Hepatitis Vírica
Hepatitis Vírica
Hepatitis Vírica
HEPATITIS
VÍRICA
Myriam Lecina Jiménez
Podemos clasificar las diferentes hepatitis según el virus causante de la enfermedad. Hasta ahora,
siete virus (A, B, C, D, E, F y G) se han descrito como "agentes de hepatitis aguda o crónica". De estos,
todos menos F y G son agentes bien caracterizados y definidos con asociaciones inequívocas de
enfermedades. Todos ellos son virus de ARN excepto el B, que es de ADN. También existen otros
virus que pueden causar hepatitis como son el virus herpes, el de la varicela-zóster, el de la rubéola,
o el parvovirus humano B19. (1, 3, 4, 5)
La HA es la más frecuente en el mundo, llegando a notificar 1.5 millones de casos al año que afectan
sobre todo a niños y jóvenes. Se estima que alrededor de un tercio de la población mundial ha
tenido una infección por el virus de la hepatitis B (VHB), y alrededor del 5% sigue siendo portadora.
La HC es la causa más frecuente de hepatitis parenteral en todo el mundo; aproximadamente 71
millones de personas en el mundo tienen una infección crónica de HC, siendo más común en
hemofílicos y usuarios consumidores de droga por vía parenteral (UDVP) (1, 2, 4)
La transmisión del VHA es más común a través de la ingesta de alimentos o agua insalubres,
existiendo un riesgo de contagio por la presencia de malas condiciones higiénicas o un saneamiento
deficiente, sexo buco anal o contacto directo con otra persona contagiada. A nivel de distribución
geográfica se puede clasificar en tres niveles de infección:
Existe un nivel de infección alto en zonas pobres donde hay poco saneamiento y medidas higiénicas
escasas. La mortalidad es baja ya que los niños se contagian antes de los 10 años y por tanto llegan
a adultos ya inmunizados. Las epidemias y los brotes son poco frecuentes.
Encontramos un nivel medio de infección en zonas con ingresos medios y en los que el saneamiento
no siempre es adecuado. En la primera infancia se previene el contagio y al llegar a la edad adulta
no han desarrollado anticuerpos, lo que ocasiona una mayor vulnerabilidad en este grupo
aumentando así la tasa de morbilidad y brotes epidémicos.
Por último, hay un nivel de infección bajo en zonas donde los ingresos son altos y existe un
saneamiento adecuado. La infección suele aparecer en adultos y adolescentes que pertenecen a
grupos de alto riesgo (HsH, UDVP, viajeros qué van a zonas endémicas y en comunidades religiosas
cerradas). En EEUU hay un alto porcentaje de contagio en personas sin hogar.
Las manifestaciones clínicas de la infección por VHA pueden ser inexistentes o fulminantes (hasta
en un 0.5% de los casos), estas normalmente dependen mucho de la edad del enfermo ya que
aquellos pacientes menores de 6 años son asintomáticos en un 70%, al contrario que las infecciones
en adultos, donde aparece ictericia y niveles de aminotransferasas altos. El periodo de incubación
es de 2-7 semanas, y es cuando normalmente aparecen los síntomas más típicos: fiebre, náuseas,
vómitos, dolor abdominal, malestar general, ictericia, acolia y coluria. Otros síntomas menos
comunes serían la diarrea, artralgia y prurito. Además de ello, también se han conocido otras
manifestaciones clínicas atípicas posteriores a la infección como puede ser una reinfección,
colestasis prolongada, y casos complejos de insuficiencia hepática aguda, así como la aparición de
una hepatitis autoinmune. (7)
Este tipo de hepatitis se diagnostica mediante prueba serológica que confirma la reciente infección,
mediante la detección de anticuerpos IgM en contra del virus. (8)
Estos anticuerpos desaparecen después de unos meses, siendo reemplazados por anticuerpos IgG,
aunque estos no se utilizan para el diagnóstico como tal puesto que significa que la persona se ha
infectado posteriormente, ya sea meses atrás o incluso décadas. (1)
En el tratamiento del VHA no suele haber uno específico debido a que los pacientes de esta
infección no llegan a presentar secuelas y consiguen una inmunidad frente a esta enfermedad. Por
lo que las medidas se centrarán en el control de los síntomas. Muy rara vez, los pacientes que
previamente tenían una hepatopatía pueden llegar a padecer una clínica grave. Pero habitualmente
los pacientes recuperan su nivel habitual de salud a los 2 meses mientras qué una minoría pueden
fallecer. (9)
El método de infección más frecuente de VHB es a través de la transmisión vertical, aunque también
encontramos transmisión horizontal, a través de la sangre, líquidos corporales y relaciones
sexuales (especialmente en las promiscuas).
Respecto a la distribución geográfica, las cifras más elevadas de contagio aparecen en las zonas del
pacífico occidental (6,2%) y de África (6,1%); en segundo lugar, encontramos la zona del
mediterráneo oriental (3,3%), Asia sudoriental (2%) y Europa (1,6%); y por último, América con
una tasa de infección de 0,7%.
El VHB sobrevive fuera del organismo hasta 7 días, por lo que si entra en contacto con una persona
no vacunada puede infectarla. El periodo de incubación es de aproximadamente 75 días (varía
entre 30 y 180 días) y se puede detectar en un periodo de 30 a 60 días tras la infección. (10)
La hepatitis B aguda se define por una serie de síntomas no específicos como dolor abdominal,
fiebre, cefalea, malestar, anorexia, náusea, vómitos, diarrea e ictericia. También pueden presentar
artralgias, prurito, acolia y coluria. Una vez termina la fase ictérica algunos pacientes mejoran
rápidamente, mientras que esto se puede prolongar para otros lo que puede desembocar en la
aparición de una serie de complicaciones (entre las que destaca el carcinoma hepatocelular) siendo
así la causa del fallo hepático fulminante en pocos días o semanas. La HB se cronifica de forma
frecuente en lactantes y niños hasta los 5 años (95%) mientras que en la edad adulta es difícil la
cronificación (5%). (11)
Dado que las manifestaciones clínicas para esta enfermedad son poco específicas se necesita de
pruebas analíticas para confirmar el diagnóstico. Mediante un análisis de sangre se puede conocer
si es aguda o crónica por la detección del antígeno de superficie VHB. La infección aguda se detecta
por la aparición de anticuerpos HBsAg e IgM contra el antígeno del núcleo. Al principio de la
infección, los pacientes son seropositivos para el HBeAg, que significa que el virus se replica
intensamente, y que tanto la sangre como los líquidos de esa persona son muy contagiosos. En la
infección crónica se encuentran HBsAg durante más de seis meses, con o sin presencia del HBeAg, la
persistencia del HBsAg indica riesgo de padecer hepatopatía crónica y cáncer de hígado. (10)
En cuanto al tratamiento del VHB se centra principalmente en el alivio de los signos y de los
síntomas. En los pacientes agudos suelen tener una evolución autolimitada, pero en los casos en los
que aparece una clínica grave o se cronifica deben tratarse con un antivírico oral.
Actualmente existe la vacuna contra el VHB, que es obligatoria en todos los niños. Son un total de
tres dosis a lo largo de un periodo de 6 meses, siendo la primera dosis en los lactantes poco tiempo
después de nacer (en el caso de los adolescentes se puede utilizar un calendario acelerado de dos
dosis). La administración de las tres dosis protege al 90% de las personas tras una exposición al
VHB. Así también pueden llegar a presentar alguna reacción adversa pero lo más común son dolor e
inflamación en la zona de punción. (9)
Cada año se producen mundialmente aproximadamente 1,5 millones de nuevos contagios por
hepatitis C y se valora que actualmente hay unos 58 millones de personas con esta infección
crónica. Llegando a causar (según la OMS) casi 290.000 fallecimientos, en el año 2019, sobre todo
debido a cirrosis y carcinoma hepatocelular.
El VHC predomina en las zonas del Mediterráneo Oriental y Europa con 12 millones de casos. Por
otro lado, en las áreas de Asia sudoriental y del Pacífico Occidental hay unos 10 millones de
personas infectadas, mientras que en África y América son entre 5-9 millones.
La infección de los pacientes que tienen VHC puede ser aguda o crónica, estos deben ser evaluados
por una prueba de inmunoanálisis específica para el virus. Actualmente no existe vacuna para este
virus.
Posterior al periodo de incubación aquellos pacientes que sufren de una infección por hepatitis C
presentan una sintomatología similar a la de la hepatitis B en su fase aguda; de esta manera, los
enfermos sufren de anorexia, malestar y fatiga, aunque en un 80% serán asintomáticos. (12)
Tanto el acceso al tratamiento como al diagnóstico es limitado. Actualmente no existe vacuna para
el VHC por lo que el tratamiento se centra principalmente en la administración de antivíricos. De
estos medicamentos destacan el interferón pegilado alfa-2b y la ribavirina, que comúnmente se
pueden utilizar en combinación.
Iniciar el tratamiento antivírico depende de varios factores, como son la carga vírica, el grado de
fibrosis hepática y la voluntad del paciente de adherirse a este tratamiento. Este último factor es de
gran importancia ya que los antivirales pueden llegar a producir reacciones adversas significativas
en el paciente, especialmente síntomas psicológicos, como depresión. Estas reacciones pueden
amenazar la salud, la orientación y el apoyo emocional de los pacientes, por lo que aquellos que
quieran adherirse a este tratamiento se les recomendará que se unan a un régimen terapéutico.
Este tratamiento puede llegar a curar hasta el 95% de los casos de esta infección. (9)
Este virus únicamente se manifiesta cuando la persona está infectada previamente por VHB (se da
en un 5%) o se contagia de ambos virus a la vez. Las poblaciones indígenas, personas sometidas a
hemodiálisis y UDVP son los grupos con más probabilidad de presentar una coinfección por el VHB
y el VHD. Sin embargo, el número mundial de infectados de VHD se ha visto reducido
significativamente debido al aumento de los programas de vacunación contra el VHB en los últimos
40 años. (13)
La mayoría de los pacientes presentan infecciones simultáneas por el virus de la hepatitis B y D, con
una sintomatología similar a la de la hepatitis B aguda. Aquellos pacientes que sufren de hepatitis B
crónica con una sobreinfección por hepatitis D tendrán síntomas más graves y la mayoría de ellos
acabarán desarrollando hepatitis D crónica. La combinación de estas dos puede causar fallo
hepático fatal, hepatitis crónica severa o progresión hacia una cirrosis mayor que en la mayoría de
los pacientes que solo sufren de hepatitis B crónica.
En el caso de este virus, se registran al año unos 20 millones de infecciones, de los cuales sólo 3.3
millones presentan síntomas. Además, en 2015 la OMS estima que causó aproximadamente 44000
defunciones (lo cual representa el 3.3% de la mortalidad por hepatitis víricas).
Aunque el virus afecta a nivel mundial, al transmitirse por vía fecal-oral, la infección está
relacionada con aquellas zonas con falta de saneamiento, higiene y agua contaminada. De manera
que es común la aparición de brotes esporádicos con un alto número de casos en países de ingreso
medio a bajo (mayor prevalencia en Asia y África), sobre todo tras periodos de contaminación fecal
de los suministros del agua reservada al consumo (zonas de guerra, campamentos de refugiados...).
En los países del primer mundo, los brotes que se dan suelen tener relación con el consumo de
productos cárnicos procedentes de animales infectados, transfusión de hemoderivados infectados o
transmisión vertical. (14)
Las personas que se infectan con el virus de la hepatitis E desarrollan una patología aguda similar a
la de la hepatitis A. Aunque el fallo hepático fulminante es poco común, las mujeres embarazadas
tienen una tasa alta de mortalidad.
La infección por este virus se diagnostica mediante el recuento de anticuerpos IgM e IgG para la
hepatitis E. Además, el ARN del virus se puede encontrar en pruebas serológicas y las deposiciones
de los pacientes infectados. (1)
Por último, el VHE no produce infección crónica, por lo que su tratamiento se centra solamente en
las medidas sintomáticas y complementarias. Existe una vacuna contra el VHE pero solo está
comercializada en China. (9)
CUIDADOS DE ENFERMERÍA
Una vez seleccionados los determinados diagnósticos que presenta un paciente con hepatitis se
realizará una valoración inicial de enfermería detallada según las necesidades de Virginia
Henderson al inicio del tratamiento con AAD (agentes antivirales de acción directa) y se reevaluará
al finalizar este. (15)
Dentro de la exploración física se realiza la auscultación tanto cardiaca (por las posibles arritmias
cardiacas) como pulmonar (centrándonos en la frecuencia y profundidad respiratorias, observando
los niveles de saturación de oxígeno). Para detectar alteraciones abdominales se valorarán ruidos
intestinales, dolor en hipocondrio derecho, ascitis, anorexia, náuseas, diarrea y alteraciones en la
capacidad respiratoria del paciente.
Además de los signos y síntomas ya nombrados hay que prestar atención a aquellos relacionados
con una alteración de la perfusión tisular periférica (mediante la evaluación de los pulsos
periféricos) y los relacionados con una hemorragia manifiesta u oculta (como puede ser la
hematemesis o sangre oculta en las heces)
Otro aspecto a tener en cuenta es el consumo diario de alimentos y líquidos, así como las
eliminaciones y el peso corporal del paciente. Asimismo, las características de la orina,
especialmente el color, ya que un color oscuro de esta significa una incapacidad del hígado de
eliminar la bilirrubina procedente del torrente sanguíneo.
De igual importancia es la valoración neurológica, ya que los pacientes pueden llegar a presentar
depresión. Por ello, la enfermera debe ofrecer apoyo emocional, implicar a los familiares en el
tratamiento (según lo apropiado para potenciar el bienestar del paciente) y facilitar el acceso del
paciente a un asistente social o profesional de la salud mental.
Por otro lado, a la hora de administrar el tratamiento farmacológico hay que vigilar tanto la función
renal (ya que la gran mayoría de los utilizados son nefrotóxicos), así como la forma específica de la
hepatitis y su carga vírica.