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El origen de la vida www.librosmaravillosos.

com Aleksandr Ivanovich Oparín

Capítulo 2
Teorías de la continuidad de la vida

Mediante sus experimentos, Pasteur demostró de modo indudable la imposibilidad


de la autogeneración de la vida, en el sentido que se imaginaban sus predecesores.
Mostró que los organismos vivos no pueden formarse repentinamente ante nuestros
ojos partiendo de las soluciones e infusiones amorfas.
Un cuidadoso examen de las investigaciones revela, sin embargo, que nada se
opone a la posibilidad de la generación de la vida en otra época o en otras
circunstancias. Incidentalmente, el mismo Pasteur, con la reserva que le
caracterizaba, hace ciertas salvedades al referirse a sus experimentos. No obstante,
sus contemporáneos dieron más amplia interpretación a los hallazgos,
considerándolos como la prueba absoluta de la imposibilidad de una transición
desde la materia muerta a los organismos vivos. Por ejemplo, el famoso físico
inglés Lord Kelvin (1871), se expresaba muy claramente a este respecto cuando
decía que, basándose en los experimentos de Pasteur, la imposibilidad de la
autogeneración de la vida en todos los tiempos y en todos los lugares había
quedado tan firmemente establecida como la ley de la gravitación universal. Esta
opinión fue compartida por numerosos investigadores para quienes la vida era
radicalmente diferente de la materia inanimada en reposo. Por tanto, parecería
absurdo plantear el problema del origen de la vida, ya que ésta sería de una
categoría tan eterna como la materia misma. La vida es eterna; únicamente cambia
su forma, pero jamás se ha originado de la sustancia muerta.
Los experimentos de Pasteur habían revolucionado completamente las
concepciones de los naturalistas respecto al origen de la vida. En primer término se
había creído que los seres vivos se originaban con facilidad, pudiéramos decir que
ante nuestros ojos, de la materia muerta; luego, en cambio, se pensó que la vida
nunca puede originarse, sino que debió y debe existir eternamente. Esta
contradicción de opiniones es únicamente aparente y un cuidadoso examen del

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problema muestra que la teoría de la generación espontánea y la teoría de la


continuidad de la vida están basadas en el mismo aspecto dualista de la naturaleza.
Ambas teorías parten exclusivamente de la misma concepción de que la vida está
dotada de absoluta autonomía, determinada por principios y fuerzas especiales
aplicables únicamente a los organismos, y cuya naturaleza es radicalmente
diferente de la de los principios y fuerzas que actúan sobre los objetos inanimados.
Pero desde el punto de vista opuesto, desde el punto de vista de la unidad de las
fuerzas que operan sobre la naturaleza viva e inanimada, la generación espontánea
de los organismos, tal como se ha descrito en el capítulo precedente, es
completamente imposible e inadmisible. Como ya ha sido antes indicado, incluso
los seres vivos más sencillos poseen una estructura u organización muy compleja.
No conocemos las fuerzas físicas o químicas que pueden causar, en las condiciones
experimentales descritas, la aparición de organismos a partir de soluciones no
estructuradas de substancias orgánicas. Por tanto, la generación repentina de
organismos puede ser explicada en la forma supuesta por San Agustín, es decir,
como un acto de la voluntad divina (milagro) o como el resultado de alguna «fuerza
vital». Es la «entelequia» aristotélica que abarca toda la materia y que se forma con
un fin determinado en los organismos vivos. Es el espíritu de la vida (spiritus vitae)
de Paracelso, el «arcano» de van Helmholtz, que según sus conceptos reside en las
semillas, y dirige el proceso de la creación y de la autogeneración. Finalmente, son
Las Mónadas de Leibniz que representan los centros inmutables de la fuerza de un
carácter espiritual. De modo análogo, los últimos partidarios de la generación
espontánea, Buffon, Neeham, Pouchet se contaban entre los más convencidos
vitalistas y creían que una fuerza vital, capaz de vivificar la substancia orgánica de
las soluciones e infusiones, dormía en cada una de las partículas de materia
orgánica. La acción de esta fuerza no está regida por leyes físicas generales, sino
que es completamente «sui generis» y, por tanto, puede transformar materia
inanimada en animada en un abrir y cerrar de ojos.

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Es difícil demostrar que la misma concepción vitalista, el mismo dualismo, late en


el fondo de la teoría de la continuidad o eternidad de la vida. Cualquiera que sea la
forma que puedan asumir las teorías de la continuidad de la vida conducen siempre
a una insondable laguna entre el reino de la organización y el de la naturaleza
inorgánica. Pero decir que la vida jamás tiene un origen y que existe eternamente,
significa decir que existe una autonomía absoluta de los organismos vivos.
F. Engels 5, en su Dialéctica de la Naturaleza, somete a una descarnada crítica, las
teorías de la generación espontánea y de la eternidad de la vida. Al discutir los
conceptos referentes a que los nuevos organismos vivos pueden surgir de la
destrucción de otros organismos, concluye que tal suposición es contraria a todos
nuestros modernos conocimientos. «Los químicos, mediante sus análisis del
proceso de la descomposición de los cuerpos organizados muertos, demuestran que
en cada paso que avanza este proceso se forman productos que están cada vez más
cerca del mundo inorgánico, productos que cada vez son menos utilizables por el
mundo organizado. Pero el proceso puede tomar una dirección diferente y los
productos de la descomposición llegan a ser utilizables si penetran en organismos
existentes adecuadamente adaptados». Más adelante, al considerar los
experimentos realizados para demostrar la generación primaria, exclama
irónicamente: «Es una locura intentar forzar a la naturaleza para que realice en
veinticuatro horas, con la ayuda de una pequeña cantidad de agua pestilente, lo que
ha ejecutado en millares de años».
Pero Engels rechaza igualmente la concepción de la eternidad de la vida citando un
párrafo muy característico de Liebig: «Es suficiente admitir que la vida es tan
antigua y tan eterna como la materia misma y todo el argumento acerca del origen
de la vida pierde al parecer todo sentido por su simple admisión. Realmente no nos
es posible imaginar que la vida orgánica carezca de un comienzo, como carecen el
carbono y sus combinaciones o como carecen toda la materia no creada e
indestructible y las fuerzas eternamente ligadas con el movimiento de la materia en
el espacio universal». Engels muestra que tal concepto sólo puede ser basado sobre

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el reconocimiento de alguna fuerza vital especial, como principio modelador de la


forma, que es completamente incompatible con la concepción materialista del
mundo. Engels hace notar, además, que la afirmación de Liebig de que los
compuestos del carbono son tan eternos como el carbono mismo es inexacta o
incluso errónea. Engels puntualiza que los compuestos del carbono son eternos en
el sentido de que en condiciones constantes de mezcla, temperatura, presión,
potencial eléctrico, etc; son siempre los mismos. Pero en la actualidad nadie puede
decir que, por ejemplo, los compuestos más simples del carbono como el CO2 o el
CH4 son eternos en el sentido de que hayan existido en todos los tiempos, en lugar
de estarse formando continuamente partiendo de ciertos elementos. Si la proteína
viva es eterna en el mismo sentido en que lo son otros compuestos del carbono, no
sólo debe disociarse constantemente en sus elementos, como en realidad sucede,
sino que debe también formarse continuamente a partir de esos elementos, sin la
cooperación de la proteína preexistente. Esta suposición es diametralmente opuesta
a la idea de Liebig.
Lo mismo puede decirse, e incluso en una más amplia medida, por lo que se refiere
a los organismos vivos. La idea de que los seres vivos siempre surgen en
determinadas condiciones no tiene nada que ver con el concepto de la eternidad de
la vida. Por el contrario, indica la necesidad de que se originen organismos a partir
de la materia inanimada. Pero los partidarios de la teoría de la eternidad de la vida
afirman que en todos los tiempos existe eternamente igual principio, que pasa de
organismo a organismo, sin que sea imposible el origen de los seres vivos.
Siguiendo este camino en el razonamiento caeremos invariablemente en la sima de
las concepciones vitalistas.
Engels afirma que una filosofía materialista firme puede avanzar muy poco en la
tentativa de resolver el problema del origen de la vida. La vida nunca ha surgido
espontáneamente, ni ha existido eternamente. Por tanto, debe ser el resultado de
una larga evolución de la materia siendo su origen un simple paso en el curso de su
desenvolvimiento histórico.

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Consideramos únicamente dos teorías fundamentales basadas en la concepción de


la continuidad de la vida: La teoría del Cosmozoa, la de la Panspermia,
estrechamente ligada a ella, y la teoría de Preyer 6 de la eternidad de la vida. Aunque
esta última es posterior, la expondremos en primer término debido a que difiere de
los restantes puntos de vista filosóficos y además porque ahora tan sólo tiene un
interés histórico. Por otra parte, la teoría de la Panspermia ha pasado por diferentes
fases y puede encontrarse en algunas obras científicas contemporáneas. Partiendo
de la premisa, comprobable empíricamente, de que todos los organismos derivan de
organismos similares, Preyer plantea esta cuestión: « ¿No está basado el problema
del origen de la vida en la errónea suposición de que la vida debe proceder de lo
que no vive? Todos los organismos invariablemente se originan de otros
organismos vivos. Por otra parte, la substancia inorgánica inanimada debe
originarse no sólo de otras materias sin vida, sino también de los organismos vivos
que se comportan como una masa inanimada después de su muerte».
Pero si la vida jamás se ha producido en la substancia no viva y ha procedido
siempre de la vida, ésta debe haber existido incluso en la época en que la Tierra era
una masa fundida. Preyer acepta esta conclusión y considera como vivientes no
sólo los organismos actuales, sino también las masas líquidas fundidas que existían
en la más remota antigüedad: «Si prescindimos de la vida completamente arbitraria
y no fundada en los hechos de que el protoplasma sólo puede existir en su presente
composición, y del cómodo y viejo prejuicio de que al principio sólo había
substancia inorgánica, podemos, sin temor, dar una nuevo y audaz paso,
desechando por completo la creencia en un origen primario y reconociendo la
corriente de la vida con independencia del tiempo». Sobre tales fundamentos,
Preyer hace el siguiente bosquejo de la vida continua. Originariamente toda la masa
líquida ígnea de la tierra era un único y vigoroso organismo, cuya vida se
manifestaba por el movimiento de su sustancia. Pero cuando la Tierra comenzó a
enfriarse, las sustancias que ya no podían permanecer en el estado líquido se
separaron en una masa sólida y formaron la sustancia inorgánica muerta. Más

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adelante prosiguió este proceso, pero al principio las masas líquidas fundidas
representaron la vida sobre la Tierra en oposición a los cuerpos inorgánicos. «Sólo
cuando en el curso del tiempo estas combinaciones se petrificaron sobre la
superficie de la Tierra, es decir, murieron, aquellas otras que hasta entonces habían
permanecido en estado gaseoso o líquido adquirieron gradualmente el aspecto del
protoplasma, constituyendo todo lo que hoy se considera vivo… Por tanto,
afirmamos que el movimiento es el comienzo de la vida en el mundo y que el
protoplasma es el residuo que ha quedado vivo después que las sustancias
actualmente consideradas como inorgánicas se separaron y depositaron sobre la
superficie enfriada del planeta».
Tal es la manera como Preyer desarrolla su concepción, profundamente idealista,
pero muy antigua, de una esencia vital universal, y establece una interpretación
extraordinariamente amplia e indefinida respecto a la idea de la «vida». Si
excluimos la interpretación y nos detenemos únicamente sobre el problema del
origen de los organismos protoplasmáticos actuales, la teoría no nos ofrece nada
concreto. De todos modos, esta hipótesis se mantuvo durante algún tiempo y
consiguió buen número de partidarios, caracterizando el tipo de ideas que dominó a
finales del último siglo, en cuanto se refiere al origen de la vida.
La otra teoría, que más tarde fue designada con el nombre de teoría del Cosmozoa,
intenta conciliar el principio de la eternidad de la vida con la concepción del origen
de nuestro planeta. Todos los partidarios de esta teoría afirman que la vida ha
existido eternamente, que jamás se ha creado, ni ha surgido de la materia muerta.
Pero de ser así, ¿cuándo se originó la vida sobre la Tierra? La Tierra misma no es
eterna, debió tener algún comienzo cuando se separó del Sol, y, en realidad, durante
el primer período de la existencia no pudo haber estado poblada de organismos
debido a las condiciones desfavorables de la temperatura. Para vencer esta
dificultad se emitió la idea de que los gérmenes de la vida llegaron a la Tierra desde
los espacios interestelares e interplanetarios, de modo análogo a como llegan los
gérmenes del aire exterior hasta el interior de los frascos de Pasteur. Esta

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concepción fue estructurada en el año 1865 por Richter, quien partía de la


suposición de que a consecuencia de los enérgicos movimientos de los cuerpos
cósmicos se desprenderían pequeños fragmentos de partículas sólidas, los cuales
serían capaces de transportar a otros lugares, desde dichos cuerpos cósmicos,
esporos vivos de microorganismos. Las partículas flotantes en los espacios
interestelares podrían llegar accidentalmente a otros cuerpos cósmicos y si en ellos
eran favorables las condiciones de vida (humedad y temperatura moderada)
comenzarían a desarrollarse constituyendo los antepasados de todo el reino
organizado de los cuerpos planetarios. Richter 7 supone que en diferentes partes del
universo existen siempre cuerpos cósmicos en los cuales existe la vida en forma
celular. Posteriormente esta idea fue desarrollada por Liebig 8, quien mantuvo que
«la atmósfera de los cuerpos celestes, así como la de las grandes nebulosas, puede
ser considerada, en todo momento, como el santuario de las formas animadas, las
plantaciones eternas de los gérmenes orgánicos». Por tanto, la existencia de
organismos vivos en el universo es eterna: en realidad la vida orgánica nunca se
crea, sino que se transmite desde un planeta al siguiente. Según Richter el problema
no es el modo como se origina la vida, sino la manera como los gérmenes son
transportados desde un cuerpo celeste a otro.
Richter prestó atención especial a la posibilidad de que los gérmenes vivos pasasen
de un cuerpo celeste a otros a través de los espacios del universo que los separan.
Puntualizó que los gérmenes organizados pueden hallarse durante largo tiempo en
estado durmiente, sin necesidad de agua ni alimentos, reviviendo en cuanto las
condiciones son favorables. El único peligro para la existencia de estos gérmenes
está constituido por la elevación de la temperatura que resulta de la enorme fricción
que los cuerpos experimentan al atravesar la atmósfera de la Tierra. De todos
modos, algunos meteoritos contienen indicios de carbono y de otras sustancias
fácilmente inflamables. Si estas sustancias pueden llegar a la Tierra sin arder es
también posible que los gérmenes puedan atravesar la atmósfera sin que su
capacidad de vivir disminuya.

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H. von Helmholtz 9 desarrolló una idea análoga algunos años después que Richter.
El conocido fisiólogo alemán parte de la disyuntiva de que la vida orgánica o ha
tenido un comienzo o ha existido eternamente, inclinándose a la segunda
alternativa, y supone que los gérmenes vivos serían traídos a la Tierra por los
meteoritos. Basa esta posibilidad sobre el hecho de que los meteoritos, al pasar a
través de la atmósfera de la Tierra, se calientan únicamente en la superficie,
mientras su interior permanece frío. Dicho autor se expresa así: « ¿Cómo negar que
tales cuerpos flotantes por doquier en el espacio universal conducen los gérmenes
de la vida, siendo capaces de provocar la creación de seres organizados cuando las
condiciones de los planetas son favorables?».
Por tanto, en su introducción al Tratado de Física Teórica de Thomson,
Helmholtz 10 comenta del siguiente modo la teoría del Cosmozoa: «Cuando alguien
considera esta teoría como poco probable y hasta como muy dudosa, nada tengo
que argüir contra ello. Pero me parece que si han fracasado todas las tentativas para
crear organismos partiendo de la materia inanimada, se sale de los dominios de la
ciencia discutir si la vida ha sido creada, si es o no justo considerarla tan antigua
como la materia misma, y en fin, si los gérmenes pueden o no ser transportados
desde un cuerpo celeste a otro, echando raíces o desarrollándose cuando las
condiciones del terreno son favorables».
Como puede verse incluso Helmholtz no está plenamente convencido de la
exactitud de su razonamiento. La teoría por sí misma se halla más allá de los
horizontes científicos, pues incluso la más cuidadosa investigación de los
meteoritos ha sido incapaz de demostrar la existencia no sólo de organismos o de
sus residuos, sino también de formaciones sedimentarias o bioquímicas. Tan sólo
en los últimos años, Ch. Lipman11 intentó hacer resucitar estas ideas. Examinó
cierto número de meteoritos buscando posibles indicios de organismos vivos.
Usando una técnica muy complicada, para excluir la posibilidad de contaminación
de los meteoritos con bacterias de la Tierra, llega a la conclusión de que en el
interior de ellos se encuentran bacterias vivas y sus esporos. Los organismos

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encontrados son idénticos a las formas bacterianas que existen en la Tierra.


Precisamente esto hace pensar en que, a pesar de todas sus precauciones, Lipman
no consiguió evitar la contaminación de los meteoritos por las bacterias terrestres.
Como en las diferentes regiones de nuestro planeta pueden incluso incorporarse
formas diferentes de microorganismos, sería extraordinariamente extraño que en
los remotos planetas se hallasen formas bacterianas iguales a las que pueblan la
Tierra.
En los primeros años del siglo XX la idea del transporte de gérmenes desde un
cuerpo celeste a otro ha vuelto a resucitar constituyendo la teoría llamada de la
Panspermia, emitida por el ilustre fisicoquímico sueco Arrhenius. Siendo un
partidario convencido de que la vida está dispersada por el espacio universal,
demuestra de modo muy convincente, mediante cálculos, la posibilidad de que sean
transportadas partículas desde un cuerpo celeste a otro. La fuerza activadora
principal es el impulso ejercido por los rayos luminosos, descubierto por Clerck
Maxwell y comprobado experimentalmente, de modo brillante por P. Lebedev.
Arrhenius 12 expone, del siguiente modo, la manera como son transportadas las
pequeñas partículas e incluso los esporos de los microorganismos a través del
espacio interestelar e interplanetario. Las corrientes de aire ascendentes,
especialmente poderosas durante las grandes erupciones volcánicas, pueden
transportar diminutas partículas a alturas superiores a cien kilómetros alrededor de
la superficie de la Tierra. En las capas superiores de la atmósfera, y debido a
numerosas causas, se producen siempre descargas eléctricas capaces de lanzar las
partículas fuera de la atmósfera terrestre, hacia los espacios interplanetarios, donde
son impulsadas cada vez más lejos por la fuerza unilateral de los rayos solares. En
ciertas condiciones este fenómeno da lugar a que nuestro planeta forme una cola
parecida a la de un cometa, pero, como es natural, de dimensiones mucho menores.
Esta cola está constituida por las partículas más finas de materia procedente de la
Tierra, repelidas por la acción de los rayos del Sol. Según Arrhenius, en otros
planetas se producen fenómenos análogos.

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De este modo, en todos los momentos, la superficie de la Tierra, así como también
la de los otros cuerpos celestes, pueden lanzar diminutas partículas de sustancia.
Cuando un planeta está habitado por organismos vivos, particularmente
microorganismos, sus esporos pueden ser proyectados de este modo a los espacios
interestelares. Arrhenius ha calculado que los esporos bacterianos de un diámetro
de 0,0002-0,0015 mm., se mueven velozmente en el vacío bajo la influencia de los
rayos solares. Separados de la Tierra tales esporos pueden atravesar los límites de
nuestro sistema planetario en 14 meses, y en 9000 años son capaces de alcanzar la
estrella más cercana, a Centauro.
El movimiento de los esporos de los microorganismos puede realizarse también
hacia el Sol. Los gérmenes vivos llevados al espacio interestelar pueden coincidir
con partículas de polvo cósmico de volumen relativamente grande. Cuando un
esporo se adhiere a una partícula de diámetro superior a 0,0015 mm., su
movimiento se invierte y entonces se dirige hacia el Sol, debido a que el impulso de
la luz ya no es capaz de vencer la gravitación de las partículas pesadas hacia el Sol.
Arrhenius piensa que de este modo la Tierra pudo cubrirse con esporos de
microorganismos que llegaron a nuestro sistema solar desde otros mundos
estelares. Como es natural esto sólo sucede cuando los esporos conservan la
vitalidad después de su largo viaje a través del espacio.
Este aspecto del problema recibe especial atención por parte de Arrhenius y
otros partidarios de su teoría. Arrhenius discute detalladamente todos los peligros a
que están sometidos los gérmenes vivos durante su paso de planeta a planeta.
Según Arrhenius, la ausencia de humedad o de oxígeno y el extraordinario frío en
el espacio interplanetario no ofrecen peligros para los esporos de los
microorganismos, ni tampoco el calentamiento de las partículas, cuando caen
rápidamente a través de la atmósfera de la Tierra, daña su existencia. Arrhenius
deduce de sus cálculos que la temperatura no debe exceder de 100° y dura tan sólo
breve tiempo. Es sabido que los esporos conservan su vitalidad después de ser
sometidos a esa temperatura, y, por tanto, dicho autor piensa que es razonable

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considerar al transporte de gérmenes vivos desde un sistema planetario a otro como


la causa del origen de la vida en la Tierra. Esta teoría ha conseguido muchos
partidarios, siendo enérgicamente defendida por Kostychev 13.
Sin embargo, las ulteriores investigaciones realizadas en este sentido, y que han
permitido un mejor conocimiento del mundo, poniendo en claro nuevos hechos,
han sido contrarias a esa teoría y parece cada vez menos probable que puedan ser
transportados los gérmenes vivos de un planeta a otro.
Como es bien sabido, los astrónomos modernos consideran nuestro sistema solar,
consistente en un cuerpo central alrededor del cual giran los planetas, como un
fenómeno más bien raro en el universo de los astros. Para que tal sistema haya
podido formarse es necesario que, en un remoto período de su existencia, un cuerpo
celeste, una estrella de una masa semejante a nuestro Sol, se haya encontrado
relativamente cerca de él. Como resultado de la atracción entre dicha estrella y el
Sol se ha debido desprender de la superficie del Sol una nube de gases
hipercalentados, de la cual se ha debido formar, luego, nuestro sistema planetario,
incluso la Tierra.
Pero esta especie de reunión o aproximación de dos estrellas en el espacio universal
tiene que ser un acontecimiento muy poco frecuente. Un ejemplo sencillo puede
ilustrar este punto. Supongamos que en el ejemplo tomado, las dimensiones del Sol
quedan reducidas a las de una simple manzana. Para conservar las proporciones, y
por lo que se refiere a la distancia que separa al Sol de la estrella más cercana,
debemos colocar una manzana en Moscú y la otra en Nueva York. Es fácil darse
cuenta de las escasas probabilidades que existen para que estas dos manzanas
(cuerpos celestes) puedan reunirse. El famoso astrónomo contemporáneo inglés
Jeans14 dice que, de acuerdo a los cálculos, las probabilidades de que una estrella se
transforme en un Sol rodeado de planetas hallase en la proporción de uno a cien
mil. Observa también que es extraordinariamente difícil imaginarse una vida de
orden elevado capaz de desarrollarse en cuerpos celestes totalmente distintos de
nuestro planeta calentado por el Sol. Dicho autor concluye, por tanto, que desde el

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punto de vista de espacio, tiempo y condiciones físicas, la existencia de la vida


debe estar circunscrita a una insignificante parte del universo.
Así, las concepciones astronómicas modernas no ofrecen un apoyo a las ideas de
una difusa distribución de los gérmenes vitales por todo el universo. Como es
natural, esto no significa que la vida exista únicamente sobre la Tierra. Carecemos
de base para negar completamente la posibilidad de la existencia de organismos en
algún otro planeta que gire alrededor de un astro análogo a nuestro Sol. Pero no
cabe duda que estos mundos, habitados por organismos vivos están mucho más
alejados de nuestro sistema solar que lo están las estrellas más próximas. En
consecuencia el transporte de gérmenes vivos desde un sistema planetario a otro
exige no millares de años, como pensaba Arrhenius, sino incluso centenares de
millares o incluso millones de años.
Esta enorme duración hace extraordinariamente difícil el traslado de organismos
vivos. Además, las investigaciones de los últimos años sobre las radiaciones
interestelares de onda corta alejan completamente tal posibilidad. Es bien conocida
la acción letal de los rayos luminosos de breve longitud de onda, particularmente de
los rayos ultravioletas, sobre los microorganismos y sus esporos. Basta una
radiación muy breve para esterilizar completamente un medio dado y destruir todos
los microorganismos y esporos. La luz de los astros es rica en rayos ultravioletas,
pero la atmósfera de nuestra Tierra nos protege de sus efectos destructores. Los
gérmenes vivos transportados más allá de los límites de esta atmósfera mueren
indefectiblemente por la acción de las radiaciones ultravioletas que atraviesan los
espacios interestelares.
Los partidarios de la teoría de la Panspermia intentan ponerse al abrigo de esta
objeción, aduciendo que las reacciones fotoquímicas provocadas por los rayos
ultravioletas sólo matan los microorganismos en presencia de oxígeno y de agua,
por lo cual sus efectos nocivos no pueden producirse en el vacío de los espacios
interestelares.

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Este razonamiento no es muy convincente, pues las reacciones fotoquímicas


pueden originarse con la ayuda de los elementos del agua contenidos en los
compuestos orgánicos. Pero no hace falta acudir a estas discusiones desde que han
sido descubiertos en las radiaciones cósmicas los rayos de onda brevísima. Estos
rayos tienen una longitud de onda mucho más corta que los rayos ultravioleta o
incluso que los rayos Roentgen (rayos X), y las alteraciones producidas por su
acción no son simplemente químicas, sino que también dan lugar a cambios intra-
atómicos. En los últimos años se han realizado numerosas investigaciones acerca de
sus efectos en el espacio interestelar, investigaciones que han sido revisadas
recientemente por J. Lewis en un trabajo muy interesante sobre El origen de los
elementos. En este trabajo se refieren algunos hechos que demuestran que las
sustancias no protegidas por una atmósfera (por ejemplo: los meteoritos) sufren
hondas transformaciones bajo la influencia de las radiaciones interestelares. Al
mismo tiempo tiene lugar un cierto número de alteraciones extraordinariamente
profundas dentro de los átomos, que conducen a la formación de nuevos elementos.
Por ejemplo, el hierro y el níquel se transforman en aluminio y silicio, que a su vez
pueden transformarse, más tarde, en magnesio, sodio y helio.
Los gérmenes vivos que atraviesan los espacios interestelares no protegidos contra
las radiaciones cósmicas, no sólo están destinados a perecer irremisiblemente, sino
que también su estructura química interna sufrirá, en relativamente poco tiempo,
radicales cambios bajo la influencia de la energía radiante. Debemos, pues,
abandonar la idea de que los gérmenes vivos sean transportados hacia la Tierra
desde los espacios cósmicos, y buscar las fuentes de la vida en los límites de
nuestro planeta.

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