Danny Monsálvez Araneda y Yerko Aravena Constanzo - Interpretaciones Historiográficas Sobre La Violencia Política en Chile
Danny Monsálvez Araneda y Yerko Aravena Constanzo - Interpretaciones Historiográficas Sobre La Violencia Política en Chile
Danny Monsálvez Araneda y Yerko Aravena Constanzo - Interpretaciones Historiográficas Sobre La Violencia Política en Chile
INTERPRETACIONES HISTORIOGRÁFICAS
SOBRE LA VIOLENCIA POLÍTICA EN CHILE*
Resumen
Si bien la existencia de la violencia ha sido mencionada por la historiografía chilena durante
parte importante del siglo XX, no es conceptualizada, profundizada y abordada más sistemáticamente
sino luego del golpe de Estado del 11 de septiembre de 1973. Por aquello, en el siguiente trabajo se da
cuenta de las principales visiones que, desde aquel quiebre democrático, han intentado dar una explicación
histórica al desarrollo de la violencia política en Chile. Para ello destacamos dos grandes campos de análisis
historiográfico: I) la violencia como una “estructura de larga duración”; y II) el debate sobre la violencia
política a partir de la segunda mitad del siglo XX chileno.
Abstract
Although the existence of violence has been mentioned by Chilean historiography during a large
part of the twentieth century, it is not conceptualized, deepened and addressed more systematically, but
after the coup d’état of September 11, 1973. For that, the following research gives account of the main
perspectives that, since that democratic breakdown, have attempted to give a historical explanation to the
development of political violence in Chile. For this we highlight two major fields of historiographical
analysis: I) violence as a “long-term structure”; and II) the debate on political violence starting in the
second half of the 20th century in Chile.
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Introducción
La violencia política ha estado presente durante gran parte del desarrollo de la
Historia de Chile, tanto en discursos, prácticas y denuncias de diversos grupos, partidos,
movimientos políticos y sociales. Pese a lo anterior, y a diferencia de otros países, por
ejemplo Argentina, no ha tenido mayor cabida en la producción historiográfica chilena–
salvo algunas excepciones1– sino hasta avanzada la dictadura cívico-militar que se
llevó a cabo en Chile entre los años 1973 y 1990. Lo anterior no es extraño ni casual;
dicho régimen utilizó la violencia política y violó los Derechos Humanos de forma
sistemática, lo cual llevaría la mirada de las ciencias sociales y las humanidades hacia
aquella problemática.
No obstante aquello, estas observaciones se dieron de forma diversa y
heterogénea, las cuáles agruparemos dentro de dos grandes campos de análisis. El primero
de ellos hace referencia a la idea de la violencia vista como una “estructura de largo
plazo”, vertiente identificable tanto en los precursores de la denominada Nueva Historia
Social como en aquellas interpretaciones de sociólogos y politólogos que poseían como
elemento en común la búsqueda de una explicación histórica para la movilización social
que dio sustento a la Unidad Popular y al golpe de Estado que terminó con ésta (Ponce
y Pérez, 2013: 2). Otro grupo de historiadores fijaron su atención en la segunda mitad
del siglo XX, ya que, si bien no desconocían la existencia de conflictos y tensiones
anteriores, sitúan a aquel momento como un punto de inflexión determinante para el
giro histórico posterior (Monsálvez, 2013: 104-125).
En vista de lo anterior, el presente artículo se propone como objetivo general
analizar las principales interpretaciones que en las últimas décadas han intentado
explicar la existencia de la violencia política durante el desarrollo de la Historia de
Chile más reciente. Para ello, consideramos pertinente estructurar el presente trabajo
en dos momentos. La primera se refiere a las interpretaciones concernientes a la
violencia vista como un proceso de largo aliento, y una segunda sección que habla sobre
aquellos planteamientos que buscan el “origen de la violencia” dentro de los conflictos
desarrollados desde mediados del siglo XX en adelante.
Por último, daremos cuenta de algunos comentarios finales del presente artículo.
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solamente para penalizar una determinada infracción o delito, sino también para ampliar
y consolidar la dominación (Turk, 1996: 42-43).
Es decir, toda aquella acción política es vista como delito cuando es percibida por
la autoridad –grupos dominantes y hegemónicos– como una alteración o modificación
en la estructura de la misma, en ese caso, quienes son parte y promueven esas acciones
políticas serán criminalizados, imponiéndoles una determinada realidad. Por ejemplo,
el concepto de violencia en estos casos es más bien utilizado para las acciones de los
manifestantes contra el gobierno que para aquellas que realizan los partidarios del
gobierno o las fuerzas policiales contra los opositores. En ese contexto, la violencia
política adquiere algunas formas y dinámicas sociales, tales como la violencia coercitiva
que tiene como objetivo persuadir a los oponentes para que concluyan o reduzcan sus
acciones políticas. La violencia lesiva que pretende castigar y la violencia destructiva
cuyo su objetivo es la exterminación. Cada uno de ellas varía y responde a un contexto
en el cual se aplica, sin embargo, las tres no son excluyentes entre sí (Turk: 1996, 48).
Para la filósofa Adela Cortina, la violencia se presenta como una forma de
poder, como un medio que busca conseguir determinados objetivos y en el caso de las
relaciones personales, “un procedimientos es violento cuando con él se trata de forzar
a alguien para que haga lo que no quiere hacer de modo natural, trátese de violencia
física o verbal”. Además, la violencia tiene tres funciones: instrumental, comunicativa
y expresiva. La primera de ellas “consiste en utilizarla como medio para alcanzar
una meta”, en la segunda, se “pretende transmitir un mensaje” y en la última, “una
persona ejecuta acciones violentas por el puro placer de realizarlas, por el disfrute que
le proporciona” (Cortina, 1996: 57-63).
Eduardo González Calleja comenta que la violencia política consiste en el
empleo consciente –aunque no siempre premeditado– de la amenaza del uso de la
fuerza física por parte de individuos, entidades, grupos o partidos que buscan el control
de los espacios de poder político. La manipulación de las decisiones en todas o parte
de las instancias de gobierno, y, en última instancia, la conquista, la conservación o
la reforma del Estado. Esta definición, que puede ser provisional, comprende desde
los llamamientos intelectuales –justificaciones, amenazas, doctrinas y teorías de la
violencia– hasta la violencia física, siempre que cumpla dos requisitos: manifiesten
intencionalidad y se dirijan a influir en el campo de la estructura política (González
Calleja, 2002: 270-271).
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logrando mitificar la propia realidad y difundiendo aquellos mitos con gran éxito. Con
cada evento violento con el cual la oligarquía local golpeaba a la población, se erigieron
una serie de símbolos, conceptualizaciones e interpretaciones con lo cual se buscaba
ocultar los aspectos negativos del ejercicio del poder político y la subyacente violencia
que lo acompañaba (Portales, 2004a: 22).
Siguiendo la línea planteada por Felipe Portales, lo anterior posicionaría al
Estado como un instrumento funcional a las élites y que en la práctica sería el encargado
de prolongar la sumisión de las mayorías. Asimismo, aquello es consecuente con sus
precarias condiciones de vida, las que se prolongaron e incluso intensificaron pese a
los ingresos provenientes del salitre y posteriormente desde la extracción cuprífera,
mientras que paralelamente la acumulación de riqueza por parte de la élite aumentó
exponencialmente. Esta construcción de desigualdades explica también la violencia
con la que Chile expandió sus fronteras y potenció su economía, cuyo proceso estuvo
acompañado de diversas expresiones de violencia política, graficadas en la represión de
los organismos estatales, en las protestas sociales de los incipientes grupos obreros y
manifestaciones de desacato en el campo y la ciudad (Portales, 2004a: 90-115).
En cierta forma, para los sectores mayoritarios que estaban fuera de la élite, el
régimen seguiría, aunque con matices, operando de una forma igualmente autoritaria y
violenta, siendo muestra de aquello las diferentes matanzas y la dura represión que se presentó
en el período parlamentario y, en general, durante el transcurso del siglo XX chileno.
A propósito de lo anterior, el autor en cuestión señala que el proyecto
alessandrista-ibañista-radical “[…] triunfa y se consolida a través de la imposición de la
Constitución de 1925 y de las dictaduras, o virtuales dictaduras, de Ibáñez y Alessandri;
creando una república oligárquica mesocrática que desarrolla sustantivamente la
industria nacional, vía sustitución de importaciones; pero que mantiene el sistema de
hacienda, la desigualdad social, las violaciones a los derechos humanos y la exclusión de
los sectores populares mediante un sistema electoral que distorsiona significativamente
la voluntad ciudadana” (Portales, 2004b: 13).
Así pues, la interpretación presentada comenta que no sólo se ha ejercido la
violencia política en Chile, sino que con ésta se configuraría un sistema rígido, cerrado y
autoritario, siendo violento por sí mismo. Es así como se puede afirmar que la violencia
social o violencia política popular –entendida como aquella ejercida por agentes
externos a los núcleos del poder dominante– ha sido históricamente una reacción a la
violencia estructural y a la coerción del Estado y las élites. Dado este recorrido, no es
de extrañarse una dictadura como la instalada en 1973, pues es corolario de un proceso
continuo de violencia y los niveles de aceptación de ésta –pese a la violación a los
DD.HH. y la violencia política desmedida– se debe en parte a una cultura de la violencia
que acepta lo autoritario como un valor positivo.
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para la época, tanto en composición como en historia, tendría una presencia política
marginal en comparación a las demás organizaciones políticas, y de igual forma su
reivindicación del uso de la violencia –principalmente en las recuperaciones efectuadas
en bancos– se reducen, de acuerdo con lo planteado por el historiador, a hechos aislados,
eso si consideramos el importante vuelco del MIR entrando el año 1970, impulsando la
búsqueda de la denominada “Acumulación de Fuerza Social Revolucionaria”, expresada
concretamente en el viraje desde el vanguardismo foquista planteado por el guevarismo,
a la conformación de una organización política más flexible, incorporando el trabajo de
masas dentro de sus prioridades3.
Siguiendo lo planteado por el autor, en lo concerniente al Partido Nacional, éste
pretendía posicionarse como una alternativa frente al PDC y a la izquierda marxista, por
lo tanto, y pese a tener una importante fijación por las Fuerzas Armadas, no hizo carne
la adhesión explícita a la violencia política sino entrada la crisis institucional para así
convertirla en una crisis orgánica.
Por lo mismo, el autor citado señalaría que “En ese sentido, no cabe confundir
la agudización de las luchas sociales y políticas con la violencia política generalizada.
Lo primero efectivamente ocurrió durante los 60, en particular durante su última parte,
pero no así lo segundo” (Corvalán Márquez, 2001: 25-26). Sin embargo, el autor destaca
la década del 70 y principalmente a partir de 1973 –tras la irrupción de la dictadura
cívico-militar– como un quiebre con el sistema democrático formal desarrollado a lo
largo del siglo XX ya que la violencia política pasaría de ser un aspecto más, dentro
de varios otros, a articularse una institucionalización de la violencia política, con la
posterior normalización de su uso.
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Intervenciones, nº1, 71-98; (2016). “La ciudad de Concepción el 11 de septiembre de 1973: violencia
política a nivel local”. Revista Espacio Regional, vol. 2, nº13, 95-110 y Lúnecke Reyes, G. (2000).
5
Al respecto véase entre otros a: Salazar, 2011 y 2012; Dorat y Weibel, 2012; Rebolledo, 2012, 2013 y
2015 y Guzmán, 2014.
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Comentarios finales
La violencia política, ha venido a constituirse en uno de los grandes temas
sobre los cuales la historiografía chilena está al debe. Los trabajos son más bien
acotados y se abocan a dos derroteros. Por una parte la violencia política de los grupos
insurgentes que hicieron frente a la dictadura pinochetista y por otra la violencia política
institucional o estatal, aquella que se aplicó de manera sistémica durante 17 años de
dictadura cívico-militar. Sin embargo, y más allá de algunos trabajos puntuales y de
las conceptualizaciones sobre qué vamos a entender por violencia política, la disciplina
histórica sigue estando en deuda. Es más, en algunos trabajos y exposiciones se habla en
genérico de violencia, al punto de confundirlo con el conflicto político.
Sobre este punto es bueno detenerse un momento para plantear un aspecto
central del análisis y discusión: una cosa es el conflicto político y otra muy distinta es
la violencia política. Aquí retomamos lo expresado en líneas anteriores por Corvalán
Márquez, para quien la década de los sesenta estuvo marcada por la agudización de
las luchas sociales y políticas, lo cual es muy distinto al hablar de violencia política
generalizada. Esto último se desencadenó desde el momento mismo en que Salvador
Allende alcanzó la mayoría de votos en septiembre de 1970.
Recordemos que un mes más tarde, un grupo de civiles –nacionalistas– en
complicidad con militares intentaron secuestrar al General en Jefe del Ejército, René
Schneider, causándole finalmente la muerte (1970). A lo anterior se puede sumar el
atentado el ex vicepresidente de la República, Edmundo Pérez Zujovic (1971) y el edecán
Naval del Presidente Allende, Arturo Araya (1973). Si bien aquellos hechos constituyen
actos gravísimos, planteamos que la década de los setenta transitó abruptamente desde
el conflicto político a la violencia política. Es decir, pasamos de una sociedad donde la
agudización de las luchas sociales y políticas constituía la expresión más clara del conflicto
político de la época, hasta la transformación de aquellas luchas en actos de violencia
política, concretamente una violencia política institucional (institucionalizada). En otras
palabras, durante el gobierno de la Unidad Popular si se dieron algunas expresiones de
violencia política, como las señaladas, sin embrago lo que prevaleció durante aquel
periodo fue la presencia de un profundo y permanente conflicto, el cual se agudizó
(radicalizó) con el transcurrir de los años hasta desencadenar en una violencia política
institucionalizada llevada adelante por la dictadura de Pinochet
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Siguiendo con este análisis, vamos a entender por conflicto político aquel
proceso en el cual dos actores tienen abiertas discrepancias sobre la distribución de
poder en la sociedad. Esta idea de conflicto concibe al otro como un adversario, al
cual le reconoce determinados derechos y condiciones y al cual se trata de convencer
o persuadir por medio de las ideas y argumentos. Por su parte la violencia política
(institucionalizada), viene hacer aquel proceso por medio del cual un grupo o sector
de la sociedad, preferentemente aquellos que tienen una posición preferencial (grupos
hegemónicos), buscan imponer por medio de la fuerza física y directa sus puntos de
vistas o idea de realidad. Asimismo, por medio de la violencia política, desaparece el otro
como adversario y pasa a convertirse en enemigo, al cual ya no se le busca convencer
con argumentos o ideas, sino que simplemente se persigue eliminarlo o desaparecerlo
En consecuencia, corresponde que nos hagamos cargo, desde la historia,
de estos vacíos y omisiones existentes sobre los estudios de la violencia política en
Chile, pero no sólo desde un ámbito empírico o estudios de casos, sino también de sus
conceptualizaciones y teorizaciones.
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