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EL PRECIO DEL NEPOTISMO.

COADJUTORÍA Y RESIGNA
EN LAS CATEDRALES ANDALUZAS (SS. XVI-XVIII)*

The price of nepotism. Coadjutorship and resignation


in Andalusian cathedrals (16th-18th c.)

Aceptado: 01-06-09
ANTONIO J. DÍAZ RODRÍGUEZ**

RESUMEN
A través de este artículo se pretende dar a conocer el mecanismo que hizo posible que tan-
tas familias de las élites locales andaluzas lograran acaparar prebendas catedralicias, sucediéndose
entre parientes y allegados a lo largo de la Edad Moderna, especialmente mediante el análisis de
los métodos de consecución de bulas de resigna in favorem y de coadjutoría.
Palabras clave: Coadjutoría, Resigna, Prebendas, Nepotismo, Dataría.

ABSTRACT
It’s tried through this article to reveal the mechanism by which so many local elite families in
Andalusia managed to monopolize cathedral prebends, following relatives one another between the
16th and 18th centuries, especially by means of the analysis of different ways to obtain resignation
in favorem or coadjutory papal bulls.
Key words: Coadjutorship, Resignation, Prebends, Nepotism, Dataria.

A lo largo de la Edad Moderna, la figura del coadjutor se convirtió en una


constante aparejada a cualquier miembro del clero capitular andaluz y, por ende,
castellano. Detrás de lo que, en principio, pudiera parecer un nombramiento
para el desempeño interino de las obligaciones de coro del propietario de una
dignidad, canonjía o ración, dificultado por las diversas enfermedades o los ac-
cidentes propios de una edad avanzada, residió todo un hallazgo de cara a los
deseos de perpetuación en el poder de las élites locales. Pues la obtención de
una bula de coadjutoría se manifestó el método idóneo para los intereses familia-
res, por encima de otros menos cómodos como la resigna o la permuta, que no
obstante también fueron utilizados según las circunstancias y las posibilidades,
especialmente la resignatio in favorem1. Así, burlando el carácter electivo de

* Este trabajo se inscribe en el marco del Proyecto de Investigación I+D+i La imagen del po-
der. Prácticas sociales y representaciones culturales de las élites andaluzas en la Edad Moderna,
HUM2006-12653-C04-01/HIST, financiado por el Ministerio de Educación y Ciencia.
** Universidad de Códoba.
1. En esencia, la coadjutoría podía ser temporal o perpetua (y a esta última añadírsele el dere-
cho a futura sucesión) y la resigna podía ser pure et simpliter, lo que equivalía a una renuncia, in
favorem tertii, por la que el dimisionario elegía a su sucesor, y permuta o resignación doble por la

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dichos cargos, entre los siglos XVI y XVIII llegaron a conformarse dinastías
de parientes que se sucedieron unos a otros en los mismos.
Ésta que fue una muy útil herramienta social tanto para las oligarquías locales
como para los grupos en ascenso, a la par que una nada desdeñable fuente de
ingresos para la Dataría Apostólica y para el conjunto de intermediarios impli-
cados en el mecanismo de consecución de las tan preciadas bulas, es sin duda
merecedora de un estudio de mayores proporciones que las que pretende tener
este artículo, en que nos centraremos exclusivamente en el ámbito andaluz.
Y es que, entre la bibliografía para la Época Moderna con que cuentan los
cabildos catedralicios españoles, desde un punto de vista jurídico, institucional
o económico2, o las más recientes aunque aún escasas aproximaciones desde

que se intercambian los beneficios ambas partes, cfr. DESACHY, M., Cité des hommes: le chapitre
cathédral de Rodez (1215-1562), Rodez, 2005, p. 135.
2. MARÍN, T., “Primeras repercusiones tridentinas. El litigio de los cabildos españoles. Su proceso
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la perspectiva de la Historia Social3, no disponemos todavía de un sólo trabajo


que se haya detenido realmente a analizar el funcionamiento de un mecanismo
como el de la obtención de este tipo de bulas, causa y consecuencia del nepo-

2003. ESTEVE PERENDREU, F., “Los hábitos de coro del cabildo de Lleida y su impugnación”,
en REDONDO VEINTEMILLAS, G., MONTANER FRUTOS, A., GARCÍA LÓPEZ, Mª C. (eds.),
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Cabildo Catedral de Canarias entre 1483-1820), Las Palmas de Gran Canaria, 2003. PONS ALÓS,
V. y CÁRCEL ORTÍ, Mª M., “Los canónigos de la catedral de Valencia (1375-1520). Aproximación
a su prosopografía”, Anuario de Estudios Medievales, núm. 35/2 (2005), pp. 907-950. Cómo olvidar,
no obstante, a don Antonio Domínguez Ortiz y obras fundamentales como La sociedad española en
el siglo XVII, Madrid, 1963 o Las clases privilegiadas en el Antiguo Régimen, Madrid, 1979.

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tismo inherente al clero catedralicio andaluz, en líneas generales, durante la


Modernidad.

1. Dinastías catedralicias: práctica y teoría del nepotismo



El término nepotismo está tan intrínsecamente unido a la Roma pontificia
de época bajomedieval y moderna, que casi parece redundante especificar cali-
ficándolo de papal o cardenalicio. Nada más lejos de la realidad, puesto que en
casi cualquier cuerpo privilegiado de un estamento ya de por sí privilegiado en
el Antiguo Régimen como fue el eclesiástico se puede observar este fenómeno,
por otro lado totalmente connatural y característico de la sociedad moderna.
Aunque evidentemente no alcanzara las cotas, en cuanto a importancia cuali-
tativa y cuantitativa, que llegó a alcanzar en la Roma del momento 4, se dio en
las curias diocesanas, se dio en las colegiatas y, por encima de todo, se dio en
los cabildos catedralicios, prototipos en mi opinión de las prácticas nepotistas a
nivel local en toda Europa. De ahí que éste sea nuestro objeto de estudio, limi-
tado de momento geográficamente a las catedrales de la Andalucía occidental
(Córdoba, Sevilla y Cádiz)5, a la espera de un más amplio examen comparativo
de la realidad hispana y europea.
El nepotismo capitular tuvo como consecuencia obvia la formación en los
diferentes cabildos de dinastías de prebendados, que acapararon ciertos beneficios
como si de bienes patrimoniales se tratara. Podríamos detenernos en numerosos
ejemplos de ello, pero nos limitaremos a mencionar sólo los más paradigmáticos
de las catedrales mencionadas.
En el caso cordobés, destacaron los Fernández de Córdoba, que acapararon
el deanato y una canonjía entre 1528 y 1619, además de algunas otras prebendas.
Los Medina, una vez conseguido el arcedianato de Pedroche en 1692, conservarían
el cargo hasta 1804, traspasándolo de tío a sobrino. O los Morillo Velarde-Bañue-
los, cuya presencia en el cabildo comienza con Juan Morillo, notario apostólico

4. No conocemos aún un estudio actualizado y serio para el nepotismo en la Roma moderna,


sin embargo, un excelente análisis para los inicios del fenómeno lo encontramos en CAROCCI, S.,
El nepotismo en la Edad Media. Papas, cardenales y familias nobles, Valencia, 2007.
5. Me constan iguales prácticas nepotistas en otras catedrales andaluzas, caso de Jaén, en que
“llegaron a formarse diversos grupos familiares”, entre los que podrían destacarse los Fernández
de Córdoba o, ya en el XVIII, los burgaleses Velarde, que acceden al cabildo jiennense con don
Francisco Velarde Liaño, arcediano de Baeza desde 1700, quien logró una coadjutoría para su
hermano don Fernando Quijano Velarde en 1718. Al arcediano lo sucederá por resigna a su favor
en 1727 su sobrino, don Francisco Velarde, quien a su vez compartiría las filas del cabildo con sus
dos hermanos, don Gabriel y don José Quijano Velarde, chantre desde 1739 y canónigo desde 1747
respectivamente, CORONAS VIDA, op. cit., pp. 107-108.

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y racionero medio a mediados del XVI, y que resignó en 1573 en don Francisco
Morillo, quien llegó a ser también maestrescuela, pasando ambos cargos en
1584 a su pariente don Rodrigo Morillo Velarde e, igualmente por resigna en el
año 1600, al hermano de éste, don Diego Pérez de Morillo, que se ocuparía de
ir repartiendo una media ración, una ración entera, una canonjía y la deseada
maestrescolía entre sus sobrinos, creando toda una red de prebendados afectos
y transmitiéndose dichas prebendas de tío a sobrino durante todo el siglo XVII
y XVIII sin salir en ningún momento de la familia 6. Otros linajes catedralicios
fueron los Simancas, los Valenzuela, los Bonrostro, los Mohedano de Saavedra,
los Cortés de Mesa, etc7.
En la catedral hispalense sobresalieron a este respecto apellidos como Do-
monte, Pichardo, Ibarburu, Antonio o Abadía. Los Domonte fueron una familia
sevillana con orígenes en Almonte. Entraron en el cabildo como coadjutores de
la chantría y un canonicato, primero con don Francisco Domonte y Verástegui
en 1641 y, ese mismo año, pasando dicha coadjutoría a su primo hermano don
Ambrosio Domonte Villaza. Ocuparon varias prebendas durante la siguiente
centuria, sucediéndose normalmente de tío-abuelo a sobrino-nieto.
También almonteños en sus orígenes fueron los Pichardo: Juan Pichardo
será el primer representante de la familia en el cabildo catedralicio de Sevilla,
con una ración desde 1591. En las décadas siguientes, logró situar en la presti-
giosa institución a tres de sus sobrinos, también como racioneros (el licenciado
Pedro Andrés Pichardo Domínguez en 1618, Juan Pichardo Bejarano en 1628,
y Pedro Pichardo Osorno en 1633), a quienes seguiría en la tercera generación
Juan Pichardo, ya como coadjutor de canónigo, en 1657.
Los Ibarburu, originarios de Guetaria, son un caso bastante similar en al-
gunos aspectos a los Morillo-Velarde cordobeses. Ingresaron en el cabildo por
vez primera con el doctor don Andrés de Ibarburu, maestrescuela y canónigo
desde 1688. A don Andrés le sucedió como coadjutor en la dignidad y el ca-
nonicato su sobrino, don Juan Francisco de Ibarburu y Galdona, en 1698, para
volver a repetirse la operación con el sobrino de este último, don Andrés Félix
de Ibarburu y Osorio, en 1734.
Otros ejemplos son los Antonio, familia originaria de Amberes a la que
perteneció el egregio bibliógrafo de este apellido, con al menos tres generaciones
de miembros en el cabildo durante todo el siglo XVII. O los zaragozanos Abadía,

6. Para un estudio más pormenorizado sobre estos linajes de prebendados cordobeses, vid. DÍAZ
RODRÍGUEZ, A. J., “Entre parientes. Modelos de formación de dinastías en el cabildo catedralicio
cordobés (ss. XVI-XVIII)”, en SORIA MESA, E. (coord.), Congreso internacional “Las élites en
la época moderna: la monarquía española”, Córdoba (en prensa).
7. Si estas familias no nos son del todo desconocidas, lo debemos a las aportaciones del Dr.
Enrique Soria. Vid. SORIA MESA, E., El cambio inmóvil. Transformaciones y permanencias en
una élite de poder (Córdoba, ss. XVI-XIX), Córdoba, 2001.

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caso típico de un canónigo de oficio (el magistral don Jerónimo Abadía) que, tras
acceder por oposición al cuerpo capitular en 1686, logra colocar a algunos de
sus parientes: en este caso a sus sobrinos don Jerónimo de Abadía y Beteta, en
1712, y don Gregorio de Abadía y Neyla, en 1717, ambos como racioneros 8.
Del mismo modo, en Cádiz, podemos señalar otras tantas dinastías con
comportamientos similares. Destaquemos solamente algunas como las de los
Zarzosa, los Ravaschiero, arcedianos de Medina entre 1667 y 1712 9; los del
Olmo, que los sucederían en dicho arcedianato, ocupando además la chantría,
durante el siglo XVIII10; los Barroso-Porcio, que ocuparon el deanato entre
1678 y 176711; los de la Llave, que entraron en el cabildo tras la oposición a
la lectoralía en 1696 de don Tomás Agüero de la Llave, a quien siguieron en
otras canonjías varios de sus parientes a lo largo del XVIII 12; o los Bohórquez,
por citar sólo algunos.
No resulta extraordinario, por consiguiente, que la idea de que no ya la
mera protección hacia sus parientes, sino el claro nepotismo, había terminado
por conformar todo un pilar de los comportamientos sociales de los capitulares
del Antiguo Régimen, estuviera muy presente en las mentes de muchos ecle-
siásticos, especialmente miembros del clero regular. El discurso postridentino
fue casi siempre el de que

“los sacerdotes de la Ley de Gracia se dicen según el orden de Melchisedech,


porque el no tener padre, madre, parientes ni genealogía, fue en razón de no gastar
con ellos superfluamente las rentas de la Iglesia y pretender adelantar sus casas y
familias a costa de la sangre de los pobres, que son las rentas eclesiásticas” 13.

8. Para la genealogía de todos estos prebendados me remito a SALAZAR Y MIR, A., Los ex-
pedientes de limpieza de sangre de la Catedral de Sevilla (Genealogías), Madrid, 1995-1998, t. I,
pp. 44, 89, 106, 116, 124, 125, 161, 204, 208, 227, 242, y t. II, pp. 8 y 44, respectivamente.
9. En 1667 accede por coadjutoría don José Ravaschiero, a quien sucederá en 1678 el homónimo
don José Ravaschiero, que tomaría como coadjutor a don Jerónimo Ravaschiero y Fiesco, arcediano
entre 1695 y 1712, cfr. MORGADO GARCÍA, A., El estamento eclesiástico y la vida espiritual en
la diócesis de Cádiz en el siglo XVII, Cádiz, 1996, p. 255 y, del mismo autor, Iglesia y Sociedad
en el Cádiz del siglo XVIII, Cádiz, 1989, p. 256.
10. MORGADO GARCÍA, Iglesia y Sociedad…, p. 255-256.
11. A don Pedro Francisco Barroso del Pozo, deán entre 1678 y 1722, le sucede don Juan Pablo
Porcio Barroso en el cargo entre 1722 y 1749, y a éste don Lorenzo Nicolás Ibáñez Porcio entre
1750 y 1767, MORGADO GARCÍA, El estamento eclesiástico…, p. 255.
12. Parientes de don Tomás Agüero de la Llave fueron don Francisco Sánchez de la Llave, ca-
nónigo entre 1707 y 1756, don Juan Sánchez de la Llave, que lo fue entre 1708 y 1720, o don Juan
López Agüero de la Llave, entre 1745 y 1766, MORGADO GARCÍA, op. cit., pp. 256-257.
13. Francés de Urrutigoyti, M. A., Desengaño de eclesiásticos en el amor desordenado
de sus parientes, Zaragoza, 1667, pp. 12-13.

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Este era el discurso, la realidad era otra muy distinta. Si tanto se habló a lo
largo de los siglos XVI, XVII y XVIII de la necesidad de evitar estas corruptelas,
fue porque nunca se cumplieron las leyes canónicas en su contra. La Dataría
mantuvo una febril actividad, a la par que unos nada desdeñables ingresos, por
las constantes expediciones de bulas de resigna o coadjutoría, imposiciones de
pensiones, dispensas de edad o legitimidad y un largo etcétera de prácticas de
sustentación del nepotismo reinante en este sector concreto del clero.
La propia Curia era el paradigma del nepotismo abierto y hasta institucio-
nalizado, por lo que tampoco se podía esperar que en los cabildos catedralicios
la situación fuese diferente. Ahí tenemos, pongo por caso, la figura del carde-
nal-nepote, que perduró de manera oficial hasta la publicación de la Romanum
decet pontificem en 1692 por Inocencio XII, quien pretendió reducir el nepotismo
romano, eliminando sinecuras reservadas por costumbre a los parientes del Papa y
restringiendo las posibles concesiones del capelo cardenalicio a sus sobrinos.
A lo largo de la época moderna se fueron sucediendo diferentes disposicio-
nes para atajar el mal mayor origen de este nepotismo capitular: la coadjutoría
perpetua con derecho a sucesión. Si se sucedieron, vuelvo a reiterar, es porque
se hizo caso omiso de prácticamente todas ellas.
Ya en 1499 Alejandro VI publicó un motu proprio prohibiendo dichas prác-
ticas14. El hecho de que en la Congregación de las Iglesias de Castilla y León
de 1517 se suplicase a la Santa Sede que no diera más coadjutorías 15, o que en
las cortes de Madrid de 1528 se insistiera en que, en catedrales y colegiatas,
al menos no se permitieran las coadjutorías entre padres e hijos o que éstos
sirvieran una misma prebenda16, nos da una idea más o menos clara del grado
de observancia que estaba teniendo el documento pontificio.
Repercusión pasajera en la práctica, o poco más, tuvo el decreto tridenti-
no de reforma a este respecto desde 1563, en que se prohibían totalmente las
coadjutorías, salvo casos de urgente y justificada necesidad, y en su más pura

14. ARRAZOLA, L., Enciclopedia española de Derecho y administración, Madrid, 1856, t. IX,
p. 220.
15. “No se den coadjutorías a personas algunas, porque son ocasión de desear la muerte unos a
otros”, Archivo Histórico Diocesano de Jaén, Sección Capitular, Carpeta 3-4-20, Libro de la Con-
gregación…, citado por CORONAS VIDA, L. J., “Los miembros del Cabildo de la Catedral de Jaén
(1700-1737)”, Chronica Nova, núm. 15, 1986-87, p. 105.
16. “Porque conviene al servicio de Dios, y es cosa deshonesta y de mal exemplo que en las
iglesias catedrales, y colegiales y otras haya coadjutorías de padre a hijo, y que en una misma pre-
benda sirvan ambos, mandamos y encargamos a los perlados y cabildos y personas eclesiásticas,
que si algunas bulas cerca de esto vinieren, y les fueren notificadas, supliquen de ellas y las envíen
ante los del nuestro Consejo, para que allí las vean, y provean cerca de ello lo que convenga; y
mandamos a las nuestras justicias, que fablen sobre ello a los dichos perlados, y tengan cuidado de
nos avisar cerca de lo que en ello pasa y pasare”, Novísima Recopilación de las Leyes de España,
Madrid, 1805, t. I, libro 1º, tit. XIII, ley IV, p. 102.

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esencia (esto es, nunca como método de sucesión)17. Así, durante los pontificados
de Pío IV y Pío V, quien renovó la observancia del citado decreto mediante la
constitución Romani Pontificis de 1571, no se otorgaron las dichas bulas. Pero
de nuevo se abriría la mano lentamente con Sixto V (1585-1590) y, de manera
brutal ya, a partir del pontificado de Clemente VIII (1592-1605).
El siglo XVII asistirá al auge desbocado de estos hábitos nepotistas, con
una especial predilección por el método de la coadjutoría a la hora de asegurar la
permanencia de una prebenda en el seno de la parentela, por llegar a considerarse
más cómodo y seguro que otros ya mencionados, que no por ello desaparecen.
Paralelamente, existió desde los primeros momentos una auténtica preocu-
pación por parte de la Corona, de algunos obispos y de otros eclesiásticos por
acabar con estas prácticas simoníacas a las que se prestaba la Dataría. Hubo
quejas al respecto de miembros de la prestigiosa Escuela de Salamanca, como
fray Melchor Cano o el mismo fray Francisco de Vitoria 18, diversas representa-
ciones y memoriales por embajadores españoles ante la Santa Sede 19, peticiones

17. Así podemos leerlo en el capítulo 7 del Decreto sobre la reforma, de la sesión XXV del
Concilio: “Cum in beneficiis ecclesiasticis ea, quae hereditariae successionis imaginem referunt, sacris
constitutionibus sint odiosa, et Patrum decretis contraria, nemini in posterum accessus, aut regressus,
etiam de consensu, ad beneficium ecclesiasticum cuiuscumque qualitatis concedatur; nec hactenus
concessi suspendantur, extendantur, aut transferantur. Hocque decretum in quibuscumque beneficiis
ecclesiasticis, ac etiam cathedralibus ecclesiis, ac in quibuscumque personis, etiam cardinalatus
honore fulgentibus, locum habeat. In coadiutoriis quoque cum futura successione idem post hac
observetur; ut nemini in quibuscumque beneficiis ecclesiasticis permittantur. Quod si quando ecclesiae
cathedralis, aut monasterii urgens necessitas, aut evidens utilitas postulet praelato dari coadiutorem;
is non alias cum futura successione detur, quam haec causa prius diligenter a Sanctissimo Romano
Pontifice fit cognita, et qualitates omnes in illo concurrere certum fit, quae a iure, et decretis huius
Sanctae Synodi in Episcopis et Praelatis requiruntur: alias concessiones super his factae subrepticie
esse censeantut (sic)”, Concilio de Trento, Canones et decreta sacrosancti oecumenici et generalis
concilii tridentini, sub Paulo III, Iulio III, Pio IIII, Pontificibus Max., Alcalá de Henares, 1564, p.
CCXXII.
18. Así los menciona en varias citas Gregorio Mayans, cfr. MAYANS Y SISCAR, G., “Informe
canónico-legal”, en MAYANS Y SISCAR, G., Obras completas, IV: Regalismo y jurisprudencia,
Valencia, 1985, pp. 161-216. También ARRAZOLA, Enciclopedia española de Derecho…, t. IX, p.
221.
19. Son destacables el memorial elevado al Papa Urbano VIII por don fray Domingo de Pimentel,
obispo de Córdoba, y don Juan Chumacero, ambos embajadores de Felipe IV, con que pretendían,
entre otras cosas, que la coadjutoría fuera prohibida y se evitaran los males que ocasionaba, así
como la respuesta presentada por el nuncio monseñor Maraldi, que a su vez ocasionó un nuevo
memorial de descargos y respuestas a lo argumentado por la Santa Sede, entre 1633 y 1634, vid.
CHUMACERO Y CARRILLO, J., Memorial dado por don Juan Chumacero y Carrillo y don fray
Domingo Pimentel, Obispo de Córdoba, a la Santidad del Papa Urbano VIII…, s.l., s.a. O un caso
similar en tiempos de Felipe V, que también tuvo una muy interesante respuesta por parte del nuncio
en España, vid. Sección Nobleza del Archivo Histórico Nacional en Toledo -a partir de ahora SN-,
“Representación hecha a Felipe V por el Nuncio sobre coadjutorías y Patronato Real”, SN, Osuna,
caja 4.259, doc. 2.

Chronica Nova, 35, 2009, 287-309


el precio del nepotismo 295

como la del fiscal general don Melchor de Macanaz en enero de 1714 20, o el
demoledor informe de don Gregorio Mayans y Siscar 21.
Fue en el XVII cuando más abundaron las críticas por parte de miembros
del propio estamento eclesiástico22. Una vez pronunciado claramente el Concilio
en contra de estos comportamientos, su retorno con una fuerza arrolladora, como
ya he mencionado, resultaba aún más escandaloso para algunos. Entre ellos
podríamos citar al obispo fray Prudencio de Sandoval, que alude a la condena
tridentina:

“Resinaciones (sic) y coadjutorías, por las cuales, de las iglesias y cabildos de


España, están muchas llenas de coadjutores sin letras, sin sangre, sin virtud, sin
canas; que por abrir las puertas a estos males, la coadjutoría, la condenó el Espíritu
Santo por odiosa, llamándola imagen hereditariae successionis” 23.

No faltaron incluso manuales con la pretensión de educar las conciencias


de los prebendados hacia la moderación a este respecto. Uno de los ejemplos
más destacables es el Desengaño de eclesiásticos en el amor desordenado de
sus parientes, de don Miguel Antonio Francés de Urrutigoyti, arriba citado. Este
zaragozano del siglo XVII dedica los capítulos de su obra a combatir dichas
prácticas nepotistas, arguyendo para ello justificaciones de diverso tipo, no ex-
clusivamente morales. La ironía del caso es que Francés de Urrutigoyti, al igual
que algún otro autor de esta temática, perteneció a una familia de destacados
eclesiásticos (entre ellos el obispo don Diego Antonio Francés de Urrutigoyti)
que acapararon el arcedianato de Zaragoza, conformando una dinastía que, como
en tantas otras catedrales españolas, se sucedió de tíos a sobrinos.
El 13 de mayo de 1723, Inocencio XIII publicó para España la bula Apos-
tolici Ministerii, tras la exhortación regia al cumplimiento de los cánones de
Trento, y, en el Concordato de 1737 entre Clemente XII y Felipe V, se obtuvo la
garantía de que Roma no concedería tales bulas si las ímpetras no iban acompa-
ñadas de la testificación por parte de obispos o cabildos de la idoneidad de los
pretendientes. No obstante, ambas cosas y nada resultaron ser casi lo mismo. La
Apostolici Ministerii sólo atañía a coadjutores parroquiales y similares vicarios,
no a los coadjutores perpetuos con derecho a futura sucesión que pululaban por

20. SN, Fernán Núñez, “Informes de Melchor de Macanaz, Fiscal General del Reino, sobre abusos
en la Corte Romana…”, caja 2.043, doc. 5.
21. MAYANS Y SISCAR, op. cit.
22. Podríamos mencionar a MUÑOZ CASTAÑO, A., Regla clerical, descripción del estado ecle-
siástico…, Madrid, 1666 o a GÓMEZ BAYO, Praxis ecclesiastica et saecularis..., Lugduni, 1671,
éste último citado por CORONAS VIDA, op. cit., p. 105.
23. SANDOVAL, P. de, Catálogo de los obispos, que ha tenido la Santa Iglesia de Pamplona...,
Pamplona, 1614, f. 127r.

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296 antonio j. díaz rodríguez

catedrales y colegiatas. Las condiciones impuestas por el Concordato sólo con-


siguieron añadir algo más de papeleo a un mecanismo que siguió funcionando
hasta el final: sólo entre diciembre de 1737 y enero de 1746 24, el porcentaje de
prebendas de gracia en el cabildo catedral de Córdoba, cuya futura propiedad
se asegura un coadjutor, asciende como poco al 40% 25.
A pesar de este fracaso, la coadjutoría con derecho a sucesión y otros méto-
dos de regreso, tales como la resigna in favorem, habían quedado anatematizados
tanto por leyes canónicas como civiles desde el siglo XVI, lo que serviría de
base para su abolición definitiva por la Corona a mediados del XVIII.
Sería Felipe V, con el Real Decreto del 24 de agosto de 1745, quien diera
el golpe de gracia al sistema: a partir de ese momento, toda coadjutoría para
cualquier prebenda o beneficio quedaba terminantemente prohibida. Lo inopinado
de la noticia hizo que más de una familia se apresurara a sacar a precio de oro
las últimas bulas de la Dataría antes de que la medida regia entrara en vigor. La
mayoría, hubo de elevar súplicas al Consejo en los últimos meses del año para
la aprobación de estos documentos pontificios conseguidos in extremis.
En la gráfica siguiente, realizada a partir de expedientes de limpieza de
sangre, se reflejan las diferentes modos de acceso a las dignidades, canonjías de
gracia y raciones de la Catedral de Córdoba, entre 1564, fecha en que comienza
dicha documentación, y 180026. He excluido los canonicatos de oficio (magis-
tral, lectoral, doctoral y penitenciario) ya que, al estar establecida su provisión
exclusivamente por oposición, quedan fuera del posible juego entre los poderes
de colación ordinarios y el acaparamiento por parte de familias de las élites y
las mesocracias locales, gracias a coadjutorías, resignas, permutas, etc., lo que
desvirtuaría los resultados.

24. Tomo estas fechas extremas por tratarse, en el primer caso, del primer candidato (don José
López Valero y Velázquez) que accede al cabildo de Córdoba tras la firma del Concordato el 26 de
septiembre de 1737, y, en el segundo caso, de la fecha de entrada de la última coadjutoría que se
permitió tras el Real Decreto de 1745, la de don Pedro de León y Sabariego en enero de 1746, vid.
ACCo, Limpieza de Sangre, legs. 5.052 y 5.055, s.f.
25. En casos como el de don José de la Cruz y Jimena o don Pedro de Melgarejo y Figueroa,
ambos en el año 1738, no he podido comprobar con seguridad que presenten bulas de coadjutoría
para entrar a formar parte del cabildo. No lo descarto, pues al menos el primero contaba con varios
familiares en la institución (sus hermanos don Sebastián y don Juan de la Cruz y Jimena ocupaban
una canonjía y una ración respectivamente) y la familia del segundo estaba ligada al entorno de la
Catedral. Quiere esto decir que el porcentaje podría subir a un 50%, cifra que, de momento, prefiero
no aventurarme a dar, Vid. ACCo, Limpieza de sangre, legs. 5.052-5.055.
26. Elaboración propia a partir de ACCo, Limpieza de Sangre, legs. 5.001-5.072. Rafael Vázquez
Lesmes afirma que del total de tomas de posesión de prebendas de la catedral cordobesa para el
período 1687-1759, un 45,2% fueron en coadjutoría, VÁZQUEZ LESMES, Córdoba y su Cabildo…,
p. 87.

Chronica Nova, 35, 2009, 287-309


el precio del nepotismo 297

Es interesante constatar cómo el descenso del porcentaje de casos en los


que desconocemos la vía de acceso empleada, entre 1564 y 1750, va parejo al
aumento del porcentaje de coadjutorías y resignas, por lo que parece razonable
pensar que de un mayor conocimiento (recurriendo a otras fuentes tales como
los autos de provisión y las actas capitulares, o a la documentación vaticana) se
derivaría un aumento notable de la proporción de prebendas que logran escapar
de la provisión ordinaria y quedan acaparadas por coadjutores o resignadas en
favor de terceros.

Aún así, es ya destacable, incluso con estas cifras no definitivas, el apabullante


número de beneficios secuestrados mediante el recurso a estas bulas de regreso: el
porcentaje de coadjutorías y resignas es siempre superior al de designaciones por
simultánea (alternativa obispo-cabildo), por cabildo sedevacantista, o por Roma
en los meses apostólicos. Además, durante todo el XVII y hasta su prohibición
a mediados del XVIII, podemos observar que aquél ronda como poco la cota
del 50%, superándola sobradamente para los años 1645-1745.
En este sentido, la fase más digna de estudio para la gráfica es la de 1701-
1750, debido sobre todo a que el número de prebendas para las que desconocemos
su modo de consecución es mínimo y, en todo caso, éste no alteraría de manera
significativa los resultados. De manera que, de ser extrapolables estos datos (más
del 60% de los cargos capitulares heredados por coadjutoría o resigna) a las eta-
pas anteriores, y a otras catedrales, con todas las precauciones, el panorama de
nepotismo en la Andalucía Occidental y, por extensión, en la Castilla moderna,
hubo de ser sin lugar a dudas abrumador.
Chronica Nova, 35, 2009, 287-309
298 antonio j. díaz rodríguez

Por otro lado, el escaso número de coadjutorías y resignas documentadas


para el período 1564-1600 se debe tanto a las carencias propias de esta docu-
mentación temprana, como a la falta de expedición de estas bulas en los años
inmediatamente posteriores a Trento. Finalmente, se deja ver el drástico cambio
consecuencia del Real Decreto de 1745: los porcentajes de coadjutores con dere-
cho a sucesión sobre el total de prebendas de gracia caen de manera fulminante
del 61,76% a cero entre 1701-1746 y 1746-1800, de ahí el arrollador avance de
la colación ordinaria, que pasa a estar mayoritariamente en manos de la Corona
desde 1753 (un 55,4% de las nominaciones entre 1754 y 1800).
Y es precisamente sabiendo todo esto que nos preguntamos: ¿Qué hacía
posible este sistema?¿Cuál era exactamente el modo de obtención de una bula
de coadjutoría o de resigna in favorem en Roma? ¿Qué movilización de recursos
(dinerarios, humanos, etc.) era necesaria para ello? Prácticamente nada se ha dicho
todavía que venga a detallar los diversos engranajes, algunos públicos y otros
ocultos, de un complejo mecanismo hoy desconocido, pero que casi cualquier
individuo del Antiguo Régimen conoce o, al menos, intuye: desde el labrador
deseoso de una dispensa para casar con una parienta, hasta el noble que busca
situar a su hijo en un rico arcedianato, todos saben en cada pueblo, en cada
ciudad, lo que hacer, con quién hablar y, sobre todo, cuánto puede costar. Hablo
de un factor de tiempo y de dinero que no ha sido tenido muy en cuenta, pero
que pudo orientar en mayor o menor grado las estrategias familiares: Roma.

2. Plomo a cambio de oro: la mecánica de consecución de una


bula

En buena medida, los cauces de obtención de una bula de coadjutoría y


de una dispensa matrimonial o de ilegitimidad eran esencialmente los mismos
en una primera fase, a nivel local o nacional, si bien ya en Roma, dignidades,
canonjías, raciones y beneficios menores cotizaban por razones propias en un
mercado aparte que, en ocasiones, poco tuvo que envidiar a cualquier parqué
internacional actual.
Fuera para lo que fuera, ante la necesidad de lograr algo de Roma, las
posibilidades estaban claras. Se podía contar con algún contacto directo allí, ya
fuera el propio embajador español o alguien de su entorno, ya fuera un pariente
datario, protonotario o, por qué no, cardenal, o bien mediante la contratación
de los servicios de un agente procurador. Una segunda opción, la más usual,
consistía en tratar con un intermediario local, quien a su vez tenía contactos
asociados en Roma. En tercer lugar, también se podía optar por eliminar los
intermediarios, cargando el propio interesado o algún pariente o amigo con lo
farragoso del viaje y las gestiones en Italia. Pero no todo el mundo disponía de
tanto tiempo y dinero como era necesario para eso, sin contar con los peligros
Chronica Nova, 35, 2009, 287-309
el precio del nepotismo 299

del viaje; ya advertía el refrán castellano que, camino de Roma, ni mula coja
ni bolsa floja.

2.1. Un negocio italoespañol: de intermediarios locales y agentes en Roma

Como digo, la gran mayoría de quienes buscaban alcanzar tales gracias,


recurrían a intermediarios locales, por lo general profesionales oficiosos en el
asunto. Nada de esto se dice abiertamente en las escrituras públicas, en las que
siempre aparece una serie de fórmulas similares (por les hacer buena obra, por
hacerme favor y merced, por me hacer placer y amistad…) que para nada men-
cionan la existencia de cualquier interés material por parte del intermediario. Si
sabemos que nos encontramos ante expedicioneros profesionales, como he dado
en llamarlos, es por su reiterada aparición en un mismo legajo llevando asuntos
de esta índole, así como por ciertas testificaciones en algunas probanzas por
pleitos conservadas en el Archivo de la Real Chancillería de Granada. El cruce
de fuentes, de cualquier manera, es la clave.
A la vista de la documentación, se trataba comúnmente de eclesiásticos:
racioneros, canónigos, o simples beneficiados, pero sobre todo individuos con
título de notario o protonotario apostólico. Hablo por tanto de la existencia de
una figura poco estudiada hasta el momento, pero presente en todas las ciudades
de la Castilla moderna: el clérigo expedicionero. Gente en todo caso para la que
este negocio se había convertido en una interesante segunda fuente de ingresos,
que se adaptaba bien a sus ocupaciones ordinarias, dados sus naturales enlaces
en Italia y sus conocimientos de los entresijos curiales, derivados muchas veces
ya de su actividad profesional principal como notarios, jueces apostólicos, etc.,
ya de sus estancias previas como estudiantes o solicitadores de gracias para
ellos mismos.
Clérigos expedicioneros fueron personajes como el notario apostólico Juan
de Gradilla Oñate, el doctor Lope de Molina Valenzuela, tesorero de la Colegiata
de Úbeda, Alonso Pérez Moreno, notario mayor de la audiencia episcopal de
Córdoba, el doctor Francisco de Herrera, presbítero vecino de Toledo, el licen-
ciado Bartolomé de Gálvez Valverde, presbítero y contador del Santo Oficio de
Córdoba, a la par que testigo falso en alguna que otra información de limpieza
de sangre27, el notario apostólico Gonzalo Pérez Estaquero, canónigo de Valla-

27. Así queda claro en las pruebas de don Juan de Mendoza y Figueroa, pretendiente a racionero
medio de la Catedral de Córdoba con problemas por las sospechas de sangre conversa. En ellas, ante
tales problemas, aparece en el último momento como testigo, probablemente pagado, Bartolomé de
Gálvez, avalando la condición de cristiano viejo del candidato, y no duda en falsear el testimonio
de personas muertas que en anteriores informaciones expusieron sus sospechas sobre la genealogía
de don Juan de Mendoza, vid. ACCo, Limpieza de Sangre, leg. 5.026, s.f.

Chronica Nova, 35, 2009, 287-309


300 antonio j. díaz rodríguez

dolid… los ejemplos podrían multiplicarse hasta la saciedad a lo largo y ancho


de la Corona de Castilla.
Muchos de ellos contaban, además, con líneas de crédito abierto en Roma
para llevar a cabo sus negocios28, de ahí que una vía alternativa para los preten-
dientes de bulas o dispensas era ir ellos mismos a Roma, previo acuerdo con un
intermediario en España para usar su crédito en lo que fuera necesario, con la
obligación de devolverlo al regreso, con algún tipo de interés, es de imaginar.
Es el camino que toman, por ejemplo, los Blanco, una familia de aladreros cor-
dobeses del XVII: necesitados de una dispensa matrimonial “por cópula” para
que pudieran casar Melchor Blanco con su prima segunda María de San Pedro,
el padre del primero, Juan Blanco, se concertó con Pedro Fernández Coronada
para que éste le prestara su crédito a la hora de sacar la dispensa

“a que personalmente va a Roma el dicho Melchor Blanco, adonde, por orden


del dicho Pedro Fernández Coronada, se le ha de socorrer con lo que fuere nece-
sario para los dichos gastos. Y por ellos, monten más o menos, le han de pagar
treinta ducados, que se obligaron de pagar en reales de plata doble luego que la
dicha dispensación haya venido a esta ciudad y esté en poder del dicho Pedro
Fernández Coronada.”29

¿Por qué la dispensa no la trae el propio Melchor Blanco, sino que le es


enviada a Fernández de Coronada? Tan simple como asegurarse la devolución
del dinero por los Blanco: el joven Melchor Blanco, para poder regresar a Espa-
ña, disponía de 150 reales de plata doble, que sólo le serían entregados por los
agentes de Fernández de Coronada en Roma previa entrega de la dispensa. Una
vez en las manos del expedicionario cordobés, los Blanco disponían de quince
días para devolver lo prestado, so pena de los recargos por dilación.
Así pues, una vez acordado en privado con este intermediario local el precio
a pagar, en que se incluía el coste de la tramitación y expedición de la bula por
la Dataría, los posibles sobornos, los honorarios de los agentes en Roma y, por
supuesto, la ganancia de aquél, se acudía a un escribano público. Allí otorgaba
el interesado carta de obligación en favor del expedicionero, comprometiéndose
a pagarle cierta cantidad de dinero. Dicha cantidad correspondía sobre el papel
exclusivamente al monto por la expedición de las bulas y a los gastos de envío,
ya que, teóricamente, era ilegal el cobro de interés alguno por parte de los ex-
pedicioneros, de ahí el curarse en salud en las escrituras públicas con un simple

28. Para la Córdoba de mediados del XVII nos consta documentalmente para Bartolomé de Gálvez
Valverde, AHPCo, leg. 11.767-P, ff. 91r.-93v. y 331r-333r.; y para Pedro Fernández de Coronada,
ibid., ff. 300r.-v.
29. AHPCo, leg. 11.767-P, f. 300r.

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el precio del nepotismo 301

“y demás gastos”, donde cabían una serie de partidas de difícil justificación en


el memorial de gastos posterior.
La casuística es variada en lo referente a las condiciones de pago. A veces
se especifica de antemano una cantidad (a pagar a la entrega de las bulas, por
adelantado, en plazos…), otras el compromiso es pagar sencillamente lo que
montare al final. Eso sí, hay una serie de cláusulas aseguradoras con respecto
al pago:

— Éste se habría de hacer “todo ello en reales de plata dobles, sin que in-
tervenga moneda de vellón”30.
— El pretendiente y sus fiadores se comprometían a desempeñar las bulas,
si estas vinieran empeñadas desde Roma (más adelante veremos esto con
más detalle).
— El pago se habría de efectuar a pesar de que, en el espacio de tiempo
que tardara en solucionarse el negocio, el interesado muriese (al venir la
bula de resigna o de coadjutoría a favor de alguien concreto, en caso de
suceder su muerte repentina, era necesario sacar otra bula a nombre del
nuevo agraciado, con el consecuente doblo de los gastos).
— El intermediario se comprometía a cobrar estrictamente lo acordado con la
otra parte mediante la entrega por él de un memorial de gastos jurado y el
envío desde Roma de una liquidación certificada por parte de sus socios.
— En caso de no haberse pagado por adelantado todo el dinero, así como
para todos los gastos inesperados fuera de lo pactado, los socios romanos
dispondrían del crédito del intermediario local, pagándolo posteriormente
el interesado, previa justificación de los mismos.

Otorgada la escritura pública, el intermediario se ponía en contacto con sus


agentes en Roma, generalmente parientes o socios, para solicitar la expedición.
Éstos, una vez con el documento en su poder, lo empeñaban; es decir, acudían
a banqueros u hombres de negocios con oficina en Italia y en España, quienes
pagaban por él el precio establecido, asociándolo a una letra de cambio, y lo
mandaban a sus representantes en Madrid, Sevilla, etc. Los agentes avisaban al

30. La cita corresponde a la escritura de indemne y obligación otorgada por don Juan de la Cerda
y Cevico en favor de Bartolomé de Gálvez Valverde, para la expedición de una bula de coadjutoría
con futura sucesión en un canonicato de la Catedral de Córdoba, AHPCo, leg. 11.767-P, ff. 331r-333r.,
pero la expresión se reitera sin variación en muchas otras escrituras similares. Sólo en el mismo
legajo, la encontramos repetida en la obligación otorgada por Andrés Martínez de Zahorejas para la
expedición de una bula de resigna de media ración (91r.-93v.), la dada por Juan Blanco y Antonio
de Uceda para una dispensa matrimonial (300r.-v.), por el licenciado Francisco Medina del Cerro
para resignar en favor de su sobrino (313r.-v.), o por Pedro Rodríguez y su hijo, el clérigo Antonio
Salvador de Ortega, también para una resigna (353r.-354v.), por citar sólo unos ejemplos.

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302 antonio j. díaz rodríguez

intermediario local del envío del documento pontificio, quien avisaba a su vez a
los interesados para que lo desempeñaran, pagando la letra, más los precambios
y cambios recrecidos (intereses por dilación, cambio de moneda, etc.).

2.2. Las garantías del mecanismo

Se trataba, como hemos visto, de un sistema relativamente complejo, en


que podían intervenir diferentes partes además de los propios interesados: in-
termediarios locales, agentes en Roma, banqueros a pequeña escala... Pero en el
que todas ellas salvaguardaban de alguna u otra manera sus intereses.
La garantía de cobro para el intermediario en España residía en la carta
de obligación otorgada a su favor ante escribano público. Frecuentemente, se
otorgaba además una escritura de indemne junto con la de obligación, que
protegía al intermediario de posibles fallos en algún punto de este complicado
mecanismo: pérdida de las bulas en el camino, muerte del pretendiente durante
el proceso o a los pocos meses de llegar las letras, etc. Por otro lado, hemos de
recordar que la obligación no sólo comprometía al pago de lo estipulado, sino
que incluía una serie de cláusulas, como las arriba comentadas (pago en plata
y no en vellón, entrega de quitanzas para no perjudicar el crédito en Roma del
intermediario, exigencia de la firma de un fiador o avalista, etc.).
Con respecto a los agentes encargados de solicitar la composición y ex-
pedición de las bulas, su principal garantía de cobro consistía en el sistema de
empeño y desempeño de las mismas. Nunca se enviaba la bula expedida direc-
tamente al intermediario local y mucho menos al interesado. Por el contrario,
el agente acudía entonces a algún tipo de entidad bancaria o a un hombre de
negocios de su confianza, a quien la empeñaba, indicando la persona interesada
en su desempeño en España y acordando la ciudad en que dicha operación se
llevaría a cabo. De esta manera, el agente podía cobrar el dinero desembolsado
en las tramitaciones curiales y, es de suponer, un margen de ganancia. Ello sin
contar con cualquier tipo de escritura pública de compañía que podamos presu-
mir, avalando los intereses de las partes que en España e Italia acordaban formar
estas sociedades de expedicioneros, cuando no se trataba de pactos tácitos entre
amigos o de simple confianza entre parientes.
Por su parte, mediante el recurso al sistema de empeño y desempeño las
partes se aseguraban su correcta recepción en destino, al menos con más garantías
de las que se hubieran tenido de recurrir a un envío ordinario, ya que la bula
quedaba asociada a una letra de cambio. Obviamente, los agentes bancarios no
colaboraban en el mecanismo por amor al arte. En la operación de desempeño de
las letras, en los cambios, precambios y cambios recrecidos estaba su interés.
Como podemos observar, el mecanismo no era complejo porque sí. Con
él se aseguraban tanto la cobranza de cada uno de los interventores como la
Chronica Nova, 35, 2009, 287-309
el precio del nepotismo 303

correcta consecución final de las bulas por los pretendientes en Andalucía. En


todo momento se jugaba, por supuesto, con dos factores: la comodidad del inte-
resado, que dejaba en manos de terceros conocedores del tema todo el asunto; y
su evidente necesidad por unos documentos que llegaron a ser, a lo largo de la
Edad Moderna, auténticos objetos de deseo, capaces de hacer que un hombre,
como observaba el decir popular, pagara oro a cambio de plomo.

2.3. Cuando el mecanismo falla: el pleito contra el doctor Lope de Molina

Pero no todo el mundo estaba dispuesto a esperar eternamente, ni a pagar más


de lo que ganaría con la obtención de la prebenda o la consecución del atractivo
matrimonio para el que buscase la resigna o la dispensa encomendada. Haber
casos los hubo, y algunos ejemplos podríamos citar de canónigos que pagaron
cantidades superiores por sus bulas de coadjutoría que las que luego ingresarían
de renta anual, o quien incluso tuvo la mala suerte de morir pobre como las ratas,
antes de poder terminar de pagar sus deudas por la expedición de las bulas 31.
Esta aparente falta de visión es quizá lo que más parece escandalizar a algunos
autores de la época, sobre todo si añadimos que todo ese dinero eran capitales
que huían de Castilla en lugar de invertirse dentro 32. Hemos de hacer hincapié,

31. Algo así debió ocurrirle al racionero don Lucas de Molina y Bonilla, muerto tres días des-
pués de tomar posesión, en estado de pobreza, al no llegar a disfrutar de su prebenda, por lo que
fue enterrado a cargo de la caridad del cabildo, VÁZQUEZ LESMES, op. cit., p. 114.
32. Así se expresaba el ilustrado Mayans al respecto: “viendo llenas de coadjutorías todas las
iglesias de España en gravíssimo perjuicio dellas, pues se hallan faltas de personas de virtud i letras,
en daño manifiesto de todos los feligreses i en perjuicio de toda la monarquía por la exorbitante e
intolerable extracción de dinero, porque por un canonicato expedido por coadjutoría se paga desde
luego como si realmente vacasse por muerte la pensión bancaria no pror(r)ateada en los plazos del
sexenio que se carga a éstas, sino en una sola vez que hace la pensión mucho más gravosa. Otro
tanto se añade por la gracia de futura sucesión, que con especioso nombre llaman componenda, i
si el coadjutor no tiene la edad de 22 años, como freqüentemente sucede, se le carga otro tanto por
el suplimiento de ella; por lo qual aprovechándose la Dataría Romana de nuestra pródiga tolerancia
exige i cobra dos veces más de lo que se pagaría, si no interviniessen la dispensación de la edad i
la componenda. I assí un canonicato de Cuenca que, hecha la cuenta, por un quinquenio, vale dos
mil ducados, expedido con coadjutoría, según las dichas circunstancias i conforme las reglas de la
Dataría, cuesta más de siete mil escudos, sin comprehender en ellos los crecidíssimos cambios de
la moneda. I aun sin estas circunstancias costó a Bucarelli diez i ocho mil escudos la coadjutoría
del deanato de Sevilla, i catorce mil ducados a Goyeneche la del priorato de Osma. I es tan antiguo
este daño que en el libro que publicó el año 1634 el Dr. Josef Lop, de la Institución, gobierno
político i jurídico de los muros i valles de Valencia, en la pág. 509, hablando de las coadjutorías
de aquella metropolitana, se lee: A la esperanza de una muerte, ai quien gasta en la coadjutoría de
un canonicato cinco i seis mil ducados por tener mil i docientos de renta. I todavía no es éste el
mayor daño, pues muchas veces vemos que, aviendo un solo poseedor i durante una sola vida, se

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304 antonio j. díaz rodríguez

sin embargo, en que el acceso al alto clero local suponía para muchas familias
bastante más que una fuente de ingresos ya de por sí muy suculenta: prestigio,
redes sociales, mayores posibilidades de ascenso y ennoblecimiento…
A pesar de todo, la codicia de los expedicioneros forzó a veces el sistema
hasta el fallo. La paciencia, la dependencia y el deseo de quienes contrataban
sus servicios tenía un límite. Un ejemplo paradigmático, aunque no se trate de
la solicitud de una bula de coadjutoría o de resigna, sino de una dispensa ma-
trimonial, es el del doctor Lope de Molina. Originó un pleito cuyas probanzas,
realizadas en 1590 en Úbeda y Baeza, se conservan en el Archivo de la Real
Chancillería de Granada33, y en el que merece la pena que nos detengamos.
El caso era que don Rodrigo de Orozco, vecino y veinticuatro de Úbeda,
deseaba casar en segundas nupcias con doña María de Aranda, sobrina de su
primera mujer, doña Francisca de Aranda. Para hacerlo necesitaba una dispensa
papal, de modo que encargó a su pariente, don Diego de Guzmán y Orozco,
que fuera a Toledo en busca de alguien que se encargara de ello. Gracias a los
lazos de don Rodrigo en la Corte y a su amistad con algunos jesuitas, dicha
persona sólo debería encargarse de entregar la solicitud al embajador en Roma,
don Enrique de Guzmán, como hacían tantos otros, junto con unas cartas de la
emperatriz viuda y del propio rey Felipe II recomendando la concesión.
En Toledo, don Diego contactó con el doctor Francisco de Herrera, un clérigo
expedicionero que se comprometió por carta de obligación a sacar la dispensa por
un coste máximo de novecientos ducados, pagando doscientos por anticipado en
un plazo de 15 días. Así lo hizo el veinticuatro desde Úbeda cuando don Diego
de Guzmán lo puso al corriente a su regreso, con lo que todo hubiera seguido
su curso normal… de no entrar en juego la ambición de los Molina.
El doctor Lope de Molina y Valenzuela era un clérigo expedicionero sui
generis. Residía en Roma desde al menos 1578-1580, intentando acumular para
sí tantos títulos, beneficios y prebendas como le fuera posible. A la par, actuaba
como expedicionero para otros. Si difícil es servir a Dios y al dinero, más difícil
debía de resultar cuando el dinero en juego no sólo era el propio, sino también

expide en Roma dos o tres veces un mismo canonicato, dignidad o prebenda, porque suele empezar
a pedir i conseguir coadjutor un principal, mal residente, mozo i robusto, que finge i acredita con
aprovaciones de médicos venales las dolencias que no tiene i sobrevive a su coadjutor, muerto éste,
pone otro i, sucediendo lo mismo que antes, substituye otro, consumiendo assí en la Dataría dinero
que avía de repartir entre los pobres, i aun arruinando a su familia, como cada día se ve con estos
pródigos dispendios, a que no quiero dar más odioso nombre. De manera que, bien computado, so-
lamente en el coste de coadjutorías i dispensaciones matrimoniales, cada año saca Roma de España
medio millón de escudos, siendo assí que de todo el resto de la christiandad no sacará la tercera
parte”. MAYANS Y SISCAR, op. cit., pp. 168-169.
33. Archivo de la Real Chancillería de Granada (a partir de ahora ARChGr), Probanzas, caja
9.251, doc. 69.

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el precio del nepotismo 305

el ajeno y, de creer a los testigos, el doctor Molina solía interesarse más por
el éxito de sus solicitudes que por el de las que otros le encomendaban, que al
parecer eran bastante numerosas.
Tal abundancia de trabajo era posible gracias a las labores de su hermano,
Ruy Díaz de Molina, quien actuaba como intermediario local en esta empresa
familiar, ayudado frecuentemente por Juan Mejía, otro vecino de Úbeda, y algún
otro miembro de la familia, entre los que conformaban toda una red regional de
captación de clientela. Así, a lo largo de los años de residencia del doctor Lope
de Molina en la corte romana,

“adquirió título de camarero apostólico y ciertos beneficios y la tesorería de la


iglesia colegial de la ciudad de Úbeda, de manera que cuando vino de Roma trajo
un cuento de renta en beneficios y en la dicha prebenda… se ocupó en solicitar
el despacho de muchas dispensaciones y breves para cofradías y para diferentes
causas, y el dicho Ruy Díaz de Molina, su hermano, y otros sus hermanos, desde
Úbeda y otras partes hacían muchas diligencias para enviarle avisos y negocios
en que fuese aprovechado”34.

Y entre esos avisos le llegaron noticias de las pretensiones de don Rodri-


go de Orozco. Rápidamente, Lope de Molina se dispuso a pelear, como ave de
rapiña, para arrebatar la nueva presa al doctor Herrera, y

“a instancia y persuasión del dicho Ruy Díaz de Molina, hermano del dicho doctor
Lope de Molina, y porque él decía que su hermano lo escribía y pretendía, trató
con el dicho don Rodrigo de Orozco que encargase la solicitud de la dicha dispen-
sación al dicho doctor Lope de Molina, para que tratase de acordar el despacho
de ella al Conde de Olivares, embajador de España, que la tenía a su cargo, y
con esto le escribió. Y él respondió que estaba muy agraviado de que antes no
le hubiese encargado el dicho negocio, ofreciendo que él lo había de hacer sin
interese ninguno, por amistad y naturaleza y vecindad que sus padres y abuelos
habían tenido con los del dicho don Rodrigo de Orozco” 35.

Así las cosas, no queriendo don Rodrigo de Orozco ofender a este supuesto
viejo amigo de su familia hasta entonces desconocido, sobre todo si tan gentil-
mente se ofrecía a solucionar sus asuntos gratis et amore, aceptó tan tentadora
propuesta, con lo que el negocio pasó en abril de 1584 de las manos del doctor
Herrera a las del doctor Molina. Éste tendría ahora el camino más expedito, puesto
que las cartas del Rey y de su hermana doña María de Austria también habían

34. Ibid.
35. Ibid.

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sido enviadas al Padre Toledo de la Compañía de Jesús 36, lo que se suponía que
aceleraría el proceso, y él “no había de poner otro cuidado ni diligencia mas de
dar las dichas cartas al embajador y acordalle el dicho negocio” 37. Además, don
Rodrigo había puesto a su disposición para los trámites un depósito de varios
cientos de miles de maravedís, que guardaban en Roma unos padres jesuitas de
su confianza.
Era costumbre que el Papa concediera de golpe y sin distinción todas las
dispensas cuyas solicitudes, hasta entonces al pairo por el marasmo burocrático
curial, le eran presentadas personalmente por el embajador. Con semejantes cartas
de presentación como llevaba nuestro expedicionero, y una gruesa línea de crédito,
no había que hacer grandes esfuerzos para obtener un resultado satisfactorio:
el Conde de Olivares presentó la solicitud al Papa, quien la aprobó, (junto con
otras más de treinta solicitudes de dispensa matrimonial) y envió carta al doctor
Lope de Molina, dejando la tramitación con el datario en sus manos.
La bula fue expedida con fecha del 1 de octubre de 1585, pero nuestro
expedicionero, entretenido en conseguir para sí un hermoso cúmulo de rentas
eclesiásticas antes de regresar a España, demoró durante meses la entrega prometida
a don Rodrigo de Orozco. Su ambición desmedida no paró en esto. Comenzó a
exigir exageradas sumas de dinero a quienes tan ansiosamente esperaban sus bulas
y dispensas, bajo amenaza de no entregarlas. De hecho, a un vecino de Úbeda,
Alonso Hernández de Baeza, que también pretendía una dispensa para casar en
segundas nupcias con la sobrina de su primera esposa, ya otorgada la gracia por
el Papa, “le ofreció que la traería por seiscientos ducados, y por no los haber
dado el dicho Alonso de Baeza, no se ha traído la dicha dispensación” 38.
El caso que nos atañe fue aún más grave: con el poder notarial de don
Rodrigo de Orozco en la mano, el doctor Lope de Molina había llegado a co-
brar del crédito del primero, según lo notificó el Padre Bautista de Ribera de la
Compañía de Jesús, 1.356 escudos de cámara (678.000 maravedís), en concepto
de gastos de composición y expedición de una dispensa que en otros casos si-
milares había costado menos de trescientos escudos. La demanda judicial no se
hizo esperar: el negocio del doctor Lope de Molina se había acabado. Uno de
los testigos presentados por el demandante, en sus conclusiones, se encargaba
de recordar:

36. Nombre que probablemente haga referencia al por entonces muy influyente Francisco de Toledo,
jesuita de origen cordobés que, en 1593, sería nombrado cardenal por Clemente VIII. Vid. Ramírez
de las Casas-Deza, L. Mª, Anales de la ciudad de Córdoba, Córdoba, 1948, p. 121. O’Neill,
Ch. E., y Domínguez, j. Mª (dirs.), Diccionario histórico de la Compañía de Jesús: biográfico-
temático, Madrid, 2001, t. IV, pp. 3.807-3.808. Santos Hernández, A., Jesuitas y obispados.
Tomo 1. La Compañía de Jesús y las dignidades eclesiásticas, Madrid, 1998, pp. 106-124.
37. Ibid.
38. Ibid.

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“Que cuando el dicho doctor Lope de Molina hubiera de llevar algún interés por
la solicitud que dice que puso en el despacho de ella, se le pagaba sobradamente
con dalle cincuenta ducados, considerado la poca ocupación que en ello tuvo, y
que no fue a Roma ni estuvo en ella para este efecto, sino para entender en sus
negocios y en otros de mucho aprovechamiento… [Y] aunque el datario de Su
Santidad pida el precio que le pareciere por cualquier dispensación que Su Santidad
concede, no se da por ella más de lo que últimamente se resuelve con él. Y la
persona que lo solicita no tiene derecho ni puede pedir ni llevar cosa alguna por la
composición, sino solamente lo cual verdaderamente cuesta la dicha con pensión
y del despacho del breve, que es muy poca cantidad, y si la parte se concierta en
dar alguna cosa por la solicitud y no otra cosa alguna” 39.

3. Coadjutorías y resignas: a modo de conclusión

Más allá de los escasos fallos, que podemos considerar excepciones a la


norma de buen funcionamiento que lo caracterizó a lo largo de la modernidad,
el mecanismo que hemos venido analizando sustentó el nepotismo capitular a
través de la consecución de bulas, al mismo tiempo que ofrecía las mismas vías
a otro tipo de necesidades en el marco de las estrategias familiares, de las que
en muchas ocasiones los prebendados fueron directores: breves para la erección
de una capilla, dispensas para matrimonios entre parientes, para legitimar hijos,
o salvar el escollo de la excesiva juventud de un sobrino llamado a heredar un
beneficio eclesiástico…
Como ya he dicho, se burlaba así el sistema ordinario y a los legítimos
poseedores de los derechos de provisión y colación, sin atentar explícitamente
contra estos derechos. Por una parte porque la concesión canónica de la propiedad
de las prebendas seguía dándola el cabildo, que aún tenía en su mano las pruebas
de limpieza de sangre para intentar rechazar a pretendientes indeseados. Por otra,
porque de iure no se habían dado las circunstancias para que el beneficio pudiera
ser conferido libremente por quien legalmente le correspondiera (el cabildo, el
obispo, ambos en simultánea, el Papa o el rey, según cada caso). El acuerdo
entre el propietario y la Santa Sede, última administradora de los beneficios
eclesiásticos, como única capaz de la definitiva destitución de los poseedores
de los mismos40, tenía lugar de manera previa a la muerte del propietario y, por
tanto, antes de que éste quedara vacante.

39. Ibid.
40. De ahí que sólo el Papa pudiera conceder las resignas in favorem y las coadjutorías con dere-
cho a futura sucesión. Vid. DUBOIS, A., Le Chapitre Cathédral de Saint-Lambert à Liège au XVII e
siècle, Liège, 1949, p. 25. Cita para ello a Pierre-Toussaint Durand de Maillane y su Dictionnaire
de droit canonique et de practique bénéficiale.

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Ésta era la teoría. Las repetidas quejas al Papa por parte, sobre todo, de
los monarcas españoles, a través de sus embajadores en Roma o del nuncio
en España, demuestran otra cosa. Si, en la práctica, decenas de familias de las
oligarquías y de las mesocracias urbanas andaluzas se traspasaban canonicatos
y raciones de tío a sobrino durante generaciones, la teórica salvaguarda de los
derechos de provisión de tan preciados cargos era simple y llanamente papel
mojado41. La cuestión tenía difícil solución, como bien señaló Alice Dubois, si
quienes tenían la capacidad de hacerlo, esto es las autoridades eclesiásticas, eran
una de las partes beneficiarias del tráfico de resignas y coadjutorías 42.
Los otros beneficiarios no eran en exclusiva estas familias de prebendados.
Si el mecanismo funcionó fue en gran medida gracias al beneplácito de los
propios cuerpos capitulares, que también se beneficiaron de ello. Los cabildos
catedralicios, salvo contadas excepciones, sufrieron en toda la Europa católica
un paulatino proceso de pérdida de poder de elección desde la Baja Edad Media
hasta el siglo XVIII. Primero en cuanto al nombramiento de sus obispos, por
el precedente sentado desde 1265 por la bula Licet ecclesiarum de Clemente
IV, que supuso el primer gran revés. Después con respecto a la cooptación de
sus propios cargos, cuyos nombramientos se disputarán los obispos, Roma y la
Corona de Castilla, en nuestro caso.
De manera que mediante el recurso a estas bulas, que contentaba a Roma
por los ingresos que le suponían y porque de un modo u otro seguía teniendo
un control sobre el asunto, los cabildos recuperaban oficiosamente buena parte
de su capacidad de decisión sobre quiénes integraban sus filas, ya que eran estas
mismas las que se reproducían43: el nuevo solía ser uno de los suyos, siempre

41. La impresión además no es otra al leer las respuestas y justificaciones que se dieron por parte
del nuncio, ante las quejas de Felipe V sobre la connivencia de Roma en lo que suponía un menoscabo
de los derechos reales. Vid. “Representación hecha a Felipe V por el Nuncio sobre coadjutorías y
Patronato Real”, SN, Osuna, caja 4.259, documento 2.
42. Así, se pregunta con respecto a esto para el Cabildo de Lieja: “Pourquoi les princes bavarois
qui ont pris soin de se faire octroyer un droit de collation très étendu, ne se sont-ils pas efforcés
d’enrayer un usage qui réduisait considérablement leur influence sur une des institutions primordiales
de la principauté? La réponse est simple: il n’était pas en leur pouvoir de supprimer une coutume
très répandue, approuvée par les autorités ecclésiastiques (eux-mêmes ne s’en sont-il pas servi pour
leur fin personnelles?)”, DUBOIS, op. cit., p. 29. Dubois señala para el Cabildo Catedral de Lieja
que 97 de los 194 canonicatos provistos a lo largo del siglo XVII, esto es un 50%, escaparon de los
métodos ordinarios de provisión por medio de resignas in favorem, coadjutorías o permutas, ibid.,
pp. 24-25.
43. Las conclusiones a las que ya en los años cuarenta llegara Alice Dubois para el cabildo de
Lieja son perfectamente aplicables al objeto de nuestro estudio. Afirma la autora que “le Chapitre
choisit lui-même la moitié au moins de ses membres, grâce aux coadjutoreries avec droit de succe-
sion et aux résignations in favorem. Ceci prouve combien des statuts peuvent être gauchis tout en
étant respectés. Car les règles qui président à la collation restent intactes. La moitié des prébendes
échappe aux collateurs, parce que les titulaires en ont avant leur mort”, DUBOIS, op. cit., p. 29.

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el sobrino de, el hermano de, el primo de… Y en cualquier caso los aportes de
sangre nueva por las vías establecidas (nombramientos episcopales o regios,
oposiciones a canonjías de oficio, etc.) no sólo siguieron teniendo su importante
cupo, como medios de acceso ordinarios, sino que podían resultar las más de
las veces beneficiosos para los intereses del cuerpo.

Desde estas líneas desearía, por otra parte, remarcar el enorme valor de esta temprana aportación a
la historiografía del clero capitular, que lamentablemente apenas ha sido tenida en cuenta.

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