Guion La Casa de Bernarda Alba
Guion La Casa de Bernarda Alba
Guion La Casa de Bernarda Alba
BERNARDA ALBA
Guión
LA CASA DE BERNARDA ALBA
personajes
Bernarda
María Josefa
Poncia
Prudencia
Criada
Adela
Magdalena
Angustias
Martirio
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LA CASA DE BERNARDA ALBA
Acto Primero
(Habitación blanquísima del interior de la casa de Bernarda. Muros gruesos. Puertas en arco con
cortinas de yute rematadas con madroños y volantes. Sillas de anea. Cuadros con paisajes inverosímiles
de ninfas o reyes de leyenda. Es verano. Un gran silencio umbroso se extiende por la escena. Al
levantarse el telón está la escena sola. Se oyen doblar las campanas.)
(Sale la Criada.)
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LA CASA DE BERNARDA ALBA
Poncia: Treinta años lavando sus sábanas; treinta años comiendo sus sobras; días enteros mirando
por la rendija para espiar a los vecinos y llevarle el cuento; vida sin secretos una con otra, y
sin embargo, ¡maldita sea! ¡Mal dolor de clavo le pinche en los ojos!
Criada: ¡Mujer!
Poncia: Pero yo soy buena perra; ladro cuando me lo dicen y muerdo los talones de los que piden
limosna cuando ella me azuza; mis hijos trabajan en sus tierras y ya están los dos casados,
pero un día me hartaré.
Criada: Y ese día...
Poncia: Ese día me encerraré con ella en un cuarto y le estaré escupiendo un año entero. “Bernarda,
por esto, por aquello, por lo otro”, hasta ponerla como un lagarto machacado por los niños,
que es lo que es ella y toda su parentela. Claro es que no le envidio la vida. La quedan cinco
mujeres, cinco hijas feas, que quitando a Angustias, la mayor, que es la hija del primer marido
y tiene dineros, las demás mucha puntilla bordada, muchas camisas de hilo, pero pan y uvas
por toda herencia.
Criada: ¡Ya quisiera tener yo lo que ellas!
Poncia: Nosotras tenemos nuestras manos y un hoyo en la tierra de la verdad.
Criada: Ésa es la única tierra que nos dejan a las que no tenemos nada.
Poncia: El último responso. Me voy a oírlo. A mí me gusta mucho cómo canta el párroco. En el “Pater
noster” subió, subió, subió la voz que parecía un cántaro llenándose de agua poco a poco.
¡Claro es que al final dio un gallo, pero da gloria oírlo! (Sale riendo.)
Criada: (Llevando el canto.) Tin, tin, tan. Tin, tin, tan. ¡Dios lo haya perdonado!
Criada: Sí, sí, ¡vengan clamores! ¡Venga caja con filos dorados y toallas de seda para llevarla!; ¡que
lo mismo estarás tú que estaré yo! Fastídiate, Antonio María Benavides, tieso con tu traje de
paño y tus botas enterizas. ¡Fastídiate! ¡Ya no volverás a levantarme las enaguas detrás de la
puerta de tu corral! (Por el fondo, de dos en dos, empiezan a entrar mujeres de luto con
pañuelos grandes, faldas y abanicos negros. Entran lentamente hasta llenar la escena.)
(Rompiendo a gritar.) ¡Ay Antonio María Benavides, que ya no verás estas paredes, ni
comerás el pan de esta casa! Yo fui la que más te quiso de las que te sirvieron. (Tirándose
del cabello.) ¿Y he de vivir yo después de verte marchar? ¿Y he de vivir?
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Bernarda: (A las que se han ido.) ¡Andar a vuestras cuevas a criticar todo lo que habéis visto! Ojalá
tardéis muchos años en pasar el arco de mi puerta.
Poncia: No tendrás queja ninguna. Ha venido todo el pueblo.
Bernarda: Sí, para llenar mi casa con el sudor de sus refajos y el veneno de sus lenguas.
Adela: ¡Madre, no hable usted así!
Bernarda: Es así como se tiene que hablar en este maldito pueblo sin río, pueblo de pozos, donde
siempre se bebe el agua con el miedo de que esté envenenada.
Bernarda: (La Poncia limpia el suelo.) Niña, dame un abanico.
Adela: Tome usted. (Le da un abanico redondo con flores rojas y verdes.)
Bernarda: (Arrojando el abanico al suelo.) ¿Es éste el abanico que se da a una viuda? Dame uno
negro y aprende a respetar el luto de tu padre.
Martirio: Tome usted el mío.
Bernarda: ¿Y tú?
Martirio: Yo no tengo calor.
Bernarda: Pues busca otro, que te hará falta. En ocho años que dure el luto no ha de entrar en esta casa
el viento de la calle. Haceros cuenta que hemos tapiado con ladrillos puertas y ventanas. Así
pasó en casa de mi padre y en casa de mi abuelo. Mientras, podéis empezar a bordaros el
ajuar. En el arca tengo veinte piezas de hilo con el que podréis cortar sábanas y embozos.
Magdalena puede bordarlas.
Adela: Lo mismo me da.
Bernarda: (Agria.) Si no queréis bordarlas irán sin bordados.
Adela: Ni las mías ni las vuestras. Sé que yo no me voy a casar. Prefiero llevar sacos al molino. Todo
menos estar sentada días y días dentro de esta sala oscura.
Bernarda: Eso tiene ser mujer
Adela: Malditas sean las mujeres.
Bernarda: Aquí se hace lo que yo mando. Ya no puedes ir con el cuento a tu padre. Hilo y aguja para las
hembras. Látigo y mula para el varón. Eso tiene la gente que nace con posibles.
Martirio: Nos vamos a cambiar la ropa.
Bernarda: Sí, pero no el pañuelo de la cabeza.
Voz en Off:
¡Bernarda!, ¡déjame salir!
Bernarda: (En voz alta.) ¡Dejadla ya!
Poncia: Me ha costado mucho trabajo sujetarla. A pesar de sus ochenta años tu madre es fuerte como
un roble.
Bernarda: Tiene a quien parecérsele. Mi abuelo fue igual.
Poncia: Tuve durante el duelo que taparle varias veces la boca con un costal vacío porque quería
llamarte para que le dieras agua de fregar siquiera, para beber, y carne de perro, que es lo
que ella dice que tú le das. ¡Tiene mala intención!
Bernarda: (A la Criada.) Déjala que se desahogue en el patio.
Poncia: Ha sacado del cofre sus anillos y los pendientes de amatistas, se los ha puesto y me ha dicho
que se quiere casar. (Se ríe.)
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Bernarda: Ésa sale a sus tías; blancas y untosas que ponían ojos de carnero al piropo de cualquier
barberillo. ¡Cuánto hay que sufrir y luchar para hacer que las personas sean decentes y no
tiren al monte demasiado!
Poncia: ¡Es que tus hijas están ya en edad de merecer! Demasiada poca guerra te dan. Angustias ya
debe tener mucho más de los treinta.
Bernarda: Treinta y nueve justos.
Poncia: Figúrate. Y no ha tenido nunca novio...
Bernarda: (Furiosa.) ¡No, no ha tenido novio ninguna, ni les hace falta! Pueden pasarse muy bien.
Poncia: No he querido ofenderte.
Bernarda: No hay en cien leguas a la redonda quien se pueda acercar a ellas. Los hombres de aquí no
son de su clase. ¿Es que quieres que las entregue a cualquier gañán?
Poncia: Debías haberte ido a otro pueblo.
Bernarda: Eso, ¡a venderlas!
Poncia: No, Bernarda, a cambiar... ¡Claro que en otros sitios ellas resultan las pobres!
Bernarda: ¡Calla esa lengua atormentadora!
Poncia: Contigo no se puede hablar. ¿Tenemos o no tenemos confianza?
Bernarda: No tenemos. Me sirves y te pago. ¡Nada más!
Martirio: (Entrando.) Ahí está don Arturo, que viene a arreglar las particiones.
Bernarda: Vamos. (A la Poncia.) Y tú ve guardando en el arca grande toda la ropa del muerto.
Poncia: Algunas cosas las podríamos dar...
Bernarda: Nada. ¡Ni un botón! ¡Ni el pañuelo con que le hemos tapado la cara! (Sale lentamente
apoyada en el bastón y al salir vuelve la cabeza. Entran Magdalena y Martirio.)
Magdalena: ¿Qué haces?
Martirio: Aquí. ¿Y tú?
Magdalena: Vengo de correr las cámaras. Por andar un poco. De ver los cuadros bordados en cañamazo
de nuestra abuela, que tanto nos gustaba de niñas. Aquélla era una época más alegre. Una
boda duraba diez días y no se usaban las malas lenguas. Las novias se ponen velo blanco
como en las poblaciones, pero nos pudrimos por el qué dirán. Ya no sabe una si es mejor
tener novio o no.
Martirio: Es preferible no ver a un hombre nunca. Desde niña les tuve miedo. Los veía en el corral uncir
los bueyes y levantar los costales de trigo entre voces y zapatazos, y siempre tuve miedo de
crecer por temor de encontrarme de pronto abrazada por ellos. Dios me ha hecho débil y fea
y los ha apartado definitivamente de mí.
Magdalena: ¡Eso no digas! Enrique Humanes estuvo detrás de ti y le gustabas.
Martirio: ¡Invenciones de la gente! Una vez estuve en camisa detrás de la ventana hasta que fue de
día, porque me avisó con la hija de su gañán que iba a venir, y no vino. Fue todo cosa de
lenguas. Luego se casó con otra que tenía más que yo.
Magdalena: ¡Y fea como un demonio!
Martirio: ¡Qué les importa a ellos la fealdad! A ellos les importa la tierra, las yuntas y una perra sumisa
que les dé de comer.
Magdalena: ¡Ay!
Martirio: ¿Y Adela?
Magdalena: ¡Ah! Se ha puesto el traje verde que se hizo para estrenar el día de su cumpleaños, se ha ido
al corral y ha comenzado a voces: “¡Gallinas, gallinas, miradme!” ¡Me he tenido que reír!
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Martirio: ¡Dios nos valga! ¡Si te ve nuestra madre te arrastra del pelo!
Adela: Tenía mucha ilusión con el vestido. Pensaba ponérmelo el día que vamos a comer sandías a
la noria. No hubiera habido otro igual.
Martirio: ¡Es un vestido precioso!
Adela: Y me está muy bien. Es lo que mejor ha cortado Magdalena.
Martirio: ¿Y las gallinas qué te han dicho?
Adela: Regalarme unas cuantas pulgas que me han acribillado las piernas. (Ríen.)
Martirio: Lo que puedes hacer es teñirlo de negro o regalárselo a Angustias para la boda con Pepe el
Romano.
Adela: (Con emoción contenida.) ¡Pero Pepe el Romano...!
Martirio: ¿No lo has oído decir?
Adela: No.
Martirio: ¡Pues ya lo sabes!
Adela: ¡Pero si no puede ser!
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(Adela queda en escena dudando. Después de un instante se va también rápida hacia la habitación.
Sale Bernarda.)
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(Se oyen unas voces y entra en escena María Josefa, la madre de Bernarda, viejísima, ataviada con
flores en la cabeza y en el pecho.)
María Josefa: Bernarda, ¿dónde está mi mantilla? Nada de lo que tengo quiero que sea para vosotras, ni
mis anillos, ni mi traje negro de muaré, porque ninguna de vosotras se va a casar. ¡Ninguna!
¡Bernarda, dame mi gargantilla de perlas!
Poncia: ¿Por qué la habéis dejado entrar?
María Josefa: Me escapé porque me quiero casar, porque quiero casarme con un varón hermoso de la orilla
del mar, ya que aquí los hombres huyen de las mujeres.
Angustias: ¡Calle usted!
María Josefa: No, no callo. No quiero ver a estas mujeres solteras, rabiando por la boda, haciéndose polvo
el corazón, y yo me quiero ir a mi pueblo. ¡Bernarda, yo quiero un varón para casarme y tener
alegría!
Poncia: ¡Encerradla!
María Josefa: ¡Quiero irme de aquí! ¡Bernarda! ¡A casarme a la orilla del mar, a la orilla del mar!
Acto segundo
(Habitación blanca del interior de la casa de Bernarda. Las hijas de Bernarda están sentadas en sillas
bajas, cosiendo. Magdalena borda. Con ellas está la Poncia.)
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Magdalena: Esta noche pasada no me podía quedar dormida del calor. Me levanté a refrescarme.
Poncia: Era la una de la madrugada y salía fuego de la tierra. También me levanté yo. Todavía estaba
Angustias con Pepe en la ventana.
Magdalena: (Con ironía.) ¿Tan tarde? ¿A qué hora se fue?
Angustias: Magdalena, ¿a qué preguntas, si lo viste? Se iría a eso de la una y media.
Poncia: Pero si yo lo sentí marchar a eso de las cuatro.
Angustias: No sería él.
Poncia: Estoy segura.
Magdalena: A mí también me pareció... ¡Qué cosa más rara! (Pausa.)
Poncia: Oye, Angustias, ¿qué fue lo que te dijo la primera vez que se acercó a tu ventana?
Angustias: Nada. ¡Qué me iba a decir! Cosas de conversación.
Magdalena: Verdaderamente es raro que dos personas que no se conocen se vean de pronto en una reja
y ya novios.
Angustias: Pues a mí no me chocó porque cuando un hombre se acerca a una reja ya sabe por los que
van y vienen, llevan y traen, que se le va a decir que sí.
Poncia: Bueno, pero él te lo tendría que decir.
Angustias: ¡Claro!
Magdalena: (Curiosa.) ¿Y cómo te lo dijo?
Angustias: Pues, nada: “Ya sabes que ando detrás de ti, necesito una mujer buena, modosa, y ésa eres
tú, si me das la conformidad.”
Poncia: ¿Y habló más?
Angustias: Sí, siempre habló él.
Magdalena: ¿Y tú?
Angustias: Yo no hubiera podido. Casi se me salía el corazón por la boca. Era la primera vez que estaba
sola de noche con un hombre.
Magdalena: Y un hombre tan guapo.
Angustias: No tiene mal tipo.
Poncia: Esas cosas pasan entre personas ya un poco instruidas, que hablan y dicen... La primera vez
que mi marido Evaristo el Colorín vino a mi ventana... ¡Ja, ja, ja!
Magdalena: ¿Qué pasó?
Poncia: Era muy oscuro. Lo vi acercarse y, al llegar, me dijo: “Buenas noches.” “Buenas noches”, le
dije yo, y nos quedamos callados más de media hora. Me corría el sudor por todo el cuerpo.
Entonces Evaristo se acercó, se acercó que se quería meter por los hierros, y dijo con voz
muy baja: “¡Ven que te tiente!”
Magdalena: ¡Ay! Creí que llegaba nuestra madre. ¡Buenas nos hubiera puesto! (Siguen riendo.) Chisst...
¡Que nos va a oír!
Poncia: Luego se portó bien. En vez de darle por otra cosa, le dio por criar colorines hasta que murió.
A vosotras, que sois solteras, os conviene saber de todos modos que el hombre a los quince
días de boda deja la cama por la mesa, y luego la mesa por la tabernilla. Y la que no se
conforma se pudre llorando en un rincón.
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Angustias: Tú te conformaste.
Poncia: ¡Yo pude con él!
Angustias: ¿Es verdad que le pegaste algunas veces?
Poncia: Sí, y por poco lo dejo tuerto.
Magdalena: ¡Así debían ser todas las mujeres!
Poncia: Yo tengo la escuela de tu madre. Un día me dijo no sé qué cosa y le maté todos los colorines
con la mano del almirez. (Ríen.)
Magdalena: Adela, niña, no te pierdas esto. ¡Voy a ver! (Entra.)
Poncia: ¡Esa niña está mala!
Angustias: La envidia la come. Se lo noto en los ojos. Se le está poniendo mirar de loca.
Poncia: No habléis de locos. Aquí es el único sitio donde no se puede pronunciar esta palabra.
Adela: ¡No me mires más! Si quieres te daré mis ojos, que son frescos, pero vuelve la cabeza
cuando yo paso. (Se va Angustias.)
Poncia: ¡Adela, que es tu hermana!
Adela: Me sigue a todos lados. A veces Martirio se asoma a mi cuarto para ver si duermo. N
deja respirar. Y siempre: “¡Qué lástima de cara! ¡Qué lástima de cuerpo, que no va a ser para
nadie!” ¡Y eso no! ¡Mi cuerpo será de quien yo quiera!
Poncia: (Con intención y en voz baja.) De Pepe el Romano, ¿no es eso?
Adela: (Sobrecogida.) ¿Qué dices?
Poncia: ¡Lo que digo, Adela!
Adela: ¡Calla!
Poncia: (Alto.) ¿Crees que no me he fijado?
Adela: ¡Baja la voz!
Poncia: ¡Mata esos pensamientos!
Adela: ¿Qué sabes tú?
Poncia: Las viejas vemos a través de las paredes. ¿Dónde vas de noche cuando te levantas?
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(Sale Angustias.)
Adela: ¡Y chitón!
Poncia: ¡Lo veremos! (Sale Martirio.)
Martirio: (A Adela.) ¿Has visto los encajes? Los de Angustias para sus sábanas de novia son preciosos.
Adela: (A Martirio, que trae unos encajes.) ¿Y éstos?
Martirio: Son para mí. Para una camisa.
Adela: (Con sarcasmo.) ¡Se necesita buen humor!
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Martirio: (Con intención.) Para verlos yo. No necesito lucirme ante nadie.
Poncia: Nadie la ve a una en camisa.
Martirio: (Con intención y mirando a Adela.) ¡A veces! Pero me encanta la ropa interior. Si fuera rica
la tendría de Holanda. Es uno de los pocos gustos que me quedan.
Poncia: Estos encajes son preciosos para las gorras de niño, Yo nunca pude usarlos en los míos. A
ver si ahora Angustias los usa en los suyos. Como le dé por tener crías vais a estar cosiendo
mañana y tarde.
Adela: Yo no pienso dar una puntada.
Martirio: Y mucho menos cuidar niños ajenos. Mira tú cómo están las vecinas del callejón, sacrificadas
por cuatro monigotes.
Poncia: Ésas están mejor que vosotras. ¡Siquiera allí se ríe y se oyen porrazos!
Martirio: Pues vete a servir con ellas.
Poncia: No. ¡Ya me ha tocado en suerte este convento! (Se oyen unos campanillos lejanos, como
a través de varios muros.)
Adela: Son los hombres que vuelven al trabajo.
Poncia: Hace un minuto dieron las tres.
Martirio: ¡Con este sol!
Adela: (Sentándose.) ¡Ay, quién pudiera salir también a los campos!
Poncia: (Sentándose.) ¡Cada clase tiene que hacer lo suyo!
Martirio: (Sentándose.) ¡Así es!
Poncia: No hay alegría como la de los campos en esta época.Ayer de mañana llegaron los segadores.
Cuarenta o cincuenta buenos mozos.
Martirio: ¿De dónde son este año?
Poncia: De muy lejos. Vinieron de los montes. ¡Alegres! ¡Como árboles quemados! ¡Dando voces y
arrojando piedras! Anoche llegó al pueblo una mujer vestida de lentejuelas y que bailaba con
un acordeón, y quince de ellos la contrataron para llevársela al olivar. Yo los vi de lejos.
Adela: ¡Pero es posible!
Poncia: Hace años vino otra de éstas y yo misma di dinero a mi hijo mayor para que fuera. Los
hombres necesitan estas cosas.
Adela: Se les perdona todo. Nacer mujer es el mayor castigo.
Coro:
Ya salen los segadores
en busca de las espigas;
se llevan los corazones
de las muchachas que miran.
(Se oyen panderos y carrañacas. Pausa. Todas oyen en un silencio traspasado por el sol.)
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(Pausa.)
Angustias: (Entrando furiosa en escena, de modo que haya un gran contraste con los silencios
anteriores.) ¿Dónde está el retrato de Pepe que tenía yo debajo de mi almohada? ¿Quién de
vosotras lo tiene?
Poncia: Ni que Pepe fuera un San Bartolomé de plata.
Angustias: ¿Dónde está el retrato?
Adela: ¿Qué retrato?
Angustias: Una de vosotras me lo ha escondido. Estaba en mi cuarto y no está. Cuando Pepe venga se
lo contaré. (Se mete entre cajas.)
Poncia: ¡Eso, no! ¡Porque aparecerá! (Mirando Adela.)
Bernarda: (Entrando.) ¡Qué escándalo es éste en mi casa y con el silencio del peso del calor! Estarán
las vecinas con el oído pegado a los tabiques.
Angustias: (Entre cajas.) Me han quitado el retrato de mi novio.
Bernarda: (Fiera.) ¿Quién? ¿Quién? ¿Cuál de vosotras? (Silencio.) ¡Contestarme! (Silencio. A Poncia.)
Registra los cuartos, mira por las camas. Esto tiene no ataros más cortas. Me hacéis al final
de mi vida beber el veneno más amargo que una madre puede resistir. (A Poncia.) ¿No lo
encuentras?
Poncia: (Saliendo.) Aquí está.
Bernarda: ¿Dónde lo has encontrado?
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Poncia: Estaba...
Bernarda: Dilo sin temor.
Poncia: (Extrañada.) Entre las sábanas de la cama de Martirio.
Bernarda: (A Martirio.) ¿Es verdad? (Entra Martirio.)
Martirio: ¡Es verdad!
Bernarda: (Avanzando y golpeándola.) ¡Mala puñalada te den, mosca muerta! ¡Sembradura de vidrios!
Martirio: (Fiera.) ¡No me pegue usted, madre!
Bernarda: ¡Todo lo que quiera!
Martirio: ¡Si yo la dejo! ¿Lo oye? ¡Retírese usted!
Poncia: No faltes a tu madre.
Bernarda: Ni lágrimas te quedan en esos ojos.
Martirio: No voy a llorar para darle gusto.
Bernarda: ¿Por qué has cogido el retrato?
Martirio: ¿Es que yo no puedo gastar una broma a mi hermana? ¿Para qué lo iba a querer?
Adela: (Saltando llena de celos.) No ha sido broma, que tú no has gustado nunca de juegos. Ha
sido otra cosa que te reventaba el pecho por querer salir. Dilo ya claramente.
Martirio: ¡Calla y no me hagas hablar, que si hablo se van a juntar las paredes unas con otras de
vergüenza!
Adela: ¡La mala lengua no tiene fin para inventar!
Bernarda: ¡Adela!
Martirio: Otras hacen cosas más malas.
Adela: Hasta que se pongan en cueros de una vez y se las lleve el río.
Bernarda: ¡Perversa!
Poncia: Angustias no tiene la culpa de que Pepe el Romano se haya fijado en ella.
Adela: ¡Por sus dineros!
Bernarda: ¡Silencio!
Martirio: Por sus marjales y sus arboledas.
Bernarda: ¡Silencio digo! Yo veía la tormenta venir, pero no creía que estallara tan pronto. ¡Ay, qué
pedrisco de odio habéis echado sobre mi corazón! Pero todavía no soy anciana y tengo cinco
cadenas para vosotras y esta casa levantada por mi padre para que ni las hierbas se enteren
de mi desolación. ¡Fuera de aquí! (Salen. Bernarda se sienta desolada. La Poncia está de
pie arrimada a los muros. Bernarda reacciona, da un golpe en el suelo y dice:) ¡Tendré
que sentarles la mano! Bernarda, ¡acuérdate que ésta es tu obligación!
Poncia: ¿Puedo hablar?
Bernarda: Habla. Siento que hayas oído. Nunca está bien una extraña en el centro de la familia.
Poncia: Lo visto, visto está.
Bernarda: Angustias tiene que casarse en seguida.
Poncia: Hay que retirarla de aquí.
Bernarda: No a ella. ¡A él!
Poncia: ¡Claro, a él hay que alejarlo de aquí! Piensas bien.
Bernarda: No pienso. Hay cosas que no se pueden ni se deben pensar. Yo ordeno.
Poncia: ¿Y tú crees que él querrá marcharse?
Bernarda: (Levantándose.) ¿Qué imagina tu cabeza?
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Acto tercero
(Cuatro paredes blancas ligeramente azuladas del patio interior de la casa de Bernarda. Es de noche.
El decorado ha de ser de una perfecta simplicidad. Las puertas, iluminadas por la luz de los interiores,
dan un tenue fulgor a la escena. En el centro, una mesa con un quinqué, donde están comiendo
Bernarda y sus hijas. Prudencia está sentada aparte.)
(Al levantarse el telón hay un gran silencio, interrumpido por el ruido de platos y cubiertos.)
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Bernarda: Ya te he dicho que quiero que hables con tu hermana Martirio. Lo que pasó del retrato fue una
broma y lo debes olvidar.
Angustias: Usted sabe que ella no me quiere.
Bernarda: Cada uno sabe lo que piensa por dentro. Yo no me meto en los corazones, pero quiero buena
fachada y armonía familiar. ¿Lo entiendes?
Angustias: Sí.
Bernarda: Pues ya está.
Bernarda: ¿A qué hora terminaste anoche de hablar?
Angustias: A las doce y media.
Bernarda: ¿Qué cuenta Pepe?
Angustias: Yo lo encuentro distraído. Me habla siempre como pensando en otra cosa. Si le pregunto qué
le pasa, me contesta: «Los hombres tenemos nuestras preocupaciones.»
Bernarda: No le debes preguntar. Y cuando te cases, menos. Habla si él habla y míralo cuando te mire.
Así no tendrás disgustos.
Angustias: Yo creo, madre, que él me oculta muchas cosas.
Bernarda: No procures descubrirlas, no le preguntes y, desde luego, que no te vea llorar jamás.
Angustias: Debía estar contenta y no lo estoy.
Bernarda: Eso es lo mismo.
Angustias: Muchas veces miro a Pepe con mucha fijeza y se me borra a través de los hierros, como si lo
tapara una nube de polvo de las que levantan los rebaños.
Bernarda: Eso son cosas de debilidad.
Angustias: ¡Ojalá!
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(Martirio bebe agua y sale lentamente mirando hacia la puerta del corral. Sale la Poncia.)
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Bernarda: ¿Sigue tu hijo viendo a Pepe a las cuatro de la mañana? ¿Siguen diciendo todavía la mala
letanía de esta casa?
Poncia: No dicen nada.
Bernarda: Porque no pueden. Porque no hay carne donde morder. ¡A la vigilancia de mis ojos se debe
esto!
Poncia: Bernarda, yo no quiero hablar porque temo tus intenciones. Pero no estés segura.
Bernarda: ¡Segurísima!
Poncia: ¡A lo mejor, de pronto, cae un rayo! ¡A lo mejor, de pronto, un golpe de sangre te para el
corazón!
Bernarda: Aquí no pasará nada. Ya estoy alerta contra tus suposiciones.
Poncia: Pues mejor para ti.
Bernarda: ¡No faltaba más!
Criada: (Entrando.) Ya terminé de fregar los platos. ¿Manda usted algo, Bernarda?
Bernarda: (Levantándose.) Nada. Yo voy a descansar.
Poncia: ¿A qué hora quiere que la llame?
Bernarda: A ninguna. Esta noche voy a dormir bien. (Se va.)
Poncia: Cuando una no puede con el mar lo más fácil es volver las espaldas para no verlo.
Criada: Es tan orgullosa que ella misma se pone una venda en los ojos.
Poncia: Yo no puedo hacer nada. Quise atajar las cosas, pero ya me asustan demasiado. ¿Tú ves
este silencio? Pues hay una tormenta en cada cuarto. El día que estallen nos barrerán a
todas. Yo he dicho lo que tenía que decir.
Criada: Bernarda cree que nadie puede con ella y no sabe la fuerza que tiene un hombre entre
mujeres solas.
Poncia: No es toda la culpa de Pepe el Romano. Es verdad que el año pasado anduvo detrás de
Adela, y ésta estaba loca por él, pero ella debió estarse en su sitio y no provocarlo. Un
hombre es un hombre.
Criada: Hay quien cree que habló muchas noches con Adela.
Poncia: Es verdad. (En voz baja.) Y otras cosas.
Criada: No sé lo que va a pasar aquí.
Poncia: A mí me gustaría cruzar el mar y dejar esta casa de guerra.
Criada: Bernarda está aligerando la boda y es posible que nada pase.
Poncia: Las cosas se han puesto ya demasiado maduras. Adela está decidida a lo que sea, y las
demás vigilan sin descanso.
Criada: ¿Y Martirio también?
Poncia: Ésa es la peor. Es un pozo de veneno. Ve que el Romano no es para ella y hundiría el mundo
si estuviera en su mano.
Criada: ¡Es que son malas!
Poncia: Son mujeres sin hombre, nada más. En estas cuestiones se olvida hasta la sangre.
¡Chisssssss! (Escucha.)
Criada: ¿Qué pasa?
Poncia: (Se levanta.) Están ladrando los perros.
Criada: Debe haber pasado alguien por el portón.
Poncia: Vámonos.
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(Salen. La escena queda casi a oscuras. Sale María Josefa con una oveja de peluche en los brazos.)
María Josefa:
Ovejita, niño mío,
vámonos a la orilla del mar.
La hormiguita estará en su puerta,
yo te daré la teta y el pan.
Bernarda,
cara de leoparda.
Magdalena,
cara de hiena.
¡Ovejita!
Meee, meee. (Ríe.)
(Se va cantando. Sale Adela en enaguas. Mira a un lado y otro con sigilo, y desaparece por la puerta
del corral. Sale Martirio por otra puerta y queda en angustioso acecho en el centro de la escena.
También va en enaguas. Se cubre con un pequeño mantón negro de talle. Sale por enfrente de ella
María Josefa.)
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que marcharme, pero tengo miedo de que los perros me muerdan. ¿Me acompañarás tú
a salir del campo? Yo quiero campo. Yo quiero casas, pero casas abiertas, y las vecinas
acostadas en sus camas con sus niños chiquitos, y los hombres fuera, sentados en sus sillas.
Pepe el Romano es un gigante. Todas lo queréis. Pero él os va a devorar, porque vosotras
sois granos de trigo. No granos de trigo, no. ¡Ranas sin lengua!
Martirio: Vamos, váyase a la cama. (La empuja.)
María Josefa: Sí, pero luego tú me abrirás, ¿verdad?
Martirio: De seguro.
María Josefa: (Llorando.)
Ovejita, niño mío,
vámonos a la orilla del mar.
La hormiguita estará en su puerta,
yo te daré la teta y el pan.
(Sale. Martirio se dirige a la puerta del corral. Allí vacila, pero avanza dos pasos más.)
Martirio: (En voz baja.) Adela. (Pausa. Avanza hasta la misma puerta. En voz alta.) ¡Adela! (Aparece
Adela. Viene un poco despeinada.)
Adela: ¿Por qué me buscas?
Martirio: ¡Deja a ese hombre!
Adela: ¿Quién eres tú para decírmelo?
Martirio: No es ése el sitio de una mujer honrada.
Adela: ¡Con qué ganas te has quedado de ocuparlo!
Martirio: (En voz alta.) Ha llegado el momento de que yo hable. Esto no puede seguir así.
Adela: Esto no es más que el comienzo. He tenido fuerza para adelantarme. El brío y el mérito que
tú no tienes. He visto la muerte debajo de estos techos y he salido a buscar lo que era mío,
lo que me pertenecía.
Martirio: Ese hombre sin alma vino por otra. Tú te has atravesado.
Adela: Vino por el dinero, pero sus ojos los puso siempre en mí.
Martirio: Yo no permitiré que lo arrebates. Él se casará con Angustias.
Adela: Sabes mejor que yo que no la quiere.
Martirio: Lo sé.
Adela: Sabes, porque lo has visto, que me quiere a mí.
Martirio: (Desesperada.) Sí.
Adela: (Acercándose.) Me quiere a mí, me quiere a mí.
Martirio: Clávame un cuchillo si es tu gusto, pero no me lo digas más.
Adela: Por eso procuras que no vaya con él. No te importa que abrace a la que no quiere. A mí,
tampoco. Ya puede estar cien años con Angustias. Pero que me abrace a mí se te hace
terrible, porque tú lo quieres también, ¡lo quieres!
Martirio: (Dramática.) ¡Sí! Déjame decirlo con la cabeza fuera de los embozos. ¡Sí! Déjame que el
pecho se me rompa como una granada de amargura. ¡Le quiero!
Adela: (En un arranque, y abrazándola.) Martirio, Martirio, yo no tengo la culpa.
Martirio: ¡No me abraces! No quieras ablandar mis ojos. Mi sangre ya no es la tuya, y aunque quisiera
verte como hermana no te miro ya más que como mujer. (La rechaza.)
26
LA CASA DE BERNARDA ALBA
Adela: Aquí no hay ningún remedio. La que tenga que ahogarse que se ahogue. Pepe el Romano es
mío. Él me lleva a los juncos de la orilla.
Martirio: ¡No será!
Adela: Ya no aguanto el horror de estos techos después de haber probado el sabor de su boca. Seré
lo que él quiera que sea. Todo el pueblo contra mí, quemándome con sus dedos de lumbre,
perseguida por los que dicen que son decentes, y me pondré delante de todos la corona de
espinas que tienen las que son queridas de algún hombre casado.
Martirio: ¡Calla!
Adela: Sí, sí. (En voz baja.) Vamos a dormir, vamos a dejar que se case con Angustias. Ya no me
importa. Pero yo me iré a una casita sola donde él me verá cuando quiera, cuando le venga
en gana.
Martirio: Eso no pasará mientras yo tenga una gota de sangre en el cuerpo.
Adela: No a ti, que eres débil: a un caballo encabritado soy capaz de poner de rodillas con la fuerza
de mi dedo meñique.
Martirio: No levantes esa voz que me irrita. Tengo el corazón lleno de una fuerza tan mala, que sin
quererlo yo, a mí misma me ahoga.
Adela: Nos enseñan a querer a las hermanas. Dios me ha debido dejar sola, en medio de la oscuridad,
porque te veo como si no te hubiera visto nunca.
(Se oye un silbido y Adela corre a la puerta, pero Martirio se le pone delante.)
Bernarda: Quietas, quietas. ¡Qué pobreza la mía, no poder tener un rayo entre los dedos!
Martirio: (Señalando a Adela.) ¡Estaba con él! ¡Mira esas enaguas llenas de paja de trigo!
Bernarda: ¡Esa es la cama de las mal nacidas! (Se dirige furiosa hacia Adela.)
Adela: (Haciéndole frente.) ¡Aquí se acabaron las voces de presidio! (Adela arrebata un bastón a
su madre.) Esto hago yo con la vara de la dominadora. No dé usted un paso más. ¡En mí no
manda nadie más que Pepe!
Bernarda: ¡Adela!
Adela: Yo soy su mujer. Él dominará toda esta casa. Ahí fuera está, respirando como si fuera un león.
Bernarda: ¡La escopeta! ¿Dónde está la escopeta? (Sale corriendo.)
27
LA CASA DE BERNARDA ALBA
(Suena un disparo.)
FIN
28
2019-2020
CENICIENTA SOLO QUIERE BAILAR
Educación Infantil, Primer y Segundo Curso de Primaria
EL ÚLTIMO BAOBAB
Tercer a Sexto Curso de Primaria, Primer y Segundo Curso de E.S.O.
ANIVERSARIO
ANIVERSARIO