició con su soplo como elemento de fecundidad; eran aguas repletas de vida vegetal y animal. Y
Jesús la santificó con su contacto en las corrientes del río Jordán. El agua con el crisma forma parte de la materia del
Bautismo. En los ritos judíos se usa para las abluciones y lustraciones. La Biblia está llena de fuentes, de pozos; y con el
agua del diluvio quiso Dios limpiar la maldad de la tierra. Y Jesús de su costado abierto hizo brotar “sangre y agua”. Y su
agua calma siempre la sed .
d)Saliva Jesús la usó para curar a un sordomudo y al ciego de nacimiento. Los santos Padres la consideraban como
símbolo de la sabiduría; la liturgia la ha usado tan sólo en el Bautismo, mojando en ella la nariz y oídos del bautizado,
diciendo: “Epheta”, “Abríos”. Así reproducía el gesto de Jesús al curar. De esta manera, esos órganos están ya habilitados
para oír con gusto la Palabra de Dios y aspirar el perfume de la santidad. Dada la sensibilidad de los tiempos modernos,
el nuevo ritual del bautismo suprimió el uso de la saliva.
e) Aire El soplo del Creador infundió vida al hombre. Y el de Jesús resucitado comunicó a los apóstoles el Espíritu Santo.
Por siglos, ha figurado en el rito bautismal el soplo como signo de expulsión de Satanás, del alma del bautizado.
f) Aceite Para la vida corporal, es alimento, medicina y condimento. Fortalece, suaviza, agiliza los miembros y, cuando es
legítimo aceite de oliva, aromatiza cuanto toca. En la vida espiritual, simboliza también esto: fortaleza espiritual y
corporal, valor curativo y conservativo de carácter espiritual, efusión de la gracia, santificación e inhabitación del Espíritu
Santo y testimonio cristiano, comunicación del poder divino y consagración de objetos sagrados. Y por eso se usa como
materia en algunos sacramentos:
En el bautismo, el óleo de los catecúmenos se coloca en el pecho. Simboliza la fortaleza y la agilidad espiritual.
El crisma se compone de aceite y bálsamo. Se usa en el bautismo, confirmación y consagración de sacerdotes, obispos,
cálices, altares, patenas, Iglesias. Todo cristiano tiene que exhalar el suave olor de la santidad, el suave olor de Cristo,
como dice san Pablo. En la ordenación sacerdotal se ungen las manos; en la episcopal, la cabeza. “Este gesto nos habla
de la transmisión del Espíritu Santo, el cual se adentra en el interior del ungido, toma posesión de él y lo convierte en
instrumento suyo. La unción de la cabeza significa la llamada a nuevas responsabilidades: el obispo tendrá en la Iglesia
tareas directivas que lo ocuparán a fondo” .
Óleo de los enfermos: vehículo para la gracia divina, y para la salud del cuerpo y del alma.
g) Cera de abejas Se usa para el alumbrado propiamente litúrgico, es decir, para las Misas y demás sacramentos y
sacramentales. La vela encendida sirve para simbolizar a Cristo-Luz del mundo y significar la fe y la oración de los fieles
en presencia del Señor.
h) Pan y vino Son la base del alimento corporal del hombre. Simbolizan, al convertirse en verdadero Cuerpo y Sangre de
Cristo, que la Eucaristía es alimento indispensable de todos los cristianos. Son los signos del sacrificio de su cuerpo y
sangre como manjar espiritual del alma. El pan, hecho de muchos granos, y el vino, de muchos racimos, son símbolo de
la unión íntima entre los cristianos. Simbolizan también la unidad de la Iglesia y de los cristianos con Cristo y entre sí,
pues compartir el mismo pan y el mismo vino son signos de fraternidad, amistad y unidad
i) Sal, que sazona y preserva Se dejó optativo en la fórmula ritual de la bendición del agua lustral como remedio para
poner en fuga los demonios y ahuyentar enfermedades. También se usó en el bautismo, colocando unos granitos sobre
la boca del bautizando.
j) Ceniza Es símbolo de la caducidad de la vida y de todo lo material, y, por lo mismo, símbolo del dolor, de la penitencia,
del arrepentimiento, de una gran aflicción. En la Biblia la expresión “cubrirse de ceniza y de cilicio” es sinónimo de
amarga penitencia y de muy gran duelo. La Iglesia nos la pone el día del miércoles de ceniza “en señal de la humildad
cristiana y como prenda del perdón que se espera”.
k) Incienso Nuestra vida se tiene que quemar en honor a Dios, dando suave aroma. En las solemnidades se inciensa el
altar y los santos, la cruz y el Santísimo Sacramento en señal de respeto y veneración. Se inciensa al sacerdote como
representante de Dios, y a los fieles para recordarles que, como pueblo santo y sacerdotal, son concelebrantes y no sólo
espectadores. Además, purifica el templo y nos eleva a Dios.
l) Flores Las flores naturales que adornan el altar y los santos significan fiesta, alegría, exultación piadosa. En tiempo de
cuaresma, tiempo fuerte de penitencia y austeridad, aunque se pueden poner algunas plantas, no debe haber, sin
embargo, flores en las iglesias, exceptuando el tercer domingo de cuaresma, domingo del “Laetare”, y las solemnidades y
fiestas que caen en cuaresma.
Actos internos
Adoración: por ser Dios.
Agradecimiento: por habernos dado todo.
Arrepentimiento: por haberle ofendido.
Súplica y petición: porque Él es la fuente de todo don.
Actos externos
Son todas las ceremonias expresadas con la boca, lengua, sentidos, gestos, movimientos.
Las Ceremonias
Las ceremonias son como la etiqueta sagrada y el comportamiento tanto de los ministros sagrados como también de los fieles
participantes. El objeto de las ceremonias, la finalidad de las ceremonias es poner nuestro cuerpo al servicio del alma, y ambos al
servicio de Dios. Al mismo tiempo reflejan externamente la fe y piedad de la Iglesia y de los fieles cristianos.
Las ceremonias son signos de lo que pasa en nuestro interior. Por tanto, las ceremonias tienen estas características:
Mueven al alma a la veneración de las cosas sagradas.
Elevan la mente a las realidades sobrenaturales.
Nutren la piedad.
Fomentan la caridad.
Acrecientan la fe, la compunción, la alegría, el recogimiento.
Robustecen la devoción.
Instruyen a los sencillos y adornan el culto de Dios.
Conservan la religión.
a) Actitudes
Las actitudes del cuerpo son reflejo de lo que siente el alma. Estas son las actitudes más importantes en la liturgia:
o Estar de pie: es una forma de demostrar nuestra confianza filial, y nuestra disponibilidad para la acción, para el camino.
El estar de pie significa la dignidad de ser hijos de Dios, no esclavos agachados ante el amo. Es la confianza llana del
hijo que está ante el padre a quien respeta muchísimo y a quien al mismo tiempo tiene cariño. Al mismo tiempo, al
estar en pie manifestamos la fe en Jesús resucitado que venció a la muerte, y la fe en que nosotros resucitaremos
también; el estar agachado y postrado no es la última postura del cristiano; sino el estar en pie resucitado.
o De rodillas: sólo ante Dios debemos doblar nuestra rodilla. Ante nadie más. Esto nos otorga la dignidad de sentirnos
libres ante las criaturas. No debemos arrodillarnos ante el dinero, ni ante el trabajo, ni ante amos humanos. También el
ponernos de rodillas significa que nos reconocemos pecadores ante Él. El fariseo del Evangelio no quiso arrodillarse.
La genuflexión ante el Santísimo es un saludo reverencial de fe, en homenaje de reconocimiento al Señor Jesús.
Debemos hacerlo en forma pausada y recogida.
o Sentados: significa la confianza de estar con los amigos, sin demasiado apuro, con paz y tranquilidad, como un cierto
“descansar” ante Dios. Estamos en casa, cuando estamos en el templo. Sentados podemos hablar con intimidad y
largamente con el Señor que está ahí presente, tan presente que invade nuestro propio y más hondo interior. También
uno se sienta para escuchar y aprender cuando un maestro habla. En la misa estamos sentados durante las lecturas y
la homilía: “Habla, Señor, que tu siervo escucha”.
o Postrados : se usa en ciertos momentos escasos, en que el alma cristiana se siente más indigna de dirigirse a Dios,
cargada de responsabilidades, o en un luto universal como el del Viernes Santo por la muerte de Jesús, o cuando la
pena y desconsuelo son tan inmensos que no se ve solución. Por ejemplo: el futuro sacerdote, cuando se postra el día
de su ordenación sacerdotal; o algunas monjas, el día en que entran al convento o hacen su profesión religiosa, se
postran en el suelo, indicando no tanto el abatimiento, sino la necesidad de protección de Dios y la impotencia
personal. Es signo de humildad y penitencia.
La procesión, más que un gesto litúrgico, es un rito. En las celebraciones habituales, por ejemplo, en la santa misa, los
ministros realizan movimientos que tienen carácter procesional: al principio, antes del evangelio, etc. También los
fieles adoptan esta actitud al presentar las ofrendas y cuando comulgan.
Además, hay procesiones excepcionales unidas al año litúrgico, como la del Domingo de Ramos y la del Corpus Christi,
o en circunstancias particulares de la vida de la Iglesia, por ejemplo, la de una comunidad parroquial el día de las
fiestas patronales. La procesión simboliza, principalmente, el carácter peregrinante de la Iglesia. También, a veces, es
un signo muy expresivo de fe y devoción. Deben hacerse con dignidad y respeto, huyendo tanto de la rigidez como del
sentimentalismo.
b) Posturas
Manos juntas: Es señal de respeto y de oración. Es un gesto de humildad y vasallaje, y de actitud orante y confiada. Es el
gesto más acomodado a la celebración litúrgica cuando las manos no han de emplearse en otros ritos o no se prescribe
que se tengan levantadas. Es la mejor postura a la hora de ir a comulgar.
Extender las manos y elevar a la vez los brazos son súplicas solemnes: colecta, plegaria de la misa, paternóster, prefacio.
Levantar y extender las manos al rezar expresa los sentimientos del alma que busca y espera el auxilio de lo alto. Hoy es
un gesto reservado al ministro que celebra la santa misa.
Extender y volver a juntar las manos es el deseo del sacerdote de estrechar a la asamblea en un común abrazo de
fraternidad, de recoger las intenciones y deseos de todos para ofrecérselos a Dios, y derramar sobre ellos las
misericordias de Dios.
Manos que dan y reciben la paz: Las manos extendidas, abiertas y acogedoras simbolizan la actitud de un corazón
pacífico y fraternal, que quiere comunicar algo personal y está dispuesto a acoger lo que se le ofrece. Cuando unas
manos abiertas salen al encuentro de otras en idéntica actitud, se percibe el sentimiento profundo de un hermano que
sale al encuentro de otro hermano, para ratificar, comunicar o restablecer la paz.
Manos que reciben el Cuerpo del Señor : las manos dispuestas para recibir la Santa Comunión han de ser signo de
humildad, de pobreza, de espera, de disponibilidad y de confianza. También son signo de veneración, de respeto y de
acogida, pues el Pan eucarístico no se coge sino que se acoge, se recibe.
c) Gestos litúrgicos
En nuestra vida usamos no sólo palabras y actitudes o posturas, sino también está el lenguaje del gesto para expresarnos: un guiño, el
levantar el puño con el dedo pulgar arriba, el fruncir el ceño, un beso, etc.
También en la liturgia empleamos gestos. Con estos gestos, la liturgia aspira a cautivar a todo hombre y a despertar en la asamblea la
variedad de sentidos nobles, dignos del culto divino.
a) La música
Dice el cardenal Ratzinger: “La importancia que la música tiene en el marco de la religión bíblica puede deducirse
sencillamente de un dato: la palabra cantar (junto a sus derivados correspondientes: canto, etc.) es una de las más
utilizadas en la Biblia. En el Antiguo Testamento aparece en 309 ocasiones , en el Nuevo Testamento 36 . Cuando el
hombre entra en contacto con Dios, las palabras se hacen insuficientes. Se despiertan esos ámbitos de la existencia que
se convierten espontáneamente en canto” .
La música sagrada es aquella que, creada para la celebración del culto divino, posee cualidades de santidad y de
perfección de formas. La música sacra será tanto más santa cuanto más íntimamente esté unida a la acción litúrgica, ya
sea expresando con mayor delicadeza la oración o fomentando la unanimidad, ya enriqueciendo de mayor solemnidad
los ritos sagrados.
La música sagrada tiene el mismo fin que la liturgia, o sea, la gloria de Dios y la santificación de los fieles. La música
sagrada aumenta el decoro y esplendor de las solemnidades litúrgicas.
“La música sacra –dirá el papa Juan Pablo II-es un medio privilegiado para facilitar una participación activa de los fieles en la acción
sagrada, como ya recomendaba mi venerado predecesor san Pío X en el motu propio ‘Tra le sollecitudini’, cuyo centenario se celebra
este año”
El cardenal Joseph Ratzinger tiene unas bellas palabras: “ La música en la Iglesia surge como un carisma, como un don del Espíritu,
es la nueva ´lengua´ que procede del Espíritu. Sobre todo en ella tiene lugar la sobria embriaguez de la fe, porque en ella se superan
todas las posibilidades de la mera racionalidad. Pero esta ´embriaguez´ está llena de sobriedad porque Cristo y el Espíritu son
inseparables, porque este lenguaje ´ebrio´, a pesar de todo, permanece internamente en la disciplina del Logos, en una nueva
racionalidad que, más allá de toda palabra, sirve a la palabra originaria, que es el fundamento de toda razón” .
La música no debe dominar la liturgia, sino servirla. En este sentido, antes de san Pío X se celebraban muchas misas con orquestra,
algunas muy célebres, que se convertían a menudo en un gran concierto durante el cual tenía lugar la Eucaristía. Ya se desvirtuaba la
finalidad profunda de la música litúrgica, la gloria de Dios. Amenazaba la irrupción del virtuosismo, la vanidad de la propia habilidad,
que ya no está al servicio del todo, sino que quiere ponerse en una primer plano.
Todo esto hizo que en el siglo XIX, el siglo de una subjetividad que quiere emanciparse, se llegara, en muchos casos, a que lo sacro
quedase atrapado en lo operístico, recordando de nuevo aquellos peligros que, en su día, obligaron a intervenir al concilio de Trento,
que estableció la norma según la cual en la música litúrgica era prioritario el predominio de la palabra, limitando así el uso de los
instrumentos.
También Pío X intentó alejar la música operística de la liturgia, declarando el canto gregoriano y la gran polifonía de la época de la
renovación católica (con Palestrina como figura simbólica destacada) como criterio de la música litúrgica.
San Pío X ofreció como modelo de música litúrgica el canto gregoriano, porque servía a la liturgia sin dominarla. Tras el concilio
Vaticano II, con la introducción de la lengua del pueblo en la celebración, la música cambió y se buscaron otras melodías diferentes al
gregoriano. Sin embargo, el principio de que el canto debe servir a la liturgia continúa vigente.
Se permiten el canto gregoriano, la polifonía sagrada antigua y moderna, la música sagrada para órgano y el canto sagrado popular,
litúrgico y religioso.
También el Vaticano II permitió la música autóctona de los pueblos cristianos, pero adornada de las debidas cualidades. La Iglesia
aprueba y admite todas las formas musicales de arte auténtico, así vocal como instrumental. Pero de nuevo debemos recordar el
principio: la música debe servir a la liturgia, no dominarla.
También hoy, como hace cien años, existen abusos de músicas que dominan la celebración e invitan poco a rezar. En algunas misas
cantadas, con palmas y bailes, es difícil que la música ayude a rezar. Eso no significa que bailar sea malo: las personas deben
expresarse, pero también rezar. También debe tenerse en cuenta el momento de la celebración para escoger la música. Por ejemplo, un
canto muy rítmico puede ser adecuado al comienzo de una misa, pero no en el momento de la comunión.
Entre todos estos géneros musicales, la Iglesia da la preferencia al canto gregoriano, que es el propio de la Liturgia romana y al que
san Pío X califica de supremo modelo de toda música sagrada, el único que heredó de los antiguos Padres, y que custodió celosamente
durante el curso de los siglos en sus códices litúrgicos.
En la carta, fechada el 22 de noviembre, memoria de Santa Cecilia –patrona de la música sacra– el papa Juan Pablo II señala que el
centenario de la Carta del papa san Pío X “me ofrece la ocasión de recordar la importante función de la música sacra, que San Pío X
presenta tanto como medio de elevación del espíritu a Dios, como preciosa ayuda para los fieles en la participación activa de los
sacrosantos misterios y en la oración pública y solemne de la Iglesia”.
El papa hace luego un recuento de la secular enseñanza de la Iglesia sobre la nobleza e importancia del canto litúrgico; y señala que
“en tal perspectiva, a la luz del magisterio de San Pío X y de mis otros Predecesores, y teniendo en cuenta particularmente los
pronunciamientos del Concilio Vaticano II, deseo reproponer algunos principios fundamentales” respecto de la composición y el uso
de la música en las celebraciones litúrgicas.
Principios ofrece el Papa para la música dentro de las celebraciones litúrgicas católicas
El Pontífice reconoce el valor de la música popular litúrgica, pero respecto de ella señala que “hago mía la ‘ley
general’ que san Pío X formulaba en estos términos: Tanto una composición para la iglesia es más sagrada y
litúrgica, cuanto más en el ritmo, en la inspiración y en el sabor se apoya en la melodía gregoriana, y tanto menos
es digna del templo, cuanto más alejada se reconoce de aquel supremo modelo”.
Juan Pablo II señala que hoy “no faltan compositores capaces de ofrecer, en este espíritu, su indispensable
aporte y su competente colaboración para incrementar el patrimonio de la música al servicio de una Liturgia
siempre más intensamente vivida”.
El papa recuerda que san Pío X, “dirigiéndose a los Obispos, prescribía que instituyesen en sus diócesis una
comisión especial de personas verdaderamente competentes en cosas de música sagrada”. “Allí donde la
disposición pontificia fue puesta en práctica los frutos no han faltado”, destaca el Papa; por ello, augura que “los
obispos sigan secundando el compromiso de estas comisiones, favoreciendo la eficacia en el ámbito pastoral”.
“También confío que las conferencias episcopales realicen cuidadosamente el examen de los textos destinados
al canto litúrgico, y presten especial atención a la evaluación y promoción de melodías que sean verdaderamente
aptas para el uso sagrado”, concluye le Pontífice.
El cardenal Ratzinger enumera otros criterios sobre la música sagrada, que me parecen importantes destacar , y
que quiero aquí resumir:
La letra de la música litúrgica tiene que estar basada en la Sagrada Escritura.
La liturgia cristiana no está abierta a cualquier tipo de música. Exige un criterio, y este criterio es el Logos,
entendido aquí como razón. Sólo así esa música nos elevará el corazón. La música sagrada no debe arrastrar al
hombre a la ebriedad de los sentidos, pisoteando la racionalidad y sometiendo el espíritu a los sentidos.
Nuestro canto litúrgico es participación del canto y la oración de la gran liturgia, que abarca toda la creación. Así
vencemos el subjetivismo y el individualismo, que llevaría al virtuosismo y a la vanidad.
b) El arte
Aquí habría que decir mucho sobre el valor de las imágenes, que los protestantes tanto nos echan en cara,
diciéndonos que nosotros, los cristianos, adoramos las imágenes.
Nosotros les respondemos así: “Las imágenes de Cristo, de la Virgen, Madre de Dios, y las de otros santos, hay
que tenerlas y guardarlas sobre todo en los templos y tributarles la veneración y el honor debidos. No es que se
crea que en ellas hay algo de divino..., sino que el honor que se les tributa se refiere a los modelos originales por
ellos representados. Por tanto, a través de las imágenes que besamos y ante las cuales, descubrimos nuestra
cabeza y nos postramos, adoramos a Cristo y veneramos a los santos cuya semejanza ellas evocan”(Concilio de
Trento, Ses. XXV).
El cardenal Ratzinger nos dice: “El icono (imagen) conduce al que lo contempla, mediante esa mirada interior que
ha tomado cuerpo en el icono, a que vea en lo sensorial lo que va más allá de lo sensorial y que, por otra parte,
pasa a formar parte de los sentidos. El icono presupone, como lo expresa Evdokimov con gran belleza, un ´ayuno
de la vista´... El icono procede de la oración y conduce a la oración, libera de la cerrazón de los sentidos que sólo
perciben lo exterior, la superficie material y no se percatan de la transparencia del espíritu, de la transparencia del
Logos en la realidad”.
Continúa: “En el fondo, lo que está en juego es el salto que lleva a la fe...Si no tiene lugar una apertura interior en
el hombre, que le haga ver algo más de lo que se puede pedir y se puede pesar, y que le haga percibir el
resplandor de lo divino en la creación, Dios quedará excluido de nuestro campo visual...Sólo cuando se haya
entendido esta orientación interior del icono se podrá comprender, en su justa medida, la razón por la cual el
segundo Concilio de Nicea, y todos los sínodos siguientes que se refirieron a los iconos, apreciaron en el icono
una profesión de fe en la Encarnación y consideraron la iconoclastia como la negación de la Encarnación, como
la suma de todas las herejías. La Encarnación significa, ante todo, que Dios, el Invisible, entra en el espacio de lo
visible, para que nosotros, que estamos atados a lo material, podamos conocerle... Dios es el totalmente Otro,
pero es lo suficientemente poderoso para poder manifestarse. Y ha hecho a su criatura de modo que sea capaz
de ´verlo´ y amarlo .
El Concilio Vaticano II en su constitución sobre la Sagrada Liturgia dice que el arte que se emplee en todo lo
relacionado con la liturgia debe orientar santamente a los hombres hacia Dios y debe estar de acuerdo con la fe,
la piedad y las leyes religiosas tradicionales (cf. Sacrosanctum Concilium, n. 122).
Por tanto, tiene que ser un arte digno y reverente. Se debe buscar más una noble belleza que la mera suntuosidad
(cf. Sacrosanctum Concilium, n. 124). Esto se ha de aplicar también a las vestiduras y ornamentación sagrada.
Hay que excluir, por lo mismo, aquellas obras artísticas que repugnen a la fe, a las costumbres y a la piedad
cristiana, y ofendan el sentido auténticamente religioso, ya sea por la depravación de las formas, ya sea por la
insuficiencia, la mediocridad o la falsedad del arte (cf. Sacrosanctum Concilium, n. 124).
Sobre las imágenes, también el Concilio ha dado su palabra: deben exponerse las imágenes sagradas a la
veneración de los fieles, pero con moderación en el número y guardando entre ellas el debido orden, a fin de que
no causen extrañeza al pueblo cristiano ni favorezcan una devoción menos ortodoxa (cf. Sacrosanctum
Concilium, n. 125).
Al edificar los templos, se debe procurar que sean aptos para la celebración de las acciones litúrgicas y para
conseguir la participación de los fieles (n. 124).
El cardenal Ratzinger en este libro antes citado nos resume así los principios fundamentales de un arte asociado
a la liturgia :
La ausencia total de imágenes no es compatible con la fe en la Encarnación de Dios. Dios, en su actuación
histórica, ha entrado en nuestro mundo sensible para que el mundo se haga transparente hacia Él. Las imágenes
de lo bello en las que se hace visible el misterio del Dios invisible forman parte del culto cristiano. Ciertamente,
siempre habrá altibajos según los tiempos, avance y retroceso y, por tanto, también habrá tiempos de cierta
pobreza en las imágenes. Pero jamás podrán faltar por completo. La iconoclastia no es una opción cristiana.
El arte sagrado encuentra sus contenidos en las imágenes de la historia de la salvación, comenzando por la
creación, desde el primer día, hasta el octavo: el día de la resurrección y de la segunda venida, en el que se
consuma la línea de la historia cerrando el círculo. Forman parte de él, sobre todo, las imágenes de la historia
bíblica, pero también la historia de los santos como concreciones de la historia de Jesucristo, como fruto
maduro de esa semilla de trigo que cae en tierra y muere a lo largo de toda la historia. “No luchas sólo contra los
iconos, luchas contra los santos”, había objetado san Juan Damasceno al emperador León III, enemigo de las
imágenes. En esta misma línea el papa Gregorio III introdujo en Roma, durante este periodo, la fiesta de todos los
Santos.
Las imágenes de la historia de Dios con los hombres no sólo muestran una serie de acontecimientos del pasado,
sino que ponen de manifiesto, a través de ellos, la unidad interna de la actuación de Dios. Remiten al sacramento
–sobre todo al bautismo y la eucaristía- y en ellos están contenidos, de tal manera, que apuntan también al
presente. Guardan una íntima y estrecha relación con la acción litúrgica. La historia llega a ser sacramento en
Jesucristo, que es la fuente de los sacramentos. Por esto mismo, la imagen de Cristo es el centro del arte
figurativo sagrado. El centro de la imagen de Cristo es el misterio pascual: Cristo se representa como crucificado,
como resucitado, como aquél que ha de venir y cuyo poder aún permanece oculto. Cada imagen de Cristo tiene
que reunir estos tres aspectos esenciales del misterio de Cristo, y ser, en este sentido, una imagen de la Pascua.
La imagen de Cristo y las imágenes de los santos no son fotografías. Su cometido es llevar más allá de lo
constatable desde el punto de vista material, consiste en despertar los sentidos internos y enseñar una nueva
forma de mirar que perciba lo invisible en lo visible. La sacralidad de la imagen consiste precisamente en que
procede de una contemplación interior y, por esto mismo, lleva a una contemplación interior. Tiene que ser fruto
de esa contemplación interior, de un encuentro creyente con la nueva realidad del resucitado y, de este modo,
remitir de nuevo hacia la contemplación interior, hacia el encuentro con el Señor en la oración. La imagen está al
servicio de la liturgia; la oración y la contemplación en la que se forman las imágenes tienen que realizarse en
comunión con la fe de la Iglesia. La dimensión eclesial es fundamental en el arte sagrado y, con ellos, también la
relación interior con la historia de la fe, con la Sagrada Escritura y con la Tradición.
La Iglesia de Occidente no puede renegar de ese camino específico que ha ido recorriendo aproximadamente
desde el siglo XIII. Pero tiene que hacer suyas las conclusiones del séptimo Concilio ecuménico, el segundo de
Nicea, que reconoció la importancia fundamental y el lugar teológico de la imagen en la Iglesia.
No es necesario que se someta a todas y cada una de las normas que fueron desarrollándose en los sucesivos
concilios y sínodos que hubo en Oriente, y que tuvieron una sistematización definitiva en el concilio de Moscú, en
el 1551, el llamado Concilio de los Cien Cánones. Pero sí que se deberían considerar como normativas las líneas
fundamentales de esta teología de la imagen.
Ciertamente, no deben existir normas rígidas: las nuevas experiencias religiosas y los dones de las nuevas
instituciones tienen que encontrar su lugar en la Iglesia. Pero sigue habiendo una diferencia entre el arte sacro
(en lo que respecta a la liturgia, perteneciente al ámbito eclesial) y el arte religioso en general. El arte sacro no
puede ser el ámbito de la pura arbitrariedad. Las formas artísticas que niegan la presencia del Logos en la
realidad y fijan la atención del hombre en la apariencia sensible, no pueden conciliarse con el sentido de la
imagen en la Iglesia. De la subjetividad aislada no puede surgir el arte sacro.
El arte sacro presupone, más bien, el sujeto interiormente formado en la Iglesia, y abierto al nosotros. Sólo de
este modo el arte hace visible la fe común, y vuelve a hablar al corazón creyente. La libertad del arte, que tiene
que existir también en el ámbito más delimitado del arte sacro, no es arbitrariedad. Se desarrolla según los
criterios que hemos indicado en los primeros cuatro puntos de este reflexión final y que pretenden resumir las
constantes de la tradición figurativa de la Iglesia. Sin fe no existe un arte adecuado a la liturgia. El arte sacro está
bajo el imperativo de la segunda carta a los corintios: con la mirada puesta en el Señor “nos vamos
transformando en su imagen con resplandor creciente; así es como actúa el Señor, que es Espíritu”.
El arte no puede “producirse” como se encargan y producen los aparatos técnicos. Siempre es un don. La
inspiración no es algo de lo que se pueda disponer, hay que recibirla gratuitamente. La renovación del arte en la
fe no se consigue ni con dinero ni con comisiones. Presupone, antes que otra cosa, el don del nuevo modo de
ver. Por eso, todos deberíamos estar preocupados de conseguir nuevamente esa fe capaz de contemplar. Allí
donde esto ocurre, el arte encuentra también su justa expresión.
“La acción litúrgica reviste una forma más noble cuando los oficios divinos se celebran solemnemente con canto y cuando
en ellos intervienen los ministros sagrados y el pueblo también participa activamente.” (SC 113)
GENERALIDADES
La Celebración (vista como la liturgia en cuanto acción) es una categoría fundamental para definir a la Liturgia como
acción representativa y actualizadora del Misterio de Cristo y de la historia de la salvación. Esta acción litúrgica
(celebración de la fe) tiene cuatro componentes: el acontecimiento que motiva la celebración (evocado por la Palabra de
Dios), la asamblea celebrante (la Iglesia como sujeto de la acción), la acción ritual (respuesta a la palabra de Dios a
través del canto y la oración: Plegaria Eucarística) y el clima festivo (lugar, tiempo, signos y símbolos) que lo llena todo.
En este tema estudiaremos el primer modo de respuesta a la Palabra de Dios, el canto. Junto al canto es preciso tratar de
la música, que no sólo lo acompaña, sino que tiene, ella sola, una función en la celebración.
El canto es una realidad religiosa en toda la Biblia y, particularmente en todo los Evangelios. El propio Señor acudía a la
sinagoga según su costumbre (cf. Lc 4, 16) y allí tomaba parte en el canto de los salmos. En la Última Cena cantó los
himnos del rito pascual (cf. Mt 26, 30).
Espiritualidad bíblica El canto en la Biblia está precedido por el reconocimiento de la presencia de Dios en sus obras de
la creación y en sus intervenciones salvíficas en la historia. El ejemplo más acabado son los salmos, que abarcan todas
las formas de expresión sonora, desde el grito y la exclamación gozosa hasta el cántico acompañado de la música y la
danza (cf. Sal 47,2.7; 81,2; 98,4.6, etc.). La invitación al canto es frecuente al comienzo de la alabanza (cf. Ex 15,21; Is
42,10; Sal 105,1), adquiriendo poco a poco connotaciones mesiánicas y escatológicas, al aludir al cántico nuevo que toda
la tierra debe entonar (cf. Sal 96,1) cuando se cumplan las magníficas promesas del Señor (cf. Sal 42,10; 149,1). Este
cántico se ha iniciado en la victoria de Cristo sobre la muerte, siendo cantado por todos los redimidos (cf. Ap 4,9-14; 14,2-
3, 15,3-4).La Iglesia primitiva continuó la práctica sinagogal del canto de los salmos y de otros himnos: «Llenaos más
bien del Espíritu y recitad entre vosotros salmos, himnos y cánticos inspirados; cantad y salmodiad (celebrad) en vuestro
corazón al Señor, dando gracias continuamente y por todo a Dios Padre, en nombre de nuestro Señor Jesucristo.» (Ef.
5,18b-20; cf. Col. 3,16); «Sufre alguno entre vosotros? Que ore. Está alguno alegre? Que cante salmos.» (St 5,13). En
Corinto cada uno llevaba su salmo a la reunión, de forma que San Pablo advierte que «se hagan para edificación de
todos».
Testimonio de la historia A comienzos del siglo II los cristianos se reunían antes del amanecer “para cantar un himno a
Cristo, como a un dios” (cf. Plinio, El joven, Ep. X, 96,7). En la época patrística los testimonios sobre el canto litúrgico se
multiplican. He aquí un ejemplo significativo: «Cuando siento que aquellos textos sagrados, cantados así, constituyen un
estímulo más fervoroso y ardiente de piedra para nuestro espíritu que si no se cantaran. Todos los sentimientos de
nuestro espíritu, en su variada gama de matices, hallan en la voz y en el canto de sus propias correspondencias o modos.
Excitan estos sentimientos con una afinidad que voy calificar de misteriosa» (cf. S. Agustín, Confes. X, 33,49).Sin
embargo No todos los Santos Padres fueron unos entusiastas del canto en la liturgia. Estas actitudes manifiestan que en
la Iglesia siempre ha existido una preocupación muy grande por el carácter auténticamente religioso y litúrgico del canto
y de la música en el interior de las celebraciones.Los últimos y mas notables ejemplos son el motu propio Tra le
Sollecitudini de San Pío X (22-XII-1903), la encíclica Musicae Sacrae disciplina de Pío XII (25-XII-1955), la instrucción
sobre la Música Sagrada de la Sagrada Congregación: (3-IX-1958) y la Constitución Sacrosanctum Concilium del
Vaticano II (4-XIl-1963), que dedica el capítulo VI a la música. Este documento significa la culminación de todo un
movimiento de restauración del canto gregoriano y de renovación del canto popular religioso.Después del Vaticano II se
produjo el fenómeno de la proliferación de una música muy difícil de enjuiciar todavía desde el punto de vista de los
criterios litúrgicos y pastorales del canto y de la renovación en la liturgia. Entre los documentos postconciliares
dedicados a la renovación de la liturgia hay que citar la Instrucción Músicam Sacram del 5-III-1967, siendo muy
numerosos los que se han ocupado del canto y de la música de una manera puntual.
Aunque casi nunca surge la pregunta ¿por qué cantamos en nuestra celebraciones?, es bueno dar razones sobre esta
actitud.
El canto expresa y realiza nuestras actitudes interiores. Expresa las ideas y los sentimientos, las actitudes y los deseos.
Es un lenguaje universal con un poder expresivo que muchas veces llega a donde no llega la sola palabra. En la liturgia el
canto tiene un función clara: expresa nuestra postura ante Dios (alabanza, petición) y nuestra sintonía con la comunidad
y con el misterio que celebramos.
El canto hace comunidad. El canto pone de manifiesto de un modo pleno y perfecto la índole comunitaria del culto
cristiano. Cantar en común une. Nuestra fe no es sólo asunto personal nuestro: somos comunidad, y el canto es uno de
los mejores signos del sentir común.
El canto hace fiesta. El valor del canto es el de crear un clima más festivo y solemne, ya sea expresado con mayor
delicadeza la oración o fomentando la unidad. “Nada más festivo y más grato en las celebraciones sagradas, exprese su
fe y su piedad por el canto” (MS 16).
La función ministerial del canto. La razón de ser de la música en la celebración cristiana le viene de la celebración misma
y de la comunidad celebrante. La música y el canto tienen dos puntos de referencias: el ritmo litúrgico y la comunidad
celebrante. El canto sirve “ministerialmente” al rito celebrado por la comunidad
El coro es ministerialmente un elemento importante para la participación litúrgica en general y para el canto del pueblo en
concreto. Todo depende de que se plantee bien su función. No se trata de un coro que suplica o suplante el canto del
pueblo asumiendo en solitario las funciones que corresponde a la asamblea. Pero sí de un coro que enriquezca el canto
del pueblo que, creando espacios de descanso, fomente la contemplación del ministerio, que ayude a dar un color más
propio a cada una de las celebraciones y que finalmente anime el canto de toda la asamblea. Entonces, ¿cuáles serán las
facetas del coro?.
Quién es el salmista
El salmista había sido un personaje entrañable en los primeros siglos. Se apreciaba su arte musical, hecho de técnica y
de fe. Cantilando las estrofas del salmo, para que la comunidad intercalara a cada una su respuesta cantaba, creaba un
clima de serena profundización. El Papa San Dámaso habla del “placidum modulamen” del salmista en sus misas; una
modulación plácida que infundió serenidad y contribuían a que fueran penetrando los sentimientos del salmo en los
espíritus de los fieles.
Podemos afirmar que el salmista es uno de los ministerios más ricos, pues es desde la liturgia donde Cristo se hace
presente como cabeza de su Cuerpo, Mediador entre Dios y los hombres, y con nosotros canta las alabanzas a “nuestro”
Padre.
Elementos Literarios
Entre los elementos de la liturgia se destacan por su importancia y riqueza los libros sagrados. En ellos están contenidos
todos sus ritos y fórmulas, su canto y sus ceremonias. Su creación, custodia y desarrollo competen a la Sede Apostólica,
a través, principalmente de la Sagrada Congregación para el Culto Divino y de las conferencias episcopales en lo que les
corresponde, siempre en comunión con el Santo Padre, el Papa.
Al inicio de la Iglesia sólo se usaban el Antiguo y el Nuevo Testamento. Al desarrollarse las ceremonias litúrgicas
también se hizo necesario el desarrollo de los libros para una riqueza litúrgica. Así nació el Canon de la Misa, con los
primitivos dípticos para recordar las intenciones y nombres recomendados de la comunidad cristiana.
La fe cristiana los revistió de belleza externa, igual que a los vasos y objetos del altar. Hoy podemos admirarnos ante los
hermosos evangeliarios, cantorales y rituales, en pergamino ricamente miniados y encuadernados.
Los libros litúrgicos latinos tradicionales son éstos: el Misal, el Breviario o Liturgia de las Horas, el Ritual, el Pontifical, el
Leccionario. Complemento del Misal es el Oracional.
a) El Misal contiene todos los textos oficiales necesarios para la celebración del Santo Sacrificio de la Misa.
b) El Breviario o Liturgia de las Horas reúne los salmos, antífonas, lecturas, versículos, responsorios, cánticos, himnos y
oraciones de la Divina Alabanza de cada día.
c) El Ritual es el manual sacerdotal que contiene las preces y fórmulas y ritos oficiales para la administración de los
sacramentos y sacramentales, las procesiones clásicas y toda clase de bendiciones.
d) El Pontifical contiene los textos y rúbricas de ciertas funciones solemnes propias de los obispos: confirmación y orden
sagrado; consagraciones y dedicaciones de templos y altares; coronación de sagradas imágenes, santos óleos;
bendiciones de abades y abadesas; consagraciones de vírgenes, etc.
e) El Leccionario repartido en varios tomos, contiene las lecturas bíblicas de todo el año litúrgico, en tres ciclos anuales
(A,B,C). Recoge lo más importante de la Biblia. Son lecturas muy bien escogidas y concuerdan con el espíritu del ciclo
anual temporal y santoral, y particularmente dominical.
f) El Oracional es el libro de la oración de los fieles, que se reza después del Credo y donde elevamos nuestras peticiones
por la Iglesia, por el mundo y por nuestras necesidades particulares.
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Dudas
Coro
Relicario. -Pieza destinada a conservar o exponer a la
pública veneración objetos que pertenecieron al Señor o a los
santos, y de éstos, ante todo, sus cuerpos enteros o partes de
ellos, o simplemente lienzos tocados a los mismos. Para la
historia de las artes menores los relicarios son de capital
importancia.
Vitrales:
Loa vitrales son uno de los más bellos tesoros de las iglesias
cristianas y están para inspirar y educar a los fieles en muchas
verdades espirituales. Siguen siendo una parte esencial de la
arquitectura eclesiástica y continúan usándose en
construcciones nuevas de todo el mundo.
La Puerta:
Las ínfulas: