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Biología y Género en la etiología de la violencia sexual.

Reflexiones desde la Historia de la Escuela de Antropología


Criminal Italiana (1876-1903)1
Alejandra Palafox Menegazzi 2

"Tendré que comenzar a contar que le tengo miedo de noche, cuando estoy en la calle sola,
y que ese sentimiento destroza lo que, de día, estaba ilusionada con haber ganado:
emancipación, seguridad en mí misma, control sobre mí misma; que la noche es mi viaje en
el tiempo en el que reencuentro el mismo miedo de todas las mujeres que me han
precedido; entonces me doy cuenta de lo terriblemente frágil que es todavía mi historia. Por
la noche, cuando los hombres devienen sólo hombres y las mujeres devienen sólo mujeres,
se me revela el último sentido, quizá el más profundo, de la relación entre los sexos que
pertenece a nuestra cultura” (Bocchetti, 1996, p. 94).

Introducción

Acontecimientos recientes de gran impacto mediático, como los conocidos como “caso de la
Manada”, en España, o “caso de la manada de Chile”, en alusión a violaciones de carácter
grupal sufridas por dos jóvenes mujeres en 2017 y 2018, respectivamente, han hecho brotar
viejos –y no tan viejos- prejuicios y concepciones sobre por qué en el siglo XXI y en dos
países desarrollados este tipo de agresiones, además de producirse, tienden a incrementarse
3

(Azcárate, 2008, p. 47-50; Feres, 2000, p. 344 y Programa de Naciones Unidas para el
Desarrollo, 2017) . El sensacionalista y desafortunado artículo publicado en un periódico
4

español bajo el título “Por qué los hombres violamos” (Lapuente, 2018) es sólo un conocido
ejemplo de reacciones que han puesto sobre la mesa la necesidad de re-pensar imaginarios
colectivos reduccionistas, que tratan de explicar los diversos y complejos casos de violencia
sexual que se suceden cotidianamente a través de una supuesta condición animal-instintiva
que el ser humano arrastraría desde el origen de los tiempos5. En este artículo buscamos
compartir algunas reflexiones en torno a la relevancia social actual que puede tener

1
Texto actualmente en evaluación para la obra colectiva: Palafox, Alejandra y Marrero, Antonio (eds.).
Diálogos: investigación y sociedad. Reflexiones desde la Historia y la Historia del Arte. Ril, Universidad
Autónoma, 2018. Uso exclusivo para el curso “Modernos/as y ciudadanos/as: cuerpo y urbanidad” del
Doctorado en Teoría Crítica y sociedad Actual de la Universidad Andrés Bello.
2
CONICYT-FONDECYT Postdoctorado 2018 n. 3180184. Universidad Autónoma de Chile.
3
Empleamos aquí el término “desarrollado”, de acuerdo con las premisas de la Organización de Naciones
Unidas (ONU), aludiendo, por tanto un concepto de “desarrollo” heterogéneo, que designa el compendio de
características y el grado de modernización propios de determinadas sociedades y que es, por tanto, un
fenómeno histórico, diverso, complejo y contradictorio.
4
El incremento de delitos sexuales en Chile entre 2016 y 2017 fue del 6,15% (denuncias) 7,5% (casos policiales)
y 21,7% (detenciones). Llama la atención, además, como sólo el 10,7% de las denuncias de 2017 llevaron
aparejada la detención de los supuestos responsables. (Centro de Estudios y Análisis del delito, 2017). En
España entre enero y junio de 2018 se advirtió un incremento de los delitos contra la libertad e indemnidad
sexual del 14,4 % con respecto al año anterior. (Ministerio del Interior, 2018).
5
Estas reacciones son interpretadas desde el Feminismo y los Estudios de Género como parte de la cultura de
la violación por coadyuvar a normalizar las agresiones sexuales como prácticas intrínsecas a la naturaleza
masculina. Un estudio reciente, al respecto, es la tesis de Carla Muñoz Ortiz (2016).
desarrollar una Historia de la etiología de laViolencia Sexual - es decir, una Historia de las
6

grandes explicaciones científicas acerca de las causas que provocarían en las sociedades del
pasado comportamientos sexuales violentos- desde una epistemología feminista que emplee
el género como categoría de análisis histórico. El texto se inserta, así, dentro de la línea
“Problemáticas sociales susceptibles de ser paliadas desde nuestras disciplinas” de esta obra
colectiva, pues consideramos que, con ello, podemos contribuir a comprender y de-construir
una cultura de sujeción, basada en una clasificación dicotómica y jerárquica de los cuerpos,
que a día de hoy sigue alimentando simbólicamente una violencia tangible. Emplearemos
para ello algunos pequeños avances del proyecto de investigación en curso y, en concreto,
sobre el tratamiento que las agresiones sexuales ameritaron para el fundador de la Escuela de
Antropología Criminal Italiana, Cesare Lombroso (1835-1909) . 7

Conocida es la faceta de Lombroso como principal impulsor de la figura del “criminal nato” , 8

sujeto sanguinario que presentaría rasgos biológicos atávicos , causantes de su irrefrenable


9

impulso hacia la comisión delictiva. Basándose en la teoría de la evolución, el psiquiatra


veronés reformuló alguna de sus premisas y desarrolló numerosos análisis criminológicos en
los que buscó determinar y demostrar que la comisión delictiva respondía, en gran medida, a
un proceso de degeneración presente en ciertos individuos, que daba lugar a la aparición de
caracteres regresivos asociados a la criminalidad y rastreables a través de estudios
fisiognómicos. Sus trabajos fueron claves en el desarrollo de la criminología contemporánea
pero -y esta ha sido una aportación menos valorada- también contribuyeron a la formación
durante la segunda mitad del siglo XIX de una “scientia sexualis”, una sexualidad
medicalizada y subordinada a principios morales, comprendida como dispositivo de control
que buscaba conocer y normar los comportamientos sexuales y que estuvo impulsada,
principalmente, desde las instancias médicas (Foucault, 2007, pp. 67-70). Fue en este
contexto en el que se desarrolló un binomio reduccionista de género como estrategia
explicativa de la violencia sexual, interpretando la misma como un vestigio o impronta de
una supuesta naturaleza primitiva masculina basada en la agresividad y en un exacerbado
deseo.

6
Si bien la “violencia sexual” es un concepto y, como tal, ha recibido distintas valoraciones a lo largo del tiempo
y de las circunstancias, nuestra premisa es que, como categoría analítica, es un fenómeno multifactorial que
engloba varios tipos de violencia y que podemos definir como cualquier acto coercitivo- físico o psicológico-
llevado a cabo a través de medios sexuales o dirigidos a la sexualidad, pudiendo ser concebida, entre otras
formas, como arma de guerra, medio de castigo, instrumento de sumisión o estrategia de venganza. Definición
con base en lo recogido por ONU (1998), pp. 7-8 y Krug (et al) 2002, p. 149.
7
Nuestro proyecto busca reconstruir la relación que el tratamiento médico-penal de la violencia sexual en Chile
entre finales del siglo XIX y primera mitad del XX tuvo con esta corriente positivista italiana, tanto en el plano
teórico-intelectual-académico como en el práctico-judicial.
8
Pese a que el término “criminal nato” fue popularizado por Lombroso, su autoría fue del también facultativo
Gaspare Virgilio, quien lo empleó ya en 1874 en su obra “Sulla natura morbosa del delitto”, en la que se
proponía resaltar los caracteres fisológicos, intelectuales y morales que determinaban las concebidas como
desviaciones comportamentales patológicas en los seres humanos.
9
El desarrollo lombrosiano del criminal nato como un sujeto atávico partió de la teoría evolutiva de Charles
Darwin y, en concreto, de la idea de recapitulación incluida en ella y que había sido desarrollada previamente
por Ernst Haeckel. Según esta teoría, el desarrollo del individuo durante el periodo embrionario repetiría su
filogenia, es decir, el proceso evolutivo de su especie. (Da Re, 2008, pp. 108-109).
Los estudios de este alienista, así como de compañeros y discípulos, como los médicos
Gaspare Virgilio y Salvatore Ottolenghi, el sociólogo Enrico Ferri o los juristas Raffaele
Garófalo y Antonio Marro, entre otros, impulsaron durante la segunda mitad del siglo XIX
la creación una línea de pensamiento evolucionista y positivista que abogaba por una
comprensión científica de la naturaleza del delito a través del método experimental aplicado
al estudio anatómico, fisonómico y psiquiátrico de quienes lo cometían, creando, así, la figura
identitaria del sujeto criminal. Esta tendencia, denominada también Escuela Criminal
Positiva o Criminología Positivista, cuestionó las doctrinas penales imperantes en los
sistemas jurídicos liberales del momento, que comprendían el delito como el resultado del
libre albedrío de quienes lo cometían e interpretaban la pena como un método de castigo
proporcional al daño infringido, así como un instrumento de disuasión de futuros posibles
delincuentes. Frente a estos principios, englobados bajo la heterogénea categoría de Escuela
“Clásica” de Derecho Penal por los positivistas, la nueva escuela italiana desarrolló estudios
centrados en conocer el carácter criminal de los individuos, abogando por la supresión de la
igualdad jurídica basada en mismas penas para mismos delitos y por el establecimiento de
medidas represoras y correctoras como métodos de prevención, aplicadas en función de la
peligrosidad social de quienes infringieran la ley o mostraran su inclinación hacia la comisión
delictiva. En la valoración de esta peligrosidad, los factores biológico-hereditarios aparecían
imbricados con los ambientales, desarrollando así una etiología criminal, es decir, un estudio
causal del delito, en el que el determinismo biológico jugó un papel fundamental . 10

En un contexto general de industrialización, rápidos crecimientos urbanos y desarrollo del


proletariado durante las últimas décadas del siglo XIX, la originalidad de este pensamiento,
unida al auge que la teoría de la degeneración estaba teniendo en los círculos intelectuales
europeos y americanos, encajó con los intereses de control y sujeción ante ciertos grupos
políticos y sociales de parte de las élites médico-jurídicas de ambos continentes. En el caso
chileno, si bien la acogida y la interrelación con esta escuela no fueron tan amplias como las
manifestadas en otros países del área como Argentina, Brasil o México, su influencia en el
ámbito médico-jurídico quedó demostrada ya en estudios que invitan a seguir investigando
acerca de esta circulación y reformulación de saberes (Carnevali, 2008 y León León, 2014).

Dada la relevancia internacional que esta escuela tuvo en la formación y difusión de una
criminología positivista, atravesada por un determinismo biologicista, con el objetivo de
desarrollar y comunicar estudios históricos que coadyuven a comprender y deconstruir una
realidad social, cuanto menos preocupante a nuestros ojos, nos proponemos aquí desarrollar
una revisión de la consideración que la violencia sexual, y en concreto las causas,
características y medios para combatir los delitos de “violación” tuvieron para Cesare
11

Lombroso, principal impulsor de esta corriente de pensamiento. El análisis se sustentará en


la revisión de los principales escritos en los que este autor abordó el tema entre 1876 y 1903,
considerando cómo el tratamiento de los delincuentes sexuales, categorizados

10
La Escuela Italiana, retomando los conceptos de “enfermo moral” de Prichard y de “degenerado” de Morel,
trató de aplicar una mirada médica a los criminales, tratándoles como enfermos y buscando establecer una
etiología para el delito de la misma forma que se establecía para las enfermedades. (Beccalossi, 2014, p. 47).
11
Lombroso hace continuas referencias en sus obras a los delitos de “stupro”, que podemos traducir actualmente
como “violación”, sin establecer aclaraciones jurídicas que ayuden a delimitar esta tipología pues el “stupro”
estuvo penado en Italia por el derecho común hasta la promulgación del Código Penal Italiano de 1889, en
cuyos artículos 331-339 quedó tipificado como “violencia carnal”. (Italia, 1889, pp. 119-120).
indistintamente por Lombroso como “rei di libidine” o “rei di lascivia”, y, en concreto, el de
los agresores sexuales, fue evolucionando desde una perspectiva penal-antropológica del
delito al estudio psíquico del sujeto, culminando con la construcción del violador como tipo
criminal.

Repensar los esencialismos

Ya en 2012 el, por entonces, Servicio Nacional de la Mujer (SERNAM) de Chile , recogía
12

resultados de un estudio sobre “acoso y abuso sexual en lugares públicos y medios de


transporte colectivos” en el que se afirmaba que más de la mitad de la población chilena
encuestada, sostenía que para disminuir los acosos era necesario que las mujeres cambiaran
ciertos comportamientos, tomando precauciones y evitando salir de noche o usando ropa más
holgada y menos ceñida. Asimismo, la mayoría consideraba que el acoso era algo inevitable,
por constituir una enfermedad masculina, relacionada con una ausencia de control sobre los
propios impulsos (SERNAM, 2012, p. 8). Como puede observarse en el siguiente gráfico, el
porcentaje para cada caso, además, fue ligeramente mayor en las mujeres que en los hombres.

Gráfico nº 1. SERNAM, Acoso y abuso sexual en lugares públicos y medios de


transporte colectivos, 2012 (Elaboración propia)

Este tipo de referencias, en absoluto exclusivas del país austral, confirman la extendida
asimilación de una clasificación sexual esencialista que trataría de explicar los
comportamientos humanos en función de una predisposición biológica articulada en torno a
dos categorías posibles: hombre y mujer. De esta manera, el deseo y la agresividad estarían
asociados a un instinto animal marcadamente diferenciado en función del sexo. Las mujeres,
siguiendo esta lógica argumental, serían seres determinados biológicamente por un menor

12
Desde 2016 el SERNAM pasó a constituir el Servicio Nacional de la Mujer y la Equidad de Género
(SernamEG).
deseo y agresividad, características acordes con un papel reproductivo articulado en torno a
la recepción de la actividad masculina y a la maternidad.

Desde el siglo XVIII y hasta la actualidad, como argumenta la biotecnóloga y doctora en


Estudios de Género, Lucía Ciccia, desde las llamadas “ciencias del cerebro” se ha tratado 13

de legitimar un orden de género binario y desigual a través de supuestas diferencias existentes


en los cerebros de hombres y mujeres (2018). En atención a su investigación, estos estudios
habrían inaugurado la tendencia de tratar de proyectar un dimorfismo sexual en el cerebro
humano. Para esta autora, sin embargo, influencia ambiental en el cerebro, como
consecuencia de su plasticidad, es decir, “de su capacidad de incorporar experiencia”,
imposibilitaría la concepción dicotómica de este órgano, así como de los aspectos
conductuales y cognitivos que de él derivan, en términos sexuales binarios (Ciccia, 2017, p.
57). Los debates y las investigaciones vigentes sobre el alcance de esta “plasticidad” cerebral
parecen clave para poder determinar si verdaderamente existe una “original naturaleza de las
diferencias sexuales” (Pallarés, 2011, p. 20-21). Sin embargo, como apunta Ciccia, el actual
interés científico en descubrir estas diferencias esencialistas está cargado de sesgos sexistas
y androcéntricos, presentes ya en los estudios frenológicos del siglo XVIII, actualmente
tachados de “pseudocientíficos” (2017, p. 57).

El predominio de la biología sobre la cultura como medio explicativo de la conducta humana


y, en concreto de la violencia sexual, por tanto, no es sólo un mito que sobrevive en el
imaginario colectivo sino una premisa predominante aun hoy en determinados ámbitos
académicos. Desde la biología evolutiva, por ejemplo, diversos estudios interpretan las
agresiones sexuales masculinas ejercidas sobre mujeres, y en particular la violación, dentro
de los parámetros de la teoría darwiniana de la evolución por selección, concibiéndolas como
parte de los mecanismos naturales de la selección sexual y explicando sus causas últimas en
términos evolutivos. De esta manera, siguiendo esta línea interpretativa, factores como los
genes, las hormonas, las estructuras fisiológicas o los estímulos ambientales serían sólo
potenciales causas próximas de un fenómeno adaptativo (Thornhill y Palmer, 2006, p. 30).
La violación constituiría, así, una reacción varonil ante los mecanismos psicológicos
reguladores de la conducta sexual femenina, mecanismos que permitirían a las mujeres
seleccionar a sus potenciales compañeros en detrimento de otros posibles candidatos, quienes
recurrirían a la penetración forzada como medio para sortear este rechazo (Thornhill y
Palmer, 2006, pp. 89-129).

Estas tendencias, unidas a determinados estudios neurológicos y endocrinológicos que


tratarían de explicar la violencia sexual mediante la natural predisposición masculina a la
segregación de hormonas responsables del deseo y de la agresividad, como la testosterona , 14

han logrado travestir de explicación científica al conjunto de mitos y estereotipos de género


que sustentan la cultura de la violación. Si bien no es nuestro cometido cuestionar o rebatir
este tipo de estudios, parece pertinente constatar cómo desde la Medicina y la Neurociencia,
además de las ciencias sociales como la Psicología y el Derecho, se llevan a cabo

Se refiere al conjunto de estudios que desde la “organología” o “frenologia” inaugurada por Franz Joseph Gall
13

y hasta la neurociencia actual.


14
Véase al respecto (Orestis, 2004). La relación directa entre testosterona y agresividad, sin embargo, ha sido
puesta en duda, entre otros, por (Von der Pahlen, 2005).
investigaciones con resultados divergentes a la hora de medir el grado de influencia y/o
determinación de los factores biológicos en la comisión de agresiones sexuales, poniendo de
relieve, por ejemplo, la mayor presencia de agresiones sexuales en culturas que las favorecen
o la mayor efectividad de tratamientos conductuales sobre la medicación hormonal anti-
androgénica -conocida como castración química- como método para prevenir futuros
ataques . Asumiendo que la violencia sexual es un grave problema social y de salud pública,
15

que se da bajo distintas formas, con base en estos estudios, consideramos que sus causas son
diversas y que en ellas los factores socio-ambientales se imbrican con unas características
biológicas que, por sí solas, no logran explicar la vigencia, gravedad y complejidad del
fenómeno . De hecho, contemplamos que, incluso, estas características biológicas podrían
16

no ser causas de aspectos conductuales y cognitivos naturalmente dados, sino consecuencias


de un determinado orden de género (Ciccia, 2018). Sus perpetradores, siguiendo esta lectura,
no pueden concebirse como víctimas de impulsos irreprimibles pues son autores de acciones
conscientes, que persiguen objetivos muy diversos en función de las circunstancias pero que
buscan en la violencia sexual un medio de satisfacción de una voluntad de poder y
sometimiento sobre la víctima, así como una herramienta para la demostración de ese poder.

Erotismo y crueldad en la evolución varonil

Desde su primera edición de “L’Uomo Delinquente” en 1876, Cesare Lombroso abordó el


estudio del delito de violación desde un punto de vista estadístico-cuantitativo, psiquiátrico
y antropológico, tratando, dentro de la lógica del determinismo biológico, de rastrear las
especificidades fisonómicas que permitirían identificar y reconocer esta tipología delictiva . 17

Las violaciones fueron interpretadas ya aquí como impulsos ligados a la locura moral , 18

presente en otras tipologías delictivas como el homicidio, y, por tanto, como efectos de
patologías mentales congénitas, que podían verse estimulados por factores externos tales
como las temperaturas elevadas o una mejor alimentación (Lombroso, 1876, pp. 21, 29, 30,
31, 32, 120, 140 y 141). Fue en los años siguientes cuando Lombroso profundizó en su
interpretación sobre los tipos y las causas de la violencia sexual, abordándola dentro de las
formas “erótico-sanguinarias” de amor, como un ejemplo de criminalidad atávica, entendida
como la manifestación de caracteres regresivos en individuos con constitución fisiológica y
psicológica morbosa (1897, p. 36). Así, ya en 1881 calificó de mentalmente patológicas
aquellas inclinaciones sexuales no procreativas, derivadas todas de una degeneración
hereditaria, identificando cinco formas principales: la “necrofilomanía”, amor en el que sólo
se disfrutaba teniendo contacto con cadáveres; la “erotomanía”, amor ideal hacia seres que
no existían; el amor “zoológico”, hacia los animales; el amor “paradójico”, volcado hacia

15
Véanse al respecto lo estudios de (Jewkes, 2011; Khan, 2015; Rice 2011, Vilajosana, 2008 y Wong, 2012).
16
Un estudio reciente que, con una orientación pedagógica, buscar desmontar mitos en torno a la violencia
sexual, puede consultarse (Vandiver, 2017, p. 16).
17
A pesar de la indefinición jurídica, entendemos que por “violación” Lombroso hacía referencia al acceso
sexual con penetración obtenido mediante violencia.
18
Lombroso retomó en este concepto la noción de moral insanity de James Prichard, reformulada bajo los
parámetros de la teoría de le degeneración de Morel y los fundamentos de Esquirol y Maudsley. La locura
moral, entendida como la ausencia de sentido o sensibilidad moral, suponía la incapacidad para discernir entre
el bien y el mal, característica que no afectaba a otras facultades cognitivas. (D’Alessio, 2017, pp. 223-224).
objetos materiales y el amor “invertido”, dirigido hacia personas del mismo sexo (Lombroso,
1881) .19

Además de estas cinco categorías de amor patológico, Lombroso describió ya otra forma -
que podía combinarse con las anteriores- en la que los accesos de afecto se entremezclaban
con el odio y la lascivia, pudiendo asumir una “inusitada ferocidad” (1881, p. 9). Esta forma
de amor se caracterizaba por la obtención de placer a través del sufrimiento ajeno y era
calificada de “sanguinaria” o “locamente sanguinaria” en función del nivel de crueldad que
manifestara. Al tratarse de una clasificación psicológica y no ya jurídico-penal, lo que la
definía no era la comisión de actos crueles sino el disfrute sexual de los mismos, por lo que
se incluían en ella tanto a individuos que obtenían ese placer imaginando que infringían daño
a otros seres, como a quienes satisfacían ese deseo hiriendo, torturando, violando o
asesinando a sus víctimas. En todos los ejemplos que Lombroso describió como amor
sanguinario, por tanto, los actos estrictamente tipificados como violencia carnal, aparecían
como posibles manifestaciones de esta patología aunque no fueran definitorios de la misma.
El origen atávico de estas agresiones sexuales, evidenciado en la imbricación entre excitación
sexual y crueldad, cuando eran deseadas o ejercidas por varones sobre mujeres, residía en su
derivación de los amores de supuestas sociedades primitivas en las que los hombres accedían
al sexo a través de la violencia, como quedó plasmado en la siguiente cita:

La misma forma erótico-sanguinaria, la necrofilomanía, recuerda (o deriva)


de los amores de nuestros primeros padres en los que estos no se adquirían,
como hoy en día, mediante suspiros y con oro, sino con luchas feroces en las
que unos u otros debían morir; ya fuera para domar la renitencia de la mujer,
para la que el matrimonio era una nueva forma de esclavitud, ya para vencer
a los rivales en amor (Lombroso, 1881, pp. 30-31) . 20

Dentro de esta lógica, el recurso a la violencia entre los salvajes constituía un instrumento
tanto para “sustraer mujeres a otros hombres”, acción acorde con la lucha por la selección
sexual que Darwin había descrito para los animales, como para vencer la renitencia femenina
y poder, así, asegurarse -además de la satisfacción de un placer sexual- una “verdadera fuente
de riqueza” pues, según esta interpretación, mientras los hombres salvajes solían ser vagos e
indolentes, las mujeres se mostraban laboriosas e industriosas (Lombroso, 1900, p. 12). Ante
esta forma de violencia, supuestamente intrínseca a la naturaleza humana y concretizada a
través de la violación y el rapto de mujeres, según Lombroso, ciertos grupos humanos
considerados civilizados habrían logrado avanzar en su escala evolutiva mediante el
establecimiento del matrimonio (1883b, p. 174).

Esta última categoría recuperaba el concepto de inversión del sentido genésico creado por el psiquiatra alemán
19

Carl Westphal en 1869. Beccalossi, 48.


(Traducción propia del original en italiano).
20
El atavismo, por tanto, recordaba a los seres humanos su condición animal, una condición
que parecía poder superarse a medida que se avanzaba en la línea evolutiva y cuyos vestigios
permanecían fácilmente visibles en sociedades consideradas atrasadas, como los “salvajes”
de Australia los “araucanos” y los “fueguinos” americanos, pudiendo llegar a manifestarse,
incluso, entre hombres civilizados, con los que Lombroso se identificaba (1883b, p. 175). De
esta manera, reproduciendo y reconociéndose en los versos latinos que el pensador Tito
Lucrecio Caro plasmó en el I siglo a.C., el atavismo explicaba para este autor que al hombre
durante la cópula pudiera sorprenderle un germen de ferocidad contra la mujer que le
empujara a herir todo aquello que se opusiera a su satisfacción (1883a, p. 31) . 21

Esta potencial agresividad sexual, presente, por tanto, incluso en hombres normales y
civilizados, guardaba su origen en la particular interpretación que Lombroso aplicó a la
selección sexual darwiniana, sosteniendo que un desarrollo fisiológico considerado “normal”
de los caracteres sexuales secundarios -psicológicos y antropológicos- de los hombres
conllevaba, junto con la aparición de la fuerza muscular y la audacia, el gusto por los
ejercicios violentos y el erotismo (1900, p. 152 y 1903, pp. 125 y 467). Por el contrario, los
caracteres sexuales secundarios de las mujeres no eran sino el pudor y la maternidad. En un
desarrollo femenino “normal”, siguiendo este argumento, todos los cambios corporales
asociados al mismo (como el desarrollo de pechos y caderas) estaban orientados a la
gestación y no ya al deseo, acto o placer sexual, naturalmente presentes en el desarrollo
varonil (Lombroso, 1903, p. 125). Dentro de esta lógica, la violencia sexual era concebida
para Lombroso como un rasgo natural masculino, originado en su instinto reproductivo, que
podía aparecer sólo en sexualidades femeninas aberrantes, afectadas por un proceso
degenerativo, como vestigio atávico asociado a la supuesta condición hermafrodita que
Darwin habría asegurado para remotos antepasados del ser humano en la escala evolutiva y
que podría entreverse, siguiendo los principios de la teoría de la recapitulación, en los
primeros meses de vida de la edad fetal (Lombroso, 1876, p. 142; 1881, p. 32; 1883ª, p. 24 y
1903, pp. 125 y 467).

Etiología del violador nato

Al sostener que la agresividad sexual hacia las mujeres guardaba su origen en un natural
desarrollo varonil, quienes la perpetraban no eran, necesariamente, seres mentalmente
enfermos. Al respecto, y en función de del carácter morboso y atávico de estos individuos,
Lombroso distinguía dos tipologías antropológicas de “violador”: el “ocasional” y el “nato”.
Los violadores natos eran seres orgánicamente predispuestos a la comisión delictiva, lo que
quedaba demostrado en los altos índices de reincidencia de estos tipos criminales, de entre el
37 y el 60%, según el autor (Lombroso, 1883b, p. 132). A diferencia de los violadores
ocasionales, considerados hombres normales, los violadores natos eran “imbéciles morales”,
con rasgos epilépticos, capaces de sentir “ganas impúdicas” incluso hacia niños o ancianos,
formando parte de la categoría de amor sanguinario ya descrita y con unas peculiaridades

21
Del texto original en italiano: “anche nell’uomo durante la copula può sorprendersi un germe di ferocia contro
la donna, che ci spinge a ferire quanto si oppone al nostro soddisfacimento”.
anatómicas que permitían reconocer a estos sujetos degenerados con mayor fiabilidad
(Lombroso, 1883b, pp. 332-337 y 1889, p. XVIII) . 22

Notoriamente conocido es que para Lombroso, mientras una fisonomía armónica y bella
respondía a la “honestidad del alma”, la natural inclinación a la comisión delictiva de estos
criminales dejaba rastros anatómicos y fisonómicos visibles y comprobables mediante
mediciones faciales y craneales (1883b, pp. 320 y 321). Con base en mediciones propias y
estudios antropométricos de otros autores, el psiquiatra trató de definir estas peculiaridades
físicas, afirmando que este tipo criminal solía ser fácilmente reconocible por tener un craneo
deforme, microcefalia, una gran mandíbula, orejas valgas, fisonomía cretinoide o un aspecto
exagerádamente femenino (1883b, p. 350). El ejemplo gráfico más ilustrativo de este perfil
anatómico diseñado por el autor, lo formaron dos imágenes distintas de un mismo sujeto, el
denominado “Romagnolo trococefalo stupratore”, traducido como violador con cabeza
redonda de la Romaña (Fig. nº1). La primera, reproducida por Lombroso en 1876, aludía a
un tipo “monstruoso”, un violador veinteañero, con las orejas valgas, frente aplastada, ojos
oblicuos y estrábicos, nariz respingona y enorme mandíbula (1876, p. 29).

Fig. nº 1. Lombroso, Romagnolo trococefalo stupratore 1876 y 1878 (fotografía tomada


y modificada por la autora)23.

El interés de Lombroso en demostrar la existencia de este tipo criminal, hizo que la segunda
imagen, aparecida en 1878, en la segunda edición de “L’Uomo Delinquente” y reproducida
en varias obras posteriores, pese a hacer referencia al mismo delincuente, como advirtieron
Gibson y Rafter, distara notablemente de la anterior, mostrando a un individuo aparentemente
más feo y envejecido, con menos cabello en la cabeza, orejas más valgas, vello en el mentón
y en labio superior, arrugas más profundas y un mayor estrabismo ( 2014, p. 23).

22
Su relación con la epilepsia, presente en todos los tipos criminales para Lombroso, quedaba, también aquí,
demostrada con la presencia de factores como un deseo sexual excesivo, intermitente, manifestado en edad
precoz y acompañado, en ocasiones, de amnesia, irascibilidad, furor y fenómenos neuróticos tales como la
histeria.
Fotografías extraídas de: Lombroso, 1876, p. 23 y Lombroso, 1883b, p. 33.
23
Los intentos por reconstruir los tipos criminales a través de su anatomía siguieron presentes
en los estudios de Lombroso hasta sus últimos días. Así, en su quinta edición de “L’uomo
delinquente”, seguía tratando de definir fenotípicamente al violador nato, afirmando que
muchos tenían los labios gordos, el cabello abundante y rubio, los ojos brillantes, la voz
afónica, nariz y genitales mal conformados y cráneo anómalo, advirtiendo, además, ciertos
rasgos socio-conductuales y cognitivos comunes, como que eran a menudo semi-impotentes
y semi-alienados, con un ingenio vivaz, cretinismo o tartamudez (Lombroso, 1896, p. 517).
Para justificar estas afirmaciones, recogió en esta obra resultados basados en el examen
antropométrico de cientos de criminales (Lombroso, 1896, p. 299). Por lo que respecta al
registro fotográfico recogido un año después en el Atlante, sin embargo, sólo encontramos
dos imágenes de reos por violación y homicidio, clasificados como “tipos simiescos”, que
fueron recuperadas de la obra de Ferri y en las que Lombroso quiso advertir rasgos faciales
típicos del criminal nato (Fig. nº2). En concreto, destacó que el primero presentaba arcos
frontales muy acentuados, mandíbula y labios desarrollados y quijada marcada, mientras que
el segundo tenía enormes arrugas frontales, orejas valgas y voluminosas y pómulos salientes
(Lombroso, 1897b, p. IX).

Fig. nº 2. Lombroso, Tipos simiescos. Violadores homicidas, 1897 (fotografía tomada y


modificada por la autora)24.

Apoyándose en los estudios antropométricos de Marro y Ottolenghi, por otro lado, Lombroso
trató de incrementar progresivamente la precisión en sus descripciones anatómicas del
violador nato, sosteniendo, por ejemplo, que su semicurva craneal anterior era menor a la
posterior en una relación de 0.04 cm, mientras que los demás criminales y las personas
“normales” mostraban una relación inversa, respectivamente, de 0.82 y 2.5 cm o que
presentaban en mayor medida orejas valgas, narices predominantementes aplastadas y
desviadas y ciertas peculiaridades en el color del iris y del cabello, con una mayor proporción
de individuos de ojos azules (49% frente al 36% de los criminales y el 29% de los normales)
y rubios (17% frente al 6% y el 9%, respectivamente) (Lombroso, 1889, p. XIII). La mayor

24
Fotografías extraídas de: Lombroso, 1897a, Tabla XXXV.
presencia de “anomalías atávicas” en violadores, frente los demás tipos criminales
analizados, encontradas por Marro fueron, sin embargo, lo que más llamó la atención de
Lombroso. Entre las anomalías evidenciadas se hallaban el tener una frente baja o estrecha,
los ojos oblicuos, estrabismo, desviación nasal, asimetría facial, dientes sobrepuestos,
anomalias en la piel, una mandíbula prominente, la ausencia de barba, oxicefalia, platicefalia,
plagiocefalia, hidrocefalia, soldadura precoz de las suturas, raquitismo o anomalías
patológicas en los órganos genitales. Estas últimas, estudiadas y confirmadas también por
Ottolenghi, solían manifestarse mediante atrofias e hipertrofias testiculares, grosor del
epidídimo, orquídea traumática, restricción uretral, un pene “muy desarrollado” o
inflamación del escroto (Lombroso, 1889, p. XIV). En el estudio publicado en 1886, además,
ambos aseguraron haber encontrado entre los violadores una mayor proporción de individuos
-en concreto un 62%- con alguna peculiaridad en el área genital tal como: pene de tamaño
inferior o mayor a la media, pigmentos en el glande, glandes cónicos o con forma de pico,
un pene torcido, bajada incompleta del testículo, hernias inguinales, dobleces anormales y
úlceras en el escroto (Lombroso, 1889, p. XV).

Además de las anomalías anatómicas, Marro señalaba en los violadores una mayor
proporción de especificidades biológicas y psicológicas con respecto a los “normales”-
aspectos considerados de mayor gravedad por Lombroso que las peculiaridades físicas- tales
como: una inteligencia octusa, imbecilidad e idiotez, dipsomanía, locura moral, lipemanía,
manía, locura suicida y neuropatía (Lombroso, 1889, p. XVI). Una mayor sensibilidad táctil
en el lado izquierdo, reflejos tendíneos exagerados o faltantes, el reconocimiento de haber
iniciado una actividad masturbatoria a edad temprana, la presencia de tatuajes, así como una
mayor proporción de religiosos y analfabetos pero menor de alcohólicos venían a completar
este tipo criminal (Lombroso, 1896, pp. 251, 252 y 277).

El violador ocasional

A pesar de la convicción de Lombroso de la existencia del violador nato como tipo criminal,
el autor reconoció, sin embargo, que la mayor parte de las agresiones sexuales que se
cometían eran obras de seres considerados “normales”. Como ya hemos descrito, los
hombres, en general, por las causas evolutivas que hemos aludido, eran potencialmente
agresivos, por lo que su comisión de actos sexualmente violentos dependía, principalmente,
de factores circunstanciales (Lombroso, 1883b, p. 340). Entre estas variables destacaban la
ausencia de prostitución, la profesión, las altas temperaturas, el grado de civilización y la
ingesta de alcohol. Siguiendo este argumento, los hombres aislados como los marineros, los
soldados o los pastores, obligados a un forzado celibato por su profesión, podían ser víctimas
de un “estado de violento erotismo insatisfecho” que les conduciría a la masturbación,
práctica que, basándose en Emminghaus, incrementaba para Lombroso el estado de
excitación de los individuos (1883b, p. 340). La idea de que el hombre era, en sí mismo, un
violador potencial, quedaba también reflejada en la asociación que Lombroso establecía entre
agresiones sexuales con el continuado contacto con niños por parte de curas y maestros,
también célibes muchos estos últimos por sus escasos recursos, así como con el estrecho
contacto entre obreros y jóvenes en fábricas y minerías.
La civilización moderna, por otro lado, pese a tipificar la violación como delito, según
Lombroso, contribuía a su fomento porque, al mejorar la alimentación y promover la
instrucción y la actividad psíquica, incrementaba los excesos sexuales ya que aumentaba el
eretismo del sistema nervioso que, a su vez, requería de forma insaciable de mayores y
nuevos estimulos y placeres. De la misma manera, la ebriedad podía favorecer también la
comisión de agresiones, denominadas aquí “violaciones alcohólicas” porque, al crear
irritación y congestión de las células nerviosas y de los canales seminales provocaba
impotencia, lo que, unido a deseos venéreos momentáneos, podía tornarse en violencia contra
la mujer con la que se pretendía copular. El alcoholismo, por otro lado, también podía operar
como causa indirecta en la comisión delictiva pues para Lombroso, siguiendo la teoría de la
degeneración, los hijos de los bebedores estaban condenados por su herencia al delito y a la
locura, particularmente a la prostitución y a las violaciones (1883b, p. 344).

Conclusiones

El análisis de los escritos lombrosianos, además de revelar un aspecto menos conocido del
autor y de suponer el inicio de un estudio necesario para valorar su posible imbricación en el
tratamiento médico-penal chileno en nuestra investigación en curso, nos ha ofrecido la
oportunidad de fijar un punto de partida para reflexionar en torno a la actual permanencia de
un determinismo que buscaría explicar la conducta humana y, en concreto, la violencia
sexual, en términos evolutivos, como si de una inevitabilidad biológica ligada a la naturaleza
masculina se tratara.

A pesar de abogar explícitamente en sus escritos por la implementación de medidas jurídicas


igualitarias tales como la legalización del divorcio, una secularización penal efectiva o la
igualdad entre hombres y mujeres ante delitos exclusivamente femeninos como el adulterio , 25

el proceso de conformación de la figura del criminal nato, impulsado por Lombroso y sus
seguidores, estuvo acompañado tanto por una naturalización como por una patologización de
ciertas actitudes sexuales, procesos que resultaron claves para legitimar una desigualdad de
género en la que, con base en una fisiología reproductora, los hombres fueron concebidos
como actores sexuales activos y las mujeres como seres receptores de la acción varonil (1889,
pp. XX-XXX). Sus estudios sobre el violador nato, descrito, como un “imbécil moral”, es
decir, un ser atávico, monstruoso y degenerado, incluyeron una conceptualización de la
diferencia sexual desde un punto de vista dicotómico, lo que llevó a Lombroso a reconocer
al hombre normal, independientemente de sus circunstancias, como un violador potencial.
Este contradictorio discurso, originado desde un evidente androcentrismo, guardaba una
necesaria correlación con la desexualización fisiológica de las mujeres, concebidas como
seres anatómica y funcionalmente creados para la maternidad y el amor pero no para el goce
de los placeres sexuales.

Así, pese a tachar la violencia sexual de “repugnante”, Lombroso naturalizó paradójicamente


la misma, focalizando la atención no ya en quienes la perpetraban sino en las circunstancias
que la favorecían (Lombroso, 1889, p. XXX). Siguiendo esta lógica, con objeto de lograr su

Acorde con las sistematizaciones penales imperantes en Europa y América, el Código Italiano sólo Artículo
25

353 del Código Penal de 1889. Italia, 1889, p. 125.


erradicación, además de encerrar de por vida a los violadores, abogó por implementar una
serie de “medidas preventivas”, como: promover espectáculos morales y a buen precio;
vigilar las escuelas y sitios de trabajo donde había impúberes; elegir sólo mujeres como
maestras; favorecer la formación de mujeres médico; poner como vigilantes a mujeres
casadas en los lugares de trabajo nocturnos o oscuros en los que trabajaban niños; excluir
niños pequeños del trabajo en las minas e, incluso, difundir la prostitución en los lugares a
los que acudían pastores, marineros, soldados u obreros donde, en caso de no haber
prostitutas, debía restringirse la venta de alcohol (Lombroso, 1883b, p. 345). Si bien la
atención de los estudios sobre criminalidad de Lombroso estuvo centrada en el análisis del
criminal, es decir, del responsable de la comisión delictiva, reconociendo una natural
necesidad varonil de satisfacer sus instintos sexuales por cualquier medio y, por tanto, su
predisposición a cometer violaciones, el psiquiatra abogó finalmente por paliarlas,
recomendando el alejamiento de sus posibles víctimas (niños, mujeres honradas) y su acceso
a prostitutas, conceptualizadas como seres criminales y degenerados, haciendo responsables
de la erradicación de esta violencia, así, a quienes más la padecían.

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