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El Caballero Carmelo

Este documento narra la historia de un caballero llamado Carmelo y su llegada a la casa de la familia. El hermano mayor Roberto regresa a casa después de años de ausencia y trae varios regalos para la familia, incluyendo quesos, dulces y otros bocadillos. La familia se alegra de ver a Roberto de nuevo y recuerdan los viejos tiempos bajo el árbol de higuera donde ahora está Roberto.

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El Caballero Carmelo

Este documento narra la historia de un caballero llamado Carmelo y su llegada a la casa de la familia. El hermano mayor Roberto regresa a casa después de años de ausencia y trae varios regalos para la familia, incluyendo quesos, dulces y otros bocadillos. La familia se alegra de ver a Roberto de nuevo y recuerdan los viejos tiempos bajo el árbol de higuera donde ahora está Roberto.

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EL CABALLERO CARMELO Sonrió el amado, llamó al sirviente y le dijo:

-¡El Carmelo!
l A poco volvió éste con una jaula y sacó de ella un gallo, que, ya libre, estiró sus cansados
Un día, después del desayuno, cuando el miembros, agitó las alas y cantó estentóreamente:
sol empezaba a calentar, vimos aparecer, -¡Cocorocóoooo!...
desde la reja, en el fondo de la plazoleta, -Para papá! -dijo mi hermano.
un jinete en bellísimo caballo de paso,
pañuelo al cuello que agitaba el viento, Así entro en nuestra casa este amigo íntimo de nuestra infancia ya pasada, a quien
san pedrano pellón de sedosa cabellera acaeciera historia digna de relato; cuya memoria perdura aún en nuestro hogar como una
negra y henchida alforja, que picaba sombra alada y triste: el Caballero Carmelo.
espuelas en dirección a casa.
II
Reconocímosle. Era el hermano mayor
Amanecía, en Pisco, alegremente. A la agonía de las sombras nocturnas, en el frescor del
que, años corridos, volvía. Salimos
alba, en el radiante despertar del día, sentíamos los pasos de mi madre en el comedor,
atropelladamente gritando:
preparando el café para papá. Marchábase éste a la oficina. Despertaba ella a la criada,
-¡Roberto! ¡Roberto!
chirriaba la puerta de la calle con sus mohosos goznes; oíase el canto del gallo que era
Entró el viajero al empedrado patio donde el ñorbo y la campanilla enredábase en las
contestado a intervalos por todos los de la vecindad; sentíase el ruido del mar, el frescor de
columnas como venas en un brazo y descendió en los de todos nosotros. ¡Cómo se
la mañana, la alegría sana de la vida. Después mi madre venía a nosotros, nos hacía rezar
regocijaba mi madre! Tocábalo, acariciaba su tostada piel, encontrábalo viejo, triste,
arrodillados en la cama con nuestras blancas camisas de dormir; vestíamos luego y, al
delgado. Con su ropa enpolvada aún, Roberto recorría las habitaciones rodeado de
concluir nuestro tocado, se anunciaba a lo lejos la voz del panadero. Llegaba éste a la
nosotros; fue a su cuarto, pasó al comedor, vio los objetos que se habían comprado
puerta y saludaba. Era un viejo dulce y bueno, y hacía muchos años, al decir de mi madre,
durante su ausencia, y llegó al jardín:
que llegaba todos los días, a la misma hora, con el pan calientito y apetitoso, montado en
-¿Y la higuerilla? -dijo.
su burro, detrás de los dos "capachos" de acero, repletos de toda clase de pan: hogazas,
Buscaba, entristecido, aquel árbol cuya semilla sembrara él mismo antes de partir. Reímos
pan francés, pan de mantecado, rosquillas...
todos:
Madre escogía el que habíamos de tomar y mi hermana Jesús, lo recibía en el cesto.
-¡Bajo la higuerilla estás!...
Marchábase el viejo, y nosotros, dejando la provisión sobre la mesa del comedor, cubierta
El árbol había crecido y se mecía armoniosamente con la brisa marina. Tocóle mi hermano,
de hule brillante, íbamos a dar de comer a los animales. Cogíamos las mazorcas de
limpió cariñosamente las hojas que le rozaban la cara, y luego volvimos al comedor. Sobre
apretados dientes, las desgranábamos en un cesto y entrábamos al corral donde los
la mesa estaba la alforja rebosante; sacaba él, uno a uno, los objetos que traía y los iba
animales nos rodeaban. Volaban las palomas, picoteábanse las gallinas por el grano, y
entregando a cada uno de nosotros. ¡Qué cosas tan ricas! ¡Por donde había viajado!
entre ellas, escabullíanse los conejos. Después de su frugal comida, hacían grupo
Quesos frescos y blancos, envueltos por la cintura con paja de cebada, de la Quebrada de
alrededor nuestro. Venía hasta nosotros la cabra, refregando su cabeza en nuestras
Humay; chancacas hechas con cocos, nueces, maní y almendras; frijoles colados, en sus
piernas: pisaban los pollitos; tímidamente se acercaban los conejos blancos, con sus largas
redondas calabacitas, pintadas encima con un rectángulo del propio dulce, que indicaba la
orejas, sus redondos ojos brillantes y su boca de niña presumida; los patitos, recién
tapa, de Chincha Baja; bizcochuelos en sus cajas de papel, de yema de huevo y harina de
"sacados", amarillos como yema de huevo, trepaban en un panto de agua; cantaba desde
papas, leves, esponjosas, amarillos y dulces; santitos de "piedra de Guamanga" tallados en
su rincón, entrabado, el "Carmelo", y el pavo, siempre orgulloso, alharaquero y antipático,
la feria serrana; cajas de manjar blanco, tejas rellenas, y una traba de gallo con los colores
hacía por desdeñarnos, mientras los patos, balanceándose como dueñas gordas, hacían,
blanco y rojo. Todos recibimos el obsequio, y él iba diciendo al entregárnoslo:
por lo bajo, comentarios, sobre la actitud poco gentil del petulante.
-Para mamá... para Rosa... para Jesús... para Héctor...
-¿Y para papá -le interrogamos, cuando terminó:
Aquel día, mientras contemplábamos a los discretos animales, escapóse del corral "el
-Nada...
Pelado", un pollón sin plumas, que parecía uno de aquellos jóvenes de diez y siete años,
-¿Cómo nada para papà?...
flacos y golosos. Pero "el Pelado", a más de eso, era pendenciero y escandaloso, y aquel vigilan, de trecho en trecho, como centinelas, una que otra palmera desmedrada, alguna
día mientras la paz era en el corral, y los otros comían el modesto grano, él, en pos de higuera nervuda y enana y los "toñuces" siempre coposos y frágiles. Ondea en el terreno
mejores viandas, habíase encaramado en la mesa del comedor y roto varias piezas de "la hierba del alacrán", verde y jugosa al nacer, quebradiza en sus mejores días, y en la
nuestra limitada vajilla. vejez, bermeja como sangre de buey. En el fondo del desierto, como si temieran su
silenciosa aridez, las palmeras únense en pequeños grupos, tal como lo hacen los
En el almuerzo tratóse de suprimirlo, y, cuando mi padre supo sus fechorías, dijo, peregrinos al cruzarlo y, ante el peligro, los hombres.
pausadamente: Siguiendo el camino, divísase en la costa, en la borrosa y vibrante vaguedad marina, San
-Nos lo comeremos el domingo... Andrés de los Pescadores, la aldea de sencillas gentes, que eleva sus casuchas entre la
Defendiólo mi tercer hermano, Anfiloquio, su poseedor, suplicante y lloroso. Dijo que era un rumorosa orilla y el estéril desierto. Allí, las palmeras se multiplican y las higueras dan
gallo que haría crias espléndidas. Agregó que desde que había llegado el ":Carmelo" todos sombra a los hogares, tan plácida y fresca, que parece que no fueran malditas del buen
miraban mal al "Pelado", que antes era la esperanza del corral y el único que mantenía la Dios o que su maldición hubiera caducado; que bastante castigo recibió la que sostuvo en
aristocracia de la afición y de la sangre fina. sus ramas al traidor y todas sus flores dan frutos que al madurar revientan.
-¿Cómo no matan -decía en su defensa del gallo- a los patos que no hacen más que
ensuciar el agua, ni al cabrito que el otro día aplastó un pollo, ni al puerco que todo lo En tan peregrina aldea, de caprichoso plano, levantábase las casuchas de frágil caña y
enloda y sólo sabe comer y gritar, ni a las palomas que traen la mala suerte...? estera leve, junto a las palmeras que a la puerta vigilan; limpio y brillante, reposando en la
Se adujo razones. El cabrito era un bello animal, de suave piel, alegre, simpático, inquieto, arena blanda sus caderas amplias, duerme, a la puerta el bote pescador con sus velas
cuyos cuernos apenas apuntaban; además, no estaba comprobado que hubiese muerto al plegadas, sus remos tendidos como tranquilos brazos que descansan, entre los cuales
pollo. El puerco mofletudo había sido criado en casa desde pequeño. Y las palomas, con yacen con su muda y simbólica majestad, el timón grácil, la calabaza que "achica" el agua
sus alas de abanico, eran la nota blanca,, subíanse a la cornisa a conversar en voz baja, de mar afuera y las sogas retorcidas como serpientes que duermen. Cubre, piadosamente,
hacían sus nidos con amoroso cuidado y se sacaban el maíz del buche para darlos a sus la pequeña nave, cual blanca mantilla, la pescadora red circundada de caireles de liviano
polluelos. corcho.

El pobre "Pelado" estaba condenado. Mis hermanos pidieron que se le perdonase; pero las En las horas del mediodía, cuando el aire en la sombra invita al sueño, junto a la nave, teje
roturas eran valiosas y el infeliz sólo tenía un abogado, mi hermano y su señor, de poca la red el pescador abuelo: sus toscos dedos añudan el lino que ha de enredar al
influencia. Viendo ya perdida su defensa y estando la audiencia al final, pues iban a partir sorprendido pez; raspa la abuela el plateado lomo de los que la víspera trajo la nave; saltan
la sandía, inclinó la cabeza. Dos gruesas lágrimas cayeron sobre el plato, como un al sol, como chispas, las escamas y el perro husmea en los despojos.
sacrificio, y un sollozo se ahogó en su garganta. Callamos todos. Levantóse mi madre, Al lado, en el corral que cercan enormes huesos de ballena, trepan los chiquillos desnudos
acercóse al muchacho, lo besó en la frente, y dijo: sobre el asno pensativo, o se tuestan al sol en la orilla; mientras, bajo la ramada, el más
-No llores; no nos lo comeremos... fuerte pule un remo, la moza fresca y ágil, saca agua del pozuelo y las gaviotas
alborozadas recorren la mansión humilde dando gritos extraños.
III
Quien sale de Pisco, de la plazuela sin nombre, salitrosa y tranquila, vecina a la Estación y Junto al bote, duerme el hombre del mar, el fuerte mancebo, embriagado por la brisa
toma por la calle del Castillo, que hacia el sur se alarga, encuentra, al terminar, una caliente y por la tibia emanación de la arena, su dulce sueño de justo, con el pantalón
plazuela pequeña, donde quemaban a Judas el Domingo de Pascua de Resurrección, corto, las musculosas pantorrillas cruzadas, y en cuyos duros pies, de redondos dedos,
desolado lugar en cuya arena verdeguean a trechos las malvas silvestres. Al lado del piérdense, como escamas, las diminutas uñas. La cara tostada por el aire y el sol, la boca
Poniente, en vez de casas, extiende el mar su manto verde, cuya espuma teje complicados entreabierta que deja pasar la respiración tranquila, y el fuerte pecho desnudo que se
encajes al besar la húmeda orilla, levanta rítmicamente, con el ritmo de la Vida, el más armonioso de Dios ha puesto sobre el
Termina en ella el puerto, y, siguiendo hacia el sur, se va, por estrecho y arenoso camino, mundo.
teniendo a diestra el mar y a la izquierda mano angostísima faja, ora fértil, ora infecunda,
pero escarpada siempre, detrás de la cual, a oriente, extiéndese el desierto cuya entrada Por las calles no transitan al medio día las personas y nada turba la paz de aquella aldea,
cuyos habitantes no son más numerosos que los dátiles de sus veinte palmeras. Iglesia ni
cura habían, en mi tiempo, las gentes de San Andrés. Los domingos, al clarear el alba, iban crecíamos nosotros ¿por qué aquella crueldad de hacerlo pelear...?
al puerto, con los jumentos cargados de corvinas frescas y luego, en la capilla, cumplían
con Dios. Buenas gentes, de dulces rostros, tranquilo mirar, morigeradas y sencillas, indios Llegó el terrible día. Todos en casa estábamos tristes. Un hombre había venido seis días
de la más pura cepa, descendientes remotos y ciertos de los hijos del Sol, cruzaban a pie seguidos a preparar el "Carmelo". A nosotros ya no nos permitían ni verlo. El día 28 de
todos los caminos; como en la edad feliz del Inca, atravesaban en caravana inmensa la Julio, por la tarde, vino el preparador y de una caja llena de algodones, sacó una media
costa para llegar al templo y oráculo del buen Pachacamac, con la ofrenda en la alforja, la luna de acero con unas pequeñas correas: era la navaja, la espada del soldado. El hombre
pregunta en la memoria y la Fe en el sencillo espíritu. la limpiaba, probándola en la uña, delante de mi padre. A los pocos minutos, en silencio,
con una calma trágica sacaron al gallo que el hombre cargó en sus brazos como a un niño.
Jamás riña alguna manchó sus claros anales; morales y austeros, labios de marido Un criado llevaba la cuchilla y mis dos hermanos lo acompañaron.
besaron siempre labios de esposa; y el amor, fuente inagotable de odios y maldecires, era,
entre ellos, tan normal y apacible como el agua de sus pozos. De fuertes padres, nacían, -¡Qué crueldad! -dijo mi madre.
sin comadronas rozagantes muchachos, en cuyos miembros la piel hacía gruesas arrugas; Lloraban mis hermanas, y la más pequeña, Jesús, me dijo en secreto, antes de salir:
aires marinos henchían sus pulmones y crecían sobre la arena caldeada, bajo el sol -Oye, anda con él... cuídalo... ¡Pobrecitto!...
ubérrimo, hasta que aprendían a lanzarse al mar y a manejar los botes de piquete que Llevóse la mano a los ojos, echóse a llorar y yo salí pricipitadamente y hube de correr unas
zozobrando en las olas, les enseñaban a domeñar la marina furia. cuadras para poder alcanzarlos.

Maltones, musculosos, inocentes y buenos, pasaban su juventud hasta que el cura de Llegamos a San Andrés. El pueblo estaba de fiesta. Banderas peruanas agitábanse sobre
Pisco unía a las parejas, que formaban un nuevo nido, mientras las tortugas centenarias las casas por el día de la Patria, que allí sabían celebrar con una gran jugada de gallos a
del hogar paterno, veían desenvolverse, impasibles, las horas; filosóficas, cansadas y los que solían ir todos los hacendados y ricos hombres del valle. En ventorrillos, a cuya
pesimistas, mirando con llorosos ojos desde la playa, el mar, al cual no intentaban volver entrada había arcos de sauces envueltos en colgaduras, y de los cuales pendían alegres
nunca; y al crepúsculo de cada día, lloraban, lloraban, pero hundido el sol, metían la quitasueños de cristal, vendían chicha de bonito, butifarras, pescado fresco asado en
cabeza bajo la concha poliédrica y dejaban pasar la vida llenas de experiencia, sin Fe, brasas y anegado en cebollones y vinagre. El pueblo los invadía parlachín y endomingado
lamentándose siempre el perenne mal, pero inactivas, inmóviles, infecundas, y solas... con sus mejores trajes. Los hombres de mar lucían camisetas nuevas de horizontales
franjas rojas y blancas, sombreros de junco, alpargatas y pañuelos añudados al cuello.
IV
Esbelto, magro, musculoso y austero, su afilada cabeza roja era la de un hidalgo altivo, Nos encaminamos a la "cancha". Una frondosa higuera daba acceso al circo, bajo sus
caballeroso y prudente. Agallas bermejas, delgada cresta de encendido color, ojos vivos y ramas enarcadas. Mi padre, rodeado de algunos amigos, se instaló. Al frente estaba el juez
redondos, mirada fiera y perdonadora, acerado pico agudo. La cola hacia un arco de y a su derecha el dueño del paladín "Ajiseco". Sonó una campanilla, acomodáronse las
plumas tornasol, su cuerpo de color Carmelo avanzaba en el pecho audaz y duro. Las gentes y empezó la fiesta. Salieron por lugares opuestos dos hombres, llevando cada uno
piernas fuertes que estacas musulmanas y agudas defendían, cubiertas de escamas, un gallo. Lanzáronlos al ruedo con singular ademán. Brillaron las cuchillas, miráronse los
parecían las de un armado caballero medioeval. adversarios, dos gallos de débil contextura, y uno de ellos cantó. Colérico respondió el otro
echándose al medio del circo; miráronse fijamente; alargaron los cuellos, erizadas las
Una tarde, mi padre, después del almuerzo, nos dio la noticia. Había aceptado una apuesta plumas, y se acometieron. Hubo ruido de alas, plumas que volaron, gritos de la
para la jugada de gallos de San Andrés, el 28 de Julio. No había podido evitarlo. Le habían muchedumbre y a los pocos segundos de jadeante lucha, cayó uno de ellos. Su cabecita
dicho que el "Carmelo", cuyo prestigio era mayor que el del alcalde, no era un gallo de afilada y roja, besó el suelo, y la voz del juez:
raza. Molestóse mi padre. Cambiáronse frases y apuestas; y aceptó. Dentro de un mes -¡Ha enterrado pico, señores!
toparía el "Carmelo" con el "Ajiseco" de otro aficionado, famoso gallo vencedor, como el Batió las alas el vencedor. Aplaudió la multitud enardecida, y ambos gallos, sangrando,
nuestro, en muchas lides singulares. Nosotros recibimos la noticia con profundo dolor. El fueron sacados del ruedo. La primera jornada había terminado. Ahora entraba el nuestro, el
"Carmelo" iría a un combate y a luchar a muerte, cuerpo a cuerpo, con un gallo más fuerte "Caballero Carmelo". Un rumor de expectación vibró en el circo.
y más joven. Hacía ya tres años que estaba en casa, había él envejecido mientras -¡El Ajiseco y el Carmelo!
-¡Cien soles de apuesta!...
Sonó la campanilla del juez y yo empecé a temblar. dábamos maíz, se lo poníamos en el pico: pero el pobrecito no podía comerlo ni
incorporarse. Una gran tristeza reinaba en la casa. Aquel segundo día, después del
En medio de la expectación general salieron los dos hombres, cada uno con su gallo. Se colegio, cuando fuimos yo y mi hermana a verlo, lo encontramos tan decaído que nos hizo
hizo un profundo silencio y soltaron a los dos rivales. Nuestro Carmelo al lado del otro era llorar. Le dábamos agua con nuestras manos, le acariciábamos, le poníamos en el pico
un gallo viejo y achacoso; todos apostaban al enemigo, como augurio de que nuestro gallo rojos granos de granada. De pronto el gallo se incorporó. Caía la tarde y por la ventana del
iba a morir. No faltó aficionado que anunciara el triunfo del Carmelo, pero la mayoría de las cuarto donde estaba, entró la luz sangrienta del crepúsculo. Acercóse a la ventana, miró la
apuestas favorecía al adversario. El otro, que en verdad no parecía ser un gallo fino de luz, agitó débilmente las alas de oro, enseñoreóse y cantó. Retrocedió unos pasos, inclinó
distinguida sangre y alcurnia, hacía cosas tan petulantes cuan humanas; miraba con el tornasolado cuello sobre el pecho, tembló, desplomóse, estiró sus débiles patitas
desprecio a nuestro gallo y se paseaba como dueño de la cancha. Enardeciéndose los escamosas, y mirándonos, mirándonos amoroso, expiró apaciblemente.
ánimos de los adversarios, llegaron al centro y alargaron sus erizados cuellos, tocándose
los picos sin perder terreno. El Ajiseco dio la primera embestida; entablóse la lucha; las Echamos a llorar. Fuimos en busca de mi madre, y ya no lo vimos más. Sombría fue la
gentes presenciaban en silencio la singular batalla y yo rogaba a la Virgen que sacara con comida aquella noche. Mi madre no dijo una sola palabra y bajo la luz amarillenta del
bien a nuestro paladín. lamparín, todos nos mirábamos en silencio. Al día siguiente, en el alba, en la agonía de las
sombras nocturnas, no se oyó su canto alegre.

Así pasó por el mundo aquel héroe ignorado, aquel amigo tan querido de nuestra niñez: el
Batíase él con todos los aires de un experto luchador, acostumbrado a las artes azarosas Caballero Carmelo, flor y nata de paladines, y último vástago de aquellos gallos de sangre
de la guerra. Cuidaba de poner las patas armadas en el enemigo pecho, jamás picaba a su y de raza, cuyo prestigio unánime fue el orgullo, por muchos años, de todo el verde y
adversario, —que tal cosa es cobardía— mientras que éste, bravucón y necio, todo quería fecundo valle del Caucato.
hacerlo a aletazos y golpes de fuerza. Jadeantes, se detuvieron un segundo. Un hilo de
sangre corría por la pierna del Carmelo. Estaba herido, más parecía no darse cuenta de su
dolor. Cruzáronse nuevas apuestas en favor del ajiseco y las gentes felicitaron ya al
poseedor del menguado. En un nuevo encuentro, el Carmelo cantó, acordóse de sus
tiempos y acometió con tal furia que desbarató al otro de un solo impulso. Levantóse éste y
la lucha fue cruel e indecisa. Por fin, una herida grave hizo caer al Carmelo, jadeante...
-¡Bravo! ¡Bravo el Ajiseco! —gritaron sus partidarios, creyendo ganada la prueba.
-¡Todavía no ha enterrado pico, señores!
En efecto, incorporóse el Carmelo. Su enemigo, como para humillarlo, se acercó a él, sin
hacerle daño. Nació entonces en medio del dolor de la caída, todo el coraje de los gallos de
"Caucato". Incorporado el Carmelo, como un soldado herido, acometió de frente y definitivo
sobre su rival, con una estocada que lo dejó muerto en el sitio. Fue entonces cuando el
Carmelo que se desangraba, se dejó caer, después que el ajiseco había enterrado el pico.
La jugada estaba ganada y un clamoreo incesante se levantó de la cancha. Felicitaron a mi
padre por el triunfo, y como esa era la jugada más interesante, se retiraron del circo,
mientras resonaba un grito entusiasta: -¡Viva el Carmelo!
Yo y mis hermanos lo recibimos y lo conducimos a casa, atravesando por la orilla del mar Compartanla en familia
el pesado camino, y soplando aguardiente bajo las alas del triunfador que desfallecía. es una lectura de cultura general

V Señor padre o madre de familia la presente lectura será entregada para su


Dos días estuvo el gallo sometido a toda clase de cuidados. Mi hermana Jesús y yo, le revisión el día 15 del presente mes.
La presentación tiene la misma modalidad que los anteriores, con la diferencia
que las ilustraciones seran uno por cada capítulo.

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