Infancia-Politica-y-Pensamiento-Kohan-CAP 1
Infancia-Politica-y-Pensamiento-Kohan-CAP 1
Infancia-Politica-y-Pensamiento-Kohan-CAP 1
la fuerza de la extranjeridad
9
10 INFANCIA , POLÍTICA Y PENSAMIENTO
(xénos) de los modos habituales en ese espacio y que, por lo tanto, por ser
extranjero, usará el acento y el modo de cuando fue criado (etethrámenen,
de trépho, ‘alimentar, nutrir, criar’), esto es, el lenguaje de su infancia.
Sócrates, el infante de la filosofía, se declara extranjero del orden jurídico
de la polis y, en cuanto tal, solicita el derecho de hablar infantilmente.
Sostiene que la extranjeridad le da derecho a la infancia.
De esta manera, Sócrates se sitúa en un exterior del orden jurídico y
político de la polis que no le permitirá escapar con vida. Conocemos el
final de la historia: el infante-extranjero es condenado a muerte. La infan-
til lengua extranjera de Sócrates no es escuchada, no tiene lugar en la polis.
En otro sentido, es interesante recordar que, en la misma Apología,
Sócrates se identifica a sí mismo con la filosofía como estrategia de
defensa, de modo que la lengua infantil y extranjera de Sócrates es, en
esos inicios, también la lengua de la filosofía. De modo que, en la infan-
cia más literal de la filosofía, hay una sugerente asociación entre filosofía,
infancia y extranjeridad. Pero después vino Platón y puso las cosas en su
lugar, y la filosofía en la adulta y sabia madurez de los guardianes que
gobernarían la polis.
En este capítulo vamos a cuestionar, de la mano de algunas referen-
cias a textos de filósofos contemporáneos, esta lógica de tal manera que
podamos ver en la extranjeridad una fuerza afirmativa. Vamos a hacerlo con
un grado secuencial de detenimiento y en distintos registros. Primero
haremos una referencia rápida a la extranjeridad literal de la lengua en un
país extranjero a través de un pasaje de G. Steiner; a continuación ligare-
mos la extranjeridad a la hospitalidad, en los términos de J. Derrida.
Finalmente, nos ocuparemos más extensamente en una figura que ha
hecho de su extranjeridad una oportunidad de transformación y un
nuevo inicio para el enseñar y el aprender. Allí nos detendremos en El
maestro ignorante de J. Rancière para analizar en qué medida la figura de
J. Jacotot permite cambiar el signo que suele otorgarse no sólo a la
extranjeridad, sino también a la ignorancia y a la relación entre alguien
que aprende y alguien que enseña.
12 INFANCIA , POLÍTICA Y PENSAMIENTO
piedad para después disponer los derechos de los otros. De modo que
hay, en la palabra y en la vida cruda, material, hospitalidades y hospitalida-
des, extranjeros y extranjeros, infantes e infantes, condiciones y condiciones.
Entonces, ésa es la condición paradójica de la hospitalidad al extran-
jero: puede excluir y discriminar en nombre de la acogida y del recono-
cimiento. Más aún, la hospitalidad, parece sugerir Derrida, está sometida
a una antinomia indisoluble: o se vuelve un axioma incuestionado, exi-
gencia radical sin condiciones bajo el riesgo de la esterilidad, o se trans-
forma en condicionamiento oblicuo que pone en cuestión su propia
razón de ser.
Derrida tensiona la paradoja hacia el lado del extranjero. En efecto,
sugiere que es el extranjero quien tiene el poder de liberar el poder del
dueño de casa: es el extranjero que invita –o no– al anfitrión a invitarlo.
De esta manera, el anfitrión se vuelve anfitrión del anfitrión, invitado del
invitado (ídem:123 y 125).
Esta paradoja dice también respecto del saber. El anfitrión proclama
saber la verdad sobre el extranjero y suele acompañar este saber con una pre-
tendida ignorancia del extranjero sobre sí; en efecto, el dueño de casa
pretende constituirse en la propia voz del otro: «yo te conozco, yo te sé,
yo te nombro, yo te revelo, yo te doy tu propia conciencia». Es el riesgo
más tentador de la hospitalidad; en el caso de la infancia, es el riesgo de la
paternidad, el de cierta forma dominante de la pedagogía: el riesgo de un
saber que no permite que el otro sepa otro saber, en última instancia, que
no permite que el otro sepa sino aquello que «tiene» que saber. En defi-
nitiva, es también el riesgo de la filosofía y de una imagen dogmática del
pensamiento que desconsidera cualquier forma de pensar que no se encua-
dra en la propia imagen del pensamiento. Vale la pena notar que este
riesgo es recíproco, esto es, el extranjero también puede ir al encuentro del
otro como portador de una verdad que el otro, el dueño de casa, carecería
de sí mismo. Es decir, la prepotencia, la arrogancia y el deseo de domina-
ción no tienen patria, ni edad, definida. Pueden estar en cualquier lugar.
De modo que no hay una única manera de habitar la extranjeridad,
así como no hay una única manera de recibir al extranjero. La extranjeridad
tampoco es un punto fijo, sino una condición que abre una diversidad de
formas de relación con la tierra, con el saber y, sobre todo, con el otro. En
16 INFANCIA , POLÍTICA Y PENSAMIENTO
La figura en la que estoy pensando ilustra muy bien una cierta fuerza del
extranjero, del extraño, del otro. En esto reside su atracción principal:
saca al extranjero, al extraño, al otro, del lugar en el que comúnmente es
colocado, el lugar de la exterioridad, de la privación, de la ausencia, de la
impotencia, de la negación, para resituarlo en un lugar contrario: presencia,
afirmación, interioridad, potencia... La figura en la que estoy pensando
permite pensar estas formas de alteridad desde una lógica de lo que es y
no de lo que no es.
El personaje en cuestión es más bien un dúo, una dupla, un álter ego,
dos compañeros de pensamiento. Uno de ellos es un pedagogo francés del
siglo XIX, Joseph Jacotot, posrevolucionario, nacido en Francia, en el centro,
en 1770, profesor de literatura francesa; se alista en el ejército, enseña retó-
rica, ocupa cargos públicos y es electo diputado en 1815. El otro es un filó-
sofo contemporáneo, Jacques Rancière, también francés o, para decirlo
mejor, argelino, por lo tanto, nacido en una colonia, en el exterior, en 1940.
Rancière cuenta la historia de Jacotot, y sabemos lo que pueden los
buenos escritores cuando se trata de escribir la historia de otro. En verdad,
acaba por aparecer un nuevo otro, un tercer personaje que no se con-
funde con el primero o con el segundo. Un otro en cuestión. Ni Jacotot
ni Rancière. Un extranjero Jacotot, un extraño Rancière, un otro Jacotot-
Rancière. Un infante profesor. La historia se parece a la de Sócrates y
WALTER O. KOHAN 17
Platón. Claro que hay diferencias. Siempre las hay. Pero cuando un filó-
sofo escribe a otro filósofo, lo que nace es otra filosofía. Así, es tan difícil
diferenciar a Jacotot de Rancière como a Sócrates de Platón.
a. Ignorancia y extranjeridad
se puede hacer siempre con ella, lo que ella puede hacer para mantenerse
activa en el centro mismo de la extrema sinrazón» (ídem:124). Ser opti-
mista no necesariamente significa ser un progresista ingenuo.
Vivimos en medio de la más extrema sinrazón. Tal vez más nítidamente
en América Latina. Reina la más absoluta desigualdad. No hay política, no
hay democracia en serio, sólo hay capital y mercado, o sea, barbarie y exclu-
sión. No hay mucho espacio para un optimismo progresista: nada hace
pensar que algo radicalmente diferente pueda salir del modo dominante
de practicar la política, de los partidos, de las elecciones, de las institucio-
nes consagradas. Tampoco de las instituciones pedagógicas, tal el estado y
la desolación de la escuela pública. Pero tampoco nada autoriza a pensar
que no se pueda inventar una nueva política, otra política, aun con la igual-
dad como principio y no como meta, en medio de tanta sinrazón.
Al menos en El maestro ignorante y en otros textos paralelos, Rancière
parece sugerir que no se puede. Una síntesis de sus razones pueden pre-
sentarse la siguiente manera: a) sólo hay una política, democrática; b) la
democracia es el gobierno de los incompetentes (para gobernar), la rup-
tura de la lógica de la desigualdad; c) no hay ley, causalidad, regularidad,
mediación, entre la emancipación de un individuo y la política; de lo
anterior, Rancière parece desprender que d) no hay política emancipa-
dora, no puede haber política (democracia, igualdad) o, al menos, es una
excepción, se da excepcionalmente (ídem:201-2)3.
El problema pasa en parte justamente por el significado y sentido de
la política. Rancière la caracteriza así: antagónica a lo policial (el gobierno),
acción paradójica, de sujetos suplementarios, derivada de una racionali-
dad específica, de ruptura frente al arché, ejercicio «normal» del poder y
sus disposiciones, trazado de una diferencia evanescente en la distribu-
ción de las partes sociales, manifestación del disenso (presencia de dos mun-
dos en uno). La política dominante, entonces, aquella que utiliza la más-
cara de la democracia, representa a la policía, la más fuerte negación de
una política que tenga la igualdad como principio (Rancière, 2004).
3. En textos más recientes, Rancière (2004) parece más abierto y afirmativo: «La cuestión
entonces no es simplemente la de enfrentarse a un “problema político”. Es la de rein-
ventar la política».
26 INFANCIA , POLÍTICA Y PENSAMIENTO
d. Educación y pedagogía