Orden y Ministerios Historia
Orden y Ministerios Historia
Orden y Ministerios Historia
Los escritos de esta época presentan diversas estructuras ministeriales, que muestran una
evolución hacia el episcopado monárquico, sin demasiada uniformidad entre las diferentes
regiones de la Iglesia
Los ministros tienen por tarea la enseñanza de la doctrina recibida del Señor, y cuando son
estables, presiden también la comunidad.
La presidencia de la eucaristía está indicada de modo amplio, tanto para los profetas (“que den
gracias”), como para los epíscopos y diáconos, de cuya designación se habla luego de describir
la celebración del Día del Señor.
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Para toda esta parte histórica, ver: R. ARNAU, Orden y ministerios, BAC, Madrid 1995, pp. 63-166; D. BOROBIO,
Los ministerios en la comunidad, Centre de Pastoral Litúrgica, Barcelona 1999, pp. 143ss.; J.M. CANTÓ,
Sacramento del Orden (apuntes de clase), San Miguel 2009; I. OÑATIBIA, «Ministerios eclesiales: Orden», en D.
Borobio (dir.) La celebración en la Iglesia II. Sacramentos, Sígueme, Salamanca 1988, pp. 598-626.
Los profetas
XI, 7-8: No tentéis ni examinéis a ningún profeta que habla en espíritu, porque todo pecado será
perdonado, mas este pecado no se perdonará. Sin embargo, no todo el que habla en espíritu es profeta,
sino el que tiene las costumbres del Señor. Así, pues, por sus costumbres se discernirá al verdadero y al
falso profeta.
XI, 1-6: Ahora, todo el que viniere a vosotros y os enseñare todo lo anteriormente dicho, recibidle. Mas
si, extraviado el maestro (didascalos) mismo, os enseñare otra doctrina para vuestra disolución, no le
escuchéis; si os enseña, en cambio, para acrecentamiento de vuestra justicia y conocimiento del Señor,
recibidle como al Señor mismo.
Respecto a apóstoles y profetas, obrad conforme a la doctrina del Evangelio. Ahora bien, todo apóstol que
venga a vosotros, sea recibido como el Señor. Sin embargo, no se detendrá más que un solo día. Si
hubiere necesidad, otro más. Mas si se queda tres días, es un falso profeta. Al salir el apóstol, nada lleve
consigo, si no fuere pan, hasta nuevo alojamiento. Si pide dinero, es un falso profeta.
Epíscopos y diáconos
XV, 1-2: Elegíos, pues, epíscopos y diáconos dignos del Señor, que sean hombres mansos,
desinteresados, verdaderos y probados, porque también ellos os administran el ministerio (leitourgias) de
los profetas y maestros.
No los despreciéis, pues, porque ellos son los honrados entre vosotros, juntamente con los profetas y
maestros.
2. Clemente romano: Primera carta a los Corintios [ca. 96-98. Persecución de Domiciano]
Nombra como ministros a los obispos y los diáconos. Fluctúa el vocabulario entre “epíscopos” y
“presbíteros”. El fundamento de su ministerio está en la misión, que es continuación de la del
Señor (concepción “descendente” del ministerio).
XLII: Los Apóstoles nos predicaron el Evangelio de parte del Señor Jesucristo; Jesucristo fue enviado de
Dios. En resumen, Cristo de parte de Dios, y los Apóstoles de parte de Cristo; una y otra cosa, por ende,
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sucedieron ordenadamente por voluntad de Dios. Así pues, habiendo los Apóstoles recibido los mandatos
y plenamente asegurados por la resurrección del Señor Jesús y confirmados en la fe por la palabra de
Dios, salieron, llenos de la certidumbre que les infundió el Espíritu Santo, a dar la alegre noticia de que el
reino de Dios estaba para llegar. Y así, según pregonaban por lugares y ciudades la buena nueva y
bautizaban a los que obedecían al designio de Dios, iban estableciendo a los que eran primicias de ellos -
después de probarlos por el Espíritu- por obispos y diáconos de los que habían de creer. Y esto no era
novedad, pues de mucho tiempo atrás se había ya escrito acerca de tales obispos y diáconos. La Escritura,
en efecto, dice así en algún lugar: "Estableceré a los inspectores de ellos en justicia y a sus ministros en
fe" (Is 60,17).
XLIV: También nuestros Apóstoles tuvieron conocimiento, por inspiración de nuestro Señor Jesucristo,
que habría contienda sobre este nombre y dignidad del episcopado. Por esta causa, pues, como tuvieran
perfecto conocimiento de lo por venir, establecieron a los susodichos y juntamente impusieron para
adelante la norma de que, en muriendo éstos, otros que fueran varones probados les sucedieran en el
ministerio. Ahora, pues, a los hombres establecidos por los Apóstoles, o posteriormente por otros
eximíos varones con consentimiento de la Iglesia entera; hombres que han servido irreprochablemente al
rebaño de Cristo con Espíritu de humildad, pacífica y desinteresadamente; atestiguados durante mucho
tiempo por todos; a tales hombres, os decimos, no creemos que se les pueda expulsar justamente de su
ministerio. Y es así que cometeremos un pecado nada pequeño si deponemos de su puesto de obispos a
quienes intachable y religiosamente han ofrecido los dones. Felices los presbíteros que nos han
precedido en el viaje a la eternidad, los cuales tuvieron un fin fructuoso y cumplido, pues no tienen ya que
temer que nadie los eche del lugar que ocupan. Lo cual decimos porque vemos que vosotros habéis
removido de su ministerio a algunos que lo honraron con conducta santa e irreprochable.
Utiliza imágenes del AT para referirse a la misión de los ministros, comparándolos con los
diversos tipos de sacrificio y el orden que se debía guardar en ellos. Cita el triple orden del
sacerdocio judío: sumo sacerdote, sacerdotes ordinarios y levitas. Y junto a ellos, los laicos.
XL: Porque Él mandó que las ofrendas y ministerios (leitourgias) se cumplieran no al acaso y sin orden ni
concierto, sino en determinados tiempos y sazón. Y dónde y por quiénes quiere que se ejecuten, Él mismo
lo determinó con su querer soberano, a fin de que, haciéndose todo santamente, sea acepto en beneplácito
a su voluntad. Consiguientemente, los que en sus tiempos diputados hacen sus ofrendas, ésos son aceptos
y bienaventurados; pues siguiendo las ordenaciones del Señor, no pecan. Y en efecto, al sumo sacerdote
de la antigua Ley le estaban encomendadas sus propias funciones (leitourgian); su propio lugar tenían
señalado los sacerdotes (hiereus) ordinarios, y propios ministerios (diakoniai) incumbían a los levitas, el
hombre laico, en fin, por preceptos laicos está ligado.
XLI: Procuremos, hermanos, cada uno agradar a Dios en nuestro propio puesto, conservándonos en buena
conciencia, procurando, con espíritu de reverencia, no transgredir la regla de su propio ministerio. No en
todas partes, hermanos, se ofrecen sacrificios perpetuos, o votivos, o propiciatorios, o por el pecado, sino
únicamente en Jerusalén, y aun allí tampoco se ofrecen en todas partes, sino delante del santuario, junto al
altar, después que la víctima fue examinada en sus tachas por el sumo sacerdote y ministerios antedichos.
(...)
3
Aunque todavía no se aplica a los tres órdenes del ministerio cristiano, ni a la separación entre
“clérigos y laicos”, representa un primer indicio de lo que luego se extenderá en la teología del
ministerio.
Vis. II, 4, 3: Por tanto, sacarás dos copias y enviarás una a Clemente y otra a Grapta. Clemente, por su
parte, la remitirá a las ciudades de fuera, pues a él le está encomendado, y Grapta amonestará a las viudas
y a los huérfanos. Tú, en fin, lo leerás en esta ciudad entre los presbíteros que presiden la Iglesia.
Vis. III, 5,1: Escucha ahora acerca de las piedras que entran en la construcción. Las piedras cuadradas y
blancas, que ajustaban perfectamente en sus junturas, representan los apóstoles, epíscopos, maestros y
diáconos que caminan según la santidad de Dios, los que desempeñaron sus ministerios de epíscopos,
maestros y diáconos pura y santamente en servicio de los elegidos de Dios. De ellos, unos han muerto,
otros viven todavía. Estos son los que estuvieron siempre en armonía unos con otros, conservaron la paz
entre sí y se escucharon mutuamente. De ahí que en la construcción de la torre encajaban ajustadamente
sus junturas.
Los apóstoles y profetas ya no aparecen como ministros existentes, sino en una referencia al
pasado.
VI, 3: Sirvámosle, pues, con temor y con toda reverencia, como Él mismo nos lo mandó, y también los
Apóstoles que nos predicaron el Evangelio, y los profetas que, de antemano, pregonaron la venida de
nuestro Señor. Seamos celosos del bien y apartémonos de los escándalos, de falsos hermanos y de
aquellos que hipócritamente llevan el nombre del Señor para extraviar a los hombres vacuos.
Del ministerio forman parte presbíteros y diáconos. Se los nombra en forma colegiada. Se
desarrollan las cualidades requeridas tanto por los diáconos, como por los presbíteros. De éstos
se subrayan sus funciones pastorales, y se hace una referencia al perdón de los pecados.
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Los diáconos
V, 2: Los diáconos, igualmente, sean irreprochables delante de su justicia, como ministros que son de
Dios y de Cristo y no de los hombres: no calumniadores, no dobles de lengua, desinteresados, continentes
en todo, misericordiosos, diligentes, caminando conforme a la verdad del Señor, que se hizo ministro y
servidor de todos. Si en este siglo le agradáremos, recibiremos en pago el venidero, según Él nos
prometió resucitarnos de entre los muertos y que, si lleváremos conducta digna de Él, reinaremos también
con Él. Caso, eso sí, de que tengamos fe.
Los presbíteros
V, 1-2: Mas también los presbíteros han de tener entrañas de misericordia, compasivos para con todos,
tratando de traer a buen camino lo extraviado, visitando a todos los enfermos; no descuidándose de
atender a la viuda, al huérfano y al pobre; "atendiendo siempre al bien, tanto delante de Dios como de los
hombres" (Prov 3,4; Rm 12, 17), muy ajenos de toda ira, de toda acepción de personas y juicio injusto,
lejos de todo amor al dinero, no creyendo demasiado aprisa la acusación contra nadie, no severos en sus
juicios, sabiendo que todos somos deudores de pecado. Ahora bien, si al Señor le rogamos que nos
perdone, también nosotros debemos perdonar; porque delante de los ojos del que es Señor y Dios estamos
y todos hemos de presentarnos ante el tribunal de Cristo, donde cada uno tendrá que dar cuenta de sí
mismo.
Policarpo aparece con un grado de preeminencia: La carta comienza “Policarpo y los ancianos
(presbyteroi) que están con él”. Aunque todavía no se puede hablar de episcopado monárquico,
ya se ve una tendencia en ese sentido.
“El estudio de esta primera época de la patrística ofrece unos resultados muy claros que, por su
intrínseco valor no sólo histórico sino también teológico, interesa recoger de modo sistemático.
Y con el fin de hacerlo con la mayor precisión posible, los ofrecemos en forma de escuetas
conclusiones.
2
Orden y Ministerios, p. 76.
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es la misión, que, arrancando de Jesucristo, continúa viva desde los Apóstoles por la
sucesión del mitente al enviado.
3. Esta misión se concreta básicamente en el orden ministerial de los obispos-presbíteros, a
los que acompañan los diáconos.
4. Los ministros presiden de forma colegial la comunidad cristiana, aunque comienzan a
insinuarse determinados indicios que permiten advertir la apertura eclesial hacia el
episcopado monárquico.
5. Es competencia de la comunidad elegir a quienes la tienen que presidir.
B. El ministerio monárquico
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Estructura jerárquica de la Iglesia
Magnesia VI, 1: …yo os exhorto a que pongáis empeño por hacerlo todo en la concordia de Dios,
presidiendo el obispo, que ocupa el lugar de Dios, y los presbíteros, que representan el colegio de los
Apóstoles, y teniendo los diáconos, para mí dulcísimos, encomendado el ministerio de Jesucristo, el que
antes de los siglos estaba junto al Padre y se manifestó al fin de los tiempos.
Trales II, 1-3: Y es así que, sometidos como estáis a vuestro obispo como si fuera el mismo Jesucristo, os
presentáis a mis ojos no como quienes viven según los hombres, sino conforme a Jesucristo mismo, el
que murió por nosotros, a fin de que, por la fe en su muerte, escapéis a la muerte.
Necesario es, por tanto, como ya lo practicáis, que no hagáis cosa alguna sin contar con el obispo; antes
someteos también al colegio de los presbíteros, como a los Apóstoles de Jesucristo, esperanza nuestra, en
quien hemos de encontrarnos en toda nuestra conducta.
Es también preciso que los diáconos, ministros que son de los misterios de Jesucristo, traten por todos los
modos de hacerse gratos a todos; porque no son ministros de comidas y bebidas, sino servidores de la
Iglesia de Dios. Es, pues, menester que se guarden de cuanto pudiera echárseles en cara, como de fuego.
III, 1: Ahora que, por vuestra parte, todos habéis también de respetar a los diáconos como a Jesucristo.
Lo mismo digo del obispo, que es figura del Padre, y de los presbíteros, que representan el senado de
Dios y la alianza o colegio de los Apóstoles. Quitados éstos, no hay nombre de Iglesia.
Mag. III, 2: Así, pues, para honor de Aquel que nos ha amado, es conveniente obedecer sin género de
fingimiento. Porque no es a este obispo que vemos a quien se quiere engañar, sino que se pretende burlar
al obispo invisible. Ahora bien, en este caso, ya no es asunto de carne, sino asunto que atañe a Dios, a
quien aun lo escondido está patente.
VII, 1: Por consiguiente, a la manera que el Señor nada hizo sin contar con su Padre, hecho como estaba
una cosa con Él -nada, digo, ni por sí mismo ni por sus Apóstoles-; así vosotros nada hagáis tampoco sin
contar con vuestro obispo y los presbíteros; ni tratéis de colorear como laudable nada que hagáis solos,
sino, reunidos en común, haya una sola oración, una sola esperanza en la caridad, en la alegría sin tacha,
que es Jesucristo, mejor que el cual nada existe.
Corred todos a una como a un solo templo de Dios, como a un solo altar, a un solo Jesucristo, que
procede de un solo Padre, para uno solo es y a uno solo ha vuelto.
Tral. VII, 1-2: ¡Alerta, pues, contra los tales! (los herejes). Y así será a condición de que no os engriáis y
os mantengáis inseparables de Jesucristo Dios, de vuestro obispo y de las ordenaciones de los Apóstoles.
El que está dentro del altar es puro; mas el que está fuera del altar, no es puro. Quiero decir, el que hace
algo a espaldas del obispo y de los presbíteros y de los diáconos, ése es el que no está puro y limpio en su
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conciencia.
Efeso II, 2: Bien es, pues, que por todos los modos glorifiquéis a Jesucristo, que os ha glorificado a
vosotros, a fin de que, afirmados en unánime obediencia, sometidos al obispo y al colegio de presbíteros,
seáis de todo en todo santificados.
Mag. II, 1: Así, pues, a todos vosotros tuve la suerte de veros en la persona de Damas, obispo vuestro
digno de Dios, y de vuestros dignos presbíteros Bajo y Apolonio, así como del diácono Soción, conservo
mío, de quien ojalá me fuera a mí dado gozar, pues se somete a su obispo como a la gracia de Dios y al
colegio de presbíteros como a la ley de Jesucristo.
Esmirna VIII, 1: Seguid todos al obispo, como Jesucristo al Padre, y al colegio de presbíteros como a los
Apóstoles; en cuanto a los diáconos, reverenciadlos como al mandamiento de Dios.
Ef. IV, 1: Síguese de ahí que os conviene correr a una con el sentir de vuestro obispo, que es justamente
lo que ya hacéis. En efecto, vuestro colegio de ancianos, digno del nombre que lleva, digno, otrosí, de
Dios, así está armoniosamente concertado con su obispo como las cuerdas con la lira.
XX, 2: Y lo haré con particular placer si el Señor me manifestare que todos y cada uno os congregáis, por
la gracia que viene de su Nombre, en unánime fe y en Jesucristo, Él, que según la carne, es del linaje de
David, hijo del hombre e hijo de Dios; si os congregáis, repito, para mostrar vuestra obediencia al obispo
y al colegio de presbíteros con indivisible pensamiento, rompiendo un solo pan, que es medicina de
inmortalidad, antídoto contra la muerte y alimento para vivir por siempre en Jesucristo.
Mag. XIII, 1: Poned, pues, todo empeño en afianzaros en los decretos del Señor y de los Apóstoles, a fin
de que todo cuanto hiciereis os salga prósperamente, en la carne y en el espíritu, en la fe y en la caridad,
en el Hijo, en el Padre y en el Espíritu, en el principio y en el fin, unidos a vuestro obispo dignísimo y a la
espiritual corona, digna de ser ceñida, de vuestro colegio de presbíteros y a vuestros diáconos según Dios.
El culto en la Iglesia
Filadelfia IV: Poned, pues todo ahínco en usar de una sola Eucaristía; porque una sola es la carne de
nuestro Señor Jesucristo y un solo cáliz para unirnos con su sangre; un solo altar, así como no hay más
que un solo obispo, juntamente con el colegio de presbíteros y con los diáconos, consiervos míos. De esta
manera, todo cuanto hiciereis, lo haréis según Dios.
Esm. VIII, 2: Dondequiera apareciere el obispo, allí esté la muchedumbre, al modo que dondequiera
estuviere Jesucristo, allí está la Iglesia universal. Sin contar con el obispo, no es lícito ni bautizar ni
celebrar la Eucaristía; sino, más bien, aquello que él aprobare, eso es también lo agradable a Dios, a fin de
que cuanto hiciereis sea seguro y válido.
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Ireneo de Lyon: Adversus Haereses (ca. 180-190)
Ante el peligro de los cismas y herejías, sobre todo la gnosis, Ireneo formula el principio de la
sucesión apostólica de los obispos, que como sucesores de los apóstoles representan la mejor
garantía de fidelidad de la Iglesia a sus orígenes: “Mostraremos que la tradición (parádosis) de
los Apóstoles ha llegado hasta nosotros a través de la sucesión (katá diadokhén) de obispos”
(Ad. Haer. III, 3.1).
Para confirmarlo, Ireneo da como ejemplo la lista de los Obispos de Roma (Adv. Haer. III, 2-
4), pero recuerda que la sucesión comporta otro elemento esencial: la transmisión, a los obispos,
de un “carisma cierto de verdad” que procede del “conocimiento perfecto” recibido por los
apóstoles el día de Pentecostés (Adv. Haer. IV, 26. 2; III, 1.1).
Distingue entre Orden (ordo) y pueblo (plebs). De origen romano, Ordo indica el grupo de los
que gobernaban la ciudad. De este modo, se introduce en el interior del organismo eclesial una
distinción y contraposición que abre camino a la interpretación de los ministerios en términos de
«honor», «dignitas», «auctoritas»”3.
También utiliza el término clerus (kleros = parte de la herencia, equivale a sacerdotes), que
designa en forma directa al obispo, y por extensión a los presbíteros y diáconos. “En el léxico de
Tertuliano aparece nítidamente formulada la distinción entre los ministros y el resto del pueblo
de Dios, y a los ministros se les reconoce mediante denominaciones propias con las que se indica
su rango propio y por lo tanto su diferencia con el pueblo”4.
Jesucristo es el gran sacerdote del Padre, de cuyo sacerdocio participan los Apóstoles y participa
también cada obispo.
El obispo pasa a ser considerado como sumo sacerdote. De él dependen no sólo las acciones
litúrgicas, sino también toda la doctrina y disciplina eclesiástica es regida por su autoridad.
“Para darlo (al bautismo) el poder se encuentra en primer lugar en el sumo sacerdote (summus sacerdos),
es decir, el obispo, si está allí, después de él al presbítero y al diácono, pero nunca sin la autorización del
3
Cf. I. OÑATIBIA, Ministerios eclesiales, p. 599.
4
R. ARNAU, Orden y Ministerios, p. 81.
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obispo, por el respeto que le es debido en la Iglesia y que hay que conservar para salvaguardar la paz”.
(De Baptismo, XVII, 1).
Se habla de consensus sacerdotalis para indicar que los presbíteros tienen capacidad de otorgar
su asentimiento a las cuestiones que les son planteadas. En esta expresión se ve que el término
“sacerdote”, que se aplica fundamentalmente al obispo, comienza a ser aplicado a los
presbíteros, aunque de modo derivado.
Cipriano (+ 258)
Distingue con claridad entre el clero (ordo o clerus) -obispos, presbíteros y diáconos - y el
pueblo (plebs) que es el conjunto de los fieles: “Sobre esto ya he escrito al clero y al pueblo dos
cartas y mandé que se os leyeran ambas” (Carta 15, IV). Al referirse a la elección de Cornelio
como obispo de Roma, dice que dieron su testimonio el clero y el pueblo que participaron en la
elección (C. 55, VIII, 4).
El centro de la comunidad, que es la Iglesia local, está en el obispo, de modo que “el obispo está
en la Iglesia y... la Iglesia está en el obispo” (C. 66, VIII, 3). A su vez la unión de los obispos es
la que entrelaza la unión de la Iglesia católica (ibid.).
El obispo es el que celebra el bautismo, y sobre todo la confirmación (C. 73, IX, 1-2: testimonio
más antiguo de la práctica de la Iglesia de occidente, que reserva este sacramento al obispo).
También reconcilia los penitentes por la imposición de manos: “nadie puede ser admitido a la
comunión sin recibir antes la imposición de manos del obispo y clero” (C. 17, II, 1).
Los obispos imponen las manos sobre el nuevo obispo, propuesto con la participación del pueblo
(C. 67, V, 1-2).
Los presbíteros son vistos siempre como miembros de un cuerpo, el presbiterio. Están junto al
obispo, que incluso los llama "co-presbíteros": “Nos hemos impresionado vivamente, carísimos
hermanos, tanto yo como mis colegas, a la vez que los presbíteros que se sentaban con nosotros
(conpresbyteri nostri)” (C. 1,1,1).
Los presbíteros pueden celebrar la Eucaristía en caso de necesidad, por ejemplo cuando lo hacen
en la cárcel para asistir y confortar a los confesores de la fe que esperan el martirio (C. 5, II, 1).
En cuanto a los diáconos, son ministros del obispo, y tienen que sujetarse a él, como el obispo se
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sujeta al Señor (C. 3, III, 1).
El obispo es el sacerdote por antonomasia, que participa del sacerdocio de Cristo, sumo
sacerdote (C. 63, XIV, 4). Ocupa así la “cumbre del sacerdocio” (C. 55, VIII, 2).
Carta 55: VIII, 2: En efecto, lo que recomienda tan elogiosamente a Cornelio, nuestro carísimo, ante
Dios, ante Cristo y su Iglesia y ante sus colegas, es que él no ha llegado al episcopado de golpe, sino
pasando a través de todos los oficios eclesiásticos y sirviendo al Señor muchas veces en los diversos
empleos religiosos, y ha ascendido a la cumbre del sacerdocio por todos los grados de la Iglesia.
VIII, 4: Ha sido elegido obispo por muchos colegas nuestros, que entonces se encontraban en Roma, que
nos escribieron, a propósito de su consagración, cartas laudatorias que le hacen honor y notables por el
testimonio elogioso que dan. Ha sido, pues, elegido obispo Cornelio por el juicio de Dios y de su Cristo,
por testimonio favorable de casi todos los clérigos, por el voto del pueblo que allí estuvo presente, por la
comunidad de obispos venerables y de varones buenos, no habiendo sido elegido ninguno antes de él
durante la vacante del puesto de Fabiano, es decir, del puesto de Pedro, de la sede episcopal.
Carta 66: VIII, 3: Por eso debes saber que el obispo está en la Iglesia y que la Iglesia está en el obispo, y
que si alguno no está con el obispo, no lo está con la Iglesia, y en vano se lisonjean aquellos que no tienen
paz con los obispos de Dios y se introducen y a ocultas creen comunicar con algunos, cuando la Iglesia
católica, que es una, no está dividida ni partida, sino está indudablemente bien trabada y coherente con el
vínculo de los obispos unidos entre sí.
Carta 73: IX, 1-2: Y por eso, los que habían recibido el bautismo legítimo y de la Iglesia no debían ser
otra vez bautizados, sino solamente completar lo que faltaba por Pedro y Juan, es decir, que, después de
rogar por ellos y de imponerles las manos, se invocase sobre ellos y se les infundiera el Espíritu Santo (cfr
Hch 8,14-17). Esto mismo se practica ahora entre nosotros: los que son bautizados en la Iglesia son
presentados a los obispos de la Iglesia para conferirles el Espíritu Santo por la oración y la imposición de
las manos y completar su iniciación con el sello del Señor.
Carta 67: V, 1-2: Por lo cual se ha de cumplir y mantener con diligencia, según la enseñanza divina y la
práctica de los apóstoles, o que se observa entre nosotros y en casi todas las provincias; es decir, que para
celebrar las designaciones regularmente, allí donde ha de nombrarse un obispo para el pueblo deben
reunirse todos los obispos próximos de la provincia y elegirse el obispo en presencia del pueblo, que
conoce perfectamente la vida de cada uno y conoció la actuación en su conducta. Esto vemos que se ha
cumplido en la designación de nuestro colega Sabino, puesto que se le ofreció el episcopado y se le
impuso las manos en sustitución de Basílides por voto de toda la comunidad y por el juicio de los obispos
que se habían reunido personalmente o que os habían escrito sobre él.
Presbíteros y diáconos:
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Carta 5: II, 1: Así que proveed con prudencia para que se lleve esto a cabo con la mayor seguridad, de
modo que hasta los presbíteros, que en la cárcel ofrecen el sacrificio ante los confesores, alternen por
turnos, cada uno con un diácono distinto, porque el cambio de personas y la variedad de los visitantes
disminuye la animosidad.
Carta 3: III, 1: Los diáconos deben tener en cuenta que fue el Señor quien eligió a los apóstoles, es decir,
a los obispos y jefes; pero los diáconos fueron designados por los apóstoles después de la subida del
Señor a los cielos, como ministros de su episcopado y de la Iglesia. Así que, cuando nosotros podamos
alzarnos contra Dios, que es el que hace a los obispos, podrán también los diáconos contra nosotros, que
somos los que los hacemos diáconos.
Carta 63: XIV, 4: Pues si Cristo Jesús, Señor y Dios nuestro, es sumo sacerdote de Dios Padre y el
primero que se ofreció en sacrificio al Padre, y prescribió que se hiciera esto en memoria de sí, no hay
duda que cumple el oficio de Cristo aquel sacerdote que reproduce lo que Cristo hizo, y entonces ofrece
en la Iglesia a Dios Padre el sacrificio verdadero y pleno, cuando ofrece a tenor de lo que Cristo mismo
ofreció.
Con esta idea de la suprema dignidad sacerdotal se opera un cambio no sólo en la terminología,
sino también en la comprensión del obispo, ya que se pasa de la categoría del servicio a la del
honor y comienza a abrirse paso ante la consideración del ministerio una doble comprensión del
sacerdocio: la de aquel que ocupa la suprema dignidad y la de quienes, siendo también
sacerdotes, no la ocupan. Y con esta apreciación que exalta la figura sacerdotal del obispo a la
altura de un supremo sacerdocio se están echando los cimientos para describir al presbítero como
el sacerdote de segundo orden5.
Obispo
Elegido por todo el pueblo, el obispo es ordenado en domingo en presencia de toda la comunidad
y de algunos obispos vecinos. Estos, (y no los presbíteros) imponen las manos sobre él, mientras
«todos guardan silencio, orando en su corazón para que descienda el Espíritu». A continuación
uno de los obispos, «a petición de todos», pronuncia la oración consecratoria mientras impone
las manos:
Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre de las misericordias y Dios de todo consuelo, que habitas
en lo más alto y fijas tus ojos en la pequeñez, que lo conoces todo antes de que exista, Tú, que has dado
5
Cf. R. ARNAU, Orden y Ministerios, p. 86.
6
Cf. I. 0ÑATIBIA, Ministerios eclesiales, pp. 600-601.
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las normas de tu Iglesia por la palabra de tu gracia, que has predestinado desde el principio el linaje de los
justos (descendientes) de Abrahán, que has establecido dirigentes y sacerdotes y no has dejado tu
santuario sin que haya quien lo sirva; Tú, que desde el principio del mundo has querido ser glorificado en
los que has escogido, derrama también ahora el poder que procede de ti, el Espíritu soberano
(hegemonikon pneuma), el que diste a tu amado Hijo Jesucristo, el que él donó a sus santos apóstoles, que
establecieron tu Iglesia en todo lugar como santuario tuyo, para gloria y alabanza incesante de tu nombre.
Padre, que conoces todos los corazones, concede a este siervo tuyo, que elegiste para el episcopado, que
apaciente tu santa grey y ejerza ante ti el supremo sacerdocio de manera irreprochable sirviéndote día y
noche, que sea siempre agradable en tu presencia y ofrezca los dones de tu santa Iglesia, que tenga, en
virtud del Espíritu del supremo sacerdocio, el poder de perdonar los pecados según tu mandato, que
distribuya los cargos, según tu precepto, y que desate toda atadura por el poder que diste a los apóstoles,
que te complazca por su mansedumbre y la pureza de su corazón, ofreciéndote un perfume agradable, por
tu Hijo Jesucristo, por quien te sea dada la gloria, el poder y el honor, con el Espíritu Santo, ahora y por
los siglos de los siglos. Amén.
Presbíteros
Es una «ordenación al sacerdocio». Oído el parecer del clero y del pueblo, junto con el obispo
imponen las manos los presbíteros (a causa del espíritu común y semejante del clero), para
«sellar» (consignare) la acción del obispo.
Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, así como te fijaste en tu pueblo elegido y mandaste a Moisés
que eligiera ancianos (presbyteros), que llenaste del Espíritu que diste a tu siervo, dirige tu mirada sobre
este siervo tuyo y concédele el Espíritu de gracia y de consejo que es propio del presbítero, para que con
corazón puro sostenga y gobierne a tu pueblo santo.
Concede, pues, a este siervo tuyo el Espíritu de tu gracia, y consérvalo también íntegro en nosotros.
Haznos dignos, así, al llenarnos de él, de servirte con sinceridad de corazón, alabándote por medio de tu
Hijo Jesucristo, por quien te sea dada la gloria y el poder, con el Espíritu Santo, en tu santa Iglesia, ahora
y por los siglos de los siglos. Amén.
Diáconos
No es ordenado al sacerdocio, sino al servicio del obispo, para hacer lo que éste le indique.
Impone las manos sólo el obispo.
Oh Dios, que creaste todas las cosas y las has ordenado con tu Palabra. Padre de nuestro Señor Jesucristo,
a quien enviaste para servir, según tu voluntad, y él nos reveló tus designios; concede el Espíritu de
gracia y de solicitud a este siervo tuyo, que elegiste para servir en tu Iglesia y para presentar en tu
santuario aquello que será ofrecido por medio del que goza del sumo sacerdocio, de manera que
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sirviéndote irreprochablemente y con pureza de costumbres, alcance el grado de un orden superior; y que
te alabe y glorifique por medio de tu Hijo Jesucristo nuestro Señor, por quien te sea dada la gloria, el
poder y la alabanza, con el Espíritu Santo, ahora y siempre por los siglos de los siglos. Amén.
- Hay mayor distancia entre el diácono y el presbítero que entre el presbítero y obispo.
- El del presbítero es un sacerdocio complementario, asociado al del obispo, pero que implica
una misión al servicio de toda la Iglesia.
Contexto: grandes cambios a partir del “giro constantiniano”, cuando el cristianismo deja de ser
perseguido y posteriormente convertido en religión oficial del Imperio.
---- Martyria, el anuncio. Hay prestar atención que se hay una polarización en la liturgia.
- La comunidad interviene en la elección y designación de sus ministros: “el que debe presidir a
todos debe ser elegido por todos” (S. León Magno).
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- Se insiste en las recomendaciones sobre los deberes y responsabilidades de los pastores.
- La alianza entre la Iglesia y el Estado tiene como consecuencia un aumento del poder y los
honores en el clero, que se va constituyendo como una clase distinta del pueblo. Para referirse a
los ministerios se empleen cada vez más términos como «dignidad» y «poder», y se deja de lado
la terminología de «servicio».
- Empiezan los traslados de obispos y las ordenaciones absolutas. Poco a poco se va disolviendo
la vinculación de los ministerios con la iglesia local.
- Las distintas «órdenes» dejan de concebirse como funciones o servicios, para pasar a ser grados
o promociones sucesivas hasta llegar al grado supremo del episcopado. El principio del
«organismo con pluralidad de funciones» cede el paso al principio de «jerarquía» (Pseudo
Dionisio).
- Con la multiplicación de las iglesias urbanas y parroquias rurales, se produce una disgregación
del presbiterio y por consiguiente una disminución de la conciencia colegial.
- Con escasa preparación, los responsables de las nuevas comunidades descuidan el ministerio de
la Palabra y se van concentrando en la función cultual. Se plantea la cuestión del poder necesario
para ejercer la presidencia de la eucaristía en la comunidad.
- Contestando las pretensiones de los diáconos de ser iguales o superiores a los presbíteros y de
presidir la eucaristía, el Ambrosiaster7 afirma la igualdad de presbíteros y obispos en el
sacerdocio.
---la superioridad del obispo no es solo una mayor potestad de jurisdicción. Sino hay una
potestad especial, es una gracia que viene de Dios.
- En reacción contra la herejía donatista, se afirmó que la eficacia del sacramento no depende de
la santidad personal del ministro, sino del valor objetivo del ministerio. Pero al mismo tiempo, se
comienza a definir el ministerio en función del individuo y no de la comunidad, como una
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Autor anónimo cuyo comentario a las cartas de Pablo había sido atribuido a san Ambrosio. Sostiene que, para
Pablo, presbítero significa lo mismo que obispo y que, por lo tanto, el obispo es tan sólo el primero de los
presbíteros, el que los preside y por lo tanto goza de mayor dignidad que ellos. Además, señala la costumbre de las
Iglesias de Alejandría y de todo Egipto, que entronizaban a un presbítero cuando faltaba el obispo. Para el
Ambrosiaster, todo obispo es presbítero, pero que no todo presbítero es obispo.
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dignidad, cualidad o poder ligado a la persona del ministro.
- La costumbre de ordenar presbíteros a monjes sin cargo pastoral, cuya única función
ministerial era concelebrar la eucaristía conventual, vino a reafirmar la concepción cultual de los
ministerios y a debilitar aún más la conciencia de su vinculación con la comunidad local y con el
ministerio de la Palabra.
Rompe con la tradición que provenía de san Ignacio de Antioquía y que tras la influencia de
Tertuliano, san Cipriano y san Hipólito de Roma, afirmaba la supremacía sacerdotal del obispo.
Frente a la polémica suscitada en Roma por los diáconos que se consideraban de mayor dignidad
que los presbíteros e intentaban usurpar sus funciones, fue tomando cuerpo una concepción que
afirmaba la igualdad del obispo y del presbítero.
En otros textos, afirma que el obispo es el sucesor de los Apóstoles y que le corresponde el
ejercicio de determinadas competencias litúrgicas que no son propias de los presbíteros: imponer
las manos a los bautizados para que reciban el Espíritu Santo; los presbíteros no pueden bautizar
sin el mandato y el crisma del obispo.
Pone en tela de juicio la participación del pueblo en la elección de sus ministros (práctica
frecuente en la Iglesia que, con diferentes modalidades, perduró durante el medioevo) por
considerar que no es el procedimiento más adecuado para conseguir que los mejores asciendan al
episcopado y sean rechazados los peores.
Un escrito anónimo atribuido a san Jerónimo, De septem ordinibus Ecclesiae, describe los siete
grados ministeriales entonces vigentes, sin nombrar al acólito y añadiendo el obispo8. El
8
Las siete órdenes eran: sacerdote, diácono, subdiácono, acólito, exorcista, lector y ostiario. El sacerdote consagra la
Eucaristía; el diácono la distribuye con el sacerdote; el subdiácono lleva al altar los vasos sagrados que sirven para
prepararla; el acólito presenta el vino y el agua. Los otros tres órdenes preparan a aquellos que deben recibir la
Eucaristía para hacerlo dignamente: el portero separa a los infieles, el lector enseña a los catecúmenos los
rudimentos de la fe, el exorcista libera a los poseídos del poder de Satán.
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sacerdocio del presbítero y del obispo se establece en relación con la potestad para consagrar el
cuerpo y la sangre de Cristo, y en esto no hay entre ellos diferencia alguna. Con el fin de
garantizar la unidad de la Iglesia, se reservan a los obispos determinados poderes que, de suyo,
podrían ser ejercidos por los presbíteros (incluida la ordenación de otros presbíteros).
--- la iglesia propone que el Obispo sea el único que ordene para preservar la unidad.
En cuanto a nuestro tema se refiere, los dos asuntos principales que reflexionaron y discutieron
los teólogos escolásticos fueron:
Se toma como punto de partida en la reflexión sobre el sacramento del orden al presbítero, por
cuanto es el ministro de la Eucaristía.
Antecedentes remotos
Establece una analogía entre la jerarquía celeste y la jerarquía eclesiástica: como la jerarquía
celeste está estructurada por tres jerarquías angélicas, subdividida cada una de ellas en tres
órdenes distintos, la jerarquía de la Iglesia consta también de tres órdenes diferentes, el del
obispo, el de los presbíteros y el de los diáconos.
Con lenguaje místico, se expone la naturaleza del orden a partir del obispo, que abarca en sí las
facultades de los presbíteros y de los diáconos. Al obispo le compete perfeccionar, a los
presbíteros iluminar, a los diáconos discernir.
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b) El diácono Juan (probablemente el Papa Juan I: 523-526)
Afirma que hay dos grados en el sacerdocio, dentro de los cuales el obispo ocupa el primero y el
presbítero el segundo.
Todo pontífice es sacerdote, pero que no a todo sacerdote se le puede llamar pontífice. El obispo
ha alcanzado el supremo grado del pontificado, mientras el presbítero retiene el segundo lugar
del sacerdocio.
Así como en la Antigua Alianza, había actos de culto reservados al Sumo Sacerdote, al obispo se
le reservan determinadas funciones en la Iglesia: ordenar a los obispos, consagrar el crisma y
otras.
Si no fuera así, no tendría sentido emplear dos palabras para designar dos realidades que serían
idénticas
De Aarón, que tuvo el supremo sacerdocio, descienden los obispos; de los hijos de Aarón, que
tuvieron un sacerdocio participado, descienden los presbíteros. Ambos son verdaderos
sacerdocios.
Los presbíteros son sacerdotes igualmente que los obispos, pues unos y otros pueden celebrar la
Eucaristía.
Sólo los obispos tienen el grado supremo del pontificado, y por lo tanto sólo ellos pueden signar
con crisma la frente para conferir el Espíritu Santo.
Frente a la incertidumbre reinante entre los teólogos y los canonistas que le precedieron,
establece el número septenario de las órdenes sagradas. Sin decir que cada una de ellas sea un
sacramento, afirma que todas participan de la sacramentalidad, pero sin especificar el modo. La
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vinculación a la Eucaristía de cada una de ellas será la razón aducida generalmente para
fundamentar la naturaleza sacramental de todas las órdenes.
Aclara que sólo dos de las siete órdenes deben llamarse en sentido estricto orden (diaconado y
presbiterado), porque los documentos de la Iglesia primitiva hablan sólo de ellas dos y solamente
de ellas dos se tiene recibido un mandato de los Apóstoles. Razón teológica: la sacramentalidad
del orden se reconoce en relación con la celebración eucarística (relación directa en el caso del
presbítero, subsidiaria en el caso del diácono).
Obispo y presbítero son iguales en función de la potestad de orden, (idéntico poder sobre el
cuerpo eucarístico de Cristo) y diferentes en función de la potestad de jurisdicción (gobierno de
la Iglesia). Por lo tanto, el episcopado es un nombre de dignidad y oficio.
Al considerar la celebración eucarística como una acción de la Iglesia, niega que el sacerdote
separado de la Iglesia pueda celebrarla (opinión que criticará Santo Tomás aduciendo que no se
ha tomado en cuenta el carácter sacramental).
Sigue al Pseudo Dionisio, afirmando la triple distinción de órdenes y que la perfección, desde el
punto de vista del estado, tan sólo le corresponde al obispo.
Siguiendo a San Isidoro, sostiene que lo peculiar del sacerdote es celebrar el sacramento de la
Eucaristía, ya que cuando se lo ordena, se le confiere la potestad de consagrar en nombre de
Cristo. Esta potestad no puede serle quitada, y permanece aún en el caso del presbítero hereje,
cismático o degradado, a pesar de las censuras canónicas. (Esta doctrina llegó a ser común entre
los medievales y recogida por el Concilio IV de Letrán, donde se dice que la Eucaristía tan sólo
puede ser celebrada por el sacerdote debidamente ordenado).
Afirma que las órdenes son siete, y da como razón lógica y fundamental la relación que cada una
de ellas guarda con la Eucaristía, ya que la potestad de orden tiene como competencia directa
consagrar la Eucaristía o ejercer algún ministerio en relación con ella.
La función propia y específica del presbítero es celebrar la Eucaristía. El aporte propio de Santo
Tomás en este sentido es incorporar la idea de la “instrumentalidad”, según la cual el sacerdote
actúa in persona Christi:
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que le ha sido concedida por Cristo que lo ha enviado y constituido;
- procede de manera permanente como instrumento vicario por haber recibido de Cristo el
carácter sacramental que le capacita para obrar siempre en representación suya.
Por lo tanto, “in persona Christi” significa que el ministro ha quedado constituido como
instrumento para actuar en un comportamiento vicario en función de Cristo, único sacerdote de
la Nueva Alianza. Toda acción ministerial del sacerdote es siempre una obra en nombre y
representación de Cristo, de modo particular la Eucaristía. Es Cristo quien consagra, y el
ministro tan sólo actúa en nombre y representación suya, prestándole la materialidad de su voz,
de sus palabras, y de sus gestos.
Consecuencia para las concelebraciones: si el celebrante actuase en nombre propio sobrarían los
otros concelebrantes, pero como el sacerdote consagra en persona de Cristo, y según san Pablo
muchos forman una unidad en Cristo, no importa que este sacramento sea consagrado por uno o
por muchos porque, en último término, todos actúan unitariamente en persona de Cristo. (S.Th.
III, q.82, 2 ad 2um)
El ministro actúa también in persona Ecclesiae, pero no por delegación de la comunidad, sino
que por participar del sacerdocio de Cristo en virtud de la ordenación es un instrumento
adecuado para que a través del mismo la Iglesia ore y profese la fe.
Sostiene la unidad sacramental del obispo y del presbítero a partir de la potestad de consagrar el
cuerpo de Cristo, pero valora al episcopado como sacramento perfecto y considera al
presbiterado como sacramento imperfecto. La perfección está en la posibilidad de generar algo
semejante a sí mismo, la cual la posee el obispo, ya que puede ordenar sacerdotes y otros
obispos.
La Escuela de Salamanca
Pedro de Soto (+1563) defiende que el obispo, por derecho divino, recibe en la consagración
episcopal la potestad espiritual en virtud de la cual confirma, ordena y gobierna la Iglesia. No
concibe la naturaleza del orden inmediatamente en relación con la Eucaristía, sino como un
poder eclesial, uno de cuyos cometidos es consagrar el cuerpo del Señor. De ahí que propone
como materia del orden la imposición de manos, signo que denota, con mayor claridad que la
entrega de los instrumentos, la recepción del poder y de la gracia.
Se pasa de una concepción eclesial-comunitaria a una más privatista, que se impone durante la
Edad Media.
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que se prohíbe es ordenar a un clérigo sin que le aseguren un medio suficiente para su
subsistencia. El destino a una iglesia se entiende como un “beneficio eclesiástico”, recibido
normalmente de un señor feudal.
A partir del S. XI cambia esta perspectiva porque cambia la concepción del sacerdocio: Los
presbíteros son ordenados cada vez más para celebrar la Eucaristía, y no para una comunidad.
Al tomar como punto de partida de la reflexión el poder sobre la Eucaristía, los escolásticos se
encuentran con la igualdad fundamental entre los obispos y presbíteros a este respecto. Por lo
tanto, la consagración episcopal no es sacramento, sino un sacramental. La gran mayoría de los
teólogos escolásticos mira al episcopado, siguiendo a Pedro Lombardo, no como un orden, sino
como una dignidad (officium) y una carga que se agrega al sacerdocio (Alberto Magno,
Buenaventura, Tomás de Aquino).
Se considera que el sacramento comprende siete órdenes: El sacerdote ocupa el primer lugar
porque puede consagrar el Cuerpo y la Sangre de Cristo. Los demás órdenes siguen en referencia
a su participación en la celebración o en la preparación del pueblo: diácono, subdiácono, acólito,
exorcista, lector, ostiario /portero. Santo Tomás los refiere siempre a la Eucaristía.
Hay coincidencia en los teólogos escolásticos acerca de que el orden imprime carácter en los que
lo reciben. La doctrina del carácter contribuyó a reforzar el proceso de individualización y
personalización de los ministerios desligándolos aún más de su relación con una comunidad
concreta.
Dado que el único y perfecto mediador es Cristo, “los sacerdotes de la Nueva Alianza pueden ser
llamados mediadores entre Dios y los hombres en cuanto son ministros del verdadero mediador,
y dispensan a los hombres en su lugar los sacramentos de salvación” (S. Th. III, 26,1, ad. 1).
De esta configuración con Cristo, se sigue la obligación a la santidad del sacerdote en relación
con el Cuerpo Eucarístico y con el Cuerpo Místico. El sacerdote debe llegar a ser “deiforme” por
la caridad (S. Th. Sup., 36,1).
Afirma el carácter “espiritual” del sacerdocio, y desde ahí critica la comprensión romana del
sacerdocio, al que considera mundano.
De una posición inicial que consideraba el ministerio como una delegación de la comunidad,
Lutero pasa a fundamentar el ministerio directamente en la misión concedida por Jesucristo a los
Apóstoles, y reconoce que el ministro actúa en nombre de Cristo.
La respuesta de Trento
La preocupación dominante de los Padres en Trento giró en torno a la doble necesidad de afirmar
la naturaleza sacramental del sacerdocio ministerial, y de establecer una justa relación entre el
obispo y el presbítero.
En la defensa del sacerdocio ministerial contra la tesis de los reformadores, Trento dejó muy
recortada la doctrina del sacerdocio universal de los fieles. Hizo una distinción entre sacerdocio
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externo (ministerial) y sacerdocio interno (bautismal).
Se afirma que por la ordenación se confiere el Espíritu Santo, que imprime carácter en el
ordenado. Quien ha sido ordenado no puede volver al estado laical.
Se afirma que en la Iglesia existe jerarquía por institución divina, la cual consta de obispos,
presbíteros y diáconos. Había dos tendencias entre los obispos y teólogos del Concilio: quienes
defendían que la jurisdicción del obispo es de derecho divino (la recibe directamente de Dios en
la consagración episcopal) y quienes sostenían que la recibe del Papa. Esto quedó sin resolverse.
Se afirma que los obispos en la Iglesia son superiores a los presbíteros, teniendo sólo ellos
potestad para confirmar y ordenar.
Lumen Gentium retoma afirmaciones centrales de Trento: el lugar “principal” de los obispos en
el orden jerárquico de la Iglesia (LG 20); la realidad sacramental del Orden (LG 21); el carácter
indeleble que imprime (LG 21); la predicación del Evangelio (LG 25); la diversidad de los
órdenes en el ministerio (LG 28); la potencia del sacramento del Orden que conforma a los
sacerdotes ordenados a Cristo Sumo Sacerdote eterno, especialmente en el ministerio del
“sacrificio de la Misa” (LG 28).
Los datos dogmáticos de Trento que retoma el Vaticano II son integrados en una eclesiología
más global: Iglesia como Pueblo de Dios; afirmación del sacerdocio común.
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1. Problemas que se planteaban en torno al sacerdocio
Especulativos:
Pastorales:
Surge el movimiento de los sacerdotes obreros: En su misión parecen desaparecer las funciones
cultuales, y la evangelización es principalmente un testimonio de solidaridad.
El compromiso en el orden temporal: ¿Se puede aceptar, se debe rechazar? ¿Cómo conciliar
trascendencia y encarnación?
Los movimientos laicales (la Acción Católica desde los años 30) ¿Cómo compartir la misión
con los laicos?
Lumen Gentium: el sacerdocio común es la base sobre el cual se edifica el sacerdocio ministerial.
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Los Cap. 1 y 2 presentan a la Iglesia como “misterio” y como “pueblo de Dios”. Recién después
se habla de la distinción entre jerarquía y laicos (cap. 3 y 4). La segunda parte (Cap. 5-8) trata la
santidad de la Iglesia, en sus distintos aspectos.
El sacerdocio común se ejerce: en las funciones cultuales (LG 11); en las funciones proféticas
(LG 12); y en las carismáticas, al servicio de la comunidad (LG 12).
También Presbyterorum ordinis, trata primero el sacerdocio de todos los cristianos, y después el
de los ministros (PO 2a.)
El sacerdocio ministerial es un elemento esencial y necesario del Pueblo de Dios. Pero los
ministerios no son privilegios, sino servicios orientados al crecimiento de la vida de la gracia en
los bautizados y de la ministerialidad de toda la iglesia.
La relación Episcopado-Presbiterado
Al tomar nuevamente a la Iglesia como punto de partida, aparece el episcopado como plenitud
del sacerdocio, al cual participa el presbiterado, pero con poder derivado.
Fundamento: Cristo estableció el sacerdocio confiriendo la plenitud del poder sacramental a los
Apóstoles, y éstos, llamando colaboradores, dan origen a los ministerios (PO 2b).
Se sigue la necesidad de una legítima subordinación de los presbíteros a los obispos, pero
también se subraya el aspecto de colaboración, ya que ambos participan del sacerdocio
ministerial y forman una comunidad: el presbiterio. Se exhorta a los obispos para que consideren
y aprecien a los presbíteros como sus colaboradores, como sus “hijos y amigos” (LG 28).
Citando este texto, PO 7 cambia “hijos” por “hermanos”. El papel jurídico de la autoridad,
aparece subordinado a la actitud más esencial que debe ser la de la caridad: CD 28b, y PO 7a.
En la misma línea que Trento, el Vaticano II es prudente al afirmar la institución divina del
ministerio ordenado como tal, pero no de sus grados. De todos modos, se dice que esta distinción
de tres grados existe “ya desde antiguo” (LG 28,1).
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Funciones esenciales del sacerdocio
Lumen gentium enumera tres funciones: predicar, santificar y gobernar (LG 25, 26 y 27) para
los obispos y en forma análoga para los presbíteros (LG 28).
Se establece una jerarquía y orden en estas funciones: La primera es la evangelización (LG 25a y
PO 4a), pero su culminación es la Eucaristía (LG 28 y PO 13). En PO 2d, se desarrolla la
continuidad entre la evangelización y la ofrenda eucarística.
El primer anuncio del Evangelio no es exclusiva de los laicos, sino también misión propia de los
Obispos (LG 25), y de los Presbíteros (PO 4): estos últimos lo realizan tanto por la predicación
como por el testimonio de vida (se justifica la misión de los sacerdotes obreros o en otros
campos no específicamente cultuales) (PO 4). El sacerdote debe ocupar la primera línea de la
evangelización y no puede limitarse sólo a la atención de las comunidades ya formadas.
Enseña, pues, este santo Sínodo que en la consagración episcopal se confiere la plenitud del sacramento
del orden, llamada, en la práctica litúrgica de la Iglesia y en la enseñanza de los Santos Padres, sumo
sacerdocio, cumbre del ministerio sagrado. La consagración episcopal, junto con el oficio de santificar,
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confiere también los oficios de enseñar y de regir, los cuales, sin embargo, por su misma naturaleza, no
pueden ejercerse sino en comunión jerárquica con la Cabeza y los miembros del Colegio. Pues según la
Tradición, que se manifiesta especialmente en los ritos litúrgicos y en el uso de la Iglesia tanto de Oriente
como de Occidente, es cosa clara que por la imposición de las manos y las palabras de la consagración se
confiere la gracia del Espíritu Santo y se imprime el sagrado carácter, de tal manera que los Obispos, de
modo visible y eminente, hacen las veces del mismo Cristo, Maestro, Pastor y Pontífice, y actúan en lugar
suyo. Pertenece a los Obispos incorporar, por medio del sacramento del orden, nuevos elegidos al Cuerpo
episcopal. (LG 21)
--- compresión en grados del sacramento del Orden: cada imposición de manos concede una grnacia y en
la anterior grado no la poseía. Se le confiere una gracia especial.
Consecuencias:
---- el CVI profundizo el lugar del papa como cabeza del a Ilgesia; y el CVII habló del colegio
epsicopal.
Cada munus tiene una prioridad, pero en ámbitos diversos: La predicación es la primera en el
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ámbito de la ejecución (de la predicación nace la fe que se expresa en las celebraciones
sacramentales PO 4); el ministerio sacramental-eucarístico es el primero en el ámbito ontológico
o cualitativo del cumplimiento (la Eucaristía como fuente y fin de toda la actividad de la Iglesia
PO 5); el ministerio pastoral es el primero en el ámbito cuantitativo de la extensión (la caridad
que debe informar toda la realidad de la Iglesia PO 6).
--- munus se refiere: sacerdote, profeta y rey. No se deben hacer exclusiva una.
Los munera representan tres aspectos del mismo ministerio, de modo que hablar de uno significa
hablar de los otros dos: la predicación está orientada hacia la Eucaristía y la comunidad (PO 4);
la Eucaristía es cumplimiento de la predicación, y fuente y culmen de toda la vida eclesial (PO
5); la caridad es actuación práctica de la predicación, y fruto y expresión de la Eucaristía (PO 6).
Ya no se pone la institución del presbiterado en la última cena (“hagan esto en memoria mía”),
sino en relación con la globalidad de la misión de anuncio, santificación y guía pastoral, que el
Señor ha confiado a los apóstoles y estos han participado a otros (LG 28 y PO 2).
Se tiende a reemplazar el término “sacerdote” por “presbítero”, más cercana al NT, y más
eclesial, recuperando el término “presbiterio”, que había caído teológicamente en desuso.
--- sacerdote hace fuerza a lo cultual; prefiere el CVII la de presbítero, más en relación a la
comunidad.
El tema del carácter sacerdotal se menciona sólo una vez (PO 2), como un don espiritual que
configura a Cristo sacerdote para que el presbítero pueda actuar “en persona de Cristo cabeza”
(agere in persona Christi). Para el Concilio hay una presencia particular de Cristo -Jefe y Pastor-
en el sacerdote, que lo habilita a ejercitar el ministerio no por capacidad propia sino en virtud de
la potencia del Señor. Pero esta presencia no es para una superior dignidad del sacerdote, sino
para el ministerio hacia la comunidad.
Se reconoce la misión constitutiva otorgada por Cristo a los Apóstoles, junto con la necesidad de
que tal misión perdure hasta el final de los tiempos, como el fundamento del sacramento del
orden y de la sucesión apostólica (LG 20).
Se ponen las bases para una correcta relación entre las dimensiones cristológica y eclesiológica
del ministerio.
Se saca al sacerdocio del aislamiento anterior, recuperando el valor del sacerdocio común, del
presbiterio (todos los curas que represnetna una diocesis y su obispo), la sacramentalidad del
episcopado. Así se puede formular de un nuevo modo la relación entre las dimensiones
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individuales y comunitarias del ministerio.
Se relee en clave misionera toda la teología del Orden, de modo que la relación entre culto y
apostolado se ve como fuertemente unitaria.
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