7 Palabras de Jesus Sobre La Cruz
7 Palabras de Jesus Sobre La Cruz
7 Palabras de Jesus Sobre La Cruz
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PRIMERA PALABRA
En medio de este suplicio y dolor, Jesús dice unas palabras impresionantes que
sorprenden a todos, ya que nadie las esperaba: “Padre, perdónalos porque no saben lo
que hacen” (Lc.23,33-34).
Jesús podría haberlos aniquilado y destruido, ya que tenía poder y fuerza para ello. Pero
no lo hace porque ha venido no para destruir sino para salvar a todos.
Jesús podría haberlos confundido con un prodigio o un portento. Pero no lo hace porque
no quiere ser aceptado por la fuerza y el dominio, sino por el amor y la entrega.
Nos quedamos sobrecogidos cuando volvemos a escuchar las palabras que Jesús dirige
al Padre a favor de los que le acaban de crucificar. Nos quedamos desbordados por este
gesto de Jesús. ¡Cuánto tenemos que aprender nosotros a quienes nos cuesta tanto
perdonar, comprender, disculpar, olvidar...!
Que la puesta del sol no caiga sobre vuestro enojo. Que podamos rezar con verdad:
“perdona nuestros pecados como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden”.
SEGUNDA PALABRA
Uno de los que habían sido crucificados con Cristo, falto de arrepentimiento por sus
crímenes, se suma a la burla y a la blasfemia de unos y de otros que están allí, e insulta a
Jesús: “¿no eres tú el Cristo? Pues ¡sálvate a ti y a nosotros! Haz el milagro si eres Dios.
Este hombre se ha quedado con su oscuridad y con sus tinieblas. Con todo, dejemos el
juicio en manos de Dios.
En cambio, el otro le respondió diciendo: “¿Es que no temes a Dios tú que sufres la
misma condena? Y nosotros con razón, porque nos lo hemos merecido con nuestros
hechos; en cambio éste nada malo ha hecho” (Lc.23,39-43) . Este hombre no mide a
Jesús según sus criterios. No le dice cómo tiene que actuar. Sólo confía en Jesucristo.
Por eso le dirige una petición: “acuérdate de mí, cuando vayas a tu Reino”. Este hombre
aún conserva su dignidad y es capaz de escuchar el grito insobornable de su conciencia
que pone ante sí sus pecados. Se confiesa pecador y necesitado de perdón y de
misericordia.
Un día nos encontraremos cada uno de nosotros al borde de la muerte. En ese momento
tan importante y tan decisivo para nuestra vida presente y venidera no hemos de
replegarnos sobre nosotros mismos. Es el momento de la verdad profunda de nosotros
mismos y de nuestras existencias. Es el momento en el que tenemos que presentarnos
ante Jesucristo, juez de la humanidad.
Supliquemos al Señor que no nos trate como merecen nuestros pecados, sino que nos
acoja en su infinita misericordia y nos conduzca a su Reino. Pongamos nuestra entera
confianza en la misericordia infinita y entrañable del Señor.
Sabemos que quien se fía del Señor nunca será confundido. Quien espera en el Señor
nunca se perderá. Sabemos que quien vive y muere a la sombra de la Cruz de Jesucristo,
despertará en el regazo del Padre para toda la eternidad. Dios escucha, acoge y perdona
a todo aquel que lo invoca con humilde y sincero corazón.
Sabemos que hay perdón para nuestros pecados, para todos nuestros pecados porque la
misericordia de Dios es infinita. Abramos nuestra alma a la gracia salvadora de Dios que
todo lo redime y todo lo perdona.
Sabemos que no tenemos ciudad permanente aquí, sino que buscamos otra, la del cielo.
Con la Iglesia confesamos: “creo en la resurrección de los muertos y en la Vida eterna”.
Señor, tómanos y llévanos contigo a la Casa del Padre.
TERCERA PALABRA
Junto a la cruz de Jesús estaba su Madre María que “mantuvo fielmente la unión con su
Hijo hasta la cruz, en donde, no sin designio divino, se mantuvo de pie, se condolió
vehementemente con su Unigénito y se asoció con corazón maternal a su sacrificio,
consintiendo con amor en la inmolación de la víctima engendrada por Ella misma” (LG
58).
María estaba de pie, junto a la cruz de su amado Hijo Jesús, inocente y santo. Sostenida
y ayudada por Juan, el discípulo amado de su Hijo, soporta el dolor de la madre herida
por su Hijo que está al borde de la muerte en la cruz. María llora en silencio.
María medita en su corazón las palabras que un día, ya lejano, le dijera Simeón en el
Templo cuando ofrecía al Padre a su propio Hijo: “una espada atravesará tu alma”.
María recuerda también aquellas palabras que un día, ya lejano, ella misma había dicho al
Ángel en la Anunciación: “He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra”.
En estos momentos se está cumpliendo el designio de Dios sobre su Hijo y sobre ella
misma. María consiente con fe y amor. Ella es la celebrante misteriosa de un misterio que
Ella vive en el silencio y adoración.
Nos había regalado su palabra y su perdón; nos había regalado la Eucaristía; nos estaba
entregando su vida...Parecía que ya no le quedaba nada....
Pero sí; le quedaba algo. Mejor dicho, le quedaba alguien a quien Jesús amaba
profundamente: su bendita Madre; y quería darnos también a su Madre. Nos amaba con
un amor desmedido, sin medida....que le llevó hasta regalarnos a su propia Madre para
que fuera nuestra Madre. “En el momento de su muerte, que es también la hora de la
salvación, Jesús propone al discípulo Juan considerar a María, la “mujer”, símbolo de la
Iglesia, como su madre, como uno de sus bienes espirituales: la madre de Jesús es
acogida por el Discípulo en un espacio interior que estaba constituido para él por su
relación con Jesús; Juan la acoge como su madre, en la fe” (I.de la Potterie).
Jesús nos confió al cuidado y solicitud maternales de su Madre. Juan Pablo II afirma que
“la Madre de Cristo...es entregada al hombre -a cada uno y a todos- como madre. Este
hombre junto a la cruz es Juan, “el discípulo que Él amaba. Pero no está él solo.
Siguiendo la tradición, el Concilio (LG 48 y 53) no duda en llamar a María “Madre de
Cristo, madre de los hombres”. Pues está “unida en la estirpe de Adán con todos los
hombres...; más aún es verdaderamente madre de los miembros de Cristo por haber
cooperando con su amor a que naciesen en la Iglesia los fieles” (RM 23).
María vela por nosotros; con su amor materno cuida de los hermanos de su Hijo que
todavía peregrinamos por este mundo hacia la Casa del Padre y nos encontramos tantas
veces en peligros y ansiedades hasta que lleguemos por la misericordia de Dios a la
patria bienaventurada.
María es Madre de la Iglesia, y por eso la Iglesia entera acude con confianza a María y le
pide su ayuda para realizar la misión que su Hijo le ha confiado. “Ruega por nosotros,
amorosa Madre”.
Permítenos, santa María, unir a tu dolor de madre el dolor de tantas madres del mundo
que lloran desconsoladas la muerte de sus hijos víctimas de la droga, del hambre, de la
guerra, de la violencia..
Permítenos, santa María, unir a tu dolor de madre el dolor de tantas madres que lloran
apenadas la muerte de sus hijos víctimas de accidentes, de maldades....
Permítenos, santa María, acompañarte para aliviar tu dolor, para secar tus lágrimas, para
estar a tu lado en esa tarde del primer Viernes Santo de la historia...
CUARTA PALABRA
Las palabras de Jesús son las primeras palabras de un salmo-lamentación que concluye
con una acción de gracias a Dios. Por eso es necesaria interpretarlas en el conjunto de
este salmo que, en última instancia, es un canto de esperanza dentro del dolor y la
persecución.
Las palabras de Jesús no eran blasfemas, sino expresión del sufrimiento del justo como
experiencia de abandono de Dios. Las palabras de Jesús manifiestan su angustia
profunda pero reflejan también su oración confiada. El que ora no rechaza a Dios, sino
que deja que Dios sea Dios en él; él ora, cumple la voluntad de Dios. Jesús se pone en
las manos de Dios, su Padre, y acepta sus designios para Él.
Su muerte no era un fracaso. Jesús era el siervo que carga con los pecados y los
crímenes de los pecadores y da su vida en rescate por al multitud. Su muerte tuvo sentido
ya que era la entrega amorosa y total de sí mismo por la multitud como bien lo exponen
los relatos de la institución de la Eucaristía.
Es verdad que Cristo pasó por la cruz y por la muerte. Pero no terminó todo ahí. Hubo
para Jesús una mañana de luz y de vida: la resurrección. A Jesús le esperaba la vida
divina que sólo Dios conoce. El Padre acreditó a Jesús.
También nosotros hemos de pasar algún día por el sufrimiento y la muerte. Hagamos
nuestra la experiencia de Jesús. Pongámonos en las manos de Dios y no nos apartemos
jamás de él. Aunque no veamos con claridad todas las cosas; aunque no dominemos
nuestro futuro...confiemos en Dios que no abandona nunca y siempre llega a punto.....Con
el salmo oremos: “el Señor es mi Pastor, nada me falta....Aunque pase por cañadas
oscuras, nada temo, porque Tú vas conmigo; tu vara y tu cayado me sosiegan”.
QUINTA PALABRA
“TENGO SED”
No es extraño que Jesús sienta sed; tenga una sed inmensa que abrasaría sus entrañas...
Jn.19,28-29)
San Marcos (15,23) nos informa de la costumbre humanitaria de los soldados de dar a los
que han sido crucificados “vino mezclado con mirra”, para aliviarles el dolor. A Jesús se lo
ofrecieron, pero no lo aceptó, ya que quería conservar la plena lucidez en la hora oscura y
dolorosa que está viviendo.
San Mateo (27,34) recuerda el salmo 69: “veneno me han dado por comida, en mi sed me
han abrevado con vinagre” (v.22) y ve cumplida la Escritura en el gesto de los soldados
que mezclan el vino con hiel. Jesús ya no puede rechazar el vinagre y deja que el hisopo
enjugue su boca lastimada y sus labios resecos. Pero hay más, toda la amargura del
mundo toca los labios de Jesús.
Mas la sed de Cristo no la puede ni apagar ni colmar más que su Padre ya que solamente
Él puede reconocer su obediencia sacrificial y acoger su muerte como pacificación del
mundo. Jesús tiene sed de Dios y de la fe de los hijos de Dios. La fe de aquellos que le
miran y la fe de aquellos que un día creerán en Él por la palabra de sus discípulos (cf.
Jn.20,29).
Jesús tiene sed, como tierra reseca, de la fe y del amor de la humanidad por la que está
entregando su vida hasta el final.
Jesús tiene sed de tantos jóvenes que con tanto afán e ilusión se abren a la vida. Buscad
a Cristo. Dirigid vuestros pasos a Cristo y saciaréis para siempre vuestra sed de verdad y
de amor, de esperanza y de vida, de paz y felicidad.
Jesús ha venido a este mundo para que nadie perezca de sed. Él es la fuente de agua
viva que salta hasta la vida eterna. “Si alguno tiene sed, venga a mí y beba el que cree en
mí; como dice la Escritura: de su seno correrán ríos de agua viva” (Jn.7,37).
La respuesta nos la da el propio evangelista Juan: “Jesús hablaba del Espíritu que iban a
recibir los que creyeran en Él” (Jn.7,39).
Jesús quiere que no seamos tierra árida que no da frutos de vida y de santidad, de paz y
de amor, de justicia y de libertad...
Jesús quiere saciar la sed de tantos seres humanos. A todos nos llama y nos invita a que
busquemos las corrientes de agua viva y a que no acudamos a cisternas de aguas
corrompidas....
Recordemos las palabras de Jesús a la mujer samaritana: ”Si conocieras el don de Dios,
me pedirías que te diese de beber de esa fuente que salta hasta la vida eterna”. Esa
fuente es el costado abierto por la lanza del soldado. De esa fuente mana y brota el agua
viva.
SEXTA PALABRA
Ahora llegó el momento final. Ahora tendrá lugar su Pascua, es decir, su vuelta a la casa
del Padre de donde salió para conducir a los hombres hasta ella. Es verdad que “esta
vuelta a la Casa de donde salió” tiene un camino peculiar. Cristo ha de adentrarse por los
caminos de la pasión y de la cruz; Cristo ha de pasar por el desfiladero angosto y
doloroso de la Pasión para llegar a la Casa del Padre, en la que “nos preparará un sitio,
porque quiere que donde está Él, estemos también nosotros un día”. Por eso, te pedimos,
Señor, que no te vayas sin nosotros; que no nos dejes abandonados en la cuneta de la
historia. Queremos estar contigo siempre y para toda la eternidad. No te olvides de
nosotros, Señor. Te queremos mucho, con todo nuestro corazón. Tú lo sabes, Señor
Quedaba aún una cosa. Escuchemos este relato de Juan: “como era el día de la
Preparación para que no quedasen los cuerpos en la cruz el sábado -porque aquel
sábado era muy solemne-, los judíos rogaron a Pilato que les quebraran las piernas y los
retiraran. Fueron, pues, los soldados y quebraron las piernas del primero y del otro
crucificado con Él. Pero al llegar a Jesús, como le hallaron ya muerto, no le quebraron las
piernas, sino que uno de los soldados le atravesó el costado con una lanza y al instante
salió sangre y agua...y él sabe que dice verdad” (Jn.19,31-35).
Del costado de Cristo, nuevo Adán, dormido en el árbol de la cruz nació la Iglesia y, con
ella los sacramentos de la vida: la Eucaristía y el Bautismo. Muerto Cristo, nacen la Iglesia
y los sacramentos. Cristo muerto en la cruz dejó abierto el camino al Espíritu Santo.
Se ha cumplido la profecía de Ezequiel: “el agua bajaba del lado derecho de la Casa, al
sur del altar...Por donde quiera que pase el torrente, todo ser viviente que en él se mueva,
vivirá” (47,1.9).
Ahora ya tiene todo sentido. Por todos los caminos Cristo ha pasado. Ya no hay
callejones sin salida. Ya no hay rutas oscuras y sin sentido. Los caminos del hombre, si
coinciden con los caminos de Cristo, desembocarán en el corazón de Dios. Hemos de
mirar y entender las cosas desde el designio de Dios que se hizo realidad en Jesucristo.
Todo queda iluminado por el Señor.
SÉPTIMA PALABRA
Jesús ha cumplido la obra que le encomendó el Padre. Ya puede morir tranquilo y en paz
y hacer suyas las palabras del salmista: “en paz me acuesto y enseguida me duermo,
pues sólo tú, Señor, me asientas en seguro” (Sal.4,9).
Jesús puede dormir y descansar en paz. En Él se cumplen las palabras del salmista: “su
carne descansará segura porque Dios no lo entregará a la muerte ni dejará a su fiel
conocer la corrupción” (Sal.15,10).
Jesús es dueño de sí hasta el mismo final de la muerte, “sabiendo que el Padre le había
puesto todo en sus manos y que había salido de Dios y a Dios volvía” (Jn.13,13), se
dispone a entregar su espíritu en las manos del Padre, a confiarle su vida, su alma, su ser
entero. Al morir Jesús entregando su alma entre las manos del Padre, Jesús nos muestra
que es necesario dejar a Dios ser Dios en nosotros, en nuestras vidas, en nuestras
historias, en nuestras muertes.
Al morir Jesús confiando su persona y su destino final al Padre, nos está mostrando que
la muerte no es final del camino para nadie. Más allá de la muerte está Dios que es el
Señor de la vida y de la muerte, y que nos espera en el momento de mayor soledad del
hombre para liberarnos de la muerte. Nos espera para acogernos y guardarnos para toda
la eternidad, si hemos vivido a la sombra de la cruz de su Hijo Jesús, si hemos guardado
sus mandamientos.
El Padre de Cristo se nos revela como Padre nuestro que nos abre sus brazos para
acogernos, curarnos, salvarnos definitivamente...Sabemos que nos espera una vida
eterna y feliz con el Señor y con todos aquellos a quienes quisimos entrañablemente en
esta vida.
En el abandono a las manos del Padre se hace realidad el deseo de plenitud del hombre.
Contemplemos la muerte de Jesús y la forma cómo muere el mismo Jesús. Nos hará
mucho bien. Con esta visión, creo y espero que reciben consuelo nuestros llantos, luz
nuestras contradicciones, esperanza nuestras desesperanzas, ánimo nuestros
desalientos, perdón nuestros pecados, alegría nuestras tristezas, compromiso nuestras
pasividades, solidaridad nuestras insolidaridades, mansedumbre nuestras intolerancias,
misericordia nuestras venganzas...