5527d72c2404e-Abellan Joaquin, Nacion y Nacionalismo en Alemania (CC)

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La presente obra expone el proceso de formación del Estado nacional

alemán contemporáneo a partir de la situación política -europea y alemana-


creada por el Congreso de Viena de 1814-1815, así como la evolución respecto de
la cuestión nacional seguida por ese Estado, fundado en 1870-1871.

En cada uno de los grandes períodos estudiados (1815-1866, 1871-1918,


1918-1933, 1933-1945 y 1945-1990), se presenta la cuestión nacional alemana en
el contexto de la organización político-constitucional, en el marco de las relaciones
internacionales europeas y en continua referencia al pensamiento sobre la nación
y la identidad nacional elaborado por intelectuales, organizaciones sociales y
partidos políticos.

Este libro muestra, por una parte, la variedad de concepciones sobre la


nación desarrolladas en Alemania a lo largo de estos dos últimos siglos, y, por
otra, la profunda relación existente entre la cuestión nacional alemana y la historia
de Europa.
NACIÓN Y NACIONALISMO EN ALEMANIA

JOAQUÍN ABELLÁN

©1996, Abellán, Joaquín


©1997, Tecnos

Colección: Colección ventana abierta

ISBN: 9788430930005

Generado con: QualityEbook v0.37

INTRODUCCIÓN

Cuando en 1806 desapareció formalmente el Sacro Romano Imperio de la


Nación Alemana comenzó en un sentido estricto la «cuestión alemana». Tras la
destrucción del Imperio milenario por Napoleón Bonaparte, los Estados que lo
habían formado tuvieron que relacionarse entre sí de otra manera. Comenzó la
búsqueda de una forma de organización política que pudiera satisfacer a los
propios alemanes y al sistema de Estados europeo. Tras la ocupación napoleónica
y las consiguientes guerras de liberación, los diplomáticos europeos reunidos en el
Congreso de Viena acordaron una forma de organización política para los
alemanes. Desde entonces, la «cuestión alemana» ha consistido en la
inadecuación entre la forma de organización política y la comunidad étnica y
cultural, y en la consiguiente y problemática búsqueda de una fórmula política que
pudiera agrupar a todos los que, desde el punto de vista cultural y étnico, eran
alemanes.

Esa búsqueda, ese proceso de formación del Estado nacional, ha


presentado en Alemania unas características peculiares, que lo han diferenciado
respecto a los procesos de otros Estados europeos. Para iluminar
conceptualmente el proceso alemán se acuñaron también dos conceptos
específicos —Kulturnation y Staatsnation—, que no tienen una correspondencia
exacta en los otros idiomas.

Fue el historiador Friedrich Meinecke, quien en su libro Weltbürgertum und


Nationalstaat («Cosmopolitismo y Estado nacional»), publicado por vez primera en
1908, estableció esta diferenciación conceptual, entendiendo que la Kulturnation
se basa en la posesión común de una cultura, mientras que la Staatsnation
descansa sobre todo en la fuerza unificadora de una historia y una constitución
política común. A pesar de todas las reservas y limitaciones que el propio
Meinecke establece respecto a esta clasificación, por ser dos tipos de nación que
no se dan con pureza en la realidad, él consideraba que esta clasificación de las
naciones —grandes comunidades humanas con un núcleo común de parentesco y
con una referencia a un determinado territorio— en «naciones culturales» y
«naciones políticas» resultaba adecuada para acercarse al fenómeno nacional. 1

La conceptualización de Meinecke permite, en todo caso, entender el caso


alemán a comienzos del siglo XIX, es decir, una situación histórica en la que la
conciencia de unidad y el sentimiento de pertenencia común de los alemanes se
desenvolvía en el nivel de la cultura —lengua, literatura, religión, tradiciones—,
con independencia del Estado concreto a que pertenecían dentro del Reich. En las
críticas décadas finales de la existencia del Reich de la nación alemana —a finales
del siglo XVIII y comienzo del XIX—, en efecto, algunos intelectuales comenzaron
a elaborar un concepto cultural de la nación alemana para contraponerlo
expresamente al concepto de nación existente en la época, un concepto político
de nación referido concretamente a la Reichsnation. Esta «nación del Reich»
estaba integrada exclusivamente por los sujetos políticamente activos en el Reich,
es decir, por los nobles, y no hacía referencia alguna a la cultura alemana; tenía,
más bien, una relación negativa con la cultura alemana, porque en las cortes
alemanas se había generalizado el cultivo de la lengua y la cultura francesas.
Frente a esa «nación» entendida en términos políticos y limitada a muy pocos, los
escritores y los estratos cultos dentro de los distintos Estados alemanes
reivindicaron una conciencia nacional común, referida ahora a la lengua y cultura
alemanas. La nación como comunidad lingüística y cultural era el contrapunto a la
nación de los nobles. La cultura alemana se convirtió así en el punto de referencia
de la nueva conciencia nacional alemana, que se cargó, por ende, con contenidos
y tonos antifranceses.2

La diferenciación conceptual de Meinecke permite alumbrar, por un lado, el


punto de partida de la conciencia nacional alemana contemporánea y, por otro, las
tensiones y dificultades que experimentó el proceso de formación del Estado
nacional alemán para dar una forma de organización estatal a la comunidad
étnico-lingüístico-cultural. El proceso de Nation-building, de formación de la
nación, se realizó, en el caso alemán, en un ámbito previo al Estado nacional. El
fundamento de ese proceso venía constituido por los elementos comunes
lingüístico-culturales y su objetivo era la reunión de la Kulturnation en un solo
Estado —nacional—. Se trataba de encontrar una adecuación entre la comunidad
cultural y la comunidad política. El ámbito de la nación se extendía por encima de
las fronteras políticas existentes y demandaba la formación de un nuevo Estado,
con nuevas fronteras. En esta tensión por adecuar entre sí la nación («cultural») y
el Estado («nacional») consistió básicamente la llamada «cuestión alemana»
durante los siglos XIX y XX.

A lo largo del proceso de formación del Estado nacional, el nacionalismo


alemán —entendiendo el nacionalismo como una ideología de integración—
mostró una vertiente emancipatoria y liberal al mismo tiempo que una vertiente
discriminatoria hacia el exterior. La integración nacional implicaba ciertamente una
reivindicación de igualdad y de participación, pero implicaba al mismo tiempo en
muchos casos un expreso rechazo de lo exterior, de lo considerado como no
propio, que llegaba a incluir en ocasiones una discriminación interior de quienes
no eran considerados como pertenecientes a la comunidad nacional. 3

La formación del Estado nacional alemán fue una de las muchas que
tuvieron lugar en Europa en los siglos XIX y XX, 4 pero presentó ciertas
peculiaridades derivadas, a su vez, de determinadas circunstancias históricas y
geográficas. Estas circunstancias plantearon especiales dificultades en el logro de
un Estado nacional alemán, que satisficiera simultáneamente a los propios
alemanes y a los demás Estados europeos.

La primera pecularidad del proceso de formación del Estado nacional


alemán era la dimensión cuantitativa de la población alemana. Los alemanes eran
el pueblo más numeroso de Europa y su unificación política les convertía en el
Estado europeo con una población superior a los demás (excepto el ruso).
Además de la cantidad, un aspecto cualitativo se sumaba a la peculiaridad de los
alemanes: su potencia cultural y económica. Desde la rápida industrialización a
mediados del siglo XIX, Alemania se convirtió en uno de los Estados europeos con
mayor producción industrial. Por otro lado, desde la época del clasicismo vienes y
de la Weimar de Goethe, los alemanes se habían convertido asimismo en un
pueblo con una enorme y rica cultura.

Otra circunstancia relevante era la situación geográfica de Alemania, en el


centro de Europa y con más vecinos que ningún otro país europeo. Era ésta una
circunstancia que implicaba una mayor posibilidad de fricciones y conflictos con
los otros Estados, a la vez que convertía Alemania en un país de cruce de culturas
y conquistas de la civilización. Al estar en el centro de Europa, todo lo que
ocurriera en Alemania tenía repercusiones inmediatas para los demás. La historia
de Alemania ha estado especialmente imbricada con la historia de Europa y las
distintas soluciones dadas a la «cuestión alemana» durante los siglos XIX y XX
han tenido que tomar en consideración de manera especial la posición de los otros
Estados al respecto. Cuando alguna de las fórmulas dadas a la «cuestión
alemana» no tomó debidamente en cuenta a los otros, el resultado fue la guerra.
La fórmula dada por el Congreso de Viena en 1814-1815 —la «Confederación
Germánica»— y la del Estado nacional sin Austria en 1871 pretendían
expresamente no romper el equilibrio del sistema de Estados europeo. Cuando
Hitler quiso realizar la Gran Alemania, a partir de 1938, su «solución» de la
cuestión alemana repercutió inmediatamente sobre los demás Estados y condujo
al desencadenamiento de la segunda guerra mundial. La profunda conexión de la
cuestión nacional alemana y la historia de Europa se puso nuevamente de
manifiesto tras la segunda guerra mundial y el desarrollo de la guerra fría.
Alemania fue dividida como consecuencia del enfrentamiento entre las potencias
vencedoras de la guerra, y la división de Alemania, a su vez, fue continuo motivo
de enfrentamiento entre los bloques. Esta imbricación de la historia alemana con
la historia de Europa ha sido, pues, constante. Por otra parte, el que Alemania
haya sido país de cruce entre el sur y el norte y entre el oeste y el este de Europa
ha afectado profundamente a la identidad colectiva de los alemanes. Situados en
el centro, los alemanes han desarrollado tanto una atracción por el mundo
occidental como por el mundo eslavo. Esta situación ha sido causa de tensiones
internas, que no dejaron de reflejarse asimismo en la política exterior alemana
durante estos dos últimos siglos.5

Las páginas que siguen comenzaron a ser escritas como un análisis de la


idea de nación en la Alemania contemporánea. Otros estudios previos sobre el
liberalismo alemán anterior a la Revolución de 1848-1849 me habían puesto de
manifiesto que también en Alemania se había elaborado una concepción moderna
de la nación y se había luchado por ella. Por consiguiente, no todo el pensamiento
sobre la nación se podía reducir a la visión racial-racista del nacionalsocialismo o
reconducirlo hacia ésta. Pero en el desarrollo del análisis observé que, si ya con
carácter general no tiene sentido hacer una historia inmanente de las ideas, en el
tema que me ocupaba era preciso conectarlo a otros niveles de la realidad
histórica. Por esta razón, el análisis de la idea de nación fue integrándose en un
contexto más amplio.
Las aportaciones teóricas sobre el concepto de nación se sitúan en el
contexto del movimiento de la unificación política y de los avatares seguidos por la
nación y el Estado alemán en el siglo XX. Y por esta misma razón se da amplia
acogida a los problemas históricos y políticos surgidos en torno a la solución de la
«cuestión alemana» en estos dos últimos siglos. Cada capítulo abarca un período
de tiempo en el que culminó una determinada solución de la cuestión nacional
alemana (1871, 1918, 1938, 1945, 1990) y analiza siempre tres niveles: la solución
político-constitucional dada a la cuestión, el contexto internacional —para mostrar
la posición de los Estados europeos respecto a la fórmula adoptada para la
cuestión nacional alemana— y el pensamiento elaborado sobre la nación y el
nacionalismo, haciendo referencia a aquellos acontecimientos que promovieron la
formación del Estado nacional o protagonizaron un nacionalismo discriminatorio y
expansionista.

El primer capítulo (1815-1871) se ocupa sobre todo de las dificultades


derivadas de la propia estructura de la Confederación Germánica para la
formación del Estado nacional alemán; analiza los ingredientes del movimiento de
unificación y el intento fallido de la Revolución de 1848-1849, para terminar con la
formación del Estado nacional en 1871, lograda «desde arriba» (Bismarck).

El segundo capítulo (1871-1918) muestra hasta qué punto el Estado


nacional alemán, sin los alemanes austríacos, era un Estado nacional; se pregunta
por su nivel de integración —de ciertos sectores de la población en concreto—, y
describe la aparición de un nacionalismo organizado radical, que había perdido
sus ingredientes liberadores y emancipadores.

El tercer capítulo (1918-1945) aborda primeramente la aparición de un


nuevo nacionalismo tras la primera guerra mundial, durante los años de la
República de Weimar (1919-1933). Posteriormente expone la concepción
hitleriana del mundo, centrada en torno a una doctrina de la raza, antisemita y
destructora. En conexión con las consecuencias devastadoras de la política
exterior del régimen nacionalsocialista, se analizan los planes de los aliados para
reorganizar Alemania después de la guerra.

El cuarto capítulo (1945-1990) muestra, a través de las distintas fases de la


ocupación y de la división de Alemania, los distintos proyectos nacionales de los
alemanes —tanto en la República Federal de Alemania como en la República
Democrática Alemana—, así como la evolución de las potencias vencedoras de la
guerra sobre la cuestión, que culminaría con la reunificación de 1990.

La redacción de este libro ha sido posible gracias a varias estancias de


investigación en bibliotecas y archivos alemanes, financiadas por el Servicio
Alemán de Intercambio Académico (DAAD) y por el Institut für Europäische
Geschichte, de Maguncia, a quienes agradezco su generosidad y siempre buena
disposición.
CAPÍTULO I. DEL CONGRESO DE VIENA A LA UNIFICACIÓN DE 1870-
1871

1.- La Confederación Germánica y el sistema de Estados europeo

A la Confederación Germánica, la fórmula política que se acordó en el


Congreso de Viena para organizar los distintos Estados alemanes, se le asignó en
su Constitución-marco fundacional (1815) una función que cumplir dentro de la
política europea de equilibrio: la de mantener la paz en el centro de Europa. Toda
la organización y funcionamiento de la Confederación estaban dirigidos a
garantizar la paz, la paz entre sus Estados miembros y la paz en Europa.
Precisamente como una garantía de la paz en Europa no se llegó a ninguna otra
forma política para los Estados alemanes con una mayor unidad interna, ni
tampoco se le dio a la Confederación un papel activo en el sistema de Estados
europeo. Para que el equilibrio no se viera alterado, la Confederación Germánica
no podía ser nada más que una débil asociación entre los distintos Estados
alemanes, independientes y soberanos. Gran Bretaña, Francia y Rusia veían en el
equilibrio interno alemán —entre los distintos Estados alemanes, y sobre todo
entre Prusia y Austria— el presupuesto para su propia seguridad. Gran Bretaña
tenía, como potencia europea, un interés directo en los asuntos alemanes por
encontrarse el Estado de Hannover en unión personal con la corona británica. Las
guerras de los años anteriores habían puesto de manifiesto que Gran Bretaña no
estaba en situación de defender eficazmente sus posesiones en Alemania.
Hannover, por lo tanto, tenía que estar integrado en un sistema de seguridad,
alemán y europeo, que le garantizara su independencia como Estado. Alemania
tenía que reorganizarse, tenía que poseer de nuevo una significación política, que
había perdido bajo Napoleón, pero sin que pudiera convertirse en un riesgo para la
seguridad de los demás europeos. Y para que Alemania no pusiera en peligro la
seguridad europea no podía constituirse en Estado nacional de todos los
alemanes.

Que la formación de un Estado nacional alemán tenía inmediatas y graves


consecuencias para el resto de Estados europeos era algo evidente para los
contemporáneos. Políticos e intelectuales alemanes eran plenamente conscientes
de que la creación de un Estado nacional alemán llevaría consigo terribles
consecuencias para los otros Estados. Guillermo von Humboldt, que había sido
embajador de Prusia en Viena y había participado en las negociaciones del
Congreso de Viena, en unas recomendaciones escritas por él en 1816 sobre cómo
Prusia debe actuar en el Parlamento confederal de Fráncfort, previene contra
cualquier intento de ampliar las funciones de la Confederación y de que ésta
pretenda llevar una política exterior activa, pues, «en ese caso, nadie podría evitar
que Alemania como tal se convirtiese en un Estado conquistador, cosa que ningún
verdadero alemán puede desear, pues sabemos perfectamente por toda la historia
anterior cuan grandes virtudes es capaz de desarrollar la nación alemana en el
terreno de la cultura espiritual y científica cuando no se orienta políticamente hacia
el exterior».6 En la misma dirección apunta la valoración que sobre la
Confederación efectuó el historiador de Gotinga, Heeren, quien, también en 1816,
escribe: «La Confederación constituye, geográficamente, el centro de este sistema
[europeo]. Toca, totalmente o casi, los Estados principales del oeste y del este; y
no es fácil que ocurra algo a un lado u otro de nuestra parte del mundo que le sea
indiferente, ¡pero tampoco puede serle indiferente a las potencias extranjeras qué
forma tenga este Estado central de Europa! Si este Estado fuese una gran
monarquía con una unidad política fuerte, y equipada con todas las fuerzas
materiales que posee Alemania, ¿podrían tener éstas un descanso seguro? [...]
Aún más, ¿podría un Estado así resistir por mucho tiempo a la tentación de
adjudicarse para sí la primacía en Europa, a la que su situación y su poder
parecen darle derecho?.7

La formación de un Estado nacional alemán en el centro de Europa


chocaba frontalmente, en los años del Congreso de Viena, con el principio del
equilibrio entre las grandes potencias, que había sido el principio rector de la
reorganización de Europa tras los intentos hegemónicos de Napoleón. Con el
principio del equilibrio, que habría de seguir orientando las relaciones
internacionales durante todo un siglo, pretendían los negociadores de Viena
asegurar el triunfo sobre Napoleón y evitar que ningún Estado pudiera tener una
hegemonía en Europa. Un Estado nacional alemán, por sus dimensiones
territoriales y por su número de habitantes, rompería el equilibrio en Europa,
equilibrio precisamente que todas las grandes potencias querían salvaguardar.
Tanto el ministro de Asuntos Exteriores británico, Lord Castlereagh, como el de
Austria, Príncipe de Metternich, coincidían en que el principio del equilibrio era el
presupuesto esencial para la estabilidad de la política internacional. Ninguna
potencia europea debería hacerse con más poder que las otras.

Para que la Confederación pudiera contribuir al objetivo de la seguridad en


Europa tenía, básicamente, una posición pasiva en el conjunto de los Estados
europeos. No tenía, como tal Confederación, capacidad para enviar
representantes diplomáticos hacia el exterior, mientras que las potencias europeas
no alemanas —Gran Bretaña, Francia, Rusia— sí podían acreditar a sus
representantes ante el Parlamento confederal de Fráncfort. A diferencia de la
Confederación, sus Estados miembros sí tenían derecho tanto a enviar a sus
representantes diplomáticos a otros Estados como a recibirlos. No obstante, la
realización de este derecho dependió del rango y de la significación de cada uno
de los Estados. No todos los Estados alemanes estaban en la misma situación
para disponer de un servicio exterior propio. Evidentemente Prusia y Austria, con
un servicio exterior propio muy desarrollado, se sintieron como portavoces de los
Estados alemanes, especialmente de los más pequeños. Pero los Estados
medianos, como Baviera, Württemberg, Baden, Sajonia y Hannover, mantuvieron
representantes propios en las principales capitales europeas e intentaron por esa
vía hacer llegar su voz a las potencias europeas. Pero no sólo en las relaciones
diplomáticas, sino también en la política de defensa, se ponía de manifiesto el
papel pasivo asignado a la Confederación Germánica. Ésta no tenía, en cuanto tal,
capacidad para atacar, sino sólo para defender su territorio de las agresiones
externas. Si el territorio de la Confederación era atacado, se producía
automáticamente un casus belli, ante el que ningún Estado miembro de la
Confederación podía ser neutral, debiendo poner a disposición de la
Confederación, al menos, el contingente militar acordado. Por su parte, la ayuda
de la Confederación a miembros suyos con territorios propios fuera de los límites
de la Confederación —como era el caso de Austria y de Prusia— estaba limitada
exclusivamente a los territorios que esos Estados tenían dentro de la
Confederación. Para que la Confederación pudiera lanzar un ataque preventivo,
era preciso un acuerdo previo del Pleno del Parlamento confederal, aprobado por
una mayoría cualificada de dos tercios de los votos. En el caso de que Prusia y
Austria, miembros de la Confederación y al mismo tiempo grandes potencias de la
pentarquía europea, hicieran una guerra como potencias europeas, la
Confederación sólo se involucraba en ella, si la guerra tenía lugar en su propio
territorio, pero no si ocurría fuera de sus fronteras. Y, para evitar que sus Estados
miembros pudieran pactar una paz que pudiera perjudicar a la Confederación, los
tratados de paz o los ceses de las hostilidades no podían ser negociados
unilateralmente por los Estados miembros de la Confederación, como sí había
ocurrido en el viejo Reich. Una paz por separado, como la que había hecho, por
ejemplo, Prusia con Francia en 1795, no podría darse ya en la nueva
Confederación Germánica.

La funcionalización de la Confederación Germánica dentro del sistema de


Estados europeos no permitió que, en el Congreso de Viena, se pudieran echar
las bases para un Estado nacional alemán. Pero fueron, al mismo tiempo, los
propios Estados alemanes los que no tenían ningún interés en construir un Estado
nacional. La situación de los Estados era muy diferente y su lógica política —no
sólo de los Estados más fuertes— apuntaba, precisamente, en la dirección
contraria a la unificación nacional.

2.- Organización interna de la Confederación Germánica

El Tratado de paz firmado entre la derrotada Francia y los aliados el 30 de


mayo de 1814 decía, en su artículo 6, que «les États de 1'Allemagne serón
indépendents et unis par un lien fédératif». En el Congreso de Viena —Congreso
de reorganización de Europa y de reorganización de Alemania— se dio
cumplimiento a ese compromiso y se elaboró una Constitución-marco para regular
ese «vínculo federativo», que tomó forma como Confederación Germánica
(Deutscher Bund). Esta Constitución-marco, firmada aceleradamente por treinta y
nueve Estados alemanes8 a causa del inesperado regreso de Napoleón desde la
isla de Elba, se incorporó a las Actas del Congreso de Viena, con lo que la nueva
Confederación Germánica quedaba asimismo reconocida por las potencias
extranjeras que habían participado en ese Congreso. 9 Los veinte artículos de la
Constitución-marco establecían solamente los principios generales para la
organización y funcionamiento de la Confederación así como de sus distintos
Estados miembros. Esos principios generales debían ser desarrollados
posteriormente a través de «leyes fundamentales» y de las correspondientes
instituciones. Esta regulación posterior, resultado de las negociaciones entre los
distintos Estados miembros de la Confederación, se plasmó en la «Constitución
Final de Viena» (Wiener Schluβakte), que fue aprobada por unanimidad, el 8 de
junio de 1820, por el Bundestag de la Confederación, es decir, por el Parlamento
confederal previsto en la Constitución-marco de 1815 y formado por los delegados
de los distintos gobiernos de los Estados miembros. Esta «Constitución Final de
Viena», con sesenta y cinco artículos, desarrolla más en detalle los fines y
organización de la Confederación Germánica. 10

La Confederación Germánica incluía todos los Estados alemanes


existentes, aunque algunos de éstos tenían zonas en sus territorios que no
formaban parte de la Confederación. Por el contrario, formaban parte de la
Confederación algunos monarcas no alemanes, en cuanto soberanos de territorios
suyos que, sin embargo, formaban parte de la Confederación. En el primer caso
se encontraban Prusia y Austria. El reino de Prusia pertenecía a la Confederación
Germánica sólo con los territorios que habían pertenecido anteriormente al Reich,
es decir, quedaban fuera de la Confederación las provincias prusianas de Posen
(Posen, Bromberg), de Prusia Occidental (Danzig, Thorn) y de Prusia Oriental
(Königsberg, Tilsit, Allenstein). El imperio austríaco, por su parte, pertenecía a la
Confederación con los territorios que habían formado parte del viejo Reich desde
siglos antes, como Bohemia (Praga, Pilsen, Karlsbad) y Moravia (Brno, Olmütz,
Nikolsburg) y la Silesia austríaca (Teschen), pero sus territorios del Véneto, de
Hungría y de Galizia no estaban incluidos en la Confederación. En el segundo
caso se hallaban el rey de Dinamarca y el rey de Holanda. El rey de Dinamarca
era miembro de la Confederación en cuanto soberano del Ducado de Holstein y
Lauenburg, mientras que el Ducado de Schleswig, unido «indivisiblemente para
siempre» al Ducado de Holstein desde siglos atrás y poblado en su parte
meridional por alemanes, no formaba parte de la Confederación. El rey de
Holanda era asimismo miembro de la Confederación Germánica en cuanto
soberano del Gran Ducado de Luxemburgo, un Estado miembro de la
Confederación. Desde 1839 lo sería además por el Ducado de Limburg
(Maastricht), fecha en que ese Ducado holandés bañado por el río Maas se integró
en la Confederación Germánica.

Con estos numerosos miembros y tan distintos entre sí, la Confederación


Germánica no sólo no respondía al principio de la nacionalidad, sino que ella
misma suponía un enorme impedimento para la realización de un Estado nacional
alemán. Su multiplicidad de Estados, el distinto grado de desarrollo político de
cada uno de ellos y la pertenencia a la Confederación de habitantes alemanes y
de otras nacionalidades apuntaban precisamente en la dirección contraria al
principio de la nacionalidad. Algunos de los Estados de la Confederación tenían
ellos mismos dificultades con la integración política de todos sus territorios y sus
habitantes, y los esfuerzos por avanzar en ese camino, dentro del Estado
particular, iban a repercutir negativamente sobre el deseo de realizar una
unificación alemana. Austria, que ostentaba la presidencia de la Confederación
Germánica, era un Estado plurinacional, en el que convivían alemanes, checos,
eslovacos, húngaros, eslovenos, italianos y polacos. La unidad del Estado se
concretaba en la persona del monarca, pero su integración estatal se vio
dificultada desde comienzos del siglo XIX por la creciente conciencia nacional de
los distintos pueblos que lo componían y por los planteamientos políticos
conservadores-restauracionistas de sus dirigentes. El emperador Franz I y el
canciller Metternich estaban en contra de establecer una constitución y una
representación parlamentaria para todo el Estado austríaco. Ni siquiera la querían
para sus distintos Länder o provincias. En algunos Länder como Salzburgo,
Galizia y Craina, se restablecieron los antiguos Parlamentos del viejo Reich, pero
esos Parlamentos no disponían de poder legislativo. Estaban divididos en brazos y
representaban los intereses de los antiguos estamentos, especialmente de la
aristocracia. La vieja estructura estamental no fue sustituida por una constitución
representativa moderna, que diera entrada también a las capas burguesas. La
represión del movimiento constitucional y liberal en Austria por Metternich
respondía, por tanto, a la lógica de ese Estado plurinacional y se desarrolló en
paralelo con la llevada a cabo en toda la Confederación Germánica.

Tampoco Prusia era en la segunda década del siglo XIX un Estado


políticamente integrado. En el Congreso de Viena había obtenido nuevos
territorios del oeste y del este alemán, llegando a duplicar su población. Pero estos
nuevos territorios tenían una estructura y nivel de desarrollo muy distintos entre sí.
Las provincias occidentales habían pertenecido a Francia durante la época de
Napoleón o habían formado parte de la Confederación del Rin y habían conocido
ya algunas reformas sociales y políticas, según el modelo francés. Los territorios
del este de Prusia eran, por el contrario, muy diferentes, menos evolucionados
desde el punto de vista económico y político. Así que, en 1815, Prusia se
encontraba ante una gran tarea de integración política y social, y durante los años
inmediatamente siguientes al Congreso de Viena hubo fuertes tensiones entre los
partidarios de las reformas, que querían convertir Prusia en un Estado
constitucional moderno, y los partidarios de la restauración del antiguo régimen.
Esta lucha entre reformistas y restauracionistas se reflejaría asimismo en la
política seguida por Prusia en el seno de la Confederación, en relación con la
persecución del liberalismo y del nacionalismo. La repetida promesa del rey de
Prusia de dar una Constitución para todo su Estado permaneció incumplida
durante varias décadas, y Prusia se modernizaría social y económicamente,
mientras que seguía sin una organización representativa moderna para todo el
Estado.
Estos problemas de integración política y social no se dieron
exclusivamente en los dos Estados de la Confederación más grandes y poblados.
También los Estados medianos, especialmente en el sur de Alemania, tuvieron que
enfrentarse a la tarea de cohesionar sus respectivos Estados. Estos Estados se
habían formado realmente durante la época de Napoleón. Éste había reducido
considerablemente el número de Estados alemanes existentes, creando entidades
estatales de mayores dimensiones en torno a unos pocos núcleos antiguos. En el
sur de Alemania, estos núcleos fueron el principado de Baviera, el ducado de
Württemberg, el marquesado de Baden y el landgraviato de Hesse-Darmstadt. A la
cabeza de los nuevos Estados no colocó Napoleón a ninguna personalidad
extraña, sino que mantuvo a sus respectivas dinastías. Pero estos nuevos
Estados, si querían subsistir como Estados con las nuevas dimensiones
territoriales adquiridas, tenían necesariamente que acometer fuertes reformas y
romper con su pasado. Les era vitalmente necesario uniformar las relaciones
políticas internas para ser realmente Estados en las nuevas circunstancias. Tenían
que evitar que los nuevos súbditos, conseguidos con la ampliación territorial, se
vieran discriminados en comparación con los súbditos de los núcleos territoriales
originarios.

Y para esta política de igualación en el derecho, en la hacienda, en la


educación, en el comercio, etc., no podían operar ya con los instrumentos
antiguos. La nueva situación política exigía la utilización de nuevos métodos de
actuación. Y para estos fines establecieron Constituciones representativas, en
aplicación del artículo 13 de la Constitución-marco de la Confederación, de 1815,
que así lo preveía. Los Estados del sur de Alemania se convirtieron de esta
manera en los primeros Estados constitucionales alemanes. 11

Las notorias diferencias existentes entre los distintos Estados miembros de


la Confederación en cuanto a dimensiones territoriales, número de habitantes,
peso político y posición internacional, se reflejaban también en el funcionamiento
interno de la Confederación. El órgano más importante de la Confederación, el
Bundestag o Parlamento confederal, con sede en Fráncfort del Meno y presidido
por Austria, se reunía en Asamblea o en Pleno, según los asuntos a tratar. En la
Asamblea había diecisiete votos, de los que correspondían uno a cada uno de los
once Estados más grandes y cada uno de los otros seis votos a cada uno de los
seis grupos en que se asociaban los Estados restantes de la Confederación. En el
Pleno había sesenta y nueve votos: cada uno de los Estados de la Confederación
tenía, al menos, un voto. Los Estados que eran reinos tenían cuatro votos, y otros
Estados tenían dos o tres. En ambos procedimientos se tomaban los acuerdos por
mayoría de votos, mayoría absoluta en la Asamblea y mayoría cualificada (de dos
tercios) en el Pleno. Pero la desproporción entre el rango del Estado y el número
de votos era clara, y los Estados grandes utilizaron continuamente la presión
diplomática para atraer hacia sus posiciones respectivas los votos de los restantes
Estados.

Ante esta situación, los defensores de la unificación nacional, de la


construcción de un Estado nacional, se encontraban ante una doble tarea: luchar
contra la multiplicidad de Estados y luchar al mismo tiempo contra los
gobernantes, cuyos intereses coincidían con el mantenimiento del particularismo.
Unificar y al mismo tiempo democratizar era la gran tarea que tenían delante de sí.

3.- El movimiento de unificación nacional entre 1815 y 1848

La Confederación Germánica, como fórmula de unión política de los


alemanes, produjo una gran decepción en los patriotas alemanes que habían
esperado una solución más nacional, más unitaria, tras las guerras de liberación
contra Napoleón. La Confederación era, en realidad, una asociación entre distintos
príncipes alemanes soberanos —y algunos no alemanes— y las ciudades libres,
basada en los estrechos lazos familiares y estamentales de la nobleza, la cual
había constituido durante siglos la auténtica «nación» del antiguo Reich. Este
había estado dominado por los nobles, quienes al ir construyendo Estados
modernos en sus respectivos territorios, habían impedido que el Reich como tal se
pudiera modernizar como Estado y que pudiera dar participación política a otras
capas sociales distintas. La Confederación Germánica continuaba ahora esta vieja
tradición del antiguo Reich y, como unión entre las distintas dinastías alemanas,
no sólo no respondía a las exigencias de un Estado nacional, sino que era un
enemigo del movimiento de emancipación nacional. Era, más aún, su oponente
más importante. La Constitución-marco que regulaba la Confederación contenía
muy pocas perspectivas desde un punto de vista nacional para la población y para
su conciencia nacional. Se garantizaba la igualdad entre las confesiones cristianas
y la libertad de movimientos dentro del territorio de la Confederación. Pero la
declaración contenida en el artículo 13 de la Constitución-marco, en el sentido de
que los Estados miembros se darán «constituciones estamentales», no satisfizo
tampoco las exigencias de participación política de las otras capas sociales, pues
no todos los Estados se convirtieron en Estados constitucionales —los más
grandes, no—, y no todos los que se dieron Constituciones entendieron la
representación política en su sentido moderno. 12 Una vía hacia la unidad se abría
con la posibilidad de establecer acuerdos comerciales y aduaneros. El gran
impulso que las guerras de liberación de 1813-1814 habían dado a la formación de
la nación, de la conciencia nacional, no sólo no se continuó después con la
creación de un Estado nacional, sino que se frenó radicalmente desde la propia
Confederación. La estrecha cooperación que se había dado entonces entre los
gobernantes —nobles— y las otras capas de la población en su lucha frente a un
enemigo común quedó bruscamente interrumpida. Por ello, para los patriotas
radicales, la construcción de un Estado nacional alemán tendría que lograrse, en
adelante, por sus propias fuerzas, desde abajo, y en contra de los gobiernos
existentes. Los liberales moderados de las décadas siguientes, sin embargo,
intentarían avanzar en la formación de un Estado nacional en colaboración con los
gobernantes. El fracaso de la Revolución de 1848-1849 y la derrota del
movimiento de unificación «desde abajo» pondría de manifiesto, con toda crudeza,
que sin los príncipes gobernantes no se podía edificar un Estado nacional alemán,
es decir, se puso de manifiesto que la unificación nacional era una cuestión de
poder.

Ocupación napoleónica y conciencia nacional

El descontento provocado por la «solución» dada en Viena, en 1815, a la


cuestión alemana fue muy profundo, porque muy grandes habían sido las
esperanzas nacionales que se habían forjado durante los años de la ocupación
francesa y de la guerra contra Napoleón. Durante esos años, entre 1806 y 1815,
se había intensificado fuertemente la conciencia nacional de los alemanes, aunque
las referencias a la «nación» y al «pueblo» no tenían el mismo contenido en todos
aquellos políticos y pensadores que los utilizaban. Para el filósofo Fichte, por
ejemplo, la nación es una referencia moral, estrechamente unida a la formación
del hombre en cuanto hombre. En sus famosos Discursos a la nación alemana,
pronunciados en Berlín en el invierno de 1807-1808, ensalza el espíritu alemán y
reivindica un programa de educación nacional. Fichte habla del pueblo alemán —
no del Estado o del Reich— y considera que por sus orígenes, por su idioma, por
las cualidades ejemplares de los ciudadanos de sus ciudades medievales y por la
renovación interior que trajo la Reforma luterana, es un pueblo que ha
desarrollado al máximo el concepto de hombre y que, en el futuro, debe ser el
pueblo director desde el punto de vista humano. Y reclama, al mismo tiempo, la
transformación del sistema educativo con el fin de establecer una educación
nacional. Educación nacional tenía para él una significación doble: era una
educación de toda la nación —no sólo de las capas privilegiadas que hasta
entonces la habían recibido— y era también una educación para la nación, es
decir, orientada hacia la nación como comunidad de seres que desarrolla en sí
misma la moralidad. Tanto en uno como en otro sentido, la educación nacional
debía entenderse como el arte de formar al hombre en cuanto hombre, es decir,
más allá de su pertenencia a una capa social determinada. Formación humana y
nacionalismo van juntos en los Discursos de Fichte, pues formarse en cuanto
hombre le parecía la única y auténtica forma de educar para la nación, para el
sentido comunitario.13 También el político prusiano Barón Von Stein entiende la
nación como una realidad social, de cuyas fuerzas necesita el gobierno para poder
acometer con éxito la renovación del Estado, derrotado por Napoleón en 1806.
Nación implica en él emancipación, liberación, participación en la gestión de los
asuntos de la comunidad. 14 Para otros pensadores, sin embargo, como el círculo
de escritores románticos reunidos en Viena a partir de 1805, la nación tiene otro
contenido. El concepto de nación no es en ellos sinónimo de emancipación social
y política de los ciudadanos, sino que remite, por el contrario, a la organización
política tradicional. Adam Müller, uno los publicistas románticos con mayor
influencia en los círculos conservadores, define la nación como «la sublime
comunidad de una larga sucesión de generaciones pasadas, presentes y futuras
[...] que tiene su presencia tangible en un idioma común, en unas costumbres y
leyes comunes, en una multitud de instituciones benéficas [...] en familias
perdurables y, finalmente, en la única familia inmortal [...] del gobernante [...]». 15
Con esa concepción historicista y objetivista de la nación, Müller afirma
paralelamente las estructuras tradicionales del poder, continuando de esa manera
aquel patriotismo conservador del viejo Reich, que no dejaba brotar en Alemania el
concepto de nación como una comunidad que reclama su emancipación política y
social, que exige participar en la dirección de los asuntos políticos. También
Friedrich Schlegel señala, como correlato político de su concepción herderiana de
nación, la organización política tradicional. Schlegel define, en efecto, la nación
como una gran familia «en la cual se encuentran unidas numerosas familias y
estirpes por la unidad de la constitución, de los usos y costumbres, de la lengua y
del interés común» y afirma la necesidad de conservar los estamentos —con
representación de la nobleza, el clero y las ciudades— como el medio más
adecuado para evitar el despotismo. En una constitución estamental, dice, el
monarca es más libre y poderoso que en una despótica. 16 Su concepto de nación,
que entiende ésta como una realidad formada a lo largo del proceso histórico y
que parte de la diversificación estatal alemana, sirve como justificación de la
Confederación Germánica: consideraba esta forma política la más adecuada para
una nación como la alemana, que había tenido desde mucho tiempo atrás una
organización política federal y consideraba que era especialmente adecuada para
la conservación de la paz.17

Aun con concepciones distintas de la nación, lo nacional se convirtió en el


motor de la reconstrucción política y de la resistencia contra Napoleón en los dos
Estados alemanes más castigados por aquél. Tanto en Prusia como en Austria se
acometieron planes de reforma política, animados por este nuevo espíritu de
afirmación nacional. El gobierno de Stadion en Austria (1805-1809) y los gobiernos
de Stein y Hardenberg en Prusia (1807-1820) emprendieron profundas reformas
en el Estado y en la sociedad, que respondían a esa necesidad de aprovechar las
energías de la nación. Donde más se acentuó este componente nacional fue en la
reforma de la educación y en la reforma del ejército, con la introducción del
servicio militar obligatorio.18 Este nuevo espíritu nacional y patriótico se puso de
manifiesto de manera aún más evidente en la resistencia contra Napoleón. En
toda Alemania comenzaron a formarse sociedades patrióticas. 19 El levantamiento
de Austria contra Napoleón en 1809, aunque fracasó, alimentó asimismo un
patriotismo nacional alemán, que ya era distinto del patriotismo local, es decir,
referido al Estado particular, de épocas anteriores. En noviembre de 1810, el
estudiante Friedrich Friesen y el maestro Friedrich Jahn fundaron la sociedad
Deutscher Bund, con el propósito de mantener al pueblo alemán en su
autenticidad e independencia, de revivir su espíritu, de despertar todas sus fuerzas
dormidas para fomentar la unidad final de ese pueblo, dividido y disperso.
Animado por ese mismo espíritu patriótico, Jahn dio vida en 1811, en Berlín, a un
sociedad gimnástica, que, extendida posteriormente por casi toda Alemania, iba a
desempeñar un papel muy importante en la difusión de los ideales nacionalistas.
Al principio, esta sociedad estuvo dirigida a estudiantes y escolares, pero pronto
se le unieron otros ciudadanos. En esa sociedad se practicaban ejercicios físicos
no sólo para fortalecer el cuerpo, sino para ejercitar también la fuerza de voluntad,
el espíritu comunitario y la reciedumbre del carácter. La gimnasia se completaba
con ejercicios de tipo militar —con espadas y ballestas— para poder estar
adecuadamente preparados en su momento contra las fuerzas francesas de
ocupación.20

Fue en esta situación de país ocupado por las tropas francesas y en la


posterior guerra contra ellas, donde la conciencia de la identidad nacional alemana
se cargó con contenidos antifranceses. Del amor a la propia patria fluía el odio a
los franceses. Este patriotismo alemán fue avivado al máximo por Arndt, quien en
su Catecismo del soldado alemán escribió lo siguiente: «durante tres siglos ha
estado dormido el león alemán [...]. El no ha sentido lo que un pueblo puede [...]
desperterá, romperá sus cadenas y pondrá de manifiesto con terrible dominio la
nulidad y miseria de aquellos que creían que lo podían tener en las mallas de la
astucia y de la bribonería. Sí, pueblo alemán, Dios te dará su amor y confianza y
vas a conocer quién eres y quién debes ser [...]. ¡Levanta, pues, hombre alemán!
¡Arriba con la libertad y la fidelidad contra la esclavitud y la mentira! [...]. Y no
temas a esos franceses [...]. En verdad, los franceses sólo tienen brillo, pero tú
tienes llama; ellos tienen suavidad, pero tú fuerza; ellos sólo tienen mentiras, pero
tú tienes sinceridad [...]. Tú los vas a dispersar, como el viento se lleva los
rastrojos».21 Con Arndt se estiliza la contraposición entre bueno y malo, entre
identidad propia y agresión contra lo no propio. Amor a la patria y odio a los
franceses aparecen también explícitamente en este texto de Arndt: «sea vuestra
iglesia la comunión de vuestros corazones, sea vuestra religión el odio a los
franceses, sean la libertad y la patria los santos a los que recéis». 22

La declaración de guerra a Napoleón efectuada por el rey prusiano


Friedrich Wilhelm III, en la primavera de 1813, estuvo unida a un llamamiento «a
mi pueblo», sellando de esa manera una alianza entre los gobernantes y el
pueblo, que, por introducir un nuevo y fuerte vínculo de unión en la relación entre
ambos, despertó nuevas esperanzas respecto a la unificación nacional y a la
participación de la nación en el Estado. Aunque en la guerra participaron, sobre
todo, las capas cultas de la sociedad, también lo hicieron otras capas sociales,
que hasta entonces no habían participado ni del poder ni de la formación de la
opinión pública.23 Es cierto que, en la guerra, se luchó «por el rey y la patria». Éste
era el lema en 1813. Quiere ello decir que se combatió con un sentimiento
patriótico referido al Estado particular, al que se pertenecía. La patria era, ante
todo, el Estado particular. Las tropas alemanas que lucharon contra Napoleón, en
efecto, estuvieron dirigidas por los gobernantes de cada Estado, y no se llegó a
formar un auténtico ejército alemán. Pero esta guerra, a pesar de todo, fue sentida
como una guerra nacional. También Alemania se sintió como la propia patria. El
sentimiento de pertenecer a una misma nación, por encima de los límites de los
Estados concretos, se experimentó de manera especial y viva.

En ese despertar de la conciencia de la nación alemana, se planteó un


problema que a lo largo del siglo iría exigiendo una respuesta, y nunca fácil: ¿qué
era, en realidad, Alemania? ¿Cuál era la patria alemana? ¿Quiénes eran los
alemanes? En 1813, Ernst Moritz Arndt, al preguntarse en un poema cuál era la
patria de los alemanes, se respondía a sí mismo en los siguientes términos:
«hasta donde suene la lengua alemana y Dios en el cielo cante canciones. ¡Así
debe ser! ¡Llama tuyo a esto, gallardo alemán!». La lengua era la única frontera
natural. La nación, la patria, no se definía en términos políticos. En esos versos,
en definitiva, se escondía el problema de las fronteras de Alemania, que tan
debatido iba a ser a lo largo de las décadas siguientes. Como las fronteras
políticas no coincidían con las lingüisticas-culturales, ¿debía lograrse su
coincidencia? A la vista del territorio en que vivía la cultura alemana, no era una
cuestión de fácil solución.

El asociacionismo estudiantil

Dentro del desarrollo del patriotismo alemán en los años de las guerras de
liberación y del Congreso de Viena, destaca de manera especial la politización del
movimiento estudiantil. En los años 1814 y 1815 se formaron asociaciones de
estudiantes en varias universidades alemanas, que, en el contexto de las guerras
contra Francia, adquirieron una fuerte politización. Muchos de estos estudiantes se
alistarían además en el cuerpo de voluntarios Lützow para luchar contra los
franceses. El 1 de noviembre de 1814 se fundó, en efecto, una asociación en la
universidad de Halle, que se dio el patriótico nombre de Teutonia. Pero el impulso
definitivo vino de la universidad de Jena, donde se fundó la Urburschenschaft.24 En
junio de 1815 se dio unos estatutos, que resumen de manera clara el movimiento
estudiantil de estos años. Estos principios serían recogidos después por la
«Asociación estudiantil general alemana» (Allgemeine Deutsche Burschenschaft).
El leitmotiv de la asociación es «vivir y actuar para la patria y la humanidad»,
actividad científica libre, formación integral de la personalidad, libertad y honor
como los motores básicos de la vida estudiantil. 25 La primera gran manifestación
pública de este movimiento estudiantil fue con motivo de la Fiesta del Wartburg, el
18 de octubre de 1817. Esta fiesta fue especialmente importante, porque era ya
una fiesta en la que se festejaba al propio pueblo, a la nación, y no ya a las
dinastías reinantes, sus bodas o nacimientos, etc. En esta fiesta estudiantil iban
muy unidos, además, lo nacional y lo cristiano, es decir, lo protestante, que sería
una característica del nacionalismo alemán, y lo diferenciaría del francés y del
inglés. El Archiduque de Sajonia-Weimar, Karl August, puso a disposición de los
estudiantes el simbólico castillo del Wartburg —donde había estado refugiado
Lutero en 1521, tras ser desterrado del Imperio— y allí se reunieron 468
estudiantes de Berlín, Leipzig, Rostock, Kiel, Giessen, Marburgo, Erlangen,
Wurzburgo, Heidelberg y Tubinga. Aunque dominaban los estudiantes
protestantes, los había también católicos, y la mitad de todo el conjunto procedían
de la vecina Jena, que era el centro del movimiento estudiantil. El discurso
inaugural lo hizo el estudiante de Jena, Riemann, que hizo una llamada a las
virtudes patrióticas y humanas. Hizo también una crítica política a la
Confederación Germánica, pues había echado a perder las expectativas del
pueblo alemán. En el transcurso de la fiesta hicieron un fuego en recuerdo de la
batalla de los pueblos de Leipzig y, antes de eso, habian cantado y rezado en la
sala de Lutero del Wartburg. Un grupo quemó libros, como el Code de Napoleón,
una Deutsche Geschichte de August Kotzebue, el libro del conservador Karl
Ludwig von Haller, Restauration der Staatswissenschaften. El orador de la fiesta
planteó, poco después, los principios de la fiesta, que recogen las reivindicaciones
políticas liberales de la época: la unidad política y económica de la nación
alemana, la ampliación del ejército, la monarquía constitucional con
responsabilidad ministerial, la igualdad ante la ley, la introducción del jurado, la
protección de la libertad y la propiedad, y la garantía de las libertades de prensa y
opinión. Con la resonancia que tuvo la fiesta entre los estudiantes, los
organizadores aprovecharon la situación para hacer una asociación nacional en
1818, en la que se asociaciaban las asociaciones independientes de cada
universidad. Otro centro activo fue la universidad de Giessen, donde los hermanos
Folien desempeñaron un papel especial, sobre todo Karl Folien, que defendía
principios democráticos y republicanos. En su Entwurf der deutschen
Reichsverfassung, que circulaba entre los círculos de estudiantes en 1817-1818,
se manifestaba a favor de la disolución de los Estados particulares en un Estado
unitario, la igualdad jurídica de todos los ciudadanos, sufragio universal e igual
para una asamblea del Estado, elección del jefe del Estado, milicia nacional con
servicio militar obligatorio. En 1817, siendo Privatdozent de Derecho, se trasladó a
Jena, donde conectó con los más radicales, con Karl Ludwig Sand, que sería el
asesino del escritor Kotzebue, asesinato realizado desde el convecimiento de que
se mataba a un traidor a la patria.

El desarrollo del movimiento estudiantil, y, muy en especial, la fiesta en el


Wartburg, irritó y asustó a los gobiernos de los Estados más grandes de la
Confederación, que se pusieron de acuerdo para que la Confederación pusiera
freno a esas tendencias liberales y nacionalistas. El desencadenante para la
ofensiva gubernamental fue el asesinato del escritor Kotzebue por el estudiante
Sand. Poco después, los Acuerdos de Karlsbad, de 16 de septiembre de 1819,
marcaban un giro en la política de la Confederación y en la evolución del
movimiento nacionalista. Los Acuerdos de Karlsbad prohibieron las asociaciones
de estudiantes, decretaron la persecución de los «demagogos», es decir, de
profesores incómodos para los gobiernos, incrementaron la censura de la prensa y
limitaron la libertad de opinión. Las asociaciones de estudiantes tuvieron que
actuar desde la clandestinidad, o aprovecharon otro tipo de asociaciones
apolíticas para continuar con su actividad. 26 Y a partir de esos Acuerdos de
Karlsbad, la Confederación sufrió una transformación importante: se convirtió en
un instrumento al servicio de la política restauracionista del canciller austríaco
Metternich. El Parlamento confederal perdió por completo su función nacional.
Dejó de ser lugar de discusión y decisión entre los gobiernos de los distintos
Estados alemanes para convertirse, en la realidad, en un órgano de aprobación de
los que los dos Estados grandes habían decidido previamente, fuera de ese
órgano confederal. Quienes habían confiado en que, desde dentro de la
Confederación, se podría avanzar hacia la consecución de una mayor unidad
nacional, tuvieron que someterse a la evidencia. Todos los esfuerzos para
desarrollar al máximo las posibilidades que la Confederación ofrecía para afianzar
la nación por encima de los distintos Estados —en el terreno del comercio y del
desarrollo constitucional, por ejemplo— chocaron con la negativa del Parlamento
confederal.

A pesar de las dificultades, durante los años veinte no dejó de existir el


movimiento liberal y nacional. Las asociaciones de estudiantes funcionaron en la
clandestinidad. Los patriotas continuaron sus contactos en el extranjero, sobre
todo en Suiza. Y, si bien la reacción política persiguió duramente a liberales y
nacionalistas, el sentimiento de pertenencia común se fue profundizando y se fue
manifestando a través de organizaciones y asociaciones de carácter local y
suprarregional, que mantuvieron vivos los ideales de la unificación nacional. En
esos años se crearon organizaciones científicas, comerciales, asociaciones de
canto, que sirvieron de vehículo a los ideales nacionales. 27 El análisis de ese
amplio asociacionismo y de las fiestas populares permite identificar la existencia
de una identidad nacional alemana, al lado de la identidad regional; identidades
nacional y regional que se entremezclan y se complementan mutuamente. Entre
las asociaciones fueron especialmente importante las asociaciones de canto, las
sociedades gimnásticas y las sociedades de tiro. Ellas van sustituyendo las
asociaciones de lectura que habían surgido con la Ilustración, y encarnan en esa
época el movimiento nacionalista. Las asociaciones de canto cultivan las
canciones alemanas populares y su posición política no va más allá del
liberalismo. Las sociedades gimnásticas, por el contrario, que continuaban el
programa de su fundador, Jahn, tenían planteamientos democráticos y
republicanos. Los cantos e himnos de estas sociedades dejan ver, en el suroeste
de Alemania, su afirmación del principio de la soberanía popular. Critican
duramente a los gobernantes y el sistema político y hacen asimismo crítica social,
destacando la oposición entre propiedad y no propiedad como el mal que
caracteriza la sociedad alemana. En las sociedades gimnásticas había muchos
oficiales artesanos —que no se hacían socios, por el contrario, de las sociedades
de canto—. Si se compara el patriotismo juvenil de los años de las guerras de
liberación con este patriotismo de pocos años después, se puede observar una
radicalización de las posiciones políticas. 28

En las fiestas hay una conciencia de estar celebrando acontecimientos o


personas que pertenecen a toda la nación. A partir, sobre todo, de 1837 hubo una
serie de fiestas, que se organizaban con carácter apolítico, pero, bajo capa, se
impregnaron de una significación nacionalista, y en ese sentido fueron también
entendidas por la población.29

La idea nacional de los liberales

La Revolución de París de 1830 tuvo una repercusión inmediata en


Alemania, sobre todo en los Estados del sur y del centro. Precisamente en estos
Estados, que se habían convertido en Estados constitucionales en los años
anteriores, la oposición liberal había mostrado ya en sus respectivos Parlamentos
su voluntad reivindicativa. El tema central de sus reivindicaciones era ahora la
ampliación de competencias de los Parlamentos, así como la extensión de los
derechos de los ciudadanos. Fue también en esos Estados del sur y del suroeste
de la Confederación Germánica donde más ampliamente se desarrolló un
pensamiento liberal, que se sistematizó y se publicó en el Diccionario Político
(Staats-Lexikon), dirigido por los profesores de la universidad de Friburgo, Karl
Rotteck y Carl Theodor Welcker.30

En su idea de la nación y del Estado nacional, los liberales unieron dos


aspiraciones, que, en la realidad concreta, significaban un dilema: libertad y
unidad. Welcker formuló el concepto liberal de nación en los siguientes términos:
«históricamente la idea más elevada de la nación alemana es [...] formar un centro
vivo para el desarrollo continuo de la libertad y de la Kultur del género humano
bajo la dirección de los principios cristianos, pero con independencia nacional y en
una constitución alemana, libre».31 La consecución de los dos objetivos, una
constitución política libre y la unidad nacional, no resultaban un programa político
fácil en las circunstancias de la Confederación Germánica. Los liberales estaban
decididos a luchar por la libertad política y a profundizar en el constitucionalismo
de sus respectivos Estados. Pero la formación de la unidad nacional implicaba
integrarse, o al menos pactar, con otros Estados alemanes, sobre todo con Prusia
y Austria, que no eran Estados constitucionales. Para llegar a la unidad nacional
había que contar necesariamente con otros que no practicaban la libertad política.
Y es que los liberales no querían intentar la unidad nacional haciendo una
revolución —camino que rechazaban por peligroso e incierto—, sino que
buscaban un compromiso con el sistema político vigente, para poder transformarlo
«desde dentro». En este sentido es muy característica del liberalismo alemán
suroccidental la moción que el profesor Welcker, parlamentario de Baden,
presentó al gobierno de su Estado en 1831. Welcker proponía que el Gobierno de
Baden planteara en el Parlamento Confederal la creación de otro Parlamento
confederal, o de una Segunda Cámara Confederal, que se formara a partir de los
Parlamentos de los distintos Estados para que completara y perfeccionara así la
representación del Parlamento Confederal, que estaba compuesto por delegados
de los Gobiernos de los Estados miembros de la Confederación. 32 Los liberales
querían aprovechar todas las posibilidades de las instituciones vigentes para
avanzar tanto en la dirección de una mayor libertad política como de una más
estrecha unificación nacional. Pero, en la situación dada, los dos objetivos de la
libertad y la unidad representaban un auténtico dilema. Algunos liberales, como el
profesor Rotteck, preferían la libertad a la unidad. Rotteck sólo quería la unidad si
iba acompañada de la libertad. Prefería la libertad, sacrificando la unidad, es decir,
que se mantuviera la pluralidad de Estados alemanes, antes que una unidad
nacional bajo las «alas del águila austríaca o prusiana», es decir, sin constitución
liberal. Por otra parte, tampoco quería una revolución nacional que acabase con
las dinastías y erigiera la República alemana, pues ese camino le parecía además
muy incierto.
Este dilema entre libertad o unidad nacional fue también el centro del libro
Correspondencia de dos alemanes (Briefwechsel zweier Deutschen), que el
parlamentario liberal de Württemberg, Paul Achatius Pfizer, publicó en 1831, y que
tuvo una gran acogida.33 Pfizer plantea el problema de que no se puede llegar a la
unidad nacional existiendo dos grandes potencias dentro de la Confederación
Germánica: Austria y Prusia. Esta cuestión tendría que solucionarse previamente.
Una vez solucionada vendría la cuestión de si se puede construir un Estado
federal, y cómo, con una sola gran potencia. Pfizer cree que sí, si Prusia se decide
a convertirse en un Estado constitucional. Pero esta solución encierra a su vez un
dilema: Prusia tenía que transformarse en un Estado liberal para poder ganarse a
Alemania, pero si Prusia se convertía en un Estado constitucional surgían nuevas
dificultades para la unificación alemana. Si Prusia se daba una constitución liberal
se convertiría en un Estado más completo en sí mismo, pues contaría entonces no
sólo con la dinastía, el ejército y la burocracia como factores de cohesión política,
sino también con un parlamento representativo y con una vida política asentada en
capas más amplias de la población prusiana. Una Prusia con estas características
plantearía un gran problema en la unificación alemana, pues ya no se estaría, en
ese caso, ante una dinastía en torno a la cual giraría el nuevo Estado, sino que se
trataría de un pueblo políticamente organizado; la armonización de los intereses
prusianos y de los intereses alemanes resultaría mucho más difícil. De la
monarquía prusiana sí cabría esperar que subordinara los intereses de Prusia a
los de Alemania, pero con un Estado constitucional en Prusia sería más difícil,
pues el pueblo prusiano tendría también su propia voluntad. Como ha escrito
Friedrich Meinecke en su exposición sobre Pfizer, «una Prusia sin representación
popular era un árbol joven, que se podía trasplantar al suelo de Alemania entera.
Una Prusia con representación popular tenía demasiadas raíces para poder ser
trasplantada».34 Pfizer se inclina, a pesar de todo, por la unidad: «La necesidad de
la libertad civil es reconocida por la mayor parte de las gentes que piensan, pero
no lo es en igual medida la necesidad aún más urgente de la independencia
nacional, que no puede ser sacrificada voluntariamente a aquélla. Se puede ser un
sincero amigo de la libertad y, a pesar de ello, tener que conformarse con que un
despotismo inteligente obligara a los pueblos alemanes [...] a ganarse un suelo
firme para tener en el futuro un desarrollo más libre y espiritual». 35 Como esta
afirmación le acarreó muchas críticas, el propio Pfizer precisó posteriormente su
posición alegando que la unidad de Alemania que él quería era la unidad del
derecho y de la libertad y que no querría obtener la unidad de toda Alemania al
precio de la opresión y destrucción de los Estados alemanes particulares. 36 El
dilema entre libertad o unidad nacional se volvió a plantear entre los liberales en el
debate sobre la integración de Baden en el Zollverein (Unión aduanera), que se
había formado entre Prusia y otros Estados del centro y sur de Alemania. El
problema político estribaba para algunos liberales en que la Unión Aduanera
implicaba una alianza extraña entre Estados constitucionales y un Estado
absolutista, Prusia, máxime después de los Decretos federales antiliberales de
1832, en cuya elaboración había intervenido Prusia muy activamente. En una
reunión de liberales de los Estados de Baden, Württemberg y Hesse-Darmstadt,
celebrada en Langenbrücken en marzo de 1833, se estudió precisamente la
cuestión desde esa perspectiva política. Heinrich von Gagern, de Hesse-
Darmstadt (Estado que se había integrado ya en la Unión Aduanera con Prusia en
1828), dijo de la reunión: «la discusión versó, no sobre intereses materiales
concretos, sino sobre intereses políticos. Me cupo convencerles de mi opinión —
sin apoyo al principio— de que el punto de vista político era el más importante y el
más esencial; que se trataba de un paso, si no hacia la unidad de Alemania, sí
hacia la fusión y organización de uno de sus intereses materiales básicos, que la
conservación de nuestro derecho constitucional no es un fin en sí mismo sino sólo
un medio para un fin, que la realización de una gran idea tendría que superar las
reservas que se le cuelgan y éstas tendrían que doblegarse ante aquélla». 37
Gagern pensaba que la libertad se abriría camino cuando la unidad estuviera
lograda, pero siempre tuvo presente que los derechos reconocidos en las
constituciones de sus Estados tendrían que ser respetados. 38 A pesar de que los
gobiernos de Prusia y Hesse-Darmstadt se comprometieron a respetar la función
de control del Parlamento de la Unión Aduanera, muchos liberales del sur de
Alemania siguieron en su actitud de rechazo al Zollverein. En Baden, Rotteck
fundamentaba su rechazo, en 1835, con las siguientes palabras: «si las
condiciones de la unión o del pacto hubieran sido hechas de otra manera, si
respondieran a una auténtica idea patriótica de una Unión Aduanera alemana
basada en la libertad y si ofreciera las garantías necesarias para el bien de la
nación o el interés general», diría sí. Por el contrario, no es aceptable, dice, una
unión comercial que no respeta suficientemente los derechos de los Parlamentos
(Landtage); no es aceptable una unidad comercial gobernada por la absolutista
Prusia: «no, no aceptamos esta unidad, cuyo fundamento no es realmente una
economía nacional alemana sino, por el contrario, una explotación de la nación
alemana y una operación financiera del gobierno. No aceptemos esta unidad y
mostremos a la nación que nuestros sentidos y nuestros esfuerzos se dirigen
hacia algo más elevado y noble que convertirnos en un remolque de Prusia y que
no hemos perdido la esperanza de alcanzar todavía ese fin mas elevado». 39

Las reivindicaciones liberales y nacionales no se limitaron a los pensadores


y políticos. A través de otras actividades, como fiestas populares, se dio expresión
a los sentimientos nacionalistas y a las declaraciones a favor de la unidad
nacional. Entre las fiestas políticas, fue especialmente significativa la organizada
en las ruinas del castillo de Hombach, cerca de Neustadt, en el mes de mayo de
1832 por miembros de una recién creada Asociación patriótica para defensa de la
libertad de prensa.40 En esta fiesta, calificada después como «fiesta nacional
alemana», se pronunciaron veinte discursos, entre los que destacaron los del
periodista Philipp Jakob Siebenpfeiffer y los de Johann Georg August Wirth.
Ambos tuvieron un fuerte contenido político. Siebenpfeiffer señaló como los
objetivos a lograr en Alemania los de «patria, libertad, una patria alemana libre».
Asociados a esa meta se refirió a la representación popular y a la soberanía
popular, a la igualdad de la mujer, a la libertad de comercio y de circulación en el
ámbito nacional, al aumento de la participación alemana en el comercio mundial,
al cultivo del patriotismo en la vida cotidiana, de la ciencia y de la educación y del
arte. En su discurso arremetió asimismo contra los «traidores a la causa
nacional», es decir, los gobernantes, porque habían impedido, después de las
guerras de liberación, la formación de una patria libre y porque habían sometido al
pueblo a la servidumbre política. Por su parte, Wirth, el otro gran orador en la
fiesta, exigió una reforma de Alemania como base para la reorganización de
Europa. De la misma manera que la Confederación Germánica estaba siendo la
columna vertebral del sistema político de la Santa Alianza, la transformación
nacional y democrática de Alemania debía impulsar una transformación en
Europa. Tan pronto como Alemania se uniera en un Estado, se haría solidaria con
los otros pueblos y lucharía para que los otros también tuvieran libertad, soberanía
popular y pudieran lograr su emancipación nacional: polacos, italianos, húngaros,
españoles y portugueses serían también naciones libres. En su discurso, Wirth
abordó también los problemas que la realización de la idea nacional podía tener
para las naciones vecinas. Aquí la referencia a Francia fue muy clara y expresa.
Wirth señaló en este punto que no se podía contar con el apoyo de los franceses a
la causa nacional alemana al precio de entregarles la orilla izquierda del Rin. La
integridad territorial de Alemania le parecía algo tan básico e irrenunciable, que
para defenderla estaba dispuesto incluso a colaborar con las fuerzas
conservadoras. Pero, a pesar de todo, estaba dispuesto a incluir Francia en la
solidaridad de los pueblos, por la que él abogaba, si Francia garantizaba la
integridad territorial de Alemania. Sus vivas finales fueron para los Estados unidos
y libres de Alemania y para una Europa confederal y republicana. 41

La celebración y la difusión de los ideales nacionales en la fiesta de


Hambach profundizó la separación entre los gobernantes y el movimiento
nacionalista. Los protagonistas principales de la fiesta (Siebenpfeiffer y Wirth)
fueron detenidos y otros organizadores y participantes tuvieron que exilarse. Como
reacción a la Fiesta, el Parlamento Confederal aprobó medidas contra las
asociaciones, las reuniones y las publicaciones liberales y contra las libertades de
los Parlamentos de los Estados miembros, restringiendo la libertad de sus
parlamentarios para hablar o presentar informes sobre la situación política. 42 La
lucha entre los gobernantes —defensores del particularismo estatal— y las fuerzas
nacionalistas —liberales y demócratas— se hizo más enconada.

El Rin, símbolo del nacionalismo alemán

A pesar de estas actuaciones de la Confederación, que ponían de


manifiesto la imposibilidad de avanzar hacia la unificación nacional desde las
instituciones políticas existentes, la conciencia de la unidad nacional fue en
aumento, fomentada por acontecimientos políticos de diversa naturaleza en los
años siguientes. Uno de ellos, de enorme trascendencia para la «causa nacional»
fue la crisis del Rin en 1840, provocada por los políticos y la opinión pública
franceses. Como resultado de una crisis en el Imperio otomano, en 1839, en la
que el virrey de Egipto, Mehmedi Alí, había declarado la guerra al Sultán Mahmud
II, Francia había apoyado a Mehmedi Alí, mientras que las otras cuatro grandes
potencias europeas habían estado a favor del Sultán otomano y solucionaron la
crisis a favor de éste. El aislamiento diplomático de Francia fue sentido como una
derrota, que avivó el nacionalismo francés. La opinión pública y el ministro de
Asuntos Exteriores francés, Thiers, pidieron una compensación, que se concretó
en la reivindicación de la orilla izquierda del Rin para Francia. La reacción de los
alemanes fue unánime. Tanto los gobiernos como la opinión pública se
manifestaron en contra. El Rin se convirtió en todo un símbolo del patriotismo
nacional alemán: el Rin como un río alemán, no como frontera entre Francia y
Alemania. En esta oleada de patriotismo, Nikolaus Becker, un desconocido
oficinista de Aquisgrán, publicó una poesía dedicada al Rin en el periódico
Trierische Zeitung, el día 18 de septiembre de 1840. El poema se difundió en
pocas semanas por toda Alemania y fue cantado por doquier, en las decenas de
adaptaciones musicales que se le prepararon, como un «himno nacional». 43 Los
gobiernos de Austria y Prusia reaccionaron positivamente al entusiasmo popular y
acordaron, en noviembre de 1840, levantar dos nuevas fortalezas confederales
(en Ulm y Rastatt), para defender el territorio de la Confederación de un posible
ataque francés. De nuevo, y de manera similar a 1813, gobernantes y masas
coincidían en la manifestación de un sentimiento común de afirmación nacional. La
exaltación nacional continuó, a pesar de algunas voces en contra, durante los
años siguientes.

Estas voces, provenientes de los demócratas exiliados básicamente,


ponían en guardia respecto a esta exaltación nacionalista que veía en Francia a su
enemigo en vez de en las fuerzas reaccionarias. Wilhelm Weitling, artesano
exiliado en París y uno de los primeros pensadores socialistas alemanes, criticaba
el nacionalismo apelando a la humanidad. 44 Arnold Ruge reclamaba asimismo que
se superara el patriotismo en un humanismo y que se combatiera, no a los
extranjeros, sino a los auténticos enemigos, estén donde estén. 45 Para los poetas
Heinrich Heine o Ludwig Borne, el patriotismo nacional está impregnado de la
tradición cosmopolita y liberal de la Ilustración. 46 También los teóricos Karl Marx y
Friedrich Engels veían la nación desde otra perspectiva. Para ellos, la nación era
un fenómeno ligado a la economía capitalista, un fenómeno, por tanto, necesario,
pero transitorio. La burguesía había construido un mercado y la formación de una
nación, de un gobierno, de una ley, tenía carácter clasista. De esa concepción de
la nación derivaban consecuencias políticas importantes para la lucha de la clase
obrera, pues los obreros no tenían patria: el proletariado haría desaparecer las
diferencias entre los pueblos.47

Conflicto con Dinamarca

Otro acontecimiento político, que en último término hacía también


referencia a las fronteras de Alemania, incrementó el entusiasmo patriótico
alemán, por encima de las fronteras de los Estados particulares. El conflicto
surgió, en 1846, por unas declaraciones del rey de Dinamarca respecto al Ducado
de Schleswig. El Ducado de Schleswig era una posesión del rey de Dinamarca,
que se extendía desde el río Eider hasta el Königsau —en la península de
Jutlandia—y estaba poblado por germanohablantes en zu zona meridional —hasta
el Belt— y por daneses en su zona septentrional. Al sur del río Eider —que
marcaba la frontera norte de la Confederación Germánica— se encontraba el
Ducado de Holstein, posesión también del rey de Dinamarca, pero, a diferencia de
Schleswig, formaba parte de la Confederación Germánica desde 1815. Ambos
Ducados, sin embargo, estaban unidos entre sí desde que el Privilegio de Ripe, de
1460, los hubiese declarado «indivisibles para siempre». No obstante, el
movimiento nacionalista danés propugnaba una integración más fuerte del Ducado
de Schleswig en el Estado danés, lo cual significaba alterar la unión histórica entre
ambos Ducados, a la que vez que implicaba incorporar más estrechamente a una
población alemana en un Estado extranjero. Cuando el rey de Dinamarca,
Christian VIII, manifestó su deseo de incorporar el Ducado de Schleswig al Estado
danés en una «Carta abierta», de julio de 1846, una oleada de indignación se
extendió por toda Alemania. Se crearon asociaciones de apoyo para esos
alemanes de los Ducados y se exigió la conservación de los Ducados como una
unidad, pues el mantenimiento de esa unión entre ambos se consideraba como el
requisito imprescindible para la supervivencia nacional de los alemanes
dependientes del rey de Dinamarca. En apoyo de la indivisibilidad de los Ducados
se aportaron argumentos de tipo histórico. El historiador de Kiel, Johann Gustav
Droysen, mantenía la tesis de que Schleswig, según el antiguo Derecho territorial
(Landesrecht), era un país alemán. «Indivisibles para siempre» se convirtió en otro
lema del patriotismo alemán. Gobernantes, universidades, parlamentos,
asambleas de ciudadanos eran de la misma opinión en este asunto. A pesar de
ello, el nuevo rey de Dinamarca, Friedrich VII, que sustituyó a su padre Christian
VII en marzo de 1848, continuaría adelante con las intenciones de éste. El
conflicto que se desencadenó entonces fue abordado —ya en plena Revolución—
por la Asamblea Constituyente de Fráncfort y, por las implicaciones internacionales
que se generaron, fue realmente el conflicto que sentenció el proyecto nacional de
los liberales de Fráncfort.

4.- La revolución de 1848: el fracaso de la formación de un Estado


nacional alemán

La noticia de que la revolución había estallado en París, el 24 de febrero de


1848, fue la chispa que desencadenó la revolución en Alemania, si bien aquí
respondió a problemas específicamente alemanes. 48 Durante el mes de marzo de
1848 se sucedieron una serie de revoluciones en los distintos Estados alemanes,
en sus capitales sobre todo, pero también en otras ciudades y en el campo.
Aunque las reivindicaciones concretas podían ser distintas, según el Estado de
que se tratara y según la capa social que las formulaba, había un sentimiento
común: el rechazo del Estado autoritario, burocrático, y la exigencia de una
Constitución. También en los Estados constitucionales de la Confederación se
quería transformar el sistema y, como en Baden, se reivindicaba una milicia
nacional, responsabilidad de los gobiernos, libertad de prensa, democratización de
la justicia, es decir, jurados. Y, junto a todo esto, se reclamaba la formación de un
parlamento nacional alemán. Estado constitucional y Estado nacional eran, en
síntesis, los dos lemas comunes a las acciones revolucionarias del mes de marzo
de 1848. En los distintos Estados alemanes se formaron gobiernos revolucionarios
y nuevos parlamentos, donde los liberales obtuvieron la mayoría por regla general.
Las monarquías no fueron eliminadas, como tampoco las constituciones donde ya
existían, y los liberales en el gobierno, por su parte, tampoco querían fundar su
legitimidad en la revolución. Aunque habían llegado al poder a través de una
acción revolucionaria, querían hacer una política reformista y en colaboración con
los viejos poderes, que no habían sido eliminados.

A la vez que se producen cambios revolucionarios en los distintos Estados


particulares, un grupo de cincuenta y un liberales, fundamentalmente del sur y
suroeste de Alemania, quiere introducir esos cambios en la propia organización
política de toda Alemania y sustituir la actual Confederación Germánica por un
Estado constitucional. Ese grupo de liberales convoca para finales de marzo de
1848 una reunión, en Fráncfort del Meno, de todos los diputados existentes en
Alemania, es decir, de todos los diputados de los parlamentos de los distintos
Estados particulares. En esa reunión, en la que se dan cita casi seiscientos
parlamentarios y que tuvo lugar en Fráncfort entre el 31 de marzo y el 2 de abril,
se decide la convocatoria de una Asamblea constituyente, a elegir por sufragio
universal de todos los varones mayores de edad en todos los territorios de la
Confederación Germánica, que tendrá la misión de elaborar una Constitución para
toda Alemania. Alemania debería ser un Estado constitucional y unificado. Estas
elecciones tuvieron lugar, efectivamente, en la primera semana de mayo de 1848 y
el 18 de mayo comenzaba sus sesiones la nueva Asamblea constituyente. Esta
Asamblea tenía como misión elaborar una constitución para un nuevo Estado
alemán unificado y, hasta que no estuviera aprobada esa nueva constitución, tenía
que elegir un gobierno central provisional. La elección del gobierno provisional —el
28 de junio de 1848— requirió un importante compromiso entre la izquierda y la
derecha parlamentaria. La izquierda quería una mera comisión ejecutiva, mientras
que la derecha deseaba un gobierno sin responsabilidad ante la Asamblea. El
compromiso a que se llegó consistió en la elección del archiduque austríaco Juan
como jefe del gobierno provisional para que nombrara un gobierno responsable
ante la Asamblea constituyente.

El desarrollo de las funciones tanto de la Asamblea constituyente como del


gobierno central provisional de Fráncfort se vio enormemente dificultado por el
hecho de que los Estados particulares, concretamente Austria y Prusia, no
reconocieron al jefe del gobierno central provisional como jefe supremo de sus
ejércitos. Cuando a lo largo de los meses siguientes, tanto Austria como Prusia
inicien el camino de la contrarrevolución y supriman las medidas revolucionarias
de marzo, la Asamblea y el gobierno central provisional de Fráncfort asistirán
impotentes a esa anulación de las conquistas liberales y constitucionales. La
Asamblea y el gobierno provisional de Fráncfort capitularán asimismo ante el
poder de los gobiernos de los distintos Estados —básicamente de los mayores—
en otros acontecimientos, relacionados directamente con la cuestión nacional,
como veremos a continuación.

Los constituyentes de la Paulskirche de Fráncfort —sede de la Asamblea—


tuvieron que abordar las grandes cuestiones político-constitucionales del nuevo
Estado que pretendían erigir: si la soberanía debía residir en el pueblo o en los
príncipes de los distintos Estados alemanes, si el nuevo Estado debía ser federal o
unitario y, lo que ahora nos interesa, si iba a ser un Estado nacional alemán o si,
como el antiguo Reich y la propia Confederación Germánica, iba a abarcar otras
nacionalidades no alemanas, y en qué condiciones. 49

La formación de un Estado nacional alemán implicaba serias dificultades en


relación con las otras nacionalidades que convivían en la Confederación —
polacos, checos, eslovacos, eslovenios, italianos—, y en la delimitación de las
fronteras, especialmente en aquellos territorios donde la población alemana y no
alemana estaba fuertemente mezclada. Los límites de la nación alemana,
entendida en términos lingüísticos y culturales, no coincidían con los límites de la
«Confederación Germánica» ni con los del antiguo «Reich de la nación alemana»,
pues había muchos alemanes fuera de estas fronteras, a la vez que había otras
nacionalidades no alemanas dentro de esos límites. Lo alemán había sido hasta
entonces un concepto que no había tenido todavía una correspondencia política o
geográfica precisa. En la cuestión de las fronteras, no obstante, la mayoría de la
Asamblea constituyente no iba a estar dispuesta a corregir las fronteras actuales
de la Confederación Germánica en beneficio de otras naciones ni a cederles parte
de su territorio ni siquiera la correspondiente población no alemana, pues la cesión
de población cultural-mente alemana estaba, por supuesto, totalmente excluida.
En todos los casos abordados —Schleswig en la frontera norte, Limburgo en la
frontera occidental, Tirol del Sur en la frontera sur, Bohemia y Posen en la frontera
oriental— la defensa de los intereses nacionales alemanes fue clara, aunque se
tratara de territorios claramente no alemanes —como el Limburgo holandés o el
Trentino italiano—. En la defensa de estos intereses nacionales, los
parlamentarios de la Asamblea Constituyente tuvieron que utilizar argumentos de
distinta naturaleza, pues con un solo tipo de argumentación —el principio de la
nacionalidad, por ejemplo— no se podían justificar evidentemente las aspiraciones
alemanas en todos los casos. En el caso de las provincias austríacas del Trentino
y el Adigio, el argumento utilizado sería el de su significación estratégica, mientras
que en el caso del Ducado de Limburgo —posesión del rey de Holanda— se
argumentaría sobre la base de que ya estaba integrado en la «Confederación
Germánica».

La cuestión de Schleswig

De todos los casos controvertidos en la delimitación de las fronteras, fue el


del Ducado de Schleswig el primero que sacudió a la Asamblea Constituyente y el
que, por la internacionalización del conflicto, iba a dejar sentenciado el proceso de
formación del Estado nacional.

Las reivindicaciones del movimiento nacionalista danés y las


correspondientes declaraciones del rey de Dinamarca, en marzo de 1848, de
integrar más plenamente todo el Ducado de Schleswig —habitado por alemanes y
daneses— en el Estado danés y de aplicarle al Ducado el mismo derecho de
sucesión vigente en Dinamarca, provocaron un levantamiento de los alemanes en
contra de una anexión, que consideraban contraria al derecho histórico. Como
reacción a esas declaraciones, los alemanes formaron un gobierno provisional en
Kiel (en el Ducado de Hosltein), el 24 de marzo de 1848, que, junto a las
reivindicaciones nacionales, pretendía asimismo las otras reformas liberales que
se estaban realizando en el resto de Alemania. Aunque no se llegó a derrocar al
rey danés —y duque de Schleswig y Holstein— se trataba de una auténtica
revolución. El Parlamento confederal de la Confederación Germánica reconoció al
gobierno provisional de Kiel. Por su parte, las tropas danesas se movilizaron y se
estaba, prácticamente, ante una guerra entre Dinamarca y la Confederación
Germánica. Pero antes de que se llegara a esa posibilidad, Prusia había ocupado
con sus tropas los Ducados, y la Confederación Germánica también aprobó esta
acción. Toda la nación estaba con Prusia. Durante el mes de abril de 1848 se
alistaron numerosos voluntarios y se hicieron colectas de dinero para ayudar en la
guerra contra Dinamarca. Pero el conflicto se internacionalizó y tomó
inevitablemente otros derroteros. Rusia se puso de parte de Dinamarca y
amenazó a Prusia. También Inglaterra intervino. Inglaterra quería libertad para
este «Bosforo del norte», y estaba interesada, por lo tanto, en que Dinamarca
siguiera controlando los accesos al mar Báltico desde el mar del Norte. Su
propuesta fue una división del Ducado de Schleswig por la frontera lingüística
entre daneses y alemanes. Pero esta propuesta no fue aceptada ni por alemanes
ni por daneses, que querían, cada uno por su parte, todo el Ducado. Para los
alemanes, este Ducado siempre había sido alemán, unido al de Holstein, y no
estaban dispuestos ni siquiera a que se separara la zona septentrional del
Ducado. Entretanto, Schleswig fue convocado también a las elecciones generales
para la Asamblea constituyente de Fráncfort, aunque no era un territorio de la
Confederación Germánica. Este hecho reflejaba ya la posición de los
organizadores de las elecciones a la Asamblea constituyente, posición que sería
mantenida posteriormente por la propia Asamblea, es decir, la de que Schleswig
era alemán.50 La Asamblea hizo realmente del conflicto en el Ducado de Schleswig
un cuestión nacional y aprobó también la intervención de Prusia en los Ducados,
como antes la había apoyado el Parlamento confederal. Prusia, sin embargo,
presionada por las grandes potencias y por el exitoso bloqueo marítimo realizado
por Dinamarca, se retiró, a finales de mayo de 1848, a la zona sur del Ducado de
Schleswig y negoció un armisticio, que se firmó finalmente en Malmoe el 26 de
agosto de 1848. Las tropas prusianas se retiraron, terminó la existencia del
gobierno provisional de Kiel y se anularon todas las medidas adoptada por él.
Todo esto fue sentido en Alemania como una capitulación. La actuación de Prusia
fue criticada por la Asamblea constituyente de Fráncfort y por la opinión pública
como una traición a la causa nacional. Se le reprochaba a Prusia que había
actuado sin tomar en consideración la voluntad de la Asamblea constituyente y del
Gobierno central de Fráncfort —los auténticos representantes de la nación—. Por
ello, la Asamblea rechazó, el 5 de septiembre, por 238 votos contra 221, el
armisticio de Malmoe. Pero, pocas días después, el 16 septiembre, lo aprobó por
259 votos contra 234. Este cambio, que no era sino la aceptación de la realidad
política de que ella no tenía un peso político específico para imponerse a Prusia,
produjo una profunda decepción en la población, que se manifestó contra la
Asamblea por haber traicionado a su vez al pueblo alemán y al «honor y la libertad
alemanes» y se radicalizó en sus reivindicaciones. Este cambio de opinión, que
significaba, en realidad, tener que ceder en el logro del objetivo nacional de
incorporar a todos los alemanes en un Estado, produjo el descrédito de los
liberales y evidenció, al mismo tiempo, la debilidad de la Asamblea —de la nación,
en definitiva— para conseguir por sí misma las metas que se había fijado: formar
un Estado nacional y constitucional. El objetivo de la unidad nacional iba a
necesitar, en adelante, del uso de la fuerza, además de contar con la aceptación
de las potencias europeas. La intervención de éstas en la cuestión del Ducado de
Schleswig dejaba ver con toda claridad que aquéllas no permitían la formación de
un Estado nacional alemán que sobrepasara las fronteras actuales de la
Confederación Germánica. La formación de un Estado nacional alemán rompía
inevitablemente el equilibrio europeo. Y, a pesar de que Prusia y la propia
Asamblea constituyente habían cedido y el conflicto de Schleswig quedó regulado
por una Conferencia internacional, 51 cundió una cierta intranquilidad en los otros
países por las consecuencias que podría tener el Estado nacional alemán que se
quería construir.

La cuestión de Posen (Poznan)

En la discusión parlamentaria sobre las fronteras orientales del nuevo


Estado, es decir, sobre la integración o no de la provincia prusiana de Posen
(Poznan), habitada mayoritariamente por polacos, 52 se puso de manifiesto de
nuevo en toda su complejidad el problema de la unificación alemana. También en
esta provincia prusiana había tenido sus efectos la revolución de la primavera de
1848. La población polaca se había organizado entonces en comités nacionales,
pero el levantamiento dirigido por Mieroslawski fue dominado por las tropas
prusianas en el mes de mayo. Aunque los polacos de Posen se habían negado a
enviar representantes a Fráncfort, la Asamblea constituyente debatió la cuestión
de Posen durante los días 24 al 27 de julio de 1848 y la decisión final fue un
cambio radical en la posición respecto a los polacos mantenida habitualmente por
los liberales y los demócratas. Efectivamente, en los años anteriores a la
revolución de marzo y en los primeros tiempos de ésta, los liberales alemanes
habían sido entusiastas de la liberación de Polonia, de la reconstrucción de un
Estado polaco libre.53 Esto implicaba, sin embargo, por otra parte, la cesión de
territorio prusiano, y de alguna población alemana, o, cuando menos, la división
territorial de Posen. En este caso, no se podría incorporar al nuevo Estado
nacional alemán toda esa provincia prusiana. En la discusión parlamentaria
afloraron posiciones a favor y en contra de la independencia de los polacos y
argumentos de muy distinta naturaleza para fundamentarlas. ¿Qué criterio había
que aplicar al territorio de Posen y a sus habitantes? ¿Debía decidirse esta
cuestión aplicando el principio de la nacionalidad o con una argumentación de tipo
histórico? El diputado Robert Blum planteó el problema en la Cámara con total
claridad: «¿es una concepción territorial de las cosas la que les guía a ustedes,
como parece que ha sido en el caso de Schleswig-Holstein? Entonces, ¿por qué
no parten ustedes del mismo principio cuando se trata de juzgar a otro pueblo, en
el que están incorporados un cierto número de alemanes? [...] ¿Se guían ustedes
por el punto de vista nacional? Entonces, sean ustedes justos en el otro lado y, si
dividen Posen para reclamar a los alemanes, dividan también Schleswig. 54 Esta
posición sería, sin embargo, muy minoritaria. También minoritaria fue la posición
del diputado de izquierda, Arnold Ruge. Éste defendía todavía el ideal de una
Polonia libre y soberana, y llegó a proponer que los alemanes concretamente
lucharan para reconstruir una Polonia libre, pues una Polonia libre tenía mucha
significación para el triunfo de la libertad en Europa. Ruge estaba abiertamente en
contra de la división de Polonia: «lo que los déspotas no han podido, que no ayude
a hacerlo ahora la nación alemana; la nación alemana no debe cargar con la
vergüenza de ejecutar la división de Polonia y de decretar la opresión de esta
nación necesaria». La Asamblea, entendía él, tenía que ocuparse de hacer un
nuevo derecho internacional en el que se reconstituyeran las naciones civilizadas
europeas y que el gobierno central (alemán), de acuerdo con Francia e Inglaterra,
convocaran un congreso para restablecer una Polonia libre e independiente. 55
Otros diputados, por el contrario, mantuvieron una posición radicalmente opuesta,
como el prusiano oriental Wilhelm Jordan, quien, en la cuestión de Posen,
reclamaba un «sano egoísmo» alemán: «ya es hora de que despertemos de una
vez de ese nuestro romántico olvidarnos de nosotros mismos, en el que nos
entusiasmábamos por todas las nacionalidades posibles, mientras que nosotros
estábamos en una vergonzosa falta de libertad [...], ya es hora de que
despertemos a un sano egoísmo [...] que anteponga, en todos los casos, el
bienestar y el honor de la patria [...]. Lo confieso sin rodeos. Nuestro derecho no
es otro sino el derecho del más fuerte, el derecho de la conquista. 56

La votación final de la Asamblea aprobó, por una mayoría de trescientos


cuarenta y dos contra treinta y uno, la incorporación de la parte occidental de la
provincia de Posen al nuevo Estado alemán.57

La cuestión de Bohemia

Bohemia se convirtió en el problema de más difícil solución, y en el más


decisivo, para la formación del Estado nacional alemán. Bohemia había
pertenecido al antiguo Reich y pertenecía también, desde 1815, a la
Confederación Germánica, como una parte de Austria, y su población, sin
embargo, estaba compuesta por diversas nacionalidades y culturas. 58 No obstante,
por su pertenencia histórica al mundo político alemán, los organizadores de las
elecciones a la Asamblea Constituyente no tuvieron ninguna duda de que los
bohemios debían participar en la mismas y enviar sus representantes a Fráncfort.
Pensaban, además, que no se podía dejar fuera a los casi dos millones de
alemanes que vivían en Bohemia. Y, consiguientemente, se establecieron para
Bohemia sesenta y ocho distritos electorales, a los que se sumaron algunos más
para Moravia y la Silesia austríaca. Pero el líder de los nacionalistas bohemios,
Franz Palacky, hizo un llamamiento a los bohemios para que no participaran en las
elecciones.59 Palacky pensaba que no había sitio para los checos en un Estado
nacional alemán, y exigía, además, que los alemanes de Bohemia y de Austria en
general no se integraran tampoco en el nuevo Estado nacional alemán. El creía
que un imperio austríaco, con muchas nacionalidades dentro, podría ser una
buena protección para las pequeñas naciones, especialmente contra Rusia. Esta
tesis, que defendió en el congreso eslavo de junio de 1848, 60 exigía una profunda
reorganización de Austria como Estado, pero fuera de un Estado alemán. Los
parlamentarios de la Asamblea constituyente, sin embargo, se mantuvieron firmes
en su reivindicación de que Bohemia se incluyera en el nuevo Estado. Según
ellos, no había razones que justificaran una independencia nacional de Bohemia.
Tras la reivindicación de Bohemia estaba la idea de que los alemanes tenían una
misión histórica que cumplir en el centro y sureste europeo, como heraldos de la
libertad y del progreso y portadores de una cultura superior. En todo caso, los
diputados de la Paulskirche estaban a favor de salvaguardar los derechos de las
minorías, en el sentido de que pudieran desarrollar su propia cultura nacional.

Pero la cuestión de la incorporación de los casi cinco millones de bohemios


—o, cuando menos, de los casi dos millones de alemanes—, al futuro Estado
alemán se solapó enseguida con el problema global de la integración de Austria,
de modo que ya no iba a ser posible una política específica para el caso de
Bohemia. El problema en relación con Austria era si se iba a integrar todo el
Estado —multinacional— o sólo los austríacos alemanes. 61 Este problema fue, en
definitiva, el que determinó el destino del que debía ser el Estado nacional alemán.
El dilema era: o se integraba todo el Estado austríaco —con lo que no se hacía un
Estado nacional alemán, sino que se seguía la tradición del antiguo Reich y de la
propia Confederación Germánica—, o se integraban sólo los alemanes austríacos,
con la inevitable consecuencia de una profunda reorganización del Estado
austríaco. La Asamblea de Fráncfort estuvo dividida entre los defensores de la
Alemania grande —con Austria— y los de la Alemania pequeña —sin Austria—. En
los debates de octubre de 1848, la Asamblea se decidió a favor de la «Alemania
grande», según la cual se debían integrar en el nuevo Estado sólo los territorios
alemanes de la monarquía de los Habsburgo que ya habían pertenecido a la
Confederación Germánica, debiendo establecerse entre éstos y los restantes
territorios de la monarquía una unión personal. 62 Este plan desembocaba en la
desintegración del Estado austríaco, y el canciller Schwarzenberg, sucesor de
Metternich, lo rechazó rotundamente. En Viena había triunfado en octubre de 1848
la contrarrevolución y el gobierno austríaco quería avanzar precisamente en la
centralización de todo su Estado. De ningún modo quería quedar excluido de
Alemania y quería, por el contrario, una integración de toda Austria. 63 Entonces, el
liberal Heinrich von Gagern, presidente de la Asamblea de Fráncfort, propuso un
plan que contemplaba dos niveles: una federación más estrecha, bajo la dirección
de Prusia, es decir, una Alemania pequeña, y una federación más amplia, entre la
anterior y la monarquía de los Habsburgo a través de convenios. Pero esta
solución tampoco fue aceptada por Austria, pues significaba para ella la amenaza
clara de quedar excluida de Alemania. Y perder su posición en Alemania implicaba
para ella perder su posición como gran potencia europea, pues en el caso de
Austria ambas dimensiones estaban mutuamente referidas entre sí. La Asamblea
de Fráncfort se decidió, finalmente, en la primavera de 1849, por la solución de la
«Alemania pequeña» bajo la dirección de Prusia, es decir, en contra de la inclusión
de Austria en el nuevo Estado. Esta solución, sin embargo, fracasó asimismo por
la negativa del rey de Prusia, Friedrich Wilhelm IV, a aceptar la jefatura del nuevo
Estado —la corona imperial— que le ofrecía la Asamblea de Fráncfort. Las
razones aducidas para esta negativa tenían que ver con el rechazo a aceptar una
ofrecimiento realizado «desde abajo», es decir, por los representantes de la
nación, pero tenía que ver asimismo con la voluntad de Prusia de no ceder
tampoco parte de su soberanía, como exigía necesariamente el nuevo Estado.
Con la renuncia del rey de Prusia a dirigir el nuevo Estado, toda la obra
constitucional de los constituyentes de la Paulskirche de Fráncfort se vino abajo.
Era el fracaso de la política de compromiso que la mayoría parlamentaria liberal
había intentado desde el principio, una política de pactar la obra constitucional con
los poderes existentes, con las dinastías reinantes. Fracasaba el intento liberal de
hacer un nuevo Estado nacional y constitucional en colaboración y de mutuo
acuerdo con los gobernantes de los distintos Estados, al menos con los de los
Estados más importantes. Fracasaba así por completo el proyecto liberal. El
proyecto de los demócratas —soberanía popular, Estado republicano—tampoco
había podido imponerse anteriormente, pues habían sido siempre minoría en la
Asamblea de Fráncfort y los levantamientos populares que habían animado en
septiembre de 1848 y en la primavera de 1849 habían sido totalmente aplastados.
Con la renuncia del rey de Prusia a asumir la jefatura del nuevo Estado, fracasaba
toda la obra constitucional, a pesar de que la mayoría de los gobiernos de la
Confederación —veintiocho— habían aceptado la Constitución de Fráncfort y
habían aceptado asimismo la propuesta de que la jefatura del Estado recayera en
el rey prusiano. La negativa de éste echó a perder esa oportunidad.

No obstante el fracaso de la obra constitucional de Fráncfort, la voluntad de


unificación había calado fuertemente no sólo en la sociedad sino también en los
gobernantes, y algunos gobernantes todavía intentaron otra solución para la
unificación nacional, que iba a discurrir ciertamente por vías distintas a las de los
liberales, pero que fracasaría igualmente. A lo largo de 1848, los gobiernos de
Austria y de Prusia elaboraron de manera paralela, y en dirección opuesta, sendos
proyectos de unificación de Alemania. Tras el fracaso de la revolución nacional en
la primavera de 1849, Austria y Prusia se enredaron en una lucha por el poder, en
la que la idea de la nación pasó a un segundo plano.

El plan del canciller austríaco Schwarzenberg pretendía la integración de


todo el Estado austríaco en la Confederación Germánica, aspirando naturalmente
a que Austria siguiera siendo la potencia directora en Alemania. Ese proyecto
contaba con la creación de un Estado de setenta millones de habitantes, pero que
Schwarzenberg creía poder construir sin salirse del sistema de Estados europeo
alumbrado en el Congreso de Viena de 1814-1815. Su plan partía de la
conservación de la Confederación Germánica, pues, si Austria declarara que la
Confederación Germánica se había extinguido, no se podía excluir que alguna de
las potencias europeas —Francia, sobre todo— intentara entonces reorganizar
nuevamente la Europa central en un nuevo Congreso europeo. En ese caso,
Austria tenía miedo de que Francia concretamente exigiera la separación de las
provincias italianas de Austria. El plan de Schwarzenberg —el Estado de los
setenta millones—, visto más de cerca, era, en realidad, expresión de la precaria
posición de Austria en el sistema europeo. Era, más bien, un plan defensivo. Un
plan defensivo contra todas aquellas fuerzas que ponían en peligro la posición de
Austria como gran potencia europea: contra las fuerzas nacionalistas en Alemania,
en Hungría y en Italia; contra las aspiraciones hegémonicas de Prusia en
Alemania; y, finalmente, contra las potencias europeas: contra Francia, en la
medida en que ésta significaba una amenaza para Austria en Italia, y contra
Inglaterra, en cuanto que ésta prefería para Austria una función de estabilización
en la Europa suroriental más que una fuerte presencia en Alemania. 64

Por su parte, el plan de Prusia —el plan Radowitz— apuntaba a la creación


de un Estado nacional y constitucional bajo la dirección de Prusia. Este plan
continuaba, en realidad, el proyecto elaborado por la Asamblea constituyente de
Fráncfort durante el año anterior, si bien la idea de Radowitz era realizar algunos
objetivos de la revolución para eliminar, al mismo tiempo, sus elementos más
radicales. El plan de Radowitz implicaba una negación de la Confederación
Germánica y, consiguientemente, de toda el sistema levantado por el Congreso de
Viena en 1814-1815.

Prusia y algunos otros Estados alemanes convocaron elecciones para una


nueva Asamblea constituyente, elegida esta vez, sin embargo, no por sufragio
universal sino sobre la base del derecho electoral prusiano de los tres grupos de
electores. La Asamblea resultante —el Parlamento de Erfurt— elaboró una nueva
Constitución, que, de acuerdo con el plan Radowitz, era una revisión conservadora
de la constitución elaborada y aprobada por la Asamblea de Fráncfort en la
primavera de 1849. Esta solución se hizo, sin embargo, inviable en la realidad por
la decidida oposición de Austria, que sólo estaba dispuesta a aceptar un nuevo
Estado alemán que incluyera todo el Estado austríaco, es decir, el plan del «Reich
de setenta millones». La rivalidad entre Prusia y Austria estuvo a punto de
culminar en una guerra, que se evitó gracias al tratado de Olmütz, de 29 de
noviembre de 1850, por el que Prusia abandonaba su proyecto de unificación
alemana. Era una derrota de Prusia, que no había recibido el apoyo esperado de
los Estados alemanes medianos. Austria, por su parte, seguiría todavía con su
plan de un Reich de setenta millones. En las Conferencias de Dresde, en las que
se reunieron los Estados alemanes del 3 de diciembre de 1850 hasta el 15 de
mayo de 1851, el canciller austríaco siguió intentando la aprobación de su plan por
parte de los Estados alemanes y de las grandes potencias europeas. Ni los
Estados alemanes ni las grandes potencias europeas dieron su aprobación al
plan, que, por consiguiente, tampoco pudo plasmarse en la realidad. 65 Las
negociaciones de las Conferencias de Dresde sólo trajeron como resultado la
restauración de la Confederación Germánica en la forma que había tenido hasta
1848, es decir, antes de ser sacudida por la revolución liberal y nacional. El
Bundestag confederal de Fráncfort comenzó de nuevo sus sesiones, bajo la
presidencia de Austria, y la Confederación comenzó a funcionar nuevamente
según su Constitución anterior, es decir, por el Bundesakte de 1815 y el Acta Final
de Viena de 1820.

Ninguno de los tres grandes tipos de unificación nacional que se habían


formulado a lo largo de 1848-1850 había prosperado. Ni el de los demócratas, ni el
de los liberales de la Asamblea constituyente de Fráncfort ni tampoco el de los
gobernantes de los Estados alemanes más importantes —el plan Radowiz, de
Prusia, y el plan Schwarzenberg, de Austria—. Pero, a pesar de este fracaso, algo
muy importante habían dejado tras de sí estos años de revolución y cambio: se
había experimentado de una manera muy real la existencia de la nación. Se había
elegido una Asamblea constituyente por sufragio universal, se había intentando
construir, desde la nación, un Estado nacional. La nación se había manifestado
como tal, había expresado su voluntad, aunque, finalmente, ni lograra construir un
Estado nacional ni imponerse como soberana en él.

5.- Después de la revolución: la unificación nacional «desde arriba»

La cuestión nacional alemana, que no había sido resuelta con ninguna de


las soluciones planteadas entre marzo de 1848 y diciembre de 1851, quedó
aplazada durante varios años. En la Confederación Germánica se impuso la
reacción política, aunque ésta discurrió de manera diferenciada según los distintos
Estados miembros de la Confederación. Los liberales y demócratas que habían
dirigido el proceso revolucionario de 1848-1949 tuvieron que emigrar o resignarse
ante la nueva situación. Son años de Realpolitik, de realismo político, de
aceptación callada de la situación actual. 66 Pero, al final de los años cincuenta,
despertó con nueva fuerza la cuestión de la unificación nacional. La guerra de
Italia de 1859 —de Piamonte contra Austria— puso en movimiento una decisiva
transformación territorial y política en la Europa Central de gran trascendencia
para la propia unificación alemana. Las reivindicaciones nacionales que habían
fracasado diez años antes iban a conocer ahora un éxito de enormes
consecuencias para el sistema de Estados europeo. Y esto iba a ser posible ahora
porque la guerra de Crimea —1854-1856— había afectado profundamente los
cimientos del sistema europeo construido en el Congreso de Viena de 1814-1815.
En esa guerra no sólo se había debilitado el poder de Rusia sino también la
posición de Austria como gran potencia europea. En 1855, el conde Buol, sucesor
de Schwarzenberg en la cancillería austríaca, intentó el establecimiento de una
alianza entre Francia, Gran Bretaña y Austria con el fin de fortalecer el equilibrio
de poder en Europa —y de garantizar la existencia de la propia Austria— según el
modelo del Congreso de Viena, que había regulado hasta entonces las relaciones
en Europa. Al fracasar este intento, se rompía el concierto europeo y perdía
vigencia la idea del sistema europeo que había determinado las relaciones entre
los Estados desde 1815, y que había salido triunfante, en definitiva, de los
procesos revolucionarios de 1848-1949. El sistema europeo de 1814-1815 daba
evidentes muestras de obsolescencia e iba a dejar amplio espacio a los distintos y
contrapuestos intereses políticos de cada una de las grandes potencias, lo cual iba
a posibilitar —con la unificación de Italia y la de Alemania— una profunda
transformación de Europa.

La guerra de Italia de 1859 —y la voluntad unificadora del reino del


Piamonte— no sólo tuvo un efecto multiplicador sobre la conciencia nacional
alemana, sino que, además, la derrota precisamente de Austria contribuyó
poderosamente a que los nacionalistas alemanes pensaran con mayor empeño en
la solución de la «Alemania pequeña». En la guerra de Italia, las reivindicaciones
territoriales y nacionales del Piamonte frente a Austria habían alcanzado una
dimensión internacional gracias a la política exterior de Napoleón III, que estaba
decidida en este caso concreto a apoyar la unificación de Italia. Francia y
Piamonte habían firmado, efectivamente, una alianza militar en 1858. Y, con
relación al conflicto entre Austria y Piamonte, las otras potencias europeas
adoptaron una posición de pasividad o neutralidad. Rusia, aunque no era
partidaria precisamente de apoyar a las naciones que aspiraban a construir su
propio Estado, no tenía nada en contra del debilitamiento de Austria en Italia y
prometió neutralidad. Gran Bretaña, tras un intento de mediación y estando, más
bien, a favor de Austria para mantener el equilibrio existente, permaneció, sin
embargo, pasiva ante el enfrentamiento entre Austria y Piamonte.

La opinión pública en Alemania estaba con Austria. Se hablaba de la «gran


patria alemana», de la necesidad de defender en común el suelo alemán, de
defender el Rin en el Po, pues se pensaba que si Francia dominaba el valle del Po
e inclinaba el equilibrio europeo a su favor, se presentaba un problema para la
seguridad de la propia Alemania. Austria aparecía en la opinión pública alemana
como la agredida y creció de forma exorbitada la exaltación nacional. En los
medios liberales se pedía expresamente la ayuda de Prusia para luchar contra
Francia, y se reclamaba incluso la anexión de Alsacia-Lorena. Que la Italia del
norte debe permanecer dentro de Austria se justifica con el recuerdo histórico de
que ese territorio había sido la columna básica del antiguo Imperio de los Stauffen.
Austria, consciente de esta opinión de apoyo a su causa, solicitó ayuda al
Parlamento confederal de la Confederación Germánica, sobre la base del artículo
47 de la Constitución confederal. Pero, en esa crítica situación, la rivalidad entre
Austria y Prusia por su supremacía en el seno de la Confederación adquirió un
tono dramático. Ante la petición austríaca de ayuda, Prusia insistió en la que la
Confederación fuera neutral, e impidió incluso una movilización defensiva por
parte de la Confederación. Esta posición de Prusia fue vista por Francia como una
vía abierta hacia la neutralidad de Prusia y de los restantes Estados alemanes.
Para Francia esto era realmente importante, pues de esa manera no tendría que
luchar en dos frentes, contra Austria en Italia y contra la Confederación en el Rin.
La actuación de Prusia en este asunto estuvo guiada continuamente por su
voluntad de aumentar su influencia dentro de la Confederación y poder
desempatar la igualación que tenía con Austria. Por esa razón no se comprometió
con Austria. Se limitó a poner un cuerpo de observación en el Rin central y a exigir
el mando supremo de los dos cuerpos de ejército que la Confederación destacó en
el sur de su territorio.

Austria fue derrotada en Magenta y Solferino (junio de 1859) y perdió la


Lombardía, que entregó a Napoleón III para que éste, a su vez, la entragara a
Piamonte. Conservó, no obstante, el Véneto. En la derrota de Austria desempeñó
un papel muy importante, sin duda, su deplorable situación financiera y la
organización de su ejército. Pero la razón principal de su rendición estuvo en que
Austria prefirió perder antes que tener que contar con la ayuda expresa de Prusia
y con un éxito de ésta sobre los italianos. Prefirió la derrota en Italia antes que
ofrecerle a Prusia la posibilidad de un éxito y evitar así el consiguiente deterioro
que un éxito prusiano le habría acarreado para su influencia dentro de la
Confederación Germánica. De este modo, por otra parte, tampoco se realizaban
plenamente las expectativas de Prusia de obtener de todo ese proceso un
reforzamiento de su posición en la Confederación, en el sentido de desplazar a
Austria, si bien, a partir de la guerra de Italia, fue ganando terreno la idea del
Estado nacional alemán pequeño, es decir, sin Austria y bajo la dirección de
Prusia. La decepción, sin embargo, fue grande en la opinión pública alemana y las
críticas abundantes, tanto a Prusia como a Austria, pues ni Austria, por su derrota,
ni Prusia, por su táctica de esperar acontecimientos, habían tenido una actuación
brillante. Para los austríacos y los partidarios de la «Alemania grande», el
comportamiento de Prusia había significado realmente una traición a Alemania.
Según ellos, Prusia había puesto un precio muy elevado para su ayuda a Austria,
que habría sido, sin embargo, su deber. Otros, por su parte, reprochaban a Austria
que había cedido muy pronto ante Napoleón III para no tener que ser salvada por
Prusia. Algunos críticos radicales apuntaban además el carácter anacrónico del
Estado austríaco por estar gobernado por una aristocracia enemiga de la
unificación nacional y aliada de los católicos ultramontanos. 67 En todo caso, lo que
quedaba claro tras la guerra de Italia era la urgente necesidad de reformar la
Confederación Germánica para dotarle de una mayor unidad y eficacia. Y como la
guerra había mostrado que Austria no estaba en situación de defender, con sus
propias fuerzas, su propia posición en Europa central, fue ganando más
seguidores la idea de que el deseado Estado nacional debería estar dirigido por
Prusia. En este Estado, además, se estaba dando paso a una evolución política
liberal —desde el cambio de monarca en 1859, la llamada «nueva era»—, que
despertó las viejas, y dormidas, esperanzas de los liberales de transformar Prusia
plenamente en un Estado constitucional.

Con la finalidad de movilizar la opinión pública y los gobiernos con el


proyecto de unificación nacional se creó en septiembre de 1859 una «Asociación
nacional alemana» (Deutscher Nationalverein). Integrada por liberales y
demócratas, no se extendió por toda Alemania por igual ni abarcó tampoco a todas
las clases por igual. La mayor parte de sus socios residían en la Alemania del
norte —por encima del río Meno—, y en el sur sólo tenía un número considerable
de seguidores en Baden y en Hesse-Darmstadt. Tres años después de su
fundación, la Unión Nacional contaba con veinticinco mil miembros. No obstante,
la cuota anual que debían abonar los miembros —un tálero— era excesivamente
alta para la época y, por ello, los obreros, oficiales y empleados de servicio no
tenían acceso prácticamente a la Asociación. Su funcionamiento y su actividad
publicista68 hicieron de la «Asociación Nacional Alemana» una de las
organizaciones más significativas e influyentes de la burguesía en Alemania en la
época anterior a la unificación. La «Unión Nacional Alemana» era como el partido
nacional de la burguesía y como tal estaba siempre representada, informalmente,
en los congresos y reuniones en los que se trataran las cuestiones relativas al
futuro Estado nacional.69 La «Asociación Nacional Alemana» era reconocida, en
realidad, como el portavoz de la burguesía alemana.

El modelo de unificación alemana que la «Asociación Nacional Alemana»


animaba, apuntaba hacia la «Alemania pequeña», sin Austria, y bajo la dirección
de Prusia. Ahora bien, esta opción por Prusia requería dos condiciones: requería,
en primer lugar, que Prusia siguiera adelante con su transformación en un Estado
de derecho liberal y, en segundo lugar, que en el futuro Estado alemán federal
hubiera sitio siempre para todos aquellos que estuvieran por el Estado de
derecho.70 La «Asociación Nacional Alemana» estaba a favor de Prusia «si el
gobierno prusiano asume con fuerza los intereses de Alemania en todas
direcciones y si da todos los pasos imprescindibles para generar la unidad y el
poder alemanes».71 Por esta razón, cuando Bismarck desencadenó el famoso
conflicto constitucional con el parlamento prusiano en 1862, la «Asociación
Nacional Alemana» anunció una dura campaña contra su régimen, calificándolo
como el «último y más afilado dardo de la reacción».72

Este impulso hacia la unificación nacional fue potenciado también, a partir


de ese mismo año, por otras instituciones y por amplios movimientos de masas.
En el mismo año de 1859 se celebró en toda Alemania el aniversario del poeta
Schiller, que se convirtió en una auténtica fiesta «nacional», en la que participaron
todas las capas sociales. Se reavivaron asimismo las asociaciones de canto y de
gimnasia, que ya en los años anteriores a la Revolución de 1848 habían
desempeñado un papel muy destacado en el fomento de la conciencia nacional.
En 1860 se celebró, en Núremberg, la primera reunión de las asociaciones de
canto de toda la Confederación Germánica y en 1863 se reunieron, en Leipzig, las
asociaciones de gimnasia. Otro movimiento asociacionista surgido después de la
Revolución de 1848 —el de los clubes de tiro (Schützenvereine)— se integró
también en una organización general, que celebró su primer encuentro confederal
en Fráncfort en 1861 y dos años después en Leipzig. En todos esos encuentros,
en sus canciones y símbolos, se cultivaba el espíritu de la Revolución de 1848 y
se aludía a la necesidad de superar la actual situación política de la
Confederación. Como expresión, y al mismo tiempo motor, del movimiento para la
unificación nacional en esta época postrevolucionaria, estas asociaciones
presentaban ahora, a pesar de todas las similitudes y continuidades con la etapa
anterior a la Revolución, algunos rasgos distintivos muy interesantes. Uno de ellos
es el aumento del número de obreros en la fiesta de los gimnastas. Con esta
integración de los obreros en el movimiento nacional, éste se convirtió realmente
en un movimiento de masas, por encima de las clases, aunque las asociaciones
mantuvieron básicamente su carácter «burgués» (bürgerlich).73

Si la «Asociación Nacional Alemana» estaba a favor de una Alemania


unificada, pero excluyendo Austria, otros muchos liberales, junto a católicos y
conservadores, defendieron asimismo con intensidad a comienzos de los años
sesenta la idea de la Alemania grande, que incluyera, por tanto, Austria. Esta idea
encontró en Julius Fröbel, demócrata en la Revolución de 1848, a un
propagandista de excepción y en octubre de 1862 se fundaba, también en
Fráncfort del Meno, la «Asociación de Reforma de Alemania» (Deutscher
Reformverein).74 La «Asociación de Reforma de Alemania» se llamó así porque su
objetivo principal era la reforma de la constitución de la Confederación Germánica.
El centro de su proyecto de reforma estaba constituido por la vieja idea de la tríada
alemana, es decir, un equilibrio entre Austria, Prusia y los demás estados de la
«tercera Alemania». No obstante, la posición de Austria en Alemania debía
continuar como hasta entonces y se debían frenar las aspiraciones de Prusia a la
supremacía en Alemania. La nueva organización política de Alemania por la que
abogaba esta Asociación tendría a su cabeza un directorio, formado por ocho
Estados, y un parlamento nacional constituido a partir de los parlamentos de los
Estados particulares. La composición social de la «Asociación de Reforma de
Alemania» era muy heterogénea, pues había una amplia representación de nobles
y de clero católico junto a miembros procedentes de las capas burguesas. Y
aunque el número global de asociados no era muy inferior al de la «Asociación
Nacional Alemana», su influencia política era, sin embargo, mucho menor.75

Los años sesenta empezaban, por lo tanto, con muchas expectativas de


renovación y de afianzamiento del movimiento para la unificación nacional.
Además del asociacionismo tradicional de canto, gimnasia y clubes de tiro y de la
movilización propagandística de las dos grandes Asociaciones mencionadas
anteriormente, también los gobiernos de los Estados de la Confederación se
dedicaron intensamente, desde 1859, a la elaboración y discusión de proyectos de
reforma de la propia Confederación, pero ninguno de ellos pudo llegar a
realizarse.76 Se ponía nuevamente de manifiesto, como en épocas anteriores, la
escisión existente entre las reivindicaciones nacionales de la sociedad y las
posiciones de los gobiernos. Pero, un nuevo estallido del conflicto en el Ducado de
Schleswig a lo largo de 1863 iba a aplazar, una vez más, la tan necesaria reforma
de la Confederación Germánica, si bien la guerra contra Dinamarca en la que
desembocó el conflicto se convertiría en la primera de las «guerras de unificación»
de Alemania.
La guerra contra Dinamarca

En marzo de 1863, una nueva Constitución en Dinamarca había


incorporado el Ducado de Schleswig, habitado por alemanes y daneses, al Estado
danés, perdiendo de esa manera el estatuto especial que había tenido hasta
entonces y su relación histórica con el Ducado de Holstein, estatuto especial que
había sido confirmado por el Protocolo de Londres de 1852. Esta nueva situación
fue sentida como una provocación por los alemanes, que ya en 1848 no habían
podido incorporar al proyectado Estado nacional de entonces a los alemanes del
Ducado de Schleswig, territorio que, como hemos dicho anteriormente, estaba
fuera de las fronteras de la Confederación. En noviembre de 1863 la sucesión del
rey danés planteó un serio conflicto entre los dos pretendientes, Christian von
Sonderburg-Glücksburg y Friedrich von Sonderburg-Augustenburg. Los
nacionalistas alemanes estaban a favor del Duque de Augustenburg, próximo al
liberalismo. Además, apoyar la candidatura del Duque de Augustenburg daba la
posibilidad de una cooperación entre el movimiento nacional y los príncipes, sin
tener que recurrir a la revolución para esta cuestión nacional. La mencionada
modificación de la situación del Ducado de Schleswig, promovida por Dinamarca,
desencadenó un movimiento de apoyo a los alemanes de Schleswig por toda
Alemania y se organizaron asociaciones y comités y asambleas masivas para
pedir que se estableciera un nuevo Ducado de Schleswig-Holstein, independiente
de Dinamarca y bajo la jefatura del Duque de Augustenburg. 77 Éste reivindicaba
ahora los derechos sucesorios a los que su padre había renunciado en los años
cincuenta. Esta exaltación nacional en Alemania borró por el momento las
diferencias existentes sobre si el deseado futuro Estado nacional alemán debía ser
una Alemania grande, con Austria, o una Alemania pequeña, sin Austria. Pero, a
pesar de la exaltación nacionalista generalizada, los gobiernos de los Estados más
importantes, Prusia y Austria, adoptaron una actitud distinta a la reclamada por la
opinión pública. Bismarck no quería salirse de la legalidad del Protocolo de
Londres de 1852 y reconoció los derechos de la casa real danesa Sonderburg-
Glücksburg sobre Schleswig-Holstein, con lo que daba satisfacción a las potencias
europeas. Pero, al mismo tiempo, planeaba una ocupación militar de los Ducados,
porque la incorporación del ducado de Schleswig a la corona danesa era una
violación del status especial que lo unía a Holstein, tal como había confirmado
también el Protocolo de Londres de 1852. En los debates de la Confederación
Germánica, los Estados medianos insistieron en la ilegalidad cometida por el rey
de Dinamarca y se manifestaron a favor de que la Confederación le declarara la
guerra a Dinamarca. Prusia, sin embargo, no quería esta vía, como tampoco
quería que los dos Ducados se convirtieran en un nuevo Estado dentro de la
Confederación, reivindicación de todo el movimiento nacionalista. Y, en esta
cuestión, Austria siguió la política de Prusia. Por su parte, tampoco veía con
buenos ojos un candidato liberal para unos Ducados independientes. Prusia y
Austria querían actuar, por consiguiente, sobre la exclusiva base del Protocolo de
1852, haciendo la correspondiente política de gabinete, mientras que la opinión
pública alemana exigía una política nacional y revolucionaria. El 16 de enero de
1864, Prusia y Austria exigieron del gobierno danés, con carácter de ultimátum, la
derogación de la constitución de noviembre. Cuando el gobierno danés rechazó
este ultimátum, las tropas austríacas y prusianas ocuparon los Ducados. El 18 de
abril atravesaban los fortines de Düppel y poco después ocupaban Jutlandia.
Aunque las potencias europeas intentaron intervenir diplomáticamente, la guerra
continuó durante el mes de junio y finalizó con el triunfo de Prusia y Austria. Por el
tratado de paz, negociado entre el 1 de agosto y el 30 de octubre, Dinamarca
entregaba los Ducados de Schleswig y Holstein, en propiedad compartida, a
Austria y Prusia.

La opinión pública alemana estuvo dividida ante el resultado de la guerra.


Por una parte, el triunfo obtenido, la anexión de los Ducados, era celebrado como
un éxito nacional. Pero, por otra, no se estaba de acuerdo con el carácter que los
dos grandes Estados alemanes le habían imprimido a esa guerra. Muchas voces
en Alemania se habían manifestado a favor de una guerra nacional contra
Dinamarca y a favor del candidato liberal de esos Ducados. Pero Bismarck no
había hecho esta guerra como una guerra de liberación nacional, sino como una
guerra clásica, una guerra de gabinete y de coalición. No había atendido las
reivindicaciones de la opinión liberal y de los Estados medianos de la
Confederación, sino que la había hecho según los intereses de Prusia. Tampoco
había atendido las reivindicaciones de la propia población alemana de los
Ducados, que querían tener a su propio candidato liberal. A consecuencia de esta
guerra, de cómo había sido llevada, la «Asociación Nacional Alemana» se dividió
en un ala mayoritaria, que continuó su oposición a la política prusiana, y en un ala
minoritaria que dio su apoyo a Bismarck. Estos liberales prusianos que reconocían
ahora públicamente a Bismarck, olvidaron sus anteriores críticas y enterraron el
enfrentamiento que sostenían con éste, por estar gobernando en Prusia sin unos
presupuestos aprobados por el Parlamento.78

La guerra entre Prusia y Austria

La solución adoptada, de que los nuevos Ducados fueran administrados


conjuntamente por Austria y Prusia, no satisfacía a los defensores de la unificación
nacional, que además habían visto que el candidato liberal, Duque de
Augustenburg, no había llegado al poder en los mencionados Ducados. Bismarck
aceptó la administración conjunta con Austria, pero su auténtico interés era la
anexión de los Ducados o la creación de un Estado integrado militar y
económicamente en Prusia. En torno a esta cuestión iba a surgir el enfrentamiento
bélico entre Prusia y Austria. La ocasión la buscó Bismarck proponiendo en el
Parlamento confederal —el 9 de abril de 1866— una reforma de la Confederación
sobre la base de una Asamblea constituyente que habría de ser elegida por
sufragio universal. Esta propuesta atacaba de raíz la estructura de la
Confederación y se oponía radicalmente a los planteamientos de Austria, ya que
ésta nunca había estado dispuesta a aceptar una reforma desde una Asamblea
elegida directamente por los ciudadanos, sino que, como máximo, habría podido
permitir la formación de una Asamblea de delegados de los distintos parlamentos
estatales. La propuesta de Bismarck implicaba, en realidad, un acercamiento al
movimiento liberal y racional, a sus planteamientos reivindicativos, y con esta
asimilación, al menos parcial, de algunas exigencias liberales esperaba poder
desplazar Austria de su posición dominante en los Estados alemanes, pues Austria
no podía, de ningún modo, reconocer ninguna de las reivindicaciones del principio
de la nacionalidad, pues ese reconocimiento significaba para ella su propia
destrucción como Estado. El desenlace para la guerra lo constituyó una circular de
Bismarck —de 10 de junio de 1866— a los diplomáticos prusianos acreditados en
los distintos Estados alemanes de la Confederación, con la propuesta de una
reorganización de la Confederación que no incluyera a Austria y bajo la dirección
de Prusia.79 Era un asunto que atacaba directamente al derecho confederal. Y,
como asunto confederal, Austria pidió la movilización del ejército confederal contra
Prusia. Un acuerdo confederal mayoritario, aprobado el 14 de junio, aceptaba la
propuesta de Austria y la consiguiente movilización del ejército confederal. 80 Desde
entonces se luchó. La batalla decisiva tuvo lugar en Bohemia, en Sadowa, el 3 de
julio de 1866, al norte de la fortaleza de Königgratz en el río Elba. Los generales
prusianos persiguieron a los austríacos casi hasta Viena, pero sus deseos de
entrar en Viena y poder anexionarse algún territorio austríaco no pudieron verse
cumplidos, pues Bismarck no quería alterar el equilibrio europeo, sino sólo el de la
Europa Central.

Consecuencias internas de 1866

Tras la victoria de Prusia sobre Austria y sus aliados, dejaba de existir la


Confederación Germánica. La nación alemana quedaba dividida ahora en tres
partes: Austria, el norte de Alemania por encima del río Meno —donde Prusia se
había anexionado Schleswig-Holstein, Hannover, Kurhessen, Nassau y la ciudad
de Fráncfort— y el sur de Alemania, con cuatro Estados independientes, que no
llegarían, por su parte, a formar una Confederación entre ellos, pues las
pretensiones de supremacía de Baviera sobre Baden y Württemberg
imposibilitaron esa idea, además de que Baden no quería quedar aislada respecto
a la organización política que estaba surgiendo en el norte de Alemania.

Las consecuencias internas de la guerra de 1866 fueron enormes. El


partido progresista (Deutsche Fortschrittspartei), que apoyaba la unificación
nacional, pero que al mismo tiempo estaba en oposición a la política interior de
Bismarck de gobernar sin aprobación parlamentaria de los presupuestos, se vio
ante una escisión. El triunfo de Bismarck y el avance hacia la unificación condujo a
muchos a perdonarle la irregularidad constitucional con que había gobernado los
últimos cuatro años. El grupo de liberales que aprobó en el Parlamento prusiano la
propuesta de «convalidación» de la gestión de gobierno de los años anteriores se
escindió del partido progresista y fundó un nuevo partido, el partido liberal-
nacional,81 que iba a apoyar a Bismarck durante más de una década, primero en el
gobierno y en el Parlamento de la Confederación del Norte de Alemania y luego en
los del Deutsches Reich, hasta que el canciller prescindiera de su apoyo en 1878,
al buscarse entonces aquél nuevos aliados para su acción de gobierno. La guerra
de 1866 y el reconocimiento obtenido por Bismarck de parte de la oposición liberal
convirtió a Bismarck en prisionero de su propio éxito. La guerra de gabinete se
había transformado en una guerra nacional y el triunfo sobre Austria abría la
puerta a la unificación de Alemania bajo la dirección de Prusia. Bismarck, que a lo
largo de su carrera diplomática y política había estado siempre muy lejos de las
reivindicaciones de unificación nacional y que en 1848 había sido un
representante radical de la contrarrevolución prusiana, se aliaba ahora con los
liberales. Bismarck, que poco después de ser nombrado jefe del gobierno prusiano
en el mes de septiembre de 1862 había proclamado con toda claridad que las
grandes cuestiones de la época no se podían resolver con discursos ni con
acuerdos de mayorías, sino con «sangre y hierro», entablaba ahora una alianza
con sus oponentes liberales. Éstos siempre habían defendido la construcción de la
unidad nacional desde abajo, pues para ellos iban unidos el logro de la unificación
nacional y la creación de un Estado constitucional, con representación popular.
Ahora, en 1866, con el éxito militar de Bismarck, eran «la sangre y el hierro» los
que hacían realmente posible la unificación, después de que los intentos de los
liberales hubieran fracasado en las décadas anteriores. Bismarck, sin embargo, no
aprovechó este triunfo para aplastar definitivamente a los liberales, con los que
estaba en un tenso conflicto constitucional desde 1862, sino que, por el contrario,
llegó a un entendimiento, a un compromiso, con ellos. Mientras que los liberales —
una parte de ellos— convalidaban en el parlamento prusiano los presupuestos de
los años anteriores, durante los que Bismarck había estado gobernando sin
presupuestos legalmente aprobados, Bismarck, por su parte, renunciaba a seguir
gobernando dictatorialmente. Daba reconocimiento a unos principios que no
habían sido los suyos, y se aliaba con ellos.

Los contemporáneos vieron esta conversión de Bismarck, esta su alianza


con el principio moderno de la nacionalidad y del liberalismo, como una auténtica
revolución, una revolución «desde arriba». Bismarck, al mismo tiempo que
consolidaba e incrementaba su poder en Prusia, se ponía a la cabeza de un
movimiento moderno —el principio nacional— que no correspondía a sus propios
orígenes sociales ni intelectuales. A la vez que lograba una mayor afirmación del
Estado de Prusia, se declaraba a favor de la principal fuerza motora de su época:
el nacionalismo. Para algunos conservadores, por ello, Bismarck había ido
demasiado lejos en su alianza con las fuerzas liberales y nacionales y pensaban
con amargura que la vieja Prusia perdía su propia identidad. Estos conservadores
prusianos no sólo no se sentían vencedores, sino más bien perdedores, pues
pensaban que se había destruido la legitimación del Estado. Tenían la sensación
de morir precisamente en el momento del triunfo. Se ha solido decir que el triunfo
de Prusia sobre Austria en 1866 es el triunfo de los conservadores Junker, pero
más bien parece cierta la tesis contraria: con la formación del nuevo Estado
nacional emprendida por Prusia, al que se le integrarían poco después los Estados
del sur de Alemania, se enterraba la vieja Prusia. 82 No obstante, las diferencias
originales en la concepción del Estado nacional existentes entre Bismarck y los
liberales iban a reaparecer pocos años después y conducirían a la ruptura del
compromiso sellado en 1866.

A partir de la guerra de 1866 se aceleró el proceso de unificación de


Alemania guiado por Prusia. La unificación del norte de Alemania comenzó incluso
durante la propia guerra contra Austria. Las relaciones con los Estados alemanes
del sur estaban todavía abiertas. Pero todo el proceso de unificación partía ya de
un acontecimiento totalmente nuevo en la historia de los alemanes: Austria no
pertenecería ya a ese nuevo Estado nacional. La unificación del norte de Alemania
comenzó, efectivamente, durante la guerra contra Austria. Prusia había invitado
entonces a los diecinueve Estados del norte de Alemania a formar una nueva
Confederación, en vistas de que la Confederación salida del Congreso de Viena
en 1815 y a estaba realmente acabada. Sólo dos Estados, Sajonia-Meiningen y
Reuss línea primogénita, rechazaron la invitación. En la segunda mitad de agosto
de 1866, Prusia y los otros diecisiete Estados que habían aceptado su propuesta
se ponían de acuerdo para formar la Confederación del Norte de Alemania
(Nordeutscher Bund). Los acuerdos de agosto sellaron entre los Estados firmantes
una alianza defensiva y ofensiva para la conservación de su independencia e
integridad, y su seguridad interna y externa (art. 1). Determinaron asimismo darse
una Constitución y convocar un Parlamento común, elegido por sufragio universal
masculino (art. 2) y acordaron también poner todas sus tropas bajo el mando
supremo del rey de Prusia. Luego se unieron otros Estados del norte que habían
luchado en su momento con Austria, pero que habían logrado mantener su
existencia como Estados tras la derrota: Hesse-Darmstadt, Reuss línea
primogénita y Sajonia.83 El Parlamento elegido en febrero de 1867 discutió el
proyecto constitucional elaborado por los gobiernos de los distintos Estados y
presentado por Bismarck y aprobó la Constitución de la Confederación del Norte
de Alemania el 16 de abril de 1867.84

Consecuencias internacionales; el conflicto franco-prusiano

Desde el punto de vista internacional, la guerra de 1866 fue vista de distinta


manera, según cada uno de los Estados. Pero, en conjunto, las potencias
europeas aceptaron sin intervenir el resultado de la guerra entre Prusia y Austria y
la consiguiente formación de la Confederación del Norte de Alemania. La paz de
Praga había transformado poco, en realidad, el mapa de Europa Central. Se había
reducido el número de «Alemanias». Prusia había dado forma político-
constitucional a su supremacía de hecho en el norte de Alemania. Austria quedaba
desplazada hacia sus posesiones en el este, y los Estados del sur de Alemania
(Baviera, Württemberg, Baden, Hesse) continuaban como Estados
independientes, aunque en una fuerte dependencia de Prusia por sus
vinculaciones económicas, a través de su pertenencia a la Unión Aduanera, y por
los compromisos militares firmados con Prusia en 1866 y 1867. 85
Desde una perspectiva europea, lo que había ocurrido en el verano de 1866
había sido un reajuste, un cambio en el puesto directivo de los Estados
alemanes.86 La política rusa podía aceptar tranquilamente la pérdida de posición
experimentada por Austria y su debilitamiento, pues era ésta su competidor por la
herencia del Imperio otomano en los Balcanes. Para Rusia la realización de la
Confederación del Norte de Alemania por Prusia no implicaba ningún peligro
especial, si discurría por vías conservadoras y no producía un efecto de imitación
en los polacos de Rusia. Inglaterra, por su parte, consideró la unificación del norte
de Alemania bajo Prusia como algo natural y deseable. Inglaterra y Prusia había
mantenido buenas relaciones económicas desde hacía décadas, y Prusia era en
concreto la potencia europea que más defendía el libre comercio. Granos y
madera de encina iban de Prusia a Inglaterra, mientras que acero, textiles y
maquinaria llegaban de Inglaterra a Prusia. El crecimiento político de Prusia lo
podía apreciar Inglaterra como un baluarte contra Rusia y como un contrapeso al
imperialismo napoleónico. Además, los intereses políticos de Inglaterra estaban
más centrados en su reforma electoral y escolar y, en cuanto a los asuntos
internacionales, estaban más cerca de los Estados Unidos, que acababan de
terminar su guerra civil. De aquí su política de no intervención en los asuntos
continentales.

La actitud de Francia respecto a los asuntos alemanes era, por el contrario,


muy distinta. Por tradición y por su situación geográfica se sentía directamente
afectada por la evolución en el interior de Alemania. La política de Napoleón III
respecto a Alemania había sido, en realidad, proprusiana, en la medida en que
había sido antiaustríaca. Pero no todos en Francia eran proprusianos. Si los
círculos dirigentes sí lo eran, el patriotismo de las masas, por el contrario, tenía
una connotación básicamente antiprusiana. En la opinión pública se generalizó la
petición de «revanche pour Sadova» y la exigencia de una compensación
territorial por la neutralidad francesa en el enfrentamiento austríaco-prusiano.
Napoleón III esperaba conseguir Luxemburgo y poder calmar así las exigencias de
la prensa y de la calle. Pero, finalmente, tampoco lo conseguiría. El Gran Ducado
de Luxemburgo, posesión del rey de Holanda, había pertenecido hasta 1866 a la
Confederación Germánica. Prusia no tenía interés en integrarlo en la nueva
Confederación del Norte de Alemania, por las dificultades que iban a surgir al
incorporar un territorio que era posesión de un soberano extranjero. Estaba, pues,
previsto que tanto el Gran Ducado de Luxemburgo como el Ducado de Limburgo,
que, siendo también posesión del rey de Holanda, había entrado a formar parte de
la Confederación Germánica en 1839, no formaran parte de la nueva
Confederación alemana que Bismarck estaba creando. Pero esta separación del
Gran Ducado de Luxemburgo de Alemania produjo una situación muy conflictiva.
Por un parte, Francia tenía esperanzas de conseguirlo y el propio Bismarck había
alimentado estas esperanzas cuando, el 8 de agosto de 1866, había hecho saber
al gobierno francés que no iba a pagar su neutralidad con ningún territorio alemán,
aunque consideraba aceptable que Francia pudiera obtener compesaciones
territoriales en Bélgica y Luxemburgo. Pero el rey de Holanda, por su parte, estaba
dispuesto a ofrecer dinero por conseguir Luxemburgo, si Prusia aceptaba la
cesión. Una respuesta positiva por parte de Bismarck habría aparecido ante los
alemanes como una traición nacional. La opinión pública alemana insistía en el
carácter alemán del Gran Ducado de Luxemburgo, que ya había sido un Estado
miembro del antiguo Reich. La opinión pública francesa reavivó sus críticas contra
el poder prusiano y aumentaron los gritos de «revanche pour Sadova». Bismarck
declaraba, el 1 de abril de 1867, en el recién constituido Parlamento de la nueva
Confederación del Norte de Alemania, su rechazo a cualquier intento de separar
«de la patria un antiguo país alemán» y exigía garantías para la guarnición que
Prusia tenía todavía en Luxemburgo. La crisis con Francia fue resuelta por una
Conferencia internacional, celebrada en Londres en el mes de mayo de 1867, en
la que los Estados participantes —las cinco potencias europeas, más Bélgica y
Holanda— acordaron la conservación de la soberanía de Holanda sobre el Gran
Ducado y la neutralidad de éste, garantizada por las potencias europeas
colectivamente. Acordaron, asimismo, el desmantelamiento de la guarnición
prusiana en el Gran Ducado. Francia renunciaba definitivamente a la anexión de
Luxemburgo, si bien este resultado produjo un profundo sentimiento de decepción
y amargura, que cargó de tensión las relaciones entre Francia y Prusia. Otros
acontecimientos conflictivos, como el de la candidatura al trono de España,
vacante por la expulsión de Isabel II en 1868, desencadenarían la guerra entre
Prusia y Francia en 1870.

La cuestión concreta que condujo a la guerra entre Francia y Alemania fue,


en efecto, la candidatura de un Hohenzollern al trono de España. En febrero de
1870, el general Prim, jefe del Gobierno provisional español, ofreció la corona de
España a Leopold von Hohenzollern-Sigmaringen (1835-1905) y buscó la
aceptación del rey de Prusia, pues éste era el jefe de la Casa Hohenzollern y la
línea católica Hohenzollern-Sigmaringen estaba sometida al rey prusiano según el
Estatuto de la Casa Real Hohenzollern desde el tratado de 7 de diciembre de
1849. Bismarck, que ya había sugerido esta posible candidatura con anterioridad,
pretendía con la colocación de un Hohenzollern en el trono de España evitar una
eventual coalición de los estados católicos Francia, Austria, Italia y España y
quería, además, muy concretamente, crear intranquilidad en Francia con una
monarquía Hohenzollern al sur de los Pirineos. Teniendo a un Hohenzollern en
España y a otro en Rumania,87 no sólo satisfacía ambiciones dinásticas sino que
lograba también una considerable elevación del prestigio de Prusia y un
reforzamiento del sentimiento nacional en Alemania. Por otra parte, al tratarse de
un príncipe alemán, del sur y católico, se favorecería la disposición de los Estados
del sur de Alemania hacia la unificación nacional con la Confederación del Norte
de Alemania. La candidatura de Hohenzollern para España era, por lo tanto, un
elemento importante dentro de la política de unificación de Alemania. El 9 de
marzo de 1870 redactó Bismarck el informe para obtener la aprobación del rey
prusiano. En el escrito le expresa Bismarck al rey prusiano que situar a un
Hohenzollern en España tendría como consecuencia un incremento del
sentimiento político de la nación alemana y colocaría la dinastía en una posición
mundial «que sólo tiene alguna analogía en los antecedentes de los Habsburgo
desde los tiempos de Carlos V».88

El candidato Leopold dio su aprobación a la candidatura con la reserva de


que el rey de Prusia la autorizara. Era el 19 de junio de 1870. El rey, sin embargo,
tenía sus dudas, pero el 21 de junio daba su aprobación. El gobierno español fijó
la elección del rey por las Cortes para el 1 de agosto. Se retrasó algo por un error
en los telegramas cifrados enviados al gobierno español, pues había estado
previsto que la elección tuviera lugar inmediatamente después de darse a conocer
la aceptación de la candidatura.

La candidatura fue hecha pública por el gobierno español de Prim el 2 de


julio. El conocimiento oficial de la candidatura llegó a París el 3 de julio, y se
recibió como una amenaza y una provocación intolerable. El gobierno francés
quería saber si el gobierno de Prusia había tenido que ver algo en el asunto. La
posición de Bismarck durante esos días fue la de presentar la cuestión de la
candidatura como un asunto de la familia Hohenzollern, que no tenía nada que ver
con la política oficial de Prusia ni de la Confederación del Norte de Alemania. El
ministro de Asuntos Exteriores francés, Gramont, pronunció un discurso en la
Asamblea Nacional de París el 6 de julio lleno de amenazas de guerra: «No
creemos que el respeto a los derechos de un país vecino nos obligue a tolerar que
una potencia extranjera, colocando a uno de sus príncipes en el trono de Carlos V,
dañe para ventaja suya el equilibrio actual de las potencias de Europa y ponga en
peligro el honor de Francia. Esperamos que no se realice este eventualidad;
contamos con la sabiduría del pueblo alemán y con la amistad del pueblo español.
Si ocurrieran las cosas de otra manera, sabríamos cumplir nuestro deber sin
vacilación ni debilidad, fuertes por su apoyo y el de la nación». 89 Además, el
gobierno francés encomendó a su embajador en Alemania, Benedetti, que visitara
al rey de Prusia, que en esos días se encontraba en el balneario de Bad Ems, y
que le solicitara una declaración sobre la cuestión de la candidatura. El rey le dijo
al embajador francés que había intervenido en el asunto no como rey de Prusia
sino como jefe de la Casa Hohenzollern y que su autorización no la podía negar ni
ahora revocar y que no podía ejercer ninguna influencia sobre las posteriores
decisiones de los príncipes de Sigmaringen. Por su parte, las otras potencias,
Inglaterra y Rusia, no aprobaban esta candidatura. Bismarck vio entonces que la
candidatura no iba a poder mantenerse y buscó la forma de que Leopold
renunciara sin que se dañara el prestigio de Prusia. El embajador francés en
Prusia, tras una segunda entrevista con el rey, pudo informar a París que el rey se
abstenía en el asunto de la candidatura de Leopold, lo cual era, en realidad,
suficiente, para que Leopold renunciara. El 10 de julio, el rey escribía al príncipe
Karl Anton, padre de Leopold, poniendo la renuncia a la candidatura a la libre
decisión de Leopold. Y el 12 de julio Leopold declaraba su renuncia al trono de
España.

Bismarck pretendía presentar esta decisión como una decisión exclusiva de


Leopold, para que no pareciera que Prusia se humillaba ante Francia. Pero
Francia sí quería una clara y rotunda capitulación del gobierno de Prusia en ese
punto. El 12 de julio, el ministro Gramont exigió al embajador alemán en Francia,
Werther, que el rey de Prusia escribiera una carta de disculpa a Napoleón III, en la
que aprobara la renuncia de Leopold y en la que además dijera que con la
aprobación anterior no había querido dañar los intereses ni el honor de Francia.
Por su parte, el embajador francés Vincent, conde de Benedetti (1817-1900), pidió
al rey prusiano en Bad Ems, en una tercera audiencia, que aprobara
expresamente la renuncia de Leopold y que manifestara que nunca autorizaría
una nueva candidatura del príncipe en el futuro. Esta última petición, sin embargo,
fue rechazada por el rey. Cuando Bismarck recibió en Berlín la información
telegráfica enviada desde Bad Ems sobre la entrevista entre el rey y el embajador
francés, la redactó de nuevo para enviarla a los otros Estados alemanes y a la
opinión pública. La versión de Bismarck que conoció la opinión pública produjo
una indignación sin precedentes en Alemania. Era, realmente, una decisión a favor
de la guerra contra Francia.90 Prusia, evidentemente, no dio a Francia las
garantías que pedía, de que en el futuro no se produjera algo similar a lo que se
había producido en torno a la candidatura de Leopold von Hohenzollern, y el
gobierno francés se encontró entonces en una situación curiosa: para dominar la
situación interna y la opinión pública, sólo le cabía la huida hacia adelante, es
decir, la guerra con Prusia, que era ya, prácticamente, una guerra contra
Alemania.91 Y Francia declaró la guerra a Prusia el 19 de julio de 1870. La
declaración de guerra por parte de Francia a Prusia, puso en movimiento a toda la
Confederación del Norte de Alemania ipso iure. Pero también para los Estados del
sur de Alemania se trataba de un casusfoederis, según sus pactos defensivos con
Prusia, de 1866: en caso de guerra, tenían que ponerse mutuamente a disposición
toda su fuerza militar.92 Por parte de Francia, el único objetivo de la guerra sólo
podía ser impedir la unidad de Alemania. Por su parte, para los Estados alemanes
—los de la Confederación del Norte de Alemania y Baviera, Würtemberg, Baden y
Hesse— una victoria sobre Francia abría las puertas a la unificación. Francia ya
no podría oponerse. Las potencias europeas no tenían ninguna razón para
intervenir en la guerra. En esta guerra casi todos apostaban por Francia. Pero
Prusia tuvo la iniciativa al comienzo de la guerra y la conservó en adelante. En
algunas batallas, los alemanes sufrieron muchas pérdidas, lo cual tuvo un efecto
psicológico muy importante: se había vertido sangre por la unidad alemana: Pero
las batallas de Metz, en Lorena, y de Sedán —el 2 de septiembre— sentenciaron
el desenlace de la guerra. El propio emperador francés quedó atrapado con sus
tropas. El cambio de régimen en Francia, con la proclamación de la República, no
significó, sin embargo, el final de la guerra. Ésta entró en una segunda y bárbara
fase. Se organizó un ejército popular francés contra los alemanes. El presidente
francés, Léon Gambetta, organizó ejércitos masivos que se lo pusieron muy difícil
a los alemanes en el Loira y en Orleans, pero los alemanes terminaron finalmente
el cerco a París el 19 de septiembre de 1870. Por parte alemana había, no
obstante, discrepancias entre la dirección política y la militar. Bismarck quería
acabar pronto la guerra para que no se internacionalizara, evitando así que las
potencias europeas pudieran impedir la victoria. El general Moltke, por el contrario,
quería dejar morir de hambre a la ciudad, para evitar la guerra del casa a casa,
con el objeto de no perder efectivos alemanes y de que se desmoronaran los
soldados franceses. Al final, venció la tesis de Bismarck y los alemanes entraron
en París, si bien sólo algunas compañías de algunos regimientos desfilaron por los
Campos Elíseos.
La fundación del nuevo Estado nacional

Al comenzar la guerra contra Francia, en la que los Estados del sur de


Alemania combatieron junto a Prusia en virtud de los Tratados que habían firmado
en 1866, aun no estaba decidida la unificación nacional alemana, ni menos
todavía en qué forma podría hacerse, pero sí estaba claro, en todo caso, que se
caminaba hacia la solución de la cuestión alemana. En los Estados del sur, la
guerra contra Francia y las primeras victorias produjeron un entusiasmo nacional
que se fue imponiendo progresivamente a los patriotas antiprusianos, defensores
de la conservación de la propia estalidad. De los cuatro Estados del sur, Baden no
presentaba ninguna dificultad para la eventual unificación, pues, desde 1866,
gobernantes y diputados se habían manifestado a favor de su anexión a la
Confederación del Norte de Alemania. En Hesse, su gran duque, antiprusiano, se
quedó aislado frente a la opinión mayoritaria favorable a la unificación. En
Würtemberg, su rey, antiprusiano también, tuvo que contar, sin embargo, con la
voluntad de la reciente mayoría parlamentaria de corte liberal-nacional. También
en Baviera, donde más fuerte era la voluntad de mantener la independencia
estatal, se fue introduciendo un cambio de opinión. El rey bávaro y el jefe de
gobierno eran partidarios de conservar a Baviera como Estado, pero otros
ministros insistían en el peligro de aislamiento en el que podría caer Baviera, si no
se buscaba una nueva relación con la Confederación del Norte de Alemania.

Bismarck, por su parte, quería una unión con los Estados del sur, pero a
través de negociaciones y pactos, sin utilizar una política de fuerza. Pero las
negociaciones quería realizarlas directa y exclusivamente con los gobiernos de
esos Estados. No quería expresamente concederle ningún papel determinante a
los políticos y diputados que habían impulsado el movimiento de unificación
nacional, aunque también quería evitar que el futuro nuevo Estado estuviese
determinado por los intereses hegemónicos de Prusia. Quería lograr pactos con
los Estados del sur, con sus respectivos gobiernos, porque quería hacer una
política realista y conservar las tradiciones federalistas alemanas. Bismarck
pensaba el nuevo Estado nacional, en definitiva, como una federación de Estados
monárquicos. No aspiraba a un Estado unitario autoritario, sino a una federación
de Estados monárquicos que pudieran ser, en realidad, un importante freno al
parlamentarismo. Un Estado unitario podría convertirse con mayor facilidad en un
Estado parlamentario que un Estado de estructura federal.

El que las negociaciones para el futuro Estado las quisiera realizar


Bismarck con los gobiernos de los Estados del sur y el que quisiera dejarles poco
espacio de maniobra a los líderes liberales del movimiento de unificación no puede
ocultar, sin embargo, que la creación del nuevo Estado alemán fue posible por la
combinación de los intereses de la monarquía prusiana y los ideales del
movimiento de unificación nacional, aunque éste desempeñara un papel
subordinado en la política de Bismarck. Ciertamente, durante los meses
preparatorios de la unificación, ni los parlamentos ni los diputados liberales
tuvieron un papel directo en las negociaciones, pero su influencia a través de la
opinión pública y de la presión sobre los gobiernos de los Estados del sur no fue
desdeñable.

Las negociaciones entre Prusia y cada uno de los cuatro Estados del sur
para la formación de una Confederación Alemana, comenzadas en Múnich en
septiembre de 1870, continuaron en Versalles durante las semanas siguientes. El
resultado de las mismas fue la firma, en noviembre de 1870, de sendos Tratados
sobre la creación de un nuevo Estado federal alemán y su Constitución. 93 Desde
un punto de vista formal, pero también atendiendo a la propia realidad, no se trató
de una mera anexión de los Estados del sur a la existente Confederación del
Norte, aunque las reformas constitucionales introducidas en la Constitución de la
Confederación del Norte, de 1867, fueron mínimas. Se trataba de una nueva
creación de un Estado.94

El nuevo Estado alemán, el Deutsches Reich, comenzó a existir


formalmente el 1 de enero de 1871, con la entrada en vigor de los Tratados de
noviembre, aunque la fecha con que habitualmente se señale su comienzo sea la
del 18 de enero de 1871, el día en que tuvo lugar, en el Salón de los Espejos de
Versalles, la proclamación del emperador.
CAPÍTULO II. ESTADO NACIONAL Y NACIONALISMO EN EL
DEUTSCHES REICH (1870-1918)
1.- La integración del Deutsches Reich en el sistema de Estados
europeo

El Estado alemán unificado, con el nombre de Deutsches Reich, irrumpía


en el sistema de Estados europeo con un potencial humano y económico mucho
mayor que el de Prusia, que, en su momento, había sido la potencia más pequeña
entre las grandes potencias europeas. Desde un cierto punto de vista, su aparición
en la política europea podía suponer la eliminación de un foco de conflictos,
concretamente la eliminación de la tensión entre las dos grandes potencias
alemanas por la supremacía en la Confederación Germánica, que siempre
comportaba el peligro de una intervención de las otras potencias europeas, con el
consiguiente riesgo para la paz y el equilibrio en Europa. Pero, desde otro punto
de vista, la unificación alemana, tal como la había dirigido Prusia, podía
entenderse como el resultado final del expansionismo prusiano, que había
introducido, en cualquier caso, una alteración importante en el sistema europeo.
La anexión de Alsacia-Lorena por parte de Prusia había cambiado objetivamente
la situación europea y los Estados europeos podían temer fundadamente que el
nuevo Estado alemán desarrollara una política expansionista y de hegemonía. El
surgimiento de un nuevo Estado de dimensiones tan considerables, alteraba, en
todo caso y de forma sustancial, el papel que había tenido encomendado
anteriormente la Confederación Germánica, es decir, el de favorecer el equilibrio
europeo a través del equilibrio entre Prusia, Austria y el resto de los Estados
alemanes. El sistema de seguridad europea creado por el Congreso de Viena, en
1814-1815, descansaba en una doble neutralización de la Europa central, una
neutralización desde dentro de sí misma y otra ejercida por la vigilancia y control
de las otras grandes potencias europeas. Pero, a pesar de que el nuevo Estado
alemán parecía demasiado grande para hacerlo compatible con el sistema anterior
de equilibrio europeo, Bismarck, no obstante, dirigió toda su política exterior a
conservar ese sistema de seguridad y equilibrio, insistiendo repetidamente en que
el Deutsches Reich estaba «satisfecho», es decir, que no aspiraba a conseguir
más territorios ni más poder en Europa. Bismarck quiso integrar el nuevo
Deutsches Reich en el sistema de equilibrio de las cinco grandes potencias, con la
esperanza de que las potencias europeas aceptarían un nuevo Estado alemán
que aspiraba nada más que a conservar lo logrado, sin ninguna otra pretensión
expansionista o hegemónica.95

La política de Bismarck aspiraba ciertamente a la integración del Deutsches


Reich en el sistema de equilibrio europeo. Pero la anexión de AIsacia-Lorena
hacía prácticamente imposible que las relaciones con Francia pudieran discurrir
sin conflictos. Para la seguridad del Deutsches Reich era preciso un permanente
aislamiento de Francia, con el objeto de que ésta no pudiera intentar su revancha.
Ésta era la idea de Bismarck, aislar de tal manera a Francia que no pudiera formar
alianzas ni con Inglaterra ni con Rusia ni con Austria y poder mantener así el
equilibrio europeo, como si no hubiera pasado nada. Bismarck estaba totalmente
convencido de la necesidad de la paz en Europa y creía que la paz favorecía a
Alemania, pues favorecería su desarrollo económico y contribuiría además a
afianzar su régimen político, que descansaba en la monarquía y en la aristocracia.
Pero, por otra parte, era ya cuestionable hasta qué punto iba a resultar conciliable
el dinamismo de la sociedad industrial alemana con la política de equilibrio y
contrapeso a que aspiraba Bismarck. El aumento de la población alemana y de la
demanda de puestos de trabajo en la industria iba a lanzar al nuevo Estado
alemán a la competencia internacional por nuevos mercados, y se produciría
inevitablemente un choque con las otras potencias europeas. Esta situación, sin
embargo, que daría un tono nuevo a la política alemana, y europea en general, se
produciría en los años noventa. En la época de Bismarck todavía existía la
esperanza de poder integrar la nueva Alemania en la vieja Europa.

Si bien la política exterior de Bismarck estaba dirigida al mantenimiento del


sistema de equilibiro europeo, es preciso conocer cómo recibieron las otras
potencias europeas la fundación del nuevo Estado alemán. Esta fundación había
sido posible, en realidad, porque las grandes potencias se habían mostrado
dispuestas, cuando menos, a tolerarlo. El paso final de la unificación con los
Estados alemanes del sur, que habían sido independientes en la Confederación
Germánica y después de la disolución de ésta, se pudo dar efectivamente porque
las grandes potencias lo permitieron. El mantenimiento de la soberanía de estos
Estados era un asunto que dependía más de los compromisos diplomáticos de las
grandes potencias que de ellos mismos. Y las grandes potencias estuvieron
dispuestas a que estos Estados del sur perdieran su independencia y se pudiera
formar el Deutsches Reich en la forma que obtuvo en 1870-1871. Evidentemente,
las posiciones de las potencias europeas ante este nuevo fenómeno político
fueron distintas entre sí, si se piensa sobre todo en Francia, con la que surgirían
muy pronto algunas fuertes tensiones.

La Inglaterra del gobierno de Gladstone (1868-1874) mantuvo una posición


positiva en su conjunto, pues el nuevo Deutsches Reich había estabilizado por fin
el centro de Europa y, para Inglaterra, significaba un contrapeso respecto a
Francia y Rusia.96 Inglaterra, por lo demás, seguía mas preocupada por su imperio
colonial y el establecimiento de sus puntos de apoyo en el mar que por lo que
ocurría en el continente europeo. Gladstone, además, estaba más interesado por
la política interior británica —por los efectos del ascenso político de las masas tras
la segunda reforma del derecho electoral en 1867— que por las transformaciones
ocurridas en el mapa europeo. El gobierno inglés consideraba la unificación
alemana como algo natural y deseable. Inglaterra no veía todavía en Alemania a
un rival en el terreno comercial ni militar. Las relaciones comerciales entre
Inglaterra y Prusia habían sido muy buenas, y la defensa del libre cambio que
Prusia había practicado la presentaban ante Inglaterra como un baluarte liberal
frente a Rusia y al imperialismo napoleónico. Esta situación, sin embargo,
cambiaría drásticamente cuando Alemania, en la década de 1890, intensificara la
construcción de barcos de guerra. Entonces se formaría el antagonismo entre
Alemania e Inglaterra, que marcaría las décadas siguientes, motivado por la
rivalidad económica y colonial entre ambos Estados, pero también por la falta de
habilidad diplomática. Ante el enfrentamiento entre Francia y Alemania, Inglaterra
quería ser neutral. Sabía que era una injusticia la anexión de Alsacia y Lorena,
pero más importante que ese juicio moral le parecía la realidad de la política
internacional. La renuncia de Bismarck a una política expansiva hacía de Alemania
un Estado aceptable para los ingleses, a pesar que desde el punto de vista
ideológico había una gran distancia entre ambos Estados. Aunque había algunas
voces críticas en Inglaterra, y aunque en Alemania también hubo decepción por la
estricta neutralidad de Inglaterra, la línea general de las relaciones era buena.

En las relaciones con Rusia había muchos elementos comunes que daban
pie para una buena relación. Había planteamientos ideológicos y dinásticos
similares y, desde el reparto de Polonia, había también intereses políticos
comunes, que se habían hecho más intensos, por parte de Prusia, durante la
guerra de Crimea y durante el levantamiento polaco de 1863, que Prusia había
aplastado. La neutralidad rusa había contribuido realmente a la unificación de
Alemania.97 Pero Prusia-Alemania había dejado de ser ya un pupilo de Rusia y se
había convertido en una potencia con capacidad para tener otro tipo de relaciones
con Rusia, como socio o como enemigo, mientras que, por su parte, el poder ruso
se hallaba en una situación de estancamiento. Ante esa nueva situación, el auge
del paneslavismo podía ser un elemento peligroso contra el Reich alemán, y,
siguiendo las reglas del equilibrio, Rusia podría ser una alianza natural de Francia.

Con Austria-Hungría, Bismarck aspiraba a un equilibrio. Ni se le ocurría


intentar una anexión. La idea de la Alemania grande estaba totalmente excluida.
En la nueva situación, Austria-Hungría se volcaría en los Balcanes y para esa
política iba a necesitar tener las espaldas cubiertas frente a Rusia. La ayuda del
Deutsches Reich le sería especialmente necesaria. La política exterior de Austria
bajo el húngaro Andrássy pretendió involucrar a Bismarck en un pacto antiruso,
pero Bismarck evitó una alianza en esos términos, que hubiera provocado, sin
duda, una alianza entre Rusia y Francia. Pero, por otra parte, Bismarck pretendía
evitar también un entendimiento entre Rusia y Austria, que todavía era posible. En
definitiva, Bismarck no quería tener ninguna limitación en su libertad de
movimientos.

Francia, a pesar de haber perdido la guerra contra Prusia en 1870, mostró


en los primeros años tras la derrota, bajo el gobierno de Thiers, un claro deseo de
cumplir con las indemnizaciones de guerra, sin ningún asomo de exigir la
revancha. Pero con la llegada de Mac Mahon al gobierno, cambió profundamente
el panorama. La ley sobre el ejército de 1875 produjo en Alemania serias dudas
sobre las intenciones pacifistas del gobierno francés. Liberada ya de la ocupación
alemana, Francia estaba aumentando rápidamente el número de sus efectivos
militares, a pesar, incluso, del enorme desembolso que le suponían las
indemnizaciones de guerra. Esto creó una situación de tensión en Alemania, pero
que, como otras más adelante, fueron solucionadas siempre por la vía
diplomática.98

2.- El Imperio alemán como Estado nacional

El nuevo Estado alemán respondía al principio del Estado nacional, que no


se había dado ni en el antiguo Reich (el Sacro Romano Imperio de la Nación
Alemana) ni en la Confederación Germánica, pero, por otra parte, realizaba este
principio de una forma incompleta o inacabada.

El antiguo Reich, en efecto, a pesar de su nombre, «Imperio de la Nación


Alemana», no había sido un Estado nacional sino, por el contrario, una formación
política de carácter supranacional, en la que convivían distintas nacionalidades
(alemanes, checos, italianos, polacos, entre otros). La función que desempeñaba
ese Imperio en Europa no era la misma que la que desempeñaban los otros
Estados europeos —Estados nacionales—, para los que el aumento de su poder
nacional era uno de los objetivos básicos de su actuación política. 99 El viejo
«Sacro Romano Imperio de la Nación Alemana» respondía todavía al
universalismo del Imperio medieval, que continuó todavía —aun dentro de su
progresivo debilitamiento— en la Edad Moderna. Y la función directora que
desempeñaba en esa formación política la nación alemana no constreñía
formalmente la igualdad de derechos de las otras naciones integrantes del
Imperio.

La Confederación Germánica, que había existido desde 1815 a 1866, no


sólo no había realizado el principio de la nacionalidad, sino que su función
europea había consistido precisamente en impedir que se constituyeran otros
Estados de acuerdo con el principio de la nacionalidad y que se subvirtiera el
sistema legitimista acordado en el Congreso de Viena. Esta función la cumplió la
Confederación Germánica respecto a todas las nacionalidades que la habitaban,
incluidos los propios alemanes, que no lograron tampoco formar su Estado
nacional en los revolucionarios años de 1848/49. La Confederación Germánica no
sólo no era, por tanto, un Estado nacional alemán, sino que ella misma
descansaba en la no existencia de un Estado nacional alemán y, más aún, su
misión dentro del sistema europeo era velar para que no se alterara el orden
prenacional de 1815.

El nuevo Estado alemán, el Deutsches Reich, por el contrario, sí puede ser


considerado un Estado nacional, a diferencia del antiguo Reich y de la
Confederación Germánica, si bien las importantes limitaciones de distinta
naturaleza con que se creó permiten hablar de un Estado nacional incompleto o
inacabado.100 La primera limitación en su carácter nacional venía determinada por
el hecho de que no todos los alemanes formaban parte del nuevo Estado nacional:
los alemanes austríacos habían quedado excluidos del Deutsches Reich, y si bien
esta realidad no se convirtió en un objetivo de la política del Deutsches Reich
antes de la primera guerra mundial, algunas asociaciones nacionalistas en la
década de 1890 y la política de Hitler más adelante harán renacer la idea de la
Alemania grande, sobre cuya renuncia se había creado precisamente el
Deutsches Reich entre 1866 y 1871. Si no todos los alemanes estaban dentro del
Deutsches Reich, éste, sin embargo, tenía varios grupos de ciudadanos que no
eran culturalmente alemanes. Y el proceso de germanización de estas minorías
(daneses, polacos y alsaciano-loreneses), emprendido por el gobierno alemán, iba
a suministrar un caldo de cultivo apropiado para el nacionalismo agresivo de
numerosas e influyentes asociaciones a partir de los años ochenta y noventa. Esto
quiere decir, en resumen, que las fronteras políticas del Deutsches Reich no
coincidían con sus fronteras cultural-nacionales, coincidencia, sin embargo, que se
considera como un principio básico del Estado nacional moderno.

Otro importante déficit para la caracterización del Deutsches Reich como


Estado nacional provenía de su propia Constitución de 1871. Desde el punto de
vista constitucional, el Imperio alemán era una federación de veintidós soberanos
alemanes y de tres ciudades-Estado republicanas. Era, en ese sentido, más bien
una federación nacional que propiamente un Estado nacional moderno, pues la
formación de la voluntad política no partía de la nación sino, como veremos más
adelante, de órganos no representativos de la ciudadanía.

Por último, el Imperio alemán conoció en sus primeros años de existencia


una integración nacional débil, si se piensa en los amplios grupos de población,
como los católicos o los socialistas, que, por distintas razones, no se encontraban
identificados, al menos en un principio, con el nuevo Estado nacional. La
integración, sin embargo, de estos amplios grupos progresaría muy
considerablemente a lo largo de las siguientes décadas, como se pondría de
manifiesto con total claridad en la posición adoptada por todas las capas sociales
y los partidos políticos ante la primera guerra mundial. En las páginas siguientes
se analizan más de cerca estas carencias iniciales y su progresiva superación.

La Constitución de 1871 y el Estado nacional

La Constitución del Deutsches Reich, de 16 de abril de 1871, contenía en sí


misma algunos elementos que daban base a esa caracterización del Imperio
alemán como un Estado nacional incompleto. El primero de ellos era su propia
estructura federal. El Preámbulo de la Constitución afirmaba que la Constitución
del Deutsches Reich era una obra de los jefes de los veinticinco Estados. Fueron
éstos los que acordaron una alianza, una federación permanente, para proteger el
territorio alemán y para el bienestar del pueblo alemán. 101 Este reconocimiento de
los Estados federados como fundantes del nuevo Estado se reflejaba en la
importancia constitucional y política del Bundesrat (Consejo Federal), que era el
órgano formado por los delegados enviados por los distintos Estados federados. El
Bundesrat era un órgano legislativo y consultivo. En su función legislativa podía
vetar las leyes aprobadas por el Parlamento nacional (Reichstag), aprobaba las
disposiciones estatales en materia aduanera y fiscal, participaba en la elaboración
del presupuesto del gobierno del Reich y era consultado en asuntos de política
exterior —que eran competencia del Emperador— y en la disolución del
parlamento (Reichstag). Por otro lado, la importancia de los Estados federados se
veía, asimismo, confirmada por la amplia autonomía legislativa, administrativa y
judicial de que disfrutaban. En estos terrenos funcionaban como poseedores de un
poder soberano originario, no derivado de la Federación. Incluso dentro de las
competencias generales del Estado (asuntos exteriores, ejército y marina, correos,
ferrocarriles, aduanas, impuestos indirectos, moneda y organización bancaria,
legislación sobre prensa y derecho de asociación) había algunas excepciones,
pues los Estados de Baviera, Sajonia y Württemberg conservaron sus propios
ejércitos. Baviera siguió disponiendo, además, de su representación diplomática
en el exterior y continuó asimismo administrando sus propios ferrocarriles. El
nuevo Deutsches Reich había conservado, en consecuencia, algunos elementos
propios de una Confederación, no yendo tan lejos, por lo tanto, en ese punto como
la Constitución non nata de 1849 que los había eliminado para formar un Estado
federal.102

El segundo de los elementos político-constitucionales que mostraban la


peculiaridad del Imperio alemán como Estado nacional era su sistema de
representación política. El nuevo Estado recogía un principio de representación
dual, que afirmaba la representación de la nación en el Parlamento (Reichstag) y
en el emperador. Tanto el Reichstag, elegido por sufragio universal masculino,
como el emperador eran representantes de la nación, encarnando institucional y
simbólicamente el cuerpo de la nación. Ahora bien, el Reichstag no disponía de
soberanía y no tenía ninguna influencia sobre la formación del gobierno. Sus
derechos sobre la aprobación de los presupuestos y a participar en la legislación
—aunque el Bundesrat tenía poder de veto sobre el Reichstag— los aprovecharía,
sin embargo, muy intensamente, por cierto, y acabaría convirtiéndose en el foro
político central de la nación. 103 Este dualismo representativo reflejaba el hecho de
que el Deutsches Reich de 1871 había sido, en último término, un compromiso
entre la monarquía autoritaria y el movimiento liberal de unificación nacional. La
política de unificación de Bismarck había dado como resultado un Estado
autoritario con algunos elementos democráticos, como el Reichstag, aunque
frenado éste en su propia virtualidad democrática. El emperador (Kaiser), por su
parte, encarnaba una larga tradición política —desde la Edad Media— y su figura
se había convertido en el punto de referencia de la unidad política alemana,
incluso en el proyecto de los revolucionarios de 1848-1849. También ahora en el
Imperio alemán de 1871 desempeñaba el emperador una función integradora. 104

Pero, a pesar de todas estas limitaciones, sin embargo, el Estado creado


por Bismarck podía considerarse un Estado nacional. Con un emperador nacional,
con una dirección política centralizada en manos del canciller, con un parlamento
nacional, disponía evidentemente de instituciones fuertemente unitarias,
nacionales. Fue muy importante asimismo que los partidos políticos tuvieran una
organización nacional para todo el territorio del Estado, lo cual contribuyó en gran
medida a la unificación del sistema político. Desde el punto de vista económico,
por su parte, se puede afirmar también que el Imperio alemán formó una auténtica
unidad económica nacional.

La integración de las minorías en el Deutsches Reich: polacos,


daneses y alsacianos-loreneses

La población del Deutsches Reich no era totalmente homogénea desde un


punto de vista lingüístico-cultural, por la existencia de minorías polacas, danesas y
alsaciano-lorenesas. Si además de las diferencias sociales y de los conflictos
existentes entre las clases sociales,105 le añadimos la derivadas de la existencia de
estas minorías, cabría preguntarse hasta que punto formaba la población del
Deutsches Reich realmente una nación, hasta qué punto se daba una
homogeneidad nacional.

Desde esta última perspectiva, la población del Deutsches Reich tenía una
identidad oscilante entre nación étnico-cultural y nación política. En términos
realistas, el Deutsches Reich no podía contar con una nación completamente
homogénea desde el punto de vista étnico-cultural, pues la unificación de 1866-
1871 había dejado fuera de las fronteras del Deutsches Reich a millones de
alemanes. Por otra parte, partiendo del hecho de que varios millones de
ciudadanos eran polacos o daneses o alsaciano-loreneses, existía la posibilidad
teórica de que la nación del Deutsches Reich fuera una auténtica nación política,
es decir, una nación en la que la dimensión principal de sus habitantes fuera
precisamente la de ser ciudadanos iguales y libres en el Estado, por encima de
cualquier diferencia étnica o cultural. Pero esta posibilidad no se hizo realidad,
pues la política seguida en el Deutsches Reich respecto a las minorías siguió otro
camino distinto, un camino que no llegó precisamente a la creación de un
consenso básico generalizado.

Los polacos en el Imperio alemán

Los polacos del Deutsches Reich habitaban mayoritariamente en las


provincias orientales de Prusia (Prusia oriental, Prusia occidental, Posen,
Silesia).106 La política gubernamental respecto a ellos fue la de asimilarlos a
Alemania, pues Bismarck veía en la conciencia nacional polaca un peligro para el
nuevo Estado alemán. Por otro lado, Bismarck quería impedir a toda costa la
formación de un Estado nacional polaco, que habría reclamado evidentemente
amplias zonas de esas provincias prusianas.

En la germanización de los polacos del Deutsches Reich se


entremezclaron, con el mismo objetivo, la política lingüística y la política religiosa
de los primeros años de gobierno del canciller Bismarck. La política lingüística fue
endureciéndose progresivamente. En 1872 se impuso el idioma alemán como
idioma obligatorio en los centros de enseñanza media, incluidas las clases de
religión. En 1876 se impuso el alemán como idioma oficial en la administración
pública y en los tribunales de justicia. En 1887, el polaco dejaría de ser idioma
obligatorio en las escuelas y las competencias de los municipios en el
nombramiento de los maestros irían a parar al Estado. Esta política lingüística de
asimilación se cruzaba con la política religiosa seguida por Bismarck contra los
católicos, la llamada Kulturkampf, que durante varios años limitó la libertad de
acción de la Iglesia católica. Estas medidas afectaban evidentemente también a
los polacos, de religión católica, por lo que la población polaca del Reich se vio
sometida desde los primeros años de la existencia del Deutsches Reich a una
doble presión asimiladora.

A mediados de la década de 1880, la política gubernamental prusiana


introdujo otro elemento nuevo en el proceso de germanización de los polacos.
Ante el crecimiento de la población polaca —un crecimiento mayor que el de la
población alemana y la población judía—, el gobierno del Reich adoptó una
política de colonización de las tierras, dirigida a frenar la polonización del este de
Prusia «que había hechos progresos en su lucha por la existencia», como decía
Bismarck. La ley de colonización y asentamientos, de 26 de abril de 1886,
aprobada por una gran mayoría de la Cámara de Diputados prusiana, introducía
dinero público para la compra de grandes fincas y para su posterior reparto entre
campesinos alemanes, «con el objetivo de fortalecer el factor alemán en las
provincias de Prusia Occidental y Posen contra las intentos de polonización». 107
Durante la elaboración de la ley se habían oído, incluso, algunas voces que
propugnaban la expropiación de esas fincas en manos de propietarios polacos,
con el argumento de que, en una situación de lucha por la existencia, debía tener
primacía la legítima defensa por encima de la igualdad ante la ley. La ley de 1886
no formuló en absoluto la expropiación, pero había empezado, en todo caso, una
auténtica lucha por la tierra entre alemanes y los polacos del Deutsches Reich. En
1894 se fundó la «Asociación para el Fomento de la Germanidad en el Este»
(Verein für Forderung des Deutschtums in den Ostmarken), que propagó un
nacionalismo radical contra los polacos. Ya no se trataba ahora, como en su
momento había pretendido Bismarck, de debilitar a la nobleza polaca de esas
provincias orientales, sino de que los alemanes fueran los propietarios
mayoritarios de las tierras. Hasta 1907, la comisión de colonización y
asentamientos había comprado 325.000 hectáreas de tierra y había afincado a
14.000 colonos alemanes con sus familias, de cinco o seis miembros por término
medio. Pero los polacos habían hecho todo lo posible para que los propietarios
polacos no vendieran sus tierras y trataban de traidores a quienes lo hacían. Los
nacionalistas alemanes querían ir más lejos y reivindicaban la expropiación como
la única vía para lograr su objetivo. Pero había dificultades de naturaleza jurídica
para la aprobación y aplicación de la expropiación, pues el Deutsches Reich era
un Estado de derecho, y había además grupos políticos que se oponían también a
ella.108

Los conflictos con la minoría polaca —en la aplicación de la política


lingüística y de la política de colonización y asentamientos— tuvieron, sin
embargo, intensidad diferente según las distintas provincias prusianas con
población polaca. En la provincia de Posen/Poznan, donde la conciencia nacional
polaca era más fuerte y tenía una mayor tradición, los enfrentamientos fueron
naturalmente de mayor envergadura. En Posen/Poznan, a la altura de 1913,
aunque no habían variado prácticamente los porcentajes de población alemana,
polaca y judía desde 1871, la propiedad de la tierra, sin embargo, estaba dividida
entre alemanes y polacos a un 50 por 100. 109 En la provincia de Prusia Occidental,
los conflictos se derivaron sobre todo de la política lingüística. Aunque la mayoría
eran alemanes, la población polaca fue movilizándose, no obstante, de manera
similar a la de Posen.110 En la provincia de Silesia, donde no había nobleza polaca
y, por consiguiente, no había un nacionalismo polaco, la situación fue distinta.
Como los alemanes de Silesia eran también católicos, como los polacos, el partido
católico Zentrum, en su oposición a la política eclesiástica del Kulturkampf, estuvo
a favor de la defensa de la lengua polaca. En sus candidaturas electorales
figuraban alemanes que hablaban polaco. Pero en los años noventa se rompió esa
tregua que había habido entre alemanes y polacos dentro del partido católico
Zentrum, y los votos se dividieron entre el Zentrum y los demócratas nacionalistas
polacos, que tuvieron en Adalbert Korfanty al fundador de la primera agrupación
electoral polaca.111 En cualquier caso, los alemanes de Silesia desarrollaron una
política de contención pacífica con la creación de Kindergarten, librerías, centros
de educación de adultos, etc. Por último, los polacos de la región del Ruhr
formaban una comunidad entre trescientas mil y cuatrocientas mil personas.
Aunque sus asociaciones eran católicas, se separaron de las organizaciones
católicas alemanas y se relacionaron directamente con los católicos nacionalistas
de Posen/Poznan.

Daneses en el Imperio alemán

La cuestión de la minoría danesa en el Imperio alemán no tenía la


envergadura de la minoría polaca, pero, aun así, fue un foco de continua tensión.
Los daneses del norte de Schleswig eran mayoría en el campo, mientras que los
alemanes constituían más bien la mayoría en los núcleos urbanos.

La tensión entre el gobierno prusiano y los daneses del Imperio se


manifestó básicamente en dos cuestiones: en la política lingüística y en la cuestión
de los llamados «optantes», es decir, de aquellos que optaban por la nacionalidad
danesa. El tratamiento dado a estas dos cuestiones no se vio favorecido, sino todo
lo contrario, por la eliminación de la cláusula del tratado de paz de 1866, que
preveía la celebración de un referéndum entre la población de Schleswig, el cual
nunca llegó a tener lugar.

La dureza con que el gobierno prusiano trató, en los primeros años tras la
unificación de 1870-1871, a quienes optaban por la nacionalidad danesa —que lo
hacían no en último término para evitar el servicio militar prusiano— se fue
suavizando con el paso del tiempo. De la expulsión se pasó progresivamente a su
aceptación. Pero la política lingüística, sin embargo, no fue revisada. La
germanización lingüística fue en aumento. En 1878, el alemán era el idioma de las
escuelas que lo solicitaban. En 1888 se generalizó como idioma escolar, excepto
en las clases de religión.

La reacción de la minoría danesa fue fuerte, creando asociaciones,


cooperativas e incluso feligresías «libres», es decir, sin la tutela de los dirigentes
religiosos alemanes. El éxito relativo de los daneses en la dulcificación de la
cuestión de los «optantes» y la intensidad de las manifestaciones de su identidad
cultural produjo una fuerte reacción por parte del gobierno prusiano,
especialmente bajo el Presidente provincial Von Köller, que aplicó una política de
presión, en la que se combinaban las medidas administrativas con las policiales y
las expulsiones.

El tratamiento dado a la minoría danesa es un ejemplo de la política


asimilacionista y centralista prusiana, sin que existiera realmente ninguna
amenaza para los intereses alemanes.112

La cuestión de Alsacia-Lorena

El problema aquí era el de la integración contra la voluntad de sus


habitantes, de sus capas dirigentes, en todo caso. 113 El primer problema era que
Alsacia y Lorena no formaban en Francia una unidad, sino que eran tres
departamentos, y al ser anexionados al Deutsches Reich lo hicieron como
Reichsland, es decir, como un Estado dependiente directamente de los órganos
directivos del Reich, pues este nuevo «país» no tenía una dinastía propia ni una
constitución propia, como los otros Estados del Reich. El Estado de Alsacia-
Lorena estaba gobernado por el emperador y el Bundesrat a través del canciller
del Reich. Las cuestiones de Alsacia-Lorena se discutían, por tanto, al máximo
nivel. Eso por una parte, pero por otra, esa situación especial era discriminatoria
para sus habitantes. En 1874 se introdujo la constitución del Reich y una Comisión
Territorial elegida indirectamente y con funciones asesoras. Poco a poco se fueron
pasando funciones de Berlín a Estrasburgo. En 1879, por fin, se estableció en
Estrasburgo un gobernador (Edwin von Manteuffel), como representante del país
con su propio gobierno. Pero la vinculación con Berlín era mayor y más directa
que la de los otros Estados del Reich. El Land no tenía una constitución propia, el
Kaiser tenía derechos reservados para el estado de excepción y no tenía tampoco
igualdad de derechos en el Bundesrat. La administración, con su personal, era
alemana.

Dentro del proceso de integración de la población de Alsacia y Lorena, la


política lingüística se entremezcló con la Kulturkampf, como ocurrió también con la
población polaca, pues también la mayoría de la población era católica. Desde
1890 se fue normalizando la situación. Hubo también autonomistas, pero la
política inmovilista de Berlín fue decepcionante. Hasta 1911 no tuvo Alsacia-
Lorena una constitución propia, con su gobierno regional, un parlamento de dos
cámaras y sufragio universal para la segunda cámara. El emperador mantuvo un
derecho de veto, y nombraba al gobernador y daba de hecho las instrucciones
para el Bundesrat. La constitución llegaba, en realidad, un poco tarde. Continuó
una fuerte oposición entre el ejército y la población civil. En la guerra de 1914,
Alsacia-Lorena mostró una clara fidelidad a Alemania, pero las tropas de Alsacia,
por desconfianza de la dirección militar alemana, fueron enviadas al frente del
este. La integración no llegó a realizarse enteramente. Su situación especial en la
Federación, la administración tan inepta y la desconfianza hacia los alsacianos, el
militarismo y el sentimiento de ser alemanes de segunda clase, impidieron una
integración mayor.

La integración de los católicos en el Estado nacional

El Estado nacional alemán de 1871 se había construido sobre unos


principios teóricos y con el apoyo social de unos grupos sociales que no eran
precisamente los del mundo católico. El principal apoyo del nuevo Estado le venía
del partido liberal-nacional, que tenía la mayoría en el Reichstag y en la Cámara
de Diputados de Prusia y cuyos votantes procedían de las clases burguesas y
cultas. Los seguidores del liberalismo nacional entendían el nuevo Reich como
una realización protestante. Entre protestantismo y conciencia nacional se daba
una íntima unión, que no se producía en absoluto en el catolicismo. Estado e
Iglesia protestante habían desarrollado desde siglos atrás una especial
identificación, que estaba muy lejos de la posición de los católicos respecto al
Estado. Para los protestantes alemanes, la historia prusiano-alemana significaba
el triunfo del protestantismo sobre el catolicismo, del principio germánico sobre el
principio romano.114 De aquí que se pensara que el protestantismo era equivalente
a progreso secularizado, a cultura nacional, mientras que el catolicismo era
considerado, desde el protestantismo, como retrasado desde el punto de vista
espiritual y no fiable desde el punto de vista nacional. Habían sido los liberales
quienes, entre 1848 y 1870, habían defendido la unificación nacional y habían
fomentando la secularización de la sociedad, empujando a los católicos a una
posición más marginal. Los liberal-nacionales, desde 1866, habían desarrollado
una doble ofensiva en concreto contra el papado romano, tanto por el concepto de
libertad que defendían y que consideraban incompatible con el del
ultramontanismo católico, como por su concepción del principio nacional, que era
incompatible, en el caso de la unificación italiana, con la existencia de los Estados
Pontificios. Los católicos se habían visto reducidos a una posición defensiva y
habían desarrollado desde entonces una subcultura propia, de apoyo y solidaridad
con el papa, tanto en su dimensión de cabeza de la Iglesia católica como en su
dimensión de jefe de los Estados Pontificios.

Partiendo de esta situación, los católicos alemanes se enfrentaron al


Estado alemán de 1871 con una actitud que iba desde un rechazo rotundo a una
aceptación con reservas y un cierto distanciamiento. El resultado de la guerra de
1866 entre Prusia y Austria había significado para los alemanes católicos un
terrible golpe psicológico. La idea de la Alemania grande se había desplomado por
los suelos y la católica Austria había quedado fuera del nuevo Estado alemán.
Poco después de la guerra de 1866 y consciente de este hecho, el prestigioso
obispo de Maguncia, barón Von Ketteler, publicó el escrito «Alemania después de
la guerra de 1866» donde pedía a los católicos que adoptaran una posición sin
reservas ante la nueva realidad política. 115 Pero la del obispo Ketteler no fue la
única posición entre los católicos.

En el norte de Alemania había católicos proprusianos, pero también otros


católicos con una cierta reserva hacia el Estado nacional, unificado por Prusia. En
los Estados del sur —Baden, Württemberg, Baviera— había, por el contrario, un
catolicismo militante antiprusiano, que presentaba, además, en muchas ocasiones,
rasgos muy conservadores y antimodernos.116

Conscientes de esta situación, los católicos crearon un partido político, el


Zentrum, en 1870, con la idea de defender los intereses católicos que
consideraban amenazados por el anticlericalismo liberal. Y, aunque el recién
creado partido Zentrum votó en el Parlamento de la Confederación del Norte de
Alemania a favor de la creación del Imperio alemán, a nadie se le ocultaba que lo
hacían con la resignación ante lo inevitable y con la esperanza de poder
configurarlo en parte, al menos, de acuerdo con sus propios intereses. El canciller
Bismarck, por su parte, no sólo no vio con buenos ojos la creación de un partido
católico, que pactaba con los polacos, los alsacianos y los Welfen de Hannover,
sino que lo consideraba un peligro para el nuevo Reich. Veía además en el
Zentrum un partido que podría desarrollar una fuerte oposición al gobierno del
Reich, por las tendencias democráticas que favorecía en su seno y porque era
capaz de movilizar una protesta populista, en el campo, por ejemplo. Para
Bismarck, el partido Zentrum significaba un peligro para el nuevo sistema político,
dirigido por los conservadores y por los liberales burgueses, y para el propio
Estado nacional recién creado. El Zentrum le podía romper el esquema
conservador-liberal que él había pensado para el Deutsches Reich, precisamente
porque el Zentrum podía atraer los votos de una parte importante de la población.

Con ese planteamiento, Bismarck se propuso minar al Zentrum como


partido político, y como las conexiones entre el partido político y la Iglesia católica
eran profundas, el ataque al partido se convirtió en un ataque a la Iglesia católica.
La exigencia de que la Iglesia católica no interviniera en los asuntos políticos
desembocó, en realidad, en una injerencia estatal en los asuntos propios de
aquélla. Las medidas adoptadas por el gobierno de Bismarck contra la Iglesia
católica se conocen con el nombre de «guerra cultural» o «guerra civilizatoria»
(Kulturkampf). Entre esas medidas destacaron la prohibición de la orden de los
jesuitas y la penalización de los sacerdotes que en sus sermones atentaran con el
orden público. En 1872 se reforzaron los derechos del Estado en el control de las
escuelas, perdiendo los párrocos católicos sus funciones de supervisión. En 1873,
las «leyes de mayo» daban paso a una clara injerencia en los asuntos internos de
la Iglesia católica. El Estado iba a controlar la formación de los sacerdotes y los
nombramientos eclesiásticos, reservándose en este terreno un derecho de veto.
En 1875, por ley del Deutsches Reich se introducía con carácter obligatorio el
matrimonio civil, que se convertiría asimismo en otro elemento de conflicto. 117

Pero esta situación de acoso a los católicos llegó a su final hacia 1878,
cuando el canciller Bismarck dio un giro espectacular a su política. Para acercarse
a la política económica proteccionista reclamada por los conservadores agrarios,
rompió su alianza con los liberales-nacionales, en los que se había apoyado desde
1866, y se vio en la necesidad de un nuevo apoyo en el Reichstag, que encontró
precisamente en el partido católico Zentrum. Este cambio de estrategia marcó
verdaderamente el comienzo de la plena integración del Zentrum en la política
alemana. La posición clave que el Zentrum llegó a tener en el Reichstag a partir de
los años ochenta, le abrió las puertas a su reconciliación total con el Estado. De
ahí en adelante, el Zentrum se convertiría en un partido decisivo en el Reichstag y
su peso político específico iba a depender exclusivamente de esta posición en el
Parlamento, pues carecía de una presencia determinante en la vida económica o
en la vida intelectual.118

Paralelamente a la integración del partido católico en el sistema político del


Deutsches Reich, los católicos alemanes fueron cambiando sus planteamientos
teóricos y sus actitudes ante el mundo moderno en general. En torno al final del
siglo, los católicos alemanes manifestaron una decidida voluntad por salvar las
distancias reales que todavía separaban la Iglesia católica del mundo burgués
moderno y por superar el innegable cierto retraso del catolicismo alemán. En el
Congreso católico de Osnabrück, en 1901, se hizo un llamamiento a que hubiera
más católicos en el mundo académico, en los niveles superiores de la
administración y en el mundo del comercio, lo cual evidenciaba ya un
reconocimiento de los valores dominantes en la sociedad burguesa industrial. No
se cuestionaba básicamente el sistema económico y social del capitalismo,
aunque la doctrina social católica le establecía algunos correctivos. 119 También se
hizo un gran progreso en la aceptación por parte del catolicismo de la cultura
nacional alemana.120 Al comienzo de la primera guerra mundial, los católicos
estaban sin duda alguna plenamente integrados en el Deutsches Reich y había
desaparecido por completo el espectro de las «dos naciones» de comienzos de la
década de 1870.
Los socialistas alemanes: de «enemigos del Estado» a su integración
nacional

Los dos partidos socialistas alemanes existentes antes de su fusión en


1875 se declararon en contra de la anexión de Alsacia-Lorena y en abierta
oposición al nuevo Estado alemán de 1871, porque no respondía a sus
reivindicaciones políticas y sociales. Pero, en la década de 1890, el entonces ya
unificado partido socialista —SPD— experimentaría también una importante
transformación en su posición respecto al Estado nacional y a su sistema político,
que lo conduciría finalmente a su total integración.

Antes de la fundación del Deutsches Reich de 1870/71, los dos partidos


socialistas alemanes, el fundado por Ferdinand Lassalle (ADAV) y el llamado «de
Eisenach» (Bebel, Liebknecht), habían defendido y promovido la unificación
política de Alemania, aunque con planteamientos diferentes. La misma división
que había en otras esferas políticas y sociales entre los partidarios de la Alemania
grande —con Austria— y los partidarios de la Alemania pequeña —en torno a
Prusia— se reproducía también en los socialistas. El partido de Lassalle era
defensor de la Alemania pequeña, mientras que Bebel y Liebknecht, a pesar de su
estrecha relación con Marx y Engels, preferían la Alemania grande. Pero ambos
partidos coincidieron en condenar la anexión de Alsacia-Lorena, porque la
consideraban como un enorme obstáculo para las expectativas de la revolución
proletaria, además de juzgarla como una violación del derecho internacional y
germen de futuros conflictos en Europa. No la aceptaban tampoco porque no
había tenido lugar un plebiscito para determinar si los alsacianos y loreneses
querían formar parte de Alemania.121 Ambos partidos coincidían también en su
rechazo del sistema de gobierno que encarnaba el canciller Bismarck. Esta
oposición al nuevo Estado alemán contribuyó, por otra parte, a limar las
diferencias existentes entre ambos partidos socialistas y facilitó su unificación, que
se realizó en el congreso de Gotha, en 1875.

El partido unificado salido del congreso de Gotha mantuvo su posición de


rechazo del Estado, pues sus objetivos políticos y sociales no eran compatibles
con la política de Bismarck. A éste le acusaban los socialistas de utilizar el Estado
nacional para su propio beneficio y el de las clases dominantes. Y, desde el otro
lado, las acusaciones de «enemigos del Estado» o «camaradas apatridas», que se
vertían sobre los socialistas desde círculos gubernamentales y otros partidos
políticos, los confirmaban, a aquéllos, en su opinión de que el nacionalismo era un
fenómeno típicamente burgués.

En su lucha política contra todos los partidos y fuerzas sociales que se


opusieran al sistema político y de gobierno del Deutsches Reich, Bismarck
arremetió también directamente contra el partido socialista y las organizaciones
del movimiento obrero haciendo aprobar las conocidas como «leyes
antisocialistas», que estuvieron en vigor desde 1878 a 1890. Estas leyes prohibían
expresamente las organizaciones, las actividades y la propaganda del partido
socialista. Los líderes socialistas fueron perseguidos, encarcelados o expulsados
del país, aunque al grupo parlamentario socialista en el Reichstag no le afectaran
estas medidas.122

Durante los años de la persecución, pero también después de la


suspensión de las leyes antisocialistas, la socialdemocracia alemana fue
desarrollando un mundo propio en torno al partido político. Surgieron así un
movimiento deportivo obrero, asociaciones socialistas de canto, un teatro obrero y
un movimiento feminista y juvenil obrero. El movimiento obrero se hizo presente
en todos los sectores de la vida social, dándole una impronta propia y
diferenciada. El socialismo obrero generó una cultura propia y la clase obrera se
convirtió prácticamente en otra «nación», diferente de la nación burguesa. El éxito
creciente del partido socialista en las elecciones al Reichstag constituía para él
una continua confirmación de éste su propio mundo, de su realidad como una
«nación» diferente. Pero, al mismo tiempo, y en virtud de este éxito logrado a
través de la práctica del sufragio universal masculino, el partido socialdemócrata
fue revisando su posición respecto al Estado y respecto a su propia teoría de la
revolución, según la cual era necesario e inevitable la destrucción del Estado
presente. En esa labor de revisión adquirió forma la idea de que se podía
transformar el Estado desde dentro y de que se lo podía convertir en el Estado
nacional que los socialistas pensaban, es decir, un Estado nacional sólidamente
asentado en la soberanía popular y no ya instrumento de la clase dominante.

Fue Eduard Bernstein quien, en los años noventa, inició en el seno del
partido socialista este importante debate sobre la revisión de algunos principios
marxistas, que el partido había incorporado a su programa en 1891 («Programa de
Erfurt»). Uno de los principios que Bernstein sometió a revisión fue precisamente
el del sentido del Estado nacional para la clase obrera y para la construcción del
socialismo.

En el debate aparecieron las diferentes y contrapuestas tesis de las


distintas corrientes internas del partido. Para Rosa Luxemburg, del ala izquierda
del partido, el Estado nacional, pensando en concreto en la Europa del Este,
significaba la contrarrevolución capitalista en contra de la conquista proletaria del
poder.123 Karl Kautsky, representante durante mucho tiempo de la ortodoxia del
partido, veía en el Estado nacional, por el contrario, grandes ventajas para el
proletariado, en concreto «la supresión de la fragmentación feudal de la nación en
pequeños Estados», lo cual significaba una condición importante para el desarrollo
de la productividad del trabajo, que, a su vez, era el presupuesto para la lucha
emancipadora del proletariado. Partiendo de aquí, Kautsky entendía que el
proletariado debía comprometerse con la burguesía en la defensa de la
«independencia y de la autonomía» de su nación y a favor de la «eliminación y
evitación de todo tipo de opresión y explotación por una nación extranjera». 124 Y
acabaría viendo al proletariado como el único defensor de los verdaderos
intereses nacionales, pues pensaba que si hubiera que hacer una revolución, si
hubiera que derrocar a un gobierno para poder crear un Estado nacional, la
burguesía no lo haría, ya que tiene más miedo a la revolución que amor a la
independencia y grandeza de su nación. 125 En cualquier caso, el Estado nacional
era para Kautsky una fase de transición necesaria hasta llegar a una organización
económica mundial.

Bernstein, por su parte, criticó fuertemente la tesis del Manifiesto comunista


de que «el proletario no tiene patria», tesis con la que se había fundamentado un
internacionalismo revolucionario, para el que la nación era un producto de la
burguesía. Para Bernstein, esta tesis había perdido ya gran parte de su verdad y
seguiría perdiéndola a medida que el obrero se convirtiera realmente en un
ciudadano, en un elector, en un miembro participante de la nación. El Deutsches
Reich, el Estado nacional alemán, pudo así ser entendido por Bernstein como una
comunidad englobante de todas las capas sociales, que no era ya propiedad de
una sola clase. Para él estaba claro, sin embargo, que la igualdad nacional para
todos los ciudadanos, y en concreto para los obreros, no era todavía una realidad,
sino algo que debía ser conquistado y, por eso, se pronunció a favor de luchar por
los intereses de la clase obrera así como por los de la nación: los socialistas
podían conquistar para todos la patria que todavía no existía, una patria
caracterizada por la igualdad de derechos e instituciones democráticas. Esta
posición de Bernstein implicaba, en definitiva, una plena aceptación del sistema
político del Deutsches Reich y una integración en el mismo, para forzar su
democratización y, a través de la democracia, realizar el socialismo. 126

En resumen, el Imperio alemán comenzó su existencia con amplios grupos


de sus ciudadanos opuestos a él o, al menos, con importantes reservas, por lo que
se puede afirmar que la integración nacional del nuevo Estado alemán presentaba
importantes carencias. Pero, a lo largo de las décadas de su existencia, la
integración de los grupos sociales mencionados —católicos, socialistas— fue
progresando, hasta el punto que, en 1914, el concepto de nación era una realidad
con un contenido mucho mayor que en 1870. La integración nacional fue en
aumento, si se entiende por ella el que la población se involucrara masivamente
en los procesos políticos del Estado hasta el punto de que se pudiera decir que la
nación y el Estado nacional tenía una significación real para ella. En este sentido,
es innegable que la población del Imperio alemán fue progresivamente
integrándose en el nuevo Estado, tal como pone de manifiesto la participación
electoral. En efecto, el número de participantes en las elecciones al Parlamento
nacional (Reichstag) pasó de un 51 por 100 de las personas con derecho a voto
en 1871 a un 84 por 100 en 1912. Si se toma en consideración, asimismo, el gran
número de asociaciones y de organizaciones de masas surgidas en los años
ochenta y noventa del siglo pasado que actuaban en todo el ámbito nacional, se
puede colegir también que la población del Deutsches Reich desarrolló una mayor
conciencia de nación común. Pero, si se toma en cuenta otra faceta de la
integración nacional, como sería la de la creación de un consenso básico entre los
ciudadanos y la reducción de los conflictos o el apaciguamiento de las tensiones,
el Imperio alemán presenta globalmente una doble cara: por un lado, el nuevo
Estado nacional avanzó, sin duda, en su legitimación interna, y fue encontrando
una mayor aprobación y aceptación —sobre la base de la mejora de los niveles de
vida— en aquellas capas sociales que no se habían identificado con el Estado en
un primer momento; pero, por otro lado, la conciencia nacional y el principio
nacional se fueron convirtiendo en fuerzas discriminatorias de algunos grupos
sociales, con efectos desintegradores, por tanto, para la unidad nacional. La
conciencia nacional, que sin duda alguna había mostrado efectos integradores,
generó también conflictos y discriminación, como en el caso de las minorías
étnico-culturales. El principio nacional, que había propiciado una solidaridad
nacional entre gentes que procedían de distintos Estados alemanes donde habían
cultivado distintas fidelidades políticas y dinásticas, provocó también, al mismo
tiempo, una discriminación de aquellos grupos que eran considerados como «no
nacionales». De este nacionalismo polarizador y discriminatorio, que acabó
imponiéndose a la larga, hablaremos en el próximo apartado.

3.- Patriotismo y nacionalismo en el Imperio alemán

Como el nuevo Estado alemán de 1871 comenzó su existencia sin contar


con el apoyo de muchos grupos sociales y políticos, le fue preciso fomentar un
patriotismo nuevo referido concretamente al Deutsches Reich, con las
características con que había quedado configurado. No sólo los católicos y los
socialistas del Reich tuvieron serias dificultades para su identificación con el nuevo
Estado. También otros grupos políticos, como los liberales de izquierda del Partido
Progresista (Deutsche Fortschrittspartei) de Eugen Richter, criticaron al nuevo
Estado nacional alemán, en este caso desde una perspectiva democrática; es
decir, criticaron al nuevo Estado por carecer de un sistema de gobierno
parlamentario y por las severas limitaciones que tenía el órgano representativo de
la voluntad popular, el Reichstag.

Esta situación de la que partía el Deutsches Reich significaba, en todo


caso, que el nuevo Estado precisaba fomentar la integración nacional de sus
ciudadanos y su identificación con el nuevo Estado dentro de un marco
constitucional caracterizado por un fuerte federalismo, aunque también por la
existencia de importantísimos órganos unitarios. En la creación de unas señas de
identidad propia referida al nuevo Estado desempeñaron un papel importante
ciertos elementos simbólicos, que cumplieron una función integrativa. En este
sentido destacó la celebración anual de la victoria de Sedán sobre los franceses,
así como la construcción de monumentos dedicados al emperador o a Bismarck.
En esa misma dirección integradora y generadora de un patriotismo del Reich fue
especialmente relevante la introducción por parte de las iglesias, sobre todo de las
protestantes, de rezos y oraciones por el emperador y el Estado. Las iglesias
católicas, después del cambio de política de Bismarck respecto al partido católico
Zentrum, también asumieron en sus ritos las oraciones por el emperador, a pesar
de ciertas reservas, y contribuyeron, al igual que las protestantes, a fomentar la
nueva conciencia nacional-estatal de los alemanes del Deutsches Reich.127 Incluso
en los Estados con mayoría católica, como Baviera, donde además había una
fuerte conciencia política respecto a su propio Estado y a su propia dinastía —los
Wittelsbach—, los católicos rezaban por sus reyes bávaros y también por el
emperador y el Reich. También los alemanes del Estado de Prusia, que gozaba de
una situación hegemónica en el nuevo Estado alemán unificado, fueron
cambiando progresivamente su propia conciencia prusiana por una conciencia del
Reich, es decir, del nuevo Estado. Mientras que Prusia se iba situando cada vez
más en las coordenadas del Reich, éste, por su parte, iba atrayendo hacia sí las
viejas fidelidades patrióticas entregadas hasta entonces a las dinastías reinantes
en los distintos Estados del Deutsches Reich. El nuevo Estado de 1871 se fue
imponiendo paulatinamente en la conciencia política de los alemanes. Las
numerosas asociaciones de veteranos de guerra que se formaron en los primeros
años setenta tenían como punto de referencia al nuevo Estado, que había llegado
a su forma actual tras varias «guerras de unificación». El patriotismo de estos
veteranos, un patriotismo ya del Deutsches Reich de 1871, contribuiría asimismo a
una difusión masiva del sentimiento patriótico. 128 Las escuelas, por su parte,
transmitirían también a los jóvenes y a los niños el nuevo patriotismo nacional. 129
En resumen, el nuevo Estado fue marcando progresivamente el espacio y el
horizonte de la política y del sentimiento nacional.

Las organizaciones del nacionalismo radical

Pero al final de los años setenta, frente a este patriotismo nacional referido
al nuevo Estado, comenzó a dibujarse en la escena política y social alemana una
nueva conciencia nacional, que no sólo no tenía que ver ya con las aspiraciones y
objetivos nacionales que habían animado la unificación de 1866-1871, sino que
estaba, en realidad, en contradicción con aquéllos. A partir de la crisis política de
1878-1879 y el giro conservador emprendido por Bismarck, la conciencia nacional
se carga con otros contenidos distintos y en su nueva formulación es defendida
por otros grupos sociales asimismo distintos. Se trata ahora de un nacionalismo
proteccionista y antidemocrático, que utiliza la referencia nacional como arma
arrojadiza contra los que considera no nacionales, especialmente contra los
judíos, los socialistas y los liberales defensores del librecambio. Pero, además, en
este giro de 1878-1879 también los antiguos liberal-nacionales, que desde 1866
hasta 1878 habían apoyado la construcción del Estado nacional, comenzaron en
parte a abandonar las connotaciones emancipadoras de su concepción de la
nación que habían defendido hasta entonces y se acomodaron a la impronta
autoritaria del nuevo Estado, al que no habían conseguido hacer más liberal, es
decir, al que no habían conseguido aproximarle a un sistema de gobierno
parlamentario.
Los grupos sociales de ese nuevo nacionalismo fueron los industriales de la
minería y del textil, que junto con los latifundistas prusianos, defendieron, y
consiguieron, una política económica proteccionista. Esos grupos sociales, y el
partido conservador en el Parlamento, protagonizaron una protesta «nacional»
contra la política económica liberal seguida por Bismarck desde la fundación del
Deutsches Reich. La defensa de los intereses «nacionales» por la que abogaban
implicaba una oposición radical al comercio internacional libre y a la libertad
empresarial. El nacionalismo de los latifundistas era antiliberal,
antiinternacionalista y también antisemita. La oposición agraria, que se veía
perjudicada por la modernización económica liberal, atacó desde un comienzo, en
nombre de los intereses nacionales, a los actores del proceso de modernización: a
los judíos, que tenían un papel dirigente en todo el proceso de modernización, a
los liberales internacionalistas y al movimiento obrero socialista, que era el otro
gran protagonista nacido con la industrialización y la modernización económica. El
nacionalismo de los proteccionistas sería asimismo un nacionalismo
expansionista, que demandaba la adquisición de colonias ultramarinas, no tanto
por su interés económico sino como una válvula de seguridad para los problemas
sociales de Alemania.130

A partir del final de los años setenta, por tanto, la bandera de lo nacional fue
usurpada por grupos sociales que, como los latifundistas prusianos o los
pequeños comerciantes, habían estado alejados hasta entonces de los esfuerzos
por la unificación nacional, o que, como los industriales proteccionistas o sectores
de la burguesía de la cultura, habían abandonado su credo liberal como
consecuencia de la crisis económica de 1873 y de sus miedos ante la revolución
social. Y, para estos nuevos nacionalistas, la nación no significaba ya una
comunidad de hombres libres e iguales, sino que utilizaban el sentimiento
nacional, por el contrario, para discriminar a determinados grupos sociales,
considerados como «no nacionales» o «antinacionales».

En este contexto de proteccionismo nacionalista surgieron en la sociedad


alemana, en las décadas de 1880 y 1890, numerosas asociaciones privadas que
operaron asimismo con ese nuevo concepto discriminatorio y disgregador de
nación. En esos años se puede hablar en Alemania de un «nacionalismo
organizado», es decir, de organizaciones provistas de una ideología nacionalista
articulada, que cultivan ese sentimiento nacional que afirma lo propio, negando y
avasallando lo considerado como no propio y diferente. La nación para este
«nacionalismo organizado» queda vaciada de su contenido político como pueblo o
comunidad del Estado nacional para ser entendida como el Volkstum, es decir,
como un comunidad caracterizada por sus peculiaridades étnico-culturales. La
nación ya no es entendida como la comunidad política de ciudadanos iguales sino
como una comunidad étnico-cultural, y desde esta concepción de la nación se
combate a quienes no forman parte de esa comunidad étnico-cultural —judíos, por
ejemplo— o a quienes sigan entendiendo la nación en términos políticos —los
demócratas, por ejemplo—. Este nacionalismo organizado de los años ochenta y
siguientes aparece en escena con la finalidad de apoyar determinados objetivos
de la política interior y exterior alemanas, aunque en muchas ocasiones sus
reivindicaciones iban más lejos que la propia política gubernamental, que
presentaba de por sí, como la de los otros Estados europeos, rasgos básicamente
imperialistas.

Paul de Lagarde y Julius Langbehn

Entre los teóricos que suministraron importante material para la


configuración de una ideología nacionalista destacaron de manera especial Paul
de Lagarde y Julius Langbehn.

El erudito Paul de Lagarde (1827-1891), profesor en la universidad de


Gotinga, publicó en 1878 una colección de artículos con el título Deutsche
Schriften (Escritos alemanes). En ellos analizaba críticamente la Alemania de
Bismarck y hacía una serie de propuestas para la renovación espiritual y cultural
de los alemanes. Estos escritos encontraron un amplio eco en amplios sectores de
la sociedad alemana.131

Sólo un objetivo perseguía en realidad Lagarde con sus escritos, el


renacimiento espiritual de una nación alemana unida. Pero su idea de la nación
alemana, sin embargo, presentaba unas características muy peculiares que
contrastaban con la realidad del Deutsches Reich de Bismarck. La nación alemana
era, para Lagarde, de índole espiritual y venía definida por la misión que Dios le
había dispuesto: «lo alemán no está en la sangre, sino en el ánimo». La misión de
Alemania como nación era la colonización de todos los países no alemanes
existentes dentro de la monarquía austríaca: «magiares, checos y otras
nacionalidades similares que viven bajo Austria son una carga para la historia». 132
Estos pueblos tendrían que someterse a la cultura superior alemana. De aquí que
para Lagarde el Deutsches Reich de Bismarck no fuera una realización de la
nación alemana y no aceptara, consiguientemente, la política realista de Bismarck
respecto a la monarquía austríaca.

Su idea de la nación alemana era el contrapunto místico de la nueva


religión que Lagarde proponía para el futuro. Partiendo de una crítica del
cristianismo tradicional, que él creía que había sido reprimido por la ortodoxia,
Lagarde concibió una religión, combinación de las viejas doctrinas del Evangelio
con las «cualidades naturales del pueblo alemán». Cada pueblo necesitaba su
propia fe y la universalidad del catolicismo se había convertido, según él, en
insoportable. La nueva religión del futuro debía dar cuenta del ethos especial del
pueblo alemán. Estas cualidades, que él consideraba abandonadas en la sociedad
bismarckiana, eran básicamente tres: la independencia de espíritu, el amor por la
soledad y la significación del individuo concreto. Esta nueva religión alemana no
podría brotar de las capas cultas, pues según Lagarde se habían desalemanizado,
sino del pueblo inculto que había conservado el espíritu alemán originario. Pero,
como no estaba seguro de que el pueblo pudiera espontáneamente horadar la
corteza de la civilización moderna, confiaba en que un líder pudiera encarnar la
religión del pueblo.133

La afirmación de la nación alemana sobre estas bases espirituales


fundamentaba en Lagarde su profundo antisemitismo. Los judíos tenían una
religión propia —ni cristiana ni germana— que les había constituido en un grupo
específico dentro de la sociedad. La renovación de Alemania sobre bases
estrictamente «alemanas» implicaba para Lagarde la asimilación de los judíos a la
cultura alemana. Su antisemitismo no tenía base racial, aunque fue
radicalizándose con el tiempo. Lagarde rechazaba expresamente las doctrinas
racistas y combatía a los judíos, a pesar de sus numerosos amigos judíos, por su
religión y por ser protagonistas de la modernidad. En su crítica a los judíos llegó a
considerarlos como «sabandijas usureros» con los que no cabe ningún
compromiso: «con triquinas y bacilos no se negocia; triquinas y bacilos no se
educan, se destruyen tan rápida y concienzudamente como sea posible». 134

Estado nacional y nacionalismo en el Deutsches Reich

Pocos años después de que Lagarde publicara su colección de ensayos,


Julius Langbehn, un esforzado estudioso que no logró hacer carrera académica,
publicaba en 1890 un libro que, en breve tiempo, iba a conocer decenas de
ediciones y se iba a convertir en un libro de referencia para varias generaciones
de alemanes. Se trataba de Rembrandt como educador. Por un alemán
(Rembrandt als Erzieher. Von einem Deutschen).

Rembrandt como educador no es una biografía del pintor ni un trabajo


sobre problemas estéticos. Se trata realmente de un ensayo sobre un nuevo ideal
cultural que Langbehn contrapone expresamente a la, según él, decadente cultura
alemana de su época. El libro se abre con un crítico diagnóstico de la vida
intelectual en los siguientes términos: «se ha convertido precisamente en un
secreto a voces, que la vida espiritual del pueblo alemán se encuentra
actualmente en una situación de decadencia lenta, algunos piensan que rápida. La
ciencia cae en especialismo; en el terreno del pensamiento, como en la literatura,
faltan individualidades que hagan época; las artes plásticas, aunque
representadas por maestros significativos, carecen de monumentalidad [...] Se ve,
sin duda, en todo esto el espíritu democratizador, nivelizador y atomizante del siglo
actual. Además, toda la educación está orientada hacia atrás; se orienta menos a
crear nuevos valores que a registrar viejos valores [...]. Pero cuanto más científica
es la cultura, menos creadora».135

Como antítesis de la cultura moderna, dominada por la ciencia, la técnica y


el comercio, Langbehn presenta la figura de Rembrandt, en una curiosa mezcla de
datos reales e imaginados. Rembrandt encarna para él un ideal cultural en el que
destacan el arte, la individualidad y la vida original. Rembrandt es presentado
como un exponente de la tendencia anticlásica en arte y como una manifestación
de la poca estima por la ilustración. Sus valores eran la sencillez, la naturalidad, la
intuición. Rembrandt representa el arte y la intuición frente al conocimiento
científico. De ahí deriva para Langbehn su carácter de modelo para la
regeneración de la vida intelectual alemana. Para superar la miseria de su época,
Langbehn propone que los alemanes cultiven las virtudes de la modestia, la
soledad, la serenidad, un sano individualismo, un espíritu aristocrático popular-
tradicional y un arte lleno de corazón. 136

Varios motivos movieron a Langbehn a adoptar a Rembrandt como el nuevo


tipo humano de la nueva sociedad que él concebía. En los claroscuros del maestro
holandés veía Langbehn las profundidades misteriosas y los secretos de la vida
humana. En su arte destacaba sobre todo, no sólo el acierto en expresar la vida
humana de manera creíble, sino el hecho de que la transmitiera también al
observador atento, generando con ello nueva vida. En Rembrandt veía palpitar la
fuerza del pueblo, que, según Langbehn, era el auténtico reservorio del arte y
también de la política.

La patria no es, para Langbehn, ni la tierra, ni la lengua, ni el Estado, sino el


pueblo en su unidad. Para Langbehn, de manera similar a Lagarde, en su época
sólo había una Alemania unida en apariencia, pues estaba realmente dividida en
clases y en confesiones religiosas, sin ser un auténtico pueblo. El pueblo es una
realidad más profunda, cuya característica básica viene constituida por ser una
unidad. En el pueblo como unidad se origina para Langbehn toda la posible
regeneración de la cultura alemana. El pueblo debía ser la fuente del arte y de la
política: el arte debía justificar la política y la política debía producir arte, y ambos
debían aportar la renovación moral de Alemania. El arte auténtico bebe de las
fuerzas recibidas del pueblo y las renueva, como el arte de Rembrandt. El cultivo
de ese arte auténtico, autóctono, castizo y popular, será el eje del programa
educativo de Langbehn. Según él, el pueblo alemán estaba demasiado formado
en los conocimientos científicos, pero inmaduro en el fondo: en Alemania se había
instalado, como en su propia casa, la barbarie científica y sistemática.

La crítica a la civilización moderna que acomete Langbehn tiene


consecuencias antisemitas. Si hay que recuperar la esencia y la fuerza del propio
pueblo, malformado por la civilización moderna de la ciencia y de la cultura, hay
que eliminar la influencia de los judíos, concluye Langbehn, pues éstos son los
hacedores de la modernidad: los judíos «son un veneno para nosotros, y tienen
que ser tratados como tales [...]. Tienen espíritu democrático; tienden gustosos
hacia el populacho; simpatizan en todas partes con la podredumbre». 137

Langbehn hace una llamada a la juventud alemana para que actúe contra el
venenoso influjo de los judíos y sugiere pruebas de limpieza de sangre. Aunque
Langbehn no ataca a los judíos desde un punto de vista racial, su antisemitismo,
surgido de su resentimiento contra la modernidad, es profundo. En ediciones
posteriores del Rembrandt llega a decir incluso que Lessing, el defensor de la
tolerancia, estaría ahora en contra de los judíos.

Organizaciones nacionalistas

Dentro de la compleja red de las organizaciones nacionalistas que


surgieron en el Deutsches Reich, algunas gozaron de una especial relevancia
social y política por su gran número de afiliados o por su significación ideológica.
El nuevo concepto de lo nacional como arma discriminatoria, especialmente contra
los judíos, aparece de manera inequívoca en la «Asociación de Estudiantes
Alemanes» (Verein Deutscher Studenten), fundada en Leipzig en 1880. Esta
asociación nació con la voluntad expresa de contribuir a la construcción interna del
nuevo Estado nacional, combatiendo a quienes consideraban los enemigos
interiores del Estado: judíos, socialistas y liberales cosmopolitas. Para esta
asociación, estos grupos sociales eran los promotores de la modernización
económica y social de Alemania, que consideraban un perjuicio para la nación. Su
orientación anti-civilizatoria y su perfil antimoderno habían sido abonados por los
escritos del mencionado profesor de la universidad de Gotinga, Paul de Lagarde.
Esta Asociación de Estudiantes Alemanes no aceptaba como miembros a los
judíos y consideraba que el Deutsches Reich era solamente una etapa provisional
en la formación de la Alemania grande, de la Mitteleuropa.138 Pocos años después,
en 1886, se fundó la «Asociación antisemita alemana» (Deutsche Antisemitische
Vereinigüng), con la intención de convertirse en un partido político de corte
nacional-alemán, es decir, nacionalista radical, donde lo alemán significaba
realmente no judío. Lo «alemán» ya no poseía, por tanto, el carácter integrador de
reunir a todos los alemanes, sino, por el contrario, el sesgo discriminatorio de
separar a los alemanes de los judíos, aunque éstos eran igualmente ciudadanos
del Deutsches Reich. Otras asociaciones tenían objetivos muy específicos, como
la «Asociación para el Fomento de la Germanidad en las Marcas Orientales»
(Verein zur Förderung des Deutschtums in den Ostmarken), que se movilizó para
defender el espíritu alemán frente a la polonización de las provincias orientales de
Prusia y para animar al gobierno a que tomara medidas represivas contra los
polacos del Reich; la «Sociedad colonial alemana» (Deutsche
Kolonialgesellschaft), fundada en 1887, defendía los intereses coloniales
alemanes y actuaba en parte como lobby ante el gobierno; la «Asociación por la
Flota Alemana» (Deutsche Flottenverein), creada en 1898, tenía como objetivo
hacer propaganda a favor de la construcción de buques de guerra; surgida en el
seno de círculos industriales con intereses en la construcción de buques mantenía
una relación informal con el gobierno del Reich, llegándose a convertir en una
auténtica asociación de masas: en 1914 contaba con más de un millón de socios.

Pero la asociación que probablemente recogió con mayor radicalidad un


programa nacionalista integral fue la «Liga Pangermanista» (Alldeutscher
Verband), fundada en 1891 con el nombre de Allgemeiner Deutscher Verband.
Aunque no llegó a contar con muchos socios, se convirtió, en realidad, en una
especie de holding del nacionalismo radical.139 Nacida como protesta por el tratado
entre el gobierno alemán y el británico de 1 de julio de 1890, por el que Alemania
obtenía de Inglaterra la isla de Helgoland a cambio de entregar a Inglaterra su
dominio sobre Witu y Somalia, la Liga Pangermanista defendía la formación de un
gran imperio colonial alemán y la creación asimismo de un imperio continental en
Europa. Con su imperialismo extremado, la Liga Pangermanista estuvo siempre en
abierta oposición a los gobiernos alemanes de la era postbismarckiana. A pesar de
su influencia ideológica sobre el conjunto de la nación, su influencia sobre el
parlamento también fue muy reducida hasta la primera guerra mundial. En el
Reichstag nunca llegó a tener una presencia considerable, pues el número de
diputados vinculados a la Liga Pangermanista nunca llegó a superar los treinta y
cinco.140 Además de su imperialismo agresivo, su concepción de lo alemán se
articulaba en torno a los conceptos de orden, autoridad, comunidad orgánica y la
especificidad de la Kultur alemana.

Un nacionalismo radical desarrollaron también las asociaciones de


veteranos en los años noventa, a pesar de que estas asociaciones habían
fomentado, durante los primeros años de vida del Reich, un patriotismo integrador,
exento de contenidos discriminatorios respecto a grupos políticos determinados.
En efecto, tras la guerra contra Francia en 1870 se habían fundado muchas
asociaciones de veteranos por toda Alemania, que en sus reuniones y
celebraciones alimentaban un patriotismo referido al nuevo Estado nacional. Pero
con la federación de las miles de asociaciones en una organización de ámbito
nacional iban a experimentar una importante transformación, al ser utilizadas para
la «integración negativa» de la nación, es decir, para el fomento de la identidad
nacional creando y combatiendo enemigos interiores, en concreto los
socialistas.141 La ocasión que condujo finalmente a la federación de las
numerosísimas y dispersas asociaciones de veteranos la brindó le erección de un
monumento dedicado al emperador Guillermo I en el monte Kyffhäuser, lugar
donde, según la leyenda, Federico Barbarroja había hecho la unificación del
imperio medieval. Con motivo de la inauguración, el 18 de junio de 1896, el propio
emperador Guillermo II pronunció un discurso con encendidos tonos patrióticos, en
el que entremezcló datos de la realidad histórica y de la leyenda para elevar el
sentimiento nacional. El discurso que, por su parte, pronunció un dirigente de una
de las asociaciones de veteranos más grandes del norte de Alemania opuso
abiertamente el patriotismo nacional a la socialdemocracia, que «envenena a las
masas con espíritus apatridas». La lucha contra la socialdemocracia fue,
efectivamente, uno de los motivos centrales que impulsaron la federación de las
múltiples asociaciones. El deseo expreso de neutralizar la atracción que sobre
amplias masas de población estaban teniendo las organizaciones socialistas
animó la creación de la federación de las asociaciones de veteranos, la
«Federación Kyffhäuser» (Kyffhäuser-Bund), en septiembre de 1899. Contaba
entonces la federación con veintidós mil asociaciones y casi dos millones de
afiliados, siendo, por tanto, su ámbito de influencia muy considerable. Además de
la acendrada afirmación nacionalista que transmitían estas asociaciones de
veteranos, sus otros componentes ideológicos podían resumirse en un
conservadurismo popular, en el que destacaban tanto la oposición al progreso en
el terreno social como la intolerancia política y la fe en la autoridad.

En 1912 se fundaría otra nueva asociación, la Deutscher Wehrverein,


también de carácter radical e imperialista, que fomentaba el rearme alemán y
reprochaba al gobierno que no viera los peligros internos y externos que
amenazaban a Alemania. En 1914 contaba con unos noventa mil socios
individuales y unos doscientos sesenta mil a través de otras asociaciones.

La Primera Guerra Mundial y el nacionalismo: «las ideas de 1914»

La primera guerra mundial significó para todas las capas sociales alemanas
un punto de inflexión en su conciencia nacional. La guerra puso de manifiesto, por
primera vez de manera inequívoca, que en Alemania se había formado una
comunidad nacional, por encima de todo tipo de diferencias. El comienzo de la
guerra fue interpretado por muchos alemanes como el «milagro de agosto» de
1914 desde que se supo que también la clase obrera estaba dispuesta a ir a la
guerra, tal como manifestó con su voto aprobatorio de los créditos de guerra el
partido socialista en el Reichstag. Todavía a finales de julio, algunas
manifestaciones populares organizadas por el partido socialista y los sindicatos se
habían declarado en contra de la guerra, si bien sus ataques se habían dirigido
sobre todo contra Rusia, contra la autocracia zarista, que era para ellos la
encarnación del mal. Cuando Rusia decretó la movilización general el 31 de julio
de 1914, los socialistas alemanes aseguraron su lealtad a la nación alemana.
Estaban dispuestos a hacer la guerra, con la idea, en todo caso, de que se trataba
de una guerra defensiva. 142 El día 1 de agosto, el emperador Guillermo II había
dicho que «no conozco partidos en mi pueblo, sólo hay alemanes». Era ahora la
primera vez que, desde la fundación del Reich, la nación se sentía como una
comunidad unida, unida por la voluntad de defender la patria. Desde el punto de
vista de la integración nacional, lo más significativo de la guerra fue que todos los
grupos de población que habían tenido dificultades, rechazos o reservas en su
identificación con el Estado nacional, no dudaron ahora en defender la nación
común. Los católicos, los obreros y los judíos respondieron al unísono en la
defensa de la patria común. Los sindicatos y el partido socialista interrumpieron
sus huelgas y recibieron del gobierno la seguridad de que no iban a ser tocadas
sus organizaciones durante la guerra. La conciencia nacional y el sentimiento
patriótico generaron una unión entre los grupos sociales e hicieron posible una
tregua en la lucha entre las organizaciones políticas y sindicales. El patriotismo,
incluso un patriotismo militarista, dominó la escena pública alemana. 143

Desde su comienzo, muchos alemanes entendieron la guerra como una


guerra entre sistemas políticos y concepciones del mundo contrapuestos, como
una lucha entre la civilización occidental y la cultura alemana. Muchos publicistas
destacaron entonces no sólo la peculiaridad de la cultura alemana sino su
superioridad respecto a la occidental, concretamente respecto a la inglesa,
exponente principal de la civilización occidental. En la presentación de la propia
cultura alemana y en su defensa contra los ataques de los enemigos, muchos
publicistas alemanes de los años de la guerra no sólo trataron de mostrar la
peculiar concepción alemana del Estado, de la libertad individual o del sentido
catártico de la guerra, sino que afirmaban al mismo tiempo su superioridad sobre
la llamada civilización occidental. En la guerra mundial cristalizó toda una tradición
política alemana, que, gestada a lo largo del siglo XIX, entendía el propio
desarrollo histórico alemán como algo específico y distinto al seguido por las
democracias occidentales. Más aún, se aspiraba a que esta tradición política fuera
el fundamento de una renovación espiritual y moral del pueblo alemán en su
confrontación con los sistemas políticos y culturales del Occidente europeo. Este
conjunto de planteamientos —una construcción ideológica, en realidad— fue
denominado por los contemporáneos como «las ideas de 1914». Uno de sus
principales artífices, Johann Plenge, escribía: «si podemos celebrar esta guerra en
una fiesta de aniversario, será la fiesta de la movilización general. ¡La fiesta del 2
de Agosto! ¡La fiesta del triunfo interior! Ahí ha nacido nuestro nuevo espíritu: el
espíritu de la máxima unión de todas las fuerzas económicas y políticas en un
nuevo todo, en el que todos viven con igual participación. ¡El nuevo Estado
alemán! ¡Las ideas de 1914!». 144 Y la propagación de estas ideas reforzaba a su
vez la interpretación de la guerra como una lucha entre sistemas políticos
diferentes. Pero quienes así pensaban iban a ser puestos, en 1918, ante la terrible
pregunta de si la derrota militar alemana y la quiebra del sistema político no
demostraban, por el contrario, una inferioridad del sistema alemán y si no ponían
en entredicho, por tanto, esa ideología de la especificidad, y superioridad, del
desarrollo histórico alemán.

El profesor Plenge no era una excepción. Durante la guerra muchos


profesores alemanes tomaron parte activa en la discusión pública sobre el origen y
los objetivos de la guerra y se sintieron llamados a explicar al gran público las
características de la historia y cultura alemanas y a defenderlas de las
acusaciones de sus detractores. Pocos meses después del inicio de la guerra, por
ejemplo, noventa y tres profesores universitarios alemanes hicieron público un
llamamiento «al mundo de la cultura», en el que exponían sus posiciones y sus
explicaciones sobre la guerra en la que estaba embarcada Alemania. El manifiesto
de los profesores partía de la convicción fundamental de que Alemania había sido
forzada a la guerra. Alemania se había visto «obligada a luchar por su existencia»,
pues el Deutsches Reich había sido asaltado por una «banda de ladrones» y tenía
que defenderse.145 También compartían los profesores firmantes del manifiesto la
convicción de que Alemania no había sido la culpable del desencadenamiento de
la guerra. Respecto a las críticas extranjeras contra el militarismo alemán, el
manifiesto de los profesores alemanes quería dejar claro que la guerra había
generado un cambio importante en la concepción del militarismo, de modo que se
había llegado a una nueva síntesis entre espíritu y poder, entre humanismo clásico
alemán y Estado moderno. En ese sentido, el manifiesto de los noventa y tres
afirmaba que «no es verdad que la lucha contra nuestro llamado militarismo no
sea una lucha contra nuestra cultura, como afirman hipócritamente nuestros
enemigos...El ejército alemán y el pueblo alemán son una misma cosa. Esta
conciencia hermana hoy a setenta millones de alemanes sin distinción de
formación, de partido o de clase [...]». 146

La contraposición entre el desarrollo histórico y cultural de Alemania y el del


mundo occidental quedó recogida en la diferenciación conceptual entre cultura
(Kultur) y civilización (Zivilisation). Esta diferenciación entre la cultura —alemana—
y la civilización —occidental— adquirió una formulación muy plástica en el libro de
Werner Sombart Comerciantes y soldados, publicado en 1915. Para Sombart, lo
que estaba en disputa en la guerra eran dos concepciones del mundo, una
concepción comercial del mundo, representada por los ingleses, y una concepción
heroica del mundo, representada por los alemanes. En la guerra se enfrentaban
dos tipos de hombre, el comerciante y el héroe, arquetipos de dos modos de
entender la vida, y Sombart explicaba la diferencia entre ambos en los términos
siguientes: «el comerciante y el héroe forman en cierto sentido los dos grandes
polos opuestos en el sentido de la vida del hombre en la tierra. Hemos visto que el
comerciante se acerca a la vida con la pregunta: "¿qué puedes darme, tú, vida?"
Él quiere dar las menos contrasprestaciones posibles y tomar lo máximo para sí;
esto quiere decir que es pobre; el héroe entra en la vida con la pregunta: "¿qué
puedo darte, vida?" Él quiere regalar, derrocharse, sacrificarse, sin recibir nada a
cambio; esto quiere decir que es rico. El comerciante sólo habla de "derechos", el
héroe sólo de los deberes que tiene. Y aun cuando haya cumplido su deber, se
siente todavía inclinado a dar: "el deber cumplido se siente como culpa por no
haber hecho lo suficiente" (Goethe)».147

En el terreno político, concretamente, esta cultura alemana entendía de


manera distinta la libertad individual. Para el teólogo e historiador Ernst Troeltsch,
la libertad alemana no tiene que ver necesariamente con la organización política.
Para él, la libertad es, ante todo, un asunto del carácter (Gesinnung) y del estilo de
vida. La libertad no significa «extraer la voluntad del gobierno a partir de la suma
de las voluntades individuales ni el control de los gestores por sus mandantes,
sino que significa la entrega libre, consciente y debida, a ese todo existente
formado por la historia, el Estado y la nación». 148 Hay en este concepto de libertad
un vínculo íntimo entre libertad y deber, que quedan relacionados entre sí como
dos conceptos complementarios. Libertad significa, en definitiva, hacer lo que hay
que hacer con una entrega total, y querer aquello que se debe hacer. La idea de la
libertad como derecho a la libre determinación de la vida individual, a la formación
individualizada y diferenciada de la persona, era un elemento integrante de la
tradición idealista y neohumanista del siglo XIX, que se plasmaba ante todo en el
terreno de la educación y de la ciencia, sin que esa reivindicación de la libertad
individual contuviera reivindicación política alguna, como podría ser la
participación en las decisiones políticas del Estado a través de un auténtico
sistema parlamentario. También el historiador Meinecke pensaba que el sistema
democrático no significaba una mayor libertad: «¿debemos ver en el sistema
parlamentario una reivindicación de libertad de la nación alemana? Con toda
determinación, contesto que no. Hay que cuidarse de falsas imitaciones y conocer
las necesidades individuales de los alemanes, también nuestra necesidad de
libertad. El sistema parlamentario debe hacer valer con carácter único la voluntad
del pueblo en el Estado. Nosotros negamos que lo logre». 149

En esta concepción de la libertad individual, ésta no sólo no reclama una


participación del individuo en el Estado, sino que encuentra su máxima plenitud en
la entrega al «todo». La afirmación del Estado, del «conjunto», del «todo», y la
necesaria adecuación del individuo a aquél, encontró en el mencionado profesor
de ciencias políticas de la universidad de Münster, Johann Plenge, un ardiente
propagandista. El núcleo de la nueva idea del Estado es, para Plenge, la
incorporación, la integración interior plenamente consciente del hombre en la
«organización». El Estado de la economía de guerra constituye, para Plenge, el
modelo de Estado en general, pues «los órganos de los intereses económicos
desarrollados independientemente se han convertido ahora, de una vez por todas,
en partes orgánicas de nuestro Estado. Nuestra economía de guerra es una
cooperación entre los órganos estatales y las organizaciones especializadas
dentro del espíritu del interés general. Estos son los dirigentes de toda la acción.
El parlamento está ahí como un coro, que acompaña las decisiones con su
aprobación: no es ciertamente un mero afirmador sin voluntad ni está condenado a
un silencio acrítico, pero está sin duda limitado, en voluntaria contención, a lo
general y fundamental. Rige el poder, calla el opinar». 150 Este Estado nacional
«cerrado», en el que todos sus miembros son partícipes de un sentimiento
patriótico común, que ha sido posible por la guerra y que Plenge aspira a que
continúe tras el triunfo, lo considera superior al sistema inglés, pues la libertad
inglesa, demasiado individualista, no permite conservar el Estado. 151

Plenge, en definitiva, lleva hasta sus últimas consecuencias lo que ya se


había esbozado en algunos manifiestos de los profesores universitarios.

El régimen político del Deutsches Reich, autoritario y no democrático, se


ensalzaba concretamente como una forma de organización política mejor que las
de los otros Estados de su época. El filósofo Wilhelm Wundt escribía: «entre el
espíritu alemán y el espíritu democrático no existe ninguna conciliación [...].
Democracia es realmente el triunfo del número muerto sobre la forma viva. A la
democracia le contrapone el pensamiento alemán la racionalidad de la auténtica
vida moral. Debe gobernar la idea racional, no los deseos del individuo. Pero la
razón sólo llega a una clara idea de sí misma en la personalidad individual. Por
eso debe regir la personalidad, no los muchos». 152

También Thomas Mann, que tras la guerra cambiaría sensiblemente sus


planteamientos políticos, escribía en sus Consideraciones de un apolítico lo
siguiente: «yo no quiero política. Quiero tratamiento objetivo de la realidad
(Sachlichkeit), orden, seriedad [...]. Yo estoy profundamente convencido de que el
pueblo alemán no podrá nunca amar la democracia por la sencilla razón de que no
puede amar la política, y que el repetidamente desacreditado "Estado autoritario"
es para el pueblo alemán la forma de Estado más apropiada, la que le
corresponde y la que él, en el fondo, quiere [...]. La diferencia entre espíritu y
política contiene la diferencia entre Kultur y Zivilisation, entre alma y sociedad,
entre libertad y sufragio, entre arte y literatura; y lo alemán es Kultur, alma,
libertad, arte y no es civilización, ni sociedad, ni derecho a voto, ni literatura». 153

La guerra que propició esta autoafirmación de la propia cultura fue también


escenario de otras manifestaciones nacionalistas de carácter etnicista e
imperialista, que se habían ido elaborando durante las décadas anteriores por el
«nacionalismo organizado». Pero la evolución de la guerra, con las enormes
pérdidas humanas de 1916 y la discusión sobre los objetivos de la guerra, no sólo
destruyó en gran medida la euforia nacional compartida de 1914, sino que llegó a
poner en peligro la unidad nacional. La decisión del Ministerio prusiano de la
Guerra de efectuar un censo de los judíos alistados en el ejército, aunque tomada
en octubre de 1916 para hacer frente a una movilización antisemita que criticaba a
los judíos por antipatriotas, produjo un efecto contraproducente. En realidad,
desencadenó una ola antisemita. A partir de ese momento, la guerra tuvo ya otra
significación desde el punto de vista de la solidaridad nacional. A pesar de la unión
nacional manifestada en 1914, persistían diferencias que salieron a relucir a
medida que aumentaron los sufrimientos de la guerra. Por otro lado, la discusión
sobre los objetivos de la guerra dividió también seriamente a los partidos políticos
y a la opinión pública. Los conservadores y los liberales nacionales exigían una
paz victoriosa y la anexión de territorios: en el este exigían la anexión de Polonia y
el Báltico, y en el oeste reclamaban la incorporación económica de Bélgica a
Alemania.154 En contra de esta posición, la mayoría del Parlamento, formada por
los socialistas del SPD, el Zentrum católico y los liberales progresistas, aprobó una
resolución, el 19 de julio de 1917, del siguiente tenor: «El Reichstag declara: para
el pueblo alemán siguen valiendo ahora, a las puertas del cuarto año de guerra,
igual que el 4 de agosto de 1914 las palabras del discurso de la corona: "¡no nos
mueve el ansia de conquista!". Alemania ha tomado las armas para la defensa de
su libertad e independencia, para mantener intacto su territorio. El Reichtstag
aspira a una paz de entendimiento y de reconciliación permanente entre los
pueblos. Las conquistas territoriales o las violaciones políticas, económicas o
financieras son incompatibles con una paz de esas características». 155 Pero esta
resolución de la mayoría parlamentaria no encontró un eco generalizado en la
sociedad alemana. Numerosos profesores universitarios y otras organizaciones se
manifestaron en contra mientras que el apoyo social, aunque también lo hubo, fue
menor.156 Es más, en abierta oposición a la resolución parlamentaria por una paz
negociada y sin anexiones, algunos diputados del Reichstag fundaron el Partido
Patriótico (Deutsche Vaterlandspartei), en septiembre de 1917. El concepto de
patria tenía ya para este partido un claro contenido racial: el partido aspiraba al
«fortalecimiento racial» del pueblo alemán. El éxito del Partido Patriótico no se
hizo esperar. En seis meses consiguió tener más de un millón de afiliados. No
obstante este éxito, la fundación de la «Liga por la Libertad y la Patria» (Volksbund
für Freiheit und Vaterland), en noviembre de 1917, puso de manifiesto que otros
intelectuales y sindicalistas alemanes entendían la patria de manera muy distinta a
la del Partido Patriótico y que no estaban dispuestos a dejarse arrebatar el
concepto de patria por los nacionalistas racistas ni estaban dispuestos a consentir
que la patria fuera algo exclusivo de los nacionalistas radicales. Entre los
fundadores de esa Liga por la Libertad y la Patria figuraba el historiador Friedrich
Meinecke, uno de los máximos exponentes de los intelectuales alemanes a los
que la experiencia de la guerra les llevó a convicciones democráticas. Otro
intelectual de prestigio, Max Weber, consideraba «las ideas de 1914» como pura
charlatanería y se pronunció a favor de la reforma constitucional del Deutsches
Reich para convertirlo en un sistema de gobierno parlamentario. 157

Final de la guerra y revolución desde abajo

La evolución de la guerra fue mostrando con intensidad creciente la


necesidad de una reforma democrática de la Constitución del Reich. La nación
como tal tenía que participar más plenamente en el Estado y el Parlamento, como
representante de la nación, tenía que conseguir su soberanía. Resultaba
incoherente que los soldados que volvían del frente, donde habían luchado por la
nación, no pudieran votar en todos los Estados federados del Deutsches Reich,
pues algunos no tenían establecido el sufragio universal. De acuerdo con esa
necesidad, en las últimas semanas de la contienda se introdujeron importantes
reformas político-constitucionales en el Deutsches Reich y en Prusia, el mayor de
sus Estados federados. El 24 de octubre de 1918 se adoptó en Prusia el sufragio
universal, igual y directo, y el 28 del mismo se reformó la Constitución del
Deutsches Reich para convertir éste en un sistema de gobierno parlamentario.

Estas reformas, sin embargo, se iban a mostrar muy pronto como


insuficientes. Cuando la opinión pública conoció la realidad de la marcha de los
acontecimientos en el frente, acusó a los dirigentes políticos y militares de haber
engañado a la sociedad alemana y de haberle forjado falsas esperanzas para que
aceptara enormes sufrimientos, sin ningún provecho final. Como culpable de la
catástrofe aparecía el régimen imperial en su conjunto, y, por ello, se demandaba
una nueva forma de Estado: la República. El 9 de noviembre de 1918,
espartaquistas y socialistas mayoritarios (SPD) proclamaban en Berlín, por
separado, la República. El canciller Max von Baden anunció la abdicación del
emperador Guillermo II, dimitió él mismo y entregó el gobierno a Friedrich Ebert,
del partido socialdemócrata SPD. Ebert formó un gobierno compuesto por seis
«delegados del pueblo», tres procedentes del partido SPD y los otros tres del
partido de los socialistas independientes (USPD). Al día siguiente fue confirmado
por una asamblea de los «Consejos de obreros y soldados» de Berlín y sometido
al control de un comité ejecutivo de éstos.

Los «Consejos de obreros y soldados» habían surgido de manera


espontánea por toda Alemania y se hicieron con el poder tras el hundimiento del
régimen monárquico. Pero no tenían un programa político determinado. Los
distintos partidos políticos que apoyaban la naciente República tenían una idea
muy distinta de los «Consejos» para la configuración del futuro de Alemania.
Mientras que la extrema izquierda, como el grupo Espartaco (Spartakusbund),
aspiraba al establecimiento de una República basada en la dictadura de los
«Consejos» («todo el poder a los Consejos»), el partido de los socialistas
independientes (USPD) debatía si los «Consejos» debían constituir una alternativa
a la democracia parlamentaria o solamente un complemento de ésta. Por su parte,
el partido SPD se declaró decididamente a favor de un sistema de democracia
parlamentaria y de una pronta convocatoria de elecciones generales para una
Asamblea Constituyente.

El enfrentamiento entre los dos planteamientos para la nueva República —


revolución o democracia parlamentaria— se superó finalmente con el triunfo de la
solución parlamentaria. El gobierno de Friedrich Ebert, opuesto a la revolución
política y social, encontró los apoyos suficientes para contener el movimiento
revolucionario que protagonizaba la extrema izquierda. El mismo 10 de noviembre
de 1918 se aseguraba el apoyo del ejército. El funcionariado civil también aceptó
al gobierno de Ebert, mientras que los sindicatos llegaban a acuerdos con la
patronal sobre la jornada de trabajo y el establecimiento de convenios colectivos.
Pero el apoyo definitivo lo obtuvo el gobierno de Ebert de los propios «Consejos
de obreros y soldados». Una asamblea de delegados de los «Consejos» de toda
Alemania, reunida en Berlín el 16 de diciembre de 1918, aprobó —por 344 votos a
favor y 98 en contra— la convocatoria de elecciones generales para una Asamblea
Constituyente y se decantó en contra de la ampliación del sistema de los
«Consejos». El futuro republicano del Deutsches Reich iba a discurrir por la vía
democrática y parlamentaria, por el camino de las reformas y no de la
revolución.158

Las elecciones generales para la Asamblea constituyente se celebraron el


19 de enero de 1919, y en ellas pudieron votar tanto los varones como las mujeres
mayores de veinte años. El resultado de las elecciones dio una amplia
representación al partido socialdemócrata (SPD) y a los partidos de centro. 159 La
Asamblea Constituyente comenzó sus sesiones el 6 de febrero de 1919 en la
ciudad de Weimar —pues era más segura que Berlín— y aprobó una Constitución,
que fue promulgada el 14 de agosto de 1919.

Mientras la Asamblea Constituyente elaboraba la nueva Constitución,


defendiéndose al mismo tiempo de los ataques de la extrema izquierda que no
quería una democracia parlamentaria, se negociaban en las afueras de París los
tratados de paz. El desarrollo de las negociaciones de los tratados y su posterior
firma (28 de junio de 1919) afectó profundamente a los alemanes en su conjunto.
No sólo al desenvolvimiento de la Asamblea Constituyente y al propio gobierno
provisional, sino a toda la opinión pública alemana. La reacción originada por los
tratados de paz fue un caldo de cultivo para posiciones nacionalistas, algunas de
consecuencias terribles.
CAPÍTULO III. ESTADO NACIONAL DEMOCRÁTICO Y DICTADURA
NACIONALSOCIALISTA (1918-1933/1933-1945)
1.- Los efectos del Tratado de Versalles sobre la conciencia nacional
alemana

El 11 de noviembre de 1918, el ejército alemán estaba ciertamente vencido


desde un punto de vista estratégico, pero no había caído realmente. El día del
armisticio no había ni un centímetro de suelo alemán ocupado por las tropas
aliadas, mientras que las tropas alemanas ocupaban todavía algo de suelo
francés, unos cuatro quintos de Bélgica y grandes extensiones en el este de
Europa. Por otro lado, la población civil no había experimentado la derrota; sólo
había conocido los motines de soldados organizados por la extrema izquierda.
Esto se convertiría en el origen de la leyenda de que el ejército alemán habia sido
imbatido y que había sido víctima de una puñalada por la espalda. Estas cosas
tuvieron mucho peso en el nacionalismo alemán, y Hitler lo convertiría en uno de
los elementos principales de su propaganda. En Alemania, en donde todos los
hombres útiles habían hecho la guerra, y por consiguiente el honor del ejército
había ido unido al honor nacional, y donde los revolucionarios eran sin duda una
minoría, la mayoría de los alemanes confundió la derrota en la guerra con la
revolución: la derrota era una desgracia, que fue sentida como injusta e
inmerecida. Lo que quedó en la mente de los alemanes fue que en los bosques de
Compiégne no estuvo presente ningún oficial; el armisticio fue firmado por civiles,
por un político del partido Zentrum, que había recibido sus poderes de un Consejo
de comisarios del pueblo, es decir, de un órgano que había surgido de la
revolución. Derrota y revolución se presentaban, por lo tanto, unidas en la
conciencia de los alemanes.

El tratado de paz de Versalles, que reguló la situación de Alemania y sus


relaciones con los vencedores tras la derrota, tuvo un efecto aún más negativo
sobre la conciencia de los alemanes. Durante la elaboración del tratado de paz,
Alemania fue tratada como un objeto pasivo durante algún tiempo. No hubo
negociaciones entre los vencedores y Alemania. Durante cinco meses los aliados
y los gobiernos que se les habían asociado llevaron unas largas y difíciles
negociaciones, que habían comenzado en París el 18 de enero de 1919. El
Deutsches Reich, sin embargo, conoció el resultado de las mismas tan sólo
después de que se hubieran terminado. El proyecto de tratado fue entregado a la
delegación alemana en París el 7 de mayo de 1919, para que presentara sus
observaciones. Las protestas alemanas en la cuestión principal de la conexión
entre la declaración de culpabilidad por el desencadenamiento de la guerra y las
reparaciones exigidas no fueron atendidas por los aliados. El 16 de junio, los
aliados presentaron a la delegación alemana la versión definitiva del tratado de
paz, que aquélla no tenía prácticamente otra alternativa que aceptar. El partido
Zentrum, el socialdemócrata SPD y parte del partido democrático DDP estaban a
favor de la firma del tratado. También estaba a favor el presidente de la República,
Friedrich Ebert, aunque esta cuestión produjo una crisis de gobierno, al renunciar
el jefe del gobierno, el socialista Scheidemann, por no estar dispuesto a aceptar el
tratado. La Asamblea Nacional constituyente, reunida en Weimar para elaborar la
nueva Constitución del Deutsches Reich, dio finalmente su aprobación, el 22 de
junio de 1919, con 237 votos contra 138, para que el gobierno firmara el tratado de
paz. El ministro de Asuntos Exteriores alemán, Hermann Müller, firmó el tratado en
el Salón de los Espejos de Versalles el 28 de junio de 1919.

El tratado de paz produjo un triple efecto en Alemania. El primer efecto era


de naturaleza psicológica y de dimensiones devastadoras. El artículo 231 del
tratado declaraba expresamente la culpabilidad de Alemania en la guerra: «los
aliados y los gobiernos asociados declaran, y Alemania lo reconoce, que Alemania
y sus aliados son responsables, como causantes, de todas las pérdidas y daños
que los aliados y los gobiernos asociados y sus ciudadanos han sufrido a
consecuencia de la guerra, a la que se vieron obligados por el ataque de Alemania
y de sus aliados». La opinión pública alemana percibió el artículo 231 como una
condena del Deutsches Reich, no sólo como una condena política o civil sino
como una especie de condena moral y penal. En Alemania, esta condena se sintió
como especialmente injusta y farisea por cuanto de esa condena se derivaban las
reparaciones de guerra. Y como Alemania tampoco pudo ingresar inmediatamente
en la Sociedad de Naciones, la opinión pública sintió este hecho como una
expulsión moral de Alemania de la comunidad internacional e interpretó la
Sociedad de Naciones como un instrumento político al servicio de los aliados.

El segundo efecto del Tratado de paz era de naturaleza territorial. Por el


Tratado, el Deutsches Reich sufría considerables pérdidas territoriales. La región
de Prusia Oriental quedaba separada del resto del Estado por una franja de tierra
obtenida por Polonia, la ciudad de Danzig fue declarada Estado libre bajo
soberanía de la Sociedad de Naciones, Alsacia-Lorena volvió a Francia y la región
de la Alta Silesia perdió parte de su territorio a favor de Polonia, aunque su
población se había manifestado mayoritariamente a favor de continuar
perteneciendo al Deutsches Reich.160

El tercer efecto fue de naturaleza económica. Las pérdidas territoriales


supusieron la pérdida de importantes zonas industriales. La región del Sarre fue
declarada territorio autónomo bajo el control de la Sociedad de Naciones durante
quince años, separada, por tanto, del resto de Alemania e integrada en la
economía francesa.161 La ocupación de la cuenca del Ruhr, el 11 de enero de
1923, por franceses y belgas produjo asimismo un efecto negativo sobre la
evolución económica alemana. Esta situación se agravó por las reparaciones de
guerra que Alemania tenía que pagar. El tratado de paz no fijó una cantidad ni el
modo de pagarla. Una comisión interaliada debía establecer la suma antes del 1
de mayo de 1921, y hasta ese momento el Deutsches Reich tendría que pagar, en
concepto de anticipo, veinte mil millones de marcos-oro. Los aliados, sin embargo,
no tenían una opinión unánime sobre el monto de las reparaciones. En esa
cuestión destacó la posición del británico Lloyd George, que se hizo eco del
mundo empresarial y comercial inglés. Empresarios y comerciantes compartían la
tesis de J. M. Keynes de que unas excesivas reparaciones por parte de Alemania
podrían repercutir muy negativamente sobre Inglaterra, ya que Alemania
desempeñaba un papel muy importante en sus relaciones económicas. La
posición de George al respecto se resumía en su frase «no podemos desmantelar
a Alemania y a la vez esperar que pague». Una Alemania empobrecida por ser
presa del bolchevismo, que para Lloyd George representaba un peligro mayor que
la propia Alemania.162

En la opinión pública alemana se generalizó la idea de que los aliados no


habían cumplido, en el desarrollo de los Tratados de Versalles, las bases del
armisticio y de los «14 Puntos» del presidente Wilson. Se pensaba que no se
habían cumplido esas bases porque los aliados se habían negado a negociar la
paz con Alemania —cuando ya Alemania estaba desarmada— y le habían
impuesto un tratado, al que no podía decir que no. Como los tratados de Versalles
fueron considerados como una imposición injusta de los aliados, uno de los
objetivos de todos los gobiernos alemanes de los años veinte y treinta fue impedir
que se cumplieran y procurar su revisión.

Tras los Tratados de Versalles, la «cuestión nacional alemana» presentaba


una triple dimensión. En primer lugar, estaba la cuestión de los territorios que el
Deutsches Reich había perdido. En segundo lugar, estaba la cuestión de la
prohibición de que los alemanes austríacos pudieran unirse al Deutsches Reich.
Incluso el término «Deutsch-Österreich» («Austria alemana»), introducido en 1918
tras la quiebra del imperio austro-húngaro, fue prohibido en 1919-1920 por los
tratados de Versalles y de Saint-Germain. En tercer lugar, estaba la cuestión de
las minorías alemanas existentes fuera de las fronteras del Deutsches Reich, en
Europa oriental sobre todo, que comenzaron a ser un foco de especial atención
durante la República de Weimar para algunas asociaciones y grupos políticos. A
esta triple dimensión externa de la cuestión alemana se le vino a sumar la
dificultad que iba a encontrar el nuevo Estado democrático en ser aceptado por la
mayoría de los ciudadanos. El modelo de Estado nacional democrático que la
República de Weimar encarnó no se correspondía, desde muchos puntos de vista,
con los deseos de la mayoría de los partidos políticos y de la opinión pública. La
insatisfacción con la situación presente y las revindicaciones a favor de un Estado
distinto y de una posición internacional diferente para Alemania produjeron una
fuerte inestabilidad interna, que se convirtió en una característica permanente de
la débil democracia de Weimar.

2.- Variaciones sobre el concepto de nación


El concepto fundamental en el pensamiento y en la discusión política de los
años de Weimar fue probablemente el de pueblo (Volk), con todos sus adjetivos
derivados y sus nombres compuestos, como el adjetivo «völkisch» y el compuesto
«Volksgemeinschaft». Algunos partidos políticos recogieron el término «Volk» en
sus propias siglas. Éste fue el caso del Deutsche Volkspartei (Partido Popular
Alemán), de Gustav Streseman. Este partido, que había surgido realmente del
antiguo partido liberal (Nationalliberale Partei), sustituyó en sus siglas el término
de «nación» por el de «pueblo». Otro partido, como el conservador
Deutschnationale Volkspartei (Partido popular nacional alemán), integró ambos
conceptos de «nación» y «pueblo» en su propia denominación. Pero el concepto
vinculado con el «pueblo» que más éxito obtuvo en los años de Weimar fue, sin
duda, el de «Volksgemeinschaft»: la idea de pueblo se asociaba directamente a la
idea de comunidad; el pueblo como comunidad, como la comunidad fundamental y
englobante de todas las demás; la comunidad que se deriva de participar del
mismo pueblo como la auténtica comunidad. La comunidad se convirtió en un
ideal social, en todo un programa de actuación. La conocida diferenciación que
Ferdinand Tönnies había establecido en 1887 entre «comunidad» y «sociedad»
(Gemeinschaft y Gesellschaft), se retomó en los años veinte y treinta, pero con un
sesgo muy particular que trascendía los fines para los que Tönnies la había
empleado.163 El pensamiento irracionalista se apoderó de esta diferenciación y la
convirtió en un programa de práctica social: la «vuelta a la comunidad» se
convirtió en un programa de rechazo de la sociedad moderna y del sistema político
parlamentario. El programa social y político que se encerraba en el concepto de
Volksgemeinschaft y en la llamada a la «vuelta a la comunidad» era un rechazo
del sistema político de la República de Weimar. La comunidad era sinónimo de
todo aquello, cuya carencia precisamente reprochaban los grupos
antidemocráticos a la República de Weimar. La comunidad era unidad interna,
fuerza, poder; la comunidad tenía valores, mientras que lo que caracterizaba a la
sociedad eran los intereses de sus miembros. La comunidad era una realidad
orgánica, mientras que la sociedad era algo artificial. La comunidad tenía un
origen divino, mientras que la sociedad era una mera construcción humana. La
comunidad era superior al individuo, el ámbito donde este puede realizarse. Un
texto de la época sobre la juventud decía: «Volksgemeinschaft! La juventud se
estremece en un elevado sentimiento, en el más elevado, cuando suena esta
palabra, pues para ella es una palabra que unirá el pasado más hermoso con el
fecundo futuro yendo más allá de la desnaturalizada época burguesa. Es la
sagrada voluntad de la juventud, el que el yo desemboque y se complete en el
nosotros. Pues ella sabe que ha quebrado el aislamiento del mundo de nuestros
padres, después de haberse enajenado y endurecido cada vez más por el
liberalismo. Sólo en la comunidad pueden un pueblo y cada individuo cumplirse y
elevar su vida».164

La importancia concedida por los pensadores antidemocráticos al «pueblo»


como la auténtica realidad desde la que valorar y condenar al sistema político de
Weimar desplazó a veces al uso del término «nación», aunque en ocasiones los
dos eran utilizados de manera análoga. En otros teóricos, por el contrario, como
Carl Schmitt en su Teoría de la Constitución, de 1928, «pueblo» y «nación»
aparecen en una radical contraposición. El significado, por consiguiente, de los
conceptos de nación y pueblo en los años de Weimar estuvo muy diferenciado, no
sólo según la fidelidad al sistema de Weimar, sino también dentro de la propia
oposición antidemocrática.

La nación según los partidos constitucionales

El Partido Demócrata (DDP) continuaba la tradición del liberalismo nacional


alemán del siglo XIX y afirmaba una vinculación esencial entre nación y
democracia. Su objetivo básico era la realización del Estado nacional democrático,
que significaba al mismo tiempo para ellos el único freno posible a la revolución
que había estallado en el otoño de 1918. Para estos demócratas, en la guerra
había sido vencido el sistema político autoritario y militarista pero no el pueblo
alemán. La renovación del sentimiento nacional no sólo era posible, por tanto, sino
necesaria para poder salir de la catástrofe en que la guerra había sumido a
Alemania. El «nacionalismo democrático» del DDP no sólo no se oponía a la
política de entendimiento con los otros países europeos, sino que la fomentó
activamente. Ahora bien, nunca olvidaron las aspiraciones y pretensiones
nacionales de Alemania. Sus constantes reivindicaciones de libertad e igualdad
para Alemania en las relaciones internacionales iban acompañadas de su
aspiración a formar la gran Alemania. En definitiva, su punto de referencia nacional
era más el pueblo que el Estado y entendían la nación ante todo en términos de
nación cultural. Por ello, aspiraban a que la nación cultural alemana pudiera
identificarse con la nación política en un Estado nacional democrático. La política
exterior por la que abogaban implicaba una revisión de la situación internacional
de Alemania tras los tratados de Versalles, aunque en ningún caso hacían
referencia a los medios militares para poder llevarla a cabo ni tampoco tenían
reclamaciones irredentistas. Los demócratas de este partido político partían de la
situación creada tras la guerra y aceptaban la pérdida de Alsacia-Lorena y de la
provincia de Posen/Poznan entregada a Polonia. La evolución electoral del Partido
Demócrata muestra, sin embargo, con toda claridad la dificultad que encerraba en
aquellos años la afirmación simultánea de democracia y nacionalismo. Sus
diferencias con el nacionalismo de derechas eran claras. Les diferenciaba su
apoyo a la Constitución democrática, su afirmación de los valores humanistas y
religiosos, su no antisemitismo y su no absolutización del concepto de nación.
Pero en las sucesivas consultas electorales de los años veinte fueron perdiendo
votantes a pasos agigantados. Se habían manifestado en contra del tratado de
Versalles, aunque sus planteamientos políticos partían de la situación real creada
en 1919-1920 con la firme voluntad de transformarla. Pero la competencia de los
partidos nacionalistas llevó al Partido Demócrata a su marginación política.

La posición del Partido Socialdemócrata (SPD) respecto a la nación


mostraba una cierta ambivalencia. La relación entre el nacionalismo y el
internacionalismo no había sido aclarada en profundidad en el seno de la
socialdemocracia, y, tras la guerra mundial, el SPD continuó atrapado en el
patriotismo nacionalista de los años de la guerra. En ese sentido interpretó el final
de la guerra más como una vergüenza nacional que como una derrota de sus
enemigos políticos internos —el sistema político guillermino— y la posibilidad que
se abría para actuar por sí mismo. El SPD se manifestó siempre a favor de la
Sociedad de Naciones, del desarme, de la reconciliación con Francia y de la
construcción de los Estados Unidos de Europa, pero abogaba al mismo tiempo por
la revisión de los tratados de Versalles. Para el SPD era una cuestión capital el
que las tropas extranjeras abandonaran la región del Rin y estaba asimismo a
favor de la unión de los austríacos en un mismo Estado nacional alemán. Tanto los
socialdemócratas del Deutsches Reich como los de Austria estaban a favor de la
formación de un solo Estado nacional alemán. En otros ámbitos de la política
exterior, sin embargo, no aspiraban a una revisión de los tratados de paz. Eran
contrarios, por ejemplo, a un eventual reinicio de la política colonial. Su afirmación
de un patriotismo republicano no conocía tampoco la ideología, tan extendida en
los años de la República de Weimar, de la Volksgemeinschaft, pues ese concepto
negaba y ocultaba, según ellos, la realidad de la diferencia y de la lucha de clases.
El SPD, que siempre mantuvo el concepto democrático de nación, actuó además
expresamente contra el nacionalismo de derechas. En 1924 fundó la
Reichsbanner Schwarz-Rot-Gold, que llegó a contar con varios millones de
afiliados.165

El partido católico Zentrum, que apoyó la Constitución de Weimar, no tuvo,


sin embargo, una posición unívoca respecto al nacionalismo democrático. El
Zentrum, que había comenzado su andadura política durante el Imperio como
«enemigo del Estado», se había convertido sin ningún género de dudas en un
partido nacional durante los años de la guerra mundial. Esta imagen nacional la
conservó durante los años de la República de Weimar, llegándose incluso al final
de la misma, en la etapa del canciller Brüning, a un acercamiento al nacionalismo
radical y antirrepublicano. El partido católico aceptó los tratados de Versalles, pero
esto no significaba que asumiera el sistema de paz que habían impuesto. También
los católicos, y sus obispos, veían en la paz de 1919 una «paz vergonzosa» y el
origen de los grandes problemas de los alemanes durante esos años. Los
católicos, por lo tanto, aspiraban también a una revisión de los tratados de paz. La
revisión más urgente se refería a la salida de las tropas extranjeras del Rin y de la
cuenca del Ruhr. En la zona del Rin tenía el partido católico una fuerte
implantación y se sentían afectados más especialmente. El partido católico, que
había dado su apoyo al tratado de Locarno por considerarlo un eslabón importante
para la libertad de Alemania y su recuperación internacional, pensaba que sería un
sacrificio inútil, si no se llegaba pronto a la salida definitiva de las tropas
extranjeras del Rin y si no se ponía un rápido final al régimen establecido para la
región del Sarre. También estaban por la revisión de las fronteras del Este, en
concreto en Silesia y en el corredor de Danzig, aunque no mencionan las relativas
a Posen/Poznan, es decir, no propugnaban una vuelta a las fronteras anteriores a
la guerra en su totalidad. En todo caso se manifestaban a favor de unas relaciones
económicas pacíficas con Polonia y de una cooperación de buena vecindad en el
terreno cultural. El partido católico, en relación con la otra cuestión nacional
importante de los tratados de paz de 1919, se declaraba a favor de la unión con
los austríacos, aunque esta aspiración no ocupara el centro de sus
preocupaciones ya que estaban más interesados en que se resolviera la
ocupación del oeste de Alemania por tropas extranjeras. Pocos días después del
armisticio de noviembre de 1918, una proclama dirigida a los católicos de Austria
dice que los alemanes forman todavía un pueblo numeroso y de espíritu elevado:
«seremos un pueblo de ochenta millones, un pueblo mundial, aun con otros
medios y por otros caminos distintos a los intentandos hasta ahora. Todavía
tenemos un futuro, si no nos abandonamos nosotros mismos». 166

Los aliados vencedores de la guerra no permitieron que los alemanes


austríacos y los del Deutsches Reich pudieran formar un Estado nacional, y los
diputados católicos en el Reichstag sólo marginalmente mencionan en sus
discursos la cuestión de la unión con Austria, confiados en que nunca llegarían a
desaparecer del pueblo alemán los esfuerzos por unirse con Austria, aunque fuera
a más largo plazo. El partido católico experimentó, no obstante, un giro muy
importante a partir de 1927-1928 con consecuencias de gran trascendencia. De
una reivindicación de revisión de los tratados de Versalles se pasó a exigir su
eliminación. La aceptación por parte del Zentrum del abandono de la política
exterior de Stresemann, que habían apoyado, pero que les había producido
mucha frustración y decepción por no conseguir los objetivos esperados, se
correspondía además con una derechización del partido católico en la política
interior. El Zentrum cayó en la tentación de hacer de puente con la derecha y
apoyó al canciller Brüning y su política antiparlamentaria. Pero la posición nacional
del partido católico no resultó ser una inmunización eficaz contra la conversión del
nacionalismo republicano en un nacionalismo radical, antirrepublicano y
antiparlamentario. El propio partido católico, que había sido un apoyo importante
del sistema político de Weimar, no había tenido una actitud inequívoca ante la
democracia parlamentaria republicana. Sólo una minoría del partido Zentrum
había aceptado interiormente el sistema de Weimar, mientras que la mayoría del
partido la había asumido por pragmatismo y con un creciente escepticismo. La
mayoría del partido tenía como ideal la Volksgemeinschaft, el pueblo como
comunidad étnico-cultural, más sentida emocionalmente que fundada en bases
racionales. Esta manera de entender lo nacional les pudo aproximar, en efecto,
más fácilmente a la derecha, como se puso de manifiesto en la era del canciller
Brüning. En todo caso, esta disposición a colaborar con la derecha nacionalista —
con el partido nacionalsocialista, concretamente en 1932— se dio más en la
dirección del partido que en el electorado católico. 167

Estos partidos constitucionales fueron, sin embargo, perdiendo votos. Las


elecciones para la Asamblea Nacional Constituyente del 19 de enero de 1919
dieron como resultado una mayoría para SPD, DDP y Zentrum, que formaron una
coalición. Pero las elecciones generales de junio de 1920 ya les pasaron la factura
por su aceptación de los tratados de paz: la oposición a los tratados caló en la
población de tal manera que en esas elecciones el partido socialdemócrata, SPD,
y el partido democrático, DDP, perdieron la mitad de sus escaños. Eran los únicos
dos partidos que apoyaban la constitución de una manera inequívoca. En las
elecciones presidenciales de 1925 y en las parlamentarias de 1928 aumentaron
considerablemente los partidos de derecha radical, de nacionalismo radical, y en
los años 1930-1932 sólo quedaba el partido socialdemócrata, SPD, como partido
totalmente a favor del Estado nacional democrático de Weimar. Los que
mantenían una oposición total al Estado nacional democrático sumaban en
septiembre de 1930 el 40 por 100 de los votos, en julio de 1932 eran ya el 60 por
100 y en las presidenciales de 1932 ya no había ningún candidato que apoyara al
Estado de Weimar. No había un consenso básico en la sociedad alemana a favor
del Estado nacional democrático.

El nacionalismo tradicional

Un nacionalismo de viejo cuño, que añoraba el régimen guillermino, estaba


representado en el partido popular nacional alemán (DNVP). Este partido, fundado
en 1918, como receptáculo de monárquicos y antirrepublicanos y el partido
burgués más fuerte en los años veinte, continuaba, en realidad, el nacionalismo de
la época del Imperio alemán y el nacionalismo del partido patriótico de la época de
la primera guerra mundial.168

Como monárquicos convencidos, defendían un sistema político que


asegurara su poder y privilegios. Tan pronto como vieron en la República que
había otras relaciones de poder, creyeron que sólo había caos y perversión de las
costumbres. Les parecía que los más sagrados bienes de la nación habían sido
ensuciados y que en vez del brillo y el poder del antiguo Imperio, había ahora una
República cutre, impotente, nacida de una revolución, que había enterrado
arrogantemente el amor patriótico del régimen anterior. Para estos nacionalistas,
todo tenía que volver a ser como antes de 1914 o al menos como era hasta el
cese de Bismarck. No querían reconocer que el desarrollo industrial y la formación
de una sociedad de masas antes de la primera guerra mundial habían cambiado la
situación política y social.

Por eso, a diferencia del nuevo nacionalismo, los nacionalistas de viejo


cuño ignoran la cuestión social y no cultivan un patriotismo popular. Cuando se
refieren al pueblo no intentan, a diferencia de los nacionalistas de nuevo cuño,
superar la lucha de clases en la comunidad del pueblo, sino que desprecian la
lucha de clases, pero no para construir una comunidad mejor en colaboración con
el proletariado, sino porque el proletariado les disputa su posición dirigente en la
nación. No quieren, en definitiva, tomar en cuenta los cambios de los tiempos.
Cuando se refieren al pueblo, no se refieren tanto a la unión y participación de
todas las capas sociales en el Estado como a la eliminación de los judíos de la
cultura, la política y la economía. Cuando en su programa de 1920 hablan del
Volkstum, de la nación, dicen que sólo una nación alemana fuerte, que conserve la
esencia y que se mantenga libre de la influencia foránea, puede ser el fundamento
sólido de un Estado alemán. Por ello combaten todo espíritu disgregador, no
alemán, venga de los círculos judíos o de cualesquiera otros: «nos dirigimos
enérgicamente contra el predominio de los judíos en el gobierno y en la opinión
pública, que, desde la revolución, está destacando de manera cada vez más
trascendental. Hay que prohibir la afluencia de extranjeros sobre nuestras
fronteras».

Su objetivo político primero es la liberación del pueblo alemán del dominio


extranjero. Éste es el presupuesto para el renacimiento nacional. Por eso aspiran
a cambiar el tratado de Versalles, a restaurar la unidad nacional y a conseguir de
nuevo colonias, necesarias para el desarrollo económico. La protección de lo
alemán es una de las tareas más importante de su política nacional.
Expresamente manifiestan que se sienten inseparablemente unidos a los otros
miembros del pueblo alemán que están fuera de las fronteras impuestas. Se
refieren a la protección de lo alemán en los territorios perdidos u ocupados y de
los alemanes de fuera. Mención expresa tiene la comunidad de pueblo
(Volksgemeinschaft) que les une con todos los alemanes del extranjero,
especialmente con los alemanes de Austria, por cuyos derechos y
autodeterminación abogan.169 Un diputado nacionalista del partido conservador,
DNVP, explicaba su concepto de nación en los siguientes términos: «nosotros
ponemos en el centro de nuestro pensamiento la nación como gran comunidad de
destino, aquella comunidad de destino, hecha por una voluntad eterna, hecha de
manera distinta a otras naciones, así como el eterno conductor del mundo hizo a
los hombres distintos, porque quiso realizar una parte de su gran plan universal a
través de cada nación individual».170

El nacionalismo de nuevo cuño: Ernst Jünger y la «revolución


conservadora»

Durante la primera guerra mundial se gestó un nuevo nacionalismo, que


apreciaba poco el patriotismo anterior a 1914 y que sólo encontraba su fuente de
legitimación en la experiencia vivida de la guerra: «Tuvimos que perder la guerra
para ganar la nación». Esta frase de Franz Schauwecker resumía el nuevo
nacionalismo revolucionario que, partiendo de la experiencia de la guerra,
proyectaba un nuevo tipo de hombre y un nuevo sistema político y social. Los
nuevos nacionalistas, que en la paz siguieron viviendo la guerra y para quienes los
hombres no eran en realidad sino guerreros o soldados, se iban a oponer al nuevo
sistema político de Weimar, un orden político al que consideraban carente de
espíritu heroico, y animado, por el contrario, por el espíritu de los comerciantes.

En la formulación de esta íntima relación entre el nuevo nacionalismo y su


origen —la guerra mundial—, le cupo un papel muy importante al escritor Ernst
Jünger. Entre todos los intérpretes literarios de la contienda, fue Jünger sin duda el
más eficiente y el más fecundo. En su obra literaria quedó plasmada de la forma
más plástica la ideología de la experiencia de la guerra. «La guerra es nuestro
padre, nos ha generado como un hombre nuevo en el seno ardiente de las
trincheras, y nosotros reconocemos con orgullo nuestro origen. Por eso nuestros
valores deben ser también heroicos, valores de guerreros y no esos de los
tenderos, que quisieran medir el mundo con su vara». 171 Ésta es la idea principal
del nuevo nacionalismo y de ahí se deriva toda una concepción del hombre y de la
sociedad. Como en la guerra se había experimentado la jerarquización y las
diferencias de rango, cree que la idea de igualdad está superada. Como en la
guerra se había revelado el valor de la personalidad individual, desprecia como
masa todo lo que no se corresponda con el corte militar de la propia personalidad.
Jünger se define a sí mismo y a los suyos como «hombres», que llevan la vivencia
de la guerra en su sangre, y se burlan de los intelectuales y los literatos que
sacaron otras consecuencias de la guerra. El nuevo hombre conformado por la
vivencia de la guerra y por los valores que ésta descubrió («la guerra que tantas
cosas se lleva, nos da también muchas cosas. Nos instruye en la camaradería y
pone en su sitio unos valores semiolvidados») es un soldado duro como el acero,
que se enfrenta sin piedad al sistema burgués y aspira a continuar la guerra como
su propia misión nacional.172

El espíritu de este nuevo nacionalismo consiste precisamente en el


desprecio de lo intelectual, en la adoración de la lucha y de la guerra y en el odio
hacia todo lo burgués-civil. El nuevo objetivo es la destrucción del mundo burgués
y de su sistema político y su sustitución por un Estado potente, völkisch, en el que
encuentren su coronación lo militar y lo heroico. Lo que este nacionalismo ofrecía
era una declaración de guerra a todo lo existente. Su idea del Estado era una
mera trasposición de la jerarquía militar a la organización política. En vez de las
libertades burguesas ponía una firme sujeción. El individuo fue sacrificado al
«tipo» o a la «figura»: debía disolverse en la comunidad sanguínea de la nación y
sacrificar su vida, si la nación lo requería. En la experiencia de la guerra se
disolvió el yo burgués de la época guillermina en el nosotros de la camaradería: el
guerrero es el nuevo hombre, que se ha liberado de las fijaciones de la seguridad
burguesa y que concibe la vida como una gran aventura, en cuyos peligros se
conoce a sí mismo y se demuestra. La experiencia de la guerra borra las
diferencias de clase e integra la nación; se forma una nueva unidad; no es ya la
tropa jerárquicamente organizada, sino el pelotón como una comunidad de iguales
y conjurados.

La estilización de este guerrero del frente será el obrero, la nueva figura del
siglo XX. El obrero es elevado por Jünger a una especie de mito, a una figura que
describe con las categorías del héroe bélico. La figura opuesta al obrero es la del
burgués (Bürger), que será devorado por el tiempo, como se dice en el prólogo a
Der Arbeiter (1932). El obrero de Jünger es una impresionante versión de la
vivencia de la guerra. El nuevo hombre, encarnado en la figura del obrero, es el
continuador del soldado del frente que permanece fiel a su experiencia originaria.
Tras una guerra civil con el burgués, dará su impronta al mundo. El hombre del
futuro será un nuevo mercenario con la destreza del tecnócrata y la capacidad de
éxtasis del místico. A partir de esa visión desarrolló a su vez su concepción del
obrero de los primeros años treinta, que es también una construcción puramente
estética. De las trincheras de la guerra nacería así una élite de seres implacables
a la par que desinteresados, capaces de cualquier sacrificio en pos de sus
objetivos. Marcados por el odio y el desprecio al mundo burgués, observan con
placer su decadencia.

Una variante del nacionalismo revolucionario fue conocida en los años de


Weimar con la denominación de nacionalbolchevismo. Este concepto se utilizó
para definir el nacionalismo de todos aquellos grupos para los que era
fundamental apoyarse en la Rusia soviética. Su pensamiento político, a diferencia
del nacionalismo revolucionario al estilo de Jünger, contenía una dosis mayor de
referencias sociales y de política exterior.

Para los nacionalbolcheviques, el punto de partida de la acción


revolucionaria no lo daba la clase oprimida y explotada, sino la nación. El
proletariado como sujeto revolucionario es sustituido por el pueblo. El exponente
más claro de este nacionalismo fue Ernst Niekisch, 173 para quien el triunfo de la
clase obrera sobre la burguesía tenía que pasar por la nacionalización de aquélla,
por su asunción de un fuerte sentimiento nacional. La crítica de Niekisch al
capitalismo iba estrechamente unida a su crítica de los tratados de Versalles.
Capitalismo y Versalles eran lo mismo para él. De aquí que la liberación de los
obreros implicara necesariamente la superación de la humillación nacional que los
tratados de Versalles habían infligido a Alemania. Frente al capitalismo y frente a
Versalles, la Rusia soviética se le presentaba como el sistema nuevo para el
futuro: «Moscú es el nacimiento de un nuevo sistema, de una nueva nobleza». 174 Y
por ello, frente a la situación actual, proponía la creación de un eje prusiano-
eslavo, entre Potsdam y Moscú, en contra de los principios romano-latinos, de
donde procedían, según él, los males de la nación alemana, recogidos en los
tratados de Versalles.

No en todos los pensadores integrantes de la llamada «revolución


conservadora» estaba presente con la misma intensidad que en Jünger la
experiencia de la guerra, aunque todos ellos coincidían en el rechazo de la
realidad y de los valores de la época de la preguerra. 175 A diferencia del
nacionalismo tradicional, estos nuevos «conservadores revolucionarios» no
aspiraban a restaurar los viejos tiempos, sino que querían desarrollar nuevos
valores para la nueva época, de la que se consideraban intérpretes y profetas.
Despreciaban tanto la Alemania de Weimar como la Alemania guillermina. No se
consideraban reaccionarios sino defensores de un nuevo conservadurismo que no
miraba hacia el pasado. En palabras de Arthur Moeller van den Bruck, uno de los
escritores más influyentes entre los «revolucionarios conservadores»,
«reaccionario es aquel que sigue considerando grande y hermosa, incluso
excepcional, la vida que llevábamos antes de 1914; conservador será no
entregarse a ningún autoengaño adulador, sino reconocer más bien con realismo
que aquella vida era repugnante». 176 Otro de los teóricos de este movimiento,
Edgar Julius Jung, definía su proyecto en los siguientes términos: «llamamos
revolución conservadora a volver a respetar todos aquellas leyes y valores
fundamentales sin los que el hombre pierde su unión con la naturaleza y con Dios
y sin los que no se puede construir ningún sistema verdadero. En vez de la
igualdad, valorar el interior; en vez de una actitud social, la justa integración en la
sociedad jerárquicamente estructurada; en vez de las elecciones mecánicas, el
desarrollo orgánico de los jefes; en vez de la presión burocrática, la
responsabilidad interna de una auténtica autogestión administrativa; en vez de la
felicidad de las masas, el derecho del pueblo (Volksgemeinschaft)».177

Prescindiendo ahora de la cuestión de la adecuación del término


«revolución conservadora» para designar a este conjunto de pensadores, sí es
importante señalar que, en el tema de la nación que nos ocupa, no tenían tampoco
una concepción unánime. El concepto de nación menos representado entre ellos
es, sin duda, el concepto de «Staatsnation», es decir, de nación política o nación-
Estado, de nación como conjunto de ciudadanos, en el que las características
culturales de la lengua o la procedencia no desempeñan ningún papel. Por el
contrario, el concepto subjetivista de nación, como voluntad de pertenencia común
o como sentimiento de pertenencia común, está representado en Carl Schmitt o en
la importante revista de los años veinte/treinta TAT. Carl Schmitt descubrió en la
doctrina soreliana del mito como fuerza profunda que nace de los auténticos
instintos de la vida un elemento decisivo para combatir el bolchevismo. Pero, a
diferencia de Sorel, esa fuerza no la encuentra en la lucha de clases sino en el
sentimiento nacional. El sentimiento nacional es una fe común, la conciencia de
tener un destino común, de formar una comunidad de destino. Pueblo es una
comunidad que obtiene existencia política a través de un acto subjetivo,
existencial, al distinguir entre amigo y enemigo. Pueblo es una categoría del
derecho público, no una categoría de naturaleza cultural o física.

Para Spengler, por su parte, pueblo era una asociación de hombres que se
siente como un todo. Si desaparece ese sentimiento, deja de existir el pueblo. 178
Para Spengler hubo pueblos antes y después de la formación de la cultura. Y a los
pueblos dentro de la cultura les llama naciones, utilizando aquí las características
objetivas en su definición.

Para Moeller van den Bruck, la nación era la alfa y la omega de todo su
pensamiento político. Pero la nación era para él básicamente un conjunto de
valores, anterior al individuo, que éste debe conocer para contribuir a cumplir la
misión que le corresponde a cada nación/pueblo: «vivir con la conciencia de
nación significa vivir en la conciencia de sus valores. Una nación es una
comunidad de valores. Y nacionalismo es la conciencia de unos valores [...]. El
hombre nacionalista parte de los valores como lo más propio que una nación
posee, como la respiración de su ser que adquiere así forma y que, como todo lo
esencial, descansa en un peso, no soporta ningún desplazamiento». 179

Stapel, sin embargo, se refiere fundamentalmente al «pueblo». Para él, el


pueblo era algo natural, un todo biológico, cuyo fundamento estaba constituido por
la procedencia u origen. «El pueblo es una comunidad de nacimiento», 180 pero
este fundamento biológico es algo más que pura biología. El pueblo es para Stapel
una creación inmediata de las manos de Dios, con una propia alma que se
manifiesta en la lengua, en el arte, en la ciencia, en la religión y en las costumbres,
pero también en la política y en la forma de la sociedad.

Tampoco respecto al concepto de «raza» hay unanimidad entre los teóricos


de la «revolución conservadora». La construcción teórica de Carl Schmitt
desconocía por completo la ideología racista y völkisch. Su reivindicación del
postulado de la homogeneidad y de la exclusión de lo heterogéneo no significaba
el establecimiento de discriminaciones para los individuos. Pueblo era un concepto
del derecho público, no tenía un contenido racial o cultural. Spengler, por su parte,
criticaba expresamente los intentos de deducir la raza a partir de elementos físicos
como la constitución física o la forma del cráneo. Para él también eran elementos
constitutivos de una raza otras características de naturaleza subjetiva, como la
manera de hablar, el sentido de la belleza o la camaradería o la Bildung. La unidad
de una comunidad no procedía para él de la raza, de la biología, sino de la cultura:
las razas de Occidente no son las creadoras de las grandes naciones, sino su
consecuencia.181 Los sentimientos raciales, decía, «por muy extendidos que estén,
por muy profundos y naturales que sean, no son ninguna base para la gran política
con la que regir o salvar un país. El arte de la política y el sano instinto del pueblo
toma las cualidades donde las encuentra: los franceses en Napoleón, un italiano;
los conservadores ingleses en Disraeli, un judío; la nobleza y el clero ruso en
Catalina II, una alemana. Y en ningún pueblo del mundo con educación política se
parte de esto, aunque los ingleses y los americanos son más apasianados en
cuestiones de raza que la mayoría de los alemanes. Éstas y las infantiles
opiniones y utopías económicas son tan desesperantemente alemanas en el peor
sentido, tan necias y provinciales, y separan el movimiento völkisch y la enorme
potencia que en él descansa de todo aquello que hay que tomar en serio política y
económicamente por las cualidades, la experiencia, el poder y las relaciones, que
este movimiento parece determinado a hacer un hueco en el suelo, pero para
dejar sitio a una peligrosa corriente en contra». 182 Tampoco Moeller van den Bruck
tiene una concepción racista de los hombres, aunque sus primeros escritos tienen
una clara influencia de Chamberlain y contienen una mística de la sangre. 183 En su
Das Dritte Reich continúa dándole importancia a la raza como una especie de
«infraestructura sanguínea» de todo acontecer, pero la verdadera energía de la
historia no procede, según él, de la raza biológica, sino de las fuerzas espirituales
del hombre. Lo espiritual atraviesa y conforma lo material, pero no al revés. Poco
después de la publicación de este libro, que se convirtió en la Biblia de los
«revolucionarios conservadores», escribía: «la pertenencia a la raza espiritual
obedece a otras leyes distintas a las de la pertenencia a la raza biológica. La
consideración de la raza no debe conducir a un nuevo problema alemán,
excluyendo por motivos biológicos a hombres que pertenezcan a su raza por
motivos espirituales».184

Ernst Jünger y Wilhelm Stapel, aunque rechazaban el concepto biologista


de raza, hicieron, sin embargo, algunas formulaciones antisemitas, aunque de
distinta consideración. Jünger dice en su libro Der Arbeiter (El Trabajador) que la
raza dentro de la clase obrera no tiene nada que hacer con un concepto biológico
de la misma.185 Y creía, por ello, que las críticas a los judíos no tenían sentido. Las
críticas de los nacionalistas a los judíos las encontraba demasiado planas. Los
judíos eran hijos del liberalismo y lo que a él le interesaba era combatir el
liberalismo desde una consideración de lo alemán, quitándole así su base.
Entonces caerían también los judíos, que eran los mantenedores del liberalismo.
Cuanto más se alemanice Alemania, los judíos se verán en la dificultad de no
poder ser alemanes en Alemania y, por consiguiente, se verán ante la alternativa
de o ser judíos o no ser.186

Mientras Jünger no profundizó en estas ideas y el antisemitismo no tiene un


lugar importante en su pensamiento, para Stapel, sin embargo, la discriminación
de los judíos era una tarea urgente. Los judíos constituían para él un pueblo y, por
tanto, una idea de Dios, y de ahí que, en ese sentido, le mereciesen todo el
respeto. Pero el problema se planteaba por el hecho de que los judíos vivían en el
mismo territorio que el pueblo alemán, impidiéndole a éste su desarrollo cultural.
Mientras el pueblo judío era pacifista e internacionalista, el pueblo alemán era
belicista y nacionalista. Le parecía imposible un equilibrio o una mezcla entre
ambos pueblos, pues la esencia del pueblo es un destino, es voluntad divina,
sobre la que no se puede disponer. Si se imponía la cultura judía, Stapel pensaba
que se llegaba al final de la historia alemana. Si, por el contrario, triunfaba el
pueblo alemán, era inevitable la separación de los judíos. El propio Stapel hizo
una propuesta de apartheid, en 1932, según la cual los judíos vivirían como una
corporación con derecho propio, dentro del pueblo alemán, pero sin tener iguales
derechos civiles que los alemanes, aunque los judíos podrían tener su propia
representación. Sería posible pasar de esa situación de «nichos» a una situación
de normalidad e igualdad, pero con condiciones muy restringidas. Su
antisemitismo es de tipo cultural, no biológico o racial, pero implicaba abiertamente
una discriminación.187

El nacionalismo völkisch

A diferencia del nacionalismo tradicional del partido popular nacional,


DNVP, los grupos y escritores völkisch no tenían intenciones de restaurar la época
guillermina. Pero, a diferencia del nuevo nacionalismo, estos nacionalistas étnicos
no daban el perfil intelectual de un pensamiento político. Según la propia
declaración de un escritor de este grupo, los nacionalistas völkisch no necesitaban
aprender nada de Spengler o de Moeller, sino que seguían su propia tradición que
era anterior a la primera guerra mundial. 188 Aunque el término «völkisch» era
bastante vago y servía para calificar un amplio espectro de actividades humanas,
la referencia común subyacente a todas ellas en boca de los nacionalistas
völkisch era la idea de un pueblo alemán purificado de toda mezcla racial. El
pensamiento völkisch se «edifica sobre un concepto de hombre alemán que no
surge de ninguna otra realidad sino de proceder de alemanes y cuyo ser es
determinado por su sangre, es decir, por las disposiciones hereditarias recibidas
de sus antepasados».189 Y para acentuar el carácter biológico-racial de su
contenido, los grupos nacionalistas que se autocalificaban como «völkisch» solían
contraponer este término al de «nacional».

Partiendo de esta referencia racial, el pensamiento völkisch elaboró un


programa elemental de autarquía racial en todos los terrenos. Para los grupos
defensores de este nacionalismo biologista, el mundo se dividía en dos partes: lo
propio y lo extraño, lo alemán y lo no alemán. Su defensa de lo alemán y de la
comunidad alemana —entendida como comunidad biológica de sangre— tenía
manifestaciones en todas las esferas de la vida colectiva. En el terreno de la
política demográfica, reivindicaban la pureza de la sangre mediante una política
racial adecuada. En el terreno de la economía, exigían la eliminación del
capitalismo bursátil internacional y todo el entramado económico internacional;
Alemania tenía que fomentar su autarquía, favoreciendo su producción agraria. En
el terreno de la cultura y del espíritu, defendían el pensamiento alemán sobre la
base de la eliminación de las ideas extranjeras, sobre todo eliminando la literatura
judía antialemana. En el campo del idioma, se manifestaban a favor de la
conservación de su pureza eliminando las palabras extranjeras. En el terreno de la
política, estaban en contra de las instituciones de corte occidental que tenía la
República de Weimar y exigían su sustitución por una estructura política
autóctona, propia. También la religión tenía que nacionalizarse, sustituyendo al
dios judío por un dios alemán. Los grupos völkisch defendieron el cultivo de las
tradiciones populares, de la sabiduría popular, el fortalecimiento de la raza
alemana mediante el fomento de la natalidad y la conservación de la pureza de su
sangre, sin mezclarse especialmente con los judíos. Lo racial, lo autóctono, lo puro
y originario era la salvación de Alemania: «Alemania puede dar vuelta a su
destino, si se hace völkisch. Sólo necesita hacerse völkisch y está salvada».190

La identificación del pueblo con la raza fue de consecuencias enormes. Los


nacionalsocialistas asumieron esa identificación y la llevaron a la práctica durante
sus años en el poder. Rosenberg dio una interpretación política a esta
identificación entre pueblo y raza en su libro Der Mythos des 20. Jahrhunderts (El
mito del siglo XX), publicado en 1928. Adolf Hitler asumió todos los tópicos
raciales de la ideología völkisch y basó su política interior y exterior en una
doctrina racial que lo condujo al exterminio de los judíos. Al final, el concepto de
raza, no determinable de manera unívoca desde el punto de vista científico ni
jurídico, se convirtió en un concepto puramente ideológico, utilizado por su propia
indeterminabilidad para justificar la violencia de quienes habían operado esa
reducción del pueblo a la raza.

3.- Pueblo y raza en el nacionalsocialismo. El contexto ideológico del


partido nacionalsocialista
El Partido Obrero Nacionalsocialista Alemán (NSDAP) fue fundado en 1919
con el nombre de «Partido Obrero Alemán», tomando su nueva denominación en
1920. Al principio fue una de las numerosas organizaciones del nacionalismo
radical völkisch y se entendía a sí mismo, en contraposición a los otros partidos,
como un «movimiento» para la renovación nacional de Alemania, contando con
algunos elementos paramilitares (los grupos de asalto SA). El austríaco Adolf
Hitler, que desde 1921 había sido su líder indiscutible, intentó un golpe de Estado
en 1923 según el modelo del fascismo italiano. El golpe de Estado fracasó y Hitler
fue condenado por alta traición y encarcelado. Prohibido el partido, fue refundado
en 1925 y organizado según un estricto principio de autoridad.

Durante su estancia en la cárcel, Hitler había escrito Mein Kampf (1924), en


el que exponía su visión del mundo y una nueva estrategia política para su partido.
Esta nueva estrategia fue denominada por él mismo «nacionalización de las
masas», apoyada en dos instrumentos claves de su posterior política: propaganda
y organización. La «nacionalización de las masas» implicaba para él dos cosas:
significaba, por un lado, una posición fanática para alcanzar los objetivos
propuestos, sin consideraciones de ningún tipo, y significaba, asimismo, una
concepción extremista de lo nacional, claramente diferenciada de la interpretación
burguesa. Hitler rechazaba las formas tradicionales de hacer política y condenaba
incluso el patriotismo de 1914. El radicalismo y la inhumanidad de sus principios
se contraponían expresa y conscientemente a la cultura política que él denunciaba
como «burguesa». Con este radicalismo táctico, y haciendo referencia al
componente socialista que llevaba el nombre de su partido, esperaba ganarse a la
clase obrera, sacándola de la influencia de los partidos obreros de orientación
marxista e internacionalista. Pero, a partir de 1926, introdujo un cambio de
orientación. Eliminó el ala izquierda del partido, se ganó al experto en propaganda
Josep Goebbels como Gauleiter de Berlín y concentró su movilización política en
las clases medias del campo y la ciudad. Los éxitos electorales fueron en
aumento. Junto a la creación de una amplia red de organizaciones y asociaciones
a través de toda la sociedad, la propaganda nacionalsocialista se centró en los
temas habituales del nacionalismo conservador, presentándolos con un
radicalismo extremo que pronto se convirtió en una característica esencial del
partido. Tres fueron los temas que la propaganda nacionalsocialista solía abordar:
la lucha contra los tratados de Versalles porque habían esclavizado al pueblo
alemán, la denuncia sistemática del «sistema de Weimar» y la idea del pueblo
como una comunidad integradora, como alternativa superadora de la lucha de
clases que la izquierda defendía.

Estos temas eran habituales en el discurso de los nuevos conservadores, y


por esta razón la cuestión de las relaciones entre estos teóricos de la «revolución
conservadora» y el nacionalsocialismo era compleja. Las similitudes en algunas
ideas existentes entre ambos grupos eran, por un lado, evidentes. 191 Pero, por otro
lado, algunos elementos nacionalsocialistas —el racismo, su dimensión socialista,
el papel asignado al partido— eran totalmente ajenos a los nuevos conservadores.
Éstos, por su parte, desde el elitismo que los caracterizaba, aborrecían el tipo de
persona que se unía a los nacionalsocialistas. Los teóricos de la «revolución
conservadora» no manifestaron ningún aprecio por el partido nacionalsocialista ni
por su líder. Pensaban, más bien, que ese partido y sus líderes no iban a aportar
nada interesante en especial, debido a su escasa cualificación intelectual y al
primitivismo de su programa político y económico. El carácter del NSDAP como
partido de masas chocaba frontalmente con el elitismo de la «revolución
conservadora», que, según sus mentores, debía conducir a una nueva época en la
que las masas quedarían relegadas al papel para el que habían nacido.

Pero el éxito del partido de Hitler a comienzos de los años treinta condujo a
muchos teóricos del nuevo conservadurismo a cambiar su apreciación del partido
nacionalsocialista. Muchos pensaron entonces que ese partido, el único que
luchaba contra los principios del sistema político de Weimar desde dentro, podría
ser la única vía para realizar las nuevas ideas. Los grupos de derecha que no
querían el nacionalismo tradicional representado por el partido DNVP no tenían
otra alternativa. Pero esta situación era un auténtico dilema para muchos nuevos
conservadores: si se oponían a los nacionalsocialistas, apoyaban a la República;
pero contribuir a destruir la República de la mano del partido de Hitler era también
problemático, pues su idea de la revolución alemana difería de la de los «camisas
pardas» nacionalsocialistas. Por esto, algunos teóricos de la «revolución
conservadora», como Edgar Julius Jung, siguieron manifestando sus críticas al
nacionalsocialismo, incluso después de la llegada de Hitler al poder. En todo caso,
a pesar de las diferencias, los teóricos de la «revolución conservadora», como
ellos mismos reconocieron, prepararon el suelo para la difusión e implantación del
nacionalsocialismo.192

A pesar de una relación ambivalente entre los nuevos conservadores y el


nacionalsocialismo, las similitudes en muchas de sus ideas y aspiraciones eran
claras. De carácter diferente, sin embargo, fue la relación del nacionalsocialismo
con los valores y las tradiciones prusianos. Hitler y los dirigentes
nacionalsocialistas intentaron acercarse a las tradiciones prusianas con la
intención de apropiárselas, incluso antes de llegar al poder, Prusia en los años
veinte era sinónimo de valores y virtudes como el sentido del cumplimiento del
deber, la entrega al Estado y el sentido de la justicia y la imparcialidad. También se
identificaban con las tradiciones prusianas la disciplina, el sentido de la obediencia
y la disposición a la sumisión así como la capacidad militar de aguante a cualquier
precio. Formaba parte asimismo de la imagen de Prusia la idea de la tolerancia,
desarrollada y practicada en la época de la Ilustración en Prusia. Entre los
nacionalsocialistas fue Joseph Goebbels quien más jugó con la idea de Prusia
para el nacionalsocialismo, destacando sobre todo la figura de Federico el Grande
y pretendiendo mostrar una línea de continuidad entre el rey prusiano, Bismarck y
los nacionalsocialistas. Tras la llegada de Hitler al poder en 1933, no era inusual
que algunos nacionalsocialistas repitieran el eslogan de «prusianismo es
socialismo», que había dado título a un libro de Oswald Spengler (Preuβentum
und Sozialismus, 1920). Todavía hasta 1935, los dirigentes nazis intentaron
incorporar el prusianismo a su propia ideología, pero cada vez se puso de
manifiesto con mayor claridad que el nacionalsocialismo apenas tenía nada en
común con las tradiciones prusianas. La disolución de las instituciones, la
destrucción de la idea del Estado y del funcionariado, la vuelta a prácticas de
gobierno de corte neofeudal, así como la enorme corrupción y la falta de
responsabilidad ante la nación, que los nacionalsocialistas llevaron a cabo,
distaban mucho precisamente de la tradición prusiana.

Está claro, por otro lado, que esta contraposición entre prusianismo y
nacionalsocialismo no puede ocultar que algunos elementos de la tradición
prusiana —la aceptación del Estado autoritario, el principio de legalidad formal o el
sentido del cumplimiento del deber hasta sus últimas consecuencias— hicieron
posible la política violenta practicada por Hitler hacia dentro y hacia fuera. Pero
también fue una realidad que el movimiento de resistencia del 20 de julio de 1944,
contra Hitler, reivindicara precisamente la idea de Prusia y de sus valores
tradicionales contra las desmedidas aspiraciones militares de Hitler.193

El nacionalsocialismo fue al principio un pequeño grupo völkisch,


representante de un nacionalismo radical de carácter biologista, que, a pesar de
su transformación en una organización de masas, en la que muchos millones de
alemanes depositaron sus esperanzas nacionales, nunca abandonó sus dogmas
raciales. El partido nacionalsocialista se convirtió, efectivamente, a partir de 1930,
en un gran movimiento de masas y dejó de ser uno entre los numerosos grupos
antidemocráticos existentes para convertirse en la mayor organización que
aglutinaba a quienes estaban contra Weimar. Sus planteamientos raciales, sin
embargo, no sólo iban a conducir al Estado fuera de las coordenadas del sistema
democrático de Weimar, sino desembocaría en la eliminación física de millones de
personas.

La «concepción del mundo» de Hitler

Los conceptos de pueblo y raza están en el centro de la visión hitleriana de


la historia y de la política. La historia la ve Hitler como un desarrollo de la lucha
entre pueblos y razas, no entre clases sociales o económicas. 194 Y la política no es
otra cosa que la historia que se está haciendo; es, por lo tanto y asimismo, la
realización de la lucha por la vida.

Su teoría de la raza partía del principio de la «unidad interna» de cada tipo


de ser vivo sobre la tierra. Tanto en los animales como en los hombres, cada ser
tiene su pareja de su propia raza, de la que no puede salirse, pues lo contrario
sería antinatural. De aquí deduce Hitler la necesidad de no mezclar las sangres.
Los pueblos y las razas son, por naturaleza, unidades cerradas idénticas a sí
mismas, que no pueden mezclarse con otros distintos, so pena de caer en un
proceso de decadencia. Para Hitler, en la humanidad había tres tipos de pueblo:
los creadores de cultura, los portadores de cultura y los destructores de la
cultura.195 Los creadores de la cultura eran, según él, los arios, los portadores de la
cultura los japoneses y los destructores los judíos. Y, asimismo según él, la
experiencia histórica había demostrado que la mezcla del pueblo ario, creador de
cultura, con otro pueblo inferior había conducido al resultado final de la destrucción
de la cultura.

Basándose en estos conceptos, que Hitler recogería después en su libro


Mein Kampf, arremetió desde muy pronto contra los judíos. Su antisemitismo era
de carácter racial, pues los judíos eran, para él, ante todo una raza, no una
religión; en concreto una raza no alemana, que no estaba dispuesta a sacrificar
sus propiedades raciales para integrarse en la raza alemana. Además de su
diferenciación racial, Hitler reprochaba a los judíos su afán de dinero y de poder y,
finalmente, los calificaba de amenaza no sólo para el pueblo alemán sino para
todos los pueblos del mundo. De este antisemitismo básico, Hitler extrajo un
programa político que quedó plasmado en el programa del pequeño partido
nacionalsocialista de 1920. Este programa político antisemita contenía una doble
fase: en un primer momento habría que privar a los judíos de sus derechos
políticos en Alemania, y, posteriormente, habría que expulsarlos de Alemania. En
relación a esta segunda fase, no puede excluirse que ya en fecha tan temprana
Hitler entendiera por Entfernung (eliminación o alejamiento) de los judíos también
su muerte.196

Pero fue durante su estancia en la cárcel, tras el fallido golpe de Estado,


cuando Hitler formuló con mayor claridad su política racial. En Mein Kampf, que
escribe precisamente en sus meses de cárcel, su teoría de la raza no se reduce al
antisemitismo, sino que hace toda una interpretación de la historia basándose en
el concepto de raza, que ampliará en escritos posteriores. En la cuestión concreta
de su antisemitismo, Mein Kampf reformula la posición de Hitler al respecto,
dándole una mayor radicalidad. La cuestión judía pasa a convertirse en el tema
central de su vida, tanto desde el punto de vista personal como político, y las
medidas que propone contra los judíos son más radicales. Hitler vincula desde
entonces la cuestión judía al internacionalismo antinacionalista y califica a los
judíos de «peste mundial». En las medidas que propone contra ellos, avanza
claramente hacia la afirmación de la destrucción física de los judíos. 197 El
antisemitismo de Mein Kampf tiene un inequívoco componente de guerra y
destrucción: la lucha contra los judíos debería realizarse a través de la guerra.
Guerra y eliminación de los judíos irían permanentemente asociados en Hitler.

Pocos años después de la publicación de Mein Kampf, Hitler escribió un


Segundo libro (Zweites Buch), en 1928. En este libro integró su antisemitismo en
una teoría de la raza y de la historia más amplia. A su teoría de la raza le incorporó
plenamente el concepto de «lucha por la existencia» entre las razas. El origen de
esta lucha lo situaba Hitler en el instinto de conservación: los hombres, como otras
criaturas de la naturaleza, quieren vivir y reproducirse. Éstos serían los dos
impulsos básicos de la vida, el hambre y el amor, que rigen la vida tanto de los
animales como la de los hombres individuales o la de los pueblos en su conjunto.
Todos los hombres y todos los pueblos quieren autoconservarse en la existencia y
perpetuarse a través de sus descendientes. Pero para poder lograr estos
objetivos, necesitan un espacio, que a diferencia del ilimitado instinto de
autoconservación y de conservación de la especie, es limitado. En esta limitación
del espacio vital reside para Hitler la necesidad de luchar por la vida, y esta lucha
por la vida constituye, a su vez, el punto de partida para el desarrollo de los
pueblos.198 En esta lucha por la vida, la naturaleza «desea el triunfo del más fuerte
y la destrucción del débil o su sometimiento incondicional», había escrito Hitler en
Mein Kampf.199 La civilización, la cultura, pudo surgir precisamente sobre la base
del sometimiento de los más débiles a los más fuertes.

La lucha por la vida es para Hitler, esencialmente la lucha por el espacio,


porque el espacio es limitado. Y desde esta perspectiva interpreta toda la historia
humana como la lucha de los pueblos por su espacio vital. Y la política no es otra
cosa que la ejecución de esta lucha por la vida, que todos los pueblos emprenden.
No hay por ello para Hitler distinción entre política exterior y política interior. Toda
la actividad política queda reconducida a la lucha por la vida, es decir, a la lucha
por el espacio vital. 200 Y para poder realizar con éxito esa lucha, un pueblo
necesita conservar su raza, su pureza racial. La cuestión de la pureza racial se
convierte así en uno de los objetivos fundamentales de su política general, y
demográfica en particular. Y, junto al valor de la pureza racial, habla Hitler de la
cantidad de habitantes que se necesitan para poder triunfar en esa lucha —
soldados para conquistar y campesinos para cultivar el espacio vital—.

Con esta interpretación de la lucha por la vida, Hitler fundamentará su


defensa del nacionalismo, del principio de autoridad y del principio del heroísmo y
su consiguiente rechazo de los principos del internacionalismo, de la democracia y
del pacificismo, que para él están encarnados en los judíos. A la afirmación del
nacionalismo y al rechazo del internacionalismo llega tras la consideración de que
el auténtico poder de un pueblo reside en la valía de su sangre. El valor de la raza,
de la sangre (Rassenwert, Blutswert, Volkswert) requiere ser debidamente
reconocido y apreciado como tal por el propio pueblo, pues los pueblos que no
perciban el valor de la raza y no la sientan por falta de instinto natural,
comenzarán a perderlo inmediatamente a través de la mezcla de sangres y del
consiguiente debilitamiento de la raza. 201 Y como no es raro que esto suceda por el
aperturismo hacia otros pueblos, Hitler concluye que el internacionalismo es un
enemigo mortal para la pureza racial, para el pueblo-raza.

Un pueblo que quiera mantener su propia raza ha de reconocer, en


segundo lugar, el valor de la personalidad individual (Personlichkeitswert). Para
Hitler, sólo los individuos concretos, las personalidades individuales, son quienes
han aportado algo a la humanidad; no las mayorías. La afirmación del valor de la
personalidad individual implica en Hitler la afirmación de la desigualdad entre los
hombres individuales y la negación de los principios democráticos. La desigualdad
entre los hombres individuales la levanta contra el principio democrático de la
igualdad y el principio de la mayoría, derivado de éste. Según Hitler, la aceptación
del principio democrático de la mayoría impide además el surgimiento de líderes
enérgicos y fuertes, con lo que se estaría privando al pueblo de una de las fuentes
de poder más potentes. Frente a la democracia, ensalza el principio de autoridad o
de liderazgo.

El tercer factor que permite a un pueblo la conservación de su sustancia


racial es, junto al cultivo de la personalidad y la evitación de la mezcla con otras
razas, el fomento de las cualidades heroicas para la lucha por la vida. Según
Hitler, el pueblo ha de ser educado en los valores heroicos de la guerra, en contra
expresamente del pacifismo como regulador de las relaciones entre los pueblos.

Estos tres principios —el nacionalismo, el principio de autoridad o de


liderazgo y el principio del heroísmo— ya los había formulado Hitler en Mein
Kampf, pero ahora, en el libro de 1928, están totalmente integrados dentro de su
teoría de la raza y de la historia. Lo que aporta de nuevo el Segundo libro sobre
los planteamientos hitlerianos anteriores es precisamente la vinculación entre el
antisemitismo y la necesidad de la expansión territorial, como consecuencia de la
lucha por la vida. Ya con anterioridad, Hitler había condenado a los judíos desde
su concepción de la raza como representantes y defensores del internacionalismo,
de la democracia y del pacifismo, pero lo que añade el Segundo libro es la relación
que se establece entre la conquista de un nuevo espacio vital y el antisemitismo.
Ambos ingredientes de la concepción política de Hitler, que tan determinantes
habían de ser para la política interior y exterior del régimen nacionalsocialista,
habían sido formulados por él por caminos distintos y sólo a partir del Segundo
libro se presentaron como mutua y directamente relacionados entre sí.

La gran diferencia que Hitler encuentra entre el pueblo judío y otros


pueblos, es que el pueblo judío nunca había tenido un Estado territorialmente
delimitado. Ya en Mein Kampf había señalado esta diferencia y había apuntado
además que, por esa razón, los judíos, al no tener su propio Estado, formaban
Estados dentro de otros Estados. 202 Al faltarles a los judíos su propio Estado
territorialmente delimitado, tienen otra forma distinta de realizar su lucha por la
vida. Para los arios la base de la lucha por la existencia es el suelo, y su historia
es la lucha por el suelo, por el espacio vital; para el pueblo judío, sin embargo, su
lucha es de otra manera, pues es un pueblo que «no puede realizar por falta de
fuerzas productivas propias, un Estado que se pueda percibir espacialmente, sino
que necesita, como base de su propia existencia, el trabajo y las actividades
creadoras de otras naciones»: la existencia misma del judío se convierte en una
existencia parasitaria para los demás pueblos. 203 Si el suelo es la base general de
la economía desde donde se satisfacen, con sus propias fuerzas productivas, las
necesidades de un pueblo y si el pueblo judío no tiene un suelo propio ni puede
tenerlo, la conclusión de Hitler era que los judíos vivían sobre el suelo y de las
fuerzas productivas de los países en que estaban.
Con estas características de la lucha por la vida del pueblo judío, Hitler
señala que los objetivos finales y los medios que utilizan los judíos son
forzosamente distintos a los empleados por otros pueblos. La meta final de los
judíos es la victoria, a la que ciertamente aspiran todos los pueblos en lucha, pero
aquéllos esperan lograrla a través de otros medios, a través «de la
desnacionalización, de la bastardización general de otros pueblos, de la pérdida
de altura de la raza de los mejores y a través de la dominación de un puré de
razas mediante la extirpación de las inteligencias raciales (völkisch) y su
sustitución con miembros de su propio pueblo». 204 Éste es el punto clave para
Hitler. Según él, los judíos atentan principalmente contra el principio nacional,
contra la esencia de los pueblos, y, por ello, la conservación del pueblo, de su
sustancia racial, requiere la eliminación de los judíos. Hitler combinaría este
objetivo con la conquista territorial de nuevos territorios para los alemanes en su
política exterior, concretamente en su plan de guerra contra la Unión Soviética. 205
Hitler consideraba que Rusia estaba en manos de los judíos —el marxismo lo
consideraba una obra judía— y esta situación le hacía concebir la guerra contra
Rusia como una empresa más fácil, pues pensaba que se podría vencer más
fácilmente a los judíos, al no ser una raza que quisiera territorios. Con la
eliminación de los judíos de Rusia, se debilitaría inmediatamente el Estado ruso y
sería más fácil la adquisición de nuevos territorios para Alemania. La eliminación
de los judíos y las conquistas en el Este europeo iban unidas para Hitler, por lo
tanto, antes de llegar al poder. De acuerdo con su teoría de la raza, la lucha por la
vida era lucha por el espacio vital. Y, según su interpretación de la raza judía, ésta
se caracterizaba precisamente por no luchar por un espacio físico. Uniendo ambos
elementos, su razonamiento era el siguiente: si los alemanes no conquistaban
nuevos territorios, se hundirían por falta de espacio y, entonces, podrían triunfar
los judíos; una conquista de nuevo espacio vital para los alemanes tendría que
conllevar la eliminación de los judíos. Si los judíos no eran eliminados, antes o
después se impondría su modo de ser y desaparecería la lucha por la vida, por el
espacio vital, lo cual significaría la desaparición de la vida civilizada (Kultur), la
desaparición entonces no sólo del pueblo alemán, sino de todos los pueblos del
mundo; para que los alemanes pudieran desarrollarse como pueblo necesitaban
conquistar nuevos territorios y eliminar a los judíos. Ambos objetivos, por tanto,
estaban internamente relacionados en la mente de Hitler.

En su política práctica, la cuestión judía y la conquista del Este tuvieron


igual rango para Hitler. El ataque a Rusia en junio de 1941 —el auténtico
comienzo de la guerra para Hitler, pues todo lo anterior habían sido preparativos
para ello— coincidió con la decisión de eliminar físicamente a los judíos. Los
conocimientos actuales al respecto parecen indicar que ambos objetivos se habían
decidido en el mes de julio de 1940. 206 Ninguno de los dos objetivos se sacrificó al
otro, aunque, cuando se planteó un posible conflicto en la ejecución de ambos, se
le dio mayor significación a la solución de la cuestión judía. En el momento más
álgido del ataque a Stalingrado, abundantes recursos personales y materiales
seguían ocupados en el exterminio de los judíos en los campos de concentración,
sin ser desviados hacia el frente oriental. Al final de la guerra, en una conversación
mantenida el 13 de febrero de 1945, Hitler reconocía claramente: «he luchado en
guerra abierta contra los judíos. Les di un último aviso con la guerra. No les dejé
dudas de que, si arrastraban de nuevo al mundo a la guerra, esta vez no iban a
ser perdonados; que serían definitivamente exterminados los bichos en Europa.
He pinchado la bolsa de pus judía, como las otras. El futuro nos estará
eternamente agradecido por ello». 207 Aunque perdía la guerra y no conseguía la
expansión territorial, se daba por satisfecho con el exterminio de los judíos.
El dogma racial: la persecución de los judíos
Con el nombramiento de Hitler como jefe del gobierno, el 30 de enero de
1933, aunque sólo había obtenido el 35 por 100 de los votos en las elecciones de
noviembre de 1932, se le puso en sus manos la posibilidad de conquistar para sus
fines ideológicos y partidistas el Estado nacional democrático, y de obtener, a
través del Estado, el seguimiento de la mayor parte de la nación. En ese proceso
de asalto al Estado y de conquista de la nación, Hitler y su partido comenzaron por
la eliminación de los que consideraban sus enemigos más importantes. Eliminaron
a las élites dirigentes del movimiento obrero. Conquistaron el poder del
Parlamento, con el amplio consentimiento de los partidos burgueses: como en las
elecciones del 5 de marzo de 1933 el partido nacionalsocialista (NSDAP) obtuvo el
44 por 100, necesitaba el apoyo de otros partidos para conseguir la aprobación de
una ley de plenos poderes, que requería una mayoría de dos tercios; esta mayoría
la obtuvo Hitler con la colaboración de todos los partidos burgueses.

La ley de plenos poderes (Gesetz zur Behebung der Not von Volk und
Reich), de 23 de marzo de 1933, que ponía en manos del ejecutivo el poder
legislativo, significaba realmente el final de la soberanía de la nación, expresada
en su órgano político más relevante, el Parlamento. La nación política, como
sujeto soberano y activo, dejaba de existir para dar paso al pueblo, entendido, por
un lado, como una comunidad definida por sus caracteres prepolíticos y, por otro
lado, como un sujeto pasivo, que sólo tenía que seguir las órdenes del jefe.
También los poderes del presidente de la República, representante asimismo de la
nación, fueron progresivamente usurpados por Hitler. La transformación total del
Estado por Hitler y el partido nacionalsocialista fue una labor rápida y continuada:
la estructura federal que la Constitución de Weimar había dado al Estado fue
anulada y pronto se consumó asimismo la unión de Estado y partido (1 de
diciembre de 1933). Este Estado unitario —la primera vez en la historia que los
alemanes no tenían una forma política de tipo federal— no era, sin embargo, un
Estado nacional en su sentido moderno, pues el Estado se convertía en
instrumento del poder autoritario del Führer. La Gleichschaltung —la uniformación
— condujo a un Estado de partido, convertido en instrumento del Führer.208

Esta transformación del Estado, que implicaba, en definitiva, la destrucción


de la nación como sujeto soberano y activo, se produjo, sin embargo, con una
aceptación mayoritaria de la política nacionalsocialista y del nuevo Estado por
parte de la población alemana. La aceptación mayoritaria del régimen, a pesar de
la existencia de grupos de resistencia y oposición, 209 no podía ocultar que la
nación política había quedado, en realidad, anulada. La sustituyó un concepto
racial de pueblo, que no sólo permitía, sino que, también, alimentaba la
discriminación interna de sus miembros por consideraciones raciales. La
aceptación masiva que el Estado nacionalsocialista consiguió ya no tenía como
punto de referencia una comunidad nacional de hombres libres e iguales, sino una
comunidad racial, que discriminaba a una parte de quienes habían integrado hasta
entonces la nación en el Estado democrático.
La doctrina de la raza de Hitler, especialmente su antisemitisrno, comenzó
muy pronto a tomar forma concreta en leyes y medidas discriminatorias contra los
judíos alemanes. La política antijudía del régimen nacionalsocialista conoció, sin
embargo, tres fases de progresiva radicalización:

En una primera fase, desde 1933 hasta el comienzo de la segunda guerra


mundial, los judíos alemanes fueron objeto de una política de discriminación y
aislamiento y de forzada emigración. La ley de 7 de abril de 1933, sobre el
restablecimiento del funcionariado profesional, disponía la jubilación forzosa para
los funcionarios de origen judío. Otras leyes y reglamentos posteriores regularon el
despido del servicio público de los empleados y obreros judíos. La ley de 4 de
octubre de 1933 excluía a los judíos de la prensa y varias disposiciones de 1934
no permitían que los judíos pudieran graduarse en medicina, derecho y farmacia.
Una ley de 25 de abril de 1933, «contra la masificación de las escuelas y
universidades alemanas», ya había limitado el porcentaje de escolares y de
estudiantes universitarios judíos al 1,5 por 100. Las discriminaciones legales más
importantes, sin embargo, fueron aprobadas a lo largo del año 1935. La ley de
defensa, de 21 de mayo de 1935, excluía a los judíos alemanes del servicio militar.
Pero serían las llamadas «leyes de Núremberg» de 15 de septiembre de 1935 —
así denominadas porque fueron anunciadas por Hitler en el congreso de su partido
celebrado en la ciudad de Núremberg— las que globalizarían la discriminación
legal de los judíos. La «ley de ciudadanía» privaba a los judíos alemanes de todos
sus derechos políticos; la «ley para la protección de la sangre alemana y del honor
alemán» prohibía el matrimonio y las relaciones sexuales extramatrimoniales entre
judíos y personas «de sangre alemana» o «emparentada», condenándolos con
penas de cárcel. El primer reglamento de la «ley de ciudadanía», de 14 de
noviembre de 1935, expulsaba a todos los judíos sin excepción del servicio al
Estado y de todos los cargos públicos.

A lo largo de 1938, el núcleo principal de la política antijudía del régimen fue


la expulsión de los judíos de sus actividades económicas. El 26 de abril de 1938
se dispuso que todos los patrimonios «judíos» superiores a cinco mil marcos
tenían que registrarse, pudiendo «disponer» de ellos el comisario encargado «en
consonancia con los intereses de la economía alemana». Entre abril y noviembre
de ese mismo año se «ariarizaron» más de cuatro mil negocios. El 12 de
noviembre se impuso a los judíos alemanes una «contribución expiatoria» de mil
millones de marcos y se les confiscaron sus títulos-valores. En el pogromo masivo
de la «noche de los cristales rotos», del 9 al 10 de noviembre —en el que fueron
asesinadas treinta y seis personas y heridas otras tantas— habían sido saqueados
y destruidos unos siete mil quinientos negocios y quemadas casi doscientas
sinagogas.210

Estas medidas discriminatorias, así como los numerosos atentados que


sufrieron los judíos durante esos años, forzaron el exilio de muchos de ellos. A
finales de 1937 habían abandonado Alemania unos ciento cincuenta mil judíos —
un tercio del total—. Con la anexión de Austria el 13 de marzo de 1938 se
sumaron unos doscientos mil a la población total de la «Gran Alemania». Aunque
en los seis meses siguientes abandonaron el país una cuarta parte de ellos, a
finales de 1938 había en Alemania tantos judíos como en 1933. Además del exilio,
comenzaron las deportaciones. En este período anterior a la guerra, fueron
deportados diecisiete mil judíos de nacionalidad polaca, que vivían en Alemania,
hacia Polonia.

Una segunda fase en la política antijudía del régimen nacionalsocialista


comenzó con la guerra contra Polonia, desencadenada el 1 de septiembre de
1939. La guerra radicalizó la política antijudía, primeramente contra los judíos
polacos y posteriormente contra todos los judíos europeos. Ya antes de la guerra,
el 30 de enero de 1939, Hitler había anunciado en el Reichstag sus intenciones:
«hoy quiero ser nuevamente un profeta: si el judaísmo financiero internacional, de
dentro y fuera de Europa, lograra precipitar a los pueblos una vez más en una
guerra mundial, el resultado no será la bolchevización de la tierra y el consiguiente
triunfo del judaísmo, sino la aniquilación de la raza judía en Europa». 211 Con el
inicio de la guerra, los judíos polacos fueron sometidos al mismo tratamiento de
privación de derechos, aislamiento y expropiación que se había impuesto durante
los seis años anteriores en el antiguo territorio del Reich. El 21 de septiembre de
1939, Heydrich ordenó la concentración de los judíos polacos en algunas grandes
ciudades y el establecimiento de guetos para ellos. Pocos meses después fueron
deportados al territorio denominado «Generalgouvernement»212 de los otros
territorios polacos anexionados al Deutsches Reich, de Viena y de otras ciudades
checoslovacas. Durante el verano de 1940, el Ministerio de Asuntos Exteriores y el
Ministerio de Seguridad del Deutsches Reich trabajaron en un plan para deportar a
los judíos europeos a la isla de Madagascar, que no se llegó a ejecutar. 213

La preparación de la guerra contra Rusia y el inicio de la misma —22 de


junio de 1941— marcan la tercera fase en la política antijudía de los
nacionalsocialistas: el genocidio. En la primavera de 1941, y para el ataque
previsto contra la Unión Soviética, se crearon cuatros grupos de la policía de
seguridad con la finalidad de asesinar a los funcionarios soviéticos y a los judíos
que vivían en Rusia. En los meses siguientes al ataque alemán serían asesinados
miles de judíos rusos, 214 y los dirigentes nacionalsocialistas comenzaron a
preparar la «solución final» de la cuestión judía, es decir, la eliminación física de
los judíos. La primera prueba con el gas Zyklon B se experimentó en el campo de
concentración de Auschwitz el 3 de septiembre de 1941 y pocas semanas
después comenzó la deportación masiva de los judíos del Deutsches Reich.215 La
conferencia celebrada en el lago Wannsee, de Berlín, el 20 de enero de 1942 —en
la que participaron los responsables encargados de la «solución final» y que fue
dirigida por Heydrich— no decidió realmente la «solución final», pues esta decisión
ya había sido tomada y practicada con anterioridad. La conferencia sirvió para
coordinar el desarrollo de las medidas planeadas con los ministerios
correspondientes.

El dogma racial fue el auténtico motor del nacionalsocialismo. Fue su


principio fundamental, pues, cuando hubo conflicto entre la expansión en el Este
europeo y el exterminio nazi, se atendió prioritariamente este último. Hasta octubre
de 1944, el Führer y las SS, en una creciente radicalización, dieron prioridad a los
proyectos de exterminio racial en detrimento de las conveniencias bélicas y
políticas. Trataron de hacer realidad al menos uno de los objetivos ligados a sus
ambiciosos planes expansionistas: la aniquilación de los judíos europeos, como
paso previo para la regeneración racial de Alemania y Europa. Al final de la guerra,
ante la inminente derrota, Hitler diría que ésa era su gran aportación a la
humanidad. Más de cinco millones de judíos europeos fueron sacrificados a una
locura ideológica.216 La enorme cantidad de personas exterminadas, junto a las
circunstancias en las que se realizó el exterminio, dieron al holocausto un carácter
único: el genocidio fue ordenado por el gobierno de un Estado supuestamente
cultural, siguiendo un plan meditado, sin haber sido provocado, y guiado por un
mero criterio racial.

4.- Hacia la catástrofe. Planes de los Aliados para Alemania durante la


guerra

Los dos principales elementos de la concepción del mundo hitleriana y


nacionalsocialista —la teoría de la raza y la conquista del Este europeo— fueron
también las guías para la política exterior nacionalsocialista. La utopía racista del
espacio vital en el Este propugnada por Hitler se escondía en la política
revisionista de los tratados de Versalles seguida por el régimen nazi. El análisis de
las crisis políticas y de las conferencias diplomáticas de los años treinta permite
concluir que los dirigentes nacionalsocialistas elaboraron constantemente planes,
que dejaban entrever los objetivos de carácter racial y expansionista del régimen y
de su Führer.217

El sueño del espacio vital en el este de Europa y el dogma racial fueron los
auténticos motores de toda la política exterior nacionalsocialista, que llegaron a
provocar una guerra mundial en la persecución de esos objetivos. 218 El
expansionismo hitleriano no era, sin embargo, una mera continuación del deseo
general alemán de revisar los tratados de Versalles y de superar la situación en la
que éstos habían colocado a Alemania. Hitler continuó ciertamente la política
revisionista emprendida por los gobiernos alemanes anteriores, pero su objetivo
no era la recuperación de los territorios perdidos tras la primera guerra mundial
para volver a la situación anterior a 1914, sino algo radicalmente nuevo. Los nazis
asumieron evidentemente esos objetivos, pero siempre como una etapa, como un
medio para la realización de la conquista del Este. En la política exterior de los
primeros años del régimen nacionalsocialista no se podía distinguir con facilidad,
en efecto, que Hitler quisiera ir más allá de la revisión de los tratados de Versalles.
Los gobiernos anteriores ya habían logrado sacudirse algunas de las obligaciones
impuestas a Alemania. Esto había sucedido en la cuestión de las reparaciones de
guerra y en la consecución de un reconocimiento práctico de la igualdad de
Alemania en la cuestión militar, a finales de 1932. Continuando esa línea
revisionista, Hitler sacó a Alemania de la Sociedad de Naciones el 14 de octubre
de 1933, abandonó asimismo la Conferencia de desarme de Ginebra y comenzó el
rearme de Alemania. En 1935 reintrodujo el servicio militar obligatorio. Aunque
Francia, Inglaterra e Italia formaron un frente de contención frente a Alemania y
firmaron la Declaración de Stresa —14 de abril de 1934— a favor del
mantenimiento del statu quo, la situación internacional cambió radicalmente a final
de 1935 y durante 1936, de modo que Hitler iba a poder avanzar en la preparación
y consecución de sus objetivos expansionistas. En este período de tiempo
Mussolini anuncia que Italia deja de ser una potencia garante del tratado de
Locarno. Alemania comienza la militarización de la Renania. Poco después, Italia y
Alemania ayudan al general Franco en su sublevación contra el gobierno de
España y el 1 de noviembre de 1936 se anuncia la existencia del Eje Roma-Berlín.

A lo largo de toda esa fase de la política exterior nacionalsocialista, Hitler


había seguido intentando conseguir la neutralidad de Inglaterra para sus planes
europeos, pues con la neutralidad de Inglaterra confiaba Hitler en tener asegurada
la pasividad de Francia. Pero a partir de 1937 continuó sus planes de conquista en
el Este europeo, sin esperar la neutralidad inglesa, aunque todavía intentaría
obtenerla en los años siguientes. 219 Entre la alternativa presentada por Inglaterra
en noviembre de 1937 —aceptar una expansión territorial del Deutsches Reich
limitada a Austria y a los Sudetes, pero con la obligación de que Alemania redujera
su rearme y volviera al sistema de seguridad colectiva, o no contar con un
entendimiento previo con Inglaterra para la expansión alemana en el Este—, Hitler
optó por esta última. A pesar de los riesgos que la guerra contra Rusia le creaban
en su política interior, Hitler estaba firmemente decidido a crear un imperio en el
este de Europa, objetivo al que iba unido el exterminio físico de los judíos
europeos.

El ataque de Hitler a Rusia sin haber logrado previamente un entendimiento


con Inglaterra dio un giro radical a la guerra, que acabaría con la derrota de
Alemania. La derrota enterró la utopía hitleriana del imperio en el Este. La
presencia en Europa de las dos grandes potencias —Estados Unidos y Rusia—,
forzada por la evolución que había tenido la guerra, condujo finalmente a la
división del Estado nacional alemán. Al objetivo de conquistar un nuevo espacio
vital para el nuevo hombre alemán y para el futuro gran Estado alemán le
siguieron, tras la guerra mundial, la catástrofe alemana y una nueva solución para
la «cuestión alemana» por parte de los aliados vencedores. Pero, incluso con
anterioridad al fin de la guerra, los aliados elaboraron distintos planes para
reorganizar Alemania en el futuro.

Planes de los aliados para el futuro de Alemania


Los proyectos de la coalición anti-Hitler para el futuro de Alemania tras la
guerra fueron cambiando de acuerdo con los cambios de valoración de la situación
internacional por parte de sus integrantes. La coalición anti-Hitler entre los Estados
Unidos, la Unión Soviética y Gran Bretaña no era en realidad una alianza surgida
de intereses y objetivos comunes, sino una coalición de emergencia formada en
1941 por la necesidad de defenderse de la política expansionista de Hitler. Por
esto, aun en los años de la lucha común contra el régimen nazi, reinaba entre sus
integrantes una profunda desconfianza derivada de sus contrapuestos
planteamientos ideológicos y políticos. En los años 1941-1942, norteamericanos y
británicos confiaban en una victoria sobre Alemania y sobre Japón, y pensaban
para el futuro una época de «paz anglo-americana». Pero, desde el giro que dio la
guerra tras la victoria soviética en Stalingrado, norteamericanos y británicos
tuvieron que tomar en cuenta y valorar de manera especial el papel de la Unión
Soviética para poder derrotar a Hitler. Desde entonces tenían ante sí una
alternativa clara: o cooperar con la Unión Soviética en la construcción del nuevo
orden, concretamente en el problema de Alemania, o desarrollar una política de
confrontación para expulsar a la Unión Soviética de Europa central y poder
asegurarse así una posición de predominio en el mundo. La primera solución la
intentó realizar el presidente norteamericano Roosevelt entre 1943 y 1945. La
segunda, intuida ya en los meses finales de la guerra y temporalmente pospuesta,
fue ganando cuerpo desde 1947 y adquirió su plena forma en la llamada «guerra
fría» entre los Estados Unidos y la Unión Soviética. Este dilema hizo difíciles las
negociaciones entre las tres potencias para llegar a acuerdos durante la guerra,
concretamente en la cuestión del futuro de Alemania, aunque tanto los Estados
Unidos como la Unión Soviética eran conscientes de que el problema de Alemania
sólo podrían solucionarlo de manera conjunta y, por ello, estaban interesados en
llegar a un entendimiento. Pero la indecisión e inseguridad por ambas partes hacía
imposible llegar a un acuerdo concreto.

En la necesidad de llegar a un acuerdo insistió especialmente el gobierno


británico. Ya el 1º de julio de 1943, es decir, poco antes del desembarco de las
tropas occidentales en Sicilia y mientras el Ejército Rojo todavía estaba luchando
en el interior de la Unión Soviética, el gobierno británico les propuso a los
gobiernos soviético y norteamericano la creación de una Comisión para supervisar
conjuntamente los territorios liberados y administrados por sus respectivos
libertadores. En octubre de 1943, el británico Eden precisó en Moscú, en una
reunión de ministros de asuntos exteriores, su propuesta de creación de una
European Advisory Commission (EAC). Esta «Comisión Asesora Europea»
debería preparar las negociaciones sobre el cese de las hostilidades con los
enemigos y asesorar a los «tres grandes» en todas las cuestiones que necesitaran
saber, especialmente en las cuestiones del nuevo orden tras la guerra. Cuando la
EAC se reunió en Londres en enero de 1944, la delegación británica presentó los
primeros proyectos sobre el futuro de Alemania una vez que hubiera capitulado: el
país debía ser dividido en tres zonas de ocupación —una zona soviética en
Alemania oriental y central, una zona británica en el Noroeste y una
norteamericana en Alemania del Sur y Austria—, con una administración conjunta
aliada de Berlín, que no pertenecería, por lo tanto, a la zona soviética. Además
debía realizarse un desarme completo, la detención de todos los responsables
nazis y un estricto control sobre la vida política. 220 Pero antes de la creación de
esta «Comisión Asesora Europea», las potencias de la coalición anti-Hitler habían
ido concibiendo y desarrollando planes sobre el futuro de Alemania tras la guerra.
Los planes norteamericanos partían de un análisis de las causas de la ascensión
de Hitler y de la realización de sus planes de conquista. Según aquéllos, los
factores decisivos habían sido, por una parte, la contradicción existente entre las
promesas de los «14 Puntos» del presidente Wilson y la amarga realidad que los
tratados de Versalles impusieron a Alemania; por otra, la leyenda difundida por los
enemigos internos de la República de Weimar de que el ejército alemán no había
sido derrotado en el campo de batalla, sino que se había visto obligado a capitular
por los «traidores de noviembre». Por ello, la comisión asesora creada en 1942 en
el State Department para las cuestiones del futuro tras la guerra recomendó que
esta vez no quedara ninguna duda de la derrota alemana ni ninguna esperanza de
volver a la situación anterior al conflicto bélico, es decir, que Alemania (y también
Japón) tendría que ser sometida a una capitulación sin condiciones.

El presidente norteamericano Roosevelt, en esa misma línea, proclamó en


enero de 1943, con ocasión de la Conferencia de Casablanca, que el mundo sólo
podría alcanzar la paz «después de una destrucción total de la potencia bélica
alemana y japonesa».221 Pero, aunque había un acuerdo entre los dirigentes
norteamericanos sobre una capitulación sin condiciones, no lo había, sin embargo,
sobre lo que habría que hacer con Alemania tras su capitulación, y el propio
presidente Roosevelt realizó en el transcurso de la guerra diferentes, y aun
contrapuestas, manifestaciones al respecto. Los gobernantes y asesores
norteamericanos desarrollaron básicamente dos planes para el futuro de
Alemania, uno en el Ministerio de Asuntos Exteriores y otro en el de Hacienda.

En el Ministerio de Asuntos Exteriores, la comisión asesora que había


desarrollado la estrategia de la capitulación sin condiciones, elaboró en
septiembre de 1943 un plan para Alemania, que proponía el fomento de las
instituciones democráticas entre los alemanes como la garantía más sólida para la
paz y la reconstrucción económica de Alemania, evitando su división y todo
comportamiento revanchista. Proponía asimismo que las tropas de ocupación se
limitaran a funciones de control de la seguridad. 222

El plan del ministro de Hacienda, Henry Morgenthau, por el contrario,


apuntaba en una dirección totalmente distinta. Morgenthau decía que no era
suficiente con la destrucción del aparato bélico alemán, sino que había que
destruir toda la capacidad industrial alemana y disolver el Deutsches Reich en
diferentes Estados, predominantemente agrarios. Proponía asimismo que las
tropas de ocupación norteamericanas no tomaran en sus manos la
responsabilidad de la economía alemana, sino que dejaran que los propios
alemanes sintieran claramente las consecuencias de su derrota con un «caos
planeado».223
Roosevelt estaba indeciso sobre qué plan elegir.224 La voluntad de arrancar
las raíces del nacionalsocialismo alemán le llevaba a establecer una fuerte alianza
con la Unión Soviética. Pero, por otro lado, ¿era compatible la destrucción de
Alemania con los valores de la civilización occidental, de los que la sociedad
norteamericana se sentía guardiana? ¿Era compatible con los intereses
económicos y comerciales de los Estados Unidos? Ante el dilema, al que se
enfrentaría todavía la política alemana de los Estados Unidos de la posguerra,
Roosevelt se decidió por una policy of postponement, por un aplazamiento de
todos los problemas relativos a Alemania hasta que se hiciera una regulación
definitiva de la paz.225 Por eso las Conferencias de los «tres grandes» —
Roosevelt, Stalin, Churchill— celebradas durante la guerra en 1943 y en 1945 no
adoptarían medidas definitivas sobre el futuro de Alemania.

Por su parte, la política-alemana de la Unión Soviética durante la guerra fue


especialmente variable. En un primer momento no excluía la posibilidad de que la
Unión Soviética no exigiera la capitulación sin condiciones que querían los aliados
occidentales. Sus conctactos diplomáticos con el gobierno alemán en 1942, y en
especial después de la victoria soviética de Stalingrado, dejan ver que la Unión
Soviética no sólo tenía miedo de que las potencias occidentales llegasen a un
entendimiento con Alemania, sino que incluso estaba dispuesta a entenderse con
un Deutsches Reich disminuido para que el potencial alemán no cayera en manos
de los aliados occidentales.226 Esa idea de la partición de Alemania la había
manifestado varias veces Stalin a lo largo de la guerra, aunque nunca había
concretado sus planes posteriores. En diciembre de 1941 le propuso a Eden la
restauración de Austria como Estado independiente, la separación de la Renania
como un Estado independiente o como un protectorado y, eventualmente, la
formación de un Estado bávaro independiente. Dentro de esa división de
Alemania, la Prusia oriental y otros territorios del Este alemán serían para Polonia
y la Unión Soviética se anexionaría la zona de Tilsit; los Sudetes se devolverían a
Checoslovaquia.227 En la Conferencia de Teherán, a finales de noviembre de 1943,
Stalin mostró una cierta simpatía por el plan de Roosevelt de dividir Alemania,
pero advirtió del revanchismo que semejante partición podría generar y exigió el
establecimiento de zonas de seguridad estratégicas permanentes en suelo
alemán.228 En la Conferencia de Yalta (Ucrania), en febrero de 1945, exigió que se
concretara la partición de Alemania y que las potencias occidentales se
comprometieran con ese principio, sin proponer por su parte ningún plan propio.
Exigió asimismo, con total claridad por vez primera, que se reconociera la linea de
los ríos Oder-Neisse como frontera occidental de Polonia y formuló sus
pretensiones acerca de las reparaciones de guerra por parte de Alemania. Como
sus reivindicaciones chocaron con la oposición, especialmente, de Churchill y sólo
se pudo llegar a compromisos formales, Stalin comenzó a recelar más
profundamente de sus aliados y a temer más en serio una «americanización» de
Alemania. La decepción sufrida en Yalta le llevó a cambiar el orden de prioridades
en su política alemana. La cuestión de la seguridad fue perdiendo peso a favor de
la consecución de un derecho de intervención y control sobre el futuro de todo el
Deutsches Reich en su conjunto. La cuestión de la seguridad dejó de ser tan
importante para Stalin desde el momento en que, en la primavera de 1945, el
Ejército Rojo cruzaba el río Oder. Stalin consideró entonces que podía asegurarse
desde un punto de vista militar la frontera oriental de Alemania que él había
propuesto. Y en marzo de 1945 se produjo un giro espectacular en la política
alemana de la Unión Soviética: Stalin declaró que ya no estaba interesado en la
partición de Alemania y que la Unión Soviétia sabía distinguir muy bien entre el
fascismo y el pueblo alemán. Con el Ejército Rojo, los dirigentes soviéticos
enviaron a Alemania a los dirigentes exiliados del partido comunista alemán
(KPD), que comenzarían inmediatamente a actuar en la zona soviética con una
reforma agraria, con la expropiación de los capitalistas y la desnazificación de la
administración.229

De los tres aliados, era Gran Bretaña la más directamente interesada en


planear para Europa un nuevo orden tras la guerra que satisficiera sus intereses.
Y para ello había que solucionar el problema alemán. Desde la perspectiva
británica tenían que cubrirse tres objetivos básicos: en primer lugar, la derrota
alemana no debía dejar ningún vacío de poder que pudiera ser ocupado por una
gran potencia; en segundo lugar, las fronteras en Europa tenían que atender a los
intereses de los miembros del sistema de Estados europeo y evitar conflictos
como los que habían ocurrido después de la primera guerra mundial; en tercer
lugar, debía restablecerse de nuevo lo más rápidamente posible el comercio en
Europa como condición previa para la estabilidad exterior e interior del nuevo
sistema europeo. Y en este punto habría que contar también con Alemania. Gran
Bretaña no tenía especial interés en la partición de Alemania por motivos
económicos, pues la división de Alemania afectaría sin duda a su capacidad
económica. Pensando en las reparaciones de guerra y en el aprovisionamiento de
Europa, los gobernantes británicos pensaban que una Alemania dividida y
fuertemente reducida en su capacidad industrial no estaría en condiciones de
atender las reparaciones de guerra. Pero el dilema de dividir Alemania o mantener
su unidad se había planteado por otros aliados, y para salir del mismo el ministro
Eden presentó al gabinete, en noviembre de 1944, un plan de dismembrement de
Prusia como alternativa a la partición de Alemania, pues consideraba que era
Prusia, no Alemania, el riesgo para la seguridad en Europa. El memorándum
hablaba de la creación de una federación o una confederación entre los distintos
Estados alemanes, sin que existiera ninguno tan grande y potente como Prusia;
esto daría un equilibrio a sus relaciones y podría contar con la aprobación de la
mayoría de los alemanes.230

Las diferencias entre las grandes potencias respecto al problema alemán


no se allanaron en el segundo encuentro que celebraron Roosevelt, Stalin y
Churchill en Yalta (Ucrania), del 4 al 11 de febrero de 1945. 231 Sus diferencias
dejaron ver con claridad el conflicto fundamental que los separaba: el interés
norteamericano en integrar el potencial económico alemán en el sistema
económico del nuevo One World frente al interés soviético por no dejar que ese
potencial cayera en manos de británicos y norteamericanos. Este conflicto
fundamental se escenificó en las tres grandes cuestiones del problema alemán. En
la cuestión de las reparaciones de guerra pareció, en un primer momento, que se
podía llegar a un entendimiento cuando la delegación soviética aceptó el principio
de limitarlas a diez años y a obtenerlas de la producción alemana. También
parecía aceptable la cantidad global de 20.000 millones de dólares propuesta —
los norteamericanos habían calculado 37.500 millones de dólares— pero Churchill,
por temor a un fortalecimiento unilateral de la Unión Soviética a costa de
Alemania, protestó contra la cantidad reclamada por Stalin. Roosevelt también se
arredró ante la cantidad, para no resultar sospechoso ante la opinión pública
norteamericana de permitir una financiación de las reparaciones a través de los
contribuyentes, como después de la primera guerra mundial. De mala gana se
declaró dispuesto a aceptar esa cantidad como «base para negociaciones
posteriores», pero la delegación británica se negó a dar su aprobación, de modo
que los soviéticos se quedaron nuevamente sin una garantía firme en este punto.

En la cuestión de la partición de Alemania, Roosevelt aceptó la propuesta


soviética de acordar ahora los principios de la división, pero asumió luego que
Churchill y Eden incluyeran en el documento de la capitulación elaborado en Yalta
una fórmula que no excluía la posibilidad de una partición de Alemania, pero que
también podía ser interpretada en el sentido de una mera descentralización, por lo
que también esta cuestión quedó abierta. En la tercera cuestión importante, la
frontera oriental de Alemania, que Stalin quería tener totalmente decidida, tampoco
se avanzó nada respecto a la Conferencia de Teherán. El asunto quedó en un
acuerdo de principio sobre un desplazamiento hacia el oeste de la frontera de
Polonia, pero no se aprobó la reivindicación de Stalin de que esa nueva frontera
fuera la formada por los ríos Oder y Neisse. Churchill se había manifestado en
contra de la propuesta de Stalin con el argumento de que un desplazamiento hacia
el oeste de la frontera polaca, sobre el Oder, implicaba un desplazamiento tan
impresionante de los alemanes de esos territorios que había que pensar con más
tranquilidad sus consecuencias. A Roosevelt le impresionó esta argumentación, y
también esta cuestión quedó abierta.

En definitiva, los «tres grandes» no hicieron en Yalta ningún esfuerzo por


solucionar las diferencias básicas que los separaban y todas las cuestiones más
importantes relativas a Alemania quedaron aplazadas. 232
CAPÍTULO IV. OCUPACIÓN, DIVISIÓN Y REUNIFICACIÓN DE
ALEMANIA (1945-1990)

1.- La conferencia de Potsdam y sus consecuencias para Alemania

Los días 7 y 8 de mayo de 1945 capitulaba el Deutsches Reich y Alemania


se convertía en un territorio ocupado por las potencias vencedoras, y entregado
por completo a sus decisiones. El 5 de junio de 1945, las potencias vencedoras
firmaron una declaración conjunta por la que asumían el poder en Alemania, que
dejaba realmente de existir como Estado.

Esta declaración233 fue el documento más importante desde el punto de


vista jurídico que guió toda la evolución política, económica y social de los
alemanes durante los primeros años de la posguerra. La declaración del 5 de junio
contenía las disposiciones sobre el procedimiento del control de Alemania y su
división en zonas de ocupación, así como sobre las relaciones de las potencias
vencedoras con los otros miembros de la Organización de las Naciones Unidas.
No contenía ninguna disposición en contra de que Alemania pudiera existir en el
futuro como una unidad política. Pero la evolución que experimentaron las
relaciones entre las potencias vencedoras durante los primeros años de la
posguerra desembocó finalmente en la división estatal de Alemania.

División de Alemania en zonas de ocupación

De acuerdo con la declaración del 5 de junio, el máximo poder fue confiado


a un Consejo de Control Aliado integrado por los cuatro supremos jefes militares
de Estados Unidos, de la Unión Soviética, de Gran Bretaña y de Francia. 234 Cada
uno de ellos disponía del poder máximo en su zona específica, pero las decisiones
que afectaran al conjunto de Alemania tenían que ser tomadas por unanimidad por
los cuatro miembros del Consejo. Cualquiera de ellos podía ejercer un derecho de
veto y paralizar, consiguientemente, el funcionamiento del Consejo. 235

La idea de la división de Alemania en varias zonas de ocupación ya había


sido manejada por los aliados durante la guerra. 236 Todavía en plena guerra
mundial, Churchill consideraba muy probable que fuera el ejército de la Unión
Soviética quien conquistara la mayor parte de Alemania antes de que los aliados
occidentales pudieran llegar al Rin. Por ello, para evitar que toda Alemania cayera
bajo control soviético, Churchill había propuesto que se estableciera una línea de
demarcación entre la zona oriental y las occidentales, que en lo esencial fue
recogido en el Protocolo de Londres, de septiembre de 1944. La demarcación
definitiva de las zonas de ocupación se adoptó, finalmente, el 26 de julio de 1945.
Las zonas de ocupación iban a ser originariamente tres, las de los «tres grandes»
—Unión Soviética, Estados Unidos, Gran Bretaña—, pero ya en la Conferencia de
Yalta (4 de febrero de 1945) Stalin aceptó que Francia fuera la cuarta potencia de
ocupación, con voz y voto en el Consejo de Control Aliado, si su zona de
ocupación se formaba sobre territorios extraídos a la zona británica o
norteamericana. Los norteamericanos, en efecto, dejaron la parte occidental y
suroccidental de su propia zona para la formación de una zona de ocupación
francesa. La zona de ocupación oriental fue encomendada a la Unión Soviética,
pero no incluía ya, sin embargo, los territorios alemanes al este de la línea
formada por los ríos Oder y Neisse. Stalin había decidido el 1 de marzo de 1945,
sin informar a sus aliados de guerra occidentales y en contra de lo acordado en el
mencionado Protocolo de Londres de 12 de septiembre de 1944, entregar esos
territorios conquistados por el Ejército Rojo a la administración polaca, excepto la
parte septentrional de la Prusia oriental (la comarca en torno a Königsberg), que
se puso bajo administración soviética. En contra de lo acordado anteriormente, por
tanto, para Stalin, las fronteras de Alemania no serían ya las del Deutsches Reich
el 31 de diciembre de 1937, sino que la «unidad de Alemania» sólo podría referirse
en el futuro a los territorios alemanes al oeste de la mencionada línea Oder-
Neisse.
La antigua capital del Deutsches Reich, Berlín, aunque estaba situada
geográficamente en la zona soviética, no fue atribuida la Unión Soviética, sino que
fue dividida —en las dimensiones del Gran Berlín de 1920—, a su vez, en cuatro
sectores de ocupación —soviético, norteamericano, británico y francés—. Los
cuatro comandantes de la ciudad tenían que operar con los mismos principios que
el Consejo de Control Aliado. Pero antes de que los aliados occidentales se
establecieran en sus respectivos sectores a comienzos de julio de 1945, las
autoridades militares soviéticas habían aprovechado su presencia única en Berlín
para tomar una serie de medidas, que la comandancia aliada de la ciudad
reconoció como hechos consumados. La cuestión que posteriormente sería tan
importante de los accesos a Berlín no fue apreciada de antemano por los
norteamericanos en toda su significación, y los soviéticos la trataron con
procedimientos dilatorios.237

El último contenido de la Declaración del 5 de junio de 1945 hacía


referencia a la relación de las potencias ocupantes con los otros Estados de las
Naciones Unidas. Las potencias de ocupación declaraban aquí su disposición a
consultar a los gobiernos de los otros Estados miembros de las Naciones Unidas
los asuntos relativos al ejercicio de sus derechos de soberanía en Alemania. Esto
significaba al mismo tiempo, sin embargo, que las cuestiones alemanas iban a
quedar fuera del marco de competencias de las Naciones Unidas. Las potencias
de ocupación se reservaban un derecho de intervención en Alemania, basándose
en los artículos 53 y 107 de la Carta de las Naciones Unidas, aprobada en San
Francisco el 26 de junio de 1945.

La Conferencia de Potsdam

Antes de que el Consejo de Control Aliado hubiera celebrado su primera


reunión el 30 de julio de 1945, ya había iniciado sus sesiones en Potsdam, muy
cerca de Berlín, la Conferencia de los tres aliados —Estados Unidos, Unión
Soviética y Gran Bretaña— para establecer el futuro de Alemania. 238 Los
resultados de las negociaciones de la Conferencia, que celebró sus sesiones entre
el 17 de julio y el 2 de agosto de 1945, se reunieron en unas Actas, que no fueron
publicadas en su integridad al principio. El Consejo de Control Aliado publicó en
Alemania una versión abreviada como un «Comunicado». A este «Comunicado»
se lo denomina habitualmente «Acuerdos de Potsdam» (Abkommen von
Potsdam). Pero las auténticas Actas de la Conferencia de Potsdam fueron
publicadas en 1947 por el gobierno de los Estados Unidos. 239

Como ya había ocurrido en la Conferencia de Yalta, la discusión sobre el


problema alemán y sobre las cuestiones europeas quedaron también en la
Conferencia de Potsdam subordinadas a la situación política internacional. La
guerra todavía no había terminado en el Lejano Oriente y su final no se
vislumbraba aún con claridad. Por ello los intereses prioritarios de los «tres
grandes» reunidos en Potsdam eran muy diferentes entre sí. Para los Estados
Unidos, una vez derrotada Alemania, el problemaa más importante que todavía
quedaba por resolver era acabar la guerra contra Japón. El propio presidente
Truman declaró que viajaba a Potsdam, antes que todo, para ganarse a la Unión
Soviética en la guerra contra Japón. 240 La cuestión alemana no era, por lo tanto, el
objetivo prioritario de los Estados Unidos sino la guerra contra Japón y la
organización de la paz mundial. Al primer ministro, británico Winston Churchill, por
el contrario, le interesaban en primer lugar los problemas de Europa, sin perjuicio
de que Gran Bretaña pudiera estar dispuesta, según sus medios, a participar en la
guerra contra Japón. Los intereses de la Unión Soviética, por su parte, se
centraban, sobre todo, en la reconstrucción de su país, que había sufrido la
pérdida de veinte millones de personas y la destrucción de gran parte de su
industria. La cuestión de las reparaciones era, por consiguiente, un objetivo
prioritario para la Unión Soviética. Otro motivo básico para la Unión Soviética era
la cuestión de la seguridad. Después de la experiencia del período de entre-
guerras y de la segunda guerra mundial, la Unión Soviética iba a exigir, para su
propia seguridad, que los Estados del este y sureste de Europa se asociaran a ella
con pactos de amistad, para que entre ella y la Europa occidental hubiera de
nuevo —como tras la primera guerra mundial— un «cordón sanitario». Esto tenía
que ver especialmente con Polonia, que iba a ser uno de los grandes problemas
en la Conferencia de Potsdam, como ya lo había sido en las anteriores de Teherán
y Yalta.

La decisiva cuestión de la unidad de Alemania estuvo asociada, durante


toda la Conferencia, a las medidas de tipo económico y de las reparaciones de
guerra que los aliados iban a exigir de Alemania, así como a la cuestión de la
demarcación de la frontera occidental de Polonia. En ninguna parte de las Actas
se habla de la división de Alemania, sino que, por el contrario, gran número de
decisiones adoptadas por los negociadores se refieren a Alemania en su conjunto,
es decir, hablan de Alemania como de una unidad global. El Consejo de Control
Aliado, por ejemplo, es responsable para toda Alemania; se prevén asimismo
órganos administrativos de carácter central, se habla de un futuro gobierno alemán
y de un tratado de paz para Alemania. Desde el punto de vista de las reparaciones
de guerra se considera Alemania como una unidad económica y los principios
políticos que los vencedores quieren aplicar a los alemanes —desmilitarización,
desnazificación y democratización— habrían de tener aplicación en toda Alemania.
Sin embargo, a pesar de que Alemania era entendida como unidad, en las
negociaciones de Potsdam se presentía ya la división futura de Alemania, pues
tanto la Unión Soviética, por un lado, como los Estados Unidos y Gran Bretaña,
por el otro, eran conscientes de que no iban a poder imponer sus propuestas en
las zonas que no dependieran directamente de ellos. La posición de la Unión
Soviética quedaba muy clara en las palabras de Stalin: «esta guerra no es como
en el pasado; quien consiga un territorio, le impone su propio sistema social en
cuanto su ejército pueda avanzar».241 Las potencias occidentales tuvieron que
reconocer que la línea de demarcación de la zona soviética constituía una
auténtica frontera para la realización de sus proyectos políticos y económicos. En
todo caso, la división de Alemania en la forma que adquirió con la creación de dos
Estados en 1949 tardaría todavía algunos años en plasmarse en la realidad y
tendría lugar a consecuencia de la evolución política internacional, concretamente
de la guerra fría entre los dos bloques de vencedores de la segunda guerra
mundial.

La Conferencia de Potsdam creó un consejo de ministros de Asuntos


Exteriores de las cinco potencias mayores —Gran Bretaña, Unión Soviética,
China, Francia y Estados Unidos— con el objeto de que continuaran los trabajos
preparatorios para una regulación pacífica de todas las cuestiones pendientes. A
este consejo se le encomendó la preparación de los tratados de paz con Italia,
Rumania, Bulgaria y Finlandia. Tendría que preparar asimismo el tratado de paz
con Alemania, el cual «tendría que ser aprobado por un gobierno alemán, después
de que ese gobierno se hubiera formado». Es decir, esta declaración supone que
Alemania, después de la capitulación y de un período de ocupación, volvería a
tener un gobierno, volvería a ser un Estado. Aunque las Actas no están en contra
de la unidad, tampoco quedaba tajantemente claro si en el futuro iba a haber un
Estado alemán o no.

Este consejo de ministros de Asuntos Exteriores abordó repetidamente la


cuestión alemana, es decir, la unificación primero de las zonas de ocupación y,
tras 1949, la de los dos Estados alemanes —la RFA y la RDA—, pero nunca llegó
a la solución del problema. Las tempranas tensiones que surgieron entre los
antiguos aliados contra Hitler, y que desembocaron en la guerra fría entre la Unión
Soviética y los Estados Unidos y en la consiguiente formación de los bloques,
incidieron directamente sobre la cuestión alemana y se reflejaron evidentemente
en las reuniones del mencionado consejo.

La primera conferencia de este consejo de ministros de Asuntos Exteriores,


celebrada en Londres —sede principal del Consejo— del 11 de septiembre al 2 de
octubre de 1945, apenas se ocupó del problema alemán, pues otros problemas del
mundo, en especial la capitulación de Japón, dejaron poco lugar para ello. La
segunda conferencia, que tuvo lugar en París el 25 de abril de 1946, puso de
manifiesto la fuerte tensión existente entre los Estados Unidos y la Unión
Soviética, que ya se había planteado abiertamente unos meses antes. El cambio
de posición de los Estados Unidos respecto a su aliado de guerra, la Unión
Soviética, había sido dado a conocer por el secretario de Estado norteamericano,
Byrnes, quien en un discurso pronunciado el 18 de febrero de 1946 había
manifestado que los Estados Unidos estaban dispuestos a enfrentarse a Rusia
con toda energía, sin excluir la guerra. Con esta tensión entre las dos super-
potencias poco se pudo avanzar en esa segunda conferencia de París. La Unión
Soviética, que se manifestaba a favor de la unidad de Alemania, quería una
participación soviética en el control de la industria del Ruhr, aunque, por otro lado,
no estaba dispuesta a aceptar que su zona de ocupación se controlara
internacionalmente. Pero tampoco las potencias occidentales compartían los
mismos objetivos sobre Alemania. Francia, por ejemplo, insistía ante todo en la
regulación de las fronteras de Alemania y, en la cuestión de la unidad de Alemania,
estaba dispuesta a aceptar una confederación de Estados alemanes muy débil.

El fracaso de esta segunda conferencia llevó a los norteamericanos a


precisar su política alemana según los principios elaborados por el general Clay,
gobernador de la zona de ocupación norteamericana. En un memorándum
elaborado por el general Clay en mayo de 1946, éste se manifestaba a favor de la
consideración de Alemania como una unidad económica y pedía la formación de
un gobierno alemán. Se declaraba asimismo a favor de la no desindustrialización
de Alemania y en contra de la separación económica de la cuenca del Ruhr y de la
zona del Rin, aunque estaba dispuesto a aceptar que el Sarre se uniera
económicamente a Francia.

A lo largo de 1946 no se avanzó nada en la cuestión alemana, pues la


tercera conferencia de los ministros de Asuntos Exteriores, celebrada en Nueva
York entre el 4 de noviembre y el 11 de diciembre de 1946, no trató la cuestión.
Pero la cuarta conferencia, celebrada en Moscú del 10 de marzo al 24 de abril de
1947 y en la que se trató la cuestión de Alemania con una intensidad mucho
mayor que con la que se había tratado hasta entonces, se saldó asimismo con un
fracaso. El tema central había sido la unión política de Alemania.

Rusos, norteamericanos y británicos estaban a favor de la formación de un


gobierno alemán, pero cada parte entendía la unidad política de los alemanes de
manera muy diferente. Y lo mismo ocurría con su defensa de la unidad económica
de Alemania. Cada miembro del Consejo la veía desde un punto de vista diferente.
A pesar de coincidir en la idea de la unidad de Alemania, sus interpretaciones de la
misma eran realmente contrapuestas entre sí. A partir de entonces las potencias
occidentales con representación en ese consejo de ministros de Asuntos
Exteriores iban a comenzar a actuar en solitario. 242

La guerra fría y la cuestión alemana

El cambio en su política exterior, anunciado por los Estados Unidos el año


anterior, fue confirmado y endurecido por el nuevo gobierno republicano resultante
de las elecciones generales de noviembre de 1946. La lucha contra el comunismo
sería en adelante la directriz de la política exterior norteamericana. El presidente
elegido, Harry S. Truman, anunciaba ante el Congreso norteamericano, el 12 de
marzo de 1947, ese principio director de su política exterior: los Estados Unidos de
América estaban decididos a detener la expansión del comunismo, ayudando a
que los pueblos libres pudieran determinar por sí mismos su propio destino, pues
el hambre y la miseria abonan los regímenes totalitarios. Esta política de
containment del comunismo, diseñada por George F. Kennan en la Secretaría de
Estado norteamericana, tuvo consecuencias inmediatas para la política
norteamericana en Alemania. Se trataba ahora de eliminar todas las posibilidades
de que la Unión Soviética pudiera mejorar su posición estratégica en Europa y por
ello Kennan recomendaba la reconstrucción económica y política de Europa con la
ayuda de los Estados Unidos para evitar que pudiera ser un botín de la Unión
Soviética. Esta nueva política exterior norteamericana significaba, en la cuestión
alemana concretamente, poner fin definitivamente a la colaboración con la Unión
Soviética en Alemania y abandonar todos los planes que supusieran una
penalización económica y política de los alemanes. El desarrollo económico en
Alemania y la construcción de un sistema político democrático deberían servir para
frenar la expansión del comunismo soviético.

La nueva política exterior norteamericana tuvo su aplicación práctica en la


segunda mitad del año 1947. En un discurso pronunciado en la Universidad de
Harvard, el 5 de junio de 1947, el ministro de Asuntos Exteriores norteamericano,
Marshall, perfiló un plan de reconstrucción de Europa (European Recovery
Program), en el que incluía también Alemania. Este programa —«el plan
Marshall»— iba a convertirse en una ayuda decisiva para la reconstrucción
económica, política y militar de Europa occidental, incluyendo las zonas de
Alemania ocupadas por las potencias occidentales. 243 Junto a su importante ayuda
económica, los Estados Unidos anunciaron también un cambio de su política de
ocupación en Alemania. Afirmaban ahora su voluntad de mantener sus tropas en
Alemania durante todo el tiempo en que también las mantuvieran otras potencias.
Este giro respecto a la posición mantenida por los Estados Unidos tras la
capitulación alemana apuntaba en la dirección de lograr una Alemania estable y
productiva, en el contexto de la política norteamericana de contención del
comunismo soviético.

Estos acontecimientos del año 1947 iban a acelerar el proceso hacia la


división de Alemania. El fracaso de la Conferencia de Ministros de Asuntos
Exteriores de Moscú en la primavera de 1947, la proclamación de la doctrina
Truman sobre política exterior y el anuncio del Plan Marshall de ayuda a Europa,
con inclusión de las zonas de ocupación occidentales de Alemania, mostraban la
imposibilidad de entendimiento entre los vencedores de la guerra. Las potencias
occidentales no vieron mejor opción que conducir sus respectivas zonas de
ocupación hacia alguna forma de entidad independiente, que las pusiera más a
salvo de cualquier intento de la Unión Soviética. Pero esto significaba
indudablemente caminar hacia la división de Alemania, aunque la división, por otra
parte, ya había sido presentida desde el momento en que la Unión Soviética había
seguido una política de hechos consumados en su zona de ocupación y había
excluido de la posible reunificación alemana los territorios alemanes al este de los
ríos Oder y Neisse.244

La posición de los partidos políticos alemanes

Muy poco tiempo después del final de la guerra comenzó a reorganizarse la


vida política en Alemania con la formación de nuevos partidos políticos. Algunos
líderes de los antiguos partidos volvieron del exilio, pero también se formaron
nuevos grupos procedentes, por ejemplo, de los círculos de la resistencia contra el
nazismo. En fecha tan temprana como el 10 de junio de 1945, las autoridades
militares de ocupación soviéticas autorizaron la creación en su zona de sindicatos
y partidos antifascistas. Las autoridades militares de las otras zonas les siguieron.
Así se llegó a la formación de un sistema de partidos: por un lado, se formaron de
nuevo los viejos partidos obreros de la República de Weimar, el partido
socialdemócrata, SPD, y el partido comunista, KPD. Por otro lado, se formó un
nuevo partido, la Unión Demócrata-Cristiana (CDU), que, por encima de las
diferencias de confesión religiosa, agrupaba a círculos social-cristianos y a
círculos burgueses conservadores. En Baviera, el movimiento social-cristiano se
formó como partido independiente (CSU, Unión Social-Cristiana). Los grupos
liberales se reunieron, en las zonas occidentales, en un partido liberal-democrático
(FDP) y en la zona soviética en el partido liberal-democrático de Alemania (LDPD).
El antiguo partido Zentrum también volvió a organizarse, pero no tuvo ninguna
significación fuera de Westfalia y de la Renania. No hubo partidos de extrema
derecha, pues los partidos necesitaban la autorización de las potencias de
ocupación.

La vida política municipal se reorganizó asimismo relativamente pronto, y ya


en enero de 1946 hubo elecciones municipales en la zona norteamericana. En las
otras zonas se celebraron también en ese mismo año. La formación de nuevos
Länder en las zonas de ocupación y la celebración de las correspondientes
elecciones a los parlamentos regionales tuvieron lugar asimismo en un corto
espacio de tiempo. Las potencias de ocupación estaban de acuerdo en
descentralizar la estructura de Alemania y la mayoría de los nuevos Länder que se
crearon se dotaron de constituciones, incluso antes de 1949, siguiendo las
coordenadas de la constitución de Weimar.245

Los pasos dados por los aliados occidentales hacia la formación de una
entidad estatal en sus zonas de ocupación, así como el consiguiente
distanciamiento de ellos respecto a la Unión Soviética en la cuestión alemana, no
podían ser evidentemente compartidos por todos los políticos alemanes. La
influencia de las potencias ocupantes en sus respectivas zonas de ocupación era
inevitable y ningún partido político alemán podía imponer una política
didependiente al respecto. Por ello había diferentes planteamientos entre los
gobernantes alemanes respecto al futuro de Alemania, coincidentes mayormente
con las potencias de ocupación de sus respectivas zonas.

Jakob Kaiser, presidente del partido demócrata cristiano en la zona de


ocupación soviética hasta 1947, insistía en la necesidad de que Alemania fuera un
puente entre el Este y el Oeste.246 Frente a la tesis del también demócrata cristiano
Konrad Adenauer, quien había logrado una posición clave en la CDU renana y que
propugnaba una vinculación de Alemania con el mundo occidental, y frente a la
tesis del comunista Walter Ulbricht, que defendía una vinculación con la Unión
Soviética, Jakob Kaiser buscaba para Alemania una tercera vía entre los bloques.
Kaiser no quería que la división de Alemania en Zonas de ocupación supusiera
que el Oeste le diera la espalda al Este y, que aquél buscara su propia salvación
en el «sueño» de unos Estados Unidos de Europa. En su opinión, la idea de
Europa no debía significar para Alemania una huida de su destino nacional.
Alemania, como un país en el centro de Europa, no podía mirar solamente al
Oeste, sino que tenía que cumplir una función de mediadora, de puente entre el
Este y el Oeste. Para el cumplimiento de esta función de puente, Kaiser
consideraba necesario el establecimiento en Alemania de unsistema social guiado
por un socialismo cristiano —no marxista y anti-totalitario— que no olvidara sus
componentes nacionales, es decir, que procurara el interés no sólo de la clase
obrera sino de todo el pueblo. Hasta el bloqueo terrestre de Berlín, en 1948,
Kaiser se opuso al proyecto de crear un Estado en las zonas de ocupación
occidentales y a quienes planeaban la creación de una confederación como
alternativa a un Estado nacional alemán. Los planteamientos de Jakob Kaiser no
pudieron prosperar por las autoridades de ocupación soviética, que lo expulsaron
de la zona soviética, y por el éxito de Konrad Adenauer en la dirección del partido
demócrata-cristiano (CDU), que le permitió triunfar sobre las tesis de Kaiser. En
este sentido, las ideas de Adenuaer sobre la cuestión alemana fueron decisivas
para la política del partido demócrata-cristiano CDU, aun antes de la creación de
la República Federal en 1949. Para Adenauer, la única solución para Alemania era
una firme vinculación con el mundo occidental o con la Unión Soviética. No había
posibilidad de una tercera vía. Y su opción estuvo muy clara desde el principio: la
integración en el mundo occidental.

La posición del partido socialdemócrata (SPD) respecto a la cuestión


alemana durante los primeros años de la posguerra estuvo representada por las
tesis de su presidente Kurt Schumacher. Pocos días después de la capitulación,
Schumacher hizo un llamamiento a la población en nombre del partido
socialdemócrata en el que se decía que el Deutsches Reich tenía que conservarse
como una unidad nacional y política. 247 De la situación que vivió Alemania durante
los primeros años tras la guerra culpaba no sólo a la herencia del Tercer Reich
sino también a la falta de una política común para Alemania por parte de los
vencedores. Y en este punto culpaba especialmente a la Unión Soviética, porque
«el totalitarismo bolchevique intenta conquistar todo el continente [...]. El
comunismo les resulta a los alemanes un sistema extraño para beneficio de otros.
No queremos ninguna dictadura. Ya la hemos vivido en nuestro propio suelo». 248
Para Schumacher, la conservación de la integridad territorial del antiguo
Deutsches Reich era la condición necesaria para que Alemania pudiera sobrevivir.
Pero, cuando se acentuó el conflicto entre el Este y Oeste en 1947, Schumacher
pensó que, en esas circunstancias, de lo que se debía tratar era, más que de la
unidad de Alemania, de reunificar algunas partes de Alemania —la bizona
británico-norteamericana— y reconstruirla económicamente de modo que pudiera
actuar como un «imán» para las otras zonas de ocupación. Esto significaba, en
última instancia, la aceptación de un Estado alemán «occidental». En un discurso
pronunciado, el 20 de abril de 1949, ante políticos y cuadros de su partido decía:
«considero un error y una vergüenza que algunos círculos intelectuales de
Alemania [...] pretendan declarar la idea de la neutralidad como un principio
político. Es verdad que tenemos necesidad de una neutralidad militar, pero no
podemos tener una neutralidad política respecto a unos elementos que no
respetan este concepto ni en su dimensión política, jurídica ni moral, como los
rusos soviéticos. Eso no sería neutralidad, sino una toma de partido larvada por
Rusia y contra Occidente».249

El nuevo Partido de Unificación Socialista (SED), creado en la zona


soviética de la fusión entre el partido comunista KPD y el partido socialdemócrata
SPD, en abril de 1946, defendió en un primer momento la tesis de una vía especial
alemana hacia el socialismo. Pero en 1947 los dirigentes anunciaron su voluntad
de transformar el SED en un «partido de nuevo cuño»: su conversión en un partido
estalinista se consumó en 1948, cuando la dirección del partido optó por un
modelo de partido de cuadros en vez de un partido de masas y se eliminaron las
influencias socialdemócratas que todavía habían quedado. 250 En relación con la
cuestión alemana, el partido SED de los años de la fundación de la RDA se
declaró siempre a favor de la recuperación de la unidad de Alemania,
fundamentándola sobre bases pacíficas y democráticas. Incluso entendió la
naciente RDA como el núcleo a partir del cual conseguir la unidad de Alemania. En
su tercer congreso (20-24 de julio de 1950), el jefe de gobierno de la RDA, Otto
Grotewohl, saludaba a los delegados con las siguientes palabras: «tanto los
pueblos de la Unión Soviética y de las democracias populares como la clase
obrera de los países capitalistas esperan del SED que salga triunfante en su lucha
por la paz, para la creación de una Alemania unida, democrática y pacífica y para
los intereses de la clase obrera y de todos los trabajadores de Alemania». 251

Tan diferentes posiciones existentes entre los distintos partidos políticos


alemanes no resultaba, evidentemente, fácil de armonizar en la práctica. Y esta
oposición entre sus distintos planteamientos se iba a poner de manifiesto en la
Conferencia de Múnich de los jefes de gobierno de los Länder, celebrada en junio
de 1947. El presidente del gobierno de Baviera, Hans Ehard, preocupado por la
situación económica de los alemanes y por la división política de Alemania que se
barruntaba, había invitado a los restantes jefes de gobierno de los distintos Länder
de todas las zonas de ocupación a celebrar una reunión en Múnich, durante los
días 6 y 7 de junio. Pero ya antes de la celebración de la propia Conferencia, se
pusieron de manifiesto las grandes diferencias que separaban a los gobernantes
de la zona soviética de los de las zonas occidentales. A los jefes de gobierno de la
zona de ocupación francesa, las autoridades de ocupación les prohibieron
expresamente aprobar declaraciones o medidas relacionadas con la unificación de
Alemania. Tampoco querían hablar de cuestiones estrictamente políticas los jefes
de gobierno de los Länder socialistas —siete de un total de doce—, pero los jefes
de gobierno procedentes de la zona soviética querían precisamente que el punto
central del orden día fuera la cuestión de la unificación política. En la reunión
preparatoria de la Conferencia, el jefe de gobierno de Mecklemburgo, en la zona
soviética, propuso como primer punto del orden día «la formación de una
administración central alemana con la aprobación de los partidos democráticos y
de los sindicatos para la creación de un Estado unitario alemán». Como no se
pudo llegar a un acuerdo al respecto, pues los jefes de gobierno de los Länder de
las zonas occidentales se declararon no competentes para discutir cuestiones que
afectaran a Alemania como conjunto, ya que esas cuestiones habían sido
atribuidas a las potencias de ocupación, los jefes de gobierno de la zona soviética
abandonaron la reunión preparatoria y no asistieron ya a la Conferencia de
Múnich. En ella participaron finalmente sólo los jefes de gobierno de los Länder de
las zonas occidentales, Y, aunque un éxito de la Conferencia no hubiera podido
evitar la división de Alemania, su fracaso muestra muy claramente la situación
política de Alemania a mediados de 1947. La Conferencia, celebrada sin los
representantes de la zona soviética, hizo público un comunicado en el que se
solicitaba de las potencias de ocupación una serie de medidas para la superación
de la lamentable situación económica. Se pedía que se estableciera la unidad
económica de Alemania, que se acometiera una reforma monetaria y una
reducción drástica de los impuestos, que se liberaran los presos de guerra y que
los alemanes tuvieran libertad de circulación dentro de toda Alemania. Solicitaban
asimismo la concesión de créditos para la importación de alimentos y de materias
primas.

La creación de la RFA y de la RDA

Tanto la evolución política internacional como la política interna alemana


durante los primeros seis meses de 1947 apuntaban sin duda hacia la división
política de Alemania. El fracaso añadido de la quinta conferencia de ministros de
Asuntos Exteriores, reunida en Londres entre el 25 de noviembre y el 15 de
diciembre de 1947, decidió al gobierno norteamericano a realizar sus planes de
creación de un «Estado occidental» en Alemania, sin hacer ningún intento más por
llegar a un acuerdo con la Unión Soviética en su política alemana. Esta idea de
crear un «Estado occidental» en las zonas de ocupación norteamericana, británica
y francesa la expuso abiertamente la delegación norteamericana en una
conferencia de seis países occidentales, reunida en Londres entre el 23 de febrero
y el 2 de junio de 1948. Por los acuerdos obtenidos en ella, se convirtió en una
conferencia decisiva para la creación de la República Federal de Alemania, pues
los representantes de los seis Estados reunidos en Londres —Estados Unidos,
Gran Bretaña, Francia, Bélgica, Holanda y Luxemburgo— aprobaron una serie de
medidas de carácter económico y político para convertir las tres zonas
occidentales de Alemania en un Estado. Después de una primera fase —hasta el 6
de marzo—, la Conferencia emitió un comunicado en el que anunciaba un
importante avance en la integración económica de las tres zonas de ocupación
occidentales de Alemania, pues la zona francesa iba a integrarse con la bizona
británico-norteamericana, cuya integración económica había entrado en
funcionamiento el 1 de enero de 1947. La Conferencia anunciaba también que se
había dado un gran paso en la cuestión del control internacional del Ruhr, al
haberse reconocido que también debería formar parte del organismo de control
una representación alemana. Por lo que respectaba a la futura organización
política de las tres zonas, la Conferencia proponía la federación, como la fórmula
política más adecuada.

Pocos días después, el 17 de marzo de 1948, la firma del Pacto de


Bruselas por parte de Francia, Gran Bretaña y los Estados del Benelux como el
primer paso hacia la creación, un año después, de una alianza militar occidental
incidió también directamente sobre la política alemana de los aliados occidentales.

La reacción de la Unión Soviética ante la Conferencia de Londres y el Pacto


de Bruselas fue fulminante. El 20 de marzo de 1948, el gobernador militar
soviético miembro del Consejo de Control Aliado abandonó con carácter definitivo
el Consejo, que ya no volvería a reunirse. Esto significaba una quiebra
trascendental en el control de Alemania por las cuatro potencias, que si bien no
desaparecía totalmente, sí se convertía en nulamente operativo a su máximo nivel.
Era la ruptura definitiva entre las potencias vencedoras de la guerra, que
reconocían su incapacidad para gobernar conjuntamente Alemania, tal como se
había aprobado en el «Acuerdó de Potsdam».

A pesar de las presiones de Stalin sobre la Conferencia de Londres, ésta


celebró con éxito su segunda fase entre el 20 de abril y el 2 de junio de 1948. El
comunicado final de la Conferencia dio a conocer las recomendaciones
económicas y políticas que conducirían, finalmente, a la transformación de las tres
zonas de ocupación occidentales en un «Estado alemán occidental». 252 El primer
paso en esa dirección fue la reforma monetaria realizada, el 20 de junio, por las
potencias de ocupación en las tres zonas occidentales con la introducción de una
sola moneda.

La reforma monetaria anticipaba con toda evidencia la formación de un


«Estado occidental» en Alemania. La Unión Soviética respondió a esta medida, el
24 de junio, con el bloqueo por tierra y agua de Berlín -situado geográficamente en
su zona de ocupación-, es decir, el bloqueo de los sectores norteamericano,
británico y francés de Berlín. La Unión Soviética introdujo asimismo una reforma
monetaria en su zona de ocupación y quiso introducir el marco oriental en todo el
territorio del «Gran Berlín». Era la primera vez que la Unión Soviética defendía la
tesis de que todo Berlín era una parte de la zona de ocupación soviética desde el
punto de vista económico, al estar situado geográficamente en ella. La alcaldía de
Berlín se opuso a esa medida apelando al artículo 36 de la Constitución, según el
cual los distintos comandantes de ocupación sólo eran competentes para sus
respectivas zonas, pero no para todo Berlín. Las potencias occidentales
reaccionaron el 24 de junio con la introducción en sus sectores del nuevo marco
occidental, aunque no como medio de pago exclusivo, sino junto al marco
oriental.253

El bloqueo de Berlín decretado por las autoridades de ocupación soviéticas


no sólo se extendía al tránsito terrestre y por vías fluviales entre los tres sectores
occidentales de Berlín y las zonas de ocupación occidentales. También se vio
afectado el suministro de carbón, electricidad y víveres desde la zona soviética.
Las autoridades de ocupación occidentales respondieron al bloqueo terrestre con
el establecimiento de un puente aéreo entre los tres sectores occidentales de la
ciudad y las zonas de ocupación occidentales para abastecer a los más de dos
millones de berlineses occidentales.

A pesar de la tensión internacional creada por el bloqueo terrestre de


Berlín-Oeste, las potencias occidentales estaban dispuestas a llevar adelante los
acuerdos adoptados en la Conferencia de Londres de la primavera de 1948. El 1
de julio, los gobernadores militares de las tres zonas de ocupación occidentales
recibieron a los jefes de gobierno de los Länder alemanes para presentarles los
llamados «Documentos de Fráncfort», que recogían y concretaban las
recomendaciones de la mencionada Conferencia de Londres. El primer documento
autorizaba a los jefes de gobierno de los Länder alemanes occidentales a
convocar una asamblea constituyente para que elaborara una constitución
democrática y federal. La constitución debía ser ratificada y aprobada por los
gobernadores militares de las zonas de ocupación. El documento segundo se
refería a la demarcación de los Länder y solicitaba de sus jefes de gobierno que
revisaran sus límites actuales y, en su caso, propusieran modificaciones. El
documento tercero anunciaba un decreto sobre el estatuto de ocupación, que
autorizaría a las potencias de ocupación, en caso de necesidad o de peligro para
su seguridad, a ejercer sus plenos poderes. 254 Los jefes de gobierno de los Länder
alemanes sometieron esta oferta de las potencias ocupantes a una profunda
discusión y accedieron finalmente a la creación de un Estado en Alemania
Occidental, aunque propusieron algunos cambios a la propuesta de los
gobernadores militares. Los cambios propuestos querían remarcar que, en las
circunstancias actuales en que se encontraba Alemania, se trataba en todo caso
de hacer una regulación político-constitucional provisional. Por ello, en vez de una
asamblea constituyente propusieron un «Consejo Parlamentario» y en vez de la
elaboración de una Constitución una «Ley Fundamental», que sólo fuera aprobada
por los parlamentos de los Länder establecidos y no por un referéndum popular,
con lo que sería innegable su carácter provisional. Este carácter de provisionalidad
que se quería dar a la formación de un Estado en el occidente de Alemania
derivaba de la voluntad de los políticos alemanes occidentales de no cerrar
ninguna puerta a la unificación de toda Alemania, que era un objetivo compartido
por todos. La consolidación política de la Alemania occidental como un Estado
podría dificultar la superación de la división de Alemania, aunque, por otra parte, la
erección de un Estado en Alemania occidental podría servir quizá para atraer a la
zona de ocupación soviética a su integración con el Estado occidental. Por esta
razón, la cuestión básica del debate era si el sistema político que se tenía que
construir iba a ser un «Estado» o simplemente un «organismo de carácter
administrativo». A lo largo de las sesiones de debate que celebraron los jefes de
gobierno de los Länder, en Coblenza (8-10 de julio de 1948) y en Niederwald, en
las cercanías de Rüdesheim (21-22 de julio de 1948), se plantearon estas
cuestiones y todos estos temores por la repercusión que sobre la unificación de
toda Alemania podría tener la creación de un «Estado» para el occidente de
Alemania. Las dos posiciones fundamentales sobre la nueva organización política
del occidente de Alemania estuvieron representadas —y lo estarían en las
deliberaciones del «Consejo Parlamentario»— por el alcalde de Berlín, el
socialista Ernst Reuter, y por Carlo Schmid, a la sazón vicepresidente de gobierno
de Württemberg del Sur-Hohenzollern, respectivamente.
Ernst Reuter se declaró a favor de aceptar la oferta de las potencias
occidentales con el argumento de que hacía posible la recuperación de la
soberanía alemana, primero en el oeste y luego, con la fuerza de atracción que de
ahí se derivaría, sobre los alemanes de la zona de ocupación soviética. Él estaba
firmemente convencido de que había que evitar todo aquello que, desde un punto
de vista político e incluso psicológico, pudiera aparecer como división de
Alemania. Pero esto no debía impedir que el occidente de Alemania se organizara
como una unidad económica y política, con independencia política y con
capacidad para tomar sus propias iniciativas; con carácter provisional, pero como
un Estado consolidado. En la creación de un Estado en la parte occidental de
Alemania no veía Reuter una causa para la división de Alemania, sino más bien,
por el contrario, una consecuencia producida por la evolución histórica de los
últimos años; consecuencia que habría que superar desde la consolidación estatal
del oeste de Alemania.255

La otra posición, sin embargo, representada por Carlo Schmid, se fijaba


ante todo en las dificultades que habría para superar la división de Alemania si se
consolidaba jurídicamente la situación de separación que se había producido entre
la zona soviética de ocupación y las otras tres occidentales. Schmid creía que no
podía construirse un Estado al no darse en la realidad un requisito esencial para
ello: el pueblo alemán como pueblo soberano, y la soberanía popular era
indivisible. No podía hablarse, por consiguiente, según él, de un Estado pleno ni
de una Constitución plena. Lo máximo a lo que se debería aspirar sería un
organismo de naturaleza administrativa, una especie de «fragmento de Estado».
Se trataría de construir un «techo de emergencia», una protección provisional
hasta que pudiera erigirse de nuevo un Estado alemán, una «casa alemana»
definitiva.256

El «Consejo Parlamentario», integrado por sesenta y cinco miembros


elegidos por los Parlamentos de los Länder a razón de uno por cada setecientos
cincuenta mil habitantes, se reunió en Bonn el 1 de septiembre de 1948. 257 Finalizó
sus trabajos con la aprobación, el 8 de mayo de 1945, del texto de la Ley
Fundamental que había elaborado. Después de que las autoridades de ocupación
la aprobaran el 12 de mayo del mismo mes, los Parlamentos de los Länder la
ratificaron,258 entrando en vigor el 24 de mayo de 1949.

La Ley Fundamental de Bonn aspiraba a la unidad política de todos los


alemanes, y el propio Preámbulo afirma que el pueblo alemán de los Länder que
constituyen la RFA actúa en nombre de aquellos alemanes a quienes estaba
vedada su participación y mantiene en pie la invitación para que todo el pueblo
alemán, en libre autodeterminación, consume la unidad y libertad de Alemania. El
artículo 23 dice que la Ley Fundamental «será puesta en vigor en otras partes de
Alemania después de su adhesión» y el 146 establece que «la presente Ley
Fundamental perderá su vigencia el día que entre en vigor una Constitución que
hubiere sido adoptada en libre decisión por todo el pueblo alemán». También en la
definición de quién es alemán, la Ley Fundamental se atiene a un concepto étnico-
cultural de alemán y a las fronteras del Deutsches Reich. Su artículo 116
establece: «es alemán el que posea la nacionalidad alemana o haya sido acogido
en el territorio del Reich alemán en los límites de 31 de diciembre de 1937 con
carácter de refugiado o expulsado étnicamente alemán, o de cónyuge o
descendiente de aquél».259

La reacción de la Unión Soviética contra la creación de un Estado alemán


occidental fue la formación de un Estado en su zona de ocupación. Pero esta
medida había sido preparada desde tiempo atrás, de manera casi paralela a la
evolución de las tres zonas de ocupación occidentales hacia la creación de la
República Federal de Alemania. En diciembre de 1947, el partido SED había
convocado en Berlín un «Congreso del Pueblo», que, considerándose a sí mismo
como portavoz legítimo de todo el pueblo alemán, emitió un manifiesto dirigido a la
Conferencia de Londres —que estaba reunida precisamente en esas mismas
fechas— en el que se declaraba en contra de la división de Alemania y a favor, por
el contrario, de la formación de un gobierno central alemán integrado con
representantes de todos los partidos políticos alemanes. 260 Un segundo
«Congreso del Pueblo» fue convocado los días 17 y 18 de marzo de 1948 —
apoyado igualmente en la red organizativa del partido SED y del partido comunista
de las zonas occidentales— el cual eligió de su seno un «Comité del Pueblo
Alemán» de cuatrocientos miembros. Este Comité elaboró y aprobó un proyecto
de constitución para una «República Democrática Alemana», que fue presentado
al tercer «Congreso del Pueblo», reunido el 25 de mayo de 1949. Este tercer
Congreso, elegido por un sistema de listas únicas, cuyos candidatos habían sido
acordados entre los partidos y las organizaciones de masas, 261 aprobó el 30 de
mayo de 1949 la constitución de la República Democrática Alemana y eligió un
nuevo Comité popular de cuatrocientos miembros. Este Comité puso en vigor la
Constitución el 7 de octubre de 1949 y se autodeclaró Parlamento popular
(Volkskammer). Esta Constitución se refiere a Alemania como una unidad, y su
pretensión de servir de modelo para toda Alemania —de manera similar al
Preámbulo de la Ley Fundamental de Bonn— se pone de manifiesto en su artículo
1.°, en el que, después de afirmarse que «Alemania es una República democrática
indivisible», se dice: «La República decide todos los asuntos que sean esenciales
para la existencia y el desarrollo del pueblo alemán en su totalidad». 262

La afirmación de la unidad del pueblo alemán, contenida tanto en la Ley


Fundamental de Bonn como en la Constitución de 1949 de la República
Democrática Alemana, se puso también de manifiesto en el hecho de que ambas
partes eligieron como bandera de su Estado la bandera tricolor de la Revolución
de 1848, si bien la RDA le añadiría, en 1959, los símbolos del compás y del
martillo en una corona de espigas. Sin embargo, la creación de dos Estados en
Alemania sellaba su división. Las décadas siguientes presenciarían las dificultades
crecientes para la recuperación de la unidad política de los alemanes, hasta que
los acontecimientos del año 1989 dieran un giro inesperado a la cuestión alemana.
2.- Recuperación de la soberanía y estancamiento de la reunificación
(1949-1955)
Consecución de la soberanía por la RFA

La creación de la República Federal de Alemania en 1949 no significó que


los alemanes occidentales tuvieran un Estado con un poder soberano total. Los
tres aliados occidentales —Estados Unidos, Francia, Gran Bretaña—, al autorizar
la Ley Fundamental de Bonn de 1949, se habían reservado para ellos
expresamente los asuntos de la política exterior de la nueva República Federal. El
Estatuto de ocupación, aprobado el 21 de septiembre de 1949, establecía además
que las potencias de ocupación podían recuperar en cualquier momento el poder
ejecutivo del nuevo Estado por motivos de seguridad o para la conservación de la
forma democrática del Estado. Preveía asimismo que la Ley Fundamental sólo
podría ser cambiada con su consentimiento. El poder supremo de la nueva
República Federal residía, por lo tanto, en los tres aliados, concretamente, en la
Alta Comisión Aliada establecida por ellos.

Esta situación duraría hasta que, en 1955, la República Federal de


Alemania fuera declarada soberana por los tratados firmados con los potencias de
ocupación. Aunque tanto el gobierno de la RFA como las restantes fuerzas
políticas alemanas se habían fijado como objetivos prioritarios de su actuación
política la consecución de una plena soberanía para el nuevo Estado y la
unificación con la «zona de ocupación soviética», los alemanes tenían realmente
poco margen de maniobra. Sus objetivos sólo podrían alcanzarse con el acuerdo
de las potencias vencedoras, y la posición de éstas respecto a ambos objetivos
fue muy distinta. La cuestión de la reunificación dependía, sobre todo, de las
relaciones entre las cuatro potencias, dispuestas ahora a intentar una coexistencia
pacífica, que presuponía precisamente la renuncia a la reunificación de Alemania.
La obtención de la soberanía por la RFA se presentaba de manera muy distinta.
Las ventajas que en el plano económico y militar podía representar la RFA para los
aliados occidentales pasaron a un primer plano y así se aceleró el proceso que
condujo a la RFA de país ocupado a país socio de sus antiguos vencedores. 263
Hacia esa meta se dirigía el «Tratado de Alemania», firmado en Bonn entre la RFA
y las tres potencias occidentales el 26 de mayo de 1952, junto con otros tratados
complementarios. Por el «Tratado de Alemania» se eliminaba el estatuto de
ocupación de la RFA, obteniendo ésta su soberanía. El «Tratado de Alemania», sin
embargo, no pudo entrar en vigor en su momento, al verse afectado por la
negativa del Parlamento francés, el 30 de agosto de 1954, a ratificar la creación de
una «Unión Europea de Defensa», prevista en el Plan Pleven. El Plan Pleven
preveía la formación de un ejército europeo, en el que ya participarían soldados
alemanes.264 El fracaso de la «Unión Europea de Defensa» en el verano de 1954
retrasaba la integración definitiva de la RFA en el sistema de Estados
occidentales, pero, a pesar de que el «tratado de Alemania» no pudo entrar
entonces en vigor, la cuestión de la soberanía no parecía correr peligro. Con
anterioridad al fracaso de la «Unión Europea de Defensa», Adenauer había pedido
a los aliados la soberanía para la RFA en todo caso, y los representantes de los
Estados Unidos y de Gran Bretaña le habían manifestado su conformidad en junio
de 1954. Lo único que habría que revisar, tras el fracaso de la «Unión Europea de
Defensa» por la negativa francesa, era la modalidad concreta como la RFA iba a
recibir su soberanía plena. En una serie de conferencias celebradas en París entre
el 19 y el 23 de octubre de 1954 se negociaron y aprobaron los «Tratados de
París». Estos Tratados, que incluían una nueva versión del «Tratado de Alemania»
de 1952, eliminaron el estatuto de ocupación de la RFA y regularon las relaciones
entre la RFA y los aliados occidentales. 265 El reconocimiento de la soberanía de la
RFA quedaba enmarcado, sin embargo, dentro de ciertas limitaciones, pues las
potencias occidentales se reservaban algunos derechos. Además de los derechos
especiales de las tropas aliadas para estacionarse en el territorio de la RFA, los
aliados conservaban competencias en el ámbito de la desmilitarización de
Alemania y mantenían sus derechos anteriores en relación con Berlín y a
Alemania como conjunto —incluida la reunificación—. No obstante, estos
«Tratados de París», que entraron en vigor el 5 de mayo de 1955, establecían
como objetivo político común la elaboración de un tratado de paz negociado
libremente, la reunificación y el aplazamiento del establecimiento definitivo de las
fronteras hasta que se hubiera logrado el tratado de paz.

En 1955, por lo tanto, se alcanzaba el objetivo perseguido por el gobierno


federal de Konrad Adenauer de integrar la RFA en el bloque occidental. Adenauer
creía que la plena incorporación de la RFA en las instituciones militares era el
único camino adecuado para lograr la reunificación nacional. Una RFA fuertemente
consolidada en el bloque occidental, bajo el liderazgo de los Estados Unidos, le
parecía el medio más eficaz para forzar a la Unión Soviética a que aceptara la
reunificación de los dos Estados alemanes. Adenuaer creía que sólo la presión de
un mundo occidental unido y fuerte podría conseguir que la Unión Soviética
acabara aceptando la reunificación de Alemania. En julio de 1952, poco después
de que la RFA hubiera firmado el «Tratado de Alemania» con Estados Unidos,
Gran Bretaña y Francia, así como el tratado para la creación de la UEO, Adenauer
decía: «con los tratados hemos ganado a tres de las grandes potencias para este
objetivo [de la reunificación]. Estas tres potencias se declaran solidarias con
nosotros en la política de la restauración de la unidad de Alemania. Todos unidos
podremos un día convencer a la cuarta gran potencia de que la unidad alemana es
un derecho natural e inalienable de los alemanes, del que las otras potencias nos
son deudoras».266

La nota de Stalin de 1952 sobre la reunificación

Por este motivo, Adenauer no había concedido ningún valor a la oferta de


reunificación de Alemania lanzada por la Unión Soviética en 1952. El 10 de marzo
de 1952, en efecto, Stalin había enviado una nota a las tres potencias occidentales
en la que les proponía tratar con carácter de urgencia la cuestión del tratado de
paz con Alemania, que «debería ser elaborado con la participación de Alemania,
representada por un gobierno de toda Alemania», y analizar asimismo «las
condiciones que podrían favorecer la formación de un gobierno para toda
Alemania que fuera expresión de la voluntad del pueblo alemán». 267 La nota
especificaba una serie de propuestas relativas a la restauración de Alemania como
un solo Estado, a la retirada de las potencias de ocupación, a las garantías de los
derechos democráticos así como al compromiso de que Alemania «no ingresara
en ningún tipo de alianza militar dirigida contra alguno de los Estados que habían
participado con sus ejércitos en la guerra contra Alemania». 268

Tampoco los aliados occidentales estaban dispuestos a aceptar la


propuesta de Stalin. Con el consentimiento del gobierno de la RFA, habían
condicionado su aceptación de la propuesta soviética a la celebración, bajo control
de una comisión de la ONU, de elecciones libres en toda Alemania. Como la Unión
Soviética no se avenía a este tipo de control y sólo estaba dispuesta a aceptar un
control de las potencias de ocupación, 269 las potencias occidentales interpretaron
la oferta soviética de la reunificación de Alemania a condición de su neutralidad
como una maniobra tendente a entorpecer el proceso de integración de la RFA en
las instituciones militares occidentales y no le concedieron mayor importancia.
Adenauer, por su parte, no había querido considerar seriamente la oferta soviética
ni mucho menos embarcarse en esa propuesta, pues no quería poner en peligro
las buenas relaciones que estaba estableciendo con las potencias occidentales.
Adenauer estaba convencido además de que la neutralidad que Stalin proponía
para la reunificación de Alemania favorecería en último término el expansionismo
soviético en la Europa central. Adenauer estaba totalmente en contra de la
reunificación al precio de la neutralidad porque temía que una Alemania neutral
quedaría, antes o después, aislada entre las alianzas militares del Este y del
Oeste que se estaban formando en los años cincuenta, y podría ser, con toda
seguridad, un objeto en litigio entre las potencias.

La posición del canciller Adenauer respecto de la nota de Stalin provocó un


fuerte rechazo en el partido socialdemócrata alemán (SPD). Los socialistas
acusaron a Adenauer de oponerse expresa y conscientemente a la reunificación
de Alemania. Ellos, por el contrario, afirmaban defender una política de
reunificación activa, directa. La reunificación debía ser, según los
socialdemócratas, el primer objetivo de toda la política alemana, pues sólo a
través de aquélla se podría garantizar la seguridad de Alemania. Para el SPD, la
causa del conflicto entre el Este y el Oeste residía en la división de Alemania y
había que solucionar, por lo tanto, antes que nada esa división. Por ello pensaban
que la integración de una parte de Alemania, la República Federal, en el bloque
occidental no llevaba precisamente a la superación de la división alemana. La
división sólo podría superarse mediante la creación de un sistema de seguridad
colectiva, que incluyera también la Unión Soviética, y en el que podría tener
también cabida una Alemania reunificada. Entre la alternativa de una integración
en el bloque occidental y la reunificación, los socialdemócratas estaban
decididamente a favor de la reunificación, que creían que no se iba a lograr a
través de la integración de la República Federal en el bloque occidental. El SPD
partía del supuesto, en definitiva, de que sin la reunificación de Alemania, no se
iba a poder avanzar en la distensión entre los dos bloques, y desde ese punto de
vista juzgaba la política exterior de Adenauer como una especie de traición a la
causa de la reunificación. Para los socialdemócratas, la reunificación de Alemania
se alejaba del horizonte en la misma medida en que la República Federal se
integraba en las instituciones militares occidentales. Por esto, estaban en contra
de la pertenencia de la RFA a la OTAN y exigían su salida. 270

Consecución de la soberanía por la RDA

Tras la entrada en vigor de la Constitución de la RDA el 7 de octubre de


1949 y la autoproclamación del Comité popular como parlamento (Volkskammer)
provisional, se formaron asimismo provisionalmente el gobierno y los parlamentos
de los Länder. El 11 de octubre fue elegido presidente de la República Wilhelm
Pieck y jefe de gobierno Otto Grotewohl. Las primeras elecciones ordinarias tras la
Constitución tendrían lugar un año después (15 de octubre de 1950). El 11 de
noviembre de 1949, las autoridades militares soviéticas de ocupación transfirieron
sus funciones administrativas al nuevo Estado, limitándose a partir de entonces a
funciones de control. Las autoridades de ocupación pasaron a denominarse
«Comisión soviética de control», pero, de manera similar a lo sucedido con las
potencias occidentales en la RFA, las autoridades soviéticas se reservaron
importantes derechos: mantenían el control sobre la aplicación de los Acuerdos de
Potsdam en lo relativo al proceso de desmilitarización y democratización y
quedaba asimismo bajo su control el cumplimiento de las reparaciones y el
comercio de la RDA, aunque éste, así como las relaciones exteriores, habían sido
competencias entregadas a la RDA. Las autoridades soviéticas hicieron una
reserva de carácter general para controlar, en caso de necesidad, «otros
campos».271

En los años siguientes se intensificaron notablemente las relaciones


económicas de la RDA con la Unión Soviética y con las democracias populares de
Europa del Este. El 29 de septiembre de 1950 fue admitida en el COMECON y
comenzó la construcción del socialismo con un primer plan quinquenal (1951-
1955). La separación con la RFA fue en aumento y, en mayo de 1952, las
autoridades de la RDA decidieron establecer una zona prohibida de cinco
kilómetros de anchura a lo largo de la línea divisoria con la RFA. La integración de
la RDA en el bloque soviético dio otro gran paso con la formación de la alianza
militar del «Pacto de Varsovia», que la RDA firmó en mayo de 1955. Después del
fracaso de la Conferencia de Ginebra —que se menciona más abajo— y de la
divulgación por Jruschev de la teoría de la existencia de dos Estados alemanes,
se produjo una mayor integración política y económica de la RDA en el bloque
oriental y un mayor reconocimiento político por parte de la Unión Soviética. En
septiembre de 1955, el «Tratado sobre las relaciones entre la RDA y la Unión
Soviética» proclamaba la plena soberanía de la RDA. La Unión Soviética disolvió
su Comisión de Control en Berlín-Este y fueron privados de su vigencia todos los
acuerdos adoptados por el Consejo de Control Aliado entre 1945 y 1948. La Unión
Soviética, sin embargo, se reservó expresamente el control del tránsito de los
aliados hacia Berlín-Oeste, aunque reconocía, como antes, los acuerdos de las
cuatro potencias sobre Berlín. Aun proclamando la plena soberanía de la RDA, se
acordó que pudieran continuar estacionadas en la RDA tropas soviéticas.

La conferencia de Ginebra de 1955: estancamiento de la cuestión


alemana

Mientras la RFA y la RDA avanzaban, cada una por su parte, en su


integración en los respectivos bloques militares, la cuestión de la reunificación
había seguido ocupando todavía un primer plano de la política internacional. Entre
el 25 de enero y el 18 de febrero de 1954 se habían reunido en Berlín los ministros
de Asuntos Exteriores de las cuatro potencias para tratar de nuevo la cuestión,
aunque no habían llegado a ningún resultado positivo. De nuevo se habían
estrellado entre sí las viejas posiciones. Los occidentales habían exigido la
celebración de elecciones libres en toda Alemania como condición para la
reunificación y habían insistido en que Alemania debía tener libertad para elegir
sus alianzas militares. La Unión Soviética, por el contrario, sólo se había
manifestado dispuesta a aceptar la celebración de elecciones generales y libres
después de que se hubiera formado un gobierno para toda Alemania, con una
participación paritaria de los comunistas, y de que se hubiera negociado un tratado
de paz con representantes de los dos Estados alemanes. La Unión Soviética
exigía, además, en la línea de la nota de Stalin de 1952, que la Alemania
reunificada fuera neutral.

A pesar de que la RFA pertenecía desde el 5 de mayo de 1955 a la OTAN y


la RDA al Pacto de Varsovia desde el 14 de mayo —con lo que culminaba la
división de Alemania comenzada con la guerra fría en 1947-1948—, las cuatro
potencias celebraron todavía una conferencia cumbre, en Ginebra, entre el 18 y el
23 de julio de 1955. El primer ministro británico, Eden, presentó de nuevo el plan
de los aliados occidentales para la reunificación de Alemania, en el que la
celebración de elecciones libres constituía el primer requisito. Esta vez no se
proponía la integración de toda Alemania en la OTAN, sino que el territorio de la
RDA quedara desmilitarizado. Por la parte soviética, Bulganin, sin embargo, puso
en un primer plano la «distensión» entre los dos Estados alemanes. El
enfrentamiento entre las dos concepciones difícilmente se salvó con la fórmula de
compromiso del comunicado final, en el que se decía que la «regulación de la
cuestión alemana y de la reunificación de Alemania por la vía de elecciones libres
debe realizarse en consonancia con los intereses nacionales del pueblo alemán y
con los intereses de la seguridad europea». La reunificación de Alemania
quedaba, en definitiva, subordinada a la seguridad y a la distensión en Europa. El
objetivo de la seguridad europea, de la coexistencia pacífica entre Estados con
distintos sistemas políticos y sociales, ganaba prioridad sobre la reunificación. Al
regreso de Ginebra hacia Moscú, Jruschev hablaba en Berlín-Este con rotundidad
de la existencia real de dos Estados alemanes y de la necesidad de aceptar esa
realidad.272 Con esta posición, Moscú negaba el derecho de la RFA a representar
con carácter exclusivo al pueblo alemán, doctrina que los aliados occidentales y el
gobierno federal habían considerado, por el contrario, un eje fundamental de su
política exterior.

Tras la Conferencia de Ginebra, por lo tanto, se profundizó la oposición


entre las posiciones de la Unión Soviética, por un lado, y las otras tres potencias
occidentales, por otro, respecto a la cuestión alemana. Pocas ilusiones cabía
hacerse acerca de la reunificación. Mientras que la Unión Soviética insistía en la
tesis de la existencia de dos Estados alemanes, los aliados occidentales sólo
reconocían la RFA como legítimo representante de toda la nación alemana. Los
occidentales, así como la RFA, seguían hablando de «toda la nación», aunque las
posibilidades de realizar la unificación fueran cada vez más reducidas. La
Conferencia de ministros de Asuntos Exteriores celebrada en Ginebra, entre el 27
de octubre y el 16 de noviembre de 1955, puso totalmente de manifiesto la
oposición diametral existente entre la Unión Soviética y las potencias occidentales
al respecto y arruinó las poquísimas esperanzas que habían quedado de la
cumbre de Ginebra de julio de 1955.

La doctrina Hallstein

Después del fracaso de la mencionada cumbre de Ginebra, no aportó


ningún avance en la cuestión de la reunificación la visita oficial que el canciller
federal, Konrad Adenauer, cursó a Moscú entre los días 9 al 13 de septiembre de
1955 por invitación del gobierno soviético. Antes al contrario, en esa ocasión
quedó claro que Adenauer era considerado como representante de uno de los
Estados alemanes y que el establecimiento de relaciones diplomáticas entre
Moscú y Bonn iba a utilizarse por parte de la Unión Soviética para su propia
política de conseguir un progresivo reconocimiento universal de la división de
Alemania. En Moscú habría a partir del establecimiento de relaciones diplomáticas
con Bonn dos embajadas alemanas, la de la RDA y la de la RFA. La RFA no
podría en adelante realizar fácilmente su pretensión de ser el único representante
legítimo del pueblo alemán. A pesar de todo, el gobierno federal estableció
relaciones diplomáticas con la Unión Soviética con la justificación de que la Unión
Soviética era la «cuarta potencia» con responsabilidades respecto a Alemania en
su conjunto y como un medio que debía contribuir al restablecimiento de la unidad
alemana. Pero esto no significó que el gobierno federal abandonara la llamada
doctrina Hallstein, que había guiado la política exterior de la RFA desde su
fundación en 1949. En aquel momento, en la declaración de gobierno de 21 de
octubre de 1949, el canciller federal había sostenido la tesis de que la RFA era
idéntica con el Deutsches Reich y su única sucesora y que, hasta que no hubiera
un tratado de paz, era el único representante del pueblo alemán. 273 Ahora, al
regreso del viaje a Moscú, Adenauer subrayaba de nuevo ante el Parlamento
federal de Bonn, el 22 de septiembre de 1955, las consecuencias de la aplicación
de esa doctrina: «debo afirmar con toda claridad que el gobierno federal
considerará en adelante como un acto inamistoso el que terceros Estados con los
que tiene relaciones diplomáticas establezcan relaciones con la RDA, pues ese
acto profundizaría la división de Alemania». Esta posición de la RFA fue
respaldada por las tres potencias occidentales, que, el 28 de septiembre de 1955,
declaraban que «los tres gobiernos no reconocen al régimen germano oriental ni la
existencia de un Estado en la zona soviética». 274

A pesar de esta declaración de apoyo a la RFA por parte de las potencias


occidentales, después de la recuperación de la soberanía por la RFA y la RDA y
de su integración en los respectivos bloques militares, la cuestión de la
reunificación quedó relegada a un segundo plano de la política internacional.
Ningún Estado tenía un interés objetivo en la reunificación. Al contrario, cada uno
de los bloques quería contar con un aliado alemán en sus respectivas alianzas.
Para los Estados Unidos, la RFA resultaba totalmente necesaria para defender la
Europa democrática. Y en esta apreciación coincidían todos los miembros de la
OTAN. Por su parte, Moscú se hacía una reflexión simétrica. Como no había
podido evitar el ingreso de la RFA en la OTAN ni había logrado su salida, prefería
tener a una parte de los alemanes dentro de su bloque militar que tenerlos a todos
en contra o incluso neutrales.275 La RDA constituía la piedra final del imperio
soviético en Europa. Le permitía a Moscú estacionar tropas de manera casi
ilimitada en Europa central, flanqueando a Chescoslovaquia y separando del oeste
a la imprevisible Polonia. Por otra parte, estaba todavía muy próxima la
experiencia histórica. La expansión de Hitler en el continente había dejado la
impresión, y el temor, de que una Alemania unida era demasiado grande para
Europa. Ahora que Alemania estaba dividida, las ventajas de su división no sólo
iban a ser percibidas por los países vecinos que habían sufrido repetidas
agresiones históricas —como Francia y Polonia—, sino que la propia división de
Alemania llegaría a convertirse en una condición para la paz en Europa.

3.- Hacia la consolidación de los dos Estados alemanes (1955-1972)

El año 1955 sellaba de hecho la división de Alemania en dos Estados,


integrado cada uno de ellos en un bloque militar y económico distinto. La radical
oposición entre los dos bloques respecto a la cuestión alemana iba a relegar la
reunificación por detrás de otras cuestiones más prioritarias como la seguridad
europea. Es cierto que, entre 1955 y 1958, las potencias occidentales continuaron
defendiendo la tesis de que la seguridad europea y los problemas del desarme
sólo podrían solucionarse con el logro simultáneo de una solución para la cuestión
alemana, o al menos con un avance en la misma. Pero esta posición cambió
sustancialmente después de la crisis de Berlín desencadenada por la Unión
Soviética en 1958. A diferencia de las potencias occidentales, la Unión Soviética
daba prioridad a los problemas de la seguridad europea y de una distensión
general.

La RFA, por su parte, no abandonó en esos años en ningún momento su


objetivo de la reunificación, mientras que la RDA, partiendo de la tesis de la
existencia de dos Estados, presentó algunas propuestas sobre la creación de una
«confederación» entre ambos Estados alemanes. Walter Ulbricht hizo público su
plan de una confederación a finales de 1956, razonándolo en los siguientes
términos: «desde que en Alemania existen dos Estados con sistemas sociales
distintos es necesario, en primer lugar, que se produzca un acercamiento entre
ambos Estados alemanes, y, luego, encontrar una solución transitoria en la forma
de una confederación o federación hasta que sea posible conseguir la
reunificación y elecciones realmente democráticas para una Asamblea
nacional».276

Las iniciativas de la RDA con sus planes de una confederación movieron al


Parlamento Federal de la RFA a instar del gobierno federal, el 2 de julio de 1958,
que activara de nuevo la cuestión alemana entre las cuatro potencias. El gobierno
federal llegó a sondear ante el gobierno soviético la posibilidad de que se diera a
la RDA una solución similar a la que se había dado en los años anteriores a
Austria. Pero Jruschev seguía insistiendo en que la RFA reconociera a la RDA y
renunciara al armamento nuclear.

Del ultimátum de Jruschev sobre Berlín a la construcción del muro

La situación habitual de no entendimiento se convirtió en una profunda


crisis cuando Jruschev lanzó un ultimátum sobre Berlín en noviembre de 1958. En
una nota a las potencias occidentales de 27 de noviembre, el gobierno soviético
declaraba fuera de vigor los acuerdos sobre Berlín firmados por las potencias al
final de la guerra. La nota decía que «la solución más natural y correcta de esta
cuestión sería evidentemente la reunificación de la parte occidental de Berlín, que
hoy está separada prácticamente de la RDA, con la parte oriental, con lo que
Berlín se convertiría en una ciudad unida dentro del Estado sobre cuyo territorio se
encuentra». Si los ciudadanos de Berlín-Oeste quisieran mantener su sistema
social basado en la propiedad privada, ése sería su problema. Por eso, continuaba
la nota, como habría serias dificultades, el gobierno soviético vería como una
posibilidad que Berlín-Oeste se convirtiera en una ciudad libre, en la que no se
inmiscuyera ninguno de los dos Estados alemanes. La nota daba seis meses de
plazo a las potencias occidentales para llegar a un acuerdo sobre Berlín. De no
ser así, firmaría un acuerdo con la RDA para que ésta, como Estado soberano,
regulara y controlara en toda su amplitud todas las cuestiones relativas a su
territorio, es decir, que ejerciera su soberanía por mar, agua y aire.

Esto quería decir que la RDA asumiría el control del tránsito de las tropas
occidentales entre Berlín-Oeste y la RFA. La nota añadía además que cesarían
todos los contactos entre militares y funcionarios de la Unión Soviética con los de
las tres potencias occidentales en todas las cuestiones relativas a Berlín. 277

La amenaza del gobierno soviético de abandonar sus funciones y


responsabilidades relativas a Berlín, traspasándoselas al gobierno de la RDA,
suponía introducir un cambio fundamental en la situación de Berlín, que exponía a
un peligro real la supervivencia de Berlín-Oeste como tal. Los tres aliados
occidentales rechazaron el ultimátum del gobierno soviético el 31 de diciembre de
1958, aunque se manifestaron dispuestos a tratar el problema de Berlín en el
marco de las negociaciones sobre la globalidad de la cuestión alemana y sobre la
seguridad europea, si el gobierno soviético renunciaba al carácter de ultimátum de
su nota. La respuesta de Jruschev a las tres potencias occidentales, el 10 de
enero de 1959, consistió en proponerles un tratado de paz para toda Alemania,
que estableciera —en la dirección de la nota de Stalin del 10 de marzo de 1952—
la neutralidad de Alemania y el reconocimiento de la línea Oder-Neisse como
frontera entre Polonia y Alemania. El tratado debería ser firmado también por los
dos Estados alemanes, a los que se les dejaría la cuestión de su eventual
unificación. Jruschev profundizó aún más la crisis, al amenazar el 5 de marzo de
1959, en Leipzig, en caso de que sus propuestas no fueran aceptadas, con firmar
un tratado de paz por separado con la RDA, en el que se eliminarían las últimas
limitaciones a su soberanía. En la espiral de tensión entre los bloques, Jruschev
llegó a amenazar con lanzar misiles contra las capitales occidentales. Finalmente,
antes de que se cumpliera el plazo de los seis meses del ultimátum, las cuatro
potencias llegaron al acuerdo de convocar una conferencia de ministros de
Asuntos Exteriores, a la que asistieran también delegaciones de la RFA y de la
RDA.

Esta conferencia, celebrada en Ginebra entre el 11 de mayo y el 5 de


agosto de 1959, con una interrupción entre el 20 de junio y el 13 de julio, no
solucionó la crisis de Berlín, pero se alcanzó el acuerdo de que se celebrara una
reunión entre el presidente norteamericano Eisenhower y Jruschev en los Estados
Unidos. El comunicado final de este encuentro en Camp David (26/27 de
septiembre de 1959) fue interpretado, probablemente con excesivo optimismo,
como la superación del ultimátum sobre Berlín, pero, en todo caso, la reunión de
Camp David supuso, al menos, un alivio de la tensión, aunque no duró mucho.
Desde comienzos de 1960, Jruschev redobló sus amenazas de firmar un tratado
de paz por separado con la RDA y aprovechó cualquier ocasión para aumentar la
tensión con las potencias occidentales en cuestiones relativas a Berlín y sus
comunicaciones con la RFA.
Con la llegada a la presidencia de los Estados Unidos de John F. Kennedy,
el 20 de enero de 1961, se produjo un importante cambio en los objetivos de la
política exterior norteamericana, que también afectó a su posición respecto a
Berlín. La firme decisión de Kennedy de no ceder ante las amenazas de Jruschev
no pudo ocultar finalmente que los Estados Unidos estaban cambiando su política
alemana, como se puso de manifiesto en la reacción norteamericana ante la
construcción del muro del Berlín. El encuentro entre Kennedy y Jruschev en Viena,
el 3 y 4 de junio de 1961, no aportó ninguna claridad sobre los objetivos de los
Estados Unidos. Mientras tanto, la huida de ciudadanos de la RDA y del Berlín-
Este, pasando a través del Berlín-Este al Berlín-Oeste, seguía en aumento y las
declaraciones de los líderes de la RDA no hacían sino aumentar la tensión y la
inestabilidad. Los rumores y las especulaciones de que algo importante iba a
ocurrir próximamente dispararían el número de refugiados durante el mes de julio
y de agosto.278 El 25 de julio, en un discurso radiofónico, Kennedy concretaba ante
la opinión pública los «tres puntos esenciales» de su política berlinesa que
consideraba irrenunciables y que estaba dispuesto a defender por todos los
medios: la presencia de tropas aliadas en Berlín, el libre acceso a Berlín desde la
República Federal para los aliados occidentales, los ciudadanos de la RFA y los de
Berlín-Oeste y la garantía de que Berlín pudiera subsistir, es decir, la permanencia
de sus vínculos económicos con la RFA. 279 La política norteamericana quería
evitar, en todo caso, que la alarmante sangría humana de la RDA y de Berlín-Este
pudiera provocar un segundo levantamiento popular, como el del 17 de junio de
1953. El gobierno Kennedy pensaba que era necesario frenar el flujo de
refugiados, pero los gobernantes de la RDA sorprendieron al mundo con un plan
muy eficaz para evitar el éxodo masivo de sus ciudadanos. Según el embajador de
la RFA en Moscú, Hans Kroll, fue el propio Jruschev quien dio la orden de construir
el muro para evitar la quiebra económica de la RDA, aun siendo consciente de que
el muro era una «cosa fea» y tendría que desaparecer algún día, si
desapareciesen los motivos de su construcción. 280 La razón oficial dada por el
Consejo de ministros de la RDA, el 12 de agosto, decía: «se introduce este control
en las fronteras de la RDA, incluyendo la frontera con los sectores occidentales del
Gran Berlín, para atajar la actividad enemiga de las fuerzas militaristas y
revanchistas de Alemania occidental y de Berlín-Oeste, como es usual en las
fronteras de todos los Estados soberanos». 281 La preparación y ejecución de la
construcción del muro se la encomendó Walter Ulbricht a Erich Honecker,
entonces miembro del Politburó y secretario del Comité Central del partido SED. El
muro fue comenzado en la noche del 12 al 13 de agosto de 1961, primero con
alambradas a lo largo de la frontera entre el sector oriental y los sectores
occidentales, que fueron sustituidas en los días siguientes por un muro de obra.
Posteriormente fue perfeccionado con modernos dispositivos de protección de la
frontera. Pocos días después del acontecimiento, el periódico oficial Neues
Deutschland resumía la finalidad de la construcción del muro: «La seguridad de
las fronteras de nuestra República en y alrededor de Berlín ha destruido en los
enemigos más acérrimos del socialismo, en los enemigos más intransigentes de
nuestro poder obrero y campesino, la esperanza de que los Adenauer, Strauss y
Brandt lograran arrollar la RDA por sus flancos abiertos y "solucionar" el problema
de Alemania con la anexión de la RDA».282
La tardía reacción de las potencias occidentales ante este acontecimiento
puso de manifiesto que la construcción del muro de Berlín marcaba un punto de
inflexión muy significativo en su política alemana. Los gobiernos de las tres
potencias occidentales no formularon una protesta ante el gobierno soviético hasta
el 17 de agosto. El 16 de agosto había recibido el canciller federal Adenauer al
embajador soviético en la RFA, Smirnov, y el comunicado sobre la entrevista no
dejó ninguna duda de que la Unión Soviética estaba de acuerdo con la nueva
situación. El mismo día 16, el alcalde de Berlín-Oeste, Willy Brandt, escribió una
carta al presidente Kennedy, en la que le decía: «se trata de un profundo corte en
la vida del pueblo alemán y de sacarles [a las potencias occidentales] de sus
responsabilidades comunes, con lo que queda afectado todo el prestigio
occidental [...]. La Unión Soviética ha logrado la mitad de sus proyectos de hacer
de Berlín una ciudad libre con la intervención del Ejército popular («Volksarmee»)
alemán. El segundo acto es una cuestión de tiempo. Tras el segundo acto, habría
un Berlín que se asemejaría a un gueto, que no sólo habría perdido su función
como lugar de refugio para la libertad y como símbolo de la esperanza en la
reunificación, sino separado de la parte libre de Alemania [...]. Tras la aceptación
de este paso soviético, que es ilegal y que ha sido declarado ilegal, y ante las
muchas tragedias que se están desarrollando en Berlín-Este y en la zona
soviética, nosotros no estaremos exentos del riesgo de esa última decisión».

La carta de Willy Brandt no produjo ningún efecto sobre Kennedy, aunque


fue enviado a Berlín el vicepresidente, Johnson, quien aseguró que los
norteamericanos garantizaban la supervivencia de la ciudad. Pero la carta de
respuesta de Kennedy del 18 de agosto, publicada por primera vez en 1985,
marcaba una ruptura con la política alemana seguida hasta entonces por los
Estados Unidos. En vez de referirse a las advertencias y las peticiones de Willy
Brandt, Kennedy le solicitaba que aceptara la nueva situación y que hiciera
propuestas para mejoras concretas. No obstante, para tranquilizar a los berlineses
occidentales envió a Berlín al famoso y apreciado general Lucius D. Clay, que
había organizado el puente aéreo durante el bloqueo terrestre de Berlín de 1948-
1949. Pero el malestar y la decepción de los habitantes de Berlín-Oeste se
evidenció en las manifestaciones antiamericanas que tuvieron lugar, las primeras
que sucedían en Berlín-Oeste desde 1945.283

Ante esta nueva realidad, el tratamiento futuro de la reunificación de


Alemania tenía necesariamente que discurrir por otros caminos. El escenario
internacional iba a cambiar de manera radical. La crisis entre las superpotencias,
que tuvo su culminación en la segunda crisis de Cuba en octubre de 1962 y que
puso al mundo entero al borde de una nueva guerra, se superó finalmente con el
inicio de una política de distensión global entre los bloques. El llamamiento de
Kennedy a la superación de la guerra fría en su discurso del 10 de junio de 1963,
en Washington, era expresivo de este cambio en la escena política
internacional.284
Las distintas consecuencias de la existencia del muro para la RFA y la
RDA

La construcción del muro de Berlín había destruido el principal pilar en que


se había basado la «política de fuerza» del canciller federal Adenauer. Su política
de reunificación había fracasado. La ansiada presión sobre la Unión Soviética por
parte del bloque occidental no se había producido. Lo que había ocurrido había
sido más bien lo contrario. Sin embargo, durante los años sesenta, y aun antes de
llegar al giro que introdujo la Ostpolitik del gobierno liberal-socialista de Willy
Brandt, la RFA intentó, de todos modos, dar algunos pasos en el nunca
abandonado objetivo de la reunificación. Por su parte, para la RDA la construcción
del muro significaba un éxito parcial de Walter Ulbricht en su lucha por lograr la
estabilidad de la RDA, aunque no dejaba de ser una manifestación de la
bancarrota del sistema comunista, pues autodefiniéndose como superior al
sistema capitalista-democrático había sufrido, sin embargo, un éxodo masivo de
sus ciudadanos. Durante los años sesenta, afianzada por el muro de Berlín, la
RDA intentó afirmarse como un Estado propio para llegar finalmente a defender la
tesis de la existencia no sólo de dos Estados, sino también de dos naciones
alemanas.

El sucesor de Konrad Adenauer, en 1963, en la cancillería federal, Ludwig


Erhard, en efecto, propuso inmediatamente después de su llegada al poder la
creación de un organismo permanente de las cuatro potencias para que elaborara
un tratado de paz para toda Alemania, que habría de ser firmado con un gobierno
alemán elegido en elecciones libres por toda Alemania. Las dos superpotencias,
sin embargo, no tenían ningún interés en abordar de nuevo el problema alemán
para no correr el riesgo de bloquear su política de distensión. La situación del
gobierno federal era, por consiguiente, extremadamente difícil dentro del nuevo
contexto internacional. No obstante, con la finalidad de ganar terreno en el
escenario internacional, el canciller federal envió una nota, el 25 de marzo de
1966, a todos los países que tenían relaciones diplomáticas con la RFA, conocida
como «nota por la paz». En esta nota les comunicaba un cierto cambio de actitud
en relación con la época de Adenauer: «el pueblo alemán desea vivir en buenas
relaciones con todos sus vecinos, también con los del Este de Europa [...]. La RFA
ya ha intercambiado con sus aliados occidentales declaraciones sobre la renuncia
a la violencia. Como los gobiernos de la Unión Soviética y de algunos Estados del
este de Europa han manifestado repetidamente, aunque sin fundamento, su
preocupación por un ataque alemán, el gobierno federal propone intercambiar una
declaración formal sobre renuncia a la violencia en la regulación de los conflictos
internacionales con los gobiernos de la Unión Soviética, de Polonia, de
Checoslovaquia y de cualquier otro Estado de Europa del Este que lo desee [...].
Finalmente, la RFA está dispuesta a participar y colaborar con espíritu constructivo
en una conferencia mundial sobre el desarme o en cualquier otra conferencia
sobre desarme que prometa un éxito». La RDA, sin embargo, no se mencionaba
expresamente en la nota, pero ésta insistía en que «el pueblo alemán quiere vivir
en paz y libertad. Su mayor tarea nacional es superar la división que viene
sufriendo desde hace muchos años. El gobierno de la RFA ha aclarado muchas
veces que el pueblo alemán estaría dispuesto a aceptar sacrificios por su
reunificación». Por lo demás, el gobierno federal seguía defendiendo la posición
de que «Alemania, desde el punto de vista del derecho internacional, sigue
existiendo en las fronteras del 31 de diciembre de 1937 hasta tanto un gobierno de
toda Alemania, elegido en elecciones libres, no reconozca otras fronteras». 285

La afirmación de la vieja tesis sobre las fronteras, pero a la vez la


disposición a renunciar a la violencia en el tratamiento de todas las cuestiones en
litigio con otros Estados, representaba una difícil posición intermedia entre las
exigencias de la Unión Soviética de reconocimiento de las realidades surgidas de
la guerra mundial y las exigencias de la política de distensión de los Estados
Unidos. Por ello, el gobierno federal de la «gran coalición» —integrado por los
partidos de la derecha CDU/CSU y los socialdemócratas del SPD— intentó a partir
de diciembre de 1966 avanzar un paso más en relación con la política alemana de
su predecesor. La declaración de gobierno del nuevo canciller federal Kiesinger,
de 13 de diciembre de 1966, enlazando con la «nota por la paz» del canciller
Erhard, incluía la RDA en su renovada propuesta de renunciar a la violencia en las
relaciones con los países de la Europa oriental: «el gobierno federal repite hoy
esta oferta dirigida a los otros Estados europeos. El gobierno federal está
dispuesto a incluir en esta oferta el problema sin solucionar de la división
alemana». Este ofrecimiento para mejorar las relaciones humanas, económicas y
culturales «con nuestros compatriotas de la otra parte de Alemania», no
significaba, en ningún caso, que el gobierno federal reconociera la existencia de
un segundo Estado alemán, pues seguía defendiendo la tesis de que la RFA era el
único representante legítimo de todo el pueblo alemán. No obstante, la voluntad
del nuevo gobierno federal era la de reducir tensiones y salvar distancias.

Los dirigentes de la RDA fueron muy receptivos a estas nuevas propuestas


y llegó a producirse un intercambio epistolar entre el canciller federal Kiesinger y el
presidente del gobierno de la RDA, Stoph, aunque no se avanzó realmente en la
cuestión, pues cada una de las partes mantuvo sus posiciones. La RDA quería el
establecimiento de relaciones diplomáticas entre los dos Estados y el
reconocimiento de las fronteras existentes. La RFA, sin embargo, rechazaba estas
reivindicaciones y sólo estaba dispuesta a hablar sobre «cuestiones prácticas de
la convivencia entre los alemanes». Ningún avance, por lo tanto, se podía prever
con los actuales planteamientos. La RDA además, desde la construcción del muro
de Berlín en 1961, había desarrollado una creciente política de afirmación de su
estatalidad y de lucha por su reconocimiento internacional.

En esa política de autoafirmación, el «Frente Nacional» aprobó en 1962 un


«Documento de la nación», dirigido a legitimar la división de la nación y la
construcción del muro de Berlín. El documento extraía de la historia reciente
alemana un derecho de la RDA a considerarse la única representante de los
alemanes: «La República Democrática Alemana no sólo es el único Estado
alemán legal desde el punto de vista del derecho internacional por lo que se
refiere al cumplimiento del Acuerdo de Potsdam y, por consiguiente, el único
Estado alemán de paz; también es el único Estado alemán legal en virtud de la
legalidad histórica y en virtud del hecho de que en la RDA están en el poder las
fuerzas que han sido llamadas por la historia para la dirección del pueblo alemán y
cuya política coincide con los intereses de la nación». 286 Para el futuro se
consideraba posible una convivencia pacífica y racional entre ambos Estados
alemanes, siendo la base para ello una confederación alemana, idea que ya se
había defendido desde mediados de los años cincuenta. Berlín-Oeste, según esos
planes, debería también incorporarse a la Confederación como una ciudad libre y
desmilitarizada. Con la idea de la confederación se quería conservar el objetivo de
la unidad del pueblo alemán, pues se presentaba como el único camino para
reconstruir esa unidad.

En esa misma dirección de afianzamiento de la estatalidad de la RDA


fueron los acuerdos del VI Congreso del partido SED, en 1963. El partido continuó
defendiendo la idea de una Confederación como la fórmula más adecuada para
las relaciones entre la RDA, la RFA y Berlín Occidental. 287

La afirmación de la RDA como Estado alemán socialista se recogió


asimismo en la Constitución de 1968, que establece expresamente que la RDA es
el «Estado socialista de la nación alemana». 288 Esta Constitución, a la vez que
daba expresión a la construcción del socialismo llevada a cabo en la RDA, se
mantenía todavía, sin embargo, en la perspectiva de la pertenencia a una misma
nación. Estas referencias a la unidad de la nación alemana desaparecerían, por el
contrario, en la reforma constitucional emprendida en 1974. La voluntad de
consolidación estatal de la RDA durante los años sesenta se plasmaría asimismo
en algunas actuaciones tendentes a diferenciarse claramente de la RFA, y, sobre
todo, de sus pretensiones de representar con carácter exclusivo al pueblo
alemán.289 Al celebrar el vigésimo aniversario de la fundación de la RDA, el partido
SED resumía sus éxitos durante las dos décadas anteriores declarando la RDA
como «el Estado alemán de la paz y de la unidad, de la humanidad y de la justicia
social, legitimado por la historia multisecular de nuestro pueblo, que aventaja toda
una época histórica a la imperialista Alemania Occidental». 290

La Ostpolitik del gobierno liberal-socialista y la cuestión nacional

En el contexto de unas relaciones internacionales que necesitaban la


distensión y la negociación entre los bloques para acabar la guerra de Vietnam y
para limitar la producción de armas nucleares de alcance intercontinental, 291 la
República Federal de Alemania dio también un giro histórico a su política exterior
con los países del este de Europa y a sus relaciones con la República
Democrática Alemana. Algunos de los principios que habían orientado su política
exterior, y concretamente los relativos al objetivo de la reunificación, no habían
podido realizarse y no se preveía realmente ninguna posibilidad de avance en esa
cuestión ni en la solución de los problemas pendientes con algunos países de la
Europa oriental. Este giro histórico en la política de la RFA se produjo a partir de la
formación en Bonn de un nuevo gobierno de coalición, esta vez liberal-socialista,
en octubre de 1969, presidido por el canciller Willy Brandt.

A diferencia de los gobiernos anteriores, la nueva política del gobierno


liberal-socialista hacia los países del este de Europa —la Ostpolitik— quiso
abordar de otra manera los problemas existentes en las relaciones entre la RFA y
esos países, sin renunciar por ello a algunos de los objetivos básicos conseguidos
por los gobiernos federales durante los veinte años anteriores, concretamente la
plena integración de la RFA en el mundo occidental y sus instituciones económicas
y militares.

El partido socialdemócrata SPD había rechazado, en efecto, durante mucho


tiempo la integración de la RFA en el bloque militar occidental —la OTAN—. Pero
el nuevo programa del partido aprobado en su congreso de 1959, en Bad-
Godesberg, había introducido un trascendental giro en sus planteamientos
políticos. El nuevo programa de 1959 había abandonado el marxismo como
fundamentación teórica del partido y los objetivos revolucionarios de la tradición
marxista de los partidos socialistas. Había reconocido, en cambio, que los valores
y las reivindicaciones básicas del partido se podían fundamentar desde distintos
puntos de vista religiosos o filosóficos y había valorado positivamente asimismo el
sistema de producción basado en la propiedad privada. En el ámbito de la política
internacional, el cambio más significativo había sido el abandono de su rechazo a
la integración de la RFA en la OTAN. 292

Pero, aunque el partido socialdemócrata, SPD, aceptara finalmente este


principio de política exterior tan decisivo, su idea de la vía hacia la reunificación de
Alemania y de la relación con los países del Este y la RDA era sensiblemente
distinta a la defendida y practicada por los gobiernos democristianos anteriores,
incluido el de la «gran coalición». Esas diferencias se plasmaron con total claridad
en la nueva Ostpolitik desarrollada por el gobierno del canciller Willy Brandt, que
marcó una cisura en la historia de la RFA. Brandt expuso los principios de su
política bajo el lema «continuidad y renovación» en su declaración de gobierno de
28 de octubre de 1969. En ella se manifestó a favor de la conservación de la
seguridad de la RFA y de la unión de la nación alemana, así como a favor de la
paz y de la cooperación en un sistema de paz en Europa. Afirmó el derecho de
autodeterminación de los alemanes y fijó como tarea política de los años
siguientes la conservación de la unidad de la nación, quitándoles a las relaciones
entre las dos partes de Alemania su tensión actual: «veinte años después de la
fundación de la RFA y de la RDA tenemos que evitar que continúen separándose;
es decir, tenemos que intentar llegar, a través de la regulación de la coexistencia,
a una convivencia».293

Lo nuevo en la política del gobierno de Brandt estaba en el reconocimiento


de dos Estados en Alemania, pero «aunque existen dos Estados en Alemania,
ninguno de los dos es para el otro el extranjero; las relaciones entre ellos sólo
pueden ser de naturaleza especial». 294 Y nueva era también su disposición al
reconocimiento de las fronteras europeas actuales, concretamente la línea
formada por los ríos Oder y Neisse como frontera occidental de Polonia. Esta
nueva política en relación con los países del Este europeo no supuso en ningún
momento un abandono, ni siquiera una menor vinculación, de la RFA con las
instituciones del mundo occidental, y se convirtió, por el contrario, en un
importante elemento de la política de distensión en Europa. Willy Brandt pensaba
que los países del Este europeo sólo se abrirían realmente al mundo occidental
cuando no se sintieran amenazados militar o políticamente. Por eso creía que sólo
el respeto de los diferentes sistemas político-sociales y la observancia del principio
de la no injerencia podría cimentar una base común para los intereses de todos
los países europeos. La disposición del gobierno de Brandt al reconocimiento de
las fronteras y de los sistemas políticos de la Europa oriental no era mera
resignación ante la realidad que se había configurado tras las segunda guerra
mundial, sino que pretendía ser un instrumento activo para una política de paz y
distensión en Europa. La afirmación de Brandt, «mi gobierno acepta los resultados
de la historia»,295 contenía la clave de su política.

El gobierno de Willy Brandt trató los países del este de Europa como
Konrad Adenauer había hecho con los del oeste. Willy Brandt era consciente de
que en las relaciones con los países del Este europeo se trataba de mucho más
que de un arreglo de intereses; se trataba, en definitiva, de obtener la confianza de
unos países con los que Alemania había tenido unas relaciones traumáticas en la
época de la segunda guerra mundial. A pesar de los enormes problemas jurídicos
que suscitaba la nueva política respecto a los países del Este europeo y a pesar
de la duras críticas que recibió por parte de la oposición conservadora, la
Ostpolitik se plasmó en los tratados entre la RFA y la Unión Soviética, Polonia,
Checoslovaquia y la propia RDA.

Por el tratado entre la RFA y la Unión Soviética, firmado en Moscú el 12 de


agosto de 1970, ambas partes se comprometían a respetar la integridad territorial
de todos los Estados de Europa en sus fronteras actuales, a no ejercitar
reivindicaciones territoriales contra nadie y al reconocimiento de la fronteras
actuales, incluida la línea Oder-Neisse como frontera occidental de Polonia y la
frontera entre la RDA y la RFA. 296 Al mismo tiempo, el presidente de la RFA, Walter
Scheel, envió una «Carta sobre la unidad alemana» al Ministerio de Asuntos
Exteriores de la Unión Soviética, que también fue aceptada por esta última, en la
que establecía que «este Tratado no se opone a los objetivos políticos de la RFA
de trabajar para el logro de una situación de paz en Europa, en la que el pueblo
alemán recupere su unidad a través de su libre autodeterminación». 297

El tratado firmado por el gobierno federal con el gobierno polaco en


Varsovia, el 7 de diciembre de 1970, establecía la inviolabilidad de la línea
fronteriza Oder-Neisse y la renuncia a cualquier reivindicación territorial. 298 Y, como
en el caso del tratado con la Unión Soviética, el gobierno federal envió una nota a
las tres potencias occidentales explicándoles que este tratado no afectaba a los
tratados y acuerdos que la RFA tenía suscritos con los Estados Unidos, Gran
Bretaña y Francia; es decir, que la RFA sólo había actuado en nombre de sí
misma, lo cual significaba que el reconocimiento de la frontera Oder-Neisse
tendría validez mientras que existiera la RFA. Si se llegara en algún momento a la
formación de un gobierno para toda Alemania, éste sólo estaría obligado a lo que
estableciera el tratado de paz definitivo.

El tratado con Checoslovaquia se firmó en Praga el 11 de diciembre de


1973. Ambos Estados declaraban nulo el Acuerdo de Múnich de 29 de septiembre
de 1938 de cara a sus relaciones mutuas y manifestaban asimismo la
inviolabilidad de sus fronteras comunes. 299

Regulación del status de Berlín

Al mismo tiempo que los dos Estados alemanes regulaban sus relaciones
mutuas y la República Federal establecía una nueva política con los países del
este de Europa, las cuatro potencias negociaron una regulación del status de
Berlín, que se plasmó en el «Acuerdo de Berlín», firmado el 3 de septiembre de
1971.300 Las cuatro potencias se comprometían a no utilizar la fuerza para
solucionar sus disputas y se obligaban a no cambiar unilateralmente la situación
de «este territorio», no obstante las distintas concepciones jurídicas que tenían al
respecto. En la segunda parte del Acuerdo se establecían una serie de medidas,
que afectaban exclusivamente a los tres sectores occidentales de Berlín
(norteamericano, británico, francés) y que se dirigían a mantener y desarrollar los
vínculos entre los tres sectores occidentales de Berlín y la República Federal,
afirmando nuevamente que estos tres sectores continuaban sin ser una parte
constitutiva de la República Federal de Alemania y que, por consiguiente, no
podían ser gobernados por ella. Como consecuencia directa de este precepto,
quedaban en suspenso y fuera de vigor todas aquellas disposiciones de la Ley
Fundamental de la RFA y de la constitución vigente en los tres sectores
occidentales de Berlín que estuvieran en contra de ese precepto. Los órganos
estatales de la RFA no podrían en adelante celebrar actos oficiales en los tres
sectores occidentales de Berlín: no podría ser elegido allí el presidente de la
República ni el Bundestag ni el Bundesrat podrían celebrar sesiones plenarias. Sí
podrían, en cambio, reunirse las comisiones del Bundestag o del Bundesrat,
aunque no simultáneamente, para cuestiones que tuvieran que ver con el
mantenimiento de los vínculos entre estos sectores de Berlín y la RFA.

El tratado reconocía que la RFA podría atender consularmente a las


personas con residencia permanente en alguno de los tres sectores occidentales
de Berlín y podría asimismo representar los intereses de esos sectores ante las
organizaciones y conferencias internacionales. A su vez, las tres potencias
occidentales autorizaban a la Unión Soviética a abrir un consulado general en
Berlín-Oeste, que tendría que acreditarse ante las autoridades de los tres
gobiernos.

El tratado reconocía que las comunicaciones entre los sectores


occidentales de Berlín y las zonas limítrofes debían ser mejoradas. De esta
manera, los habitantes de Berlín-Oeste podrían visitar Berlín-Este y la República
Democrática por «motivos familiares, humanitarios, religiosos, culturales o
comerciales o como turistas» con los requisitos que se exigían a las demás
personas que viajaban a esos territorios.301
El «Tratado sobre las Bases de la relación» entre la RFA y la RDA de
1972
La nueva posición del gobierno federal respecto a la RDA en el marco de la
Ostpolitik y su decidida voluntad de acercamiento fue sentida, sin embargo, por las
autoridades de la RDA como una auténtica amenaza. Frente a la tesis sostenida
por el canciller Willy Brandt de que la RFA y la RDA eran dos Estados de la una
misma nación, los dirigentes germano-orientales comenzaron a hablar, a finales de
1969 y comienzos de 1970, de la existencia no ya de dos Estados, sino también
de dos naciones alemanas. El propio Walter Ulbricht, que siempre había abogado
por la unidad nacional, afirmaba ahora, el 19 de enero de 1970, que la «unidad de
la nación es una afirmación no realista» y que «el Sr. Brandt debería, por lo
demás, tener claro que tampoco en la República Federal de Alemania occidental
se puede hablar de unidad de la nación. Entre los Krupp y los Krause, entre los
millonarios y el pueblo trabajador no existe ninguna unidad nacional». 302 Este
distanciamiento del último Ulbricht respecto a la unidad nacional, poco antes de
abandonar su cargo, se acrecentó con el siguiente secretario general del partido
SED, Erich Honecker. En el VIII Congreso del partido, celebrado en junio de 1971,
Honecker defendió la tesis de que en la RDA se había desarrollado una nueva
nación alemana, la nación alemana socialista: el proletariado, tras conquistar el
poder político, se ha elevado a la «clase nacional», constituyendo de esta manera
la nación.303 El concepto de «Alemania» o de «unidad nacional» caen fuera de la
perspectiva de Honecker, para quien las relaciones entre la RFA y la RDA no
deberían ser en el futuro relaciones especiales, «intraalemanas», sino relaciones
como las existentes entre dos Estados cualesquiera. El 17 de diciembre de 1971
afirmaba ante el Comité Central del partido SED que la cuestión nacional alemana
ya había sido decidida por la historia.304

A pesar de las dificultades y de las reticencias, los intentos de acercamiento


del canciller Brandt culminaron en dos encuentros con las autoridades de la RDA.
El primero de ellos tuvo lugar en la ciudad de Erfurt (RDA) el 19 de marzo de
1970, y el segundo en Kassel (RFA) el 21 de mayo de ese mismo año. En este
segundo encuentro, Brandt presentó un programa de veinte puntos, que contenía
ya los elementos fundamentales que recogería el posterior «Tratado sobre las
Bases de la relación» de 1972.305 El gobierno de Bonn quería conseguir una
mejora en las relaciones entre las poblaciones de ambos Estados, partiendo del
principio de que los alemanes de uno y otro Estado formaban una sola nación. Las
relaciones entre ambos Estados debían tomar en consideración las consecuencias
de la segunda guerra mundial, concretamente la especial situación de Alemania y
de los alemanes, «que viven en dos Estados y que, no obstante, son miembros de
una misma nación». El programa de Kassel exigía además que las potencias
vencedoras siguieran conservando sus derechos y responsabilidades sobre Berlín
y sobre Alemania en su conjunto, exigía que se respetaran los acuerdos de las
cuatro potencias sobre Berlín y los vínculos surgidos entre Berlín-Oeste y la RFA.
El tránsito entre ambos Estados debía ampliarse con la mirada puesta en que
pudiera llegarse a la libertad total de movimientos entre los dos Estados. Había
que solucionar igualmente los problemas derivados de la separación de muchas
familias. Asimismo había que establecer una colaboración en los campos del
tráfico, de las comunicaciones postales y telefónicas, y llevar a cabo intercambios
en el campo científico, de la cultura y del deporte, y del medio ambiente. Por parte
del gobierno federal se trataba, en definitiva, de mantener abierta la cuestión
alemana, de conservar la unidad de la nación. La continuidad de la
responsabilidad de las potencias aliadas sobre Berlín y sobre Alemania en su
conjunto y el no reconocimiento de la RDA como un país extranjero, aunque con
acuerdos interestatales en beneficio de las personas, eran los presupuestos para
ello.

Las negociaciones entre los dos Estados para elaborar un «Tratado sobre
las Bases de la relación» comenzaron el 15 de julio de 1971. Todas las partes
implicadas en la cuestión alemana vieron con optimismo la negociación, aunque
las expectativas de cada una de ellas no eran coincidentes entre sí. La RDA
esperaba del tratado su reconocimiento como Estado por parte de la República
Federal. Para la RFA, sólo con un tratado aceptable para ella sería posible la
prevista aceptación de ambos Estados alemanes en la ONU; aceptación, por otra
parte, a la que la República Democrática le concedía un inmenso valor por lo que
le significaría de reconocimiento internacional. Las cuatro potencias, por su lado,
estaban de acuerdo en que la RDA no podía exigir que desapareciera la
responsabilidad común que aún conservaban sobre Alemania en su conjunto. Para
la Unión Soviética, en concreto, el entendimiento entre los dos Estados alemanes
se le presentaba como una condición importante para el éxito de una deseable
conferencia sobre la seguridad en Europa, en cuya celebración tenía especial
interés.

El «Tratado sobre las Bases de la relación» fue firmado el 21 de diciembre


de 1972 en Berlín-Este. 306 El Tratado establecía que ambos Estados alemanes
querían desarrollar relaciones de buena vecindad sobre la base de la igualdad, y
las partes contratantes se remitían expresamente a los principios de la Carta de
las Naciones Unidas como reguladores de sus relaciones: igualdad soberana de
todos los Estados, respeto a la independencia de cada Estado, integridad
territorial, derecho de autodeterminación y respeto de los derechos humanos y
renuncia a la violencia para solucionar los contenciosos entre los Estados. El
artículo 4 del Tratado establecía que «ninguno de los dos Estados puede
representar al otro en la escena internacional ni actuar en su nombre» y el artículo
6 afirmaba que «la soberanía de cada uno de los dos Estados se limita a su
territorio». Ambos Estados se comprometían a regular las cuestiones humanitarias
y prácticas que les afectaban y a fomentar su colaboración en el terreno de la
economía, de la ciencia y de la técnica, del transporte, de las comunicaciones, de
la sanidad, del deporte y la cultura, del medio ambiente y en otros campos. El
problema más difícil, el del reconocimiento de la República Democrática desde el
punto de vista del derecho internacional, no se podía solucionar jurídicamente por
impedirlo la propia Constitución de la República Federal, pero por el Tratado
ambas partes acordaban intercambiarse «representaciones permanentes», no
embajadores.307

El Tratado, sin embargo, no llegó a ningún acuerdo sobre la cuestión


nacional. Más bien, aquél reconocía abiertamente que existían diferencias de
principio entre ambos Estados acerca de cuestiones fundamentales, y entre éstas
se incluía la cuestión nacional. Cada uno de los dos Estados seguiría defendiendo
su propia concepción de la cuestión nacional. Para la RFA existía una sola nación
alemana con dos Estados, mientras que la RDA negaba esta tesis. Para dejar
nuevamente constancia de su posición, el presidente de la RFA envió una Carta
separada —como en el caso del Tratado con la Unión Soviética de 1970—, en la
que expresaba el mantenimiento del objetivo de la reunificación nacional a través
de la libre autodeterminación de los alemanes, así como el hecho de que las
cuatro potencias seguían conservando una responsabilidad compartida sobre las
cuestiones relativas a Alemania en su conjunto.

En el Tratado tampoco se llegó a ningún acuerdo sobre la cuestión de la


«ciudadanía» alemana (Staatsangehörigkeit). De acuerdo con la Ley Fundamental
de la RFA sólo existía una única «ciudadanía» alemana, que poseían todos los
alemanes que vivían dentro de las antiguas fronteras del Deutsches Reich de 31
de diciembre de 1937, incluidos por consiguiente los alemanes de la RDA. Ésta,
por el contrario, insistía, como Estado independiente y soberano, en su propia y
distinta «ciudadanía» alemana.

En todo caso, la década de los setenta se iniciaba para la cuestión alemana


sobre nuevas bases. La política del gobierno federal con los países del Este y en
especial el «Tratado sobre las Bases de la relación» con la RDA marcaba el final
de una época. La RFA reconocía de hecho, aunque no formalmente, la RDA, pero
esto no significaba para aquélla que la cuestión alemana estuviera definitivamente
resuelta. La RDA tuvo que aceptar que las potencias vencedoras de la guerra
seguían conservando competencias sobre Alemania en su conjunto y sobre Berlín,
lo cual implicaba que la idea de Alemania como tal seguía operando como punto
de referencia, con lo que la cuestión alemana continuaba, aunque sobre nuevas
coordenadas, abierta. En todo caso, se llegaba al final de la provisionalidad. Hasta
el final de los años sesenta, las pretensiones de ambos Estados de Alemania
acerca de la unidad nacional implicaban en el fondo un status de provisionalidad
para los dos. Desde 1972, sin embargo, el reconocimiento mutuo de ambos ponía
fin a la situación de provisionalidad. La cuestión sería ahora si ambos Estados se
podrían seguir considerando como pertenecientes a la misma nación y si deberían
regular sus relaciones solamente en el sentido de relaciones de buena vecindad.

4.- ¿Formación de dos naciones alemanas? (1973-1989)

El año 1973 no sólo marca una nueva etapa en las relaciones entre los dos
Estados alemanes y entre éstos y el resto del mundo, sino también en la propia
conciencia de los alemanes respecto a la cuestión alemana. La entrada en vigor
del «Tratado sobre las Bases de la relación» entre la RFA y la RDA parecía
convertir en utópico cualquier proyecto de reunificación nacional. Aunque la
sentencia del Tribunal Constitucional de la RFA, de 31 de julio de 1973, declaraba
que este «Tratado de Bases», que había entrado en vigor el 20 de junio de 1973,
no era contrario al precepto constitucional de la reunificación y no era, en ese
sentido, un Tratado que sellara la división de Alemania, la interpretación general
que se le dio al Tratado en los países del este de Europa y en algunos medios de
comunicación occidentales sí apuntaba, sin embargo, en esa dirección. El
«Tratado de Bases», con todo lo que implicaba, originó una auténtica crisis en la
identidad de los alemanes. En la RDA, sus líderes políticos hablaban ya, no sólo
de la existencia de dos Estados alemanes, sino también de dos naciones
alemanas. En la RFA, cuyos dirigentes no aceptaban en absoluto la tesis de la
RDA sobre la nación, se comenzó en todo caso a reflexionar de nuevo sobre la
identidad de los alemanes.

La sentencia del Tribunal Constitucional sobre el «Tratado de Bases»

El importante «Tratado de Bases» firmado entre los gobiernos de la RFA y


de la RDA en 1972 fue aprobado por el Bundestag de Bonn con el voto en contra
de la mayor parte del grupo parlamentario de los partidos conservadores
CDU/CSU. El Land de Baviera presentó entonces un recurso contra el Tratado
ante el Tribunal Constitucional y éste, en la mencionada sentencia de 31 de julio
de 1973, estableció que el «Tratado de Bases» —que había entrado en vigor el 20
de junio de 1973— no estaba en contradicción con el precepto constitucional de la
reunificación y no establecía tampoco la división de Alemania. 308 En la
fundamentación de la sentencia, el Tribunal establecía que «la Ley Fundamental
[...] parte de que el Deutsches Reich ha sobrevivido a la quiebra de 1945 y no se
ha extinguido posteriormente ni con la capitulación ni con el ejercicio del poder por
parte de las fuerzas de ocupación extranjeras en Alemania. El Deutsches Reich
sigue existiendo, sigue poseyendo capacidad jurídica, aunque no capacidad de
obrar como un Estado completo por falta de órganos, concretamente por falta de
órganos institucionales». Según el Tribunal, con la instauración de la RFA no se
fundó un nuevo Estado alemán occidental, sino que se reorganizó una parte de
Alemania. Por lo tanto, la RFA no es «sucesor jurídico» del Deutsches Reich, sino
que, como Estado, es idéntico con el Estado Deutsches Reich, claro que con
relación a su extensión territorial es «parcialmente idéntico», de modo que la
identidad no puede aspirar a ninguna exclusividad. El poder de la RFA queda
limitado al «ámbito de aplicación de la Ley Fundamental», pero la RFA se siente
también con responsabilidad para toda Alemania. La idea del pueblo alemán en su
conjunto y del poder estatal de toda Alemania es una idea que está «anclada» en
la Ley Fundamental. La RDA pertenece a Alemania y, en sus relaciones con la
RFA, no puede ser considerada como el extranjero. Por esta razón, por ejemplo,
concluye el Tribunal que el comercio entre las zonas de ocupación no era, y
tampoco lo es ahora el comercio interalemán, comercio exterior.
El Tribunal repite, además, viejas afirmaciones, como la de que el mandato
constitucional de la reunificación no sólo tiene significación política, sino que tiene
también contenido jurídico: la reunificación es un precepto jurídico-constitucional,
aunque haya que dejar a los órganos políticos de la RFA la decisión de con qué
medios aspiran a conseguir la reunificación. Pero ningún órgano constitucional
debe dejar de tener como objetivo final la restauración de la unidad política de
Alemania; todos los órganos constitucionales están obligados a actuar en esa
dirección.

En la cuestión de la frontera entre los dos Estados, que ambos se


comprometen a respetar, la sentencia se pregunta si este reconocimiento de las
fronteras es compatible con la Ley Fundamental. A este respecto, la sentencia
dictamina que se trata de una frontera especial, pues es una frontera que se
establece sobre el fundamento de la todavía existente Alemania como conjunto,
tratándose consiguientemente de una frontera similar a la que existe entre los
Länder de la República Federal. Lo que sí considera la sentencia que es
incompatible con el «Tratado de Bases» es el hecho de que en la frontera entre los
dos Estados haya muros, alambradas de espinos, zonas minadas y se den
órdenes de disparar sobre quien intente atravesarla.

El Tribunal Constitucional considera, en resumen, que el «Tratado de


Bases» no es un tratado de la división; su preámbulo reconoce que se firma el
Tratado «sin perjuicio de las diferentes concepciones sobre cuestiones
fundamentales, y entre ellas la de la cuestión nacional». Para la RFA, la cuestión
nacional consiste precisamente en el precepto de la reunificación y al quedar
salvaguardado este precepto por el preámbulo del Tratado, éste está respetando
el mandato constitucional de la Ley Fundamental y no entra en contradicción con
ella.

Era manifiesta, de todos modos, la dificultad para armonizar las


afirmaciones de la sentencia con la realidad política europea, alemana y mundial.
La distancia entre lo pretendido por la Ley Fundamental y la realidad política era
enorme. El objetivo constitucional de la reunificación y la aplicación del «Tratado
de Bases» parecían caminar abiertamente en direcciones opuestas. El «Tratado
de Bases», en efecto, dio paso, muy pronto, a una nueva realidad. Los aliados de
la RFA en la OTAN, por ejemplo, reconocieron diplomáticamente a la RDA, sin que
por ello fueran sancionados por la RFA. Era el final de la doctrina Hallstein, que
había orientado la política exterior de la RFA desde su fundación. El Papa, por su
parte, estableció obispados polacos en los antiguos territorios alemanes al este de
los ríos Oder y Neisse y nombró Administradores apostólicos en territorios de la
RDA que dependían eclesiásticamente de obispados germano-occidentales. Estos
hechos hicieron evidente el comienzo de una nueva fase en la relación entre la
RFA y la RDA y, por consiguiente, en la cuestión alemana.

RDA: La tesis de las dos naciones alemanas


El «Tratado de Bases» de 1972, el ingreso simultáneo de la RDA y de la
RFA en la ONU, en igualdad de condiciones, en el otoño de 1973, el Acta de
Helsinki de 1975 y el nuevo tratado de amistad y cooperación entre la RDA y la
Unión Soviética del 7 de octubre de 1975 dieron un reconocimiento internacional a
la RDA, que emprendió entonces con mayor radicalidad una política de
desmarque y diferenciación respecto a la RFA, a la vez que se desarrollaba un
proceso de normalización de sus relaciones y de incremento de la cooperación
entre ambos Estados.

Esta política de afirmación de la RDA y de delimitación frente a la RFA tuvo


en Erich Honecker, secretario general del SED desde 1971 y presidente del
Consejo de Estado desde 1976, su principal exponente. Como reacción a la
política alemana del gobierno federal —«dos Estados de una misma nación»—,
Honecker y los dirigentes de la RDA intentaron convertir la doble existencia estatal
en una división asimismo de la nación. La manifestación más evidente de esta
nueva política fue la reforma constitucional introducida, en octubre de 1974, en la
Constitución de 1968. Esta reforma eliminó todas las referencias relativas a
«Alemania en su conjunto» y a la «nación alemana» que aún contenía la
Constitución de 1968. La RDA se definía ahora como un «Estado socialista de
obreros y campesinos», suprimiendo la coletilla de 1968 «de la nación alemana».
En vez de esta referencia alemana, el artículo 6 establecía que la RDA «está unida
para siempre y de manera irrevocable con la Unión de Repúblicas Socialistas
Soviéticas», constituyendo una parte integral de la comunidad de Estados
socialistas.

Los congresos del partido SED de los años setenta y ochenta siguieron
operando con la formulación dada por Honecker a la cuestión nacional alemana en
el VIII Congreso del partido en 1971. En aquella ocasión, Honecker había dado un
giro considerable respecto a la política alemana de su predecesor Walter Ulbricht,
para quien la cuestión alemana había sido el alfa y la omega de toda la política del
SED. La política de autoafirmación de la RDA y de diferenciación frente a la RFA
llevó a Honecker a prescindir en términos generales de la cuestión alemana, y,
cuando lo hizo, la abordó desde una perspectiva ortodoxa marxista-leninista. En el
informe general al IX Congreso del SED, celebrado en mayo de 1976, Honecker
no aludió a la cuestión alemana y se centró en otras cuestiones, como el proceso
revolucionario mundial y el incremento de la significación mundial del socialismo.
En el X Congreso, en 1981, sí hubo referencias a las relaciones concretas con la
RFA, que debían desarrollarse sobre la base del principio de la coexistencia
pacífica, al mismo tiempo que se afirmaba que no tenía sentido hacer
declaraciones relativas a Alemania como conjunto. 309 En el XI Congreso, en 1986,
sería Mijaíl Gorbachov, y no Honecker, quien, en su saludo al Congreso, se
referería a la cuestión alemana. Gorbachov se hizo eco en aquella ocasión,
aunque con tono e intención muy distintos al que utilizaría tres años después, de
que «la clase dominante de la RFA sigue hablando de la existencia todavía de una
cuestión abierta en Alemania».310
La política de desmarque y diferenciación frente a la RFA iba
estrechamente unida al concepto de «nación alemana socialista», elaborado con
los ingredientes conceptuales marxistas-leninistas de la lucha de clases. Al
entender la nación como «una forma de desarrollo de las fuerzas productivas y de
la cultura, caracterizada en su concreción histórica por la constelación y efectos de
las diferentes clases socioeconómicas y de sus intereses materiales e ideológico-
culturales»,311 la «cuestión alemana» tenía forzosamente que ser vista de otra
manera: con el enemigo de clase, que ha creado una nación capitalista en la RFA,
no podía haber ninguna comunidad; no podía haber ninguna comunidad nacional
entre los representantes y cómplices del capital monopolista, por una parte, y los
trabajadores, por otra. Operando con esta definición de nación, los dirigentes de la
RDA desembocaban en la afirmación de la existencia de dos naciones en
Alemania, esencialmente irreconciliables entre sí. Desde esta perspectiva, la
cuestión alemana se convertía «en la eliminación del imperialismo y del militarismo
alemán y en la creación de las condiciones de su época» 312 y la reunificación se
condicionaba a la transformación previa de la RFA en una sociedad socialista. La
explicación de la cuestión alemana ofrecida por el Pequeño diccionario político es
muy ilustrativa a este respecto: «La nación alemana fue dividida tras la segunda
guerra mundial por las gran burguesía alemana y los imperialistas extranjeros,
especialmente los Estados Unidos de América, para evitar el desarrollo progresista
y socialista de toda la nación y conservar, al menos en una parte de la antigua
Alemania, las posiciones de poder del imperialismo. Como consecuencia de esta
evolución surgieron dos Estados alemanes con sistemas políticos y sociales
contrapuestos: la socialista RDA y la capitalista-monopolista RFA. En la RDA se
desarrolla y se consolida la nación alemana socialista [...]. La nación alemana
unida es algo del pasado. La nación alemana socialista y la nación alemana
capitalista tienen ciertamente una historia común en el pasado, pero no tienen ni
un presente ni un futuro común [...]. Entre ambas naciones no puede haber
ninguna unificación. El hecho de que entre la nación alemana socialista y la nación
alemana capitalista existan elementos étnicos comunes, que tengan la misma
Nationalität, no afecta en nada a lo anterior. Pues los factores decisivos son los
factores sociales, la base social y el contenido político-social de la nación, y los
factores étnicos sólo son significativos en conexión con los factores sociales,
consiguiendo entonces su carácter de elementos comunes nacionales. También
hay elementos étnicos comunes entre los alemanes, los austríacos, los suizos, los
alsacianos y loreneses franceses, sin que se trate de elementos comunes
nacionales [...]. La cuestión de si posteriormente podrá surgir una única nación
alemana socialista, cuando la clase obrera de la RFA haya logrado, en alianza con
todos los trabajadores, la transformación socialista de la sociedad y de la nación
capitalista, debe quedar abierta actualmente. Que esta posibilidad se realice o no,
depende de condiciones que hoy no se pueden divisar». 313

Que una eventual unificación alemana tendría que quedar subordinada a la


realización previa del socialismo en toda Alemania lo expresó con rotundidad
Honecker en un discurso ante una asamblea de delegados del partido SED, en
Berlín-Este, el 15 de febrero de 1981. Honecker dijo allí que los comunistas
estaban resueltos a continuar la obra de Thalmann, Pieck, Grotewohl y Ulbricht en
el sentido de la doctrina de Marx, Engels y Lenin. Y añadió: «¡[...] cuando hoy
ciertas gentes en el oeste pronuncian mensajes relativos a Alemania en su
conjunto y hacen como si la unificación de ambos Estados alemanes tuviera para
ellos más importancia que su billetera, a nosotros nos gustaría decirles: ¡andad
con cuidado! El socialismo también va a llamar a vuestras puertas un día, y si llega
el día en que las fuerzas productivas de la RFA vayan a la transformación
socialista de la RFA, entonces se planteará la cuestión de la unificación de los dos
Estados alemanes de una manera totalmente nueva. Nadie debería tener duda
alguna de cómo nos íbamos a decidir nosotros entonces». 314

Pero la política oficial de la RDA de proclamar la construcción de la nación


alemana socialista y de prescindir de toda referencia a una pertenencia nacional
común con los alemanes de la RFA no pudo, sin embargo, prosperar realmente.
En torno a 1980, los dirigentes de la RDA recurrieron a las tradiciones alemanas y
prusianas para reforzar la propia nación de la RDA. En esos años, el partido SED
decidió buscar en la historia alemana una mayor consistencia nacional que
reforzara la decreciente fuerza de convicción e integración del marxismo-
leninismo. Esta tendencia se puso de manifiesto en la nueva valoración que
obtuvieron grandes figuras de la historia alemana: la estatua del rey prusiano
Federico el Grande, apreciado ahora como gobernante «ilustrado», volvió a la
avenida Unter den Linden en el centro de Berlín; Lutero recibió una especial
conmemoración en 1983 y fue saludado como «protorrevolucionario burgués»; la
tradición del neohumanismo alemán de comienzos del siglo XIX fue asumida como
una fase preliminar de la propia RDA, e incluso Otto von Bismarck fue visto bajo
una nueva luz. Esta vuelta a la historia alemana no era, sin embargo, totalmente
nueva. Ya en los años cincuenta, el partido SED había adoptado a héroes
militares, como Scharnhorst, y a otras grandes figuras alemanas del siglo XIX,
como Fichte, Arndt o Jahn, como sus propios antepasados. Ahora los dirigentes
eran totalmente conscientes de que la nación de la RDA no podría prosperar sin
contar con un sentimiento nacional alemán. 315 La nueva conciencia de la historia
prusiana y alemana y de la «cultura nacional» alemana fomentada por los
gobernantes de la RDA para crear una identidad nacional, llegó incluso a suscitar
cierta nostalgia o envidia en destacados políticos y pensadores de la RFA. 316

Renacimiento de la cuestión nacional en la RFA

La normalización de las relaciones entre los dos Estados alemanes,


propiciada desde el «Tratado de Bases» de 1972, supuso una considerable
mejora para los ciudadanos de ambos Estados. La concesión de créditos a la RDA
por parte de la RFA contribuyó a incrementar el comercio interalemán. El acuerdo
intergubernamental de 1976 sobre correos facilitó las comunicaciones telefónicas
entre los ciudadanos de ambas partes de Alemania. Y los acuerdos sobre el tráfico
hicieron más fácil los viajes de un lado a otro.
Pero precisamente esta normalización, esta coexistencia pacífica, provocó
en la RFA un renacimiento de la cuestión nacional, expresada básicamente en
términos de crisis de identidad. El «Tratado de Bases» de 1972 establece una
separación entre el nivel normativo —es decir, la oposición entre los sistemas y
valores de uno y otro Estado— y el nivel de la acción práctica —es decir, el de la
cooperación entre los dos Estados por encima de las diferencias en sus sistemas
—. El nivel normativo permanece intacto. El Tratado reconoce la diferencia de
sistemas y de conceptos fundamentales; formaliza en ese sentido el disenso
existente entre la RFA y la RDA respecto al concepto, por ejemplo, de nación. Pero
esto significa al mismo tiempo que el concepto de nación no puede ofrecer, por
tanto, una seguridad para saber dónde se está realmente; no es un punto de
referencia claro. La tensión entre nación cultural y nación política (Estado), y entre
sus consiguientes lealtades, origina una crisis de identidad. Por ello, las preguntas
sobre «quiénes somos», «adónde pertenecemos», «qué nos espera», «qué es lo
alemán», «¿es la RFA un Estado como otro cualquiera o una organización política
parcial de una nación mutilada?», «si la RFA no es algo provisional, ¿qué es
entonces?» fueron abordadas repetidamente durante los años setenta y ochenta.
La reunificación, a pesar del acercamiento y de la cooperación entre los dos
Estados, o precisamente por ello, parecía utópica. Por ello algunos estudios de
opinión detectan en la RFA, desde mediados de los años setenta, el desarrollo de
una conciencia nacional germano-occidental, es decir, referida sólo al Estado de la
RFA y en trance de perder la conciencia nacional alemana general. 317

Al filo del trigésimo aniversario de la fundación de la RFA, aparecieron


numerosas publicaciones sobre la crisis de identidad y la inseguridad de los
alemanes.318 No se hablaba de inseguridad en términos objetivos, pues, a los
treinta años de su existencia, la RFA se había convertido en uno de los Estados
más prósperos y estables de Europa. Estas publicaciones se referían al
sentimiento subjetivo de inseguridad, a la falta de una ubicación intelectual y
emocional firme en el mundo, a la desaparición de unas expectativas de futuro. En
este sentido, los análisis de la situación alemana de finales de los años setenta y
comienzo de los ochenta describían una realidad en términos similares a los que,
una década antes, había empleado el filósofo Karl Jaspers. 319 La superación de la
crisis de identidad no se divisaba en el horizonte inmediato, pues esta cuestión iba
unida a la situación real de escisión entre la nación cultural y la nación política —o,
más bien, naciones políticas—. Algunos intelectuales, como Wolfgang J.
Mommsen, sin embargo, pensaban que esa situación no debería comportar un
alejamiento de la conciencia política germano-occidental respecto a las tradiciones
de la nación cultural alemana. Él se decantaba simultáneamente tanto por una
identidad alemana como por una republicano-federal. El creía concretamente que
la RFA debería ser considerada como representante de la nación cultural alemana,
pues en la RFA se había logrado en una medida considerable una simbiosis entre
las tradiciones alemanas y los ideales occidentales, y creía asimismo que a la
RFA, aun partiendo de la realidad de la existencia de varios Estados alemanes
dentro de la nación alemana, le correspondería en el futuro un papel importante en
Europa en el terreno económico, cultural y también político. Si la RFA cumpliese
ese papel razonablemente, no se habría terminado la cuestión de la identidad
nacional de los alemanes, pero se habría asegurado al menos que, a causa de
ella, no se llegaría a nuevas guerras o conflictos como había ocurrido en los
últimos dos siglos.320

a) Pacifismo y cuestión nacional

En esta situación intelectual y anímica, sin embargo, el movimiento pacifista


alemán elaboró nuevas propuestas para la cuestión nacional y para la identidad de
los alemanes. El pacifismo movilizó a grandes masas y la opinión pública en
general con motivo del «doble acuerdo» sobre el desarme adoptado por los
Estados de la OTAN en 1979. Este «doble acuerdo» fue tomado en respuesta a la
política militar y de defensa seguida por la Unión Soviética durante los años
setenta. A lo largo de esa década, la Unión Soviética había instalado cohetes de
alcance medio, del tipo SS 20, en la parte occidental de su territorio, con los que
amenazaba a Europa occidental, y sobre todo a la RFA, mientras que la OTAN no
disponía de la misma cantidad de cohetes de alcance medio para hacer frente a la
capacidad soviética. En el otoño de 1979, a propuesta del canciller alemán Helmut
Schmidt, los Estados de la OTAN aprobaron el «doble acuerdo». Consistía éste en
una doble propuesta: primeramente, la celebración de negociaciones con la Unión
Soviética con el objetivo de que desmontase sus misiles instalados; si las
negociaciones no prosperasen antes del otoño de 1983, se tenía previsto —era la
segunda parte— el estacionamiento de los Pershing II y los Cruise Missile en
algunos países de la OTAN, siendo la RFA uno de ellos. Las negociaciones
fracasaron y la OTAN instaló sus cohetes de medio alcance en 1983.

En el debate originado por la política de seguridad a finales de los años


setenta y comienzo de los ochenta, algunos pacifistas alemanes introdujeron la
cuestión nacional alemana.321 Y ésta adquirió una nueva perspectiva. «Neutralidad
nacional» fue el nuevo slogan: reunificación de Alemania fuera de las alianzas
militares. Ciertos sectores del movimiento pacifista fomentaron un nuevo
patriotismo, un nuevo nacionalismo que debía afirmar la propia identidad alemana
frente a las superpotencias. La reunificación se les presentaba como una cuestión
de supervivencia, habida cuenta de que ambos Estados alemanes, por su
situación en Europa, estaban expuestos al riesgo de convertirse en escenario de
un enfrentamiento nuclear entre los bloques. De aquí que estuvieran a favor de
que los alemanes tomaran en sus manos su propio destino común. La división de
Alemania, que durante las décadas anteriores había funcionado como condición
de la paz en Europa, es reinterpretada por los pacifistas precisamente en sentido
contrario: la división de Alemania es un peligro para la paz. Con la neutralidad
nacional buscan ciertamente una garantía de seguridad, pero al mismo tiempo
articulan en ella los intereses nacionales de una manera mucho más consciente y
directa que en las décadas anteriores. La izquierda política redescubría así la
cuestión nacional, defendiendo un nacionalismo emancipador —Alemania como
país ocupado— respecto a las potencias de ocupación. Rudi Dutschke, por
ejemplo, hablaba en 1978 de la dificultad de ser alemán y criticaba a la izquierda
alemana por su ceguera ante la cuestión alemana y por su pérdida de sentido
histórico. Frente a la americanización y la rusificación de los alemanes, abogaba
por una recuperación de la conciencia histórica real de los alemanes. 322

b) «Patriotismo constitucional» y cuestión nacional

En 1982, con motivo de la celebración del vigésimo quinto aniversario de la


Academia de Formación Política, en Tutzing, Dolf Sternberger postuló y reivindicó
el «patriotismo constitucional» como el núcleo central de la conciencia política de
los alemanes occidentales.323 El «patriotismo constitucional» significa que los
vínculos que unen a los ciudadanos son los valores democrático-liberales del
Estado de derecho, que son precisamente los que están en la base de la Ley
Fundamental y de todo el sistema político de la RFA. Al determinarse el
fundamento de la comunidad política por los valores constitucionales, Sternberger
estaba separando el «patriotismo constitucional» de la conciencia nacional
alemana, la ciudadanía de la comunidad cultural. Él partía evidentemente del
hecho de la división de Alemania en dos Estados, y de ahí derivaba la posibilidad,
e incluso la necesidad, de orientarse exclusivamente por la RFA y su sistema de
libertades políticas. Él reconocía ciertamente que los alemanes de la RFA no
podían olvidar la nación (cultural) a la que pertenecen ni tampoco la pertenencia
de aquellos alemanes que tienen que vivir en un Estado sin libertades, es decir,
los alemanes de la RDA. Pero llamaba inmediatamente la atención sobre el peligro
de anteponer la nación a los valores constitucionales. «Patriotismo constitucional»
significa también, precisamente, que los valores constitucionales gozan de
prioridad sobre los nacionales, en el sentido de que no pueden abandonarse
aquéllos para conseguir, por ejemplo, la unidad nacional. Los valores del Estado
de derecho, la libertad, son superiores a la unidad de los que integran la nación en
términos étnico-culturales. El «patriotismo constitucional», en definitiva, entiende la
nación esencialmente como «nación política», donde lo nacional queda referido a
un orden constitucional democrático, que no requiere, a su vez, ninguna
legitimación complementaria proveniente de la nación étnico-cultural. El amor a la
patria es, según esta reivindicación de Sternberger, el amor al Estado de derecho
y sus valores.

Jürgen Habermas ha desarrollado y difundido ampliamente este concepto


de «patriotismo constitucional» durante los años ochenta hasta convertirlo en el
centro de una identidad postnacional. Identidad postnacional cristalizada en torno
a los principios universalistas del Estado de derecho y de la democracia, que él
considera que se ha perfilado necesariamente en la RFA, después de que el
nacionalismo quedara totalmente devaluado como fundamento de la identidad
colectiva de los alemanes a causa del delirio racial y la aniquilación de judíos a
que condujo. Habermas es consciente de que las tradiciones nacionales siguen
acuñando todavía formas de vida de distinto alcance. Pero él considera que estas
formas de vida, y las identidades colectivas que les corresponden, ya no necesitan
integrar la identidad nacional de una colectividad, sino que, en vez de ello, es la
idea de los valores humanos universales «la materia dura en la que se refractan
los rayos de las tradiciones nacionales —del lenguaje, la literatura y la historia—
de la propia nación».324

c) Literatura y cuestión nacional

En los años ochenta, los escritores se ocuparon de nuevo de la cuestión


alemana, después de que el tema hubiese sido algo abandonado en la primera
década de la Ostpolitik.325 Algunos, como Einar Schleef, plantearon de manera
muy plástica el problema de la identidad alemana. Al comienzo de su novela
Gertrud se pueden leer las frases siguientes: «mi infancia cayó en los años del
Imperio, el campo de deportes en Weimar, mi matrimonio en la época de Hitler y la
vejez en la RDA».326 Se plantea así la pregunta que durante décadas se hacían los
alemanes, especialmente en los años setenta y ochenta: ¿Dónde está realmente
Alemania? ¿Dónde está la verdadera Alemania? Para otros escritores de los años
ochenta, sin embargo, a diferencia de los escritores de la inmediata posguerra,
que habían escrito directamente contra la división y a favor de la reunificación de
las zonas de ocupación, la antigua cuestión alemana sólo sirve de telón de fondo
para presentar el drama alemán y la cuestión de la identidad de una manera más
compleja. El Saltador del muro, de Peter Schneider, es un ejemplo de ello: se
encuentran aquí deseos de reunificación, sueños de una Alemania unida y neutral,
pero también elementos de crítica a la civilización industrial moderna, sentimientos
antioccidentales, es decir, un conjunto de temas en los que se había discutido la
identidad alemana en los años setenta y ochenta. Los protagonistas pasan el muro
en las dos direcciones, pero sin encontrar lo que realmente buscan. Se han
quedado sin patria por tener una conciencia dividida. Buscan la «otra» Alemania,
pues no pueden reconocer como su nación a ninguno de los dos Estados. 327
También los personajes de Botho Strauss reproducen la inseguridad de la
sociedad alemana en busca de nuevos vínculos de unión, de una nueva guía para
orientarse en la vida.328

Pero otros escritores reflexionaron directamente sobre la división de


Alemania y propusieron fórmulas o modelos para la nueva Alemania que
deseaban. Es el caso de Günter Grass. Partidario del concepto herderiano de
«nación cultural», se manifestó repetidamente en contra de la unificación de los
Estados alemanes, pues «la unidad alemana ha revelado con harta frecuencia su
carácter de amenaza para nuestros vecinos». 329 Lo alemán reside para él
básicamente en la cultura, en el idioma, no en la recuperación de territorios
perdidos. En El encuentro en Telgte (1979), uno de los participantes en el
encuentro de poetas en la Alemania de la guerra de los treinta años dice: «sólo los
poetas sabrían lo que merece la pena llamar alemán. Ellos han formado la lengua
alemana como el último vínculo. Ellos son la otra Alemania, la verdadera». 330

En Martin Walser la idea de la nación cultural le conduce a no poder


identificarse ni con la RFA ni la con la RDA: «la nación, como nación dividida, es
una fuente permanente de destrucción de la confianza. Esta nación se contradice.
Yo soy incapaz de pensar y sentir como habitante de la RFA sólo porque vivo en la
RFA. Pero mucho menos puedo tener como propia la RDA. No puedo defender a
ninguno de los dos Estados alemanes. Todos los procesos de identificación, por
así decir, naturales [...] se ven trastornados por la otra parte de la nación: poco a
poco sé que sólo queda una identificación: la de la contradicción entre ambas
partes alemanas».331 Por eso está en contra de la división de Alemania: «¿por qué
aceptamos la división como una ley natural, a pesar de que podemos comprender
que aquélla surgió de condiciones completamente circunstanciales? Admito que si
la política divide a un pueblo, y esta división tiene, por así decirlo, éxito para
siempre, entonces aquello que fue dividido no era un pueblo. Francia no sería
divisible. Si siguiéramos siendo RFA y RDA, el resultado no sería algo alemán sino
internacional».332 Los protagonistas de su novela Dorle und Wolf (1987) no
entienden la división de Alemania, no comprenden lo que ocurre en la tragedia
interalemana. El dolor por la división de Alemania la expresa el protagonista Wolf
en los siguientes términos: «Los otros viajeros en el andén le parecían como
medias personas. Medias personas iban aquí y allá. Las otras medias estaban en
Leipzig de aquí para allá [...]. Todos tenían el brillo del éxito, pero ninguno parecía
estar contento. No saben lo que les falta. Y, si se les preguntara, ninguno diría que
le falta su otra mitad de Leipzig [...]. Pero están como perdidos en un extremo». 333
Wolf sufre no sólo por la división de Alemania, sino también por tantas
declaraciones de boquilla sobre el tema hechas por quienes se encuentran a gusto
instalados en la división. Y él fracasa en esta novela de espionaje porque cree
precisamente en la unidad de Alemania.

d) El «debate de los historiadores» y la cuestión nacional

También el llamado «debate de los historiadores» sobre la significación del


nacionalsocialismo, iniciado con un artículo de Jürgen Habermas en el semanario
Die Zeit el 11 de julio de 1986, tenía que ver en última instancia con la cuestión de
la identidad de los alemanes. El debate abordó básicamente tres grandes
cuestiones y las tres confluían en una reflexión sobre la carga de la propia historia
y cómo afrontarla. La primera de ellas hacía referencia a la singularidad del
nacionalsocialismo: ¿constituían el nacionalsocialismo y sus crímenes algo
realmente singular o sus delitos eran comparables a los de otros regímenes
políticos contemporáneos? La segunda cuestión giró en torno a la historificación
del nacionalsocialismo, es decir, en torno a su explicación desde el contexto
histórico concreto. El problema que se planteaba aquí era si semejante intento de
historificación no conducía a una relativización de los crímenes del
nacionalsocialismo. Y la tercera gran cuestión tenía que ver con la función de la
historia: ¿debía la historia crear una identidad entre los miembros de la
colectividad?, ¿debía ponerse la historia al servicio de objetivos políticos para
crear un consenso colectivo? Las tres cuestiones tenían que ver, en último
término, con la cuestión de la asunción de la «carga del pasado» por parte de los
alemanes y cómo esta carga tenía que afectar a la propia identidad nacional. La
«carga de la historia» se discutió, en definitiva, como una cuestión de la identidad
nacional.334

Balance de dos décadas

La política de distensión y cooperación entre los dos Estados alemanes,


iniciada con fuerza a partir del «Tratado de Bases» de 1972, continuó durante los
años ochenta, incluso después del cambio de gobierno en la República Federal,
en octubre de 1982, que llevó al poder a una coalición integrada por el partido
demócrata-cristiano (CDU), el partido social-cristiano (CSU) y el partido liberal
(FDP). Este gobierno, presidido por el canciller Helmut Kohl, procuró mantener y
ampliar las relaciones con la RDA. La visita oficial de Erich Honecker a la
República Federal, del 7 al 11 de septiembre de 1987, parecía consagrar la
realidad de la coexistencia pacífica de los dos Estados alemanes. En el contexto
de una tensión creciente entre los Estados Unidos y la Unión Soviética tras la
invasión soviética de Afganistán, ambos gobiernos alemanes se declararon a favor
de la paz y de la seguridad en Europa e hicieron público su compromiso en esa
tarea. Los gobernantes alemanes, en definitiva, se habían instalado en la realidad
de la división estatal de Alemania y procuraban mejorar al máximo las relaciones
entre los alemanes de uno y otro Estado.

La política oficial alemana siguió el camino de la década anterior, aunque


algunas fuerzas políticas y algunos grupos sociales de la RFA no estaban de
acuerdo con el statu quo alcanzado con la Ostpolitik. Representantes de
organizaciones de desplazados existentes en la República Federal 335 y algunos
representantes del ala derecha de los partidos CDU y CSU continuaban
insistiendo en que, a pesar del «Tratado de Varsovia» de 1970, los territorios al
este de los ríos Oder y Neisse pertenecían, desde un punto de vista jurídico, a
Alemania, lo que provocaba reproches de «revanchismo» por parte de Polonia y la
Unión Soviética. Dirigentes del partido socialdemócrata, SPD, sin embargo,
hablaban de que la cuestión alemana ya estaba cerrada y que sólo restaba
contribuir a mejorar las condiciones de vida de los habitantes de la RDA. Algunos
miembros del SPD incluso se declararon a favor del reconocimiento de la
«ciudadanía (nacionalidad) RDA».

En la segunda mitad de los años ochenta nada hacía sospechar que la


cuestión alemana pudiera convertirse de nuevo en un asunto de la política
internacional y que pudiera llegarse a una solución. La llegada de Mijaíl
Gorbachov a la Secretaría General de PCUS en la Unión Soviética, en marzo de
1985, no había producido ningún cambio inmediato en la cuestión alemana.
Cuando el 9 de noviembre de 1989, ante el asombro del todo el mundo, se abrió el
muro de Berlín —signo de la división de Europa y de Alemania— la cuestión
alemana pasó de nuevo a un primer plano de la política internacional y alemana.

5.- De la caída del muro de Berlín a la unificación de Alemania (1989-


1990)

Evolución interna de la RDA

Durante los meses anteriores a la caída del muro de Berlín se había


producido una huida masiva de ciudadanos de la RDA hacia la República Federal.
Este acontecimiento que ponía de manifiesto el profundo malestar interno en la
RDA, contribuyó poderosamente a la caída del sistema. El desencadenante de
esta ola de refugiados que, en el verano de 1989, pasaron a la República Federal
a través de Hungría, Checoslovaquia o Polonia, fue la eliminación de los
dispositivos de seguridad en la frontera húngaro-austríaca. El 27 de junio de 1989
los ministros de Asuntos Exteriores de Hungría y de Austria cortaron un trozo de la
alambrada fronteriza entre ambos países, en un bosque de las cercanías de
Sopron. Este acto simbólico quería responder a las buenas relaciones existentes
entre las super-potencias, así como a la nueva política de la Unión Soviética bajo
Gorbachov y a la voluntad de los pueblos de Hungría y de Austria. Aunque la
apertura de la alambrada —la frontera verde— no significaba la eliminación de los
controles fronterizos, se había abierto realmente una brecha en el «telón de
acero».

Durante ese mismo verano, sin embargo, las autoridades de la RDA


seguían proclamando la buena salud política de su Estado, que no consideraban
en absoluto necesitado de reformas. Pero muchos de sus ciudadanos
aprovechaban las vacaciones en Hungría o en Checoslovaquia para intentar pasar
a la RFA a través de la frontera húngaro-austríaca. La presión de miles de
habitantes de la RDA iba en aumento y las negociaciones entre el gobierno de
Hungría y de la RFA condujeron finalmente, el 10 de septiembre de 1989, a que el
gobierno de Hungría permitiera la salida de los refugiados de la RDA hacia la RFA.
Esperaban la salida unas seis mil personas. Desde la apertura de la frontera
húngaro-austríaca serían más de cuarentamil las personas que pasaron a la RFA
a través de Austria. Los esfuerzos de los representantes diplomáticos de la RDA
en Budapest por convencer a estas personas para que regresaran fueron
infructuosos. Los ciudadanos de la RDA no sólo intentaron huir por la frontera
húngaro-austríaca, sino también a través de las embajadas de la RFA en
Budapest, Praga y Varsovia y de la Representación Permanente del gobierno
federal en Berlín (Este).

A pesar de esta huida masiva, el Ministerio de Asuntos Exteriores de la


RDA declaraba el 1 de octubre de 1989 que los ciudadanos que habían huido
habían pisoteado los valores morales básicos y se habían autosegregado ellos
mismos de la sociedad, por lo que no había que llorar por ellos. 336 Pocas semanas
después, sin embargo, cambiaba radicalmente la situación. El 9 de noviembre,
Schabowski, miembro del Politburó del partido SED, anunciaba en una rueda de
prensa televisada la libertad para salir de la RDA y, concretamente, la posibilidad
de pasar directamente a la RFA y al Berlín-Oeste sin necesidad de hacerlo a
través de terceros países. Los berlineses del Este acudieron en masa hacia los
pasos fronterizos entre las dos partes de la ciudad y alrededor de las diez de la
noche se abrió la frontera. Algo similar ocurría en los puestos fronterizos entre la
RDA y la RFA. Al día siguiente, el alcalde de Berlín resumía el estado de ánimo de
los alemanes con las siguientes palabras: «el pueblo alemán fue el pueblo más
feliz del mundo en la noche del jueves al viernes». 337

Junto al fenómeno de la huida masiva, otros movimientos de protesta se


habían desarrollado en la RDA en los meses anteriores a la apertura de la frontera
interalemana. En la ciudad de Leipzig se habían venido celebrando durante el mes
de septiembre, todos los lunes por la tarde, concurridas manifestaciones después
de las oraciones por la paz en la Nikolaikirche. A lo largo del mes de septiembre se
organizaron varias agrupaciones de ciudadanos, como Demokratischer Aufbruch o
Demokratie jetzt, que canalizaban las protestas. El sínodo anual de la Iglesia
evangélica pidió también una reforma del sistema para que diera cabida a un
pluripartidismo efectivo, una nueva ley electoral y una política pluralista en los
medios de comunicación.338 Todas estas reivindicaciones fueron rechazadas por el
partido SED. Igualmente rechazada fue la solicitud de la agrupación Neues Forum
para constituirse en una asociación política. Pero las manifestaciones a favor de
una transformación democrática de la RDA iban en aumento.

Las autoridades, por el contrario, no estaban dispuestas a reconocer


ninguna necesidad de cambio. La celebración del cuadragésimo aniversario de la
fundación del Estado de la RDA, a comienzos de octubre de 1989, pretendía no
hacerse eco de la situación creada por la huida masiva de ciudadanos y por las
reivindicaciones democráticas manifestadas asimismo masivamente a lo largo del
mes de septiembre. Sin embargo, uno de los invitados a la celebración del
aniversario, el secretario general del partido comunista soviético, Mijaíl Gorbachov,
lanzó un aviso para navegantes en una rueda de prensa celebrada antes de los
actos conmemorativos. Gorbachov declaró que la Unión Soviética conocía bien a
sus amigos alemanes y su capacidad para aprender de la vida y sacar las
consecuencias necesarias: «los peligros, dijo, sólo acechan a quienes no
reaccionan ante la vida».339

Las manifestaciones a favor de la democratización del régimen continuaron,


y con mayor fuerza, en todas las grandes ciudades de la RDA. El partido SED
reaccionó ahora con una declaración, el 11 de octubre, en la que convocaba a
todo el pueblo a debatir conjuntamente sobre todas las grandes cuestiones. Los
grupos de oposición recibieron esta declaración con el mayor escepticismo y el 16
de octubre tenía lugar en Leipzig la mayor manifestación de protesta en toda la
historia de la RDA. Entre ciento veinte mil y ciento cincuenta mil personas se
manifestaron a favor de las reformas y corearon el «wir sind das Volk» («nosotros
somos el pueblo»). En una sesión especial del comité central del SED, fue
sustituido Erich Honecker por Egon Krenz como secretario general, que pocos
días después fue elegido además por el Parlamento de la RDA como presidente
del Consejo de Estado y presidente del Consejo de Defensa Nacional. Pero la
oposición no se daba por satisfecha con estos cambios. Siguieron produciéndose
manifestaciones masivas hasta que el 7 de noviembre dimitió el gobierno presidido
por Willi Stoph. El 9 de noviembre se abría la frontera interalemana.

Un nuevo jefe de gobierno, Hans Modrow, dio a conocer su programa de


gobierno el 17 de noviembre. 340 Este político, proveniente de Dresde y con fama
de haber sido un oponente de Honnecker, intentó estabilizar la situación y
recuperar la confianza de los ciudadanos. Su programa de gobierno contenía tres
elementos importantes: solicitaba la confianza de los ciudadanos, daba a conocer
los principios que su gobierno quería mantener y establecía ciertas medidas a
adoptar. En cuanto a lo primero, la declaración de Modrow prometía transparencia
y honradez, orden y fidelidad a la ley, ahorro y competencia. La garantía de esto
debía ser la apertura de las fronteras. En cuanto a los principios por los que quería
guiarse en su acción de gobierno eran los mismos principios sobre los que se
asentaba la RDA, pero con la voluntad de renovarlos. El gobierno se declaraba un
gobierno del socialismo y de la paz. Por último, las medidas concretas que
anunció eran un poco vagas: mejora de la economía, ampliación del Estado de
derecho y la reforma de la administración.

A pesar de esta declaración de gobierno de Modrow, las manifestaciones de


protesta siguieron celebrándose. En todo caso, el gobierno Modrow introdujo una
serie de reformas constitucionales y políticas importantes, que prepararon a la
RDA para las elecciones generales de marzo de 1990. Se eliminó el papel director
del partido SED y se cambió su nombre por el de PDS (Partido del Socialismo
Democrático). Durante estos meses —de noviembre de 1989 a marzo de 1990—
desempeñó asimismo un papel muy importante en la evolución interna de la RDA
la llamada «Mesa Redonda», que empezó a celebrar sus reuniones a partir del 7
de diciembre de 1989. Por invitación de la Iglesia evangélica y de la católica,
tomaron parte en ella representantes de los partidos políticos oficiales y de los
nuevos grupos. La «Mesa Redonda», sin tener funciones parlamentarias ni de
gobierno, actuó como un organismo de deliberación y de propuestas de cara a la
opinión pública.
Por lo que respecta a las relaciones entre los dos Estados alemanes,
Modrow había manifestado en su declaración de gobierno que los dos Estados
tenían que respetarse absolutamente y dar un ejemplo de coexistencia
cooperativa, ampliando y desarrollando los ámbitos de la cooperación mutua,
completándose con la creación de una «comunidad contractual».

A estas declaraciones le contestaría el canciller federal, Helmut Kohl, con


un «Programa de Diez Puntos para la Superación de la División de Alemania y de
Europa», que expuso ante el Bundestag de Bonn el 28 de noviembre de 1989.
Este programa, aceptando la idea de la «comunidad contractual» propuesta por el
jefe de gobierno de la RDA, Modrow, va más allá y propone como objetivo final la
formación de un Estado federal después de haberse desarrollado previamente
estructuras confederales entre los dos Estados. Todo el proceso debería hacerse
en el marco de la Comunidad Europea y de la Conferencia para la Seguridad y
Cooperación en Europa. Aunque la propuesta del canciller federal no tenía plazos
prefijados, tres serían las fases por las que habría que pasar para llegar finalmente
a la unificación alemana. En una primera fase tendrían que realizarse elecciones
libres en la RDA, lo que requería cambios esenciales en su Constitución para
permitir que partidos independientes y libres pudieran competir con los partidos
oficiales en igualdad de condiciones. La segunda fase tendría que dar forma a una
estructura confederal que incluiría un comité gubernamental conjunto para
coordinar la política y un comité formado por miembros de ambos parlamentos.
Esta estructura confederal no significaría una pérdida de soberanía para ninguno
de los dos países. La tercera y definitiva fase sería la implantación del sistema
federal en toda Alemania mediante la creación de Länder en la RDA.341

El programa del canciller federal encontró una importante oposición en


grupos y partidos políticos de la RDA. El propio jefe de gobierno, Modrow, insistía
en diciembre en que los dos Estados alemanes deberían seguir existiendo con sus
particularidades. De esa opinión participaba también la «Mesa Redonda», pues
solicitaba que no se cuestionara la soberanía e identidad de ninguno de los dos
Estados, es decir, que no se «vendiera» la RDA a la RFA. La mayoría de los
escritores e intelectuales de la RDA, y muchos también de la RFA, se
manifestaron en contra de la unificación y a favor de conservar una identidad de la
RDA para realizar un auténtico socialismo, que el anterior régimen estalinista no
había realizado. Las palabras del escritor Stefan Heym en noviembre de 1989
reflejaban esta posición mayoritaria de los intelectuales. Heym, que había hecho
un llamamiento el 4 de noviembre de 1989, en la Alexanderplatz de Berlín, para
que el pueblo tomara el poder y realizara el verdadero socialismo, completaba su
llamamiento el 26 de noviembre para que no se vendiera la RDA a la RFA: «aún
tenemos la posibilidad de desarrollar una alternativa socialista a la República
Federal, dentro de una vecindad de iguales con todos los Estados de Europa. Aún
podemos recordar los ideales antifascistas y humanistas de los que partimos». 342 A
uno de los fundadores del nuevo grupo Neues Forum le parecía enervante que
algunos partidos de la RFA hablaran de los hermanos y hermanas del Este y pedía
que los alemanes dejaran sus tambores nacionales en el trastero después de
haber causado dos guerras mundiales.343 Pocos intelectuales o escritores se
manifestaron en contra de esta posición mayoritaria, 344 pero, a pesar de esas
declaraciones mayoritarias de los intelectuales y de los nuevos grupos políticos, la
«revolución» dio un giro muy importante cuando los manifestantes de Leipzig
comenzaron a proclamar «nosotros somos un pueblo». Del «nosotros somos el
pueblo» se pasó a esta nueva reivindicación, que demandaba urgentemente la
unificación nacional. En la campaña electoral para las elecciones generales del 18
de marzo de 1990, el tema de la unificación fue predominante. Los partidos
participantes en la campaña estaban divididos sobre el camino y sobre el ritmo a
seguir. El partido socialdemócrata (SPD), los liberales (Bund Freier Demokraten) y
los partidos integrantes de «Alianza por Alemania» (Allianz für Deutschland)
estaban a favor de una unificación rápida. Por el contrario, el partido del
socialismo democrático (PDS), «Alianza 90» (Bündnis 90), los demócratas
nacionalistas (National-Demokratische Partei Deutschlands), el partido de los
campesinos (Demokratische Bauernpartei Deutschlands) y los grupos ecologistas
estaban a favor de que se mantuviera una identidad de la RDA. Las elecciones
dieron un amplio triunfo a los partidarios de una unificación rápida 345 y se formó un
gobierno de gran coalición, presidido por el demócrata cristiano Lothar de Maizière
e integrado por los partidos de la coalición «Alianza por Alemania» el partido
socialdemócrata SPD y la federación liberal BFD.

Como los partidos vencedores en las elecciones estaban a favor de una


pronta unificación con la RFA, se renunció a hacer una nueva Constitución para la
RDA. La tarea del nuevo parlamento y del nuevo gobierno consistió en introducir
las transformaciones necesarias para que la RDA se fuera organizando como un
Estado de derecho, democrático, liberal, federal y ecológico.

Entre las medidas tendentes hacia la unificación con la RFA, una


especialmente importante fue la firma entre ambos gobiernos, el 18 de mayo de
1990, del tratado por el que se establecía la unión monetaria, económica y social a
partir del 1 de julio. Este tratado, aprobado por la Volkskammer de la RDA y el
Bundestag de Bonn el 21 de junio de 1990, establecía el Deutsche Mark de la RFA
como moneda común para toda la zona monetaria unificada y establecía asimismo
como base de la unión económica la economía social de mercado. Todas las
disposiciones constitucionales de la RDA que fueran en contra de esta unión no
podrían ser ya aplicadas.346 Pocas semanas después, el 23 de agosto de 1990, la
Volkskammer de la RDA aprobaba el ingreso de la RDA «en el ámbito de
aplicación de la Ley Fundamental de la República Federal», por la vía de su
artículo 23, con efectividad de 3 de octubre de 1990. 347 El 31 de agosto, los
gobiernos de la RDA y de la RFA firmaban un tratado «sobre la construcción de la
unidad de Alemania», el «Tratado de la unificación». Este documento, de más de
mil páginas, contenía todos los detalles y plazos para el proceso de armonización
de las leyes de la RDA con las de la RFA. 348

El 3 de octubre de 1990, después de que las potencias vencedoras de la


segunda guerra mundial hubieran renunciado a sus derechos sobre Alemania en
su conjunto y sobre Berlín, desaparecía la RDA, al integrarse sus recientemente
constituidos Länder en la República Federal de Alemania.

Posición de las potencias ante el proceso de unificación

Entre todos los factores que contribuyeron a la caída del muro de Berlín y
del régimen político de la RDA —que conducirían finalmente a la unificación de
Alemania—, ninguno fue tan importante como el cambio político introducido por
Mijaíl Gorbachov en la política interior y exterior soviética. A la altura de 1989, esos
decisivos cambios ya habían adquirido forma en las relaciones Este-Oeste y en las
relaciones entre la Unión Soviética y sus aliados. La renuncia a la doctrina
Breznev por parte de Gorbachov significaba una cisura importante en la política
exterior de la Unión Soviética respecto a sus aliados. La nueva política de
Gorbachov partía del principio de que el poder militar soviético no debía tener en
adelante la función de garantizar el monopolio de poder de los partidos comunistas
en los países aliados de la Unión Soviética. Esta nueva política se ganó la
credibilidad de todos con la retirada unilateral de cincuenta mil soldados soviéticos
de Europa central y oriental.

La nueva política de Gorbachov tendría que afectar antes o después a la


cuestión alemana. Pero hasta comienzos de 1989 la política alemana de la Unión
Soviética parecía discurrir todavía por las vías tradicionales. Gorbachov había
abordado la cuestión alemana en una visita del canciller federal, Helmut Kohl, a
Moscú en octubre de 1988, pero había confiado su solución al devenir de la
historia, a la vez que le manifestaba al canciller Kohl sus deseos de que las
relaciones entre los dos Estados alemanes mejoraran en el marco de unas
mejores relaciones Este-Oeste. Pero en la visita de Gorbachov a Bonn en el
verano de 1989, sin embargo, se produjo un considerable cambio en la posición
del dirigente soviético, tal como se desprendía de la declaración conjunta firmada
por Kohl y Gorbachov al término de su visita. Esta declaración conjunta se refería
expresamente al «derecho de todos los pueblos y Estados a determinar libremente
su destino», al «respeto absoluto de la integridad y seguridad de todos los
Estados» y al respeto de los principios y normas del derecho internacional. En el
contexto de los acontecimientos del verano de 1989, esta declaración significaba
en la práctica el reconocimiento del derecho a la autodeterminación de Alemania
sobre la base de elecciones libres.349

Esta importante declaración, que constituía en realidad una afrenta para los
inmovilistas dirigentes políticos de la RDA, hizo aun más profunda la crisis en la
élite del partido SED. La debilidad del régimen se revelaría en toda su dimensión
con el éxodo masivo de sus ciudadanos a partir del mes de septiembre de 1989,
que ha sido mencionado anteriormente. La posición de Gorbachov respecto a la
política inmovilista de la RDA no dejó lugar a dudas, cuando en octubre de ese
mismo año, con motivo de la celebración del cuadragésimo aniversario de la
fundación de la RDA dijo con total claridad que «a quien llega demasiado tarde, la
vida lo castiga».

A pesar de la declaración conjunta de Gorbachov y Kohl en el verano de


1989 y de la plena conciencia por parte de los dirigentes soviéticos de la
inestabilidad política a que estaba sometida la RDA, la política soviética respecto a
la cuestión alemana, sin embargo, continuó operando con la tesis de la existencia
de dos Estados alemanes, sin poner en cuestión este planteamiento. Todavía en
diciembre de 1989, las manifestaciones oficiales soviéticas consideraban peligroso
ignorar la realidad jurídica que se había producido después de la segunda guerra
mundial y se referían concretamente a las limitaciones del derecho a la
autodeterminación de los alemanes derivadas de aquella realidad. 350 Pero el veloz
derrumbamiento del régimen comunista en la RDA condujo a una relativamente
rápida reformulación de la política alemana de la Unión Soviética. En enero de
1990, la política soviética se decantaba a favor de la unificación de Alemania,
aunque sólo bajo la condición de neutralidad de la Alemania unificada. Pero pocas
semanas después, Gorbachov dio un giro trascendental. En la visita efectuada a
Moscú por el canciller federal, Kohl, y el ministro de Asuntos Exteriores, Genscher,
durante los días 10 y 11 de febrero de 1990, el dirigente soviético dio a conocer
que la Unión Soviética no sólo aceptaba la unificación alemana, sino que estaba
de acuerdo en que la unificación se realizara de acuerdo con los principos del Acta
Final de Helsinki. Esto significaba el derecho de Alemania a decidir libremente su
pertenencia a cualquiera de las Alianzas militares. No obstante, a lo largo de los
meses siguientes, los dirigentes soviéticos todavía harían numerosas propuestas,
a veces contradictorias entre sí, con relación a la pertenencia de una Alemania
unificada a las alianzas militares existentes. Esta diversidad de propuestas
reflejaba, por su parte, los distintos planteamientos de los distintos grupos políticos
soviéticos, inmersos ellos mismos en un importante proceso de transformación
política. Sin embargo, el cambio de política respecto a la unificación alemana
anunciado por Gorbachov en febrero de 1990 se confirmó unos meses después en
la cumbre soviético-norteamericana de mayo-junio de 1990, en la que Gorbachov
mostró su conformidad con la propuesta del presidente Bush, que iba en la misma
dirección de la formulada por él mismo en febrero. La aprobación definitiva de la
unificación alemana por parte del dirigente soviético la obtuvieron los gobernantes
alemanes en el encuentro entre Gorbachov y Kohl celebrado en el Cáucaso, en
julio de 1990. Gorbachov consideró entonces plenamente satisfactorios todos los
acuerdos que se habían logrado ya sobre la unificación alemana y dio asimismo
su aprobación a la permanencia de una Alemania unificada en la OTAN.

A diferencia de la Unión Soviética, la posición de los Estados Unidos


respecto a la unificación de Alemania fue siempre muy positiva desde los primeros
acontecimientos de 1989. Los Estados Unidos tampoco tenían las cargas y los
recuerdos históricos de Francia y de Gran Bretaña contra Alemania. Mientras que
estas dos últimas potencias veían en la reunificación alemana el nacimiento de
una nueva gran potencia, que podía resucitar viejos temores, para los Estados
Unidos, sin embargo, se trataba, ante todo, de un triunfo de sus propios valores,
tras varias décadas de lucha contra el expansionismo soviético y la hegemonía de
Moscú en Europa central y oriental. En este sentido, la actitud de los últimos
presidentes norteamericanos había sido siempre muy favorable hacia la
unificación alemana. En junio de 1987, el presidente Reagan había pedido a
Gorbachov que derribara el muro de Berlín, y, en mayo de 1989, el presidente
Bush le había manifestado que le gustaría mucho la unificación alemana. Por esto,
cuando se derrumbó el régimen de la Alemania del Este, Washington interpretó
estos acontecimientos como el comienzo del fin del orden europeo de la
posguerra; todos los pasos que se dieran a partir de entonces habrían de
considerarse como piezas del nuevo orden a levantar sobre las ruinas de la
división anterior Este-Oeste.

Para la cumbre soviético-norteamericana de Malta, los días 2 y 3 de


diciembre de 1989, Washington preparó un plan para apoyar decididamente la
unificación alemana en el contexto de una Europa libre y unida, de la que la propia
unificación alemana sería una pieza básica. Esta actitud norteamericana tan
positiva no sólo se basaba en el deseo de apadrinar al país económicamente más
potente de Europa —que podría ser, sin duda, un socio muy apreciado—, sino
también en la voluntad de evitar la repetición de la experiencia histórica del
Tratado de Versalles y el aumento del radicalismo de derechas en Alemania tras la
primera guerra mundial.351 Por esta razón, los principios de la política
norteamericana para la unificación alemana, tal como quedaron formulados por la
diplomacia norteamericana tras el Programa de Diez Puntos del canciller federal
de 28 de noviembre de 1989, se resumían en cuatro puntos: a) la unificación debía
realizarse permaneciendo Alemania en la OTAN; b) habría que tomar en
consideración asimismo los derechos y responsabilidades de los aliados; c) la
unificación debería hacerse progresiva y pacíficamente, y d) con el reconocimiento
de las fronteras de la posguerra.352

Las otras dos potencias, Francia y Gran Bretaña, tenían una posición
similar entre sí, aunque con algunas diferencias. Algunas voces de la vida pública
de esos países se alzaron contra la unificación de Alemania, pero los gobiernos de
ambos países dieron su conformidad al proceso de unificación. En un primer
momento, tanto Francia como Gran Bretaña jugaron con la idea de que se
mantuvieran algunos elementos de los derechos de las cuatro potencias sobre
Alemania. Pero, desde el momento en que se llegó a la fórmula 2 + 4 en la
Conferencia «Cielos abiertos» de Ottawa, el 13 de febrero de 1990, ambas
potencias defendieron sin reservas la idea de que la Alemania unificada fuera
totalmente soberana. Aunque ambas potencias apoyaron la permanencia de
Alemania en la OTAN, su política en este punto era algo diferente. Mientras que
Inglaterra quería que se mantuviera la situación actual, Francia, sin embargo, tenía
importantes reservas respecto al hecho de que fuera precisamente la OTAN la
institución sobre la que se construyera el nuevo orden después de la guerra fría.
Pero, en cualquier caso, las dudas iniciales de Francia y de Gran Bretaña no
tuvieron ningún efecto negativo duradero sobre sus relaciones con Alemania, pues
los vínculos que se habían establecido entre los tres países después de la guerra
eran realmente muy sólidos.353
La conferencia 2 + 4

La decisión de las cuatro potencias a favor de que la Alemania unificada


tuviera una soberanía plena obligaba a encontrar un procedimiento para poner fin
a los derechos de las cuatro potencias sobre Alemania. Estos derechos habían
surgido con la ocupación militar de Alemania al final de la segunda guerra mundial
y, aunque la administración conjunta por parte de las cuatro potencias había hecho
crisis y había terminado realmente en 1948, sus derechos, sin embargo, habían
seguido en vigor. Los derechos sobre Berlín y Alemania en su conjunto habían
subsistido aun después del final de la ocupación de la RFA por los aliados
occidentales y de la RDA por la Unión Soviética en los años cincuenta.

Poco después de la caída del muro de Berlín, y por expreso deseo de los
soviéticos, se celebró en Berlín el 11 de diciembre de 1989 una reunión de los
embajadores del Consejo de Control Aliado de las cuatro potencias para tratar de
la nueva situación. Esta reunión produjo, sin embargo, una impresión negativa en
la opinión pública internacional. Se había revivido una imagen de la coalición anti-
Hitler, que no casaba bien con la situación de la RFA como un Estado democrático
y socio y aliado de algunos de sus antiguos vencedores. Por eso se buscó otra
fórmula distinta para tratar la situación de los derechos de las cuatro potencias
sobre Alemania. Esta fórmula se halló finalmente en la Conferencia «Cielos
abiertos» de la Conferencia para la Seguridad y Cooperación en Europa,
celebrada en Ottawa el 13 de febrero de 1990. Allí se llegó al acuerdo de que los
dos Estados alemanes participaran conjuntamente con las cuatro potencias en la
negociación sobre los aspectos exteriores de la unificación. Esta fórmula —dos
Estados alemanes más las cuatro potencias vencedoras de la guerra— tenía
además la virtualidad de fijar y limitar claramente qué Estados debían participar en
las conversaciones sobre la unificación de Alemania: ésta no sería negociada ni en
el marco de todos los Estados europeos ni en una gran conferencia de paz.

Las negociacionnes 2 + 4 recibieron un fuerte impulso cuando el Bundestag


de la RFA y la Volkskammer de la RDA hicieron una declaración común, el 21 de
junio de 1990, por la que ambos Parlamentos manifestaban no tener ninguna
reivindicación territorial contra Polonia y por la que se declaraban a favor de que
un tratado internacional confirmara la frontera actual.

Las negociaciones 2 + 4 terminaron con la firma de un Tratado por las seis


partes participantes, en Moscú, el 12 de septiembre de 1990. 354 De acuerdo son su
artículo 7º, las cuatro potencias ponían fin a sus derechos y responsabilidades en
relación con Berlín y Alemania en su conjunto, obteniendo Alemania plena
soberanía sobre sus asuntos internos y exteriores. El artículo 1 establecía que la
Alemania unificada comprendía los territorios de la RFA, de la RDA y de Berlín
entero. El tratado debía entrar en vigor el día en que se presentara ante el
gobierno alemán la última ratificación. Pero, el 1 de octubre de 1990, las cuatro
potencias hicieron una declaración conjunta en Nueva York por la que suspendían
sus derechos sobre Alemania y Berlín durante el tiempo que transcurriera entre la
unificación de Alemania y la entrada en vigor del tratado. 355 Con esta modificación,
cuando la unificación se hizo efectiva el 3 de octubre de 1990 al integrarse los
Länder de la RDA en el ámbito de ampliación de la Ley Fundamental de la RFA, ya
no existía ningún impedimento ni ninguna limitación de carácter internacional para
la Alemania unificada.

La situación de Berlín

Dentro de la división de Alemania, la situación de Berlín presentaba rasgos


específicos. Después de que se formaran dos administraciones separadas —en el
sector soviético y en los tres sectores occidentales, respectivamente—, 356 el
Berlín-Oeste no pudo integrarse plenamente en la organización estatal de la RFA.
El statu quo de Berlín-Oeste fue finalmente determinado en el acuerdo de las
cuatro potencias, de 3 de septiembre de 1971, y completado por el acuerdo de
tránsito entre la RFA y la RDA, de 17 de diciembre de 1971.

En el proceso de unificación de Alemania, la situación jurídica de Berlín fue


adaptándose a las nuevas circunstancias a lo largo del año 1990. El 8 de junio de
1990, los aliados occidentales suspendieron la prohibición que pesaba sobre los
berlineses —occidentales— de no poder elegir diputados de pleno derecho para el
Bundestag de Bonn. En ese momento todavía se afirmaba que Berlín no formaba
una parte constitutiva de la RFA, pues para ello se habría necesitado de la
aprobación de la Unión Soviética, como la cuarta potencia con competencias
sobre Berlín, de acuerdo con el mencionado tratado de 1971. Otra paradoja en el
camino hacia la integración de Berlín en la RFA se había producido cuando, el 6
de mayo de 1990, la parte oriental de la ciudad había elegido, en elecciones libres,
una asamblea municipal nueva. Esta asamblea aprobó una constitución para
Berlín el 23 de julio de 1990. Sin embargo, en Berlín (Oeste) existía ya una
constitución, la de 1 de septiembre de 1950, que tenía además la pretensión de
valer para todo Berlín, porque en aquellos años no existía en la parte oriental de la
ciudad ninguna asamblea municipal libremente elegida. Dentro de esta confusa
situación jurídica, el «Tratado de unificación» estableció, en su artículo 1º, que los
veintitrés distritos de Berlín-Oeste y Berlín-Este forman el Land de Berlín.357

Los Tratados con la Unión Soviética y con Polonia

Pocos días después de la unificación, la nueva República Federal de


Alemania firmó dos importantes tratados, con la Unión Soviética y con Polonia,
respectivamente, que eran claves para corrobar la decidida voluntad de la RFA de
contribuir a un nuevo orden europeo de paz.
La creación de un nuevo orden europeo, incluyendo ya la Alemania
unificada, no habría estado completa, más bien no habría sido realmente posible,
sin una nueva regulación de las relaciones entre la Unión Soviética y Alemania. La
desaparición de la RDA como Estado independiente acarreaba para la Unión
Soviética importantes problemas. Ambos habían tenido entre sí privilegiadas
relaciones económicas. Alrededor del 40 por 100 de las exportaciones de la
antigua RDA tenían como destino la Unión Soviética, tratándose de productos de
gran valor estratégico para la economía soviética. Para la Unión Soviética era, por
consiguiente, muy importante que la unificación de Alemania no produjera
perjuicios a su economía. El gobierno alemán quería comprometerse a mantener,
y ampliar, las relaciones económicas que la RDA había tenido con la Unión
Soviética. Y para regular estas cuestiones, la nueva RFA y la Unión Soviética
firmaron un tratado de cooperación y amistad, el 9 de noviembre de 1990, que se
añadía a otros acuerdos sobre la retirada de las tropas soviéticas del territorio de
la antigua RDA.358

Pocas semanas después de la unificación, la nueva RFA y Polonia firmaron


un tratado sobre las fronteras comunes. Desde un punto de vista jurídico, los
acuerdos firmados entre la RDA y Polonia y entre la RFA y Polonia sobre la
frontera Oder-Neisse, de los años 1950 y 1970, respectivamente, significaban
solamente un modus vivendi provisional, aunque muchos pensaban ya que la
cuestión de las fronteras entre Alemania y Polonia era una cuestión ya cerrada.
Los acontecimientos de 1989 en Alemania y Europa habían convertido de nuevo la
cuestión de la frontera en un tema político de actualidad. Además el hecho de que
el Programa de Diez Puntos para la unificación, presentado por el canciller federal
Kohl el 28 de noviembre de 1989, no se refiriera directamente a la cuestión de la
frontera con Polonia había levantado algunos temores y resquemores. Pero
después de varias declaraciones al respecto por parte del Bundestag y de los
gobernantes de la RFA, en el sentido de respetar la línea Oder-Neisse como
frontera occidental de Polonia, las negociaciones 2 + 4 y su correspondiente
tratado de septiembre de 1990 dejaron firmemente establecido que la República
Federal de Alemania no tenía ninguna reivindicación territorial contra Polonia. El
tratado bilateral con Polonia, firmado el 14 de noviembre de 1990 en Varsovia, lo
ratificaba.359

6.- La nueva cuestión alemana

La reunificación de la República Federal de Alemania y la República


Democrática Alemana, a través de la integración de ésta en aquélla, en octubre de
1990, ha puesto fin a la división estatal de Alemania. La «cuestión alemana», en
cuanto problema de establecer un Estado común para los alemanes, ha sido
resuelta. También está resuelto, y con bastante anterioridad a la reunificación de
1990, otro problema que los Estados europeos occidentales, sobre todo, habían
asociado históricamente a la «cuestión alemana»: la cuestión de la democracia en
Alemania. La carencia de un sistema democrático en Alemania o la debilidad del
mismo siempre había sido un problema para los países vecinos con sistemas
democráticos, especialmente si se ponía en relación esa carencia o debilidad del
sistema democrático alemán con la cuestión de la unidad estatal. La unión estatal
siempre había supuesto, por sí misma, un problema para los vecinos europeos.
Pero una unidad política de los alemanes con un régimen no democrático había
significado una amenaza mayor. Esta conjunción de una Alemania unida y de la
ausencia de un régimen político democrático había sido la responsable de dos
grandes catástrofes europeas en el siglo XX. Por este motivo, la potencias
vencedoras de la segunda guerra encontraron una cierta respuesta provisional a
los temores generados por esos dos problemas. El temor derivado de la unidad
política alemana fue eliminado al dividirse Alemania en dos Estados, dentro del
mismo proceso que dividió a Europa en dos bloques. Ninguno de los dos Estados
alemanes era tan fuerte como para que pudiera ser considerado una amenaza.
Por otro lado, la cuestión de la democracia en Alemania fue también resuelta por
los vencedores, aunque los vencedores de cada bloque lo hicieron a su manera:
establecimiento de una democracia liberal en la República Federal de Alemania,
por un lado, y de una democracia socialista en la República Democrática Alemana,
por otro. La descomposición interna de la Unión Soviética y del bloque soviético y
el final de la guerra fría han hecho posible la reunificación estatal alemana de
1990, que se ha realizado dentro del sistema democrático de la República Federal,
consolidado desde 1949, y con el expreso reconocimiento de la permanencia de
Alemania en la Unión Europea.

Estos datos, sin embargo, no han podido evitar que la formación del nuevo
Estado nacional alemán despertara en la opinión pública europea viejos fantasmas
y temores de la historia alemana. La unificación estatal de Alemania ha sido
presentada por algunos políticos e intelectuales como la llegada del cuarto Reich.
Políticos alemanes como Peter Glotz u Oskar Lafontaine y analistas extranjeros
como el británico Coker han utilizado la expresión «Cuarto Reich» como expresión
del peligro que podría suponer la Alemania reunificada. 360 Pero quizá la
sistematización más completa de este temor la ha ofrecido el español Heleno
Saña en su libro Das Vierte Reich. Deutschlands spater Sieg (El Cuarto Reich. El
posterior triunfo de Alemania). La tesis de este autor es que Alemania, a través de
su potencial económico, se va a cobrar pacíficamente su revancha. Para
apoderarse del continente europeo no necesitará Alemania esta vez un ejército
potente ni recurrir a la ideología de «la sangre y el suelo». El Cuarto Reich, según
Saña, tendrá como base el último capitalismo, junto con un sistema político no
autoritario, pero pseudodemocrático y controlado. Desde la perspectiva
sociopsicológica desde la que Saña suele analizar la historia y la realidad actual
alemanas, el Tercer Reich lo interpreta prácticamente como algo natural, habida
cuenta de los comportamientos colectivos de los alemanes. Este miedo a que
Alemania se apodere de Europa lo ha expresado también abiertamente Margaret
Thatcher en una entrevista al semanario Der Spiegel: «está claro que vosotros, los
alemanes, no queréis anclar Alemania en Europa. Queréis anclar el resto de
Europa en Alemania».361

La evolución política de la República Federal de Alemania entre 1949 y


1989, tanto en su sistema democrático interno como en su política internacional,
habían ido demostrando que estos miedos del pasado no tenían ya fundamento.
Sin embargo, el rápido proceso de unificación y la política alemana respecto a
Yugoslavia en el verano de 1991 los avivó de nuevo y, como escribe el historiador
Hans-Peter Schwarz, los alemanes quizá no tengan más remedio que vivir con
«estos encantadores intentos de chantaje psicológico entre amigos». 362 Otro de los
fantasmas del pasado que ha resucitado la unificación alemana de 1990 ha sido el
de una posible vuelta a la posición hegemónica de Alemania en el área del
Danubio. El analista norteamericano Walter Russell Mead escribía en el verano de
1990: «la retirada de los soviéticos de la Europa del Este significa la hegemonía
alemana en esta parte del mundo. Polonia, Hungría y Checoslovaquia van a
depender del marco alemán, de la ayuda alemana y de las inversiones alemanas.
Vuelve Mitteleuropa, y Berlín será su capital. ¿Hasta dónde se extenderá? ¿Hasta
los Estados bálticos? ¿Hasta Ucrania? Esto es incierto, pero la posición de
Alemania en Europa se va a fortalecer considerablemente, cualquiera que sean
los límites con que esta influencia se encuentre». 363 El temor de que surja de
nuevo una Mitteleuropa, como una zona de específica influencia alemana ha ido
acompañado por las dudas respecto al interés de la nueva Alemania por seguir en
la construcción de la unidad europea. Pero la situación de 1990 con relación a las
décadas primeras del siglo XX a este respecto es muy distinta. Las diferencias son
más fuertes que las semejanzas. Las relaciones económicas de los países de la
Europa del Este con Alemania sí se van asemejando a las de los años treinta, pero
no parece que de ahí se pueda derivar una posición hegemónica alemana en los
mismos términos que en el pasado. La situación de los años treinta era realmente
anormal. Los mercados de Francia y de Gran Bretaña estaban bastante cerrados
para estos países del Sureste europeo, mientras que el mercado alemán estaba
totalmente abierto, sobre todo para sus productos agrarios. En la actualidad, por el
contrario, el mercado mundial está abierto para Alemania y no hay motivo para
que Alemania tenga que intentar una política de autarquía en la zona de
Mitteleuropa. Alemania, por sus compromisos dentro de la Unión Europea, está
sometida, al igual que los otros países de la Unión, al proteccionismo agrícola de
ésta. Tanto por las reglas la Unión Europea como por las del GATT, Alemania no
tiene la libertad de comercio que tenía con estos países en las primeras décadas
del siglo. Es cierto que estos países de la Europa oriental tienen interés en el
capital y en el know-how alemán y que van a depender del mercado alemán, pero,
a diferencia de lo que pasaba antes de 1944, Alemania no tiene ahora ni motivos
ni la posibilidad de aprovecharse de manera desleal de esa dependencia. La
pertenencia de Alemania a la Unión Europea y el escaso porcentaje que el
comercio con esos países representa dentro del comercio global alemán hacen
inviable que se repita la situación anterior a la guerra. 364

La reunificación de 1990, sin embargo, ha abierto una nueva cuestión


alemana, esta vez interna, relativa a la integración social de la nueva República
Federal de Alemania. Los años transcurridos desde la reunificación han puesto de
manifiesto que la unificación política y jurídica no ha podido superar el
distanciamiento y el extrañamiento generado durante cuarenta años de separación
y bajo regímenes políticos y sociales contrapuestos entre sí. Las diferencias de
mentalidad, de modos de pensar y de actuar entre los alemanes del este y del
oeste de Alemania incluso se han agravado por la propia presión —económica y
psicosocial— de la unificación. La unificación política se ha logrado más
rápidamente que el cambio en los ideales, en los valores o en las normas del
comportamiento social. La consecución de una integración económica y cultural de
las dos antiguas partes de Alemania, la igualdad de oportunidades y el logro de un
consenso político fundamental constituyen, hoy, una nueva cuestión alemana.
BIBLIOGRAFÍA
Capítulo I: Del Congreso de Viena a la unificación de 1866-1871

Sobre el movimiento de unificación nacional

Un número considerable de investigaciones sobre el proceso de unificación


alemana contiene la serie, de varios volúmenes, Quellen und Darstellungen zur
Geschichte der Burschenschaft und der deutschen Einheitsbewegung, Heidelberg
1910-1940, que fue continuada, también en Heidelberg, a partir de 1957 bajo el
título Darstellungen und Quelle zur Geschichte der deutschen Einheitsbewegung
im 19. und 20. Jahrhundert. El libro de Friedrich Meinecke, Weltbürgertum und
Nationalstaat (1907), convertido en un clásico de la historia de las ideas, expone el
pensamiento de varios autores alemanes sobre la nación y el Estado nacional
insertando las aportaciones individuales en un desarrollo que culmina en la
creación del Deutsches Reich. La investigación sobre el nacionalismo recibió en
Alemania, después de un abandono notable en las primeras décadas tras la
segunda guerra mundial, un gran impulso con las investigaciones editadas por
Theodor Schieder, que permiten una comparación entre los distintos movimientos
nacionales en Europa: Staatsgründungen und Nationalitätsprinzip (Múnich/Viena,
1974) y Sozialstruktur und Organisation europäischer Nationalbewegungen
(Múnich/Viena, 1971); sus principales trabajos sobre el nacionalismo están
reunidos en Th. Schieder, Nationalismus und Nationalstaat. Studien zum
nationalen Problem in modernen Europa, ed. por O. Dann y H. U. Wehler, Gotinga,
1991. La conexión entre movimiento de unificación nacional y transformación
social a la luz del problema de la modernización ha sido estudiada por Otto Dann,
«Nationalismus und sozialer Wandel, in Deutschland 1806-1850», en Otto Dann
(ed.), Nationalismus und sozialer Wandel, Hamburgo, 1978. Las asociaciones (de
gimnastas y de canto) que tanto contribuyeron a la extensión de la conciencia
nacional han sido estudiadas por Dieter Düding, Organisierter gesellschaftlicher
Nationalismus in Deutschland (1808-1847), Múnich, 1984, y Dieter Langewiesche,
«"...für Volk und Vaterland kräftig zu würken". Zur politischen und
gesellschaftlichen Rolle der Turner zwischen 1811 und 1871», en Ommo Grupe
(ed.), Kulturgut oder Körperkult? Sport und Sportwissenschaft im Wandel, Tubinga,
1990, pp. 22-61. Un panorama de la literatura patriótico-nacionalista, en Christoph
Priegnitz, Vaterlandsliebe und Freiheit. Deutscher Patriotismus von 1750 bis 1850,
trad. alemana, Wiesbaden, 1981. Una interpretación global del movimiento de
unificación nacional se contiene en Hagen Schulze, Der Weg zum Nationalstaat.
Die deutsche Nationalbewegung vom 18. Jahrhundert bis zur Reichgründung,
Múnich, 1985. Una valoración más reciente de la evolución nacional de la
Confederación Germánica, en H. Rumpler (ed.), Deutscher Bund und deutsche
Frage 1815-1866, Múnich/Viena, 1990; Elisabeth Fehrenbach, Verfassungsstaat
und Nationsbildung 1815-1871, Múnich, 1992.

Los planteamientos que hicieron los parlamentarios de la Asamblea


Nacional Constituyente durante la Revolución de 1848-1949 sobre la formación del
Estado nacional y sus fronteras están analizados en Günter Wollstein, Das
«Grossdeutschland» der Paulskirche. Nationale Ziele in der bürgerlichen
Revolution 1848/49, Düsseldorf, 1977. Shlomo Na'aman ha estudiado la
Asociación Nacional Alemana, importante asociación para la difusión de los
ideales de la unificación a partir de 1859, en Der Deutsche Nationalverein. Die
politische Konstituierung des deutschen Bürgertums 1859-1867, Düsseldorf, 1987.
La asociación que defendía la creación de una Alemania grande, con la inclusión
de Austria, ha sido estudiada por Willy Real, Der deutscher Reformverein.
Grossdeutsche Stimmen und Krafte zwischen Villafranca und Königgratz,
Lübeck/Hamburgo, 1966.

Las investigaciones sobre la vertiente política del movimiento de unificación


nacional, el liberalismo, han aportado importantes contribuciones en los últimos
veinte años. En impulsor de las nuevas investigaciones se constituyó el artículo de
Lothar Gall «Liberalismus und "bürgerliche Gesellschaft". Zu Charakter und
Entwicklung der liberalen Bewegung in Deutschland», Historische Zeitschrift, 220
(1975), pp. 324-356, en donde se destaca que los ideales y expectativas de los
liberales no pueden identificarse con los contenidos de la «sociedad burguesa»,
sino que remiten más bien a un mundo preindustrial. Exposiciones globales del
liberalismo alemán del siglo XIX ofrecen Friedrich C. Sell, Die Tragödie des
deutschen Liberalismus, Stuttgart, 1953 (reed., 1981); James J. Sheehan, German
Liberalism in the Nineteenth Century, Chicago, 1978, y Dieter Langewiesche,
Liberalismus in Deutschland, Fráncfort del Meno, 1988. Sobre el liberalismo
anterior a la Revolución de 1848, el libro editado por Wolfgang Schieder,
Liberalismus in der Gesellschaft des deutschen Vormarz, Gotinga, 1983, aborda
las diferencias regionales del liberalismo alemán y aporta varios estudios sobre el
liberalismo desde una perspectiva de la historia social. Para el liberalismo
posterior a la Revolución de 1848 es importante el estudio de Heinrich August
Winkler sobre el partido liberal-progresista prusiano: Preussischer Liberalismus
und deutscher Nationalstaat. Studien zur Geschichte der Deutschen
Fortschrittspartei 1861-1866, Tubinga, 1964.

Sobre la constitución de la Confederación Germánica (Deutscher


Bund)

Ofrece una amplia información Ersnt Rudolf Huber, Deutsche


Verfassungsgeschichte, Stuttgart y otras, 1960, vols. 1 y 2. Se exponen también
las constituciones de los Estados particulares, las relaciones entre ellos, el
movimiento de unificación nacional, la formación del Zollverein (Unión Aduanera) y
el nacimiento del sistema de partidos.

Sobre el sistema de los Estados europeos surgido en el Congreso de


Viena

Una exposición global clásica sobre el Congreso de Viena es la de Karl


Griewank, Der Wiener Kongress und die europäische Restauration 1814/15,
2.ªed., Leipzig, 1954. La situación de la Confederación Germánica dentro del
sistema europeo surgido del Congreso de Viena es analizada por Peter Burg, Der
Wiener Kongress. Der Deutsche Bund im europäischen Staatensystem, Múnich,
1984, que se ocupa también del movimiento de unificación nacional alemán hasta
la Revolución de 1848.

Las relaciones entre la Confederación Germánica e Inglaterra han sido


estudiadas por Wolf Dieter Gruner, Grossbritannien, der Deutsche Bund und die
Struktur des europäischen Friedens im frühen 19. Jahrhundert, Múnich, 1979. Vid.
también W. Doering-Manteuffel, Vom Wiener Kongress zur Pariser Konferenz.
England, die deutsche Frage und das Mächtesystem 1815-1856, Gotinga/Zúrich,
1991. Las relaciones entre Francia y Alemania en el siglo XIX pueden estudiarse
en Raymond Poidevin y Jacques Bariéty, Les relations franco-allemands 1815-
1975, París, 1977. Para las relaciones entre Rusia y Alemania, Werner Conze,
Das deutsch-russische Verhältnis im Wandel der modernen Welt, Gotinga, 1967;
Helmut Wolfgang Kahn, Die Deutschen und die Russen. Geschichte ihrer
Beziehung, Colonia, 1984.

Sobre las relaciones internacionales de la Confederación de Alemania


del Norte

R. Dietrich (ed.), Europa und der Nordeutsche Bund, Berlín, 1968.

Capítulo II: Estado nacional y nacionalismo en el Deutsches Reich


(1870-1918)

Exposiciones globales sobre todo el período del Kaiserreich


Michael Stürmer (ed.), Das kaiserliche Deutschland. Politik und
Gesellschaft 1870-1918, Darmstadt, 1970; James J. Sheehan (ed.), Imperial
Germany, Nueva York, 1976; Michael Stürmer, Das ruhelose Reich 1866-1918,
Berlín, 1983; Hans-Ulrich Wehler, Das Deutsche Kaiserreich 1871-1918; 4ª ed.,
Gotinga, 1980; Hans-Jürgen Puhle, Das Kaiserreich. Liberalismus, Feudalismus,
Militärstaat, Múnich, 1988; Wolfgang J. Mommsen, Der autoritäre Nationalstaat.
Verfassung, Gesellschaft und Kultur im deutschen Kaiserreich, Fráncfort del Meno,
1990.

Sobre la Constitución del Deutsches Reich

Ernst Rudolf Huber, Deutsche Verfassungsgeschichte, 3ª ed., Stuttgart y


otras, 1988; Hans Boldt, Deutsche Verfassungsgeschichte, vol. 2, Múnich, 1990,
pp. 168-220; E. W. Böckenffirde y R. Wahl (eds.), Moderne deutsche
Verfassungsgeschichte (1815-1918), 2ª ed., 1981.

Sobre la situación del Deutsches Reich en Europa

W. E. Mosse, The European Powers and the German Question 1848-1871.


With Special Reference to England and Russia, Cambridge, 1958; W. Hofer (ed.),
Europa und die Einheit Deutschlands, Colonia, 1970; E. Kolb (ed.), Europa und die
Reichsgründung. Preussen-Deutschland in der Sicht der grossen europäischen
Mächte 1866-1880, Múnich, 1980.

Sobre la política exterior de Alemania

K. Hildebrand, Deutsche Auβenpolitik 1871-1918, 1989; Gregor Schollgen


(ed.), Flucht in den Krieg? Die Auβenpolitik des kaiserlichen Deutschland,
Darmstadt, 1991. Sobre las relaciones anglo-alemanas, Paul M. Kennedy, The
Rise of the Anglo-German Antagonism 1860-1914, Londres, 1980; Gregor
Schollgen, Imperialismus und Gleichgewicht. Deutschland, England und die
orientalische Frage, 1871-1914, Múnich, 1984. Sobre las relaciones franco-
alemanas, Gilbert Ziebura, Die deutsche Frage in der öffentlichen Meinung
Frankreichs von 1911-1914, Berlín, 1955; Raymond Poidevin y Jacques Bariéty,
Les relations franco-allemandes 1815-1975, París, 1977; Franz Knipping y Ernst
Weisenfeld (eds.), Eine ungewohnliche Geschichte. Deutschland-Frankreich seit
1870, Bonn, 1988; Wolfgang Leiner, Das Deutschlandbild in der französischen
Literatur, Darmstadt, 1989.
Pensamiento socialista sobre la nación y el Estado nacional

Werner Conze y Dieter Groh, Die Arbeiterbewegung in der nationalen


Bewegung. Die deutsche Sozialdemokratie vor, während und nach der
Reichsgründung, Stuttgart, 1966; Hans-Ulrich Wehler, Sozialdemokratie und
Nationalstaat. Die deutsche Sozialdemokratie und die Nationalitätenfrage in
Deutschland von Karl Marx bis zum Ausbruch des Ersten Weltkrieges, Wurzburgo,
1962; Hans Mommsen, Arbeiterbewegung und nationale Frage. Ausgewählte
Aufsatze, Gotinga, 1979; H. B. Davis, Nacionalismo y socialismo, trad. cast.,
Barcelona, 1972.

Sobre el liberalismo

La transformación del liberalismo en la cuestión del nacionalismo durante el


Deutsches Reich ha sido calificada por Heinrich August Winkler como un pase del
«nacionalismo de izquierdas a un nacionalismo de derechas»: «Vom linken zum
rechten Nationalismus: Der deutsche Liberalismus in der Krise von 1878/79», en
H. A. Winkler, Liberalismus und Antiliberalismus. Studien zur politischen
Sozialgeschichte des 19. und 20. Jahrhunderts, Gotinga, 1979, pp. 36-51. La
relación entre liberalismo e imperialismo en la época del Deutsches Reich es
abordada por varias de las colaboraciones contenidas en el libro de Karl Holl y
Günther List (eds.), Liberalismus und imperialistischer Staat. Der Imperialismus als
Problem liberaler Parteien in Deutschland 1890-1914, Gotinga, 1975. Exposiciones
sobre las distintas corrientes y partidos liberales en esta época pueden verse en
Gerhard A. Ritter (ed.), Deutsche Parteien vor 1918, Colonia, 1973; G. Seeber,
Zwischen Bebel und Bismarck. Zur Geschichte des Linksliberalismus in
Deutschland 1871-1893, Berlín, 1965; I. S. Lorenz, Eugen Richter: Der
entschiedene Liberalismus in wilhelminischen Zeit 1871 bis 1906, Husum, 1981;
M. L. Weber, Ludwig Bamberger. Ideologie statt Realpolitik, Stuttgart, 1987. En
cuanto a estudios globales sobre el liberalismo alemán, vid. los de F. C. Sell, J. J.
Sheehan y D. Langewiese mencionados en la bibliografía al Capítulo I.

Sobre el catolicismo y el Estado

R. Morsey, «Die deutschen Katholiken und der Nationalstaat zwischen


Kulturkampf und Erstem Weltkrieg», Historisches Jahrbuch, 90 (1970), pp. 31-64;
J. Becker, Liberaler Staat und Kirche in der Ära von der Reichsgründung und
Kulturkampf. Geschichte und Strukturen ihres Verhaltnisses in Baden 1860-1876,
Maguncia, 1973; W. Loth, Katholiken im Kaiserreich. Der politische Katholizismus
in der Krise des wilhelminischen Deutschlands, Düsseldorf, 1984; D. Blackboum,
Class, Religion and Local Politics in Wühelmine Germany. The Centre Party in
Württemberg before 1914, Londres/New Haven, 1980; Winfried Becker (ed.), Die
Minderheit als Mitte. Die deutsche Zentrumpartei in der lnnenpolitik des Reiches
1871-1933, Paderborn, 1986; W. Real (ed.), Katholizismus und Reichsgründung.
Aus dem Nachlaβ Karl Friedrich von Savignys, Paderborn, 1988.

Sobre las organizaciones nacionalistas

A. Galos y otros, Die Hakatisten: Der Deutsche Ostmarken-Verein (1894-


1934), trad. alemana, 1966; G. Weidenfeller, VDA, Verein für das Deutschtum im
Ausland. Allgemeiner Deutscher Schulverein (1881-1918), Berna, 1976; G. Eley,
Reshaping the German Right. Radical Nationalism and Political Change after
Bismarck, New Haven, Conn, 1980; R. Chickering, We Men who Feel Most
German. A Cultural Study of the Pan-German League. Popular Nationalism in
Wilhelmine Germany, Oxford, 1990; Thomas Rohkramer, Der Militarismus der
«kleinen Leute». Die Kriegervereine im deutschen Kaiserreich 1871-1914, Múnich,
1990.

Sobre «las ideas de 1914»

Klaus Schwabe, Wissenschaft und Kriegsmoral. Die deutschen


Holschullehrer und die politischen Grundlagen des Ersten Weltkrieges, Gotinga,
1969, pp. 19-45; Hermann Lübbe, Politische Philosophie in Deutschland. Studien
zu ihrer Geschichte, Stuttgart, 1963, pp. 173-238; Axel Schildt, «Ein konservativer
Prophet moderner nationaler Integration», Vierteljahrshefte für Zeitgeschichte, 35
(1987), pp. 523-570; Wolfgang J. Mommsen, Nation und Geschichte. Über die
Deutschen und die deutsche Frage, Múnich, 1990, pp. 87-105.

Capítulo III: Estado nacional democrático y dictadura


nacionalsocialista (1918-1933/1933-1945)

Exposiciones globales

El libro de Eberhard Kolb, Die Weimarer Republik, 2ª ed., corregida y


aumentada, Múnich/Viena, 1988, da una exhaustiva información sobre la
bibliografía y el estado de la investigación. Contienen importantes colaboraciones
los libros colectivos siguientes: Michael Stürmer (ed.), Die Weimarer Republik,
Königstein/Taunus, 1980; Karl Dietrich Erdmann y Hagen Schulze (eds.), Weimar.
Selbstpreisgabe einer Demokratie, Düsseldorf, 1980; Karl Dietrich Bracher,
Manfred Funke y Hans-Adolf Jacobsen (eds.), Die Weimarer Republik, Bonn,
1987. Una breve visión de conjunto la suministra Horst Möller, Weimar. Die
unvollendete Demokratie, Múnich, 1985, con útil información sobre las fuentes
para el estudio de la época y bibliografía comentada. Vid. también Hans
Mommsen, Die verspielte Freiheit. Der Weg der Republik von Weimar in den
Untergang 1918-1933, Berlín, 1989. Muy importante para el final de la República
es el libro de Karl Dietrich Bracher, Die Auflosung der Weimarer Republik. Eine
Studie zum Problem des Machtverfalls in der Demokratie, 5ª ed., Villingen, 1971.
Dieter Gessner, Das Ende der Weimarer Republik. Fragen, Methoden und
Ergebnisse interdisziplinärer Forschung, 2ª ed., Darmstadt, 1986, y H. A. Winkler,
Weimar 1918-1933. Die Geschichte der ersten deutschen Demokratie, 2ª ed.,
Múnich, 1994.

Sobre la Constitución de Weimar

Ernst Rudolf Huber, Deutsche Verfassungsgeschichte, vol. 6, Die Weimarer


Verfassung, Stuttgart, 1981; vol. 7, Ausbau, Schutz und Untergang der Weimarer
Republik, Stuttgart, 1984; Hans Boldt, Deutsche Verfassungsgeschichte, vol. 2,
Múnich, 1990, pp. 221-257.

Sobre los partidos políticos

Sobre el partido demócrata, DDP, y el partido popular, DVP, Lothar Albertin,


Liberalismus und Demokratie am Anfang der Weimarer Republik, Düsseldorf,
1972; Wolfgang Hartenstein, Die Anfange der Deutschen Volkspartei 1918-1920,
Düsseldorf, 1962; Werner Stephan, Aufstieg und Verfall des Linksliberalismus
1918-1933. Geschichte der Deutschen Demokratischen Partei, Gotinga, 1973;
Jürgen C. HeB, «Das ganze Deutschland soll es sein». Demokratischer
Nationalismus in der Weimarer Republik am Beispiel der Deutschen
Demokratischen Partei, Stuttgart, 1978, y «Das ganze Deutschland soll es sein -
Die republikanischen Parteien und die Deutsche Frage in der Weimarer Republik»,
en J. Becker y A. Hillgruber (eds.), Die deutsche Frage im 19. und 20. Jahrhundert,
Múnich, 1983, pp. 277-317; B. B. Frye, Liberal Democrats in the Weimar Republic.
The History of the German Democratic Party and the German State Party,
Carbondale, 1985.

Sobre el partido popular-nacional (DNVP), Werner Liebe, Die


Deutschnationale Volkspartei 1918-1924, Düsseldorf, 1956; Heidrun Holzbach,
Das «System Hugenberg». Die Organisation bürgerlicher Sammlungspolitik vor
dem Aufstieg derNSDAP, Stuttgart, 1981.
Sobre el partido comunista, KPD, Ossip K. Flechtheim, Die KPD in der
Weimarer Republik, 2ª ed., Fráncfort del Meno, 1971.

Sobre el partido socialdemócrata, SPD, Heinrich August Winkler, Arbeiter


und Arbeiterbewegung in der Weimarer Republik, 3 vols., Berlín/Bonn, 1984 ss.

Sobre el partido católico, Zentrum, Rudolf Morsey, Die Deutsche


Zentrumspartei 1917-1923, Düsseldorf, 1966.

Una visión global informativa, en Sigmund Neumann, Die Parteien der


Weimarer Republik, 4ª ed., Stuttgart, 1997.

Sobre la «revolución conservadora»

El estudio clásico sobre el pensamiento antidemocrático en Weimar es el de


Kurt Sontheimer, Antidemokratisches Denken in der Weimarer Republik. Die
politischen Ideen des deutschen Nationalismus zwischen 1918 und 1933, Múnich,
1962 (3ª ed., 1992); una exposición de conjunto de las distintas corrientes de
filosofía política la suministra Norbert Schürgers, Politische Philosophie der
Weimarer Republik. Das Staatsverstdndnis zwischen Führerdemokratie und
bürokratischen Sozialismus, Stuttgart, 1989.

Un análisis de los grupos sociales y de sus predisposiciones políticas, en M.


Rainer Lepsius, Extremer Nationalismus. Strukturbedingungen vor der
nationalsozialistischen Machtergreifung, Stuttgart, 1966.

Armin Morder, Die Konservative Revolution in Deutschland 1918-1932.


Grundrift ihrer Weltanschauungen, Stuttgart, 1950 (2ª ed., ampliada, 1972; 3ª ed.,
1988); Hermann Rauschning, The Conservative Revolution, Nueva York, 1941;
Stephen Breuer, Anatomie der konservativen Revolution, Darmstadt, 1993;
Klemens von Klemperer, Germany's New Conservatism, Princeton, 1957; Jean
Neurohr, Der Mytos vom Dritten Reich. Zur Geistesgeschichte des
Nationalsozialismus, Stuttgart, 1957; Hans-Joachim Schwierskott, Arthur Moeller
van den Bruck und der revolutionäre Nationalismus in der Weimarer Republik,
Gotinga, 1962; Joachim Petzold, Wegbereiter des deutschen Faschismus. Die
Jungkonservativen der Weimarer Republik, Colonia, 1978; L. Dupeux, «Revolution
conservatrice et modernité», Revue d'Allemagne, XIV (1982), pp. 2-34; Denis
Goeldel, Moeller van den Bruck (1876-1925), un nationaliste contre la revolution.
Contribution á l'étude de la «Revolution conservatrice» et du conservatisme
allemand au XXe siécle, Fráncfort del Meno, 1984.

Sobre Ernst Jünger y otros teóricos


Helmut Mörchen, Schriftsteller in der Massengesellschaft. Zur politischen
Essayistik und Publizistik Heinrich und Thomas Manns, Kurt Tucholsky und Ernst
Jünger wahrend der Zwanziger Jahre, Stuttgart, 1973; Karl Prümm, Die Literatur
des Soldatischen Nationalismus der 20er Jahre (1918-1933). Gruppenideologie
und Epochenproblematik, 2 vols., Kronberg/Taunus, 1974; Marjatta Hietala, Der
neue Nationalismus in der Publizistik Ernst Jüngers und des Kreises um ihn 1920-
1933, Helsinki, 1975; Wolfgang Kemplerer, Ernst Jünger, Stuttgart, 1981.

Otto Ernst Schüddekopf, Linke Leute von rechts. Die nationalrevolutionaren


Minderheiten und der Kommunismus in der Weimarer Republik, Stuttgart, 1960;
Otto Ernst Schüddekopf, Nationalbolchevismus in Deutschland, 1918-1933,
Fráncfort del Meno, 1973; L. Dupeux, «Nationalbolchevisme» en Allemagne sous
la République de Weimar, París, 1974; Uwe Sauermann, Ernst Niekisch. Zwischen
alien Fronten, Múnich/Berlín, 1985;

Sobre la política exterior de Alemania y las relaciones internacionales

P. Krüger, Die Aussenpolitik der Republik von Weimar, Darmstadt, 1985;


Andreas Hillgruber, Kontinuität und Diskontinuität in der deutschen Aussenpolitik
von Bismarck bis Hitler, 3ª ed., Düsseldorf, 1971. Sobre las relaciones Francia-
Alemania, Jacques Bariéty, «Sicherheitsfrage und europäisches Gleichgewicht.
Betrachtung über die französische Deutschlandspolittik 1919-1927», en Becker y
Hillgruber (eds.), Die deutsche Frage..., pp. 319-345; Henning Kóhler,
Novemberrevolution und Frankreich. Die französische Deutschlandspolitik 1918-
1919, Düsseldorf, 1980; Stephen Schuker, «Frankreich und die Weimarer
Republik», en M. Stürmer (ed.), Die Weimarer Republik, Königstein/Ts., 1980, pp.
93-112. Sobre las relaciones Inglaterra-Alemania: Gottfried Niedhart, «Multipolares
Gleichgewicht und welt-wirtschaftliche Verflechtung: Deutschland in der britischen
Appeasement-Politik 1919-1933», en M. Stürmer (ed.), Die Weimarer Republik,
Kónigstein/Ts., 1980, pp. 131-157; L. Kettenacker, H. Seier y M. Schlenke (eds.),
Studien zur Geschichte Englands und der deutsch-britischen Beziehungen.
Festschrift für Paul Kluke, Múnich, 1981. Sobre las relaciones Rusia-Alemania,
Klaus Hildebrand, «Das Deutsche Reich und die Sowjetunion im internationalen
System 1918-1932. Legitimität oder Revolution?», en M. Stürmer (ed.), Die
Weimarer Republik, Königstein/Ts., 1980, pp. 38-61. Sobre las relaciones entre los
Estados Unidos y Alemania, Werner Link, «Die Beziehungen zwischen der
Weimarer Republik und den USA», en M. Stürmer (ed.), Die Weimarer Republik,
K6ngistein/Ts., 1980, pp. 62-92.

Capítulo IV: Ocupación, división y reunificación de Alemania (1945-


1990)
Colecciones de documentos, memorias, biografías

Akten zur Vorgeschichte der Bundesrepublik Deutschland 1945-1949, ed.


por el Bundesarchiv y el Institut für Zeitgeschichte, Múnich/Viena, 1976-1983 (vol.
1, septiembre de 1945-diciembre de 1946; vol. 2, enero-junio de 1947; vol. 3,
junio-diciembre de 1947; vol. 4, enero-diciembre de 1948; vol. 5, enero-septiembre
de 1949); The Conference of Berlin (The Potsdam Conference) 1945,2 vols.,
Washington, 1961; Documents of British Foreign Policy Overseas, ed. por R. Butler
y M. E. Pelly, Serie I, vol. 1, The Conference at Potsdam, July-August 1945,
Londres, 1984; Dokumente des geteilten Deutschland, ed. por Ingo von Münch,
Stuttgart, 1968; Dokumente zur Berlin-Frage, ed. por Wolfgang Heidelmeyer y
Günter Hindrichs, 3.ªed., Múnich, 1967; Dokumente zur Deutschlandpolitik, ed. por
el Bundesministerium für gesamtdeutsche Fragen (a partir de 1969,
Bundesministerium für inner-deutsche Beziehungen), Fráncfort del Meno, 1960-
1981; Eberhard Jäckel (ed.), Die deutsche Frage 1952-1956. Notenwechsel und
Konferenzdokumente der vier Machte, Fráncfort del Meno, 1957; Keesings Archiv
der Gegenwart, vols. 15 ss. (1945 ss.), Zúrich/Viena, 1945; Boris Meissner (ed.),
Die deutsche Ostpolitik 1961-1970. Kontinuität und Wandel. Dokumentation,
Colonia, 1970; Der Parlamentarische Rat 1948-1949. Akten und Protokolle, ed. por
Kurt Georg Wernicke y Hans Booms, 2 vols., Boppard am Rhein, 1975-1981;
Heinrich von Siegler (ed.), Wiedervereinigung und Sicherheit Deutschlands,
Bonn/Viena/Zúrich, 1967-1968 (vol. 1,1944-1963; vol. 2, 1964-1967); Konrad
Adenauer, Memoiren, 4 vols., Stuttgart, 1965-1968; Willy Albrecht, Kurt
Schumacher. Ein Leben für den demokratischen Sozialismus, Bonn, 1985; Willy
Brandt, Begegnungen und Einsichten. Die Jahre 1960-1975, Hamburgo, 1976;
James F. Byrnes, All in One Lifetime, Nueva York, 1958; Lucius D. Clay,
Entscheidung in Deutschland, Fráncfort del Meno, 1950, Milovan Djilas,
Gesprache mit Stalin. Fráncfort del Meno, 1962; Dwight Eisenhower, Waging
Peace, 1956-1961. The White House Years, Garden City/Nueva York, 1965;
George Kennan, Memoiren eines Diplomaten 1925-1950, 4ª ed., Stuttgart, 1968;
Carlo Schmid, Erinnerungen, Berna/Múnich/Viena, 1979; Carola Stern, Ulbricht.
Eine politische Biographie, Fráncfort del Meno/Berlín, 1969; Harry S. Truman,
Memories, 2 vols., City Garden/ Nueva York, 1955-1956 (ed. alemana, Memoiren,
2 vols., Bonn, 1955-1956).

Sobre la época de ocupación de Alemania y la política alemana de las


potencias vencedoras

Sobre el Tratado de Potsdam el libro de Wolfgang Benz, Potsdam 1945


Besatzungsherrschaft und Neuaufbau im Vier-Zonen-Deutschland, Múnich, 1986,
ofrece una visión global sobre la Conferencia de Potsdam y el comienzo de la vida
política y administrativa en la Alemania ocupada por los aliados, así como del
proceso de «reeducación». Un análisis detallado del Tratado de Potsdam, con
exhaustiva bibliografía, puede verse en Michael Antoni, Das Potsdamer
Abkommen - Traum oder Chance? Geltung, Inhalt und staatsrechtliche Bedeutung,
Berlín, 1985. El libro colectivo, editado por Ludolf Herbst, Westdeutschland 1945-
1955. Unterwerfung, Kontrolle, Integration, Múnich, 1986, muestra el estado de la
investigación sobre los planes que para Alemania tenían los aliados, sobre la
integración en el Oeste y sobre los cambios y continuidades entre Weimar y Bonn.
También sobre la política alemana de los aliados en Potsdam y en los años de
ocupación puede consultarse en Hans Peter Schwarz, Vom Reich zur
Bundesrepublik. Deutschland im Widerstreit der aussenpolitischen Konzeptionen
in den Jahren der Bestzungsherrschaft 1945-1949, 2ª ed., Stuttgart, 1980;
Hermann Graml, Die Allierten und die Teilung Deutschlands. Konflikte und
Entscheidungen 1941-1948, Fráncfort del Meno, 1985. Para la política alemana de
la Unión Soviética, véanse Renata Fritsch-Bournazel, Die Sowjetunion und die
deutsche Teilung. Die sowjetische Deutschlandspolitik 1945-1979, Opladen, 1979;
Walrab von Buttlar, Ziele und Konflikte in der sowjetischen Deutschlandpolitik
1945-1947, Stuttgart, 1980. Para la política alemana de Francia, véase el libro
colectivo editado por Claus Scharf y Hans-Jürgen Schróder, Die Deutschlandpolitik
Frankreichs und die französische Zone 1945-1949, Wiesbaden, 1983.
Especialmente sobre la recíproca incidencia entre la guerra fría y la cuestión
alemana pueden verse Josep Foschepoth (ed.), Kalter Krieg und deutsche Frage.
Deutschland im Widerstreit der Machte 1945-1952, Gotinga, 1985, y Ernst Nolte,
Deutschland und der Kalte Krieg, 2ª ed., Stuttgart, 1985.

Sobre la posición de los partidos respecto a la unificación alemana y


sobre la Ostpolitik en particular

Wolfgang Benz y otros, Einheit und Nation. Diskussionen und Konzeptionen


zur Deutschlandpolitik der grossen Parteien seit 1945, Stuttgart/Bad Cannstatt,
1978; Margit Roth, Zwei Staaten in Deutschland. Die sozialliberale
Deutschlandpolitik und ihre Auswirkungen 1969-1978, Opladen, 1981; Peter
Bender, Neue Ostpolitik. Vom Mauerbau zum Moskauer Vertrag, 2ª ed., Múnich,
1989; Benno Zündorf, Die Ostvertrage. Die Vertrage von Moskau, Warschau,
Prag, das Berlin-Abkommen und die Vertrage mit der DDR, Múnich, 1979; Gert
Krell, Die Ostpolitik der Bundesrepublik Deutschland und die Deutsche Frage.
Historische Entwicklungen und politische Optionen, Fráncfort del Meno, 1989.

Exposiciones globales sobre la República Federal de Alemania:


Rudolf Morsey, Die Bundesrepublik Deutschland. Entstehung und
Entwicklung bis 1969, 2ª ed., Múnich, 1990; Anselm Doering-Manteuffel, Die
Bundesrepublik Deutschland in der Ära Adenauer. Aubenpolitik und innere
Entwicklung 1949 bis 1963, Darmstadt, 1983; Hans-Peter Schwarz, Die Ära
Adenauer, 2 vols. Gründerjahre derRepublik 1949-1957, Stuttgart, 1981,
Epochenwechsel 1957-1963,1983; Hans-Peter Schwarz, Adenauer I, Der Aufstieg
1876-1952, Stuttgart, 1986 y II, Der Staatsmann: 1953-1967, 1991.

Sobre la República Democrática Alemana

Kurt Sontheimer y Wilhelm Bleek, Die DDR. Politik. Gesellschaft. Wirtschaft,


5ª ed., Hamburgo, 1980; Heinz Rausch, y Theo Stammen (eds.), DDR. Das
politische, wirtschaftliche und soziale System, 5ª ed., Múnich, 1981; Gerhard
Schüssler y otros, Staat, Recht und Politik im Sozialismus, Berlín, 1984; Rudolf
Bad-Stübner y otros, Geschichte der Deutschen Demokratischen Republik, 2ª ed.,
Berlín, 1984; Dieter Staritz, Die Gründung der DDR. Von der sowjetischen
Besetzungsherrschaft zum sozialistischen Staat, 2ª ed., Múnich, 1987; Hermann
Weber, Die DDR 1945-1986, Múnich, 1988; Dieter Staritz, Geschichte der DDR, 3ª
ed., Múnich, 1989 (un volumen de documentos: Dokumente zur Geschichte der
Deutschen Demokratischen Republik 1945-1985, 2ª ed., Múnich, 1987); Gert-
Joachim Glaessner, Die andere Republik. Gesellschaft und Politik in der DDR,
Opladen, 1989; Wolfgang Leonhard, Das kurze Leben der DDR. Berichte und
Kommentare aus vier Jahrzehnten, Stuttgart, 1990.

Sobre el problema de Berlín

Hermann Zolling y Uwe Bahnsen, Kalter Winter im August. Die Berlin-Krise


1961/63. Ihre Hintegründe und Folgen, Oldenburg/Hamburgo, 1967; Hans
Herzfeld, Berlin in der Weltpolitik 1945-1970, Berlín-Nueva York, 1973; Honoré M.
Catudal Jr., The Diplomacy of the Quadripartite Agreement on Berlín. A New Era in
East-West Politics, Berlín, 1978; Gerhard Wettig, Das Vier-Machte-Abkommen in
der Bewährungsprobe. Berlin im Spannungsfeld von Ost und West, Berlín, 1981;
Diethelm Prowe, «Der Brief Kennedys an Brandt vom 18. August 1961. Eine
zentrale Quelle zur Berliner Mauer und zu der Entstehung der Brandtschen
Ostpolitik», Vierteljahrshefte für Zeitgeschichte, 31, 1985, pp. 323 ss.

Sobre la política europea de Alemania

Herbert Müller-Roschach, Die deutsche Europapolitik 1949 bis 1977. Eine


politische Chronik, 2ª ed., Bonn, 1980; D. Blumenwitz, «Europäische Integration
und deutsche Wiedervereinigung», Zeitschrift für Politik, 37 (1990), pp. 1 ss.; G.
Langguth, «Die deutsche Frage und die europäische Gemeinschaft», Aus Politik
und Zeitgeschichte, B 29/90, pp. 3 ss.; K. Voigt, «Deutsche Einheit und
gesamteuropäische Ordnung des Friedens und der Freiheit», Deutschland Archiv,
23, 1990, pp. 562 ss.; W. Wagner, «Die Dynamik der deutschen
Wiedervereinigung. Suche nach einer Verträglichkeit für Europa», Europa Archiv,
45,1990, pp. 79 ss.

En torno a la reunificación de 1990

Hans-Peter Schwarz, Die Zentralmacht Europas. Deutschlands Rückkehr


auf die Weltbühne, Berlín, 1994; Heleno Saña, Das Vierte Reich. Deutschlands
spater Sieg, Hamburgo, 1990; Udo Wengst (ed.), Historiker betrachten
Deutschland. Beitrage zum Vereinigungsprozeb und zur Hauptstadtdiskussion,
Bonn/Berlín, 1992; Paul Noack, Deutschland, seine Intellektuelle. Die Kunst, sich
ins Abseits zu stellen, Bonn, 1991; Konrad Löw, ...bis zum Verrat der Freiheit. Die
Gesellschaft der Bundesrepublik und die «DDR», Múnich, 1993; Margaret
Thatcher, Downing Street Nº. 10. Die Erinnerungen, Düsseldorf, 1993; Daniel
Vernet, La renaissance allemande, París, 1992; Christopher Coker, «At the Birth of
the Fourth Reich? The British Reaction», Political Science Quarterly, 61 (1990), pp.
278-284.

Notas a pie de página

1
Véase F. Meinecke, Weltbürgertum und Nationalstaat (1908), 9ª ed.,
Múnich, 1963, pp. 9-26. Otto Dann, sin embargo, encuentra problemática la
utilización del concepto «Kulturnation». Cree que, como la comunidad cultural
alemana siempre fue más amplia que la nación alemana (entendiendo «nación»
en su sentido político moderno), no es utilizable el compuesto Kultur-Nation, pues
puede pretender convertir a la comunidad étnico-cultural en una comunidad
político-nacional: ésta era una forma típica de argumentación del pensamiento
nacionalista en las primeras décadas del siglo XX. El concepto de Kulturnation, por
tanto, puede ser fácilmente mal interpretado en un sentido pangermanista o desde
una perspectiva racial. Véase Otto Dann, Nation und Nationalismus in
Deutschland 1770-1990, Múnich, 1993, pp. 36-38.
2
En el «movimiento alemán» en la segunda mitad del siglo XVIII, el nombre
de Johann Gottfried Herder es especialmente representativo. Él intentó edificar
una nueva conciencia nacional alemana desde abajo, desde las tradiciones, la
cultura y la historia del pueblo. La «revolución literaria» que realizaron Herder y
otros intelectuales le dieron a la literatura alemana otra orientación: abandono de
los cánones franceses, orientación hacia Shakespeare, descubrimiento de la
poesía popular, preferencia por la mitología germánica. Los estratos sociales que
protagonizaron este movimiento literario —las capas cultas— fueron el núcleo de
una nueva nación alemana.
3
La definición del nacionalismo como una ideología de integración —
neutral desde el punto de vista valorativo—, que aspira a la nación y al Estado
nacional, pero que ha tenido manifestaciones históricas de muy distinta
naturaleza, ha sido formulada por Theodor Schieder, el historiador alemán de la
posguerra que más se ha ocupado del nacionalismo en Europa (Theodor
Schieder, Nationalismus und Nationalstaat. Studien zum nationalen Problem im
modernen Europa, ed. por Otto Dann y Hans-Ulrich Wehler, Gotinga, 1991). Otto
Dann, sin embargo, en su libro mencionado en nota 1, entiende por nacionalismo
aquella ideología o aquel comportamiento político que parte de la convicción de
que los hombres y las naciones no son iguales, es decir, que infravaloran a los
pueblos y a las naciones ajenas, no reconociendo por encima de la nación ningún
otro principio universal. Esta definición negativa de nacionalismo le permite
distinguir y contraponer entre el proceso de unificación anterior a 1866-1871 —
emancipador y liberal— y las organizaciones y comportamientos agresivos
posteriores. Dieter Langewiesche ha hecho ver, por el contrario, que esa
concepción del nacionalismo no da cuenta del hecho de que el propio proceso de
formación del Estado nacional tuvo esa doble vertiente, emancipatoria/participativa
y discriminatoria/agresiva (Dieter Langewiesche, Nationalismus im 19. und 20.
Jahrhundert: zwischen Partizipation und Aggression, Friedrich-Ebert-Stiftung,
Bonn, 1994).
4
Las creaciones de Estados en Europa entre 1815 y 1922: 1830, Grecia;
1831, Bélgica; 1861, Italia; 1871, Imperio alemán; 1878, Rumania, Serbia,
Montenegro; 1905, Noruega; 1908, Bulgaria; 1913, Albania; 1917, Finlandia; 1918:
Polonia, Checoslovaquia, Estonia, Letonia, Lituania, Reino de los serbios, croatas
y eslovenos (desde 1919: Yugoslavia); 1922, Irlanda.
5
Las peculiaridades del desarrollo histórico alemán en comparación con la
evolución seguida por otros países occidentales, tanto en la realización de su
unificación política como en su pensamiento filosófico y político, han sido
resumidas con carácter general en el concepto de Sonderweg (vía o camino
especifico, diferente). En algunas épocas (véase cap. II, 3) esas diferencias se
convirtieron en un programa de autoafirmación y de rechazo del mundo occidental.
Hasta qué punto el desarrollo histórico alemán ha sido realmente diferente o ha
sido, por el contrario, objeto de una mitificación es una cuestión muy debatida.
Véanse, por ejemplo, las contribuciones sobre el tema en Deutscher Sonderweg-
Mythos oder Realität?, editado por el Institut für Zeitgeschichte, Múnich, 1981, con
bibliografía.
6
Wilhelm von Humboldt, «Über die Behandlungen der Angelegenheiten des
Deutschen Bundes durch Preuβen» (30-9-1816), en Gesammelte Schriften, vol.
XII, 53-116, cita en p. 77
7
A. H. L. Heeren, «Der Deutsche Bund in seinen Verhaltnissen zu dem
Europäischen Staatensystem, bei der Eröffnung des Bundestages dargestellt»
(1816), en Historische Werke, Gotinga, 1821, Segunda Parte, 423-457; cita: pp.
430 s.
8
Luego la firmaron Baden y Wurtemberg.
9
Junto a las cinco grandes potencias —Rusia, Gran Bretaña, Austria,
Prusia, Francia— firmaron también Suecia, España y Portugal.
10
Junto a la Constitución-marco de 1815 y la Constitución Final de Viena de
1820, la Confederación Germánica contó con otras «leyes fundamentales» como
la Ley del Tribunal de Arbitraje (Schiedsgerichtsordnung), de 6 de junio de 1817, la
Ley de Intervención (Exekutions-Ordnung), de 3 de agosto de 1820, y la
Organización militar (Kriegsverfassung), de 9 de abril de 1821.
11
Baviera y Baden tuvieron sus respectivas Constituciones en 1818,
Wurtemberg en 1819 y Hesse-Darmstadt en 1820. Las cuatro Constituciones
responden al tipo de dualismo constitucional, que iba a conocer posteriormente en
Alemania una gran difusión.
12
En la Confederación se impuso la tesis de Friedrich von Gentz que
interpretó el concepto «estamental» del artículo 13 en el sentido tradicional de la
representación, como representación de intereses de determinados grupos
sociales y no como una representación del conjunto de la nación. Sobre este
punto, véase Joaquín Abellán, El pensamiento político de Guillermo von Humboldt.
Madrid, 1981, pp. 291-300.
13
Fichte, Discursos a la nación alemana, trad. cast. de A. Juan Martín,
Madrid, 1968, octavo discurso, pp. 148-149 y 159.
14
Karl vom und zum Stein, «Über die zweckmäβige Bildung der obersten
und der Provinzial-, Finanz- und Polizei-Behörden in der preuβischen Monarchie»,
en Briefe und amtliche Schriften, ed. por W. Hubatsch, Stuttgart, 1959, vol. 2, pp.
380-403, esp. pp. 391 y 394 s.
15
Adam Müller, Elemente der Staatskunst, ed. de Baxa, Viena, 1922, I, pp.
145 s.
16
Friedrich Schlegel, «Reflexiones sobre la situación política de las
naciones europeas», en Obras selectas, ed. de H. Juretschke, 2 vols., Madrid
1983, vol. 1, p. 261.
17
Fr. Schlegel, «Signatur des Zeitalter» (1820-1823), en Sämtliche Werke,
vol. 7 (1966), pp. 535.
18
Sobre las reformas en Prusia, véase W. Hubatsch, Die Stein-
Hardenbergschen Reformen, Darmstadt, 1977; R. Koselleck, Preuβen zwischen
Reform und Revolution, 3ª ed., Stuttgart, 1981; Joaquín Abellán, El pensamiento
político de Guillermo von Humboldt, Madrid, 1981, pp. 171-257.
19
En 1808 se fundó en Königsberg la «Sociedad para la práctica de las
virtudes públicas» (Gesellschaft zur Übung der offentlicher Tugenden); en Berlín
se reunían grupos de patriotas en casa del editor Georg Andreas Reimer; en 1810,
Friedrich Friesen y Friedrich Ludwig Jahn fundaron una llamada «Confederación
Germánica» (Deutscher Bund) y en 1811 fundaron Achim von Arnim y Adam Müller
la Deutsche Tischgesellschaft.
20
Sobre estas organizaciones, véase Dieter Düding, Organisierter
gesellschaftlicher Nationalismus in Deutschland (1808-1847), Múnich, 1984.
21
Ernst Moritz Arndt, «Katechismus..., worin gelehrt wird, wie ein christlicher
Wehrmann sein und mit Gott in den Streit gehen soll», en Werke. Auswahl in 12
Teilen, ed. de A. Leffson y W. Steffens, Leipzig/Viena/Suttgart, 1913, pp. 131-162,
cita en pp. 161 s.
22
Ernst Moritz Arndt, Geist der Zeit, Parte 3.ª(1813), Altona, 1814, p. 430.
23
Las capas cultas (estudiantes, escolares, hombres de los estamentos
cultos, funcionarios) formaban el 12 por 100 de los voluntarios, mientras que las
capas cultas sólo eran el 2 por 100 de la población total. Otra capa también muy
representada: los artesanos, que hasta entonces habían tenido poca orientación
hacia lo nacional (el 41 por 100 de los voluntarios, siendo sólo el 7 por 100 de la
población prusiana). Los campesinos tuvieron menos representación en los
voluntarios (18 por 100). Entonces seguía siendo la idea nacional un patrimonio
casi exclusivo de las ciudades, cuya población representaba el 20 por 100 de la
población total. Los voluntarios se sintieron durante ese año y medio de guerra
como la nación en armas. Incluso grupos de población como los judíos, que
habían estado más al margen desde un punto de vista social y político, fueron
también afectados por esta experiencia.
24
De los alrededor de diez mil estudiantes existentes en Alemania en 1815,
estaban integrados en las asociaciones de estudiantes un 10 por 100, pero por su
actividad formaron la espina dorsal del movimiento nacional.
25
Los estatutos de la Burschenschaft de Jena, en Herman Haupt (ed.),
Quellen und Darstellungen zur Geschichte der Burschenschaft und der deutschen
Einheitsbewegung, Heidelberg, 1910, vol. 1, pp. 118-122.
26
Estos pequeños grupos de estudiantes, muy radicalizados, emprendieron
acciones violentas, especialmente tras la Revolución de 1830. En 1833, en
Fráncfort, intentaron un golpe contra el Parlamento confederal, con sede en la
ciudad.
27
Organizaciones de apoyo a la independencia de Grecia se formaron en
1821, donde se cultivaban ideales liberales y nacionales. Véase Ch. Hauser,
Anfange bürgerlicher Opposition. Philhellenismus und Frühliberalismus in
Südwestdeutschland, Gotinga, 1990.
28
Véase Dieter Düding, «Die deutsche Nationalbewegung...», en
Geschichte in Wissenschaft und Unterricht, 42 (1991), pp. 617-618.
29
Ese carácter tuvieron la fiesta de Gutenberg, en Maguncia en 1837; la del
monumento a Schiller, en 1839, en Stuttgart; la de la colocación de la primera
piedra en el monumento Hermann, en Detmold, en 1838, y las inauguraciones de
los monumentos a los grandes poetas en distintas ciudades, que eran ocasión de
afirmación nacional.
30
Staatslexikon oder Encyklopädie der Staatswissenschaften, Altona, 1834-
1843, 15 vols. y 4 supl.; y ediciones posteriores.
31
Carl Theodor Welcker, artículo «Deutsche Staatsgeschichte,
Deutschland, Deutsche...», en Staatslexikon, vol. 4 (1837), p. 290.
32
También otros liberales estaban pensando en la reorganización de la
«Confederación Germánica» a través del establecimiento de una representación
nacional; véase, por ejemplo, Wilhelm Schulz, Deutschlands Einheit durch
Nationalrepräsentation (Stuttgart, 1832).
33
Publicada esta Correspondencia entre dos alemanes en Stuttgart en
1831, en 1832 apareció una segunda edición aumentada. Nueva edición a cargo
de G. Küntzel en Berlín, 1911.
34
Friedrich Meinecke, Weltbürgertum und Nationalstaat, 9.ªed., Múnich,
1969, p. 289.
35
P. A. Pfizer, Gedanken über das Ziel und die Aufgabe des deutschen
Liberalismus (1832), ed. Georg de Küntzel, Berlín, 1911, reimpresión en
Nendeln/Liechtenstein, 1968, pp. 336 s.
36
Véase su testimonio en el Parlamento de Wurtemberg, en 1833, en
Verhandlungen der Kammer der Abgeordeneten des Königsreiches Württemberg
auf dem ersten Landtage von 1833, vol. 2, Stuttgart, 1833, p. 47.
37
P. Wentzke y W. Klotzer (eds.), Deutscher Liberalismus im Vormarz.
Heinrich von Gagerns Briefe und Reden 1815-1848, Gotinga, 1959, n° 28, p. 115.
38
P. Wentzcke y W. Klotzer (eds.), Deutscher Liberalismus, como en nota
anterior. Sobre la posición de Gagern a favor de Prusia, véase Meinecke,
Weltbürgertum und Nationalstaat, (como en nota anterior), pp. 281 y ss.
39
Citado según Hans-Werner Hahn, «Zwischen deutscher Handelsfreiheit
und Sicherung landständischer Rechte», en Wolfgang Schieder (ed.), Liberalismus
in der Gesellschaft des deutschen Vormarz, Gotinga, 1983, p. 268.
40
Sobre la «Asociación de la prensa y la patria alemana», véase el trabajo
de Cornelia Foerster, «Sozialstruktur und Organisationsformen des Deutschen
Preb- und Vaterlandsvereins von 1832/33», en Wolfgang Schieder (ed.),
Liberalismus (como en nota anterior), pp. 147-166.
41
El propio Johann Georg August Wirth escribió un libro sobre la fiesta de
Hambach: Das Nationalfest der Deutschen zu Hambach, 1832. Sobre la fiesta,
véase el libro colectivo editado por K. Baumann, Das Hambacher Fest 27. Mai
1832. Männer und Ideen, Speyer, 1957.
42
Sobre las medidas represivas tomadas por la Confederación Germánica
(los seis artículos de 28 de junio de 1832 y los decretos de 1834), véase Ernst
Rudolf Huber, Deutsche Verfassungsgeschichte seit 1789, vol. 2, Stuttgart, 1975,
pp. 151-163, 173-184.
43
Una estrofa del himno decía: «ellos no lo tendrán / el Rin libre y alemán /
aunque se desgañiten gritando / como cuervos voraces». Max Schneckenburger
compuso su Wacht am Rhein (Guardia en el Rin): «patria querida, puedes estar
tranquila, la guardia en el Rin es firme y fiel», y Heinrich August Hoffmann von
Fallersleben compuso su Canción de Alemania en 1841, en la que el «Alemania,
Alemania sobre todo» tenía un claro sentido patriótico y no de expansión territorial,
al reclamar «unidad y justicia y libertad para la patria alemana».
44
Garantien der Harmonie und Freiheit (1842), Berlín, 1955.
45
Arnodl Ruge, Der Patriotismus (1844), ed. de Peter Wende, Fráncfort del
Meno, 1968, pp. 48 s.
46
Los escritores Heinriche Heine (1797-1856) y Ludwig Borne (1786-1837),
exiliados en París tras la Revolución de Julio de 1830, fueron los precursores de
una nueva literatura comprometida políticamente y crítica con la situación de
Alemania. Con ellos comienza también la emigración política alemana hacia el
extranjero. Sobre Heine, véase Eberhard Galley, Heinrich Heine, 3ª ed., Stuttgart,
1971.
47
Karl Marx, «Manifest der Kommunistischen Partei» (1848), en Marx-
Engels-Werke, vol. 4 (1959), pp. 466 s. El valor de la nación, sin embargo, lo
hicieron depender Marx y Engels del proceso revolucionario total. Durante sus
informes sobre los debates en la Asamblea de Fráncfort (1848-1849), Marx y
Engels todavía hablaban, por ejemplo, de los polacos como de un «pueblo
necesario», porque su lucha revolucionaria por conseguir la independencia
nacional era una lucha contra la Santa Alianza. Pero dos años y medio después,
Engels escribía a Marx: «cuanto más reflexiono sobre la historia, más claro tengo
que los polacos son une nation foutue, que se pueden utilizar como medio hasta
que Rusia haga la revolución agraria. Desde ese momento, Polonia ya no tiene
ninguna raison d'étre [carta de 23 de mayo de 1851, en Marx-Engels-Werke, vol.
27 (1963), p. 266].
48
Sobre la Revolución de 1848 en Alemania, véanse sobre todo Wolfram
Siemann, Die deutsche Revolutíon von 1848/49, Fráncfort del Meno, 1985; W.
Mommsen, Gröbe und Versagen des deutschen Bürgertums, Múnich (1949), 2ª
ed., 1964; R. Stadelmann, Soziale und politische Geschichte der Revolutíon von
1848. Múnich, (1948), 3ª ed., 1973; Günter Wollstein, Deutsche Geschichte
1848/49. Gescheiterte Revolution in Mitteleuropa, Stuttgart, 1986. Sobre el estado
de la investigación, D. Langewiesche, «Die deutsche Revolution von 1949/49 und
die vorrevolutionäre Gesellschaft», Archiv für Sozialgeschichte, 21 (1981), pp. 458-
498, y 31 (1991), pp. 313-426. Sobre los aspectos comunes compartidos con otras
revoluciones en Europa, P. N. Stearns, The Revolutions of 1848, Londres, 1974.
49
Sobre el desarrollo de la Asamblea Constituyente de Fráncfort, véase W.
Siemann, Die Frankfurter Nationalversammlung 1848/49 zwischen
demokratischem Liberalismus und konservativer Reform, Berna/Fráncfort del
Meno, 1976.
50
Un especial papel desempeñó en esta cuestión el historiador Friedich
Christoph Dahlmann, diputado de la Asamblea Constituyente, defensor de una
política nacional alemana en Schleswig-Holstein. Sobre Dahlmann: A. Springer,
Friedrich Christoph Dahlmann, 2 vols., Leipzig, 1870-1872; R. Hansen, «Friedrich
Christoph Dahlmann», en H. U. Wehler (ed.), Deutsche Historiker, vol. 5, Gotinga,
1972, pp. 27 ss.
51
Una Conferencia internacional elaboró, en 1852, el Protocolo de Londres
que establecía que la legislación danesa en materia de sucesión a la corona era
también de aplicación en los Ducados de Schleswig y Holstein, como partes del
Estado danés, aunque mantuvo asimismo el status especial de ambos Ducados.
Sobre la perspectiva internacional del conflicto, véase K. A. P. Sandiford, Great
Britain and the Schleswig Holstein Question 1848-1863, Londres, 1975.
52
Un 30 por 100 de la población era alemán. En Posen capital, de 42.000
habitantes, eran 18.000 polacos, 13.000 alemanes y 11.000 judíos, que optaban
por la cultura alemana.
53
En los primeros momentos de la revolución, hubo una oleada de
solidaridad con los polacos; se liberó a los polacos que habían participado en el
levantamiento de Cracovia de 1846 y estaban en la cárcel de Moabit en Berlín; se
hizo presión sobre el rey de Prusia para que se «restituyera» el Gran Ducado de
Posen, como el núcleo en torno al cual reconstruir Polonia como Estado.
54
Discurso de Robert Blum (24 de julio de 1848), en Stenographischer
Bericht über die Verhandlungen der deutschen konstituierenden
Nationalversammlung zu Frankfurt a. M. (F. Wigard, ed.), 9 vols., Fráncfort, 1848-
1849, vol. 2 (1848), pp. 1141 s.
55
Discurso de Ruge (27 de julio de 1848), en Stenographischer Bericht...
(como en nota anterior), vol. 2 (1848), pp. 1184 ss.
56
Discurso de Jordan (24 de julio de 1848), en Stenographischer Bericht...
(como en nota 50), pp. 1145 s.
57
La línea divisoria de Posen fue cambiada todavía, durante los meses
siguientes, por el Reichskommissar, en perjuicio de los polacos.
58
De los casi cinco millones de habitantes, 2,6 millones eran eslavos
(checos, eslovacos, polacos), 1,7 millones alemanes y el resto pertenecía a otros
grupos nacionales (húngaros, judíos). Aproximadamente un tercio de la población
era de lengua alemana.
59
La renuncia de Palacky, en Palacky, Gedenkblattern. Auswahl von
Denkschriften, Aufsatzen und Briefen, Praga, 1874, pp. 149 ss. Sobre la revolución
en Praga, St. Z. Pech, The Czech Revolution of 1848, Chapel Hill, 1969.
60
Los checos convocaron un congreso eslavo en Praga, el 2 de junio de
1848, como respuesta y alternativa a la Asamblea de Fráncfort. En ese congreso
hubo 237 delegados checos, 60 polacos y rutenos de Galizia y otros 42 delegados
de otras nacionalidades eslavas. El congreso terminó el 12 de junio con el
levantamiento de Praga, dirigido por obreros y estudiantes. El levantamiento fue
aplastado por el gobierno austríaco.
61
El imperio austríaco tenía unos cuarenta millones de habitantes, de los
que sólo una tercera parte eran alemanes, aunque eran el pueblo política y
culturalmente dominante.
62
Sobre este punto, especialmente Günter Wollstein, Das
«Grobdeutschland» der Paulskirche, Düsseldorf, 1977, pp. 266-291.
63
Schwarzenberg declaraba ante el Bundestag austríaco, el 27 de
noviembre de 1848: «la gran obra a la que estamos obligados, de acuerdo con los
pueblos, es la creación de un nuevo vínculo que unifique todos los territorios y las
etnias (Stamme) de la monarquía en un cuerpo estatal único y grande» (texto en
E. R. Huber, Dokumente zur deutschen Geschichte, 3ª ed., Stuttgart, 1978, vol. 1,
p. 291).
64
Sobre los planes de reorganización de la Europa central, véase Anselm
Doering-Manteuffel, «Der Ordnungszwang des Staatensystems: Zu den
Mitteleuropa-Konzept in der österreichisch-preubischen Rivalität 1849-1851», en A.
Birke y G. Heydemann (eds.), Die Herausforderung des Europäischen
Staatensystems, Gotinga, 1989, pp. 119-140.
65
Rusia apoyó durante algún tiempo el plan del Reich de setenta millones.
Pero, tras el fracaso del plan Radowitz, las grandes potencias percibieron el
peligro que podía suponer para el equilibrio europeo un Estado de setenta
millones de habitantes en el centro de Europa. Véase Anselm Doering-Manteuffel,
England, die deutsche Frage und das europäische Machtesystem 1848-1856,
Escrito de Habilitación, Universidad de Erlangen, 1986, pp. 165 ss. The Economist
hizo el siguiente comentario de las Conferencias de Dresden «besides the
mutually interwown dependence of the people of Europe, the political form of
Germany and her political existencie depend —which is not the case witth either
France or England— on the public law of Europe. Germany is a state created by a
treaty, and it is only by observing the treaty that the state can be preserved. It may
become Austrian or Prussian, or be devided betweeen those powers, but it can
only exist as a united State by maintaining with the other powers of Europe the
treaty of Vienna» (año XI, 12 de abril de 1851, p. 393, citado en A. Doering-
Manteuffel, «Der Ordnungszwang...», como en nota anterior, pp. 137-138.
66
Así tituló su libro August Ludwig von Rochau, Grundsätze der Realpolitik
(1852), ed. H. U. Wehler, Berlín, 1972.
67
Véase Thomas Nipperdey, Deutsche Geschichte 1800-1866, Múnich,
1983 pp. 693-697.
68
La influencia de la Asociación era grande a través de los numerosos
periódicos liberales que editaban sus socios. En Berlín respondían a la línea de la
Asociación los periódicos Volks-Zeitung, National-Zeitung, Vossische Zeitung. La
propia Asociación editaba, en su sede central en Coburg, Wochenschrift des
Nationalvereins.
69
Shlomo Na'aman ve en la «Asociación Nacional Alemana» el
establecimiento político de la burguesía alemana, que quería representar al pueblo
alemán por encima de las fronteras de los Estados particulares. La «Asociación»
quería representar a todo el pueblo y preparar la situación para el futuro Estado
nacional. Sh. Naaman, Der Deutsche Nationalverein, Düsseldorf, 1987, p. 16.
70
Los objetivos de la la «Asociación Nacional Alemana» no coincidían, por
lo tanto, con los planteamientos de aquellos políticos e historiadores prusianos
(Treitschke, Baumgarten, Twesten, Waldeck) que defendían, en realidad, una
«Prusia grande», es decir, una anexión del resto de Alemania a Prusia.
71
Verhandlungen der ersten Generalversammlung des Deutschen
Nationalvereins am 3., 4., und 5. September 1860, Coburg, 1860, p. 15.
72
Wochenschrift des Nationalvereins, nº 127, de 3 de octubre de 1862, p.
1065.
73
En las asociaciones de canto se mantuvo siempre el liberalismo, mientras
que en las de gimnastas y cazadores se mezclaban planteamientos liberales y
republicano-demócratas.
74
Willy Real, Der deutsche Reformverein. Grobdeutsche Stimmen und
Krafte zwischen Villafranca und Königgratz, Lübeck/Hamburgo, 1966.
75
Con el fracaso de los planes de reforma presentados por Austria en el
Fürstentag de agosto de 1863, lo único que le quedó de programa fue la oposición
a la política de hegemonía que perseguía Prusia.
76
Sobre los planes de reforma elaborados entre 1861 y 1863, véase E. R.
Huber, Deutsche Verfassungsgeschichte seit 1789, vol. III, 3ª ed., Stuttgart, 1988,
pp. 378-435.
77
El 21 de diciembre de 1863 se reunieron en Fráncfort del Meno 491
diputados de todos los Estados alemanes y acordaron apoyar las pretensiones del
Duque de Augustenbrug y exigir la liberación de los Ducados. En enero de 1864,
la «Asociación Nacional Alemana» fundó en Coburg una oficina central para
reclutar voluntarios.
78
Prominentes liberales como los historiadores Heinrich von Treitschke,
Heinrich von Sybel y Theodor Mommsen, o el demócrata Franz Waldeck,
reconocieron que no había ninguna otra alternativa a Bismarck (véase Hagen
Schulz, «Perspektiven für Deutschland: Nationalverein und Reformverein», en A.
Birke y G. Heydamann (eds.), Die Herausforderung des Europäischen
Staatensystems, Gotinga, 1989, pp. 141-157, esp. p. 155). Por su parte, la
«Asociación de Reforma de Alemania» ya no celebró ninguna asamblea general
más y suspendió la publicación de su órgano central Wochenblatt.
79
Texto de la circular de Bismarck, en E. R. Huber, Dokumente zur
Deutschen Verfassungsgeschichte, 3ª ed., Stuttgart, 1978, vol. II, pp. 233-234.
80
Texto del acuerdo, en E. R. Huber, Dokumente..., como en nota anterior,
p. 239.
81
Este partido (Nationalliberale Partei), con base social en la gran
burguesía y en la industria, sería el partido más importante en la época de la
fundación del Deutsches Reich. En las elecciones al Parlamento federal de 1871
alcanzaría el 30 por 100 de los votos. El partido se disolvió en noviembre de 1918.
82
Para un balance de 1866, véase Michael Stürmer, Das ruhelose Reich.
Deutschland 1866-1918, Berlín, 1983, pp. 144 ss.; Karl Georg Faber, «Realpolitik
als Ideologie: Die Bedeutung des Jahres 1866 für das politische Denken in
Deutschland», Historische Zeitschrift, 203 (1966), pp. 1-45.
83
Texto del Tratado entre Prusia y los Estados del norte de Alemania, de 18
de agosto de 1866, en E. R. Huber, Dokumente..., como en nota 75, pp. 268-270.
84
Texto de la Constitución de 1867, en E. R. Huber, Dokumente..., como en
nota 75, vol. II, pp. 272-285. Sobre la «Confederación del Norte de Alemania»,
véase Klaus Erich Pollmann, Parlamentarismus im Norddeutschen Bund 1867-
1870, Düsseldorf, 1985.
85
Entre 1866 y 1867, Prusia firmó una serie de pactos defensivos y
ofensivos con Baviera, Württemberg, Baden y Hesse, pues, desaparecida la
Confederación Germánica, que formaba también una unidad militar, la nueva
Confederación del Norte de Alemania sólo podía contar consigo mismo en una
situación internacional crítica. El pacto entre Prusia y Württemberg se firmó el 13
de agosto de 1866; el de Prusia con Baden el 17 de agosto; el de Prusia con
Baviera el 22 de agosto. El pacto entre Prusia y Hesse se firmó el 11 de abril de
1867, en el contexto del acuerdo militar del 7 de abril de 1867.
86
Véase para lo siguiente R. Dietrich (ed.), Europa und der Norddeutsche
Bund, Berlín, 1968.
87
Karl von Hollenzollern-Sigmaringen, 1839-1914, hermano de Leopold.
88
Texto (fragmento) del escrito de Bismarck, en E. R. Huber, Dokumente...
nº 216.
89
Véase, E. R. Huber, Deutsche Verfassungsgeschichte, vol. 3, 3ª ed.,
Stuttgart, 1988, p. 716.
90
Así lo recordaría después Bismarck en «Gedanken und Erinnerungen»,
en Die gesammelten Werke, ed. por H. v. Petersdorff y otros, 15 vols., Berlín 1924-
1935, vol. 15, p. 310. Sobre la vida de Bismarck, véase Lothar Gall, Bismarck. Der
weibe Revolutionär, 5ª ed., Berlín/Fráncfort del M., 1981.
91
Napoleón III le comentó al presidente del gobierno Ollivier: «ahí ve usted
en qué situación se puede encontrar un gobierno a veces: no tenemos ningún
motivo de guerra justo y a pesar de ello nos tendremos que decidir por la guerra
para obedecer la voluntad del país» (citado según E. Fehrenbach, « Preussen-
Deutschland als Faktor der franzosischen Aubenpolitik in der
Reichsgründungszeit», en Historische Zeitschrift, Beiheft 6, 1980, pp. 109-138, cita
en p. 125).
92
En los Estados de Baviera y de Würtemberg, sin embargo, había habido
fuertes tensiones entre el gobierno y las mayorías parlamentarias. En
Würtemberg, en las elecciones de 1868 había obtenido mayoría el partido
Volkspartei, opuesto al carácter automático de los pactos militares suscritos con
Prusia en 1866. En Baviera, el partido patriota también había obtenido la mayoría
parlamentaria en las elecciones de noviembre de 1869. Este partido era de la
opinión de que la interpretación de cuándo había un casus foederis le
correspondía exclusivamente a Baviera. Pero, en julio de 1870, el partido patriota
bávaro votó a favor de la guerra y de los créditos necesarios.
93
El Acuerdo entre la Confederación del Norte, Baden y Hesse se firmó el
15 de noviembre de 1870; el Acuerdo entre la Confederación del Norte y Baviera,
el 23 de noviembre; y el Acuerdo entre la Confederación del Norte, Baden y
Hesse, por un lado, y Württemberg, por otro, el 25 de noviembre de 1870. El
Acuerdo común se plasmó en un Protocolo, de fecha 8 de diciembre de 1870. Dos
días después el Parlamento federal y el Bundesrat de la Confederación, de
acuerdo con los cuatro Estados del sur, aprobaban el cambio de denominación del
nuevo Estado: en vez de Deutscher Bund, Deutsches Reich (Imperio alemán). La
presidencia de la federación pasaba a denominarse Deutscher Kaiser (emperador
alemán).
94
Los Tratados de noviembre sobre el nuevo Estado federal fueron
ratificados por el parlamento federal de la Confederación del Norte de Alemania el
9 de diciembre de 1870; por el parlamento de Baden ef 21 de diciembre; por el
parlamento de Hesse el 20-29 de diciembre y por el parlamento de Württemberg el
23-29 de diciembre. El 31 de diciembre de 1870 fueron publicados en la Gaceta
oficial de la Confederación, con efectividad a partir del 1 de enero de 1871. En
Baviera, donde la ratificación era especialmente problemática, la segunda cámara
del parlamento los ratificó el 21 de enero de 1871 con un resultado de 102 votos a
favor y 48 en contra. El 30 de enero de 1871, el rey de Baviera, Luis II, declaró los
Tratados con efecto retroactivo al 1 de enero de 1871. Objeto de discusión ha sido
si el Estado de 1871 era realmente un nuevo Estado o la continuación de la
Confederación del Norte de Alemania, de 1867. El jurista Paul Laband, autor del
manual más famoso sobre el Derecho político del Deutsches Reich (Das
Staatsrecht des Deutschen Reiches, 4 vols., 5ª ed., Tubinga, 1911-114) mantenía
la tesis de la continuación. E. R. Huber, entre otros, por el contrario, mantiene la
tesis de la creación de un nuevo Estado en 1871.
95
Sobre la política exterior de Bismarck, véase K. Hildebrand, Deutsche
Aubenpolitik 1871-1918, Múnich, 1989; A. Hillgruber, Bismarcks Aubenpolitik, 2ª
ed., Friburgo, 1981.
96
Véase K. Hildebrand, «Die deutsche Reichsgründung im Urteil der
britischen Politik», Francia, 5 (1977), pp. 399-424.
97
Véase B. Jelavich, A Century of Russian Foreign Policy, 1814-1914,
Filadelfia/Nueva York, 1964.
98
La crítica situación de enero de 1887, en que ambos gobiernos llamaron
a los reservistas, fue solucionada por la vía diplomática. Sobre las relaciones entre
Alemania y Francia, vid. R. Poidevin y J. Bariéty, Les rélations franco-allemandes
1815-1975, París, 1977.
99
K. O. von Aretin destaca el carácter del antiguo Reich y de su constitución
como un Rechtsordnung (ordenamiento jurídico), que mira al poder como algo
secundario, siendo lo primero el mantenimiento del derecho (Heiliges Rómisches
Reich 1776-1806. Reichsverfassung und Staatssouveranität, 2 vols., Wiesbaden,
1967, vol. l, p. 11).
100
La discusión moderna sobre el carácter del Imperio alemán como Estado
nacional arranca de la tesis afirmativa de Theodor Schieder («Das Deutsche
Kaiserreich von 1871 als Nationalstaat», en Th. Schieder, Nationalismus und
Nationalstaat. Studien zum nationalem Problem in modernen Europa, ed. por Otto
Dann y Hans-Ulrich Wehler, Gotinga, 1991, PP- 197-217).
101
A pesar de ello, el Imperio alemán no era solamente una «federación de
príncipes». Se hizo un nuevo Estado: la Constitución estableció una nacionalidad
común para todos sus habitantes: además de «prusianos» o «bávaros», etc.,
todos eran alemanes en sentido jurídico-constitucional.
102
Este matiz confederativo aseguraba la posición hegemónica de Prusia
dentro del Deutsches Reich. Prusia representaba casi dos tercios del territorio y de
la población de todo el Deutsches Reich. El presupuesto de Prusia era mayor que
el del Reich. Prusia tenía en el Bundesrat diecisiete votos, con lo que podía
impedir una reforma de la Constitución. Además, tenía veto en las leyes militares y
en la determinación de los ingresos por impuestos del Reich. También
constitucionalmente estaba establecido que el rey de Prusia era el emperador del
Reich. El Canciller fue por regla general el jefe del gobierno prusiano y los
funcionarios del Reich procedían en su inmensa mayoría del funcionariado
prusiano.
103
Sobre la representación ponderada en el Imperio alemán, véase A.
Truyol y Serra, «La representación ponderada en el federalismo germánico»,
Revista de Política Internacional, 162 (1979), pp. 7-41, esp. pp. 28-29. Sobre la
evolución del parlamentarismo alemán, véase Gerhard A. Ritter,
«Entwicklungsprobleme des deutschen Parlamentarismus», en Gesellschaft,
Parlament und Regierung. Zur Geschichte des Parlamentarismus in Deutschland,
ed. por Gerhard A. Ritter, Düsseldorf, 1974, pp. 11-54.
104
El emperador no tenía, en todo caso, sólo una función de
representación, sino que disponía de un gran poder: mando supremo del ejército,
nombramiento y cese del canciller, convocatoria y clausura del Bundesrat y del
Bundestag, y política exterior.
105
Sobre las clases sociales, véase Jürgen Kocka (ed.), Bürgertum im 19.
Jahrhundert, 3 vols., Múnich, 1988; W. Conze y U. Engelhardt (eds.),
Arbeiterexistenz im 19. Jahrhundert: Lebensstandard und Lebensgestaltung
deutscher Arbeiter und Handwerker, Stuttgart, 1981; K. Tenfelde y H. Volkmann
(eds.), Streik. Zur Geschichte des Arbeitskampfes in Deutschland wahrend der
Industrisialierung, Múnich, 1981.
106
En la región minera del Ruhr vivían también entre trescientos mil y cuatro
cientos mil polacos.
107
La ley fue aprobada por 212 votos (de los partidos conservadores y del
partido liberal-nacional) contra 120 votos del partido católico Zentrum, el partido
liberal de izquierda, el partido de los Welfen de Hannover y los polacos.
108
Más adelante sí se aprobaría en el Parlamento prusiano una ley de
expropiación (ley de 20 de marzo de 1908), que daba al Estado de Prusia el
derecho a expropiar fincas, de una superficie no superior a setenta mil hectáreas,
cuando corriera peligro «el espíritu alemán» (das Deutschtum) y no se pudiera
fortalecer éste sino por la expropiación. Cuando se aplicó la ley de 1908 afectó ya
a muy pocas fincas. Véase Th. Nipperdey, Deutsche Geschichte 1866-1918, vol. II,
Múnich, 1992, pp. 266-281.
109
En 1871, el 61 por 100 de la población de Posen era polaca, el 35 por
100 alemana y el 3,9 judía. En 1910, el 64,7 por 100 era polaca, frente a un 34 por
100 de alemanes y un 1,3 por 100 de judíos. Especialmente sobre Posen, véase
B. Balzer, Die preubische Polenpolitik 1894-1908 und die Haltung der deutschen
conservativen und liberalen Parteien unter besonderer Berücksichtigung der
Provinz Posen, Fráncfort del Meno, 1990.
110
En 1870, la población estaba formada por 900.000 alemanes y 400.000
polacos. En 1910: 1.228.000 alemanes y 475.000 polacos.
111
En Silesia, todavía en 1912, menos de la mitad de los que hablaban
polaco votaron a candidatos polacos. Seguían teniendo su peso las viejas
lealtades confesionales al partido católico y las nuevas hacia la socialdemocracia.
La composición de la población, lingüísticamente hablando, era la siguiente: en
1870,1.450.000 alemanes y 750.000 polacos; en 1910, 1.040.000 alemanes
(incluyendo los bilingües) y 1.170.000 polacos. Sobre el Kulturkampf en la Polonia
prusiana, L. Trezianowski, The «Kulturkampf» en Prussian Poland, Nueva York,
1990.
112
Así juzga la cuestión Thomas Nipperdey, en Deutsche Geschichte 1866-
1918, vol. II, Múnich, 1992, p. 282. Sobre el tratamiento dado a la minoría danesa,
véase L. Blatt, Die rechtliche Behandlung der danischen Minderheit in Schleswig-
Holstein von 1866-1914, Husum, 1980.
113
Sobre la situación de Alsacia-Lorena, véase F. Bronner, 1870/71 Elsab-
Lothringen. Zeitgenössischen Stimmen für und wider die Eingliederung in das
Deutsche Reich, 2 vols., Fráncfort del Meno, 1970; F. Igersheim, L'Alsace des
notables 1870-1914. La bourgeoisie et le peuple alsacien, Estrasburgo, 1981; D. P.
Silverman, Reluctant Union. Alsace-Lorraine and Imperial Germany, 1871-1918,
Londres, 1972.
114
Véase, sobre este punto, G. Brakelmann, «Der Krieg 1870/71 und die
Reichsgründung im Urteil des Protestantismus», en Kirche zwischen Krieg und
Freiden. Studien zur Geschichte des deutschen Protestantismus, ed. por W. Huber
y J. Schwerdtfeger, Stuttgart, 1977, pp. 293-320.
115
Sobre el obispo Ketteler, véase A. M. Birke, Bischof Ketteler und der
Deutsche Liberalismus, Maguncia, 1971; R. Morsey, «Bischof Ketteler und der
politische Katholizismus», en W. Pöls (ed.), Staat und Gesellschaft im politischen
Wandel. Beitrage zur Geschichte der modernen Welt, Stuttgart, 1979, pp. 203-223.
116
En Baviera, sobre todo. Tras la derrota de 1866 —Baviera había
participado en la guerra al lado de Austria— se formó un gobierno liberal, pero en
1867 las elecciones para la Asamblea de la Unión Aduanera, dieron como
resultado veintiséis diputados clericales frente a doce liberales. Es más, como
reacción a las medidas del gobierno, se fundó el partido bávaro-patriótico, fiel a la
idea de la Alemania grande y, por consiguiente, hostil a Prusia y a la unión de
Baviera con la Confederación del Norte de Alemania, y hostil también al
capitalismo y a la economía liberal.
117
Sobre el Kulturkampf, véase R. Lili, Die Wende im Kulturkampf. Leo XIII,
Bismarck und die Zentrumspartei 1878-1880, Tubinga, 1973.
118
La prueba más evidente de la colaboración del Zentrum en la política
internacional alemana fue la aprobación por parte del Zentrum de la propuesta
colonial del gobierno alemán, en 1888-1889, que le permitió a éste el
aplastamiento de la rebelión de los árabes en el África oriental, territorio bajo
protección alemana.

La situación económica que condujo al cambio de política de Bismarck y


permitió este papel clave del Zentrum en el Parlamento federal, en Hans
Rosenberg, Grobe Depression und Bismarckzeit. Wirtschaftsablauf, Gesellschaft
und Politik im Mitteleuropa, 2.ªed., Berlín, 1976, esp. p. 168.
119
Véase W. Loth, Katholiken im Kaiserreich. Der politische Katholizismus in
der Krise der wilhelminischen Deutschlands, Düsseldorf, 1984, esp. pp. 74-80.
120
Véase, por ejemplo, la aportación de Martin Spahn, quien abogó por la
reconciliación del catolicismo con la imagen histórica del Estado prusiano-alemán,
aunque la envolviera todavía en la idea de la Alemania grande: Walter Ferber,
«Der Weg Martin Spahns. Zur Ideengeschichte des politischen
Rechtskatholizismus», Hochland, 62 (1970), pp. 218-229.
121
Pero, a partir de los años noventa, el partido ya no volvió a discutir la
pertenencia de Alsacia-Lorena al Deutsches Reich. Véase Hans Mommsen,
«Estado nacional», en Marxismo y democracia, ed. por C. D. Kernig, Madrid, 1975,
serie Historia, vol. 3, pp. 88-89. Sobre el conjunto de este apartado, véase Dieter
Groh y Peter Brandt, Vaterlandslose Gesellen. Sozialdemokratie und Nation 1860-
1990, Múnich, 1992.
122
Los socialistas pudieron seguir presentándose a las elecciones, aunque
no bajo las siglas de sus propias organizaciones. El derecho a voto, tanto activo
como pasivo, tampoco les fue suspendido.
123
Sobre R. Luxemburg, J. P. Geras, Rosa Luxemburg, Oxford, 1966; O. K.
Flechtheim, Rosa Luxemburg zur Einführung, 1985.
124
Karl Kautsky, Patriotismus und Sozialdemokratie, Leipzig, 1907, p. 12.
125
Ibíd., p. 13.
126
Véase Eduard Bernstein, Socialismo democrático, ed. de J. Abellán,
Madrid, 1988.
127
Sobre la integración simbólica en los años de la unificación, véase
Wolfgang Hardtwig, Geschichtskultur und Wissenschaft, Múnich, 1990, esp. los
capítulos 7, 8 y 9. Sobre las fiestas de significado político, D. Düding y otros (eds.),
Öffentliche Festkultur. Politische Feste in Deutschland von der Aufkärung bis zum
Ersten Weltkrieg, Reinbek, 1988.
128
Sobre las asociaciones de veteranos, véase Th. Rohkrämer, Der
Militarismus der «kleinen Leute». Die Kriegervereine im deutschen Kaiserreich
1871-1914, 1990; M. S. Coetzee, The German Army League. Popular Nationalism
in Wilhelmine Germany, Oxford, 1990; Harm-Peer Zimmermann, «Der feste Wall
gegen die rote Flut». Kriegervereine in Schleswig-Holstein 1864-1914,
Neumünster, 1989.
129
Los historiadores desempeñaron un papel especial. Después de 1871,
en la ciencia histórica dominó una orientación comprometida políticamente,
defensora de la solución de la pequeña Alemania que se había dado a la cuestión
alemana.

Para esta escuela, la fundación prusiana del Deutsches Reich era la meta
de la historia alemana. Los historiadores Droysen y Sybel eran los corifeos de esta
escuela. Sobre estos historiadores, H. Schleier, «Die kleindeutsche Schule
(Droysen, Sybel, Treitschke)», en J. Streisand (ed.), Studien über die
Geschichtswissenschaft von 1800-1871, Berlín-Este, 1969, vol. 1, pp. 271-310; G.
G. Iggers, Deutsche Geschichtswissenschaft. Eine Kritik der traditionellen
Geschichtsauffassung von Herder bis zur Gegenwart, Múnich, 1971, pp. 120-163;
sobre Sybel, V. Dotterweich, Heinrich von Sybel. Geschichtwissenschaft in
politischer Absicht (1817-1861), Gotinga, 1978. Un resumen de las principales
interpretaciones sobre la creación del Deutsches Reich se puede encontrar en
Michael Stürmer Die Reichsgründung, 2.ªed., Múnich, 1986, pp. 172-186.
130
Véase H. J. Puhle, Agrarische Interessenpolitik urtd preussischer
Konservatismus im wilhelminischen Reich (1893-1914), 2ª ed., Bonn, 1975.
131
Thomas Mann le llamaría «praeceptor Germaniae» por poner de
manifiesto la vaciedad del nuevo Estado alemán creado por el canciller Bismarck y
por reivindicar una formación humana auténtica, por encima de la superficial
modernidad [Betrachtungen eines Unpolitischen (1918), Berlín, 1991, p. 267].
132
Lagarde, «Über die gegenwartigen Aufgaben der deutschen Politik», en
Deutsche Schriften, 3ª ed., Múnich, 1937, p. 33.
133
P. Lagarde, «Die Religion der Zukunft», en Deutsche Schriften, p. 286.
134
P. Lagarde, «Die Stellung der Religionsgesellschaften im Staate», en
Deutsche Schriften, p. 239. Lagarde comparaba a los judíos con los masones en
su conjura internacional para conseguir lo mejor para ellos y con los jesuitas en la
órbita católica. Equiparaba asimismo, lo que era también usual en los años setenta
en Alemania, los conceptos de judío y capitalista.
135
J. Langbehn, Rembrandt als Erzieher. Von einem Deutschen (1890), 33ª
ed., Leipzig, 1891, Sobre Langbehn, véase Fritz Stern, Kulturpessimismus als
politische Gefahr, pp. 127-220. También Doris Mendlewitsch, Volk und Heil.
Vordenker des Nationalsozialismus im 19. Jahrhundert, Rheda-Wiedenbrück,
1988.
136
J. Langbehn, Rembrandt als Erzieher, p. 379.
137
J. Langbehn, Rembrandt als Erzieher, p. 284.
138
Uno de los cofundadores de la Asociación, el teólogo Friedrich Naumann
se separaría de la Asociación por la vaciedad del término «nacional» que utilizaba
la Asociación. En 1896 fundaría la «Asociación Social-Nacional», replanteando la
relación entre reforma nacional y reforma liberal: Naumann quería que lo
«nacional» se entendiera no ya en términos de lo alemán, sino en términos de lo
social, es decir, la integración y homogeneización nacional sólo podría lograrse a
través de la reforma social. Sobre F. Naumann, vid. D. Düding, Der Nationalsoziale
Verein 1896-1903. Der gescheiterte Versuch einer parteipolitischen Synthese von
Nationalismus, Sozialismus und Liberalismus, Múnich, 1972; Peter Theiner,
Sozialer Liberalismus und deutsche Weltpolitik, Baden-Baden, 1983.
139
En 1901 contaba con 23.000 socios, siendo la mitad de ellos maestros,
funcionarios y profesionales liberales.
140
Véase M. S. Wertheimer, The Pan-German-League 1890-1914,1924, pp.
134 ss. La Liga participó en la caída del canciller Bethmann Hollweg, en julio de
1917, y era el principal apoyo del partido patriótico (Vaterlandspartei). Sobre la
Liga, véase R. Chickering, The Men who Feel Most German. A Cultural Study
ofthe Pan-German League, 1866-1914, Boston, 1984.
141
Véase Harm-Peer Zimmermann, «Der feste Wall gegen die rote Flut».
Kriegervereine in Schleswig-Holstein 1864-1914, Neumünster, 1989, pp. 361-399.
142
En el partido SPD, aunque votó a favor de los créditos de guerra, no
había ninguna admiración por la guerra ni ningún entusiasmo nacionalista, sino
más bien una especie de solidaridad crítica. Los socialistas esperaban que los
sufrimientos de la guerra provocaran en los alemanes el rechazo de la guerra y el
amor a la paz. El portavoz socialista en el Reichstag, Hugo Haase, se expresó en
estos términos: «en el momento del peligro, no dejamos a la patria en la
estacada» (Reichstag, Stenographische Berichte, 1914, vol. 306, 8c).
143
Los católicos, integrados en el Estado nacional en gran medida tras la
superación del Kulturkampf, aceleraron ahora su identificación con el Estado
nacional. La «Asociación de la Alemania Católica» (Volksverein für das katholische
Deutschland) organizó los «domingos patrióticos». Los judíos participaban ahora
por vez primera como ciudadanos iguales en la guerra. La revista judía Im
Deutschen Reich hizo un llamamiento, el uno de agosto, para que participaran
como voluntarios junto con los cristianos.
144
Johann Plenge, Der Krieg und die Volkswirtschaft, Münster, 1915, pp.
189 s.
145
De 69 profesores de historia, 43 participaron de esta actividad
publicística sobre la guerra. Y de estos 43,38 pensaban que la guerra era, por
parte de Alemania, una guerra defensiva.
146
El «manifiesto de los 93» (Aufrufder 93) fue publicado en el periódico
Frankfurter Zeitung, el 4 de octubre de 1914. El manifiesto fue rechazado por
pocos profesores (Hans Delbrück, L. von Wiese y A. Einstein). En los meses
siguientes aparecerían otros manifiestos de profesores y universidades. Texto
citado, en Klaus Schwabe, Wissenschaft und Kriegsmoral. Die deutschen
Hochschullehrer und die politischen Grundfragen des Ersten Weltkrieges,
Gotinga/Zúrich/Fráncfort, 1969, p. 25.
147
Werner Sombart, Handler und Helden. Patriotische Gesinnungen,
Múnich/Leipzig, 1915, p. 64.
148
E. Troeltsch, «Die Ideen von 1914» (1916), en Deutscher Geist und
Westeuropa. Gesammelte kulturphilosophische Aufsatze und Reden, ed. Por Hans
Baron, Tubinga, 1925, p. 50.
149
F. Meinecke, «Die deutsche Freiheit», conferencia en Berlín del 18 de
mayo de 1917, pp. 14 ss. (también en Werke, Stuttgart, 1979, vol. 9, pp. 586-602).
Durante la guerra Meinecke se decantaría por la eliminación del sistema electoral
prusiano y por la introducción del sufragio universal.
150
Johann Plenge, 1789 und 1914. Die symbolischen Jahre in der
Geschichte des politischen Geistes, Berlín, 1916, p. 16.
151
Plenge, ibídem, p. 20. F. Hayek criticaría posteriormente a Plenge como
un precursor del nacionalsocialismo. Véase Der Weg zur Knechtschaft [Camino de
servidumbre], Erlenbach/Zúrich, 1952, pp. 214 s.
152
Wilhelm Wundt, «Deutsche Staatsauffassung», Deutschlands
Erneuerung, H. 2 (1918), pp. 199 ss. (reimpreso en Aufrufe und Reden deutscher
Professoren, pp. 152 ss.). Para Wundt, el espíritu alemán ha conocido dos
grandes momentos: la reforma protestante y el idealismo; el tercero será el Estado
alemán [Völkerpsychologie (Kultur und Geschichte)], Leipzig, 1920, vol. 10, p. 464.
Otros testimonios en esa dirección, por ejemplo, Hans Delbrück, Regierung und
Volkswille, 1913, p. 135.
153
Thomann Mann, Betrachtungen eines Unpolitischen (1918), Fráncfort del
Meno, 1991, pp. 22-23.
154
La petición del teólogo Reinhold Seeberg, del verano de 1915, firmada
por 352 profesores universitarios: «queremos situarnos con tanta firmeza y
amplitud en el terreno patrio, asegurado y aumentado de modo que esté
garantizada nuestra existencia por generaciones [...]. No queremos dominio
mundial, pero sí una vigencia mundial totalmente acorde con la grandeza de
nuestra fuerza cultural, económica y militar», en Aufrufe und Reden deutscher
Professoren im Ersten Weltkrieg, ed. de Klaus Böhme, Stuttgart, 1975, pp. 125 ss.
155
Véase en Walter Wulf (ed.), Geschichtliche Quellenhefte, vol. 10, 8.ªed.,
Fráncfort, 1974, p. 90.
156
Mil cien profesores universitarios firmaron una declaración contra la
resolución del Reichstag, en la que afirmaban que la actual mayoría parlamentaria,
elegida hacía casi seis años, no tenía ya capacidad para decidir sobre las
cuestiones vitales presentes que afectaban a la voluntad popular. En contra de esa
declaración y en apoyo de una paz negociada, 81 profesores firmaron un
manifiesto en el sentido de la declaración de la mayoría parlamentaria.
157
Véase, sobre todo, su escrito sobre la reorganización de Alemania, en
Escritos políticos, Madrid, 1991.
158
La extrema izquierda, no obstante, continuó intentando la revolución. A
comienzos de enero de 1919 —del 5 al 12— se produjo el levantamiento
espartaquista en Berlín, que sería aplastado por el ejército. Los líderes
revolucionarios Karl Liebknecht y Rosa Luxemburg fueron asesinados el 15 de
enero. Durante los meses de marzo y abril habría nuevos levantamientos
comunistas y oleadas de huelgas en varias partes de Alemania. En Múnich,
concretamente, se establecería una «República de los Consejos», que se extendió
hasta mayo de 1919.
159
De un total de 423 escaños, el SPD consiguió 165; el partido católico
Zentrum, 90; el partido demócrata (DDP), 75; el partido de los socialistas
independientes (USPD), 22, y los partidos de la derecha —partido popular (DVP) y
partido popular nacional (DNVP)— consiguieron 22 y 43 escaños,
respectivamente.
160
El referéndum tuvo lugar en marzo de 1921, con el resultado de 62 por
100 a favor de permanecer en el Deutsches Reich, y 38 por 100 a favor de
integrarse en Polonia. Con la partición de la Alta Silesia, Polonia recibía el 70 por
100 de los yacimientos de carbón y de hierro.
161
En 1935 tuvo lugar en el Sarre el referéndum previsto y su población
decidió mayoritariamente (91 por 100) su integración en el Deutsches Reich.
162
Estas ideas de Llody George, que había reflejado en su memorándum de
Fontainebleau, de 24 de marzo de 1919, y que había hecho llegar a los
negociadores franceses, inspirarían la política británica durante los veinte años
siguientes: la paz sólo podría estar garantizada, si obtenía su aceptación tanto de
los vencedores como de los vencidos. Lloyd creía que la injusticia hacia Alemania
engendraría con toda certeza una guerra en el futuro. De esta opinión era también
el presidente norteamericano Wilson.
163
El libro de Ferdinand Tönnies, Gemeinschaft und Gesellschaft, había
sido publicado en Leipzig en 1887 (reimpresión en Darmstadt, 1963). Sobre estos
dos conceptos, véase Rene Konig, «Die Begriffe Gemeinschaft und Gesellschaft
bei Ferdinand Tönnies», Kölner Zeitschrift für Soziologie und Sozialpsychologie, 7
(1955), pp. 348-420; Manfred Riedel, «Gesellschaft/Gemeinschaft», en
Geschichtliche Grundbegriffe, ed. por O. Brunner, W. Conze y R. Koselleck, vol. 2,
Stuttgart, 1975, pp. 801-863.
164
Jonas Lesser, Von deutscher Jugend, Berlín, 1932, p. 132, citado en K.
Sontheimer, Antidemokratisches Denken in der Weimarer Republik, Múnich, 1968,
p. 252.
165
Diputado Wilhelm Sollmann, en 1925, en Reichstag: Wir sehen in der
Nation das noch lange nicht erreichte Ziel eines politisch und sozial freien Volkes
(cit. en Otto Dann, Nation und Nationalismus in Deutschland 1770-1990, Múnich,
1993, p. 253).
166
«An unsere Gesinnungsgenossen», 15 de noviembre de 1918, en M.
Pfeiffer, Zentrum und neue Zeit (Flugschriften der Deutschen Zentrumspartei, nº 1),
Berlín, 1918, pp. 26 ss.
167
Jürgen C. Heβ, «Das ganze Deutschland soll es sein - Die
republikanischen Parteien und die Deutsche Frage in der Weimarer Republik», en
Josef Becker y Andreas Hillgruber (eds.), Die Deutsche Frage im 19. und 20.
Jahrhundert, Múnich, 1983, pp. 309-310.
168
Sólo defendió la República de Weimar cuando veía peligro en el
bolchevismo de la extrema izquierda, pero tan pronto como desapareció ese
peligro, se convirtió posteriormente en un enemigo de la República y del Estado
nacional democrático (a partir de 1928, cuando llegó a su presidencia Alfred
Hugenberg) y colaboró con el partido nacionalsocialista. Hugenberg llevó al partido
en 1933 a una coalición con el partido nazi. Se disolvió en julio de 1933. Hasta
1928 había estado muy dividido internamente por la cuestión de la colaboración
con la República.
169
Wolfgang Treue, Deutsche Parteiprogramme seit 1861,4ª ed., Gotinga,
1968, pp. 120 ss.
170
Lindeiner-Wildau, Volk und Reich der Deutschen, vol. 2, Berlín, 1929, p.
51.
171
Prólogo de Ernst Jünger al libro de Friedrich Georg Jünger, Aufmarsch
des Nationalismus, Leipzig, 1926, p. XI. Los escritos más significativos de Jünger
a este respecto son Der Kampf als inneres Erlebnis, Die totale Mobilmachung, In
Stahlgewittern y Der Arbeiter.
172
El carácter central de la guerra también aparece en algunos teóricos
académicos de los años veinte, como Carl Schmitt, Oswald Spengler o Hans
Freyer. Para Schmitt, la guerra es una característica esencial del concepto de lo
político. De la distinción entre amigo y enemigo, como la diferenciación básica de
lo político, pasa a la guerra como su correlato necesario: «los conceptos de amigo,
enemigo y lucha reciben su sentido real del hecho de que se refieren en concreto
a la posibilidad real de la muerte física. La guerra se deriva de la enemistad, pues
ésta es la negación de otro ser. La guerra es solamente la máxima realización de
la enemistad» [Der Begriff des Politischen (1927), Berlín, 1987, p. 33]. Spengler
había escrito: «la guerra es la forma eterna de la existencia humana, y los Estados
sólo existen por la guerra; son expresión de la disposición a la guerra»
(Preuβentum und Sozialismus, Múnich, 1920, p. 53). Freyer, por su parte, escribía:
«al comienzo del camino que el Estado hace hacia el espíritu, está la guerra» (Der
Staat, Leipzig, 1925, p. 140).
173
Sus escritos más importantes: Gedanken über deutsche Politik, Berlín,
1929; Entscheidung, Berlín, 1930. Sobre Niekisch, véase Uwe Sauermann, Ernst
Niekisch. Zwischen allen Fronten, Berlín/Múnich, 1985.
174
E. Niekisch, Entscheidung, Berlín, 1930, p. 180.
175
El propio concepto de «revolución conservadora» ha sido puesto en
cuestión recientemente por Stefan Breuer. En 1941, el libro de Bermann
Rauschning, Die konservative Revolution. Versuch und Bruch mit Hitler, Nueva
York 1941, acuñó el nombre para un conjunto de pensadores cristiano-
monárquicos contrarios al dinamismo nihilista de la modernidad. El libro de Armin
Mohler, Die Konservative Revolution in Deutschland, 1918-1932 (1ª ed., 1950), por
el contrario, acuñó el nombre para un conjunto de cinco grupos políticos (los
neoconservadores, los völkisch, los nacionalrevolucionarios, los Bündnischen y los
del movimiento popular-agrario). Esos grupos quedaban, en todo caso,
diferenciados respecto a los nazis y a la reacción conservadora. Stefan Breuer,
Anatomie der konservativen Revolution, Darmstadt, 1993, propone, sin embargo,
que, ante la poca claridad que genera el término «revolución conservadora», se
hable de «nuevo nacionalismo» (p. 181). Quiénes hayan de ser considerados
integrantes de la «revolución conservadora» ha sido también una cuestión que ha
recibido muy distintas respuestas entre los investigadores.
176
Arthur Moeller van den Bruck, Das Dritte Reich (1923), Hamburgo, 1931,
4ª ed., p. 219.
177
Edgar Julius Jung, Deutschland und die konservative Revolution, Múnich,
1932, p. 380. Había destacado dentro del pensamiento antidemocrático
especialmente con su libro Die Herrschaft der Minderwertigen. Ihr Zerfall und ihre
Ablösung durch ein neues Reich (Berlín, 1927; 2ª ed., 1930). Sus reflexiones se
enmarcan en las coordenadas de los teóricos de las élites como Pareto y Michels,
y en la teoría corporativista de la sociedad del profesor vienes Othmar Spann
(1878-1950). Su conservadurismo cristiano, supranacional y corporativo
representaba, sin embargo, una crítica para el nacionalismo, y acabaría siendo
asesinado en la «noche de los cuchillos largos» (1934) a manos de las SA.
178
Der Untergang des Abendlandes, vol. 2, 1922, p. 747.
179
Moeller van den Bruck, Das Dritte Reich, 4ª ed., Hamburgo, 1931, pp.
232, 235.
180
Stapel, «Volk und Staat» (1929), en F. Krueger (ed.), Philosophie der
Gemeinschaft, Berlín, 1936, pp. 5-19, pp. 8 s.
181
Spengler, Der Untergang des Abendlandes, vol. 2, 1922, p. 775.
182
Spengler, Neubau des deutschen Reiches, Múnich, 1924, pp. 17 s.
183
Por ejemplo, en Die Deutschen. vol. III (Entscheidende Deutsche),
Minden, 1907, p. 232, donde Alemania es nombrada tierra madre de la raza.
184
Moeller van den Bruck, «Eine Zuschrift und eine Erwiderung», en Das
Recht der jungen Völker, ed. de H. Schwarz, Berlín, 1932, pp. 207-213, p. 212.
185
E. Jünger, Der Arbeiter (1932), Stuttgart, 1981, p. 156.
186
Jünger, «Über Nationalismus und Judenfrage», Süddeutsche
Monatshefte, 17 (1930), pp. 843-845, p. 845.
187
Sobre Stapel, véase Louis Dupeux, «L'antisémitisme culturel de Wilhelm
Stapel», Revue d'Allemagne, 21 (1989), pp. 610-618.
188
Así se expresa, por ejemplo, M. R. Gerstenhauer, Der völkische
Gedanke in Vergangenheit und Zukunft, Leipzig, 1933, p. 63. Para este apartado,
véase K. Sontheimer, Antidemokratisches Denken in der Weimarer Republik, 3ª
ed., Múnich, 1992, pp. 130-134. El término «völkisch» resulta de difícil traducción.
Hace referencia, en todo caso, al pueblo como una realidad extrapolítica, étnico-
cultural, originaria y «castiza», aunque no todo el pensamiento völkisch era racista,
en el sentido de considerar al pueblo alemán superior a otros pueblos.
189
Hermann Meyer, Der deutsche Mensch, 2 vols., Múnich, 1925, vol. 1, p.
5.
190
Der völkische Neuaufbau Deutschlands, 2ª ed., Gotinga, 1923, p. 78.
191
En una entrevista de Moeljer van den Bruck con Hitler, en 1923, éste le
dijo al intelectual: «usted tiene todo lo que me falta a mí. Usted está trabajando el
equipamiento intelectual para la renovación de Alemania. Yo soy sólo un
compilador y un tamborilero. Trabajemos juntos» (citado en F. Stern,
Kulturpessimismus, 1986, p. 284).
192
Así lo reconocía, e incluso lo reclamaba, Edgar Julius Jung en 1932
(«Neubelebung von Weimar?», Deutsche Rundschau, junio de 1932, pp. 153 ss.).
193
Sobre la relación entre nacionalsocialismo y prusianismo, véase Hans
Mommsen, «Preuβentum und Nationalsozialismus», en Wolfgang Benz y otros
(eds.), Der Nationalsozialismus. Studien zur Ideologie und Herrschaft, Fráncfort de
Meno, 1993, pp. 29-41.
194
Hitler utiliza con un sentido prácticamente idéntico Volk (pueblo), Rasse
(raza), Stamm (grupo étnico), Art (especie), Nation, sin conceder importancia a la
precisión conceptual en asuntos más o menos teóricos.
195
Hitler, Mein Kampf, edición en un solo volumen, 1930, pp. 318 ss.
196
En sus discursos del año 1920, Hitler habla continuamente de
exterminio, expulsión o de alejamiento (Entfernung), y de que llegará la solución a
la cuestión judía. A veces menciona incluso el cómo: «que se impida que los judíos
minen nuestro pueblo, y si es necesario poniendo en seguridad sus agentes
patógenos en campos de concentración» (texto en Völkischer Beobachter del 13
de marzo de 1921). Véase E. Jäckel, Hitlers Weltanschauung, 4ª ed., Stuttgart,
1991, pp. 61 ss.
197
Mein Kampf, 1930, pp. 738, 772.
198
Hitlers Zweites Buch. Ein Dokument aus dem Jahr 1928, introducción y
comentario de Gerhard L. Weinberg, Stuttgart, 1961, pp. 46 s.
199
Mein Kampf, 1930, p. 372.
200
«Política es el arte de realizar, de ejecutar, la lucha de un pueblo por su
existencia terrena. La política exterior es el arte de garantizar a un pueblo su
necesario espacio vital en tamaño y bondad. Política interior es el arte de
conservarle a un pueblo su necesario poder para ello en la forma de su valor
racial» (Hitlers Zweites Buch, p. 62).
201
Hitlers Zweites Buch, pp. 64-66.
202
Mein Kampf, p. 165.
203
Hitlers Zweites Buch, pp. 220 ss.
204
Hitlers Zweites Buch, p.
205
Hitler mantuvo siempre la misma concepción de la política exterior que
tenía a su llegada al poder. Aunque posteriormente se introdujeron algunas
modificaciones, él siempre mantuvo su línea principal y se fueron tomando las
decisiones correspondientes a lo que había pensajdo y planeado con anterioridad.
Su política exterior respondió a un plan previamente ideado. Se trataba
ciertamente de una locura, pero con método. Otra cuestión distinta es por qué se
realizó en la práctica el proyecto previamente pensado, por qué se aplicó en la
realidad el plan pensado anteriormente.
206
Véase sobre este punto, E. Jäckel, Hitlers Weltanschauung, Stuttgart,
1991,4ª ed., pp. 73 ss., y E. Jäckel, Hitlers Herrschaft, Stuttgart, 1991, 3ª ed., pp.
89-122.
207
Hitlers Politisches Testament. Die Bormann-Diktate vom Februar und
April 1945, con un ensayo de H. R. Trevor-Roper y un epílogo de André Francois
Poncet, Hamburgo, 1981, pp. 69 y ss.
208
Sobre la estructura del sistema nacionalsocialista, véase Martin Broszat,
Der Staat Hitlers, Múnich, 1969; Norbert Frei, Der Führerstaat.
Nationalsozialistische Herrschaft 1933 bis 1945, Múnich, 1987, con comentario
bibliográfico.
209
Sobre la resistencia interna al nacionalsocialismo, véase bibliografía del
capítulo III.
210
La «noche de los cristales» fue la reacción nazi al atentado cometido por
el judío Herschel Grynszpan al diplomático alemán Ernst von Rath en la embajada
alemana de París. El jefe de la seguridad, Heydrich, calculó que los daños
ocasionados durante esa noche se elevaban a más de cien millones de marcos.
211
Stenographische Berichte des Reichstags (1939), p. 16, citado según E.
Jäckel, Hitlers Herrschaft, p. 94.
212
Tras la conquista de Polonia, los alemanes formaron un
Generalgouvernement en Polonia: era el territorio de Polonia, sin los territorios del
Este polaco obtenidos por Rusia en la segunda mitad de septiembre de 1939, sin
los territorios polacos occidentales de la Prusia occidental, anexionados
directamente al Deutsches Reich (con la denominación «Gau Wartheland»), y sin
los distritos de Kattowitz y Zichenau (asimismo anexionados).
213
Sobre el plan de Madagascar, véase Hermann Graml,
Reichskristallnacht, Múnich, 1988, pp. 202 ss.
214
Entre el 28 y el 30 de septiembre de 1941 fueron asesinados 33.771
judíos en Kiev.
215
Entre el mes de septiembre y el mes de noviembre de 1941 comenzó la
construcción de los campos de exterminio de Chelmno (en funcionamiento en
diciembre de 1941), Belzec (en funcionamiento en marzo de 1942), Majdanek (en
funcionamiento a comienzos de 1942) y Auschwitz-Birkenau (en funcionamiento a
finales de 1941). En la primavera de 1942 se construyeron los campos de
exterminio de Sobibor y Treblinka.
216
Cuando Himmler ordenó el cierre de las cámaras de gas en Auschwitz y
la destrucción de las instalaciones de exterminio —el 27 de noviembre de 1944—
el balance de muertos era el siguiente: en Chelmno, 152.000; en Belzec, al menos
600.000; en Sobibor, al menos 250.000; en Treblinka, alrededor de 900.000; en
Auschwitz-Birkenau, al menos un millón; en Majdanek, alrededor de 200.000.
Todos ellos, más los más de dos millones de judíos muertos en la Unión Soviética
—a los que hay que restar algunos cientos de miles que fueron exterminados en
los campos de Sobibor y Treblinka— y los muertos en los campos de
concentración, en otros centros de encarcelamiento y en los trenes que los
transportaban, suman más de cinco millones de judíos. Sobre estos datos, véase
Hermann Graml, Reichskritallnacht. Antisemitismus und Judenverfolgung im
Dritten Reich, Múnich, 1988, pp. 252-254, con sus correspondientes referencias
bibliográficas.
217
Véase K. Hildebrand, El Tercer Reich, Madrid, 1988, p. 87. Sobre la
política exterior nacionalsocialista, véanse Klaus Hildebrand, Deutsche
Auβenpolitik 1933-1945. Kalkül oder Dogma?, 4ª ed., Stuttgart, 1980; Marie-Luise
Recker, Die Auβenpolitik des Dritten Reiches, Múnich, 1990; Wolfgang Michalka
(ed.), Der Zweite Weltkrieg. Anaylsen, Grundlagen, Forschungsbilanz,
Múnich/Zúrich, 1989; Norbert Frei y Hermann Kling (eds.), Der
nationalsozialistische Krieg, Fráncfort del Meno/Nueva York, 1990. Concretamente
sobre la política europea de Hitler, véase Peter Krüger, «Hitlers Europapolitik», en
Wolfgang Benz y otros (eds.), Der Nationalsozialismus. Studien zur Ideologie und
Herrschaft, Fráncfort del Meno, 1993, pp. 104-132.
218
El sueño hitleriano de la conquista del Este no tenía que ver
directamente con la idea de Mitteleuropa, defendida por políticos y profesores
alemanes durante la primera guerra mundial, como Friedrich Naumann. Ese
concepto de Mitteleuropa hacía referencia a una hegemonía de Alemania en la
Europa central. Tampoco se puede explicar la política exterior nacionalsocialista
como consecuencia de las exigencias económicas del capitalismo alemán. Pues,
si bien es cierto que los empresarios alemanes, con algunas excepciones notables
como la de Bosch o Fritz Tyssen, se acomodaron a las condiciones de producción
exigidas por la política belicista nacionalsocialista, también es cierto, sin embargo,
que ningún industrial o banquero inspiró a los nazis su política expansionista ni
exigió una expansión por motivos económicos. Cuando a lo largo de la guerra
hubo inversiones en el Este, fueron por lo general en cumplimiento de órdenes.
Sobre la primacía de lo político, véase Klaus Hildebrand, Deutsche Auβenpolitik
1933-1945. Kalkül oder Dogma?, 5ª ed., Stuttgart, 1990.
219
Para algunos historiadores, como Eberhard Jäckel, tanto el pacto de
Alemania con Japón como la propia ocupación de Francia eran señales para
forzar la neutralidad de Inglaterra. Hitler no llegaba a entender por qué Inglaterra
no aceptaba sus propuestas.
220
Estos acuerdos fueron recogidos en un Protocolo, firmado por la EAC el
12 de septiembre de 1944, en Londres. El 14 de noviembre aprobó un acuerdo
sobre los organismos de control sobre Alemania. Véase Foreign Relations of the
United States, ed. por el Department of State, I, 1944, pp. 112-154; A. Tyrell,
Groβbritannien und die Deutschlandplanung der Alliierten 1941-1945, Fráncfort,
1987, pp. 108-133.
221
En Foreign Relations of the United States. Diplomatic Papers,
Casablanca, p. 727, citado según W. Loth, Die Teilung der Welt, 8ª ed., Múnich,
1990, p. 28.
222
Texto del plan, de 23 de septiembre de 1943, en Harley Notter, Postwar
Foreign Policy Preparation 1939-1945, Washington, 1949, p. 559.
223
John Morton Blum, From the Morgenthau Diaries: Years of War 1941-
1945, Boston, 1967, p. 338. Sobre el plan de Morgenthau, véase Warren F. Kimball
(ed.), Swords or Ploughshares? The Morgenthau Plan for Defeated Nazi Germany,
1943-1946, Filadelfia, 1976.
224
En agosto de 1944 manifestó su conformidad con el plan de Morgenthau:
«tenemos que tratar con dureza a Alemania y quiero decir al pueblo alemán, no
sólo a los nazis. O tenemos que castrar al pueblo alemán o hay que tratarlo de tal
manera que no pueda producir gente que quiera seguir por el mismo camino que
hasta ahora» (J. M. Blum, From the Morgenthau Diaries, Boston, 1967, p. 342).
Pocas semanas después lo desmentía al ministro de exteriores, Cordell Hull:
«nadie tiene la intención de convertir a Alemania en un nación totalmente
agrícola» [Roosevelt a Hull, 29 de septiembre de 1944, en Foreign Relations of the
United States (Yalta), p. 155].
225
Sobre esta «política de aplazamientos», véase Hans-Peter Schwarz,
Vom Reich zur Bundesrepublik, Neuwied/Berlín, 1966, pp. 105-109. La renuncia a
una política decidida en las cuestiones alemanas condujo a que se impusieran
finalmente los intereses norteamericanos a largo plazo, por encima de los
sentimientos originados por las penalidades de la guerra ocasionadas por el
nacionalsocialismo.
226
Véase A. Fischer, Sowjetische Deutschlandpolitik im Zweiten Weltkrieg
1941-1945, Stuttgart, 1975, pp. 33-59.
227
W. Churchill, The Grand Alliance, Londres, 1950, pp. 628 s.
228
La Conferencia de Teherán (del 28 de noviembre al 1 de diciembre de
1943) fue el primer encuentro entre los «tres grandes» —Roosevelt, Stalin,
Churchill—, en el que hablaron sobre el futuro orden tras la guerra. A Stalin se le
aseguró la recuperación de la frontera occidental soviética de 1941 y un cierto
desplazamiento hacia el oeste de la frontera polaca. Sobre la Conferencia de
Teherán, A. Fischer, Sowjetische Deutschlandpolitik..., pp. 69-75.
229
Sobre las «transformaciones democrático-antifascistas» en la zona
soviética, véase Dietrich Staritz, Sozialismus in einem halben Land. Zur
Programatik und Politik der KPD/SED in der Phase der antifaschistisch-
demokratischen Umwalzungn in der DDR, Berlín, 1976, pp. 12-59, 84-154.
230
Véase L. Kettenacker, H. Seier y M. Schlenke (eds.), Studien zur
Geschichte Englands und der deutsch-britischen Beziehungen. Festschrift für Paul
Kluke, Múnich, 1981.
231
Sobre la Conferencia de Yalta, véase Herbert Feis, Churchill, Roosevelt,
Stalin, Princeton, 1957, pp. 497-558; Diane S. Clemens, Yalta, Nueva York, 1970.
232
Wilfried Loth defiende la tesis de que ese aplazamiento fue debido a la
indecisión norteamericana, que no estuvo suficientemente preparada para
responder a las propuestas soviéticas. Ni el grupo de Morgenthau ni la comisión
asesora del Ministerio de Asuntos Exteriores conocían las propuestas que iba a
hacer la Unión Soviética para poder armonizarlas con las suyas, y cuando la Unión
Soviética las planteó en Yalta no supieron cómo abordarlas, pues ellos mismos
tampoco tenían claros sus propios objetivos (Die Teilung der Welt, 8ª ed., Múnich,
1990, p. 89). Contradice así la tesis de Gabriel Kolko (The Politics of War, Nueva
York, 1968, p. 353), para quien el aplazamiento fue una táctica norteamericana
para evitar acuerdos firmes con la Unión Soviética, a la vista de sus éxitos
militares en Alemania.
233
Erklarung in Anbetracht der Niederlage Deutschlands und der
Übernahme der obersten Regierungsgewalt hinsichtlich Deutschlands, de 5 de
junio de 1945, en E. Deuerlin, Die Einheit Deutschlands, vol. I. Die Erörterungen
und Entscheidungen der Kriegs- und Nachkriegskonferenzen 1941-1949, 2ª ed.,
1961, nº 17-20.
234
Aunque Francia no había participado en las conferencias de los «tres
grandes» durante la guerra, ni participaría tampoco en la de Potsdam, sí fue
invitada a participar en la administración de la Alemania ocupada. La Declaración
de 5 de junio de 1945 fue firmada por Francia.
235
La sede del Consejo de Control Aliado estaba en Berlín. Los miembros
del Consejo de control eran: por parte de la Unión Soviética, el mariscal Georgi
Schukow, que había tomado Berlín, y que fue sustituido pocos meses después por
el mariscal Wassili Sokolowski; por Estados Unidos, primeramente el general
Dwight D. Eisenhower y desde noviembre de 1945 el general Joseph T. McNarney,
a quien sustituyó el general Lucius D. Clay; por Gran Bretaña estaba el mariscal
de campo sir Bernhard Montgomery, a quien sustituyó el mariscal del aire sir
Sholto Douglas y, en 1947, el general sir Brian Robertson; el representante francés
era el general Pierre Koenig.
236
Véase cap. III, 4.
237
Hubo que esperar al mes de septiembre de 1945 para negociaciones
concretas que condujeron al establecimiento de tres corredores aéreos entre
Berlín y las zonas de ocupación occidentales. La dirección de los ferrocarriles del
sector oriental de la ciudad quedó con competencias sobre los ferrocarriles en el
oeste de la ciudad y sobre la conexión entre Berlín y las zonas de ocupación
occidentales. Los ríos y canales también estaban bajo control de las autoridades
soviéticas del sector oriental. Los acuerdos de 10 de septiembre y 30 de
noviembre de 1945, así como los de 30 de mayo y 8 de octubre de 1946,
garantizaron el tránsito por tierra, agua y aire de los aliados occidentales hacia y
desde Berlín. (Sobre estos acuerdos, véase Dokumente zur Berlin-Frage 1944-
1962, ed. por el Forschungsinstitut der Deutschen Gesellschaft für Auswärtige
Politik, 2ª ed., 1962, cap. VII.)
238
Los participantes más importantes en la Conferencia de Potsdam eran,
por parte de la Unión Soviética, Stalin y Mólotov; por parte de los Estados Unidos
el presidente Truman y su nuevo Secretario de Estado James Byrnes; por parte
británica tomaron parte, al principio Churchill y su ministro de Asuntos Exteriores
Eden. Pero como las elecciones parlamentarias del 5 de julio en Gran Bretaña
dieron la victoria a los laboristas, Churchill y Eden abandonaron la Conferencia y
fueron sustituidos por el nuevo premier Clement Attlee (del Partido Laborista
vencedor) y el nuevo ministro de Asuntos Exteriores Ernest Bevin, sin que estos
cambios implicaran el más mínimo cambio en la posición británica respecto a las
negociaciones de paz en la Conferencia.
239
Texto de los «Acuerdos de Potsdam», en E. Deuerlein (ed.), Deklamation
oder Ersatzfrieden? Die Konferenz von Potsdam 1945, 1970.
240
Truman, Memoiren, I, 311.
241
M. Djilas, Gesprache mit Stalin, trad. alemana, 1962, p. 146.
242
La documentación sobre las Conferencias de ministros de asuntos
exteriores de Moscú, París y Londres se puede ver en Foreign Relations of the
United States de los años 1945, 1946 y 1947.
243
Texto del discurso de Marshall, en A Decade of American Foreign Policy.
Basic Documents 1941-1949, Washington, 1950, nº 300. Las zonas de ocupación
occidentales de Alemania recibieron del Plan Marshall 1.560 millones de dólares,
en su mayor parte para la compra de materias primas industriales y productos
manufacturados. Con anterioridad al Plan Marshall, Alemania había recibido 1.620
millones de dólares del GARIOA (Government Appropiations for Relief in Occupied
Areas), utilizados sobre todo para la importación de víveres.
244
El diplomático norteamericano George F. Kennan escribió en sus
Memorias, en 1945, lo siguiente: «es una locura la idea de querer gobernar
Alemania conjuntamente con los rusos. Es también un sinsentido pensar que los
rusos y nosotros podríamos retirarnos amablemente y que surgiera del vacío una
Alemania sana y pacífica, estable y amable [...]. La división ya es una realidad, a
causa de la línea Oder-Neisse. Ahora no es importante si la zona soviética se
unirá de nuevo a Alemania o no. Mejor una Alemania dividida, cuya parte
occidental al menos puede actuar como choque contra las fuerzas del
totalitarismo, que una Alemania unida que deje a esas fuerzas hasta el mar del
Norte» (Memoiren eines Diplomaten, 4ª ed., Stuttgart, 1968, pp. 262 ss.; de un
informe de 1945 publicado en 1949).
245
En la zona soviética se formaron cinco Länder. Mecklemburgo,
Brandemburgo (sin Berlín), Sajonia, Turingia y Sajonia-Anhalt. En la zona
norteamericana se formaron los Länder de Baviera, la ciudad-Estado de Bremen,
Hesse (formado de Hesse-Darmstadt, los territorios prusianos de Hesse y Nassau)
y Württemberg-Baden (formado con el norte de Baden y el norte de Württemberg).
En la zona británica se formó el Land de Renania del Norte-Westfalia (formado por
las antiguas provincias prusianas de la Renania y Westfalia y de Lippe-Detmold);
se restauró la ciudad-Estado de Hamburgo y de la provincia Schleswig-Holstein
más la ciudad de Lübeck se formó un nuevo Land; el resto de la zona (Hannover,
Braunschweig, Oldenburg y Schaumburg-Lippe) se unió en el Land de Baja
Sajonia. En la zona francesa se constituyeron como Länder propios el sur de
Baden, como Baden, y Württemberg-Hohenzollern; los territorios prusianos,
bávaros y de Hesse de la orilla izquierda del Rin se unieron en el Land Renania-
Palatinado; el Sarre se unió, a finales de 1946, a Francia económica y
monetariamente.
246
Sobre J. Kaiser, véase Werner Conze, Jakob Kaiser. Politiker zwischen
West und Ost 1945-1949, Stuttgart, 1969.
247
Texto del llamamiento en Willy Albrecht (ed.), Kurt Schumacher. Reden-
Schriften-Korrespondenzen 1945-1952. Berlín/Bonn, 1985, pp. 251-255. Sobre el
pensamiento de Schumacher, véase W. Ritter, Kurt Schumacher. Eine
Untersuchung seiner politischen Konzeption und seiner Gesellschafts- und
Staatsauffassung, Hannover, 1964.
248
Texto en W. Albrecht, ibídem, pp. 562-569, cita en p. 566.
249
Texto del discurso en W. Albrecht, pp. 634-663, cita en p. 642.
Intelectuales como Alfred Anderesch o Hans Werner defendieron en las revistas
Der Ruf y Neues Europa una «neutralidad de la izquierda independiente». Esta
posición partía de la idea de que las democracias occidentales evolucionarían
necesariamente hacia el socialismo y que la Unión Soviética evolucionaría hacia la
democracia. Según esta opinión, la conservación de la unidad alemana, de la paz
mundial y la renovación interna desde un socialismo no ortodoxo estaban
mutuamente condicionadas entre sí. La neutralidad que defendían implicaba el
rechazo de la división política de Alemania, la retirada de todas las tropas de
ocupación y la construcción de una democracia socialista.
250
El congreso de unificación del partido comunista y del partido
socialdemócrata tuvo lugar los días 21-22 de abril de 1946. Pieck y Grotewohl
fueron elegidos presidentes del partido. Al seguir el modelo del partido comunista
soviético, la dirección del partido la asumió en 1948 un Politburó, entre cuyos
dirigentes más importantes estaba, además de los dos mencionados, Walter
Ulbricht.
251
Protokoll der Verhandlungen des III. Parteitages ders Sozialistischen
Einheitspartei Deutschlands, Berlín, 1951, p. 8. Sobre la posición del SED y de la
RDA acerca de la cuestión alemana, véase Gottfried Zieger, Die Haltung von SED
und DDR zur Einheit Deutschlands 1949-1987, Colonia, 1988.
252
El comunicado final, de 7 de junio de 1948, en Der Parlamentarische Rat
1948-1949. Akten und Protokolle, ed. por J. V. Wagner, Boppard am Rhein, 1975,
vol. l, nº l.
253
Este sistema de la doble moneda en Berlín Occidental existió hasta
marzo de 1949.
254
Los «documentos de Fráncfort», en Der Parlamentarische Rat 1948-
1949. Akten und Protokolle, ed. por J. V. Wagner, 1975, Boppard am Rhein, vol. 1,
nº 4.
255
Sobre Reuter, W. Brandt y R. Löwenthal, Ernst Reuter. Ein Lebenfür die
Freiheit. Eine politische Biographie, Múnich, 1957.
256
Sobre Carlo Schmid véase Volker Otto, Das Staatsverstandnis des
Parlamentarischen Rates, Düsseldorf, 1971.
257
Formaron también parte del Consejo Parlamentario cinco diputados de
Berlín-Oeste con poderes solamente deliberativos. La composición política del
Consejo era: veintisiete de los partidos CDU/CSU (más uno por Berlín), veintisiete
del SPD (más tres de Berlín), cinco del FDP (más uno por Berlín), dos del DP, dos
del Zentrum y dos del partido comunista KPD. Como presidente fue elegido
Konrad Adenauer y como presidente de la Comisión principal, Carlo Schmid.
258
La aprobaron todos los parlamentos, excepto el de Baviera. Pero como
había obtenido los dos tercios de los Länder requeridos, el gobierno bávaro
reconoció también la Ley Fundamental como vinculante.
259
Existen numerosas ediciones de la «Ley Fundamental». El texto, con
comentario, en Theodor Maunz, Günter Dürig y Rudolf Herzog, Grundgesetz.
Kommentar, Múnich, 1971 ss.
260
Sobre la transformación de la «Zona de ocupación soviética» en la
República Democrática Alemana pueden verse los libros de Dieter Staritz, Die
Gründung der DDR. Von der sowjetischen Besatzungsherrschaft zum
sozialistischen Staat, 2.ªed., Múnich, 1987, y Hermann Weber, Geschichte der
DDR, 3.ªed., Múnich, 1989. Una perspectiva desde el Este en Rudolf Badstübner y
otros, Geschichte der Deutschen Demokratischen Republik, 2ª ed., Berlín, 1984.
261
A los 1.600 diputados de la zona soviética se sumaron 616 delegados de
las zonas occidentales. La participación electoral alcanzó el 95,2 por 100. La
composición del Congreso había sido acordada en los siguientes términos: 25 por
100 para el SED, 15 por 100 para la CDU y el LDP cada uno, 7,5 por 100 para el
partido campesino (Demokratische Bauernpartei) y el partido demócrata-
nacionalista cada uno, y el resto para las organizaciones de masas (de jóvenes,
de mujeres, culturales), dirigidas por miembros del SED.
262
El texto de la Constitución, con comentario, en Herwig Roggeman (ed.),
Die DDR-Verfassungen, 3.ªed., Berlín, 1980.
263
El comienzo de la guerra de Corea, en 1950, incidió de manera decisiva
en la integración de la RFA en el mundo occidental, y la cuestión del rearme de la
RFA se convirtió entonces en la clave de esa integración. Sobre la significación de
la guerra de Corea para la RFA, véase Wilfried Loth, «Der Koreakrieg und die
Staatswerdung der Bundesrepublik», en Josef Foschepoth (ed.), Kalter Krieg und
Deutsche Frage, Gotinga, 1985, pp. 353-361. Ya en marzo de 1951, las potencias
occidentales revisaron el estatuto de ocupación de la RFA: renunciaron al control
de las leyes federales y de los Länder, pusieron en manos de los alemanes
algunas competencias sobre el comercio exterior y la moneda y permitieron que la
RFA convirtiera, en un número de casos limitados, sus relaciones consulares en el
extranjero en relaciones diplomáticas.
264
El comienzo de la guerra de Corea —el 25 de junio de 1950— cambió el
escenario internacional. El miedo al comunismo comenzó a ser superior al miedo a
los alemanes y se hizo patente la necesidad de buscar fórmulas de defensa
común para Europa occidental. El jefe del gobierno francés, Rene Pleven, anunció
el 24 de octubre de 1950, una propuesta relativa a la formación de una comunidad
europea de defensa. El «Plan Pleven» preveía un ejército europeo integrado, en el
que participara también la RFA, con un Estado mayor europeo y un general
francés a su cabeza. El proyecto apuntaba al establecimiento de soldados
alemanes, sin que se creara un ejército nacional alemán. El «Plan Pleven» no
encontró aceptación en Occidente: Adenauer se quejaba de la discriminación de
los alemanes occidentales; Washington no lo quería aceptar por entender que se
trataba de una maniobra de distracción y Londres creía que los soviéticos se
morirían de risa con esa propuesta. La declaración de Pleven de 24 de octubre de
1950, en Europa. Dokumente zur Frage der europäischen Einigung, ed. por el
Ministerio de Asuntos Exteriores, 3 vols., Bonn, 1962, vol. 2, p. 816.
265
Las conferencias de París fueron múltiples: por un lado, las tres
potencias occidentales y la RFA; por otro, los miembros de la OTAN; y, finalmente,
una conferencia bilateral Francia-RFA para regular el estatuto del Sarre.
266
Bulletin der Bundesregierung vom 9. Juli 1952, pp. 863 s.
267
La nota de Stalin, en Eberhard Jäckel, Die deutsche Frage 1952-1956.
Notenwechsel und Konferenzdokumente der vier Machte, Fráncfort del Meno,
1957, p. 23.
268
Eberhard Jäckel, Die deutsche Frage 1952-1956. Notenwechsel und
Konferenz dokumente der vier Machte, Fráncfort del Meno, 1957, p. 24.
269
Así lo hizo saber la Unión Soviética en una segunda nota a las potencias
occidentales el 9 de abril de 1952.
270
La nota de Stalin fue muy debatida en Alemania como una oportunidad
desaprovechada para la reunificación. Las investigaciones más recientes, sin
embargo, han puesto en claro que la nota de Stalin no puede ser considerada en
realidad como una ocasión perdida para la reunificación. Los críticos de Adenauer
no tomaban en consideración la posición de las tres potencias occidentales, las
cuales no estaban dispuestas a permitir en ningún caso la neutralidad de
Alemania; olvidaban, además, que la sovietización de la República Democrática
Alemana no daba pie para plantearse seriamente una posible reunificación.
Véase, al respecto, Kurt Sonntheimer, Die Adenauer-Ära. Grundlegung der
Bundesrepublik, Múnich, 1991, pp. 165-166.
271
Sobre la formación de la Comisión Soviética de Control, véase
Dokumente zur Staatsordnung der Deutschen Demokratischen Republik, vol. I, pp.
258 s.
272
«La unificación mecánica de ambas partes de Alemania, que se están
desarrollando en direcciones distintas, es algo irreal; en la situación que se ha
formado, el único camino para la unificación de Alemania es la creación de un
sistema de seguridad colectiva en Europa, el fortalecimiento y el desarrollo de
contactos económicos y políticos entre ambas partes de Alemania» (en J. Hacker,
«Sicherheitspläne und KSZE-Prozeb sowie ihre Auswirkung auf die deutsche
Frage», en D. Blumenwitz y B. Meissner (eds), Die Überwindung der europäischen
Teilung und die deutsche Frage, Colonia, 1986, pp. 83-101, pp. 87 s.
273
Texto en Ingo von Münch (ed.), Dokumente des geteilten Deutschlands,
Stuttgart, 1968, vol. 1, pp. 202 ss. Esta doctrina debe su nombre al secretario de
Estado Walter Hallstein (1901-1982), a quien Adenauer encomendó, en 1950, las
negociaciones del Plan Schuman, nombrándolo secretario de Estado en ese
mismo año, primero en el Ministerio del Canciller y luego en el Ministerio de
Asuntos Exteriores.
274
Los textos en H. v. Siegler, Wiedervereinigung und Sicherheit
Deutschlands, Bonn, vol. 1 (1944-1963), pp. 26 ss. La aplicación de esta doctrina
condujo a la ruptura de relaciones por parte de la RFA con Yugoslavia, en 1957, y
con Cuba, en 1963. Al final de los años sesenta, sin embargo, con el inicio de la
Ostpolitik tuvo que ser flexibilizada y, tras el Tratado de Bases con la RDA en
1972, dejó finalmente de ser aplicada.
275
Según el ministro francés de Asuntos Exteriores, Christian Pineau,
Jruschev había manifestado en 1956: «prefiero tener veinte millones de alemanes
de mi parte a setenta millones en contra. Incluso si Alemania fuera neutral, no nos
basta. Queremos que las conquistas sociales y económicas de la Alemania del
Este se mantengan. Mantener a Alemania del Este de nuestra parte es, para
nosotros, además una cuestión de prestigio» (Bulletin des Presse- und
Informationsamtes der Bundesregierung, Bonn, 23 de junio de 1956, p. 1117).
276
Sobre los planes de la confederación, véase T. Schweissfurth, «Die
Deutsche Konföderation - der grobe nationale Kompromib als tragendes Element
einer neuen europäischen Friedensordnung», Aus Politik und Zeitgeschichte, vol.
50/1987, pp. 19 ss.
277
Véase Heinrich von Siegler (ed.), Dokumentation zur Deutschlandfrage, 4
vols., Bonn, 1961 ss., vol. 2, p. 31.
278
En 1960 huyeron de la RDA 199.188 personas; en 1961, hasta el 13 de
agosto, 155.402, de las que 30.415 lo hicieron en el mes de julio [ Dokumente zur
Deutschlandpolitik. ed. por el Bundesministerium für gesamtdeutsche Fragen. IV.
Reihe, vol. 6 (1961), pp. 1591-1592].
279
Texto en U. Wetzlaugk, Berlin und die deutsche Frage, Colonia, 1985, pp.
165 ss. Se hablaba en realidad de Berlín-Oeste, por lo que indirectamente se
estaba reconociendo que Berlín-Este quedaba fuera y que una acción soviética
que se limitara a Berlín-Este no afectaba a los intereses norteamericanos.
280
Hans Kroll, Lebenserinnerungen eines Botschafters, Colonia, 1967, pp.
512 s.
281
Der Bau der Mauer durch Berlin. Die Flucht aus der Sowjetzone und die
Sperrmafinahme des kommunistischen Regimes vom 13. August 1961 in Berlin,
reimpresión facsimilar del escrito de 1961, Bonn, 1986, n.° 151.
282
Neues Deutschland, de 28 de agosto de 1961, citado según Christoph
Klebmann, Zwei Staaten, eine Nation, Gotinga, 1988, p. 323. La historiografía de
la RDA ha mantenido siempre la tesis de que la construcción del muro de Berlín
fue una medida preventiva para garantizar la paz. Véase, S. Prokop, Übergang
zum Sozialismus in der DDR, Berlín (Este), 1986, p. 81.
283
La carta de Kennedy a Brandt, en Diethelm Prowe, «Der Brief Kennedys
an Brandt vom 18. August 1961. Eine zentrale Quelle zur Berliner Mauer und zu
der Entstehung der Brandtschen Ostpolitik», Vierteljahrshefte für Zeitgeschichte,
31 (1985), pp. 323 ss.
284
Texto del discurso, en Europa-Archiv, 1963, pp. D 289-294. Sobre la
nueva política de Kennedy, véase Ernst Nolte, Deutschland und der Kalte Krieg,
2.ªed., Stuttgart, 1985, pp. 437-458.
285
Texto en Die Auswärtige Politik, 1972, pp. 559 ss.
286
Texto en S. Thomas (ed.), Das Programm der SED. Das erste Programm
der SED, das vierte Statut der SED, das nationale Dokument, Colonia, 1963, p.
146. El «Frente Nacional de Alemania democrática» se formó, al fundarse la RDA,
de la unión de todos los partidos y organizaciones de masas. Entre sus objetivos
había figurado influir en la RFA y ganarse «círculos nacionales» para la RDA.
287
Texto en S. Thomas (como en nota anterior), pp. 28-109.
288
Texto de la Constitución en Herwig Roggemann (ed.), Die DDR-
Verfassungen, 3.ªed., Berlín, 1980.
289
Con esa intención se había aprobado la «ley de nacionalidad», de 20 de
febrero de 1967, por la que la RDA establecía una ciudadanía propia de su Estado
y con efectos retroactivos a la fundación del Estado en 1949, a pesar de que la
Constitución de 1949 y la ley electoral hablaban de una «nacionalidad» alemana
única. También en 1967, la Secretaría de Estado de la RDA «para cuestiones de
Alemania en su conjunto» transformó su nombre en «para cuestiones de Alemania
occidental», culpando del vaciamiento de contenido del concepto de «Alemania en
su conjunto» al capital monopolista de la Alemania occidental y de su gobierno en
Bonn.
290
«Thesen zum 20. Jahrestag der DDR», Deutschland Archiv, 2 (1969), pp.
282 ss.
291
En enero de 1969 había tomado posesión de la Presidencia de los
Estados Unidos Richard Nixon, que intensificó la distensión con la Unión Soviética.
Las negociaciones sobre limitación de armamento nuclear condujeron a los
Acuerdos SALT I (1972).
292
El giro en la política exterior del SPD lo marcó el discurso de Herbert
Wehner en el Bundestag, el 30 de junio de 1960. Texto del discurso, en
Verhandlungen des Deutschen Bundestages, 3.ªLegislatura, Stenographische
Berichte, vol. 46, Bonn, 1960. Extractos del discurso en K. Sontheimer, Die
Adenauer-Ära. Grundlegung der Bundesrepublik, Múnich, 1991, pp. 212-214.
293
Texto de la declaración de gobierno, en Texte zur Deutschlandpolitik, ed.
por el Bundesministerium für innerdeutsche Beziehungen, Bonn, 1970, vol. IV, pp.
9-40.
294
Como en nota anterior, p. 12.
295
Willy Brandt, Begegnungen und Einsichten. Die Jahre 1960-1975,
Hamburgo, 1976, p. 534.
296
El Tratado de Moscú, en Ingo von Münch, Ostvertráge I (Deutsch-
sowjetische Vertrage), Berlín/Nueva York, 197.1.
297
La «Carta sobre la unidad alemana», en Peter Bender, Die neue
Ostpolitik, Múnich 1986, p. 239.
298
El Tratado de Varsovia, en Ingo von Münch, Ostverträge II (Deutsch-
polnische Vertrage), Berlín/Nueva York, 1971.
299
Texto del Tratado de Praga, en Peter Bender, Neue Ostpolitik, Múnich,
1986, pp. 250-252.
300
Entró en vigor el 3 de junio de 1972. Texto en Ingo von Münch (ed.),
Dokumente des geteilten Deutschland, vol. II, Stuttgart, 1974, pp. 94 ss.
301
Un balance del Acuerdo sobre Berlín, en Honoré M. Catudal, A Balance
Sheet of the Quadripartite Agreement on Berlin. Evaluation and Documentation,
Berlín 1978.
302
Bundesministerium fur innerdeutsche Beziehungen (ed.), Texte zur
Deutschlandpolitik, Bonn/Berlín, 1968 ss., vol. IV, p. 261.
303
VIII. Parteitag der SED, Berlín 15. bis 19. Juni 1971. Bericht des
Zentralkomitees, Berlín, 1971, p. 31.
304
Europa Archiv, 1972, p. D 65.
305
El «programa de Kassel», en Texte zur Deutschlandpolitik, vol. IV, Bonn,
1970, pp. 327-349.
306
Texto en Ingo von Münch (ed), Dokumente des geteilten Deutschlands,
Stuttgart, 1974, vol. 2, pp. 301 ss.
307
En 1974 se llegó al acuerdo de que el representante de Bonn en Berlín-
Este se acreditara ante el Ministerio de Asuntos Exteriores de la RDA, mientras
que el representante de la RDA en Bonn lo hiciera en la Presidencia del Gobierno
para que quedara claro el punto de vista de Bonn de que se trataba de «relaciones
especiales», no de derecho internacional.
308
Sentencia del Tribunal Constitucional BVerfGE, 36, nº 1, pp. 1-36.
309
Protokoll der Verhandlungen des X. Parteitages der SED, Berlín, 1981,
vol. 1,46/47.
310
Europa Archiv, 41 (1986), p. D 435.
311
Kulturpolitisches Worterbuch, Berlín, 1970, p. 387.
312
Sachwörterbuch der Geschichte Deutschlands und der deutschen
Arbeiterbewegung, 2 vols., Berlín, 1970, vol. 2, p. 131.
313
Kleines politisches Worterbuch, 4ª ed., Berlín-Este, 1983, artículo
«Nation», columna 636 ss. Sobre el concepto de nación en la RDA, véase Peter C.
Ludz, «Zum Begriff der "Nation" in der Sicht der SED. Wandlungen und politiche
Bedeutung», Deutschland- Archiv, 6 (1973), Sonderheft, pp. 77-87; Jens Hacker,
«Das neue Dilemma der DDR. Über "bürgerliche" und "sozialistische" Nationen»,
Die politische Meinung, 19 (1974), pp. 48-60; Boris Meissner, «Der sowjetische
Nationsbegriff und die Frage des Fortbestandes der deutschen Nation», Europa-
Archiv, 32 (1977), pp. 315-324; Wolfgang Pfeiler, «Die deutsche Frage in der Sicht
von UdSSR und DDR», German Studies Review, 2, 1980, pp. 225-260.
314
En Neues Deutschland, del 16 de febrero de 1981.
315
Sobre esta vuelta a la tradición histórica, véase Eberhard Kuhrt y
Henning von Löwis, Griff nach der deutschen Geschichte. Erbeaneignung und
Traditionspflege in der DDR, Paderborn, 1988.
316
Richard von Weizsäcker decía en 1983: «afirmaría que en la RDA
comienza a desarrollarse una conciencia de la historia alemana más estable y
seria, y, a pesar de todas las tentaciones de ideologización, incluso más fiel a la
verdad que lo que se puede observar en la República Federal, libre al mismo
tiempo que a veces perpleja, insegura e inestable» (Die deutsche Frage neu
gestellt, Hamburgo, 1983, p. 13). Günter Gaus, también en 1983, escribía que la
RDA había permanecido «más alemana» que la RFA, que había perdido mucho de
su identidad al entregarse a los Estados Unidos (Wo Deutschland liegt. Eine
Ortsbestimmung, Hamburgo, 1983, pp. 170 y 174).
317
Un minuciosos análisis de la opinión pública de la RFA sobre la cuestión
alemana, entre 1972 y 1989, en Karl-Rudolf Korte, Der Standort der Deutschen,
Colonia, 1990. Otras investigaciones sociológicas sobre este problema: Werner
Weidenfeld, Die Frage nach der Einheit der deutschen Nation, Múnich/Viena,
1981. Elisabeth Noelle-Neumann, Eine demoskopische Deutschstunde. Wie
disponibel ist das Nationalgefühl?, Allensbacher Berichte, nº 13. Allensbach, 1982.
318
Véanse, por ejemplo, Richard Löwenthal, «Stabilitäat ohne Sicherheit.
Vom Selbstverständnis der Bundesrepublik Deutschland», Der Monat, 1978, vol. 1,
pp. 75-84; Kurt Sontheimer, Verunsicherte Republik, Múnich, 1979; Anton Peisl y
Armin Mohler (eds.), Die deutsche Neurose. Über die beschädigte Identität der
Deutschen, Fráncfort del Meno, 1980; Martin y Sylvia Greiffenhagen, Ein
schwieriges Vaterland. Zur politischen Kultur Deutschlands, Fráncfort del Meno,
1981; Guido Knopp (ed.), Die Deutsche Einheit -Hoffnung, Alptraum, Illusion?,
Aschaffenburg, 1981; Jürgen Leinemann, Die Angst der Deutschen, Hamburgo,
1982.
319
En su libro Wohin treibt die Bundesrepublik? (¿Hacia dónde va la
República Federal?), publicado en Múnich en 1966, había escrito Karl Jaspers:
«se ha hablado de un vacío en nuestra conciencia política. En efecto, no tenemos
todavía ningún objetivo político enraizado en nuestro corazón, ninguna conciencia
de encontrarnos sobre unos cimientos echados por nosotros mismos, no estamos
animados por la voluntad de libertad [...]. No tenemos todavía ningún origen
político ni ningún ideal, ninguna conciencia de dónde procedemos ni ninguna
conciencia de objetivos, ninguna otra actualidad como no sea el deseo de
privacidad, bienestar y seguridad» (pp. 177 ss.).
320
Wolfgang J. Mommsen, «Wandlungen der nationalen Identität», en
Werner Weidenfeld (ed.), Die Identität der Deutschen, Múnich/Viena, 1983, pp.
170-192. Esta posición de «tanto una como la otra identidad» también fue
defendida, entre otros, por Ralf Dahrendorf («Europa als Ersatz für die Nation ist
gescheitert», EG-Magazin, 1982, pp. 16 ss.); Werner Weidenfeld (Die Identität der
Deutschen, Múnich, 1983, pp. 191-207); Christian Graf von Krockow [«Probleme
kollektiver Identität in der modernen Industriegesellschaft», en W. Weidenfeld (ed.),
Nachdenken über Deutschland, Colonia, 1985, pp. 83-88]; Richard Löwenthal
(Sozialismus und aktive Demokratie. Fráncfort del Meno, 1974, pp. 117-152).
321
Sobre la conexión entre pacifismo y cuestión nacional, véanse Dan
Diner, «Die nationale Frage, in der Friedensbewegung. Ursprünge und
Tendenzen», en Reiner Steinweg (ed.), Die neue Friedensbewegung. Analysen
aus der Friedensforschung, Fráncfort del Meno, 1988, 86-112; Wilfried von
Bredow, «Friedensbewegung und Deutschlandpolitik», Aus Politik und
Zeitgeschichte, B 46/83, pp. 34-46; Pierre Hassner, «Was geht in Deutschland
vor? Wiederbelebung der deutschen Frage durch Friedensbewegung und
alternative Gruppen», Europa-Archiv, 37 (1982), pp. 517-526.
322
Sobre este punto véanse Peter Brandt y Herbert Ammon, Die Linke und
die nationale Frage, Reinbek, 1981; Peter Brandt y Herbert Ammon, «Patriotismus
von links», en Wolfgang Venohr (ed.), Die deutsche Einheit kommt bestimmt,
Bergisch Gladbach, 1982, pp. 119-159. Críticas al nacionalismo de los pacifistas
pueden verse, por el contrario, en Wolfgang Pohrt, «Ein Volk, ein Reich, ein
Führer», Die Zeit, 30 de octubre de 1981; véase también Karl-Dietrich Bracher,
«Zauberformen und Alleinanspruch. Eine Ideologiekritik der Friedensbewegung»,
Die politische Meinung, n.° 210, 1983, pp. 4-11.
323
Dolf Sternberger, «Verfassungspatriotismus», en 25 Jahre Akademie für
Politische Bildung, Tutzing, 1982, pp. 76-87.
324
J. Habermas, «Conciencia histórica e identidad postradicional. La
orientación de la República Federal hacia Occidente», en Identidades nacionales y
postnacionales, trad. cast., Madrid, 1989, pp. 83-109, cita en p. 102. Sobre la
cuestión nacional y el «patriotismo constitucional», véase Alexander Schwan,
«Verfassungspatriotismus und nationale Frage. Einige Überlegungen zum
Verhaltnis von deutschem Staats- und Nationalbewuβtsein», en Akademie für
politische Bildung (ed.), Zum Staatsverständnis der Gegenwart, Múnich, 1987, pp.
85-100.
325
Véase Helmut L. Müller, Die literarische Republik. Westdeutsche
Schriftsteller und Politik, Weinheim/Basilea, 1981; Karl-Rudolff Korte, «Der Traum
vom "anderen" Deutschland. Schriftsteller leiden am deutschen Weg», en
Deutschland Archiv, 17 (1984), pp. 958 ss.
326
E. Schleef, Gertrud, Fráncfort, 1980, vol. 1, p. 4.
327
Der Mauerspringer, Darmstad/Neuwied, 1984.
328
Paare, Passanten, 2.ªed., Múnich, 1985.
329
Günter Grass, «Alemania: ¿Dos Estados y una nación?» (1970), en
Alemania: una unificación insensata, trad. cast., Madrid, 1990, pp. 67-82, cita en p.
67. Grass se declaraba en el mismo ensayo a favor de una confederación entre
los dos Estados alemanes.
330
Reinbek, 1981, p. 90.
331
Martin Walser, «Handedruck mit Gespenstern», en Jürgen Habermas
(ed.), Stichworte zur geistigen Situation der Zeit, vol. 1, pp. 39-50, cita en p. 44.
332
Martin Walser, «Handedruck mit Gespenstern», en Jürgen Habermas
(ed.), Stichworte zur geistigen Situation der Zeit, vol. 1, pp. 39-50, cita en p. 49.
Véase también, Martin Walser, Über Deutschland reden, Fráncfort del Meno, 1989.
333
Martin Walser, Dorle und Wolf, Fráncfort del Meno, 1987, p. 140.
334
Los textos del debate están recogidos en «Historikerstreit» - Die
Dokumentation der Kontroverse um die Einzigartigkeit der nationalsozialitischen
Judenvernichtung, Múnich, 1987. Sobre el debate pueden verse: Jürgen
Habermas, Eine Art Schadenabwicklung, Fráncfort del Meno, 1987; Dan Diner
(ed.), Ist der Nationalsozialismus Geschichte? Zu Historisierung und
Historikerstreit, Fráncfort del Meno, 1987; Hans-Ulrich Wehler, Entsorgung der
deutschen Vergangenheit? Ein polemischer Essay zum «Historikerstreit», Múnich,
1988; Niedersächsische Landeszentrale für Politische Bildung (ed.), Von der
Verdrängung zur Bagatellisierung - Aspekte des sogenannten Historikerstreits,
Hannover, 1988; Landeszentrale für Politische Bildung Nordrhein-Westfalen (ed.),
Streitfall deutsche Geschichte: Geschichts- und Gegenwartsbewufitsein in den
80erJahren, Essen, 1988; Klaus Oesterle y Siegfried Schiele (eds.), Historikerstreit
und politische Bildung, Stuttgart, 1989.
335
Al final de la guerra habían huido o habían sido expulsados de los
territorios orientales del Deutsches Reich (Prusia Oriental, Pomerania, Silesia)
7.107.600 de alemanes, a los que se sumaron 4.912.200 procedentes de las
colonias de alemanes en los Estados bálticos, Polonia, Danzig, Checoslovaquia,
Hungría, Yugoslavia y Rumania (véase Statistische Jahrbuch für die
Bundesrepublik Deutschland, 1960, p. 79). Después de que se levantara la
prohibición en 1949, los desplazados pudieron organizarse y lo hicieron en dos
tipos de organizaciones: por un lado, la «Asociación central de alemanes
desplazados», fundada en 1950 (Zentralverband vertriebener Deutscher, a partir
de 1954, Bund vertriebener Deutscher), que se ocupaba de intereses materiales;
por otro, catorce grupos regionales (Landsmannschaften), dedicados sobre todo a
cuidar las tradiciones culturales de las respectivas regiones perdidas. En 1957 se
unieron ambas organizaciones en una «Federación de alemanes desplazados»
(BdV, Bund der Vertriebenen /Vereignite Landsmannschaften und
Landesverbande). Esta Federación contaba en 1963 con más de dos millones de
afiliados. Sobre los desplazados, H. W. Schonberg, Germans from the East. A
study of their migration, resettlement and subsequent group history, La Haya,
1970; M. M. Wambach, Verbandestaat und Parteien oligopol. Macht und Ohmacht
der Vertriebenenverbande, Stuttgart, 1971; Rainer Schulze y otros (eds.),
Flüchtlinge und Vertriebene in der westdeutschen Nachkriegsgeschichte,
Hildesheim, 1987.
336
Keesings Archiv der Gegenwart, 1989, 33857 B.
337
Como en nota anterior, 33937 A/7.
338
Como en nota anterior, 33857 B. Sobre el papel de la Iglesia evangélica
en las transformaciones de la RDA, véase Jörg Hildebrandt y Gerhard Thomas
(eds.), Unser Glaube misch sich ein... Evangelische Kirche in der DDR 1989.
Berichte, Fragen, Verdeutlichungen, Berlín, 1990.
339
Keesings Archiv der Gegenwart, 1989, 33857 B.
340
Texto del programa de gobierno Modrow, en Ingo von Münch (ed.),
Dokumente der Wiedervereinigung Deutschlands, Stuttgart, 1991, pp. 33-57.
341
Texto en Auswärtiges Amt (ed), Auβenpolitik der Bundesrepublik
Deutschland. Dokumente 1949-1989, Múnich, 1990.
342
En Der Fischer Weltalmanach, vol. especial RDA, Fráncfort del Meno,
1990, p. 334. Texto del llamamiento del 4 de noviembre, en Stefan Heym,
Einmischung - Gespräche, Reden, Essays, Gütersloh, 1990, pp. 257 s.
343
Reinhart Schult, «Offen für alle - das "Neue Forum"», en Hubertus Knabe
(ed.), Aufbruch in eine andere DDR, Reinbek, 1989, pp. 168 s.
344
Entre los críticos de la unificación destacó la escritora Monika Maron:
«[...] ahora se ve el abismo profundo entre el pueblo y los intelectuales. Unos
urgen una mejora rápida y práctica de su vida; los otros luchan por el
mantenimiento de su utopía, lo que en sí no sería una desgracia, si la utopía —
sólo por sí misma— no sacrificara conscientemente una vida mejor de los otros y
no degradara a dieciséis millones de personas a objetos de una idea en el futuro»
(«Die Schrifsteller und das Volk», Der Spiegel, 7/90, pp. 68-70). Muchos de los
textos con que se alimentó el debate sobre la unificación desde el otoño de 1989
están recogidos en los siguientes libros: Françoise Barthélemy y Lutz Winckler
(eds.), Mein Deutschland findet sich in keinem Atlas - Schrriftsteller aus beiden
deutschen Staaten über ihr nationales Selbstverstadnis, Fráncfort del Meno, 1990;
Michael Naumann (ed.), Die Geschichte ist offen - DDR 1990: Hoffnung auf eine
neue Republik - Schriftsteller aus der DDR über die Zukunftschancen ihres
Laudes, Reinbek, 1990; Charles Schüddekopf (ed.), «Wir sind das Wolk».
Flugschriften, Aufrufe und Texte einer deutschen Revolution, Reinbek, 1990.
345
Con una participación del 93,39 por 100, el resultado de las elecciones
fue:

CDU (Unión Demócrata Cristiana), 40,59 por 100, 163 escaños;

SPD (Partido Socialdemócrata), 21,76 por 100, 88 escaños;


PDS (Partido del Socialismo Democrático), 16,32 por 100, 66 escaños;

DSU (Unión Social Alemana), 6,27 por 100, 25 escaños;

BFD (Federación de Demócratas liberales), 5,28 por 100, 21 escaños;

Bündnis 90 (Nuevo Foro, Democracia Ya, Libertad y Derechos humanos),


2,90 por 100, 12 escaños;

DBO (Partido Campesino Demócrata de Alemania), 2,17 por 100, 9


escaños;

Grüne-UFV (Partido Verde y Asociación de Mujeres Independientes), 1,96


por 100, 8 escaños;

DA (Cambio Democrático), 0,93 por 100, 4 escaños;

NDPD (Partido Nacional-democrático de Alemania), 0,38 por 100, 2


escaños;

DFP (Federación de Mujeres Democráticas de Alemania), 0,18 por 100, 1


escaño

[Ingo von Münch (ed.), Dokumente der Wiedervereinigung Deutschlands,


Stuttgart, 1991, p. XXV].
346
Texto del «Tratado para la creación de una unión monetaria, económica y
social entre la RFA y la RDA», en Ingo von Münch (como en nota anterior), pp.
213-276. Sobre el Tratado, véase B. Schmidt-Bleibtreu, «Der Vertrag über die
Schaffung einer Wahrungs-, Wirtschafts- und Sozialunion zwischen der BRD und
der DDR», Deutsch-deutsche Rechtszeitschrift, 1 (1990), pp. 138 ss.
347
Véase cap. IV, 1.
348
Texto del «Tratado entre la RFA y la RDA sobre el establecimiento de la
unidad de Alemania», en Ingo von Münch (ed.), Dokumente der
Wiedervereinigung Deutschlands, Stuttgart, 1991, pp. 327-354 (sin Anexos). Sobre
el tratado, D. Rauschning, «Der deutsch-deutsche Staatsvertrag als Schritt zur
Einheit Deutschlands», Aus Politik und Zeitgeschichte, B 33/90, pp. 3 ss.
349
Sobre la actitud soviética ante la cuestión alemana, Hannes Adomeit,
«Gorvachev and German Unification: Revisión of Thinking, Realignment of
Power», Problems of Communism, julio-agosto de 1990, pp. 1-24; J. Dawydow y
D. Trenin, «Die Haltung der Sowjetunion gegenüber der deutschen Frage», en:
Europa Archiv, 45 (1990), pp. 251 ss.; H. P. Riese, «Die Geschichte hat sich
gemacht. Der Wandel der sowjetischen Position zur Deutschen Frage», Europa
Archiv, 45 (1990), pp. 117 ss.
350
Así, por ejemplo, Eduard Shewardnaze en el Parlamento Europeo
[Europa Archiv, 45 (1990), pp. D 127-136].
351
Elizabeth Pond, After the Wall: American Policy toward Germany, Nueva
York, 1990.
352
Véase la conferencia de prensa del ministro de Asuntos Exteriores
norteamericano James A. Baker, el 29 de noviembre de 1989, en Washington.
Texto en US Policy Information and Texts, ed. por USIS, Bonn, nº 148.
353
Sobre la posición de Gran Bretaña respecto a la cuestión alemana,
véase R. Davy, «Groβbritannien und die deutsche Frage», Europa Archiv, 45
(1990), pp. 139 ss. Sobre la posición de Francia, H. G. Ehrhardt, Die «deutsche
Frage» aus französischer Sicht, Múnich, 1989.
354
Texto del tratado en Ingo von Münch (ed.), Dokumente der
Wiedervereinigung Deutschlands, Stuttgart, 1991, pp. 372-377.
355
Texto de la declaración conjunta de Nueva York y de la toma de
conocimiento por los dos gobiernos alemanes, en Ingo von Münch (ed.),
Dokumente (como en nota anterior), pp. 392-394.
356
Véase cap. IV, 1.
357
Sobre la situación jurídica de Berlín en esa época, véase H. von
Mangoldt, «Zur Rechtslage Berlins», Recht in Ost und West, 34 (1990), pp. 1 ss.
358
Texto del «Tratado sobre el desarrollo de la cooperación en el terreno de
la economía, la industria, la ciencia y la técnica entre la RFA y la URSS», en Karl
Kaiser (ed.), Deutschlandsvereinigung. Die internationalen Aspekte, 2ª ed., Bonn,
1993, pp. 346-357.
359
Texto del «Tratado entre la RFA y la República de Polonia sobre la
confirmación de la frontera existente entre ellas», en Karl Kaiser (ed.),
Deutschlandsvereinigung (como en nota anterior), pp. 358-360.
360
Peter Glotz, «Zwölf Thesen zur europäischen Verflechtung» (2 de agosto
de 1989), citado según Konrad Löw,... bis zum Verrat der Freiheit. Die Gesellschaft
der Bundesrepublik und der «DDR», Múnich, 1993, p. 90. Entrevista de Oskar
Lafontaine en Der Spiegel, n.° 39, 25 de septiembre de 1989, p. 21; Christopher
Coker, «At the Birth of the Fourth Reich? The British Reation», Political Science
Quarterly, 61 (1990), pp. 278-284.
361
Der Spiegel, nº 43, 1993, p. 174.
362
Hans-Peter Schwarz, Die Zentralmacht Europas, Berlín, 1993, p. 239.
363
W.R. Mead, «The Once and Futur Reich», World Policy Journal, VII
(1990), p. 603.
364
Véase, sobre este punto, Hans-Peter Schwarz, Die Zentralmacht
Europas, Berlín, 1993, pp. 240-257.

Table of Contents

NACIÓN Y NACIONALISMO EN ALEMANIA

INTRODUCCIÓN

CAPÍTULO I. DEL CONGRESO DE VIENA A LA UNIFICACIÓN DE 1870-


1871

1.- La Confederación Germánica y el sistema de Estados europeo2.-


Organización interna de la Confederación Germánica3.- El movimiento de
unificación nacional entre 1815 y 18484.- La revolución de 1848: el fracaso de la
formación de un Estado nacional alemán5.- Después de la revolución: la
unificación nacional «desde arriba» CAPÍTULO II. ESTADO NACIONAL Y
NACIONALISMO EN EL DEUTSCHES REICH (1870-1918)

1.- La integración del Deutsches Reich en el sistema de Estados europeo2.-


El Imperio alemán como Estado nacional3.- Patriotismo y nacionalismo en el
Imperio alemán CAPÍTULO III. ESTADO NACIONAL DEMOCRÁTICO Y
DICTADURA NACIONALSOCIALISTA (1918-1933/1933-1945)

1.- Los efectos del Tratado de Versalles sobre la conciencia nacional


alemana2.- Variaciones sobre el concepto de nación3.- Pueblo y raza en el
nacionalsocialismo. El contexto ideológico del partido nacionalsocialista4.- Hacia la
catástrofe. Planes de los Aliados para Alemania durante la guerra CAPÍTULO IV.
OCUPACIÓN, DIVISIÓN Y REUNIFICACIÓN DE ALEMANIA (1945-1990)

1.- La conferencia de Potsdam y sus consecuencias para Alemania2.-


Recuperación de la soberanía y estancamiento de la reunificación (1949-1955)3.-
Hacia la consolidación de los dos Estados alemanes (1955-1972)4.- ¿Formación
de dos naciones alemanas? (1973-1989)5.- De la caída del muro de Berlín a la
unificación de Alemania (1989-1990)6.- La nueva cuestión alemana
BIBLIOGRAFÍA

Capítulo I: Del Congreso de Viena a la unificación de 1866-1871Capítulo II:


Estado nacional y nacionalismo en el Deutsches Reich (1870-1918)Capítulo III:
Estado nacional democrático y dictadura nacionalsocialista (1918-1933/1933-
1945)Capítulo IV: Ocupación, división y reunificación de Alemania (1945-1990)
Notas a pie de página

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