Colegio Psicopedagógico Campestre de Chía ENSAYO POLITICA 2

Descargar como docx, pdf o txt
Descargar como docx, pdf o txt
Está en la página 1de 3

Colegio Psicopedagógico Campestre de Chía, Política II, Decimo

Sofia Pérez León

EL PAPEL DEL TRABAJO EN LA TRANSFROMACION DEL MONO EN HOMBRE

En una palabra, la alimentación, cada vez más variada, aportaba al organismo nuevas y


nuevas substancias, con lo que fueron creadas las condiciones químicas para la
transformación de estos monos en seres humanos. Pero la caza y la pesca suponen el
tránsito de la alimentación exclusivamente vegetal a la alimentación mixta, lo que significa
un nuevo paso de suma importancia en la transformación del mono en hombre. El consumo
de carne ofreció al organismo, en forma casi acabada, los ingredientes más esenciales para
su metabolismo. Y cuanto más se alejaba el hombre en formación del reino vegetal, más se
elevaba sobre los animales.

De la misma manera que el hábito a la alimentación mixta convirtió al gato y al perro


salvajes en servidores del hombre, así también el hábito a combinar la carne con la dieta
vegetal contribuyó poderosamente a dar fuerza física e independencia al hombre en
formación. Pero donde más se manifestó la influencia de la dieta cárnea fue en el
cerebro, que recibió así en mucha mayor cantidad que antes las substancias necesarias para
su alimentación y desarrollo, con lo que su perfeccionamiento fue haciéndose mayor y más
rápido de generación en generación. La domesticación de animales también
proporcionó, con la leche y sus derivados, un nuevo alimento, que en cuanto a composición
era por lo menos del mismo valor que la carne. Así, pues, estos dos adelantos se
convirtieron directamente para el hombre en nuevos medios de emancipación.

No podemos detenernos aquí a examinar en detalle sus consecuencias indirectas, a pesar de


toda la importancia que hayan podido tener para el desarrollo del hombre y de la
sociedad, pues tal examen nos apartaría demasiado de nuestro tema. El hombre, que había
aprendido a comer todo lo comestible, aprendió también, de la misma manera, a vivir en
cualquier clima. Los demás animales que se han adaptado a todos los climas -los animales
domésticos y los insectos parásitos- no lo lograron por sí solos, sino únicamente siguiendo
al hombre. Y el paso del clima uniformemente cálido de la patria original, a zonas más frías
donde el año se dividía en verano e invierno, creó nuevas necesidades, al obligar al hombre
a buscar habitación y a cubrir su cuerpo para protegerse del frío y de la humedad.

Así surgieron nuevas esferas de trabajo y, con ellas, nuevas actividades que fueron
apartando más y más al hombre de los animales. Gracias a la cooperación de la mano, de
los órganos del lenguaje y del cerebro, no sólo en cada individuo, sino también en la
sociedad, los hombres fueron aprendiendo a ejecutar operaciones cada vez más
complicadas, a plantearse y a alcanzar objetivos cada vez más elevados. Los hombres se
acostumbraron a explicar sus actos por sus pensamientos, en lugar de buscar esta
explicación en sus necesidades. Así fue cómo, con el transcurso del tiempo, surgió esa
concepción idealista del mundo que ha dominado el cerebro de los hombres, sobre todo
desde la desaparición del mundo antiguo, y que todavía lo sigue dominando hasta el punto
de que incluso los naturalistas de la escuela darviniana más allegados al materialismo son
aún incapaces de formarse una idea clara acerca del origen del hombre, pues esa misma
influencia idealista les impide ver el papel desempeñado aquí por el trabajo.

En la naturaleza nada ocurre en forma aislada. Pero la influencia duradera de los animales


sobre la naturaleza que los rodea es completamente involuntaria y constituye, por lo que a
los animales se refiere, un hecho accidental. Pero cuanto más se alejan los hombres de los
animales, más adquiere su influencia sobre la naturaleza el carácter de una acción
intencional y planeada, cuyo fin es lograr objetivos proyectados de antemano. Los animales
destrozan la vegetación del lugar sin darse cuenta de lo que hacen.

Los hombres, en cambio, cuando destruyen la vegetación lo hacen con el fin de utilizar la


superficie que queda libre para sembrar cereales, plantar árboles o cultivar la
vid, conscientes de que la cosecha que obtengan superará varias veces lo sembrado por
ellos. El hombre traslada de un país a otro plantas útiles y animales domésticos
modificando así la flora y la fauna de continentes enteros. Por lo demás, de suyo se
comprende que no tenemos la intención de negar a los animales la facultad de actuar en
forma planificada, de un modo premeditado. La facultad de realizar actos conscientes y
premeditados se desarrolla en los animales en correspondencia con el desarrollo del sistema
nervioso, y adquiere ya en los mamíferos un nivel bastante elevado.

Entre nuestros animales domésticos, que han llegado a un grado más alto de desarrollo
gracias a su convivencia con el hombre, pueden observarse a diario actos de
astucia, equiparables a los de los niños, pues lo mismo que el desarrollo del embrión
humano en el claustro materno es una repetición abreviada de toda la historia del desarrollo
físico seguido a través de millones de años por nuestros antepasados del reino animal, a
partir del gusano, así también el desarrollo mental del niño representa una repetición, aún
más abreviada, del desarrollo intelectual de esos mismos antepasados, en todo caso de los
menos remotos. Pero ni un solo acto planificado de ningún animal ha podido imprimir en la
naturaleza el sello de su voluntad. Sólo el hombre ha podido hacerlo. El hombre, en
cambio, modifica la naturaleza y la obliga así a servirle, la domina.

Y ésta es, en última instancia, la diferencia esencial que existe entre el hombre y los demás
animales, diferencia que, una vez más, viene a ser efecto del trabajo . Sin embargo, no nos
dejemos llevar del entusiasmo ante nuestras victorias sobre la naturaleza. Después de cada
una de estas victorias, la naturaleza toma su venganza. Bien es verdad que las primeras
consecuencias de estas victorias son las previstas por nosotros, pero en segundo y en tercer
lugar aparecen unas consecuencias muy distintas, totalmente imprevistas y que, a
menudo, anulan las primeras.
Los hombres que en Mesopotamia, Grecia, Asia Menor y otras regiones talaban los bosques
para obtener tierra de labor, ni siquiera podían imaginarse que, al eliminar con los bosques
los centros de acumulación y reserva de humedad, estaban sentando las bases de la actual
aridez de esas tierras. Así, a cada paso, los hechos nos recuerdan que nuestro dominio sobre
la naturaleza no se parece en nada al dominio de un conquistador sobre el pueblo
conquistado, que no es el dominio de alguien situado fuera de la naturaleza, sino que
nosotros, por nuestra carne, nuestra sangre y nuestro cerebro, pertenecemos a la
naturaleza, nos encontramos en su seno, y todo nuestro dominio sobre ella consiste en
que, a diferencia de los demás seres, somos capaces de conocer sus leyes y de aplicarlas
adecuadamente. En efecto, cada día aprendemos a comprender mejor las leyes de la
naturaleza y a conocer tanto los efectos inmediatos como las consecuencias remotas de
nuestra intromisión en el curso natural de su desarrollo. Sobre todo después de los grandes
progresos logrados en este siglo por las Ciencias Naturales, nos hallamos en condiciones de
prever, y, por tanto, de controlar cada vez mejor las remotas consecuencias naturales de
nuestros actos en la producción, por lo menos de los más corrientes.

Y cuanto más sea esto una realidad, más sentirán y comprenderán los hombres su unidad
con la naturaleza, y más inconcebible será esa idea absurda y antinatural de la antítesis
entre el espíritu y la materia, el hombre y la naturaleza, el alma y el cuerpo, idea que
empieza a difundirse por Europa a raíz de la decadencia de la antigüedad clásica y que
adquiere su máximo desenvolvimiento en el cristianismo. Mas, si han sido precisos miles
de años para que el hombre aprendiera en cierto grado a prever las remotas consecuencias
naturales de sus actos dirigidos a la producción, mucho más le costó aprender a calcular las
remotas consecuencias sociales de esos mismos actos. Los hombres que en los siglos XVII
y XVIII trabajaron para crear la máquina de vapor, no sospechaban que estaban creando un
instrumento que habría de subvertir, más que ningún otro, las condiciones sociales en todo
el mundo, y que, sobre todo en Europa, al concentrar la riqueza en manos de ellos

También podría gustarte