Deporte y Compromiso Cristiano Por Alexandre Borges de Magalhães
Deporte y Compromiso Cristiano Por Alexandre Borges de Magalhães
Deporte y Compromiso Cristiano Por Alexandre Borges de Magalhães
Créditos
Prólogo: Por Tomás Emilio Bolaño Mercado
Palabras iniciales: Por Arturo Salah
Epígrafe
Introducción
I. La Iglesia y el deporte
En el horizonte de la nueva evangelización
II. Luces desde la Sagrada Escritura
Corremos por una corona incorruptible
El cuerpo, templo del Espíritu
El modelo de Jesús
III. Pistas para una “teología del deporte”
Acercamiento positivo y advertencia ante las dificultades
Instrumento de educación en las virtudes
Testimonio y tarea social
Analogía entre la vida cristiana y el deporte
Perseverancia en el esfuerzo
Obediencia a las reglas
Trabajo en equipo
Medio de entretenimiento y salud
IV. Algunos peligros que acechan a la práctica deportiva
Exceso de comercialización
Culto al cuerpo
Relegación del Día del Señor
Violencia
V. Hacia una pastoral del deporte
Alexandre Borges de Magalhães
Hace varios años, tal vez durante el Mundial de Alemania del 2006, tuve la
fortuna de inscribirme en un curso virtual sobre “Fútbol y vida cristiana”,
que a la sazón dirigía Alexandre Borges de Magalhães, autor de este
exquisito ensayo titulado Deporte y compromiso cristiano. Pocos fieles
laicos y consagrados han percibido la estrecha relación que existe entre la
actividad humana del deporte y el compromiso cristiano como lo ha
observado este amigo en el opúsculo que ahora publica corregido y
aumentado de la primera edición realizada en el año 2013.
El autor devela el deporte como un escenario de juego y competición en
donde los cristianos, tanto deportistas como misioneros, tenemos el
compromiso de evangelizar; de allí que el libro inicie con un capítulo
titulado «La Iglesia y el deporte», en donde se aclara el interés que la
comunidad de Cristo ha mostrado por el deporte como una realidad humana
que requiere ser iluminada por la sabiduría de su magisterio. El deporte,
dice el autor, se ubica «en el horizonte de la nueva evangelización».
El discernimiento cristiano que Alexandre Borges hace en esta obra no
podía dejar de basarse en las luces que aportan las Sagradas Escrituras. De
ellas recoge una verdad aceptada por la razón y acatada por la fe, que «la
persona humana es un todo, espíritu y cuerpo», por eso trae el mensaje del
Papa Francisco que anima a los deportistas «a cultivar siempre, junto a la
actividad deportiva, incluso competitiva, la dimensión religiosa y
espiritual».
En cuanto teólogo del deporte, Borges pone como base de su
discernimiento la inspiradora perícopa deportiva que San Pablo escribió a la
Iglesia de Corintio, y hace de ella este motivo que anima y animará a los
deportistas que buscan dar sentido a su existencia: ¡Competir por un premio
incorruptible! Al leer con detenimiento esta obra, los lectores podrán
descubrir en la consigna paulina el rasgo atlético del cristiano, una tensión
entre competir para ganar una gloria pasajera y luchar para obtener una
gloria eterna. Siendo esta perícopa el punto de partida del discurso
teológico sobre el deporte, nuestro hermano Borges se compromete, como
un entrenador valiente, a trazar la pista para una teología del deporte.
A quienes corremos por esta pista, Borges nos advierte las dificultades
habidas en la construcción de una teología para el deporte, pero también nos
anima a pensar metódicamente en las virtudes como un instrumento
pedagógico apropiado para la nueva evangelización del campo deportivo.
El pensamiento teológico de Alexandre Borges no sólo se basa en las
fuentes bíblicas, sino también en el magisterio de la Iglesia; se apoya en
ellos no sólo para mostrar el aspecto luminoso del deporte, sino también
para alertar sobre las zonas oscuras que ameritan ser iluminadas por la
nueva evangelización.
Nunca pensé que después de tres Copas Mundiales de Fútbol me
correspondería escribir el prólogo del libro de aquel profesor con quien
comparto las mismas preocupaciones sobre deporte y vida cristiana, y le
agradezco por haberme pedido que escriba el prólogo de la segunda
edición. Sirva esta ocasión para felicitarlo por mantener el pensamiento
puesto en la meta de ganar una corona incorruptible.
Prof. Tomás Emilio Bolaño Mercado
Organización de las Américas para la Ética de la Educación (ODAEE)
Palabras iniciales
Agradezco el privilegio de poder escribir las palabras iniciales de esta
obra que colabora en dar a conocer el enorme esfuerzo de la Iglesia por
estar presente en el mundo del deporte, actividad que por su propia
naturaleza ennoblece al hombre y está llena de los más profundos valores
del cristianismo.
San Juan Pablo II, con una visión antropológica integral, instituyó en el
año 2004 la sección “Iglesia y deporte” del entonces Pontificio Consejo
para los Laicos como una demostración de la preocupación y apoyo de la
Iglesia al mundo del deporte. Él vio la necesidad de crear una referencia
para todos aquellos que practican actividades deportivas, favoreciendo una
auténtica cultura del deporte que respete los derechos y la dignidad del
hombre.
En noviembre del 2005, con el Papa Benedicto XVI como Sumo
Pontífice, se llevó a cabo el primer seminario internacional realizado por la
sección “Iglesia y deporte”, con el título: “El mundo del deporte hoy,
campo de compromiso cristiano”, en el cual tuve el privilegio y la
responsabilidad de participar.
El presente texto describe de forma clara los desafíos y las oportunidades
pastorales que el mundo del deporte ofrece a la Iglesia, constituyéndose en
un valioso instrumento de trabajo para aquellos que pretenden desarrollar su
misión evangelizadora a través del deporte. Finalmente, la presente obra
nos ayuda a unir fe y vida, mostrándonos cómo el deporte es relevante para
la Iglesia, así como ésta es importante para el deporte.
Arturo Salah
Presidente de la Asociación Nacional de Fútbol Profesional de Chile
«La vida es un esfuerzo, la vida es una competencia, la vida es un
riesgo, la vida es una carrera; la vida es una esperanza hacia la meta final,
una meta que trasciende la escena de la experiencia común, y que el alma
entrevé y la religión nos presenta»
(Pablo VI, Discurso a los ciclistas del Giro de Italia, 30/5/1964).
Introducción
En las últimas décadas hemos sido testigos del creciente protagonismo
que el deporte ha adquirido en el mundo contemporáneo. De la mano del
desarrollo de los medios de comunicación, el deporte ha ido ganando
dimensiones globales y teniendo influencia en diferentes ámbitos de la
sociedad. Lo podemos notar en los grandes eventos deportivos,
frecuentemente presenciados en vivo por importantes políticos, reconocidos
representantes de la cultura y destacadas personalidades. El deporte —al
que naturalmente se le asocia con la salud, la fortaleza, la belleza, la
superación y con el amor por la propia patria— se ha convertido así en uno
de los ámbitos de la sociedad en el que todos quieren de alguna manera
participar.
Pero, ¿hay sólo luces en este campo? Parece que no. Violencia, doping,
exceso de comercialización, derroche de recursos, culto al cuerpo, malos
testimonios de atletas reconocidos y otras realidades amenazan
frecuentemente el verdadero sentido de la práctica deportiva.
La Iglesia, desde su profunda experiencia de humanidad, es portadora de
un conjunto de valiosas enseñanzas que pueden iluminar el mundo del
deporte. No muchos católicos, sin embargo, incluso entre los propios
deportistas cristianos, parecen estar al tanto de la rica doctrina eclesial de
los últimos tiempos. Personalmente, al compartir con algunos amigos que
estaba preparando este pequeño escrito en el que pretendía abordar el tema
del deporte desde la perspectiva cristiana, me encontré con que a la mayoría
les produjo cierto desconcierto e incluso gracia, quizás por nunca haberse
planteado la idea de que la fe tuviera algo que ver con la actividad
deportiva. Muchos no han pensado la posibilidad de que la Iglesia tenga
algo que decir al respecto, y, sin embargo, sus intervenciones han sido
abundantes.
Lamentablemente, aún está poco difundido el hecho de que la Iglesia,
sobre todo a través de los últimos Sumos Pontífices, se ha dirigido con
frecuencia al mundo deportivo a través de alocuciones, discursos,
audiencias e iniciativas pastorales varias, demostrando un interés cada vez
más grande por formar parte de su entorno y por aportar desde su
experiencia antropológica al desarrollo de la vivencia integral del deporte.
Muchos parecen ignorar también que el deporte constituye un precioso
instrumento que contribuye al desarrollo de las virtudes cristianas. Ello
convierte en tarea de todos los católicos, particularmente de los vinculados
de una u otra manera al ambiente deportivo, el brindar su aporte para que se
propague el mensaje eclesial sobre este importante ámbito de la cultura y se
puedan así discernir los caminos de su puesta en práctica.
El presente texto busca ayudar a difundir parte del inmenso tesoro que
brinda la fe católica al deporte, poniendo de relieve las potencialidades y los
riesgos que éste encierra, además de buscar contribuir a la toma de
conciencia acerca de la creciente necesidad de generar más instancias
pastorales abocadas a la actividad deportiva.
En la primera parte, se dibujan algunos elementos para la comprensión
del interés eclesial en la práctica deportiva. Luego se intenta iluminar el
tema desde la Escritura y el Magisterio de los últimos Santos Padres,
estableciendo también algunas comparaciones entre la vida cristiana y el
deporte. Sigue una reseña de los riesgos que amenazan la actividad
deportiva, para concluir con algunas ideas que pueden estimular el
desarrollo de una “pastoral deportiva”.
I. La Iglesia y el deporte
El interés de la Iglesia por la actividad deportiva no es nuevo, pero en las
últimas décadas ha experimentado un crecimiento significativo que
coincide con la difusión del deporte a círculos cada vez más amplios de la
sociedad. Los últimos Papas han estado atentos al mundo deportivo, y a
través de encuentros con equipos, selecciones y deportistas, han regalado
importantes luces que propician una comprensión integral del deporte. En
los últimos años, este esfuerzo eclesial se ha traducido en la creación de la
sección “Iglesia y deporte”, del entonces Pontificio Consejo para los
Laicos, y del departamento de deporte en el Pontificio Consejo para la
Cultura, que buscan fomentar la reflexión acerca de la relación entre fe
cristiana y deporte, impulsar la pastoral de los deportistas y difundir los
valores cristianos asociados a la práctica deportiva, pues la Iglesia «está
llamada a prestar atención también a todo lo que concierne al deporte, que
puede ser considerado como uno de los puntos neurálgicos de la cultura
contemporánea y frontera de la nueva evangelización»1.
Pero, ¿dónde radica, en última instancia, el interés eclesial por el
deporte? Con mucha claridad lo dice el Papa Francisco: «Los lazos entre la
Iglesia y el deporte son una bella realidad que se ha ido consolidando en el
tiempo, porque la comunidad eclesial ve en el deporte un válido
instrumento para el crecimiento integral de la persona humana. La práctica
del deporte, en efecto, estimula una sana superación de sí mismos y de los
propios egoísmos, entrena el espíritu de sacrificio y, si se enfoca
correctamente, favorece la lealtad en las relaciones interpersonales, la
amistad y el respeto de las reglas»2.
También nos ayuda remontarnos a la célebre intervención del Papa Pío
XII acerca de los cuatro fines del deporte, donde enseña que el deporte
«tiene como fin próximo el educar, el desarrollar y fortificar el cuerpo en su
lado estético y dinámico; como fin más remoto, el uso del cuerpo por parte
del alma, así preparado para el despliegue de la vida interior y exterior de la
persona; como fin aún más profundo, el de contribuir a su perfección; por
último, como fin supremo, en general y común a toda forma de actividad
humana, el de acercar al hombre a Dios»3.
Al precisar la finalidad de la actividad deportiva, el Papa Pío XII
muestra el trasfondo del interés eclesial por el deporte, que es la salvación
del hombre en su totalidad, cuerpo y espíritu, dejando en evidencia que para
la Iglesia el deporte es una actividad humana sumamente relevante, pues es
un instrumento que permite al ser humano desarrollarse integralmente y
acercarse a Dios.
La Iglesia se interesa por la práctica deportiva porque antes que nada se
interesa por el bienestar físico y espiritual del ser humano, porque lo
concibe como una unidad, no compuesta de partes aisladas e
independientes, sino de realidades unidas, que interactúan y se influencian
permanentemente. La visión cristiana del ser humano busca ser integral,
evitando cualquier reduccionismo antropológico.
En la misma línea, se entiende el deporte no sólo en su aspecto físico,
sino también en cuanto «ordenado al perfeccionamiento intelectual y moral
del alma»4, como una «gimnasia del espíritu, un ejercicio de educación
moral»5 que ayuda al ser humano a la consecución de los fines supremos
para los que ha sido creado. «Asimismo, cuando se practica deportes de alto
nivel hace falta preservar la armonía interior entre el cuerpo y el espíritu, no
reduciendo el deporte solamente a la mera obtención de resultados»6.
«Nada hay nada verdaderamente humano que no encuentre eco»7 en el
corazón del Pueblo de Dios, nos enseñaron los padres conciliares en la
Constitución Gaudium et spes. En la misma línea se pronuncia el Papa
Francisco: «La Iglesia se interesa por el deporte porque le preocupa el ser
humano, todo el ser humano, y reconoce que la actividad deportiva
repercute en la formación de la persona, en sus relaciones, en su
espiritualidad»8.
1
Nota de prensa con ocasión de la fundación de la oficina “Iglesia y deporte” del Pontificio Consejo
para los Laicos.
2
Francisco, Mensaje a los delegados de los Comités Olímpicos Europeos, 23/11/2013.
3
Pío XII, Discurso al Congreso italiano de educación física, 8/11/1952.
4
Pío XII, Discurso al Centro Deportivo Italiano, 5/10/1955.
5
Pablo VI, Discurso a los ciclistas del Giro de Italia, 30/5/1964.
6
Benedicto XVI, Discurso al equipo de esquí alpino de Austria, 6/10/2007.
7
Gaudium et spes, 1.
8
Francisco, Discurso a los miembros de la Federación Italiana de Tenis, 8/5/2015.
En el horizonte de la nueva evangelización
El interés eclesial por el deporte se encuentra inserto en el gran horizonte
apostólico de la nueva evangelización, proyecto al que estamos convocados
todos los bautizados. Se trata de una gran gesta, «una tarea y misión que los
cambios amplios y profundos de la sociedad actual hacen cada vez más
urgentes»1.
El mandato del Señor Jesús a los Apóstoles resuena hoy fuertemente:
«Vayan y hagan discípulos a todos los pueblos, bautizándolos en el nombre
del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a guardar todo lo
que les he mandado» (Mt 28,18-20). Y es que evangelizar constituye «la
dicha y vocación propia de la Iglesia, su identidad más profunda»2.
Para responder a tan apremiante invitación divina, es preciso considerar
que «es fundamental para la eficacia de la nueva evangelización un
profundo conocimiento de la cultura actual, en la cual los medios de
comunicación social tienen gran influencia»3. Y en esa cultura destaca,
entre otros elementos, el papel del deporte como actividad relevante, de
gran convocatoria, particularmente en la juventud, y de una fuerte
incidencia en los medios.
El deporte ayuda hoy a construir puentes en la sociedad, pues tiene «un
lenguaje universal que acerca a los pueblos y puede contribuir a que las
personas se encuentren y superen los conflictos»4. Tal universalidad ha
permitido que el deporte sea hoy un facilitador del diálogo entre las
personas y los pueblos.
Es cierto que la actividad deportiva tiene raíces históricas antiquísimas,
pero una de sus particularidades en la actualidad es que se ha universalizado
y globalizado. Las grandes competencias deportivas despiertan mucho
interés, colman estadios y son seguidas por todo el mundo a través de los
medios de comunicación. Vemos, también, cómo las empresas buscan
promover sus productos a través del deporte, los países procuran
promocionarse gracias a sus logros deportivos o siendo sedes de eventos
importantes, los políticos, artistas y personajes públicos procuran asistir a
grandes citas deportivas… Y es que, de una u otra manera, el deporte es
hoy un espacio donde “hay que estar”, donde uno se encuentra con parte de
la gran sociedad humana. El deporte supera barreras que en otros ámbitos
de la humanidad resultan muy difíciles, lo que hace que el Comité Olímpico
Internacional tenga más países miembros que la misma ONU.
En síntesis, la Iglesia se siente hoy llamada a una mayor presencia en el
mundo del deporte porque nada de lo humano le es ajeno, y porque quiere
responder a las inquietudes del hombre y de la mujer de nuestro tiempo.
Quiere aportar con su reflexión, acción y oración, desde su experiencia y
sabiduría en humanidad, a que la actividad deportiva sea cada día más un
medio de desarrollo humano integral.
1
Pablo VI, Evangelii nuntiandi, 14.
2
Lug. cit.
3
San Juan Pablo II, Ecclesia in America, 72.
4
Francisco, Mensaje por la Jornada Mundial del Deporte, 6/4/2016.
II. Luces desde la Sagrada Escritura
En la Sagrada Escritura podemos encontrar una serie de indicaciones que
hacen referencia directa o indirectamente al deporte y que echan luces sobre
la actividad deportiva. La Palabra de Dios brinda así elementos muy
sugerentes para la comprensión cristiana del deporte, pues ilumina todos los
aspectos de la vida humana, dando varias directrices que permiten hacer
paralelos entre la práctica deportiva y la vida de fe. «La Biblia nos enseña
que la persona humana es un todo, espíritu y cuerpo. Por esto —pide el
Papa Francisco— los animo a cultivar siempre, junto a la actividad
deportiva, incluso competitiva, la dimensión religiosa y espiritual»1.
1
Francisco, Mensaje a la Sociedad Deportiva Lazio, 7/5/2015.
Corremos por una corona incorruptible
Cuando el Apóstol San Pablo cuestiona y exhorta: «¿No saben que en las
carreras del estadio todos corren, mas uno solo recibe el premio? ¡Corran de
manera que lo consigan! Los atletas se privan de todo; y eso ¡por una
corona corruptible! Nosotros, en cambio, por una incorruptible» (1Cor
9,24-26), nos está invitando sugerentemente a establecer una relación entre
el deporte y la vida cristiana.
Ambas realidades requieren preparación, esfuerzo, sacrificio, superación
de sí mismo, paciencia, saber sobreponerse a dificultades y la esperanza de
alcanzar la meta trazada. En la vida cristiana “corremos” por nuestra propia
realización: el ciento por uno aquí en la tierra y la promesa de la comunión
eterna de amor con Dios en el Cielo. En el deporte se “corre” por un premio
terrenal, una corona que se marchita. San Pablo utiliza el ejemplo de los
deportistas para cuestionar a los cristianos acerca de su nivel de exigencia
personal en el seguimiento del Señor Jesús, ya que muchas veces éste no es
tan alto como el de los atletas. El Apóstol hace notar que la naturaleza y las
recompensas prometidas por una y otra “carrera” son incomparables, por lo
que un cristiano, si es consciente de lo que le tiene prometido Jesús, debería
entregarse con mayor radicalidad que el atleta.
La comparación paulina no supone una minusvaloración de la actividad
deportiva, ni mucho menos, como tampoco opone deporte y vida cristiana,
sino que muestra más bien cómo estas dos realidades pueden alumbrarse
mutuamente. En primer lugar, invita a ver al seguidor de Cristo cómo la
práctica deportiva puede transformarse en un camino pedagógico que le
enseñe a ir hasta el límite, a no escatimar esfuerzos por conquistar la corona
imperecedera para la cual está hecho, a esforzarse al máximo de sus
capacidades y posibilidades y a dejar de lado todo lastre que le impida
avanzar más rápido hacia la meta de la vida cristiana, la santidad.
Ciertamente, si todos los católicos pusieran en su vida espiritual y en las
obras evangelizadoras y solidarias la misma dedicación que ponen los
atletas de alto rendimiento en sus entrenamientos y competiciones,
existirían muchos más santos y santas en nuestro mundo.
Por otro lado, San Pablo recuerda a los atletas que la meta por la que
corren es “corruptible”, es decir, limitada y contingente. Si el deportista
pierde de vista el horizonte trascendente de su existencia y se entrega por
entero solamente a la conquista de la corona terrena, ésta pasará y él correrá
el riesgo de quedarse sin el premio que realmente vale, el eterno.
Al respecto comentaba el Papa San Juan Pablo II: «El deporte, a la vez
que favorece el vigor físico y templa el carácter, no debe apartar jamás de
los deberes espirituales a cuantos lo practican y aprecian. Según palabras de
San Pablo, sería como si uno corriera sólo “por una corona que se
marchita”, olvidando que los cristianos nunca pueden perder de vista “la
que no se marchita”. La dimensión espiritual debe cultivarse y armonizarse
con las diversas actividades de distracción, entre las cuales se incluye
también el deporte»1.
Por lo demás, es un gran aliciente saber que, a diferencia de las
contiendas deportivas, donde sólo algunos se quedan con la corona
perecedera, en la vida cristiana todos pueden lograr la corona que no se
marchita. Dar un sentido sobrenatural a la actividad deportiva es llevarla a
su identidad auténtica. San Pablo entiende «que la existencia es como una
carrera en el estadio, en la que todos participan. Pero mientras en las
carreras sólo uno triunfa, en la competición de la vida todos pueden y deben
conquistar la victoria. Y, para poder hacerlo, es preciso ser moderados en
todo, tener la mirada fija en la meta, valorar el sacrificio y entrenarse
continuamente para evitar el mal y hacer el bien. Así, con la ayuda de Dios,
se conquista la meta celestial»2.
1
San Juan Pablo II, Discurso a los participantes en el Congreso Internacional sobre el Deporte,
28/10/2000, 4.
2
San Juan Pablo II, Discurso a la Asociación Deportiva de Fútbol Roma, 30/11/2000, 4.
El cuerpo, templo del Espíritu
Otra enseñanza paulina muy significativa es la valoración del cuerpo en
nuestra relación con el Señor: «Glorifiquen a Dios en su cuerpo» (1Cor
6,20), nos pide el Apóstol. El cuerpo, lejos de ser un obstáculo para que el
ser humano llegue a su máxima realización y plenitud, debe convertirse en
un medio para ello, pues está llamado a ser ámbito de gloria divina. Por lo
mismo, la antropología cristiana lo valora hoy muy positivamente y le
confiere un puesto de particular relieve en la naturaleza humana. El cuerpo
es parte esencial del hombre, que es una unidad biológica, psicológica y
espiritual. Al desarrollar y fortalecer el cuerpo, el deporte fortalece y
desarrolla al ser humano de manera integral, en toda su realidad, incluso
con repercusiones espirituales.
«¿No saben que su cuerpo es templo del Espíritu Santo, que está en
ustedes y han recibido de Dios, y que no se pertenecen?» (1Cor 6,19),
explica San Pablo. Así, el Apóstol va aún más allá al manifestar que el
papel del cuerpo no sólo es importante en la conformación de la persona en
cuanto tal, sino también en relación a su realidad teologal, ya que nos revela
que el mismo Espíritu Santo habita en el ser humano, teniendo al cuerpo
como su templo. El deporte, como medio privilegiado de despliegue físico y
camino de salud corporal, contribuye a preparar nuestros cuerpos como
templos vivos llamados a dar gloria a Dios en todo su quehacer.
El modelo de Jesús
La Sagrada Escritura nos da pistas para pensar que el mismo Señor Jesús
fue un hombre físicamente fuerte. No cualquiera soportaría cuarenta días de
ayuno en el desierto (ver Mt 4,2). Una persona frágil no podría tampoco
haber expulsado a un grupo de mercaderes que se habían apoderado
indebidamente del Templo (ver Jn 2,13-22), no sería capaz de haber hecho
largas caminatas ni soportado pocas horas de sueño fruto de las muchas
veladas en oración (ver Mt 26,36-46). Tampoco hubiera podido cruzar
serenamente por el medio de aquellos que ansiaban matarlo (ver Lc 4,28-
30), y menos hubiera tenido la impresionante resistencia al dolor durante la
Pasión (ver Mt 26-27; Jn 18-19).
Los datos bíblicos dan la impresión de que Cristo poseía una contextura
corporal fuerte, fruto de su trabajo, de sus caminatas, de sus labores
anunciando la llegada del Reino. Él viene a salvarnos y lo hace
entregándose del todo, en su humanidad y divinidad, exigiéndose hasta los
límites de lo imaginable, incluso a nivel físico.
III. Pistas para una “teología del deporte”
En las muchas intervenciones que los últimos Sumos Pontífices han
dirigido al mundo del deporte, se delimitan algunas líneas fundamentales
que nos permiten entender el pensamiento eclesial sobre la práctica
deportiva. Las reflexiones que nos han entregado los Santos Padres, junto a
diferentes seminarios y congresos que se vienen realizando en los últimos
tiempos, permiten ir vislumbrando algunos pilares para el estudio y la
reflexión desde la fe acerca del deporte.
Acercamiento positivo y advertencia ante las dificultades
En primer lugar, conviene resaltar que la visión eclesial de la práctica
deportiva es manifiestamente positiva, sin por ello dejar de lado el realismo
que constata sombras en la misma. Es una invitación a “remar mar adentro”
en cuanto al sentido del deporte, a ir más allá de la mera competencia, para
poner al descubierto las inmensas potencialidades humanas que éste ofrece.
La Iglesia mira positivamente al deporte porque descubre en él un ámbito
de despliegue integral de la persona humana y lo entiende como una
manifestación auténtica de la cultura del hombre. «Cuando es vivido con
espíritu justo, el deporte ayuda a promover el desarrollo de la persona»1,
subraya Benedicto XVI.
Por otro lado, se puede constatar una permanente llamada de atención a
no perder el “espíritu del juego” y a no dejarse llevar por las muchas
dificultades y tentaciones que pueden desvirtuar el deporte de su sentido
auténtico. Al ser parte activa de la sociedad, el deporte corre el riesgo de
compartir, además de sus logros, sus vicios y dificultades. Los Papas
frecuentemente hacen un llamado al necesario examen de conciencia acerca
del “ser” y el “quehacer” del deporte en el mundo actual: «Es importante
constatar y promover los numerosos aspectos positivos del deporte, pero
también es necesario captar las diferentes situaciones negativas en las que
puede caer»2.
1
Benedicto XVI, Discurso al equipo de esquí alpino de Austria, 6/10/2007.
2
San Juan Pablo II, Homilía en el Jubileo de los deportistas, 29/10/2000, 3.
Instrumento de educación en las virtudes
Un segundo aspecto que debe ser destacado es la visión del deporte
como «instrumento de educación cuando fomenta elevados ideales
humanos y espirituales; cuando forma de manera integral a los jóvenes en
valores como la lealtad, la perseverancia, la amistad, la solidaridad y la
paz»1. El deporte tiene la potencialidad de ser un factor decisivo en la
educación integral de la persona humana, siempre y cuando responda a su
verdadera identidad y no se deje corromper por anti-valores ajenos al
sentido auténtico del juego.
Lugar especial ocupa el deporte como camino de aprendizaje en las
virtudes cristianas. «El deporte, si se vive de modo adecuado, se convierte
en una especie de ascesis, el ambiente ideal para el ejercicio de muchas
virtudes»2. Algunas fueron señaladas ya por Pío XII: «La lealtad, que
impide recurrir a subterfugios, la docilidad y la obediencia a las sabias
órdenes de quien dirige un ejercicio de equipo, el espíritu de renuncia
cuando es preciso sacrificarse en bien de los propios “colores”, la fidelidad
a los compromisos, la modestia en los triunfos, la generosidad con los
vencidos, la serenidad cuando la suerte es adversa, la paciencia con el
público no siempre moderado, la justicia, si el deporte de competición está
vinculado a intereses financieros acordados libremente y, en general, la
castidad y la templanza ya recomendada por los antiguos»3.
El deporte enriquece al cristiano mostrándole caminos concretos que
orientan la vivencia de las virtudes. Y éste encuentra en el deporte prácticas
que pueden ser de gran ayuda para la vivencia de su fe. Las exigencias del
deporte son un camino de superación y no de negación de uno mismo. Así,
podemos encontrar en el deporte un horizonte positivo que ayuda a
comprender la vida cristiana no desde el prisma de la renuncia, sino desde
la opción en positivo por los bienes más elevados. El deporte se convierte
entonces en una excelente escuela de libertad cristiana, un auténtico camino
pedagógico de vivencia de las virtudes, «en cuanto que ofrece a las
personas la posibilidad… de crecer en el equilibrio, en el autocontrol, en el
sacrificio y en la lealtad hacia los otros»4.
La fe, por su parte, invita a no encerrarse en la victoria terrenal, alzando
la mirada deportiva hacia metas superiores, pues el empeño del atleta
buscando el éxito deportivo «debe ser ocasión ineludible para practicar las
virtudes humanas y cristianas de solidaridad, lealtad, buen comportamiento
y respeto a los demás, a los que hay que ver como competidores y no como
meros adversarios o rivales»5.
San Juan Pablo II exhortaba «a seguir dignificando el mundo del
deporte, aportando al mismo no sólo lo mejor de vuestras fuerzas físicas en
las diversas especialidades deportivas, sino también y sobre todo
promoviendo las actitudes que brotan de las más nobles virtudes humanas...
Es necesario fomentar la buena voluntad, la paciencia, la perseverancia, el
equilibrio, la sobriedad, el espíritu de sacrificio y el autodominio, elementos
fundamentales de todo compromiso deportivo, que aseguran éxito y clase al
atleta. Sobre esta base se desarrollan las virtudes cristianas cuando estos
valores se asumen con auténtica adhesión interior y se animan con el amor
de Cristo»6.
Tanto en el combate espiritual como en el deporte el esfuerzo
perseverante es fundamental. Dios nos invita a cooperar con la gracia
abundante que Él gratuitamente concede, haciendo fructificar los talentos
confiados, pues «para tener éxito en la vida es preciso perseverar en el
esfuerzo»7. Y el trabajo da frutos de abundante cosecha, de virtudes
alcanzadas y traducidas en una vida cada día más conforme al Evangelio.
En su discurso al equipo alpino de Austria, el Papa Benedicto XVI recalcó
que algunas virtudes que se deben vivir en el deporte —como «la tenacidad,
el espíritu de sacrificio, la disciplina interior y exterior; y, además, un
sentido de justicia, aceptación de los propios límites, respeto por el otro»—
deben también «vivirse en la vida cotidiana»8. Y es que el deporte
ciertamente ayuda a formar en las virtudes y está llamado a ser un aporte en
la educación integral humana, especialmente de las generaciones más
jóvenes.
1
San Juan Pablo II, Discurso a una delegación del Fútbol Club Real Madrid, 16/9/2002.
2
San Juan Pablo II, Discurso a la Asociación Deportiva de Fútbol Roma, 30/11/2000, 2.
3
Pío XII, Discurso al Centro Deportivo Italiano, 5/10/1955.
4
Francisco, Mensaje a la Sociedad Deportiva Lazio, 7/5/2016.
5
San Juan Pablo II, Discurso a la Selección Nacional de Fútbol de México, 3/2/1984.
6
San Juan Pablo II, Discurso a una delegación del Fútbol Club Barcelona, 14/5/1999, 2.
7
San Juan Pablo II, Homilía en el Jubileo de los deportistas, 29/10/2000, 4.
8
Benedicto XVI, Discurso al equipo de esquí alpino de Austria, 6/10/2007.
Testimonio y tarea social
Palabras muy hermosas han dirigido los Sucesores de San Pedro
directamente a los atletas, invitándolos a ser testimonio público de fe, pues
cuando un deportista reconocido descubre a Cristo como su Señor puede
generar un gran impacto evangelizador. Los atletas, que están en la plenitud
de sus fuerzas, han de reconocer que sin Jesucristo «son interiormente como
ciegos, o sea, incapaces de conocer la verdad plena y de comprender el
sentido profundo de la vida, especialmente frente a las tinieblas del mal y
de la muerte. Incluso el campeón más grande, ante los interrogantes
fundamentales de la existencia, se siente indefenso y necesitado de [Su] luz
para vencer los arduos desafíos que un ser humano está llamado a
afrontar»1. Los protagonistas del mundo del deporte, cuando se empeñan en
vivir una vida cristiana coherente, son un testimonio contagiante para tantos
de sus admiradores. Por ello San Juan Pablo II oraba: «Señor Jesucristo,
ayuda a estos atletas a ser tus amigos y testigos de tu amor. Ayúdales a
poner en la ascesis personal el mismo empeño que ponen en el deporte;
ayúdales a realizar una armoniosa y coherente unidad de cuerpo y alma.
Que sean, para cuantos los admiran, modelos a los que puedan imitar»2. Es
menester que los atletas entiendan la importancia de su testimonio y sean
conscientes de que los jóvenes, más que “ídolos”, necesitan “líderes”3.
En la misma línea, otro elemento remarcado a menudo es la tarea social
del deporte: «Vosotros sois exponentes de una actividad deportiva, que cada
fin de semana congrega a tanta gente en los estadios y a la que los medios
de comunicación social dedican grandes espacios. Por eso mismo, tenéis
una responsabilidad especial»4. Esta responsabilidad es ineludible, y es
tarea de todos los hijos de la Iglesia ayudar a que los deportistas sean
capaces de responder a lo que se espera de ellos en la sociedad. Benedicto
XVI destaca «las contribuciones que los deportistas pueden ofrecer,
especialmente como modelos a imitar por los jóvenes. En un período en el
que se constata una pérdida de valores y una falta de orientación, los atletas
pueden dar motivaciones fuertes para luchar a favor del bien, en los
diversos contextos de la vida, la familia y el trabajo»5.
Muy claro lo formula también el Papa Francisco cuando exhorta a los
atletas «a poner en juego no sólo en el deporte —como hacéis ya y con
excelentes resultados— sino en la vida, la búsqueda del bien, del verdadero
bien, sin miedo, con valentía y entusiasmo. Poneos en juego con los demás
y con Dios, dando lo mejor de vosotros mismos, empleando vuestras vidas
en lo que realmente vale y dura para siempre. Poned vuestros talentos al
servicio del encuentro entre las personas, de la amistad, de la inclusión»6.
Las personas ligadas al mundo deportivo están llamadas a dar un fiel
testimonio que pueda «favorecer la construcción de un mundo más fraterno
y solidario, contribuyendo a la superación de situaciones de incomprensión
recíproca entre personas y pueblos»7. Los atletas están también llamados a
ser «educadores, dado que el deporte puede transmitir efectivamente
muchos valores elevados, como la lealtad, la amistad y el espíritu de
equipo... Por este motivo hay que poner de relieve los valores más nobles
del deporte y darlos a conocer»8.
«El deporte, superando la diversidad de culturas e ideologías, es una
ocasión idónea de diálogo y entendimiento entre los pueblos, para la
construcción de la deseada civilización del amor»9. La responsabilidad
social del deporte debe traducirse en situaciones concretas que aporten a la
paz y a la fraternidad entre las naciones, a la educación en valores de la
juventud y a la superación de flagelos como el racismo, la pobreza y el
hambre. «Los deportes pueden unirnos en el espíritu de camaradería entre
pueblos y culturas. Los deportes son un símbolo de que la paz es posible»10.
La actividad deportiva, cuando está inspirada por los auténticos valores
humanos y cristianos, puede transformarse en un importante irradiador y
difusor de valores elevados para toda la sociedad, especialmente
promoviendo la unión entre pueblos, razas, religiones y culturas, ayudando
así a superar las muchas divisiones por las que todavía hoy pasa nuestro
mundo11.
1
San Juan Pablo II, Homilía en el Jubileo de los deportistas, 29/10/2000, 5.
2
Lug. cit.
3
Ver San Juan Pablo II, Discurso durante la bendición del estadio Olímpico de Roma, 31/5/1990, 5.
4
San Juan Pablo II, Discurso a una delegación del Fútbol Club Barcelona, 14/5/1999, 2.
5
Benedicto XVI, Discurso al equipo de esquí alpino de Austria, 6/10/2007.
6
Francisco, Discurso a los miembros de la Federación Italiana de Tenis, 8/5/2015.
7
San Juan Pablo II, Discurso a la Asociación Deportiva de Fútbol Roma, 30/11/2000, 2.
8
San Juan Pablo II, Discurso a los miembros de la FIFA, 11/12/2000.
9
San Juan Pablo II, Discurso a una delegación del Fútbol Club Real Madrid, 16/9/2002.
10
Benedicto XVI, Meditación a la hora del Ángelus, 8/7/2007.
11
Ver Francisco, Mensaje a los delegados de los Comités Olímpicos Europeos, 23/11/2013.
Analogía entre la vida cristiana y el deporte
Para los jóvenes tuvo un sabor muy especial escuchar al Papa Francisco
usar analogías futboleras en la Jornada Mundial de la Juventud del 2013:
«¡Jesús nos ofrece algo más grande que la Copa del Mundo! Nos ofrece la
posibilidad de una vida fecunda y feliz, y también un futuro con Él que no
tendrá fin, la vida eterna»1. La máxima aspiración en el fútbol es ganar el
Mundial, la Copa del Mundo. El Papa se sirve de ello para mostrar a los
jóvenes que hay algo mucho más grande que el Mundial: esa vida fecunda y
feliz en este mundo y esa vida plena en la eternidad que nos promete Jesús.
La actividad deportiva es una forma de juego que pone de manifiesto la
naturaleza lúdica del ser humano. Los juegos atraen, apasionan, animan y
ofrecen una ocasión para que el hombre saque lo mejor de sí. Pero no se
trata meramente de un juego, sino que el deporte tiene como trasfondo un
sentido que trasciende la dinámica lúdica, pudiendo así ser extrapolado a la
vida cotidiana y cristiana, convirtiéndose de esa manera en una instancia
profundamente formadora.
Se trata de «una forma de juego, simple y complejo a la vez, en el que la
gente siente alegría por las extraordinarias posibilidades físicas, sociales y
espirituales de la vida humana»2, señalaba Juan Pablo II. La simplicidad se
manifiesta en la claridad de los objetivos. Sin embargo, los mismos sólo
pueden ser logrados con un trabajo arduo y complejo. Se requiere un gran
nivel de entrenamiento físico, técnico y táctico para alcanzar una victoria
importante. Y eso es lo que apasiona y entusiasma, lo que involucra a
multitudes y lo que genera atletas de gran calidad, entrenadores que se
convierten en verdaderos estrategas, especialistas en sus disciplinas, pues el
juego invita a la reflexión acerca de la mejor manera de triunfar. «Sería muy
triste si un día se perdiera el espíritu del juego y el sentido de la alegría de
la competición noble»3.
La práctica deportiva encierra muchas circunstancias en las que emula a
la vida cristiana. Estas analogías, si son bien identificadas y canalizadas,
pueden ser utilizadas como potentes instrumentos pedagógicos, tanto para
formar deportistas en la fe como para moldear cristianos a través del
deporte, «porque el deporte es símbolo de una realidad espiritual aunque
escondida, que constituye la trama de nuestra vida»4.
1
Francisco, Vigilia de oración con los jóvenes en Río de Janeiro, 27/7/2013.
2
San Juan Pablo II, Discurso a los miembros de la FIFA, 11/12/2000.
3
Lug. cit.
4
Pablo VI, Discurso a los ciclistas del Giro de Italia, 30/5/1964.
Perseverancia en el esfuerzo
Indudablemente una gran carencia de nuestro tiempo es la falta de
disposición para el esfuerzo y el sacrificio a fin de lograr metas superiores y
la consecución de altos ideales. Muchos se han acostumbrado a la facilidad
de tener todo a la mano y a las infinitas posibilidades de comodidad y
entretenimiento que brinda la tecnología.
En el caso de la juventud, este fenómeno parece darse de manera
particularmente aguda. El gran problema de esta realidad es que sin
esfuerzo es imposible lograr la plenitud de despliegue personal para la que
todo ser humano ha sido creado. La grandeza de una vida llena de ideales y
la disposición a la renuncia suenan en la actualidad como ideas obsoletas.
Llama la atención que muchos adultos jóvenes de hoy aún no se hayan
independizado de sus padres, formado una familia y obtenido un trabajo
estable, quizá justamente por la poca capacidad de perseverar ante las
dificultades. Tal vez lo anterior indique que estamos ante una crisis de la
voluntad, ante una dificultad de tomar opciones que impliquen renuncias en
vistas a un bien mayor.
Vivimos, por otro lado, en medio de una cultura que le tiene fobia al
aburrimiento, una cultura del mínimo esfuerzo, del hacer lo que me gusta y
no lo que vale la pena aunque me cueste, del capricho, del tenerlo todo y de
la incapacidad de la renuncia. Es una generación que ha nacido en la época
del “prohibido prohibir” y que no ha recibido muchas restricciones a lo
largo de su proceso de desarrollo personal, lo que, paradojalmente, ha
debilitado su voluntad efectiva y sus ideales. Tienen, además, variadas y
constantes posibilidades de entretenimiento: numerosos canales de cable,
millones de páginas de Internet, revistas, grupos de amigos virtuales,
videojuegos, miles de canciones en el iPod, fiestas, discotecas... todo al
alcance de la mano. Esta realidad parece haber vuelto débiles para el
esfuerzo a no pocos jóvenes y adolescentes. Sin afán de generalizar, parece
evidente que parte importante de la juventud se encuentra debilitada en la
voluntad.
Para contrarrestar dicha realidad, es necesario considerar el gran
potencial de desarrollo de la voluntad que comporta el deporte. La práctica
deportiva implica renuncia, esfuerzo, perseverancia, disciplina,
sobreponerse a las dificultades, tener un horario de vida bien reglado y
muchos otros valores que aportan a la fortaleza de carácter y al dominio de
la propia libertad, valores tan necesarios para la vida de cada persona y
también para quien anhela seguir los pasos de Jesús, quien fue fiel hasta el
extremo por amor a todos los seres humanos.
De hecho, el lema del Comité Olímpico Internacional, «citius, altius,
fortius» («más veloz, más alto, más fuerte») —establecido por el barón
Pierre de Coubertin, re-iniciador de los Juegos Olímpicos a fines del siglo
XIX—, evoca un ideal cristiano de superación constante.
Un sabio sacerdote que conocí comparaba la vida cristiana con una
maratón. Decía él que algunos creían que se trataba de una carrera de cien
metros planos. Pero no, ser cristiano se asemeja más bien a una maratón,
destacaba. Y ciertamente no le faltaba razón. ¿No es cierto que seguir a
Cristo se parece a una carrera de largo aliento? Jesús mismo nos advierte
que sólo el que persevere hasta el fin se salvará (ver Mt 10,22). En algunas
competencias masivas se puede notar que al principio muchos corredores,
entusiastas, aprovechando el frescor y el ánimo inicial, parten a gran
velocidad, pero a los pocos kilómetros se quedan al borde del camino, pues
no habían entendido que la constancia es más importante que el avanzar
rápido por un momento pero sin la capacidad para mantenerse hasta el final.
En una maratón hay que ser pacientes, mentalmente sólidos y con gran
capacidad de sacrificio, pues no pocos momentos de dolor y desánimo
pueden surgir, como las denominadas “experiencias muro”.
Obediencia a las reglas
En una sociedad que entiende de manera reduccionista la libertad por
haber tergiversado los conceptos de autonomía y subjetividad, la obediencia
a las reglas deportivas parece ser una excepción. En el deporte, las normas
muestran que las cosas son de un modo objetivo y no tan subjetivas como la
«dictadura de relativismo»1 actual parece predicar de manera absoluta. El
subjetivismo es castigado radicalmente en el deporte, ya que existen unos
parámetros definidos y un “árbitro” que como juez interviene para velar por
el recto desarrollo de la modalidad deportiva, que, si por alguna razón no
tuviera una normatividad claramente delimitada, no podría realizarse como
tal. Las reglas, sean fundamentadas o arbitrarias, se deben cumplir, y hasta
los medios tecnológicos de hoy son utilizados para que esto se dé de la
manera más precisa posible. El que se sale de las normas sufre
necesariamente una sanción. Y si el deporte es colectivo, no sólo el
individuo que ha cometido la falta se perjudica, sino que todo el equipo se
ve afectado por el trasgresor.
Resulta curioso que en un entorno donde se cuestiona a menudo todo
tipo de normatividad o reglamentación como si se tratara de atentados
contra la libertad humana, el deporte evidencie que sin parámetros claros y
definidos no se puede realizar exitosamente ninguna actividad humana. Así,
vemos que la obediencia a las reglas deportivas puede ser de gran valía
como camino pedagógico que permita mostrar cómo la naturaleza misma
del ser humano tiene una estructura y un orden que se manifiestan incluso
en sus formas de juego. No todo es subjetivo y autónomo, y la
reglamentación deportiva lo hace evidente.
Cabe subrayar que la fundamentación de las reglas en el deporte es
variada, no siempre teniendo fundamentos claros y racionales, lo que pone
aún más de relieve la importancia de la obediencia, ya que algunas veces se
obedece incluso sin tener claro el porqué. Muchas reglas son arbitrarias,
como el tamaño de las canchas, arcos o áreas, la cantidad de jugadores por
equipo, los kilómetros a recorrer en una carrera, el ancho de una piscina,
etc. Otras, en cambio, se fundamentan en el buen desarrollo del juego,
como la regla del off side en el fútbol, que busca que los equipos sean
compactos, no permitiendo que jugadores se instalen indefinidamente en el
campo adversario, o las mismas reglas que velan por el bienestar de los
deportistas, como las que prohíben jugadas violentas. Existen también
normas que tienen una finalidad económica, como los cuatro tiempos en los
partidos de básquet (a cambio de los anteriores dos tiempos), cuya meta es
tener más intervalos a fin de lograr un mayor número de auspiciadores. Pero
sea cual fuere el fundamento, en ningún caso las reglas son cuestionadas o
boicoteadas. Se las acepta como normas establecidas que deben ser
cumplidas, sea para mejorar la fluidez del juego, sea para cohibir la
violencia, sea para proteger al deportista o para aumentar las ganancias. Las
reglas en el deporte son un hecho y sólo pueden ser cambiadas después de
largos procesos. Y mientras no se aprueben nuevas, las anteriores siguen
vigentes.
Quizás el deporte, mirado desde su normatividad, pueda contribuir a la
recuperación del sentido de la recta obediencia a las autoridades
establecidas, como los padres y profesores. También a la apertura de cada
cual al Plan de Dios, un plan de amor que, lejos de obligar al ser humano al
cumplimiento irracional de normas, lo encauza por las bienaventuranzas en
la dirección de su propia identidad y felicidad auténtica; plan que en gran
medida se nos hace evidente en los mandamientos, preceptos de la Iglesia y
enseñanzas de las autoridades magisteriales.
1
Card. Joseph Ratzinger, Homilía en la Misa “pro eligendo Pontifice”, 18/4/2005.
Trabajo en equipo
Ante el individualismo de la cultura actual, que pregona el éxito personal
como bien supremo, y ante el egoísmo que lleva a la cerrazón hacia los
demás, el deporte puede enseñar mucho acerca de la necesaria comunión y
el trabajo en conjunto con vistas a la consecución de una meta común. Esta
realidad se ve particularmente en las muchas modalidades de disciplinas
deportivas colectivas. En un deporte de conjunto es clave considerar la
importancia única y el valor particular de cada uno de los miembros del
equipo, pero, a la vez, en la diferencia, en la variedad de tareas y funciones
está la fortaleza del mismo. Un equipo de fútbol, por ejemplo, puede estar
compuesto por los once mejores delanteros del mundo, pero eso no lo
convertirá en campeón, pues faltarán el arquero, los defensores y los
volantes, a su vez ordenados por un líder, el entrenador.
Cada cual tiene sus dones y talentos, que han de ser puestos al servicio
del equipo. Las diferencias se necesitan para que un equipo pueda ser
completo y equilibrado. Dicha realidad es expresada con claridad en la
“eclesiología del cuerpo” de San Pablo: «Así como nuestro cuerpo, en su
unidad, posee muchos miembros, y no desempeñan todos los miembros la
misma función, así también nosotros, siendo muchos, no formamos más que
un solo cuerpo en Cristo» (Rom 12,4-5); «Él mismo dio a unos el ser
apóstol, a otros, profetas, a otros, evangelizadores, a otros, pastores y
maestros... para edificación del Cuerpo de Cristo» (Ef 4,11-12).
La Iglesia es el Cuerpo Místico de Cristo, y nosotros somos sus
miembros, con diversidad de carismas y funciones, con talentos que nos
confió el Señor para el servicio de toda la comunidad. Resulta sumamente
importante que un cristiano entienda que vivir la eclesiología de comunión,
como miembro del Cuerpo de Cristo, es formar parte de un equipo, la
Iglesia, que tiene una misión de la cual todos los bautizados somos
partícipes, donde las riquezas personales deben estar al servicio de los
demás. A la vez, es también fundamental para un deportista entender que
sus talentos son dones del Altísimo, y que éstos deben estar a disposición
del equipo al que defiende.
Medio de entretenimiento y salud
Sin duda, tanto asistir a un espectáculo como practicar una disciplina
deportiva son manifestaciones auténticas y sanas de esparcimiento. La
práctica del deporte es hoy una de las principales opciones a la hora de
definir el panorama en el tiempo libre. Por lo mismo algunas diócesis
cuentan ya con pastorales para el tiempo libre, el turismo y el deporte, lo
que implica un reconocimiento muy positivo de tales actividades de
esparcimiento en el ámbito de la vida contemporánea, tan aquejada por el
estrés. Cada vez se va imponiendo más la necesidad del descanso, de los
espacios de reposo, no solamente como pausa y condición para seguir
trabajando, sino sencillamente como requisito para humanizar la vida.
Claramente, el deporte es un importante medio de descanso y renovación.
Dado que hoy en día no sólo es entretenido practicar deportes, sino
también asistir a los eventos deportivos, vemos cómo el deporte se ha
insertado en el mundo del espectáculo, llevando, por ejemplo, a cambiar los
criterios que se usan para construir los estadios de fútbol, que cada vez se
asemejan más a los grandes teatros y cines. Se prioriza la comodidad que
tendrá el espectador en su asiento, la limpieza de los recintos, que se tenga
una buena visión desde todas las ubicaciones y que los hinchas estén cerca
de la cancha (por eso en algunos casos se ha optado incluso por eliminar las
pistas atléticas). También se piensa en las transmisiones televisivas, con
buena iluminación, uniformes vistosos, césped impecable y horarios
compatibles con la estadía de las personas en sus hogares.
Otra realidad a considerar es que el deporte se encuentra hoy muy
vinculado a la salud. No pocos gobiernos hacen grandes campañas
buscando estimular la práctica deportiva entre la población, pues aún hay
grandes masas sedentarias en nuestra sociedad, personas que pasan muchas
horas inertes, sea por el estudio o el trabajo, y que cuentan con escaso
tiempo para realizar actividades físicas, lo que se traduce en serios riesgos
para la salud.
Al respecto, los padres del Concilio Vaticano II enseñaron: «Empléense los
descansos oportunamente para distracción del ánimo y para consolidar la
salud del espíritu y del cuerpo, ya sea entregándose a actividades o a
estudios libres, ya a viajes por otras regiones (turismo), con los que se afina
el espíritu y los hombres se enriquecen con el mutuo conocimiento; ya con
ejercicios y manifestaciones deportivas, que ayudan a conservar el
equilibrio espiritual, incluso en la comunidad, y a establecer relaciones
fraternas entre los hombres de todas las clases, naciones y razas»1.
1
Gaudium et spes, 61.
IV. Algunos peligros que acechan a la práctica deportiva
Como todas las realidades humanas, el deporte no está exento de peligros,
de la presencia del pecado y del mal. A pesar de su dimensión positiva y de
todos los valores humanos y cristianos que a través de él se pueden vivir,
existen también no pocas situaciones de riesgo que están al acecho de la
práctica deportiva y que deben ser tomadas en cuenta. El deporte es una
actividad humana «que también debe ser iluminada por Dios, mediante
Cristo, para que los valores que expresa se purifiquen y eleven, tanto a nivel
individual como colectivo»1.
Los intentos de evangelizar el mundo del deporte no pueden pasar por
alto tales amenazas. «Por desgracia, son muchos, y cada vez se van
haciendo más evidentes, los signos de malestar que a veces ponen en tela de
juicio los mismos valores éticos en los que se funda la práctica deportiva.
En efecto, junto a un deporte que ayuda a la persona, hay otro que la
perjudica; junto a un deporte que exalta el cuerpo, hay otro que lo mortifica
y lo traiciona; junto a un deporte que persigue ideales nobles, hay otro que
busca sólo el lucro; junto a un deporte que une, hay otro que separa»2.
En el documento de Puebla, los obispos latinoamericanos también hacen
notar que, si bien para algunos el deporte es medio de educación y sano
entretenimiento, para otros lo es de deshumanización: «El joven ocupa gran
parte del “tiempo libre” en el deporte y en la utilización de los medios de
comunicación social. Para algunos, son instrumento de educación y sana
recreación; para otros, elementos de alienación»3. Señalan asimismo que
existe un uso abusivo del deporte en los medios de comunicación, lo que
puede convertirlo en instrumento de evasión: «El sistema publicitario tal
como se presenta y el uso abusivo del deporte en cuanto elemento de
evasión, los hace factores de alienación; su impacto masivo y compulsivo
puede llevar al aislamiento y hasta la desintegración de la comunidad
familiar»4.
Conocer y tener en cuenta algunos de estos peligros puede ayudar en la
lucha por mantener siempre el verdadero sentido de la actividad deportiva.
1
Benedicto XVI, Mensaje con ocasión de la XX edición de los Juegos Olímpicos Invernales,
29/11/2005.
2
San Juan Pablo II, Discurso a los participantes en el Congreso Internacional sobre el Deporte,
28/10/2000, 3.
3
Puebla, 1172.
4
Puebla, 1072.
Exceso de comercialización
Uno de los primeros elementos que salta a la vista como tentación que
desvirtúa el deporte es la fuerte comercialización que actualmente lo
envuelve. Es claro que se hace referencia al deporte de alto rendimiento, y
particularmente a aquellos de mayor difusión. Como entretiene a tantos, se
ha convertido en un producto de mercado que se vende al mejor postor, y se
ha generado así un aparato comercial y publicitario en su entorno pocas
veces visto.
Es cierto que la comercialización puede ser un medio lícito para la
subvención de la práctica deportiva y para su fomento. Pero muchas veces
las cifras que giran en torno a los deportes de alta difusión mediática
pueden llegar a ser escandalosas para el público en general, especialmente
para las personas menos favorecidas de la sociedad. No hay duda de que el
fenómeno del consumismo ha entrado a fondo en el deporte. Los premios
que se reparten en determinadas competencias, los sueldos, los traspasos
millonarios, el exceso de glamour que se intenta dar a determinados
eventos, pueden terminar por desvirtuar —y de hecho lo hacen en muchas
ocasiones— el verdadero sentido de la actividad. No parece lo más
adecuado, ni siquiera para su propio rendimiento deportivo, que algunos
atletas sufran una transformación tal que se conviertan en “superestrellas”
del mundo del espectáculo.
La búsqueda desordenada de la recompensa económica puede generar
una fuerte presión y la casi obsesión por la victoria a toda costa, a veces
recurriendo a medios ilícitos como el doping, o sucumbiendo al mundo de
las mafias de apuestas ilegales, transformando una virtud auténtica, como es
el esfuerzo por lograr una meta, en una degeneración del sentido mismo de
la competencia. Tales realidades ya se han visto con cierta frecuencia y no
expresan la recta naturaleza del deporte.
Culto al cuerpo
Nuestra sociedad vive una profunda distorsión en cuanto a la
importancia jerárquica del cuerpo en la naturaleza humana. Pareciera que el
cuerpo es lo que nos determina, lo que nos hace mejores o peores personas.
Estamos viviendo una especie de “culto a la corporeidad”, considerando lo
físico, la apariencia, como lo esencial en el ser humano. Un buen ejemplo
es la multiplicación en nuestra sociedad de los casos de anorexia, sobre todo
en mujeres jóvenes, que en algunas situaciones han llevado a la muerte de
las pacientes, causadas en su mayoría por la presión desmedida por verse
bien. El apremio social por tener cuerpos perfectos se ha vuelto opresor, ya
que los modelos estéticos difundidos por la moda, el cine y la televisión
ejercen un carácter coercitivo sobre muchas personas, que viven bajo la
tensión y angustia de tener una apariencia física “ideal”.
En este contexto, la práctica deportiva es vista por algunos como un
mero instrumento para mantener la buena forma física y lograr la apariencia
perfecta. Existen ya casos de adicción a los ejercicios. Así, hoy más que
nunca se hace necesario anunciar que «el verdadero atleta no debe dejarse
arrastrar por la obsesión de la perfección física, ni ha de dejarse subyugar
por las duras leyes de la producción y del consumo, o por consideraciones
puramente utilitaristas y hedonistas»1. Cuando las demostraciones de
habilidad y de fuerza física desembocan en la idolatría del cuerpo, el
deporte se convierte en un fenómeno alienante2.
1
San Juan Pablo II, Discurso a los participantes en el Congreso Internacional sobre el Deporte,
28/10/2000, 2.
2
Ver San Juan Pablo II, Discurso a la Asociación Deportiva de Fútbol Roma, 30/11/2000, 2.
Relegación del Día del Señor
Otro aspecto que no podemos olvidar es el riesgo real de que las
competencias deportivas perjudiquen directamente la vivencia del Domingo
como Día del Señor. Muchos partidos o eventos deportivos relevantes se
realizan los días Domingo o durante festividades litúrgicas importantes,
como la Semana Santa. Ello también puede constituir una amenaza para la
vida familiar, ya a veces tan escasa, fruto de los apretados horarios de
trabajo y estudio.
A veces hace falta una postura más clara al respeto por parte de muchos
católicos. Algunas religiones no permiten con tanta facilidad que esto
suceda. Hace un tiempo, por ejemplo, en una serie de la Copa Davis entre
Chile e Israel, la Federación Chilena de Tenis accedió a la petición de su par
israelí de cambiar la fecha de los partidos para que el sábado de Yom
Kippur, fiesta religiosa muy importante para los judíos, fuera respetado. Los
encuentros se jugaron jueves, viernes y domingo, dejando libre el sábado, lo
que es atípico en estas series. Sin duda la decisión chilena de respetar la
festividad religiosa judía fue muy acertada, con la salvaguarda de que en
años anteriores en más de una oportunidad el equipo chileno había jugado
la Copa Davis en Semana Santa sin que nadie en un país de mayoría
católica reclamara por tal situación, quizás por un complejo de inferioridad
que aqueja a algunos católicos o por el temor de plantear con claridad y con
la debida coherencia posturas que se derivan del respeto a la propia fe.
Es necesario resaltar de manera explícita que el Día del Señor es
principalmente de Él. Muchos atletas y entrenadores creyentes se ven en
serias dificultades para santificar los días festivos por las competencias, los
viajes, las concentraciones y los compromisos publicitarios. Por otro lado,
no pocos católicos se ven divididos entre la Misa dominical y el partido de
su selección o de su equipo favorito. Hace falta una mejor catequesis acerca
del Domingo como día consagrado al Señor. Los católicos seguidores del
deporte no están impedidos de acompañar sus competencias preferidas,
pero deben tener presente la primacía de la liturgia, ya que el Domingo es el
día “libre” de la semana justamente para el culto y la vida en familia, Iglesia
doméstica. A su vez, los deportistas católicos, bajo el alero de la libertad
religiosa, podrán siempre requerir que su derecho a la vivencia de la fe sea
respetado, reclamando para sí una pastoral adecuada a su realidad, a pesar
de los muchos compromisos que pueda tener la institución deportiva a la
que pertenecen.
Violencia
De no menor cuidado es el riesgo de la violencia, ya que en
determinadas situaciones una competencia deportiva «se convierte en
ocasión de enfrentamientos, con preocupantes episodios de intolerancia y
agresividad, y desemboca en graves manifestaciones de violencia. ¡Qué
importante es entonces recordar el necesario respeto de la ética deportiva!
¡Cuán urgente es la responsabilidad de los directivos, de los atletas, de los
cronistas y de los aficionados!»1.
Del mismo modo que un buen ejemplo es difusivo, los malos ejemplos
también lo son, principalmente cuando vienen de personas consideradas
modelos por la juventud. Esto se aplica de modo particular a «los atletas
que tienen ante sí un público, especialmente formado por jóvenes, que los
ven como modelos para imitar. Con su ejemplo pueden transmitir mensajes
de alto valor humano y espiritual. Al contrario, los comportamientos
incorrectos causan efectos nocivos que, por desgracia, se amplifican con
una resonancia negativa imprevisible»2.
Pero no sólo los atletas tienen responsabilidad por el ambiente violento en
el entorno de algunos deportes. ¿Cuántas veces no son también
responsables algunos periodistas, que por publicitar un evento exasperan las
diferencias, buscando declaraciones polémicas y conflictivas? A ello se
suma la condescendencia de algunos directivos que auspician grupos de
hinchas organizados, no para apoyar a sus equipos, sino para amedrentar a
los rivales, haciendo noticia por su comportamiento vandálico.
1
Allí mismo, 3.
2
Lug. cit.
V. Hacia una pastoral del deporte
No son pocas las iniciativas pastorales que ha tenido la Iglesia para
acercarse y para responder a las necesidades del mundo del deporte, uno de
los nuevos areópagos que presenta nuestra sociedad. Sin embargo, la
“pastoral deportiva” es aún floreciente, pues queda todavía mucho por
hacer. Si bien no es la materia principal del presente texto profundizar en
concreciones pastorales, cabe mencionar algunos elementos que puedan
ayudar en esa línea.
En primer lugar, se hace necesario mejorar la difusión de actividades y
proyectos ya existentes, principalmente entre los mismos católicos, ya que
no sólo se conoce poco acerca de la enseñanza o visión cristiana del
deporte, sino que también son escasamente conocidas las iniciativas
concretas que ya han implementado diferentes instituciones eclesiales.
En esa misma línea, es preciso fortalecer el diálogo y la comunión entre
las instituciones que realizan labores pastorales en el deporte. Un mayor
compartir de experiencias potenciará sin duda los efectos de lo que se viene
ya realizando, como también alentará la creación de nuevas iniciativas. Para
lograr dicha integración, es fundamental que los agentes pastorales del
deporte se conozcan, estén en comunicación y tengan instancias eclesiales
de permanente intercambio de ideas como foros, seminarios, congresos y
encuentros.
Un campo de trabajo que también resulta fundamental es la formación de
nuevos agentes pastorales del deporte. De la misma forma que profesionales
de diferentes áreas se están especializando en la atención de situaciones que
presenta la práctica deportiva, una pastoral del deporte debe contar con
personas formadas para ello. Véase, por ejemplo, la gran difusión que
empieza a tener la “psicología deportiva”, a tal punto que gran parte de los
deportistas de élite recurren a los servicios de psicólogos especializados en
la resolución de problemas y conflictos propios de las competencias.
El deporte se inserta primordialmente en el ámbito del apostolado seglar,
por lo que se les ofrece aquí a los laicos un hermoso campo de
evangelización y un desafío para establecer puentes entre su fe y el deporte,
de modo particular formando pequeñas comunidades en las que los
deportistas puedan reunirse para compartir sus experiencias, momentos de
oración y reflexión.
Por otro lado, ya existe una iniciativa muy importante y que debiera
desarrollarse aún más: las capellanías en instituciones deportivas. A través
de las mismas se ofrece a los atletas una amplia atención pastoral, que va
desde la vida sacramental hasta la atención espiritual a sus familias,
pasando por la consejería personal, la preparación matrimonial, grupos de
oración y perseverancia en la fe. Sin duda las capellanías constituyen uno
de los medios para multiplicar la presencia eclesial en el mundo del deporte
y éstas deberán verse fortalecidas por los agentes pastorales especializados
mencionados anteriormente. Para ello se necesita no sólo contar con
sacerdotes que estén bien familiarizados con la realidad deportiva y que
cuenten con la disponibilidad de tiempo requerida, sino también con laicos
que trabajen pastoralmente en dichas capellanías. Idealmente, éstos
deberían contarse entre los mismos deportistas, entrenadores, preparadores
físicos, directivos y socios de las instituciones a las que se atiende. Las
personas vinculadas al mundo del deporte son naturalmente los mejores
agentes evangelizadores del mismo.
Se trata, en última instancia, de seguir profundizando en las enseñanzas
eclesiales acerca del deporte y de aplicar la doctrina a la vida concreta:
poner por obra iniciativas creativas y encarnadas, que estén a la altura del
desafío pastoral representado por el mundo del deporte. El horizonte es
realmente amplísimo y sería muy difícil enumerar todas las posibilidades
que se presentan. Cada cristiano y cada asociación eclesial tienen la
responsabilidad de discernir los caminos propios en esta misión. En los
colegios, universidades, clubes y en todas las instituciones donde se
practica el deporte existe la posibilidad real de poner en acción una
iniciativa pastoral concreta. Particularmente en el ámbito de la pastoral
juvenil, apremia el desarrollo de organizaciones apostólicas deportivas.
Finalmente, me parece que es fundamental tener el tema presente,
multiplicar instancias de diálogo, difundir los contenidos y experiencias, y
favorecer la comunicación entre los agentes pastorales del deporte. Al ir
poniendo por obra diferentes iniciativas concretas, se irá despertando la
conciencia de muchos católicos que entenderán la importancia de su papel
en la evangelización de este ámbito. El deporte es hoy un campo
privilegiado para la misión de la Iglesia y a la vez éste necesita mucho de lo
que la Iglesia puede aportar a su realidad.