Francia 1968 Una Revolucion Fallida
Francia 1968 Una Revolucion Fallida
Francia 1968 Una Revolucion Fallida
¿UNA REVOLUCIÓN
FALLIDA?
AUTORES VARIOS
FRANCIA 1968:
¿UNA REVOLUCIÓN
FALLIDA?
AUTORES VARIOS
Primera Edición, 2022. El presente volumen ha sido preparado por José Ari-
có. Traductores: María C. Mata, María T. Poyrazián, Miguel Camperchloli y José
Aricó.
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Ahora que está en tus manos, este libro es
instrumento de trabajo para construir tu educación.
Cuídalo, para que sirva también a quienes te sigan.
ÍNDICE
ADVERTENCIA10
ANDRÉ GORZ 12
UN COMIENZO 13
I13
II14
III16
IV17
V18
LÍMITES Y POTENCIALIDADES DEL MOVIMIENTO DE MAYO 20
I21
II22
III23
IV27
V30
VI36
VII42
ERNEST MANDEL 45
LAS ENSEÑANZAS DE MAYO 1968 46
5
III. EL PROBLEMA ESTRATÉGICO CENTRAL 52
GANIZACION REVOLUCIONARIA 55
ANTONIO LETTIERI -
PAOLO SANTI 65
GOLISMO Y SINDICATOS 66
AUTORITARISMO Y SINDICATOS 74
LA PREHISTORIA DE MAYO 79
GILLES MARTINET 91
1905 EN FRANCIA 92
LA INSEGURIDAD GOLISTA 93
EL JUEGO COMUNISTA 95
6
¿ERA POSIBLE EL PODER? 102
APÉNDICE111
EL PSU FRENTE A LA CRISIS 112
BIERNO?135
INFORME AL COMITÉ CENTRAL DEL PCF 136
7
LOS ORÍGENES DEL MOVIMIENTO DE HUELGA 139
143
NOTAS169
8
ADVERTENCIA
10 AUTORES VARIOS
todavía todo es posible se incluye el reconocimiento de que la lucha de mayo
de 1968 en Francia ha puesto dramáticamente sobre el terreno una discusión
que nos compromete como latinoamericanos y argentinos: la del partido re-
volucionario.
A nuestro juicio, el aporte de estos trabajos que prologamos se refiere cen-
tralmente a este último problema. El instrumento político de los revoluciona-
rios debe ser —se sabe— una forma concreta de oposición de una vida nueva
y mejor a la vida propuesta por el sistema, debe ser una escuela de hombres
y un centro de investigación y transformación de la realidad y, también, debe
ser una organización crecientemente poderosa y eficaz como para acceder en
el momento indicado al poder. Si muchos de los fracasos en que vivimos pue-
den achacarse a la incorrección de la política y los instrumentos puestos en
juego, entonces esta discusión acerca del partido revolucionario reviste una
importancia fundamental.
O sea: los acontecimientos de mayo en Francia pueden comprometernos
hasta donde alcance nuestra visión y nuestra decisión revolucionarias, y su
consecuencia debería ser el enriquecimiento de las luchas parciales en nues-
tro país, y la profundización de la discusión acerca del instrumento apto para
reunir a las fuerzas del cambio social en el camino correcto. Es, si se quiere,
una oportunidad y un desafío: «viendo que no se es nada, deseamos devenir;
deseando devenir, se vive» (René Daumal).
Pasado y Presente.
II
14 AUTORES VARIOS
gestionaria de los sectores petroleros, petroquímica, construcción eléctrica,
etc., habría prefigurado su necesaria socialización. La organización del abas-
tecimiento de las ciudades por los comités de huelga, en unión con las coo-
perativas campesinas y los comités locales, habría prefigurado la eliminación
de la especulación comercial y la socialización de la distribución. La gestión
social de un sector de la economía habría sido la condición de una duración
ilimitada de la huelga así como su resultado.
En todas partes, la huelga con ocupación habría podido ir acompañada de
una reorganización del trabajo y de los talleres, de la definición de nuevas
normas o ritmos de producción, de la abolición de las relaciones jerárquicas,
de la transformación de las relaciones entre trabajadores manuales y no ma-
nuales, de la depuración de los cuadros despóticos o incompetentes y de la
promoción inmediata de nuevos responsables de taller y de empresa, recu-
rriendo a la ayuda de estudiantes, profesores, investigadores, quienes hubie-
ran sido muy útiles para el triunfo de esta experiencia.
Una empresa de liberación y de autoeducación de los trabajadores simul-
táneamente a una toma del poder parcial por la clase obrera, la ocupación
de las empresas y el comienzo de su autogestión habrían permitido a la vez
satisfacer, por autodeterminación de la base, algunas reivindicaciones de los
trabajadores sin esperar el consentimiento de la patronal y del Estado, man-
tener al país en la huelga sin que falten los productos vitales, rechazar toda
negociación con el Estado burgués y la clase patronal y esperar su abdicación,
tendiendo con todo esto a la autoorganización del proletariado y de sus alia-
dos, a la formación en todos los niveles de centros de democracia directa y de
poder popular y a la elaboración, en todas las escalas y sectores, de los objeti-
vos y métodos de la sociedad postcapitalista.
b) La enumeración de esas posibilidades, reunidas a partir del 15 de mayo,
permite medir la falta de preparación ideológica, política y organizativa de los
partidos y sindicatos que hacen profesión de guías de la clase obrera. Ninguno
de ellos intentó dar a la huelga generalizada y potencialmente revolucionaria
perspectivas anticapitalistas y la conciencia tanto de sus posibilidades como
de su sentido más profundo. Todo el trabajo de reflexión, de elaboración y de
transformación radical llevado a cabo por estudiantes, profesores, arquitec-
tos, médicos, escritores, artistas, cuadros científicos y técnicos, periodistas,
se hizo al margen, o sea, a pesar del partido de la clase obrera que, durante
diez días, se dedicó a asignar a la insurrección universitaria objetivos de re-
formas inmediatas y limitadas (cf. la presentación en L'Humanité de la «refor-
ma de exámenes» elaborada por profesores comunistas) y a los trabajadores
que ocupaban las fábricas objetivos reivindicativos tradicionales, inmediatos
y uniformes, negociables con los dirigentes y el gobierno, como si la mayor
preocupación del Partido y de la CGT hubiese sido contener el movimiento,
impedir una revolución, evitar la caída del régimen y del Estado burgués y
remitir toda transformación a una época ulterior donde podría ser decidida,
limitada, concertada y ejecutada desde arriba, en frío, por un aparato estatal
nuevamente dueño del país. Las direcciones del PCF y de la CGT —esta últi-
ma con un furor obrerista que rebasaba en la denuncia de toda iniciativa que
III
16 AUTORES VARIOS
en los medios gaullistas) del primer policía de Francia de expulsar del país a
Cohn-Bendit.
De este modo, para controlar las oportunidades futuras de una política re-
formista, el PCF rechazó las oportunidades presentes de una revolución so-
cialista. Las rechazó con métodos y en un estilo que no tranquilizarán ni a sus
enemigos de siempre ni a sus aliados potenciales.
Actuando en virtud de un análisis elaborado dos años antes que preveía la
inserción parlamentaria del PCF en el juego político, la expiración normal de
la Quinta República, una transición ordenada a la Sexta, y la asociación de los
comunistas a un gobierno de reformas limitadas y progresistas, el PCF rehu-
só aprovechar la crisis de mayo. Rehusó creer en la posibilidad de esta crisis
(tomando distancias con respecto a la insurrección estudiantil), luego en la
realidad de esta crisis (impulsando a las negociaciones con un régimen mori-
bundo), finalmente en sus potencialidades, es decir, en la toma revolucionaria
del poder por la clase obrera. Esta, inspirada en la victoria de los estudiantes
sobre el poder y, en muchos otros lugares, por su propaganda directa, apor-
taba a las fuerzas socialistas una revolución en bandeja. Al no entrar estos
acontecimientos en los esquemas preestablecidos, se rechazó la bandeja para
ofrecer a la clase obrera un diez por ciento de aumento nominal de los sala-
rios y la perspectiva de un dudoso triunfo electoral y reformas que posterga-
ban el socialismo hasta las calendas griegas.
IV
Hasta ahora se pensaba que nada es posible sin el Partido Comunista Fran-
cés y la CGT. Ahora se sabe que nada es posible con el Partido Comunista Fran-
cés y la CGT tal como son. Desgraciadamente la primera afirmación sigue
siendo verdadera aunque se imponga la segunda. Por lo tanto, es necesario
que el PCF y la CGT cambien, pero seguramente no lo harán por sí mismos. Esa
cambio solo podrá producirse por la presión revolucionaria de la base y de los
acontecimientos. Pero el reflujo que organizan las direcciones sindicales, tra-
tando de disfrazarlo, ¿no excluye quizás esta eventualidad por largo tiempo?
Sin embargo, si se triunfa contra el gaullismo, las elecciones pueden tam-
bién tener como consecuencia una reiniciación de la ofensiva. Sería absur-
do desinteresarse por esta posibilidad, que opondría a adversarios «objeti-
vamente» cómplices, como decían antes los que hoy merecen que se utilice
para con ellos ese tipo de argumento. No se trata tampoco de hacerse muchas
ilusiones sobre las virtudes de un gobierno surgido de elecciones ganadas
por la «izquierda». Una modificación de la mayoría actual parecería justificar
la política del PC, lo afirmaría en su voluntad —su sueño, más bien, y prácti-
camente su rechazo— de no decidir la revolución sino desde arriba, pero, a
su vez, la entrada al Parlamento de una mayoría de izquierda obligaría a de
Gaulle a combatirla abierta e ilegalmente o a irse; crearía una situación de
alcances hoy imprevisibles y daría así a la acción de las vanguardias, y luego
de las masas, las oportunidades que los aparatos esclerosados acaban de ha-
cerle perder.
Mientras tanto, el sistema capitalista francés sufrió una ruptura de equili-
brio que agudizará durante largo tiempo sus contradicciones, precipitará una
18 AUTORES VARIOS
sucesión de crisis e intensificará la lucha de clases. El aumento de salarios
que acaba de obtener la clase obrera es de tal magnitud que el sistema no po-
drá absorberlo sobre la base de las estructuras presentes, ni restablecer su
equilibrio en un nivel superior. La clase patronal intentará recuperar por to-
dos los medios una gran parte de lo que se vio obligada a conceder. La política
económica del régimen se ha vuelto impracticable. Ningún gobierno, aunque
fuera «popular», estaría en condiciones el próximo año de hacer funcionar
conforme a su lógica interna el capitalismo francés, cuya rigidez y limitación
de márgenes de concesión son notorias.
La clase obrera francesa tendrá que cuestionar cada vez más consciente-
mente un sistema que acaba de liquidar sus limitadas conquistas y en el mar-
co del cual aquellas no podrán ser salvaguardadas ni, menos aún, ampliadas.
Millares de militantes nuevos y jóvenes, más radicales que sus mayores, aca-
ban de surgir y de descubrir su vocación; centenares de miles de trabajadores
se han politizado y vislumbrado un campo de posibilidades de una amplitud
hasta ahora insospechada. Liquidando en caso de necesidad a sus dirigentes,
continuarán el combate o lo retomarán en la próxima ocasión. La insurrec-
ción frustrada de mayo es solo un comienzo.
6 de junio de 1968.
20 AUTORES VARIOS
la cual la revolución debe ser hecha inmediatamente, pues en caso contrario
se corre el riesgo de empantanarse en un reformismo subalterno. Y mientras
se espera el gran momento, no hay mayor cosa que hacer, salvo agitación y
propaganda.
Esto es lo que hoy queremos demostrar una vez más.
II
22 AUTORES VARIOS
concebido por los gobernantes provisorios e impusiera una aceleración y una
radicalización de las transformaciones sociales. A esta altura se hubiera dado
una segunda prueba de fuerza, que aportaría consigo el riesgo de una gue-
rra civil. Admitiendo que, gracias a la combatividad del movimiento obrero y
a la importancia de las posiciones de poder por él conquistadas en el país, la
segunda prueba de fuerza fuera exitosa, hubiera sido como la primera la con-
clusión de un proceso revolucionario al comienzo imprevisto, cuya lógica y
riesgos, aún calculados y asumidos por los dirigentes revolucionarios, no ha-
brían sido inicialmente valorados por la masa.
Pero sí en cambio debería serlo, y ello desde el comienzo, por un movimien-
to que se propusiera una deliberada reedición de la rebelión de mayo. Por otra
parte, los riesgos inherentes a un movimiento de este tipo serán de ahora en
adelante mayores, las circunstancias serán menos favorables: la burguesía
está alerta, resuelta a la prueba de fuerza armada, y la pequeña burguesía está
asustada. Una repetición del levantamiento de mayo presupondría que la cla-
se obrera estuviera subjetivamente preparada para la guerra civil, además de
estarlo material y políticamente.
Pero este no es el caso [1]. Una cosa es aceptar el enfrentamiento armado
que se presenta en la prosecución de un movimiento que, a partir de una lucha
reivindicativa, se radicaliza como consecuencia de los éxitos obtenidos, de las
posibilidades que descubre sobre la marcha, de las victorias obtenidas sobre
el poder burgués. El enfrentamiento armado es entonces el último momento
de una batalla en la que todas sus fases precedentes han sido victoriosas: la
clase obrera no va al asalto de la ciudadela burguesa sino que, por el contrario,
defiende las conquistas arrancadas «pacíficamente» y rechaza el contraata-
que desde una posición de fuerza. Pero otra cosa es aceptar desde el comien-
zo y deliberadamente los riesgos de un enfrentamiento insurreccional con
un Estado intacto, vigilante y preparado para la batalla. La aceptación de un
riesgo tal no es y nunca podrá serlo la característica de la clase obrera, aunque
fuera guiada y encuadrada por una vanguardia decidida; solo una minoría ac-
tiva puede ser capaz de tal aceptación. La lucha frontal de esta minoría contra
el Estado no reviste un sentido y un valor paradigmáticos ante los ojos de las
masas salvo en circunstancias determinadas, y en particular a condición de
que la lucha de la vanguardia se base en un conjunto de objetivos transitorios
capaces de explicitar la expectativa popular y de determinar su politización.
III
24 AUTORES VARIOS
como en China en 1949) se trata de programas de transición: es decir, de un
complejo de reformas fundamentales que se proponen como finalidad des-
encadenar un proceso revolucionario en el curso del cual la autoeducación de
las masas (y de los dirigentes) conducirá, a través de la práctica, a la supera-
ción de las reformas y de los objetivos iniciales.
La interpretación maximalista del «guevarismo» apareció mucho más
tarde, y no tuvo origen en Cuba. Ella tiene como punto de partida una confu-
sión entre la difusión ideológica del socialismo cubano y la estrategia política
a aplicar en sociedades en las cuales deben aún ser creadas las condiciones
objetivas de la revolución. Esta confusión, de la que son responsables los re-
volucionarios que se inspiran en el ejemplo cubano, no es fácil de evitar para
militantes que no tienen detrás una tradición nacional de lucha revoluciona-
ria. Pero no por esto es menos dañosa: ella tiende, por ejemplo, a acreditar el
mito de que la Revolución cubana, tal como se ha formado en nueve años de
práctica y de reflexión, puede ser tomada como modelo por un movimiento
que todavía no ha realizado la revolución y que solo proyecta hacerla. En otros
términos, tiende a importar una revolución llegada a una fase relativamente
avanzada a países que no han realizado todavía su revolución.
Pero si es verdad que una revolución victoriosa puede permitir a las que le
siguen en el tiempo evitar algunos errores iniciales y reducir algunas fases
transitorias, no es menos cierto que cada revolución debe modelar sus pro-
pias fases transitorias y evitar, so pena de las peores desviaciones, quemar
etapas. No es la revolución, tal como se presenta en una fase avanzada de su
desarrollo, la que puede ser tomada como modelo, sino la estrategia y el mé-
todo que le permitieron vencer y superar cada una de sus etapas. Es preciso
evitar todo espíritu de imitación, porque la existencia misma de un preceden-
te —sobre todo cuando se ha triunfado— modifica la situación de conjunto e
impide plantear los problemas del mismo modo en que fueron planteados
en un comienzo. El precedente de la Revolución cubana, por ejemplo, no so-
lamente ha reforzado la vigilancia del imperialismo y vuelto más graves los
riesgos internos que en adelante deberán cubrir los revolucionarios latinoa-
mericanos; también ha revelado cuáles eran (y debían ser) la lógica, el sentido,
las fases sucesivas de un proceso revolucionario en América latina. En cierto
sentido, ha puesto en guardia también a los otros pueblos sobre el hecho de
que la etapa democrática solo puede constituir un pasaje hacia el socialismo.
Obliga a los revolucionarios, en especial si adoptan abiertamente como mo-
delo el precedente cubano, a hacer aceptar a las masas —aún antes de que el
proceso revolucionario haya elevado y transformado su conciencia— las eta-
pas sucesivas, para las cuales las masas no están aún subjetivamente prepara-
das, como el sentido y el propósito de la lucha actual [3]. Comporta el riesgo de
que una vanguardia sin la suficiente autonomía exija de las masas un grado
de preparación y un nivel de conciencia que ellas todavía no pueden tener.
De tal manera, cada precedente revolucionario a la vez que favorece y ace-
lera la toma de conciencia y la formación de las vanguardias, tiende además a
hacer más difícil su tarea poniendo en guardia a los adversarios de clase pre-
sentes y futuros, pero también a los posibles aliados en el período de transición.
26 AUTORES VARIOS
IV
Sería ilusorio por tanto creer que la próxima crisis social en Francia podrá
volver a partir de inmediato del nivel más alto alcanzado en el curso de la cri-
sis de mayo-junio de 1968, que la próxima vez convendrá partir de la huelga
general revolucionaria teniendo como objetivo declarado la conquista del po-
der por parte de la clase obrera. La revolución fallida de mayo no puede ser
considerada una preparación política, ni una experiencia formadora. Desde
este punto de vista todo, o casi todo, resta aún por hacer.
Del mismo modo sería estúpido reprochar al PCF no haber lanzado a las
masas al asalto del Estado, no haber instaurado el poder de la clase obrera,
el socialismo. A reproches de este género, dicho partido podrá responder sin
embarazo alguno que nada demuestra que las masas estuvieran preparadas
para el socialismo. En efecto, sabemos que no lo estaban más que el PCF (o que
lo estaban un poco más que este). Que el régimen gaullista habría podido ser
derrumbado, es bastante probable; que la creación de centros de poder obre-
ro habría podido abatir a partes enteras del sistema capitalista y que la clase
obrera, debidamente guiada, habría podido de inmediato impedir al gobierno
provisorio restaurar el sistema, es un hecho cierto; pero que el sistema capita-
lista habría podido ser destruido de un golpe es una tesis insostenible: habría
sido necesario para esto un proceso revolucionario mucho más largo y pro-
gresivo que las dos o cuatro semanas de huelga virtualmente insurreccional.
Pero lo que es oportuno reprochar al PCF es no haber sabido orientar el
proceso revolucionario; no haber sabido canalizar la combatividad de las
masas en el sentido de la creación de órganos de poder obrero y popular; no
haber sabido actuar como nexo y polo de atracción políticos de los comités
obreros y populares que espontáneamente se habían constituido; no haber
sabido extraer beneficios del poder de hecho conquistado por la clase obrera
en el apogeo de la lucha, para corroer las bases y la autoridad del régimen con
la conquista de posiciones de fuerza permanentes. No haber hecho nada para
capitalizar, mediante la creación de centros de poder obrero y de órganos de
poder popular el estado de movilización de la clase obrera; no haber hecho
nada para elevar al máximo la toma de conciencia revolucionaria y para fijar-
la, mediante acciones de valor ejemplificador, como punto de referencia para
el futuro; haber rechazado como «contraria a los acuerdos» la reivindicación
de poder obrero levantada por la CFDT [4]; haber ofrecido al movimiento como
única conquista un aumento salarial que, de todas las conquistas, es la que el
capitalismo puede reabsorber con mayor facilidad a menos (y no era este el
caso) de que el movimiento obrero esté preparado, política y sindicalmente,
para impedir tal reabsorción explotando el desequilibrio causado en el sis-
tema por las conquistas salariales; haber rechazado la unión política e ideo-
lógica entre la clase obrera, los estudiantes y las vanguardias de las profesio-
nes intelectuales; haber apostado a una victoria electoral que estaba excluida
desde el momento mismo en que se dejaba al poder, intacto, como dueño del
28 AUTORES VARIOS
no provisorio, admitiendo que se hubiera impuesto, dirigido por Mitterrand y
Mendés habría «participado del juego» solo con la esperanza de «recuperar»
el movimiento y de dirigirlo dentro de límites tolerables para el neocapitalis-
mo? Es evidente que sí. ¿Pero no es esto lo que siempre hizo la FGDS en sus ne-
gociaciones con el PCF y lo que continuará haciendo si alguna vez gobernara
junto con los comunistas? Pero entonces ¿en qué consistía la dificultad? ¿No
era en cambio el momento ideal, para un partido de masas revolucionario,
para forzar a un aliado reticente, para aceptar su garantía de derecha a un
movimiento de masa radical (antes que suministrar una garantía de izquierda
a un «programa mínimo común» centrista y negociado en frío), con la certeza
de que la autonomía misma de ese movimiento, la iniciativa que él permitía a
la base habría aventado las astucias de los «recuperadores» y desbordado su
eventual gobierno?
En el ámbito de tal táctica era perfectamente posible al partido de la cla-
se obrera balancear la influencia moderadora de los federados y de algunos
aparatos sindicales presentándose como polo de atracción y mediador de to-
das las fuerzas anticapitalistas. Lo que en esta hipótesis hubiera podido ser el
resultado electoral, la experiencia italiana del 19 de mayo pasado nos permite
adivinarlo [7]. Estas elecciones, por otra parte, no habrían tenido lugar sino
después de la caída del régimen gaullista. En efecto, este régimen no ha dado,
ni vencido, ninguna batalla política; simplemente ha llenado el vacío políti-
co dejado por la oposición de izquierda. Pudo haber sido borrado —como un
sector de la burguesía, creyéndolo definitivamente derrotado, invitaba a ha-
cerlo— si el partido de la clase obrera hubiera sido capaz de ofrecer a la explo-
sión popular una salida política en términos de programa y de gobierno de
transición.
Sería presuntuoso querer definir aquí cuáles podrían haber sido los obje-
tivos intermedios de un programa de transición. Al igual que su contenido es
importante también el método y el clima de su elaboración, obtenida median-
te la participación directa de la base, la única capaz de garantizar el carácter
democrático del programa y, a través de la multiplicación de sus órganos de
poder popular en los centros de producción y de residencia preparar y armar
moralmente a las masas contra toda tentativa de restauración. Una idea se-
mejante, como es evidente, no solo es incompatible con la estructura y los
métodos actuales del PCF, sino también con la convicción —que sus dirigentes
tienen en común con aquel otro estalinista convertido a la socialdemocracia
que es Pietro Nenni— que el Estado es un instrumento neutro «susceptible de
una revolución desde arriba hacia el socialismo» [8]; es decir, que el Estado
del capitalismo monopolista, si está en manos de un partido obrero, puede
ser utilizado tal como es para el pasaje al socialismo. Esta convicción explica,
como observa Nicos Poulantzas, la oscilación constante del PCF entre una po-
sición pseudomaximalista —lo que interesa es entrar en la sala de control del
Estado; todo lo demás viene solo. Para esto las masas deben dar un mandato
a los electos comunistas y, al mismo tiempo, permanecer tranquilas— y una
práctica oportunista de derecha, que consiste en pagar el derecho de acceso a
Estas observaciones tienen por objeto no tanto formular una crítica gratui-
ta a la dirección del PCF, sino plantear el problema siguiente: ¿con qué tipo de
partido revolucionario y mediante qué estrategia un proceso revolucionario
de transición al socialismo puede encontrar sus chances en un país de capi-
talismo avanzado? En efecto, que el PCF sea incapaz de asumir las funciones
de un partido revolucionario no significa que el problema de la revolución
pueda hoy ser considerado a partir de la ausencia de cualquier partido capaz
de guiarla y de llevarla a buen puerto: es decir, como un mero producto de
movimientos espontáneos. Por el contrario, debemos recordar que la función
del partido permanece insustituible al menos desde cuatro puntos de vista (lo
cual no significa necesariamente que las condiciones para la creación de un
partido revolucionario estén hoy presentes):
a) Función de análisis y de elaboraciones teóricas. El problema de una estra-
tegia de la lucha y de la transformación revolucionaria de la sociedad no pue-
de ni siquiera plantearse en ausencia de un análisis permanentemente al día,
según la evolución y las contradicciones de la sociedad capitalista en todos los
niveles, de los conflictos de intereses que minan el bloque en el poder, de los
puntos débiles que deben ser atacados para que el frente adversario pueda
ser destruido y desacreditado, de las posiciones respectivas de las fuerzas y
de los movimientos actualmente o aún solo potencialmente anticapitalistas,
en el interior del proceso de producción, de la posición de la burguesía nacio-
nal en el sistema de relaciones del mundo capitalista, de la adecuación o no de
las estructuras institucionales, etc.
El hecho de que esta función no sea asumida en la actualidad por ningún
partido comporta una doble consecuencia: la actividad de los aparatos políti-
cos se limita en gran parte a maniobras tácticas a corto plazo y a improvisa-
ciones demagógicas, incapaces de sacudir de manera permanente al sistema,
en el cual permanecen en conjunto insertos. De aquí se deriva, inversamente,
la necesidad para los grupos y los movimientos revolucionarios de colocarse
fuera de los partidos y de plantear el problema de la transformación revolu-
cionaria de la sociedad en términos de lucha insurreccional. Ahora bien, si
la lucha insurreccional puede dar lugar a un proceso revolucionario en una
sociedad y en un Estado en camino de descomposición, en una sociedad po-
lítica e ideológicamente integrada logra solo, en el mejor de los casos, poner
de manifiesto los límites de tal integración, sus posibles puntos de ruptura, y
poner en crisis las instituciones políticas. Esto ya es bastante, pero es solo el
comienzo, el momento negativo del trabajo político a efectuar.
b) Función de síntesis ideológica de las contradicciones y de las reivindica-
ciones sectoriales, respetando su especificidad y su autonomía. Tal función
30 AUTORES VARIOS
constituye un todo único con la hegemonía ideológica que el partido revolu-
cionario debe conquistar para poder construir el «bloque» de las fuerzas anti-
capitalistas que arrancarán el poder al bloque dominante después de haberlo
disgregado. Y con el término «bloque» no debe ser entendida una «alianza»
entre las clases o los estratos explotados por la burguesía. La debilidad de la
alianza de tipo tradicional consiste en que se trata de una yuxtaposición de
grupos de intereses y de exigencias sectoriales que se limitan a sumar en su
particularidad y a traducir en un catálogo de reivindicaciones, sin que de esta
suma surja nunca la crítica de la sociedad existente y la perspectiva unifica-
dora de su superación a través de la lucha común.
La ausencia del partido revolucionario se traduce así en una multiplicidad
de reivindicaciones y de luchas tendientes a objetivos parciales, inmanentes
al sistema, sin ningún nexo orgánico ni unidad de objetivos. Las fuerzas po-
tencialmente anticapitalistas se empeñan en batallas paralelas y sucesivas
que, en virtud de una concepción falsa de lo que es «concreto», permanecen
totalmente abstractas. Les falta la capacidad teórica de ver, a través de las ra-
zones inmediatamente aparentes del descontento, las razones determinan-
tes —es decir, en última instancia las relaciones capitalistas de producción— y
oponer a la ideología neocapitalista (a su tipo de racionalidad y a su sistema
de valores), una concepción superior de la racionalidad, de la civilización, de
la cultura, concepción a cuya luz las reivindicaciones sectoriales son al mismo
tiempo iluminadas críticamente en su relatividad, integradas y elevadas a un
nivel superior.
Aún desde este aspecto, el radicalismo del movimiento estudiantil consti-
tuye un aporte positivo. De golpe se ha colocado fuera del sistema rechazando
las imposibilidades objetivas en cuanto son inaceptables a priori y al sistema
en cuanto debe ser rechazado en bloque. Y sin embargo, en la medida en que
es un movimiento sectorial —y no la vanguardia de una clase— el movimiento
estudiantil no dispone de medios para reivindicar la hegemonía ideológica y
política con vistas a la edificación de un bloque anticapitalista. El movimiento
estudiantil puede colocarse solamente como expresión teórica y práctica, a
determinado nivel, de las contradicciones entre las relaciones de producción
capitalistas y las fuerzas productivas. En este nivel específico, puede cons-
tituir una plaga purulenta en los flancos de la sociedad política y del Estado
burgués y gracias al radicalismo de sus acciones y de sus posiciones, mante-
ner a este en una condición permanente de crisis, testimoniando al mismo
tiempo, frente al movimiento obrero, la posibilidad y la necesidad de una ra-
dicalización de la lucha en todos los planos.
Su contribución a la crisis general del sistema puede de tal manera ser de-
terminante y duradera, a condición, no obstante, de ser integrada en la estra-
tegia de la lucha de clases como componente específico y autónomo de esa
lucha. Pero es precisamente porque esta integración le ha sido negada que el
movimiento estudiantil ha intentado siempre colocarse como sustituto de un
partido revolucionario y de vanguardia obrera, sin poder evidentemente lo-
grarlo. Abandonado a sí mismo, el movimiento estudiantil no puede superar
sus límites sectoriales sino a través de un llamado abstracto a la clase en sí y a
32 AUTORES VARIOS
grarlos. El objetivo del salario mensual mínimo de mil francos en la industria
automovilística, por ejemplo, era poco factible en mayo de 1968 para muchos
obreros («lo podremos lograr solo con una elevación del precio y con una in-
tensificación de la explotación»), aunque hubiese surgido de la base. Pero este
objetivo que, de por sí, es sospechoso de demagogia y no es en el fondo sino
tradeunionismo, se carga de significado revolucionario si es precisado por el
conjunto de las reformas de estructuras anticapitalistas que son condición
necesaria para su realización efectiva.
¿Cuál es la política económica, social, industrial, cuál es el tipo de planifi-
cación y de distribución que permite aumentar de manera sensible los bajos
salarios sin aumentar la desocupación, sin inflación, ni reducción de eficacia
de la economía en su conjunto? Es este un interrogante típico de la política
económica de un período de transición, qué cuestiona las relaciones de pro-
ducción, las relaciones comerciales, la estructura de la población activa, la na-
turaleza de la enseñanza, las opciones culturales, etc. De aquí deriva su valor
educativo. Es este un interrogante al que el programa del partido debe estar
en condiciones de responder. Si es incapaz de dar esta respuesta y de tradu-
cirla en objetivos de lucha, si no está en condiciones, fortalecido por esta res-
puesta, de llevar adelante en el plano político y en el de la acción de masas la
crítica objetiva de las medidas a través de las cuales el sistema capitalista tra-
ta de reabsorber los aumentos salariales que le fueron arrancados, entonces
el desaliento y el escepticismo se adueñarán de las masas: es como si éstas
hubiesen exigido lo imposible. En síntesis, romper el equilibrio del sistema
sin saber explotar y resolver la crisis en beneficio de la clase obrera, significa
dejar transformar en derrota las propias victorias.
Así también, sacudir momentáneamente el poder de la burguesía sin ser
capaces de arrancarle posiciones de poder a partir de las cuales se pueda con-
tinuar la lucha y poner en crisis el poder del Estado burgués, significa en últi-
ma instancia reforzar la burguesía permitiéndole cerrar la brecha a su placer.
Y esto nos remite a la cuarta función del partido.
d) Función de toma del poder y de transformación del Estado. Sería necesario
un estudio especial para demostrar de qué manera la centralización adminis-
trativa y política del poder ha pesado en la vida política en Francia, impulsan-
do a los movimientos populares a reclamar del poder central la solución de
cualquier problema, e impulsando a los partidos políticos a erigirse ante todo
en gestores potenciales de un Estado considerado omnipotente. A la centra-
lización estatal en Francia corresponde una deformación en sentido estatista
de la ideología y de la vida política en todos los niveles sociales. La conquista
del aparato del Estado es admitida como condición suficiente para cualquier
transformación social y política. Las movilizaciones populares son conside-
radas tanto como protestas tendientes a solicitar la intervención del poder
central en beneficio de las categorías menos favorables («¡Nuestros sueldos,
Pompidou!»), que como masa de maniobra con el fin de permitir a los parti-
dos de oposición hacer valer mejor su pretensión de dirigir el Estado.
Esta ideología centralista y estatista constituye uno de los principales obs-
táculos para el nacimiento y la difusión de una ideología revolucionaria: asig-
34 AUTORES VARIOS
Una clase obrera que no esté emancipada de la división jerárquica del trabajo
en las empresas, no se emancipará tampoco de la división del trabajo aunque
fuese abolida la propiedad privada de los medios de producción. El progreso
de la lucha por el poder de autodeterminación de los trabajadores sobre los
lugares de trabajo contiene más promesas revolucionarias, aunque ciertas
empresas permanezcan todavía en manos privadas, que las nacionalizacio-
nes que dejan intacta la jerarquía despótica de la empresa. Una clase obrera
dueña del instrumento de producción y en condiciones de autodeterminar la
división técnica del trabajo exigirá necesariamente el poder en el seno de la
sociedad y la abolición de la división social del trabajo.
A partir de todos estos puntos de vista, el aporte del movimiento estudian-
til es absolutamente positivo: la praxis del debate colectivo, de la democracia
directa, de la elaboración en asambleas libres, de la autogestión, del igualita-
rismo, de la negación absoluta de toda autoridad, etc., se vinculan a la tradi-
ción libertaria del mismo movimiento obrero. No es sorprendente que pueda
asumir un valor paradigmático frente a este último. Tanto más por cuanto el
autoritarismo contra el que se rebela la masa estudiantil refleja de modo me-
diato, a un nivel particular, la subordinación de todas las esferas de la activi-
dad social a las exigencias del capital monopolista.
El problema que se plantea es por lo tanto el de la construcción de un parti-
do revolucionario cuyas instancias centrales, por su cohesión y su capacidad
de elaboración política, prefiguren el poder central del período de transición,
sin que la dirección del partido pretenda controlar, dirigir, subordinar a sí
mismo las iniciativas y los movimientos que nacen fuera de él y que son la cir-
culación revolucionaria. La capacidad hegemónica del partido se medirá en
cambio por su capacidad de enriquecerse de los movimientos nacidos fuera
de él, de elaborar con ellos una perspectiva común, respetando, no obstante,
su autonomía; de convertirse para ellos en el centro de atracción, el polo de
referencia doctrinal y la salida política privilegiada.
En otros términos, el partido revolucionario de tipo nuevo no puede imitar
hoy el esquema leninista: porque no se encuentra ante un Estado despótico y
represivo, sino ante un Estado esencialmente político, que basa la legitimidad
de sus acciones represivas sobre su propia capacidad de mediación política
entre intereses contradictorios, referidos continuamente a expresiones ideo-
lógicas que tornan posible esta mediación. Y no se encuentra ante un impulso
antirrepresivo homogéneo de las masas populares, sino ante una pluralidad
de impulsos, relativamente autónomos en su aspiración anticapitalista, que
en niveles diferenciados y específicos persiguen la autodeterminación sobe-
rana, por parte de los individuos sociales, de las condiciones, de las finalida-
des y del marco de su actividad social. Es imposible plantear como condición
inicial de la conquista frontal del Estado, la unificación preventiva, mediante
una dirección única desde arriba, de los distintos impulsos (los de los trabaja-
dores manuales, técnicos, científicos, artísticos, culturales, etc.). Solo es posi-
ble articular entre sí las aspiraciones específicas en función de un horizonte
común que los contenga a todos y al mismo tiempo los supere: el horizonte de
una sociedad socialista a su vez pluralista y «articulada». Es una sociedad de
VI
36 AUTORES VARIOS
tico-históricas producidas desde hace una década, rapidez por la cual un in-
dividuo nacido alrededor de 1950 pasa a encontrarse de golpe en un mundo
cuyas determinaciones históricas y éticas son profundamente distintas de las
correspondientes a la generación más antigua. Se verifica, si se prefiere de-
cirlo así, un corte neto entre las generaciones. Es claro que ello no constituye
la causa última, pero se produce a propósito y sobre la base de las transfor-
maciones objetivas que, mientras constituyen realidades inmediatamente
determinantes para las generaciones que no han alcanzado todavía los vein-
ticinco años, son determinantes solo de modo mediato para las generaciones
más antiguas que tratan (o se rehúsan a hacerlo) de entenderlas en función
de los puntos de referencia superados. Inversamente, las circunstancias que
han formado las generaciones de los que hoy tienen más de veinticinco años y
determinado su actitud frente al proceso en curso, pertenecen según los más
jóvenes a un pasado ya perimido.
El corte neto entre las generaciones no explica por consiguiente la historia,
más aún, él es determinado por una cisura histórica que divide los individuos
entre los de «antes» y los de «después». Entre los hechos principales que per-
miten explicar este corte de generaciones, señalemos las transformaciones
siguientes:
a) La aceleración de la evolución científica, técnica, económica y cultural
trajo como consecuencia, entre otras, una diferencia acentuada del modo de
vida, del grado de información y de formación, del porvenir objetivo de los
adolescentes (y de los preadolescentes) y de sus padres [10]. Esto que para
ellos es determinante porque se refiere al presente y al porvenir (se trata de
técnicas de enseñanzas de la matemática o de las lenguas, por ejemplo, de los
objetos de consumo, de la tecnicidad de los instrumentos cotidianos o de la
producción ideológica y cultural), permanece para los adolescentes como ob-
jeto de estupor o de incomprensión. De aquí el desfasamiento del sistema de
referencias de los mayores, con una primera consecuencia que dará un tono y
una dimensión particulares a la rebelión adolescente: la crisis de la autoridad
de los padres, el carácter caduco de los valores de la «experiencia» adquirida
por la edad. La ancianidad en lugar de ser fuente de prestigio, tiene más un
valor negativo que positivo: ella significa desfasaje, incapacidad de compren-
der, ignorancia de los procesos en curso, condicionamiento derivado de los
fracasos y de los errores pasados. Esta quiebra objetiva de la autoridad de los
mayores es la que determina la posibilidad del rechazo de cualquier autoridad
que pretenda apoyarse sobre la ancianidad o la experiencia, y que es interio-
rizada como rechazo de la autoridad de los padres, de los maestros o de las
instituciones.
Así definida en términos generales y abstractos, la crisis de la autoridad y
el rechazo de los mayores no serían suficientes, como es obvio, para fundar
un movimiento de radicalización política, si el corte entre las generaciones no
fuera a su vez sobredeterminado por un clivaje de las perspectivas históricas
y por una crisis de la estructura social. Pero inversamente, este clivaje y esta
crisis no podrían por sí solos motivar un radicalismo tan explosivo si la ge-
neración de los que tienen menos de veinticinco años, aún antes de alcanzar
38 AUTORES VARIOS
mación, esta tiene muchas probabilidades de no servirle a nadie: los empleos
son raros y la mayoría de las veces no tienen relación alguna con el nivel cul-
tural alcanzado por el candidato. Dado que no se lo reclama ni es valorizado
por la sociedad, el trabajo de formación es visto por quienes lo realizan como
una victoria ante todo gratuita sobre las resistencias opuestas por la sociedad:
para entrar en una facultad o en una escuela profesional, es preciso aplicar la
astucia, luchar contra las trabas administrativas y eliminar a los condiscípu-
los potenciales. Los estudios no son un derecho reconocido por la sociedad,
sino un privilegio acordado por esta de mala gana, un lujo que el estudiante
se concede a expensas de aquella sociedad y del que durante todo el año la-
mentará su costo social. El adolescente es por ello tachado desde el comienzo
como un elemento supernumerario. La generación de los que tienen menos
de veinticinco años carga sobre sus espaldas, más que cualquier otro, los cos-
tos de la crisis de crecimiento y de la crisis de los mecanismos de acumulación
de la sociedad capitalista.
— Esta última es declaradamente incapaz de definir una política de forma-
ción tal como para satisfacer por una parte las exigencias contradictorias de
la evolución técnica, y por la otra la perpetuación de relaciones sociales jerar-
quizadas, y finalmente el completo desarrollo individual.
Es claro que la rapidez de la evolución técnica hace difícil la previsión, tanto
cuantitativa como cualitativa, de las necesidades de mano de obra. Más que
en el pasado, existe la probabilidad de que el oficio aprendido sea desvalo-
rizado por las transformaciones técnicas y que quienes lo aprendieron se
vean obligados a una reconversión o de otro modo a un desclasamiento. Pero
existe también la probabilidad de que en el ámbito de un mismo oficio los co-
nocimientos adquiridos sean superados en el curso de un año cualquiera y
deban ser renovados por cursos de recalificación o mejor por una continua
puesta al día.
Frente a tal situación, la política lógica sería la de ampliar y prolongar la for-
mación de base, correr el riesgo de ver a los conocimientos superados asegu-
rando a los adolescentes una formación polivalente, que ponga el acento no
sobre la acumulación de los conocimientos especializados y fragmentarios,
sino sobre el desarrollo de la capacidad de aprender por sí solos.
Una política de este tipo acarrea no obstante riesgos evidentes para las re-
laciones sociales capitalistas: el joven trabajador educado en la polivalencia y
en la autonomía profesional difícilmente aceptara el sistema de órdenes casi
militares y la disciplina casi penitenciaria de la empresa capitalista. De allí la
tendencia de la patronal a acelerar la rotación de una mano de obra estric-
tamente especializada, antes que a elevar su nivel de formación (y necesa-
riamente modificar de modo radical la organización y la división del trabajo).
Trabajadores formados apresuradamente son empleados según las necesi-
dades inmediatas de la industria; cuando tales necesidades cambian, son to-
mados otros más jóvenes, formados también apresuradamente en función de
las nuevas exigencias y que a su vez serán liquidados... La política de la usura
moral acelerada es válida en materia de mano de obra como en materia de
productos de consumo.
40 AUTORES VARIOS
ciencia del sistema, es inútil y hasta directamente nociva; no lleva a nada (en
términos de carreras o de privilegios), es inutilizable en el proceso de produc-
ción tal como está organizado, amenaza la división social del trabajo. Es nece-
sario o fabricar zombis industrializando la enseñanza, o subvertir el sistema y
plantear el problema del desarrollo cultural sobre bases radicalmente nuevas.
Esta es la base objetiva del nuevo radicalismo revolucionario. Tacharlo de
aventurerista y de irresponsable significa no afrontar el problema. La ver-
dadera irresponsabilidad consiste en proponerse una explicación reductiva
hacia abajo diciendo: «En el fondo, estos jóvenes se rebelan contra su desca-
samiento. Hijos de burgueses y de pequeño burgueses, estudian para con-
quistar privilegios o para elevarse en la jerarquía social. Pero son demasiado
numerosos, no existen puestos suficientes para tantos privilegiados. Deben
limitarse entonces a lo que les toca».
Esta interpretación, particularmente difundida en Alemania Federal y en
Gran Bretaña, se basa en los viejos resentimientos de la clase obrera hacia
los intelectuales y los estudiantes, en cuanto castas privilegiadas y ociosas.
De este resentimiento primitivo se ha hecho cómplice el movimiento obre-
ro francés, cuando ha rechazado considerar la base material de la revolución
estudiantil para soldar a los estudiantes a la clase obrera y proponer a unos y
otros un modelo de civilización y de desarrollo capaz de suprimir las barre-
ras entre el trabajo intelectual y el trabajo manual, y capaz de generalizar el
derecho a la cultura en cuanto deja de conferir privilegios, puesto que es reco-
nocida la misma dignidad para el trabajo manual y para el intelectual y cada
uno es periódicamente llamado a desempeñar uno u otro (como ocurre en
China y Cuba).
El movimiento obrero europeo tiene la suerte inmerecida de que los estu-
diantes en los distintos niveles, y los jóvenes trabajadores, en lugar de plantear
el problema en el ámbito del sistema, en términos de categoría y de cantidad
—de número de puestos de trabajo, de tasa de incremento, de créditos públi-
cos, de niveles salariales— lo plantean yendo directamente a las raíces: se ra-
dicalizan a la izquierda, aspirando a la supresión de las divisiones de clase y de
la cultura de élite, y al advenimiento de una cultura universal (revolucionaria),
en lugar de radicalizarse a la derecha reivindicando privilegios y el rechazo de
la proletarización. El movimiento obrero, primero con indiferencia, luego con
desconfianza, sostiene que ellos deberían rebelarse hacia la derecha y que, si
no lo hacen, es por motivos accidentales que no son de fiar.
Espero haber demostrado lo contrario. En efecto, si los estudiantes se ra-
dicalizaran a la izquierda, rechazando una cultura de élite y malthusiana y al
mismo tiempo rechazando la tecnocratización de la universidad y la sociedad
burguesa, esto significa que a la derecha no existe ninguna solución: los estu-
diantes son extrapolados por la lógica irrefutable del malthusianismo cultural
de la burguesía. Si se aceptan los criterios de eficiencia y de ganancia del capi-
talismo, si se acepta el postulado burgués según el cual los estudios superio-
res deben dar el derecho a privilegios sociales y económicos, o de otra manera
constituyen una pérdida de tiempo, entonces es verdad que es preciso limitar
con medidas draconianas el acceso a los estudios superiores: reservar la Uni-
VII
42 AUTORES VARIOS
reformistas y se abriese a la diversidad de corrientes revolucionarias existen-
tes en el mundo [11].
Una evolución del PCF, si se produjera algún día, no nacerá de un impul-
so desde la base del partido, cuyo aparato sabe precaverse bastante bien,
mediante las depuraciones y los manejos administrativos, de los cuestiona-
mientos internos. La evolución del PCF estará determinada sobre todo por
una fuerte presión externa, capaz de desbordar al partido en todos los planos,
comprendido el de la acción de masas, y de reunir a los militantes revolucio-
narios en su mayor parte no organizados que han surgido en mayo-junio.
Poco importa que las formaciones revolucionarias en proceso de constitu-
ción o de desarrollo no sean todavía creaciones políticas durables y coheren-
tes, dotadas de capacidad hegemónica. Todo grupo de acción y de reflexión es
actualmente el crisol del futuro partido. Lo que cuenta por el momento es su-
ministrar un marco dentro del cual puedan formarse políticamente, encon-
trarse, intercambiar las propias experiencias todos aquellos que han aprendi-
do que la revolución puede devenir posible y que debe surgir de la iniciativa de
base, de la instauración de poderes populares directos, de acciones de ruptura
que sirvan de ejemplo situadas desde el comienzo fuera de la lógica del siste-
ma y dotadas de una eficacia en gran medida superior a la de los tradicionales
medios de propaganda y de organización centralista.
El partido nuevo nacerá del desarrollo y de la coordinación de estos núcleos
porque existe necesidad de él. Y existe la necesidad porque en ausencia de un
grupo de síntesis que facilite las ligazones nacionales e internacionales, que
prefigure el poder revolucionario y encarne su posibilidad, que asegure la tra-
ducción en poder político y en capacidad de gobierno de una clase obrera que
se convierta en dueña de los medios de producción, las posibilidades de batir
al Estado burgués son débiles, si no directamente nulas. El partido nuevo, sin
embargo, no deberá extraer su fuerza de la organización y del encuadramien-
to militante, sino:
a) de la calidad de su inserción en los centros de producción y de su capaci-
dad de concebir estratégicamente el ejercicio del doble poder, y en particular
a nivel de los trusts, de las ramas y de los sectores vitales;
b) de la presencia a su cabeza de hombres indiscutidos por los revoluciona-
rios de todas las tendencias, dotados de autoridad moral, de la competencia y
de la confianza política necesarias para proclamar en el momento oportuno
el gobierno provisorio de la Revolución, convocar los estados generales de los
comités de poder popular y definir, en espera de la construcción del Estado
revolucionario, medidas preventivas (económicas, monetarias, administra-
tivas, militares) que aseguren, provisoriamente, un mínimo de organización
central y un máximo de seguridad contra el sabotaje y el retorno violento del
adversario.
En la hipótesis del retorno de una situación preinsurreccional generali-
zada, la preexistencia de este esbozo de estructura será indispensable para
la victoria. Las situaciones insurreccionales espontáneas, en una economía
evolucionada y compleja, no pueden ser prolongadas, más allá del tiempo ne-
cesario para la creación y la organización de una vanguardia revolucionaria de
44 AUTORES VARIOS
ERNEST MANDEL
LAS ENSEÑANZAS DE MAYO 1968
I. NEOCAPITALISMO Y POSIBILIDADES
OBJETIVAS DE ACCIONES REVOLUCIONARIAS
DEL PROLETARIADO OCCIDENTAL
46 AUTORES VARIOS
realidad cotidiana de la existencia proletaria. Aquellos que se deslumbraron
con el aumento del nivel de vida durante los últimos quince años no compren-
dieron que precisamente en los períodos de aumento de las fuerzas producti-
vas (de «expansión económica» acelerada) es cuando el proletariado adquiere
necesidades nuevas y la distancia entre las necesidades y el poder adquisitivo
disponible se hace mayor [13]. Tampoco comprendieron que a medida que se
eleva el nivel de vida, de calificación técnica y de cultura de los trabajadores, la
ausencia de igualdad y de libertad sociales en los lugares de trabajo, la aliena-
ción acentuada en el proceso de producción deben pesar sobre el proletaria-
do en forma más brutal e insoportable.
La capacidad del neocapitalismo de atenuar en alguna medida la amplitud
de las fluctuaciones económicas, la ausencia de una crisis económica catas-
trófica del tipo de la de 1929, ocultaban a la vista de muchos observadores su
impotencia para evitar retrocesos. Una serie de tendencias inherentes al ré-
gimen figuran entre las causas profundas de la explosión de mayo: las con-
tradicciones que debilitaron el largo período de expansión que el sistema
conoció en Occidente luego de la terminación de la Segunda Guerra Mundial
(en los Estados Unidos desde el comienzo de dicha guerra), la oposición irre-
ductible entre la necesidad de asegurar la expansión a costa de la inflación y
la necesidad de mantener un sistema monetario internacional relativamente
estable al precio de una deflación periódica, la evolución cada vez más neta
hacia una recesión generalizada en el mundo occidental, etc. Piénsese en los
efectos del «plan de estabilización», en la reaparición de las huelgas masivas
(sobre todo la huelga de los jóvenes). Piénsese también en los efectos de la
crisis estructural sufrida por ciertos sectores (astilleros navales de Nantes y
de Saint Nazaire), en la radicalización de los trabajadores de ciertas regiones.
Por otra parte, es significativo el hecho de que la crisis de 1968 no se haya
producido en un país de estructuras «envejecidas», en el que predomina un
laissez faire arcaico sino por el contrario en el país-tipo del neocapitalismo, en
aquel cuyo «plan» era citado como el ejemplo más exitoso del neocapitalismo,
el que dispone del sector nacionalizado más dinámico cuya «independencia»
relativa con relación al sector privado sugería también a algunos su definición
como «sector capitalista de Estado». La impotencia que ese neocapitalismo
ha demostrado poseer para contener a la larga las contradicciones sociales
adquiere aquí una importancia cada vez más universal.
El papel de detonador desempeñado por el movimiento estudiantil es el
producto directo de la incapacidad del neocapitalismo para satisfacer en cual-
quier nivel las necesidades de la masa de jóvenes atraídos hacia la Universi-
dad debido tanto a la elevación del nivel de vida medio como a las necesidades
de reproducción ampliada de una mano de obra cada vez más calificada, re-
sultante de la tercera revolución industrial. Esta incapacidad se manifiesta al
nivel de la infraestructura material (construcciones, laboratorios, alojamien-
tos, restaurantes, becas, presalarios), al nivel de la estructura autoritaria de la
Universidad, al nivel del contenido de la enseñanza universitaria, al nivel de
la «orientación»” para egresados y para aquellos a quienes el sistema obliga a
interrumpir los estudios universitarios. La crisis de la Universidad burguesa,
48 AUTORES VARIOS
(Revolución yugoslava victoriosa, Revoluciones francesa e italiana frustradas
en condiciones análogas a las de 1918 en Alemania), o sea a la guerrilla. Para
unos, en ausencia definitiva de una catástrofe económica y militar, era per-
fectamente utópico esperar otra cosa que no fuesen reacciones reformistas
del proletariado. Para otros, la posibilidad de nuevas explosiones revolucio-
narias por parte de los trabajadores estaba ligada a la reaparición de crisis de
tipo catastrófico. En resumen, para unos la revolución se había vuelto defini-
tivamente imposible; para otros, estaba relegada hasta el momento, profun-
damente mítico, de un «nuevo 1929».
Espero se me excuse por esta cita tan extensa. Con ella he querido demos-
trar que el tipo de crisis revolucionaria que estalló en mayo de 1968 pudo ser
previsto en líneas generales, que de ningún modo debía ser considerada como
50 AUTORES VARIOS
violenta con las fuerzas de represión. Desde hace dos decenios asistimos en
Europa a un reforzamiento continuo del aparato de represión y disposiciones
legales diversas obstaculizan la acción de huelga y las manifestaciones obre-
ras. Si en un período «normal» los trabajadores no tienen la posibilidad de re-
belarse contra esas disposiciones represivas, no ocurre lo mismo durante una
huelga de masas, que los torna bruscamente conscientes del inmenso poder
que implica su acción colectiva. Rápida y espontáneamente, comprenden que
«el orden» es un orden burgués que tiende a ahogar la lucha de emancipación
del proletariado. Toman conciencia de que esta lucha no puede superar un
nivel determinado sin enfrentarse cada vez más directamente con los «guar-
dianes» de este «orden»; y que esta lucha de emancipación será eternamente
inútil si los trabajadores continúan respetando las reglas del juego concebi-
das por sus enemigos para frustrar su rebelión.
El hecho de que solo una mayoría de jóvenes trabajadores hayan sido los
protagonistas de esas nuevas fuerzas de lucha, durante el tiempo que perma-
necieron embrionarias, el hecho de que es en la juventud obrera donde las ba-
rricadas de los estudiantes provocaron más reflejos de identificación; el he-
cho de que en Flins y en Peugeot-Sochaux fueron también y siempre jóvenes
los que reaccionaron en forma más neta ante las provocaciones de las fuerzas
represivas, no invalida en absoluto el análisis precedente. En todo ascenso re-
volucionario, siempre es una minoría relativamente reducida la que experi-
menta nuevas formas de acción radicalizadas. En lugar de ironizar sobre la
«teoría anarquista de las minorías activas», los dirigentes del PCF harían bien
en releer a Lenin al respecto [18]. Además, precisamente sobre los jóvenes in-
cide menos que sobre las generaciones adultas el peso de los fracasos y de las
decepciones del pasado, el peso de la formación ideológica que resulta de una
propaganda incesante en favor de las «vías pacifistas y parlamentarias».
Los acontecimientos de mayo demuestran igualmente que la idea de un
largo período de dualidad de poder, la idea de una conquista y de una insti-
tucionalización graduales del control obrero o de toda reforma de estructura
anticapitalista, está basada en una concepción ilusoria de la lucha de clases
exacerbada en período prerrevolucionario y revolucionario.
Nunca se destruirá el poder de la burguesía con una sucesión de peque-
ñas conquistas; si no hay cambio brusco y brutal de las relaciones de fuer-
za, el capital encuentra y encontrará siempre los medios de integrarlas en el
funcionamiento del sistema. Y cuando hay cambio radical de las relaciones
de fuerza, el movimiento de las masas se orienta espontáneamente hacia un
quebrantamiento fundamental del poder burgués. La dualidad del poder re-
fleja una situación en la cual la conquista del poder ya es objetivamente posi-
ble debido al debilitamiento de la burguesía, pero donde la falta de prepara-
ción política de las masas, la preponderancia de las tendencias reformistas y
semirreformistas en su seno, detienen momentáneamente su acción en un
cierto nivel.
Los acontecimientos de mayo confirman la ley de todas las revoluciones:
cuando fuerzas sociales tan grandes entran en acción, cuando lo que está en
juego es tan importante, cuando el más mínimo error, la menor iniciativa de
52 AUTORES VARIOS
general —sobre todo si se continúa educando a las masas y a su propio partido
en el «respeto de la legalidad»— nunca se conducirán otras luchas que no sean
aquellas ligadas a reivindicaciones inmediatas.
¿Es posible imaginar una actitud más alejada del marxismo, para no hablar
del leninismo?
Cuando el poder de la burguesía es estable y fuerte, sería absurdo lanzarse a
una acción revolucionaria que tenga como meta el trastocamiento inmediato
del poder, ya que se iría hacia una derrota segura. ¿Pero cómo se pasará de ese
poder fuerte y estable hacia un poder debilitado, quebrantado, disgregado?
¿Por medio de un salto milagroso? ¿Una modificación radical de las relaciones
de fuerza no exige golpes decisivos de timón? ¿Esos golpes de timón no origi-
nan un proceso de debilitamiento progresivo de la burguesía? El deber ele-
mental de un partido que se dice de la clase obrera —y además de la revolución
socialista— ¿no es de impulsar al máximo este proceso? ¿Puede conseguirse
esto excluyendo ex profeso toda lucha que no sea la de las reivindicaciones
inmediatas... durante todo el tiempo en que la situación no esté madura para
la insurrección armada inmediata, victoria garantida contra recibo?
¿Una huelga de diez millones de trabajadores con ocupación de fábricas no
representa un debilitamiento considerable del poder del capital? ¿No es nece-
sario concentrar todos los esfuerzos en la tentativa de agrandar la brecha, de
retener lo ganado, de hacer que el capital no pueda restablecer rápidamente
las relaciones de fuerza a su favor? ¿Hay otro medio de conseguirlo que no
sea arrancando al capital poderes de hecho, en la fábrica, en los barrios, en la
calle, es decir, pasando de la lucha por las reivindicaciones inmediatas a la lu-
cha por las reformas de estructuras anticapitalistas, por las reivindicaciones
transitorias? Absteniéndose deliberadamente de luchar por tales objetivos,
encerrándose deliberadamente en luchas por las reivindicaciones inmedia-
tas, ¿no se crean todas las condiciones propicias para un restablecimiento de
las relaciones de fuerzas a favor de la burguesía, para una nueva y brusca in-
versión de las tendencias?
Toda la historia del capitalismo evidencia su capacidad para ceder ante las
reivindicaciones materiales cuando su poder está amenazado. Sabe perfec-
tamente que si conserva su poder podrá en parte recuperar lo que ha cedido
(por medio del alza de los precios, los impuestos, la desocupación, etc.), dige-
rirlo en parte con el acrecentamiento de la productividad. En otras palabras,
toda burguesía enervada y atemorizada por una huelga de amplitud excep-
cional, pero que sigue en posesión del poder del Estado, tenderá a pasar a la
contraofensiva y a la represión cuando el movimiento de masa retroceda. La
historia del movimiento obrero lo demuestra: un partido inmerso en el dile-
ma de Waldeck-Rochet no hará nunca la revolución y va con seguridad hacia
la derrota [22].
Rehusando a comprometerse en el proceso que conduce de la lucha por las
reivindicaciones inmediatas a la lucha por el poder, a través de la lucha por
las reivindicaciones transitorias y la creación de órganos de dualidad del po-
der, los reformistas y neorreformistas estuvieron siempre condenados a con-
siderar toda acción revolucionaria como una «provocación» que debilita las
54 AUTORES VARIOS
muy claro: detener las huelgas tan rápido como sea posible, y luego marchar
hacia elecciones. ¿Cuál fue la reacción del PCF? ¿No cayó en esta «trampa» al
punto de reprochar a los huelguistas «el ayudar a que el régimen a evitar las
elecciones»? ¿Y cuál fue el resultado?
Por eso toda la casuística desarrollada para saber si el poder estaba real-
mente vacante en mayo y si de Gaulle había «manifestado su intención de
retirarse y dejar su lugar» revela los mismos métodos de pensamiento que
sustituyen con la referencia al complot, a las trampas y a los «provocadores»,
el análisis serio de las fuerzas, sociales presentes y de la dinámica de sus re-
laciones recíprocas.
El «vacío del poder» no es un regalo que se recibe de la historia. Esperarlo
pasivamente, o en medio de campañas electorales, significa resignarse a no
hacer nunca la experiencia. El «vacío de poder» es solo el punto final de todo
un proceso de deterioro de la relación de fuerzas para la clase dominante. El
mismo Kerensky no manifestaba ninguna «intención de retirarse y dejar su
lugar» algunas horas antes de la insurrección de octubre. Lo esencial no es
comprometerse en debates escolásticos sobre la definición de un real «vacío
de poder». Lo esencial es intervenir en la lucha de las masas de manera de
acelerar sin cesar ese deterioro de la relación de fuerzas del capital. Además,
la estrategia que tiende a arrancar a la burguesía poderes de hecho, la propa-
ganda incansable en pro de la revolución, aún si las condiciones para ella no
están todavía «completamente» maduras, constituye su condición necesaria.
El problema estratégico central es el de eliminar el dilema: «o bien huelgas
puramente reivindicativas, seguidas de elecciones (es decir, business as usual)
o bien la insurrección armada, y a condición de que la victoria esté garantiza-
da de antemano». Es necesario comprender que huelgas generales como la
de diciembre de 1960-enero de 1961 en Bélgica y la de mayo de 1968 —sobre
todo si ligadas a ellas aparecen nuevas formas de lucha radicales de las ma-
sas— pueden y deben desembocar en algo más que aumentos de salarios, aún
si los preparativos para una insurrección armada no están listos. Esas huelgas
pueden y deben culminar en la conquista por las masas de nuevos poderes
reales, de poderes de control y de veto que creen una dualidad de poder, lleven
la lucha de clases a su nivel más alto y más exacerbado y hagan de ese modo
madurar las condiciones para una toma revolucionaria del poder.
56 AUTORES VARIOS
— en la fábrica C. S. F. de Brest, los trabajadores decidieron proseguir el
trabajo, pero produjeron lo que ellos estimaban importante, sobre todo «wal-
kie-talkies» que ayudaban a los huelguistas a defenderse contra la opresión;
— en Nantes, el comité de huelga trataba de controlar la circulación ha-
cia y desde la ciudad, distribuyendo permisos para circular y bloqueando
con barricadas los accesos a la ciudad. Además, parece que el mismo comité
también emitió bonos aceptados como moneda por ciertos comerciantes y
agricultores;
— en Caen, el comité de huelga prohibió todo acceso a la ciudad durante
veinticuatro horas;
— en las fábricas Rhode-Poulenc, en Vitry, los huelguistas decidieron esta-
blecer relaciones de intercambio directas con agricultores, trataron de exten-
der la experiencia a otras empresas y discutieron el pasaje a la «huelga activa»
(es decir, a la reiniciación del trabajo por su propia cuenta y según sus propios
planes), llegando a la conclusión de que era preferible postergar esta expe-
riencia hasta el momento en que algunas otras empresas la acompañaran en
esta vía [28].
— en la fábrica de cemento de Mureaux, los obreros votaron en asamblea
general la revocación del director y rechazaron la proposición patronal de
realizar una nueva votación. El director en cuestión fue entonces enviado a
una sucursal de esa fábrica donde, en solidaridad con los compañeros de Mu-
reaux, los trabajadores desencadenaron inmediatamente una huelga, la pri-
mera en la historia de esa fábrica.
— en la fábrica Wonder, en Saint-Ouen, los huelguistas eligieron un comité
de huelga en asamblea general, y para manifestar su reprobación por la orien-
tación reformista de la CGT, hicieron barricadas en la fábrica y prohibieron el
acceso a los responsables sindicales;
— en Saclay, los trabajadores del centro de energía nuclear requisaron el
material de la fábrica para proseguir la huelga;
— en los astilleros navales de Rouen, los trabajadores tomaron bajo su pro-
tección a jóvenes que vendían literatura revolucionaria y prohibieron el acce-
so a la fábrica a los C. R. S. que los perseguían y trataban de detenerlos;
— en varias imprentas parisienses, los trabajadores impusieron la modifi-
cación de un titular (Le Figaro) o se negaron a imprimir un diario (La Nation)
cuando el contenido era directamente contrario a la huelga;
— en París, el C. L. E. O. P. (Comité de relaciones estudiantes-obreros-cam-
pesinos) organizó cargamentos de abastecimientos provistos por las coope-
rativas agrícolas, que distribuyeron los productos en las fábricas o los vendie-
ron a precio de costo (pollos a ochenta centavos, huevos a once centavos, por
ejemplo). Serge Mallet señala acciones similares en el Oeste de Francia;
— en Peugeot, en Sochaux, los trabajadores construyeron barricadas con-
tra la intrusión de los C. R. S. y los expulsaron victoriosamente de la fábrica;
— en las fábricas Citroën, en París, se realizó una primera tentativa, modes-
ta y embrionaria, de requisar camiones para abastecer a los huelguistas;
— el caso más elocuente quizás sea el de los astilleros del Atlántico, en
Saint-Nazaire, donde los trabajadores ocuparon la empresa negándose du-
58 AUTORES VARIOS
sino adelantándose rápidamente a sus adversarios políticos marcados por la
vacilación, la rutina, el inmovilismo y el espíritu de capitulación.
Con frecuencia se ha objetado a la estrategia de las reformas de estructura
anticapitalistas, a la estrategia del programa de transición que preconizamos,
que solo es eficaz si es aplicada por las grandes organizaciones obreras, sin-
dicales y políticas. Sin el dique que solo esas organizaciones son capaces de
erigir contra la infiltración permanente de la ideología burguesa y pequeño
burguesa en el seno de la clase obrera, esta última estaría actualmente con-
denada a limitarse a luchas reivindicativas. La experiencia de mayo invalidó
totalmente ese diagnóstico pesimista.
Es evidente que la existencia de sindicatos y partidos de masas no integra-
dos en el régimen capitalista, educando sin cesar a los trabajadores en un es-
píritu de desafío y negación global con respecto a ese régimen sería un triunfo
enorme para acelerar la maduración de la conciencia de clase revolucionaria
en el seno de los trabajadores, aún cuando esos sindicatos y esos partidos no
sean instrumentos adecuados para la conquista del poder. Pero la experien-
cia de mayo demostró que en ausencia de una vanguardia revolucionaria de
masas, esta toma de conciencia termina por irrumpir en el seno del proleta-
riado, porque está alimentada por toda la experiencia práctica de las contra-
dicciones neocapitalistas que los trabajadores acumulan cotidianamente, a lo
largo de años.
La espontaneidad es la forma embrionaria de la organización, decía Lenin.
La experiencia de mayo de 1968 permite precisar de dos formas la actualidad
de este pensamiento. La espontaneidad obrera nunca es una espontaneidad
pura; dentro de las empresas actúan los fermentos de los grupos de vanguar-
dia —en algunos casos un solo militante revolucionario de talla— cuya tena-
cidad y paciencia son precisamente recompensadas en esos momentos de
fiebre social llevada al paroxismo. La espontaneidad obrera desemboca en la
organización de vanguardia más grande porque en el espacio de algunas se-
manas, millares de trabajadores han comprendido la posibilidad de la revolu-
ción socialista en Francia. Han comprendido que deben organizarse para este
fin y tejen cuidadosamente los lazos con los estudiantes, con los intelectuales,
con los grupos revolucionarios de vanguardia que dan poco a poco su forma
al futuro partido revolucionario de masas del proletariado francés, del que la
JCR aparece ya como el núcleo más sólido y dinámico.
No somos admiradores ingenuos de la espontaneidad obrera pura y simple.
Aún si esta es revalorizada ante el conservadurismo de los aparatos burocrá-
ticos [32], choca con límites manifiestos ante un aparato del Estado y una ma-
quinaria de represión altamente especializados y centralizados. En ninguna
parte todavía la clase obrera derrocó espontáneamente al régimen capitalista
y al Estado burgués en un territorio nacional y sin duda no ocurrirá nunca.
También la extensión de órganos de dualidad de poder sobre todo un país de
las dimensiones de Francia es, si no imposible, al menos muy difícil debido a
la ausencia de una vanguardia ya suficientemente implantada en las empre-
sas para poder generalizar rápidamente las iniciativas de los trabajadores de
algunas fábricas-piloto.
60 AUTORES VARIOS
esta toma del poder hubiese sido posible en mayo de 1968 y todo habría sido
muy diferente de lo que en realidad ocurrió.
Dado que el PCF no es un partido revolucionario, y que ninguno de los gru-
pos de vanguardia dispone todavía de una audiencia suficiente en la clase
obrera, los sucesos de mayo no podían culminar con la toma del poder. Pero
una huelga general con ocupación de fábricas puede y debe culminar con la
conquista de reformas de estructura anticapitalistas, con la realización de
reivindicaciones transitorias, es decir, con la creación de una dualidad de
poder, de un poder de hecho de las masas, opuesto al poder legal del capital.
Para la realización de una dualidad de poder, no es indispensable un parti-
do revolucionario de masas; basta con un poderoso impulso espontáneo de
los trabajadores, estimulado, enriquecido y parcialmente coordinado por una
vanguardia revolucionaria organizada, todavía demasiado débil para disputar
directamente la dirección del movimiento obrero a los aparatos tradicionales,
pero ya lo suficientemente fuerte como para desbordarla en la práctica.
Esta vanguardia organizada no es todavía un partido, es un partido en ges-
tación, el núcleo de un futuro partido. Y si los problemas de construcción de
ese partido se ubican, en general, en marcos análogos a los esbozados por
Lenin en ¿Qué hacer?, su solución debe ser enriquecida por sesenta años de
experiencia y por la incorporación de todas las particularidades que caracte-
rizan en la actualidad al proletariado, a los estudiantes y a los otros sectores
explotados de los países imperialistas.
Hay que tener en cuenta que históricamente esta tentativa será la tercera
—habiendo fracasado la de la SFIO y la del PCF— y que los fracasos del pasado
inculcan a los trabajadores y a los estudiantes una desconfianza pronunciada,
y justificada, con respecto a todas las tentativas de manipulación, a todo dog-
matismo esquemático, todo esfuerzo por sustituir los objetivos que las masas
se dan a sí mismas con objetivos teleguiados. Por el contrario, la capacidad de
apoyar y de ampliar todo movimiento parcial con objetivos justos, de mostrar-
se el mejor organizador de todos esos combates parciales y sectoriales, es lo
que da al militante revolucionario (y a su organización) la autoridad necesaria
para integrarlos en una acción anticapitalista de conjunto.
Ya se ha denunciado lo suficiente el carácter mistificador del movimiento
gaullista de la «participación» para que sea necesario tratarlo ampliamente
aquí. Mientras subsista la propiedad privada de los grandes medios de pro-
ducción, la irregularidad de las inversiones provocará inevitablemente fluc-
tuaciones cíclicas de la actividad económica, o sea la desocupación. Mientras
la producción sea esencialmente una producción para la ganancia, no tende-
rá a satisfacer ante todo las necesidades de los hombres sino que se orientará
hacia los sectores que producen mayor ganancia («manipulando» además la
demanda). Mientras que en la empresa, el capitalista y su director conserven
el derecho de dirigir a los hombres y a las máquinas —y desde de Gaulle a Cou-
ve de Murville, todos los sostenedores del régimen han aclarado que no pien-
san ni discutir ese poder— el trabajador permanecerá alienado en el proceso
de producción.
62 AUTORES VARIOS
implica el advenimiento de una planificación democrática-centralista de las
inversiones y algunas garantías suplementarias. Si no, el «productor despro-
letarizado» corre el riesgo de encontrarse rico como antes y quizás convertido
en un desocupado al día siguiente [34].
Pero en tanto que objetivo inmediato de acción, fuera de las situaciones
preinsurreccionales en las cuales se plantea la destrucción inmediata del ré-
gimen capitalista, esa consigna encierra una peligrosa confusión sobre todo
por la forma en que fue utilizada algunas veces por dirigentes de la CFDT. La
autogestión de los trabajadores presupone el trastocamiento del poder del
capital en las empresas, en la sociedad y desde el punto de vista del poder po-
lítico. Mientras ese poder subsista, es solo una utopía el querer transferir el
poder de decisión a los trabajadores, fábrica por fábrica (como si las decisio-
nes estratégicas de la economía capitalista contemporánea fueran tomados a
este nivel y no al nivel de la banca, los trusts, los monopolios y del Estado). Es
además una utopía reaccionaria, pues tendería, si pudiere lograr un comien-
zo de institucionalización, a transformar los centros colectivos de obreros en
cooperativas de producción, obligadas a sostener la competencia con las em-
presas capitalistas sometiéndose a las leyes de la economía capitalista y a los
imperativos de la ganancia. Por un rodeo se llegaría al mismo resultado al que
tiende la «participación» gaullista: quitar a los trabajadores la conciencia de
ser explotados, sin suprimir las causas esenciales de su explotación.
La respuesta inmediata que tanto los acontecimientos de mayo como el
análisis socio-económico del neocapitalismo sugieren al problema del re-
planteo de los marcos capitalistas de la empresa y de la economía no puede
ser ni la de la «participación» (colaboración de clase abierta) ni la de la «auto-
gestión» (integración indirecta en la economía capitalista), sino la del control
obrero. El control obrero es para los trabajadores el equivalente exacto de lo
que el cuestionamiento total representa para los estudiantes.
El control obrero es la afirmación de los trabajadores de su oposición a que
la patronal disponga libremente de los medios de producción y de la fuerza
de trabajo. La lucha por el control obrero es la lucha por un derecho de veto de
los representantes libremente elegidos por los trabajadores y revocables en
todo momento sobre los empleos y los despidos, sobre las cadencias, sobre la
introducción de nuevas fabricaciones, sobre el mantenimiento de la supre-
sión de toda fabricación dada y evidentemente sobre el cierre de las empre-
sas. Es el rechazo a discutir con la patronal o el gobierno en su conjunto sobre
el reparto de la renta nacional, mientras los trabajadores no hayan adquirido
la posibilidad de descubrir la forma en que los capitalistas mienten cuando
hablan de los precios y de las ganancias. Es, en otros términos, la apertura de
los libros de cuentas patronales y el cálculo por parte de los trabajadores de
los verdaderos precios de costo y de los verdaderos márgenes de utilidades.
El control obrero no debe ser concebido como un esquema concluido que
la vanguardia trata de colocar sobre el desenvolvimiento real de la lucha de
clases. La lucha por el control obrero [35]—con la cual se identifica en gran
parte la estrategia de las reformas de estructura anticapitalistas, la lucha por
el programa de transición —debe por el contrario reflejar todos los cambios
64 AUTORES VARIOS
ANTONIO LETTIERI
-
PAOLO SANTI
GOLISMO Y SINDICATOS
66 AUTORES VARIOS
presupuestos se habían acumulado uno después del otro: en mayo se desa-
rrolla la última escena grandiosa de un drama cuyos primeros actos comen-
zaron mucho antes y que había ya presentado sus personajes y, en escala re-
ducida, los episodios que volveremos a encontrar en mayo. Además, en mayo
descendieron al campo de batalla los estudiantes y con ellos, lo que no es poco
contar, otros grupos sociales cuyo ingreso en la lucha indica a qué altura había
llegado la crisis gaullista.
De esta historia que precede y explica los acontecimientos de mayo y su
extensión nos proponemos examinar solo algunos aspectos: las característi-
cas del desarrollo neocapitalista francés, la especificidad de su dirección po-
lítica, las relaciones entre régimen y sindicatos y entre estos y el movimiento.
Tomamos como punto de partida 1963 que se presenta, a nuestro entender,
como un año de cambio para la perspectiva económica, política y sindical de
la Francia capitalista. En efecto, 1963 es el año de la huelga de mineros —la
más larga y dura de las huelgas desarrolladas hasta ese entonces—, el año
del despertar obrero. Pero es también el año de apertura de una política más
compleja y sobre todo más dura del régimen frente a los sindicatos, de la ley
antihuelga en el sector público, y de la Conferencia triangular sobre la política
de ingresos. Es el año del plan de estabilización y de elaboración de los crite-
rios que inspirarán el V Plan de desarrollo.
Se puede decir que en 1963 se entra en la segunda fase del gaullismo que,
liquidados los problemas mayores heredados de la IV República —de las difi-
cultades financieras a la guerra de Argelia— afronta la tarea de una remode-
lación de la estructura económica y social que debería garantizar a Francia la
obtención de una posición nueva a nivel internacional y suplir, mediante la
acentuación del momento tecnocrático y, por tanto, autoritario, las contra-
dicciones del desarrollo capitalista y las debilidades del proceso francés en
particular. En cuanto a las contradicciones sociales, el régimen trata de supe-
rarlas oscilando en la práctica entre el paternalismo (cada vez menos vivo) y el
autoritarismo (cada vez más fuerte), y pasando del participacionismo obrero
al rechazo del papel de intermediación autónoma del sindicato. El resultado
de esta política será una brecha cada vez más profunda entre el régimen y la
clase obrera.
El año 1963 había comenzado en un clima de aguda tensión social que des-
embocaría el 1 de marzo en la huelga de los mineros. Es necesario decir que
los sindicatos habían hecho todo lo posible para evitar la huelga. La CGT en los
dos primeros meses del año había logrado imponer una forma de agitación
basada en la reducción de la producción. Pero el gobierno, de quien depen-
día la solución del conflicto, había optado por la línea dura. De Gaulle había
68 AUTORES VARIOS
cada empresa. En la tercera fase, vuelven a entrar en escena los sindicatos a
los que les corresponde la tarea de distribuir el aumento global fijado por el
gobierno entre las diversas categorías de personal de cada empresa. El sindi-
cato oscila así entre una función técnico-notarial en la primera fase y una de
administración delegada de las sumas obtenidas en la tercera.
70 AUTORES VARIOS
debía mostrarse desencantado de que el hombre de la lucha contra los nazis,
el hombre de la descolonización en Argelia, no fuera también el del progreso
social. Tanto más que, como se verá, su organización, al menos al comienzo,
no se había mostrado inflexible ante las propuestas de un política de ingresos.
En realidad, en la Conferencia de ingresos (octubre de 1963-enero de 1964)
la división no pasará solo entre sindicatos por un lado y gobierno y patronal
por el otro, sino también en el interior de cada uno de estos dos encuadra-
mientos. En el interior del gobierno, o mejor de los hombres políticos y de los
técnicos de la administración, existe alguna diferencia entre un Massé, que
quiere obtener la colaboración de los sindicatos, como la había buscado y teo-
rizado un tiempo antes Calandon, y un Pompidou que parece apuntar, desde
el comienzo, al control de los salarios públicos y a un mayor rigor frente a los
sindicatos. Ni falta tampoco la tradicional corriente liberal, personificada por
Rueff, que frente al fracaso sustancial del IV Plan, reivindica el puro y sim-
ple abandono de la política de programación y el retorno a los mecanismos
del mercado.
También el frente sindical está dividido. La CGT es decididamente hostil y
uno de sus secretarios, Henri Krasucki declara que con la política de ingresos
se quiere «reforzar la presión sobre los salarios para intentar resolver a ex-
pensas de los trabajadores las dificultades económicas de las que ellos no son
responsables y que derivan, en realidad, de la política de los grandes grupos
capitalistas y del poder mismo» (Le Peuple, 1 de febrero de 1964). En lugar de
la política de ingresos, justamente definida como política de salarios, se recla-
ma el control de las ganancias, el aumento de los salarios y del SMIG (salario
mínimo interprofesional garantizado) en particular, la cesación de la práctica
de fijar unilateralmente los salarios del sector público, el mejoramiento de la
gestión de la Seguridad social y el abandono de toda tentativa de limitarla, al
mismo tiempo que es privilegiado el principio de la «libre discusión contrac-
tual con exclusión de la intervención del Estado» y se exige «la conclusión de
verdaderos contratos colectivos que garanticen salarios reales y no ficticios».
Force Ouvriere asume también ella una posición desfavorable, mientras
que la tercera gran organización de los trabajadores, la hoy denominada CFDT
y que por entonces se llamada CFTC, adopta una posición más favorable. Ella
rechaza toda política de ingresos limitada únicamente a los salarios y subraya
que la política de ingresos «requiere una extensión del poder contractual de
las organizaciones sindicales en materia de contratos colectivos y de acuer-
dos salariales»; declara que no es posible vincular al sindicato por el solo he-
cho de estar presente en esta o aquella comisión encargada de emitir opinio-
nes: pero, en sustancia, al menos una parte de ella está dispuesta a colaborar
y a participar en una política de ingresos, con estas comisiones, si entre los
objetivos del gobierno está también el de elevar los salarios más bajos, redu-
cir las diferencias zonales, y si se pondrán en práctica aquellos instrumentos
capaces de suministrar mejores indicadores para el control de los precios y
de las ganancias. En sustancia, mientras para la CGT una política de ingresos
es inconcebible e impracticable en un régimen capitalista, para la CFTC una
política de ingresos es posible y aceptable solo si se efectúan reformas de es-
72 AUTORES VARIOS
res, llevar al sindicato a colaborar con la dirección en la fijación de normas no
aceptables, en suma, a «enchalecarlo». La CFDT, más que a los problemas de la
organización del trabajo, más que a las condiciones bajo las cuales es erogada
la fuerza de trabajo, tiende a la coparticipación en la gestión de la empresa, a
la necesidad de su reforma y a la contratación de la planificación económica
a nivel nacional.
El resultado práctico de esta actitud es que las batallas conducidas por las
organizaciones sindicales raramente tienen como centro los problemas rela-
tivos a las condiciones de trabajo. Y sin embargo, en los últimos años los ritmos
de trabajo se han intensificado, el problema de un sistema justo de califica-
ciones se ha agravado en un país donde masas crecientes de jóvenes reciben
una instrucción profesional superior y que pueden trabajar solo aceptando
tareas de obreros comunes. Las luchas de los próximos años, como se verá,
demuestran que estos problemas tienen un peso enorme en la formación de
una conciencia de lucha y no parece que puedan ser resueltos solo a través
de la contratación del precio de la fuerza de trabajo, solo mediante mayores
salarios, o planteando míticas exigencias de reforma de la empresa. Se puede
afirmar que la CGT y la CFDT se han apartado de estos temas —de Force Ou-
vriere no vale la pena hablar, porque está excluida de cualquier problema—,
una porque mira demasiado hacia abajo, la otra porque apunta demasiado
hacia arriba: pero, concretamente, las dos organizaciones dejan este espacio
enorme al arbitrio patronal, sin lograr descubrir cuál es el verdadero conte-
nido de las acciones en las empresas, sin elaborar un sólido fundamento de
lo que debería ser la política de los sindicatos en un país capitalista moderno.
Debemos señalar para no ser malentendidos que la laguna de la estrategia
del sindicalismo francés encuentra explicaciones válidas en la situación del
país. La permanencia de sectores no dinámicos (desde el minero a una gran
parte de la industria), el bloqueo de los salarios, el rechazo de la patronal a
contratar y la política de programación, explican cómo el sindicalismo fran-
cés puso su atención sobre todo en determinados temas, en primer lugar el
de los salarios. El camino escogido por el régimen gaullista fue el de imponer,
con instrumentos directos e indirectos, límites precisos a la dinámica salarial
justamente para proceder, en los años que van de 1964 a 1968, a un esfuerzo
que quería ser poderoso por modificar la economía francesa, con el objeto de
hacerla más fuerte ante la concurrencia internacional. Se puede afirmar que
en la posguerra ningún país actuó con tanta coherencia y decisión para alcan-
zar los objetivos planteados por el plan y que en ningún país la intervención
estatal ha sido tan decisiva. Si los resultados no siempre correspondieron a
las intenciones, esto no debe hacemos perder de vista la dureza conque se
tendió a ello. Los años del V Plan son los de la política antinorteamericana del
general de Gaulle, los años de una batalla que no se libra solo con una política
exterior distinta, sino también con una política capaz de poner en condicio-
nes a la economía francesa de tratar desde posiciones menos desfavorables
con la industria estadounidense. No olvidemos que 1964 se cierra con el tras-
paso de la Bull a la General Electric y que este hecho reforzará en el gobierno
sus propósitos de consolidar la industria francesa y lo conducirá a favorecer,
AUTORITARISMO Y SINDICATOS
74 AUTORES VARIOS
se concedió tanto poder aparente a los sindicatos en los países de Europa oc-
cidental. Poder aparente a través de sus representantes, directos o indirectos,
en el gobierno por intermedio de los partidos socialdemócratas; presencia en
todos los organismos de programación, de política de ingresos, etc. El neo-
capitalismo está en búsqueda de una paz social contratada. Los sindicatos se
convierten en interlocutores fundamentales del gobierno y de la patronal. Se
apunta al reforzamiento del sindicato, a su institucionalización, para hacerlo
responsable de los trabajadores ante el gobierno.
En Francia el ejercicio del poder sigue un camino distinto. El poder del Eje-
cutivo es todo, de manera explícita e intransigente; se coloca como expresión
de la «voluntad general». Define un proyecto de desarrollo de la sociedad y exi-
ge a las partes sociales conformarse con él, sin que les sea reconocida ningu-
na autonomía. La paz social es impuesta, no contratada. El vaciamiento de los
sindicatos, de todo poder efectivo, contribuye en una primera fase a paralizar
el rechazo obrero, pero al mismo tiempo prepara el enfrentamiento frontal. El
V Plan, para cuya definición fueron llamados los sindicatos, es rechazado por
las tres Confederaciones. Falta cualquier otra posibilidad de mediación polí-
tica con el régimen y en ningún otro país europeo la ruptura entre gobierno y
sindicatos se muestra tan profunda.
Los objetivos del V Plan en materia de política de ingresos son por lo demás
bastante claros. Es previsto un aumento, a precios constantes, del 2,8 % para
cada año de los salarios de los trabajadores que no cambian de calificación,
mientras que el aumento que comprende el desplazamiento «categorial» no
debe superar el 3,3 % anual. El objetivo del plan es el de favorecer una tasa
más elevada de autofinanciamiento y de ganancias, como lo muestra clara-
mente el hecho de que se tienda a obtener un aumento de la productividad
superior al de los salarios. Pompidou había sido explícito en 1963 cuando afir-
mó que con la política de ingresos «no se quiere impedir a una industria au-
mentar sus propios margenes de ganancia». Se descontaba una oscilación de
los precios del 1,5-2 % anual y, por consiguiente, se preveía un aumento de los
salarios nominales de aproximadamente el 5 %, contra el 8-10 % de los años
precedentes. La realidad se encargará de demostrar que los incrementos en
los precios serán superiores y que el aumento del poder de compra de los tra-
bajadores será netamente inferior al indicado por el plan. El poder de compra
de un obrero parisino con dos hijos, por ejemplo, aumentó en el bienio 1964-
65 en un 4 %, con un incremento medio anual inferior al famoso 3,3 %. Para
los dependientes públicos, por otra parte, existe casi un congelamiento de las
retribuciones.
En resumen, el gobierno ha logrado desde 1964 a 1966 alcanzar y superar
los objetivos que se había planteado en materia de dinámica salarial. Para ello
ha sido ayudado por el comportamiento de la patronal y de la misma estruc-
tura de la economía francesa que es, y lo era sobre todo hasta 1966, menos
concentrada que la de los demás países y en la cual tenían menos fuerza los
mecanismos que tienden a hacer aumentar las diferencias de productividad,
de ganancias, y por tanto, de salarios entre empresa y empresa. La posibilidad
de que automáticamente se pusiera en movimiento la espiral «salarios-sala-
76 AUTORES VARIOS
En los sindicatos el debate en torno a la táctica queda abierto: ¿luchas gene-
rales o luchas parciales? En teoría, tanto la CGT como la CFDT sostienen la exi-
gencia de combinar los dos momentos. En la realidad, la táctica que prevalece
es la de las grandes manifestaciones, la táctica del «tous ensemble», o, como
se expresará un delegado en el congreso de la CGT de 1965, «una lucha de cla-
se contra clase», manifestaciones de masa que incorporan a todo el país en
un enfrentamiento global con el gobierno y la patronal. Pero es precisamente
este tipo de respuesta general, que al mismo tiempo aparece como genérica y
privada de continuidad, la que no logrará sacudir la intransigencia del gobier-
no y de los empresarios.
Esto no significa que los salarios sean bloqueados, sino que el ritmo de in-
cremento es en general bajo y resultado de decisiones unilaterales del gobier-
no y de la patronal. Por lo demás, los destajos, los premios (que tienen siempre
un carácter antihuelga), las calificaciones, ritmos, etc. son unilateralmente
manejados por las direcciones de las empresas. En todos los niveles los sindi-
catos son golpeados así en sus funciones fundamentales y ante todo en la de
negociación. En la primavera de 1965, Bergeron, secretario general de FO —el
sindicato siempre disponible para cualquier tratativa separada con el gobier-
no y con la patronal y visceralmente hostil, a pesar de todas las invitaciones
de la CGT, a la unidad de acción sindical— escribe lo siguiente: «Encontramos
siempre en el sector privado los porcentajes de aumento fijados por el gobier-
no en el sector público o nacionalizado [...] y los patrones son muy felices de
aprovechar la ocasión ofrecida por el gobierno para oponerse a las reivindica-
ciones de los sindicatos».
Esta concepción autoritaria y paternalista del gobierno que corresponde,
como hemos visto, a una determinada concepción de la planificación y del
poder, a la negación de la autonomía y de la función de aquellos cuerpos in-
termedios cuya función mediadora el neocapitalismo tiene a desarrollar en
otros países, es precisamente la que prepara paso a paso el enfrentamiento
directo entre patrones y gobierno por un lado y trabajadores por el otro.
En la primavera de 1965, tres años antes del mayo que sacudirá a Francia,
se pueden observar los primeros indicios del enfrentamiento. Hay huelgas en
Peugeot (Sochaux), en Berliet, en Nantes, y en la Bull. Las razones son diver-
sas: reducción del horario de trabajo (Peugeot), que en Francia es como térmi-
no medio de 46-47 horas semanales, aumentos salariales (Berliet), oposición
a los despidos (Nantes y Bull). En todas partes la reacción patronal es dura e
intransigente. Se despiden los activistas sindicales, se responde con el cierre.
El gobierno está siempre detrás de los patrones, los estimula a permanecer
intransigentes. La reacción de los trabajadores es igualmente combativa: en
la Peugeot las agitaciones duran un mes. En general, se expanden y engloban
a ciudades enteras. Los obreros se enfrentan casi siempre con la policía. Los
sindicatos reencuentran en la base, bajo el impulso de los trabajadores, la uni-
dad que no logran realizar a nivel central. Pero los resultados son casi siem-
pre desalentadores: frecuentemente, cuando los obreros retoman a la fábrica,
después de algunas concesiones, retoman espontáneamente la acción.
78 AUTORES VARIOS
documentos de los congresos de la CGT y de la CFDT), entre unos y otros sigue
existiendo una brecha profunda.
LA PREHISTORIA DE MAYO
80 AUTORES VARIOS
EL GOBIERNO VUELVE A ATACAR
82 AUTORES VARIOS
la Banque National pour le Crédit a l’Industrie y el Comptoir National d’Es-
compte, entre Pechmey y Tréfimetaux, etc. En todos los casos, al igual que en
la última fusión recordada relativa al sector del aluminio y de los metales no
ferrosos, la sociedad que nacía estaba en primer lugar en Europa o en el Mer-
cado Común. Y todo esto no era simplemente el resultado de las tendencias
espontáneas de la economía sino también el resultado de los instrumentos
que el gobierno había puesto en funcionamiento: planes sectoriales, contra-
tos sobre programa, etc.
Pero precisamente en el mismo período, y no sin razones, la desocupación
estaba en aumento. A fines de 1966, las demandas de trabajo insatisfechas
eran 156 500 y ascendían a 225 000 a fines de 1967. Resultan afectadas so-
bre todo algunas regiones: el Norte, Lorena, la región de París, etc. Son en ge-
neral las zonas donde era más sensible la tendencia a las concentraciones.
Y quienes sufren en primer término el aumento de la desocupación son los
jóvenes. Toda la situación social se iba deteriorando: seguían en pie muchos
problemas de vieja data y los pasos adelante que se habían dado suscitaban
nuevos problemas, mientras que en el conjunto se manifestaba claramente
la dificultad de perseguir metas tan ambiciosas como las planteadas por el
gobierno. La única solución que este parecía encontrar era aumentar los cos-
tos del proceso de renovación sostenidos por los trabajadores. ¿Pero, cuánto
habría durado?
Al igual que la primavera, el otoño de 1967 es cálido en Francia. Pero aún
más que la primavera, demostrará la debilidad de la estrategia sindical. El mes
de octubre se abre con una semana de acción promovida por la CGT y la CFDT.
Serán luchas parciales, fragmentarias y débiles alternadas con manifestacio-
nes y recolección de firmas en peticiones contra el gobierno. El 19 de octubre
la CGT y la CFDT proclaman una huelga en los transportes de la zona de París
y entre los telegrafistas postales. Luego, se producen los choques del 26 de oc-
tubre en Le Mans, en la Renault sobre todo, y en Mulhouse, obreros, jóvenes en
primera fila, se enfrentan con la policía y en Mulhouse estallan en pedazos los
vidrios de la prefectura. Las reivindicaciones son las habituales: salarios, pro-
testas contra los decretos sobre la Seguridad Social, desempleo, aquí y allí los
reclamos de contratos nacionales por categoría. Son exigencias justas, pero
son probablemente reivindicaciones defensivas, que llegan siempre con re-
traso en una situación que se agrava continuamente. Al mismo tiempo, en los
últimos meses de 1967 la unidad sindical no aparece muy sólida. Dejando a un
lado a la FO, que se limita a dividir con la patronal los presidentes de las Cajas
nacionales de la Seguridad Social, también la CFDT rehúsa, por distintas ra-
zones, participar en algunas huelgas con la CGT. En los ferrocarriles la huelga
del 17-20 de noviembre será proclamada solo por la CGT y lo mismo ocurrirá
con algunos sectores en ocasión de la huelga del 13 de diciembre (no obstante,
en la mayor parte de las empresas nacionalizadas afectadas al movimiento
está presente también la CFDT). Esta última huelga tiene un resultado menos
feliz que su análoga del 17 de mayo, ya sea porque la unidad de acción entre los
sindicatos resulta más débil, ya sea porque la participación es menor aún en
los lugares donde la huelga fue declarada conjuntamente por ambas organi-
84 AUTORES VARIOS
LAS HUELGAS DE CAEN: LA PRUEBA
GENERAL
86 AUTORES VARIOS
con una posible victoria de la acción sindical a nivel local». Joanine Roy, redac-
tora de Le Monde, escribe que los acontecimientos de Caen no son episodios
aislados: «... no pasa día sin que en algún lugar, en Burdeos o en Angers, en
Lyon o en Nantes, en Bretaña o en Lorena, se produzcan manifestaciones que
expresan la inquietud de los trabajadores afectados o amenazados por la des-
ocupación y golpeados en sus niveles de vida... Sería aventurado afirmar que
las organizaciones sindicales preparan deliberadamente una escalation, pero
es cierto que se está evidenciando un malestar social profundo y diferente en
sus motivaciones». (Le Monde, 28-29 de enero de 1968).
Y Jean Lacouture observa, siempre en Le Monde (7 de febrero de 1968) no sin
lucidez: «La semana violenta de Caen ha sido testimonio del potencial obrero
de la zona y una advertencia para los notables y el poder... Ella ha mostrado
también el peligro que corre un régimen al comprimir sistemáticamente el
papel de las intermediaciones políticas dejando frente a frente a la masa y a
los polizontes». Algunos meses después los hechos debían dar la razón a estos
periodistas más agudos que tantos hombres de gobierno y más atentos a los
humores de los obreros que muchos sindicalistas.
Este análisis, aunque sumario, nos permite realizar algunas breves consi-
deraciones.
Los hechos de mayo significaron, a pesar de la conclusión, un golpe serio
a la línea «dura» gaullista en sus relaciones con la clase obrera. Si el camino
socialdemócrata se está deteriorando cada vez más por la propia incapaci-
dad de conciliar las exigencias autoritarias ínsitas en el neocapitalismo con
la tentativa de conquistar el consenso de la clase obrera, el camino francés, el
camino gaullista, se ha mostrado incapaz de imponer a la clase obrera el auto-
ritarismo viejo y nuevo que lo caracteriza. La predeterminación de la dinámi-
ca salarial, la negación de toda facultad de negociación al sindicato, la fijación
unilateral por parte de la patronal de las condiciones de trabajo, etc., lograron
durante un largo tiempo algún éxito, pero fueron también la causa de la lucha
más importante que la clase obrera occidental haya realizado en la posguerra.
Los acontecimientos de mayo-junio fueron originados inmediatamente
por la represión del gobierno del movimiento estudiantil y uno de los ele-
mentos más importantes en esos acontecimientos fue la entrada en esce-
na de grupos y fuerzas sociales no pertenecientes al proletariado. Las raíces
del comportamiento de la clase obrera, no obstante, se asientan en la brecha
abierta en el curso de los últimos años entre el régimen, por un lado, la clase
obrera y los sindicatos, por el otro. Desde hace por lo menos tres años, para no
88 AUTORES VARIOS
mucho y, desde cierto punto de vista, es ya mucho: un resultado extraordina-
rio en presencia de circunstancias extraordinarias. Pero entre la plataforma
reivindicativa y las dimensiones actuales del movimiento la distancia es, sin
embargo, incolmable: si las reivindicaciones de las distintas empresas son,
sobre todo el comienzo, «tradicionales», la dureza de la lucha, el rechazo de
los acuerdos, etc., demuestran que los trabajadores querían, a veces confusa-
mente, pero lo querían, otra cosa. El rechazo de los acuerdos de Rue de Grene-
lle ilumina súbitamente todo lo ocurrido en mayo y en los años precedentes.
A esta altura se plantean algunos problemas que nos interesan directa-
mente y que están presentes también en Italia, aunque en Francia asuman
una dimensión mayor. Si los acuerdos firmados por los sindicatos hubieran
sido aceptados se habría podido concluir que no solo era válida la plataforma
de los sindicatos, sino que era válido el rechazo a politizar su acción, o cuanto
menos que esta autolimitación correspondía a las características del movi-
miento. Pero el comportamiento de la clase obrera, aún de aquella ligada a
los sindicatos —como los trabajadores de la Renault de Billancourt— revela la
dramática debilidad de una línea, sostenida sobre todo por la CGT, que frac-
tura la unidad entre momento político y momento sindical. En el momento
en que el movimiento rechaza la dicotomía entre acción «sindical» y acción
«política», la estrategia de las organizaciones sindicales y de los partidos re-
vela irremediablemente su crisis y se demuestra imposible. La lucha es, en un
comienzo, generalizada, pero luego se disgrega inevitablemente en una serie
de tratativas por empresas que aíslan y debilitan los puntos de mayor resis-
tencia: los sindicatos apuntan a la conclusión y dejan de lado la fase política,
reducida ahora a fase electoral.
El problema parece particularmente importante para nosotros, italianos.
La larga, y aún no concluida, batalla por la autonomía del sindicato no puede
significar ni que el sindicato asume la tarea de guía política, rebasando a los
partidos, ni que deben ser predeterminados los respectivos campos de acción
de los partidos y de los sindicatos. La experiencia francesa nos muestra cómo
en ciertas circunstancias, después de diez años en los que la ruptura entre la
clase obrera y el régimen no había hecho otra cosa que agravarse, el sindicato
no podía dejar de asumir como dato real, sindical y político a la vez, la volun-
tad de derribar al régimen, es decir, que en términos sindicales significaba
el rechazo a tratar con el gobierno, al menos hasta que se hubiese demostra-
do la imposibilidad de satisfacer esta exigencia, presente aunque confusa-
mente en el movimiento, por la incapacidad de los partidos para realizar una
alternativa.
El otro aspecto del problema no es menos serio y concierne también él a
todo el sindicalismo de Europa occidental. Una vez abiertas las tratativas
con el gobierno Pompidou o, supongamos, con un gobierno guiado por Men-
dés-France o con un gobierno democrático popular con la participación de
los comunistas, y diremos tanto más en estos dos últimos casos, ¿era posible
mantener el viejo esquema reivindicativo basado sustancialmente en el au-
mento del poder adquisitivo? Y entonces, ¿a quién correspondía la lucha para
una transformación de las relaciones en el interior de la empresa, para dar
90 AUTORES VARIOS
GILLES MARTINET
1905 EN FRANCIA
92 AUTORES VARIOS
ca por qué el ejemplo de los estudiantes resultó tan contagioso y por qué los
acontecimientos asumieron una forma revolucionaria.
La legalidad se deja rápidamente de lado y durante muchas semanas el go-
bierno será incapaz de restablecerla. Las manifestaciones se llevan a cabo sin
autorización. Los edificios públicos son entregados a los estudiantes. Se alzan
barricadas en las calles de París. Las huelgas se desencadenan sin preaviso.
Millares de empresas son ocupadas por los obreros. En la mitad de los depar-
tamentos los prefectos, aislados en sus residencias, pierden el control. En Pa-
rís, los ministros conducen individualmente los negocios: uno abandona sin
discutir lo que otro rechaza con obstinación.
Así, llega el día en que el movimiento se ha extendido y el gobierno se halla
paralizado de tal modo que, para millones de franceses, el derrocamiento del
régimen es ya solamente una cuestión de horas. Ese día es el miércoles 29 de
mayo de 1968.
De haber existido un mínimo proyecto de insurrección, ese miércoles hu-
biera sido precisamente el momento en que el poder hubiese debido cambiar
de mano. Pero en realidad, no existía ni un proyecto ni una verdadera posibi-
lidad de insurrección. El problema del poder se planteaba de distinto modo.
Tres episodios dominaron la jornada del 29. Resulta útil examinarlos deta-
lladamente porque constituyen una explicación de toda la crisis de mayo.
LA INSEGURIDAD GOLISTA
94 AUTORES VARIOS
mino de la ilegalidad. Es cierto que Mitterrand tuvo la precaución de consi-
derar la hipótesis del fracaso del referéndum, previsto entonces para el 16 de
junio y, por lo tanto, la dimisión del general de Gaulle. Pero aún en este caso
sería necesario violar la constitución para separar de su cargo a Pompidou e
instaurar un nuevo poder antes de convocar a elecciones.
Los dirigentes comunistas no pueden quedarse atrás. Deben tomar la ini-
ciativa. Por ello la CGT anuncia su intención de organizar una gran manifesta-
ción popular para el miércoles 29 de mayo.
EL JUEGO COMUNISTA
96 AUTORES VARIOS
en vano. Luego de establecer esto, reconocen la existencia de otros problemas
a los cuales, sin embargo, consideran de competencia del partido. Este debe
aprovechar los acontecimientos para conducir a la Federación a retomar la
discusión del programa común y para dar lugar, junto con los comunistas, a
una gran campaña en favor de un «gobierno popular y de unión democráti-
ca». Es lo que Waldeck-Rochet propone en una carta dirigida a Mitterrand el
27 de mayo.
¿Pero de qué modo puede favorecerse el ascenso al poder del «gobierno
popular»? La posición del partido comunista no se presta a equívocos: dando,
dice el partido, «pleno significado a las consignas de disolución de la Asam-
blea Nacional y nuevas elecciones». La única vía considerada es, justamente,
la vía del parlamentarismo.
La manifestación que el gobierno había temido comienza a las 15 horas y
termina a las 20. Es poderosa, disciplinada, alegre. La muchedumbre grita a
voz de cuello: «Que renuncie de Gaulle» y «gobierno popular», pero se disuel-
ve sin dificultad. Algunos miles de estudiantes participan en la marcha; la ma-
yor parte de los manifestantes de Charléty está ausente.
Este es el resultado de una sorprendente decisión de la UNEF. Había trata-
do de arrastrar a la CGT a nuevas manifestaciones populares y lo consiguió;
había intentado obligarla a tener en cuenta nuevamente al movimiento estu-
diantil y los representantes de la CGT pidieron oficialmente a la UNEF su par-
ticipación en la demostración del 29. Pero la invitación, que hubiese tenido
que satisfacer a la UNEF, fue declinada. El pretexto aducido —la CGT aún no
había tomado posición alguna contra la expulsión de Cohn-Bendit— resulta
fútil si se piensa en la importancia de la jornada y en el papel que hubiesen po-
dido cumplir los jóvenes que representan la «punta de lanza» del movimiento.
Por solidaridad con los estudiantes, la CFDT y la Federación de la instrucción
nacional se niegan, a su vez, a tomar parte en la manifestación que, por con-
siguiente, estará totalmente controlada por el servicio de orden comunista.
La postura de la UNEF puede explicarse de dos maneras. Primeramen-
te, considerando el carácter apasionado de las polémicas que, durante tres
semanas, enfrentan a los comunistas con los grupos revolucionarios de la
universidad, y en segundo lugar, recordando el descontento que provoca la
perspectiva de un gobierno con Mendés-France entre los estudiantes del PSU
quienes, como es sabido, constituyen la mayoría dentro del cuerpo directivo
de la UNEF. A la consigna «gobierno popular», los estudiantes no quieren opo-
ner otra: «gobierno provisorio». Temen que, debido a tal fórmula, los hombres
de la izquierda tradicional recuperen un puesto que el movimiento les había
hecho perder.
98 AUTORES VARIOS
prender que la Federación no tenía la solidez necesaria para asumir tal direc-
ción. Sus líderes se mostraban llenos de buena voluntad, es cierto, no habían
hecho nada de malo, salvo algún discurso mediocre en la Asamblea Nacional.
Simplemente habían olvidado determinar una política y tomar la iniciativa.
Entre el centro de decisiones formado por el partido comunista y por la CGT,
y el polo de agitación constituido por el movimiento estudiantil, el PSU y una
parte de la CGDT, la Federación no tenía ninguna relevancia. Para la opinión
pública, un gobierno PC-FGDS se convertía automáticamente en un gobierno
de predominio comunista. Pero, en el país, no existía una mayoría que permi-
tiese aceptar un gobierno semejante.
Esta es la situación que coloca en primera línea a Mendés-France. Es consi-
derado un hombre enérgico, capaz de enjuiciar a los enemigos, pero también
de imponerse a los aliados. Se lo considera uno de los más importantes ex-
pertos franceses en el campo económico. Y finalmente pertenece al PSU, es
decir, al partido que se halla ligado a la avanzada del movimiento. A partir del
19 de mayo, la minoría del partido unida en la asociación «Poder socialista»,
lanza públicamente la idea de formación de un gobierno de transición «según
el procedimiento propuesto hace algunos años por Mendés-France».
Es obvio que la operación tiene un amplio margen de ambigüedad. El ré-
gimen continúa debilitándose y pronto se verá a una parte del centro y a al-
gunos sectores patronales volverse hacia Mendés-France. Dentro de la FGDS
son los radicales quienes piden que se inicien los contactos. En Le Monde, la
primera «tribuna libre» que llamará a Mendés-France al poder, aparece la fir-
ma de Fabre-Luce. Esto explica la desconfianza de los comunistas y de los es-
tudiantes revolucionarios.
Existe un modo de eliminar esta ambigüedad: consiste en precisar el pro-
grama y la composición del eventual gobierno provisorio, y en discutir con
Mendés-France en persona. Y, en efecto, en la semana que va del 20 al 26 de
mayo se establecen los contactos. La tarde del 26 se reúnen en la casa de un
médico de París los miembros de la dirección nacional del PSU, un cierto nú-
mero de sindicalistas, el vicepresidente de la UNEF Jacques Sauvageot, Pierre
Mendés-France y el autor del presente artículo. Estamos en vísperas de la ma-
nifestación en el estadio Charléty, a setenta y dos horas de la jornada decisiva
del 29 de mayo. Es el momento de tomar las decisiones.
Falta poco tiempo para que se cumplan doscientos años desde que Siéyes,
a comienzos de la gran Revolución francesa, formulara la famosa pregunta:
«¿Qué es el Tercer Estado? Nada. ¿Qué es lo que quiere ser? Algo» Un siglo
más tarde, la Internacional proclama: «Nosotros no somos nada, queremos
ser todo».
Esta voluntad de «ser», es decir, de existir plenamente en cuanto persona
humana libre y adulta, constituye la característica fundamental de la revolu-
ción de mayo de 1968 en Francia, revolución cuya derrota es solo aparente y
que señala el comienzo del siglo XXI.
El drama de las organizaciones sindicales francesas —y sobre todo de la
CGT como así también de la FO— y de los partidos tradicionales de izquierda
(PCF y FGDS) es no haber comprendido claramente este aspecto esencial del
problema, atendiendo a las reivindicaciones cuantitativas allí donde existía,
antes que nada, un rechazo cualitativo. En otras palabras y en términos filo-
sóficos, los aparatos directivos tradicionales de los sindicatos y de la izquierda
siempre han planteado exclusivamente y con prioridad el problema del «te-
ner», mientras que, para las masas, surgía el problema del «ser» con una fuer-
za sin precedentes.
Entendámonos bien. Se trata aquí de una distinción filosófica, mientras
que en la realidad concreta ambos problemas se hallan necesariamente liga-
dos. Además es evidente que, dentro de un régimen capitalista, es imposible
ser alguien sin antes poseer algo. En algunas páginas inolvidables de El Capi-
tal Karl Marx ha puesto de manifiesto el increíble poder del oro —es decir, del
tener por excelencia— que permite a quien lo posee no solo adquirir lo que
aún no tiene, sino también transformarse en lo que realmente no es.
En un campo más cotidiano, los marxistas y todos los socialistas saben,
desde hace mucho tiempo, que es ilusorio hablar de libertad o de dignidad
humana a quien muere de hambre, del mismo modo que es criminal hablar
de cultura a quien no sabe leer.
Por este motivo no niego, de ningún modo, que las reivindicaciones eco-
nómicas cuantitativas de la clase obrera y aún de los estudiantes hayan ju-
gado un papel muy importante en las grandes luchas de mayo de 1968. Nadie
puede negar que los estudiantes reclamaban un mayor número de facultades
modernas y mejor equipadas, y también mayor cantidad de mejores profe-
sores; nadie intenta negar la evidencia de los bajos salarios y el deseo de los
obreros, empleados y funcionarios de obtener un aumento sensible en sus in-
gresos y, al mismo tiempo, de conseguir una reducción del número semanal
Manuel Bridier.
Existe una sola condición para solucionar rápidamente la crisis actual: tra-
ducir a la realidad política los objetivos básicos del movimiento. Todos temen
que un intento de represión policial desencadene la explosión. Pero existe otro
riesgo, el de hacer desviar el movimiento de sus reales fines [...]
Si se renuncia a las reformas de estructura exigidas por el reconocimiento
del poder organizado de los trabajadores dentro de la empresa y de los estu-
diantes dentro de la universidad; si se renuncia a la definición de las modali-
dades según las cuales estas fuerzas ejercitarán un control sobre la gestión; si
se canaliza la irritación popular hacia reivindicaciones puramente materiales
para lograr una falsa reparación gubernamental, es de temer que los estudian-
tes, los obreros y los campesinos, engañados una vez más, se disgusten verda-
deramente. Quiérase o no, la crisis de la sociedad capitalista moderna y de su
sistema de gobierno ha comenzado.
Una vez más fue la vigorosa resistencia estudiantil a las provocaciones del
gobierno lo que dio nuevo impulso y nueva perspectiva a la acción. Y fue el
apoyo político otorgado a la resistencia estudiantil, la forma y el contenido de
este apoyo, los que una vez más se convirtieron en el criterio válido para dis-
tinguir las fuerzas de transformación social de aquellas que es necesario de-
finir como elementos conservadores del movimiento obrero.
Hacía falta no haber entendido nada respecto a las exigencias de los estu-
diantes, hacía falta haber perdido el sentido de la más elemental solidaridad
para no comprender todo el significado de la cuestión Cohn-Bendit. Contra-
riamente a la imagen construida por la prensa, Daniel Cohn-Bendit no fue el
jefe del movimiento estudiantil por la simple razón que este movimiento no
Entonces la CGT, que desde hacía días se esforzaba, como lo había hecho
el 13 de mayo, para impedir todo contacto en el interior de las fábricas entre
los estudiantes y los obreros, lanzó a su vez una convocatoria para una mani-
festación a realizarse el 24 de mayo a distinta hora y con objetivos diferentes
a la de la UNEF. Ni una palabra sobre los estudiantes, ni una palabra sobre
Cohn-Bendit, nada más que reivindicaciones; la voluntad de separar la acción
estudiantil de la acción obrera era evidente.
A pesar de todas estas precauciones, la manifestación del 24 de mayo fue
una gran demostración de unidad. Por primera vez, exceptuando la marcha
del 13 de mayo, se hallaban presentes tantos trabajadores como estudiantes.
No solamente sindicalistas de la CFDT y de algunos sindicatos FO, sino tam-
bién numerosos militantes de la CGT que se unieron a la manifestación de la
UNEF y del SNE-Sup. después de disolverse su concentración.
Aún había gran cantidad de manifestantes sobre las barricadas cuando las
provocaciones policiales de la Rue de Lyon transformaron una vez más en
campo de batalla lo que originalmente y en las intenciones de sus organiza-
dores había sido una manifestación pacífica.
[...] el general de Gaulle quiere el choque. Define a los prefectos como comi-
sarios de la República y llama a la acción cívica. Se sabe que dentro de estas pa-
labras se esconden los grupos armados de la Rue de Solferino [...] frente a esta
provocación, las fuerzas populares no pueden hacer otra cosa sino proseguir
su lucha contra el régimen [...] tomar inmediatamente todas las medidas nece-
sarias, en las empresas y en las diferentes zonas, para oponerse a las tentativas
de intimidación de los grupos de asalto gaullista [...] y organizar inmensas ma-
nifestaciones populares [...].
[...] el régimen nos ha dado la prueba de su incapacidad para crear las condi-
ciones necesarias para una consulta popular que comporte las garantías indis-
pensables. No tendrán ningún sentido las elecciones bajo las amenazas de la
policía y de los maleantes de la UNR. Solo un gobierno de transición, que realice
los objetivos de los estudiantes y los trabajadores, será capaz de dar la palabra
al pueblo en el menor tiempo posible y en las mejores condiciones.
O. C.: No creemos que sea posible definir una universidad ideal. Es a tra-
vés de la crítica de lo ya existente que llegaremos a definir las características
del ideal universitario. Sabemos que la universidad no es una entidad aisla-
da dentro del complejo de la sociedad en que vivimos sino que está estrecha-
mente ligada al mismo. No se puede, por lo tanto, cambiar la universidad sin
cambiar la sociedad a la cual corresponde. Es posible poner en práctica me-
jores formas de funcionamiento de la universidad dentro de esta sociedad;
de tal modo nos encontraremos solo frente a una universidad más funcional,
pero no ideal.
J. S.: La fórmula «universidad ideal» no es correcta. De todas las discusiones
actuales surgen propuestas muy concretas sobre varias cuestiones: los exá-
menes por ejemplo, o —en un sector más importante— la estructura de las
escuelas superiores. Por lo tanto, el problema no consiste en reflexionar sobre
una base utópica sino en reflexionar en función de una situación práctica, de
un análisis crítico y de elaborar propuestas en base a esta situación.
Los estudiantes formulan dos tipos de propuestas: las que tienen en cuenta
las obligaciones de fin de año (los exámenes y la continuación de las clases);
es necesario resolver concretamente estos problemas. Y, por otra parte, las
propuestas que consideran problemas más generales que por el momento no
pueden alcanzar la solución ideal: ¿Qué función debe cumplir la enseñanza?
¿Cuál debe ser el contenido de los estudios? Los estudiantes tratan de sentar
las bases de una nueva universidad reuniéndose, pero no se pueden preten-
der soluciones inmediatas porque recién estamos en los comienzos de esta
fase constructiva (lo que no se ha hecho en diez años no puede hacerse en
pocos días) y porque, sobre todo, cualquier solución decisiva de los problemas
de la universidad pasa a través de la discusión en el ambiente universitario.
A. G.: Durante la guerra de Argelia milité en el PSU, del cual hace ya tres
años que me he separado. Personalmente, en este momento, como la mayor
parte de los miembros del comité directivo de mi sindicato, salvo una o dos
excepciones, no estamos ligados a ninguna organización política.
J. S.: Son muchos los estudiantes que militan en partidos políticos. Pero el
movimiento que se ha desarrollado en estos días se ha formado más allá de
Waldeck-Rochet.
Estos son, por consiguiente, los orígenes del descontento acumulado, que
no tiene nada que ver con el movimiento estudiantil en cuanto tal.
Lo cierto, en cambio, es que la gran huelga de solidaridad con los estudian-
tes víctimas de la represión, realizada el 13 de mayo a iniciativa de la CGT y las
grandes demostraciones populares que la acompañaron, dieron a los traba-
jadores la neta conciencia de sus fuerzas y de sus posibilidades de lucha. Así
se explica cómo, en los días que siguieron, los trabajadores de las empresas
hayan definido sus propias reivindicaciones a instancias de la CGT, y cómo
las interrupciones del trabajo con ocupaciones de fábricas comenzaron y se
generalizaron rápidamente adquiriendo una amplitud nacional. Estos movi-
mientos fueron decididos en todas partes mediante consultas democráticas a
los trabajadores. Rápidamente, reunieron de ocho a nueve millones de obre-
ros, empleados, técnicos y funcionarios.
Los huelguistas exigían la solución de los problemas económicos y sociales
más urgentes: el mejoramiento de los salarios y de las relaciones, la estabili-
dad del empleo y de las retribuciones, la reducción de la jornada de trabajo sin
quitas salariales, la disminución de la edad útil para la jubilación, la abolición
de los decretos contra la seguridad social, el pleno ejercicio de las libertades
sindicales en la empresa. La clase obrera expresaba simultáneamente su soli-
daridad con los profesores y los estudiantes en lucha por una reforma demo-
crática de la universidad. Manifestaba su simpatía a los campesinos que exi-
gían el cambio de una política agraria que expone a los trabajadores agrícolas
a los golpes de la gran propiedad, de la banca y de los grandes monopolios.
La decidida acción de la CGT, la amplitud y la disciplina del movimiento de
huelga, el apoyo activo acordado por nuestro partido a las organizaciones sindi-
cales, obligaron a la gran patronal y al gobierno a conceder aumentos salariales
y otras mejoras sustanciales para millones de trabajadores. La unidad y la fuer-
za del movimiento obrero impusieron al gobierno y a la patronal las negociacio-
nes colectivas que ellos habían rechazado obstinadamente desde hace veinte
años y que se han hecho célebres con el nombre de «Acuerdos de Grenelle».
Algunos éxitos iniciales fueron sancionados en el «Protocolo de Grenelle».
Mientras el gobierno, desde hace muchos años, aumentaba con cuentagotas
un salario mínimo interprofesional garantizado, que había quedado reducido
«Sería un grave error creer que el poder caerá por sí mismo o que está tan
deteriorado y desacreditado que ya no dispone de recursos para sostenerse.
Es necesario no perder de vista su naturaleza de clase. Es el sistema deseado,
querido, preparado desde mucho antes por el capital francés para descargar la
responsabilidad de su política en Francia y en el mundo. No se puede decir que
desde este punto de vista el poder gaullista no haya agotado tales deseos.
La gran burguesía desea que un régimen semejante se perpetúe más allá
del mismo de Gaulle. Es así que desde hace algunos años adopta las medidas
necesarias para que, de un modo u otro, el actual sistema reaccionario se man-
tenga en pie y continúe trabajando al servicio de sus intereses. Lo que teme
fundamentalmente es una apertura democrática, un cambio en la orientación
política que ponga en peligro todo el edificio del capitalismo monopolista de
Estado en nuestro país.
Por esto es lícito considerar que el gran capital realiza encarnizados esfuer-
zos para dividir a la izquierda, por impedir que devenga mayoría en el país y se
apropie democráticamente del poder en favor de las masas y de nuestro pue-
blo.
Debemos esperar muchas maniobras y llegado el caso, también el ejercicio
de la violencia. Desde este punto de vista las lecciones de las conspiraciones
que desembocaron en el 13 de mayo de 1958 enseñan que los instigadores y los
beneficiarios ellas están prontos para cualquier cosa. Estas lecciones no deben
ser olvidadas por la izquierda».
Este análisis exacto nos ayudó a desenmascarar el cálculo criminal del po-
der gaullista que quería arrastrarnos a un encuentro sangriento.
Entre el 25 y el 30 de mayo hemos asistido a una verdadera campaña de
intoxicación destinada a hacer creer que el estado gaullista estaba práctica-
Debido a que nuestro partido evitó la prueba de fuerza que el poder busca-
ba, de Gaulle decidió explotar la situación de otro modo anunciando, el 30 de
mayo, la disolución de la Asamblea nacional y fijando precipitadamente las
elecciones para el 23 y el 30 de junio.
De Gaulle pensó, no sin razón, que el hábil y rápido aprovechamiento de la
violencia desatada por los grupos extremistas efectuado por la propaganda
oficial, la confusión, sabiamente alimentada por la misma propaganda, en-
tre los grupos extremistas irresponsables y el PCF, el clima de miedo que hizo
presa de una parte de la población, serían perjudiciales para la democracia y
le harían el juego al poder.
Los resultados de las elecciones demostraron que el cálculo gaullista no
era errado. En efecto, las cifras testimonian una clara victoria de la derecha.
El partido gaullista, el partido del régimen autoritario, alcanzó en la prime-
ra vuelta alrededor del 44% de los votos, lo que significa un aumento del 5%.
Disponen ahora en la Asamblea de una aplastante mayoría con 358 escaños.
Los reaccionarios del llamado «centro», que habían adoptado también ellos
la técnica del miedo y elegido el anticomunismo como caballito de batalla, no
consiguieron ventaja alguna ya que perdieron un sexto de sus votos. Se acabó
para ellos cualquier perspectiva de incidencia política,
En conjunto, la derecha perdió terreno. La FGDS está en franco retroceso,
particularmente en las grandes ciudades: en el primer turno pasa del 18,7% al
16,5%. El número de sus diputados desciende de 118 a 57.
El PSU, que presentó 315 candidatos sobre los 110 de 1967, aumentó consi-
derablemente el número total de sus votos en el plano nacional, pero eso no
autoriza a decir que su influencia ha crecido, porque los votos obtenidos en
las circunscripciones donde ya había presentado candidatos en 1967 dismi-
nuyeron, tanto en valor absoluto como porcentual, perdiendo algunos de sus
diputados.
En la nueva situación creada, los objetivos políticos del partido son claros.
Se trata en primer lugar de defender y consolidar las conquistas sociales y las
reivindicaciones de mayo-junio, de luchar para que el gobierno y la gran patro-
nal no recuperen de uno u otro modo lo que los trabajadores obtuvieron.
El gobierno y la patronal ya comenzaron a presentar las cosas como si los
aumentos de salarios obtenidos por los trabajadores acarrearan inevitable-
mente el aumento de los precios, de las tarifas e impuestos.
Esto significa que el poder gaullista recurrirá efectivamente al aumento de
los precios y a la inflación antes de renunciar a sus gastos alocados, de los que
la force de frappe [fuerza disuasiva] es un símbolo.
Nuevamente se invoca la llamada espiral infernal de los precios y de los
salarios. No nos detendremos aquí a explicar que el gobierno puede y debe
evitar la inflación y el aumento de los precios. Hoy, debido a la productividad
creciente derivada de los progresos técnicos acelerados, los salarios solo en-
tran en mínima parte en los costos de producción de la industria moderna. Lo
que más contribuye al aumento de los precios en el mercado son los enormes
beneficios de los grandes patrones y las exorbitantes tasas fiscales estableci-
das por el Estado.