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Abstract: Religion, mystic and medieval philosophy have a singular and fundamental
presence in the Jorge Luis Borges’s fictions, particulary visible in his first book of short
stories, Ficciones. In this, the tale «El milagro secreto» presents a common problem of «the
three religions of the book», Judaism, Cristianism and Islam: the nature of the Eternity
*
Magíster en Diversidad Cultural por la Universidad Nacional de Tres de Febrero (UNTref). Licenciado
en Letras por la Universidad del Salvador (USAL). Es docente de Literatura Italiana I en la USAL y
Profesor adjunto en las cátedras de Literatura Italiana y de Metodología de la Investigación Literaria
en la Universidad Católica Argentina.
Correo electrónico: [email protected]
Fecha de recepción: 04-05-2012. Fecha de aceptación: 29-06-2012.
Gramma, XXIII, 49 (2012), pp. 121-139.
© Universidad del Salvador. Facultad de Filosofía y Letras. Área de Letras del Instituto de Investigaciones
de Filosofía y Letras. ISSN 1850-0161.
122 - Gramma, XXIII, 49 (2012) La Eternidad bajo la Sombra… (121-139)
Introducción
El ejercicio de imaginar un reloj que pudiera medir la eternidad generaría sin
duda objetos surrealistas: un reloj de arena con granos que son otros relojes de
arena cuyos granos a su vez se repiten como espejos midiendo horas dentro de
las horas, una clepsidra de hielo cuya inmovilidad fija el instante, un péndulo
en llamas como una suerte de cruza entre refinados mecanismos de plata y un
fénix, o los famosos relojes derritiéndose al sol que pintara Dalí, en donde el
tiempo es pura irrealidad. La absurda monstruosidad de las imágenes responde
al hecho, simple e inabarcable a la vez, de que la Eternidad no es mensurable.
Lo que llamamos cotidianamente «tiempo», por el contrario, está compuesto
de una sustancia concreta y fugitiva a la vez: una sucesión de instantes tan
pequeños como queramos, pero siempre con un límite preciso. Límite es,
entonces, la palabra que marcaría la diferencia más profunda entre cualquier
infinito posible (no solamente el temporal) y la Eternidad (o bien, Lo Eterno),
pues toda sucesión, por extensa que sea, presupone la individuación (al menos
en el plano matemático) de sus partes. Estas concepciones, tanto en la filosofía
medieval como en las matemáticas modernas, poseen un paralelismo muy
sugerente que un autor como Jorge Luis Borges explora y aplica con singular
sutileza. «El milagro secreto», cuento escrito en 1943 (la fecha es importante en
función de la trama del cuento) consiste en una ágil aplicación de concepciones
orientales, hebreas, medievales y de las matemáticas modernas. Acaso porque
toda cultura es fundamentalmente sincrética, este cuádruple vínculo no debería
extrañarnos. Y, como lo expresa Borges en el título mismo, comprendemos
que la «experiencia» de la Eternidad sólo puede adoptar la forma del milagro.
Intérpretes del Corán como Maracci (Citado por Wherry, 1896, p. 384)
aseguran que este viajero fue Ozair, quien, cabalgando en un asno blanco, tenía
en las manos un cesto de higos y un vaso de vino. Al pasar frente a las ruinas
de Jerusalén, destruida por los Caldeos, profirió injurias contra la potencia
divina y fue castigado con la muerte. Dios lo resucitó cien años después y le
mostró su alimento y su bebida preservados del efecto del tiempo. Después le
hizo notar que los huesos de su asno que emblanquecían la tierra se cubrían
de carne a su mandato, y que el animal, vuelto a la vida, se disponía a beber.
La cita completa, comparada con el recorte hecho por Borges, nos ilustra
sobre cuál aspecto del milagro es realmente importante para el autor. Las
circunstancias del milagro (ciudad en ruinas, los huesos del camello, los
higos intactos) son solamente eso: circunstancias de las que la esencia del
milagro puede prescindir. El hecho esencial es la experiencia de la Eternidad
que representa, experiencia que sólo puede obtenerse a través del milagro y,
esencialmente, por un milagro secreto.
Es evidente la fascinación que Borges tenía por las religiones, más si pensamos
que el cuento que nos ocupa se perfila como una suerte de encrucijada o punto
de encuentro de las tres religiones del Libro: la cita del Corán, la mención del
Sepher Yezirah y el origen judío del protagonista, la cultura cristiana y occidental
del autor (de la que no puede prescindir) y la referencia al místico y también
filósofo renacentista Jakob Boehme. Esta encrucijada se encuentra en la esencia
del Dios Creador y de la Eternidad, tema central de la ficción.
En El Corán, dentro de la enumeración de los noventa y nueve nombres
articulables de Dios, se citan tres, uno después de otro: El Creador (Al-Jaliq);
El Productor, el que realiza o desarrolla la creación (Al-Barí); y El que da la forma
articulo determinativo «Al» se adjunta siempre al sustantivo (si éste es determinado). Por lo tanto, son
erróneas por redundantes expresiones como El Alcorán.
124 - Gramma, XXIII, 49 (2012) La Eternidad bajo la Sombra… (121-139)
(Al Musawwir) (Burckhardt, 1992, pp. 68-70). Esta profusión de nombres (se
supone que un musulmán debe ser capaz de recitarlos todos y en su orden
preciso) no nombran distintas manifestaciones de Dios sino sus atributos. Como
esta enumeración debe ser necesariamente infinita, el centésimo nombre, el
que no puede articularse, es el que da medida de su Eternidad. Sobre los tres
que hemos mencionado, lejos de ser sinónimos, delimitan los tres aspectos de
la creación, y serían aplicables tanto a Dios como al escritor Jaromir Hladik:
el que concibe la obra, el que la construye, y el que le da su forma en verso.
El Sepher Yezirah (Riffard, 1987, pp. 346-348; Roob, 1997, p. 97) (tratado
del siglo V A.D. aproximadamente) trata de los diez números primitivos, los
Sefiroth, relacionados con las órbitas de los planetas. Implican una emanación o
esfera (curiosa sinonimia) a través de la cual se manifiesta Dios. El viajero que
recorriese los diez Sefiroths, se encontraría a sí mismo y a Dios.
Jakob Boehme por lo pronto es emblemático por su conjugación de mística y
filosofía. Su concepción de Dios como «pura Actualidad» y «Energía Creadora»
constituían, para él, una forma de explicar el mundo, pero esta explicación no
puede ser en sí misma más que «un reflejo del propio proceso de autogeneración de Dios»
(apud Ferrater Mora, 1999, pp. 399-400).
Podemos encontrar una suerte de summa de estas tres visiones en una
novela muy cara a Borges: Hacedor de Estrellas de Olaf Stapledon2. Suerte de
Cosmogonía y de viaje celeste paralelo (pero no paródico) al de Dante Alighieri,
el protagonista-viajero de esa novela es llevado a través del cosmos viajando
de una mente a otra de todos sus diversos habitantes. Verá así innumerables
formas de comprender la creación y la vida. La última visión que tendrá será
la de un Dios Creador, un artista, que da forma al universo. El desarrollo del
viaje del hombre acontece en el tiempo y en el espacio Infinitos. El encuentro
final, sin embargo, sucede en otro plano. El artista, necesariamente, debe
poder contemplar su obra en su totalidad. Como esta es Infinita, o al menos
se despliega en el Infinito, el punto de vista del «artífice» debe estar más allá
de lo temporal y lo espacial. Este artista modela el cosmos desde la Eternidad.
Curiosamente, esta novela ha sido clasificada frecuentemente dentro del un
tanto difuso género de ciencia ficción. Sin embargo, basta comparar con las tres
concepciones desplegadas por las religiones del libro para comprender que es
fundamentalmente mística, quizás el único plano desde donde puede intuirse
2 Título original: Starmaker. Hay edición en español: Stapledon, O., Hacedor de Estrellas, Barcelona,
Minotauro, 1988.
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entre Dios y el Cosmos. Tanto San Agustín como Boecio explican que la
Eternidad no puede medirse, pues en ella no existe nada que pasa; todo es
presente y está presente: «interminabilis vitae tota simul et perfecta possessio» (Cf.
BOECIO, Philosophiae consolatio V 6, 4, 8-9). [La eternidad es la posesión entera,
simultánea, y perfecta de una vida interminable. La traducción es nuestra.
Ver además (Boecio, 1999, p.182)]. Sugestivamente, podemos imaginar una
lengua que pudiera existir dentro de ella. Necesariamente, debería carecer de
verbos, porque ninguna acción o situación es sucesiva. Dentro de ella, todo es
presente, todo es sustantivo.
Como una suerte de condensación del pensamiento teológico-filosófico
acumulado hasta entonces, a mediados del siglo XII, apareció en Europa un
libro de origen incierto, conocido actualmente con el título de El libro de los
veinticuatro filósofo (2000). Presentado como las conclusiones de un simposio en
donde participaron veinticuatro filósofos cristianos, aunque completamente
anónimo, recoge otras tantas definiciones de la esencia divina.
Su influencia, ya por las ideas que contiene o por su propuesta, fue
importantísima tanto en filosofía como en la mística cristiana. Sus conceptos
serán reelaborados por autores como el Maestro Eckhart y Nicolás de Cusa en
la Edad Media, y por Copérnico y Giordano Bruno en el Renacimiento. Para
nuestro objetivo, tomaremos de él solo tres proposiciones:
Proposición II:
Deus est sphaera infinita cuius centrum est ubique, circumferentia nusquam.
Haec definitio data es per modum imaginandi ut continuum ipsam primam causam in vita
sua. Terminus quidem suae extensionis est supra ubi et extra terminans. Propter hoc ubique
est centrum eius, nulla habens in anima dimensionem. Cum quaerit circumferentiam suae
sphaericitatis, elevatam in infinitum dicet, quia quicquid est sine dimensione sicut creationis
fuit initium est. (2000, 46-47).
[Dios es una esfera infinita cuyo centro se halla en todas partes y su
circunferencia en ninguna.
Esta definición está formulada de modo que se imagina la primera causa, en
su vida, como un continuo. El término de su extensión se pierde por encima del
dónde e incluso más allá. Por esta razón, su centro está en todas partes, y el alma
no puede pensarlo con dimensión alguna. Cuando busque la circunferencia de su
esfericidad, dirá que se halla elevada al infinito, puesto que aquello que carece de
dimensión es indeterminado, como lo fue el inicio de la creación (2000, 46-47)].
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Proposición VII:
Deus est principium sine principio, processus sine variatione, finis sine fine.
Haec definitio est secundum speciem data.
Genitor vero primum capit ratione geniturae, sed [non]4 sic primo ut non
prius. Genitus vero procedit generatione in finem, sed non recipit variationem
natura medii. Intendit enim quod idem est finis vero nomine generantis et
geniti, quia non est vita divina nisi unum medio tantum; sed non est finus
ratione operis, ut quies et motus (2000, pp.56-57).
[Dios es principio sin principio, proceso sin mudanza, fin sin fin.
Esta definición está formulada en términos de especie.
El engendrador, en verdad, tiene dignidad de principio en virtud de la
generación, y existe en principio sin tener un antes. El engendrado procede
en la generación hacia el fin, pero no experimenta mudanza en su naturaleza
de término medio. El texto quiere decir de hecho que el fin es idéntico para el
verdadero engendrador y el verdadero engendrado, puesto que la vida divina no
es más que una sola vida en común; pero no es un fin con respecto a una obra,
como la quietud con respecto al movimiento (2000, pp.56-57)].
Proposición IX:
Deus est cui soli praesens est quicquid cuius temporis est,
Haec definitio est secundum formam.
Totum quidem uno aspectu omnes partes videt, pars vero totum non videt, nisi diversis
respectibus et successivis. Propter hoc deitas est successivorum totalitas. Unde intuitus eius
unicus est, non consequenter factus.(2000, pp.60-61).
[Dios es el único que tiene presente todo cuanto pertenece al tiempo. Esta
definición es según la forma. El todo ve todas las partes con una sola mirada,
mientras que la parte no ve el todo más que por aspectos diversos y sucesivos. Por
esa razón, la divinidad es la simultánea totalidad de los aspectos sucesivos. De ahí
que su visión sea única, y no tenga lugar de manera sucesiva. (2000, pp.60-61)].
4 Según Lucenti, este non debería suprimirse por considerarlo un error del copista. De hecho, vuelve
contradictoria a la proposición, EL libro de los veinticuatro filósofos, p. 57.
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Retorno, el ciclo es nada más que un infinito (entre infinidad de infinitos posibles).
La proposición novena busca explicar a Dios como una simultaneidad,
es decir, para la divinidad el tiempo no puede ser sucesivo (en el sentido de
Cronos). No es movimiento sino una suerte de movimiento inmóvil (necesariamente
debemos recurrir a las paradojas), en donde es el propio movimiento que, sin
detenerse, permanece inmóvil, como un reloj que pudiera marcar todas las
horas del tiempo a la vez5.
Tenemos así una continuidad simbolizada en la forma de una esfera, una
ausencia de límites (o lo ilimitado, el Ápeiron de Aristóteles) y la simultaneidad:
tres palabras en las que se sustenta el concepto de Eternidad que emplea Borges
en «El milagro secreto». De hecho, sin esta concepción como preexistente, no
podría haberse producido el milagro6. Volveremos más adelante sobre la idea
de «milagro», esencial para comprender el cuento. No es casual que las obras
que el protagonista del cuento ha escrito sean un libro de mística judía (una
traducción del Sepher Yezirah) y una Vindicación de la Eternidad. En la primera, el
número y la esfera son metáforas de Dios. En la segunda, rechaza la sucesión
y se habla, incluso, del pasado modificable (de Parménides a Hinton han
evolucionado las metáforas, pero la idea permanece). Como dijo el propio
Borges, «quizás la historia universal es la historia de unas cuentas metáforas» (Borges,
1983, p. 636). O bien, «de las diversas entonaciones de algunas metáforas». (Borges,
1983, p. 638) [Las cursivas son nuestras.] De ser así, todos los lenguajes
empleados por todos los hombres desde todos los tiempos buscan registrar
lo inapresable, lo elusivo, lo fugitivo que, sienten, el tiempo les ha traído, pero
que se ha llevado irremediablemente con él. Si el centro de la Eternidad es
Dios o no, si se trata de una mera paradoja matemática o de un estado de la
consciencia, es una cuestión de incierto debate. Lo cierto, lo innegable, es que
algo queda en nosotros.
En un notable fragmento, que sintetizamos, Borges nos da su visión o
experiencia de Eternidad sin Dios:
5 Dentro de las múltiples lecturas de la Teoría de la Relatividad, existe un curioso fenómeno que,
dentro de la física, se conoce como La paradoja de Russell (Bertrand) o bien, como La paradoja de los
relojes. En apretada síntesis, si dos naves dieran la vuelta al mundo, viajando a la velocidad de la luz y en
la misma dirección, pero en sentidos opuestos, y en cada una de ellas hubiera un observador y un reloj,
cada observador vería en la otra nave que ese reloj atrasa con respecto al suyo. No hay simultaneidad,
pero sí fluctuación en su discurrir, acaso porque la velocidad de la luz todavía se encuentra lejos de
alcanzar la velocidad del movimiento inmóvil.
6 Volveremos más adelante sobre la idea de «milagro», esencial para comprender el cuento.
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Acaso lo que menos nos sorprende es pensar que el mismo Borges podría
haber sido Kirilov. Que el diálogo haya sido entre dos anarquistas es un hecho
casi secundario. Pero no debemos forzar mucho los conceptos para encontrar
un profundo paralelismo entre la cita coránica inicial, el texto de Los Demonios,
y el texto del Apocalipsis de San Juan, que citamos a continuación: «Oti cronos
ouketi istai» [no habrá ya más tiempo] (San Juan, 1999, p. 1325)
donde fue creada una imitación de hombre que no podía llegar a ser un laberinto
humano. Roemerstadt teme una conspiración. En todo momento, presiente el
peligro que para él representa Kubin, personaje que ha perdido la razón y cree
ser Roemerstadt. El drama transcurre de forma circular, sin resolución. En algún
punto de su desarrollo, descubrimos que en realidad Roemerstadt no existe
en el drama sino como delirio de Kubin. Roemerstadt es Kubin que se cree
Roemerstad, amenazado, sin saberlo, por sí mismo. Acaso sobrevuela el drama
la idea del nazismo y de su paranoia. Sin embargo, encontramos una lectura
mucho más inquietante. El drama Los enemigos es una lucha por la identidad que
no encuentra resolución. Pero se trata de una triple identidad: la de Roemerstadt,
la de Kubin, y sobre todo, la de Hladik. No es casual que el texto se inicie con
un largo ajedrez entre dos familias ilustres. Hladik se sueña perdido en el juego,
y el tablero, geométricamente perfecto, aparece reemplazado por un desierto
lluvioso. La paradoja no es solamente un recurso onírico: el ajedrez es símbolo
de la Jerusalén Celestial y de la conciliación de los opuestos. Las combinaciones
de su juego son infinitas, sino eternas. Pero la geometría celeste desaparece,
reemplazada por el desierto, que es el lugar de la Nada. Hay que recuperar el
lugar que hace a la identidad, y quizás la culminación del drama Los enemigos
pueda lograrlo. Si Roemerstadt es «ciudad de los romanos», es decir, Roma,
punto de contacto entre la ciudad terrestre y la celeste, Kubin necesariamente
debe ser una parodia de ambas. Kub, en Yidish es «cubo» en sentido matemático
(es decir, tanto la forma geométrica como la potencia). Kubus, en alemán,
posee exactamente el mismo sentido, al que se añade el adjetivo kubisch con
el sentido de «cúbico».Kubin sería entonces una deformación (diríamos, una
ocultación) de este sentido geométrico del nombre. El ajedrez es un cuadrado
de ocho casillas de lado, sesenta y cuatro en total. Ocho es el cubo de dos, es
decir, tres veces dos, y el tres, en lenguaje místico, equivale al infinito7. Pero
además, el nombre de pila de Kubin es Jaroslav, el de Hladik, Jaromir, y en el
interrogatorio de la Gestapo surge que su apellido materno es Jaroslavsky, es
decir, «hijo de Jaroslav». La identificación entre el personaje de Borges y el
personaje creado por el personaje de Borges es completa.
En la imaginación matemática de Borges, la vida es un personaje poliédrico
que se desenvuelve en una trama esférica. Tal como en los vanos intentos del
griego Antifón de obtener la cuadratura del círculo, nos encontramos con
esta esencia «irracional». El drama Los enemigos es en el fondo una horrenda
7 Hemos dejado de lado las interpretaciones trinitarias de este rompecabezas numérico de Borges.
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La detención del universo físico implicaría el fin del tiempo como, Cronos, de
la misma forma en que detendría el tiempo el ángel que anunciará el Apocalipsis.
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El insólito empleo de Eternidad como verbo (El brazo del sargento eternizaba...)
busca provocar aquella misma experiencia que viviera Borges frente a la tapia
rosada. Que el viento hubiera cesado como en un cuadro da más la idea de su
congelación, como una especie de aliento contenido, que de auténtico cese. En
el desgranarse de sus ideas, piensa sucesivamente en el infierno8, en la muerte
y en la locura. Luego, en la detención del tiempo. Pero si su pensamiento no
se detiene, quiere decir que el tiempo, como movimiento, no está presente.
Parece evidente que el milagro secreto que experimenta Jaromir Hladik es
en cuanto a la sustancia: hay una interrupción del tiempo propio del mundo
físico (Cronos) para que se desarrolle el tiempo de la existencia creadora (Aión).
Este tiempo asume la forma de un segmento de Eternidad (si es que tal imagen
geométrica pudiera aplicársele) en tensión permanente con la inmovilidad del
Universo Físico, de una forma opuesta a Kubin desenvolviendo su existencia
dentro de un tiempo esférico. La esencia del Apearon determina que Kubin no
tenga jamás redención; la aproximación sucesiva jamás completada condena
al personaje a experimentar infinitamente su delirio. La esencia de la Eternidad
hace que Hladik obtenga su redención desde la secreta completitud de su obra.
No es meramente propio de la fábula de la historia que el personaje (el judío)
muera frente a un pelotón de fusilamiento nazi, aunque no debemos desdeñar
el componente testimonial del cuento. Es la completitud de la obra la que le
permite a Hladik insertarse en la Eternidad por cuanto ha ocurrido fuera del
tiempo, y no como repetición infinita de él. Un año fue su pedido secreto a
Dios. «Un año» le fue concedido. Pero este período no puede medirse. Nadie
lo mide, salvo el autor, con sus versos. Casi podríamos traducir ese año como
el tiempo de vida de la obra.
El fusilamiento acontece en un patio con baldosas; acaso podemos suponerlo
ajedrezado. El ajedrez, símbolo de la combinación infinita, es la prefiguración de
la Jerusalén Celeste. Sobrevolando la aterradora presencia inmóvil del pelotón
nazi, una minúscula abeja deja caer su sombra sobre una baldosa. Este pequeño
insecto es, para la Cábala judía, un mensajero divino, un elemental. Para los órficos,
las almas eran simbolizadas por abejas, pues tal como ella, salen las almas de
la unidad divina (Cirlot, 1997, pp. 63-64). Pero sea cual fuere su simbolismo,
puede que para Borges tenga el mismo significado que la letra perdida entre
el múltiple mapa de la India que Hladik había encontrado en su sueño. Bien
podría ser que ella complete el milagro: es el punto infinitesimal y perdurable
8 Dinanzi a me non fuor cose create / se non etterne, e io eterno duro. Dante, Commedia: Infierno. Canto III, vv. 7-8.
138 - Gramma, XXIII, 49 (2012) La Eternidad bajo la Sombra… (121-139)
Conclusiones
El milagro sólo sucede en la Eternidad, ajeno a lo infinito, a lo racional, y a
lo verosímil. Es una singularidad, una irrupción de lo divino dentro del tiempo
físico. Es el movimiento inmóvil que salva (y diría, incluso, que hace feliz) al
protagonista, llevándolo fuera del ciclo inexorable de su muerte, y dándole la
oportunidad de la redención a través de su obra. No es la magnificencia de
Dios lo que Borges rescata, sino el dulce vértigo del hacedor del drama, y su
fascinada gratitud. Para Borges, como quizás para Occam y el Cusano, se trata
de un milagro que, para no caer en contradicción con la construcción divina
del tiempo, debe suceder fuera de él. Y eso lo convierte en secreto, individual,
y precioso. Acaso podría pensarse el para qué permitir la conclusión de una
obra que desaparecerá, como el tiempo del Apocalipsis, con la mente de su
hacedor. Pero en la Eternidad todo queda, todo reside en acto presente. Ésta es
una problemática que atraviesa a las tres religiones del libro, y que sólo parecería
tener una respuesta desde la fe y desde la poesía. «El milagro secreto» bien
podría ser un fragmento de mística y de teología medievales. Que su autor se
haya declarado agnóstico o ateo no cambia nada: esa declaración fue hecha
ante el tiempo fugitivo de la vida, no ante la vida misma. Por eso, en el cuadro
final, inmóviles el pelotón de fusilamiento y su víctima, Borges se procura
un signo de salvación para su personaje. Porque Dios, en su irracionalidad y
eternidad, acaso pueda adoptar cualquier forma de la insignificancia: una letra en
un vertiginoso mapa de la India, un personaje poliédrico (Kubin) en un drama
circular, un escritor que escribe sólo en su mente, y, sobre todos ellos, una abeja
contemplando el rostro inmóvil del hacedor que la incluye en su relato sin
saber que ya la eternidad estaba cobijada por su minúscula, vertiginosa sombra.
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