Ponencia MABM - Filosofía de La Historia

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Universidad Nacional de Colombia

Departamento de Filosofía
Miguel Ángel Buitrago Martín

Lecciones sobre filosofía de la historia universal:


los medios y materiales de la realización de la Idea
¿De dónde venimos y hacia dónde vamos?
Antes de empezar, recordemos en dónde nos situamos: consideramos al espíritu como una
consciencia de sí, pero a su vez, es el objeto de su consciencia. Se trata de una individualidad
activa y viva que no solo sigue el camino de la Idea (como nos recordó Alejandro Almanza en su
ponencia) sino que tiene un solo fin: lograr la libertad. El espíritu no es un todo acabado e
inmanente; se mueve constantemente y su cambio se refleja en la historia universal, en donde
el espíritu se expresa. Por ello, la historia universal es el progreso en la consciencia de la
libertad, manifestado a través de algunos objetos del espíritu en un pueblo: la religión, el arte,
la moralidad, el derecho, las leyes, etc. Así las cosas, lo que sigue a continuación es preguntarnos
¿qué medios y materiales usa la Idea por los cuales la libertad se produce en un mundo?
Veamos.
LOS MEDIOS DE LA REALIZACIÓN
La individualidad
¿Qué medios usa la idea? Los medios son algo externo, son lo aparente tal como se expresan en
la historia ante nuestros ojos.
La primera visión que tenemos de la historia son las acciones de los hombres. Nuestro paso por
el mundo se hace conforme ejercemos nuestra voluntad. La voluntad, por lo demás, es la “base
abstracta” que utiliza la libertad del espíritu universal para hacer consciente la Idea entre los
humanos. En todo caso, la voluntad guarda sus matices: cuando somos seres que perseguimos
nuestras pasiones, intereses y actuamos por nuestros impulsos, esta voluntad es natural; se
trata de aquella que no tiene consigo un uso de la razón, sino que es producto de un impulso
pasional. Pero justamente esto revela el rasgo de las pasiones: motivan a actuar a la humanidad.
Los principios y reglas no viven por sí mismo. Estos solo logran su existencia en las necesidades,
impulsos, pasiones y acciones del ser humano. Toda persona persigue sus propios fines. Tienen
convicciones y creencias que lo llevan a actuar de una o cual forma, con la intención de lograr
el fin que le interesa. Pero, al ser la humanidad una expresión o portador del medio en el que se
presenta la Idea se sigue que sus fines son potenciales expresiones de los fines del espíritu. Y es
este el segundo momento de la libertad para Hegel: el que el sujeto halle su propia satisfacción
en las actividades que realiza; el que pueda encontrar en la cosa que persigue el sentimiento de
su propio yo.
La Idea, entonces, se exterioriza en la voluntad humana. La voluntad humana se manifiesta con
la persecución de fines, apetitos e impulsos propio de nuestra pasión. De ahí que Hegel indique
que la Idea es la realidad en sí, pero ella toma las pasiones como el brazo con el que se extiende.
Coge cuerpo el espíritu universal a través de lo más individual y natural entre los seres
humanos. Por ello, antes de juzgar negativamente a las pasiones, es preciso reconocer que son
la fuerza activa del individuo, hacen actuar a la humanidad y nosotros no somos sino el
contenido de nuestras acciones que tienden a los fines que nos fijamos. Aunque puedan parecer
las pasiones, primeramente, como el motor de la voluntad para lograr fines privados y egoístas,
estos pueden armonizarse con el fin universal. Y efectivamente esto sucederá con la Idea: busca
que en la particularidad individual se manifieste la universalidad que le es propia.
Por ello Hegel llamará a las pasiones como “las determinaciones particulares del carácter del
ser humano” (p. 150), las cuales tienen un contenido privado, pero también son el impulsor y
el elemento activo de los actos universales. Se trata de los apetitos e intereses que motivan al
ser humano a actuar, a ser activo incluso conforme con el fin universal de la Idea.
Ahora bien, si la historia universal tiende hacia el fin universal, ¿cómo es posible, entonces, que
pueda haber una conciliación entre la Idea y la voluntad humana? Esto no sucede sino cuando
razona el individuo. Solo en el ejercicio de la razón, la voluntad del individuo deja de ser
solamente natural y se vuelve una voluntad libre. Por ello Hegel anuncia que la voluntad libre
se da cuando el ser humano “(…) puede establecer abstracta, absolutamente, en sí y por sí, lo
que quiere” (p. 148). Y es en ejercicio de la espiritualidad humana, esto es, de ejercer la voluntad
de forma reflexiva en que se va haciendo consciente el fin universal, el fin de la Idea. Sin
embargo, este ejercicio se hace sin desprecio de los impulsos y pasiones que nos empujan a
actuar de conformidad con el ejercicio de la razón. Justamente los fines que persigue esta
voluntad humana, abstracta pero enérgica, son los que le interesa a la historia universal (p. 156)
Para precisar, la actividad reflexiva del hombre hace que la Idea en sí, universal e inactiva,
pueda tomar un carácter particular cuando hay ejercicio de la razón especulativa. Con un yo
cognoscente que hace abstracciones, la idea toma un carácter particular en la “unidad abstracta
de la consciencia de sí mismo” (p. 155). En este ejercicio reflexivo, basado en negatividades de
lo que se afirma, es que podemos hacer cognoscible nuestra condición de yo humano, reconocer
nuestra autoconsciencia, y podemos diferenciarnos de lo divino, es decir, de lo que es la Idea en
sí.
Pasando esta individualidad sintiente y reflexiva a la historia universal, encontramos que los
Estados, los pueblos en los que se manifiesta el espíritu, lograrán el fin último de la Idea cuando
todas las individualidades particulares, egoístas, corran hacia la senda del espíritu del pueblo,
que es expresión del espíritu universal. Ser conscientes del fin de la historia universal, que es el
fin del espíritu universal, en todo caso es el resultado de luchas del intelecto y luchas entre
pasiones humanas para determinar la unificación de los fines en uno solo. Solo formando la
unificación de los fines particulares en uno solo, el universal, es el que da fortaleza y solidez al
Estado, que es el lugar donde se manifiesta el espíritu.
Es así como Hegel encuentra que la idea de la historia universal es traer a la conciencia la
satisfacción de las determinaciones del espíritu, y ello no se puede lograr si no es con
observación de los instrumentos o medios del espíritu universal, a saber, la masa de intereses,
voluntades y actividades del ser humano en la historia que hace. Pero en el curso de la vida
individual, ningún ser humano es consciente del nexo que vincula al resultado de sus acciones
con la consecución del fin de la historia universal, esto es, del espíritu. En otras palabras, a pesar
de que sabemos qué fines perseguimos, es inconsciente para él el resultado que provoca: el
logro del fin del espíritu universal (p. 153). Solo ella se hace consciente con la determinación
total de las intenciones, voluntades y actividades del ser humano, en donde se manifiesta el
espíritu.
La conservación ejercida por los individuos
De lo anterior se puede afirmar que la actividad individual, además de correr por sus fines
privados, también realiza las determinaciones del espíritu. En la universalización de las
particularidades, el ser humano se educa para volverse un sujeto de la moralidad. Solamente se
puede formar una moralidad en la medida que reconozcamos la universalidad del derecho y los
deberes que aplica su comunidad. Y es este reconocimiento del deber, este obrar conforme con
el deber de los de la clase a la que pertenecemos, el que procuramos conservar en cuanto es una
expresión del espíritu del pueblo. La conservación acá no significa durabilidad en el tiempo;
más bien, implica una actividad productiva del hombre, pero encaminada a la consecución de
las determinaciones del espíritu. Lo que se conserva, entonces, es la moralidad del Estado
mediante la actividad individual.
Por ello, a pesar de que los sujetos sean individuales y egoístas en sus inclinaciones, no dejan
de ser sujetos pensantes y reflexivos que reconocen los deberes por cumplir para la
conservación del Estado, de la vida moral. El contenido de los fines individuales está
entrelazado con la universalidad que carga el contenido del derecho, del deber y de las leyes
que quieren conservar. No se trata de ninguna manera de un contenido normativo inventado
por uno mismo, sino de la realización del contenido sustancial del derecho de nuestra
comunidad. De ahí que Hegel afirme que “la actividad de los hombres consiste en tomar parte
en la obra común y ayudar a producirla en sus especies particulares; tal es la conservación de
la vida moral” (p. 160).
El particular que desarrolla el universal: el individuo histórico y su destino
En la última lección del seminario, discutimos acerca del carácter de individuo universal que
tiene el espíritu del pueblo. En ella se insertan el derecho, las costumbres, la cultura e
instituciones de una comunidad, siendo todas ellas, expresiones del espíritu universal. Es esto
lo que conservamos como humanidad a través del cumplimiento del deber y la moralidad del
pueblo. Sin embargo, el espíritu del pueblo, en su calidad de individuo, perece como todo lo que
es externo. No significa, en todo caso, que el contenido espiritual de ese pueblo que hoy perece
en la comunidad desaparezca de la universalidad de la Idea; al contrario, se alza hacia el
concepto superior de la Idea universal. Más bien se trata de que el agotamiento del espíritu de
un pueblo se supera por un nuevo principio en el cual, el espíritu del pueblo se cimenta, y este
salto es “la prosecución de la historia universal, del espíritu universal” (p. 160). Así, lo que se
puede encontrar en el tiempo, son momentos de la Idea, que luego se niegan para afirmarse
nuevamente en otro concepto, trayendo con ello un nuevo momento.
Quienes actúan para traer a la consciencia de un pueblo el movimiento del espíritu hacia un
nuevo principio, Hegel los ha calificado como los grandes individuos en la historia; se trata de
los héroes, los individuos históricos. Ellos realizan sus actividades conforme al concepto del
espíritu universal, aunque no sean conscientes de ello. Encuentran lo justo y necesario para sí,
pero implícitamente lo hacen para su pueblo completo. Hacen saber la noción universal, tanto
la necesidad de su fin, y en ello ponen toda su energía. Se convierten en clarividentes que “(…)
saben la verdad de su mundo, de su tiempo, lo que es concepto, lo universal que viene” (p. 161).
Por eso, los individuos históricos muestran a los demás lo que han de seguir, se vuelven en los
conductores de su individualidad, pues con la obra ejecutada por el héroe, reconocen
irresistiblemente el poder de su propio espíritu interno.
Así, estos hombres han ejecutado su grandeza por la pasión y la idea que los motiva. En el caso
del individuo histórico, tanto la pasión como su razón tienen el mismo fin. Se subliman los dos
para motivar su voluntad libre y enérgica con la cual se hace presente la universalidad de la
Idea en la historia. Y ante el acumulado apoyo de los demás individuos que reconocen su
espíritu interno en la obra del héroe, es que se conserva una nueva moralidad; se produce las
actividades que permiten mantener la expresión del espíritu de un pueblo. Ahora bien, la
prosecución de la historia universal no implica que sea pacífica su conservación: antes bien, la
historia universal está marcada por la decadencia y la atrocidad entre individuos. No obstante,
aunque el individuo histórico tenga que “aplastar muchas flores inocentes o destruir por fuerza
muchas cosas, a su paso” (p. 168), no significa que su conducta deje de manifestar el sentido del
espíritu universal.
De esta manera, dado que el sujeto histórico es quien aboga por hacer consciente las
determinaciones del espíritu universal en sus actos, encontrando en sus fines lo justo y
necesario que es propio de la universalidad de la Idea, y teniendo en cuenta que el enérgico
empeño de sus acciones es consecuencia de sus pasiones que están encaminadas a cumplir el
fin de la razón, es evidente que las pasiones obran por la razón, situación a la cual Hegel
denominó el ardid de la razón.
El valor de los individuos en la historia universal: su paso de medios a fines en sí del
espíritu universal
Un último asunto es preciso analizar entre los medios de la realización de la idea: se trata del
valor de los individuos que son considerados meros instrumentos para la realización del
espíritu universal. Hegel considera un aspecto que no es propio del carácter particular y egoísta
de los individuos, sino que es “algo en sí mismo eterno y divino” para encontrar su valía en la
consecución de la universalidad del espíritu en la particularidad de la historia, a saber, la
moralidad y la religiosidad humanas.
Mediante los actos por los cuales cumplen y hacen conservar los deberes y leyes que han de
seguirse en el Estado al que pertenecen, los individuos cumplen el fin de la razón, haciendo que
estos sean fines en sí, dado que el contenido de su fin es el mismo de los del espíritu universal.
Cuando siguen el resultado desencadenado por la voluntad libre del individuo histórico, sus
fines dejan de ser privados y se convierten en fines del espíritu universal. Y para los individuos
en general, continuar el camino del fin universal expresado por el individuo histórico es el
resultado de ejercitar la reflexión. Por ello, la religiosidad y la moralidad de un pueblo tienen su
terreno y fuente en la razón; por ella es que el hombre es fin en sí mismo, en cuanto reconoce
lo divino que hay en él y por el cual actúa de conformidad con él (p. 169).
La religión y la moralidad son racionales, y como tal, están sujetas a la lógica especulativa. Es
decir, están inmersas dentro de una dialéctica negativa. Por tanto, la religión y la moralidad de
un pueblo aparece en el exterior como momento de la Idea, pero ambas pueden ser susceptibles
de superación, a pesar de que su concepto permanezca en la eterna universalidad de la Idea.
Ambas son expresiones del espíritu universal, pero el carácter de “momentos de la Idea” hace
que ellas puedan perecer en su curso; esa característica hace que choquen, incluso, con las
sublevaciones que la misma universalidad pone en un individuo histórico que niega esa
moralidad y religiosidad por injusta o innecesaria. El despertar que genera este hallazgo en los
individuos en general hace que sigan al hombre histórico por reconocer en su obra, un nuevo
deber por cumplir. Y como los deberes son la expresión del contenido universal de la Idea a
partir de la reflexión, la religiosidad y la moralidad pueden ser de naturaleza limitada: sus
formas, contenido y desarrollo son limitados. Constituyen momentos.
Asimismo, los individuos que corren el camino del fin universal a través de sus actos hacen que
su relación de simple medio o instrumento se difumine pues se vuelven fines en sí mismos, dado
que sus actos son fines del espíritu universal. La moralidad y religiosidad tienen toda
justificación por ser expresiones del espíritu universal, a pesar de que puedan perecer en un
pueblo concreto. Y no son sino los individuos los que hacen posible la moralidad y la
religiosidad. Por ello, a pesar de que las actividades de los humanos sean el medio de la Idea,
también pueden ser el fin en sí mismo, en cuanto son los que hacen material la moralidad y la
religión en un pueblo.
LOS MATERIALES DE REALIZACIÓN DE LA IDEA
Hasta el momento hemos discernido en nuestro análisis (i) un fin de la historia que es el
desarrollo del espíritu, (ii) unos medios que son los pueblos particulares y los individuos
históricos, pero (iii) falta un material o lugar en que esto se realiza. Este lugar es el Estado.
El Estado: unidad de la voluntad subjetiva y el fin del espíritu universal
Con Estado, no nos estamos refiriendo a una estructura institucional política y funcional. Se
trata, más bien, del lugar en el cual se logra una unidad entre la voluntad subjetiva de los
individuos con el fin del espíritu universal. El individuo en el Estado actúa por cuanto sabe,
quiere y cree en lo universal, y por ello es acá en donde se desenvuelven el derecho, las artes,
las costumbres y las instituciones de un pueblo. Todas ellas son el producto de poner lo
universal en la marcha de nuestros actos. En cuanto el Estado aparece como resultado de la
unidad de fines particulares y universales, la libertad que se desprende del contenido universal
del espíritu y se manifiesta en los actos humanos que la despliegan, hace que esta (la libertad)
se convierta en objeto mismo dentro del Estado.
Asimismo, es en el Estado en donde los individuos encuentran todo su valor espiritual. El
espíritu no se predica de un individuo solitario, sino de un colectivo humano que camina hacia
la consecución del fin universal. Y es en el Estado donde la espiritualidad se expresa
externamente, se vuelve objeto. En el Estado se ve el resultado inmediato de la razón, toda vez
que las leyes y el derecho que en él se consolida, son expresión de lo universal del espíritu. Y
como ya se dijo, lo sustancial del Estado es que la voluntad subjetiva conforma una unidad con
la universalidad del espíritu, de lo cual se sigue que el Estado es una vida moral realizada por
el factor activo del hombre (las pasiones) con su factor interno (la razón). Esta comunión del
Estado en los individuos es lo que Hegel llama moralidad: “la vida del Estado en los individuos
se ha llamado moralidad” (p. 183).
Es así como se puede predicar que existe una primera naturaleza del hombre, a saber: su ser
inmediato y animal; ser un individuo con pasiones y voluntad subjetiva. Pero existe, también,
una segunda naturaleza del hombre: su moralidad. Esta última es producto de hacer un acto
reflexivo en donde se sigue las leyes del Estado por cuanto se reconoce en él la libertad que nos
proporciona. Es una expresión de la razón y, en mayor medida, de la universalidad propia del
espíritu que se exterioriza en las leyes, deberes y reglas morales que forman una cultura. Por
esto mismo, el contenido espiritual del Estado es sólido y fijo, resiste a las contingencias y los
caprichos individuales. Más bien, la obediencia a las leyes y deberes, que son el espíritu del
pueblo vuelto objeto, posibilita el logro de una voluntad libre.
Ahora, si bien aparentemente en el Estado hay una limitación de sentimientos e impulsos
obtusos del ser humano, esta barrera desaparece con la consciencia y voluntad de libertad, que
solo es accesible racionalmente. Al concepto de libertad le pertenece el derecho y la moralidad,
y en cuanto la primera es el resultado de una actividad reflexiva, las otras también lo son. Se
trata de "actividades del pensamiento" y no de la sensibilidad. Por ello, ser reflexivos, ser
conscientes del saber y el querer, nos conduce a la libertad. Con esto en mente, se entiende
porque Hegel reprocha (i) que se considere al derecho como límite de la voluntad subjetiva y
(ii) la pretensión de que las relaciones familiares se conviertan en un “Estado patriarcal”, en
donde el “espíritu” de esa comunidad se consagra por un vínculo sentimental mas no por el uso
de la reflexión, en donde se adquiere la moralidad. Por ello dice, “(…) un Estado implica leyes y
esto significa que las costumbres no existen en la forma inmediata, sino como algo conocido, en
la forma universal” (p. 181).
Las expresiones del espíritu del pueblo y la religión como base del Estado
La historia de un pueblo se puede conocer por las facetas que el espíritu expresa a través del
arte, el derecho, la religión o la filosofía, entre otras. A pesar de que las anteriores esferas
conforman el espíritu del pueblo, todas ellas están determinadas por algo común, como es la
consciencia que el pueblo tiene de sí mismo. Esta consciencia de un pueblo es en últimas el objeto
de su espíritu, y ella pone en relación las diferentes esferas del espíritu del pueblo. Pues bien,
antes que nada, el espíritu es una individualidad y esta tiene diversas formas de representación
en un Estado, a través de la religión, las artes y la filosofía. Luego, al ubicarse estas facetas del
espíritu en el Estado, deben tender, entonces, a generar la unidad entre la voluntad subjetiva
de los individuos y la universalidad propia de la Idea.
Aunque la religión, el arte y la filosofía posibilitan la unión consciente de la subjetividad
particular con la universalidad, se sirven de diferentes recursos: la religión, aunque es
consciente y reflexiva, llega al sentimiento; el arte, aunque tenga el mismo contenido que la
religión, esto es, servir de expresión de la forma de Dios, utiliza la intuición; y la filosofía, aunque
también aprehende el contenido universal de la Idea, lo hace a través del pensamiento (p. 186).
No obstante, para Hegel es bastante claro que con la religión accedemos al primer modo de la
autoconsciencia individual y del Estado: “[la religión] es la consciencia (…) del espíritu
universal, existente en sí y por sí, pero determinado en el espíritu del pueblo” (p. 186), dice el
filósofo. En cuanto la religión nos brinda un acceso a la Idea por su inmediata presencia de lo
divino y eterno, de lo universal, también es “el lugar donde el pueblo se da la definición de lo
que tiene por verdadero” (p. 187). Por ello, la existencia entera de un pueblo descansa sobre la
religión que concibe.
Solo con una consciencia religiosa es posible que el individuo pueda obtener libertad
consciente. Pues bien, solo alguien puede encontrar justificación de su propia individualidad si
se hace consciente de ser una determinación o producto de la existencia de Dios. Así sucede con
el Estado: su justificación en el mundo solo puede ser obra de su carácter determinado por Dios
y la universalidad de la Idea. Si la religión es el acceso más inmediato a la Idea, y en ella se
consagra la universalidad que el Estado unifica en la voluntad de los hombres, entonces se sigue
que un Estado determinado sale de una religión determinada. Y en esto la religión como el
Estado comparten un elemento común: no son consagrados desde afuera, sino que provienen
desde el interior del espíritu universal, que se manifiesta a través del ejercicio reflexivo.

Bibliografía
Hegel, G. W. F. (2005). Lecciones sobre la Filosofía de la Historia Universal. Editorial Tecnos.

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