Procesos Inferenciales en La Comprensi+ N Del Discurso Escrito. Influencia de La Estructura Del Texto en Los Procesos de Comprensi+ N
Procesos Inferenciales en La Comprensi+ N Del Discurso Escrito. Influencia de La Estructura Del Texto en Los Procesos de Comprensi+ N
Procesos Inferenciales en La Comprensi+ N Del Discurso Escrito. Influencia de La Estructura Del Texto en Los Procesos de Comprensi+ N
Infuencia de la
estructura del texto en los procesos de comprensión
RESUMEN
ABSTRACT
INTRODUCCIÓN
Aunque bajo el término "discurso" se encierran múltiples acepciones y significados,
resaltaremos aquí el discurso como sinónimo de comunicación. Desde esta perspectiva
se asume como un lenguaje (tanto hablado como escrito), que se utiliza con fines
sociales por parte de sus usuarios (hablantes, oyentes, escritores, lectores)
(Grimshaw, 2003). De esta manera, el discurso suele identificarse como un evento
comunicativo que se disfraza de múltiples caras según sea el contexto social en el que
se desenvuelve (e.g., formal e informal), según su estructura (e.g., narrativo,
expositivo), o de la intención claramente pragmática del comunicador, como señalan
Brown y Yule (1983). Un aspecto que siempre ha interesado a los lingüistas ha sido el
indagar en las características del discurso, sobre sus tipos y formas, sobre sus
componentes específicos y distintivos de unos sobre otros. De otro lado, y quizás
también debido a la importancia comunicativa del discurso, son muchos los psicólogos
cognitivos que se han interesado en su estudio tratando de desvelar los procesos
mentales que están involucrados en la comprensión del mismo. Muchos de estos
estudios se han focalizado en el estudio de las inferencias, pues se consideran el
núcleo de la comprensión humana y median en toda la actividad mental que tiene que
ver con el discurso.
Para los objetivos de este trabajo, la cuestión clave que nos planteamos es analizar si
la estructura del discurso (narrativa, expositiva) promueve una actividad mental
diferente o, si por el contrario, dicha actividad mental se muestra independiente a
dicha estructura. Una respuesta en alguna de estas direcciones nos revelaría
importantes aspectos acerca de la naturaleza del discurso, especialmente el escrito, de
la justificación “psicológica” de esa variedad de tipos y de importantes aplicaciones
educativas que se derivarían de ellas. Por ejemplo, si supusiéramos que los textos
narrativos requieren de procesos mentales diferentes
a los expositivos, podría deducirse que las inferencias que se generarían de los
narrativos serían también distintas, que la estructuración de sus contenidos resultaría
también diferente o que la demanda de conocimientos que se requiere podría ser
también distinta.
Una segunda cuestión que abordaremos también a lo largo de este artículo tiene que
ver con la lengua en que ha sido elaborado cada tipo estructural de discurso, lo que
nos lleva irremediablemente a refexionar sobre la infuencia del lenguaje en los
procesos de comprensión, de la misma manera que ha venido haciendo el relativismo
lingüístico sobre el pensamiento. Resulta extraordinariamente importante conocer si
estas diferencias, en caso de que se produzcan, puedan deberse a aspectos más
relacionados con el funcionamiento de la mente en general o están de alguna manera
tamizados por una infuencia lingüística determinada.
De una manera general, podríamos afrmar que cualquier información que se extrae del
texto y que no está explícitamente expresada en él puede considerarse, de facto, una
inferencia. Las inferencias son procesos mentales que facilitan esa activación de la
información y son particularmente esenciales por razones de coherencia conversacional
y por las condiciones de la buena forma del discurso, tratando de ajustarse a los
principios de economía y relevancia (Grice, 1975). Ellas, en realidad, facilitan los
heurísticos que se relacionan con cualquier aspecto del conocimiento, ya sea este
espacial, temporal, causal, lógico, natural, artificial, abstracto o concreto (Just &
Carpenter, 1987). No es de extrañar, por tanto, que las inferencias constituyan el
núcleo de la comprensión humana.
De manera general asumimos que toda la actividad mental que se genera cuando
tratamos de comprender un discurso, sea cual sea su naturaleza, requiere de la
activación de inferencias. Ello nos lleva a pensar que las inferencias median en la
comprensión del discurso y su estudio resulta idóneo para analizar los procesos
mentales que intervienen en la comprensión e interpretación del discurso. De esta
manera podemos evaluar la infuencia de los tipos de discurso sobre la actividad
psicológica que se deriva de ella, de la universalidad o dependencia de la lengua en
que ha sido elaborado cada tipo de discurso, o de su correspondencia neuronal en el
cerebro. Estas cuestiones serán planteadas a lo largo de este artículo.
2. Tipos de discurso
“Los tipos de narraciones que existen en el mundo son incontables. En primer lugar, la
palabra ‘narración’ engloba una amplia variedad de géneros que se dividen, a su vez,
en un amplio abanico de materias, como si cualquier material fuera susceptible de
formar parte de una narración: la narración puede incorporar el lenguaje articulado,
hablado o escrito; dibujos, fjos o en movimiento; gestos y todo un amplio conjunto de
ingredientes; está presente en la mitología, en las leyendas, en las fábulas, en las
historias cortas, en las historias épicas, en la historia, en la tragedia, en la comedia, en
la pantomima, en la pintura,... en el cine, en los cómics, en los periódicos, en la
conversación. Además, y bajo este infinito número de formas, la narración está
presente en todo momento, en todos los lugares, en todas las sociedades; la historia
de la narración comienza con la historia de la humanidad; no existen, ni existirán
nunca, personas sin narraciones” (Barthes, 1966: 11).
De esta forma, Barthes opina que las narraciones desempeñan funciones sumamente
importantes en la vida de las personas. Desde un punto de vista individual, las
personas poseen una narración de su propia vida que les permite interpretar o
construir lo que son y dónde están situados. Desde un punto de vista social y cultural
la narración sirve para dar cohesión a las creencias compartidas y transmitir valores.
Texto expositivo: Por su parte, el discurso escrito expositivo abarca aquel conjunto
de textos que ofrece conceptualizaciones o formas de construir conocimiento (Kucan &
Beck, 1996). Los textos expositivos proporcionan formas de encuadrar nuestro
conocimiento del mundo, sintetizar la información procedente de diversas fuentes,
clasificar y categorizar este conocimiento en distintas formas jerárquicas (en lugar de
estrictamente secuenciales), y representar lo que sabemos en estructuras
convencionales de discurso, lo que permite refejar nuestro conocimiento de manera
distinta a como lo hacen las historias o las narraciones
(véase Otero, León & Graesser, 2002). Desde esta perspectiva, resumir las ideas
principales de un texto expositivo es una tarea distinta a resumir la secuencia de un
argumento, de la misma manera que sintetizar información para construir nuevas
relaciones dentro de nuestro conocimiento es una tarea bastante diferente a la de
generar inferencias a partir de una historia, o evaluar aspectos de una narración como
sus implicaciones morales, el estado emocional que evoca o las acciones del
protagonista.
Una cuestión crucial que se viene debatiendo actualmente es conocer hasta qué punto
estos dos tipos de discurso se diferencian también en su correlato cognitivo, esto es, si
ambos tipos de discurso comparten o no una misma forma de funcionamiento
cognitivo, una misma manera de comprender la información contenida en sus páginas,
una única forma de generar los mismos tipos de inferencias. De esta manera, mientras
algunos autores sostienen similitudes entre el procesamiento cognitivo del discurso
escrito narrativo y del expositivo (Goldman, Varma & Coté, 1996; van den Broek,
Rohleder & Narváez, 1996) otros, en cambio, sostienen que existen diferencias en
dicho procesamiento cognitivo en cuanto al número de inferencias (Olson, Mack &
Duffy, 1981), en relación con la familiaridad del contenido y el tipo de inferencia que
se realizan (Fareed, 1971; Noordman, Vonk & Kempff, 1992; Singer, Harkness &
Stewart, 1997) y en relación a la estructura causal de cada uno de los discursos y el
tipo de inferencia causal que se genera (Graesser, León & Otero, 2002; León &
Peñalba, 2002).
Una cuestión que emerge de lo dicho hasta ahora es plantearnos hasta qué punto este
conocimiento del discurso (narrativo, expositivo) se corresponde con diferentes tipos
de funcionamiento cognitivo y con formas diferentes de establecer relaciones causales
como plantean distintos autores (Brewer, 1980; Bruner, 1986; McDaniel, Einstein,
Dunay & Cobb, 1986; Polkinghorne, 1988; Einstein, McDaniel, Owen & Coté, 1990;
Harris, Rogers & Qualls, 1998; Goldman & Bisanz, 2002; León & Peñalba, 2002).
Bruner (1986), por ejemplo, ha indagado sobre la existencia de diferentes patrones de
funcionamiento cognitivo muy ligados al tipo de relaciones causales que se establecen
y también a la forma de organizar la realidad. Este autor señaló lo siguiente:
“Existen dos modos de funcionamiento cognitivo, dos maneras de pensar, y cada una
proporciona maneras distintas de organizar la experiencia, de construir la realidad.
Ambas (a la vez que complementarias) son irreductibles la una a la otra. Los esfuerzos
por reducir una a la otra o ignorar una a expensas de la otra conlleva inevitablemente
un fracaso en el intento de capturar nuestra rica diversidad de pensamiento... Cada
una de estas maneras de conocer tiene sus propios principios operativos y su propio
criterio de gramaticalidad. Ambas diferen de forma radical en su manera de proceder”
(Bruner, 1986: 11).
De acuerdo con Bruner, ambos modos de cognición funcionan de manera distinta, y
cada uno utiliza un tipo diferente de causalidad para relacionar los hechos. Estos dos
modos de funcionamiento cognitivo se ven refejados, bien a través de lo que se
denomina una historia estructurada, o bien a través de un argumento lógico. Mientras
que el modo narrativo busca conexiones particulares entre hechos, el modo lógico-
científico o paradigmático tiende, por el contrario, hacia la búsqueda de condiciones
universales y verdaderas. Si el narrativo suele refejar motivos, acciones y problemas
de la vida diaria o de ficción, y está muy infuido por la relación temporal que regula la
consecución de los distintos hechos o acciones, el modo científico o expositivo, por su
parte, trata de cumplir el ideal de “un sistema formal, matemático, de descripción y
explicación” (Bruner, 1986: 16). Precisamente, los textos científicos se caracterizan
por crear conceptualizaciones de ideas, por poseer una organización especificada de
manera explícita, por una jerga y terminología específica, y por el uso de términos
técnicos (véase Goldman & Bisanz, 2002; León & Peñalba, 2002; León & Slisko, 2000;
Martins, 2002).
Si tratamos de profundizar en los aspectos que explican las diferencias entre estos dos
modos de funcionamiento cognitivo, encontramos que existen varias razones que nos
ayudan a entender que los tipos de causalidad implicados en estos dos modos de
funcionamiento cognitivo, así como en los dos tipos de texto asociados, son también
diferentes (véase León & Peñalba, 2002). El modo lógico o científico tiende hacia la
búsqueda de condiciones universalmente verdaderas, predominando una estructura
basada en redes causales. Por el contrario, en el modo narrativo, predominan las
estructuras basadas en la consecución de objetivos y existen conexiones entre los
hechos que no tienen por qué tener estrictamente una base causal. Otra razón posible
se basa en el grado de generalización y en el número de observaciones que son
necesarias para construir una explicación causal. En la ciencia, el principal objetivo es
determinar generalizaciones causales para explicar un conjunto de observaciones
(León & Peñalba, 2002). Sin embargo, en la vida diaria, queremos explicar hechos y/o
casos aislados o concretos, lo que significa que el método científico, que pone especial
énfasis en la generalización, no resulta muy adecuado. Una tercera razón tiene que ver
con la propia estructura de los textos. Las narraciones orales adquieren la forma de las
gramáticas de las historias y su representación mental la del esquema de la historia
(Mandler & Johnson, 1977; Thorndyke, 1977; Stein & Glenn, 1979). El conocimiento
del esquema de la historia permite al lector desarrollar las siguientes funciones:
asociar las ideas que se encuentran en la narración con categorías tales como el
escenario, el tema, el argumento y el desenlace (León, 1986; Singer, Harkness &
Stewart, 1997); reconocer las partes constituyentes de la historia, como el agente, la
intención o el motivo, la situación o el instrumento, que pueden ser considerados como
la base de las acciones que se desarrollan (Bruner, 1986; Trabasso, van den Broek &
Suh, 1989) e identificar la secuencia temporal de las acciones dentro de un guión
(Schank, 1975).
Los lectores comprendemos un hecho cuando somos capaces de relacionarlo con otros
hechos descritos en el texto. Precisamente, una de las conexiones más importantes, es
la causalidad. No resulta, por tanto, sorprendente que aquellos investigadores que
comenzaron a estudiar la comprensión sugirieran que las relaciones causales juegan
un papel esencial en la comprensión de las narraciones (Piaget, 1927a, b; Bartlett,
1932; Dewey, 1938). La investigación sobre la comprensión de la narración durante
los años ‘70 compartía el supuesto de que las representaciones causales eran
fundamentales en la comprensión y memoria de los textos narrativos (Rumelhart,
1975; Mandler & Johnson, 1977; Thorndyke, 1977; Schank & Abelson, 1977; Stein &
Glenn, 1979). Existían fuertes asociaciones dentro de la memoria entre las acciones de
la narración que compartían una relación causal directa (Trabasso & Sperry, 1985).
Existe evidencia suficiente que muestra que tanto la fuerza como el número de
conexiones causales determinan el nivel de comprensión y el recuerdo de la
información leída, así como el grado de importancia que el lector asigna a la
información del texto (Trabasso & Sperry, 1985; van den Broek, 1988). Como
consecuencia, los modelos causales han prevalecido en el estudio de la comprensión
narrativa dentro de la psicología (Trabasso, Secco & van den Broek, 1984; van den
Broek, 1989; Graesser, Swamer, Baggett & Sell, 1996; Langston & Trabasso, 1999;
van den Broek, Young, Tzeng & Linderholm, 1999).
Algunos autores han apuntado también diferencias en cuanto al papel que juega la
explicación según se trate de un tipo de texto u otro (por ejemplo, Polkinghorne,
1988). Las personas normalmente explicamos nuestras propias acciones y las de los
demás a través de un argumento. En el esquema narrativo, un hecho puede ser
explicado cuando se identifica su papel y su significado dentro de un plan o una meta.
Según Polkinghorne, la explicación en la narración es diferente a la del razonamiento
lógico-matemático: esta tiene lugar cuando un hecho puede ser identificado como
ejemplo de una ley o un patrón de relaciones entre categorías. La explicación a través
del uso de leyes proviene de la capacidad para abstraer hechos a partir de contextos
particulares y descubrir relaciones que se dan entre un amplio conjunto de ejemplos
pertenecientes a una categoría, con independencia del contexto espacial y temporal.
Por ello, en principio, uno podría proyectarse hacia atrás o hacia delante en el tiempo,
y la relación identificada por el razonamiento formal lógico-matemático podría darse
igualmente. Sin embargo, la explicación en la narración depende de un contexto y, por
ello, difere en su forma de la explicación científica. De esta manera, y según
Polkinghorne (1988), la simetría que existe entre explicación y predicción en el
razonamiento lógico-matemático se rompe en la narración. La explicación narrativa no
engloba los sucesos o hechos bajo ninguna ley. La explicación se basa en la aclaración
del significado que tienen los hechos ocurridos basándose en la/s consecuencia/s que
le siguen. Esto hace que la explicación narrativa, según Polkinghorne, sea retroactiva.
A pesar de estas diferencias, existen algunos estudios que sugieren que la estructura
causal en los textos narrativos y expositivos puede no ser tan distinta como parece en
un principio (véase León & Peñalba, 2002). Por ejemplo, las estructuras basadas en la
consecución de metas, componente importante de los textos narrativos, parece que
también se encuentran en algunos textos científicos, tal y como muestran los
resultados encontrados por León, Otero, Escudero, Campanario y Pérez (1999). Estos
autores encuentran que la identificación de relaciones causales depende, entre otros
aspectos, del conocimiento previo (por ejemplo, general vs. específico) y del contexto
(por ejemplo, físico vs. tecnológico). De esta manera, si el conocimiento es específico,
los sujetos se centrarán más en las relaciones causales nucleares, mientras que un
conocimiento más general induce con mayor probabilidad una respuesta basada en el
sentido común. Por otra parte, mientras que un contexto físico puede facilitar la
generación de explicaciones causales basadas en una lógica causal, un contexto
tecnológico se centra más en las metas u objetivos.
Teniendo en cuenta las repercusiones tan importantes que la causalidad tiene en los
distintos tipos de texto, es posible prever que existan diferencias en cuanto a la
generación de inferencias según el texto que se trate. A juzgar por la literatura
especializada que proviene de la psicología cognitiva, el discurso, en general, y el
discurso escrito en particular, se considera un factor esencial en la forma en que
comprendemos o interpretamos una información determinada generando para ello
distintos tipos de inferencias (Graesser, Hoffman & Clark, 1980; Graesser, 1981).
Aunque esta afrmación no es compartida del todo (por ejemplo, Goldman, Varma &
Coté, 1996), hay un cierto consenso en que los lectores ponen en funcionamiento y de
manera espontánea diferentes patrones de activación o de inferencias cuando leen un
tipo de texto u otro (Brewer, 1980; McDaniel et al., 1986; Einstein et al., 1990; Harris
et al., 1998). Entre las diferencias que se han contrastado, los textos narrativos
generan un mayor número de inferencias requiriendo un tiempo de lectura menor,
mientras que los textos expositivos requieren de un mayor tiempo de procesamiento
debido al mayor esfuerzo de integración que requiere la información leída (Olson, Mack
& Duffy, 1981; Harris et al., 1998).
El propósito más habitual de los textos expositivos suele ser informar al lector acerca
de nuevos conceptos, realidades genéricas y, a menudo, abstractas, además suelen
aportar importante material técnico. Comparativamente hablando, el número de
inferencias basadas en el conocimiento que se genera durante la comprensión de un
texto narrativo suele ser mayor que las producidas en textos expositivos. A pesar de
ello, dado su fuerte implicación en el mundo laboral, tecnológico y educativo, el estudio
de las inferencias se está trasladando finalmente a un ámbito más académico y
científico (Millis & Graesser, 1994; Maury, Pérez & León, 2002; Otero, León &
Graesser, 2002).
Conviene, sin embargo, hacer una salvedad de lo dicho hasta ahora. Las inferencias
han sido clasificadas atendiendo en este caso al tipo de discurso en un contexto dado.
Ahora bien, la pregunta que se nos plantea es si las inferencias son generadas
mediante mecanismos que obedecen a principios universales de funcionamiento
cognitivo. La realidad nos dice que entre ambos textos predominan tres tipos de
inferencias comunes y que corresponden a manifestaciones de la cognición causal y a
los procesos comunes y universales de la comprensión. Las primeras se denominan
“asociaciones” y hacen referencia a aquellos conceptos, ideas o ejemplos que los
sujetos generan durante la lectura. Tales inferencias suelen estar basadas en la
activación del conocimiento previo del lector y sirven para integrar la información del
texto a través de la elaboración de explicaciones o predicciones. Un segundo tipo de
inferencia son las “inferencias explicativas” o “antecedentes causales”, que aluden a
alguna causa, razón o motivo de un determinado acontecimiento y sirven,
fundamentalmente, para integrar las distintas oraciones del discurso. Son inferencias
hacia atrás, ya que están orientadas hacia la información aparecida previamente en el
texto. Por último, las “inferencias predictivas” se relacionan con la información de las
consecuencias causales de un hecho o acción, responden a la pregunta ¿qué pasará
después? y pueden implicar expectativas acerca de hechos, objetivos, acciones,
resultados o emociones. Este tipo de inferencias se enmarca dentro de las
denominadas “inferencias hacia delante”. En situaciones “naturales” de comunicación
el alcance de estas puede llegar hasta el 70% de las que se producen de manera
espontánea.
Todo lo señalado hasta ahora apoya la idea de que los tipos de discurso analizados
aquí (narrativo y expositivo) y que predominan en las diferentes lenguas y culturas,
parecen generar diferentes patrones de funcionamiento mental, básicamente centrados
en diferentes modos de entender la cognición causal y con ello la forma de pensar.
Otra cuestión que se debate al hilo de estas diferencias es la relativa a analizar la
universalidad de los procesos cognitivos implicados en la comprensión y en la cognición
humana, y si estos son independientes de la lengua que se habla o de si estos
procesos mentales son también universales respecto a los dos tipos de discurso aquí
analizados. Veremos a continuación el estado de estas cuestiones.
Hoy sabemos que las diferentes lenguas diferen en el modo en que se describe el
mundo o la realidad, pero ¿puede el lenguaje que utilizamos y hablamos infuir en
nuestra manera de pensar? Esta pregunta se ha asociado inevitablemente desde hace
muchos años a Sapir (1921) y Whorf (1956) y al denominado relativismo o
determinismo lingüístico. Whorf, por ejemplo, propuso que las categorías y distinciones
de cada lenguaje sesga la forma de percibir, analizar y actuar en el mundo. Esta
posición teórica de que el lenguaje tiene un impacto en la cognición de sus hablantes
es un antiguo y controvertido debate que se ha extendido desde diferentes puntos de
vista, especialmente desde la lingüística, psicología y antropología (véase Lucy, 1992;
Gumperz & Levinson, 1996). Recientemente, las teorías sobre relativismo lingüístico
han resurgido (véase Gentner & Goldin-Meadow, 2003).
Las lenguas parecen diferir una de otras, pongamos por caso, en la forma de percibir la
distancia, describir emociones o en la manera en que se agrupan los objetos dentro de
ciertas categorías gramaticales. Estas diferencias suelen atribuirse a las distintas
agrupaciones de las lenguas como, por ejemplo, las germánicas (inglés, alemán, sueco
u holandés) de las románicas (español, francés, italiano o portugués) como señalan
algunos autores (Aske, 1989; Slobin & Hoiting, 1994; Slobin, 1996, 1997). Pero de ahí
a que una lengua tamice o sesgue de manera general la forma de percibir, analizar y
actuar sobre el mundo de manera muy diferente a como se percibe desde otra lengua,
se antoja muy lejano. La polémica está servida. Si recientemente desde la perspectiva
de los estudios que provienen de la antropología lingüística sugieren importantes
diferencias en relación con categorías semánticas en un contexto social como las
relaciones de parentesco (e.g., Danziger, 2001; Foley, 1997), desde otra, como la que
mantienen algunos psicólogos cognitivos y lingüistas, se asumen procesos universales
y comunes a las diferentes lenguas. De esta manera, el español, inglés, alemán,
japonés o finlandés comparten un mismo substrato mental o neuronal. Como señalan
Bates, Devescovi y Wulfeck (2001) “las lenguas no 'viven' en diferentes partes del
cerebro”. Sobre los estudios realizados hasta ahora sobre este tema desde la
psicología, Pinker (1994: 57) resume que “no se ha encontrado evidencia científica
alguna de que la lengua infuya de manera dramática en la manera de pensar de sus
hablantes”. Este asunto, aunque ha interesado a algunos psicólogos cognitivos en el
pasado, no fue un tema central en el estudio del lenguaje y de la cognición humana.
Una de las razones por la que esta controversia sigue manteniéndose viva hoy día se
debe, quizás, a que la investigación sobre el relativismo lingüístico no se ha
completado con el estudio de los procesos cognitivos que tienen lugar durante el uso
del lenguaje. Slobin (2003) afrma, con mucha razón, que la voluminosa literatura
existente sobre relativismo lingüístico se ha dirigido fundamentalmente a la búsqueda
de la posible infuencia de una lengua particular sobre la cognición en situaciones en las
que el lenguaje no está siendo utilizado. Ello representa una larga tradición en la que
los antropólogos, psicólogos y lingüistas han buscado relacionar aspectos gramaticales
y semánticos de una lengua limitando su esfuerzo, bien al estudio de la palabra, bien a
su carácter epistemológico, o bien al contexto cultural a la que pertenece la comunidad
de hablantes de esa lengua. A todo esto habría que añadir, además, otro problema
relacionado con la metodología utilizada por los investigadores en este campo. Para
analizar las diferencias entre lenguas, las diferentes propuestas (inmersas en la
investigación transcultural) han utilizado diferentes metodologías cuyo uso ha
dificultado, en la mayor parte de las veces, una posible comparación entre ellas (véase
Berry, Poortinga, Segall & Dasen, 1992; Berry, 2000; Kim, Park & Park, 2000;
Escudero, 2004). Básicamente, pueden distinguirse dos perspectivas metodológicas
que caracterizan los estudios transculturales. Una de ellas considera la lengua como
una variable intersubjetiva, de tal manera que cuando se trata de contrastar dos o más
lenguas entre sí se aplica el mismo diseño experimental para determinar cómo las
diferencias lingüísticas afectan al desarrollo de una determinada tarea. La segunda
perspectiva trata la lengua como un experimento en sí mismo, intrasubjetiva,
mediante la exploración de propiedades particulares de una determinada lengua con el
objeto de formular preguntas que no pueden responderse desde otra lengua. Este
hecho hace difícil, cuando no imposible, poder contrastar sus resultados.
Slobin (1987) sugiere en su hipótesis Thinking for Speaking que cuando se construyen
las declaraciones en el discurso, el hablante fja su pensamiento sobre la forma
lingüística disponible. Sin embargo, hay una escasísima investigación previa
transcultural que nos ayude a determinar si las diferencias del discurso producen
realmente variaciones importantes dentro del mismo contexto. La mayor parte de los
estudios comparativos provienen de la lingüística o la psicolingüística, y apenas
aportan algunos aspectos relacionados con los procesos de la comprensión de textos.
Solo unos pocos estudios han intentado analizar diferencias culturales en el contexto
de la tradición oral de cuentos populares (Chafe, 1980; Tannen, 1980, 1983, 1984,
1988) o en el recuerdo (Mandler, Scribner, Cole & de Forest, 1980).
El patrón de inferencias analizadas en ambos estudios fue muy similar al comparar los
lectores de lengua española e inglesa (Escudero & León, en prensa) como los de
lengua española y finlandesa (León et al., en preparación). Esta similitud en los
patrones de inferencias relacionados con la comprensión apoya la idea de que la
cognición causal se constituye como un principio universal e independiente del
relativismo lingüístico, lo que coincide con diversas teorías acerca de la causalidad
como han señalado algunos autores (e.g., Morris, Nisbett & Peng, 1995; Sperber,
Premack & Premack, 1995). Desde este punto de vista, la cognición causal se asume
entonces como una propiedad universal de la mente.
Estos datos sugieren que la dirección del procesamiento en ambos tipos de textos
puede ser distinta. Es decir, los textos expositivos parecen requerir de un mayor
esfuerzo de procesamiento, puesto que necesitan generar mayor número de
conexiones con la información causal antecedente. Por el contrario, los textos
narrativos buscan la información causal consecuente y parecen requerir de mayor
esfuerzo a la hora de recuperar los conocimientos almacenados en la memoria a largo
plazo. Por otra parte, y de acuerdo con lo esperado, el número de asociaciones fue
significativamente mayor en los textos expositivos en comparación con las narraciones.
De hecho, podemos decir que, debido al tipo de contenido y estructura que caracteriza
a este tipo de textos, las asociaciones están ligadas fuertemente a las explicaciones.
Generar una explicación implica, entre otras muchas cosas, activar nuestro
conocimiento previo y, por ello, activar conceptos necesarios para producir estas
explicaciones.
Nos gustaría, no obstante, matizar este carácter universal de las inferencias. A pesar
de la nitidez de los resultados, estos estudios no pueden, por sí solos, ser
concluyentes. Para serlo requerirían de un enfoque transcultural más amplio, pudiendo
contrastar estos resultados con culturas y/o lenguas más alejadas de la nuestra (por
ejemplo, culturas asiáticas, árabes, etc.). Obviamente, esto no está exento de
dificultades, pues podría hacer más complejo abordar culturas tan diferentes con los
mismos textos.
A MODO DE CIERRE
Son varias las implicaciones que se derivan del papel que juega la causalidad en la
cognición humana y su relación con los procesos de comprensión y coherencia del
discurso. Entre todos estos puntos, la propuesta teórica más interesante es la que nos
muestra que la cognición causal es una característica inherente y, por tanto, universal
del pensamiento humano; que la comprensión, como una actividad inteligente y muy
relacionada con dicha cognición causal, requiere de un nivel de coherencia local y
global con un fuerte contenido causal; y que para desarrollar tal actividad se requiere
necesariamente de inferencias causales que son las encargadas de tender puentes de
conocimiento entre la información entrante y la que posee el lector, a fin de establecer
la coherencia (causal) necesaria en la comprensión final. Ahora bien, no puede
olvidarse que la naturaleza de esta cognición causal está ‘contextualizada’ en un marco
cultural, social y lingüístico y que, como consecuencia de ello, los tipos de discurso que
se desprenden de dicho contexto contienen diversas peculiaridades y atributos. Los
tipos de discurso se han creado para dar respuesta a diferentes tipos de comunicación
e información, conllevando una estructuración distinta. La cuestión que se ha debatido
en este artículo es, precisamente, si los distintos tipos de discurso implican diferentes
tipos de funcionamiento cognitivo que se cristalizan en diferentes formas de
conexiones causales y, por tanto, conllevan diferentes tipos de inferencias causales,
como también diferentes niveles de procesamiento. Asimismo, si este comportamiento
se ve o no infuido por la lengua.
Una cuestión pendiente que queda abierta para el futuro es evaluar cómo estas
diferencias quedan refejadas en la activación cerebral. Esto es, si los tipos de
inferencias o los tipos de pensamiento que se realizan bajo ambos tipos de discurso se
localizan en zonas cerebrales diferentes. Resulta indudable que el presente y futuro de
la investigación del discurso sobre estos temas va a aumentar en los próximos años, al
verse reforzada por el avance de las tecnologías de la computación, así como por la
integración de la neurociencia que, con el uso de técnicas que como el fMRI (functional
Magnetic Resonance Imaging), va a permitir generar imágenes visuales de cómo la
estructura del discurso que está siendo leído y procesado se representa en el cerebro
mediante una imagen funcional. Con ayuda de esta técnica podrán identificarse
cambios importantes en la actividad cerebral cuando el lector trata de comprender un
determinado discurso y esto nos puede ayudar a desvelar múltiples interrogantes como
algunas de las que hemos tratado en este trabajo.
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