Las Cartas Paulinas
Las Cartas Paulinas
Las Cartas Paulinas
El epistolario paulino
Las cartas paulinas se pueden agrupar de muchas maneras: protopaulinas,
deuteropaulinas, tritopaulinas. Algunos distinguen, además, sus cartas de la cautividad y las
pastorales, es decir, aquellas que mencionan sus cadenas (Filipenses, Filemón, Efesios y
Colosenses) y aquellas que se dirigen a ministros de la Iglesia (Timoteo y Tito). Por razones de
claridad y brevedad se expondrán en dos grandes grupos: aquellas cuya autenticidad es
prácticamente unánime y aquellas discutidas o atribuidas a la escuela paulina.
1. Las cartas auténticas
1.1 Romanos
La carta a los Romanos fue escrita hacia finales del 57 d.C. o comienzos del 58 d.C.,
desde Acaya (Macedonia) o desde Corinto. Se considera la “suma teológica” del apóstol. En ella
se explica el cómo y por qué Dios transforma a los seres humanos por medio de la fe en Cristo.
De acuerdo con las promesas hechas a Israel, Dios capacita a los creyentes para obrar con
justicia y rectitud. La justicia por la fe en Cristo está al alcance tanto de judíos como de no
judíos.
1.2 Primera Corintios
La primera carta a los Corintios fue escrita entre los años 54-56 d.C., durante el “tercer
viaje misionero” (cf. Hch 18,18-28) y posiblemente desde Éfeso. En esta carta Pablo cuestiona
duramente la comunidad por las divisiones que la aquejan. Discordias por el tipo de bautismo
recibido o por los carismas que abundaban en la comunidad indican que los destinatarios eran
neófitos o todavía inmaduros en la fe. A todos ellos el Apóstol los instruye en la verdadera
sabiduría del Evangelio de Cristo.
1.3 Segunda Corintios
La segunda carta a los Corintios fue escrita posiblemente hacia mediados del año 57 d.C.
desde Macedonia, después del reencuentro entre Pablo y Tito (2Cor 7,6-7) y antes de viajar de
nuevo hacia Jerusalén (cf. Hch 19,21-22). Los temas de la consolación y de la reconciliación
aparecen como los hilos conductores de gran parte de la carta. En las secciones 8–9 Pablo
promueve una colecta para la comunidad de Jerusalén y en 10–13 se defiende anunciando cuál
es su único motivo de orgullo: predicar a Cristo.
1.4 Gálatas
La carta a los Gálatas fue escrita en algún momento entre los años 55-57 d.C., desde
Corinto o desde Éfeso, después del “Concilio de Jerusalén”, pero antes de la carta a los
Romanos. En esta carta Pablo reprocha la incoherencia e insensatez de los miembros de la
comunidad que quieren ceder a las presiones de un grupo de agitadores judaizantes. El Apóstol
les recuerda que en cuanto discípulos de Cristo han sido llamados a la libertad. La libertad
verdadera se reconoce porque capacita para amar.
1.5 Filipenses
La carta a los Filipenses se atribuye a un Pablo “anciano” y prisionero. La mención de
“mis cadenas” (1,7.14.17) indica que el Apóstol escribió esta carta desde Roma
aproximadamente entre los años 60-62 d.C. En ella Pablo propone dos ejemplos a seguir, el de
Cristo que se humilla y el de Pablo mismo que se despoja de sus antiguos privilegios. La
invitación a la alegría completa este compendio de la vida cristiana que sintoniza al creyente
con los mismos sentimientos de Cristo.
1.6 Primera Tesalonicenses
La primera carta a los Tesalonicenses se considera el escrito más antiguo del epistolario
paulino y de todo el NT; pudo haber sido escrita alrededor de los años 50-51 d.C. En ella Pablo
intenta dar respuesta al temor de quienes esperaban la venida del Señor como un suceso
inminente: si aquellos que murieron antes de esta venida participarán del “día del Señor”. El
Apóstol confirma a los creyentes recordándoles que no sabemos ni el día ni la hora y los
exhorta a la sobriedad en el presente.
1.7 Filemón
Se discute si esta carta fue escrita en los años 56-57 d.C., desde Éfeso (cf. Aristarco en
Flm 34 y Hch 19,29) o alrededor del año 60 desde Roma. El Apóstol solicita a Filemón que
reciba al esclavo Onésimo como si se tratara del mismo Pablo. Se trata de una pequeña obra
maestra de persuasión en la cual Pablo busca formar la conciencia del cristiano, para que se
comporte de acuerdo con el amor y la fe en Jesús.
2.Las cartas discutidas
2.1 Efesios
La carta a los Efesios fue escrita entre los años 60-90 d.C., en algún lugar de Asia Menor,
alrededor de una “escuela paulina” que preservó el pensamiento y el estilo del Apóstol. En ella
se menciona la condición de Pablo “prisionero” (4,1), “embajador entre cadenas” (6,20). El
corazón de la carta es el misterio de Cristo, el cual se define como la unidad indisoluble entre la
cabeza, que es Cristo, y su cuerpo, que es la Iglesia. La carta promueve, además, la coherencia
moral con el conocimiento de este misterio.
2.2 Colosenses
La carta a los Colosenses fue escrita entre los años 60-90 d.C., en algún lugar de Asia
Menor, quizá un poco antes de la carta a los Efesios. Se atribuye a una “escuela paulina” que
conservó el estilo y la enseñanza del Apóstol. Esta carta comparte muchas características con la
carta a los Efesios, pero a diferencia de ésta no subraya tanto el papel de la Iglesia cuanto el de
Cristo. Es posible que haya sido la respuesta a algunas ideas erróneas que proliferaron en las
comunidades de Colosas y Laodicea.
2.3 Segunda Tesalonicenses
La segunda carta a los Tesalonicenses fue escrita entre los años 80-90 d.C., en algún
lugar de Asia Menor en el seno de una “comunidad paulina”. Esta carta fue elaborada sobre el
molde de la primera y trata aparentemente la misma cuestión: la venida del Señor y el final de
los tiempos. Sin embargo, a diferencia de la primera, enfatiza la prevención de los engaños del
maligno y de cualquier otra forma de maldad. Se discute mucho si su contenido apocalíptico es
paulino.
2.4 Primera Timoteo
La primera carta a Timoteo fue escrita hacia finales del Siglo I d.C., en algún lugar de
Asia Menor. Pablo asoció a Timoteo a su labor apostólica, según el testimonio de Hch 16,1-3;
18,5; 2Cor 1,19. La carta refleja una comunidad en transición de la misión a la
institucionalización. En ella se caracteriza la conducta intachable de los ministros (obispos,
diáconos, presbíteros) y del resto de la comunidad. La fe se entiende como un combate que
involucra el amor, la paciencia y la bondad.
2.5 Segunda Timoteo
La segunda carta a Timoteo fue escrita hacia finales del Siglo I d.C., en algún lugar de
Asia Menor. Esta carta se considera el testamento y la despedida del Apóstol al final de su vida:
“he peleado una buena pelea, he terminado la carrera, he mantenido la fe” (4,7). En ella se
exhorta a la fidelidad, firmeza y fortaleza ante las adversidades. También se prevé la
persecución para todos aquellos que quieran llevar una vida auténtica en Cristo.
2.6 Tito
La carta a Tito fue escrita hacia finales del Siglo I d.C. Tito aparece como compañero
apostólico de Pablo en algunas de sus cartas (2Cor 2,13; Gal 2,1-3), en el contexto de la misión
a Macedonia (2Cor 7,6.13) y de la colecta para los pobres de Jerusalén (2Cor 8,6.16). Por esta
razón la escritura de la carta se ubica entre las iglesias de Macedonia o Acaya. La carta ofrece
un resumen de la redención y del bautismo cristianos; redención entendida como purificación y
bautismo como renovación en el Espíritu Santo.
2.7 Hebreos
El autor de la Primera Epístola de Clemente (a finales del Siglo I o comienzos del siglo II
d.C.) se refiere ya a esta carta como parte del NT; su fecha de composición, sin embargo, es
incierta (entre el 65 y 90 d.C.). La autoría paulina de la carta se aceptó en las iglesias de
Oriente, pero se puso en duda en las de Occidente; ella no se incluye, por ejemplo, en el Canon
de Muratori (Siglo II d.C. aprox.). Su contenido se parece mucho al de una homilía antigua
elaborada a partir de textos del AT con el fin de demostrar el primado del sacerdocio de Cristo.
3 La teología paulina
3.1 El poder de Dios para la salvación
Pablo describe en sus cartas la acción de Dios a favor de los hombres por medio de
ciertas nociones conocidas en el AT. Dios, por ejemplo, justifica, salva, perdona, expía los
pecados de la humanidad. A estas nociones el Apóstol añade otras más propias del mundo
grecorromano. Dios reconcilia, concede la paz, une los ánimos. La teología de Pablo, sin
embargo, no se diferencia sustancialmente de su cristología, porque todas las acciones de Dios
se realizan por medio de Jesucristo. Todos los seres humanos, además, independientemente de
su raza y origen, ya sean judíos o no judíos, acceden a estos beneficios divinos por medio de la
fe en Cristo.
En la carta a los Romanos y a los Gálatas Pablo realiza un esfuerzo enorme por demostrar
con la ayuda de las mismas Escrituras del AT que las promesas de Dios a Israel preveían
también la inclusión de los no-judíos. Para ello el Apóstol tiene que explicar su comprensión
personal, o reinterpretación, de la alianza entre Dios e Israel y de la ley de Moisés. La alianza
establecida entre Dios y Abraham incluía la tierra y la descendencia para todo Israel. El sello de
tal alianza por parte de los israelitas consistía en la circuncisión de los varones. Pablo
demuestra que antes de la alianza y de la prescripción de la circuncisión, Dios hizo
una promesa incondicional a Abraham, en la cual Abraham creyó antes de hacerse israelita o
judío. La precedencia de la promesa (para todos los creyentes) con relación a la alianza
(circunscrita a los circuncisos) es así un punto de fuerza de la teología paulina. La consecuencia
inmediata de esta comprensión del modo de actuar de Dios es la derogación de la validez de la
ley de Moisés para quienes creen en Cristo. Si Cristo es el único intermediario entre Dios y los
hombres, la ley no puede ocupar este lugar. Pablo aclara que la ley de Moisés es santa, justa y
buena (Rm 7,12) y que fue la pedagoga de la humanidad para enseñarle el Cristo (Gal 3,24).
Ahora, en Cristo, todos los preceptos de la ley se sintetizan en el mandamiento del amor.
El poder del Evangelio de Cristo tiene repercusiones cósmicas. Pablo describe la actividad
de Dios a favor de la humanidad como capacitación para que ellos lleguen a ser hijos de Dios
en plenitud. Para lograr este objetivo, Dios, por medio de Cristo, traslada a quienes están bajo
el dominio del pecado y los reubica bajo el dominio de la gracia. Esto significa que, en Cristo,
Dios derrota al poder del pecado, su antiguo adversario. En las cartas discutidas, especialmente
en Efesios y Colosenses, la acción de Dios y la mediación de Cristo tienen también una
dimensión cósmica. Esta dimensión ya se sugiere en Rm 8,38-39 cuando se afirma que nada, ni
siquiera el poder del pecado, nos puede separar del amor de Dios. En Efesios y Colosenses la
soberanía de Cristo, y con ella la del Dios bueno, alcanza a todas sus criaturas, tanto las que
están sobre la tierra como en los cielos.
3.2 Seres humanos nuevos
Pablo explica la vida en Cristo mediante contrastes temporales, oposiciones lógicas y
paradojas humanas. Antes de la venida de Cristo éramos esclavos del poder del pecado, ahora,
en Cristo, somos “esclavos” de la justicia (Rm 6,18). Antes, bajo el régimen de la ley estábamos
expuestos a los caprichos del egoísmo humano (la carne), ahora en Cristo, hemos muerto a
tales caprichos y podemos vivir según el Espíritu. Pablo subraya el cambio entre el antes y el
después de los creyentes con la ayuda de la imagen del bautismo (inmersión). ¿Qué sucede en
los creyentes que pasan de estar bajo la ley, expuestos al pecado, a estar bajo la gracia? La
respuesta del Apóstol es contundente: sucede una muerte. El creyente se sumerge en la
muerte de Cristo, es con-sepultado, se hace uno con la sepultura de Cristo, y se une así a su
muerte (Rm 6,3-5). A esta identificación con su muerte no corresponde una identificación igual
con la resurrección del Señor: ésta se pospone para el futuro; seremos resucitados, así como
seremos salvados. La reflexión del Apóstol se concentra, de hecho, en las consecuencias
morales de esta inmersión en el presente: ahora caminamos en novedad de vida (Rm 6,4). La
participación en esta muerte separa al creyente del poder del pecado, de manera que pueda
poner sus cualidades al servicio de la justicia (Rm 6,12-14).
En 1 Cor 11,23-26 Pablo relata uno de los testimonios más antiguos de la Última Cena del
Señor y la explica como misterio de unidad y comunión con la misma entrega de Jesús en la
cruz. Pablo también describe esta unidad íntima del creyente con Cristo por medio de las
virtudes fe, esperanza y caridad. La fe en Cristo se traduce en la esperanza de la resurrección
con él; estas virtudes se materializan, a su vez, en manifestaciones de amor para con los
demás, sean miembros de la comunidad o no.
En las cartas discutidas la descripción de la identificación con el creyente cambia
ligeramente. En ellas se conserva el esquema temporal para esclarecer los efectos de la muerte
y resurrección. Sin embargo, a diferencia de las cartas auténticas en las cuales se acentúa el
“ya pero todavía no” (ya fuimos justificados, pero todavía no salvados), en las cartas discutidas
se insiste en la unión presente con Cristo: “por gracia ustedes ya han sido salvados” (Ef 2,5).
No sólo salvados, sino glorificados con Cristo, sentados a la derecha de Dios Padre (Ef 2,6).
¿Quiere decir esto que no falta nada en el camino hacia la salvación? Para que el creyente
llegue a ser perfecto, es decir, adulto o maduro en Cristo hace falta que conozca su misterio y
crezca armónicamente hasta identificarse con él mismo (Ef 4,13-16).
3.3 El cuerpo de la Iglesia
Pablo define a la Iglesia como comunión en el Espíritu. Él subraya curiosamente la
diferencia de sus miembros. Mediante la comparación con el cuerpo humano (1Cor 12,14-26) el
Apóstol muestra que cada miembro es diferente por naturaleza y por función. Esta comparación
le permite exhortar a sus oyentes a proteger con cuidado a los miembros más débiles (1 Cor
12,22-24). Durante su experiencia misionera y apostólica Pablo tuvo que enfrentar muchas
divisiones comunitarias; algunas por motivos religiosos e incluso espirituales, como la
proliferación de carismas; otras de tipo moral, como escándalos (1Cor 6,12-20; 7,1-2); otras de
tipo étnico, como discriminaciones entre judeocristianos y cristianos de origen pagano, entre
ricos y pobres. En todos estos casos el Apóstol busca ir a la raíz de la vida cristiana, evitando
dar a menudo directrices particulares. El vínculo de la caridad está por encima de cualquier
división. La presencia del Espíritu Santo en la comunidad garantiza, además, que su unidad sea
corporativa y orgánica, más que mera uniformidad.
En las cartas discutidas la comprensión de la Iglesia gana en densidad. En ellas la Iglesia
no se identifica en primer lugar con las comunidades locales sino con el cuerpo de Cristo, con
su cuerpo místico. Si Cristo resucitado es la cabeza, la Iglesia es su cuerpo glorificado. La
Iglesia es así el misterio de unidad entre esta cabeza y este cuerpo. Estas cartas ahondan en
los múltiples ministerios que se insinúan ya en la segunda generación apostólica: apóstoles,
profetas, evangelizadores, pastores, maestros (Ef 4,11). En las cartas pastorales (Primera y
Segunda a Timoteo, Tito) se describe cierta organización institucional de las comunidades
cristianas, como también la caracterización de ciertos ministerios instituidos: obispos (1Tim 3,1-
7; Tit 1,7-9) diáconos (1Tim 3,8-13), presbíteros (1Tim 4,17-22; Tit 1,5-6). Al Apóstol se le
atribuye, por ejemplo, el nombramiento de los responsables de la comunidad (2Tim 1,6-8). Se
trata de una Iglesia que crece y se organiza para difundir el Evangelio y promover la caridad.
Las cuatro cartas que discutiremos en esta sección no son solo las primeras cartas de Pablo,
porque al mismo periodo pertenecen las dos a los Tesalonicenses que ya discutimos.
Sin embargo, tomamos las a los Gálatas, las dos a los Corintios y la a los Romanos juntas
porque en ellas hallamos los fundamentos de la enseñanza de Pablo. La carta a los
Gálatas fue escrita desde Corinto durante el segundo viaje misionero de Pablo (D.C. 49
51) y las otras tres durante su tercer viaje misionero (D.C. 52 55).
Estas cartas escritas durante el periodo principal del ministerio apostólico de Pablo son
de importancia superlativa, y frecuen-
temente se las conoce como "epístolas capitales." Estas
grandes epístolas contienen la base de los temas principales que pertenecen a la
salvación.
Aunque las cartas contienen mucha doctrina, tenemos que recordar que las cartas de
Pablo son todos documentos "ocasionales" en el sentido de que cada una de ellas obedeció a
una
Situación particular. Ninguna fue escrita principalmente como una exposición sistemática de
doctrina ni aun la de Romanos, aunque ésta se parece más que cualquiera de las otras a tal
tipo de exposición. Siempre tenemos que considerar la ocasión de cada carta antes de
interpretar la enseñanza que encontramos en ella.
Sin embargo, después de haber dicho esto, quiero subrayar algunos temas centrales
que hallamos en todas cuatro cartas
Antes de considerar cada carta individualmente:
La Gracia de Dios:
Si hay un tema de las enseñanzas de Jesús que Pablo profundiza plenamente, éste es el
justificación del ser humano por la gracia divina. No es el tema propio de Pablo, sino recurre
repetidamente en las parábolas de Jesús. La palabra misma
"justificado" aparece en la parábola del fariseo y el publicano (Lucas 18:9 14); el
publicano, reconociéndose pecador y entregándose a la misericordia de Dios, "descendió
a su casa justificado antes que el otro." Así Jesús describe la aceptación del pecador por parte
de Dios
en el sentido de que ha sido "justificado", como anticipación de una absolución en el
juicio final.
El principio de la gracia de Dios aparece en la parábola de los trabajadores en la viña (Mateo
20:1- 16) en la cual los trabajadores contratados al final reciben el mismo salario que los que se
contrataron temprano por la mañana. La gracia de Dios aparece en la parábola de los dos
deudores (Lucas 7:41- 43): el uno debía una gran suma y el otro una pequeña suma,
pero ambos eran igualmente incapaces de pagar; entonces el acreedor les "perdonó a ambos".
En la parábola del hijo pródigo (Lucas 15:11-32), cuando la oveja negra de la familia
volvió avergonzada al hogar y comenzó el discurso que había preparado tan
cuidadosamente, el
Padre no lo sometió a la prueba para ver si era sincero. No!, simplemente lo perdonó y olvidó lo
pasado como si nada hubiera ocurrido.
Así Dios trata a los seres humanos. No los pone a prueba para ver si dan resultado, porque en
esa situación nunca podríamos estar realmente seguros de haber cumplido, de que
nuestra conducta es lo suficiente buena como para merecer finalmente la aprobación divina.
Dios de antemano, en su pura gracia, nos asegura que nos acepta y así nosotros agradecidos
de esa seguridad podemos entregarnos a hacer su voluntad de corazón, como respuesta
de amor, por el amor del Espíritu Santo.
En la gracia la iniciativa siempre es de Dios. El nos da lareconciliación; nosotros la recibimos
(Romanos 5:11).
En las palabras de Pablo en 2 Corintios 5:18, "Todo esto proviene de Dios, quien nos reconcilió
consigo mismo por Cristo." El tema de la pura gracia de Dios hace eco en las primeras cartas
paulinas.
La Justificación por la Fe
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