Lectura Las Palabras y Los Hechos

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La Independencia del Perú: Las Palabras y los Hechos (Bonilla y Spalding)

[…]

LA SOCIEDAD COLONIAL EN EL MOMENTO DE LA INDEPENDENCIA

LA ECONOMÍA

La estructura de la economía colonial hispanoamericana en el siglo XVIII ha sido bosquejada


por Tulio Halperín Donghi en uno de los artículos del presente volumen; en lugar de repetir sus
argumentos es necesario más bien subrayar la especial situación del Perú dentro del proceso
de desarrollo económico de las colonias hispanoamericanas durante el siglo XVIII. En general,
estas colonias participaron de la onda de prosperidad que experimentó la economía mundial
en el siglo XVIII. Las causas de esta expansión, en el caso americano, no son aún lo
suficientemente conocidas, lográndose sólo identificar algunos factores internos que
prepararon y sostuvieron este desarrollo. Veamos algunos de ellos.

La recuperación demográfica de la población indígena, particularmente en las regiones


mesoamericana y andina, así como el crecimiento general de la población en las otras
regiones, incrementó sensiblemente el volumen potencial de la fuerza de trabajo, cuya escasez
fue uno de los factores principales que frenó la expansión económica desde la hecatombe
demográfica de fines del siglo XVI. Igualmente debe mencionarse el renacimiento de la
actividad minera, ligada a un mayor acceso a esta fuerza de trabajo indígena. Contribuyó
además a esta expansión la eliminación del engorroso sistema de las flotas, con sus galeones
lentos y pesados, con sus rígidos itinerarios, con sus onerosos costos de transporte para
mantener el sistema defensivo de las embarcaciones y su reemplazo por navíos más pequeños
o más rápidos. Estos podían salir de los puertos tan pronto como el navío se completara,
reduciendo sensiblemente los costos de transporte. Todos estos cambios incrementaron la
actividad comercial, la que se desarrolló aún más al amparo de los decretos sucesivos que
establecieron la libertad de comercio en el interior del sistema colonial. Estos cambios
proporcionaron un formidable estímulo a las áreas tradicionalmente aisladas de las colonias,
porque al reducirse los costos de transporte pudieron exportarse desde estas regiones
aquellos productos agrícolas cuya venta a precios competitivos no había sido posible
anteriormente por el monopolio imperante.

En el virreinato peruano la situación fue distinta. Aquí, la economía, en lugar de participar de la


prosperidad económica del siglo XVIII, entró en un largo período de estancamiento. La génesis
y el desarrollo de esta crisis general no han sido todavía estudiados. Sobre este fondo tan
frágil, la liquidación del sistema monopólico y la instauración del libre comercio agravaron la
situación de la economía peruana. Pero esta debilidad no era nueva. Hasta cierto punto es
posible sostener que la economía peruana, pese a su expansión inicial, fue estructuralmente
frágil, es decir lo fue permanentemente.

En efecto, la expansión inicial de la economía peruana estuvo casi exclusivamente basada en


dos sectores:

1. las minas: inicialmente los prodigiosos yacimientos de Potosí, las minas de mercurio de
Huancavelica y otros depósitos menos importantes de oro y de plata en el Bajo Perú.

2. el monopolio comercial ejercido desde Lima por el Tribunal del Consulado, único
distribuidor en el interior del espacio americano de las mercancías procedentes de Europa.
En Nueva España, desde comienzos del siglo XVIII, el valor de la exportación de los productos
agrícolas fue casi similar al de la exportación de metales preciosos, evidenciándose así una
expansión mucho más homogénea que en el caso peruano, donde la exportación comprendió
básicamente los metales preciosos. Aquí los productos agrícolas no llegaron nunca a
exportarse en una escala considerable; es decir que no existió una verdadera diversificación de
su economía. Las causas de la falta de diversificación de la economía peruana quedan todavía
por investigar. En estas condiciones, la producción agrícola estuvo básicamente destinada a
dos tipos de mercado interno:

1) los centros urbanos: Lima y, en menor escala, los otros centros poblados de españoles y
criollos.

2) los centros mineros: el abastecimiento del mercado minero significó el establecimiento de


un radio comercial mucho más vasto que el de los otros centros urbanos.

La historia agraria del Perú es todavía desconocida, razón por la cual no es posible precisar las
grandes fases de expansión y de contracción de la producción de la tierra. Pero es posible
sostener que, bajo las condiciones de producción y comercialización agrícola en el Perú
colonial, el estancamiento de la economía minera peruana en el siglo XVII implicó la
contracción del mercado principal para la agricultura. Esta contracción del mercado interno
fue con toda probabilidad una de las causas principales del estancamiento de la agricultura
virreinal, proceso que se hace mucho más evidente hacia mediados del siglo XVIII.

Por otra parte, en el Perú, a diferencia de Nueva España donde la población nativa empezaba a
crecer desde la segunda mitad del siglo XVII, la recuperación demográfica no se hace sensible
sino a mediados del siglo XVIII, es decir cuando la crisis económica era ya bastante avanzada.
Durante el siglo XVII la contracción del mercado agrícola estuvo acompañada por una lenta
pero acentuada disminución de la población indígena.

El comercio fue otro de los pilares sobre los cuales reposó la economía del virreinato peruano.
Una rápida mirada sobre el espacio peruano permite constatar, en efecto, que la actividad
básica de la población no indígena y no esclava fue el comercio. Esta actividad englobó desde
el virrey hasta los oficiales provinciales menores como el corregidor de indios, o el cura de la
parroquia o doctrinero, desde los miembros del exclusivo y poderoso Consulado de Lima a los
rescatistas que interceptaban a los indios, en su camino hacia los mercados de las ciudades.
Desde los comienzos del siglo XVIII, sin embargo, el monopolio ejercido por los mercaderes
peruanos sobre el mercado sudamericano comenzó a resquebrajarse por la acción de los
contrabandistas, dentro y fuera de la colonia. El sistema de flotas y galeones, que aseguraba el
monopolio del Consulado peruano dentro de las colonias, así como el de los mercaderes de
Sevilla en su comercio con la metrópoli, comenzó a derrumbarse a fines del siglo XVII, para ser
definitivamente cancelado en 1739.

El mercado hispanoamericano fue entonces abastecido en grado progresivamente creciente


por el comercio de contrabando realizado tanto por mar como por tierra. Las necesidades de
los colonos fueron cubiertas por ingleses y holandeses y, después de 1703, también por
franceses de Saint-Malo. La posición de los comerciantes peruanos se vio minada, además, por
el desafío lanzado por los comerciantes bonaerenses, cuyo comercio de contrabando por tierra
hasta Potosí creció rápidamente en volumen, provocando la fuga del dinero a Buenos Aires y
desde allí a Europa. El puerto portugués de Colonia do Sacramento fue un punto clave en el
desarrollo de este contrabando. Este drenaje de dinero sirvió para compensar el déficit del
intercambio entre la débil producción nativa y la importación de mercancías europeas,
principalmente británicas.

El monopolio del comercio sudamericano ejercido por los comerciantes peruanos reposaba
enteramente sobre la posición privilegiada que gozaba el Perú. Esta posición, desde los
esplendores del siglo XVI, se fue debilitando progresivamente, hasta convertirse en una
posición puramente formal desprovista de su significación económica anterior. Los fletes de las
mercancías con destino a Potosí, vía Lima, fueron mucho más altos que los fletes hasta este
mismo lugar, Potosí, por la vía de Buenos Aires. Los fletes marítimos fueron también más
elevados por la distancia geográfica existente entre el Perú y España y por la necesidad de
reembarcar las mercancías a través del istmo de Panamá. Del mismo modo, los fletes
terrestres, es decir los implicados en el internamiento de las mercancías desde Lima, fueron
más altos porque el terreno accidentado impuso la necesidad de transportarlos a lomo de
mula, mientras que la pampa argentina facilitó la utilización de grandes carretas.

Los comerciantes peruanos pudieron conservar el mercado colonial sólo en la medida en que
España mantuvo el monopolio. Pero la debilidad creciente de la metrópoli y la pérdida de su
control sobre el mar, la fueron incapacitando para sostener la posición monopólica de los
comerciantes peruanos. Estos, además, comenzaron a sufrir en grado creciente el impacto del
comercio de contrabando. La creación del virreinato del Río de la Plata, en 1776, al separar
Potosí del virreinato peruano, representó un golpe mucho más duro para los comerciantes
peruanos. En adelante no sólo el comercio entre Buenos Aires y Potosí estuvo legalizado sino
que también fue activamente impulsado.

Al abrigo de esta nueva situación, los comerciantes argentinos pudieron apoderarse


rápidamente del mercado alto-peruano, sustrayendo, por este motivo, el flujo de dinero hacia
Lima. Cuando España comenzó a implantar la libertad de comercio dentro del Imperio, los una
vez extensos mercados de los comerciantes peruanos se habían reducido solamente al Bajo
Perú, región de sólo un poco más de un millón de habitantes, de los que una gran mayoría
apenas si participaba de una economía de mercado. Lejos de controlar el continente entero,
los comerciantes peruanos se encontraron luchando para evitar que su ya reducido mercado
terminase por escapársele enteramente de sus manos. Pero los desastres no terminaron ahí.
Así, a fines del siglo XVIII, al casi invertirse el tráfico de Lima a Buenos Aires, las mercancías
europeas que entonces se introdujeron desde este puerto determinaron la ruina de las
industrias textiles del interior.

LA SOCIEDAD

Las mutaciones económicas someramente descritas no afectaron de una misma manera al


conjunto de la sociedad virreinal. Por eso toda evaluación del proceso de la Independencia
debe tomar en cuenta los diferentes grupos que constituyeron la sociedad peruana, la
composición de los mismos, sus condiciones y sus intereses. Desafortunadamente, es todavía
difícil obtener un cuadro coherente de la sociedad colonial peruana. Su tradicional división en
una serie de grupos jerárquicos -españoles, criollos, mestizos, negros e indios- es insuficiente e
incluso errónea. Son imprescindibles nuevas investigaciones que esclarezcan este problema;
por ahora sólo es posible mencionar algunas de las dificultades mayores que presenta la
clasificación tradicional y sugerir, tentativamente, un nuevo esquema.

Es necesario comenzar por preguntarse cuál fue la composición de la élite criolla que dominó a
la sociedad colonial, conjuntamente con los funcionarios españoles. Es necesario, además,
establecer una distinción entre la élite criolla de Lima y la de las provincias del interior del
virreinato peruano. En efecto, los grupos más ricos y más poderosos de los criollos residían en
Lima. Hacia fines del siglo XVIII, la riqueza estaba concentrada en Lima, por el desplazamiento
hacia esta ciudad de los propietarios de minas, haciendas agrícolas, obrajes y de otras fuentes
mayores de ingresos. Era en Lima donde estos propietarios tenían la posibilidad de obtener
favores y posiciones oficiales, mientras dejaban sus propiedades al cuidado de sus
administradores. Esta élite criolla limeña incluía no sólo a comerciantes y terratenientes, sino
también a los titulares de los cargos administrativos.

Los miembros de las familias criollas estuvieron excluidos solamente de los más altos puestos
de la administración y del gobierno virreinaI. Lima fue, después de todo, uno de los, centros
más importantes del Imperio Español en América donde a los criollos les era posible un mayor
acceso a los puestos lucrativos de la burocracia colonial, una de las pocas fuentes que
proporcionaba, a la vez, altos ingresos y gran prestigio social. La posibilidad de los criollos de
acceder a ciertos puestos, más o menos intermedios, de la administración y del gobierno
virreinal, estableció un sólido vínculo entre ellos, O por lo menos de algunos de sus miembros,
y la burocracia española. Esta solidaridad de intereses fue reforzada en muchos casos por lazos
de clientela, matrimonio, amistad, además del hecho de compartir un cargo y una
responsabilidad comunes. Además, la posición privilegiada de Lima y la presencia en ella de la
corte virreinal sustentaron un orgullo considerable. Lima estuvo sujeta a España, pero este
hecho estuvo atenuado por el control que Lima ejerció sobre Sudamérica hasta la creación del
virreinato de Nueva Granada en 1739.

Además de la élite criolla de Lima existió un considerable sector provincial criollo,


principalmente concentrado en Cuzco y Arequipa. Grupos menos numerosos de esta élite
provincial criolla se encontraban en centros administrativos como Tarma y Trujillo, en algunos
centros mineros y ciudades costeñas menores. El comportamiento de los grupos criollos
provinciales durante la Emancipación revela algunas diferencias significativas respecto a los
criollos de Lima. Estas diferencias parecen indicar la existencia de -tempranas resentimientos
de las provincias por la dominación de, Lima. Estos y otros factores, que serán discutidos más
adelante, sugieren la necesidad de establecer una distinción entre los grupos criollos de Lima y
los de provincias para analizar correctamente los acontecimientos del período de la
Emancipación. Estas diferencias, por otra parte, pueden traducir también antagonismos
económicos y sociales concretos entre estos grupos criollos. La verificación de esta posibilidad
requeriría un examen de la distribución regional de la riqueza dentro del virreinato y de los
cambios en esta distribución a través del tiempo.

Los registros notariales en Huánuco y en Paucartambo revelan una vida económica muy activa
a través de todo el siglo XVI, dinamismo que dio paso a un gradual estancamiento. Es así como
las transacciones a gran escala desaparecen de los libros notariales, señalándose solamente los
intercambios de pequeña escala. En algunos casos estos grandes personajes de la fortuna
provincial tendieron a desplazarse hacia Lima, en el caso de Huánuco, y hacia el Cuzco, en el
caso de Paucartambo; el recuento de su posterior actividad económica -todavía en mercancías
provinciales- puede ser seguido en los registros notariales de estas grandes ciudades.

En las vísperas de la Independencia, Cuzco y Arequipa, concentraron cerca del 40% de la


población criolla del virreinato, (Fisher, 1970: p. 7). Estos dos centros provinciales tuvieron una
élite criolla propia, cuyo status, orgullo y probablemente riqueza, estuvieron muy cerca de los
de la élite limeña. Esta élite provincial, además, sintió bastante la dominación burocrática
ejercida desde Lima. Estamos aquí frente a un grupo que parece reflejar con bastante nitidez la
imagen tradicional de1 criollo - un grupo cuya posición en el poder político no correspondía a
su privilegiada posición social y económica. Pero el resentimiento criollo parece estar más bien
dirigido contra Lima y no contra España.

Los criollos de provincia -o los peninsulares residentes en ellas- cuyos ingresos provinieron de
las mismas fuentes que la de los criollos más poderosos, es decir la agricultura, el comercio y la
minería - operaron en una escala mucho más limitada. En algunos casos llegaron a laborar
directamente sus minas al no tener acceso a la mita de los indios; dirigieron personalmente sus
pequeños comercios en el intercambio entre las provincias; y, por último, vigilaron
personalmente los trabajos agrícolas de sus haciendas. A este nivel, en consecuencia, es
mucho más difícil establecer una clara distinción entre los miembros de este grupo criollo
provincial y los que eran clasificados como mestizos; en muchos casos, en efecto, los criollos
de las provincias estuvieron ligados por lazos de parentesco tanto con los mestizos como,
también, con la élite indígena. Es de este grupo criollo que parece haber salido la mayor parte
de aquellos que integraban las fuerzas libertadoras, ya sea dentro de los grupos de guerrillas o
dentro de las filas de los ejércitos sanmartinianos o bolivarianos.

Entre los grupos más bajos de la escala social, al igual que entre la élite criolla, debe también
establecerse una distinción, pero esta vez en función de las áreas urbanas y de las áreas
rurales. Los grupos urbanos situados debajo de la élite criolla presentan una clara división y
oposición, la cual, una vez más, no concuerda con la tradicional división racial de la sociedad.
Se puede distinguir, en una gradiente escalonada, un grupo relativamente próspero de
pequeños comerciantes, artesanos y pequeños burócratas. Estos grupos comprendieron no
solamente a criollos y mestizos pobres, sino también a los indios de las ciudades e incluso a los
mulatos y negros libres. En la base misma de esta escala se encontraba situado un grupo más o
menos heterogéneo de la población urbana: mendigos, vagabundos, jornaleros -a los cuales se
permitía permanecer dentro de los muros de la ciudad sólo de día-y los ladrones y bandidos. La
presencia de estos últimos grupos fue más o menos permanente en Lima y sus alrededores
durante todo el período colonial, aunque el número de sus integrantes seguramente variaba
de acuerdo a las condiciones económicas. Sus acciones fueron toleradas en la medida en que
restringieron sus exacciones a personas no ligadas directamente con la burocracia colonial o
con la élite criolla. La población esclava de las ciudades estuvo fundamentalmente dedicada a
los servicios domésticos y a la pequeña artesanía, actividades donde sus amos encontraron
fuentes adicionales de ingresos.

La composición de la población rural fue significativamente diferente en la costa y en la


sierra. En la costa, la fuerza de trabajo de las haciendas estuvo constituida principalmente por
negros, esclavos, permanentemente vinculados a los dominios agrícolas. En el interior de la
sierra esta fuerza de trabajo estuvo casi exclusivamente constituida por indios. En el caso de
las haciendas, a fines del siglo XVIII, sólo una fracción de la fuerza de trabajo indígena estuvo
permanentemente adscrita a las haciendas como peones o yanaconas. El trabajo agrícola
complementario fue efectuado por indios de las comunidades vecinas, quienes fueron
reclutados por la fuerza legalizada -la mita-o por la necesidad que tuvieron de trabajar en las
haciendas, a fin de hacer frente a las cargas impuestas sobre ellos por la sociedad dominante
(tributos, pagos religiosos, repartimiento de mercancías).

Existieron, finalmente, grupos rurales medios tanto en la costa como en el interior de la sierra:
pequeños comerciantes de aldeas, arrieros de mula y mercaderes, caciques menores o
miembros de la baja nobleza india. Todos ellos no disfrutaron de la suficiente riqueza como
para elevarse al nivel de los grupos más privilegiados, pero detentaron la fuerza suficiente
como para dominar a los indios de las comunidades debido a su posición privilegiada. Esos
grupos medios eran heterogéneos y pequeños, pero sus miembros presentaron algunas
características que los diferenciaban y separaban de los que constituían la fuerza de trabajo en
la costa y en el interior. Su independencia relativa, su alto grado de movilidad geográfica y,
hasta cierto punto, su relativa libertad de las normas de las sociedades criollas e indígenas les
permitieron, dentro de ciertos límites, manipular en su provecho las mismas reglas de ambas
sociedades. En una situación de crisis, la marginalidad de estos grupos, su débil integración
tanto a la sociedad indígena como a la sociedad criolla, les dieron una mayor potencialidad de
movilidad social y económica.

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