Formación Ética 2021
Formación Ética 2021
Formación Ética 2021
008
Formación
Ética y
Ciudadana
Profesora: Rosa Arce
Carrera: Profesorado de
Educación Secundaria en
Química
IES N 6.008 Profesorado de Educación Secundaria en
Química
Año :2.021
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Química
1. La Ética
1.1.- Ética y moral, desde la etimología
Etimológicamente "ética" y "moral" tienen el mismo significado. "Moral" viene del latín
"mos" que significa hábito o costumbre; y "ética" del griego "ethos" que significa lo mismo.
Sin embargo en la actualidad han pasado a significar cosas distintas y hacen referencia a
ámbitos o niveles diferentes: La moral tiene que ver con el nivel práctico o de la acción La ética
con el nivel teórico o de la reflexión.
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En todo acto humano se pueden distinguir tres elementos o factores principales que son:
los cognoscitivos, los volitivos y los ejecutivos.
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2. Teorías éticas
2.1 ¿Qué es una teoría ética?
La ética trata de responder a tres cuestiones,
la primera de las cuáles ya ha sido
contestada. Para responder a la segunda,
¿cuál es el fundamento de la moral?, hemos
de reflexionar acerca de la validez de las
acciones
y normas morales, es decir, hemos de averiguar cuándo una elección es moralmente razonable o
cuándo hemos actuado conforme a normas morales adecuadas.
Para explicar estas cuestiones han nacido distintas teorías éticas, cada una de las cuales
ha ofrecido un criterio de racionalidad. Analizaremos el que presentan cuatro de las teorías que
siguen teniendo mayor relevancia, tanto por su calidad teórica como por su fecundidad a la hora
de tomar decisiones. Las teorías que vamos a estudiar se pueden dividir en dos grupos:
- Las dos primeras -la aristotélica y la hedonista- nacen en Grecia en el siglo IV
a.C., con la convicción de que lo moral consiste en la búsqueda de la felicidad. Por eso -
piensan- la ética ha de descubrir qué tipo de racionalidad nos llevará a conseguirla y qué criterio
ha de utilizar esa racionalidad.
- Las dos segundas teorías -la kantiana y la dialógica- surgen, respectivamente, a
finales del siglo XVIII y en el último cuarto del XX. Aunque para ambas resulta obvio que los
seres humanos deseamos ser felices, consideran que no es ése el verdadero problema moral: la
verdadera cuestión moral es si existe algún tipo de seres a los que no se debe manipular, a los que
hay que reconocer una dignidad, y qué criterio debemos aplicar al tomar decisiones para respetar
realmente esa dignidad
cuenta sólo el momento presente, sino que hemos de deliberar serenamente y elegir los medios
que más nos convienen para alcanzar la felicidad. Quien así actúa, dice Aristóteles, ejercita la
virtud de la prudencia. Quien elige pensando sólo en el presente y no en el futuro es imprudente.
Por otra parte, el prudente se propone siempre fines buenos, a diferencia de quién sólo es hábil.
Alguien puede ser habilidoso en suministrar venenos y emplear su habilidad para matar. El
prudente emplea sus "habilidades" para fines buenos; en este caso para sanar.
Obra racionalmente -hace uso de su recta razón o actúa con prudencia- quien elige el
término medio entre el exceso y el defecto, porque en eso consiste la virtud. Según Aristóteles, el
valor es un término medio entre la temeridad (exceso) y la cobardía (defecto); la generosidad, un
término medio entre el despilfarro y la tacañería, y así en las restantes virtudes. Ahora bien, este
término medio no es el medio aritmético, sino el que es oportuno para cada uno de nosotros. Una
persona habituada a comer mucho puede desfallecer de hambre con lo que le basta a otra que
come poco. Un principiante en un deporte puede quedar agotado con un tiempo de entrenamiento
insuficiente para un campeón.
2.3 La tradición hedonista: Epicureísmo y Utilitarismo
Epicuro de Samos, al responder a la pregunta "¿cómo podemos ser felices?", inició otra tradición
ética: la hedonista (de hedoné, placer). Esta tradición se asienta sobre tres puntos que ya Epicuro
señaló:
• Todos los seres vivos buscan el placer y huyen del dolor. Por tanto, el móvil del
comportamiento animal y humano es el placer.
• La felicidad consiste en organizar de tal modo nuestra vida que logremos el máximo de
placer y el mínimo de dolor.
• Precisamente porque se trata de alcanzar un máximo, la razón moral será una razón
calculadora.
El hedonismo epicúreo es individualista (se trata de lograr el mayor placer individual).
Sin embargo, en la Modernidad, el hedonismo se convertirá en social y recibirá el nombre de
utilitarismo.
El utilitarismo de John Stuart Mill considera que los seres humanos estamos dotados de
unos sentimientos sociales, cuya satisfacción es fuente de placer. Entre ellos está el de simpatía
(capacidad de ponerse en el lugar de cualquier otro, sufriendo con su sufrimiento, disfrutando con
su alegría), que nos lleva a extender a los demás nuestro deseo de obtener la felicidad. El
principio de la moralidad es entonces "la mayor felicidad (el mayor placer) para el mayor número
posible de seres vivos" y funciona a la vez como criterio para tomar decisiones racionales.
Así pues, la razón nos impone unas leyes que obligan sin condiciones, es decir, no
prometen la felicidad a cambio: solo prometen realizar la propia humanidad. De ahí que se
expresen como mandatos (imperativos) categóricos, no condicionados a que alguien quiera
ser feliz de un modo u otro. Ser persona es por sí mismo valioso, y la meta de la moral consiste
en querer serlo por encima de cualquier otra meta: en querer tener una buena voluntad. La razón
que da esas leyes morales no es la prudencial ni la calculadora, sino la razón práctica, que orienta
la acción humana de forma incondicionada.
Para saber que una norma es una ley moral, dada por la razón práctica, Kant propone
someter cada norma al test del imperativo categórico. A continuación tienes dos de las
formulaciones del mismo.
En opinión de Kant, una persona es autónoma cuando no se rige por lo que le dicen,
pero tampoco sólo por sus apetencias o por sus instintos, que al fin y al cabo, no elige tener, sino
por un tipo de normas que cree que debería cumplir cualquier persona, le apetezca a él
cumplirlas o no. Esas normas serán las propias de cualquier ser humano. Un ser capaz de actuar
de este modo y que es valioso en sí mismo no puede, según Kant, venderse en el mercado por un
precio, porque para eso habría que fijarle un equivalente. Pero, ¿por qué podemos intercambiar a
un ser humano?, ¿cuál es su equivalente?, ¿cuál es su precio? La respuesta de Kant es clara: los
seres humanos no tienen precio, no pueden intercambiarse por un equivalente, sino que tienen
dignidad. Son dignos de todo respeto.
2.5 La tradición dialógica
La tradición dialógica arranca de Sócrates, filósofo griego del siglo V a.C., y resurge con fuerza
en la ética discursiva creada por Karl Otto Apel y Jürgen Habermas. Ambos autores creen
que la aportación kantiana es óptima, pero adolece de un defecto: considerar la racionalidad
moral "monológica", cuando en realidad es dialógica. Las personas no llegamos a la conclusión
de que una norma es ley moral o es correcta individualmente, sino a través del diálogo con los
demás.
Supongamos que queremos averiguar si una norma es moralmente correcta o no. La ética
del discurso propone someterla a un diálogo en el que participen todos los afectados por la
norma, diálogo que recibirá el nombre de discurso. Ahora bien, una vez finalizado el discurso,
la norma sólo se declarará correcta si todos los afectados por ella están de acuerdo en darle su
consentimiento, porque satisface, no los intereses de la mayoría o de un individuo, sino intereses
universalizables. El acuerdo al que lleguemos no será un pacto estratégico, en el que los
interlocutores se instrumentalizan recíprocamente para alcanzar cada uno sus metas individuales,
sino el resultado de un diálogo en el que se aprecian como interlocutores igualmente facultados, y
tratan de llegar a un acuerdo que satisfaga intereses universalizables. Así pues, la racionalidad de
los pactos es una racionalidad instrumental, mientras que la racionalidad de los diálogos es
comunicativa y tiene en cuenta los intereses de todos.
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Al igual que Kant, los partidarios de la ética del discurso centran su preocupación en la
dignidad humana. Ahora bien, ¿de qué somos dignos los seres humanos? La ética del discurso
afirma que cada persona ha de reconocerse como interlocutor válido en cuantas normas le
afecten. Por lo tanto, cuando se delibere sobre la corrección de esas normas, somos dignos de ser
tenidos en cuenta en las decisiones: tenemos que poder participar en los diálogos en las
condiciones más próximas posible a la simetría:
- Cualquier sujeto capaz de lenguaje y acción puede participar en el discurso
- Cualquiera puede problematizar cualquier afirmación
- Cualquiera puede introducir en el discurso cualquier afirmación - Cualquiera
puede expresar sus posiciones, deseos y necesidades
- No puede impedirse a ningún hablante hacer valer sus derechos, establecidos en las
reglas anteriores, mediante coacción interna o externa al discurso.
3. Ética y Política
ética, porque toda política, debe ser una ética en su desarrollo. Entre ambas hay una serie de
nexos que hacen de ellas un complejo tejido: objetivo, intención, adecuación entre medios y
fines, justificación racional del porqué y para qué de las acciones.
Estas ideas elementales con las que los griegos fundaron la filosofía, la ética y la política,
siguen siendo la justificación racional y moral del poder, a pesar de haber sido reiteradamente
violentadas por los hechos. No obstante las repetidas violaciones del poder a la razón y la ética,
nunca antes, sino hasta ahora, se ha pretendido justificar el poder por el sólo hecho de existir,
mutilándolo de todo referente moral, al elevar a la categoría de norma la afirmación de que los
hechos son en ellos mismos su propia moral y que lo que es debe ser.
Esta es la gran ruptura ética de nuestro tiempo, que plantea un desafío que por su
profundidad y dramatismo no tiene precedentes desde el fin de la Edad Media, cuando el ser
humano respondió con la razón y el humanismo al gran vacío dejado por el fin de una era.
Aunque la separación entre la Ética y la Política está en el origen mismo de la Era Moderna, El
Príncipe de Nicolás de Maquiavelo (1513), la Ética, que no es sujeto de su interés, sobrevive en
otro plano diferente al de la política, el de la esfera de la moral individual interior. A pesar de
ello, la Política, identificada a esas alturas exclusivamente con el poder y desprovista de su
objetivo teleológico y ético, el bien común, sigue normada por el ejercicio de la voluntad.
Más profunda que esa crisis que se produjo en los comienzos mismos de la Modernidad,
es la que se plantea hoy en un momento considerado para algunos el final de la Era Moderna;
pues aquí la Política no viene determinada más por la voluntad humana, sino por el Mercado y
sus infalibles leyes, que supuestamente gobiernan sin necesidad de la participación de esa
voluntad. El destino de la sociedad es así transferido a un mecanismo automático ajeno al ser
humano. He ahí el núcleo del problema ético y político de nuestro tiempo.
El ser humano se diferencia del resto de las criaturas por conferir una finalidad consciente
a sus acciones; y aunque no siempre lo haga y con frecuencia actúe mecánicamente, siempre tiene
la posibilidad de darle uno u otro sentido a sus acciones y de reaccionar de una u otra manera ante
los acontecimientos que le afectan. Si bien es cierto que no puede decidir sobre todas las cosas
que le pasan, pues hay cosas que ocurren sin su voluntad y contra su voluntad, sí puede decidir
cómo reaccionar ante los acontecimientos. En eso consiste su libertad.
En eso consiste la Filosofía, y particularmente la Ética, en dar la posibilidad de conferir
sentido a su actuar y de adoptar determinada conducta ante las cosas que le ocurren.
La Política viene del griego Polis, el Estado-Ciudad que abarca tanto al Estado como a la
Sociedad Civil. Y si bien para Aristóteles en su obra La Política 2, esa forma de asociación, el
EstadoCiudad era un hecho necesario y natural, su organización y comportamiento, es decir, la
Política, debía estar sometido a ese conjunto de normas reguladoras de su conducta. Esto es,
debía sustentarse en la Ética y subordinarse a ella. He ahí la relación originaria en la filosofía
griega entre Ética y Política.
La política, en la obra del mismo nombre de Aristóteles y en La República de Platón 3, es
la justicia; es el valor ético principal sobre el cual debe montarse el quehacer político. El fin de la
Política es obtener la justicia; el contenido de la Ética es la justicia, y la justicia, según Ulpiano
es: dar a cada uno lo suyo, no hacer daño a los demás y vivir honestamente. El valor ético griego
se transforma posteriormente en el Derecho Romano en categorías jurídicas y normativas.
2 ARISTÓTELES, La Política.
3 PLATÓN. República.
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4 ARANGUREN, José Luis L., Ética, Ed. Revista de Occidente, Madrid, 1968. Ética de la felicidad y otros lenguajes,
Ed. Tecnos, Madrid, 1989
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La ética en política no es una traba ni una debilidad, sino una fuerza. La ética no es
contraria a la política, aunque exista una permanente tensión entre ambas. La política gana
legitimidad y sentido cuando incorpora criterios éticos en su accionar. Es otra manera de ser
eficaz, menos inmediata, pero más profunda y duradera, que mantiene el ánimo y la confianza en
la sociedad y por ello tiene la inclinación de buscar el bien común de la sociedad, la igualdad y de
alguna manera la preferencia por los pobres.
Es la indignación ética la que motiva la protesta ciudadana ante la corrupción y el
autoritarismo. Lo que demuestra que no todo está corrompido en nuestra sociedad. Por el
contrario, existen muchas reservas éticas y mucha gente con una trayectoria honesta.
Eso demuestra también que la ética es un resorte poderoso de movilización política.
Además, es un resorte interno de cada persona. La ética parece débil, pues no tiene y no debe
tener un policía que la haga cumplir. Pero de esa aparente debilidad viene su fuerza, porque su
poder reside en la libertad y la conciencia humana. Por eso es el último y muchas veces decisivo
reducto de la resistencia ante el abuso y la injusticia.
Aunque muchos teoricen por la separación y división de la ética y la política, creemos
firmemente que ambas se necesitan para la consecución del bien común que es el fin de la
política y su aliado para conseguir es evidentemente la ética. Nosotros no tomamos posición ni
por el relativismo político que separa de la política la ética ni por el moralismo religioso que ve la
política como el campo del accionar del diablo, sino que tomamos partido por una conciliación,
por una alianza entre ambas, ya que sólo así la política puede llegar a cumplir su verdadero rol y
la ética sólo así puede quedar satisfecho por ser parte en la búsqueda del bien común de la
sociedad.
4. Ética y Ciudadanía.
La humanidad se caracteriza por la solidaridad que tienen los seres humanos entre ellos,
para poder acoplarse a su medio entorno y se relaciona con la ciudadanía por que apoyan a los
ciudadanos en sus problemas, buscando valer sus derechos y deberes demostrándolo ante el país.
Asimismo, la nacionalidad aparece en la época de las grandes revoluciones francesas y
americanas, porque era la unidad política más importante y al transcurrir el tiempo paso a ser un
elemento del estado y hoy día aparece su origen como una condición de convivir con los
ciudadanos y que cada ser social mantenga sus cualidades y sus deberes quedando al margen de
su entorno social.
Es por ello que el ciudadano y la ciudadanía se asocian a las relaciones de poder o de
posesión de los hombres para garantizar los derechos formalizados en la constitución, indagando
la mejor participación de los habitantes en los argumentos que relacionan el bienestar colectivo y
público.
En síntesis, la ciudadanía queda como un fragmentado como una responsabilidad u
obligaciones, las cuales son esenciales para el desarrollo de la sociedad que permita encaminar
sus actividades en función al mejoramiento económico, personal y social buscando la estabilidad
de la población. Como lo plantea Gladys Fava (2000), citada por Alberich (2004) en su guía
práctica de la participación ciudadana que destaca lo siguiente:
“Nuestra época esta asignada fundamentalmente por el cambio vertiginoso, cambios
tecnológicos, cambios en la estructura familiar y social, cambios en los valores que rigen la
conducta de jóvenes y adultos. En esta época de cambios superficiales y profundos se hace
necesario recurrir a aquello que nos vuelve; en nuestra búsqueda llegamos a la raíz de la ética
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De acuerdo a este autor la sociedad cada vez poseen cambios diversos y frecuentes porque
están en la exploración de mayor responsabilidad u atenciones y que se cumplan con los deberes
a fin de rescatar los valores perdidos. Es evidente que la ciudadanía tiene relación con la ética, ya
que la misma se adquiere a través de las costumbres, tradiciones que le enseñan al ser humano
dentro del entorno familiar.
En tal sentido que ambas se relacionan como miembros de una familia porque en las
mismas predomina con totalidad la responsabilidad, la justicia, libertad, pertinencia, desigualdad
y respeto, tomando en cuenta estos aspectos directamente vinculados a la relación del individuo
consigo mismo y con el estado, ya que los mismos se deben tener en cuenta como derechos y
deberes, pero con poder moral y social. Asumiendo la formación de una comunidad con
importantes valores humanísticos de igualdad, de moralidad, de la no discriminación y de los
medios culturales ya que, de no estar presente no se estarían hablando de nacionalidad.
De igual manera, la ciudadanía, se asume con criterios realistas tomando en cuenta que se
considera la identidad, inmigración, nacionalidad, globalización, igualdad tanto para hombres y
mujeres apostando siempre a la consolidación de seres éticos y morales de una misma
procedencia.
En este contexto, se hace referencia a la formación del ciudadano y por ende se vincula
con la educación catedrática de ética y docencia, en la que se pretende y se espera formar a
personas con al tas competencias, y para asumir el compromiso y aquellas garantías
contempladas en el país a las que se le llaman deberes y derechos existentes en la patria y que
directamente reclaman el discurso de hombres y mujeres para el progreso nacional.
BIBLIOGRAFÍA
• ARANGUREN, José Luis L., Ética, Ed. Revista de Occidente, Madrid, 1968. Ética de la
felicidad y otros lenguajes, Ed. Tecnos, Madrid, 1989.
• ALBERICH, T (2004) Guía practica de la participación ciudadana. Dykinson
• SERRANO CALDERA, Alejandro, Polis, Revista Latinoamericana, n° 10, 2005,
CISPO, Santiago. Disponible en http://polis.revues.org/7541
• Disponible en http://recursostic.educacion.es/secundaria/edad/4esoetica/quincena3/
index_quincena3.ht m
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exponemos nuestras creencias más o menos indemostrables? ¿Acaso pueden considerarse expresiones que
hablan de hechos, y por lo tanto podrían agruparse en torno al lenguaje factual de las ciencias empíricas?
La cuestión es hasta qué punto las expresiones que llamamos morales constituyen un tipo específico de
discurso, distinto de otros discursos humanos, y para aclararla tendríamos que señalar aquellos rasgos que
diferencian al discurso moral frente a los demás tipos de discurso. Esta cuestión viene preocupando a los
filósofos desde antiguo, aunque se manifiesta mucho más nítidamente a partir del llamado "giro
lingüístico" de la filosofía contemporánea.
En efecto, desde principios del siglo XX se observa un progresivo desplazamiento en cuanto al punto de
partida de la reflexión filosófica: ya no es el ser, ni la conciencia, sino el hecho lingüístico, esto es, el
hecho de que emitimos mensajes que forman parte del lenguaje. Tanto el neopositivismo lógico como la
filosofía analítica hicieron posible este cambio en el punto de partida al insistir en la necesidad de aclarar
los significados de las expresiones que tradicionalmente forman parte de la filosofía, ya que, de este modo,
se podrían descubrir muchas de las incongruencias e incorrecciones que a su juicio constituyen la base de
casi todos los sistemas filosóficos tradicionales. Sin embargo, a pesar de que la intención manifiesta de
muchos de los miembros de las dos corrientes citadas era la de "disolver los problemas filosóficos"
mostrando que, en realidad, no eran más que "pseudo problemas", los resultados de las investigaciones
emprendidas no han borrado las cuestiones filosóficas, sino que más bien han contribuido a enfocarlas de
una manera distinta, y sin duda han ayudado a plantear mejor la mayoría de las cuestiones, aunque por sí
solos no las resuelven.
entre otras cosas, que "es una honra para su raza"; en principio cabe entender que estaríamos implicando
pragmáticamente la racista afirmación de que "el resto de los gitanos no valen gran cosa".
En consecuencia, el significado preciso de una expresión cualquiera no puede conocerse hasta que se
dispone de la necesaria información sobre la dimensión pragmática de la misma. Y más aún: sólo un
análisis que tenga en cuenta la totalidad de las reglas que rigen sobre el empleo de una expresión puede
arrojar luz sobre dicha expresión; un análisis semejante mostraría la gramática lógica de la expresión en
cuestión. Por tanto, a la hora de analizar las expresiones que llamamos "morales" habremos de tener en
cuenta la gramática lógica de las mismas, y a partir de ahí dilucidar hasta qué punto está justificado que
sigamos manteniendo una denominación especial para las mismas, esto es, en qué medida existen rasgos
distintivos de las expresiones morales frente a otros tipos de expresiones.
de "juicios de hecho no empíricos". Si hemos admitido la razonabilidad como una nota de la moralidad,
nos vemos obligados a defender un modo de razonar no meramente deductivo, que se apoye en enunciados
sobre hechos canónicos, o bien en buenas razones. La cuestión de qué tipo de razones pueden contar como
"buenas" en una argumentación moral es lo que nos va a ocupar en el apartado siguiente.
que aquí entrarían en juego, a saber, la ya mencionada de evitar daños a los niños, y la que prohíbe a los
adultos cometer abusos de autoridad: para saber si tales normas son correctas tendríamos que apelar a
alguna de las teorías éticas, y eventualmente justificar la elección de la misma mediante una
argumentación ya no moral, sino ética.
c) Referencia a posibles consecuencias. En el ejemplo del párrafo anterior hemos visto que una
persona podía justificar una determinada acción por referencia a una norma que indica que es obligada la
evitación de posibles daños a los niños. En ese ejemplo se observa que la atención a las posibles
consecuencias de los actos es una cuestión moralmente relevante. De hecho, para la teoría ética utilitarista
ése es el único y definitivo criterio moral: se considera buena toda acción que genere un mayor saldo neto
de utilidad posible (en el sentido de goce, placer, alegría, satisfacción sensible), y una menor cantidad de
daño (en el sentido de desdicha, sufrimiento, dolor, pena). La variante denominada "utilitarismo de la
regla" aconseja no plantear la cuestión de la utilidad frente a cada acción por separado, sino más bien
cumplir las normas que la experiencia histórica ha mostrado eficaces para tal fin, dado que la propia
estabilidad de las normas se considera globalmente beneficiosa.
Sin embargo, en la actualidad existe un amplio consenso entre los especialistas con respecto a la
necesidad de hacerse cargo responsablemente de las consecuencias de los actos. Esto significa que ya no
es sólo el utilitarismo la teoría ética que tiene en cuenta las consecuencias para juzgar sobre la corrección o
incorrección de una acción o de una norma, sino que hoy en día cualquier otra ética admite que no sólo es
importante la voluntad de hacer el bien, sino asegurarse, en la medida de lo posible, de que el bien
acontezca. Ahora bien, la pretensión del utilitarismo de que la atención a las consecuencias positivas o
negativas de la acción o de la norma es el único factor a tener en cuenta en la argumentación moral,
plantea gran cantidad de interrogantes que no han sido satisfactoriamente resueltos por sus partidarios. Por
una parte, hay ocasiones en las que una acción puede ser moralmente obligada, a pesar de que de ella no
puedan esperarse consecuencias beneficiosas para nadie, e incluso implique cierta cantidad de dolor y
sufrimiento para algunas. Por otra parte, el utilitarismo no es capaz de dar razón del hecho de que
generalmente consideramos moralmente valiosos los sacrificios de sus propias vidas que llevaron a cabo
personajes como Sócrates, Jesucristo o los mártires cristianos, dado que, conforme a la visión utilitarista,
estas personas pusieron en peligro sus vidas y las de sus amigos sin que pudieran prever unas
consecuencias positivas de la actitud que adoptaron. Además, se han planteado algunos casos más o menos
hipotéticos en los que se muestra que la concepción utilitarista se vería obligada a conceder, conforme a
sus propias premisas, que una persona inocente debería ser sacrificada si con ello se contribuye a la mayor
felicidad del mayor número.
En síntesis, la argumentación moral debe tener muy presentes las consecuencias previsibles de las
acciones o de las normas con respecto a los posibles beneficios o perjuicios para las personas, pero no
debe limitarse a examinar esta cuestión, sino atender también a otros factores de la moralidad que venimos
comentando.
d) Referencia a un código moral. En los párrafos a y b ya anunciábamos que la referencia a un hecho
y a un sentimiento suele llevar implícita la alusión a alguna norma concreta que se supone vigente por
parte de la persona que argumenta. En efecto, la manera más corriente de justificar una acción, una actitud
o un juicio moral es aducir la existencia de una norma determinada que se considera vinculante para uno
mismo y para aquellos a quienes se dirige la argumentación. Por ej., una persona puede decir que la razón
por la que se niega a hacer horas extras en su trabajo es que reconoce un deber de solidaridad con quienes
carecen de empleo. A su vez, esta persona puede argumentar que esta norma forma parte de un código
moral más amplio, en el que el imperativo de la solidaridad va aparejado con otros imperativos de
igualdad, de libertad, de defensa de una vida digna, etc.
Para averiguar hasta qué punto una argumentación moral de este tipo es racionalmente aceptable, hay que
plantearse una doble cuestión: en primer lugar, si efectivamente la norma invocada es en realidad parte del
código moral al que pretende acogerse, no sea que la interpretación que se hace de ella sea incongruente o
inadecuada; en segundo lugar, si el propio código moral al que se apunta está suficientemente
fundamentado como para considerarlo racionalmente vinculante. La primera cuestión es netamente moral,
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propia de la discusión interna entre quienes comparten un código moral determinado. En cambio, la
segunda cuestión forma parte de la discusión ética, puesto que nos lleva a plantearnos la difícil cuestión de
sopesar las pretensiones de racionalidad de distintos códigos morales. Esta cuestión forma parte de lo que
entendemos por tarea de fundamentación que ha de llevar a cabo la Ética como Filosofía Moral.
e) Referencia a la competencia moral de cierta autoridad. Algunas personas tratan de justificar sus
opciones morales recurriendo a cierta "autoridad competente" a la que consideran suficientemente fiable.
Dicha autoridad competente en materia moral suele ser una persona o institución (los padres, el grupo de
amigos, el presidente del partido, el tribunal de justicia, el Papa, etc.) ajena al propio individuo, pero
también puede ser él mismo cuando se da el caso de que ha alcanzado el puesto de dicha autoridad. La
argumentación moral que se basa en este tipo de referencias consiste en afirmar que la acción moral a
justificar es congruente con la norma emanada de la autoridad moral.
Esta forma de argumentación es, en principio, sumamente endeble, puesto que lo que hace confiable una
norma no es quién la dicta, sino qué validez racional posee. Naturalmente, puede haber muchos casos en
los que las normas emanadas de la autoridad en la que uno confía sean plenamente razonables y válidas,
pero no es posible garantizar a priori semejante coincidencia. Además, la referencia a una autoridad moral
no tiene por qué ser aceptable para cualquier interlocutor, dado que en cuestiones morales no existe ni
puede existir una autoridad semejante a la autoridad política o religiosa.
Como han visto muy bien Piaget y Kohlberg, la argumentación basada en la heteronomía supone un
menor grado de madurez moral que el de la persona que es capaz de enfocar de modo autónomo a partir
de principios racionales la justificación de sus propias acciones. Esto no significa que se deba o se pueda
prescindir de las orientaciones de otras personas, pero tales orientaciones no deben tomarse como
imperativos totalmente vinculantes, sino como consejos que uno puede tener en cuenta para, finalmente,
tomar responsablemente la decisión que la propia razón considere como buena.
f) Referencia a la conciencia. En la vida cotidiana hay multitud de ocasiones en las que se apela a la
propia conciencia para justificar acciones, actitudes o juicios morales. En principio, hay que reconocer que
este tipo de justificación goza de un prestigio fuertemente arraigado en la tradición moral de Occidente, al
menos desde Sócrates. Ahora bien, cualquier análisis detenido de este tipo de argumentación descubre que
la conciencia no es infalible; por el contrario, muchas veces se recurre a ella para justificar el propio
capricho o para seguir ciegamente los dictados de ciertas autoridades que han tenido influencia en el
proceso de socialización de la persona.
En consecuencia, los dictámenes de la conciencia han de ser sometidos a la misma revisión de la que
hemos hablado en los párrafos anteriores: es preciso averiguar hasta qué punto es racionalmente válida (no
confundir con sociológicamente vigente) la norma que se ha aplicado o se pretende aplicar. Para ello
hemos de recurrir a alguna de las teorías éticas, puesto que son ellas las que establecen la diferencia entre
lo racionalmente aceptable y lo que no lo es. Pero, dado que hay una pluralidad de teorías éticas, nos
vemos obligados a adoptar una de ellas justificando racionalmente nuestra elección, y de este modo nos
encontramos de nuevo en el terreno de la argumentación ética.
deportiva: en tal caso, quienes quisieran dar razón del deporte tendrían que exponer las razones por las que
pensamos que hacer deporte no es un absurdo; tal vez dijeran que hay razones de salud, de diversión, de
educación, de tradición, e incluso de interés económico, etc. De modo parecido, nos podemos preguntar
por los fundamentos de la moralidad, es decir, por las razones que justifican el hecho de que en todo grupo
humano haya una cierta moral, el hecho de que todos pronunciemos juicios de aprobación y de
reprobación moral, y el hecho de que, al hacer tales juicios, pretendamos estar en lo cierto sobre lo que
cualquier ser humano debería hacer en unas circunstancias determinadas. A semejante pregunta habría que
contestar enumerando las razones que hacen que este hecho lo moral o la moralidad, no sea una pura
"manía" llamada a extinguirse, ni un simple pasatiempo del que podamos prescindir. ¿Es un absurdo
seguir haciendo juicios morales? Si pensamos que no lo es, tenemos que apuntar a las razones que avalan
este tipo de conducta; si no hubiese tales fundamentos racionales, tendríamos que admitir que no hay por
qué seguir juzgando moralmente nuestros propios actos, ni los de los demás, ni las instituciones
socioeconómicas, y ya no tendría mucho sentido exigir justicia, ni elogiar virtudes, ni denunciar abusos, ni
tantas otras acciones relacionadas con eso que venimos llamando "lo moral".
Las distintas teorías éticas han tratado de fundamentar el factum de la moralidad: unas lo han hecho
partiendo del ser, otras han tomado como punto de partida un hecho de la conciencia, y por último, algunas
hoy en día parten de un hecho lingüístico, esto es, del hecho de que todos utilizamos términos y
argumentos morales en nuestro lenguaje ordinario. En cada teoría ética se persigue en todo caso el mismo
fin: investigar si una fundamentación de lo moral es posible, y en qué medida lo es. Esta fundamentación
ha de tener una forma racional, puesto que se trata de "dar razones", pero esto no significa que toda teoría
ética haya de señalar a "la razón" misma como el fundamento único de la moralidad. De hecho, algunas de
esas teorías apuntan a los sentimientos, o a las relaciones socio económicas, o a la revelación religiosa, o a
otros factores, como elementos que constituyen en última instancia el fundamento del fenómeno moral.
Lo que nos importa en este momento no es, por tanto, el contenido concreto de las distintas
fundamentaciones, sino resaltar ese rasgo común por el que todas se ofrecen como respuestas
argumentadas, racionalmente construidas, a la pregunta de por qué hay moral y por qué debe haberla. De
este modo, en la medida en que las teorías éticas son propuestas racionales, se abren al diálogo por el que
unas interpelan a otras en pos de una mayor trasparencia, una mayor coherencia y, en general, un mayor
compromiso con la realidad de la que se pretende dar cuenta: en este caso, descubrir las razones más
adecuadas para justificar la experiencia moral.
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2- Modelo de Socialización:
Éste modelo considera la educación moral socializadora en tanto que pretende insertar a los
individuos en la colectividad a la que pertenecen. En ella el papel otorgado a la SOCIEDAD es de Bien
Supremo, de Alta Moralidad y a la que todos los individuos deben someterse.
La Formación Moral es el proceso mediante el cual cada Individuo interioriza o hace suyo el
sistema de valores y normas vigentes en la Sociedad.
La principal diferencia con el modelo de transmisión de valores absolutos radica en que la escala
de valores que cada individuo debe internalizar no se basan los valores establecidos por doctrinas
religiosas ni metafísicas, si no Valores establecidos por los miembros de la sociedad, fruto del consenso y
trabajo común. Por ellos en este modelo el papel del individuo es ACTIVO.
E. Durkheim, uno de los principales referentes de éste modelo, insiste en que la persona
moralmente Adulta no es aquella que se limita a hacer suyo los imperativos sociales, sino la que se
esfuerza continuamente en comprender el sentido y la razón de ser de las leyes que la sociedad impone a
los individuos y que éstos no son libres de rechazar1.
Los elementos básicos que garantizan la socialización moral, según Durkheim, son:
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2.1- Espíritu de disciplina: La vida Moral no puede quedar a merced del azar, la indecisión o la
arbitrariedad, sino que debe ser regulada por normas sociales precisas que se impongan y pauten la
conducta de las personas. Para potenciar el espíritu de disciplina s e debe llegar a alcanzar los siguientes
Objetivos:
2.1.1 Fomentar en el alumno el GUSTO por las normas, desarrollando su capacidad de controlar
sentimientos, deseos e impulsos a los que se encuentra expuesto constantemente.
2.1.2 El desarrollo de una actitud de respeto a la Autoridad que permita valorar y apreciar las
normas en lugar de someterse en forma resignada. La obediencia a las Normas debe ser consentida y
deseada.
2.2- Adhesión a los grupos sociales: el individuo debe sentirse parte o miembro de un grupo social.
Éste grupo social o sociedad debe tener un vínculo con el interés de ésta persona que busque la renuncia a
sí mismo en beneficio del bien común. De ésta manera la Acción Moral persigue fines impersonales que
tienen por objeto la sociedad en su conjunto. Cuando un sujeto se siente integrado está dispuesto a recibir
y aceptar las normas del grupo. Por lo tanto Adhesión y Disciplina se complementan.
2.3- La autonomía de la Voluntad: consiste en aceptar voluntariamente las normas sociales. Un
individuo ejerce su libertad y Autonomía cuando se conforma con un orden de cosas porque tiene la
certeza de que es así como debe de ser.
En cuanto a la pedagogía que utiliza éste modelo, se centra en EL AULA: que es el lugar donde se
aprende a respetar las reglas y se adquieren hábitos de acción y pensamiento en común. La experiencia
vivida, la cotidianeidad hace que se establezcan lazos de solidaridad y adhesión del grupo. Se Puede sumar
a esto la elaboración colectiva de ciertos códigos, recompensas colectivas, castigos, etc. para reforzar aún
más el sentido de pertenencia al grupo.
Para que la disciplina sea un elemento que refuerce los ideales de la sociedad y la aceptación de
las normas, ésta de ser correcta y eficaz, debe tener normas claras, tener una figura de autoridad capaz de
ganarse aprecio y respeto de los alumnos (sin abuso de poder). Las sanciones o castigos deben ser
moderadas y quedar en claro que éstas son elementos que reprimen la infracción a las reglas.
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Raths; Harmin y Simon elaboraron una propuesta pedagógica de clarificación de valores. Ésta se basa en
que los valores se transforman y maduran en función de las experiencias que continuamente vive cada
persona. Las etapas son: Selección, Estimación y Actuación. (Cuadro de etapas en anexo). Cuando el
individuo ha pasado por éstas etapas puede decirse que el valor determinado (o el valor en cuestión) ha
arraigado en su interior.
que se dejan llevar por otras cosas: los valores del grupo, las modas, lo que dicen los medios de
comunicación.
Dilemas Morales: Los dilemas morales son un método emblemático de la Educación Moral como
Desarrollo. Kohlberg reconoce el papel que la discusión sistemática de los dilemas Morales puede ejercer
en el paso de un estadio moral a otro.
Los dilemas Morales son breves narraciones referidas a situaciones que encierran un conflicto de
valores. La solución al problema se torna dificultosa ya que trata de elegir entre valores deseables para el
individuo y a partir de la cual dicho individuo deberá elegir una actitud a tomar ante dicho dilema.
No todos los dilemas generan siempre el mismo conflicto de valores en todos los grupos, por lo general
tienen diferente impacto de acuerdo a la edad promedio de los integrantes del grupo.
El maestro elegirá temas que generen un interés y puedan ser muy cuestionados en el grupo.
Autogobierno escolar: Kohlberg defiende el autogobierno escolar como un camino al desarrollo moral
en la infancia. Éste método propone colocar al niño ante situaciones en las que experimente realidades
morales, permitiéndolos adoptar roles y estimularlos intelectualmente a propiciar el sentido de disciplina,
solidaridad y responsabilidad. La escuela constituye un lugar privilegiado para el desarrollo de éste
método y algunos de los elementos utilizados son: elaboración de una constitución donde figuren reglas de
comportamiento; votación en asambleas; consecuencias ante el incumplimiento de las reglas, etc.
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Temas transversales
Son Temas que la sociedad considera controvertidos y difíciles de solucionar, y por lo tanto derivan en
conflictos. Son temas que merecen un tratamiento sistemático en La Escuela porque configuran el
horizonte en el que van a vivir los alumnos. El papel de la escuela consiste en acoger los temas y tratar en
las aulas los temas conflictivos de preocupación social; citamos alguno de ellos: Educación para la paz,
educación para la salud, educación ambiental, educación sexual, entre otros.
La transversalidad de los temas tiene características bien determinadas como ser:
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Función Tutorial
La Función tutorial es el carácter personalizado de la educación.
La función del tutor en el grupo consiste en : facilitar la integración de los alumnos en el grupo;
realizar un seguimiento global de cada uno en particular para detectar alguna dificultad; fomentar la
participación y responsabilidad en tareas colectivas o grupales; favorecer procesos de autoestima,
autoconocimiento y respeto por los demás; mediar en posibles situación de conflicto. Las tutorías tienen
dos dimensiones:
La tutoría personalizada: tiene como principal instrumento la Entrevista ya sea individual con los
alumnos, así como con sus familias. Permiten un conocimiento cercano, y una demostración del interés
por sus avances y dificultades.
La Tutoría colectiva: es la que se realiza en aula con todos los alumnos, organizando actividades de
distinta índole, dirigidas a fomentar la convivencia y participación de los alumnos en la vida del centro
escolar
Participación Cívica
La formación de la personalidad del individuo no será completa si no llega a trascender el ámbito
escolar para insertarse en el entorno social.
El papel de la escuela en este sentido consiste en ofrecer a los alumnos la posibilidad de
involucrarse individualmente en programas sociales asumiendo un compromiso concreto. Puede realizarse
dentro como fuera de la institución educativa; dentro sería propiciando campañas y semanas temáticas, son
actividades de carácter global que manifiestan el compromiso social dentro de la institución educativa.
Fuera del centro, actividades externas, pero sin desligar vínculos con la escuela, es decir, ella se encargará
de hacer eco de las diversas actividades sociales existentes.
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tratarse con armonía y equilibrio para una mayor dignificación de cualquier actividad laboral.
Deontología y Ética profesional: diferencias
Estos dos términos suelen usarse como sinónimos, pero no lo son. Es importante destacar las principales
diferencias entre ellos:
Deontología Profesional Ética profesional
Una de las diferencias cuando hablamos de "ética" y "deontología" es que la primera hace directamente
referencia a la conciencia personal, mientras que la segunda adopta una función de modelo de actuación en
el área de una colectividad. Por ello, con la concreción y diseño de códigos deontológicos, además de
autorregular una profesión, se invita al seguimiento de un camino muy concreto y a la formación ética de
los profesionales.
La ética de las profesiones se mueve en el nivel intermedio de las éticas específicas o “aplicadas”. El
profesional se juega en el ejercicio de su profesión no sólo ser un buen o mal profesional sino también su
ser ético. No acaba de ser considerada una persona éticamente aceptable quien en todos los ámbitos
actuase bien y cumpliese con sus deberes menos en el ejercicio de sus responsabilidades profesionales. La
ética general de las profesiones se plantea en términos de principios: el principio de beneficencia, el
principio de autonomía, el principio de justicia y el principio de no maleficencia El deontologismo plantea
los temas éticos en términos de normas y deberes.
Los principios se distinguen de las normas por ser más genéricos que éstas. Los principios ponen ante los
ojos los grandes temas y valores del vivir y del actuar. Las normas aplican los principios a situaciones más
o menos concretas, más o menos genéricas. Las normas suelen hacer referencia a algún tipo de
circunstancia, aunque sea en términos genéricos. Pero también los principios se hacen inteligibles cuando
adquieren concreción normativa y hacen referencia a las situaciones en las que se invocan y se aplican. En
términos generales un principio enuncia un valor o meta valiosa. Las normas, en cambio, intentando
realizar el principio bajo el que se subsumen, dicen cómo debe aplicarse un principio en determinadas
situaciones.
Tanto las normas como los principios son universales aun cuando el ámbito de aplicación de los
principios sea más amplio y general que las normas específicas que caen bajo dicho principio.
Desde la perspectiva de la ética profesional, el primer criterio para juzgar las actuaciones profesionales
será si se logra y cómo se logra realizar esos bienes y proporcionar esos servicios (principio de
beneficencia). Como toda actuación profesional tiene como destinatario a otras personas, tratar a las
personas como tales personas, respetando su dignidad, autonomía y derechos sería el segundo criterio
(principio de autonomía). Las actuaciones profesionales se llevan a cabo en un ámbito social con
demandas múltiples que hay que jerarquizar y recursos más o menos limitados que hay que administrar
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con criterios de justicia (principio de justicia). Y, en todo caso, habrá que evitar causar daño, no perjudicar
a nadie que pueda quedar implicado o afectado por una actuación profesional (principio de no
maleficencia).
No debemos olvidar que toda profesión no es sólo un modo de ganarse la vida y realizarse personalmente.
Esta es sólo su dimensión individual. También las profesiones tienen un fin social y éste consiste en servir
adecuadamente cada una de las necesidades que la sociedad debe satisfacer para posibilitar el bien común.
Así, las necesidades de educación, de salud, de justicia, de comunicaciones, de obras de ingeniería y
arquitectura y tantas otras, encuentran cobertura en el correcto ejercicio de las respectivas profesiones.
De esta manera, las actuaciones contrarias a la ética no sólo dañan a quienes las sufren sino
principalmente- a la comunidad humana en que acontecen.
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Los códigos deontológicos quizás sean los mecanismos de autorregulación más conocidos que se
pueden poner en marcha en el ámbito de la comunicación social, la psicología, la medicina, entre otras
profesiones, pero no son el único instrumento: libros de estilo, estatutos de redacción, convenios, etc.,
todos contribuyen a que una comunidad profesional fije sus propios límites, en muchos países esta
regulación es a través de colegios profesionales.
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Fin
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