Introducción Al Humanismo Renacentista (Jill Kraye)
Introducción Al Humanismo Renacentista (Jill Kraye)
Introducción Al Humanismo Renacentista (Jill Kraye)
al humanismo renacentista
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E d ic ió n a carg o de
JIL L K RA YE
Warburg Institute
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Ilustraciones 7
Colaboradores 9
Prefacio 11
7
Colaboradores
10
Prefacio
12
Mapa 1. Europa: centros de estudio de la cultura clásica durante el M edievo y los
prim eros años del Renacim iento
13
Mapa 2. Italia: centros de estudio de la cultura clásica durante el Medievo
y los primeros años del Renacimiento
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Prólogo a la edición española
1S
Introducción al hum anism o renacentista
16
Prólogo a la edición española
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Introducción al hum anism o renacentista
C. C.
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1
NICHOLAS M ANN
Toda interpretación del pasado está acotada por las ideas preconcebidas, las
aspiraciones y, sobre todo, el conocimiento o la ignorancia del estudioso que
la lleva a cabo. Para ordenar la materia que investiga, para explicarla, el histo
riador recurre a palabras y a conceptos que ni están exentos de crítica ni son
impermeables al cambio, sino más bien al contrario: con frecuencia se trata
de elementos en buena medida subjetivos, términos que evolucionan a medida
que nos vamos acercando a una mayor comprensión de los tiempos que nos
precedieron. Etiquetas como Edad Oscura en referencia a las supuestas tinieblas
de la primera Edad Media, o Renacimiento, aplicadas a toda una etapa de la
historia europea, aunque útiles en el marco de una exposición historiográfica,
puede que refieran sólo parte de la verdad del periodo que pretenden carac
terizar. Cuanto más aprendemos sobre la etapa que siguió al crepúsculo del
imperio romano, menos oscura y poco cultivada nos parece; cuanto más pro
fundizamos en todo aquello que volvió a nacer en los siglos xvi y xv, más
cuenta nos damos de su relación con el pasado.
La historia del humanismo muestra de manera ejemplar esa noción de
continuidad y a la par un espíritu de renovación. El término mismo debe su
origen a la voz latina humanitas, que Cicerón y otros autores usaron en la época
clásica para significar el tipo de valores culturales que procederían de lo que
podríamos llamar una buena educación o cultura general. Los studia humanitatis
consistían, pues, en el estudio de unas disciplinas que hoy consideraríamos
propias de una formación de letras: lengua, literatura, historia y filosofía moral.
Si bien es cierto que Cicerón no fue lectura ampliamente divulgada en la Edad
Media, algunos hombres instruidos del siglo xiv (sobre todo Petrarca, para
quien Cicerón era autor de cabecera) conocían bien su obra y su vocabulario.
Iras ellos, el nuevo siglo ya pudo contar con la firme incorporación de los stu-
(Iki humanitatis al currículo universitario. Así, en el lenguaje académico de la Ita
lia cuatrocentista la voz unionista devino habitual para referirse a quien enseñara
o estudiara la literatura clásica y las disciplinas que la acompañaban, inclu
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Introducción al hum anism o renacentista
1 D o s aproxim aciones bien distintas a los problem as historiográficos que envuelven a los
térm inos « h u m a n ism o » y « R e n acim ien to » , en W K. Ferguson, The Renaissance in Histórica! Thought:
Five Centuries of Interpretation (C a m b rid ge M A , 1948), y E Burke, The Reiwissance (Londres, 1964) [ * ] .
Véanse tam bién el capítulo de Burke «The spread o f'Italian h u m a n ism » , en A . G o o d m a n y A.
M ackay (ed s.), The Impact of Humanism on Western Europe (Londres, 1990), págs. 1 -2 2 ; C . Trinkaus, The
Scope of Rcnaissance Humanism (A n n A rbor M I, 1983) , y M . M cL a u g h lin , « H u m a n ist co n cep ts o f
Renaissance and M id d le A g e s» , Renaissance Studies, 2 (1 9 8 8 ), págs. 131- 42 Sobre los térm inos
« h u m a n ism o » y «h u m an ista », E O . Kristeller, « H u m a n is m » , en C . B. Sch m itt, Q . Skinner
y E. Kessler (ed s.), The Cambridge History oi Renaissance Philosophy (C a m b rid ge , 1988), págs. 1 13—37.
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Orígenes del humanismo
capítulo pretende trazar los rasgos fundamentales de ese recorrido, desde sus
presuntos inicios en el siglo IX hasta finales del xiv: un periodo en el que la
erudición se centró en gran medida, aunque no en exclusiva, en la cultura de
Roma y en la literatura latina.
La prueba de que esos pasos iniciales son sólo supuestamente los prime
ros, y de que ya contaban con el anónimo esfuerzo de una etapa anterior, que
a su vez descansaba sin duda en intentos todavía más tempranos por mante
ner con vida el espíritu de Roma y sus autores, se puede encontrar en un de
talle revelador de la transmisión de un texto clásico: el De Chorographia, de
Pomponio Mela, geógrafo del siglo i. Sabemos que Petrarca adquirió uno de
los raros ejemplares de esta obra en Aviñón a mediados de la década de 1330.
Aunque no conservamos ese manuscrito, algunos de sus descendientes reco
gieron las anotaciones textuales de su privilegiado lector y transmitieron el
resultado de sus sabios afanes a los estudiosos posteriores. Petrarca trabajaba
sobre un ejemplar copiado casi con seguridad en el siglo xn, y que con segu
ridad procedía de un manuscrito del siglo ix copiado a su vez en Auxerre y
anotado por el maestro carolingio Heiric. Por su parte, Heiric debía su cono
cimiento del De Chorographia a una miscelánea compilada en el siglo vi por Rus-
ticius Helpidius Domnulus en Ravena, un importante foco de cultura ya desde
la Antigüedad tardía. En este caso (y no es el único) se puede trazar una línea
de descendencia textual que conduce directamente de Roma al Renacimiento,
una línea establecida por m edio de un tipo de actividad erudita típica del
humanismo.
El trabajo de Heiric en Auxerre da la medida del llamado Renacimien
to carolingio, vale decir una recuperación de la práctica académica en los siglos
viii y ix que presenta muchos de los rasgos que configurarían más tarde el
oficio del humanista. Durante el reinado de Carlomagno, Auxerre fue uno de
los centros monásticos de relieve donde floreció la redacción y copia de li
bros y se crearon bibliotecas importantes; a su lado figuraban los de Tours,
Fleury y Ferriéres en Francia; Fulda, Hersfeld, Corvey, Reichenau y Saint Gall
en áreas germánicas, así como Bobbio y Pomposa en el norte de Italia. A un
erudito y maestro influyente com o Heiric debemos la transmisión de unos
cuantos textos clásicos además del de Pomponio Mela, entre los que destacan
algunos fragmentos de Petronio. Fue discípulo de Lupo de Ferriéres, el estu
dioso de mayor enjundia del siglo ix y, en verdad, el primer filólogo clásico.
A zaga de Lupo, Heiric no sólo reunió una biblioteca muy respetable, sino que
intentó conseguir, sin escatimar fatigas, códices de obras que ya poseía para
cotejarlos con los propios y así enmendar o ampliar el texto de sus ejempla
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Introducción al hum anism o renacentista
22
Orígenes del humanismo
1 Para el R en a cim ie n to del siglo XII, C . H . H askin s, The Renaissance oí the Twelfth Century;
M *k- G a n d illa c y E. Jeauneau (ed s.), Entretiens sur la renaissance du 12esiécle (París, 1968); C . Brooke,
llir Ivvdfth Century Renaissance (Londres, 1 9 69 ); R . L. Benson y G. C onstab le, eds., Renaissance and Rene-
mil m (he Twelfth Century (O x fo r d , 1 9 8 2 ), esp. págs. 1 -3 3 . Sobre los romans d’antiquité en francés a n ti
güe ». A. Fourrier, l ’Humanisme medieval dans Ies iittératures romanes du XIIe au XIV* siecle (París, 1964).
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Introducción al hum anism o renacentista
En Francia, el estudio de los textos clásicos, habitual hasta bien entrado el Tres
cientos, nunca dejó de centrarse en la gramática en cuanto herramienta que
permitía la comprensión y a veces la imitación de los autores latinos. Al sur de
los Alpes, en cambio, esa dedicación siguió otros derroteros y se encaminó
hacia la retórica, entendida como una capacidad válida para la vida del pre
sente. En Italia, pues, el estudio de lo que fue en la época clásica el arte de
hablar en público se convirtió en el ars dictaminis, el arte de escribir cartas, y sus
practicantes, los dictatores, en expertos dominadores de un instrumento puesto
al servicio de sus protectores o de la profesión jurídica. En un principio, los
dictatores no eran estudiosos de lenguas clásicas a carta cabal, sino rétores que
extraían de los viejos autores la elocuencia para sus cartas y discursos. Ocupa
ban, eso sí, puestos influyentes como maestros, secretarios o cancilleres de un
gobernante o de una comuna urbana, por lo que intervinieron (y su presen
cia se dejó notar) en la esfera política. En el dictamen se puede reconocer una
4 V id . G a n d illa c, Entretiens, págs. 53—84; B rooke, Twelfth Century Renaissance, págs. 53—74.
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Orígenes del humanismo
5 Sobre el papel de dictatores y juristas en este co ntexto R. W eiss, The Dawn of Humanism in Italy
(Tondres, 19 47 ), págs. 3 - 5 ; R O. Kristeller, Eijlit Philosphers oí the Renaissance (Stanford, 1964),
págs. 14 7-6 5 [ * ]; Kristeller, « H u m a n is m » , en C. B. Sch m itt et allí., págs. 1 2 7 -3 0 ; Trinkaus, Scope,
págs. 9 - 1 1 ; R . G . W itt, «M edieval Italian culture and the o rígin s o f h u m an ism as a stylistic id ea l»,
en A. Rabil (e d .), Renaissance Humanism. Founclations, Forms, and Leyacy, 3 vols. (Filadelfia, 1 9 88 ),
I, págs. 2 9 -7 0 ; J. E. Seigel, Rhetoric and Philosophy in Renaissance Humanism (Princeton, 1 9 6 8 ), cap. 6.
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Introducción al hum anism o renacentista
intereses, cuya actividad permite hablar de esa ciudad com o uno de los
focos más tempranos del protohumanismo. Lovato estaba familiarizado con
un am plio espectro de textos clásicos, m uchos todavía raros en aquel
m om ento, com o las tragedias de Séneca y la lírica de Catulo, Tibulo y Pro-
percio; probablemente halló algunas de estas obras en la abadía benedic
tina de Pomposa y en la biblioteca capitular de Verona, dos centros famosos
por haber almacenado los escritos de los viejos autores. Fue asimismo un
hábil intérprete de textos epigráficos y tampoco le faltó pasión de anticua
rio por el pasado local, como demuestra el hecho de que en 1283—84 iden
tificara com o pertenecientes a Antenor, el mítico fundador de la ciudad, los
restos encontrados en un sarcófago cristiano primitivo excavado en el curso
de unas obras. Por decisión com ún y harto elocuente del clima cultural, la
supuesta reliquia gloriosa de la Padua antigua se incorporó a un m o n u
m ento de presunto estilo clásico con un epígrafe en latín escrito por el
mismo Lovato.
Sin embargo, por más revelador que resulte, el episodio no hace justicia
al saber del notario. A juzgar por lo que queda de su producción, los auténti
cos logros de Lovato deben buscarse en sus epístolas latinas en verso, donde
se percibe la impronta de los poetas antiguos, así como en un breve pero nada
desdeñable comentario de las tragedias de Séneca, fruto de una esmerada lec
tura personal y un no menos notable intento de redactar el primer tratadito de
métrica clásica. En estas obras se aprecian en embrión tres de las característi
cas que definirían el desarrollo posterior del humanismo: sed de textos clási
cos, preocupación filológica por enmendarlos y determinar su sentido, y
anhelo de imitarlos. Estos rasgos, más o menos acusados, se distinguen tam
bién en una serie de figuras menores del círculo paduano de Lovato. Cabe seña
lar a su sobrino Rolando de Piazzola y a Geremia da Montagnone, quien
com piló uno de los florilegio medievales de más éxito, el Compendium moralium
notabilium («Antología de ejemplos notables de conducta virtuosa») o, según
reza la edición de 15OS, Epitoma sapientiae («Epítome de sabiduría»), un vasto
conjunto de extractos de autores clásicos y medievales cuidadosamente iden
tificados6.
6 Sobre los p ad uanos y otros hum anistas de la prim era é p o ca, adem ás d e las obras
citadas en la nota anterior, vid . R. W eiss, II primo secolo deU'umanesimo (R o m a , 1 9 4 9 ), esp. cap. 1, y
The Renaissance Discovery of Ciassical Antiquity ( O x fo r d , 19 8 8 2); N. G . Siraisi, Arts and Sciences at Padua:
The Studium of Padua before 1350 (Toronto, 1 9 7 3 ), págs. 4 2 - 5 5 ; y los cap ítu lo s d e G . B illa n o v ic h ,
R . A vesani y L. G argan en Storia delia cultura veneta, 6 vols. (V ice n z a, 1976—8 6 ) , II, p ágs. 19—170.
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Orígenes del humanismo
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Introducción al hum anism o renacentista
Otros dos focos trescentistas de saber libresco merecen aquí una especial aten
ción. El primero es la corte angevina de Ñapóles, testimonio entre los más
madrugadores del renacer de la lengua griega; a él volveré en la parte final del
capítulo. El segundo es la curia papal de Aviñón, estrechamente vinculada a la
corte napolitana, en particular durante el reinado de Roberto I (1309—43). El
llamado «cautiverio babilónico» del papado (resultado de la presión ejercida
por los reyes de la om nipotente Francia) transformó a Aviñón en la capital
diplomática y cultural del Occidente a lo largo de los tres primeros cuartos del
siglo xiv. Poco a poco, la biblioteca papal fue adquiriendo un fondo im por
tante de obras clásicas, mientras la curia, es decir, el principal centro de mece
nazgo, atraía a hombres doctos y con formación literaria de toda Europa,
proporcionando empleo a juristas cultivados y a dictatores. Quizá la más ilustre
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Orígenes del humanismo
figura intelectual que emergió de este ambiente fue Francesco Petrarca, con
siderado con frecuencia el padre del humanismo y, sin duda alguna, el eru
dito y escritor más brillante de su generación9. En su actividad tanto como en
sus escritos, las varias tendencias en la ruta del saber hasta aquí reseñadas lle
gan a la plenitud; no se debe olvidar, sin embargo, que sus logros no hubie
ran sido posibles si otros no hubieran allanado el terreno.
El padre de Francesco, un notario florentino, tuvo que exiliarse de su ciu
dad natal en 1302, pocos meses después de que lo hiciera Dante (ambos eran
conservadores y cayeron víctimas de un cambio de poder favorable al sector
radical), y en la coyuntura dirigió sus pasos a la curia papal en busca de
empleo. N o sorprenderá, pues, que anhelara una formación de jurista para
su hijo y que con tal propósito lo enviara seis años a Bolonia cuando éste
había cumplido los dieciséis. No obstante, según cuenta el mismo Petrarca,
la voluntad paterna tuvo que ceder ante la pasión por los autores clásicos que
el joven Francesco había alimentado desde temprana edad con la lectura de
todo cuanto caía en sus manos, en particular las obras de Cicerón y Virgilio.
Del primero, aprendió un dom inio de la retórica y el estilo que lo elevaría
muy por encima de los dictatores; del segundo, la dilección por la poesía que
habría de marcar toda una vida dedicada a las letras. En la formación jurídica
y retórica de los primeros años se descubre un reflejo de aquellos notarios
paduanos del tiempo de Lovato: Petrarca nunca abandonó el mundo secular
y prestó sus servicios en calidad de político y diplomático a los magnates que
lo protegieron.
La primera mitad de la vida de Petrarca transcurrió en Aviñón y sus inme
diaciones, sobre todo en Vaucluse, lo que significa que tuvo acceso al mece
nazgo, la cultura y la vida intelectual que brindaba la curia, así com o a los
libros que conservaba la ciudad: los de la biblioteca papal y los que otros
habían traído consigo. A pesar de la aversión que llegó a sentir, andando el
tiempo, por los negocios de la curia y las costumbres disolutas de la ciudad
pontificia, para él Aviñón supuso una plataforma ideal en más de un sentido:
allí pudo llevar a buen puerto sus primeros cometidos filológicos y desde allí
pudo viajar en busca de otras empresas.
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Introducción al hum anism o renacentista
10 Véase la va lo ra ció n de la tarea filo ló g ic a de Petrarca segú n R eyn olds y W ils o n , Scribes
and Scholars, págs. 128—34 [ * ] .
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Orígenes del humanismo
las tareas capitales de los humanistas que siguieron sus pasos, comenzando por
su discípulo Giovanni Boccaccio. La consecuencia más inmediata, sin embargo,
lúe el rápido incremento de la biblioteca personal de Francesco. Gracias a
la lista de obras predilectas que compuso poco antes de 1340, sabemos que
las arcas del humanista ya cobijaban en aquella fecha una cifra proporcional-
mente alta de textos clásicos (catorce de Cicerón entre ellos); a su muerte,
daban cabida a la mayor colección de literatura latina existente en manos
de un particular, incluyendo un buen número de códices que había rescatado
personalmente11.
Aunque esta valiosísima biblioteca se dispersó, muchos de los volúmenes
lian sobrevivido. Cabe destacar, quizá por encima de todo, el ya mencionado
de Virgilio, conservado en la Biblioteca Ambrosiana de Milán, y la copia de
bivio de mano de Petrarca, hoy entre los códices Harley de la British Library12.
lin los márgenes de manuscritos como éstos se puede apreciar cómo el huma
nista dialogaba de tú a tú con los autores antiguos: sus notas a los versos de
Virgilio y al comentario anexo de Servio atestiguan su penetrante atención por
detalles prosódicos o de carácter histórico y descubren una tupida red de refe
rencias a otras obras clásicas. Su notable dominio de este Corpus le permitió a
menudo rectificar las interpretaciones de Servio e incluso probar (en una carta
posterior) que el pasaje donde Virgilio relata los amores de Dido y Eneas era
una patraña, históricamente hablando, puesto que Dido vivió unos trescien
tos años después de la muerte del héroe troyano13. Por su parte, las notas y
correcciones al texto de Livio dan fe de la entrega con que Petrarca quiso fijar
correctamente no sólo la letra sino los hechos del pasado. Su extrema familia
ridad con esta obra le proporcionó además un inmejorable conocimiento de
l.i historia romana, aplicado luego a la enmienda de otros escritos, com o la
traducción de la crónica de Eusebio debida a San Jerónimo. A tales fuentes
agregó la inspección personal de los monumentos de Roma durante su visita
de 1337, y aun el estudio de monedas antiguas. La calidad de su saber le capa
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Introducción al humanismo renacentista
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Orígenes del humanismo
16 V id . E. H . W ilk in s , The Making of the Canzoniere and Other Petra rehan Studies (R o m a, 1951),
p.igs. 9—69: el d iscu rso p ro n u n ciad o en tal o casió n lo traduce W ilk in s en sus Studies in the Life and
Works of Petrarch (C a m b rid g e M A , 1 9 5 5 ), págs. 30 0—13.
17 Para una e d ició n b ilin g ü e del Canzoniere, vid . Francesco Petrarca, Cancionero, ed. Jaco b o
C ortin es (M ad rid , 19 84 ).
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les de 13S8 y que por aquel tiempo conoció allí a otro calabrés y discípulo de
Barlaam, un hombre de mal carácter, según parece, que respondía al nombre
de Leoncio Pilato22.
En marzo del año siguiente, Boccaccio visitó a Petrarca en Milán. Durante
su estancia, departieron sobre el Bucolicum carmen y sobre algunos aspectos de
la imitatio que darían origen a la epístola ya comentada. También hablaron
de Pilato, y el resultado final de esas conversaciones fue que Boccaccio per
suadió al calabrés, cuando éste se detuvo en Florencia camino de Aviñón, para
que se quedara a enseñar griego a sueldo de las autoridades florentinas. Así,
pues, al año de 1360 le corresponde el honor de registrar la primera muestra
conocida de enseñanza oficial del griego en una ciudad de Italia. Aunque
resulta difícil determinar cuánto tiempo permaneció Pilato en Florencia, su
paso dejó rastros palpables: la traducción parcial de Homero y de unos cua
trocientos versos de la Hécuba de Eurípides, por encargo de Boccaccio, así como
de parte de las Vidas de Plutarco a petición de Coluccio Salutati.
La actividad subsiguiente de Pilato está mal documentada. Sabemos que
en 1363 permaneció tres meses al lado de Petrarca en Venecia y que Boc
caccio se sumó a ellos por algún tiempo. Aquel verano Pilato decidió volver
a Constantinopla, lanzando improperios contra Italia y los italianos. Poco
tardó, sin embargo, en dirigir sus invectivas contra la ciudad bizantina y sus
habitantes y planear su retorno a Italia. M urió al naufragar en el viaje de
regreso en 1365. En la primavera de aquel año, Petrarca había preguntado a
Boccaccio acerca de un pasaje de la traducción de H om ero; a finales del
siguiente recibió por fin un manuscrito con la Odisea y la Ilíada vertidas al
latín, y al cabo de un par de años su amanuense G iovanni M alpaghini ya
había sacado copia de ambas obras.
Todos esos contactos nacidos de la corte angevina significaron, a lo sumo,
los inicios titubeantes de la historia de la recuperación del griego. Las traduc
ciones de Pilato eran desmedidamente literales, por lo que cobraron peaje
cuando Salutati intentó traducir su tanto de Homero en un latín más feliz. Lo
mismo se puede decir de otro texto que quiso mejorar unos años más tarde:
una versión aún medio griega del tratado sobre la ira de Plutarco, fatigosa
mente pergeñada en Aviñón por el arzobispo de Tebas Simón Atumano en
11 Sobre las relacion es entre Petrarca, B arlaam y P ilato, vid . W ilk in s , Life of Petrarch, págs.
3 3 - 3 4 , 1 6 2 -6 4 , 169, 190—9 2 , 2 0 0; y N. G . W ils o n , From Byzantium to Italy: Greek Studies in the Italian
Renaissance (Londres, 1 9 9 2 ), p ágs. 2—7. Para la in flu e n cia de Barlaam y Pilato en B o ccaccio , ver su
Genealogie deorum y la e d ic ió n castellana (M a d rid , 1983).
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Orígenes dei humanismo
1373Z3. Los primeros traductores con una preparación seria no llegaron hasta
más tarde y directamente de Bizancio, inicialmente a título de emisarios en un
momento de gran actividad diplomática entre Constantinopla y la Europa occi
dental, cuando la amenaza turca, cada vez más inminente, se cernía sobre el
imperio griego. Treinta y siete años después del mal comienzo de Pilato, un
diplomático bizantino llamado Manuel Crisoloras llegó a Florencia para tratar
unos negocios y allí instituyó un curso de griego que habría de mantenerse
durante varios años.
La enseñanza de Crisoloras se caracterizó por favorecer el mérito literario
de las versiones latinas a expensas del viejo método de la traducción palabra
por palabra que tanto maniataba el estilo de Pilato y Atumano (método en
parte debido, quizá, al hecho de que la exactitud se creía adecuada en el caso
de la traducción de un texto científico). En su anhelo por facilitar una mejor
comprensión del griego, Crisoloras también escribió un libro de gramática
(Erotemata, «Cuestiones»), el primero de su género en llegar a la imprenta, ya
a finales del Cuatrocientos; su éxito entre los discípulos de Crisoloras fue más
que considerable, y todavía alcanzó a Erasmo y otras figuras del humanismo
posterior.
Por todo ello, 1397 es una fecha clave en la historia del humanism o e
incluso de la cultura europea. Entre los pupilos de Crisoloras se contaban algu
nos de los hombres de letras más brillantes de una nueva generación, Leonardo
Bruni y Guarino de Verona en la primera fila. Con ellos, y con la llegada del
siglo xv, el griego recuperó el lugar que le pertenecía dentro de los studia huma-
nitatis, y el humanismo entró sin duda en una nueva etapa.
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2
La erudición clásica
MICHAEL D. REEVE
En el año 62 a.C. Cicerón defendió en los tribunales a un poeta griego, Arquías,
cuya ciudadanía estaba en entredicho. La versión del discurso que divulgó más
tarde trata extensamente del servicio que los poetas prestan al estado revis
tiendo a los héroes con la inmortalidad y alentando con ello el espíritu comu
nitario. N i los historiadores, afirma Cicerón (Pro Archia 24), llegan a tanto:
Alejandro Magno llevó consigo a muchos de ellos en sus campañas, pero aun
así, al llegar a la sepultura de Aquiles, cerca de Troya, exclamó: « ¡O h , joven
afortunado que encontraste a Homero como pregonero de tu valor!». Y lle
vaba razón, añade, porque sin la Ilíada la tumba se hubiera cerrado no sólo
sobre el cuerpo de Aquiles, sino también sobre su nombre.
W illiam de Malmesbury, un historiador inglés que murió hacia 1143,
cuenta la misma anécdota1. ¿La habría leído en el alegato ciceroniano en favor
de Arquías? Aunque las letras latinas de la Roma republicana e imperial reco
rren unos seiscientos años (aproximadamente desde el 200 a.C. hasta comien
zos del siglo v), ningún autógrafo ha perdurado hasta nuestros días. Las poesías
de Virgilio, las piezas teatrales de Terencio y el relato de la guerra contra A ní
bal obra de Tito Livio son casos inusuales de conservación en manuscritos de
fecha tan temprana com o los siglos iv o v, compuestos evidentemente para
coleccionistas que aún no habían sufrido los efectos obvios de la conversión
del Imperio al cristianismo. Después de esta fase, la cifra de obras registradas
va menguando hasta el final del siglo vm, cuando Carlomagno creó en el O cci
dente europeo un im perio sucesor del romano y lo gobernó desde la baja
cuenca del Rin. Por caminos difíciles de seguir, las bibliotecas monásticas y
reales empezaron entonces a obtener códices antiguos, de autores paganos en
no pocos casos, y a copiarlos, generalmente con un nuevo tipo de escritura
41
Introducción al hum anism o renacentista
42
La erudición clásica
una célebre ciudad de Egipto, y cita la autoridad del segundo libro del comen
tario de Calcidio al Timeo de Platón (se conserva el ejemplar que poseía Petrarca).
Cuando Cicerón afirma que los poetas griegos pueden alcanzar mayor gloria
que los latinos porque el griego se lee casi en todas partes y en cambio el latín
sólo en los estrechos límites de su territorio (§ 23), Petrarca apunta «no es eso
lo que suele decir acerca del griego». Cuando Cicerón observa que incluso los
filósofos que escriben libros sobre la indiferencia ante la gloria ponen su nom
bre en el título (§ 26), Petrarca agrega un pasaje de las Disputaciones tusculanas
donde se declara lo mismo (1.34). Cuando Cicerón asevera que la virtud no
pide en su empeño otra recompensa que la gloria, sin la cual no hallaríamos
motivo de esfuerzo en esta breve vida (§ 28), Petrarca anota al margen «ten
cuidado, sin embargo». En ciertos lugares señala una palabra y escribe una
forma alternativa en el margen, y dos de esas soluciones, togati por Iocati (§ 27)
y quantum por quanto (§ 31), aparecen en todas las ediciones modernas; casi con
seguridad se trata de conjeturas del propio Petrarca.
Los historiadores actuales discuten aún sobre el sentido y el origen de la
voz «humanismo». El autor de un trabajo reciente consagrado a la expresión
studia humanitatis (literalmente: «afán por la cultura»), la documenta en dos pasa
jes de los discursos de Cicerón (Pro Murena 61 y Pro Caelio 24) y luego en varios
escritores italianos, desde Coluccio Salutati (1369) hasta mediados del si
glo xv.6 En Italia, no obstante, nadie había leído el Pro Murena, ni circulaba el
Pro Caelio en una forma que incluyera la palabra studio en el § 24, hasta que Pog-
gio Bracciolini, en 1415, envió a Florencia un antiguo manuscrito de Cluny.
Sorprende, en cambio, que no se haya reparado en el siguiente pasaje del exor
dio del Pro Archia (§ 3):
... os ruego que en este proceso me otorguéis una concesión apropiada al acu
sado y que para vosotros no sup one, espero, m olestia alguna: ya que repre
sento a un poeta excelso y hom bre de gran eru dición , ante una audiencia que
ha congregado a hom bres tan devotos de las letras, ante un tribunal de tamaña
h u m an id ad , y dond e preside éste de entre todos los m agistrados, perm itidm e
que hable algo más librem ente del afán por la cultura y por las letras [de studiis
humanitatis ac litterarum]...
6 E. Petersen, « 'T h e co m m u n ic a tio n o f the d ea d ': notes o n the studia humanitatis a n d the
nature o f h u m a n ist p h ilo lo g y » , en A . C . D io n iso tti, A . G ra fto n y J. Kraye (e d s.), The Uses oí Greek
and Latín: Histórica! Essays (Lo ndres, 1 9 8 8 ), págs. 57—69.
43
Introducción al hum anism o renacentista
1. descubrió el discurso
2. le gustó por el entusiasta elogio de la poesía
3. lo utilizó en sus propias obras
4. subrayó algunos puntos, a veces porque detalles afines le habían llamado
la atención en el curso de sus lecturas de otras obras antiguas
5. retocó el texto
6. habló del hallazgo en cartas que luego difundió más ampliamente
7. puso en circulación el discurso
8. era tanto su prestigio como escritor y coleccionista que, a su muerte, el
Pro Archia, como tantos otros textos de su biblioteca, fue solicitado como
ejemplar base para copiar.
44
La erudición clásica
45
Introducción al hum anism o renacentista
(Lorenzo Valla replicó que Sila fue un malvado sin excusa y el primer tirano de
Roma)11. Cuando el Panormita (Antonio Beccadelli) compendió una lista de poe
tas clásicos que habían defendido la poesía licenciosa y otra de nombres respeta
bles que la habían practicado, respondía al efecto que su Hermaphroditus (1425—26)
había causado en Poggio: incluso Virgilio, había dicho Poggio, compuso Priapea
en su juventud, pero también el Panormita debería crecer.12 Cuando en 1440
Lorenzo Valla demostró la falsedad de la Donación de Constantino, un texto que
daba soporte documental al poder secular del papado13, su protector Alfonso de
Aragón y el papa Eugenio IV se disputaban Nápoles por las armas. En términos
generales, las reglas y los modelos clásicos con que se compusieron discursos,
cartas, relatos históricos o versos fueron una ayuda para quienes satisfacían con
tales menesteres las habituales exigencias de una carrera pública. Filósofos, poe
tas e historiadores clásicos proporcionaron preceptos morales y ejemplos en abun
dancia, en su mayor parte perfectamente compatibles con el cristianismo. Y los
buenos escritores inspiraron a otros buenos escritores.
Aun por otras tres razones resulta difícil aislar el perfil de los estudios rena
centistas en materia clásica. En primer lugar, se debe recordar que muchos de
quienes se interesaron críticamente por los textos clásicos no disfrutaban
de empleo en una universidad o una biblioteca, de modo que no tenían obliga
ción profesional alguna con la disciplina. Un segundo factor reside en la incor
poración del quehacer erudito a textos literarios. La Elegía a Giovanni Lamola,
compuesta en 1427 por el Panormita, contiene la variante retulit, destacada en
un autógrafo por medio de tres procedimientos gráficos. El término proviene de
una corrupción en Lucrecio, retulerunt (incorrecto) por tetulerunt (correcto ) (De
rerum natura VI.672), como se desprende de un ejemplar de la obra que el Panor
mita anotó más tarde: «RETVLIT, con la primera sílaba breve, que seguí en mi
Elegía»14. La mayoría de las obras de Petrarca presentan una textura similar, y el
prefacio de los Miscdlanea (1489) de Angelo Poliziano, como si cada capítulo no
fuera ya lo bastante erudito, teje una red de sofisticadas alusiones a raras nove
dades del saber. La tercera dificultad se debe al hecho de que los humanistas ita
46
La erudición clásica
47
Introducción al hum anism o renacentista
Los actuales estudiosos del Renacimiento tienen sus razones para dar pri
macía a todas esas peculiaridades y concluir que es anacrónico buscar en aque
lla época una «erudición clásica» con el valor moderno de la expresión, tal
como la entienden ellos. Las obras de muchos humanistas son voluminosas
(también las publicadas) y no todo el mundo lee en latín con fluidez, menos
aún si se trata de bloques de texto sin separación de párrafos, con una pun
tuación peculiar y frecuentes erratas, com o ocurre en ediciones de los
siglos xv y xvi22. Además, puede que los estudios de tema clásico no sean el
centro de interés de aquellos que sí cumplen con el esfuerzo requerido. Por
todo ello, las declaraciones sobre los objetivos de los humanistas tienden a
reflejar, en el mejor de los casos, las afirmaciones más generalizadoras de los
mismos escritores; y éstas, a su vez, suelen pecar de una cierta falta de since
ridad, especialmente si se encuentran en prefacios o en otros lugares donde la
tradición imponía al autor una justificación de su quehacer.
Ahora bien, en realidad, la herencia de las letras renacentistas comprende
un cúmulo de materiales que contribuyeron a la reconstrucción de la Anti
güedad clásica, fueran o no concebidos con tal designio, y que en su mayor
parte no pueden haber cumplido otro propósito que no sea el avance del saber,
aunque su difusión, eso sí, se produjo de un m odo desigual y hasta cierto
punto gobernado por las convenciones literarias. Los materiales pensados para
la divulgación no escatiman las pruebas externas de tal actividad, como mues
tra la referencia al Pro Archia en la correspondencia de Petrarca, pero ni siquiera
él, pese a tapizar sus ejemplares de obras clásicas con variantes sacadas de otros
testimonios y con sus propias conjeturas, dejó en su voluminosa obra ni un
solo análisis de un problema textual o interpretativo. Petrarca, por ejemplo,
reconstruyó y en parte transcribió un manuscrito de Tito Livio, ahora el ms.
Harley 2493 de la British Library, que luego pasó a manos de Valla23. Los rea
justes textuales y otras anotaciones de Francesco superan ampliamente en
48
La erudición clásica
número a las de Valla, pero fue éste quien dio a luz en 1447 un conjunto de
enmiendas a los libros X X I-X X V I24 Le movía el afán polémico: a su parecer, el
Panormita y Bartolomeo Fació habían corregido con incompetencia el manus
crito de los libros X X I-X X X que Cosimo de’ Medici había ofrecido al rey de
Nápoles, Alfonso de Aragón. Probablemente, ni el Panormita ni Fació nunca
pensaron en publicar sus correcciones, y Valla, que las había visto directamente
en el códice, podría haber impresionado a Alfonso simplemente copiando las
suyas al lado. Pero ambicionaba un triunfo de mayor resonancia. La discusión
pública sobre cuestiones de crítica textual contaba con el antiguo precedente
del comentario de Servio a Virgilio, por citar un caso; también se puede recor
dar que, en una carta conservada en un códice del siglo IX, un desconocido Col
man detecta en algunos testimonios del Carmen Paschale de Sedulio variantes que
violan la métrica25. No obstante, la frecuencia de tales debates en la segunda
mitad del siglo xv, en contraste con su total ausencia a lo largo de la Edad Media
y pese a la práctica continua de la enmienda textual, significa un paso gigan
tesco hacia lo que se entiende por erudición clásica en la actualidad.
¿Qué decir, pues, del único punto restante de la lista, la satisfacción de Petrarca
al leer el Pro Archia? Sin ese entusiasmo, su descubrimiento podría haber caído en
tierra baldía. Varias obras clásicas deben su supervivencia a reacciones como la
suya. Por lo demás, respuestas distintas a las nuestras pueden resultar reveladoras.
Tras aquella primera reacción, el Pro Archia pronto suscitó otras de más
alcance. Apenas transcurridos treinta años tras la muerte de Petrarca (1374),
Antonio Loschi, secretario del duque de Milán, escribió un comentario sobre
los once discursos de Cicerón que habían pasado por sus manos. En su intro
ducción al Pro Ardua, menciona el elogio de los poetas en «este distendido y
bellísimo discurso», pero sigue adelante para preguntarse por qué se había
cuestionado la ciudadanía de Arquías si el poeta no había provocado reacción
hostil o resquemor de ninguna clase: «el discurso no ofrece respuesta, y no
recuerdo haber leído ninguna en otra parte». Al proceder a analizar el discurso
con la técnica aprendida en Quintiliano26, Loschi observa que el elogio de los
poetas resulta en buena medida superfluo.
49
Introducción al hum anism o renacentista
27 R. Sab b a d in i, Le scoperte dei codici latini e greci ne’ secoli X IV e X V , 2 vols. (Floren cia,
1 9 0 5 -1 4 ) , reim p reso co n una in tro d u c c ió n de E. G a rin y adiciones y co rreccio n e s de una
co p ia anotada p or el autor (F loren cia, 1 9 67 ). M i a rtícu lo « T h e rediscovery o f classical texts in
the R en aissan ce», en O . Pecere ( e d .), Itinerari dei testi ontichi (R o m a, 1 9 9 1 ), págs. 1 1 5 -5 7 , n o
o frece una visión sistem ática pero al m en o s co n tien e b ib lio g ra fía. N o existe u n tratam iento
ad ecu ad o d el p erio d o posterio r a 1 4 93 , p ero véase L. D. R ey n old s y N . G . W ils o n , Scribes and
Scholars ( O x fo r d , 19 913) [ * ] , pág. 139.
28 XII Panegyrici latini, ed. R. A. B. M yn o rs ( O x fo r d , 1 9 6 4 ), pág. x .
29 A . M a n fre d i, en L. B e llo n i, G . M ilan e se , A. Porro (eds.) Studia classica Iohanni Tarditi oblata,
2 vols. (M ilá n , 1 9 9 5 ), II, p ágs. 3 1 3 -2 5 .
SO
La erudición clásica
51
Introducción al hum anism o renacentista
Los textos deficientes, especialmente aquellos con lagunas obvias, fueron uno
de los diversos motivos que espolearon la exploración de bibliotecas en tiem
pos del humanismo, como lo habían hecho en el siglo IX en el caso de Lupo
de Ferriéres, quien no cesaba de acosar a sus corresponsales en busca de ejem
plares más completos.
Entre el martes 1 de septiembre de 1388 y el martes 2 de marzo de 1389,
el veneciano Paolo di Bernardo transcribió la primera década de Tito Livio,
«de contenido mayormente militar», y añadió al final:
Esta obra debería agradar m u cho a cualquiera, pero debo ser sincero y decir que
no es un m odelo de fineza en la fijación textual, pues no creo que tal cosa exista
en el presente. Lo que afirmaré con claridad es que no está tan corrom pida com o
m uchas otras que he visto en m is días, aquí o en cualquier otra parte. Para pro
ducir esta copia he utilizado tantos ejemplares com o he podido, y con su ayuda,
y la de mis pocas luces, he aplicado mis buenos sudores a una lim pieza general31.
52
La erudición clásica
53
Introducción al hum anism o renacentista
S4
La erudición clásica
39 M . D. R eeve, «Tw o m anu scrip ts at the E sco ria l» , en Actas deI VIII Congreso Español de
Estudios Clásicos (M a d rid , 1 9 9 4 ), II, págs. 8 2 9 -3 9 .
40 V Fera, Una ignota Expositio Suetoni del Poliziano (M esin a , 1 9 8 3 ), pág. 2 2 4 , citad o en N . G .
W ils o n , From Byzantium to Italo: Greek Studies in the Italian Renaissance (Londres, 1 9 9 2 ), págs. 110-1 I
55
Introducción al hum anism o renacentista
' Así, pues, antes de objetar de entrada que estamos suprim iendo el texto recibido,
la gente debería sospesar qué es lo que hem os sup rim ido y qué lo que hem os
puesto en su lugar. A m i parecer, se debería considerar com o texto recibido el
recibid o hace m ás de m il años y n o el que se ha introdu cid o furtivam ente en
tiempos recientes por obra de tipógrafos descuidados y ha desplegado su influen
cia de la n o ch e a la m añana gracias a la rep rod ucción en grandes cantidades,
mientras los doctos fingían no darse cuenta o se dedicaban a otros menesteres43.
41 A . T G ra fto n , « O n the sch olarship o f P o litian and its c o n te x t» , Journal of thc Warburg and
Courtauld Instituto, 45 ( 1 9 7 7 ), págs. 1 5 0 -8 8 .
42 B u trica, Properlius, págs. 60—6 1 , n. 22.
43 T ito L iv io , Decades tres, 5 vols. (Basilea, 1 5 3 5 ), I, pág. 5.
56
La erudición clásica
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Introducción al hum anism o renacentista
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La erudición clásica
Nunca había estado ausente del todo. El griego era lengua madre de los habi
tantes de algunas áreas del sur de Italia (y lo sigue siendo). Comerciantes y
embajadores lo necesitaban. Además, en todos y cada uno de los siglos que
van del ix al xiv hubo quienes trabajaron seriamente en escritos griegos, aun
que nadie como Robert Grosseteste, obispo de Lincoln d e l2 3 5 a l2 5 3 y pri
mer canciller de la Universidad de Oxford, quien dio a luz una edición crítica
de un texto griego (el Corpus atribuido a Dionisio Areopagita) que ha sido
considerada la primera en su género a cargo de un hombre del Occidente euro
peo57. Por último, cabe recordar que el monje alsaciano Johannes de Alta Silva
se las compuso (no sabemos cómo) para incluir en su ciclo de relatos latinos
(Dolopathos, c. 1190) una versión de la historia homérica que narra cómo U li-
ses huyó de la cueva del Cíclope y otra de la que cuenta Heródoto sobre el
egipcio que saqueó impunemente una pirám ide58. Ya en la Italia del Tres
cientos, Niccoló da Reggio tradujo obras médicas de Galeno para Roberto de
Anjou, rey de Nápoles, unos decenios antes de que Boccaccio le encargara a
59
Introducción al hum anism o renacentista
un griego del sur de Italia, de nombre Leoncio Pilato, la tarea de hacer lo pro
pio con Homero. Esta última aventura, sin embargo, tampoco satisfizo a sus
promotores y no llevó a ninguna parte.
Coluccio Salutati admiraba a Cicerón por ser grande a la vez como esta
dista y como escritor. En 1392-93, como se ha visto, obtuvo las dos colec
ciones de cartas ciceronianas, y ambos manuscritos, procedentes de Milán, se
han conservado. Le debieron de parecer frustrantes. Inmerso en las letras grie
gas y rodeado de cultura griega, Cicerón amenizaba su prosa con frases y citas
que generaciones de amanuenses habían reproducido a duras penas, sin enten
derlas, copiando uno por uno los trazos de cada letra con la máxima fidelidad
posible. Salutati no hubiera sido capaz de comprender esas migajas de la len
gua helénica ni tan siquiera si la transmisión hubiese sido impecable. Pero en
los márgenes, una elegante mano griega las descifró tan correctamente como
su distorsión lo permitía, dividiendo palabras y añadiendo acentos, y alguien,
además, interlineó la traducción latina correspondiente. Los paleógrafos han
identificado esa mano como la de Manuel Crisoloras, el hombre que «restauró
las letras griegas» en un manuscrito de las cartas Ad Atticum de Cicerón, según
sabemos por una noticia posterior. Crisoloras había conducido una embajada
griega de Constantinopla a Venecia en 1390. En esta ciudad le conoció el flo
rentino Roberto Rossi, y en 1395, Jacopo Angelí da Scarperia, un conocido
de Rossi, partió para Constantinopla para aprender griego con Crisoloras. En
1396 la Universidad de Florencia le invitó a venir para que enseñara gramá
tica y literatura griegas por un periodo de diez años. La carta de invitación,
que contiene dos referencias a la Eneida y dos citas ciceronianas, probablemente
fue redactada por el canciller en persona, Coluccio Salutati. Antes de estable
cer los términos del contrato, la carta traza con gracia un curso a medio camino
de la superioridad y la deferencia:
Nuestros ancestros siem pre m ostraron la m ayor reverencia por la eru dición y
el saber. P.or ello, pese a que en un tiem po n o había universidad alguna asen
tada en la ciu d ad , el n o m b re de Florencia a co g e , en todas y cada una de las
gen eraciones q u e se han su ced id o , a m u ch o s m aestros en una considerable
diversidad de m aterias, la m e m o ria de los cuales reluce en sus obras y en su
divulgada reputación. En nuestro tiem po hem os presenciado el gran provecho
que ha supuesto añadir los estudios de g riego a tales lo gro s. «Los rom an os,
señores del m u n d o», de quienes no som os la parte más insignificante, por boca
de sus más grandes autores confesaron haber recibido de los griegos todas las
ram as del saber: el veredicto de nuestro C ice ró n co n firm a que nosotros, los
rom anos, o hacem os por nuestra cuenta más sabias innovaciones que ellos, o
60
La erudición ciósica
61
Introducción al hum anism o renacentista
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La erudición clásica
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Introducción al hum anism o renacentista
guiar como los Dionysiaca de Nonnus, citado no sólo en las anotaciones a los
Fastos, sino también en los Miscelkmea, «era accesible en el ms. Laur. 32.16,
escrito c. 1280 por una mano que hubiera forzado al máximo el saber paleo-
gráfico de Poliziano»68. Análoga erudición exhibe el veneciano Ermolao Bár
baro en las correcciones a Plinio y Pomponio Mela publicadas en 149369. Los
Adagios de Erasmo, con su tratamiento ensayístico de antiguos proverbios, sólo
llegan a equipararse con un saber tan amplio y tan profundo en ediciones
posteriores a la de 150070.
A las puertas del siglo xvi, casi todo lo que ha perdurado de las letras grie
gas se encontraba ya en las bibliotecas de Italia; entre 1495 y 1515, en Vene-
cia, Aldo Manuzio puso en letra de molde la mayor parte de ese bagaje. Sin
embargo, poco o nada hicieron los italianos de origen por mejorar los textos,
y sólo Marsilio Fiemo, comentador de Platón, y los neoplatónicos merecen un
lugar en la historia de su interpretación71. Poliziano fue el único en poseer
talento y experiencia suficientes como para saltar esa barrera, pero murió a los
cuarenta, un año antes de que viera la luz la primera edición aldina. El más
dotado de los críticos textuales a sueldo de Manuzio fue un cretense, Marco
Musuro, del mismo modo que los mejores de la generación anterior habían
sido bizantinos expatriados: Teodoro Gaza, el cardenal Bessarion, Andrónico
Calixto. Entre los europeos occidentales, los estudios de griego clásico hicie
ron sus primeros progresos en Francia, y fue allí, en 1572, donde se levantó
su monumento capital, el diccionario de Robert y Henri Estienne.
64
La erudición clásica
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Introducción al hum anism o renacentista
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La erudición clásica
nes y los restos monumentales. Año tras año, por Cuaresma —dice B iondo-
cuarenta o cincuenta mil peregrinos acuden en tropel a Roma y se emocionan
al ver los viejos palacios, los anfiteatros, los baños y los acueductos, y al apren
der lo que fueron y lo que significaron; «así, reposando en fundamentos fir
mes, la gloria de la majestad de Roma todavía im pone y, con extática
reverencia, libre de coacción y sin el fragor de las armas, una gran parte del
m undo inclina su cabeza ante el nombre de R om a»78. ¿Se arrepentiría de
alguna de estas frases al pasar revista a las instituciones de la Roma imperial y
dedicar Roma triumphans (1459) a Pío II cuando éste proyectaba una cruzada
contra los turcos?
Buena parte de la obra de Biondo se propone dar cuenta del presente. Un
fragmento característico de Roma instaurata versa sobre acueductos (11.98—101).
Poggio había descubierto el tratado de Frontino en Monte Casino en 1429 y
Biondo reproduce unos cuantos pasajes de la obra, entre ellos el elogio de
Roma, antes de pasar a Plinio el Viejo y a otras fuentes posteriores. ¿Por qué
—se pregunta Biondo—ha quedado tan poco de esas grandiosas estructuras?
Algunos aseguran que las destruyeron los godos, otros lo imputan a los estra
gos del tiempo, pero ambas explicaciones son incorrectas. Leed a Casiodoro
—sigue diciendo—y veréis que Teodorico, a quien no faltaba espíritu cívico,
escribió desde Ravena advirtiendo a los romanos sobre una oportunidad para
abastecer de agua a los suburbios. Los elementos tampoco pueden ser los res
ponsables, puesto que algunas partes de los acueductos se conservan intactas
en zonas despobladas. No: el sistema de conservación descrito por Frontino
expiró, y la gente, con el paso de los siglos, se ha ido apropiando de las pie
dras talladas79.
En 1453, Biondo dedicó a Nicolás V su geografía histórica de Italia, Italia
illustrata, y después la fue revisando conforme surgía la oportunidad; por ejem
plo, cuando cayó en sus manos un fragmento del historiador del siglo IV
67
Introducción al hum anism o renacentista
el cual, tras cotejarlo con el ejemplar fuldense, realizó las enmiendas perti
nentes (hasta ahora atribuidas a filólogos posteriores). El texto fragmentario
en cuestión, sin embargo, era independiente, y Biondo pudo tomar de ahí
un extracto del libro XVI sobre la edificación en línea a lo largo de la Vía Fla-
minia, desde Roma a Ocriculum . (Su colación del códice de Fulda, dicho sea
de paso, confirma otras indicaciones al respecto: a pesar de sus amplias lec
turas en latín, el griego de Biondo era escaso, ya que dejó lagunas en su pro
pio manuscrito cuando podría haberlas completado con los pasajes griegos
del fuldense.)80
Antes de examinar el fragmento de Amiano, Biondo ya podía presumir de
haber visto otras primicias importantes. Su entrada en la escena de la erudi
ción clásica la señala una suscripción a un manuscrito del Brutus ciceroniano:
68
La erudición clásica
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70
La erudición clásica
meros filósofos griegos por razonar de qué estaba hecho el mundo y cómo
había llegado a su estado actual se hundió porque el vehículo de su pensa
miento no había sido objeto todavía de investigación científica»89, Valla argüyó
que la filosofía escolástica se alzaba en gran parte sobre la base de un mal uso
del latín, como mostraban la formación de nombres en -itas derivados de un
sustantivo, y no, como debieran, de un adjetivo. Sus Elegantice (1441-49) lan
zan la campaña lingüística con una metáfora grandiosa tomada del quinto libro
de Tito Livio: ni escribiendo la historia —afirma el humanista—, ni traduciendo
del griego, ni componiendo discursos o versos conseguiremos echar a los inva
sores galos y restaurar la libertad de Roma; él mismo reunirá un ejército y será
el primero en arrojarse al combate; ¿quién será el nuevo Camilo, el nuevo sal
vador de Roma? Cincuenta y nueve ediciones en sesenta y cinco años deben
valer por una victoria. En un repaso que asombra por su visión de conjunto y
su capacidad analítica, Valla barrió de golpe todas las superficialidades que
habían satisfecho a Isidoro de Sevilla y sus sucesores medievales y describió de
primera mano la lengua de los autores clásicos: «no habrá nada en esta obra
que ya se haya dicho antes». «Quisiera señalar que Cicerón en ninguna oca
sión usa et por etiam como hacen autores posteriores a partir de Virgilio, así en
natus et ipse dea («él, también, hijo de una diosa») (11.58): la observación pare
cerá elemental, pero su autor poseía prácticamente todos los escritos de Cice
rón que hoy se conocen y primero tuvo que leerlos página tras página.
Gramática, sintaxis y estilo no agotan el panorámico recorrido de las Elegantiae:
los críticos modernos que creen haber inventado el tópico de la clausura o des
pedida deberían ojear el capítulo «Sobre las expresiones adecuadas para el final
de una obra» (III.85).
71
Introducción al hum anism o renacentista
72
3
El libro hu m an ístico en el C uatrocientos
MARTIN DAVIES
N o existió humanismo sin libros. Con ellos se construyó desde un princi
pio y en ellos encontró el medio natural para su difusión. Todos los huma
nistas fueron consumidores y, por regla general, productores de libros
manuscritos. Muchos se labraron una pronta reputación a fuerza de buscar
y acumular volúmenes, y con el nacimiento de la imprenta, a mediados del
siglo xv, no tardaron en establecer lazos con esa nueva forma de producción,
ofreciéndole autores, editores de textos y un mercado. Algunos, Erasmo el
primero, tanto y tan bien explotaron el poder de las prensas que consiguie
ron proyectar su imagen en la escena de toda Europa. Lo mismo había ocu
rrido más de un siglo antes con la divulgación manuscrita de las obras de
los primeros humanistas italianos, aunque de modo menos controlado. A lo
largo del Renacimiento, dignidades eclesiásticas o seculares con pretensio
nes culturales gustaron de enaltecer su figura con bibliotecas y otras galas
de la civilización. De ahí que el libro actuara, y no en raras ocasiones, como
vehículo de una alianza entre cultura y poder, ya fuese en forma de traduc
ciones o de obras originales con dedicatoria, compuestas por encargo o sin
previa solicitud.
El estudio, la asimilación y la imitación de los clásicos forman el vínculo
común donde se recogen los dispares intereses de los humanistas. Común era,
también, el clasicismo del latín que empleaban. ¿Qué distinguió, pues, al libro
humanístico? En primer lugar, una nueva manera de preparar y escribir los
manuscritos: nueva porque contrastaba con la práctica habitual de la época,
pero de aspecto venerable por cuanto pretendía recuperar las virtudes clásicas
de la claridad y la pureza. Aunque entre los primeros devotos de los studia huma-
nitatis no escasearon los miembros de órdenes monásticas o mendicantes, ni
los que trabajaban como profesores en un medio académico, el movimiento
nació y permaneció esencialmente al margen de conventos y universidades,
vale decir los centros tradicionales de producción de libros. La escritura y la
ejecución del libro humanístico, y, por consiguiente, muchos rasgos del
73
Introducción al hum anism o renacentista
1 B. L. U llm a n , The Origin and Development oí Humanistic Script (R o m a, 1 9 6 0 ), pág. 13, cita estos
pasajes (am bos fechados en 1366) de Petrarca, Familiares X X III. 19.8 y Seniles V I .5.
2 París, B ib lio th éq u e N atio n ale , m s. lat. 1989.
74
El libro humanístico en el Cuatrocientos
75
Introducción al hum anism o renacentista
vara un estado más puro de los textos que estudiaban. Sin duda, cuantas más
y más obras entraban en el circuito de búsqueda, adquisición y copia subsi
guiente, más a menudo los humanistas debían ir encontrándose con ese género
de caligrafía más antigua, «más clásica»; lo que no está claro todavía es si la
primera hornada de humanistas creía, o no, que los viejos autores latinos
habían practicado ese mismo estilo de escritura3.
El afán de reforma no se agotó con la transformación caligráfica. En un
rechazo deliberado y programático de la técnica imperante en la composición
de libros, se buscaron igualmente modelos más antiguos para la disposición
de la página, el sistema de rayado y la decoración. Casi todos los manuscritos
humanísticos están escritos a línea tirada, con interlineados espaciosos, y no
a dos columnas, o más, como suele ocurrir en los códices góticos. En la mayo
ría de casos, el soporte es el pergamino, cuidadosamente rayado con punta
seca, y el espacio escrito (de un texto en prosa) alcanza el margen derecho y
se alinea allí regularmente, dando lugar a otro de los rasgos -la línea de justi
ficación—que luego pasarían a la imprenta. En cuanto a la decoración, los pri
meros humanistas, saltando una vez más por encima de los siglos góticos,
descubrieron en los manuscritos carolingios de época tardía la sencilla sobrie
dad de las iniciales en blanco y con entrelazos vegetales de parra; en trabajos
humanísticos, estas letras suelen decorar el comienzo de cada uno de los libros
integrados en una misma obra. N o de modo distinto, al comienzo la orna
mentación marginal fue m uy simple; la más típica consistía en ribetes con
entrelazos de parra añadidos a uno o dos de los bordes de la página donde
empezaba el texto. El efecto de conjunto era púdico y no llamativo, armonioso,
no recargado4.
76
El libro hum anístico en el Cuatrocientos
L 1 H K -T 4 0 & 1 S H V N C
e anim a humana trn u re r
..fcn p tu n f tam u m tngeníi
tacultattf eío<juentte d arí
(i optara fierenr. uttn h ac tra
í>fcura drtam a k ftru ía m a
i-Ljua. pbilofophi uarta ¿fcmter fed i
¿crfa ac pene contraria fcrtpítfle compmun
irn o n nuda precipua rtrftnguiariaintne
uitn affcrre poflemuf. fed cjuoraam rantam
iretufipítfdtflFtcultatem meíTe latenetp con
Ipicimuf ur acero romaneeioquentie-prm
cepTcum de anima diíTenenet' ac cjuid foretr
m preclaro ilío tufailanarum difpuranonum
dialogo dtltgent er riraccurate perfcrutane
tur. magnam cpandam deernf origin e loco
d ^ualitate dilTenftonem futfle deíc-nta-t".- <k
laárannuf cjuo^ueuírdo&tflfimuf arcp ciegan
ttffimuf cum de etfdem conditionituf tn comer
moratodeoptftaohominifoputcuíomuefHg ;
aret minino rnodurn fonhenf dixtflc depreden
ditur. Quid autem ftr anima n on dum tn ter
philofophofconuemr' ner fortraffer conuenítr-
td cuto ommljufcjuemadmodum di atar am
mi cfc'corponfmnkuf alicjua f-nrraffenon tn
77
Introducción al hum anism o renacentista
78
E l libro hum anístico en el Cuatrocientos
nuaron escribiendo libros de uso personal en una letra que apenas se podía
distinguir de los estilos góticos tradicionales, de la misma manera que siem
pre coexistieron variantes de carácter local y otras aproximaciones a la huma
nística formato. Pero el cachet que pronto mereció la labor de Poggio y sus
seguidores en bibliotecas de coleccionistas tan influyentes com o los Medici
florentinos impidió que libreros y estacioneros pudieran emplear a un consi
derable número de escribas y producir volúmenes de un acabado tan perfecto.
Es bien sabida la historia de cómo Vespasiano organizó (según su propio
relato) la tarea de cuarenta y cinco amanuenses que debían copiar, en menos
de un par de años, doscientos manuscritos para la biblioteca con que Cosimo
de’ Medici quería equipar la Badia de Fiesole. Los fondos se seleccionaron de
acuerdo con la lista que había elaborado el humanista Tommaso Parentucelli,
formando una especie de compendio ideal de los libros que cualquier biblio
teca debería albergar6. Un caso semejante ocurrió en la década de 1470,
cuando Vespasiano recibió el encargo de formar rápidamente una biblioteca
principesca (que aún se conserva intacta en el Vaticano) para Federico da Mon-
tefeltro, duque de Urbino. Pero mientras esas transacciones a gran escala se
sucedían, los humanistas, para su propio provecho y satisfacción, no cesaron
de transcribir, comprar y vender manuscritos y, sobre todo, siguieron hablando
de libros: en las cartas que Poggio enviaba a Niccoli desde Roma, así como en
las que le escribió el monje Antonio Traversari desde Florencia, se discute con
frecuencia sobre libros antiguos y modernos, y sobre cómo unos pueden lle
gar a transmudarse en los otros. Cabe afirmar con seguridad que la mayoría
de los nuevos códices se ejecutaban en una humanística formato, o bien en la pul
cra e inclinada humanística cursiva —de hecho una variante rápida del mismo
tipo de escritura—que en el futuro daría lugar a la cursiva de imprenta (bas
tardilla o itálica).
Paralelamente, en círculos más elevados iba surgiendo un afán competi
tivo, a la caza del libro, diríamos, en la medida en que magnates civiles o ecle
siásticos se apresuraban a adquirir colecciones de clásicos para dotar sus nuevas
bibliotecas o para enriquecer las existentes. La adquisición de libros era la insig
nia de su poder en cuanto protectores de la cultura y tenía un valor propa
79
Introducción al hum anism o renacentista
7 V id . A . G ra fto n ( e d .) , Rome Reborn: The Vahean Library and Renaissance Culture (W ash in gto n
D C , 1993).
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El libro humanístico en el Cuatrocientos
8 Vespasiano da B isticci, Le Vite, I, págs. 4 6 3 - 8 4 (47 8): « V ita d i m eser Lion ard o
d ’A re zo » .
9 V id . J. In g , Johann Gutenberg and his Bible (N ueva York, 19 88 ), pág. 67.
81
Introducción al hum anism o renacentista
82
El libro hum anístico en el Cuatrocientos
estampar con propiedad los libros en latín que incluían citas en aquella lengua.
Al igual que Gutenberg había diseñado el formato de la página y los tipos con
el modelo de los manuscritos góticos contemporáneos (no los tenía de otra
clase), Sweynheym y Pannartz se esforzaron por reproducir un tipo de libros
que satisficiera las expectativas del educado gusto italiano. Eso incluía también,
por supuesto, el acabado a mano del volumen, a menudo realizado en el taller
del impresor: rúbricas en rojo a principio de libro y capítulo, iniciales pintadas
a mano señalando las principales partes de la obra, márgenes decorados con
entrelazos de parra en la primera página, etcétera. El carácter humanístico
de la producción de Sweynheym y Pannartz se acentuó al contratar en cali
dad de editor al antiguo secretario de Nicolás de Cusa. El conjunto de los pre
facios de Bussi, uno de los cuales da cuenta de las esperanzas que el cardenal
depositaba en la estampa, representa una de las más fascinantes fuentes de infor
mación sobre la infancia de la imprenta que puedan existir12.
¿Qué había cambiado y cóm o se percibió tal cambio? Sabemos de una
reacción casi inmediata al impacto inicial de las prensas gracias a la pluma de
uno de los más conspicuos humanistas del momento, León Battista Alberti,
secretario de la curia romana y, como se diría hoy, «hombre universal». Según
cuenta en su autobiografía, Alberti tenía la costumbre de pedir a toda suerte
de estudiosos, artistas y artesanos que le revelaran sus secretos profesionales.
En el prefacio a otra de sus obras, De cifris («Sobre la escritura cifrada»), com
puesta en torno a 1466, León Battista refiere una anécdota de gran interés y a
todas luces de lo más verosímil: se hallaba sentado con otro cortesano ponti
ficio en los jardines del Vaticano cuando se pusieron a conversar sobre el nota
ble invento alemán que permitía llevar a cabo, en cien días y con tan sólo tres
hombres, doscientas copias de un libro «mediante la impresión de caracte
res» 13. Cálculos de ese tipo pronto resultarían habituales en tempranos docu
83
Introducción al hum anism o renacentista
m os alemanes que [ahora, en noviem bre de 1467], viven en R om a, quienes acostum bran no a
escribir sino a ‘im p rim ir’ [formare] libros de esta dase en gran n ú m e ro »; Catalogue of Books Printed in
the Fiíteenth Century now in the British Museum [de ahora en adelante BMC] (Londres, 1908—) , IV, pág, 2.
14 Véase el interesante p refacio de N ic o la u s G u palatin us a Jo h an n e s M esu e, Opera medicinalia
(Venecia, 1 4 7 1 ), analizad o e n M . A . y R. H . R o u se , « N ico la u s G u p alatin u s and the arrival o f
p rin t in Italy», La Bibliofilia, 88 ( 1 9 8 6 ), 2 2 1 -4 7 .
15 L. A . S hep p ard , « A fiftee n th -ce n tu ry h um anist; Francesco F ile lfo » , The Library, ser. 4 ,
16 ( 1 9 3 5 ), 1 -2 6 .
16 Véase lo q ue a firm a M ig lio , en B ussi, Prefazioni, pág. Iv i, y lu e g o en el ca p ítu lo entero
sobre «II p rezzo d ei lib r i» , p ág s. lv -lx iii; cf. tam b ié n «II costo del lib r o » , en Scrittura, biblioteche
e stampa a Roma nel Quattrocento. Atti del 2o seminario... 1982, ed. M . M ig lio (C iu d a d del Vatican o ,
1 9 8 3 ), págs. 3 2 3 - 5 5 3 . Existe otra lista de precio s p arecida, enviada p o r Bussi a N ic o d e m o
T ran ch e d in i, el e m b a jad o r de M ilá n en R o m a . H a rtm a n n Sch ed el tenía un a fo rm a c ió n m é d i
ca y en h u m a n id ad es a d q u irid a en Italia; c o m p r ó lib ros h u m a n ís tic o s , m an u scrito s o im p r e
sos, m u c h o s d e los cuales todavía se co n se rv an , y a él se d ebe m ás tarde la p u b lic a c ió n de
una historia universal, la célebre Crónica de Núremberg, estam p ad a en 14 93 .
84
El libro humanístico en el Cuatrocientos
pasado; sin embargo, cuando quería un texto para hacer una colación, o sim
plemente para leerlo, compraba un libro impreso: de buen manejo, fácil de
leer y barato.
Dejando aparte la cuestión del precio, una edición impresa poseía,
hablando en términos generales, el valor añadido de la uniformidad: todos los
ejemplares, centenares de ellos cada vez, eran copia de un mismo patrón, y
eso fomentó la práctica de la referencia precisa y sistemática en unos extremos
que los manuscritos no permitían. Así, a principios de los noventa, el huma
nista veneciano Ermolao Bárbaro pudo referir su serie de enmiendas a la His
toria natural de Plinio el Viejo al lugar correspondiente del texto estampado en
Venecia en 1472 (lámina 3 .2)17. Tanto la implantación de un sistema de refe
rencia estándar, com o el fácil manejo de un texto con rúbricas, división de
capítulos, foliación e incluso paginación, representaron adelantos de no poca
trascendencia en el campo del estudio profesional. Ninguno de esos recursos
era desconocido antes de la imprenta, pero la misma naturaleza del manus
crito entrañaba su aplicación de modo esporádico, irregular e individual.
La uniformidad del texto en sí mismo también trajo consigo consecuen
cias significativas. Exceptuando algunas situaciones muy circunscritas, como
el caso de los libros escolares en las principales universidades, en la Edad Media
la divulgación de un texto correcto escapaba al control de la autoridad com
petente. La imprenta fijó la letra, para bien o para mal. El proceso de cotejar
varios manuscritos de una cierta obra acostumbraba a dar en un texto com
puesto a partir de dos o más ramas de la tradición textual, y ese producto
pasaba a ser propiedad intelectual de una sola persona o de un círculo redu
cido. En cambio, la aparición de los libros impresos impuso un texto estándar
de facto, susceptible de ser enmendado o comentado por estudiantes y eruditos
de todas partes. Tras ese efecto no se escondía designio alguno, sino más bien
la habitual pereza humana: era mucho más cómodo reimprimir una edición
existente que establecer el texto de nuevo a partir de un manuscrito, ni que
fuera porque el cálculo exacto de las dimensiones de un libro era asunto de
vital importancia dada la alta cotización del papel. Así fue como muchas de las
obras clásicas y patrísticas más populares quedaron fijadas, como quien dice
por inercia, en una versión vulgatü, o textus receptus, es decir, recibido y aceptado
85
Introducción al hum anism o renacentista
Lám ina 3 .2 . Tipografía rom ana o redonda: la Historia natural de Plin io el V iejo,
impresa en Venecia por N icholas Jenson en 1472. Este ejem plar está tirado sobre
pergam ino e ilu m in ad o a m ano. British Library, G .2 .d .8 , fol. 4r.
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Introducción al hum anism o renacentista
26 Por m e d io d e los tipos ald in o s, una vena particular de caligrafía helén ica d e la época
cristalizó en una letra estándar q u e se m an tu v o varios siglos. Para los a n teced en tes, véase el
v o lu m e n generosam ente ilustrado de P. Eleuteri y R C anart, Scrittura greca nell’umancsimo italiano
(M ilá n , 1991).
92
4
La reform a h u m an ística de la lengua latin a
y de su enseñanza
KRISTIAN JENSEN
A pesar de los muchos cambios que tuvieron lugar a lo largo del Renacimiento,
el latín humanista fue, esencialmente, un desarrollo de las formas y las apli
caciones del latín medieval. El latín era la lengua de la gente instruida y, si no
de los mismos gobernantes, cuando menos de las clases dirigentes. N o cono
cerlo representaba dar prueba de no pertenecer a esos grupos sociales. En la
Edad Media, el latín era el lenguaje internacional de la administración civil y
eclesiástica, de la diplomacia, de la liturgia y de las instituciones docentes, en
cuyas aulas los estudiantes se formaban con vistas a su futura actividad
en dichas áreas. El interés por aprenderlo obedecía a razones prácticas. La tarea
principal de quienes trabajaban en el aparato administrativo del estado o de la
Iglesia era redactar la correspondencia oficial en latín. Por ello, el are dictaminis,
o arte de escribir cartas, constituía una pieza clave de la educación tardome-
dieval en Italia, aunque ya menos al norte de los Alpes, donde los estudios uni
versitarios seguían una orientación más teológica que jurídica. El latín de la
Italia posmedieval retuvo todas estas funciones, y tanto el arte epistolar como
la com posición de piezas oratorias no dejaron de ser aspectos importantes
de la enseñanza de la lengua latina.
En ninguna esfera como en la de los asuntos de estado importaban tanto
el prestigio y las formas. Las negociaciones internacionales se despachaban en
latín, por correspondencia o mediante discursos pronunciados por un emisa
rio. El latín humanístico surgió precisamente entre los altos cargos de la admi
nistración civil y eclesiástica en la Italia del siglo xiv y principios del xv. Buen
exponente de ello fueron Leonardo Bruni y Poggio Bracciolini, cancilleres
ambos de Florencia y antiguos secretarios pontificios. Un humanista de la
siguiente generación, Enea Silvio Piccolomini, el futuro papa Pío II, exaltó (no
sin cierta exageración) el poder de ese nuevo estilo de diplomacia en lengua
latina: según sus palabras, el duque de Milán Giangaleazzo Visconti repetía a
menudo que los escritos de Coluccio Salutati le habían causado más daño que
93
Introducción al hum anism o renacentista
mil florentinos a caballo1. Lo que los maestros humanistas pretendían era capa
citar a los alumnos para que supieran alcanzar el prestigio que encumbraría a
sus patronos y mecenas.
Si bien la enseñanza y el latín humanísticos deben su parte a la cultura
francesa, las pautas de su evolución responden ante todo a la tradición y a
las necesidades de la sociedad italiana, y desde allí se difundieron por toda
Europa. Dado que el conocim iento del latín era un sello de distinción, a
mayor dom inio de la lengua correspondía una estima social más alta. El
baremo para medir los resultados no admitía discusión: la superioridad del
latín de los grandes autores de la Antigüedad —Cicerón, Terencio, Virgilio,
Horacio y Ovidio—era ya un fundamento del currículo escolar medieval y
com o tal se mantuvo en las escuelas humanistas, aunque ampliando la
nóm ina de autores leídos con regularidad. Las voces que en Italia procla
maban que el nuevo latín era digno del mejor estilo clásico contaron con la
aprobación general.
La función de la lengua latina com o instrumento de poder en el ámbito
de la política internacional se expone con claridad en la introducción de
Lorenzo Valla a sus Elegantiae Iinjjuae Latinae (1441-49), un título que quizá se
traduciría mejor com o «Latín correcto de grado superior». Valla describe
cóm o el imperio romano, pese a su extinción como fuerza política, todavía
perdura en un sentido más profundo y verdadero: «Nuestra es Italia, nues
tra es Galia, nuestras son Hispania, Germ ania, Panonia, Dalm acia, Iliria y
muchas otras naciones. Porque el im perio romano se encuentra allí donde
la lengua romana im pone su ley »2. El acento en la supremacía romana lo
pone la frase lingua Romana, en contraste con la forma habitual lingua Latina. La
lingua Romana de Lorenzo podía pretender el dom inio sobre toda la Europa
letrada porque no estaba repleta de las voces y la sintaxis contrarias al latín
clásico que las hordas invasoras de los bárbaros habían introducido; ofrecía,
en cambio, como se detalla a lo largo de la obra, la lengua perfecta y depu
rada de la vieja (y de la nueva) Roma. Valla argüía, y eso permite entender
en parte su postura, que, en Roma, el hilo de la tradición lingüística nunca
se había quebrado: incluso el vernáculo italiano hablado por los romanos de
su tiempo enlazaba a distancia con el latín coloquial del vulgo de la antigua
94
La reforma hum anística de la lengua latina y de su enseñanza
95
Introducción al hum anism o renacentista
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La reforma hum anística de la lengua latina y de su enseñanza
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Introducción al hum anism o renacentista
Los maestros italianos siguen una costum bre m uy loable al educar a los m u cha
ch os q u e les han co n fia d o : tan pronto c o m o éstos han ap ren did o los r u d i
m entos de la gram ática, in m ed iatam en te les p onen de tarea el m ejor poeta,
V irgilio , y las com edias de Terencio y Plauto. Estudian las Epistulae a i familiares, el
Deamicitia, el Desenectute, los Paradoxa stoicorum y otras obras de C ice ró n . Así es
co m o deslum bran a las otras naciones con su latín rico y elegante... Los niños
necesitan unas pocas norm as breves que les llevarán rápidam ente a la m eta8.
La cita resume las razones que explicaban el éxito del aprendizaje del latín
en Italia desde la apreciación de un espectador foráneo. Los manuales de la tra
dición medieval eran demasiado complicados. La crítica apuntaba a dos obje
tivos. En primer lugar se dirigía contra las obras normativas, las que habían
sentado las reglas: por ejemplo, el Doctrínale (1199), la popular gramática en
verso del francés Alexandre de Villedieu, cuyos preceptos, mal expresados por
medio de un verso tosco, no sólo resultaban confusos, sino a menudo inco
rrectos si se juzgaban a tenor del latín que los humanistas habían impuesto
con su voluntad de imitar a los autores clásicos. El Doctrínale pronto se convir
tió en símbolo del mal latín enseñado en el transcurso de los siglos medieva
les9 y, más en concreto, en término de oprobio para el sentimiento nacional
de Italia. Así lo reflejaba el autor de una gramática latina impresa en Venecia
en 1480 al manifestar su frustración porque los italianos se hubieran visto obli
gados hasta tiempos recientes a aprender latín -su propia lengua- en las obras
de los bárbaros extranjeros10.
El segundo dardo crítico se orientaba hacia el enfoque teórico que dom i
naba gran parte de la producción gramatical del Medievo. Las condenas más
severas las recibió, quizá, el danés Martín de Dacia, convertido en represen
tante del tratamiento filosófico y especulativo de la gramática. Martín era un
modista, es decir, uno de los gramáticos que estudiaban de qué modo las pala
bras designan el mundo (los modi significandi) y que concebían el lenguaje como
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La reforma hum anística de la lengua latina y de su enseñanza
11 Véase la carta d ed icato ria a Francisco I de Francia en Fran cesco Priscianese, Della lingua
romana [V enecia, 1 5 4 0 ], fols. iir-iiiiv .
12 Erasm o, Opera omnia (A m sterdam , 1 9 6 9 ), 1.2, págs. 1 11-51 (1 1 4 -1 5 ): De ratione studii,
ed. J.- C . M arg o lin . [* H a y versión castellana en Erasm o, Obras escogidas, ed. Loren zo Riber. M ad rid ,
99
Introducción al hum anism o renacentista
Los Rudimento grammatices de Niccoló Perotti fue la más divulgada de las gra
máticas humanísticas en las últimas décadas del siglo xv. Era mucho más larga
que la de Guarino y se distinguía de obras anteriores en su género por excluir
un considerable número de palabras y construcciones procedentes del latín
medieval (en contraste con las que tenían orígenes clásicos), así como por su
extenso tratamiento de términos de la antigua lengua romana que hasta la fecha
no había recogido ninguna gramática elemental. Gran parte del material de
Perotti hoy nos parecería más propio de un diccionario. En ese sentido seguía
la costumbre de los precedentes tardomedievales, pero con una diferencia: el
vocabulario de uso generalizado en los últimos siglos del Medievo ahora se
sometía a un atento escrutinio histórico y filológico.
En la baja Edad Media se consideraba que la atribución de significado a las
palabras era fruto de la convención social. De acuerdo con ese principio, aun
que se podía establecer un vínculo teórico entre lo designado por medio de
una palabra y el proceso mental que yacía detrás del significado de esa pala
bra, la forma fonética no guardaba relación alguna con el objeto que repre
sentaba. En consecuencia, la norma lingüística dependía del consenso de los
usuarios, de suerte que se podían inventar palabras cuando fuera conveniente
y se podía manipular el lenguaje según el interés de quien lo empleara. El la
tín de esa época, precisamente, se caracteriza por la gran flexibilidad de las
reglas de innovación léxica, puesta de manifiesto en el vocabulario y la fraseo
logía que filósofos, teólogos y juristas fueron creando para los fines especí
ficos de sus respectivas disciplinas. En el caso de los filósofos, Valla cargó contra
esa desviación del uso clásico (usus) en su Rq>astinatio díalectice et philosophie («Revi
sión de la dialéctica y la filosofía», con tres versiones elaboradas a partir de
1430 y hasta 14-57)13. Para los humanistas, aunque el uso ciertamente deter
minaba la corrección lingüística, el de su realidad contemporánea no tenía
valor normativo alguno. Sólo la lengua de los autores antiguos era aceptable;
por el contrario, la que se había desarrollado en el seno de diversas discipli
nas escolásticas les parecía que reposaba en la asunción, para ellos errónea,
conforme a la cual la lengua podía crearse mediante un acto racional. El con-
19 6 4 2, págs. 444—4 5 8 , co n el títu lo Plan de estudios.] Véase tam b ién la tra d u cció n al in g lé s en
E rasm o, Coilected Works (Toronto, 1 9 7 4 ), X X IV : Literary and Educationa! Writings 2 , págs. 6 6 1 -9 1 : On
the Method of Study, trad. B. M cG reg or.
13 L o ren zo Valla, Repastinatio dialectice et philosophie, ed. G . Z ip p e l (Padua, 1 9 8 2 ). Para esta
o b ra , véase abajo, cap. 5, págs. 1 1 9 -2 0 .
100
La reforma hum anística de la lengua latina y de su enseñanza
101
Introducción al hum anism o renacentista
14 M u y sign ifica tiva m en te, las Elegantiolüe de A g o s tin o D a ti, editadas por p rim era vez en
Ferrara, en 14 71 , y al m e n o s cie n to d oce veces m ás en lo que restaba de siglo.
15 Véase el c o lo fó n en verso del Compendium octo portium orationis [Basilea, c . 1 4 8 5 ].
16 W im p fe lin g , Isidoneus Germanicus, fo l. 7r-v.
102
La reforma hum anística de la lengua latina y de su enseñanza
de los impresores que vendían libros anticuados16, pero ese afán de lucro, ten
gámoslo en cuenta, no hacía sino traducir una tendencia del mercado. Por el
contrario, un editor mal podía embarcarse en la publicación de un manual
revolucionario que corriera el riesgo de no ser aceptado por un número de
maestros suficientemente amplio. Las escuelas, además, dependían de los libros
que pudieran obtener, y eso podía conllevar dificultades incluso en un centro
editorial tan rico como la ciudad de Núremberg: en 1S 11, un maestro recién
contratado atestiguaba que la gramática de uso exclusivo hasta la fecha era el
único manual impreso disponible17.
La tercera razón debe buscarse en la misma naturaleza de los colegios, ins
tituciones reacias al cambio casi por definición. Los profesores suelen repetir
lo mismo que les han enseñado y no en raras ocasiones se ven sujetos a las exi
gencias de los progenitores, temerosos de la desventaja que pueda represen
tar para sus hijos la aplicación de métodos modernos y aún poco
experimentados. Giovanni Sulpizio, en una gramática escrita en torno a 147S,
dejó bien claro cuál era el mayor obstáculo para la reforma del currículo: «¿De
qué va a servir todo si los padres insisten en que sus hijos sean educados con
el Alejandro [de Villedieu]? Nuestros decrépitos valores son la desgracia de
nuestros hijos. ¡Ay, cómo lloraría y gritaría en protesta!»18. A él se sumaba en
1511 el neerlandés Hermannus Torrentinus al asegurar que incluso la simple
modificación de la gramática de Alejandro era motivo de queja. Quienes recor
daban los sudores vertidos por culpa de las confusas reglas del Doctrínale de
seaban que los jóvenes recibieran un trato igualmente duro y que no cayeran
en la corrupción de la vida fácil19.
Aunque el conservadurismo de padres, maestros y centros docentes fue
un factor importante, la lentitud con que se asimilaron las nuevas normas lin
güísticas también se debe al hecho de que el latín todavía era una lengua viva.
Las palabras no sólo se aprendían en los textos, las gramáticas y los comenta
rios, sino a través de la lengua hablada, y ésta transmitía términos posclásicos
pero largamente aclimatados y por ello de costosa erradicación. Esa circuns
103
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104
La reforma hum anística de la lengua latina y de su enseñanza
taba de una falsa atribución; a partir de entonces su uso en las escuelas no tardó
en decaer20.
En cualquier caso, la cuestión seguía ahí: la enseñanza humanística nece
sitaba disponer de textos introductorios. Así, en currículos más próximos a los
studia humanitatis, se solía reemplazar a uno de los auctores octo (una obra anónima,
titulada Facetus, que estipulaba normas de conducta para niños en edad esco
lar) por unos preceptos versificados, obra de Giovanni Sulpizio, que enseña
ban a comportarse en la mesa21; la lectura de escritos clásicos venía una vez
leídos los preparatorios. No de otro modo, los Adagia de Erasmo (una colec
ción de dichos morales impresa por vez primera en 1500) se utilizaron con
una función equivalente a los Disticha Catonis. También de Erasmo, cabe citar
finalmente una colección de frases de uso conversacional distribuidas por temas
(Familiarium colloquiorum formulae, 1S 18) y posteriormente adaptadas a pequeños
diálogos de gran difusión escolar (Colloquia, 1522—33)22. Mediante la descrip
ción de hechos vulgares y cotidianos, ese género de obras pretendía inculcar
un latín coloquial que ofreciera a los alumnos un vocabulario útil para la vida
diaria.
Las obras clásicas llegaban más avanzado el currículo humanístico, pero
de nuevo hay que señalar que no pocas de ellas ya eran habituales en anterio
res programas de estudio, y que el elenco, a semejanza de lo que ocurría con
los textos de iniciación, respondía a un tiempo a criterios morales y lingüís
ticos. Las comedias de Terencio, presentes en las aulas a través de los siglos
medievales, conservaron una posición privilegiada en tanto que lectura de las
más socorridas. También se estudiaba a Plauto, el otro superviviente de la
comedia latina, aunque en menor grado, puesto que pertenecía a una genera
ción mayor que la de Terencio y sus obras, pese a constituir una magnífica
fuente de latín coloquial, no reflejaban el uso de la lengua que los alumnos
debían imitar; a ello se añadía que las piezas de Plauto por lo general se juz
20 La p rim era e d ició n de los Proverbios se encu entra entre los Opúsculo oliquot de Erasm o
(Lovaina, 1514) [en el Prefado in Catonem d ed ica d o a Joh an n e s N ev io de Lovaina, ex p o n e
Erasm o: « A d ie c im u s his M im o s P ub lianos, falso inscripto s Senecae Proverbia». T o m ad o de la
e d ic ió n de Opúsculo, p u b licad o s en Selestad en 1 5 2 0 ], A ctu alm en te, sólo la p rim era m itad
(hasta las p rim eras sentencias que em p ie zan co n la letra N ) se con sid era obra de P u b lilio Siró;
las m áxim as restantes se d eb en a un a n ó n im o autor cristian o posterior, o a m ás de uno.
21 G io v a n n i S u lp iz io , íl carme giovanile: De moribus puerorum in mensa seruandis, ed. M . M artin i
(Sora, 19 80 ).
22 A lg u n o s c o lo q u io s de Erasm o se p u e d e n leer en Obras esacogidas, ed. Lo ren zo Riber,
c it ., p ágs. 1 1 4 5 -1 1 7 6 .
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29 I. Scott, Controversies over the Imitation oí Cicero... (N ueva York, 1 9 1 0 ), págs. 10—14.
30 J. F. d ’A m ic o , Renaissance Humanism in Popal Rome: Humanists and Churchmen on the Eve of the
Reformation (B altim o re, 1 9 8 3 ), págs. 1 2 3 -3 4 .
31 Erasm o, Opero omnia, 1.2, págs. 5 9 9 -7 1 0 (6 9 4 ): Ciceronianos, ed. P. M esn ard ; véase
tam b ié n la trad u cció n al castellano en Erasm o, Obras escogidas, ed. Lorenzo Riber,
c i t ., págs. 1 2 0 7 -1 2 3 4 .
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110
La reforma hum anística de la lengua latina y de su enseñanza
interés de aquellos alumnos cuya actitud apática para con la materia obedecía
a su pedante preocupación por el estilo; su desprecio de la filosofía, aposti
llaba el editor, traía consigo nefastas consecuencias para todas las disciplinas
universitarias33.
En efecto: la pasión de los humanistas por el estilo y las formas entrañaba
el peligro de desdeñar el saber factual. Adiestrarse en recopilar frases y luga
res comunes de las obras leídas en clase era parte esencial del método de la
imitación; posteriormente, tales extractos se aplicaban de nuevo al contexto
oportuno, de modo que resultaba posible disfrazar la ignorancia de un tema
mediante la hábil exhibición de unos cuantos tópicos. Lo atestigua Melancht-
hon en su manual de retórica elemental al señalar precisamente ese proble
ma derivado de la fortuna de la pedagogía humanística y oponerse a quienes
creían que una lista de sentencias entresacadas de los poetas y oradores clási
cos equivalía al auténtico conocimiento: en su opinión, no se podía prescin
dir de los lugares comunes a la hora de construir o expresar un razonamiento,
pero comprenderlos presuponía el estudio solícito de la disciplina a la que per
tenecían34.
güedad pudieran entrañar una amenaza para la sociedad cristiana. De ahí que,
a pesar de su entusiasmo por la mejora de la enseñanza del latín en los cole
gios germánicos, Wimpfelmg prescribiera un currículo consistente, con alguna
excepción, en autores de finales del siglo xv; por eso, también, ansiaba con
especial ardor que las poesías de Baptista Mantuanus tomaran la plaza de Vir
gilio, ya que las Églogas, rectamente entendidas, no podían sino encender los
más deplorables deseos carnales en los alumnos adolescentes. Por otra parte,
en el muy humanístico entorno de Florencia el dominico Girolamo Savona-
rola pretendió instituir un programa cristiano y anticlásico que suponía la
prohibición de leer a los antiguos autores paganos36; esa intención se hallaba
próxima a su espíritu de cruzada moral contra el juego, las canciones carna
valescas y toda suerte de manifestaciones del materialismo: un espíritu sim
bolizado por la hoguera de las vanidades. Ya más tarde, el siglo xvi presenció
una reacción de escritores y maestros cuyo objetivo era expulsar del currículo
escolar a las obras clásicas. Sébastien Castalion, por ejemplo, compuso un libro
de coloquios para que ocupara el lugar de Terencio, ya que, tratándose de un
autor pagano, su lectura se le antojaba tan dulce al oído como peligrosa para
el alma37. Todavía más: para un radical de la Reforma como Martin Bucer, el
latín humanístico no era sino un instrumento político, una manifestación del
vínculo existente, según pretendían los católicos, entre la iglesia de Roma y la
antigua cultura latina; fiel a ese planteamiento, deseaba desterrar totalmente
de su escuela la enseñanza del latín y sustituirla por la del griego y el hebreo,
las lenguas de las Escrituras38. Otros reformistas más moderados, así Lute-
ro, Melanchthon y Calvino, insistieron en la importancia de mantener el cu
rrículo clásico en la educación protestante, pero de todos modos las inclina
ciones paganizantes del ciceronianismo encontraron en ellos una oposición
tan firme como la de los mismos cerebros de la Contrarreforma.
Melanchthon, la figura más sobresaliente de la implantación de un sis
tema de educación luterano en el norte de Europa, abrazaba con toda su alma
la causa del latín humanístico. Olaus Theophilus, uno de sus discípulos y
cabeza rectora de la escuela catedralicia de Copenhague entre 1565 y 1575,
112
La reforma hum anística de la lengua latina y de su enseñanza
apuntó unas cuantas razones: «¿Por qué es necesario enseñar a escribir en latín?
Sin él no se puede conocer a Dios. Sin él nos hundimos en el lodo de la deses
peración. Escribiendo en latín debilitamos - o mejor: derrocamos—el imperio
del diablo. Es algo necesario para la salvación de nuestras almas»39. Ahora bien,
por más que el programa docente de Melanchthon se centrara en el latín, sus
intenciones quedaban ya muy lejos de la meta que perseguían en Italia los pri
meros pedagogos del humanismo. Guarino y sus colegas educaban a discípu
los procedentes de las capas altas de la sociedad, mientras que las escuelas
italianas de rango inferior formaban a sus alumnos con vistas a una futura
carrera universitaria, generalmente medicina o derecho. Por el contrario, las
instituciones que seguían la línea educativa de Melanchthon se concibieron
pensando ante todo en estudiantes que luego habrían de cursar teología y regir
los destinos de una parroquia; en ese sentido, mantuvieron una tradición bajo-
medieval típica de la Europa septentrional: ajustar la educación de hoy a con
veniencia del teólogo de mañana.
Como Lutero, Melanchthon insistió en imponer un control central del sis
tema educativo y un currículo uniforme, ambos necesarios a tenor de las agrias
controversias religiosas de la época. La iglesia católica, por su parte, alcanzó
una uniformidad aún mayor gracias a los colegios jesuíticos que empezaron a
extenderse por toda Europa mediado el siglo xvi. Los profesores jesuítas com
pusieron un plan de carácter general, la llamada Ratio studiorum, con la inten
ción de que actuara com o prontuario docente en todos sus centros de
enseñanza40. Como el de las escuelas rivales protestantes, ese programa giraba
en torno a la lengua latina y sus aplicaciones. Su dependencia de los objetivos
definidos por los humanistas doscientos años atrás se refleja en los nombres
que recibieron los diversos grados: tras la instrucción gramatical, los estu
diantes progresaban de la clase de humanitas a la rhetorica.
Con el aumento de la institucionalización, el concepto de educación
humanística se transformó. Homogeneizar los planes de estudio, ya fueran
protestantes, ya jesuíticos, dio lugar a un enorme incremento en la produc
ción y el uso de manuales, con frecuencia publicados en una variedad de adap
taciones conformes al nivel educativo deseado. Aunque los profesores de la
PETER MACK
En la primavera de 1576, Gabriel Harvey, praelector en retórica de la Universidad
de Cambridge, inauguró sus lecciones con un discurso que más tarde publi
caría bajo el título de Ciceronianus. En el parlamento, Harvey anunció que aban
donaba el ciceronianismo superficial de aquellos que se expresaban tan sólo
por medio de palabras y frases de su mentor clásico y se entregaba al cicero
nianismo más profundo de los que habían comprendido la argumentación y
el verbo de Cicerón. Así aconsejaba a su audiencia:
Prestad m enos atención al reluciente verdor de las palabras que al fruto m aduro
del sentido y la argu m en tación ... Recordad que H om ero filiada 1.201] dijo que
las palabras eran pteroenta, es decir, aladas, porque fácilm en te echan a volar a
m enos que se las m antenga en equilibrio con el peso de la materia tratada. U n id
la dialéctica y el saber a la retórica. M antened la lengua al m ism o ritm o que la
m ente. Aprended con Erasmo a com binar la abundancia (copia) de palabras con
la abundancia de contenido; aprended con Ram us a abrazar una filosofía aliada
ya con la elocu encia; aprended con el Fénix h o m érico a ser autores de gestas
tanto co m o escritores de palabras1.
115
Introducción al hum anism o renacentista
Como otras materias del currículo escolar, la retórica y la dialéctica se han visto
sujetas a numerosos cambios desde su aparición en los siglos v y iv a.C., respec
tivamente. Ambas aspiran a enseñar de qué modo se puede convencer a otra per
sona. La dialéctica gira en torno de la argumentación, tipificada (para un
116
La retórica y la dialéctica humanísticas
117
Introducción al hum anism o renacentista
118
La retórica y la dialéctica humanísticas
119
Introducción al hum anism o renacentista
8 Para las obras, vid. Lo renzo Valla, Repastinatio dialéctico et philosophie, ed. G . Z ip p e l (Padua,
1 9 8 2 ), y Opera omnia (Basilea, 1540; reprint T urín, 19 62 , co n u n s e g u n d o v o lu m e n a cargo de
E. G a r in ). Véase tam b ién O . B esom i y M . R e g o lio si ( e d s ) , Lorenzo Valla e l’umanesimo italiano
(Padua, 1986).
9 Valla, Repastinatio, págs. 1 7 5 -7 7 .
10 Valla, Repastinatio, págs. 11—21; véanse tam b ién las págs. 3 0 - 3 6 .
11 Valla, Repastinatio, págs. 1 9 0 -2 1 3 , 3 6 3 -6 6 .
11 Los tóp ico s son los diversos lugares generales d o n d e se p u e d e n en co n trar argum en tos
particulares. Se d e n o m in a n de acuerd o c o n una lista de rúb ricas q u e id en tifica n lo q u e se
tiene en cuenta en el tipo de a rg u m en to en cu estió n (v. gr. g é n ero , esp ecie, causas, e fectos,
adjun to s o co ro lario s, sem ejantes) y se p u e d e n aplicar a cu a lq u ier tem a si se q uiere generar
m aterial para la d iscu sió n . Para una e x p lic a c ió n de c ó m o se u tiliz an , ver M a c k , Renaissance
Argument, págs. 1 30—4 2 . En ge n era l, vid. C ic e ró n , Tópica; R o d o lfo A g r íc o la , De inventione dialéctica
( C o lo n ia , 1539; reprint N ie u w k o o p , 1 9 6 7 ), p ágs. 6 - 1 7 7 ; y N . J. G ree n -P ed e rsen , The Tradition
of the Topics ¡n the Middle Ages ( M u n ic h , 19 64 ).
15 Valla, Repastinatio, págs. 2 4 4 , 3 0 4 - 0 6 , 3 2 8 -3 4 .
120
La retórica y la dialéctica humanísticas
El ob jeto de todo len guaje es con segu ir que una persona pueda hacer a otra
partícipe de sus pensam ientos. Por tanto, resulta evidente que deberían darse
tres cosas en cualquier discurso: el que habla, el que escucha y la m ateria tra
tada. Así pues, al hablar se deberían observar tres puntos: que se pueda enten
der lo que el orador quiere decir, que la audiencia escuche con avidez y que lo
que se diga sea plausible y pueda ser creído. La gram ática, que versa sobre el
arte de hablar correctam ente y con claridad, nos muestra cóm o alcanzar el p ri
m er objetivo. El segundo lo enseña la retórica, prestándonos el adorno verbal
y la elegancia del lenguaje, ju n to con todas las añagazas para cautivar oíd os. A
la dialéctica com pete lo que queda, es decir, hablar de m o d o convincente sea
cual sea el contenid o del d iscu rso15.
Agrícola casa las artes del trivium (gramática, dialéctica y retórica) con los
rasgos definitorios del lenguaje. La función clave de hallar (invertiré) y organi
zar la materia queda asignada a la dialéctica. Más adelante, el autor señala que
ese acto de descubrimiento (inventio) precede tanto al juicio (la parte de la dia
léctica que trata de las formas de argumentación) como a la retórica, consi
derada com o sinónim o de estilo1
16. La dialéctica instruye acerca del uso del
5
1
4
lenguaje en cuanto atañe al razonamiento. Tales afirmaciones, sin embargo,
no suponen una mera exaltación de la dialéctica, ya que en la versión de Agrí
cola los materiales de esa disciplina se funden en amalgama original con los
retóricos: aunque la obra gira en torno a los tópicos y dedica su buen tiempo
121
Introducción al hum anism o renacentista
122
La retórica y la dialéctica humanísticas
123
Introducción al hum anism o renacentista
proverbios clásicos, mientras que las Parabolae [1514] reúnen similitudes reca
badas en autores latinos y griegos27. Erasrno contribuyó así mismo a la pro
ducción humanística de retórica aplicada con el De conscribendis epistolis («Sobre
la redacción de cartas» [1498 y 1522])28, el prontuario de más éxito en su
género entre los muchos que salieron a luz en el siglo xvi, y con el Ecclesiastes
[1535], un manual de predicación que dejó inacabado. Con todo, su libro de
texto más influyente fue el De dupiici copia verborum ac rerum («Sobre la abundan
cia de palabras y materia» [1512]), que contó con no menos de ciento cin
cuenta ediciones quinientistas. El De copia sostiene que se puede llegar a alcanzar
un estilo copioso y variado por dos vías: haciendo más denso el tejido verbal
y amplificando el contenido. El primer libro se centra en la variación léxica y
el embellecimiento estilístico; el segundo examina las estrategias argumenta
tivas y los tópicos de persona y cosa que proporcionarán material suplemen
tario29. En un cierto sentido, como apuntara Gabriel Harvey, el De copia colaboró
en la tarea de fundir la retórica con la dialéctica. Pero quizá sería más exacto
afirmar que Erasmo sumó los métodos de la dialéctica a los recursos estilísti
cos, dado que la carga de estilo, de acuerdo con el De copia, se sobreimponía a
una obra cuyo esqueleto ya estaba previamente diseñado. (La idea de interre
lacionar recursos estilísticos y argumentativos se encuentra también en Agrí
cola y Melanchthon.) Dejando a un lado sus elogios de Agrícola, Erasmo se
mostró más bien hostil a la dialéctica: en su opinión, las disciplinas que el
humanismo debía fomentar eran la gramática y la retórica.
Philipp Melanchthon, apodado «el preceptor de Alemania», fue íntimo
colaborador de Lutero, así como autor de la Confesión de Augsburgo (1530)
y promotor, en tanto que protestante y humanista, de numerosas reformas
educativas. En 1518 accedió a la cátedra de griego en Wittenberg. Las leccio
nes del primer curso de retórica que impartió, publicadas con el título De rhe-
torica libri tres [1519], abundaban tanto en la dialéctica y subrayaban su
importancia con tal insistencia que, al año siguiente, el autor se vio obligado
27 Erasm o, Collected Works, X X III: Lucrar y and Educationa) Writings 1, p ágs. 1 2 3 -2 7 7 (Portilléis,
erad. R. A . B. M y n o rs); X X X I - X X X I V : Adajes, trad. M . M . P hillip s y R. A . B. M yn o rs. U n a
selecció n de adagios en castellano hay en Erasm o, Obras escogidas, ed. c it., págs. 1 0 3 1 -1 09 2.
28 Erasm o, Collected Works, X X V : Literary and Educationa! Writings 3 , p ágs. 1—2 5 4 (On the Writing
of Lctters, trad. C . Fantazzi).
29 Erasm o, Collected Works, X X IV , págs. 2 7 9 -6 5 9 (Copia: Foundations of the Abundan! Style,
trad. B. I. K n o tt).
124
La retórica y la dialéctica humanísticas
125
Introducción al hum anism o renacentista
126
La retórica y la dialéctica humanísticas
texto estándar de los jesuitas. Los nuevos manuales compuestos por humanis
tas de la Europa septentrional tendieron a privilegiar aspectos fronterizos de
la disciplina, como la amplificación, los proverbios y la imitación. La persua
sión por vía afectiva recibió poca atención en términos relativos.
127
Introducción al hum anism o renacentista
buido a un autor; elogio del autor; paráfrasis del consejo; elaboración del con
sejo a partir de los tópicos de causas, contrarios y analogía; ejemplo que ilus
tra el consejo; confirm ación de su importancia por medio de otro autor;
epílogo. Para los oradores clásicos los progymnasmata eran ejercicios encamina
dos a la composición de un discurso. A los estudiantes de la época renacen
tista probablemente se les antojarían útiles por sí mismos: cuesta bien poco
observar cómo descripciones, caracterizaciones y argumentos se insertarían
en relatos, novelas y poesías35.
N o todas las escuelas de gramática renacentistas incluían en el programa
un libro de retórica completo, pero sí contaban con manuales epistolares, com
pendios de tropos y figuras, y diccionarios de proverbios y comparaciones.
Aunque hoy nos resulte difícil imaginar a los escolares asimilando largas listas
de tropos, de hecho algo así debía ocurrir. El discípulo que aprendía las figu
ras retóricas con toda su nomenclatura acaso se inclinara a aplicarlas en exceso,
pero sin duda también devenía más perceptivo al uso del estilo figurado, puesto
que catalogar facilita la identificación, el análisis y la comparación. Paralela
mente, absorber libros de proverbios y todo aquel dudoso saber tradicional
sobre animales y plantas (que un crítico moderno ha llamado «la historia natu
ral antinatural») seguramente incitaba al alumno a cotejar y juzgar las varias
utilizaciones de tales recursos estilísticos36.
Leer en el De copia de Erasmo los ejemplos correspondientes a las doscientas
formas de decir «tu carta me ha complacido mucho» posiblemente fomentaba
una escritura densa y repetitiva37. Pero, por otra parte, podía hacer que el alumno
comprendiera que emplear una fórmula cualquiera significaba escoger una alter
nativa, dado que existían otras ciento noventa y nueve maneras de dar expresión
al mismo contenido. Y aún más: debía servir de estímulo para que el estudiante
rehiciera oraciones y párrafos enteros, al paso que tomaba conciencia de cómo,
con cada nueva modulación, cambiaba el propósito y se desplazaba el énfasis.
Algunos libros escolares de la época se acogieron a la boga de la imitado.
Agrícola esbozó un método que permitía variar uno tras otro todos los aspec
128
La retórica y la dialéctica humanísticas
129
Introducción al hum anism o renacentista
130
La retórica y la dialéctica humanísticas
42 Lond res, British Library, m s. H a rle ia n 3 2 3 0 , fo l. 4 v. Para la fu en te, ver Biblia: Sal
m o 1 8 (1 9 ).
131
Introducción al hum anism o renacentista
Estoy perdido en esta contem plación. Entre los hum anos, paz, amor, dilección,
fidelidad, reposo, banquetes, festines, gozo, alegría, oro, plata, m onedas, colla
res, anillos y bienes sim ilares correrían de m ano en m ano. N in g ú n proceso,
n in gu n a guerra, n in gu n a disputa; n o habría usureros, ni cod icio sos, n i taca
ños, n i m ezquinos. Por D io s, ¿no es verdad que la edad de oro, el reinado de
Saturno, la verdadera im agen del O lim p o se da cuando todas las otras virtudes
cesan y sólo Caridad reina, gob iern a, d o m in a y triunfa?. Todos serian buenos,
todos serían bellos, todos serían justos. ;O h , m u n d o feliz! ¡O h , gentes de ese
m u n d o feliz! ¡O h , tres y cuatro veces afortunados!43.
132
La retórica y la dialéctica humanísticas
[«Amar de verdad, y deseoso, mostrar mi amor en verso, que Ella, tan querida,
pueda sentir placer con mi dolor: el placer podría hacer que leyera, la lectura
podría hacer que supiera, el saber podría ganar la compasión, y la compasión
obtener la gracia.»]
Estos versos son también buen exponente de una ñgura retórica, el clí
m ax, y así los cita Abraham Fraunce en su Arcadian Rñetorike [1588]. Un poco
más abajo el soneto hace referencia a la invención. Otros de la misma serie
están construidos con un armazón lógico (los versos 1, 5, 9 y 12 del soneto
5 conceden argumentos contrarios a una proposición que, aun así, se afirma
en el verso 14) o dependen de distinciones lógicas (como en el soneto 61,
donde se pide a Stella que distinga entre acto y agente, y Astrophil apela al
Doctor Cupido para que se oponga a la «sophistrie» de su Angel).
En otra obra, la Arcadia, Sidney presenta un debate entre Pyrocles y Musi-
dorus que nos permite observar cómo la noción que un contendiente tiene
del otro incide en la manera de exponer los argumentos respectivos y contes
tar a los del contrincante. Veamos cómo el narrador relata lo que Musidorus
planificaba en respuesta a los argumentos de su amigo:
Pues, aunque al comienzo del alegato de Pyrocles en defensa de la sole
dad había preparado mentalmente una réplica en alabanza de la acción vir
tuosa (donde mostraba que tal suerte de meditación no era más que un
nombre glorioso de la ociosidad; que, por la acción, un hombre no sólo mejo
raba personalmente, sino que beneficiaba a los demás; que los dioses no hubie
ran dado el alma a un cuerpo con piernas y brazos [instrumentos de trabajo]
a menos que tuvieran la intención de que la mente les diera empleo; que la
mente conoce mejor su propio bien y su propio mal por la práctica; que tal
conocim iento es el único camino de aumentar el primero y corregir el
133
Introducción al hum anism o renacentista
134
La retórica y la dialéctica humanísticas
Montaigne, se refleja ahí una inquietud típica de los hombres por lo que ha
de venir después de la muerte. En la versión de 15 88, el autor añadió una
introducción que explicaba el tema y lo generalizaba al señalar que la con
templación del futuro es algo consustancial a la naturaleza humana. También
agregó diversos comentarios: sobre el efecto que tiene la muerte en las acti
tudes de la gente con los poderosos; sobre la tradición griega según la cual
quien solicitara enterrar a sus muertos después de la batalla concedería la vic
toria; y sobre aquellos que se dan a la ostentación o se muestran ostentosa
mente modestos en sus funerales. Todas las adiciones se relacionan por el
contenido con un elemento ya presente en la primera versión del correspon
diente ensayo, pero no dependen necesariamente de su tema principal. En el
ejemplar de Burdeos, que da cabida a copiosos añadidos manuscritos y sin
duda estaba destinado a servir de base a una tercera edición, Montaigne incor
poró nuevos relatos acerca de la muerte y los funerales, así como más comen
tarios todavía sobre sus observaciones previas. Ahora, por ejemplo, critica la
preocupación humana por el futuro, o hace hincapié en su propia actitud res
pecto a la modestia y los servicios fúnebres47. Montaigne declaró en una oca
sión que lo más notable de sus ensayos era la forma48. Esa forma se crea, como
hemos visto, combinando narración con comentarios y recurriendo a la inven
ción dialéctica (en este caso a través de los tópicos de contrarios, diferencias,
causas, semejantes y materia), aplicada a componentes de redacciones previas.
«Sobre la ejercitación» (II.6) trata, en esencia, de la conmoción que sufrió
el autor tras ser derribado del caballo49. El ensayo comprende cinco clases de
material. En primer lugar, la narración de la caída y la recuperación. Mezcla
das con el relato, se encuentran también diversas reflexiones del ensayista sobre
cómo se sentía en cada momento. El tercer apartado contiene una variedad de
elementos que surgen al interrumpirse el hilo narrativo: comparaciones con
otras experiencias; un razonamiento sobre la naturaleza de la muerte; el miedo
de estar viviendo una agonía y la impotencia por expresar la situación; la creen
cia, por parte del sujeto, de que las personas no tienen conciencia de lo que
hacen cuando se avecina la muerte; sus impresiones sobre actos que escapan
a la voluntad; y el más valioso de todos, el final de la historia, cuando M on
taigne describe cómo recuperó el conocimiento de lo que había pasado mien
135
Introducción al hum anism o renacentista
tras estaba inconsciente y la lección que sacó del suceso. El cuarto componente
es la introducción: más reflexiones, ahora sobre la validez de la práctica, y si
es posible /ejercitarse en el morir, o no, y si es de alguna ayuda pensar en la
muerte, y por fin, ya más en general, sobre la relación entre la imaginación y
la experiencia. Finalmente llega la conclusión, añadida en el ejemplar de Bur
deos pero basada en el final previo del relato, y en la que Montaigne defiende
su propia imagen (la que se había divulgado tras la publicación de la primera
edición) acentuando el valor y el carácter excepcional de la obra que está lle
vando a cabo. Resumamos: todos los elementos de este ensayo admirable se
desarrollan sucesivamente por interpolación y a través de conexiones tópicas.
Los ejemplos traídos a colación prueban, en definitiva, que autores y lec
tores del siglo xvi aplicaron los preceptos de la lectura dialéctica y el embelle
cimiento estilístico aprendidos en el aula, y que, además, sacaron buen partido,
para sus propios fines, de las ideas humanísticas sobre el uso del lenguaje. Her
manando retórica, dialéctica y gramática, la tradición del humanismo contri
buyó a crear las condiciones adecuadas para que la inventiva verbal de los
escritores quinientistas pudiera florecer.
136
6
Los hu m an istas y la B ib lia
ALASTAIR HAMILTON*
Humanistas y escolásticos crecieron y se formaron bajo unas mismas creencias
cristianas. Muchos de entre los primeros recibieron una educación escolástica
y se integraron en el clero regular o secular. Es cierto, desde luego, que la acti
tud humanística con respecto a las fuentes no cristianas divergía radicalmente
de la escolástica, pero no por ello la Biblia dejaba de ser tan fundamental para
unos como para otros. Cabe preguntarse, entonces, por qué las Escrituras tar
daron tanto en recibir un tratamiento filológico propio de los studia humanitatis
y por qué la denominación humanismo cristiano, en sí misma algo engañosa,
sólo se aplica a los últimos años del siglo xv y a los primeros del xvi.
El planteamiento inicial de la cuestión se debe a Francesco Petrarca. El
mismo, al parecer, no tomó conciencia de la importancia de los textos sagra
dos hasta una edad relativamente avanzada, cuando ya contaba con más de cua
renta años. Por lo que consideraba «un retraso condenable», Petrarca sintió en
aquel momento la necesidad de disculparse. Según sus palabras, el camino de
vuelta a la Biblia partía de la lectura de los Padres de la Iglesia, especialmente
de Agustín, autor de cabecera y protagonista de uno de sus diálogos*1, pero
también de Ambrosio, Gregorio, Lactancio y por supuesto Jerónimo, el santo
a quien se atribuía la Vulgata, es decir, el texto bíblico aceptado en su traduc
ción latina. En los Padres, Petrarca y otros humanistas posteriores encontraron
un doble atractivo, una concepción de la vida y la moral que reconciliaba los
valores cristianos con los clásicos y los presentaba envueltos en un estilo ele
gante. En vez de utilizar a Agustín, pongamos, como fuente de un sistema teo
lógico, según dictaba la tradición escolástica, los humanistas vieron en él un
137
Introducción al hum anism o renacentista
138
Los humanistas y la Biblia
nista como Leonardo Bruni pudo ya llevar a cabo una solitaria versión de una
obra del Corpus patrístico45
. Sin embargo, el primero en emprender una labor
sistemática de traducción y edición fue Ambrogio Traversari, un monje camal-
dulense (en 1431 fue elegido general de la orden) del monasterio de Santa
Maria degli Angeli, en Florencia, que trabajó en patrística desde 1415 hasta su
muerte en 1439.
La iniciativa de Traversari pretendía recobrar para Occidente, con el be
neplácito de sus colegas humanistas, la antigua tradición del cristianismo
griego, tan abandonada desde el siglo xm. Bajo el impacto del humanismo, los
escritos de los Padres, fueran en griego o en latín, ya se empezaban a apreciar
no sólo como ejemplo de retórica, sino también porque proporcionaban una
exégesis esencial para la comprensión de la Biblia. De ese Corpus Traversari
extrajo incluso argumentos en favor de una muy necesaria reforma eclesiás
tica, así como preceptos que a su parecer podían llevar a la reuniñcación de la
iglesia griega con la de Roma en el Concilio de Florencia de 1439. La nómina
de autores griegos traducidos por Traversari incluye a Basilio, Crisóstomo, Ata-
nasio, Gregorio Nacianceno y el Pseudo-Dionisio Areopagita. Sus versiones
rechazan la práctica medieval de traducir palabra por palabra y aplican el nuevo
método humanístico que aspiraba a verter en buen latín tanto el significado
como el estilo del original. Paralelamente, Traversari editó obras de algunos
Padres del mundo romano —Lactancio, Tertuliano, Jerónimo—, enmendando el
latín deturpado por la transmisión manuscrita y reinsertando palabras y expre
siones griegas que los copistas medievales habían om itidos.
El paso siguiente, de los Padres de la Iglesia a la Biblia, obedecía a una
conexión lógica: la Vulgata era la obra que debía recibir atención en primer
lugar y ésta se atribuía a San Jerónimo. El texto de la Vulgata se había elaborado,
parte en Roma y parte en Palestina, durante las décadas finales del siglo iv y
los primeros veinte años del siguiente. U n sinnúmero de manuscritos, a
menudo con lecciones sustancialmente distintas, lo difundieron por todo Occi
dente, de suerte que poco a poco se fue imponiendo en el seno de la iglesia
de Roma. La versión que a la larga resultaría estándar se debe en buena medida
al trabajo llevado a cabo por el maestro inglés Alcuino de York en el siglo vm.
4 Se trataba d el texto d e San B asilio sobre el estud io de las letras grie ga s, tradu cido por
B ru n i a c o m ie n z o s del sig lo xv,
5 C . H . Stinger, Humanism and che Church Fathers: .Ambrogio Traversari (1386-1439) and Christian
Antiquity in the Italian Renaissance (Albany, 1 9 7 7 ), págs. 51—6 0 , 84—166. Véase tam b ién
G . C . G a rfag n in i ( e d .) , Ambrogio Traversari nel VI centenario della nascita (F loren cia, 1988).
139
Introducción al hum anism o renacentista
Esa forma textual, conocida como el «texto de París» tras su adopción en Fran
cia, obtuvo amplia divulgación en los inicios del Doscientos y a partir de
entonces se convirtió en el fundamento de la autoridad dogmática6.
En su trato con las Escrituras, los humanistas tuvieron que afrontar cues
tiones cada vez más complejas. La primera de esas dificultades ya preocupaba
a los estudiosos de la Biblia desde la llegada de la Vulgata a la Europa occi
dental: ¿hasta qué punto la traducción era fidedigna?, ¿qué distancia la sepa
raba del griego y del hebreo de los originales? Sólo en una fase relativamente
tardía, cuando ya se había desarrollado la tradición humanística de crítica tex
tual, a esta pregunta siguió otra equivalente acerca de los manuscritos griegos
y hebreos entonces accesibles: ¿en qué medida podían éstos reflejar un origi
nal que había desaparecido tanto tiempo antes? Tras ésta, todavía surgió otra
cuestión: ¿qué grado de fidelidad mantenía el texto aceptado de la Vulgata con
respecto a la traducción producida a caballo de los siglos iv y v? Tantos ama
nuenses a lo largo de tantos siglos por fuerza debían haber introducido erro
res: ¿cómo se podían eliminar esas faltas? Y, por ahí, se llegó a plantear otro
problema: ¿en qué proporción se debía al mismo San Jerónimo la versión que
circulaba bajo su nombre? ¿En cuántos casos se había limitado a revisar o sim
plemente a adoptar traducciones ya existentes?
Responder al primero de esos interrogantes parecía de entrada la tarea más
urgente. Traversari empezó a estudiar hebreo con tal propósito, pero fue su
discípulo Giannozzo Manetti, un humanista laico, quien realmente se sumer
gió en el conocimiento de las lenguas antiguas. Manetti prestó sus servicios
como embajador de la ciudad de Florencia, desempeñó el cargo de secretario
apostólico en la curia romana de Nicolás V y fue miembro del consejo real de
Alfonso de Aragón, rey de Nápoles. Tras adquirir un buen bagaje de griego
gracias a Traversari, sus pasos se dirigieron hacia el hebreo.
Desde un punto de vista práctico, en aquel entonces era más fácil acceder
al hebreo que al griego. A diferencia de lo sucedido con la lengua helénica
(salvando la comunidad de habla griega del sur de Italia), el conocimiento del
hebreo (y del arameo) se había mantenido sin interrupción en Francia, España
e Italia debido a la presencia de comunidades judías, por lo que la posibilidad
de aprenderlo nunca había dejado de estar al alcance de la mano. Valga el ejem
plo del franciscano francés Nicolás de Lira, autor de un comentario bíblico
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Los humanistas y lo B iblia
7 B. Smalleyv The Study oí the Bible in the Middle Ages (Oxford. 19843).
141
Introducción al hum anism o renacentista
rés por la historia textual de la Sagrada Escritura —un interés que avanzaba desa
rrollos futuros—y analizó las diferencias entre la Biblia hebrea y la de los Setenta,
el texto preferido por la iglesia de Roma. Ese conocimiento de la tradición y las
fuentes hebraicas lo exhibió de nuevo para argumentar, contra la opinión de San
Jerónimo, que el Salterio se dividía en varios libros8. Por otra parte, en su faceta
de traductor del Nuevo Testamento, Manetti optó por un estilo flexible, en la
línea de Traversari, y no rehuyó en modo alguno la variación retórica. Al con
trario de Lorenzo Valla, como pronto veremos, nunca creyó imperativo traducir
una voz griega siempre por el mismo equivalente latino, sino que fue partida
rio de adoptar distintas soluciones según el contexto. No dejó constancia escrita
de sus criterios, cierto, ni tampoco un aparato crítico que diera cuenta de las
variantes respecto de la traducción latina estándar, pero su intención de mejorar
el estilo de la Vulgata se observa por doquier9.
Un rasgo sorprendente del biblismo cuatrocentista es la falta de colabora
ción entre los diversos humanistas que tomaron parte en la empresa. Eso es espe
cialmente cierto en el caso de Manetti y Lorenzo Valla, un colega suyo algo más
joven y seguidor de Leonardo Bruni cuya carrera siguió una trayectoria curiosa
mente paralela a la de Giannozzo. También Valla trabajó en Nápoles, entre 1435
y 1448, y de 1453 a 1457 fue secretario pontificio en Roma, exactamente
al mismo tiempo que Manetti prestaba allí idénticos servicios101
. Aun así, pese al
trato diario que debió existir entre 1453 y 1455, no hay rastro de que ninguno
de los dos llegara nunca a saber de las ocupaciones en materia bíblica del otro.
A diferencia de Manetti, Valla no llevó a cabo una nueva traducción del
Nuevo Testamento, sino una serie de anotaciones textuales, compuestas al pare
cer entre 1435 y 1448, mientras vivía en Nápoles, y luego revisadas de 1453
a 145 7 durante la etapa de su residencia en R om a1'. Cuando se enfrentó al
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Los humanistas y la B iblia
143
Introducción di hum anism o renacentista
14 J. H . Bentley, Humanists and Holy W rit. New Testament Scholarship in the Renaissance (P rin ceto n ,
1 9 8 3 ), págs. 3 2 - 6 9 .
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Los hum anistas y la B iblia
17 H . J. de Jo n g e , «Novum Testamentum a nobis versum: the essence o f Erasm us’s e d itio n o f the
N e w Testam en t», Journal of Theological Studies, nueva serie, 35 ( 1 9 8 4 ), 3 9 4 -4 1 3 ; Bentley, Humanists
and the Holy W rít, págs. 1 1 2 -9 3 .
151
Introducción al hum anism o renacentista
rigor erasmiano. Por otra parte, como se observa en las enmiendas, no cabe
duda de que Erasmo atribuyó gran importancia a la elegancia del latín. Cier
tamente, no llegó a la extrema insistencia de otros humanistas en cuestiones
de refinamiento estilístico, pero tampoco comulgó con la norma de traduc
ción del inflexible Valla; su postura, cercana a la de Manetti y Traversari, puso
más bien el acento en la conveniencia de vertir el sentido del original de
acuerdo con los moldes propios de la lengua receptora.
Erasmo fue mucho más audaz que cualquiera de sus predecesores en su
relación con los antiguos exegetas cristianos. Las correcciones que introdujo
remontaban con frecuencia a fuentes patrísticas, como hemos visto, y él mismo
editó a muchos de esos autores (Jerónimo, Agustín, Cipriano, Hilario, Cri-
sóstomo, Ireneo y Orígenes). Ahora bien, esa contrastada devoción no les aho
rró censuras siempre que Erasmo les pillaba en falta. Jerónimo -concedió en
una nota a Mateo 26—no era infalible: «Admito que fue hombre de gran sabi
duría, pareja elocuencia y santidad incomparable, pero no puedo negar que
era hum ano». Más severo aún se mostró con Agustín, el ídolo del primer
humanismo, en sus anotaciones al Evangelio de San Juan: fue «sin duda un
santo y un hombre íntegro, dotado de un penetrante intelecto, pero inmen
samente crédulo y, además, carente de instrumental lingüístico»28.
Erasmo, en suma, trató a los Padres de la Iglesia con tanto respeto como
discernimiento. Compartió su predilección por Orígenes con Fidno y Pico della
Mirándola, aunque para él Orígenes representaba mucho más que la transmi
sión por vía cristiana del neoplatonismo: era un modelo al que cabía seguir en
toda doctrina. «Aprendo más acerca de la filosofía cristiana en un pasaje de Orí
genes -escribió en 1518—que en diez de Agustín.» Pero muchos otros autores
patrísticos le brindaron razones oportunas en más de una ocasión. Así, en 1523,
cuando la ofensiva de sus oponentes alcanzaba la máxima intensidad, Erasmo
deploraba la existencia de controversias teológicas basándose en la autoridad
de Hilario de Poitiers, un Padre del siglo iv que encabezó la lucha contra la here
jía arriana y que «por la santidad de su vida, por su extraordinaria sabiduría y
por su admirable elocuencia fue la luz de su tiempo»29.
28 R u m m e l, Erasmus’ Annouitiom on the New Testoment, págs. 5 8 - 5 9 . Véase tam b ién R ice,
St Jerome, cap. 5.
29 Erasm o, Collected Works, VI: The Correspondence: Letters 842 (o 992, trad. R. A. B. M yn o rs y
D. F. S. T h o m so n , pág. 35 (Carta 84 4); IX: The Correspondence: Letters 1252 to 1352, trad. R. A . B. M y
nors, pág. 261 (Carta 1334).
152
Los humanistas y la Biblia
30 Erasm o, CoIIected Worlís, X X V ÍI: Literary and Educational Writings 5, págs. 7 7 - 1 5 3 (Praise oí
Foily, trad. B. R ad ice); Erasm o, The Colloquies, trad. C . R. T h o m p so n (C h ic a g o , 19 65 ). Para el Elogio
de la locura, en castellano, ver la e d ició n b ilin gü e a cargo d e O . N ortes Valls (B arcelona, 1976).
31 Véase la respuesta de Erasm o a L ó p ez de Z ú ñ ig a : Apología respondáis ad ea quae Iacobus Lopis
Stunica taxaverat in prima duntaxat Novi Testamenti aeditione, ed. H . J. de Jo n g e , en E rasm o, Opera omnia
(A m sterd a m , 1 9 6 9 ), I X .2. Para N e b rija , C . G illy, « U n a obra d esco n o cid a d e N eb rija contra
E rasm o y R e u c h lin » , en M . R evuelta S añ u d o y C . M o ró n A rroyo (ed s.), El Erasmismo en España
(Santander, 1 9 8 6 ), págs. 195—218.
153
Introducción al hum anism o renacentista
31 V id . E. F. R ice, jr., « T h e H u m a n ist idea o f C h ristia n an tíq u íty : Lefevre d ’Etaples and
his c ir c le » , en W. L. G u n d e rsh e im er ( e d .) , French Humanism (Lo ndres, 1 9 6 9 ), p ág s. 163—80 .
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Introducción al hum anism o renacentista
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Los humanistas y la Biblia
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7
JAMES HANKINS
Antes de la llegada del siglo xvi el humanismo no dio pensadores políticos de
la talla de Platón o Thomas Hobbes. No debe sorprendemos. A diferencia
de quienes hoy estudian ciencias políticas, o de los filósofos escolásticos medie
vales, los humanistas del Renacimiento no se ocuparon de la teoría política
como tal. Profesionalmente, actuaron en calidad de maestros, diplomáticos,
propagandistas políticos, curiales y burócratas, y sus escritos de carácter polí
tico nunca cuajaron en forma de summae, sesudos tratados monográficos para
un lector especializado; se añadieron, en cambio, a una antigua tradición de
literatura retórico-moral cuyo objetivo era la reforma del individuo y la socie
dad. Sus modelos no eran Aristóteles o Tomás de Aquino, sino Cicerón y Séneca;
sus virtudes incluían la elegancia estilística, las buenas maneras y el saber, no la
complicación. Esos textos se dirigían a una amplia franja de lectores instruidos
en las áreas de letras, es decir, de acuerdo con las condiciones de la época, mer
caderes acaudalados, profesionales con alguna carrera liberal y nobles. Recor
demos, no obstante, que «la reflexión política —como observó Sir Moses Finley—
no supone necesariamente un análisis sistemático, y raramente lo es». Los
humanistas de los siglos xiv y xv no produjeron ninguna gran obra de filosofía
política, pero sin duda transformaron fundamentalmente el mundo intelectual
que desde entonces habría de envolver al pensamiento social. Más que en un
sistema articulado, el valor de su contribución reside en el clima ideológico que
supieron crear. Describirlo y evaluarlo no es tarea fácil, ya que los mismos
humanistas apenas eran conscientes de esa nueva mentalidad, e incluso la hubie
ran rechazado, probablemente, de haber sabido todas las implicaciones que
encerraba. La naturaleza radical de los cambios que introdujeron sólo empezó
a ser visible a principios del Quinientos. En ese momento, tan sólo en el curso
de una década, Europa pasó a contar con dos pensadores de la máxima estatura,
Maquiavelo y Tomás Moro, en cuyas obras se manifestaron por primera vez los
dilemas y las tensiones características del pensamiento político moderno. La
159
Introducción al hum anism o renacentista
160
El hum anism o y ios orígenes del pensamiento político moderno
161
Introducción al hum anism o renacentista
dirigían2. Si los humanistas tuvieron algún prejuicio político en com ún, fue
contra los regímenes puramente populares. En tanto que funcionarios cuya
influencia se originaba en un dom inio de ciertas formas de conocim iento
especializado, el populismo les resultaba sospechoso y favorecían por natu
raleza un modelo elitista, una minoría de hombres doctos guiando a la masa
ignorante.
La falta de compromiso ideológico, la sorprendente destreza para pasar de
un bando político a otro (un rasgo característico de los humanistas, desde
Petrarca y Coluccio Salutati a M aquiavelo), parecen hechas adrede para que
hoy las consideremos signos de hipocresía; y, en verdad, los historiadores
modernos han hecho correr ríos de tinta en un vano intento por encontrar la
coherencia subyacente a ese tipo de conducta. ¿Cómo debemos reaccionar ante
humanistas republicanos como Leonardo Bruni o Coluccio Salutati, capaces de
permanecer en el poder mientras se sucedían con violencia los cambios
de régimen? ¿Y qué decir de Pier Candido Decembrio, secretario durante la
fugaz etapa republicana de Milán (1448—50) tras haber dedicado veinticinco
años al servicio de la «tiranía» Visconti? ¿Cómo comprenderemos a Giovanni
María Filelfo, autor de un poema épico en cuatro libros que celebraba la toma
de Constantinopla por el Gran Turco (una actitud impensable, desde luego, en
tiempos de las cruzadas)? Sin embargo, todas esas posturas se dejan entender
bastante mejor si tomamos en cuenta la formación y las responsabilidades pro
fesionales de los humanistas y tenemos presente el ambiente político que
entonces prevalecía.
Todos los humanistas habían pasado por una preparación retórica intensa
y gustaban de aplicar esa maestría argumentando a favor y en contra de una
misma cuestión. Si por ese motivo alguien les reprochara su ligereza, proba
blemente admitirían (siguiendo a Cicerón) que el primer deber de un orador
es sostener la virtud moral, aunque su definición de moralidad no incluía,
desde luego, ni la coherencia política ni la fidelidad a una ideología. La edu
cación retórica configuró, en suma, una mentalidad y unos hábitos expresi
vos que calaron muy hondo en la cultura de la época. El hombre de la Italia
renacentista no tenía que sobrellevar la carga del culto a la sinceridad, tan típico
de la sociedad democrática de nuestros tiempos. La sinceridad, para él, era un
1 Francesco Patrizi, De regno et regis institutione [París, 1511], págs. v ii- v iii [1.1]; Francesco
F ile lfo e xpresó sen tim ien to s no tab lem ente p arecido s en una carta a Le o n ello d ’Este: Epistularum
familiarium libri XXXV'II [V enecía, 1 5 0 2 ], fo l. 4 4 r.
162
El humanismo y los orígenes del pensamiento político moderno
tropo como cualquier otro, y resultaba más importante que un discurso cum
pliera con la propiedad, la elegancia y la eficacia que no que se ajustara estric
tamente a la verdad. De hecho, las reglas del decoro reclamaban la celado
(«encubrimiento») o suppressio de la verdad e incluso la suggestio de algo falso en
el contexto retórico conveniente.
La pura pasión por ejercer el virtuosismo retórico llegaba a producir espec
taculares derroches de falsedad. Es el caso, por ejemplo, de las cartas cruzadas
en 1438 entre Filippo Maria Visconti, duque de Milán, y el humanista de Flo
rencia Poggio Bracciolini. Los dos estados acababan de firmar una tregua, y,
en un gesto de buena voluntad, Visconti - o mejor dicho: su secretario Pier
Candido Decembrio—escribió al afamado autor florentino denunciando públi
camente las declaraciones que ensuciaban el buen nombre de la ciudad. La
carta era prácticamente un panegírico de Florencia, alabada por su belleza y
su libertad, por la brillante cultura y la tradicional virtud de sus gentes, por su
coraje en la guerra y su reputada vocación de paz, por su defensa de la inde
pendencia italiana contra la invasión milanesa («esta ciudad, por alguna suerte
de justicia, ha sido el paladín de la libertad de las naciones»), y por «no haber
querido nunca hundir al Imperio hiriendo a sus aliados». Casi todos los moti
vos del encomio procedían directamente de la propaganda política florentina,
en particular de la Laudado Florentinae urbis («Elogio de la ciudad de Florencia»,
1403/04) que había compuesto el humanista Leonardo Bruni, canciller de la
ciudad. Y también casi todos ellos habían ido encontrando, durante la guerra
que precedió a las cartas, la réplica feroz del mismo Pier Candido Decembrio,
expresada especialmente en su De laudibus Mediolanensium urbis panegyricus («Pane
gírico en alabanza de la ciudad de los milaneses», 1436). Esa y otras obras del
mismo tenor habían lanzado duras críticas contra Florencia por su talante vio
lento y sus disensiones internas, por su utilización de tropas mercenarias y sus
pretensiones de liderazgo cultural, y por intentar extender disimuladamente
sus dominios con la excusa de defender la libertad de los estados italianos.
Cuando en 1429, sin mediar provocación alguna, Florencia agredió a un anti
guo aliado como la república hermana de Lúea, iniciando así una campaña de
anexión que terminó en fracaso, la maquinaria propagandística de Milán se
había frotado las manos; y cuando en 1431 el emperador germánico se esta
bleció en Lúea, Decembrio había aprovechado la ocasión para acusar a los flo
rentinos de ambicionar la ruina del Imperio. Por todo ello, el lector de la carta
de Visconti no podía sino disfrutar del ingenio retórico y la no escasa ironía
con que Decembrio conseguía dar la vuelta a las declaraciones pasadas. Pog
gio, ni que decirse tiene, pagó con la misma moneda. Aunque la propaganda
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Introducción al hum anism o renacentista
164
El humanismo y los orígenes del pensamiento político moderno
Vuestras leyes sólo controlan a la gente hum ilde y a las clases más bajas de una ciu
dad... los poderosos dirigentes de la sociedad transgreden su im perio. Anacarsis
com paró con acierto las leyes a una tela de araña que captura al débil pero se
rom pe ante el fuerte... Com probam os, ciertamente, que las repúblicas alcanzan la
cim a del d o m in io m ediante la violencia y que los reinos se obtien en, n o por
la ley, sino por el poder y la fuerza, enem igos de la ley... ¿Q ué decir de la repú
blica de Rom a? ¿N o es verdad que creció despojando y devastando al m u n d o
entero y por m edio de la masacre hum ana, todo lo cual está prohibido por la ley?...
El m ism o parecer valdría para los atenienses, cuyo poder se extendió por todas
partes... N o hubieran dado albergue al estudio de las letras de no haber ensan
chado sus fronteras. N o hubieran surgido la filosofía, la elocuencia n i las demás
artes civilizadas que descubrieron y cultivaron... Pues todas las gestas famosas y
mem orables brotan de la injusticia y la violencia ilícita, con el mayor desprecio
por las leyes... Y llegando a nuestros tiempos, ¿no es cierto que los duques de Lom -
bardía, los venecianos y los florentinos y m uchos [otros] han medrado merced a
la codicia y apropiándose de lo que no les pertenece?... ¿Debo acaso creer que,
cuando el pueblo de Florencia o Venecia declara la guerra, convoca a los letrados
y hace la declaración de guerra siguiendo sus consejos? ¿N o les mueve el prove
cho y [el deseo de] engrandecer su república? ¡Acabem os con esas vuestras leyes
y derechos, pues son un estorbo para la expansión im perial, la conquista de rei
nos y la extensión de una república, y sólo las cum plen las personas sin cargos y
el pueblo llano, los que necesitan protección contra el poderoso!... Los hombres
serios, prudentes y sensatos no necesitan las leyes; ejercitados en la virtud y el
buen obrar por naturaleza y mediante el estudio, ellos m ism os dictan la ley con
el recto proceder. Los poderosos escupen y pisotean las leyes, en cuanto propias
de gente débil, mercenaria, obrera, codiciosa, vil y aquejada por la pobreza, gente
gobernada m ejor por la fuerza y el temor al castigo que por la ley4.
165
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166
El hum anism o y los orígenes del pensamiento político moderno
5 J. Hankins, Plato in the ítalian Renaissonce, 2 vols, (Leiden, 1990), esp. vol. I, págs. 63-66.
167
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6 M atteo P alm ieri, Vita civile, ed. G . B e llo n i (F loren cia, 1 9 8 2 ), pág. 161.
168
El hum anism o y los orígenes del pensamiento político moderno
familia, y las familias son las piedras que edifican el estado; marido y mujer
forman el conjunto que garantiza el bienestar de la sociedad siguiendo un
designio natural; la función del marido es obtener y la de la mujer conservar;
los bienes resultantes aprovechan a la familia, a los amigos y al estado. A bo
gando por la riqueza, los humanistas censuraban implícitamente la vieja tra
dición cristiana de pobreza apostólica, la que había encontrado un altavoz
institucional con la creación de la orden franciscana en el siglo xm. Existía, por
supuesto, una costumbre igualmente antigua de interpretar la pobreza en sen
tido espiritual, y los teólogos medievales habían elaborado toda una casuística
para deslindar el terreno de las transacciones mercantiles lícitas. Pero la acti
tud de los humanistas fue mucho más decidida. Para muchos de ellos, enri
quecerse era un proceder encomiable en tanto que útil al particular y a la
nación. El afán de lucro se consideraba algo natural y universal; quien perse
guía ese objetivo se tornaba —como afirmaba Poggio—«valeroso, prudente,
industrioso, sensato, moderado, liberal y sabio en el consejo». Sin poseer una
fortuna no se podían ejercer las virtudes de la liberalidad y la magnificencia.
Los pobres suponían una amenaza para el bienestar de la comunidad; los ricos
la embellecían y le otorgaban prosperidad y poder. El dinero daba fuerza y vita
lidad a la república, la capacitaba para defenderse de sus enemigos. En una
época de ejércitos mercenarios —pensaban—, una ciudad desprovista de ciuda
danos acaudalados no tardaría en perder su independencia. Monjes y frailes,
por otra parte, no contribuían en lo más mínimo al bien común; «Por favor,
no menciones -escribe Poggio con disgusto—el yerm o de esos canallas ambu
lantes e hipócritas que, fingiendo ser religiosos para obtener así su sustento
sin sudor ni fatiga alguna, predican a otros la pobreza y el menosprecio del
mundo (un tipo de negocio bien provechoso). Las ciudades se construyen con
nuestro trabajo, no por obra de esos espantajos holgazanes»7.
El elogio de la riqueza formaba parte de una más amplia revalorización de
la vida activa del ciudadano. En esto, los humanistas se enfrentaban a sus pre
decesores medievales tanto como a la tradición filosófica dominante en la Anti
güedad pagana. Epicúreos y estoicos, Platón y Aristóteles, todos, en suma,
habían cifrado pocas esperanzas en la posibilidad de que quienes se com
prometían en la vida pública de los estados de Grecia pudieran ejercer su come
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Introducción al hum anism o renacentista
tido respetando a un tiempo los más altos principios éticos: por definición, la
vida del hombre realmente sabio debía renunciar a la política. El cristianismo
reforzó ese prejuicio al convertir la vida contemplativa del monje en la mejor
de todas las vocaciones humanas. En el siglo xv, sin embargo, algunos huma
nistas, recurriendo a autores latinos, Cicerón en particular, pusieron en tela de
juicio la tradicional supremacía de la vida contemplativa sobre la activa. N o
cuestionaban, por supuesto, la contemplación en tanto que preparación del
alma para el otro mundo, pero sí postulaban (y no sólo los llamados «civiles»
o republicanos) la comunidad política com o fuente de valores alternativos.
Desde la perspectiva de la sociedad, la vida activa era con m ucho la más útil
-alegaba el sienés Francesco Patrizi en su tratado De regno—, pues daba mayor
proyección a la práctica de la virtud, mientras que la vida contemplativa tan
sólo redundaba en beneficio de uno mismo; la beatitud -aq u í, claramente, la
salvación cristiana— quizá era incluso más fácil de alcanzar por m edio de
la vida activa8.
M ucho más radical todavía se mostró Lorenzo Valla en su esfuerzo por
anular completamente la diferencia entre vida activa y contemplativa en favor
de una especie de igualitarismo espiritual. Otros, pese a mantener la distin
ción, extendieron el territorio de la vida activa mucho más allá de lo que auto
rizaban las fuentes filosóficas. Aunque Aristóteles la confinaba al ejercicio real
del poder político y el mando militar, para los humanistas comprendía tam
bién a comerciantes adinerados, funcionarios de rango menor, burócratas, sol
dados con ciudadanía, cortesanos, maestros y hombres de letras. La coherencia
con la teoría sufrió algún recorte (Aristóteles hubiera asignado toda ese espec
tro social a la vida basada en el placer), pero la ganancia valía la pena, puesto
que los humanistas podían ahora predicar la virtud a una audiencia notable
mente ampliada, y con más provecho.
Los humanistas cuatrocentistas articularon, pues, una visión laica y total
mente nueva de la sociedad cristiana, una visión en la que los valores cristia
nos tradicionales se fundían con los del paganismo clásico. Nunca se opusieron
frontalmente al régimen eclesiástico, cierto, y siempre rehuyeron toda cues
tión que plantease las relaciones entre el poder civil y el religioso, pero aun
así muchas de sus afirmaciones tuvieron el efecto de menoscabar las am bi
ciones políticas de la iglesia tardomedieval. Ocultos a menudo tras los perso
najes ficticios de sus diálogos, pusieron en tela de juicio las bases ideológicas
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9 J. M . Blythe, Ideal Government and the Mixed Constitution in the Middie Ages (Princeton, 1992).
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popular en el tramo final del siglo xm, los que reanimaron la tradición com u
nal en Venecia y Florencia a fines del Trescientos la interpretaron ya, bajo el
peso de la realidad política, en términos de oligarquía. Esos últimos fueron
también quienes se adaptaron a las circunstancias del momento y aprendie
ron a celebrar las glorias que da el dominio. Por aquellos años, Roma, Vene
cia, Florencia y Milán empezaban a configurarse como estados territoriales
mediante la anexión de ciudades vecinas; los humanistas, bien presente la
ideología imperialista de la Roma republicana, pronto ensalzaron esas con
quistas com o una defensa de la libertad contra la tiranía. Por otra parte, al
poseer un conocimiento de la historia clásica y la filosofía moral m ucho más
exhaustivo y refinado que el de rétores y escolásticos, portavoces del repu
blicanismo medieval, esa misma generación ya estaba en condiciones de enri
quecer el concepto de vida comunitaria propugnando el valor y la dignidad
de la vida activa —el vivere civile- contra sus detractores. Finalmente, ya iniciado
el Cuatrocientos, Leonardo Bruni y otros humanistas florentinos desarrolla
ron, con la guía de historiadores clásicos como Salustio y Tácito, una lectura
histórica de corte republicano que vinculaba el florecimiento de las artes y
las letras a épocas de libertad política y asociaba la decadencia cultural con la
monarquía.
Los escritos de Leonardo Bruni ilustran a la perfección cóm o el bagaje
popular de la comuna medieval se reinterpretó subrepticiamente en favor de
la ideología oligárquica, si bien se debe advertir que, al igual que el régimen
cuyo interés representaban, tales textos suelen esconder sus intenciones bajo
-la capa de la retórica populista. El lenguaje político florentino se había forjado
en los años del llamado popolo secondo, es decir, el segundo periodo de gobierno
popular de la Florencia medieval; fue entonces, en las décadas de 1280 y 1290,
cuando se promulgaron las Ordenanzas de Justicia, de sesgo antiaristocrático,
y se crearon las principales instituciones republicanas que rigieron la ciudad
de iure hasta 1494. Ahora bien, a partir de 1300, el carácter popular del sistema
se había degradado progresivamente en la medida en que un grupo de fami
lias con dinero, influencia y abolengo fue tomando el poder a la sombra, aun
que sin dejar de mantener las formas y el lenguaje de la comuna original. De
ahí que los textos de Bruni, por más que a menudo aparenten festejar la tra
dición florentina de libertad y participación popular en el gobierno, se pue
dan considerar objetivamente (como soban decir los marxistas) como una sutil
reconversión de esas costumbres a la causa oligárquica. A primera vista, se diría
que Leonardo aboga por una clase política de amplio espectro, pero una lec
tura más atenta, una que repare en las convenciones retóricas, no puede dejar
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Ahora bien, que Bruñí no fuera un partidario del gobierno popular sino
un leal servidor de la oligarquía Albizzi y del partido M edid, y que sus obras
respondieran en gran medida a la ideología consiguiente, no significa en abso
luto que creyera en su fuero interno que la libertad de Florencia y las institu
ciones comunales no eran más que una farsa. Aunque capaz de defender el
principio de la monarquía papal en las bulas que redactaba para el Sumo Pon
tífice, o de escribir cartas cantando las excelencias del gobierno de un mag
nate todopoderoso, es muy probable que considerara el estilo de vida
florentino bastante más liberal que el de los regímenes señoriales coetáneos.
Personalmente, prefería vivir en el seno de una república, y la razón principal,
de eso tampoco no cabe la menor duda, era su convicción de que las artes y
las letras encontraban campo abonado bajo ese tipo de gobierno. Tal creencia
contradecía toda la tradición del humanismo trescentista. Petrarca y otros
humanistas de su tiempo habían tendido a identificar el estudio de las letras
con la vida contemplativa y ésta, a su vez, les parecía perfectamente compati
ble con un sistema autocrático. Para Bruni, en cambio, la vida intelectual y la
creación artística eran manifestaciones de la vida activa puestas al servicio de
la ciudad; las artes de la cultura, por tanto, alcanzaban su máximo esplendor
de m odo natural en un contexto, com o el de la república, que valoraba al
máximo la actividad del ciudadano. En su historia de Florencia, Bruni llegó a
trazar, finalmente, toda una teoría de la evolución histórica en la que asignaba
los momentos cumbre de la civilización humana a las épocas de mayor liber
tad: la Atenas de Pericles, la última etapa de la Roma republicana y la moderna
República de Florencia.
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que nadie persiga el bien común dadas las características psicológicas innatas
del ser humano. Mejor que cualquier otro texto de la época, el diálogo de Bran-
dolini da cuenta del hundimiento del republicanismo florentino tradicional
en tiempos de la generación anterior a Savonarola y Maquiavelo.
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Porque hay tanta distancia entre cómo se vive y cómo se debería vivir, que aquel
que deja lo que se hace en beneficio de lo que se debería hacer aprende a for
jarse la ruina más que la propia conservación. Porque el hombre que haga voto
de virtud en todas las cosas por fuerza encontrará la ruina entre tantos que no
son buenos. De ahí que un príncipe, si quiere perdurar, deba aprender la capa
cidad de no ser bueno, y aplicarla o no según la necesidad17.
17 N ic c o ló M ach ia ve lli, II Principe e Discorsi sopra la prima deca di Tito Livio, ed. S. Bertelli
(M ilá n , 1 9 6 0 ), pág. 65 [ * ] .
18 I. B erlin , « T h e o rig in a lity o f M a c h ia v e lli» , en M . G ilm o re (e d .), Studies on Machiavelli
(F loren cia, 1 9 7 2 ), p ágs. 1 4 7 -2 0 6 .
181
Introducción al hum anism o renacentista
182
El hum anism o y los orígenes del pensamiento político moderno
humanos casi siempre actúan por motivos egoístas y (3) que sus actos son
racionales. El observador experto que proyecte esos tres principios a una situa
ción particular, omitiendo rigurosamente el juicio de lo que está bien y lo que
está mal, podrá determinar con antelación el comportamiento de un político y
tomar las decisiones oportunas para evitar un fm no deseado. En suma, la estruc
tura de la ética de la consecuencia (y de la ciencia política de Maquiavelo) exige
al observador que levante una férrea barrera entre el elemento factual y la valo
ración, entre lo descriptivo y lo preceptivo. Tal distinción constituye, una vez
más, uno de los rasgos definitorios del razonamiento moral y científico
moderno, en oposición a la teleología imperante en la etapa precedente, cuando
un valor podía establecerse con relación a un hecho y viceversa19.
Nunca se ha puesto en duda que Tomás Moro debe ocupar un puesto en
las filas del humanismo renacentista: su condición profesional, el perfil de su
saber y la dimensión de las cuestiones que se planteó lo indican con claridad.
Aun así, su vinculación con el pensamiento político humanístico es todavía más
compleja y espinosa que la de Maquiavelo. Por un lado, Moro comulga con esa
tradición al afirmar que la justicia debe guiar a la comunidad por encima de
todo, del mismo modo que sostiene el papel central de la virtud, el valor posi
tivo de la vida activa y la importancia de la educación; por el otro, su posición
ante el pragmatismo moral típico del humanismo italiano resulta, cuando
menos, ambivalente. La visión social del pensador inglés no corresponde en
absoluto a la de un conservador, desde luego, y así lo atestiguan sus alegatos
contra nobles y terratenientes y la glorificación del trabajador humilde, ambas
sin paralelo entre sus predecesores. Tampoco cabe dudar de su compromiso con
ciertos principios políticos: en su protesta contra las maniobras de Enrique VIII,
el monarca que ansiaba extender el poder real a la política eclesiástica, Moro
sacrificó la propia vida. Además, siempre observó mucho más respeto por la
moral cristiana y la ortodoxia religiosa que la mayoría de los humanistas italia
nos (de suerte que nunca admitió, por citar un aspecto, que buscar la fortuna
y la gloria militar a título personal redundara en provecho de la comunidad).
De su obra más conocida, la Utopía [1S 16], se ha dicho que ofrece, «con dis
tancia, la crítica más radical del humanismo escrita por un humanista»20.
183
Introducción al hum anism o renacentista
Theory in Early Modern Europe (C a m b rid g e , 1 9 8 7 ), págs. 123—57 . La e d ició n de referencia es: T h o -
m as M o re , The Complete Works (N e w H a ve n , 1 9 6 3 - ) , IV: Utopia [ * ] , ed. E. Surtz y J. H . H exter.
184
El humanismo y los orígenes del pensamiento político moderno
185
Introducción al hum anism o renacentista
con dos estadistas en ciernes, al fin y al cabo no está haciendo sino cumplir su
deber para con el resto de la humanidad (por más que se empecine en afirmar
lo contrario); y sin embargo, el Tomás Moro personaje de ficción (y yo diría
que también el auténtico) se niega a admitir finalmente que Utopía pueda valer
como modelo para Europa más que en algunos aspectos secundarios: exacta
mente la reacción que Hythloday (y Platón) habían predicho en el caso de
alguien que no fuera un filósofo.
A fin de trayecto, se diría que Moro ha glosado la célebre paradoja de Pla
tón con una de propia cosecha: los estados no lograrán una condición óptima
hasta que los gobernantes no se conviertan en hombres buenos; pero un
gobernante no puede alcanzar la bondad hasta que el estado llega a la mejor
de las constituciones. Para Moro ése era un mensaje trágico, no menos dra
mático por el hecho de expresarlo con agudeza e imaginación creativa. Todo
intento de reforma política termina por atrapar a su autor en un círculo
vicioso. El ideal de reforma por la vía educativa, el de los humanistas, había
de fracasar forzosamente por su falta de atención a las causas profundas de la
injusticia social en el mundo cristiano. Solamente un cambio radical podía
traer la solución, pero la Europa del momento sentía demasiado apego por la
propiedad privada y la jerarquía social com o para que esa transformación
tuviera alguna posibilidad de éxito. A la luz de esas afirmaciones, alguien
podría creer que Moro se limitaba a restablecer la visión agustiniana de una
comunidad necesariamente gobernada por la corrupción desde la Caída. Pero
entre el principio de necesidad de San Agustín y el de Moro hay una dife
rencia no ya notable sino crucial. Para el primero, la necesidad era de raíz
metafísica: no puede existir un optimus status reí publicae en el mundo de los sen
tidos, el tiempo y el cambio —en el saeculum—porque éste no es sino un reflejo,
pero inferior, del mundo espiritual, eterno e inmutable, nuestro auténtico
hogar. La misma naturaleza, por tanto, impide cualquier tipo de progreso real
y permanente. Por el contrario, Moro considera que la necesidad es humana
y cambiante. U n estado óptimo puede parecemos imposible en el mundo tal
como lo conocemos, el peso de la tradición y la perversidad humana se nos
antojará aplastante, pero aun así somos capaces de imaginar con lógica un
mundo en el que el ideal sea un hecho. Los únicos obstáculos al progreso los
pone la humanidad. Aunque seguramente los juzgaba insuperables —Moro, el
hombre, nunca fue un utópico—, no por ello dejó de fundar una corriente de
pensamiento político en la que los regímenes instituidos se entendían como
un producto de la costumbre y la historia, y no de la naturaleza; com o una
obra, pues, que la mano humana podía conformar. Con la mem oria com o
186
El humanismo y los orígenes del pensamiento político moderno
187
8
Filólogos y filósofos
JILL KRAYE
La filosofía del Renacimiento se organizó a partir de los diversos sistemas de
pensamiento del mundo grecorromano. El aristotelismo ante todo, pero tam
bién, aunque en grado menor, platonismo, estoicismo, epicureismo y escep
ticismo se integraron en un complejo filosófico cuya composición seguiría
vigente hasta bien entrado el siglo x v ii. No debe extrañar, pues, que los huma
nistas, expertos en el estudio de la Antigüedad, destacaran en el proceso de
construcción, ya fuera recuperando antiguos textos filosóficos, perdidos o
ignorados durante siglos, o bien fijando textualmente, traduciendo y comen
tando esas mismas obras y otras que ya formaban parte del currículo de la filo
sofía medieval.
Ahora bien, aunque filósofos y humanistas se interesaran por unos mis
mos textos, su modo de aproximarse a la materia era radicalmente distinto.
Para los humanistas, el discurso filosófico, com o toda manifestación culta,
debía expresarse en un latín moldeado según el estilo de los mejores autores
clásicos. Acentuaban, pues, el valor de la claridad y la persuasión y, más impor
tante todavía, de la elocuencia, y se oponían deliberadamente al escolasticismo,
el estamento que monopolizaba la enseñanza universitaria de la filosofía y recu
rría a una jerga especializada, cargada de tecnicismos, sólo inteligible para los
iniciados. Además, y por encima de todo, los humanistas se enfrentaban a las
obras filosóficas con los mismos útiles que aplicaban a un texto literario o his
tórico, es decir, con el saber filológico. Com o el mismo nombre indica, los
filólogos eran devotos (philoi) del estudio de las palabras (logoi), hombres que,
merced a su profundo dominio de la lengua, la cultura y la historia del pasado
grecolatino, podían determinar el sentido exacto de las palabras de un autor
antiguo en un contexto específico. Los filósofos, en cambio, se enorgullecían
de su dedicación a la búsqueda de las verdades fundamentales y la sabiduría
eterna (sophia). En términos escolásticos, eso comportaba estudiar los tratados
de Aristóteles por medio de la lógica y otros instrumentos de análisis, no tanto
con la intención de clarificar el verbo del autor, sino para entender sus argu
189
Introducción al hum anism o renacentista
La práctica totalidad del Corpus aristotélico podía leerse en latín desde finales
del siglo x iii. Con todo, las traducciones medievales, aunque adecuadas al pro
pósito de un filósofo, no podían contentar al exigente paladar humanístico, que
las juzgaba excesivamente literales (a veces meras transliteraciones del griego),
plagadas de errores hasta el punto de desfigurar el original y escritas en un latín
que distaba mucho de alcanzar la norma de estilo que imponían los modelos
clásicos. Para poner coto al problema, los humanistas se entregaron a la tarea
de producir nuevas versiones, sin duda menos oscuras y más elegantes que las
anteriores, pero no por ello exentas de otras dificultades. Llevados por la pasión
de la variación estilística, los filólogos a menudo traducían los términos técni
cos sin un criterio sistemático, y no dudaron en abandonar la nomenclatura
estándar que la escolástica había fijado a fuerza de siglos; un vocabulario impres
cindible para que un argumento pudiera establecer su línea de continuidad con
la tradición medieval. Eso explica que muchos filósofos profesionales siguieran
aferrándose a viejas traducciones, como la del De anima realizada por Guillermo
de Moerbeke (c. 1268), presente en las aulas universitarias y estampada en las
ediciones de los comentarios a la obra hasta la segunda mitad del Quinientos
(a veces al lado de una versión humanística de más fácil lectura)1. También es
justo consignar que, por duras que fuesen las críticas dirigidas contra los tra
190
Filólogos y filósofos
2 Leo n ard o B ru n i ilustra a la p erfe cció n la p o lé m ica h u m an ística contra los traductores
m edievales en el p refacio a su nueva versión d e la Ética de Aristóteles ( 1 4 16 ), en Leo n ardo
B ru n i, Humanistisch-philosophische Schriften, ed. H . Barón (W iesb ad en , 19 ó 9 2) , págs. 76—81 . Véase
tam b ién E. G a r in , «Le tra d u zion i u m a n istich e d i A risto tele nel secolo x v » , Atti e memorie dell’Acca-
demia fiorentina di scienze morali «La Colombaria», 16 ( 1 9 4 7 —5 0 ) , págs. 55—104.
J A . Field, The Orijins of the Pfatonic Academy of Florence (Princeton, 1988), cap. 5; N . G . W ilso n ,
Frnm By/mtivm to Italy: Greelt Studics in the Itolian Renaissance (Londres, 19 92 ), págs. 8 6 -9 0 .
4 L. M o h le r, Kardinal Bessarion ais Theologe, Humanist und Staatsmann, 3 vols. (P aderborn ,
1 9 2 3 -4 2 ) ; J. H a n k in s , Plato in the Italian Renaissance, 2 vols. (Leid en , 1 9 9 0 ), I, págs. 2 1 7 - 6 3 .
s A ristó teles, Problemata, trad. Teodoro G a za (R o m a , 14 75 ), sig. a 2 ' (Prefacio d e N ico la u s
G u p a la tin u s). Jo r g e de Trebisonda, el m a lh u m o ra d o rival d e G a za , creía q ue las obras c ie n tífi
cas d eb ían traducirse literalm ente y le acusó de haber p ro d u cid o no una versión sin o una « p e r
ve rsió n » de los Problemata: véase el texto en M o h le r, Bessarion, III, págs. 2 7 7 —342.
T am b ién para A n g e lo P o lizian o las tradu cciones de G aza estaban sobrevaloradas: Miscelloneo 1.95,
en A . P o lizian o , Opera... omnia (Basilea, 1 5 53 ), págs. 3 0 1 -0 3 .
6 J. M o n fa sa n i, « P se u d o -D io n y siu s the A reo pagite in m id -Q u a ttro ce n to R o m e » , en
J. H a n k in s , J. M o n fasa n i y F. Purnell, jr. (ed s.), Supplementum Festivum: Studies in Honor of Paul Oskar
Kristeller (B in g h a m to n , 1 9 8 7 ), págs. 1 8 9 -2 1 9 ( 2 0 7 - 0 8 ) .
191
Introducción al hum anism o renacentista
escrutinio filológico del original griego7. A ese doble distintivo del aristotelismo
humanístico, Bárbaro agregó una tercera dimensión que habría de resultar nota
blemente significativa para el desarrollo de la filosofía renacentista. Así, en 1481,
con su traducción latina de las Paráfrasis de Temistio (un autor del siglo iv d.C.),
el humanismo acogía por primera vez a uno de los antiguos comentaristas grie
gos de la obra de Aristóteles. Algo de ese conjunto hermenéutico había aflorado
ya de la mano de los traductores medievales, pero en general con escasa fortuna8.
Los humanistas, en cambio, estimaron que esos autores, por el mero hecho de
pertenecer al mundo antiguo (aunque en realidad algunos eran bizantinos),
comprendían el pensamiento de Aristóteles con mayor conocimiento de causa
que los filósofos escolásticos o que un comentarista árabe tan influyente como
Averroes9. De ahí que se propusieran divulgarlos como alternativa a la tradición
exegética medieval. Bárbaro combinó ese objetivo con la voluntad de probar que
incluso disciplinas filosóficas tan científicas y técnicas como las que trataba Temis
tio se podían expresar en un elegante latín de corte clásico101
. De hecho, la ver
sión de las Paráfrasis no era sino parte de un ambicioso programa con el que
Bárbaro pretendía reformar el aristotelismo cimentándolo en el conocimiento
filológico del griego de Aristóteles y sus comentaristas, así como traduciendo
de nuevo la totalidad de ese corpus en un latín caracterizado por la claridad, la
precisión y el refinamiento: toda una demostración de su fe en la compatibili
dad entre la sabiduría del filósofo y la elocuencia retórica del hum anista".
192
Filólogos y filósofos
193
Introducción al hum anism o renacentista
15 E. Cassirer, E O. Krísteller y J. H . R an d all, jr. (tra d .), The Renaissonce Philosophy of Mon ( C h i
cago, 1 9 4 8 ), págs. 2 2 3 -5 4 .
16 Q . Breen, « G io v a n n i Pico della M irán d o la o n che c o n ílic t o f p h ilo so p h y an d rh e to ric » ,
Journal oí the History of Heos, 13 ( 1 9 5 2 ), p ágs. 3 8 4 -4 1 2 ( 3 9 2 - 9 4 ) . Véase tam b ién B. V ick ers, In
Defence oí Rhetoric ( O x fo r d , 1 9 8 8 ), págs. 184—9 6 .
17 C f C ic e r ó n , De finihus 1.5.1 5.
18 Para esa respuesta a la Quoestio de genere soni d e G a lg a n o da Sien a, vid. A . Verde, Lo studio
florentino 1473-1503: ricerche e documenti (F lo re n cia, 1 9 7 3 - ) , IV 2 , pág. 9 8 8 .
194
Filólogos y filósofos
195
Introducción al hum anism o renacentista
11 Fiel a esa creen cia, n unca p u b lic ó el tratado De caucione adhibenda in edendis libris, im p reso
p o stu m am e n te en Padua en 1719; véanse esp ecialm ente las p ágs. 10—11 , 14, 43 y 47 . Véase
tam b ié n G . S an tin e llo, Tradizione e dissenso ndla filosofía veneta fra Rinascimento e modernitá (Padua, 1 9 9 1 ),
págs. 1 4 0 -5 3 .
23 V id . C . B. S ch m itt, « P h ilo p o n u s ’ c o m m e n ta ry on A rístotle's Physics in tile sixteenth
ce n tu ry » , en R. Sorabji (e d .), Philoponus and the Rejecüon oí Aristotelian Science (Lo n d res, 1 9 8 7 ),
págs. 2 1 0 -3 0 ; E. P. M ah oney, « T h e G ree k co m m e n ta tors T h e m istiu s and S im p lic íu s - and their
in flu e n ce on Renaissance A risto te lian ism » , en D. J. O ’ M eara (e d .), Neoplatonismand Christian
Thought (N o rfo lk V A , 1 9 8 2 ), p ágs. 169—7 7 , 26 4—62; ]. Kraye, « A lexa n d er o f A p h ro d isias, G ia n -
fran cesco Beati and the p ro b le m o f Metaphysics a » , en J. M o n fasa n i y R. M u sto ( e d s .) , Renaissance
Society and Culture. Essays in Honor of Eugene F. Rice, jr. (N ueva York, 1 9 9 1 ), págs. 1 3 7 -6 0 .
24 E rm o lao B arbara, Corollarii libri quinqué (Venecia, 1 5 1 6 ). fo l. 6 r.
196
Filólogos y filósofos
cultura romana (82 1b7—8), tan fuera de lugar —apostilla- que incluso un niño
se hubiera dado cuenta de que no podían proceder de la pluma de Aristóte
les, pues la Grecia del siglo iv poseía escasas referencias de los asuntos de
Rom a25, Años más tarde, pero con pareja erudición, el humanista holandés
Daniel Heinsius, un discípulo de José Escalígero, impugnó la autenticidad del
De mundo con un torrente de pruebas lingüísticas, literarias, históricas y filosó
ficas26. Esfuerzos como ésos no cambiaron radicalmente la forma del Corpus
aristotélico, principalmente porque aquellos tratados que contaban con un
texto griego, como el De plantis y el De mundo, aunque no se juzgaran genuinos,
siguieron presentes en las ediciones de Aristóteles (y todavía están ahí). No
obstante, la valiosa información desenterrada a lo largo de la andadura llegó a
manos de los filósofos y contribuyó a fomentar su espíritu crítico en el trato
con las obras aristotélicas.
Naturalmente, no agradó a los profesionales de la filosofía que los filólo
gos invadieran su propio terreno, de suerte que los recelos se sucedieron antes
de que se llegase a un acuerdo de circunstancias. El hecho de que la mayo
ría de los humanistas se mostraran dispuestos, com o Bárbaro, a desestimar
toda obra filosófica falta de elocuencia causaba ira y frustración entre aquellos
filósofos que, al igual que Pico, valoraban la profundidad intelectual de los
pensadores medievales, por poco elegante que fuera su latín. Así, en el prefa
cio a su edición de la Política con el comentario de Tomás de Aquino (1492),
Ludovicus de Valentia se quejaba porque los retóricos «se complacen dema
siado en el ingenio verbal y el ornamento; satisfechos de haber entendido el
sentido de las palabras, se olvidan de investigar con diligencia la naturaleza y
las propiedades de lo que expresan. A resultas de ello, condenan obras que
carecen de lustre aunque contengan la verdad»27. Unos años más tarde, cuando
el filósofo escolástico Lorenzo Maioli envió un tratado al impresor humanista
25 J. C . Escalígero, In libros dúos, qui inscribuntur De plantis (París, 1 5 5 6 ), esp. fols. 15V y 12 8 r.
Véase tam b ién K. Jen sen , Rhetorical Pbilosophy and Philosophical Grammar: Julius Caesar Scaliger's Theory of
Language ( M ú n ic h , 1 9 90 ), esp. págs. 3 8 - 4 5 . Los estudiosos actuales consideran que la obra o r ig i
nal era un tratado g rie go , ho y p erd id o , a trib uid o a u n autor del siglo i a .C .: N ico lás D am ascen o ,
De plantis: Five Translations, ed. H . J. D rossaart-Lulofs y E. L. J. Poortm an (A m sterdam , 1989).
26 D a n iel H e in s iu s , Dissertatio de autore libelli De mundo, en sus Orationes aliquot (Leid en , 1 6 0 9 ),
p ágs. 68—88 . Véase tam b ién J. Kraye, « D a n iel H e in s iu s and the auth or o f De mundo», en A . C .
D io n iso tti, A . G ra fto n y J. Kraye (ed s.), The Uses of Greek and Latín: Historical Essays (Londres, 1 9 8 8 ),
p ágs. 1 7 1 -9 7 .
27 Tom ás de A q u in o , Commentarii in libros octo Politicorum Aristotelis, ed. L u do vicus de Valentía
(R o m a , 1 4 9 2 ), sig. a2 r.
197
Introducción al hum anism o renacentista
Aldo Manuzio, éste, pese a reconocer la valía del texto, se negó a estamparlo
alegando que la prosa no alcanzaba la calidad literaria requerida. Maioli replicó
que no se debería menospreciar la sabiduría cuando se presentaba desprovista
de adorno; a las obras filosóficas, argumentaba a zaga de Pico, no les hacía falta
una bella apariencia, pues su objetivo era ofrecer la verdad desnuda, no un
reluciente artificio28.
Otras facetas de la actividad filosófica humanística, siempre desarrollada
con el instrumental filológico a mano, encontraron resistencia entre los filó
sofos tradicionales. En 1492, cuando Angelo Poliziano, en aquel tiempo el más
experto conocedor de la cultura antigua, dio inicio a sus lecciones en la U n i
versidad de Florencia, no sobre literatura griega y latina, como hiciera otrora,
sino sobre los Primeros analíticos, una de las obras más difíciles de Aristóteles, los
miembros de la facultad de filosofía no dudaron en recurrir a la burla: «He
aquí a Poliziano, el bufón, de repente dándoselas de filósofo»29. Sin embargo,
el interés de Poliziano por la filosofía aristotélica, nacido a la sombra de su
gran amigo Pico30, no tenía tal pretensión: «Aunque doy lecciones públicas
sobre Aristóteles, no lo hago como filósofo»31. En la lección inaugural, des
bordante de maestría verbal y recóndita erudición clásica, anunciaba a sus opo
nentes (lamiae, o sea, vampiros ávidos de sangre) que, a título de filólogo
(grammaticus) y, por consiguiente, experto en las múltiples facetas de un texto
antiguo, tenía todo el derecho a interpretar cualquier tipo de obra, ya fuera
poética, histórica, retórica, médica, legal o filosófica32.
En su análisis de la lógica aristotélica, Poliziano privilegió el punto de vista
de los comentaristas griegos. Com o Bárbaro, con quien le unía una buena
amistad, creía que esa antigua interpretación de Aristóteles era más sólida que
la de los exegetas medievales, por quienes no sentía sino el desprecio tan típico
de los humanistas: «a resultas de su ignorancia del griego y el latín, corrom
pieron la pureza de las obras de Aristóteles con sus vulgares y detestables
nimiedades hasta tal extremo que unas veces me hacen reír y otras me irri-
198
Filólogos y filósofos
tan»33. Esa opinión es sintomática del futuro que aguardaba a la lógica esco
lástica, arrastrada a la decadencia por el prejuicio contra lo que parecía una com
plejidad impenetrable: a medida que transcurría el siglo xvi, los manuales de
filosofía se fueron concentrando cada vez más en los textos de Aristóteles y sus
antiguos intérpretes, al tiempo que relegaban las adiciones e innovaciones fruto
de la tradición medieval. El enfoque humanístico, se podría concluir, trajo con
sigo una mejor comprensión de la lógica aristotélica, pero también significó
que los avances escolásticos en dicha materia habrían de permanecer sepulta
dos durante siglos hasta su recuperación en tiempos recientes34.
La tendencia a suprimir los comentarios aristotélicos de Averroes, gra
dualmente reemplazados por la vieja hermenéutica griega a lo largo del Q u i
nientos, provocó una contraofensiva. En 1550-52, veían la luz en Venecia los
diversos tomos de una ambiciosa edición que estampaba las glosas del comen
tador árabe, en versión latina, junto con las obras de Aristóteles. Una de las
finalidades que perseguía el impresor, Tommaso Giunta, era compensar el
extremo helenismo de los humanistas: «su afición por los griegos es tanta
com o para proclamar que las obras de los árabes no son más que heces y
basura inservible». Pero los efectos de ese contragolpe, aunque vigorosos, no
tardaron en extinguirse: a partir de 1575 la obra de Averroes ya no llegó a las
prensas sino en contadas ocasiones35.
Tampoco debe olvidarse que algunos componentes del aristotelismo esco
lástico consiguieron sobrevivir hasta ya entrado el siglo xvn, aunque debida
mente combinados con un enfoque humanístico. El magno comento a la Ética
a Nicómtico (1 632—45) que preparó el jesuíta Tarquinio Galluzzi da fe de esa
difícil síntesis: por un lado, bebe en abundancia de las fuentes escolásticas, en
particular de los comentarios de Tomás de Aquino, y se presenta en el viejo
molde de la quaestio; por el otro, da cabida al texto griego de la obra con una
traducción latina, presta detallada atención a ciertas cuestiones filológicas y
toma en cuenta a los intérpretes helénicos36. De todos modos, ese y otros
199
Introducción al hum anism o renacentista
A diferencia de la que hemos venido examinando, las otras corrientes del pen
samiento clásico nunca ocuparon un lugar destacado entre los intereses celo
samente protegidos por el filósofo profesional, ni penetraron regularmente en
el recinto de la universidad. Los humanistas, por consiguiente, pudieron apli
car los útiles filológicos al estudio de textos platónicos, estoicos, epicúreos o
pertenecientes al escepticismo sin que mediara oposición alguna por parte del
estamento universitario.
Fue una conjunción de perspicacia filosófica y saber lingüístico, felizmente
reunidos en la persona de Marsilio Ficino, lo que al cabo resultó decisivo para
la recuperación del platonismo en el Renacimiento. Aunque había recibido una
educación universitaria convencional, o sea, aristotélica, la antipatía de Ficino
por los filósofos escolásticos no le iba a la zaga a la de cualquier humanista de
la época: «no son amantes de la razón (philosophi), sino de la pompa (philopompi);
en su arrogancia, creen dominar con maestría el pensamiento de Aristóteles,
cuando apenas le han oído hablar brevemente en algunas raras ocasiones, y ni
tan sólo en griego, sino tartamudeando en una lengua extranjera»38. En cual
quier caso, las preferencias filosóficas de Ficino se inclinaban más hacia Pla
tón que hacia Aristóteles, principalmente porque, como sacerdote, la doctrina
del primero le parecía más fácilmente conciliable con la fe cristiana. Fue él
quien incorporó el platonismo al mapa de la filosofía renacentista, ante todo
publicando una versión latina completa de los diálogos (impresa por primera
vez en 1484) cuando la mayoría de ellos todavía se desconocían en la Europa
occidental, y traduciendo un número considerable de textos neoplatónicos tar-
200
Filólogos y filósofos
doclásicos, con los que compuso el marco intelectual para una interpretación
cristiana de la obra platónica39. Gracias a su doble condición de filósofo y filó
logo, Ficino pudo evitar muchos de los escollos con que topaba el traductor
humanista de textos filosóficos. Sus versiones fueron correctas pero sin fiori
turas; capturaron la precisión del vocablo técnico griego y nunca rehuyeron
los términos medievales si éstos exprimían el sentido con más claridad que
una expresión clásica alternativa40.
A pesar de que los trabajos de Ficino -n o sólo las traducciones, sino tam
bién sus comentarios y tratados originales—41 pronto despertaron el interés
de los filósofos, incluyendo a los más aposentados en el aristotelismo esco
lástico, en el ambiente universitario las obras de Platón y los neoplatónicos,
lejos de ser valoradas por sí mismas, permanecieron en un segundo plano,
como un trasfondo sobre el que contrastar el perfil de la doctrina peripaté
tica42. Entre los humanistas, en cambio, el impacto de la novedad tuvo un
efecto más visible, particularmente en el terreno literario. Cristoforo Landino
transformó los principios platónicos y neoplatónicos aprendidos de Ficino
—antiguo alumno suyo pero a la vez maestro en cuestiones de filosofía—en
instrumento de una hermenéutica que extraía las diversas capas de signifi
cado de los seis primeros libros de la Eneida de Virgilio. Para Landino el peri-
plo de Eneas debía leerse com o una alegoría del ascenso del alma desde la
inconsciente dedicación al placer (Troya), y a través de la actividad política
(Cartago), hasta la contemplación divina (Italia), es decir, la meta final de la
existencia humana. Los seis libros restantes, donde se narra la sangrienta lucha
entre el héroe y los indígenas itálicos, quedaron convenientemente al mar
gen de la interpretación43.
201
Introducción al hum anism o renacentista
202
Filólogos y filósofos
203
Introducción al hum anism o renacentista
49 L. B racciolin i Palagi, II cartegyio apócrifo di Séneca e San Paolo (F loren cia, 1 9 7 8 ), esp. págs.
2 2 -3 4 .
50 M . M o rfo r d , Stoics and Neostoics: Rubens and the Circle oí Lipsius (P rin ceto n , 1 9 9 1 ), cap. 5.
51 T. S orell, «M o ráis and m o d e rn ity in D escartes», en T. Sorell ( e d .) , The Rise of Modern
Philosophy: The Tensión between the New and Traditional Philosophies from Machiavelli to Leibniz ( O x fo r d , 1 9 9 3 ),
págs. 2 7 3 -8 8 ; S. Jam e s, « Sp in o za the S to ic » , ibid., págs. 28 9—31 6.
204
Filólogos y filósofos
52 Lu cre cio , De rerum natura, ed. D. La m b in (París, 1S 6 3 - 6 4 ) , sig. a3 v [ * ] . Véase tam b ién el
a rtíc u lo co rresp on d ien te a Lu crecio en el Catalogus translationum et commentariorum, ed. P O . K riste-
11er y F. E. C ra n z (W ash in gto n D C , 1960—) , II, págs. 3 6 5 -6 5 .
53 M . G ig a n te , « A m b r o g io Traversari interprete d i D io g e n e L a e rzio », en G . C . G a rfag n in i
( e d .) , Ambrogio Traversari ne! VI centenario della nascita (Floren cia, 1 9 8 8 ), págs. 3 6 7 -4 5 9 .
205
Introducción al hum anism o renacentista
fiar en la visión del epicureismo que habían establecido diversos autores clá
sicos, patrísticos y medievales, casi siempre hostiles y mal informados, pudo
escuchar por fin la voz del propio Epicuro.
Aun así, el antiepicureísmo había echado raíces tan profundas que la difu
sión de algunos escritos originales y de la obra de Lucrecio no consiguió des
terrar el prejuicio. Epicuro declaraba que el placer era el máximo bien, y ese
principio, sumado a otras notorias incompatibilidades con el dogma cristiano,
bastó para asegurar la impopularidad de su filosofía. Tuvo que esperar, pues,
hasta la mitad del Diecisiete para que Pierre Gassendi, un clérigo francés que
poseía a la vez formación filosófica y dominio de las técnicas humanísticas,
abrazara su causa y le confiriera una posición respetable. Gassendi había ejer
cido en un principio como profesor de filosofía, allá en la década de 1620,
pero sus embestidas contra el aristotelismo, aún imperante en los medios uni
versitarios, le llevaron a abandonar su carrera y retirarse a una parroquia del
sur de Francia, donde continuó por libre su cruzada contra la doctrina peri
patética. Una vez allí, en vez de optar por un ataque directo al Estagirita, Gas
sendi intentó construir una filosofía alternativa que se acomodara mejor a la
ciencia mecanicista de Galileo, Descartes y Hobbes. Ese vivo interés científico,
sin embargo, no le impedía creer, con fe de humanista, que tales novedades
debían anclarse en algún sistema de pensamiento del mundo clásico. A su
modo de ver, el epicureismo, bien pertrechado con una física atomista y una
epistemología empírica, ofrecía la plataforma filosófica más adecuada a tal pro
pósito. De ahí que, así como Lipsio había reconstruido la antigua tradición
estoica aplicando las herramientas humanísticas, Gassendi se propusiera ofre
cer una visión completa del epicureismo por medio de un comentario filoló
gico exhaustivo del décimo libro de las Vidas de Diógenes Laercio. Estableció,
pues, un texto griego correcto, proporcionó una traducción latina más fiable
que las existentes y com piló una rica anotación, donde vaciaba la obra de
Lucrecio y recogía todo tipo de testimonios, por fragmentarios que fueran,
tras un escrutinio sistemático del Corpus textual grecolatino. Finalmente, com
puso una vida de Epicuro que presentaba al filósofo como un hombre virtuoso,
casi un puritano, víctima inocente del vilipendio de sus adversarios estoicos54.
N o contento con los logros filológicos, Gassendi se entregó a la tarea de
adaptar la filosofía epicúrea a conveniencia de la época, tal como Lipsio había
54 pK:rr(. Gassendi, Animadversiones in decimum librum Diogcnis Laertii [Lyón, 1649] y De vita et niori-
bus Epicuri [Lyón, 1649], Véase también L. Joy, Gassendi the Alomist (Cambridge. 1987), esp. cap. 4.
206
Filólogos y filósofos
hecho en el caso del estoicismo. Huelga decir que eso implicaba la transfor
mación drástica de algunos aspectos doctrinales, concretamente de aquellos
que suscitaban las objeciones de orden religioso y moral que tanto daño habían
causado a la reputación de Epicuro y a sus ideas. En cuanto a la física, el uni
verso según lo concebían Epicuro y Lucrecio, es decir, constituido por una infi
nitud de átomos, eternos y con movimiento propio, dio paso a un mundo
formado por un número finito de átomos, creados y puestos en movimiento
por obra de Dios. De modo similar, pero ahora en el campo de la ética, la doc
trina del placer epicúreo pasó a interpretarse como parte de un plan de la pro
videncia divina para garantizar la supervivencia de la humanidad55. Gracias a
Gassendi, concluyamos, un pensador de la segunda mitad del Seiscientos ya
podía explotar el potencial científico del atomismo epicúreo sin que le con
denaran por ateo y ya podía vivir de acuerdo con la ética epicúrea sin tener
que responder por un pecado de hedonismo inmoral56.
55 Véase el Syntagma philosophicum, en Fierre Gassendi, Opera omnici, 6 vols. (Lyón, 1658),
I—II. Véase también B. Brundell, Pierre Gassendi: From Aristotelianism to a New Natural Phdosophy (Dor-
drecht, 1987), cap. 3, así como L. T. Sarasohn, «The ethical and political philosophy o f Pierre
Gassendi», Journal of the History oí Phílosophy, 20 (1982), págs. 239-60.
56 H. Jones, The Epicurean Tradition (Londres, 1989), caps. 7 y 8.
57 Entre los textos clásicos pertinentes, también destacan los Académica de Cicerón y la
biografía de Pirrón que se incluye en las Vidas de Diógenes Laercio. El término «escepticismo»
lo acuñó Traversari al verter esta última obra al latín.
207
Introducción al hum anism o renacentista
Bizancio. Cabe agregar, sin embargo, que no les movieron motivos filosóficos
de ninguna clase: las buscaban en tanto que depósitos de inform ación del
pasado clásico, y así lo certifica el hecho de que Poliziano, por ejemplo, trans
cribiera extractos de un códice griego de Sexto Empírico y los organizara luego
a modo de enciclopedia del saber antiguo58. El primero en prestar atención a
su contenido filosófico fue Gianfrancesco Pico della Mirándola, sobrino de
Giovanni, en su Examen vanitatis doctrinae ¡jentium («U n examen de la futilidad
de las doctrinas paganas» [1520]), obra en la que utilizó ciertos argumen
tos de Sexto Empírico para demostrar, como buen partidario de Savonarola, la
flaqueza de todo conocimiento humano, y en concreto de la filosofía aristo
télica, en comparación con el divino saber revelado en la Biblia, vale decir la
certeza absoluta59.
Sexto Empírico no circuló en impresión latina hasta que Henri Estienne,
humanista e impresor, estampó su versión de la primera de las obras mencio
nadas en 1562; siete años más tarde, veía la luz el Adversus mathematicos, ahora
en traducción de Gentian Hervet. Fue a partir de ese momento cuando los
principios del escepticismo griego se divulgaron ampliamente y, por ahí,
empezaron a calar en escritores de la talla de Michel de Montaigne, quien recu
rrió a la m unición de Sexto Empírico para atacar, en sus célebres Essais
[1580—88], el dogmatismo filosófico y religioso de su tiempo60.
Com o ya había hecho antes con Gianfrancesco Pico, el escepticismo
brindó a los antiaristotélicos del Diecisiete —sería el caso de Gassendi—la opor
tunidad de hundir la doctrina peripatética demostrando que sus argumentos,
supuestamente irrefutables, en realidad eran tan inciertos como los de cual
quier otro sistema filosófico. Aún más: el filósofo francés, y con él muchos de
quienes pensaban de modo parecido, se mostró dispuesto a asumir, cuando
menos en parte, el principio escéptico que postulaba que la certeza total era
inalcanzable, y a aceptar también el corolario: que las propias conclusiones
58 L. C esarin i M artin e lli, «Sesto E m p íric o e una dispersa e n ciclo p ed ia delle arti e delle
scien ze di A n g e lo P o lizia n o » , Rinascimento, 20 (1 9 8 0 ), págs. 32 7—58.
59 C . B. S ch m itt, Gianfrancesco Pico della Mirándola (1469-1533) and his Critique of Aristotle (La
H aya, 1967).
60 M erece destacarse « A n A p o lo g y fo r R ay m o n d S e b o n d » , en M ic h e l de M o n ta ig n e , The
Complete Essays, trad. M . A . Screech (Londres, 1 9 9 3 ), págs. 4 8 9 —683 [ * ] . V id . C . B. S ch m itt,
« T h e rediscovery o f a ncient skep ticism in m o d e rn tim e » , en M . Burnyeat (e d .), The SkepticaJ
Tradition (Berkeley, 1 9 8 3 ), págs. 2 2 5 -5 1; L. F lo rid i, « T h e d ifíu s io n o f Sextus E m p ir ic u s s w orks
in the R en aissan ce», Journal of the History of Ideas, 56 ( 1 9 9 5 ), págs. 6 3 - 8 5 ; R. H . P o p k in , The His-
tory of Scepticism from Erasmus to Spinoza (Berkeley, 1 9 7 9 ), caps. 2 - 3 .
208
Filólogos y filósofos
209
9
A rtistas y hum anistas
21 1
Introducción al hum anism o renacentista
2 A n to n io M an e tti, The Life of Brundieschi, ed. H . Saalm an, trad. C . E nggass (U n ive rsity
P a rk P N , 1 9 7 0 ), págs. 5 0 -5 5 .
212
Artistas y humanistas
213
Introducción al hum anism o renacentista
Lám ina 9.1. Tem plo M alatestiano, R ím in i; proyectado por León Battista Alberti.
6 Véase, v. gr., Neri di Bicci, Le ricordanze, ed. B. Santi (Pisa, 1976), passim.
214
Artistas y humanistas
Italia y por toda Europa7. Más influyente todavía fue la visión de la Roma del
pasado —un retrato sin precedentes, admirable (aunque erróneo) por el efecto
de conjunto—ofrecida en los Triunfos de César (1486—c. 1506) que grabó Andrea
Mantegna en época temprana.8 Es significativo, con todo, que su estilo no
muestre huellas visibles de su estancia en Roma entre 1488 y 1490: habida
cuenta de su estrecha relación con algunos humanistas, especialmente con
Felice Feliciano, resulta interesante comprobar que Mantegna no puso mayor
empeño que el resto de sus contemporáneos en imitar con rigor los modelos
clásicos.
En la época de Bramante y Rafael, la andadura humanística ya llevaba reco
rrido más de un siglo. No hay razones para dudar que la creencia en el valor
singular de la civilización antigua había empujado paulatinamente a los artis
tas hacia la adopción del arte clásico como modelo supremo. Los contactos
personales debieron contribuir al proceso, como sucedió en el caso de M an
tegna, o en el de Lorenzo Ghiberti, buen amigo de Niccoló Niccoli. Pero aun
siendo así sigue sorprendiendo que, antes de 1500, no exista documentación
de otras relaciones análogas más que en unos pocos casos, ni nada que sugiera
en modo alguno que artistas y humanistas compartieron unos mismos obje
tivos y tuvieron conciencia de esa asociación (si bien es cierto que en el curso
de la historia artistas y académicos raramente han sentido nada parecido a esa
supuesta com unión).
Vista desde el ángulo contrario, la situación se repite: la mayoría de los
humanistas no parece haber mostrado mayor interés en el arte antiguo o con
temporáneo que el que sus enseñanzas suscitaron entre los practicantes de las
bellas artes. Si a lo largo del siglo xv prestaron atención a los monumentos
romanos, fue sobre todo porque resultaban una útil fuente de inscripciones
(el único género de escritura latina clásica que había sobrevivido), por más
que Poggio, siguiendo el ejemplo de Cicerón, adquiriera por lo menos tres
esculturas (unas cabezas de Juno y Minerva y un Baco con cuernos) para su
estudio o gymnasiolum9. Unos cuantos estudiosos, muy en particular Flavio
Biondo, se dieron a la labor de identificar antiguos edificios que aún seguían
215
Introducción al hum anism o renacentista
216
Artistas y humanistas
11 León Battista A lberti, OnPainting and OnScuIpture, ed. y trad. C. Grayson (Londres, 1972) [* ].
12 A n to n io A verlino d etto il Filarete, Trattato di architettura, ed. A . M . F in oli y L. G rassi,
2 vols. (M ilá n , 1 9 7 2 ), II, pág. 6 4 6 . C risto fo ro La n d in o p ro b ab lem ente co n o c ía el o rig in a l en
latín segú n se desprende de su a lu sió n a los escritos de p intura y escultura de A lb erti en
L a n d in o , Scritti critici e teorici, e d . R . C a rd in i, 2 vols. (R o m a , 1 9 7 4 ), I, pág. 117.
1! D. R. E. W r ig h t, « A lb e r ti’s De pictura: its literary structure and p u rp o s e » , Journal oí the
Wárburg and Courtauld Institutes, 47 ( 1 9 8 4 ), págs. 52—71.
217
Introducción al hum anism o renacentista
218
Artistas y humanistas
219
Introducción ai hum anism o renacentista
220
Artistas y humanistas
221
Introducción al hum anism o renacentista
bre un esfuerzo real por definir los logros de pintores y escultores más allá de
la generalización (excepción hecha de un texto incompleto escrito por Paolo
Giovio en la década de 1S 20)23. El humanismo, se puede concluir, no aportó
prácticamente nada propio ni singular a la apreciación del arte renacentista, y
su papel en el desarrollo de una valoración crítica del arte revistió menos
importancia que los juicios, por otra parte bien distintos, que iban configu
rando una corriente de opinión en el seno de los mismos talleres.
Pero todavía hay más: la idea de que el Renacimiento conllevó una manera
especial de describir una obra de arte (la ékphrasis) —una idea ya convertida en
tópico de la historiografía actual sobre las artes y el humanism o—debe ser
puesta en cuarentena. Ese término se utiliza hoy en día indiscriminadamente
para etiquetar cualquier descripción o evocación literaria de una pintura o una
escultura, pero en la Antigüedad su campo de aplicación era m ucho más
amplio y, en general, a los escritores que escogían como tema una obra de arte
les preocupaba bien poco definir sus rasgos específicos; su intención no era
describir la obra en sí, sino revivir, para los ojos del lector, los hechos de que
trataba. Los autores renacentistas, en cambio, parecen haberse ceñido a lo que
estaba realmente representado en la obra. Así ocurre en el caso de Vasari (quien
probablemente no conocía el concepto de ékphrasis ni sus implicaciones litera
rias) : en sus Vite apunta lo que vio, o lo que recuerda haber visto, o simple
mente lo que, según su percepción, se le antojó más apropiado al contenido
de la obra en cuestión.
El humanismo cuatrocentista sólo produjo una obra sobre arquitectura: el
De re aedificatoria de Albertí, completado en 1452, aunque no sabemos exacta
mente en qué forma. A diferencia de los textos dedicados a la pintura y la
escultura, en esta ocasión el volumen sí tuvo gran trascendencia histórica. Aun
que en cierto modo se podría comparar con el De pictura, en tanto que pastiche
a la manera de un tratado clásico, el De re aedificatoria partía de un modelo con
creto, el De architectura de Vitruvio, reelaborado por Alberti en forma más clara
e inteligible. Dicho esto, cabe matizar que la obra implicaba un lector formado
en las letras clásicas y no valía para el usuario en busca de una guía práctica de
arquitectura. Para satisfacer esa necesidad, el tratado del escultor florentino
Filarete, escrito en lengua vernácula, debía resultar infinitamente más útil.
Alberti hablaba de templos y basílicas (en el sentido que tenían estos térmi
nos en el mundo romano), no de iglesias o palacios, y casi todos sus ejemplos
25 P. Barocchi (ed.), Scritti d'arte del Cinqiiecento, 3 vols. (Milán, 1971-77), I, págs. 7-23.
222
Artistas y humanistas
Esa colaboración se repite tan sólo en el campo de la iconografía. Fue aquí, sin
embargo, donde la relación entre el humanismo y las bellas artes se mostró
más íntima y duradera. La contribución humanística tomó formas muy varia
das. Puede tratarse, ocasionalmente, de una inscripción que acompaña una
obra de arte ya existente; o puede encontrarse también en forma de reco
mendación a un mecenas, o de respuesta a las consultas de los mismos artis
tas; e incluso se da el caso de que un humanista encargara una obra de arte
por puro placer o cumpliendo algún compromiso propio de su actividad pro
fesional. A ello cabe sumar, ya con un valor más general, el hecho de que los
ideales humanísticos, en particular el culto rendido al precedente clásico,
desempeñaron un papel fundamental en la evolución de la iconografía artís
tica: un proceso que llevó desde un estadio donde la producción se centraba
casi exclusivamente en las imágenes religiosas hasta la adopción del retrato, la
historia profana, la mitología clásica y la alegoría. Es cierto que los humanis
tas no activaron directamente ninguna de esas transformaciones, pero sin duda
ayudaron a crear el clima que las vio nacer y determinaron su curso posterior.
La práctica de añadir una inscripción a una obra de arte remonta al si
glo xiv. La participación humanística no tardó mucho en llegar. El florentino
Roberto Rossi, por ejemplo, antes de 1400 compuso un poema para una cierta
imagen de Hércules en el Palazzo Vecchio, y en 1439 Leonardo Bruni pergeñó
la inscripción que había de acompañar el arca sepulcral de San Zenobio, obra
223
Introducción al hum anism o renacentista
de Ghiberti24. A veces la cuestión daba pie a la disputa, así cuando Lorenzo Valla
y el Panormita rivalizaron con sendos escritos epigráficos correspondientes a
las Virtudes del Arco de Alfonso de Aragón en Nápoles (en el dilema, el Rey
rechazó las dos propuestas con sabia cautela)25. La tradición se mantuvo hasta
el siglo xvn, y ahí halló su máximo exponente en el papa Urbano VIII, autor de
varios textos poéticos para las esculturas de Gianlorenzo Bernini. Existían, claro
está, antecedentes clásicos. Muy en especial, la Antología griega y la latina ofre
cían abundantes modelos para la escritura de epigramas sobre una obra de arte,
real o imaginaria. Así, recién iniciado el Quinientos, se extendió la boga de
escribir versos, bien en latín, bien en vulgar, tomando por tema una pintura o
una escultura, aunque raramente intentaban capturar el estilo del objeto en que
se inspiraban. Al principio se tendía a completar poéticamente un retrato, pero
hacia finales de siglo algunos escritores ya ajustaban sus composiciones a gra
bados de contenido narrativo, y en algunas ocasiones llegaron a publicarlas por
separado en sus propias antologías26.
Sólo un paso más allá y ya entramos en elaborados programas decorati
vos en los que figuras e inscripciones se presentan talladas unas a la medida
de las otras. U n precedente, fruto de la cultura vernácula, se puede observar
en los frescos de Am brogio Lorenzetti en el Palazzo Publico de Siena: una
alegoría del buen y el mal gobierno que conjuga imagen y letra de tal modo
que resulta imposible decidir si la primera ilustra a la segunda o viceversa.
Lo mismo se puede predicar de los seis célebres republicanos de Domenico
Ghirlandaio en el Palazzo Vecchio (lámina 9.2), un conjunto pictórico en el
que Camilo, por citar un detalle, lleva un estandarte tal como se describe en
la Eneida (V I.8 2 5 )27. Aunque no se pueda demostrar de m odo fehaciente,
parece probable que la misma persona que preparó los textos escogió tam
bién las figuras por su valor ejemplar: todas ellas, con sus gestos y atributos
respectivos, aluden a las gestas que las hicieron dignas de im itación en un
24 M . M . D o n a to , «H ercu les and D avid in the early deco ratio n o f the Palazzo V e cch io :
m an u scrip t e v id e n c e » , Journal oí the Warburg and Courtauld Institutes, 54 (1 9 9 1), págs. 8 3 - 9 0 ;
G . P o g g i, II Duomo di Firenze (B erlín, 19 0 9; reprint Flo re n cia , 1 9 8 8 ), págs. 18 7 - 8 8 , n ú m . 93 1.
25 B axandall, Giotto, págs. 1 1 1 -1 3 , 1 7 4 -7 6 .
26 I. M . V eldm an , Maarten van Heemskerck and Dutch Humanism in the Si.xteenth Century (M aarssen,
1 9 7 7 ), págs. 103—08; E. M c G r a th , « R u b e n s ’s ‘ Susanna and the Elders’ and m o ra lizin g
in scrip tio n s o n p rin ts » , en H . Vekem an y J. M ü lle r H o fsted e (e d s.), Wort und Bild in der
niederldndischen Kunst und Literatur des 16. und 17. Jahrhunderts (Erftstadt, 1 9 84 ), págs. 7 3 - 9 0 .
27 V id . N . R u b in ste in , «Classical them es in the d eco ratio n o f the Palazzo V e cch io in
F lo re n c e » , Journal of the Warburg and Courtauld Institutes, 50 ( 1 9 8 7 ), págs. 3 5 - 3 9 (con b ib lio g ra fía ).
224
Artistas y humanistas
28 Estas m uestras van d esde los Dicta factaque memorabilia [M ilá n , 1509] de Baptista Fregoso
hasta los Mónita et exempla política [A m b e re s, 1601] de ]usto Lipsio.
29 V id . J. R ow land s, Holbein ( O x fo r d , 19 85 ), págs. 2 2 0 - 2 1 , figs. 1 5 9 -8 2 (con b ib liog rafía).
i0 R. G u e r rin i, Studi su Víilerio Mossimo (Pisa, 19 81 ).
225
Introducción al hum anism o renacentista
una petición a propósito de unas pinturas que se quería encargar a unos maes
tros franceses31.
La implicación de los humanistas en la elaboración de proyectos icono
gráficos no quedó circunscrita a las inscripciones y al repertorio de exempln: su
erudición también resultaba necesaria a la hora de diseñar los atributos de una
figura mitológica, especialmente si se trataba de personificaciones. En efecto:
aunque a mediados del Quinientos empezaron a aparecer abundantes manua
les de mitología (el más socorrido de los cuales fue Le imagini de i dei degli antichi,
una obra de Vincenzo Cartari publicada en 1SS6), los dioses paganos del
mundo antiguo sólo adquirieron unos rasgos reconocibles por la mayoría tras
un largo proceso. Antes de que su aspecto quedara fijado en dichos volúme
nes, no había otra alternativa que consultar a un humanista. De ahí que, en
torno a 1449, descubramos a Guarino de Verona facilitando las descripciones
de las musas correspondientes a las nueve pinturas que debían decorar el estu
dio de Leonello d’Este, duque de Ferrara32; como era de esperar, Guarino com
puso así mismo unos versos para que figuraran al pie de cada una de ellas. De
ahí también que, unos cincuenta años más tarde, Willibald Pirckheimer hiciera,
al parecer, un favor similar a su amigo Albrecht Dürer (Durero), ahora extra
yendo información sobre la figura de Némesis de un poema de Angelo Poli-
ziano (a su vez basado en fuentes clásicas): así tomó cuerpo la mujer alada que
sostiene una copa y una brida, simbolizando el premio y el castigo, tal como
la retrata el grabado de 1501-1502 (lámina 9.3)33.
Los humanistas sentían una especial inclinación hacia las personificacio
nes de conceptos abstractos tales como los vicios y las virtudes. El hecho de
que en su mayoría fueran figuras femeninas (así lo dictaba el género de la voz
latina correspondiente) aumentaba sumamente su atractivo. Además, tenían
otras utilidades. Combinadas con exempla, hacían más claro el sentido de la
escena; o podían resumir vividamente un complejo de ideas, añadiéndose así
al ejemplo capital del género, la figura de Filosofía tal como la describe Boe
cio cuando se le aparece en su famosa Consolación de la Filosofía (1.1): una mujer
226
A rtistas y hum anistas
Introducción al hum anism o renacentista
228
Artistas y humanistas
229
Introducción al humanismo renacentista
Nadie suponía, desde luego, que tales figuras se pudieran entender, general
mente, sin necesidad de glosa: el mismo Ripa aconsejaba que se las acompañara
de inscripciones, y tal práctica, de hecho, ya era corriente con anterioridad.
La combinación de diversas personificaciones para formar una alegoría
compleja contaba con una larga tradición. Un caso bien conocido era la pin
tura de la Calumnia supuestamente atribuida a Apeles, descrita por Luciano
(Que no debe darse crédito fácilmente a la maledicencia 2-4) y destacada en el De pictura
de Alberti por su notable ingenio40. Con un deje típicamente humanístico,
Alberti subrayó: «tanta es la invención, que incluso por sí misma, sin necesi
dad de representación pictórica, ya produce deleite». La observación acaso
obedezca a su conocimiento de la existencia de textos clásicos que describían
obras de arte. Lo cierto es que no recomendó a los escritores que se dieran a
componer alegorías visuales de esa clase, y en cualquier caso hay pocos indi
cios de que los humanistas se aficionaran al género.
230
¿m m M H H i
41 V id . D. S. Cham bers, Patrons and Artists in the lidian Renaissance (Londres, 1970), págs. 1 3 3 -4 3 .
42 A lb e rti, On Painting, pág. 95.
43 R. K rautheim er, Lorenzo Ghiberti, 2 vols. (P rin ceto n , 1 9 7 0 ), I, págs. 1 6 9 -7 1 ; II, págs.
3 7 2 -7 3 .
44 K rautheim er, Ghiberti, I, pág. 14.
232
Artistas y humanistas
parece corresponder al paso de los Fastos de Ovidio (V. 195—222), donde Flora
cuenta cómo antaño había sido una ninfa llamada Cloris, antes de que el dios-
viento Céfiro la forzara y ella se transformara en diosa de las flores. Aunque
Botticelli tenía a mano un sinfín de poemas en lengua vernácula con las que
inspirarse para establecer la asociación entre Céfiro y Flora y el advenimiento
de la primavera, cabe admitir que al pintar la metamorfosis de Cloris podría
estar aplicando aquel consejo de Alberti sobre la conveniencia de seguir las
indicaciones de poetas y hombres doctos en general. Al cabo de pocos años,
en Florencia, parece que Poliziano propuso al joven M iguel Angel el motivo
clásico de la batalla entre Lápitas y Centauros como tema adecuado para un
relieve en mármol; y ya en 1479 el cardenal Francesco Gonzaga había consul
tado a un erudito de su corte acerca de esa y otras historias ovidianas que que
ría pintar en su jardín45. Resulta evidente, sin embargo, que ninguno de estos
ejemplos nos muestra a los humanistas diseñando realmente una alegoría ori
ginal para un artista, lo cual no debería sorprender demasiado si recordamos
los aires de suficiencia que solían envolver sus relaciones con el gremio de las
bellas artes, así como el afán por expresar sus inquietudes a través del lenguaje.
Una y otra vez, siempre que se requirieron sus servicios con motivo de algún
proyecto público, salta a la vista que sólo las inscripciones despertaban en ellos
un interés real: las pinturas no significaban más que una ilustración accesoria.
En el mismo sentido, cabe notar que las alegorías típicas de la decoración
barroca, con su elaborada interacción entre varias personificaciones, se deben
en su inmensa mayoría a la creatividad de sus artífices, especialmente de aque
llos que tenían ambiciones literarias. Aunque las figuras proceden general
mente de la Iconología, nada nos induce a creer que Ripa llegara nunca a
imaginar que sus creaciones darían origen a combinaciones de ese género.
233
introducción al hum anism o renacentista
Durero con la estampa de Pirckheimer46; los dos retratos que encargó a Metsys
en 1517 (uno del mismo Erasmo y otro de Pieter Gillis, ambos destinados a
su amigo común Tomás Moro) no hallarían rival entre las pinturas ejecutadas
por orden de un humanista47. Marsilio Ficino poseía un cuadro que repre
sentaba a los filósofos griegos Demócrito y Heráclito riendo y llorando, res
pectivamente, sobre la esfera terráquea. La obra se inspiraba probablemente
en Sidonio Apolinar, un autor de la Antigüedad tardía que había hecho refe
rencia a un par de pinturas, con idénticos personajes y parejas actitudes, que
se hallaban en los gymnasia del Areópago en Atenas (Epistolae IX .9.14)48; Ficino
expuso la suya en su propio ¡jymnasium, o sea, en el aula de Florencia, segura
mente. La novedad del tema causó un cierto impacto, pero no hay razón para
suponer que fuera fruto de un encargo a cualquiera de los reputados artistas
florentinos con quienes los estudiosos actuales gustan de asociar al humanista.
U n estudio que se conserva es el de Michel de Montaigne. La decoración
de la biblioteca consistía en máximas en griego y latín, como si quisiera refle
jar la fe de todo humanista en el valor de la palabra por encima de la imagen,
especialmente en lo que concierne a la transmisión de principios éticos y otras
ideas filosóficas; anticipaba, pues, el dictamen que expresara Gabriel Naudé
en su tratado sobre la decoración de bibliotecas (1627): poner un cuadro en
tal sitio se le antojaba una manera de tirar el dinero49. En la habitación vecina
había por lo menos un par de pinturas: una trataba de Cimón y Pero, es decir,
la historia de la doncella que amamantó a su padre en la prisión, un célebre
ejemplo de amor filial; la otra representaba a Vulcano descubriendo a Marte y
a Venus juntos50. El obvio contenido lascivo de la segunda escena sugiere que
Montaigne también tenía in mente las connotaciones eróticas de la primera;
parece, pues, que no compartía la preocupación de otros humanistas —Erasmo
en cabeza—por el peligro moral que podía entrañar el arte.
Los casos de humanistas que encargaron o adquirieron una obra de arte
por cuenta propia escasean, bien por falta de interés o de recursos, o porque
234
/Artistas y humanistas
23S
Introducción a] hum anism o renacentista
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Lám ina 9 .5 . Conrad Celtis, el proyecto de una xilografía para ilustrar los
Libri cimorum (N úrem berg, 1502): M u n ich , Bayerische Staatsbibliothek,
ms. clm 4 3 4 , fol. 70r.
236
Artistas y humanistas
Lám ina 9 .6 . D urero, Filosofía; ilustración procedente de los Libri amorum de Celtis
(N úrem berg, 1502).
237
Introducción al hum anism o renacentista
238
Artistas y humanistas
s8 M arsilio F ic in o , Opera omnia, 2 vols. (Basilea. 1576), II, pág. 1768 (In Plotinuni epitomar
V I I I .6).
s9 Véase, sobre to d o , Panofsky, « E ra sm u s» . págs. 2 14—20.
239
Introducción al humanismo renacentista
240
Artistas y humanistas
$6 A N D , ALC. E M B L E M . L I B ,
fo r tu n a uirtutem f u p e r m . XL,
24
Introducción al hum anism o renacentista
242
10
La ciencia moderna
y la tradición del h u m an ism o
A N TH O N Y GRAFTON
Constantijn Huygens se cuenta entre los más nobles de todos aquellos espíri
tus selectos que a lo largo del siglo xvm se consagraron al coleccionismo de
antigüedades, a la invención de instrumentos científicos y al cultivo de un
gusto por los fenómenos del mundo natural. Fue pintor, poeta en diversas len
guas e intérprete del laúd para el rey de Inglaterra. Se interesó por los pensa
dores y escritores ingleses más avanzados de su tiempo -tradujo a John Donne
al holandés y transcribió las teorías sobre el progreso de Francis Bacon—y
manifestó su pasión por el humanismo del arte de Rubens, aunque no dejó de
reconocer la supremacía del joven Rembrandt como pintor de temas históri
cos. En un texto clásico, aunque inacabado, de las letras vernáculas de Holanda
(Ddjjwerck) celebró los descubrimientos de la ciencia moderna e intentó conju
garlos con la vida doméstica del siglo de oro de su país, aquel mundo relu
ciente que inmortalizó Vermeer, con sus impecables suelos de baldosa, sus
mesas cubiertas con ricos tapetes y sus límpidas ventanas.
La polifacética actividad de Huygens responde a un plan de trabajo. A decir
verdad, lo educaron para que así fuera: su padre se encargó de que aprendiera
francés por la práctica cuando aún era pequeño y le animó a estudiar ciencias,
así como música y pintura. En su adolescencia fue alumno de la Universidad de
Ianden, la más avanzada de su tiempo, donde no sólo siguió cursos de latín sobre
los textos canónicos, sino que también asistió a clases en holandés de matemá
tica moderna e ingeniería militar. Bien pronto, el joven universitario se convir
tió en un habitual no tanto de las aulas como de las cortes, las residencias de los
embajadores y las sociedades científicas. Su perfil intelectual, en suma, parece
tan arquetípico de la época moderna como el de Descartes; además, al igual que
el pensador francés, Huygens también creyó que valía la pena dejar constancia
de su propio progreso en una autobiografía minuciosamente elaborada1.
1 Para el c o n te n id o de este párrafo y lo q u e sigu e , véase la a u to b io grafía del autor,
editada p o r J. A . W orp en Bijclragen en medeclcelingen von het historisch genootschop, 18 (1 8 9 7 ),
243
Introducción al hum anism o renacentista
págs. 1—1 22; para una tradu cció n m o d e rn a , c o n una in tro d u c c ió n y un a a n otación e xce len tes,
C o n sta n tijn H u y g e n s , Mij'n jeujjd, ed. y trad. C . Heesakkers (A m sterd a m , 1994).
244
La ciencia moderna y la tradición del humanismo
que el siglo xvi tocaba a su fin. Parecía, en primer lugar, que el sesgo que
tomaba la literatura de la primera Edad Moderna, el cambio tajante que repre
sentaba, ya no se debía a aquella lengua latina cuya elegancia los humanistas
habían cultivado con tanto ahínco. A fin de cuentas, se razonaba, en el Q u i
nientos el italiano ya no era tan sólo una lengua literaria, sino una lengua clá
sica con pleno derecho. U n joven aristócrata debía saber leerla, hablarla y
escribirla en parangón con el latín; además, el canon de autores clásicos en
vulgar —desde Dante, Petrarca y Boccaccio hasta Ariosto y Tasso—, antes des
provisto de accesorios, ahora se presentaba cubierto de una espesa capa de
comentarios literarios y filológicos. Los poetas franceses de La Pléiade, los auto
res de comedias y tragedias de la escena londinense y el círculo de jóvenes poe
tas holandeses de la Universidad de Leiden probaron, cada uno a su hora y
para satisfacción general, que también era posible imitar, emular y satirizar a
los antiguos en las respectivas lenguas vernáculas. Del mismo modo que la
estrecha aplicación de los modelos griegos había convertido el balbuceo de
la Roma primitiva en un lenguaje transmisor de alta cultura, cualquier lengua
moderna podía llegar a ser un vehículo apto para la épica, la lírica, la historia
o la tragedia si sabía seguir de cerca las huellas del griego, el latín y el italiano.
Así, por ejemplo, la lírica de Petrarca, en concreto el recurso al oxímoron y la
ékphrasis, de fácil im itación, encontró ecos creativos en todo el espectro de
la literatura europea vernácula2. El latín aún seguía siendo necesario, al menos
para un estudioso profesional, pero la época que había contemplado su auge
como lengua literaria moderna bajo la guía clásica -la época que cubría el tra
yecto de Petrarca a Erasmo—mostraba todas las trazas de haber llegado a una
muerte natural. Ese era el primer argumento.
Por otra parte, también parecía razonable suponer que el contenido de los
studia humanitatis ya resultaba demasiado elemental o simplemente estéril (o ambas
cosas a la vez) en los albores del Diecisiete. Ciertamente, la mayoría de promo
tores de la revolución científica habían disfrutado de aquella depurada educa
ción clásica, con raíces en el estudio concienzudo de las obras griegas, que
mereció la célebre apostilla de Thomas Gaisford: «no solamente eleva por endma
de la turba vulgar, sino que lleva con no poca frecuencia a posiciones muy bien
remuneradas»3. No obstante, un repaso a la genealogía tradicional del pensa
miento moderno, heredada precisamente de sus creadores seiscentistas, dejaba
245
Introducción al hum anism o renacentista
ver que la nueva filosofía, la que lo había cuestionado todo desde la base, creció
en un terreno abonado con las cenizas del humanismo. En el último de sus ensa
yos, titulado «Sobre la experiencia» (III. 13), Montaigne (a pesar de haber reci
bido una formación humanística excelente, bien que idiosincrática) demostraba
cómo la misma idea de buscar una norma de conducta actual en los textos clá
sicos implicaba que el lector extirpara las presuntas autoridades de su contexto
histórico. El abismo era tan grande, tan distintas las vidas y las situaciones per
sonales, tan cambiada la sociedad y la religión, que, para Montaigne, cualquier
esperanza de que el pasado iluminara el presente carecía de fundamento4. No
de otro modo, el bisturí del ensayista se aplicó a la crítica del tiempo gastado
improductivamente en el curso de una educación humanística: una crítica citada
y parafraseada hasta la saciedad por los reformistas posteriores.
A llí donde Montaigne había abierto un hueco, cuestionando y subvir
tiendo, dos de sus devotos lectores plantaron la dinamita y encendieron la
mecha. Según opinión del primero, Francis Bacon, el humanismo (como antes
el escolasticismo) debía considerarse como una enfermedad mortal que aque
jaba a la ciencia. A los humanistas les había faltado capacidad para darse cuenta
de que el mundo había cambiado, de que los parámetros de la actualidad no
admitían comparación con los antiguos: los trayectos de las expediciones eran
más largos, los imperios más extensos, la tecnología más poderosa. Habían
creído que la «antigüedad» de griegos y romanos, es decir, el hecho de que
sus textos hubieran vivido tantos siglos, les confería la autoridad propia de la
vejez, cuando, en verdad, esa autoridad puede atribuirse a los seres humanos
porque no cesan de aprender con el paso de los años, pero no a los libros,
objetos sólo sensibles a los efectos dañinos del tiempo. La filología, empeñada
en citar e imitar a las autoridades clásicas hasta la obsesión, había conllevado
una desviación del auténtico fin intelectual de todo pensador: ampliar la fron
tera de los dominios del hombre. Con la vista fija en el pasado, los humanis
tas habían pasado por alto todo cuanto hubieran podido aprender de sus
mismos contemporáneos, de aquellas mentes más prácticas que elaboraban
teorías sobre el mundo natural fundándose en la experiencia y no en la sim
ple interpretación de textos, de aquellos hombres que desempeñaban su labor
intelectual a lo largo de toda una vida, con entera satisfacción, sin salir de la
esfera del vernáculo5. Descartes, el segundo detractor, concedía, al menos, que
246
La ciencia moderna y la tradición del humanismo
247
Introducción al hum anism o renacentista
8 Citado en F. F. Blok, Nicolaos Heinsius in dienst van Christina van Zvveden (Delft, 1949), págs. 111 —12.
9 C . B o rgh e ro , La ceitczza e la stona: cartesianismo, pirronismo e conoscenza storica (M ilá n , 1 9 8 3 ),
págs. 1 7 0 -9 5 .
248
La ciencia moderna y la tradición del humanismo
definía no como una recuperación de algún antiguo saber, sino por su nove
dad estricta, sin precedentes en el mundo grecorromano101
.
Sin embargo, y contra todo lo dicho, pese al acoso de los fiscales y la desmo
ralización de los abogados, el humanismo sobrevivió, y, por sorprendente que
parezca, le sobraron fuerzas para contribuir sustancialmente a algunas de las
tendencias intelectuales que finalmente habrían de reemplazarlo. Los histo
riadores de la generación actual han ido distinguiendo cada vez con más cla
ridad hasta qué punto las noticias que anunciaban repetidamente la muerte del
humanismo, desde finales del siglo xvi y a lo largo del siguiente, fueron fruto
de una considerable exageración. En realidad, la era de la renovación cientí
fica no impidió que se desarrollaran, a veces a gran escala, diversas iniciativas
típicamente humanísticas tanto por su componente filológico como filosófico.
Algunas de ellas mostraban signos de cansancio, cierto, al igual que algunos
de sus promotores parecían tener ya poco control, pero en otros casos su capa
cidad para satisfacer las necesidades de la época resulta indiscutible.
La demanda de jóvenes bien preparados para ejercer tareas en el gobierno
aumentó de m odo sensible precisamente en el periodo que comprende el
declinar del siglo xvt y los comienzos del siguiente. Desde las cortes, más
pobladas que nunca, de la Inglaterra que veía el fin del remado de Isabel I y la
llegada de los Estuardo hasta aquellos pequeños estados policiales del imperio
germánico, la burocracia crecía, el papel circulaba en grandes cantidades y los
monarcas solicitaban más asistencia, y más detallada, a la hora de decidir una
cuestión política o social1'. El currículo humanístico continuaba siendo un
proceder válido (o así lo afirmaban la mayoría de profesores y servidores del
estado) para adquirir la formación que permitía desempeñar esas tareas vita
les. A lo largo y ancho de Europa, los pedagogos no cesaban de proclamar, con
la inequívoca energía del convencido, que la mejor educación para un mucha
cho consistía en el estudio profundo de aquellas disciplinas que Leonardo
Bruñí y Guarino de Verona, a zaga de Cicerón y Quintiliano, habían conside
rado esenciales para quien quisiera llevar en el futuro una vida activa. El joven
249
Introducción al hum anism o renacentista
que soñaba con llegar a ser juez o embajador al servicio de un magnate —expli
caba un estudioso tan influyente com o Arnold Clapmarius—debía alcanzar,
antes, un auténtico conocim iento del latín, por más que ya fuera capaz de
leerlo y sólo dispusiera de tres años para el conjunto de sus estudios: «es nece
sario que tengas un latín elegante y pulido, a menos que quieras filosofar a la
manera de quienes escriben en vernáculo. Su pensamiento me parece com
pletamente aceptable, siempre que expresen sus ideas con elocuencia. Pero
hacen exactamente lo contrario y, en lugar de ilustrar su conocim iento, lo
oscurecen con su torpe pincel». Lejos de limitarse a la lengua escrita, esa maes
tría significaba también la capacidad de hablar con fluidez: «Te aconsejo que
hables siempre en latín con el compañero de tu habitación. Si cualquiera de
los dos se olvida de hacerlo, que pague algún tipo de multa». Sólo poseyendo
tal soltura —un dom inio que exigía amasar un tesoro de coloquialismos
mediante la lectura repetida de las comedias de Plauto—se evitará la humilla
ción que deben soportar con tanta frecuencia los hablantes germánicos: faltos
de práctica oral, concluye el maestro alemán, los nervios los atenazan cuando
deben expresarse en latín, ya que sólo piensan en esquivar los solecismos12.
Clapmarius no era el único, ni m ucho menos, en predicar la inmersión
lingüística y la necesidad de esforzarse hasta lograr un conocimiento activo de
una lengua muerta. También un profesor de retórica de la Academia de Ams-
terdam tan conspicuo com o G. ]. Vossius quería que sus pupilos iniciasen su
andadura escolar adquiriendo un control preciso del más puro latín. Vossius
tenía presente que ningún autor clásico había tratado todas las materias, y que
cualquiera de ellos ofrecía un modelo prosístico aceptable, pero no por ello
dejaba de exhortar a sus alumnos a concentrarse en la imitación sistemática,
aunque no servil, de las obras de Cicerón, el maestro supremo de la elocuen
cia, el único que dominó a la perfección los periodos de la prosa latina más
elevada13. Unos ideales no muy distintos presidían la educación que empeza
ron a impartir los colegios de los jesuitas a mediados del Quinientos, y con
tanta fortuna que atrajeron a su causa docente (y ganaron para la Iglesia cató
lica) a los hijos de un sinfín de nobles familias protestantes, incluso en áreas
del imperio germánico y de Polonia donde la nueva religión amenazaba con
250
La ciencia moderna y la tradición del humanismo
14 Para un estud io exhau stivo del cu rríc u lo escolar del h u m a n is m o tardío, aplica d o al ""
caso de la prestigiosa a cad em ia de Estrasburgo tal c o m o la c o n c ib ió Jean S tu rm , vid- A . Scjaind-
lin g , Humanishsche Hochschule uncí íreie Reichsstfldt (W iesb ad en , 1977).
15 G ro tiu s, Dissertntiones. págs. 4 - S .
251
Introducción al hum anism o renacentista
252
La ciencia moderna y la tradición del humanismo
253
Introducción al hum anism o renacentista
M ientras van leyendo deberían tener u n cuaderno a m ano en el que copiar las
frases y las oracion es m ás elegantes; o dejem os que agreguen unas hojas en
blanco al final del libro que leen para que en ellas puedan anotar el núm ero de
la p ágin a q u e interesa y la rú b rica de alg ú n lu g ar d ig n o de aten ció n . A sí,
cuando surja la necesidad, podrán utilizar la referencia22.
254
La ciencia moderna y la tradición del humanismo
... pero lo que quisiera en esta cuestión es lo siguiente: que cuando leas alguna
cosa notable, de inm ediato la lleves a su ep ígrafe, no tan sólo al co rresp o n
diente a la disciplina general, sino al siguiente m iem b ro y parcela de la d isci
p lina de acuerdo con tus subdivisiones lógicas. Y así, com o en una tabla, ya se
trate de una agud ez (de las q u e tanto abundan en T á c ito ), de una m á x im a
(com o las de Livio) o de una sim ilitud (así en Plutarco), deposítala al acto en
el sitio correcto del alm acén, en tanto que conveniente a lo militar, o más espe
cíficam ente a la defensa militar, o aun más en particular a la defensa por forti
ficació n , y guárdala así. H az lo m ism o con la materia p o lític a ...25.
Lo mismo que sus antecesores, los hombres del humanismo tardío y sus
discípulos se acostumbraron a leer con la plum a siempre a punto. Así lo
muestra la práctica de interlinear a mano en las ediciones escolares im pre
sas con este propósito una paráfrasis del texto palabra por palabra, de manera
que el contenido de las obras básicas resultara accesible en el futuro. La
misma función explicativa tenían los prolijos comentarios que dictaban los
profesores y los alumnos apuntaban cumplidamente en los generosos már
genes del volumen o en hojas en blanco intercaladas en el libro. Esa ingente
masa de material, clasificada y copiada incesantemente, procesada una y otra
vez, seguía su curso inexorable de los márgenes a los cuadernos y, de ahí,
vuelta de nuevo al ejercicio de redacción del estudiante y finalmente al tra
tado en toda regla. Dando cuenta de los sudores vertidos para componer su
Thaumatographia naturalis [1 630], el filósofo natural John Jonston declaraba que
la labor no había supuesto ningún tipo de exploración del mundo natural,
antes bien muchas horas leyendo y extractando las fuentes de la obra, en
concreto la Historia natural de Plinio el Viejo (ya ella misma una compilación)
24 Jean B o d in , Methodus ad facilem historiarum cognitionem (París, 1 5 6 6 ), reim p reso varias veces
hasta 1 65 0; véase tam b ién A. Blair, «R e stag in g Jean B o d in » , Tesis d octoral in édita, Prin ceton
U n iversity, 1988,
25 Pears, Corresponderse of Sidney and Languet, pág. 201.
255
Introducción al hum anism o renacentista
256
La ciencia moderna y la tradición del humanismo
iniciación a los misterios del latín literario. Valga el caso de Jan Amos Come-
nius, autor de un celebrado Orbis sensualium pictus («El mundo visible» [1 666])
en el que el significado de las palabras se expresaba simplemente por medio
de una imagen, no con la intención de sustituir la preceptiva de la enseñanza
humanística, sino con el deseo de abreviar el proceso.
Ahora bien, aunque el marco pedagógico descrito se caracterizó por su
tradicionalismo, nunca dejó de albergar un contenido tan proteico como polé
mico. Todos y cada uno de los elementos del currículo humanístico fueron
motivo de continua controversia. Al parecer de Marc-Antoine Muret y Justo
Lipsio, un latinista de finales del Quinientos ya no debía contentarse con los
modelos de oratoria de la Roma republicana: el tupido estilo sentencioso de
Tácito y Séneca resultaba igualmente imprescindible. El latín de Lipsio, en par
ticular, se convirtió en objeto de adoración en la Europa protestante y en la
católica, al mismo tiempo que las críticas más aceradas caían sobre la pro
puesta. Horrorizado por lo abrupto de la frase lipsiana y el uso tan reducido
de la conjunción, el gran erudito calvinista José Escalígero exclamó con son
lastimero ante un grupo de estudiantes que se alojaban en su residencia: «N o
puedo imaginar qué suerte de latín es éste»29; y, pasando a la acción, se pro
puso eliminar todo vestigio de «tacitismo» que hubiera podido penetrar en
los escritos de los alumnos de Leiden. Se alineaba así, sin quererlo ni esperarlo,
con los pedagogos jesuítas que tanto odiaba, los que predicaban que, por la
senda equivocada del «laconismo» de Lipsio, nunca se obtendría ni el inge
nio verbal ni el arte de la paradoja, es decir, el ideal estilístico por el que valía
la pena esforzarse30.
La discusión no afectó solamente a las sutilezas formales de la lengua.
Animos igualmente encendidos se aplicaron a la disputa sobre la misma estruc
tura general del currículo escolar. Reformados como Pedro Ramus, mártir de
la causa protestante, y sus seguidores (cuya influencia se dejaba notar de modo
considerable en Cambridge y París) no cesaron de presionar a las autoridades
competentes en materia educativa y a los mismos estudiantes para que se intro
dujera un enfoque más práctico de la retórica y la dialéctica. Desde su óptica,
el profesor debía tratar cualquier texto literario —las poesías de Horacio pero
también los Salmos de David—como si fuera un argumento sistemático, redu-
2S7
Introducción a] hum anism o renacentista
cible a una serie de afirmaciones lógicas, A los rectores de los colegios de París
y otros centros universitarios continentales la iniciativa se les antojó un modo
excelente de enseñar la técnica de la argumentación por medio de las obras
clásicas: presumiblemente, les debió parecer útil e ingenioso un sistema que
permitía considerar un lugar horaciano tan socorrido como el «Dulce et deco-
rum est pro patria m ori» («Es dulce y decoroso morir por la patria») como
un simple movimiento en el juego de la argumentación31.
Los partidarios de Ramus, sin embargo, encontraron una férrea oposición
en muchos frentes, especialmente por parte de los aristotélicos, acérrimos
detractores de una concepción que alteraba el perfil tradicional de la dialéctica
y la retórica. No pocos humanistas mantuvieron la postura de que una obra lite
raria debía ser analizada desde el ángulo que le era propio; el maestro, por con
siguiente, debía prestar más atención a las metáforas y los giros retóricos que a
la estructura lógica y los modos argumentativos. Los opúsculos incendiarios, la
guerra verbal que prendía allí donde llegaban las huestes de Ramus, señalan su
avance, como explosiones en un terreno minado a medida que progresa el ata
que a una trinchera enemiga. La resistencia fue feroz en casi todas partes. En
breve: que el ideal de elocuencia se mantuviera no implicaba, ni por asomo,
unanimidad en cuanto a su contenido. Pero es precisamente en el alcan
ce de la disputa, en el ardor de los contendientes, donde se encuentra
el mejor indicativo de la vitalidad que conservaba el humanismo, sobre todo
en aquellos contextos en que la discrepancia sobre la naturaleza y la función de
la elocuencia correspondía en buena medida, caso de la Francia del cambio
de siglo, a divisiones de índole política y religiosa. De hecho, cuando los juris
tas galicanos del parlement de París discutían con los jesuítas (a quienes expulsa
ron de la ciudad por algún tiempo) sobre modelos de prosa latina, también
entraban en juego dos concepciones sociopolíticas alternativas. N i en las más
encontradas controversias del humanismo cuatrocentista, enzarzado en la que
rella sobre la superior virtud de la república o la monarquía, se hallarían peti
ciones de principio tan irreconciliables como las exhibidas dos siglos más tarde,
aún en latín y aún con el referente de los autores clásicos en primer plano32.
Sin embargo, pese a toda esa agitación en torno a cuestiones de forma y
sustancia, en el corazón de la docencia humanística se puede discernir un
31 A. T. G ra fto n , «Teacher, text and p u p il in the R enaissance cla ss-ro o m : a case study
fro m a Parisian c o lle g e » , History oí Universities, 1 ( 1 9 8 0 ), p ágs. 3 7 —70.
32 V id . M . F u m aro li, MA§t de 1’éloquence (G in e b ra , 19 80 ).
258
La ciencia moderna y la tradición del humanismo
Otra vertiente de esa modernización canalizó una creciente atención por los
objetos materiales, ya fueran producto de la naturaleza o de la mano del hom
bre. El interés nació, en parte, a la sombra de las obras clásicas. Desde el siglo
xv en adelante, ningún texto ejerció mayor fascinación entre los humanistas
que la Historia natural de Plinio, y esa vasta enciclopedia, aunque dependiente
por lo general de fuentes escritas, aportó una mina de información sobre la
historia de la escultura y sobre todo tipo de especies y elementos del mundo
natural. A ello cabe agregar que, aun cuando la Historia natural nunca dejó de ser
el principal depósito al que acudir en lo tocante a las artes del mundo antiguo,
otras obras fueron complementándola, concretamente los tratados de Aristó
teles sobre el reino animal y los textos botánicos de Teofrasto, todos ellos tra
ducidos al latín a mediados del Cuatrocientos y nuevos en cuanto se basaban
en gran medida en la observación directa de la naturaleza. En las repisas de los
humanistas hubo sitio para las joyas, los fragmentos de esculturas antiguas y
las obras de arte de su tiempo, para las conchas y los fósiles, y el arte del con-
259
Introducción ni hum anism o renacentista
260
La ciencia moderna y la tradición del humanismo
En ningún campo como en el de la historia resulta más patente ese cruce entre
tradición y novedad que venimos describiendo. Tomando el hilo del pasado, no
cabe duda de que los maestros e historiadores humanistas de hacia 1600 se
tenían por herederos de aquellos estadistas griegos y romanos que definieron el
perfil ideal de la disciplina; en consecuencia, creían que su deber era preparar a
los lectores para la vida pública. Eso quería decir que el historiador debía ocu
parse ante todo de los hechos políticos de relieve, y extraer de ahí, con especial
dedicación, ejemplos de buena y mala conducta, de aptitud o ineficacia, de suerte
que el receptor de la obra encontrara modelos de actuación. La senda de las nor
mas -repetían sin cesar los humanistas- era larga y tortuosa; la de los ejemplos,
corta y directa. Porque los exempla no sólo enseñaban a distinguir los principios
válidos de los que no lo eran, sino que los imprimían en la mente maleable del
joven lector con la fuerza sin par de la imagen concreta, al paso que lo abaste
cían de citas y referencias que le serían de gran utilidad cuando hubiera de tra
tar oralmente o por escrito de cualquier asunto de orden social o político37.
261
Introducción al hum anism o renacentista
Los ecos de esa fe, firmemente anclada en Tito Livio y Polibio, resonaban
de un extremo a otro de los amplios dominios del humanismo. Así la expre
saba Philip Sidney, con contundencia característica, en la carta a su hermano
Robert:
Al respecto debes fijarte p rincipalm ente en los ejem plos de virtud y v icio, en
los buenos y m alos resultados que conllevan - e l establecim iento o la ruina de
grandes estad o s-, en las causas, el m o m e n to y las circunstancias de las leyes
entonces escritas, en có m o em pezaron y acabaron las guerras y, por ende, en
las estratagem as usadas contra el e n e m igo y la d iscip lin a im puesta en el so l
dado; y todo eso, com o un auténtico historiógrafo. El historiador, además, debe
convertirse en creador de un d iscurso que b rin d e p ro v ech o , y en orador, o
incluso en poeta, a veces, por cuanto hace al ornato38.
262
La ciencia moderna y la tradición del humanismo
terable en su esencia a lo largo de los tiempos y que los ejemplos de todo buen
historiador no habían perdido su carácter modélico, sino al contrario: siglos
después, se ofrecían a la imitación del lector sagaz y perduraban en los cursos
centrados en obras históricas clásicas, en las lecciones impartidas por pensa
dores tan radicalmente opuestos como el ex jesuíta Agostino Mascardi, profe
sor de elocuencia en las universidades de Génova y Roma, y Degory Wheare,
profesor de historia en Oxford.
Con todo, el estudio de la historia antigua en ese periodo crucial en torno
al cambio de siglo nunca fue un cuerpo sin movimiento. Una vez más, com
probamos cómo los cambios se sucedieron en la medida que estudiosos y ense
ñantes intentaban acomodar conscientemente su quehacer a las necesidades
prácticas de discípulos y protectores. De hecho, a poco de empezar el Q u i
nientos, Maquiavelo y Guicciardini habían ya cuestionado las razones que jus
tificaban dicho estudio según la tradición humanística. Ambos habían
coincidido en señalar que las lecciones del pasado debían ser pragmáticas y no
morales. Maquiavelo, además, había dejado entrever sus dudas sobre la capa
cidad del lector moderno para sacar provecho ni tan siquiera de tales ense
ñanzas prácticas, ya que, a su parecer, las personas siempre tienden a seguir
una cierta línea de actuación, por improductiva que se demuestre, y no sue
len estimar correctamente los parámetros de su propia situación. Guicciardini
todavía fue más allá y no escondió su desencanto por el hecho de que incluso
Maquiavelo hubiera cometido la equivocación de fijarse exclusivamente en el
ejemplo de Roma, cuando, en realidad, el mundo actual no guardaba el menor
parecido con el descrito por los viejos historiadores: «Qué gran error -excla
maba quejoso—citar a los romanos a cada paso»41.
Transcurridas dos generaciones, los humanistas hicieron suyos los puntos
centrales de ese ataque contra sus propios antecesores. A Marc-Antoine Muret,
famoso por las lecciones sobre textos clásicos que dio en el Collegio Romano
y, tiempo antes, en París, no le quedaba ya más remedio que admitir que «en
nuestros días hay muy pocas repúblicas». La realidad, sin embargo, daba pie
a una nueva conclusión: lejos de interrumpir el estudio de la historia de Roma,
lo adecuado era desplazar el objetivo, dejar atrás la República perdida, la que
Livio evocaba con tan nostálgica elocuencia, y enfocar la primera etapa del
Imperio, la que Tácito diseccionaba con su penetrante ironía. En los tiempos
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Introducción a] hum anism o renacentista
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La ciencia moderna y la tradición del humanismo
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Introducción al hum anism o renacentista
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La ciencia moderno y la tradición del humanismo
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Introducción al humanismo renacentista
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11
M. L. M cLAUGHLIN
El presente capítulo examina los caminos que siguió la influencia del huma
nismo en la literatura italiana a lo largo de un periodo que abarca aproxima
damente desde los tiempos de Petrarca hasta los de Lorenzo de’ M edici, es
decir, la época en que los studia humanitatis presidieron la agenda intelectual de
Italia. El trayecto de esos dos siglos arranca del humanism o «medieval» y
embrionario de Dante Alighieri y tiene su punto de llegada en los primeros
años del siglo xvi, cuando los humanistas dejan ya de contribuir al grueso de
la creación literaria en italiano y los studia humanitatis se institucionalizan incor
porándose al sistema universitario.
Antes que nada, se impone establecer una distinción entre la tradición clá
sica, entendida en su sentido más general, y el movimiento humanístico en
particular. N i este capítulo, ni tampoco el libro en conjunto, pretenden abra
zar todas las obras producidas en Italia a la sombra de los autores antiguos
durante esa edad literaria tan proclive al clasicismo. El terreno explorado en
las páginas que vienen a continuación se ciñe a la literatura en italiano escrita
por los mismos humanistas o bien simplemente inspirada en su sistema de
valores.
Aunque a Dante no se le suele considerar un humanista, diversos rasgos
de la Divina commedia (c. 1307-1 8) parecen responder, con las salvedades del
caso, a una matriz de esa índole. En un cierto sentido, se podría afirmar que
Dante fue el «descubridor» de la Eneida, puesto que, gracias a él, Virgilio reco
bró el habla tras muchos siglos de silencio. Fue también, y con plena cons
ciencia, el primer escritor italiano que leyó al gran poeta latino tanto en una
dimensión política como en la de aglutinador de textos; buena muestra de esa
segunda faceta se halla en el canto inicial de la Commedia, cuando el autor, en
un paso célebre, se encuentra con Virgilio y le dirige las siguientes palabras:
«Tú eres el único [autor] de quien tomé el bello estilo que me ha dado honor»
(Inferno 1.86-87). En cuanto al contenido, la Commedia -e l primer poema ita
liano de magnitud comparable a la épica clásica- no sólo incluye a Virgilio
269
Introducción al humanismo renacentista
1 El detalle de la barba blanca de Caronte (Eneida V I.299—300: «en su mentón yace una
masa de pelo blanco, descuidado») se refleja primero con sobriedad (Inferno III.83: «un
anciano de antiguo y blanco pelo») pero luego da lugar a una imagen más grotesca (Inferno
III.97: «las lanudas mejillas»); de la misma manera, la referencia virgiliana a los ojos del
barquero (Eneida V I.300: «se alzan llamas en sus ojos») suena detrás del verso «cuyos ojos
circundan círculos de llamas» (Inferno III.99) antes de convertirse en algo más diabólico:
«Caronte, demonio con ojos de brasa» (Inferno III. 109). Para una versión española, ver Dante,
Divina Comedia, ed. y trad. Ángel Crespo, Clásicos Universales Planeta, 50 (Barcelona, 1983).
2 K. Brownlee, «Dante and the dassical poets», en R. Jacoff (ed.), The Cambridge Companion
to Dante (Cambridge, 1993), págs. 100-19. Para las referencias entre textos, M. U. Sowell (ed.),
Dante and Ovid: Essays in Intertextuality (Binghamton, 1991); R. Jacoff y T. J. Schnapp (eds.),
The Poetry of /.Ilusión: Virgil and Ovid in Dantes «Commedia» (Stanford, 1991).
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El hum anism o y la literatura italiana
3 Dante, Convivio 1.5.8: «Por eso vemos en las antiguas obras de la comedia y la tragedia
latinas, que no se pueden transmutar, el mismo latín que tenemos hoy; eso no ocurre con el
vulgar, transformado según dicta el gusto» [*].
4 Para los conocimientos de Dante en materia clásica, además de Brownlee, «Dante and
the classical poets», véase G. Padoan, II pió Enea, l’empio Ulisse: tradizione ciassica e intendimento medievaie
in Dante (Ravenna, 1976), págs. 7—29.
Introducción al hum anism o renacentista
dir otra no menos crucial: el cambio de rumbo que señaló Petrarca con su acti
tud manifiestamente favorable al primado del latín y a sus inigualables grande
zas, ante las cuales la lengua vulgar y sus logros literarios habían de parecer bien
poca cosa. Esa supremacía teórica del lenguaje culto sobre el volgare no sólo se
manifestó en la producción de Francesco, donde pesan ya mucho más las obras
latinas (en contraste con el equilibrado reparto que muestra la de Dante), sino
que incidió también en la de todos los humanistas italianos que habían de seguir
sus pasos. Las consecuencias no se hicieron esperar. Pese a contar en sus bri
llantes inicios con un proyecto de la envergadura de la Commedia, con la colec
ción lírica del mismo Petrarca (los Rerum vulgarium fragmenta, c. 1342—70) y con
el Decameron de Boccaccio (c. 1348—5 1), la joven literatura vernácula, bajo el
efecto de la contrarrevolución latinizante, pronto se vio abocada a la atrofia en
la misma medida que los intelectuales italianos, a la muerte de Petrarca y
durante más de un siglo, pusieron todo su esfuerzo en la depuración del latín
y no en la de su lengua nativa. Aunque a lo largo de ese periodo, conocido
como el «secolo senza poesia», los humanistas compusieron algunas obras en
volgare, la tajada mayor correspondió siempre a la lengua de Roma.
El recorte que sufrió el prestigio del vulgar a manos de Petrarca queda un
tanto disimulado, de todas maneras, si atendemos a su propia contribución
poética, muy en particular a los Rerum vulgarium fragmenta. A pesar de su título
poco alentador («Fragmentos de una historia en vulgar») y de la insistencia
con que el mismo autor declaró que se trataba de juveniles nugae («bagatelas»)
abandonadas al llegar la madurez, sabemos por el manuscrito autógrafo que
en realidad Petrarca siguió trabajando en el texto de los poemas y en la orde
nación del conjunto hasta ya entrada la década de 13705. Y más: al parecer, en
un estadio temprano del proceso, la colección de rime se concebía como una
síntesis de motivos de la lírica clásica y la románica perfectamente equipara
ble, en este sentido, a la aleación de la tradición latina con la vernácula que
Dante había fundido en moldes épicos. Así, en 1342, Petrarca quería que la
colección empezara con la poesía «Apollo, s’ancor vive il bel disio» («Apolo,
si aún perdura el deseo», Rerum vulgarium fragmenta X XXIV ), un soneto de tenor
clásico cuya función sería establecer de entrada el mito de Dafne y Apolo como
una de las columnas vertebrales de toda la serie6. En otro momento, el texto
272
El humanismo y la literatura italiana
seleccionado para la clausura debía ser el soneto «Vago augelleto, che cantando
vai» («Avecilla errante que cantando vas», CCCLIII), de inconfundible aire vir-
giliano, pues, al igual que la pieza CCCXI, recoge un símil presente en las Geór
gicas (IV5 11-19)7. Sin embargo, en consonancia con el mito de la evolución
personal forjado por el propio Petrarca -d e joven poeta a filósofo cristiano en
la madurez—el volumen fue reestructurado de suerte que el soneto peniten
cial «Voi ch’ascoltate in rime sparse il suono» («Vosotros que escucháis en dis
persas rimas el son [de mis suspiros]») ocupara el pórtico de la historia del
amor por Laura y en último lugar figurase, a modo de retractación, una can-
zone a la Virgen (CCCLXVI). En Petrarca, del mismo modo que en Dante, la tra
dición clásica cede finalmente ante la cristiana.
N o se debe ocultar, con todo, que muchos de esos poemas, aunque siem
pre dentro del encuadre cristiano oficial, ofrecen vistas a un paisaje inequívo
camente antiguo. Estudios recientes han puesto de relieve tanto la importancia
del subtexto clásico como el sentimiento de lejanía temporal que embargaba
a Petrarca al contemplar la Antigüedad8. Si consideramos el conjunto de la
colección, se diría que el poeta operó como un arquitecto renacentista, apun
talando los muros endebles de la lírica amorosa vernácula con las sólidas
columnas clásicas de dos temas morales de peso: el paso del tiempo y la vani
dad de los placeres terrenos.
En cuanto a la lengua y el estilo, cabe destacar la notable coherencia que
preside por un igual el trato con el latín y con el italiano. En ambos casos,
Petrarca rehuye los extremos —el vocabulario de registro vulgar por un lado y
la jerga escolástica o técnica por el otro- para encontrar la elegancia léxica en
una vía media, al paso que cultiva la armonía y la eufonía clásicas pesando con
7 E. H . W ilkins, The Making of the «Canzoniere» and Olher Petrarchan Studies (Rom a, 1951);
véase ahora tam b ién M . Santagata, í framnienti ddl'anima: stand e racconto neí «Canzoniere» di Petrarca
(Bolonia, 1992).
8 Valgan los sigu ien tes e je m p lo s: «Erano i capei d 'o ro a Laura sparsi» («L o s cabello s de
o ro se esparcían al a u ra » , Rerum vulgarium fragmenta X C ) se inspira en u n p aso de la Eneida
(1.319—2 8 ); « O r c h e ’l ciel e la térra e T vento tace» (« A h o ra q u e el cie lo y la tierra y el viento
c a lla » , C L X IV ) p rocede de una fam osa d escrip ció n virgiliana q ue contrasta la n o ch e serena co n
el to rm e n to d el am ante (Eneida IV .5 2 2 -3 2 ) ; « A lm o s o l, q u ella fro n d e c h 'io sola a m o »
(« N u tr ie n te sol, aquella única fro n d a q ue y o a m o » , C L X X X V IÍI) deriva de H o r a c io , Carmen
saeculare 9 - 1 2 ; y « Q u e l r o sig n u o l, che si soave p ia gn e» (« A q u e l ruiseñ or, q u e tan d u lce m en te
llo r a » , C C C X I ) recrea, c o m o ya se ha in d ica d o , un sím il v irg ilia n o de las Geórgicas (IV S 1 1 -1 9 ) .
V id . T. M . G ree n e , The Light in Troy: Imitation and Discovery in Renaissance Poetry (N ew H a ve n , 1 9 8 2 ),
p ágs. 1 1 1 -4 3 .
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Introducción a¡ hum anism o renacentista
274
E¡ hum anism o y ia literatura italiana
imitación ya más definida que la de Dante; una teoría construida en gran parte
con los materiales de Séneca (Epistulae LXXXIV), Cicerón (De oratore 11.89—96) y
Quintiliano (Institutio oratoria X .2 ), y expresada en una serie de epístolas fun
damentales12.
Pero esa práctica poética no encontró sucesores inmediatos. Los pronun
ciamientos públicos de Petrarca en pro del latín y en contra del romance gana
ron la partida y cortaron el camino a cualquier posible experimento tras los
pasos de los Rerum vulgarium fragmenta y su amalgama de tradiciones literarias.
Muy en especial, la carta a Boccaccio de 1359, donde Petrarca negaba explíci
tamente cualquier huella de Dante y marcaba distancias con su predecesor,
levantó una barrera entre el público de humanistas y el vulgar y condicionó
decisivamente las actitudes posteriores con respecto al autor de la Commedia y
a la literatura vernácula en general13.
El ejemplo más espectacular de esa influencia lo da el mismo destinatario
de la carta. Boccaccio había iniciado su andadura literaria emulando el ornado
dictamen —el arte de escribir cartas—de las epístolas latinas de Dante (a quien
admiraba profundamente en aquella época) y traduciendo al italiano la obra
de Valerio M áximo y una Década de Tito Livio14. N o obstante, tras su encuen
tro con Petrarca en 1351 y tras descubrir la clásica sobriedad de sus cartas lati
nas y su desdén por la cultura vernácula, borró su nombre de esas primeras
obras dantescas, así como de los volgarizzamenti (o versiones al volgare) de histo
riadores romanos15. Después de la tajante separación lingüística establecida
por Petrarca, un humanista que se preciara ya no podía recurrir al latín esco
12 A d e m ás d e X X I . 15, véanse, tam b ién de las Familiares, 1.8, X X I I .2 y X X I I I .19. Para las
an o tacio n e s q ue h iz o Petrarca en sus m an u scritos del De oratore y Q u in tilia n o , vid . P. De N o lh a c ,
Pétrarque et rhumanisme, 2 vols. (París, 1 9 0 7 ), II, págs. 83—94; R B la n c, «Pétrarque lecteur de
C ic é r o n : les sco lies p étrarqu iennes d u De oratore et de l’Orator», Studi petrarcheschi, 9 ( 1 9 7 8 ), págs.
1 0 9 -6 6 ; M . A ccam e Lanzillo tta, «Le postille del Petrarca a Q u in tilia n o (C o d . P a rigin o lat.
7 7 2 0 ) » , Quaderni petrarcheschi, 5 ( 1 9 8 8 ), págs. 1 -2 0 1 .
13 G . T antu rli, «II d isp rezzo per D ante daí Petrarca al B r u n i» , Rinascimento, 25 ( 1 9 8 5 ),
p ágs. 1 9 9 -2 0 9 .
14 Para las epístolas, B o ccaccio , Opere latine minori, ed. A . M asséra (Barí, 19 28); para las
tra d u ccio ne s, M . T. C asella, Tru Boccaccio e Petrarca. I volgarizzamenti di Tito Livio e di Vhlerio Massimo
(Padua, 19 82 ). A u n q u e la autoría de la versión de la tercera D écad a todavía es in cierta, la
m ayo ría d e críticos actuales ya no d u d a en atribuir a B o ccaccio la tradu cción de la cuarta:
G . T an tu rli, « V o lg ariz za m en ti e rico stru zio n e d e ll’an tico : i casi della terza e quarta D eca di
Livio e d i V alerio M a ssim o , la parte d i B o c c a c c io (a p ro p o sito d i a ttrib u zio n e )» , Studi medievali,
ser. 3 , 27 (1 9 8 6 ), págs. 81 1 -8 8 .
15 G . B illa n o v ic h , Restauri boccacceschi (R o m a, 1 9 4 5 ), págs. 4 9 —78.
275
Introducción al humanismo renacentista
lástico ni rebajarse a traducir del latín clásico a la lengua del pueblo: los huma
nistas del Cuatrocientos bien podían traducir del griego al latín, como sería el
caso de Leonardo Bruni y Lorenzo Valla, pero los clásicos de Roma debían per
manecer en su versión original16. En el Tmttatello in laude di Dante de Boccaccio se
refleja a la perfección la imagen de esa postura radical.
La primera redacción (I) de la obra tuvo lugar entre 1351 y 1355; años
después, entre 1361 y 1363, Boccaccio produjo una segunda versión (II), cuya
mayor novedad consistía en suprimir toda mención a las Epistole de Dante, así
como la referencia al título de la Monarcliia y al número de las églogas latinas17.
Las razones del cambio ahora ya no admiten discusión: fue la carta de Petrarca
repetidamente citada lo que impulsó la revisión, especialmente en cuanto atañe
a la crítica implícita a las obras latinas de Dante18. En otras palabras: después
de asimilar un punto de vista que segregaba la audiencia del volgare, Boccaccio
se sintió forzado a rebajar el tono de aquellas asunciones que situaban a Dante
demasiado cerca de la cultura humanística en latín. Así, en la primera versión,
afirmaba que el florentino había traído de nuevo las Musas a Italia; que por su
empeño la poesía había recobrado la vida (1.19); y que su obra significaba,
para el vernáculo italiano, lo mismo que Homero y Virgilio para el griego y
el latín (1.84). En la segunda, en cambio, todos esos elogios se desvanecen, en
gran parte a causa de la categórica distinción establecida en la carta: mientras
las obras de Dante corrían entre un público de tejedores y hostaleros, era
Petrarca quien figuraba al lado de Homero y Virgilio (Familiares XXI. 15.22). Si
Dante ya no merece la gloria como fundador de una poesía rediviva es por
que Petrarca probablemente ansiaba para él esa corona y porque, desde la
óptica del humanismo, tal renacimiento sólo podía vincularse a la literatura
16 Vid. Giuseppe Billanovich, «Tra Dante e Petrarca», Italia medioevale e umanistica, 8 (1965),
págs. 1-44 (42—43); C. Dionisotti, Geografía e storía della letteratura italiana (Turín, 1967), págs.
1-44, esp. 11 5-17. Una evolución paralela se aprecia en el hecho de que, en la década de
1340, Giovanni Villani todavía pudiera presumir de leer a los historiadores antiguos (Salustio,
Livio, Valerio Máximo y Orosio) en vulgar (Crónica VIII.36), mientras que, cuatro decenios más
tarde, su sobrino Filippo' Villani lamentaba precisamente que Giovanni hubiera escrito su obra
histórica en italiano: vid. Giovanni Villani, Crónica, con le continuazioni di Matteo e Filippo,
ed. G. Aquilecchia (Turín, 1979), pág. 78; Filippo Villani, De origine civitatis FJorentie et de eiusdem
famosis civibus, ed. G. C. Galletti (Florencia, 1847), pág. 40.
17 Véase la «Introduzione» de P. G. Ricci a su edición crítica del Trattatello, en G. Boccac
cio, Tutte le opere, ed. V Branca (Milán, 1964—), III, págs. 425-35, esp. 431-35.
18 C. Paolazzi, Dante e la «Comedia» nel Trecento. DaH’Epistola a Cangrande olleta di Petrarca (Milán,
1989), págs. 131-221.
276
El hum anism o y la literatura italiana
escrita en latín. N o de modo distinto, pero quizá más indicativo todavía de ese
clima adverso al vulgar, Boccaccio redujo el siguiente pasaje de la primera
redacción: «[Dante] consiguió gran familiaridad con Virgilio, Horacio, O v i
dio, Estacio y con todos los otros poetas famosos, y no solamente tenía en alta
estima ese conocim iento, sino que, en su elevado canto, se las ingenió aún
para imitarlos» (1.22); la segunda versión lee: «consiguió gran familiaridad
con todos [los poetas clásicos], y especialmente con los más famosos» (II. 18).
Las referencias a la imitación de los clásicos han desaparecido. Para un huma
nista como Petrarca, y, por consiguiente, ahora también para Boccaccio, la imi
tado digna de tal nombre debía cuajar en el molde de la escritura latina.
En suma: bajo el impacto de la sentencia de Petrarca contra la literatura en
vulgar, Boccaccio se arrepintió de su temprano fervor por las epístolas de
Dante, abjuró de sus traducciones al volgare y rechazó, en definitiva, todo cuanto
había escrito en italiano (Epistole XXI). Siguiendo el ejemplo del maestro, des
pués de 1351 abandonó la poesía por la prosa, el vulgar por la lengua de
Roma, y en esas coordenadas dio a luz diversos tratados eruditos: De casibus viro-
rum illustrium («Sobre la caída de hombres ilustres»), De mulieribus Claris («Sobre
las mujeres famosas»), De montibus («Sobre los montes»), Genealogie deorum genti-
lium («Genealogías de los dioses paganos»). Incluso los esfuerzos por inter
pretar la Commedia en el curso de un tardío magisterio (1373—74) debían
considerarse, según sus propias palabras, com o una «prostitución de las
Musas» por la que Apolo le había castigado con una grave enfermedad (Rime
122—2 5 )19. La figura de Boccaccio representa un prototipo de la esquizofre
nia cultural que afectó a bastantes intelectuales italianos de la segunda mitad
del Trescientos a resultas de la separación entre las letras latinas y las italianas
impuesta por Petrarca: una dicotomía que no fue superada hasta el último
cuarto del siglo xv.
277
Introducción al hum anism o renacentista
278
El hum anism o y la literatura italiana
23 B ru n i, Schriften, p ágs. 6 1 - 6 2 .
24 Para ese h a lla zgo , R. Sab b a d in i, Le scoperte dei codici latini e greci ne' secoli xiv e xv, ed. E. G a -
r in , 2 vols. (F loren cia, 1 9 6 7 ), I, pág. 100; y arrib a, cap. 2. B io n d o co m p a rtía la o p in ió n de
B r u n i, c o m o se observa en su Italia ¡Ilústrala (Basilea, 15 31 ), pág. 3 4 6: « sin e m b a rg o [Petrarca]
n u n ca lle g ó a ese flo re c im ie n to de la elo cu e ncia cicero niana q ue ahora vem os ad o rn a n d o
tantas obras d el sig lo a c tu a l... Por m ás q ue alardeara de haber d escu b ierto en Vercelli las cartas
de C ic e ró n a L en tu lo , nunca p u d o ver. m ás q u e en fo rm a desgarrada y m u tilad a, los tres libros
d el De oratore de C ic e ró n y la Institutio oratoria de Q u in tilia n o » .
25 Para los textos y la cuestió n en general, M . Tavoni, Latino, grammatica, volgare: storia di una
questione umanistica (Padua, 19 84 ). Véase tam b ién A . M a z z o c c o , Linguistic Theories in Dante and the
Humanists (L e id en , 1993).
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Introducción al hum anism o renacentista
26 M atteo P alm ieri, Vita civile, ed. G . B e llo n i (F loren cia, 1 9 8 2 ), p ágs. 3 - 1 0 .
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El hum anism o y la literatura italiana
D e un día para otro veréis florecer el gen io de vuestros conciud ad ano s, pues
pertenece a la naturaleza de las cosas que las artes olvidadas deban renacer (rinas
cere) cuando la necesidad así lo requiere. Eso es lo que sucedió en la G recia y la
R om a del pasado, cuando, en una generación, surgieron oradores, en otra p oe
tas, en otra juristas, filósofos, historiadores y escultores, según una u otra arte
fuera más necesaria, más apreciada y, por tanto, m ejor la enseñaran los m aes
tros del m o m e n to 27.
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El hum anism o y la literatura italiana
Della tranquillitá dell’anima (1441-42). Al comienzo del tercer libro, Alberti cita
a Terencio —Nihil dictus quin prius dictum («Nunca se dice nada que no se haya
dicho antes», Eunuchus 4 1 )- pero acto seguido envuelve la sentencia con carac
terísticos paños metafóricos. Se trata en este caso de comparar al hombre que
creó los mosaicos recogiendo materiales sobrantes de la construcción del Tem
plo de Éfeso con el escritor contemporáneo que adorna su trabajo con los pre
ciados restos del templo de la cultura clásica: la creatividad moderna ya sólo
consiste en escoger entre la amplia variedad de joyas del pasado y en dispo
nerlas conforme a un nuevo contexto40.
Alberti, se puede concluir, ni se echó atrás ante la tradición clásica, ni dudó
en acometer todo tipo de empresas que pudieran reforzar el prestigio de la
lengua vulgar, ya fuera utilizándola en diálogos ciceronianos y en tratados téc
nicos, ya demostrando, en la Grammatichetta, su paridad y semejanza con el latín,
o bien organizando, todavía, un Certame que emulara aquellas contiendas poé
ticas tan beneficiosas para el posterior desarrollo de la lengua de Roma. A la
hora de la verdad, sin embargo, sus empeños no fructificaron y acabaron redu
cidos a ideas, originales, cierto, e incluso geniales, pero sin futuro inmediato.
El latinizado estilo de los diálogos no encontró sucesor hasta un siglo después,
en la prosa ya más natural de Castiglione y los vivaces contertulios de 11libro del
cortegiano («El libro del cortesano» [1528]); la gramática pasó casi inadvertida
hasta que explotó de lleno la «questione della lingua» —la controversia sobre
la lengua italiana—en los primeros decenios del Quinientos; los hexámetros
vernáculos no dejaron descendencia, y el Certame, ahora en general, volvió a
quedar sin ganador.
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El hum anism o y la literatura italiana
[«Ya Céfiro (el viento primaveral), adornado con bellas florecillas, había
limpiado la escarcha de los montes; ya había vuelto al nido la fatigada golon
drina viajera; todo a su alrededor, los bosques resonaban suavemente con la
brisa de la mañana, y la pequeña abeja, industriosa, con el primer albor iba
robando (el néctar) de una y otra flor.»]
45 A l parecer de R . H . T arp en in g, «P olizian o's treatm ent o f a classical top os: ékphrasis,
portal to the Stanze», Italian Quarterly, 17 ( 1 9 7 3 ), págs. 3 9 -7 1, los intajli en las puertas del palacio
de Venus co n stitu ye n la pieza central del p oem a.
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EJ hum anism o y la literatura italiana
una oda en latín. Por otra parte, el mito de Orfeo, con sus múltiples fuentes
clásicas (incluyendo la ékphrasis del epilión en la cuarta geórgica de Virgilio),
permitió que el poeta urdiera su acostumbrado tapiz de referencias a una varie
dad de autores. Originalidad, eclecticismo, brevedad y erudición: he aquí los
ingredientes principales de un credo literario tan presente en el Orfeo como en
las Stanze.
Todos los escritos de Poliziano, con independencia de la lengua, exhiben
esa «docta varietas» que el autor defendió contra el ciceronianismo de Paolo
Cortesi en un conocido intercambio epistolar (c. 1485)49, del mismo modo
que todos delatan la tendencia al eclecticismo y el interés por escritores y géne
ros menores, así como un gusto —el gusto del connoisseur- por las delicadas rare
zas léxicas. Ciertamente, una visión de conjunto de la obra muestra una
evolución: de la poesía a la filosofía, de la imitatio a la philologia, es decir, de las
obras de juventud, latinas o italianas, producidas en el decenio de los setenta
y centradas en la imitación de los autores del pasado, a la restauración filoló
gica de los textos antiguos fruto de la labor del humanista en los años ochenta
y noventa. Pero esa transformación es menos radical de lo que parece a sim
ple vista: para Poliziano, el saber humanístico formaba parte de la quintae
sencia de su producción poética. Rindiendo culto a la varietas, no hacía sino
alumbrar un equivalente literario de la Primavera y el Nacimiento de Venus, las dos
grandes creaciones de tema profano que su contemporáneo Botticelli, explo
tando la cantera clásica y la vernácula, y combinando ambos materiales, rea
lizó en las décadas de 1470 y 148050.
El protector de Poliziano, Lorenzo de’ M edid, no fue un profesional de las
letras, pero sí un poeta más que notable, autor de un Comento de’ miei sonetti
(147 5—91), donde articuló una defensa de la lírica italiana con la base de algu
nos conceptos clave del humanismo cuatrocentista. El Comento consta de cuarenta
y un sonetos, engastados en el cimiento del comentario en prosa, que revelan la
habilidad del autor para injertar motivos neoplatónicos en el tejido de la tradi
ción poética vernácula; el manifiesto en pro del volgare, expuesto en las páginas
proemiales, responde principalmente al debate humanístico sobre la lengua. En
tanto que mecenas del filósofo Giovanni Pico della Mirándola, Lorenzo había
adquirido ciertos conocimientos acerca del hebreo. Creía, pues, que el griego
289
Introducción al humanismo renacentista
era una lengua más rica que la latina y que ésta a su vez superaba a la hebraica51,
y opinaba así mismo que esos tres lenguajes, a pesar de su venerable condición,
en su origen eran lenguas de uso general: «pero quienes alcanzaron honor o
prestigio en esas lenguas las hablaban o escribían con mayor propiedad, de un
modo más regular y racional, que la mayoría del populacho»52. En otras pala
bras: a finales del Cuatrocientos, la divulgación del creciente saber humanístico
acerca de las lenguas del pasado ya servía para defender el vernáculo italiano53.
Los últimos decenios del siglo contemplaron también un renacimiento de
la literatura bucólica en italiano. A los líricos pastores del Orfeo de Poliziano, hay
que sumar una traducción de las Églogas de Virgilio, obra de Bernardo Pulci, que
se publicó en Florencia en 1482 junto con otras piezas pastorales de poetas tos-
canos como Francesco Arsochi y Girolamo Benivieni. Fue este popular volu
men, probablemente, lo que impulsó la Arcadia [1504] de Jacopo Sannazaro,
vale decir la contribución capital al género en ese periodo. Entre el prólogo y
el epílogo, la Arcadia discurre a lo largo de doce capítulos en prosa, cada uno
seguido de una égloga de metro variable (las hay en terza rima, pero también
aparecen sextinas y canzoni). En cuanto al contenido, la obra sintetiza admira
blemente los motivos bucólicos de linaje clásico con el agitado presente de aque
lla Nápoles finisecular de Sannazaro, presa en la lucha entre los poderes invasores
de Francia y España. Sobresale también la maestría con que el autor funde la
nostalgia virgiliana con las tradiciones de la lírica amorosa en vulgar, así como
el orgullo con que proclama su recuperación de la poesía pastoril: «Yo fui el
primero en despertar a los bosques dormidos y el primero que enseñó a can
tar a los pastores las canciones ya olvidadas»54. Gracias a la iniciativa de Sanna-
290
El hum anism o y la literatura italiana
zaro, ese tipo literario mantuvo su vigencia en el siglo xvi y dio lugar, a su hora,
a un género tan nuevo como afortunado: el drama pastoril del Aninta [1S73]
de Torquato Tasso y de II pastor ñdo [ I 590] de Battista Guarini.
El resultado más singular de la influencia humanística en las letras italia
nas fue, y con mucha ventaja, la Hypnerotomachia Poliphili, un relato en prosa atri
buido a Francesco Colonna que se estampó en 1499 en los talleres de Aldo
Manuzio. Los dos libros de la Hypnerotomachia cuentan el sueño de Poliphilo y
la historia de su amor por Polia: el primero consagra sus veinticuatro capítu
los a la alegoría onírica, mientras que el segundo, más breve, dedica catorce a
la narración. Sin contar las bellas xilografías que ilustran el texto, la obra des
pierta admiración por su detallado conocimiento de la arquitectura antigua y
el recurso a la terminología especializada, así como por su peculiar estilo, sin
duda una transposición al volgare del latín a la manera de Apuleyo tan popular
por aquel entonces en el norte de Italia5S. Com o ocurría en las Stanze de Poli-
ziano, la vena descriptiva tiende a imponerse a la narración propiamente dicha.
Ante los ojos del lector van surgiendo bosques, pirámides, obeliscos, escultu
ras, triunfos e inscripciones, es decir, un desfile de elementos que propician
la imitación de los autores vernáculos56 y muy en particular de aquellas figu
ras que se habían ganado, con su difícil decir, a los humanistas anticiceronia
nos del Cuatrocientos, a saber: Plauto, Plinio, Apuleyo y Vitruvio, entre los
clásicos, además de Alberti, su equivalente moderno57. El ejercicio desemboca
en un léxico raro, incrustado en una sintaxis latinizada, con profusión de adje
tivos, gerundios y participios y con una marcada preferencia por las voces grie
gas, los diminutivos y los compuestos verbales o adjetivales58. Sin embargo,
55 Para ese estilo latino , C . D io n iso tti, Gli umonisti el il volgare tra Quattro e Cinquecento
(Florencia, 19 68); E. R a im o n d i, Codro e 1'umanesimo a Bolojjno (B o lo n ia , 1950) y Político e commedia:
dal Beroaldo al Machiavelli (B o lo n ia , 1972); J. F. D 'A m ic o , « T h e progress o f Renaissance Latin prose:
the case o f A p u le ia n is m » , Renaissance Quarterly, 37 (1 9 8 4 ), págs. 3 5 1 -9 2 .
56 La escena in ic ia l en u n o scuro b o sq u e evoca, claro está, el p rin c ip io de la Commedia,
m ientras q u e las d escrip cion e s d e triunfo s reelaboran trozos de los Trionfi de Petrarca, y las de
n infas se basan en el Ameto (1 3 4 2 ) (o Commedia delie ninfe fiorentine) de B o ccaccio ; el relato
co n te n id o en el segu n d o lib ro d ep en d e en gran parte d e la historia d e N astagio d egli O n esti
(Decameron V .8).
57 Para los p réstam os p rocedentes de autores clásicos y ve rn ácu lo s, M . T. C asella y
G . P o zz i, Francesco Colonna: biografió e opere, 2 vols. (Padua, 19 5 9 ) , II, p ágs. 78—149.
58 El tenor de la obra n o se aparta del siguien te e je m p lo , to m a d o d e Francesco C o lo n n a ,
Hypnerotomachia Poliphili [ * ] , ed. G . Pozzi y L. A. C ia p p o n i, 2 vols. (Padua, 1 9 8 0 ), I, pág. 37: «Et
de so to la strop h iola, c o m p o sita m en te uscivano gli p am p in u la ti c a p e g li, parte trem ulab on d i
d elle belle tem p ore u m b re gian ti, tutte le p arvissim e au re ch ie no n o cc u lta n d o , p iü belle che
291
Introducción al hum anism o renacentista
m ai alia M im o ria fusseron d icate, D ’in d i poseía, el residuo del flavo ca p illam e n to , da d rieto el
m ica n te e o lio exp lica to et dalle ro tu n d e spalle d e p e n d u li...» Vale la p en a observar que C o lo n n a
só lo utiliza dos térm in o s («c a p illa m e n to » , « d e p e n d u li» ) directam ente proceden tes de una
célebre d escrip ció n apuleíana de los cabellos (Metamorfosis 11,9), a d iferen cia de B o ccaccio ,
q u ie n reelaboró frases enteras de la m ism a fu en te; vid. G . B o ccaccio , Decomeron, Fiiocolo, Ameto,
Fiammetta, e d . E. B ia n c h i, C . Salinari y N . S ap eg n o (M ilá n , 1 9 S 2 ), pág. 9 3 2 .
192
El hum anism o y la literatura italiana
293
Introducción al hum anism o renacentista
c a so m á s a c o r d e s a la r e lig ió n . G ra c ia s a la c o n t r ib u c ió n d e d e sta c a d o s h u m a
n is ta s , m a n te n id a a lo la r g o d e lo s s ig lo s x iv y x v , el volgare a lc a n z ó p o r fin el
n iv e l d e r e c o n o c im ie n to q u e p o s e ía n las le n g u a s clásicas, y la literatu ra ita lian a
p u d o c o n q u is ta r n u e v o s g é n e ro s , in c re m e n ta r la v a rie d a d d e tem as y tejer s u ti
les tr a s fo n d o s im it a t iv o s , to d o e llo e n u n a m b ie n t e p r o fa n o q u e a la p o stre
d aría e n tr a d a , p a s a d o el 1 5 0 0 , a u n m e d io s ig lo d e o ro : la é p o c a d e M a q u ia -
v e lo , C a s t ig lio n e y A r io s to .
294
12
H u m a n ism o en E sp añ a*
ALEJANDRO COROLEU
Al igual que en el resto de Europa, los elementos constitutivos del humanismo
en España tuvieron su fundamento en el humanism o italiano. Ciertamente
otros modelos, como el flamenco o el francés, compitieron con el patrón ita
liano, sobre todo en la segunda mitad del siglo xvi. Ello no im pidió, sin
embargo, que todas las facetas de la cultura peninsular desde mediados del
siglo xv hasta después de 1600 estuvieran siempre en deuda con el humanismo
italiano. La huella de los studia humanitatis en la cultura peninsular no sólo llegó
así a la literatura neolatina y a disciplinas característicamente humanísticas
como la filología bíblica, sino que también se apreció en su influencia en las
letras en vernáculo o en las traducciones de textos clásicos y humanísticos. El
presente capítulo pretende sólo esbozar algunas de las líneas maestras del
humanismo español concentrándose en tres aspectos principales: enseñanza
del latín, filología bíblica y estudios clásicos, y fortuna de Erasmo en España.
Las páginas que siguen atenderán también a la incidencia del humanismo ita
liano, y en menor medida de otros países europeos, en la creación literaria en
castellano y en latín de la época.
Desde finales del siglo xiv el humanism o italiano fue llegando, siquiera
modestamente, a la Península Ibérica. Tempranos contactos entre grupos inte
lectuales autóctonos y representantes de la nueva cultura italiana, materiali
zados en intereses de bibliófilos, amistades personales, correspondencia
epistolar o viajes, permitieron en un principio la traducción y difusión de
algunas obras clásicas y de algunos textos de los propios humanistas italianos*1.
295
Introducción al hum anism o renacentista
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H um anism o en España
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Introducción al hum anism o renacentista
298
Hum anism o en España
pués, «por la causa que otros muchos van, para traer fórmulas de derecho
civil y canónico más que, por la ley de la tornada, después de luengo tiempo
restituiesse en la possessión de su tierra perdida los autores del latín, que esta-
van, ia muchos siglos avía, desterrados de España»10. Los motivos de su viaje
fueron, por tanto, bien distintos a los habituales y las consecuencias no se
hicieron esperar. Regresado a Salamanca, Nebrija se incorporó a su universi
dad y al punto inició su campaña para transformar los estudios gramaticales
y la enseñanza del latín en las aulas. Al amparo de las Elegantiae linguae latinae de
Valla, con el propósito de mejorar los métodos del alumno para que éste
alcanzara así un preciso conocimiento de la lengua latina, Nebrija publicó en
1481 su propia gramática, las Introductiones latinae, con las que confiaba reem
plazar los obsoletos manuales gramaticales al uso en Salamanca.
Las primeras Introductiones fueron creciendo en sucesivas reimpresiones en
los años siguientes y con el nuevo tamaño también se ampliaron los propósi
tos de su autor. Así, la recognitio de 1495 llevó a su último extremo las críticas
de Nebrija a los enemigos del latín, aunque las veladas diatribas contra los
modistae se convirtieron ahora en abierta oposición a las bárbaras gramáticas del
Medievo representadas sobre todo por el normativo Doctrínale (1199) de Ale-
xandre de Villedieu. N o dejó Nebrija tampoco de atacar las normas de Pris-
ciano y Elio Donato en aquellos puntos donde cabía discrepar. No se trataba
de presentar objeciones técnicas o marginales, sino de arremeter contra un sis
tema de enseñanza gramatical que había empobrecido la cultura peninsular.
En el fondo de tales censuras yacían las bases del programa de Nebrija, bri
llantemente expuesto años atrás en la edición bilingüe de las Introductiones
[1488], que concebía la lengua latina como el fundamento de toda la cultura:
Desta ignorancia viene que los que oy emplean sus trabaios en el estudio de la
Sacra Escriptura, como no pueden entender los libros de aquellos sanctos varo
nes que fundaron nuestra religión, pássanse a leer otros auctores que escrivie-
ron en aquella lengua q u ’ellos deprendieron. De aquí viene que los iuristas
entienden la imagen i sombra de su Código i Digestos; de aquí que los m édi
cos no leen dos lumbres de la medicina, Plinio Segundo i Cornelio Celso; de
aquí que todos los libros en qu'están escriptas las artes dignas de todo ombre
libre yazen en tinieblas sepultados11.
299
Introducción al hum anism o renacentista
Introducciones latinas ( 1 4 8 8 )» , en Seis lecciones sobre Ja España de los Siglos de oro. Homenaje al profesor Maree!
Bataillon (Sevilla, 1 9 8 0 ), págs. 5 9 - 9 4 (9 3 ).
12 Sobre la Repetitio secunda y sobre el co n ce p to de grammaticus en P o lizian o , y su in flu e n cia
en España, vid . J. F. A lc in a , « P o liz ia n o y los e lo gio s de las letras en España ( 1 5 0 0 -1 5 4 0 ) » ,
Humanística Lovaniensia, 25 ( 1 9 7 6 ), págs. 1 9 8 -2 2 2 ; F. R ico , «Laudes litterarum: h u m a n ism e et
d ign ité de l'h o m m e dans l'Espagne de la R en aissan ce», en A . R e d o n d o (e d .), L’ Humanisme dans
les lettres espagnoíes (París, 1 9 7 8 ), págs. 3 1 -5 0 .
13 V irg ilio , Opera... demum revisa et emaculatoria reddita. Aelii Antonii Nebrissensis ex grammatico et
rhetore in eadem ecphrases (G ranada, I 5 4 6 ), fo l. iiiv, segú n el eje m p la r de la Biblioteca de Catalunya
(1 8—III—14).
300
Hum anism o en España
res del siglo xvi y a lo largo de las siguientes décadas, la nueva propedéutica
del latín introducida por Nebrija fue rápidamente adaptada por una serie de
alumnos y seguidores del maestro que pasaron a desempeñar cátedras de gra
mática y retórica en las universidades más importantes. Junto a la publicación
de compendios de la obra de Nebrija estos profesores de humanidades se ocu
paron de difundir la metodología de Valla, prescrito como canónico ya en las
aulas, a través de la explicación de las ideas del humanista italiano o de la redac
ción de resúmenes de las Elegantiae que pudieran ser empleados en la enseñanza
universitaria. No en vano, estatutos universitarios como los de Salamanca en
su edición de 15 61, impusieron el estudio de un poeta o historiador para la
hora de gramática alternado con la lectura de «Laurentio Valla»14.
Uno de aquellos docentes fue Fernando Alonso de Herrera, declarado dis
cípulo de Nebrija, autor de una Breve disputa de ocho levadas contra Aristótil y sus secua
ces [1517] y de una versión latina anotada de la Retórica de Jorge de Trebisonda15.
Aunque admirador de las Introductiones de Nebrija, Herrera discrepó en ocasio
nes de los postulados de su maestro. Así, en su Tres personae: brevis quaedam disputa
do de personis nominum, pronominum et participorum adversus Priscianum grammaticum [1496]
se encaró —en actitud que recuerda al Nebrija de las Introductiones de 1495- frente
a Prisciano, a quien corrigió a propósito de su afirmación de que «todo nom i
nativo está en tercera persona», confesando atreverse incluso «a discutir el
asunto con Antonio de Nebrija o con cualquier otro»16. Pese a sus objeciones,
Herrera no se apartó de Nebrija en lo sustancial en su lucha contra los bárba
ros, «a los que no merece la pena ni siquiera responder», y en su interés por
la transformación en la enseñanza del latín, pieza clave del ideario de Nebrija17.
El deseo de Herrera de difundir las bases del programa de Valla le llevó a publi
car en Salamanca, en cuya cátedra había sucedido al propio Nebrija, su Exposi-
tio Laurentii Vallensis De elegantia linguae latinae («Explicación sobre la Elegancia de la
lengua latina de Lorenzo Valla», [c. 151 6]), serie de observaciones personales
sobre las Elegantiae no exentas tampoco de ciertas discrepancias con los concep
301
Introducción al hum anism o renacentista
18 Fernand o de H errera, Expositio Lcmrentii Vallensis De elegantia Impune Lntinae [Salam an ca,
c. 1 5 1 6 ], sig. ai. D e b o esta referencia a Francisco R ico.
19 La ho stilid ad de N ú ñ e z D e lg a d o a los o bso leto s m aestros de latin id ad se aprecia, por
e je m p lo , en el p ró lo g o a su e d ic ió n sevillana de las Heroidas de O v id io (1 5 2 9 ) , r e c o g id o en
C . G r iffin , «Classical texts p rin ted in S ev ílle », en A . D. D e y e rm o n d and J. N . H . Law rance
(ed s.), Letters and Society in Sixteenth-Century Spain: Studies prcscnted to P E. Russeli on his Eijjhtieth Birthday
(Tredwr, 1 9 9 3 ), págs. 3 9 -5 7 ( 5 5 - 5 6 ) .
302
H um anism o en España
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Introducción a] humanismo renacentista
304
H um anism o en España
de Nebrija en las aulas. Todavía en 1S98 el jesuíta Juan Luis de La Cerda, pre
fecto de estudios en el Colegio Imperial de Madrid y autor de un espléndido
comentario a Virgilio, dio a la imprenta sus Aelii Antonii Nebrissensis de institutione
grammaticae libri quinqué, serie de notas inspiradas en la Minerva del Brócense con
las que La Cerda se propuso paradójicamente reformar la obra de Nebrija. Con
sus comentarios gramaticales, La Cerda contribuyó así a la fortuna postuma
de Nebrija al ser declarado su manual texto único para las escuelas de latín de
todo el reino por orden de Felipe III25.
Si bien la obra de latinidad de Nebrija mereció duras críticas por parte de
sus detractores ya en vida del autor, las Introductiones nebrisenses y las ideas lin
güísticas de Lorenzo Valla constituyeron el primer paso en la reforma de la
enseñanza del latín en España y fueron, cuando menos hasta bien entrado el
siglo xvi, el principal bastión contra la barbarie del escolasticismo26. Con ellas
se formaron, además, nuevas generaciones de humanistas que pudieron dedi
carse así con mejores garantías a la lectura, explicación y anotación de textos
clásicos y bíblicos pero también al cultivo de una literatura original, en caste
llano o en latín, de acuerdo con los géneros favoritos de la época.
305
Introducción al hum anism o renacentista
306
Hum anism o en España
29 A . Sáen z-B ad illo s Pérez, La filología bíblica en los primeros helenistas de Alcalá (Estella, 1 9 90 ),
pág. 162.
30 Sobre el p royecto de la B iblia Po líglota C o m p lu te n se puede leerse, adem ás de las
p ágin as d e Alastair H a m ilto n en este m is m o lib ro , el v o lu m e n de Sáen z-B ad illo s citad o en la
n o ta a nterior o el lib ro de J. H . Bentley, Humanists and Holy W rit: New Testament Scholarship in the
Renaissance (P rin ceto n , 1 9 8 3 ), págs. 7 0 -1 11.
31 D ie g o L ó p ez de Z ú ñ ig a , Erasmi Roterodami blasphemiae et impietates per íacobum Lopidem Stunicam
mine primum propalatae ac proprio volumine alias redargatae (R o m a , 1 5 2 2 ), p ró lo g o . V id . E. R u m m e l,
Erasmus and His Catholic Critics, 2 vols. (N ie u w k o o p , 1 9 8 8 ), I, págs. 145—77.
307
Introducción al hum anism o renacentista
308
Hum anism o en España
Núñez aceptó así mismo el reto de restituir los enrevesados textos de Mela y
Plinio, «excesivamente contaminados por las enmiendas de todos los copistas»,
y de subsanar los errores de copia en ambos autores33. Para sus conjeturas y
enmiendas tuvo Núñez especial cuidado en colacionar los mejores manuscri
tos a su alcance, aspecto éste que convirtió a su autor en referencia continua
para futuros editores y estudiosos del texto pliniano. Núñez de Guzmán es buen
exponente de una primera generación de estudiosos cuya actividad filológica
está íntimamente ligada a la docencia universitaria. A una segunda remesa per
tenecen los estudios, mucho más especializados, de Juan Ginés de Sepúlveda
sobre Aristóteles, de Antonio Agustín a propósito de textos jurídicos y anti
cuarios, y de Benito Arias Montano sobre biblismo y crítica textual.
Sin duda el más conspicuo discípulo de Demetrio Ducas y uno de los más
brillantes helenistas salidos de Alcalá fue el cordobés Juan Ginés de Sepúlveda,
prolíñco autor de obras de contenido jurídico y político, historiador oficial de
Carlos V y tutor del futuro Felipe II. Tras su breve paso por Alcalá, Sepúlveda
viajó en 1515a Italia, donde permaneció hasta 1536, primero en Bolonia, ciu
dad en la que estudió bajo la guía del escolástico Pietro Pomponazzi y en la que
frecuentó la compañía del príncipe Alberto Pió de Carpi, y posteriormente en
Roma, junto al papa Clemente VII. Durante su estancia en tierras italianas y des
pués de su regreso a España, Sepúlveda acometió la traducción latina con
extenso comentario de un amplio corpus de textos filosóficos, que incluye la ver
sión de varias obras de Aristóteles y del Pseudo-Aristóteles, y la primera tra
ducción íntegra de los Comentarios de Alejandro de Afrodisias a la Metafísica de Aristóteles
[Roma, 1527]34. La actividad de traducción de Sepúlveda estuvo además estre
chamente ligada a la redacción de su controvertido Democrates secundus, sive de ius-
tis causis belli apud Indios («Democrates segundo, o de las justas causas de la guerra
contra los indios» [c. 1544]), diálogo en el que Sepúlveda llevó a cabo una deta
llada justificación de la sumisión del indio americano por parte de los con
quistadores españoles, haciendo extenso uso de material que después hubo de
309
Introducción al hum anism o renacentista
35 Véanse L. H a n k e, Aristotle and the American ¡ndians: a Study in Race Prejudice ¡n the Modera World
( B lo o m in g to n , 1 9 5 7 ), págs. 44—61 , y A . P agd en , The Fall oí Natura] Man: the American Indian and the
Origins of Comparative Ethnolojy (C a m b r id g e , 1 9 8 2 ), p ágs. 1 0 9 -1 8 .
36 A p ro p ó sito del aristotelism o renacentista, C . B. S ch m itt, Aristotle and the Renaissance
(L o n d re s-C a m b rid g e [M a s s .], 1 9 8 3 ), cap. 3; y cap. 8, págs. 1 8 9 -2 0 0 , en este m is m o libro.
37 S ch m itt, Aristotle..., págs. 7 0 - 7 6 .
310
H um anism o en España
existe una gran d iferencia entre traducir al latín a los oradores o h isto riad o
res g r ie g o s, cu y o estilo, au n q u e elegante y ad o rn a d o , se caracteriza p or el
em pleo de palabras corrientes, es claro y sim ple y no está lejos del uso p o p u
lar, y traducir a los filó so fo s, esp ecialm en te a A ristóteles, q u ie n , au n q u e se
distingu e por su elegancia y propiedad, cuan do trata de cuestiones oscuras y
desconocidas para el vulgo, a m enudo se ve obligado a em plear térm inos n u e
vos, nunca oíd os e inusuales incluso entre hom bres d o c to s ... Estas d ificu lta
des hacen que a m en u d o el traductor n o pueda ser a un tiem po aristotélico y
ciceroniano , aunque yo personalm ente creo que soy ya suficientem ente c ice
ro n ia n o , si co n sig o aq uello que m e h e p rop u esto, es decir, em p lear en este
tipo de escritos un estilo llano y claro, en la m edid a en que el con ten id o del
texto así lo perm ita38.
38 V id . A ristó teles, De república libri VIU loarme Genesio Sepúlveda interprete et enarratore (París,
1 5 4 8 ), f'ol. 3r.
39 Para una correcta ap ro xim ació n a la obra de A n to n io A gu stín y a a lg u n o s de los
aspectos a q u í tratados p u e d e consultarse M . H . C ra w fo rd (e d .), Antonio Agustín: between Renaissance
and Counter-Reform (Londres, 1993).
311
Introducción al hum anism o renacentista
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H um anism o en España
314
H um anism o en España
dad como único vínculo garante de dicha armonía47. Preocupado por la divi
sión de la cristiandad, Vives se sintió obligado también a participar en las dis
cusiones sobre la historia europea, contienda en la que entró defendiendo el
pacifismno a ultranza. Con el propósito de exigir la paz entre las naciones de
Europa, en 1526 redactó el diálogo De Europae dissidiis et bello turcico («De la inso
lidaridad de Europa y de la guerra contra el turco»), donde clamó contra las
guerras entre príncipes cristianos, que no hacían sino fortalecer al turco48. Al
pacifismo de Vives contribuyeron, sin duda, las esperanzas mesiánicas depo
sitadas en la persona del emperador Carlos V, pero la actitud del exiliado espa
ñol estuvo fundamentada sobre todo en el principio erasmiano que, de acuerdo
con el precepto evangélico, hacía de la caridad y de la paz las muestras que
mejor distinguen al cristiano49*.
El ejemplo de Vives tenía que influir por fuerza en otros seguidores espa
ñoles de Erasmo, como el clérigo y profesor de latinidad Juan de Maldonado,
a quien ya hemos encontrado30. Dos de sus tratados morales, el Pastor bonus y
el diálogo Somnium, dan buena cuenta del fondo erasmiano en el que se fun
damentan sus anhelos de regeneración eclesiástica. En el primero Maldonado
propuso, en clave de sátira, un programa de reforma del clero. Fantasía inspi
rada en el Sueño de Escipión de Cicerón, la Verdadera historia de Luciano y la Utopia
de Tomás M oro, el Somnium constituye, por su parte, una descripción de un
viaje visionario a la luna y a las recién descubiertas tierras de América. Es pre
cisamente en una imaginaria ciudad del Nuevo Mundo donde Maldonado sitúa
una sociedad cristiana perfecta y pacífica que muy poco tiene que ver con la
belicosa Europa abandonada por el autor en su sueño. Así describe, por ejem
plo, Maldonado la vida de los sacerdotes:
315
Introducción al hum anism o renacentista
316
H um anism o en España
ss Cfr. D. E. R hod es y J. E. W alsh , « Sp an ish p rop agand a p rin ted in Venice: tw o d ialo gu es
b y A lfo n so de V aldés», Harvard Library Bulletin, 34 ( 1 9 8 6 ), págs. 4 2 1 -2 5 .
56 Los dos pasajes del Diálogo de Mercurio y Carón a q u í citad os pro ceden d el « P ro h e m io al
le c to r» . Ed. castellana de J. F. M o n te sin o s, M a d rid , 19 846.
s7 E. A se n sio, «Lo s estud ios sobre Erasm o, de M arcel B a ta illo n » , Revista de Occidente, 6
( 1 9 6 8 ) , p ágs. 3 0 2 -1 9 (3 0 7 ).
s8 Erasm o, Opera omnia, I. 2, pág. 6 9 1 : « u n tal G in é s ha editado hace p o c o un lib rito en
R o m a , c o n lo q ue ha d ad o grandes esperanzas de sus p osib ilid ad e s» .
317
Introducción al hum anism o renacentista
tuvo otros frentes. No en vano desde 1S2S el príncipe Alberto Pió, protector
de Sepúlveda, había venido acusando a Erasmo, en quien veía a un decidido
defensor de Lutero y al responsable últim o del cisma protestante, y Erasmo
había respondido a tales alegaciones con dureza en varios opúsculos. A la
polémica Sepúlveda se sumó con la redacción de su De fato et libero arbitrio contra
Lutherum («Sobre el destino y el albedrío contra Lutero», 1S26), sirviéndose
de argumentos cercanos a los postulados de Alejandro de Afrodisias sobre la
cuestión, y sobre todo con la publicación de la Antapologia pro Alberto Pió in Eras-
mum (París y Roma, 1532), escrita como homenaje postumo a su mecenas. La
Antapologia se limitó, sin embargo, a una crítica mesurada centrada en la osadía
de algunos de los escritos más celebres de Erasmo, como el Moriae encomium
(«Elogio de la locura») y algunos de los Colloquia, y en sus puntos de vista sobre
los frailes y el culto a los santos, votos o ceremonias59. El texto tuvo además
el inesperado resultado de propiciar una cortés correspondencia entre Erasmo
y Sepúlveda sobre la exégesis de ciertos pasajes del Nuevo Testamento y las An-
notationes de López de Zúñiga. El suave tono de la Antapologia no disimuló, con
todo, las discrepancias sepulvedianas con Erasmo acerca de la justicia de la gue
rra, cuestión ésta que había de enfrentar a ambos intelectuales y sobre la que
versaron la Cohortatio ad Carolum V (Bolonia, 1529) y el diálogo Democrates primus
(Roma, 1535)60. Exhortación al emperador a entrar en guerra contra los tur
cos la primera y defensa antierasmiana y antimaquiavélica de la conveniencia
entre la guerra y la religión cristiana el segundo, ambas obras no hicieron sino
preludiar la tesis que Sepúlveda habría de desarrollar a propósito de la justicia
natural de la guerra contra los indios de América en su Democrates secundus61.
Aunque críticos, los argumentos de Sepúlveda no dejaron de ser todavía con
ciliadores. Tarde o temprano, sin embargo, voces disonantes más robustas y
detractoras se habrían de imponer. A partir de la abdicación de Carlos V en
1556 y de la publicación del Indice del inquisidor Fernando de Valdés tres años
318
Hum anism o en España
Desde los años finales del siglo xv la poesía humanística italiana, en particular
aquella redactada en latín, contó en España con una presencia importante.
319
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320
Hum anism o en España
original. Sin apartarnos del ámbito polizianesco, la Sylvn de laudibus poeseos («Silva
en alabanza de la poesía» [ 1525]) del catedrático de poesía de la Universidad
de Valencia Juan Angel González y la Oda a Juan Grial de Fray Luis de León son
sólo una pequeña muestra del influjo de la poesía humanística italiana sobre
la poesía del humanismo español. Redactada la primera a semejanza de la Nutri
cia, una de las cuatro silvas polizianescas, e imitación, hacia 1571, de un epi
grama latino de Poliziano (aprovechado también por Bernardo Tasso) la
segunda, ambos poemas dan fe de la asimilación de formas y contenidos pro
cedentes de Italia71.
El ejemplo de Angelo Poliziano sirve así para poner de manifiesto la
variada influencia de la poesía humanística italiana sobre la mejor parte de
la poesía que se redactó, en latín o en romance, en España desde los primeros
años del Quinientos hasta después de 1600. En una u otra forma, los mode
los y géneros humanísticos italianos, tanto neolatinos como vernáculos, cons
tituyeron la raíz de la abundante poesía neolatina española pero contribuyeron
también a la creación de una lengua poética en castellano. Numerosos poetas
optaron por una u otra lengua o emplearon ambas con indiferencia. Aquellos
que se inclinaron por el castellano se habían formado en la imitación de los
autores clásicos latinos. En la escuela se habían ejercitado en la redacción de
poemas en latín y en la traducción de versos latinos al castellano, o habían
aprendido a traducir del romance al latín. La poesía en vernáculo importó ade
más ciertas innovaciones introducidas por la poesía latina renacentista. La Tha-
licñristia [1522] de Alvar Góm ez de Ciudad Real, un poema épico en
hexámetros latinos escrito dentro de la misma tradición que el De partu Virginis
[1526] de Jacopo Sannazaro, determinó, por ejemplo, los inicios de la épica
culta castellana. En otros casos fue la traducción castellana de un autor clásico
latino la que ayudó a convertir al castellano en lengua de expresión poética.
Así lo entendió, por seguir con el ejemplo de la poesía épica, Gregorio Her
nández de Velasco -traductor él mismo del De partu Virginis de Sannazaro-
cuando decidió traducir en 155 5 la Eneida en octavas reales, forma métrica
importada de Italia que llegó a convertirse en el metro característico de la épica
culta castellana, cuyo mejor exponente es La Araucana [1569] de Alonso de Erci-
11a. Fueran autores de poesía original o traductores, escribieran en latín o en
321
Introducción al hum anism o renacentista
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H um anism o en España
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Introducción al hum anism o renacentista
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Hum anism o en España
¿A qué varón o héroe, C lío , pretendes celebrar con la lira o la aguda flauta?, ¿a
qué d ios?, ¿de quién será el n om b re que el eco ju gu etón hará resonar en las
som brías regiones del H e lic ó n ...? 82.
325
Introducción al hum anism o renacentista
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H um anism o en España
ñas y sus huellas en la España del humanismo aparecieron también en una serie
de diálogos latinos o castellanos de escenografía y temática lucianescas, en deuda
además con Erasmo o con los humanistas italianos86. Tal fue el caso de El Cro-
talón (c. 1553) o de los mencionados ya más arriba Somnium de Juan de Maído-
nado y Diálogo de Mercurio y Carón de Alfonso de Valdés. Con todo, el uso del
diálogo para la introducción de relatos breves no fue patrimonio exclusivo de
los escritos de Luciano ni tampoco la difusión de los textos lucianescos (y
de Apuleyo y Erasmo con ellos) se redujo sólo al terreno del diálogo. Otras for
mas literarias heredadas de Luciano, de Apuleyo y de sus epígonos italianos,
como la ficción autobiográfica y la narración en episodios de corte lucianesco
o el relato de transformaciones a la manera del Asno de oro, contribuyeron al inte
rés por los modelos de Luciano y Apuleyo e indirectamente de aquellos huma
nistas italianos que más debían a las obras de ambos autores clásicos.
De entre todos los autores latinos del Cuatrocientos italiano quien más
cerca estuvo del patrón de Luciano y Apuleyo fue sin duda León Battista
Alberti. Su Momus, sive de principe («M om o, o del príncipe», c. 1442) es un tra
tado para la educación del perfecto príncipe escrito a la manera de una sátira
alegórica lucianesca donde además se describen jocosamente las andanzas del
dios M om o entre los hombres. Un siglo después de la redacción del original
latino, Agustín de Almazán publicó en Alcalá una traducción castellana de la
obra con el título de La moral y muy graciosa historia del Momo [1553], En el pró
logo a su versión Almazán insistió en las deudas albertianas hacia Luciano, de
cuya obra, según el traductor, Alberti «tom ó algo de la materia»87. Com o
tantas otras veces, la imitación de autores clásicos y humanísticos no se limitó,
sin embargo, al mero interés de poner en castellano obras latinas y griegas,
sino que influyó sobre la creación literaria autóctona, en particular sobre la
novela de picaros. Reimpresa en 1598, la versión de Almazán había de acer
car así la novela de Alberti al género del relato picaresco. A escasos años de la
segunda edición del Momo castellano, Mateo Alemán y Francisco López de
Ubeda publicaron respectivamente Guzmón de Alfarache [1599] y el Libro déla
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Introducción al hum anism o renacentista
picara Justina [1605], obras en las que la influencia de la novela latina de Alberti
es señalada, velada o explícitamente, por sus propios autores. Así el héroe de
la novela de Alemán coincide con el M om o albertiano, por ejemplo, en con
siderar a la picaresca como el mejor modo de vida posible, mientras que, por
su parte, el autor de la Pícara Justina reconoce al Momus como una de las fuen
tes para su novela, al tiempo que afilia su relato a una determinada tradición
literaria:
88 V id . respectivam ente, E. C ro s, Protéc ct le Gueux. recherches sur les origines et la nature du récit
picaresque dans «Guzmán de Alfnroche» (París, 1 9 6 7 ), págs. 2 3 8 - 3 9 , y, para la segu n da cita, A . Co~
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M agistero deH’U niversitá di C agliari, 23 (1 9 7 0 ), págs. 6 5 -1 0 3 , esp. 99 , n. 86; y la in trod ucció n
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(M a d rid , 1 9 5 0 ), I, pág. 3. Sobre el e p istolario de Gu evara, A . R allo , Fray Antonio de Guevara en su
contexto renacentista (M a d rid , 1 9 78 ), págs, 24 5—68.
91 Sobre las deudas del Lazarillo co n la carta h u m an ística han escrito G ó m e z M o re n o ,
España y la Italia de los humanistas..,, págs. 1 8 6 -9 0 y, sobre to d o , F. R ico en la in tro d u cció n a su
e d ic ió n del Lazarillo citada en la nota 89.
92 A lo n so Ló p ez P in c ia n o , Philosophía antigua poética, e d . A. C arb a llo P icazo, 3 vols. (M a
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H esíodo
Teogonia. Trabajos y Días. Escudo. Fragmentos. Certamen, B C G 13 (M a d rid , 19 90 .)
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Obras, B C G 4 2 , 1 13, 138, 172 (M a d rid , 1 9 8 1 -1 9 9 2 .)
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De rerum natura, C S IC (M a d rid , 1 9 8 3 .)
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Filosofía vulgar, Turner (M a d rid , 19 96 .)
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Paraenesis ad politiores litteras, F u n d a ció n U niversitaria Española (M ad rid , 1980.)
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Del arte de la guerra, Tecnos (M ad rid , 1988.)
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Introducción al hum anism o renacentista
350
Bibliografía española de los autores citados
Pío ii
Descripción de Asia, A lian za Editorial (M ad rid , 1992.)
Platón
Diálogos, B C G 3 7 , 6 1 , 9 3 , 9 4 , 1 17. 160, 162 (M a d rid , 1 9 8 0 -1 9 9 1 .)
Plauto
Comedios, B C G 170, 218 (M a d rid , 1 9 9 2 -1 9 9 6 .)
Pu n ió el viejo
Historio natural I, B C G 206 (M a d rid , 1995.)
Plutarco
Obras morales, B C G 7 8 , 9 8 , 103, 109, 132, 2 1 3 , 2 1 4 , 219 (M ad rid , 1 9 8 6 -1 9 9 7 .)
Vidas paralelas, B C G 7 ,7 , 215 (M ad rid , 1 9 8 5 -1 9 9 6 .) C o m p le ta s p ero en tradu cció n a n tigu a en
Planeta (B arcelona, 1991.)
POLIBIO
Historia, B C G 3 8 , 43 (M a d rid , 19 90 .)
POLJZ1ANO
Estancias. Orleo y otros escritos, Cátedra (M a d rid , 1984.)
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Elegías, B C G 131 (M ad rid , 19 89 .)
Ptolomeo
La hipótesis de los planetas, A lian za Editorial (M ad rid , 1987.)
Tetrabiblos, Barath (M a d rid , 1987.)
R abelais, F.
Gargantúa, A lian za Ed itorial (M a d rid , 1992.)
R ipa, C.
Iconología, Akal (M ad rid , 19 87 .)
Salustio
Guerra de Yuguna. Conjuración de Caíilina, A lianza Ed itorial (M a d rid , 1994.)
SÁNCHEZ DE LAS BROZAS, R
Enchiridion, D ip u ta c ió n Provincial (B adajoz, 19 93 .)
Minerva, Cátedra (M a d rid , 19 76 .)
Obras I (Cáceres, 1984.)
Sannazaro , J.
Arcadia, C áted ra (M ad rid , 19 82 .)
Séneca , L. A.
Tragedias, B C G 2 6 , 27 (M a d rid , 19 81 .)
Epístolas morales a Lucilio, B C G 92 (M ad rid , 129; 1979—19 86 .)
Sepulveda, J. G. de
Democrates primus, C E C (M ad rid , 1969.)
Democrates secundus, C S IC (M ad rid , 1984.)
Obras completas I - I I I , A yu nta m ien to (P o zo b lan co, 1997.)
Sexto Empírico
Bosquejos pirrónicos, B C G 179 (M a d rid , 1993.)
Contra Jos profesores, B C G 239 (M a d rid , 19 97 .)
S uetonio
Vida de los doce cesares, B C G 167, 168 (M ad rid , 1992.)
T ácito
Anales, B C G 19, 30 (M ad rid , 1979.)
Agrícola. Gemianía. Diálogo sóbrelos oradores, B C G 36 (M ad rid , 1980.)
Tasso , T.
La Jerusalén liberada. Iberia (B arcelona, 1985.)
351
Introducción al hum anism o renacentista
T ERENCIO
Comedias, C S IC (M ad rid , 19 80 .)
T omás de A q uin o
Compendio de Teología, O rb is (Barcelo na, 19 85 .)
Suma contra gentiles. B A C (M ad rid , 19 67 .)
Suma teológica, B A C (M ad rid , 1 9 6 0 -1 9 9 3 .)
Valdés, A . de
Diálogo de Mercurio y Carón, C astalia (M a d rid , 19 9 3 .)
Diálogo de las cosas ocurridas en Roma, Cátedra (M ad rid , 1992.)
V aldés, ] ., de
Obras completas, Turner (B iblio teca Castro) (M a d rid , 19 96 .)
V alerio Flaco
Argonáutica, A kal (M ad rid , 19 96 .)
V alerio M áxim o
Nueve libros de hechos y dichos memorables, A kal (M a d rid , 19 96 .)
Vasari, G .
Vidas de artistas ilustres, Iberia (B arcelona, 1957.)
V irgilio
Geórgicas. Bucólicas. Apéndice Virgiliano, B C G 141 (M a d rid , 1990.)
Eneida, B C G 166 (M a d rid , 1992.)
V itruvio
Los diez libros de arquitectura, A lian za E d itorial (M a d rid , 1995.)
V ives, J. L.
Las disciplinas, A yu nta m ien to (Valencia, 1 9 92 .)
Obras completas, A gu ila r (M ad rid , 1992.)
352
índice onomástico*
Académica, 207 7, 9 , 83 , 2 1 2 , 2 1 4 , 2 1 6 - 2 1 7 , 28 0,
A los jóvenes sobre la utilidad de la literatura griega, 62 2 8 2 - 2 8 4 , 3 2 5 , 3 2 7 -3 2 8
A los muchachos cristianos, 308 A lb e rto M a g n o , San ( d o m in ic o alem án ,
ANicodes, 172 filó so fo y teó lo go ; c. 1 2 0 0 -8 0 ), 194
A b e lard o , Pedro (te ó lo g o y filó s o fo francés; A lciato , A n drea (h u m an ista y jurista m ilan és;
1 0 7 9 -1 1 4 2 ) , 75 1 4 9 2 -1 5 5 0 ) , 2 3 9 , 311
A c c ia iu o li, D o n a to (h u m an ista flo re n tin o , A lcib íad es (general y estadista g r ie g o , a m ig o
co m en tarista aristotélico; 1 4 2 9 -7 8 ) , 296 de Sócrates; c. 4 5 0 - 4 0 4 a .C .) , 6 3 , 138,
Ad Atticum, 3 4 , 6 0 , 69 203
Ad familiares, 3 4 , 5 1 , 5 5 , 9 8 , 1 06 A lc u in o (estudioso in glés a. en el Sacro
AdHerennium, 57 , 68 , 106, 116—1 17, 1 19, 126 Im p e rio R o m a n o G e rm á n ic o ; c.
Adagios, 64 , 124, 240 7 3 5 - 8 0 4 ) , 2 2 , 139 '
Addyter, H e n r y (estudiante in glés de C h rist’s A lejan d ro de A frod isias (filó so fo g rie g o ,
C o lle g e , C a m b rid g e ; a. 1 5 8 8 -9 3 ) , 129 co m en tarista de A ristóteles; a. a p rin cip io s
Adnotaíiones in Novum Testamentum, 14 2, 30 6 d el s. m d .C .) , 1 9 2 -1 9 4 , 2 0 3 , 3 0 9 , 3 1 8 ,
A d ria n o (em p erado r rom an o; 76—13 8 ), 16, 33 4
32 , 155 A lejan d ro M a g n o (gen eral y rey m ace d o n io ;
A d ria n o V I (A d ria n o D edal; papa holandés; 3 5 6 -3 2 3 a .C .) , 41
1 4 5 9 -1 5 2 3 ) , 155 A le m á n , M ate o (novelista español;
Adversus mathematicos, 20 7—208 1 5 4 7 -1 6 1 5 ) , 327
Aenigmata iuris civilis, 300 A le xan d re de V ille d ie u (gram ático francés;
A fto n io (retórico g r ie g o ; s. m d .C ) , 116, 1 1 6 0 / 7 0 -1 2 4 0 / 5 0 ) , 9 8 , 299
127, 345 A lfo n s o de T oledo (converso e sp añ ol,
A g ríc o la (estadista r o m a n o , go b ern ad o r de estu d io so d e la Biblia; a. 15 1 4 -1 7 ) , 146
Britania; 4 0 - 9 3 ) , 50 , 1 2 0 -1 2 7 , 129, 3 4 5 , A lfo n s o de Z am o ra (converso esp añ ol,
352 estud io so de la Biblia; a. 1 4 7 4 -1 5 4 4 ) ,
A g r ic o la , G e o rg iu s (m etalú rgico alem án; 146
1 4 9 4 - 1 5 5 5 ) , 256 A lfo n so V y I, el M a g n á n im o (rey de la
A g r íc o la , R o d o lfo (h u m an ista frisón; C o ro n a de A ra gó n y de N áp o les;
1 4 4 4 -8 5 ) , 1 2 0 -1 2 1 , 127 1 3 9 5 -1 4 5 8 ) , 17, 4 6 , 8 0 , 96 , 119, 22 4,
A g u s tín , A n to n io (an ticu ario español; 2 9 7 , 3 1 6 - 3 1 7 , 342
1 5 1 7 - 8 6 ) , 18, 3 0 9 , 3 1 1 -3 1 2 A lm a zá n , A gu stín de (traductor de A lb erti al
A g u s tín , San (autor p atrístico latin o , o b isp o castellano; a. en la segu n da m itad del siglo
d e H ip o n a ; 3 5 4 - 4 3 0 ) , 74 , 8 3 , 144, 152, x v i) , 327
17 6, 18 1, 186 Ambra, 320
A lb e rti, Leó n Battista (h u m a n ista , teó rico del A m b r o g io , Teseo (estudioso del siríaco n. en
arte y a rq u itecto n. en G é n o va ; 1 4 0 4 -7 2 ), Pavía; 1 4 6 9 -c . 1 5 4 0 ), 148
* En este ín d ice , las obras de un autor aparecen bajo sus títulos respectivos y n o b ajo el
n o m b re de su autor.
353
Introducción al hum anism o renacentista
A m b r o sio , San (au to r patrístico latino , Ar ias M ontano, Benito (estudioso de la Biblia
o b isp o de M ilá n ; c . 3 3 9 —9 7 ) , 54 español; 1 5 2 7 -9 8 ), 1 5 7 ,3 0 9 ,3 1 3 - 3 1 4 ,3 2 4
Aneto, 2 9 1 -2 9 2 A rio sto , L o d o v ico (poeta y autor d ra m ático
A m ia n o M a rc e lin o (h isto ria d o r ro m a n o ; s. iv ferrares; 1 4 7 4 -1 5 3 3 ) , 326
d .C ) , 68 A ristóteles (filó so fo g r ie g o ; 3 8 4 -3 2 2 a .C ) ,
Aminta, 291 2 3 - 2 4 , 56 , 5 9 , 9 1 . 11 6-1 17, 1 1 9 -1 2 2 ,
A nacarsis (p rín cip e y sab io escita; s. vi a .C .) , 1 2 5 -1 2 6 , 159, 161, 166, 1 6 9 -1 7 0 , 172,
165 176, 189, 1 9 1 -1 9 3 , 1 9 5 -2 0 0 , 2 0 2 - 2 0 3 ,
A n axágo ras (filó s o fo preso crático grie g o ; 251, 253, 259, 278, 296, 3 0 9 -3 1 1 , 323,
c. 5 0 0 - c . 4 2 8 a .C .) , 16 0, 345 3 2 9 - 3 3 0 , 33 4
Andria, 5 4 , 58 A rq uías (poeta g rie g o a. en R om a ;
A n g é lic o , Fra G io v a n n i da Fiesoie ( d o m in ic o s. n—i a .C .) , 4 1 - 4 2 , 49
y p in to r flo re n tin o ; a. 1 4 1 8 -5 5 ) , 220 A rria y Peto (m a trim o n io ro m a n o de
A n íb al (general cartaginés; 2 4 7 -1 8 3 / 8 2 a .C ) creencias estoicas; *(• 42 d .C ) , 235
Animadversiones in decimum librum Díogenes Laertii, Ars poética, 220
206 A rs o c h i, Francesco (poeta sienes;
Annotationes (E rasm o ), 149, 151 n. a m ed ia d o s del s. x v ), 290
Annotationcs contra Erasmum Roterodanium in A sc o n io Pediano (com en tarista ro m a n o de
defensioncm translationis Novi Testamenti, 3 0 7 , 318 C ic e ró n ; 9 a .C —76 d .C .) , 6 9 , 1 18
Antapologia pro Alberto Pió in Erasmum, 3 18 Astrophil and Stella, 132
A n te n o r (m ític o tro ya n o ), 26 A tan asio , San (autor patrístico g r ie g o ,
Antidotum in Facium, 49 patriarca de A lejan d ría; c. 29 6—3 7 3 ) , 139
A p eles (p in to r g r ie g o ; s. iv a .C .) , 230 A te n o d o ro (filó so fo e stoico g rie g o ;
Aphrica sive de bello púnico, 3 3 , 3 4 , 278 sig lo i a .C .) , 160
A p o lo (d ios g r ie g o de la m ú s ic a , la p rofecía Á tic o (caballero ro m a n o ; 109—32 a .C .) , 34 ,
y la m e d ic in a ) , 2 1 3 , 2 7 2 , 277 5 1 , 132
Apologéticas, 11 2, 141—142 A tu m a n o , S im ó n (traductor b iz a n tin o ,
Apología (N e b rija ), 1 4 7 , 30 5—307 arzo b isp o de Tebas; j* 1 3 8 3 / 8 7 ), 38
Apología respondens ad ea quae Iacobus Lopis Stunica A u g u sto (O ctav io ; e m p erad o r r o m a n o ; 63
taxaverat in prima duntaxat Novi Testamenti a .C - 1 4 d .C .) , 51
aeditione, 153 A u risp a, G io v a n n i (h u m an ista sicilia n o ;
A p o lo n io de R od as (p oeta y e ru d ito grie g o ; 1 3 7 6 -1 4 5 9 ) , 3 0 4 , 32 6
s. ni a .C .) , 345 A u so n io (poeta latin o ; c. 3 1 0 - c . 3 9 3 ) , 3 0 3 ,
A p o lo n io M o lo n (retórico g r ie g o ; siglo i 346
a .C ) , 160 A verroes (íb n R ush d; filó s o fo árabe,
A p u le y o (escritor ro m a n o ; n . c. 123 d .C ) , co m entarista aristotélico 1 1 2 6 - 9 8 ) , 192,
2 9 1 ,3 2 7 - 3 2 8 ,3 4 5 199, 346
A q u ile s (le g e n d a rio héroe g r ie g o ) , 41
A rato (poeta g r ie g o q ue trató de astronom ía; B aco (dios ro m a n o d el v in o ) , 2 15
c. 3 1 5 -2 4 0 / 2 3 9 a .C .) , 70 , 345 B a co n , Francis (c ie n tífic o , filó so fo y ensayista
Arcadia (Sannazaro ), 2 9 0 , 322 in glés ( 1 5 6 1 -1 6 2 6 ) , 246
Arcadia (Sidney) 1 3 3 -1 3 4 Bade, Josse (Jo d o cu s Badius A scensius;
Arcadian Rhctorike, 133 filó lo g o , tip ó g ra fo y editor fla m e n co ;
A re tin o , G io v an n i (escriba flo ren tin o c. 1 4 6 1 -1 5 3 5 ) , 300
n. en A rezzo ; c. 1 3 9 0 -c . 1 4 50 ), 78 B a g o lin i, G iro la m o (filó so fo aristotélico
A re tin o , Pietro (escritor italiano n. en veronés, traductor de co m e n tario s grie g o s;
A rezzo ; 1 4 9 2 -1 5 5 6 ) , 2 2 0 , 328 a. en la p rim era m itad d el s. x vi), 203
A rg ir ó p u lo , Ju a n (filó so fo b izan tin o Banquete, 2 0 1 -2 0 2
expatriad o; c . 1 4 1 5 -8 7 ) , 176, 1 9 1 ,3 1 0 Bárbaro, D an iele (c lé rig o y h um an ista
Argonautica, 55 , 63 ven ecian o ; 1 5 1 4 -7 0 ) , 2 23
354
índice onomástico
355
Introducción al humanismo renacentista
356
índice onomástico
César, Ju lio (ge n eral, estadista e historiad or Comentarios de Alejandro de Afrodisias a la Metafísica de
ro m a n o ; 1 0 2 -4 4 a .C ) , 3 2 , 3 4 , 4 5 , 107, Aristóteles, 309
1 9 6 ,3 0 4 Comentarios del gramático Elio Antonio de Nebrija a
Cicero novus, 59 Persio, 300
Ciceronianus, 109, 115, 129, 3 1 6 -3 1 7 Comento de’ miei sonetti, 289
C ic e ró n (orador, estadista y filó so fo rom an o; Commentaria in priman partem Doctrinalis, 103
1 0 6 -4 3 a .C .) , 10, 1 5 -1 6 , 2 2 , 2 9 - 3 1 , Compendiaría dialectices ratio, 125
3 4 -3 6 , 4 1 -4 4 , 47 , 49 , 5 1 -5 5 , 5 7 -6 3 , Compendiolum, 297
6 8 - 6 9 , 7 1 , 8 9 , 9 8 , 106, 1 0 8 -1 0 9 , Compendium moralium notabiíium, 26
1 1 5 -1 1 6 , 1 1 8 -1 2 0 , 1 2 2 -1 2 3 , 125, 129, Compendium octo pardum orationis, 102
138, 1 5 9 -1 6 0 , 162, 170, 181, 194, 2 0 5 , Consolación de la filosofía, 226
207, 21 5, 2 4 9 -2 5 1 , 253, 259, 266, Convivio, 27 1
2 7 4 -2 7 5 , 2 7 8 -2 8 0 , 282, 284, 286, 292, Corollarii libri quinqué, 196
2 9 6 - 2 9 7 , 3 0 4 , 3 1 0 ,3 1 5 - 3 1 6 , 34 6 Corona regum, 297
C íc lo p e (gig an te de la m ito lo g ía g r ie g a ), 59 C o r o n e l, Pablo (converso esp añ o l, estud io so
C im a b u e (p in to r flo re n tin o ; c. 1 2 4 0 -1 3 0 2 ) , de la Biblia; f 1 5 3 4 ), 146
21 1 Corpus inscriptionum latinarum, 65
C ip ria n o , San (autor patrístico latin o , o b isp o Corpus iuris civilis, 25
de C artago ; j* 2 5 8 ) , 1 26 C o rte si, Paolo (hum an ista de R o m a ,
C iría c o d ’A n c o n a (hum anista y an ticu ario cice ro n ia n o y secretario p o n tificio ;
ven ecian o ; c. 1390—1 4 5 5 ), 6 5 , 70 1 4 6 5 -1 5 1 0 ) , 289
C iria g io , G h e ra rd o del (am anuense C o r v in o , M atías (rey de H u n g ría ; 1 4 4 0 -9 0 ),
flo re n tin o ; 1 4 7 2 ), 77 9 0 , 177, 179
Ciudad de Dios, 83 C riso lo ras, M an u el (hum an ista b izan tin o
C la p m a riu s , A rn o ld (eru d ito alem án; expatriad o; c. 1 3 5 0 -1 4 1 4 ) , 3 9 , 6 0 - 6 2 ,
1 5 7 4 -1 6 0 4 ) , 2 5 0 , 265 160, 2 1 6 , 308
C la u d ia n o (p oeta latin o n . en A lejand ría; ’f’ c. C ris ó sto m o , Ju a n , San (autor patrístico
4 0 4 d .C .) , 2 8 7 , 346 g r ie g o , patriarca de C on stan tin o p la;
C le m e n te V II ( G iu lio d e ’ M e d id ; papa c. 3 4 7 - 4 0 7 ) , 139, 1 5 1 -1 5 2 , 2 5 4 , 347
flo re n tin o ; 1 4 7 9 -1 5 3 4 ) , 155, 3 0 9 , 318 Crónica, 2 8 , 276
C lo ris (n in fa ro m a n a ), 233 C u d w o r th , R alp h (c lé rig o y filó so fo
C o c h la e u s , Jo h an n e s (Joh an n D o b n e ck ; p la tó n ico in g lé s; 1617—8 8 ), 202
p olem ista ca tó lic o ; 1 4 7 9 -1 5 5 2 ) , 103 C u fie , H e n r y (escritor y p o lític o in glés;
Código, 2 5 . 299 1 5 8 3 -1 6 0 1 ) , 25 4
Cohortatio ad Carolum V, 31 8 C u p id o (dios r o m a n o del a m o r ), 133
C o la d i R ie n z o (n o ta rio de R om a y líder Chartula, 282
rev o lu cio n a rio ; 1 3 1 3 -5 4 ), 15, 32 Cyropedia, 88
C o le t, Jo h n (h u m an ista in g lé s, p ed a g o g o y
deán de St P au l’s; 1 4 6 7 -1 5 1 9 ) , 108, 149 D a fn e (figu ra m ito ló g ic a , hija d e un d io s
C o lm a n (eru d ito irlandés; s. ix ), 49 flu v ia l), 272
C o lo n n a , Francesco (escritor y d o m in ic o Dagwerck, 243
ve n e cian o ; 1 4 3 3 -1 5 2 7 ) , 291 Dante A lig h ie r i (poeta y prosista flo ren tin o;
C o lo n n a , L a n d o lfo (clé rig o y cronista italiano 1 2 6 5 -1 3 2 1 ) , 2 6 9 , 347
n. en G a llic a n o ; c. 1 2 5 0 -1 31 1), 30 D a ti, A g o stin o (hum an ista y p rofesor sienés;
C o lu m e la (au to r ro m a n o d e escritos sobre 1 4 2 0 -7 8 ) , 102
a gricultura; s. i d .C .) , 347 D a ti, Leo nardo (flo re n tin o , secretario
Collado Novi Testamenti, 142 p o n tific io y o b isp o de M assa M arittim a;
Colloquia (E ra sm o ), 105, 15 3, 318 1 4 0 8 -1 4 7 2 ) , 83
C o m e n iu s (K o m en sk y), Jan A m o s (teórico de D avid (rey israelita en el V iejo Testam ento y
la p ed agogía ch e co ; 1 5 9 2 -1 6 7 0 ), 2 5 7 , 347 sup uesto autor de los S alm o s), 2 5 7 , 32 4
357
Introducción al hum anism o renacentista
358
índice onomástico
Decline and Fall oí the Román Empire, 72 Discurso del método, 2 4 4 , 347
Delia famiglia, 2 8 0 , 2 8 2 , 284 Disputationes Camaiduenses, 201
Delia lingua romana, 99 Disputaciones tuscuíanas, 3 5 , 43
Della pittura, 284 Dissertatio de autore libelli De mundo, 197
D e lla Scala, C an gran de (go b e rn an te de Disticha Catonis, 1 0 4 -1 0 5
Verana; 1 2 9 1 -1 3 2 9 ) , 26 Divina commedia, 2 1 1 , 2 69—2 7 1 , 2 7 8 , 2 8 1 ,
D ella Tosa, P in o (p atricio flo re n tin o ; j - 2 8 2 ,2 8 8 ,2 9 1
1 3 3 7 ), 174 Doctrínale, 9 8 , 103, 299
Della tranquilíitá deH’anima, 285 Dolophatos, 59
Democrates primus, 3 18 D o m in ici, G iov an n i (d o m in ico florentino,
Democrates secundus, 3 0 9 , 318 teó lo go y p ed agogo; c. 1 3 5 5 / 5 6 -1 4 1 9 ), 62
D e m ó c r ito (filó so fo atom ista g r ie g o ; c. D o m n u lu s , R usticus H e lp id iu s (eru d ito
4 6 0 - c . 37 0 a .C .) , 2 3 4 , 347 italian o a. en Ravena; s. v i), 21
Demonstratio evangélica, 248 Donación de Constantino, 4 6 , 143, 34 4
D e m ó sten e s (o rado r ateniense; 3 8 4—322 D o n a te llo (escultor flo re n tin o ; 1 3 8 6 -1 4 6 6 ) ,
a .C .) , 6 1 , 2 5 1 , 347 2 1 9 , 28 4
Descartes, René (filósofo francés; 1 5 9 6 -1 6 5 0 ), D o nato , Elio (gram ático latino; s. iv d .C .) , 299
2 0 4 , 2 0 6 , 2 0 9 ,2 4 3 - 2 4 4 , 2 4 6 -2 4 8 , 347 D o n a to , G iro la m o (h u m an ista y te ó lo g o
D e sid e rio (abad b en e d ictin o d e M o n te ven ecian o ; c . 1454—15 11 ), 194, 3 10
C asin o ; 1 0 5 8 -8 7 ) , 22 D o n a to , Pietro (o bisp o de Padua; j* 1 4 4 7 ), 66
D e za , Fray D ie g o de (te ó lo g o español; D o n n e , Jo h n (poeta in g lé s, deán de St Paul’s;
1 4 4 3 -1 5 2 3 ) , 305 1 5 7 2 -1 6 3 1 ) , 2 4 3 , 347
Dialectae disputationes, 4 7 ; ver tam b ié n Repastinatio D ru s o (general ro m a n o ; 38 a .C —9 d .C .) , 51
Diaíogi ad Petrum Paulum Histrum, 2 7 7 -7 9 D u cas, D e m e trio (h u m an ista cretense
Dialogorum sacrorum ad linguam simul et mores expatriad o; c. 1 4 8 0 -c . 1 5 2 7 ), 147,
puerorum formandos iibri iiii, 112 3 0 8 -3 0 9
Dialogo de Lactancio y un Arcediano o Diálogo de Jas D u re ro (A lb rech t D ü rer; artista alem án ;
cosas ocurridas en Roma, 3 17 1 4 7 1 -1 5 2 8 ) , 7, 2 2 1 , 2 2 6 , 2 2 8 - 2 2 9 ,
Diálogo de la dignidad del hombre, 194 2 3 4 , 2 3 7 - 2 3 8 , 2 6 0 , 347
Diálogo de la lengua, 303
Diálogo de Mercurio y Carón, 3 1 7 , 327 Ecdesiastes, 124
Diálogos de medallas, inscripciones y otras antigüedades, E co (n in fa m ito ló g ic a ) , 286
312 Églogas ( V irg ilio ) , 3 3 . 10 7, 11 2, 2 7 4 , 2 7 6 ,
Dicta factaque memorabilia, 225 2 7 9 ,2 8 8 ,2 9 0
D id o (m ítica fu n d ad o ra d e C artago y am ante El banquete, 20 1—202
d e En eas), 3 1, 270 El Crotalón, 327
Difesa contro i reprehensori del popolo di Firenze nella El sofista, 201
impresa di Lucca, 174 Elegantice, 7 1 , 9 4 , 1 0 1 -1 0 2 , 12 1, 2 9 8 - 2 9 9 ,
Digesto, 2 5 , 5 5 , 10 1, 3 0 0 , 31 1 -3 1 2 3 0 1 ,3 0 2 , 3 0 3 - 3 0 4
D ió g e n e s Laercio (historiado r y filó so fo Elegantiolae, 102
g r ie g o ; s. III d .C .) , 6 3 , 2 0 5 - 2 0 7 , 347 Elegía (P a m o rm ita), 46
D io n is io A re o p a gita , P s e u d o - (m ís tico y Elementa rhetorices, 11 1
te ó lo g o cristian o g rie g o ; c . 5 0 0 ) , 5 9 , 139, Emblemata (A lc ia to ), 2 3 9 , 241
347 Encomium moriae, 153, 318
Dionysiaca, 64 Enchiridion (E p icte to), 203
D ió n (go b e rn an te de Siracusa; c. 4 0 8 - 3 5 4 Enchiridion (E rasm o ), 150, 153
a .C .) , 160 Eneas (troyano lege n d a rio , héroe de la Eneida
D io s c ó rid e s (m é d ic o y fa rm a c ó lo g o grie g o ; de V ir g ilio ), 2 3 , 3 1 , 66 , 132, 2 0 1 , 270
s. i d .C ) , 196, 347 Eneida, 3 3 , 57, 60 , 107, 132, 2 0 1 , 2 2 4 , 2 4 7 ,
Discorsi (M a q u ia v e lo ), 1 8 0 -1 8 2 2 6 9 - 2 7 0 , 2 7 3 - 2 7 4 , 3 2 1 , 353
359
Introducción al humanismo renacentista
360
ín d ic e o n o m á s tic o
361
In tr o d u c c ió n a l h u m a n is m o ren a c e n tista
362
ín d ic e o n o m á s tic o
363
In tr o d u c c ió n a l h u m a n is m o r e n a c e n tista
364
ín d ic e o n o m á s tic o
M a io li, L o ren zo (filó so fo esco lástico italiano; M a u ric io de Nassau (p rín cip e de O ra n g e ;
a. a finales d el s. x v ), 1 9 7 -1 9 8 1 5 6 7 -1 6 2 5 ) , 2 6 4 , 266
M al Lara, Ju an de (poeta español; 1 5 2 4 -7 1), M a x im ilia n o I (em p erador del Sacro Im p e rio
3 2 0 , 349 R o m a n o G e rm á n ic o ; 1 4 5 9 -1 5 19), 228
M ald o n a d o , Ju a n d e (gram ático y p rofesor M á x im o el Filó so fo ( ló g ic o b iz an tin o de
esp año l; c . 1 4 8 5 -1 5 5 4 ) , 3 0 2 - 3 0 3 , incierta c r o n o lo g ía ) , 119
3 1 5 - 3 1 6 , 3 2 6 - 3 2 7 , 349 Mecánica, 195
M a lp a g h in i, G io v a n n i (h u m an ista y M e d id , C o s im o d e ’ (estadista flo re n tin o ;
am an uen se italiano n. en Ravena; 1 3 8 9 -1 4 6 4 ) , 4 7 , 4 9 - 5 0 , 7 8 - 7 9 , 205
1 3 4 6 -1 4 1 7 ) , 38 M e d id , Francesco d e' (G ran D u q u e de la
M a n e tti, A n to n io (tratadista d e arte Toscana; 1 5 4 1 -8 7 ), 228
flo re n tin o ; 1423—9 7 ), 212 M e d ic i, G iu lia n o d e ’ (p atricio flo re n tin o ;
M a n e tti, G ia n n o z z o (h u m an ista y traductor 1 4 5 3 -7 8 ), 287
b íb lic o flo re n tin o ; 1 3 9 6 -1 4 5 9 ) , 77 , M e d ic i, Lo renzo d e ’ (p atricio flo ren tin o;
1 4 0 -1 4 2 , 176 1 3 9 5 -1 4 4 0 ) , 78
M a n s io n a rio , G io v a n n i (h u m an ista veronés; M e d ic i, Lo renzo d e ’ ; el M a g n ífic o (estadista
t 1 3 3 7 / 4 7 ), 2 7 -2 8 y poeta flo re n tin o ; 1 4 4 9 -9 2 ) , 4 7 , 56 , 61,
M a n te g n a , A n drea (p in to r italiano a. en 1 6 1 ,1 7 7 , 2 0 3 , 2 2 3 , 2 6 9 ,2 8 5 ,2 8 9 - 2 9 0 ,
Padua y M an tu a ; -j* 1 5 0 6 ), 80 , 2 1 5 -2 1 6 2 9 3 , 339
M a n tu a n u s, Baptista (Battista Sp a gn o li; poeta M e d ig o , Elisha del (ju d ío cretense, filó so fo y
n e o la tin o m an tu a n o ; 1 4 4 7 / 4 8 —15 16), talm udista; c. 1 4 6 0 - 9 7 ) , 145
1 1 2 ,3 2 0 Medulla variarum earumque in orationibus
M a n u z io , A ld o (im p reso r y edito r ven ecian o usitatissimarum connexionum, 256
n . cerca de R o m a ; c. 1450—1 5 1 5 ), 6 4 , 88 , M e la , P o m p o n io (g e ó g ra fo ro m a n o ;
9 0 - 9 2 , 9 8 , 195, 198, 291 s. i d .C .) , 2 1 , 3 0 , 6 4 , 3 0 8 - 3 0 9 , 350
M aq u iav elo (M ach iav elli, N ic c o ló ; pensad or M e la n ch th o n , P h ilip p (te ó lo g o protestante y
p o lític o flo re n tin o ; 1 4 6 9 -1 5 2 7 ) , 159, hu m a n ista alem án ; 1 4 9 7 -1 5 6 0 ) , 107—108,
16 2, 172, 1 7 7 -1 8 3 , 18 7, 2 6 3 , 2 6 5 , 2 9 4 , 111-113, 12 3-125, 154
349 M e n a , Fernando de (traducto r de H e lio d o ro
M arcia l (p oeta latino ; c . 4 0 —c. 10 4), 108, al castellano; a. en la segu n d a m itad del s.
2 3 5 ,3 5 0 x v i) , 3 2 9 , 342
M a rga rit, Jo a n (h istoriad o r y h um anista M e r u la , G io r g io (h u m an ista italian o n. en
catalán, o b isp o de G e ro n a ; c. 1422—8 4 ), A lessandria; c . 1 4 3 0 / 3 1 -9 4 ) , 6 3 , 8 7 -8 8
297 Metafísica, 191
M arte (d ios ro m a n o de la gu e rra ), 23 4 Metalogicon, 23
M artín de D a d a (gram ático danés; 1 3 0 4 ), Metamorfosis ( O v id io ) , 107, 2 2 8 , 288
98 Methodus ad facilem historiarum cognitionem, 254—255
M a rtín I (rey de la C o ro n a de A ragón; M etsys, Q u e n tin (p in to r fla m e n co ;
1 3 5 6 -1 4 1 0 ) , 338 1 4 6 5 / 6 6 -1 5 3 0 ) , 2 3 4 , 2 3 9 -2 4 0
M ar tin i, S im o n e (p in to r sienes; f 1 3 4 4 ), 30 , M ic y llu s , Jaco b u s (hum an ista y p ed ag og o
211 alsaciano; 1 5 0 3 -5 8 ), 107
M arzi, G a le o tto (h u m an ista italiano de la M ig u e l Á n ge l (M ic h e la n g e lo Buonarotti;
U m b r ía ; c. 1 4 2 7 -c . 1 4 9 4 ), 56 escultor, pintor, a rq uitecto y poeta
M asa ccio (p in to r flo re n tin o ; 1 4 0 1 -c . 14 28 ), flo ren tin o; 1 4 7 5 -1 5 6 4 ) , 2 3 3 , 350
2 1 9 - 2 2 0 , 28 4 M in erv a (diosa rom an a d e la sab id uría),
M asca rd i, A g o stin o (retórico e historiad or 3 0 3 -3 0 4
ita lia n o n. en Sarzana; 1 5 9 0 -1 6 4 0 ) , 263 Minerva, seu de causis iinguae latinae, 30 3—304
M asiu s, A ndreas (estudioso de la Biblia M in u z ia n o , A lessandro (h u m an ista e
fla m e n c o ; j* 1 5 7 3 ), 157 im p resor m ilan és n . en San Severo di
Materia medica, 196 Puglia; 1 4 5 0 -1 5 2 2 ) , 88
365
In tr o d u c c ió n a l h u m a n is m o ren a c e n tista
366
ín d ic e o n o m á s tic o
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In tr o d u c c ió n a l h u m a n is m o ren a c e n tista
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ín d ic e o n o m á s tic o
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In tr o d u c c ió n a l h u m a n is m o re n a c e n tista
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ín d ic e o n o m á s tic o
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In tr o d u c c ió n a l h u m a n is m o re n a c e n tista
372
Ilustración de la portada: Virgilio Marón, Publio: Opera. S. xvi. BUV
© Universitat de Valéncia, Biblioteca General i Histórica
M ichael D. R eeve , L a e r u d ic ió n c lá s ic a
A nthony G rafton , L a c ie n c ia m o d e r n a y la tr a d ic ió n d e l h u m a n is m o
A lejandro C oroleu , H u m a n is m o e n E s p a ñ a
C A M B R ID G E
U N I V E R S IT Y P R E S S
ISBN 84-8323-016-X
9 788483 230169